FÍSICA DEL
Por Emmanuel Guigon
IBRO
«Lean los objetos, a libro abierto, en voz alta.
El libro no entrega los objetos. Lean los objetos:
son ellos los que desencadenan vuestra
imaginación, ya que los libros están escritos
por otros. Si los lee en la cama, señorita, llévese
con usted siempre un árbol para leer. O
incluso en el lecho, vuestro lecho.»
Jacques Herold
Joseph Cornell, Sin título (El Cairo), c.
1939-41.
DEL POEMA-OBJETO AL LIBRO-OBJETO
(situación del libro surrealista) El surrealismo fue el punto de encuentro privilegiado entre
la pintura y la poesía, lo que explica tal vez el carácter
apasionado, ardiente, de mirada puesta por los
poetas surrealistas sobre la pintura de su época. No acabaríamos
nunca si quisiéramos enumerar aquí todos
los que, en el seno del grupo, se han divertido a pasar, según el
humor del momento, de la «main á la plume» a la «main á pin-ceau
» o de pasar a cualquier instrumento, haciendo de tal manera
irrisoria esta voluntad maniaca que consiste en etiquetar a la
poesía en los cajones de las técnicas particulares.
Durante su conferencia de prensa en Praga, el 29 de marzo
de 1935, «Situation surréaliste de l'objet, situation de l'objet su-rréahste
», André Bretón tiende exclusivamente a poner en evidencia
esta «perfecta dialéctica» que liga la poesía, en su preocupación
por hacer imagen, en su preocupación por «acceder» a la
precisión de las formas sensibles, a la pintura que al mismo tiempo
se descubre poesía. Y es precisamente en este texto que define
por primera vez su fórmula personal de «poema-objeto» como
una «experiencia que consiste en incorporar a un poema objetos
usuales, u otros, más exactamente, a componer un poema en el
que los elementos visuales encuentran un lugar entre las palabras
sin jamás hacer un doble empleo con ellos. Del juego de palabras
con estos elementos «nommables» o no me parece que para el
lector espectador pueda resultar una sensación de una naturaleza
excepcionalmente inquietante y compleja».
Al integrar objetos menudos «nommables» o no (que no necesitan
significar algo para participar al sentido del poema) a un
enunciado inacabado. Bretón pretende crear un espacio de encuentro
entre las palabras y las cosas, un vaivén entre lo escrito
y lo visual, induciendo al lector-mirador a pasar siempre de la escritura
a los signos ecónicos o referenciales, a ver donde debía
leer y a leer donde debía ver. Los objetos, en resumen, son tanto
palabras como cosas, y viceversa: son palabras sueltas, fragmentos
que desempeñan el papel de revelador los unos frente a los
otros y se van articulando en una trama de relaciones más o menos
ramificadas y más o menos complejas.
Por cierto. Bretón no es el primero en cuestionarse sobre los
«poemas-objetos» que son en parte el origen del «libro-objeto».
Así, desde 1922, en «Manifesté futuriste des paroUbres plasti-ques
». Angelo Rognoni proponía aplicar la revolución tipográfica
a la escultura y al objeto: «Desbordamiento del lirismo en la
escultura. Vamos a tener "parolibres" plásticas en las que hilos,
papel de estaño, plumas, velos, se van a añadir a las palabras. Se
va también a añadir en la parte inferior de estos últimos cuadros
o pinturas táctiles. Vamos a conseguir líricas poliexpresivas que
ATLANTICA 45
van a sumergir totalmente al lector observador en la embriaguez
creadora del poeta.» ¿No reprocha todo poeta a la página el hecho
de ser plana, de sacrificar el espacio en beneficio de la sola
superficie? ¿No es en realidad la página muy fina en relación con
el espesor de lo vivido? De ninguna manera se le podría reconocer
esta disponibilidad a la mirada y al tacto, este modo de estar
aquí, tan caracterísdco del objeto. Las «parolibres» plásücas de
Rognini y los libros-objetos de Bretón hacen estallar el libro, la
página: el texto explora el «Hors-Hvre», se inscribe sobre un soporte
inesperado, adquiriendo una presencia, una «materiahdad»
que nunca había tenido hasta entonces. Y si tal práctica viniese
a generalizarse, si los poetas ya no escriben sobre papel sobre
todo lo que les rodease, entonces no se leerían libros, pero los viviríamos
sin parar, sólo se oiría el secreto rumor de las cosas, la
superficie del mundo no sería más que la mayor biblioteca donde
cada objeto sería un poema, donde cada grano de arena, cada polvo
sería una carta devolviendo sin parar el eco de nuestra propia
voz.
