Unos recuerdos de don Agustín Millares
ANTONIOH ENRIQUEJIZM ÉNEZ
¿Qué decir sobre don Agustín que pueda ser interesante para otros? Esta
pregunta me la llevo haciendo desde que don Antonio Bethencourt me habló
del proyecto de celebrar el vigésimo año de que el maestro nos abandonara con
un número del Boletín Millares Carlo dedicado a sus recuerdos. He pensado
que lo mejor será dar suelta a las impresiones que vengan a la memoria de lo
poco que lo traté y luego traer a la presencia de los lectores algunos recuerdos
que otras personas me han confiado durante mis pesquisas de la correspon-dencia
de don Agustín, trabajo que me lleva ya ocupado unos cuantos años.
Conocí a don Agustín personalmente durante los cursos de Paleografía que
dictó cuando le encargaron el Plan Cultural, allá por 1975. Creo que fueron
unos tres cursos, que se fueron prolongando hasta unos meses antes de su
muerte, en noviembre o diciembre de 1979. Las sedes de dichos cursos fueron,
primero, la Casa de Colón y las dependencias de lo que es hoy la Biblioteca de
su gran amigo Simón Benítez Padilla, a dos pasos de la Casa de Colón; luego
creo que pasamos al edificio nuevo del Cabildo Insular, junto a la Casa Palacio
del Cabildo, en la calle de Bravo Murillo; y finalmente, una dependencia de El
Museo Canario, donde se instaló el Seminario de Filología, una vez acabada
la aventura de Secretario Coordinador del Plan Cultural. Aquellos restos de su
biblioteca irían a parar, cuando en El Museo Canario parecía que no había
cabida para él, al Centro Asociado de la UNED, al Seminario que llevaría su
nombre después de su fallecimiento.
Las clases de Paleografía fueron unas clases muy especiales, ante todo por-que
a ellas no asistía un alumnado uniforme, sino un conjunto variopinto de
personas: estudiantes de Filología como yo, o de Historia; investigadores de
58 Antonio Henríquez Jiménez
nuestra Historia, muchos de ellos ya duchos en las averiguaciones de archivos
y conocedores de los secretos de las letras cursivas, romanas o procesales; pro-fesores
de Instituto, de Historia, de Lengua y Literatura, de Latín ...; maestros
de primera enseñanza; miembros del Partido Republicano Federal, admirados
de escuchar a su Presidente entonces. Estos eran los de más edad. También
había algún arquitecto preocupado por la Historia, y más gente. Predominaban
las mujeres, a quienes don Agustín trataba con una galantería exquisita.
La seriedad y meticulosidad con que aquel anciano, ya en los ochenta,
cumplía con sus deberes de profesor eran extraordinarios. Leyendo las anti-guas
escrituras no solo aprendíamos lo concerniente a las materias paleográfi-cas,
sino todo lo que había a su alrededor: literatura, historia, costumbres,
sociedad, etc. A la par nos iba dando cuenta de sus investigaciones actuales y m
de sus proyectos. Por la clase desfilaban los trabajos y opiniones de muchos D
que habían sido colegas suyos en universidades españolas y americanas. E
Muchos días llegaba con un libro, una revista o una edición facsímil. "Mire O
n usted, señor profesor. Mire usted, señorita profesora, creo que esto le podrá
-
m
O
E servir para lo que hablamos el otro día. Con esto podrá completar su informa- £
2 ción sobre tal o cual tema" ... O te sorprendía preguntándote por un detalle más E
familiar que había captado sin darte cuenta. Recuerdo el día que llevó el fac-
-
símil del testamento de Isabel la Católica y estuvimos leyéndolo y viendo sus 3
características. Si notaba que tal libro interesaba de modo especial a alguien, - -
0
no tenía inconveniente en regalárselo. De vez en cuando aparecía con unos m
E
volúmenes de su Gramática latina, y los firmaba con toda su paciencia. A mí O
me tocó el primer tomo de su edición de Juan Ruiz de Alarcón del Fondo de n
Cultura Económica. Todavía releo con emoción la sencilla dedicatoria: "Para -E
don Antonio Henríquez, en testimonio de afecto. El editor y anotador Agustín a
2
Millares Carlo. Las Palmas, mayo 1978." Aquello sucedía en El Museo n
n
Canario, cuando yo aparecía casi diariamente para consultar los libros de s ~ i
biblioteca que trataban sobre Latín Vulgar, o sobre Latín Medieval, o sobre 3
O
Literatura, en mi cuarto año de Filología de la UNED.
Ni que decir tiene que cuando me presenté a la asignatura de Paleografía
en la UNED no necesité preparación especial. Las clases de don Agustín habí-an
surtido sus efectos.
