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CUESTIONES
PRELIMINARES
¿Existe un carácter,
una cualidad, un síntoma
con el que podamos definir
nuestra época? Esta es la
cuestión que intentaré responder
en estas páginas. La
tarea no es fácil porque la
pregunta, tras la aparente
simplicidad de su formulación,
encierra muchas complejidades
teóricas. Intentemos explicitarlas: primero, ¿qué
significa «época» y. sobre todo, cómo es posible definir la
«nuestra»?; segundo, ¿es lícito etiquetar periodos de la historia
con motivos generales o genéricos? (y consecuentemente,
¿deberán ser coherentes entre sí dichos motivos para ser
reconocibles?); tercero, ¿por qué buscar un carácter para definir
una época? ¿es admisible separar tan netamente unos bloques
históricos de otros?; cuarto, ¿con qué criterio descubrimos
dicho carácter? ¿en qué ámbito lo buscamos: en la psicología
de la gente, en la historia política o económica, en la estructura
Of la sociedad, en las formas de pensamiento, en las artes o
en las ciencias?
Comencemos por la cuestión de la «época». Me parece que
puede aplicarse al problema un criterio de buen sentido. Mi
propuesta prima la «emergencia» de algunos fenómenos frente
a la conducta habitual de otros, que no provoca ninguna «exc'i-tación
» en la sociedad. Metafóricamente, se podría contemplar
el conjunto de la cultura como un índice bursátil. Hay títulos
soüdos que siempre han funcionado y funcionan bien; ellos no
caracterizan un sistema determinado. Hay otros que de repente
suben o bajan: son los que dan nombre a una cierta orientación
del mercado debido a la «exc'itación» que provocan con
respecto a la tipología de las acciones y al público de los operadores.
El segundo problema, el de la legitimidad de etiquetar una
época con una serie de motivos dominantes, deriva del precedente.
Mi propuesta trata de resolverlo partiendo de la idea de
que los fenómenos culturales se constituyen en «series» o «fa-nnilias
» sobre la base de dependencias recíproc'as. Por ejem-
NEOBARROCO
por
OMAR CALABRESE
pío, no se podrá negar que
el periodo decimonónico de
la Restauración asiste a la
aparición en la escena europea
de una serie de acontecimientos
culturales, económicos
y políticos que conducen
a la ¡dea de una «vuelta
al orden» continental. Todo
lo que sucede después de
1815 no es coherente con
este proyecto, pero sí lo son
muchos acontecimientos y,
por eso, es lícito reagriiparlos. Además, puesto que el concepto
de la Restauración es el triunfador y el más difuso, es muy
posible definir como restaurador un cierto periodo del siglo.
Variando el punto de vista, los grupos sociales interesados y
el objetivo disciplinar, también podremos definir como «cualidad
» de la época alguna otra c'osa, por ejemplo, un nuevo espíritu
intelectual progenitor del romanticismo. El problema, pues,
reside en definir con precisión la legitimidad del punto de vista
elegido y, sobre esta base, articular el criterio de coherencia
de los fenómenos analizados.
Con esto, hemos contestado implícitamente a la tercera cuestión,
la de la unicidad. Si el carácter de una época depende
del punto de vista y de la regla de pertenencia, es evidente
que no habrá un solo C'arácter, sino muchos. Y éstos podrán
convivir también entre sí. (Aquí se vislumbra la discusión acerca
de una de las ideas fundamentales de Michel Eoucault, la
idea de «episteme». Según Eoucault hay épocas en las que el
cambio de mentalidad es tan radical que se puede hablar de
una ruptura en relación al pasado, de una especie de zanja que
separa un modo de pensar de su pasado y que puede llegar
a hacerlo desaparecer.) La perspectiva que sugiero entiende el
modelo foucaultiano de manera elástica. El criterio de las «epis-temes
» como horizonte teórico es aceptable si no se fuerza, puesto
que las situaciones concretas se revelan después sustan-cialmente
complejas y no unívocas.