El mundo podría así volverse un «libro-objeto»: un hbro donde
no hay páginas propiamente dichas, donde el soporte adquiere
una importancia igual al texto, y donde el texto se va dotando
de una presencia material. En cierto modo un anti-libro, como
esos libros-cajas que sirven a volver imposible encontrar los instrumentos
del placer, una botella o una tabaquera, por ejemplo
(Hbros que son en realidad meta-Ubros). Muy a menudo exige una
manipulación peculiar, anormal, se inserta difícilmente sobre los
estantes de las bibhotecas y no utiliza siempre el «médium» de la
escritura, como los tres «libros-objetos-poemas» (1950-51) que
Jindrich Heisler dedicó, respectivamente, a André Bretón, Benjamín
Péret y Toyea, donde cada palabra fiíe reemplazada por
varios objetos colocados de modo hneal. Se trata, en realidad, de
tres libros, presentados en dípdco (que es en cierto aspecto característico
del libro occidental); libro que se puede abrir y cerrar,
donde cada objeto sigue a uno solo, donde cada grupo de
objetos se ilumina o se lee a la luz el uno del otro. Los espacios
vacíos indican los silencios, blancos entre los objetos, blancos en-
Oscar Domínguez, Ouverture, 1935.
46 ATIANIICA
Retrato de André
Bretón, c. 1950,
por Lipnilzki- Viellet.
tre las estrofas más o menos largas, diferencia más o menos grande
de una línea de objetos a otra. En 1941 ya, viviendo en Praga
en la clandestinidad (a causa de sus orígenes étnicos), Heislcr había
realizado una serie de poemas (I^s Casemates du sommeil) compuestos
por letras recortadas en los periódicos que acompañan objetos
diminutos pegados sobre grandes folios: «bolas de naftalina,
golletes de botella, caramelos, azúcar y carbón reducidos en polvo,
utensilios varios de casas de muñeca». Pero, en 1950, exiliado
en París desde el golpe de Estado de Praga, a causa de las dificultades
lingüísticas, experimenta este nuevo lenguaje jeroglífico,
abecedario de la primera edad, universal, medio de expresión
para él, más manejable que lo escrito. Con estos tres libros-objetos-
poemas se cumple la reificación total de la expresión, resultado
lógico de un proceso iniciado por Duchamp. Creemos encontrarnos,
en IJ)S viajes de Gulliver, con los sabios de la isla de Li-liput
cargando sacos con toda una serie de objetos heteróclitos
que les sirven de palabras, lenguaje deíctico donde lo mostrado
basta a la palabra, lenguaje mudo: cuando Harpo Marx muestra
un esturión verdadero, en lugar de pronunciar la contraseña «esturión
», admite la separación del significado y de su referente, y
hace también un acto poético, cada objeto pudiendo ser captado
a la vez en su realidad objetiva y en su dependencia, en su inestabilidad
crónica.
