AGUSTIN MILLARES, MAESTRO'
JosÉ A. MOREIROGO NZÁLEZ
Director del Seminario "Millares Carlo"
Centro Asociado de la UNED
Las Palmas de Gran Canaria
Es posible que a lo largo de mi vida profesional no se me presente nunca
una ocasión más satisfactoria y más comprometida que ésta. Acudo a este
discurso con el enorme honor de hablar ante ustedes del asunto que más me
puede motivar. Pero lo hago después de escuchar estos días las reflexiones de
todos los excelentes profesores y compañeros que me han precedido y que tanta
información han aportado sobre la persona y el sabio a quien se tributa este
Congreso. Aparecer en último lugar dificulta mucho trasladarles a uds. alguna
novedad. Añadamos a ello que hoy debo hablar en casa, en mi casa académica,
donde inicié mi conocimiento de don Agustín Millares, y que lo hago desde la
misma mesa en que atendí a mis primeros alumnos, doce años atrás. Y que
además debo tratar la figura de un maestro, también el mío, a cuyo estudio he
atendido en dedicación extensa, que sin duda me ha hecho sobrepasar el límite
de la objetividad, tal es el cariño que su figura me inspira. Si consideramos
todos estos elementos vemos que sólo podré salir al paso con un gran atrevimiento,
y pidiendo disculpas por pretender dialogar con un gran Maestro desde la
escasa cota que en comparación suya ha logrado mi aprendizaje intelectual.
Como he empezado personalizando mi presencia ante ustedes, quiero plantear
de entrada lo que de homenaje particular tiene esta cita. Curiosamente, mi
primer recuerdo de Millares va unido al recelo. El que sentía un estudiante de
cuarto de carrera al dirigirse a un Catedrático solemne, nada menos que de la
Universidad Central de Madrid, cuyo nombre era uno de esos muchos que
pueblan la mitología escolar, y de quien cabía esperar cualquier gesto desmesu-rado.
El Director de este Centro Asociado me había comisionado para convencerle
' Conferencia de clausura del Congreso "Agustín Millares Carlo: Maestro de medievalistas"
(1893-1980), pronunciada el 21 de mayo de 1993 en el Centro Asociado de la UNED de Las Palmas
de Gran Canaria.
de que saliese al menos cada quince días de su bastión en "El Museo Canario",
y se dignase encauzarnos por los trazos de las viejas escrituras. Cuando, después
de la entrevista, salí a la calle del doctor Chil, su gentileza y amable trato me
habían ganado, pues lejos de las dificultades que esperaba hizo su ofrecimiento
con sencillez y sin exigencias.
Ya discípulo suyo, confirmé pronto su carácter comunicativo y abierto, desde
el que atraía con fuerza mi atención, pues lo conjugaba con la claridad expositiva
que concede el dominio de la disciplina que se explica. La amenidad de su
palabra nacía de los excelentes comentarios con que instruía cada perfil contextual
al que le llevaba la transcripción documental. El acceso técnico al contenido de
las láminas paleográficas, se volvía para mí casi anécdota ante el atractivo de la
explanación histórica y humana a la que su memoria era referida. Su tono de
voz pausada, su fina observación, la sutilidad de los planteamientos, su extrema
modestia y su método exacto hacían que la clase pasase en volandas. Conjugaba
los dos factores que vuelven atractivo y eficaz a un profesor: el sistema y los
modos. El primero se basaba en una intensa erudición, que sabía aproximar con
gran claridad a los alumnos, en la preparación exhaustiva del material, en su
puntualidad y cumplimiento a ultranza. Los modos se determinaban por su
deferencia de trato, por la cordialidad de su recepción, por el calor humano que
se palpaba en la clase. No es de extrañar que el entusiasmo con el que vivía las
Letras se contagiase a quienes disfrutábamos de su magisterio.
Siempre que después he buscado su permanencia en mi memoria, le recuerdo
recreando apaciblemente cualquier exposición, exquisitamente culto en su ex-presión,
dotado de finísimo ingenio, de maneras gentiles y de ánimo jovial. Pese
a lo cual, creo no exagerar si afirmo que lo que más me atrajo fue la bondad
que su persona emitía. Agustín Millares era, en el mejor de los sentidos, una
persona buena.
