Una comida entrañable en el desaparecido
Mirador de "El Lasso". Recuerdos de su regreso
a Gran Canaria en 1959
El director del Seminario de Humanidades "Agustín Millares Carlo", del
Centro Asociado de la Universidad a Distancia de Las Palmas, el docto profe-sor
y amigo Antonio Bethencourt Massieu, me pide unas cuartillas sobre algu-na
vivencia o anécdota que recordara en el transcurso de mi amistad con el uni-versal
paleógrafo, cuyo 20 aniversario de su fallecimiento se cumple el 20 de
febrero del 2000.
Efectivamente, son muchos los recuerdos entrañables y algunas las anéc-dotas
que conservamos de don Agustín, a secas, como cariñosamente le lla-mabamos
sus amigos. Me dispensó desde el primer momento de su arribada a
Las Palmas, de regreso de Méjico en enero de 1959, un gran afecto al que le
correspondí hasta su fallecimiento. Aquel año casi acababamos de iniciar la
colaboración periodística en el diario "Falange", (que luego, a partir de 1963,
se llamó hasta su desaparición, "El Eco de Canarias) con una sección de entre-vistas
cortas que se encuadraban bajo el título genérico de "Aquí y ahora
con...".
Fueron muchos años de amistad recíproca -con un episodio lastimoso de
recriminaciones mútuas en el período en el que él era el director del Plan
Cultural puesto en marcha por Lorenzo Olarte y al que luego nos referire-mos-
a pesar de la diferencia de edad, nosotros con veinte y pocos años y él
ya un consumado profesor con fama internacional de gran paleógrafo.
Entre los papeles viejos conservados en mi archivo se encuentra, amari-llento
por el paso del tiempo, una de aquellas entrevistas, publicada el 18 de
enero de 1959, que mantuvimos con don Agustín el mismo día de su arribada
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a la isla. Nos contó que el motivo de su viaje a Gran Canaria era completar
la nueva edición del Ensayo de una Bio-bibliografía de escritores naturales
de Canarias, entre los siglos XVI y XVIII, cuya primera edición, recordaba.
se realizó en 1932, y que desde entonces hasta aquel momento habían apa-recido
nuevos escritores, y a modo de ejemplo añadió que entre los nuevos
nombres estaba fray Martín de Escobedo, descubierto en un iiianuscrito.
donde al retratar el paso de unos amigos por Canarias el fraile llama a las
islas "mi Patria".
Nos confesó que lo más que le preocupaba en aquel moinento era la situa-ción
de los archivos de las islas, municipales y eclesiásticos, aunque inayor-mente
los primeros. Lamentaba que por la desidia de los ayuntamientos de
aquel entonces "desgraciadamente se están perdiendo...".
Llegaba, según sus propias palabras, ilusionado por conocer la "nueva
época" de El Museo Canario. De su estancia en Méjico nos dijo que no hacía
otra cosa que trabajar, aparte de sus cuatro horas diarias de clases en la
Universidad, y que uno de sus últimos libros era el titulado "Crónicas de la
Compañía de Jesús", con prólogo del investigador mejicano Francisco
Gonzalez Cossío. Don Agustín llegaba en 1959 a Gran Canaria tras pasar pri-mero
por Simancas, Madrid y Barcelona.
De aquella su estancia en Las Palmas, tras largos años de ausencia, time
uno en la memoria el recuerdo de muchos actos y acontecimientos.
Frecuentaba yo en aquella época, quizás el más joven de los contertulios. las
dependencias de El Museo Canario y sobre todo la famosa "zapatería" de
Pepito Naranjo, un revuelto taller de todo, principalnientc, laboratorio foto-gráfico
donde consumía muchas horas de trabajo. Por esa presencia nuestra cn
aquella venerable Institución, participarnos, entonces, un una comida ofrecida
a don Agustín en el desaparecido mirador "El Lasso" que el Cabildo tenía en
la montaña del mismo nombre y que regentaba Agustín Artíles.