Los tres libros de Heisler provocan la destrucción del código,
la sumisión del sujeto al significado: son «escándalos de la inteligencia
», por tal medio el autor se propone romper la calma mental
del lector y afirmar la potencia total de la analogía: se trata
de «desgarrones» que desvían al libro hacia una lógica imposiHe,
hacia la ruina incontestable del sentido positivo. Ya no responden
sólo al objeto-poema o a la poesía visual, sino también piden
ser leídos con los ojos cerrados, haciendo una llamada al sentido
del tacto. Porque ver (o leer) es asimismo una experiencia de la
mano: «cogemos» las palabras del otro, las «retenemos», «apoyamos
» su razonamiento y precisamos nuestras relaciones con él
con la ayuda de adjetivos que designan en primer lugar valores
táctiles. Ahí llega la época de los libros tiernos, bien o mal educados,
protegidos por las miradas a distancia, libros a honrar y
a acariciar sin cesar, como este número de la revista WV, en el
que Frederick Kiesler introdujo una alambrera que cerca una
«forma gemela», en marzo de 1943: «Colocad vuestras manos
por ambas partes del enrejado metálico. Macedlas corred simultánea
y suavemente de arriba hacia abajo, dedos y palmas en contacto
constante. ¿Sentís algo inhabitual?» (The twin-touch test). Pensamos
también en los libros-objetos realizados por Antoni Zydron
a partir de láminas de madera muy alargadas, generalmente cubiertas
de materiales variados, pieles pintadas, adornos varios,
etc.; y a la exhortación de Duchamp sobre la tapa del catálogo
El surrealismo en 1947, cruzado por un hermoso pecho de grumete:
«Se ruega no tocar». El vuelco a lo prohibido da aquí una obligación
divertida. El libro de Duchamp está del lado de la transgresión
del orden museístico, ligado a la ausencia del tacto: se
dice al niño «¡no pongas tu mano ahí!» y se viste a las obras maestras
del vidrio, como su tuviésemos que protegernos de un olor
a excrementos. El fetichismo de lo visual es inherente a nuestra
cultura denunciada por Duchamp, ya que es sin duda de su imagen
óptica que un objeto recibe su estatuto de realidad, no de su
valor táctil y olfativo que supone un contacto fisico o una aproximación
del objeto. De lo único que nos acordamos del futurismo,
«al lado de proposiciones muy decepcionantes, demasiado a
menudo dictadas por el deseo de asombrar y emular», es precisamente
la posibilidad de definir un arte puramente táctil que tiende
a aprehender el objeto por medios primitivos y a derribar lo
que puede haber de tiránico y de decadente en el imperio de la
vista (Génesis j perspectiva artísticas del surrealismo, 1941). Si el objeto
es realmente «lo que se resiste al espíritu», es menos por su materialidad
—lo que se llamó su materialidad - que por la imprevisible
piel eléctrica que la reviste y que una mano enguantada
acaricia en la más suntuosa abundancia de imágenes.
Todavía un montón de libros se dispone a naufragar en las
redes de la vida desordenada por el balanceo. Así ese «Libro que
ha permanecido en el mar», «objeto encontrado» por Leonor
Fini, incrustado con madrésporas y conchas, sobrecargado de algas
y percebes, devorado en profundidad por el bullicio de las
olas, las páginas pegadas por la sal, verdaderamente hermético:
cavado en la masa profunda de las canteras del silencio, nos parece
más rico en aventuras que el día de su inmersión. «Todo residuo
al alcance de nuestras manos debe considerarse como un
"precipitado" de nuestro deseo», escribía Bretón en 1936, en el
catálogo de la «Exposición de objetos surrealistas» donde está representado
este libro. El nombre de «Columbus» (Cristóbal Colón)
que lleva la carátula traicionaría tal vez el sentimiento de «distancia
absoluta» del famoso navegante al descubrimiento del Nuevo
Mundo Colón, para llegar al nuevo mundo continental, hizo
suya la regla del «distancionamiento absoluto»; se aisló de todas
las rutas conocidas, se entregó a un océano virgen, sin tomar en
cuenta los temores de su siglo; hagamos lo mismo, procedamos
por «distancionamiento absoluto»; no hay nada más fácil, basta
Ari.AMicA 47
Foto por Jindrich Hnsler. Lme-objet-poeme por André Bretón, 1950.
probar un mecanismo en contraste con el nuestro» (Charles Fou-rier:
La Fausse Industrie). El libro que procede por «distanciona-miento
absoluto» es también el pariente más cercano del baúl de
los tesoros: evoca los juegos del vaivén entre lo abierto y lo cerrado,
lo de fuera y lo de adentro. Cajas-estuches, cajas de recuerdos
y de placeres que conservan la memoria de misteriosos
viajes y olores edulcorados y desconocidos los más exóticos y los
más embriagantes. Entre otras cosas es lo que dicen los niños
cuando cavan en el espesor de las páginas escondites secretos.