Quiero destacar una última observación sobre su magisterio desde mi expe-riencia
personal. Fue el influjo constante ejercido durante los casi cinco años en
que completé las investigaciones de doctorado estudiando su vida y su obra. Sin
duda recibí de sus manos el legado técnico de lo bibliográfico, el interés por los
fondos referenciales, la dedicación a facilitar el acceso a la información. Por
ello le debo incluso la posibilidad de mi actual situación profesional. Por su
medio, vía Félix Sagredo, director entonces del Seminario Millares Carlo, enlacé
mi docencia con el área de Biblioteconomía y Documentación. Por lo que
siempre seré deudo agradecido de su influjo y enseñanzas.
Si consideramos la docencia desde la solidez de 'os hechos, apreciaremos
que ésta se revela como la característica biográfica más destacada en nuestro
mentor. A ella se dedicó desde 1915, recién acabada la carrera con sólo veintidós
años, prolongándose hasta 1979, meses antes de su muerte. La docencia fue su
profesión y su "modus vivendi" a lo largo de sesenta y cuatro años. Y si él se
entregó de lleno a su cumplimiento, ella fue el asidero en las azarosas peripecias
por la que transcurrieron sus años.
AGUSTÍN MILLARES, MAESTRO 397
Su primer empleo fue, cómo no, para explicar Paleografía mientras esperaba
a ocupar en 1915 la auxiliaría de Américo Castro cuando éste accediese a la
cátedra. Ese mismo año alcanzó Millares las cátedras de Latín del Ateneo y de
la Residencia de Estudiantes. El Latín, otro de sus grandes amores, que a punto
estuvo de fijar su destino en Las Palmas, pues cuando se creó el Instituto
General y Técnico fue nombrado Catedrático Interino. Lo impidió la tercera de
sus preferencias disciplinares, ya que a causa de una enfermedad, Cayo Ortega
asintió a que el joven Agustín se ocupase como auxiliar de su cátedra de
Bibliología. Sin embargo, la garantía de solvencia económica no llegó hasta
19 19, cuando ganó la oposición de archivero municipal de Madrid, dedicación
que se añadió a la auxiliaría en la Universidad y a las clases de Latín en el
Ateneo y en el Instituto Escuela.
Resulta curioso comprobar cómo la enseñanza de la disciplina más clásica,
el Latín, va unida en la vida de Millares a las manifestaciones más evidentes de
su ideología, tanto docente como política. Latín explicaba en el Ateneo, y en el
Instituto Escuela, dependiente de la Junta para la Ampliación de Estudios,
centros éstos que irradiaron a la sociedad su convencido republicanismo, y
defendieron la transformación del sistema educativo español. Sin duda en ellos
vivió Millares su mayor protagonismo de oposición al sistema de la Restauración,
realizando incluso allí las escasas participaciones políticas activas. La Residencia
de Estudiantes supuso también el contacto con la Generación del 27, en especial
a través de las tertulias a las que acudía siempre en compañía de Salinas.
La Junta para la ampliación de Estudios vincula la docencia de Millares
tanto con la Residencia de Estudiantes, como con el Instituto-Escuela. Menéndez
Pida1 le acercó a ambas instituciones. En ellas se pretendía alcanzar una educación
completa, mediante actividades prácticas y una mayor proximidad entre alumnos
y profesores. El Instituto Escuela fue una experiencia piloto en la reforma
general de la segunda enseñanza. A través de la integración en estas instituciones
vemos cómo Millares compartió totalmente las ideas renovadoras del profesorado
más progresista. Optó por una actividad docente desarrollada en paralelo a la
investigación. Lo cual nos explica su pertenencia al Centro de Estudios Históricos,
y su entrega a la elaboración de asequibles manuales y monografías en cada
una de las disciplinas que impartió.
Cuando marchó al exilio sus actividades docentes tuvieron continuación en
centros de talante liberal. El influjo de la Institución Libre de Enseñanza se
mantuvo en México a través del Instituto Luis Vives y de la Academia Hispa-noamericana.
En ellos atendió Millares a la formación de los hijos de los
transterrados.
Debe hacerse otra consideración desde la exigencia fundamental de la en-señanza
universitaria: integrar el proceso docente con la actividad investigadora.
La función principal de enseñar obliga a investigar si se quiere lograr un estilo
auténtico. Sin investigación la docencia universitaria se empobrece. Millares
Carlo era un profesor que comunicaba bien porque lo hacía desde la actualidad
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creadora de quien se enfrentaba de continuo a la solución de los problemas
propios de sus ámbitos de investigación. Sus amores disciplinares atendieron
siempre en paralelo a enseñar y a pesquisar. La unión de la docencia y la
investigación conoció un fruto directo: transmitir aquello que antes se había
investigado. Y otro mixto, los manuales que luego comentaremos.