En la última clase que nos dio nos hablaba de que nos iba a dejar por unos
meses, ya que debía ir a la Biblioteca Nacional de Venezuela para hacer un
estudio sobre libros del siglo XVI y XVII. Ya estaba planeando cómo recupe-rar
las clases a su llegada. La enfermedad lo abatió y no pudo realizar sus
deseos. Por los pasillos del Centro Asociado de la UNED de Las Palmas me
lo tropezaba cada semana, cuando iba a dar su tutoría semanal, cargado con su
gran maletín de cuero. Las pocas reuniones del Seminario de Filología, trasla-dado
de El Museo Canario al edificio de la calle de Luis Doreste Silva. fueron
Unos recuerdos de don Agustin Millares 5 9
un continuo aprender. En el mes de diciembre de 1979 tuvo que retirarse a la
casa de su sobrina Yoya.
Con motivo de la celebración del centenario de su nacimiento, en 1993, me
empeñé en desentrañar sus poemas, una obra tangencia1 de su larga vida de
estudioso. De ello he publicado algo, y aún quedan cosas por conocer, si algu-nos
amigos cumplen sus promesas. Más tarde me impuse una obligación más
ardua, la recopilación de su epistolario, las innumerables cartas que escribió
durante su larga vida. Con las que he podido reunir y con las que vislumbro
que existen, su vida y obra se me agigantan de un modo colosal. La construc-ción
de su poliédrica tarea científica y su categoría humana están presentes en
esa porción de cartas que, anotadas las más de ellas, esperan ver la luz pronta-mente.
Allí se ve su generosidad, su probidad intelectual, su sencillez, su gran
sabiduría, su humor socarrón, sus miedos y temores -que tuvo muchos-, el
amor por su familia, el respeto a otras opiniones distintas a la suya. Cada vez
que me llega un epistolario nuevo, me arrepiento de no haberlo aprovechado
más cuando lo teníamos entre nosotros. Son especialmente curiosas las cartas
que en latín ciceroniano dirigía, por ejemplo, a Alfonso Reyes.
***
De los recuerdos de algunos de los poseedores de cartas de don Agustín,
presento a los lectores partes de las cartas que me enviaron doña Soledad
Ortega Spottorno y doña María Teresa Bermejo de Capdevila, ambas alumnas
de don Agustín en la Universidad Central de Madrid antes de su exilio. La
segunda fue profesora ayudante suya en dicha Uni'versidad y, en América, bri-llante
practicante de la Paleografía. Luego presento el testimonio de dos ami-gos
que no lo conocieron personalmente, pero sí a través de sus escritos:
Monseñor Romero, del Instituto Caro y Cuervo de Bogotá, y Josefina Sabor,
Bibliotecaria de la Universidad de buenos Aires. El último recuerdo es el oral
y literario de uno de sus primeros alumnos de bachillerato recién llegado a
México, el de Carlos Blanco Aguinaga
Doña Soledad Ortega Spottorno me escribía el 26-IX-1995. Entre otras
cosas me decía:
Tengo mucho gusto en contestar a su carta del 15 del corriente y más tra-tándose
de D. Agustín, quien fue profesor mío en aquella Facultad de
Filosofía y Letras cuyo Decano fue D. Manuel García Morente. El cual, a su
calidad académica, unía una capacidad de organización que suele ser rara
entre los españoles.
Le envío fotocopia de la única carta de D. Agustín que hay en nuestro
Archivo, pero eso no es raro porque hay que tener en cuenta que la relación,
tanto la de mi padre como la de D. Agustín, como la de los demás profeso-res,
se desarrollaba en reuniones y en la vida diaria de la Facultad, mientras
Antonio Henriquez Jin~énez
tomaban café en el comedor que D. Manuel había instalado para los alumnos
que no tenían tiempo de salir a casa o preferían pasar el -día cntcro en la
Facultad [...]
Que D. Agustín tenía mucho que ver con ese Patronato de las Bibliotecas
Populares Hispano-Americanas, de la Plaza de la Villa no 2, no cabc duda
porque era allí donde nos facilitaba toda clase de fotocopias y documentos
para adiestramos a sus alumnos, futuros paleógrafos. Pero eso no es mas que
un recuerdo de alumna y yo tenía entonces 16 años.
La mejor discípula de D. Agustín en aquellas calendas fue M" Tcrcsa
Bermejo Zuaza, hoy Sra. De Capdevila. Este matrimonio, como muchos
otros, salió del famoso crucero del Mediterráneo organizado por Morcnte en
el verano del 32, y del que tenemos todos un maravilloso rccucrdo. Los
Capdevila han seguido muchos años en Caracas, desde donde ella ha segui-do
trabajando intensamentc en cuestiones documentales y palcográficas.