Estas reflexiones últimas nos llevan al último problema, el
criterio de análisis. El criterio al que me referiré, y que propongo
aquí sin discusión por falta de espacio, es el siguiente.
Examinaré objetos culturales dispares entre sí: literatura, pin-
H
tura, arquitectura; cine, música ligera, televisión; teorías científicas,
tecnologías, pensamiento filosófico. Consideraré tales objetos
como objetos de comunicación y, por consiguiente, dotados
de una forma y de una estructura subyacente. La idea clave
es que se pueden encontrar «formas» comunes en fenómenos
sin ninguna relación aparente o explícita entre sí. Partiendo de
textos procedentes de los ámbitos que sean, incluso, muy diversos,
se puede apreciar una «recaída» de algunas estructuras
subyacentes de unos en las de los otros. (El concepto de «recaída
» está tomado de Severo Sarduy, que, al estudiar el Barroco
histórico, ha relacionado aspectos de la ciencia y del arte
y ha observado, por ejemplo, que la forma en la que Kepler
ha descubierto la órbita elíptica de los planetas no es diferente
de la que subyace en la poética de Góngora, en los cuadros
de Caravaggio o en la arquitectura de Borromini.)
El término «neobarroco»
En el ámbito de las artes, existe una especie de término
passe-par-tout que ha sido muy utilizado para definir el espíritu
de la contemporaneidad: la manida etiqueta de «postmoderno
», que ha perdido su significado originario y que se ha convertido
en el eslogan de operaciones creativas muy diferentes
entre sí. Además, se trata de una palabra que es, a la vez, equívoca
y genérica. Equívoca porque se aplica en tres ámbitos diferentes
entre sí. En arquitectura, «postmoderno» significa la
rebelión contra los principios funcionalistas y racionalistas del
Movimiento Moderno. En literatura, (juiere decir fundamentalmente
antíexperimentalismo, y en el arte, antivanguardismo. En
filosofía, coincide con la crítica de una cultura fundada sobre
narraciones que se convierten en prescripciones. A este respecto,
conviene citar un pequeño libro de Jean-Fran^ois Lyo-tard
(padre del postmodernismo filosófico), Ije postmodeme
expliqué aux enfants, en el que el filósofo francés recorre siete
años de moda postmodernista y denuncia el intento de convertir
lo postmoderno en un «look» o en un estilo de pensamiento
que se sitúe contra o después de lo moderno.
La generalidad es una consecuencia de las notas precedentes.
¿Es suficiente un programa (por ejemplo, la reacción
frente al proyecto moderno) .para definir en conjunto fenómenos
tan complejos como el arte, la ciencia y la sociedad contemporánea?
;Es suficiente la declaración del fin de la vanguardia
y del experimentalismo para caracterizar los objetos
llamados «postmodernos»? I ^ interpretación exige algo más, reclama
como mínimo una descripción coherente de lo que se
está hablando y una aclaración de las formas mismas de describir.
En consecuencia, propongo una etiqueta diferente para
algunos objetos culturales de nuestro tiempo, y esta efiqueta será
la palabra neobarroco.
Defino «barroco» no sólo y no tanto como un periodo determinado
y específico de la historia de la cultura, sino como
una actitud general y una cualidad formal de los mensajes que
lo expresan. Desde este punto de vista, puede darse el barroco
en cualquier época de la civilización. El barroco es, en definitiva,
casi una categoría del espíritu que se opone a lo «clásico».
Por otra parte, los dos conceptos siempre se han opuesto; baste
pensar en los escritos de Wolfílin, de Focillon y de D'Ors al
respecto. Me parece que la oposición entre los dos términos
se puede replantear en el ámbito del gusto contemporáneo y,
más específicamente, en el de los juicios de valor. Al referirme
a lo «clásico» hablo fundamentalmente de categorizaciones de
juicios orientados fuertemente a la estabilidad y al orden; en
cambio, entiendo el «barroco» como categorizaciones de juicios
(lue «excitan» sensiblemente el orden del sistema, lo desestabilizan
en alguna parte y lo someten a turbulencias y fluctuaciones.