También es lo que nos dice Joseph Cornell en algunas de sus cajas
donde a veces los collages de palabras y los versos producen efectos
comparables a los de los poemas-objetos de Bretón. En las Memorias
inéditas de la señora Condesa de G (en 1940), Cornell encerró
en una cajita redonda una serie de versos recortados en los poemas
en francés que puso luego en sobres de plástico rígido, de tal
manera que se pudiese sacar los versos y juntarlos en una serie
prácticamente ilimitada de poemas accidentales (a la manera de
Tzara para hacer un poema dadaísta), prefigurando así las «Cent
mil milliard de pocmes» de Queneau). Lo que queda del libro se
ha volcado totalmente del lado del juego —el gran juego— y del
anaghfo: es dentro de ese misterio en suspenso de un mundo desesperadamente
nostálgico y extrañadamente familiar que estriba
el poder fascinante de las obras de Cornell, impresor-escaparatista
de los sueños y de los encantamientos.
Pueden ser igualmente considerados como cajas algunas «encuademaciones
» realizadas a partir o alrededor de libros surrealistas,
para servirles de caparazón o de letrero: por su materialidad,
su peso, el libro deriva entonces del lado del objeto, escapando
(un poco) al carácter inmaterial del texto. Una pelota de
browning hizo estallar los cristales-espejos de Prohibido saber de Paul
Eluard, con una encuademación realizada por Georges Hugnet,
en 1936 (Hugnet había abierto en 1934 un taller de encuademación,
calle de Bucci, con el rótulo del «Libro-objeto»). Esta actividad
fue presentada por Benjamín Péret en el número 10 de la
revista Minotaure (1937), donde se reprodujo también un poema-objeto
de Bretón (Pour Jacqueline). «La mujer desnuda y perfecta
exalta la mujer elegante y maquillada con esmero. Las encuader-naciones
de Georges Hugnet —que son más bien construcciones
fantasmales alrededor de los libros las preparan y las maquillan
para el mayor y más bello baile de su vida.» Así él dice: «El
libro llena su objeto. Lo llena hasta que estalla, porque los cristales
se estrellan bajo las balas lanzadas desde el interior, y el mercurio,
escapado de los termómetros, marca una temperatura canicular.
Ya nada más se opone al libro rodando, para que lleve
en su estela los millares de gaviotas del deseo aproximándose a
la isla elegida.» Aun cuando el texto pre-existe a su tratamiento
objetivo, el libro aquí no es más que un mero «libro ilustrado»
que podría beneficiar del único valor comercial más fácilmente
atribuido a las obras plásticas (como lo piensan los incondicionales
turiferarios del «libro-pobre» que sólo ven ahí «desviación
bibliofílica» con el pretexto de que tales obras no tienen el precio
del libro de bolsillo).
Acerca de los libros-objetos de Georges Hugnet, podemos
mencionar la encuademación realizada por Paul Bonet para Fa-cile
de Paul Eluard. Más que un libro de poemas, se trata de una
obra ejecutada con varias manos, donde el libro es algo totamen-te
diferente a un simple soporte de texto verbal que desempeña
el papel modesto de partitura. En la edición de 1935, el sentido
se desarrolla en el cruce de las intencionalidades y de los deseos,
en la reciprocidad de los medios empleados por el poeta, el fotógrafo
(Man Ray) y el tipógrafo (Guy Lévis Mano), creando de tal
manera todo un juego entre lo dado para leer y lo dado para ver,
despertando todos los registros de lo escrito, de lo icónico y lo
táctil. En la encuademación de Paul Bonet para el ejemplar personal
de Eluard, dos guantes se tocan, inflados por una presencia
invisible, engarzados en un decorado dibujado según la silueta de
las manos de Eluard. «T'cs- tu deja prise par la main / As-tu deja
touché les mains / Elles sont petites et douces / Ce sont les mains