Doña María Teresa Bermejo de Capdevila me escribía el 15-1- 1996, entre
otras cosas:
De las preguntas que me hace solo puedo contestar con seguridad a si fue
o no Millares al Crucero del año 1933. Pues no fuc'porque estaba por enton-ces
preocupado por su salud: se tomaba el pulso con frecuencia y temía tcncr
algo de corazón.
Lo único que tengo aquí es esa carta adjuntando el programa de un Curso
de Paleografía que dio en el Arch. Histórico Nal., que fue muy concurrido, y
en el que le ayudamos Consuelo Gutiérrez dcl Arroyo y yo. También Ic envío
facsímiles de documentos que se estudiaron en dicho cursillo.
Monseñor Mario Germán Romero, Director del Departamento de Historia
Cultural del Instituto Caro y Cuervo de Bogotá (Colombia), me dice, entre
otras cosas, en carta de 3-IV- 1995:
... no he tenido tiempo para organizar debidamente esa copiosa corrcs-pondencia,
pero su petición me ha hecho comprcnder que debo acomctcr
inmediatamente la tarea de organizar ese archivo. Esto para que vea el intc-rés
que tengo en cooperar a esa obra nobilísima que ustedes tienen cntrc
manos: exaltar una de las figuras más importantes de la ciencia y de las letras
de nuestros tiempos. Tuve por el maestro Millares Carlo una admiración y un
afecto muy grandes, no lo conocí personalmente; en varias ocasiones, cuan-do
él residía en Maracaibo, le organicé una visita suya a Bogotá, dejé de
insistir cuando comprendí que a su edad podría ser perjudicial un cambio tan
fuerte de altura.
El testimonio de la profesora Josefa Emilia Sabor proviene de la carta que
esta envió al profesor José Antonio Moreiro, estudioso de la obra de don
Agustín. En ella le agradece la biografía de don Agustín, escrita por Moreiro,
Unos recuerdos de don Agustín Millares 6 1
y que yo le había enviado a Buenos Aires. Su fecha es de 27-11-1997. Dice así:
El frondoso -¡y j u g o s o ! libro que Ud. Ha escrito me ha informado,
instruido y deleitado a la vez. No conocí personalmente a Don Agustín, pues
cuando él vino a Buenos Aires a sumar su esfuerzo para que se desarrollara
el Instituto de Filología de mi Facultad, yo transitaba todavía por los grados
primarios, pues cuando nací, Millares Carlo tenía ya 23 años. Fue mucho des-pués,
y cuando comencé a inclinarme por el cultivo de la bibliografia, que
Don Agustín me escribió desde Venezuela, siendo yo directora de la
Biblioteca Central de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de
Buenos Aires, y esa correspondencia continuó, aunque en forma esporádica,
hasta que él regresó a las Canarias, definitivamente. Por eso yo no sabía
demasiadas cosas de Don Agustín. Ignoraba cómo se había desarrollado
buena parte de su vida y puede decirse que lo apreciaba fundamentalmente
por su notable tarea intelectual. Su libro me ha permitido conocer al hombre,
saber cómo se inició en la investigación y la docencia, en qué medio cultural
y familiar se formó. Lo que más me conmovió fue su vida entera signada por
la pena y el sacrificio, y el ver cómo le fueron negadas la felicidad y la paz
casi en tan gran medida como le fueron otorgados el talento, la sensibilidad,
la capacidad de investigar y las dotes de escritor y trabajador infatigable.
Recordaba leyendo su libro algunas de mis largas conversaciones con
Claudio Sánchez Albornoz. También él sufrió mucho el exilio, aunque creo
que encontró un medio más propicio para realizar su obra. Como Millares,
había perdido a su mujer española, de la cual conservaba un hermoso recuer-do.
Tampoco tuvo suerte en su matrimonio con mujer argentina, aunque en
este caso fue por los problemas mentales que muy pronto se manifestaron en
ella. También era Don Claudio un estudioso infatigable y fue capaz de reali-zar
una tarea inmensa entre nosotros, y dejar discípulos aventajadísimos,
como espero los haya formado también Don Agustín. Este paralelismo me
impresionó.