No podía esperarse menos de un profesor de universidad. Y menos aún de
quien como don Agustín no fue sólo profesor de una universidad, sino profesor
de muchas universidades. Su prolongada dedicación docente conoció a causa de
sus mudanzas vitales, períodos largos de tiempo dedicados a universidades bien
distantes en el espacio, en el área disciplinar, e incluso en la organización.
Ya hemos comentado el inicio profesional en la Universidad Central de
Madrid donde se había formado. Sin embargo no obtuvo en ella su primera
cátedra. Fue en la Universidad de Granada donde logró en 1921 la recién
dotada cátedra de Paleografía. La dedicación al Latín y la Bibliografía, e incluso
la profesión archivística, nunca desviaron a don Agustín de la atención a la
disciplina que realmente le atraía, la Paleografía. En Granada, Millares explicó
también Pedagogía, pues su docencia se acumulaba a la de la Paleografía,
insuficiente para completar su dedicación. El período granadino debemos verlo
como el camino indirecto para obtener la cátedra madrileña. La intermitencia
de contactos con la capital para estudiar documentos medievales, con-iisionado
por el Centro de Estudios Históricos, no era sino una justificación para no estar
sin ver a Paula, su novia, durante mucho tiempo. Así pues, el atractivo de la
Villa y Corte no era sólo científico. Este estar sin estar en Madrid fue definido
por Galindo Romero como "Paleografía sin hilos".
En 1923 Millares decidió apostar por su futuro en Madrid. Aceptó de nuevo
una Auxiliaría. Meses después moría don Cayo Ortega. Millares aspiraba a su
cátedra, pero cedió ante los consejos del Decano Bonilla y San Martín en favor
de Pedro Sáinz Rodríguez. Y desde luego porque el Conde de las Navas se
jubilaría pronto. Pero aún debería esperar casi tres años antes de alcanzar la
plaza que tanto deseaba.
Mientras tanto, en 1924 Millares vivió un anticipo de lo que, por fuerza mayor,
iba a ocupar la mitad de su vida: la profesión docente en A~néricaE. n esa ocasión
acudió a Buenos Aires como Director del Instituto de Filología. Se impartía allí
un curso con el objeto de consolidar en Argentina los conceptos renovadores de
los estudios filológicos que había propuesto en España Menéndez Pidal. Para
lograrlo era imprescindible formar un grupo de investigadores que estudiase tanto
la lengua castellana, como las indígenas argentinas. Millares sucedió a Américo
Castro en la dirección del Instituto, en su segundo año de funcionan~ientoD. urante
el curso atendió también a la Cátedra de Lingüística Romance de la Universidad
de Buenos Aires y al Seminario de Letras de la Universidad de La Plata. En el
Instituto de Buenos Aires Millares desarrolló un Seminario de Paleografía, otro
de Latín y uno más sobre "Historia del Libro". Viéndose así representadas las
principales tendencias disciplinares que siguió su magisterio a lo largo de su vida.
AGUSTIN MILLARES, MAESTRO 399
El regreso a Madrid coincidió con la convocatoria de la Cátedra de Paleo-grafía.
Durante un año se preparó para las pruebas y en julio de 1926 las superó
de manera brillante. Se abrían de este modo los tiempos de su mayor sólidez
científica, fundamentados sobre una situación de seguridad en la investigación y
la docencia, que se mantuvo hasta la llegada de la Guerra Civil. La ruptura
violenta de la convivencia en España supuso para nuestro polígrafo un corte
seco en la mayoría de las investigaciones que estaba desarrollando y, en lo
docente, la pérdida de las cátedras académicamente tan consolidadas y prove-chosas.
Agustín Millares conoció un exilio progresivo. Francia actuó de puente
tanto durante la ausencia gradual de España, como en el momento del abandono
definitivo. Al país vecino había acudido para consultar archivos y bibliotecas
con la intención de completar el Corpus de Códices visigóticos y la Historia de la
imprenta en Barcelona.