KAKIKA HAJAMAÜl,
FROM A SAVE UISTAKCE
[„]
Naturalmente, el desorden al que me he referido se produce
a través de algunos mecanismos específicos, que expondré
a continuación. Antes, quisiera hacer una aclaración
preliminar: los ejemplos de estos mecanismos provienen de
'a ciencia y de las artes, de los media y de la filosofía; pero
las teorías científicas a las que me refiero no son sólo ejemplos,
son también criterios para reconocer los mecanismos
de los que se habla. Las teorías científicas son, pues, objeto
del análisis y, al mismo tiempo, instrumento del mismo.
PRINCIPIOS DEL
NEOBARROCO
Ritmo y repetición
Si pensamos en los productos de ficción que generan las
comunicaciones de masas, podemos extraer una filosofía: han
nacido para optimizar la producción, pero, en la actualidad,
su perfeccionamiento ha provocado, de manera más o menos
voluntaria, una estética: la estética de la repetición. El
sentido común nos dice que la repetición y la serialidad se
oponen a la creatividad y la tradición nos muestra que la obra
de arte es «irrepetible», hasta el extremo de ser, además, «indecible
» (es decir, no repetible ni siquiera en un discurso
que la aborde). A lo sumo, se registra el caso de consumidores
de mass-media que elevan los productos seriales al rango
de «beUo», pero sólo por el hecho de que lo que es «bello»
es la forma de disfrutarlos. La estética de la repetición es,
todo lo más, una estética de la recepción.
Naturalmente, el fenómeno es más complejo. Existe en la
actualidad una estética de la repetición que, a su vez, forma
parte de la estética neobarroca. Esta se basa en tres elementos:
la variación organizada, el policentrismo y la irregularidad
regularizada, y el ritmo rapidísimo. Los tres son motivados; baste
pensar en la gran cantidad de programas narrativos que cada
ano transmiten los media. De hecho, el consumo ha potenciado
una fabricación en serie de lo que ya había sido producido
con anterioridad. De esto se deriva una condición de producción
y escucha definible con un eslogan: todo se ha dicho y
se ha escrito ya. Frente al aumento de la competencia del pú-t'uco,
sólo existe una posibilidad para no saturarlo: cambiar,
a la vez, las reglas del gusto y las de la producción. Consecuentemente,
el placer del texto se producirá gracias a las variaciones
mínimas, al gusto por el ritmo o al cambio de la
organización interna de los productos.
Una peh'cula como The Raiders of the Lost Ark, una obra
con un gran compromiso de cita, no sería imaginable sin tener
en cuenta esta clave. Tampoco lo sería un libro como // rwme
della rosa, un inmenso fresco de fragmentos superpuestos en
el que la mano del autor sobrevive en la combinatoria. El mismo
destino le corresponde a la verdadera y propia producción
industrial. Baste pensar en las nuevas fórmulas para la fabricación
de automóviles: a un pequeño número de constantes estructurales,
denominadas «modelo base», se unen un número
todavía pequeño de constantes figurativas y un número muy
elevado de variables reguladas, denominadas «optional». El placer
de la variable muy sutil conduce a un tradicional principio
barroco: el virtuosismo, que cada vez se utiliza más en el espectáculo,
en la publicidad y en las artes figurativas. Los video-clips
son, por ejemplo, el terreno en el que los caracteres que
hemos analizado alcanzan su máxima expresión.