de toutes les femmes / Et les mains des hommes Icur vont comme
un gant.» El libro evoca la matriz cuando, a pesar del formato
inhabitual y la naturaleza peculiar del ajuste, el conjunto ofrece
toda la apariencia del objeto-libro. Actúa sobre la regresión fetichista
(los dos guantes habían pertenecido a Nush) y sobre la metamorfosis
del cuerpo seccionado por la violencia del deseo que
busca a reconstituir un espacio y a «rehacerse en palabra». Rindiendo
homenaje a Paul Bonet, Valéry va a hablar de la «fisica
48 AIIAN'HCA
del libro», no en el sentido de «ornamentación», pero más bien
de aeción de un género particular, de un acto de amor y de transformación
hecha por el encuadernador sobre el libro; y Eluard
va a evocar a continuación «un libro fijando el punto de oro de
la memoria. Luego el olvido en los ojos que no saben leer». (Paul
Bonet. Librairie Blaizot, 1947)
El lenguaje poético, para Eluard, debe estar compuesto por
cosas palpables; su campo de intervención reside precisamente
en este espacio material, tangible donde las palabras se inscriben
concretamente a la superficie de la página. Para Frangois Di-Dio,
uno de los primeros editores de libros-objetos, «Eluard fue el primero
en hacerme comprender que la poesía es un fenómeno físico
donde debe resolverse el pensamiento, y que el libro es un
objeto que vehicula la poesía del cuerpo. A partir de esta enseñanza,
he intentado cristahzar libros que, encima de su composición
tipográfica, al nivel del tacto, de la transparencia, del sonido,
detentan un poder de presencia continua». (l£s Uttres Nou-velles,
3 de mayo de 1979). Al margen de los libros- objetos editados
por Di-Dio y concebidos por Duchamp (un «reloj de pared
de perfil» para El inventor del tiempo gratis de Robert Lebel), por Ma-gritle
(un «abecedario de las revelaciones» para L'Aube a Vantipode
de Alain JouíTroy) y por numerosos artistas surrealistas (Matta,
Luca, Baj..), podemos mencionar, para terminar, la «Boite alerte
pour missives lascives», imaginada para el catálogo de la «Exposición
Internacional del Surrealismo» de 1959, y el estuche realizado
en 1974 por Jean Benoit para el manuscrito original de
Campos magnéticos: bajo una calavera descubrimos la cabeza de un
viejo sonriendo mientras que un pequeño esqueleto se parte de
risa masturbándose en una especie de desafío hacia la muerte.
«NO SOY DE LOS QUE QUIEREN LOS LIBROS
POR LOS LIBROS» (situación surrealista del libro)
¿A pesar de todo es posible hablar del «libro surrealista» como
se hablaría del «libro futurista», por ejemplo, los libros escritos
por los surrealistas son muy a menudo semejante por su aspecto
material a los otros libros de edición corriente o de lujo? Respecto
al Hbro dadaísta, existe sin duda alguna una cierta normalización
o aceptación de las normas. Así, desde el principio del movimiento,
la presentación de la revista IM Revolución Surrealista
(1924-1929) es objeto de numerosas discusiones (¡Desnos proponía
que fuese impresa sobre fohos de formato desigual!). En definitiva,
dejando aparte el color agresivo (rojo anaranjado) de la
cobertura, la presentación va a ser más sobria, sin ningún adorno,
sin carácter sofisticado: el modelo sugerido por Naville es una
revista de vulgarización científica, IM Naturaleza, modo de marcar
Cnsí ( | ) i . i . \ \ ^ '
Joseph Corncll, Natalité.
'TKCK^'
IM puerta de la galería Gradiva (1937), diseñada
por Marcel Duchamp.
AHAMICA 49
la distancia tomada con el lado «modernista» de Dada. No es el
material que se encuentra aquí condenado, que sea «pobre» o
«rico»: es el tipo de relaciones que suscita, que permite (o no permite)
provocar «el ascenso a lo sutil» por «su separación de lo espeso
» (Bretón, a propósito de Benjamín Péret).