Coincidentemente estallaba la Guerra Civil, por lo que el Gobierno le retuvo
en París ocupándole en actividades de propagación cultural. La dedicación
docente a la Paleografía y al Latín medieval tuvo entonces continuidad a través
de "L'Ecole des Chartes". Cada esporádico regreso a España suponía encontrar
su cátedra deambulando, cada vez más lejos de Madrid. Primero, integrada en
el Claustro de la Universidad de Valencia, luego en el de la Autónoma de
Barcelona. Según se apartaba de Madrid se iba derrumbando cuanto había
perseguido y alcanzado, tanto en lo personal, como en lo profesional. En una de
estas idas y venidas desde Francia murió su mujer, Paula. Cuando aún faltaban
casi diez meses para el final de la guerra, Millares sabía que poco le ataba ya a
su Madrid tan querido. Y se dispuso a comenzar un exilio que nunca imaginó se
fuese a prolongar durante casi cuatro décadas.
La Junta de Cultura Española apoyó oficialmente a los exiliados republicanos
en América como testimonio de legitimidad y de continuidad ideológica. Las
armas habían derrotado a la 11 República, pero su gobierno, trasplantado en
América, quería manifestar al mundo la trascendencia cultural de la emigración.
Inmerso en esta situación, Millares encontró en México la continuidad de las
tareas investigadoras y docentes que realizaba en España. Desde su llegada se
integró en la Unión de profesores Españoles en el Extranjero, asociación de
defensa de los intereses comunes. Y participó en todas las publicaciones periódicas
herederas de lo liberal: España Peregrina, Cuadernos Americanos, Las Espurias,
Ultramar. También sus actividades docentes prosiguieron en centros patrocinados
por la Junta, cuyo ideario mostraba patentes influencias de la Institución Libre
de Enseñanza. Así, el Instituto Luis Vives y la Academia Hispanoamericana,
centros de formación para los hijos de los exiliados. Todo era poco para empezar
la vida de nuevo, y ante la obligación de mantener una casa grande, Millares
tuvo que llevar su magisterio hasta el "México City College", donde enseñó
lengua latina. Y sobre todo a la Universidad Nacional Autónoma, donde desarrolló
su principal tarea docente en México, prolongada hasta 1958.
La Casa de España, luego llamada El Colegio de México, le recibió también
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como investigador y profesor de Paleografía y de Lengua Latina. De esta
manera, el dominio del Latín se convirtió en el asidero más sólido para poder
afrontar las difíciles condiciones humanas y laborales del transtierro. En la
UNAM se ocupó de las cátedras de Paleografía y Lengua y Literaturas latinas,
fue investigador del Instituto de Filología y director del Seminario de Lenguas
clásicas, alcanzando el cargo de profesor a tiempo completo. Marcos éstos que
definen las líneas que siguió su actividad investigadora, y la índole de los
principales trabajos dados a las prensas en su primera etapa americana.
Desde la capital federal su enseñanza se irradió a muchas otras universidades
tanto de los Estados Unidos mexicanos como del resto de América Central.
Impartió cursos de Paleografía en Nuevo León, Monterrey, Querétaro, San Luis
Potosí, Puebla y Cuernavaca. Incluso fuera de México, en las universidades de
El Salvador y La Habana. Llevó sus clases incluso hasta el Comité Interamericano
de Bibliografía en Washington.
La docencia que no era sino la profesionalización de la verdadera vocación
investigadora que don Agustín pretendió en España, se convirtió en el camino
obligado para salir adelante en América. Si pudo abrirse un hueco en las enormes
contrariedades que marcó el exilio fue gracias, más que a ningún otro de sus
conocimientos o habilidades, al profundo conocimiento del Latín. A su enseñanza
se entregó en el aula y en los libros: sus múltiples textos escolares llenaron un
importante hueco en la enseñanza mexicana, tanto media como superior, en lo
referente a la Lengua y Literatura Latinas.
También su vocación paleográfica aportó, como había hecho en Espaiia,
textos docentes muy cuidados. Pero si álgo quiero recalcar, desde la presente
situación de impulso a los estudios reglados de Biblioteconomía y Documentación
en España, es cómo, desde su llegada a México, participó en las enseñanzas de
la Escuela de Bibliotecología, y en las investigaciones del Instituto Bibliográfico.
La docencia y aplicaciones realizadas en estos centros, luego prolongadas en
Venezuela, convierten a quien hoy homenajeamos, en avanzado teórico y pre-cursor
de estos estudios universitarios en España.
