NOTAS
EN TORNO A LA PRIMERA CATEDRA DE LATIN
DEL ATENEO DE MADRID (CON UN DISCURSO
Y UNA BREVE EPISTOLA LATINA
DE MILLARES CARLO)
Josk A. MOREIRO GONZALEZ
Una de las finalidades que, desde su aparición hace siete años, persigue este
Boletín consiste en sacar a la luz las obras que su mentor, el Dr. Millares Carlo,
dejd ineditas. En esta ocasión nos sirve de pretexto para dar a conocer un brcví-simo,
pero exquisito, discurso pronunciado por Millares en el homenaje consi-guiente
a la obtención de su primera cátedra, cuando tan sólo contaba veintidós
años. Aquel discurso da pie, ahora, para celebrar su conmemoración.
El joven Millares terminaba brillantemente los estudios de Filosofía y Letras
en la Universidad Central de Madrid cuando corría el mes de febrero de 1914.
Ese mismo año obtenía el Premio Extraordinario de Licenciatura. ante un tribunal
cuyo Secretario era Américo Castro, y el premio de Rivadeneyra, en cuya obtención
tuvo mucho que ver el tema defendido: «la declinación latina» l.
Mientras completaba los estudios de doctorado, se creó una cátedra de Latín
en el Ateneo, su cotidiano lugar de estudios a lo largo de toda la carrera univer-sitaria.
Indeciso Millares a presentarse, se decidió al fin por los ruegos de sus
amigos ateneístas.
Las pruebas comenzaron el 27 de abril de 1915, optando a la plaza dieciséis
opositores. El primer ejercicio consistió en una traducción con diccionario de la
Muerte de Británico de Tácito, acompañada de análisis fonético, sintáctico y mor-fológico.
Un comentario métrico-critico de la Oda XVI, Libro 1 de Horacio con-figuró
el segundo, el día 3 de mayo. Antes de este ejercicio los demás opositores
planearon retirarse dada la superioridad que manifestó Millares. Aunque éste no
lo corisiiitió s610 tres opositores llegaron a los últimos ejercicios. La traducción
sin diccionario de un pasaje de la Muerte de César de Suetonio y una escena del
Eunuchus de Terencio conformaron la tercera y cuarta prueba. El tribunal con-cedió
la catedra a Millares Carlo por unanimidad el 8 de mayo *.
1 Realizó estos ejercicios el 30 de septiembre. Le correspondió por sorteo, entre
todas las asignaturas de la carrera, la de lengua latina. A lo largo de las cuatro horas
que duró su ejercicio centró su exposición en un desarrollo comparativo de las declina-ciones
griega y latina.
2 Presidía el tribunal su antiguo profesor D. Cayo Ortega. Junto a él los Dres. Artigas
y García Hugues.
De manera inmediata y entusiasta se convocó, entre los miembros del Ateneo,
un almuerzo de homenaje como demostración de la satisfacción que en aquella
casa produjo el triunfo de Millares Carlo. Curiosamente la fecha del pliego de
adhesión al homenaje es anterior en un día a la piihlicaci6n de los resultados por
parte del tribunal. Algunas de las firmas que aparecen en dicha convocatoria
vienen a destacar el buen ambiente de la formación universitaria de Millares y el
alto nivel adquirido por el Ateneo en las primeras décadas de nuestro siglo 3:
A. Vegué y Galdoni, N. Pérez Serrano, Vicente Risco, Aurelio Viñas, Jorge Gui-
Ilén, Enrique Díez-Canedo, José Calvo Sotelo, A. de Beruete, Cipriano de Rivas
Cherif, José Moreno Vila, L. Bravo de Laguna, Néstor de la Torre, Claudio Sán-chez
Albornoz, José M." de Cossío, Juan Bosch Millares, Néstor Fdez. de la
Torre, M. Muñoz Rivero, P. Franchy y Roca, Américo Castro, Luis Fernández
Ardavín.. .
Las tarjetas de asistencia fueron escritas en latín por Julio Cejador; daban
cuenta de un opíparo banquete al precio increíble de 7 ptas. el cubierto. Contenían
además los versos de ofrecimiento del acto escritos por Luis Fernández Ardavín.
