Boletín Millures Curlo
2001. 20: 51-58
ISSN: 02 1 1-2 140
Agustín Millares Carlo, Codicdlogo
Ascensión HERNÁNDEZ DE LEON-PORTILLA
Instituto de Investigaciones Filológicas UNAM
Al morir don Agustín en 1980, se pensó que su Corpus sobre códices visi-góticos,
la pasión de su vida, quedaría en un desideratum admirable, aunque
inalcanzable. Y digo pasión porque Millares, desde su juventud, no dejó de
publicar estudios sobre estos documentos escritos con la llamada letra visigó-tica,
usada hasta el siglo XII, época en la que se impuso la carolingia. Además
de sus numerosos artículos sobre los códices visigóticos, Millares reunió una
gran cantidad de papeles sobre el tema en cinco carpetas verdes, un verdadero
archivo. Las carpetas quedaron en el Seminario Millares Carlo de la Palmas,
el centro que acogió y mimó al maestro en los últimos años de su vida'.
Al momento de morir, don Agustín vertía el contenido de las carpetas en
una magna obra, el siempre anhelado corpus de códices visigóticos. Pero fue
hasta 1993, año del centenario de su nacimiento, cuando se consideró la posi-bilidad
de publicarlas. En aquel año el Gobierno Canario patrocinó un gran
homenaje a Millares y la Universidad programó un importante Congreso al
que se llamó Agustin Millares Carlo, maestro de medievalistas. Los que asis-timos
a aquel Homenaje presenciamos la recuperación de un hijo que el desti-no
alejó injustamente de su casa. Supimos también que los intelectuales y el
gobierno firmaron un convenio, el llamado "Pacto del Bodegón del Pueblo
Canario". Cristóbal García Blairsy, director del Centro Asociado de la UNED
de Las Palmas de Gran Canaria y el reconocido paleógrafo Manuel Díaz y
Díaz formaron un equipo para rescatar el contenido de las carpetas. Después
1 En 1091 fue prohibido el uso de la letra visigótica en el reino de León. Kd. Agustin Millares Carlo,
Corpu.~de cúdices visigbtieos. Las Palmas de Gran Canaria, 1999, v. 1, p. 5 1. Millares recoge la noticia del
padre Enrique Flores.
de varios años de trabajo, las cinco carpetas verdes son ahora dos preciosos
libros, verdes también, el color de la esperanza, en los que vive aquel Corpus
de códices visigóticos con el que don Agustín siempre soñó. Con ellos,
Millares toma una nueva dimensión. Al polígrafo hispanista y americanista
que cultivó la filología clásica, la literatura, la historia, la paleografla y la
archivología, se suma ahora la dimensión del codicólogo, quehacer relativa-mente
moderno que pocos cultivan, pero que lleva a lo más profundo y escon-dido
de las creaciones culturales del hombre, en este caso las filológicas.
Para nosotros, gente acostumbrada a leer libros impresos, es difícil la lec-tura
de los documentos manuscritos con letras no uniformes, con numerosas
abreviaturas, muchas veces borrosos y hasta encimados en forma de palimp-sestos.
Pero si difícil es leerlos, no lo es menos el entenderlos: generalmente
están en latín y con frecuencia son fragmentos aislados que necesitan ser pues-tos
en sus contextos. Por ello, la codicología nos parece una disciplina oscura
que requiere una suma de conocimientos, una acumulación de varios saberes
relacionados con la filología clásica, la hermenéutica, la literatura, la historia
y, desde luego, la paleografía Esta suma de saberes nos hace imaginar al codi-cólogo
como persona madura, aislado en su mundo, quizá un poco aburrido,
pero siempre eruditísimo y sabio.