Límite y exceso
Si, de acuerdo con Lotman, consideramos la cultura como
una organización de sistemas culturales, también es posible entenderla
como una organización espacial. En consecuencia, debemos
aceptar que este espacio tenga una geometría: por
ejemplo, que esté demarcado por h'mites. El hecho de que éstos
existan, de que haya una frontera, posibilita que el territorio
cultural a examen pueda ser organizado a partir de su centro
o de su periferia. Por lo tanto, existirán sistemas culturales centrados
y acentrados. Aquéllos se basan obviamente en un principio
de orden y control; éstos mantienen un contacto permanente
con los confines, con la frontera, en una palabra, con
el límite del sistema, pero su actitud puede ser doble: o se mantienen
en una fuerte tensión («hasta el límite») o desbordan la
frontera («tienden al exceso»).
El límite y el exceso son dos tipos de acción cultural que,
por otra parte, una cultura no experimenta siempre. Existen periodos
más orientados a la estabilidad (a los sistemas centrados)
y periodos que le son opuestos, épocas de la cultura en
las que prevalece el gusto de ensayar y romper las reglas que
definen el sistema. Nuestra edad neobarroca pertenece a estas
últimas.
El carácter de tensión hasta el b'mite se aprecia por todos
I»]
lados en el saber contemporáneo. Una constante que lo caracteriza
es la experimentación de la elasticidad del límite poniendo
a prueba un todo a partir de sus consecuencias extremas.
Tomemos un ejemplo emblemático: la novela de Michael Crich-ton,
Congo. Puesto que se trata de una obra muy comercial,
acomete dos operaciones de tensión hasta el límite: una concierne
a la ciencia; la otra, a la literatura. Desde el punto de
vista literario, es difícil denominar el género al que pertenece
la novela, que se define como «de género», pero podría ser
de ciencia ficción y de espionaje y de aventura y policiaca. Desde
el punto de vista científico, está al límite ya que se basa en
saberes científicos muy modernos y tratados fielmente (zoología,
inteligencia artificial, química, geología, vulcanología, otología,
etc.), con la única salvedad de que se fijerzan hasta el
límite de lo posible.
El exceso, en tanto que desbordamiento de un límite y de
un confín, es más desestabilizador. Además, toda acción, obra
o individuo que sean excesivos quieren discutir un cierto orden
y, por otra parte, toda sociedad o sistema tacha de excesivo
lo que no puede o no quiere absorber. Sin embargo,
normalmente se tachan de excesivos los elementos externos a
un sistema (por ejemplo, los «bárbaros»). En cambio, en las
épocas barrocas sucede a la inversa: en el interior de los sistemas
surgen fuerzas centrífugas que se proyectan fuera del sistema.
Nuestra cultura vive fenómenos de exceso endógeno que
son cada vez más numerosos y que se dan en todos los niveles
(el exceso representado en los textos, el exceso como representación,
el exceso como fruición de una representación).
A la primera categoría pertenecen los contenidos representados.
Se puede tomar un ejemplo del conjunto de «monstruos»
que aparecen cada vez con mayor frecuencia en nuestro cine,
en nuestra literatura y en nuestro teatro. El monstruo es siempre
excesivo y desestabUizador, desde el momento en que es
«demasiado» o «demasiado poco» respecto a una norma común.
Al mismo tipo f)ertenece la sexualidad, también muy presente
en la cultura contemporánea. Es sabido que el exceso
erótico es un modo de criticar el sistema de valores, cosa que
incluso hoy sucede a veces; sin embargo, también ocurre lo
contrario: blandiendo aparentemente el tema de la liberación,
la sexualidad se integra en el sistema de valores: el ejemplo
de una película como Nove settimane e mezzo me parece ideal.
El tercer contenido excesivo es el tema de la violencia y del
horror. En los últimos tiempos ha surgido todo un género de
cine-teatro-música «de la crueldad» que escapa a los géneros
clásicos (el cine de horror, el cine negro, el cine de guerra) y,
por casualidad, los convierte en un pastiche. Las películas que
tratan del Bronx, de la era post-atómica o del horror musical
pertenecen a este tipo: I guerrieri della notte, Fuga da New York,
Mad Max, Vamp, etc.