El guión biográfico del erudito grancanario tuvo un gran segundo capítulo
americano, el que discurrió en Venezuela. La Universidad del Zulia, en Maracaibo,
quiso contar en su claustro con la presencia de quien tenía bien consolidada
fama por su modo de hacer las cosas durante las dos décadas pasadas en
México. Venezuela conocía años abundantes por el auge de las exportaciones
petrolíferas, y podía permitirse reclutar para sus Universidades al profesorado
más competente. La invitación de la Universidad del Zulia fue tentadora, pues
la oferta podía solucionar las crónicas penurias que atravesaba la economía
familiar desde el comienzo del exilio. En el curso 1959-60 don Agustín comen-zaba
la segunda parte de su vida americana explicando las cátedras de Griego y
Latín, y dirigiendo la Biblioteca General de la Universidad. Contaba sesenta y
siete años, y la adaptación al nuevo ambiente fue difícil, por el calor, por la
soledad y por tener que encargarse de una asignatura, el Griego, que apenas
había retomado desde los años de estudiante. Si alguna aportación debe destacarse
por encima de cuantas emprendió en Maracaibo fue la puesta en marcha de la
Escuela de Bibliotecología y Archivología. Fue tal su entrega a la constitución
de este Centro que llegó a impartir siete asignaturas durante el curso 62-63. A
la vez, mostraba aún capacidad para poner en marcha el Centro de Investiga-ciones
Humanísticas.
Su experta dirección del Departamento de Bibliología y Archivología consiguió
situar en pocos años a la Universidad del Zulia a la cabeza de la Investigación
Bibliográfica en Hispanoamérica. Superados los setenta años mostraba aún ca-pacidad
para atender a todas estas labores docentes, a las investigaciones de
Archivística, Bibliografía y Paleografía, dirigía las revistas Boletín de la Biblioteca
General, Recensiones, y colaboraba en cada número de la Revista Baraltiuna y de
la Revista de Historia de América. La Escuela de Bibliotecología y Archivística
de la Universidad Central de Venezuela, el Archivo General de la Nación y la
Universidad de los Andes, en Mérida, fueron centros habituales donde impartió
cursos y dictó ciclos de conferencias. Y además mantuvo los compromisos
adquiridos desde largo tiempo con México y con España. Demasiado trabajo y
poca quietud para quién de esta manera rebasaba el límite de los ochenta años,
soñando aún con volver a casa.
En 1975, el decidido apoyo del Cabildo Insular de Gran Canaria logró
poner fin a cerca de cuarenta años de distancia. Y Millares Carlo pudo así fijar
el último lustro de su vida en la tierra de sus padres. Aún la docencia estuvo
presente de una manera regular, si bien harto breve. En el curso 1978-79 se
encargó en este Centro Asociado de la U.N.E.D. de las clases de Paleografía y
Diplomática. Por cierto, con una dedicación y entrega más propias de un novato
que de quien había gastado casi siete décadas en comunicar conocimientos a
generaciones de alumnos de tantos y tan variados países. Cuando faltó a clase
sus fuerzas estaban ya agotadas. Tres meses después muchos discípulos vivimos
la amargura de su definitiva ausencia.
Si nos vimos privados de su docencia directa, nos dejó esa otra modalidad
de docencia que supera las distancias geográficas y las temporales. Me refiero a
las publicaciones con las que un profesor dirije a sus alumnos para que profun-dicen
en las cuestiones propias de una disciplina. Y que en el caso de Millares,
entre otras cosas, supuso continuar en España su docencia cuando América se
convirtió en su casa. Sus discípulos no podían contar con el maestro en directo,
pero su magisterio seguía siendo eficaz y real.
Quiero reseñar aquí sólo las obras destacadas por su función docente, aquéllas
que han creado escuela. Comprenderán que otras, surgidas del recurrido 'pro
pane lucrando" para capear las repetidas épocas de vacas flacas, no pueden
considerarse por su menor nivel y su afán más divulgador. Por más que a través
de ellas haya cumplido también una indudable función docente y formadora.
Si tres fueron las dedicaciones docentes más destacadas en la biografía de
don Agustín: el Latín, la Paleografía y Diplomática, y las Técnicas del trabajo
bibliográfico. Estos mismos tres ámbitos han sido, en paralelo, los que conocieron
las principales ediciones de obras introductorias, compendios, síntesis o manuales.