Don Agustín rompe la regla. Al terminar su licenciatura, en 1915, hizo su
primera incursión en el tema con un trabajo de doctorado en el que precisaba
datos sobre una Biblia. Lo tituló Studia paleographica. ú'n coda visigótico
del siglo X. Al mismo tiempo preparaba lo que sería su tesis de doctorado
sobre Documentos pontlJicios en papiro de archivos catalanes. Estudio paleo-grá$
co y diplomático, defendida en 19162. Millares tenía 23 años y resalto
este hecho para mostrar que el estudio de papiros y pergaminos fue su primer
amor, su primera línea de investigación, diríamos hoy. El camino a la codico-logía
fue un aliciente desde su juventud y Millares se adentro cada vez más y
más en él.
Las raíces de este amor hay que buscarlas en Las Palmas; primero, entre
los legajos de su padre y después, en el Archivo de Protocolos de Notarías. En
su ciudad natal, el joven Agustin descubrió la belleza de la escritura y el
encanto de los viejos papeles como portadores de palabras que iluminan el
pasado. Es fácil imaginar que el contacto físico y el diálogo con los viejos
papeles crearan en él una vivencia, algo más que una lectura en la que se pue-den
adquirir conocimientos sobre determinados testimonios históricos. Esta
La tesis fue publicada en 1918 en Madrid. Imprenta de Fontanet, 277 p.
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Ascensión Hernández de León-Portilla Agustín Millares Carlo, Codicólogo
realidad fue un buen punto de partida para recorrer el mundo de los archivos
y bibliotecas, extraer el contenido de ese mundo y presentarlo como manantial
nuevo y atrayente para los estudiosos del pasado. A lo largo de su vida, su acti-tud
ante los pergaminos y los viejos papeles fue la de abrir puertas y dar luz a
los repositorios que suelen aparecer como laberintos difíciles de recorrer.
Desde esta vieja raíz es fácil entender por qué un Millares tan joven se
atreviera a entrar de lleno en la codicología en su primer trabajo de investiga-ción,
el citado estudio sobre La Biblia visigótica del siglo X. Vemos pues que
su primera y su última publicación, el Corpus que hoy nos ocupa, versaron
sobre códices; con los códices abrió su vida académica y con ellos la cerró.
Entre el principio y el fin hubo muchos estudios sobre el tema que cualquier
lector puede seguir en la biografía del maestro escrita por su discípulo Antonio
Moreiro3. Pero conviene poner de relieve algunos datos para entender cómo se
fue consolidando su saber hasta llegar a ser uno de los mejores codicólogos del
siglo XX.
Volvamos a Madrid en 1916. Aquel año Millares defiende su tesis docto-ral
sobre papiros pontificios en Archivos Catalanes como ya vimos. Al año
siguiente se dedica a esclarecer la naturaleza de un documento opistógrafo del
siglo XI4. Siguen otras publicaciones en las que se adentra en cartularios, codi-cilos,
fueros y diversos tipos de documentos manuscritos. En 1921 gana la
cátedra de Paleografía de la Universidad de Granada, y, dos años después, el
destino le lleva al Archivo Municipal de Madrid. Allí se entrega a una tarea sin
reposo en el campo de la archivología. Funda la Revista de la Biblioteca,
Archivo y Museo y estudia y traduce textos tan importantes como el Libro
horadado del Concejo Madrileño (siglos XV XVI), publicado en 1924 y el
Fuero de Madrid, en 1932. Además de estas labores, en la década de 1920,
Millares se desempeñaba como profesor de latín en el Ateneo y en la
Universidad, trabajaba en el Centro de Estudios Históricos, hizo su primer
viaje a América en 1924 y enseñaba paleografia, primero en Granada y a par-tir
de 1929, en Madrids.
En medio de este torbellino de actividades, en 1925, publica su primer tra-bajo
sobre códices visigóticos, concretamente sobre el Codex Tuletanus, del
que establece fechas nuevas y precisa dato$. Tres años después ya tenía listo
un incipiente Corpus de documentos visigóticos , que, aumentando, publica en
3 José Antonio Moreiro González, Agustin Millares Carlo: el hombre y el sabio, Gobierno de
Canarias, 1989, 493 p.