La representación de los contenidos sigue las mismas leyes.
¿Cómo no definir como «excesiva» las prácticas o las puestas
en escena que existen hoy en el ámbito del espectáculo o
del arte? Baste recordar las escenografías televisivas, el exceso
de tecnología y los enormes televisores de los artistas de la
«transvanguardia». Y junto a todo esto, aparece el exceso de
fruición: una escucha indiferente de los mass-media, como querían
los sociólogos frankfurtianos, hoy ha sido sustituida por una
exagerada, debido a la ironía, Rocky Horror Picture Show, al
fanatismo, los partidos de fútbol, o a la costumbre, los gríindes
«talk-show» televisivos.
Detalle y fragmento
El detalle y el fragmento son dos maneras de producir o
de analizar un objeto de conocimiento, pero representan dos
estilos gnoseológicos diferentes: el detalle presupone un sujeto
que «corta» un objeto siguiendo un programa de acción, resaltando
la parte respecto al todo del que procede con la finalidad
de «ver más» en éste último; el fragmento, en cambio,
implica el hallazgo casual, sin intervención de un sujeto, de un
objeto y de su forma inacabada, que también es casual. Conocer
a través de fragmentos no implica una acción de análisis,
sino un proceso que se remonta mediante indicios al todo del
que el fragmento forma parta Sin embargo, también es cierto
que tanto el detalle como el fragmento pueden ser enfatizados
por una cultura y convertirse no ya en instrumentos de análisis
o de conocimiento, sino en dos formas estéticas. Como tales
los encontramos en nuestro panorama cultural contemporáneo.
Existe casi una obsesión por los detalles en el cine y en la televisión,
en la publicidad y en los videoclips, como si el gran desafío
de los medios de expresión fuera verificar su capacidad
para mostrar el punto álgido de las acciones representadas, algo
que sólo se puede conseguir incrementando cada vez el número
de detalles de la acción misma. De Blow-up a Bloiv-out,
de Flashdance a la escena de Blade Runner en la que se
[„]
encuentra una escama de serpiente, que es un elemento míni-fno
de una fotografía, todo es una continua aparición de detalles
en la historia actual del cine. Lx)s fragmentos, en cambio,
se convierten en una poética cuando se renuncia a la voluntad
de reconstruir el todo al que pertenecen y se producen y se
gozan en función de su carácter fragmentario. Los ejemplos son
obvios: Fragments d'un discours amoureux de Barthes es el prototipo
de un estilo de la fragmentación, c]ue en la actualidad
es bastante común en literatura.
'nestabilidad y metamorfosis
La referencia a los monstruos, que hemos hecho con ante-noridad,
puede profundizarse desde otro punto de vista. Si observamos
los «nuevos» monstruos del cine contemporáneo,
Viútors, La cosa. Alien o La mosca, podemos apreciar cuáles
Son sus caracteres principales: el primero es la espectaculari-dad,
que deriva del hecho de que el monstruo «se deja ver»
Como objeto fantástico y maravilloso, no en vano ha sido creado
por maestros de los efectos especiales; el segundo es su aire
ffiisterioso, que, en cambio, proviene del hecho de iiue el monstruo
es un enigma que hace inestable la regularidad del mundo
(ya que no parece seguir sus normíis) y la de la inteligencia
(ya que no se puede comprender siguiendo las reglas normales
del conocimiento).
Pero tanto los monstruos «malvados», a los que nos hemos
referido, como los «buenos», E.T., el Jedi de Star Wars o los
^remlins, son «formas informes», como las ha llamado el gran
Matemático francés Rene Thom. Las formas informes son a la
Vez formas, que, sin embargo, no han logrado una estabilidad
estructural, y no-formas, que, sin embargo, ocupan un espacio
tiempo o una dimensión. En otras palabras, son fenómenos que
asumen un aspecto inestable, mudable, en transformación, lo
<lue provoca que no puedan definirse con los cánones gnoseo-togicos
normales: por ejemplo, no se pueden localizar con una
geometría eucb'dea, sino que necesitan una geometría ad hoc.