Los setenta come~~salesr.e unidos en «La Bombilla» el 16 de mavo vieron
sucederse a los postres los ofrecimientos del homenaje, sin que faltara la adhesión
de los canarios residentes en Madrid por boca de Miguel Sarmiento.
A todos ellos contestó Millares con este discurso, que aun careciendo de título,
bien podemos llamar «En defensa de la lengua latina»:
«Habéis querido, amigos míos, agasajarme con este almuerzo y yo que, desde
hacie algunos días, me veo rodeado y aturdido por las pruebas de vuestro cariño.
no sé de qué modo digno de vosotros pueda agradecerlo. Quiero pensar clue estc
homenaje no se celebra en mi honor. Nunca, cuando trabajaba llevado de unas
aficiones que parecen nacidas conmigo mismo, según me duminan, pude peribdr
en este instante, el mejor y más completo de mi vida; quiero creer que nos
reunimos aquí, no para celebrar este éxito mío, sino para reconciliarnos un poco
con la lengua latina: ya es hora de que olvidemos que el latín es un martirio
de la juventud y de que pensemos, un momento, en todo lo que esta lengua
significa como ponderación, equilibrio, disciplina. Entre nosotros, la tradición
que ha mantenido palpitante en otros países la afición a las antigüedades clásicas,
se ha perdido casi por cornple~u; el que lia~ia cllas se &iik atiaíJv. cs, a los
ojos de la mayoría, un ser raro y aveces digno de lástima. Ya sé que no pensáis
así, porque visitros, en mayor o menor grado, habéis sentido alguna vez el deseo
de acercaros a los grandes maestros del pasado, para buscar nuevas orientaciones,
nuevos motivos, modalidades que rompen con la vulgaridad ambiente y remueven.
en gran parte, nuestros valores literarios.
Aquel de vosotros que en el curso de una lectura latina se haya visto dc
piuiiiu soipieiillidu poi una belleza iilespeiada esculpida en el ritmo insupcrablc
de esta lengua, comprenderá lo que digo, y comprenderá más que el conocimiento
de lo perfecto es la única y más fecunda fuente de energías espirituales
Yo no puedo negar, amigos, que estamos asistiendo a un resurgir de estas afi-ciones,
pese a los detractores inconsiderados, que se parapetan detrás del socorrido
aópico de lo útil y lo práctico, como si la vida fuera esto solo y no quisieran
dejarnos el ensueño que vale más que todo, y es humano y tiene algo de divino.
3 Para ampliar las relaciones existentes entre Millares y el Ateneo, véase en este
mismo Boletíiz, de Millares Cantero, Sergio, ((Agustín Millares Carlo y el Ateneo dc
Madrid*, núms. 6 y 7, 1985, pp. 279-283.
Ya conocéis aquellas palabras que burla burlando puso Moratín en boca de
uno de los personajes del Médico a palos. «Vd. no sabe latín, por consiguiente
está dispensado de tener sentido común». ¿Quién sabe si podrían aplicarse a los
impenitentes detrartnrer de !o gtiegc que es !E a r r n ~ n hy de !e mniem, qde es !U
armonía y la fuerza?
Y nada más, amigos míos. Mi sincero agraaecimiento para el querido maestro
que me escucha (para el querido maestro D. Cayo) y sus compañeros de tribunal;
mi gratitud profunda para todos vosotros, que al reuniros conmigo esta tarde,
cordialmente, me habéis proporcionado la mayor alegría de mi vida. Gracias,
amigos míos, de todo corazón.»
Tres días después, Agustín Millares envió a sus padres una carta en la que
contaba la celebración del banquete-homenaje. Concluía exultante con estos breves
renglones en latín:
«O pater, fratresque! Haud ita pridem oppositos permultos vici magna cum
luctatione et Athenei Matritensis publicus latinitatis magister electus sum. Quomodo,
1 . u ~ i i ~ v u i iaiu iiiiii~, hic referam quanra anima mea iaeriria esr? Non cerrissime
possum qua de causa in diebus proximis diligenter absolvam.
Valete! u