"Un documento opistógrafo del siglo XI," Filosofía y Letras, Madrid, 1917, m. 14-15, p. 2-4.
Opistógrafo, palabra de origen griego, se aplica a los documentos escritos por el recto y el verso.
5 Datos sacados de Ascensión Hernández de León-Portilla, "Agustin Millares Carlo, poligrafo de
España y América", Cuadernos Americanos, Nueva época, México, 1994, n.47, p. 82-83. El Libro hora-dado
es una colección de 260 documentos relativos a la historia de la Villa de Madrid.
Agustin Millares Carlo "De paleografía Visigótica: A propósito del Codex Tuletanus" Revista de
Filología Española, Madrid, Centro de Estudios Históricos, 1925, v. X11, p.252-270.
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Ascensión Hernández de León-Portilla Agirstín Millares Carlo, Codiccjlogo
193 1 con el nombre de Contribución al Corpus de códices visigóticos. En este
trabajo ofrece ya un valioso "Índice" de manuscritos que después incluyó en
su Tratado depaleografia española, una de sus obras cumbres7. En fin, cierro
esta breve relación de publicaciones con su discurso de ingreso a la Academia
de la Historia en 1935, que versó sobre Los códices visigóticos de la catedral
toledana. Cuestiones cronológicas y de procedencia. La eleción del tema no
deja dudas sobre el primer y gran amor de Millares: en medio de sus labores
multidisciplinarias los pergaminos en escritura visigótica tenían un lugar
exclusivo en su corazón. En poco tiempo sus aportaciones en el campo de la
codicología eran reconocidas como la culminación de un saber en el que
se conjugaban varias especialidades: la filología clásica, la paleografía, la
archivología y también la diplomática, esta última como disciplina con perso-nalidad
propia, según la concibió el benedictino Jean Mabillon, (1 632-1 707).
La guerra civil marcó una época en la Historia de España y en la vida de
Millares. En 1938 tuvo que salir de Madrid dejando tras de sí una etapa de bri-llante
juventud y de madurez plena. Gozaba de prestigio en la Universidad, en
el Ateneo y en la vida intelectual madrileña Era uno de los humanistas más
reconocidos de la generación de 1914 y desde luego había contribuido como
nadie al estudio de los códices; era el codicólogo de su generación del que
mucho se esperaba.
LA MIRADA DESDE LEJOS
En 1938 Millares llegó a México como pionero de un exilio cuya dimen-sión
todos conocemos. Tenía 4.5 años y aquí encontró el calor para recrear su
vida universitaria ya que se le recibió como a una maestro más en la
Universidad Nacional.
México, sin embargo, quedaba lejos de las catedrales donde se guardan los
códices visigóticos y don Agustín no pudo volver a España hasta mucho tiem-po
después, hasta 19.52, y sólo de visita8. Parecía que el destino le negaba la
posibilidad de cultivar su tema más querido, de acercarse a sus códices, de
volver a leerlos y descubrir otros nuevos. Pero la voluntad que mostró a lo
largo de su vida, una vez más se manifestó con fuerza. Con los papeles que
Lo incluyó en la segunda edición del Traradu, la de 1932. La primera edición es de 1929, titulada
Paleografía Española. Ensayo de una historia de la escrifura en España desde el siglo Vlll al XVII,
Barcelona, Labor, 2 v. Existe publicaci6n puesta al día por sus discipulos, Madrid, Espasa-Calpe, 1983, 3 v.
Esta tercera edición conserva el título de la segunda, Tratado de paleografía española.
8 En 1952 volvió por vez primera a Madrid pero no pudo recuperar su cátedra de Paleografía en la
Universidad. En otros viajes volvió a intentarlo; nunca lo logró. De hecho hasta 1975, año de la muerte dc
Franco, no pudo asentarse definitivamente en España en su ciudad natal, Las Palmas de Gran Canaria. Tenía
ya 82 años y allí permaneció hasta su muerte en 1980.