El «libro terminal» al que todo surrealista sueña está en cierto
modo desplazado por influencias más fuertes: «Yo pretendía
que el mundo acabaría, no por un hermoso libro, sino por una
publicidad de "Le Ciel et L'Enfer" (Manifiesto del Surrealismo,
1942).» El libro surrealista es un «libro peligroso» como lo querían
Bretón y Soupault en IJ)S campos magnéticos. Los libros peligrosos,
a la imagen del segundo volumen de la Poética de Aristóteles,
en En nombre de la rosa, de Umberto Eco, o además en estos
dos libros escolares que se convierten en revólveres en Un perro
andaluz: «Le personnage des mantelets, menacant l'autre de ses
armes, le forcé au "hands up!", malgré son obéissance, décharge
sur lui les deux révolvers» (escenario de la película). Los libros escapan
entonces «a través de ese deseo de no querer tener nada
en común salvo el espacio y los caracteres de imprenta con cualquier
otro»: libros no torturados a la superficie, como ciertos «libros
de artista», pero cizallados desde el interior, libros desconcertantes,
«como la reconstitución increíblemente minuciosa de
una escena de crimen a la que asistirnos soñando, sin que nos interesen
lo más mínimo ni los móviles ni el nombre del asesino»,
por lo que Max Ernst hace caer la máscara que cubre «los cien
primeros rostros del hada» (A. Bretón, «Aviso al lector» para La
Mujer a las cien cabezas).
ceJ texiat/nó dLL
La escritura poética tiende, en definitiva, a reconocer en la
palabra la capacidad de volver las cosas ausentes, a suscitarles hasta
su desaparición silenciosa. Escritura originaria, lengua muda,
se escapa a la visibilidad de la lectura, se inscribe entre las palabras
y las cosas, o más bien cruza la ausencia que les hace jugar
sus diferencias, en el interlíneas de las palabras, en el interpala-bra
al cuerpo. Propone otro cuerpo, un cuerpo re-hecho como
en la sexta habitación de Matrimonio del Cielo y del Infierno, de VVi-
Uiam Blake, donde los hombres «tomaban el aspecto de los libros
y formaban bibliotecas». («Existe peligro para el cuerpo al leer
mis libros», escribía Arthur Gravan en Ahora). Expresión del deseo,
el «libro surrealista» aparece como un Ubro ausente donde
ninguna edición va a revelar la forma material: «Qué maravilloso
libro he leído anoche! No se leía sobre las líneas, sino sobre la
gama coloreada de rombos y el poema sólo era la descripción
que yo hacía de imágenes situadas dentro de los mismos. Yo no
podría encontrar de nuevo las líneas rectas y todo se mezclaba,
cortado por hermosas flores a las que he sabido, esta noche, dar
su verdadero nombre.» (Paul Eluard). El libro surrealista evita las
metamorfosis definitivas, probablemente porque cambiar de forma,
optar por un reino más que por otro, no es nada más que
cambiar de en\oltura. Es lo que siempre está «atrasado» de una
presencia y que se precipita en el mismo lugar, ofreciéndose a veces
a los colores del arco iris como en este párrafo de Diari 1918,
de J. V. Foix: «Te sorprendí cuando tu nuevo amante te entregaba
un estuche magnífico. Por cierto, no era un estuche sino un
libro; además, no era tu amante sino yo mismo que te regalaba
^vxÁ/ruM.
ou J1 ^ VI c f a/y loJk.
Foto por Man Roy, L'Ocean Glacial: poeme-objet de
A. Bretón, fechado en 1936.
- ^ - • ' ^
Poeme-objet, 1941.
50 AriA-NTicA
Folo por Georges
Hugnet, Livre-objet,
1937. (Libro de
Raymond Roussel:
Locus Solus.
esta caja de tubos de acuarela con los colores del arco iris (...)
¿Qué es lo que podría sorprenderme cuando hoy día vi saltar de
repente la tapa de mis libros y descubrí la putrefacción cancerosa
que destroza sus entrañas?» Si permanece incomprensible y si su
presencia no es verificable, el libro no cede, sin embargo, nada a
los objetos los más ordinarios. Conserva sus tres dimensiones, su
peso, todo lo que le permite a una cosa de ser una cosa, de tener
una realidad absoluta delante de la que sentimos tal certeza, tal
satisfacción, respondiendo al más oscuro de los deseos, juntándose
tal vez con las nostalgias las más profundas. De tal modo,
en la introducción al discurso sobre lo poco de realidad, verdadera
introducción al surrealismo, escrita en 1924, Bretón se había
propuesto fabricar y poner en circulación objetos oníricos,
sin utihdad, sin valor estético, tal como un «libro bastante curioso
» que descubrió soñando en el mercado de Saint-Mab. «La parte
trasera del libro estaba formada por un gnomo de madera cuya
barba blanca, esculpida a la manera asiria, bajaba hasta los pies.