La entrega que nos hizo de labores bibliográficas técnicas no fue sino el
exponente de su extensa dedicación a la elaboración práctica de repertorios, con
el añadido del componente docente surgido tras su adscripción al profesorado
de las Escuelas de Bibliotecología. Lo cual nos explica que quisiese llevar hasta
los alumnos un Corpus inicial de elencos bibliográficos, el Prontuurio de Biblio-grapa
General (1966), libro de consulta obligada tanto para profesionales, como
para estudiosos de la bibliografía. El dominio que poseía sobre las tecnologías
de los impresos, y su conocimiento erudito y enamoradizo de los libros le
capacitaron para producir una obra de altísimo valor, la Introducción u lu
historia del libro y de las bibliotecas (1971), de plena vigencia y uso en los
actuales estudios biblioteconómicos. Completa esta trilogía su estudio de la
metodología bibliográfica, que publicó en 1973 bajo el nombre de Técnicu de ieu
investigución bibliogrúfica. Obra ésta que explica los valores aplicativos pertinentes
para alcanzar la normalización de uso y la organización adecuada de los datos
obtenidos en la indagación sobre materiales impresos. El germen de esta apor-tación
no fue otro sino los apuntes preparados para un Curso impartido en
Venezuela en 1964, y que se tituló "BibliogrujYa e Investiguciúrz ".
En el aula se originaron también la mayoría de las publicaciones que Millares
dedicó a la Filología clásica. Sus fieles traducciones facilitaron el acceso de los
estudiantes universitarios al mensaje de los clásicos. En México, especialmente,
la dedicación a la enseñanza de las letras latinas fue la tarea de mayor continuidad
y aprovechamiento. En la Universidad Nacional Autónoma impartió cursos de
lengua latina durante veinte años, en los que atendió a todos los niveles de
conocimiento de esta lengua. Era lógico que continuase allí publicaciones de
carácter didáctico antes empezadas en España. La obra de Millares se encuadra,
por tanto, en el esfuerzo de la UNAM por incorporar los clásicos a la cultura
universitaria de México que, durante las décadas cuarenta y cincuenta, estuvo
protagonizado por la "Bibliotheca Scriprorum Gruecorum et Rornanoruin Me.ri-cuna".
Las publicaciones que Millares edito o tradujo para esta colección gozaron
todas de la indudable garantía que su gran con~petencia venía a conceder. En
sólido grupo se integran sus versiones de las Cuestiones Acadérnicus ( 1944) y De
los deberes de Cicerón; La Conjumción de CuNlinci ( 1944); La Guerru de Yugurtu
(1945) y los Frugmentos de las Historias (1945) de Salustio; las Vi&s de los
/lustres Capitanes (1947) de Nepote; y Desde lu Funducibn de Rolnu ( 1 955) de
Tito Livio.
Esta relación no conforma sino una muestra parcial de sus traducciones,
compuesta por un cuerpo de treinta y siete unidades. Que sin duda, para nuestro
propósito, se han visto superadas por la publicidad que lograron los manuales
de Lengua y Literatura Latina, productos de su afán por extender entre los
estudiantes el aprecio al mundo clásico. Su Grumática elrrnerztul de /u lengutr
latina, con seis ediciones (1935, 1936, 1939, 1944, 1966 y 1967,) y su Anrologíu
AGUST~N MILLARES. MAESTRO 403
Latina, con tres (1937, 1941, 1966), llevaron las enseñanzas de la Lengua
madre a generaciones de estudiantes. Su profundo amor por la armonía latina
produjo además una Introducción al Estudio de la Lengua Latina (1944, 1945), y
otro manual con el nombre de Lengua Latina (1962). E incluso atendió a la
belleza creativa y singular alcanzada por los romanos con una completa Historia
de la Literatura Latina (1950, 1953, 1962 y 1976), revisada y ampliada durante
más de veinticinco años.
Igualmente, la enseñanza de la Lengua y de la Literatura, iniciada en el
curso gastado en Buenos Aires, tuvo continuación en los años mexicanos. Desde
luego conocieron un ejercicio docente constante a través de manuales destinados
de forma especial a los alumnos de grado medio: así el Compendio de Historia
Universal de la Literatura (1949) complementada con una Antología literaria
(1955). Sobre todo su Literatura española hasta fines del siglo xv (1950) fruto
de la especial tendencia de Millares Carlo hacia la historia medieval propiciada
por sus investigaciones archivísticas y paleográficas.