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~scensiónH ernández de León-Portilla Agustín Millares Carlo, Codicólogo
traía consigo empezó a trabajar y a publicar sin desaliento. Pronto tuvo su
primer fruto, un artículo sobre "La escritura y el libro en España durante la
dominación del pueblo visigodo", incluido en la Historia de España que
dirigía Menéndez Pidal, aunque tuvo que publicarlo con el nombre de otro
autorg. Y al año siguiente, los códices visigóticos de la catedral de Toledo
hacían su entrada en México incluidos en el libro Nuevos estudios de paleo-grafia
española, publicado por el Fondo de Cultura Económica.
En México como en España, las publicaciones sobre códices visigóticos
empezaron a ser recurrentes. Aparecían en trabajos monográficos o en libros
de paleografía. Es evidente que don Agustín, como otros muchos exiliados,
estaba dispuesto a recrear el mundo que había forjado en su juventud y dentro
de él, su primer amor, los códices. Sabía además que no existía la persona que
tomara su lugar en la codicología española y que pasarían años antes de que se
formaran nuevas generaciones. Por ello no dejó el tema, aún en los momentos
más difíciles de su vida, cuando tenía que dar muchas horas de clase y publi-car
libros y artículos de otras materias. A partir de 1952 pudo visitar España
por primera vez. Las visitas se fueron haciendo más largas a medida que el
tiempo pasaba y en cada una de ellas volvía a sumirse en los archivos y en las
catedrales, ensimismado en los viejos pergaminos con los que siempre supo
dialogar.
Pero además, en la vida del codicólogo exiliado de su país hay que recor-dar
otro dato importante, el de la capacidad de adaptación de Millares a su
nueva patria, México. Aquí se hizo mexicanista. En la Facultad de Filosofía y
Letras y en la Biblioteca Nacional organizó clases y seminarios con una orien-tación
hacia lo mexicano y se adentró en trabajos de investigación sobre
historia, filología y archivología mexicanaslO. Dada su apertura cultural, no es
extraño que admirara los códices mesoamericanos. Para un hombre como él,
tan sensible a cualquier forma de pensamiento, los códices de México, únicos
en el Nuevo Mundo, tuvieron que ser una revelación. Elaborados en materia-les
similares a los del Viejo, es decir en fibras vegetales y en cueros de
animales, la finalidad de unos y otros era la misma: guardar la memoria y
hacer posible el diálogo entre hombres de otras lenguas y de diferentes tiem-pos
históricos.
Cuando Millares llegó a México, el estudio de los códices se estaba con-solidando
como una materia con su propia hermenéutica gracias a los trabajos
de Alfonso Caso. Los tratados de este investigador sobre epigrafía zapoteca y
escritura mixteca fueron de tal magnitud que abrieron puertas a una nueva
El trabajo aparece con el nombre de Matilde López Serrano y está incluido en la Historia de España
dirigida por Ramón Menéndez Pidal, en el volumen 111, España visigoda, 414-71 1, Madrid, Espasa Calpe,
1940, p.355-378.
Entre otras cosas fundó la Biblioteca Scriptorum Gruecorum et Romanorum Mexicana. Un resumen
de Millares mexicanista se encuentra en Ascensión Hernández de León-Portilla, op cit. p. 88-95.
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Ascensión Hemández de León-Portilla Agic.ctíc7 hlillurec C'cido. C'odilic.dogo
interpretación de la historia de Oaxaca y, en buena medida también de
Mesoamérica, especialmente de la época posclásica. Millares fue testigo de la
lectura que Alfonso Caso hizo de los códices mixtecos, a partir del descifra-miento
del Mapa de Teozacoalco, en 1949". Aunque no tenemos testimonios
de que Millares y Caso tuvieran relación, sí lo tenemos de su interés por los
códices mesoamericanos. En su Álbum de paleogvafiu hispanoumwicuna
publicado en 1955, incluyó varios capítulos sobre la escritura mesoamericana,
sobre el papel y la tinta, los tlahcuilos y los textos. Y en algunas de sus visitas
a México, conversando con Miguel León-Portilla, le habló de la conveniencia
de hacer un covpus de códices mexicanos.