En aquella entrañable comida -en la que yo era el beii.janiín de los
comensales- estaban señeros hombres de la cultura de Gran Canaria como
don Simón Benitez Padilla, don Juan Bosch Millares, don Rafael
O'Shanahan, Manuel Morales Ramos, Luis Jorge Rainírez, Manuel
Hernández Suárez, Don Enrique Marco Dorta, el antropólogo catalán don
Miguel Fuste, don José Miguel Alzola, don Juan Rodríguez Dorestc y algii-nos
otros que igualmente podrán reconocerse en las fotografías que acompa-ñamos
a estas cuartillas.
A partir de entonces, don Agustín nos prefesó amistad, de la que nos sen-tiamos
orgullosos. Amistad que, sin romperse, se empañó una vez cuando
siendo él responsable del Plan Cultural, osamos criticar una actuación, ni
mucho menos personal del ilustre investigador, sino del ente que dirigía, lo que
propició un cruce de cartas. Supongo que las nuestras acabarían en el cesto de
Una comida entrañable en el desaparecido mirador de "El Laso" ... 83
los papeles. Las suyas las guardamos como prendas de gran valor, pues apar-te
de venir de quien procedían, reflejan humanidad, humildad y sobre todo,
afecto.
Nuestro comentario periodístico se refería, creemos recordar, a la supues-ta
pérdida de un proyecto teatral en las oficinas del Plan Cultural. El 25 de
febrero de 1976, con Agustín se apresuró a escribirnos, para transmitir "la
extrañeza que su crónica me ha producido". Dice que no es justa la crítica, de
la que se "deduce ninguna labor positiva realizada por el Plan y que parece
que nuestra Oficina es un centro donde nada se hace como no sea perder o
extraviar algún presupuesto de proyecto".
La tremenda humanidad del venerable profesor queda de manifiesto, no
obstante su pena por lo escrito, en las líneas finales de su carta: "Usted me
conoce de antiguo y este incidente no aminora la estimación en que le tiene su
seguro servidor y amigo.. .".
Un año después, olvidado este incidente, don Agustín nos escribe para
recoger la idea lanzada en otro comentario de prensa, de que el Plan Cultural
reeditara el libro de Santiago Tejera sobre Luján y nos pregunta: "Su iniciati-va
me ha producido un gran acierto, ¿se encargaría usted de presentar e2 libro
al público...". Pero el Plan fue languideciendo y el libro no se reeditó.
En 1979, el bueno de don Agustín vuelve a escribimos. Ahora para agra-decer
un artículo periodístico elogiando su labor y su figura. "Lo publicado
por usted es una nueva prenda de afecto de quien, como usted, no escatima en
prodigarme las muestras de su benevolencia, que le ha llevado al extremo de
dedicar un espacio a mi modesta tarea en su muy leida columnal.iGracias,
gracias mil...¡".
A principios de 1979 me trasladé yo a vivir a Tafira, muy cerca de donde
tenía su casa don Agustín en la calle Santa Teresa. Todavía allí tuvimos tiem-po
de rememorar acontecimientos y de hablar, ambos, de proyectos; los suyos
de mayor envergadura e importancia, como su extenso estudio recién publica-do
entonces sobre los libros españoles y portugueses legados a la Real
Academia de la Historia por el marqués de San Románz, un general que fue
amigo y contertulio de Pérez Galdós. O sobre su Tratato de Paleografia espa-ñola"
que se proponía editar Espasa-Calpe y cuyas pruebas revisaba aquellos días.
Escaso tiempo después, el 20 de febrero de 1980, fallecía don Agustín,
dejando a la investigación, la Paleografía, la isla y a sus amigos con el tre-
El autor llevaba en el periódico El Eco de Canurius, del que era redactor, jefe de
Información Local, una colun~nad iaria con comentarios de actualidad titulada "Crónicas de la
Ciudad y la Isla".
"Libros españoles y portugueses del siglo XVI, impresos en la Peninsula o fuera de ella".
Descripción y comentarios de don Agustín, con prólogo de Dalmiro de la Valgona. Edición de
1977.
mendo vacío de su ausencia. Ausencia distinta a la que propicih su retoriio n
la isla en 1959, pues ahora, con su desaparición del inundo de los kikos, seria
definitiva, no obstante lo cual su vida, su obra y su recuerdo seguiría y
sigue- en la memoria de todos.
Tafira Alta. Noviembre de 1999