" ¿a cosa de Carpenter se asiste, por ejemplo, a la ilustración
"'Científica» del ftmcionamiento de la estructura celular del monstruo:
en el ordenador utilizado en la ficción cinematográfica aparecen
gráficos geométricos como los que se usan en la llamada
"leona de las catástrofes» (adscribible al mismo Rene Thom),
•ítie, de esta manera, asume ella misma el aspecto de «monstruo
» y (le explicación de la monstruosidad.
La metamorfosis es un carácter dominante del nuevo gusto SAINT CLAIR CEMIN,
neobarroco. bu mejor proieta es una peucula, ¿elig, de Woody
Alien, en la que se narra la historia física y psíquica de un
camaleón humano. Por otra parte, en la música ligera y en el
teatro la metamorfosis (entendida como transformación del aspecto)
es muy común, hasta el extremo de que su influencia
se extiende a los mismos comportamientos humanos, siempre
que se esté de acuerdo con la reciente afirmación de Jean Bau-drillard,
que ve en el principio del travestismo un carácter sociológico
de plena actualidad. En el campo de la literatura,
podemos citar al menos dos casos en los que la metamorfosis
se convierte en la estructura misma de la trama de una novela:
Se una notte d'inverru) un viaggiattwe de ítalo Calvino y Duluth
de Gore Vidal. En el primero, la historia, que se ha esbozado
rápidamente en el primer capítulo, se transforma en otras historias
que conservan la misma estructura, pero que varían la
superficie; en el segundo, los personajes de la imaginaria ciudad
de Duluth van de narración en narración manteniendo, sin
saberlo, una porción de sí mismos, a la vez que cambian parle
de sus rasgos externos.
Desorden y caos
En la historia del pensamiento filosófico siempre se ha concebido
este binomio como negativo, cuando no como irracional,
casual e irresoluble. Sin embargo, hoy, en el campo de la
física, la palabra «Caos» reúne una serie de fenómenos naturales
muy complejos, pero cuyo funcionamiento puede llegar a
describirse. Es el orden del desorden: por ejemplo, se puede
["]
calcular con exactitud la dimensión de una costa recortada,
se puede entender cómo sobreviene la fibrilación cardiaca,
se puede comprender las aparentes «locuras» provocadas por
la superpoblación de insectos en determinadas condiciones
ambientales no favorables, etc., etc.
Junto al valor del descubrimiento, estas teorías científicas
conllevan un principio estético. Benoit Mandelbrot, descubridor
de la llamada «Teoría de los Fractales», declara en
su libro Les objets fractales que concluye una «fase matemática
» y que busca una nueva geometría que permita el cálculo
de determinados objetos irregulares como las costas, los
cráteres de la luna, los agujeros del queso gruyere, los perfiles
de los copos de nieve y que sea «bella» por sí misma.
No es casual que dos físicos alemanes, Otto Peitgen y Hans
Richter, hayan usado los fractales para producir figuras abstractas,
y no para calcular objetos reales, y que hayan realizado
verdaderas obras de arte, que se han exhibido en la
exposición The Beauty of Fractals; otro físico, Peter Oppen-heimer,
produce imágenes fractales para ser transmitidas por
televisores en las discotecas de Nueva York; una compañía
californiana, la Pixar, crea fractales realistas y es utilizada
por los directores de HoUywood, que usan el ordenador en
lugar de los estudios para producir determinadas escenas de
películas de ciencia ficción: de esta forma se han elaborado
cinco minutos de Star Trek II.