En resumen, la mirada desde lejos, no por ser lejana fue menos intensa.
Durante mucho tiempo, sus idas a España le facilitaron acopiar nuevos inate-riales
para sus frecuentes publicaciones tanto en México como en España.
Bastantes de ellas están dedicadas a los códices visigóticos y no faltan estudios
sobre los Beatos, los códices más singulares de la Edad Media. Voluntad y
vocación hicieron que su tarea en el campo de la codicología se consolidara.
aún lejos de los pergaminos visigóticos, en el exilio mexicanoI2.
EL CORPUS HOY
¿Qué podemos decir en poco tiempo de estos dos volúmenes encuaderna-dos
en verde?. A primera vista que es un gusto tenerlos en las manos y hojc-arlos:
podemos disfmtar de la suavidad del papel y de la elegancia del diseño
de las páginas, con sus márgenes amplios. La letra intensa y clara, invita a leer.
El primer volumen, que lleva el título de Estudio, contiene la descripción de
los 352 documentos que aparecen fotografiados en el segundo, el titulado
Álbum. Está precedido de una "Introducción" firmada por los profesores
Manuel Díaz y Díaz, Anscari M. Mundó, José María Ruiz Asencio, Blas
Casado Quintanilla y Enrique Lecuona Ribot, los responsables de que las
cinco carpetas verdes se convirtierán en libros. La descripción de cada uno de
los documentos está organizada en un repertorio conforme a un orden alfabé-tico
de las ciudades donde se conservan. Cinco "índices" facilitan al lector la
búsqueda de cualquier dato que necesite: De autores y obras, onomástica,
topográfico, de códices por bibliotecas y archivos y bibliográfico.
El Álbum es, por su parte, un tesoro lleno de detalles de interés y belleza:
11 El Mapa de Eozacoulco es un documento pictográfico con glosas en escritura alfabética incluido
en la Relacicin geograficu de Teozcrcouko. Su lectura permitió a Caso construir las genealogías de los sciio-res
de la Mixteca y poder interpretar esta misma historia narrada en los códices prehispanicos como el
Vindobonense y el Bodley.
'2 Durante los primeros años del exilio Millares publicó más en México. A partir de 1960 publicó más
en España. Vid. Moreiro, op. cit. p. 453-459.
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Ascensión Hemández de León-Portilla Agustín Millares Carlo, Codicólogo
en primer lugar llama la atención la propia escritura visigótica, apretada unas
veces, separada otras, redonda o alargada, mayúscula o minúscula pero siem-pre
llena de gracia y belleza; también gusta la caja de escritura, con las líneas
en un orden bien acompasado y enmarcada en una orla formada por grecas y
figuras pequeñas cual si fuera un hermoso marco de una pintura de caballete.
Grandes capitulares aparecen incluso en los documentos más modestos y com-piten
en belleza con los sellos de las chancillerías. Por su parte, los dibujos
contituyen en sí mismos un signo complementario del texto al que acompañan:
monasterios, monjes, reyes, ángeles, demonios, animales y plantas trasmiten el
significado de toda una época histórica y lo hacen con especial sentido artísti-co,
como muy bien han señalado los especialistas en arte medieval.
Más allá de estos rasgos físicos tan fascinantes para cualquier lector, el
Corpus nos proporciona información sobre 350 viejos códices olvidados que
se nos vuelven cercanos y accesibles. Podemos reconocer las diferentes copias
de la Biblia; de Evangeliarios y Sermonarios; de Misales y Antfonarios con
sus pneumas musicales; tenemos a la vista los textos de los Padres de la
Iglesia, los cánones de los Concilios, las vidas de santos, calendarios.