Pero si, desde luego, la obra y la figura de don Agustín fue conocida por
alguna razón se debió sin duda a su Tratado de Paleografia, el "Millares" entre
los profesores y estudiantes. Es curioso observar cómo los trabajos que realizó
en el campo de la Paleografía y Diplomática sólo suponen una parte, pequeña si
la comparamos con el resto de labores por él emprendidas, pero que sin embargo
le llevaron a alcanzar el mayor reconocimiento científico.
La primera entrega de sus manuales llevaba el nombre de Ensayo. Publicado
en 1929 vino a ser un embrión del Tratado de Paleografia española de 1932.
Dos libros que en realidad presentan diferencia sólo en el mayor caudal de
datos que recoge el segundo, ya que su disposición y contenidos resultan bastante
similares. El Tratado se convirtió en manual básico para los discentes de paleo-grafía
española. Ya decíamos antes que su fama fue tal, que se le llegó a
confundir con el apellido del autor. El libro y la persona se convirtieron en dos
entidades inseparables. Vino a abundar en esta asociación la tercera edición de
1983, cuyo coautor, el profesor Ruiz Asencio, nos ha descrito estos días con
sobrada profundidad.
Su inapreciable labor docente en Hispanoamérica conoció también una ex-tensión
publicística. El fruto principal de este período tomó el nombre de Álbum
de Paleografía Hispanoamericana de los siglos XVI y XVII (1955), realizado en
colaboración con José Ignacio Mantecón. Aún hoy es utilizado con profusión en
el trabajo diario en el aula.
No puedo abusar de su benevolencia considerando cada una de las obras
menores que se perfilaron en el aula. Créanme si les digo que, como sucede con
la mayoría de las magnitudes de su obra, alcanzaron cifras soberbias.
Por desgracia don Agustín se nos marchó físicamente y su obra personal,
aún sin estar totalmente difundida, se cerró con su ausencia. Sin embargo, su
magisterio ha continuado. Su estímulo, junto al vigor y la fuerza de su obra,
sigue entre nosotros con plena vigencia. El ejemplo de sus trabajos técnicos, del
404 ~osÉA . MOREIRO GONZÁLEZ
detalle cuidado hasta el extremo, de la exhaustividad en la descripción de las
fuentes, de la búsqueda incansable de información nos alientan y encaminan. Si
queremos lograr resultados sólidos en la investigación y en la docencia debemos
seguir sus maneras, por más que los medios hayan variado. En este contexto
cabe una última observación sobre su docencia, si consideramos la función
primordial del Seminario Millares Carlo. Don Agustín depositó aquí sus perte-nencias
académicas en forma de un gran legado bibliográfico y manuscrito,
testimonio de una larga vida entregada al estudio. Y lo hizo para que los
alumnos del Centro Asociado de Las Palmas se adiestrasen en la investigación
o profundizasen en las disciplinas que siempre le atrajeron. La valoración de
este semillero de investigación mantiene abierto su magisterio, y define a su
obra como abierta e inacabada.
Si empezaba mi charla con referencias personales, es inevitable que retome
ese sentido para finalizarla. Me siento deudo discipular del maestro canario
entre la legión de alumnos cuyos conocimientos se vieron por su medio aunien-tados.
Insignificante entre aquéllos que de su mano se adentraron en la Archi-vística,
Bibliografía, Biblioteconomía, Diplomática, Filología, Historia, Lengua
latina, Lingüística, Literatura, Paleografía. Cuyas disciplinas impartió en centros
de dos continentes. Y cuyos resultados no pueden ser más palpables. Si nos
encontramos aquí reunidos se debe a que, de alguna manera, todos los presentes
nos consideramos seguidores de su enseñanza. La continuidad depende ahora
de nosotros, de que desarrollemos las investigaciones y los proyectos que nos
legó. De que las instituciones apoyen todas las empresas cognitivas por él
iniciadas. Y también de que el esfuerzo particular contribuya a dar salida a
objetivos dignos de las mejores atenciones.
Si mis palabras han venido a recordar lo más relevante del magisterio vital y
biográfico de Agustín Millares Carlo, han sido posibles por todos quienes han
trabajado en honrar su memoria organizando este Congreso. Gracias por recor-darnos
que su obra merece continuarse, y por buscar cómo proseguirla.
Gracias también por la amabilidad de todos los presentes. En especial de
quienes han acudido a esta convocatoria dejando tantas tareas pendientes. Pero
sobre todo gracias a cuantos con sus atenciones y trabajo permiten que la
docencia del añorado profesor haya podido continuarse después de su ausencia
física.