En el campo de las artes, el principio de irregularidad
no es nuevo. Baste pensar en las incrustaciones coloreadas
de Keith Haring, en el videoarte de Bob Devaney, en las obras
de los jóvenes italianos Corrado Morelli, Cario AUano y Marco
Gastini o en todo el arte fragmentario de las últimas corrientes
presentadas por el crítico Maurizio Calvesi en la
Bienal de Venecia de 1984 con la denominación de «anacrónicas
». Me parece que, antes que hablar de nostalgia por
el pasado, estamos frente a una nueva paleta de los artistas
que ya no está compuesta por materiales coherentes entre
sí (por ejemplo, por un sistema de colores), sino por fragmentos
de cultura que proceden, casualmente, del pasado
(mejor dicho, de cualquier pasado sin distinción).
Nodo y laberinto
El nodo y el laberinto son otras dos figuras de la estética
neobarroca que hoy aparecen con frecuencia en forma de figuras
o de estructuras. Las figur£is son más conocidas: piénsese
en el retomo del laberinto en II nome della rosa de Umberto
Eco, en la peh'cula labirynth, interpretada por David Bowie, o
en Shining de Stanley Kubrick; recuérdense los innumerables
juegos que se basan, sin que lo sepamos, en el laberinto a causa
de la intrínseca forma laberíntica del ordenador; repárese
en los artistas que crean laberintos como forma de arte: Adrián
Fischer y Randall Coate, Richard Fleischer y John WiUenbe-cher,
Marco Tirelli y Maria Gracia Braccati. Lo mismo sucede
con los nodos, que paireen estar en la base del trabajo de artistas
como Alechinsky o Christian Tobas en Francia y de Oy-vind
Fahlstrom o Saúl Steinberg en Estados Unidos.
El nodo y el laberinto son también dos estructuras de
pensamiento, constituyen el principio de dos matemáticas específicas.
La primera se adscribe a un francés, Pierre Ro-senstieni,
que ha inventado los dos sistemas de algoritmos
para resolver problemas de manera laberíntica (los teoremas
de la loca Ariadna y de la sabia Ariadna); la segunda a varios
matemáücos europeos, fundamentalmente franceses e italianos,
que en los últimos años han creado numerosas teorías
de nodos. El nodo y el laberinto no son sólo modelos matemáticos
o informáticos, también constituyen verdaderos patrones
culturales en los campos de la epistemología y de la
filosofía: la estructura de la Enciclopedia Einaudi, por ejemplo,
funciona mediante nodos y laberintos de definiciones,
y el «rizoma» de Deleuze y Guattari es un árbol laberíntico
y anudado que se opone al «falso» árbol de Porfirio.
Complejidad y disipación
Ya hemos hablado de los fenómenos complejos a propósito
de los objetos fractales. Ahora retomamos la cuestión,
puesto que la complejidad también puede ser un principio
estético neobarroco si se contempla desde el punto de vista
estructural. Para la cultura y para las ciencias «clásicas» de
la naturaleza, la repetición de una estructura (por ejemplo,
narrativa o figurativa) generaba entropía y negación de la originalidad.
Algo parecido ocurre en física con los sistemas
que pierden energía lentamente y tienden a una fase de equilibrio
total. Sin embargo, el Premio Nobel de Física Ilya Pri-gogine
nos ha enseñado que esto no sucede siempre: existen
estructuras o sistemas que, al consumir energía, en vez de
desaparecer se transforman en otros; por esta razón se de-
[„]
nominan «estructuras disipadoras», ya que, a pesar de derrochar
energía, siguen siendo estructuras, es decir, producen orden
y no entropía.
Esto se puede aplicar también a los sistemas sociales (el
iiismo Prigogine los cita en La nouvelle alUance) y, fundamentalmente,
a las artes y a las letras, sin excluir a los mass-media.
•^n la actualidad, el consumo de las comunicaciones de masas
no sólo puede provocar comportamientos banales, sino también
Comportamientos estéticos. Un buen ejemplo es la actitud «cult»,
C|ue admira determinadas películas o libros de género del pasado.