Presentes están los clásicos: Aristóteles, Galeno, Cicerón, Casiodoro, San
Isidoro, Osio. Los relatos medievales' son también parte importante del
Corpus como la peregrinación de la monja Etheria, las vidas milagrosas de
santos y hasta las diademas que deben usar los monjes; y, algo más impactan-te,
el culto y el terror al Apocalipsis, plasmado en los famosos Beatos, aque-llos
libros que ideó un monje de Santo Toríbio de Liébana en el siglo VIII,
quizá estremecido por el poder del Islam y que hoy están de moda por todas
partes. Entre los hombre y mujeres que vivieron en la Edad Media y que se nos
hacen presentes a través de estos viejos pergaminos es bonito recordar el nom-bre
de una monja que escribió una parte del Codex miscellaneus conservado
en el monasterio de El Escorial. Era ella Leodegundia. Vivía en el monasterio
de Bobadilla, en Galicia, lugar cercano al famoso monasterio benedictino de
Samos y firmó su trabajo en el año de 902. Leodegundia era hermana y viuda
de un rey, y, en sus últimos años, se dedicó a escribir este códice que un medie-valista
modermo, Manuel Díaz y Diaz ha tenido la feliz idea de bautizarlo
como Códice de Leodegundia13.
También se nos vuelven asequibles algunos documentos diplomáticos de
las cortes de Oviedo, León, Castilla y la Corona de Aragón. Del Fuero juzgo,
por ejemplo, se registran varios ejemplaresl4. En fin, hay documentos de tanto
interés como el Codex Albeldense, elaborado en el Monasterio de Albelda, en
13 Vid. Agustín Millares Carlo, Corpus de Códices visig(jticos, Las Palmas de Gran Canaria, 1999,
v 1, p.46.
l 4 Los tres ejemplares que se registran corresponden a los números 150, 169, y 193 y son, respectiva-mente,
de los siglos XI, X, y IX. Los dos primeros se guardan en la Biblioteca Nacional de Madrid y el
tercero en la Academia de la Historia de esta misma ciudad.
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Ascensión Hemández de León-Portilla ilgzi.ctín Millu~c~Cs7 udo,C odic~dogo
la Rioja, c. 975, conservado en el Escorial. En él aparecen por primera vez los
numerales escritos en la forma arábiga15. A todo esto hay que añadir la pre-sencia
de glosas en árabe, testimonio elocuente de intercambios culturales.
Un medievalista podría escribir muchas páginas sobre el método que usó
Millares para describir y clasificar sus documentos en el volumen 1 de su
Corpus. En esta ocasión me limitaré a señalar que la descripción abarca los
rasgos físicos, el contenido, la historia del documento hasta llegar al lugar en
donde se guarda y un buen número de referencias bibliográficas. En algunos
casos la descripción es muy amplia, tanto que, al establecer la genealogía del
códice, llega a trazar el stemma o árbol genealógico del documento, como en
el ya citado Codex Albeldense del Escorial, el que guarda las primeras repre-sentaciones
de cifrasl6.
Para nosotros filólogos nada más, el Corpus de Millares es como un video
que nos permite recrear la vida intelectual de la Edad Media en un extremo de
la cristiandad, la Península Ibérica. A través de él imaginamos el quehacer en
los monasterios benedictinos, el paciente trabajo de los monjes, y de algunas
monjas, en los scriptoria, cómo y para quien legislaban los reyes y las
lecturas preferidas por una elite que había hecho suya la tradición clásica cris-tianizada.
Pero, además de imaginar, sabemos que el Corpus es un punto
culminante en la codicología del siglo XX y que será un manantial inagotable
para futuras investigaciones filológicas.
Gracias a estos dos volúmenes, podemos perfilar mejor la faceta de
Millares como el codicólogo más destacado del siglo XX español. Al
recordarlo hoy pensamos que el exilio lo fortaleció, lo engrandeció y lo hizo
profundamente universal.
Collectio Canonum Hispana, Codex Vigilainu.~s eu Albeldemis. Siglo X , c. 975. En Agustin
Millares Carlo, op. cit. , v. 1 Estudios, p.5 1.
l6 Op. cit. p.52.
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