El espesor de la estatuilla era normal y nada le impedía, no obstante,
hojear las páginas del libro, que eran de lana gruesa negra.»
Se apuró en comprarlo, pero se decepcionó al no encontrarlo
al despertar cuando decidió realizar «ciertos de estos objetos que
sólo vemos en los sueños y que parecen tan poco defendibles bajo
la relación de la utilidad como bajo la del adorno», 'l'alcs objetos,
por su existencia tangible, podrían dar un valor concreto a
lo imaginario, rechazando los límites de «lo poco de la realidad»,
desacreditando «los seres y las cosas de la razón». El libro-gnomo
sólo tiene interés en la medida en que «falta a su lugar», donde
corresponde a una práctica escandalosa frente al orden de las
realidades «factuales» y a una práctica mimética ante la escenografía
originaria del sueño. Bretón va a desarrollar a menudo un
proyecto similar, en particular en el texto inaugural de la Galería
GRADIVA, de la que fue presidente en 1937. «Hemos soñado
en un lugar sin edad, cualquier fuera del mundo de la razón, donde
algunos de los objetos fabricados por el hombre que perdieron
su sentido utilitario no lo han encontrado todavía o se han alejado
de él sensiblemente (...). Finalmente hemos soñado en un paraíso
de los libros —con pocos elegidos— donde los estantes para
colocarlos sean realmente rayos de sol. Condición especial de estos
libros: que valga la pena leerlos, que a partir de ellos se haga
la sustancia fosfórica de lo que tenemos que conocer y amar, de
lo que nos puede hacer actuar ya no hacia atrás sino hacia adelante.
» Con Gradiva, «la que avanza», hermosa y lista para confundirnos,
lo que podría ser «la belleza de mañana», aquella de
todos los presentimientos que se adorna «con todos los fuegos de
lo nunca visto», ya no se trata de justaponcr sobre unos estantes
o sobre cimacios libros y cuadros, sino reaUzar la transformación
poética de un lugar, de transformarlo en un objeto poético, un
interior lírico. Almacén para objetos, según Paul Eluard, en una
de las «Cartas a Gala», la galería es asimismo un objeto surrealista
en el que se entra por una puerta de vidrio concebida por
Duchamp: un hombre y una mujer abrazados se perfilan en el
umbral de la puerta, dibujando una silueta única que nos hace
descubrir el indisoluble lazo entre lo interior y lo exterior, entre
lo abierto y lo cerrado. La puerta con rostro doble, sin manilla
a la cual asirse, nos zambulle en la curiosidad experimentada ante
un lugar desconocido que hace cruzar las sombras que queremos,
las palabras que deseamos comprender con medias palabras.
«Sigo reclamando palabras, al interesarme sólo a hbros que
se abandonan batientes como puertas, y de las que no se ha buscado
la llave» (Nadja). El libro surrealista es sin duda a la vez «libro
abierto» sobre las profundidades del yo y «el libro batiente
como una puerta» por el que penetra el espectáculo del mundo.
El orden del texto y el orden del mundo, aunque exteriores el
uno al otro, no paran de hacerse eco y de contestarse, como si
se manifestase una inagotable complicidad entre las formas escondidas
que la escritura organiza y la cara escondida del mundo,
más allá de su geografía real. Pero esta manera de aprender
el libro-mundo, expresada en el azar objetivo, permanece ligada
(en Bretón) a una concepción de lo surreahsta que, por insondable
que sea, existe en alguna parte. El libro se sitúa paradójicamente
en el libro y no se limita al hbro: él es la vida, él es el encuentro,
él es el acontecimiento, y al haber sido todo esto, no
para de devenir, de estar a venir, de ser el libro resultante de otros
libros y llamado a engendrar aún más libros, de ser por fín, el
Hbro-labio, el gran libro de los orígenes que se abre sobre el desgarrón,
sobre la involución desde su comienzo.
«Entre toutes la religieuse aux lévres de capucine
Dans le car de Crozon á Quimper
Le bruit de ees cils dérange la mésange charbonniére
Et le livre á fermoir va glisser de ses jambes croisées.»A
André Bretón, Pleine Marge (1940)
AILANTICA 51
'^!É#^v^r435r^"'«;p'ws^ "'
\