LOS PEQUEÑOS RIGENES
Por Antonio de la Nuez Caballero
SURREALISMO I
or qué no llorar si todas las alegrías pasaron? Tampoco
porque las inquietudes hayan cesado. Ya sé que el sexo
no lo es todo, pero lo que no es, está para alimentarlo,
reprimirlo, desviarlo, condenarlo o aprovecharlo.
SURREALISMO II
Todas las islas pertenecen a ese submundo que no siempre tiene
uno ganas de nombrar. A veces ese infierno arde y se escapa
por sus bocas. Otras está helado bajo el agua azulosa, gris-cenicienta
de los selaclos. Por eso su bandera es azul y roja, como la
que luce junto a la Ribera del Charco.
SURREALISMO III
SURREALISMO IV
Los antecedentes penales, con que ya cargaba, son los generales
de la ley para todos los que nos sentimos ligados a aquella
época. Me llevaron al Museo del Prado a los ocho años y al Jardín
de las Delicias y toda la corte pictórica de Flandes que conlleva,
se quedaron en esa corriente que me trae hacia el nuevo
Museo de Las Palmas como ante una realidad re-conocida.
La literatura pre-surreal y surreal me vino desde las Greguerías
de Ramón —en el J^uevo Mundo, su estreno de Los Medios Seres hasta
el teatro de los Millares en Las Canteras donde los niños nos
sentábamos en el suelo y contemplábamos Tictac, de Néstor Claudio
de la Torre—. Todo ello hasta desembocar en Hoja Azul, patrocinada
por nuestro catedrático de literatura, Agustín Espinosa,
y de la que me hizo responsable como director Juan Marqués—
después especializado en lenguas indogermánicas y en la
lengua sagrada de la India—, Angelina Hernández Millares, Cirilo
Benítez, Agustín Millares, Andrés Zamora... son nombre de
aquellas páginas y de aquel tiempo.
Este acto conmemorativo se nos ha quedado corto. En primer
lugar porque es la memoria la que desaparece con las últimas
lluvias.
Soy el postrer superviviente de una reunión que tuvo lugar en La
Casita en lo que hoy llaman Parque Doramas y fueron los jardines
del viejo Hotel de madera. Tres fracciones conspirativas del
arte y la más incipiente escritura nos reunimos allí. Era el contacto
de Eduardo Westerdahl y su «Gaceta», de Eduardo Gregorio,
Juan Márquez, Felo Monzón y Plácido Fleitas, y su Escuela
Lujan Pérez y Agustín Espinosa y sus alumnos, los de «Hoja
Azul», pero no todos. Tampoco estuvo en aquella reunión uno
de los artistas con más mágico embeleso de paredes de aquel tiempo,
Santiago Santana. Estaba por entonces en la Península, pero
tuvo perfecto conocimiento del pequeño acontecer isleño.
Juan Ismael, Los habitantes del
jardín, 1935.
SURREALISMO V
La explosión de este breve relato de unos oscuros orígenes se
da en el instante en que una exposición de pintura surrealista se
da en el Círculo Mercantil como una proyección de lo que ya había
tenido lugar en Tenerife. AUí me encontré con la pintura de
Juan Ismael que ya no me abandonaría jamás en el recuerdo, en
la emigración y en el regreso. El antro del Cachalote está directamente
relacionado con nuestros comunes proyectos. Una pequeña
columna que publiqué en el Hoy, elogiando la exposición, me
trajo odios e insultos.
Por entonces fue la conferencia de Agustín sobre «Media hora
jugando a los dados».
Mi rápida madurez, a la fuerza, se confunde con aquel momento
en que A. E. daba los últimos toques a Crimen. Hasta el
día de la fecha.*
AI'LANTICA 53