El testimonio de don Carlos Blanco Aguinaga es oral y literario. Tuve oca-sión
de charlar con él en la Casa de Colón, el 19-VI-1997, en un receso del
Sexto Congreso Galdosiano. Me dijo que fue su alumno en el Colegio Luis
Vives de México. Don Agustín Millares le daba clase de Latín a las tres de la
tarde. Llegaba tan cansado de sus trabajos diarios en otros colegios, en la edi-torial
del Fondo de Cultura Económica o en los distintos archivos y bibliote-cas,
que les decía que se fueran al patio, y él se ponía a dormir en la mesa. Lo
había conocido en Hendaya, donde su padre era vicecónsul. Me comentó lo del
intento de canje de don Agustín, ideado por Pedro Sainz Rodríguez; y creía
recordar haber asistido al entierro de su mujer, Paula. Su padre lo respetaba
mucho. Recuerda en México ir a visitarlo con él y encontrarse a un hombre
con el pijama prendido con un imperdible, en vez de cinturón, trabajando
detrás de una cortinilla, en un piso pequeño, mientras los hijos formaban un
gran ruido con la radio puesta. Siempre estaba trabajando para sacar adelante
62 Antonio Henriquez Jiménez
los hijos. Blanco Aguinaga fue después su alumno de Paleografía en el
Colegio de México, donde don Agustín profesaba también la asignatura de
Latín Vulgar.
Sus recuerdos del querido maestro y su agradecimiento los plasmó en el
cuento titulado "El profesor de latín", perteneciente al libro Carretera LZ
Cuernavaca (Alfaguara Hispánica, 1990, pp. 45-50). A pesar de situar su
infancia y adolescencia en Málaga, los datos que presenta el cuento son todos
fidedignos, pues se corresponden con la biografía del maestro. Aquello de que
habla todo el que conoció a don Agustín Millares, su trabajo incansable para
mantener a su familia (a sus hijos y a los hijos de sus hijos) hasta que le alcan-zó
la muerte, queda plenamente pasmado en el cuento. Nos dice que se levan-ta
temprano, a las siete menos cuarto, para ir a dar su primera clase de latín del
día a los seminaristas. A las once y media está en la editorial Fondo de Cultura "7
Económica corrigiendo o haciendo traducciones hasta las dos, en que va a su E
casa a comer: "Come mientras las hijas se pelean entre sí y con el hijo, que es O
n
el más pequeño. Tres veces por semana ya está en nuestra escuela a las tres y - m
O media." A las cinco y media va a dar sus clases a la Facultad de Filosofía y EE
Letras. "Pasadas las ocho, acude tres veces por semana al Colegio de México, 2
E y dos veces, de nuevo, al centro de la ciudad, donde da otra clase, la más avan-zada,
para los seminaristas." A las diez llega a su casa; cena "y, mientras los 3
hijos escuchan el radio prendido a todo volumen, se retira a un rincón de la O- salita donde, separado del resto de la casa por una cortina, sigue adelante con m
E
el trabajo de los manuscritos del XVI, abstrayéndose en lo posible de las gua- O
rachas y los bugi-bugis cuya estridencia complementan las voces de las hijas
y del hijo. Como no se acuesta nunca antes de la una, es natural que el profe- n
E
sor de latín -alto, buen mozo en su día- esté cansado y que a nosotros nos a
parezca ya un hombre viejo." Como este profesor de latín, hay otros que tam- n
bién eran ya catedráticos en las universidades españolas y para quienes la n
situación ya no es lo mismo que en su patria. Tienen que trabajar mucho y en O3
distintos sitios. También en este cuento el profesor de Latín fuma mucho,
como don Agustín. El nombre de Paula, su mujer, queda velado por el de
Adela. No así el del profesor. El cuento acaba de la siguiente manera:
"Los hijos han apagado por fin la radio, se han acostado, y el silencio es
ahora total. Don Agustín se decide sobre la dedicatoria que va a poner al libro
que prepara y, con la estilográfica que estrenó en Primero de carrera, escribe
meticulosamente:
MEMORIAE
MATRIS . CARlSSIMAE
ET . DVLCISSIMAE
PIETATIS . CAVSA
Unos recuerdos de don Agustín Millares 63
Se levanta, enciende otro cigarro, el último del largo día, y apoya la fren-te
contra el cristal de la ventana. Bajo el cielo estrellado, salta espacios y tiem-pos
y contempla, en su niñez, el Puerto de Gran Canaria sobre el sonoro
~tlántico"
El final en cursiva lo añado yo, con palabras de su amigo Tomás Morales,
cambiandolo por "la Farola de Málaga." La dedicatoria en latín pertenece a
Investigaciones Biobibliográjicas Iberoamericanas. Época Colonial. México:
Instituto de Historia, 1950. (UNAM. Instituto de Historia, no. 17). La obra con-tiene
trabajos de don Agustín anteriormente publicados en Filosofa y Letras
de México.