Este tipo de comportamiento, que llamaremos «consumo
productivo», en vez de seguir las instrucciones (banales) del objeto
consumido, genera una actitud diferente, que puede llegar
^ ser incluso ideológicamente contrapuesta. En el campo de
'as artes este comportamiento no es nuevo: un buen precedente
son las operaciones dadaíslas de principios de siglo; en nuestros
días, se repite, por ejemplo, en el «sheet art» o arte de los
desechos, tan en boga en Estados Unidos e Inglaterra o en el
arte de la reconstrucción de la publicidad, que empieza a tener
adeptos de cierta importancia, como la americana Barbara
Kruger.
'Oco más o menos y no sé qué
Estos dos conceptos nos remiten al verdadero barroco y
a su pasión por lo infinito y por lo indefinido. En la actualidad,
el poco o más o menos y el no sé qué se han convertido en
Una obsesión en la ciencia y en la filosofia. Una vez más, un
niatemático francés, Georges GuUbaul, ha mostrado en sus Le-
9ons d'á-peu-prés la fascinación de la aproximación en la histo-rta
de la matemática occidental y oriental y ha vuelto a proponer
el mismo concepto en términos de fascinación. Por otra parte,
Un luósofo, Vladimir Jankélevitch, es conocido en todo el mun-
^o a partir de su Le je ne-sais-quoi et le prexque-rien.
El mismo fenómeno se reconoce en las prácticas estéticas:
¿no es cierto que en la actualidad los mass-media persiguen
electo de vaguedad, de imprecisión y de atmósfera indefinida
(el «quasi nuUa»)? Baste pensar en los efectos especiales cinematográficos
y televisivos que se usan para expresar las
pasiones del alma: para manifestar la tristeza o el sentimiento
amoroso se recurre aljhm, al difuminado o al fundido; en el
ampo de las artes sucede lo mismo: los minimalistas americanos
son literatos del «quasi nulW, los representantes del «dump
art» (Jan Borofsky, David Salle o Julián Schnabel) podrían ser
la manifestación de un movimiento estético del poco más o menos,
de una «pintura mala», y determinados artistas de la calle
podrían ser los representantes de un arte que se repite de una
forma directa y rápida, esencial e imprecisa.
Distorsión y perversión
Esta última pareja de ideas no se aplica a un concepto científico.
Se trata, más bien, de una forma general, de un tipo de
gusto, mediante el cual las parejas precedentes se pueden aplicar
a las artes y a las ciencias. Los conceptos anteriores nos
dicen que este gusto consiste en la perversión y en la distorsión
de los sistemas de orden vigentes, pero su repercusión es menor
en el social que en el del conocimiento del mundo y de nosotros
mismos. Pongamos un ejemplo: la «nueva ciencia» actual
nos invita a no producir modelos demasiado unificados del universo
y a disfrutar del descubrimiento científico, aparentemente
paradójico si se compara con los conocimientos tradicionales.
En la actualidad, el universo se ha convertido en una multiplicidad
fragmentaria, en la que muchos sistemas se oponen y
rivalizan entre sí. La creatividad no escapa a este proceso: sabemos
que la mayor parte de los fenómenos del universo no
funciona de manera estable, sino que participa de la inestabilidad
estructural; nos enfrentamos a sistemas que son complejos
y no lineares. A este respecto algunos críticos franceses han
escrito que estamos en presencia de una «création vagabonde».
Consecuentemente, no es casual que uno de los puntos claves
del gusto contemporáneo sea el placer que c'ausan la distorsión
y la perversión. El éxito de la distorsión es debido a
que la cultura actual parece ser presa de fuerzas que someten
y ponen en peligro los sistemas existentes; el de la perversión
se debe a que el orden de las cosas y el orden del discurso
no se han invertido respecto al pasado, como sucede normalmente
en las épocas de transición, sino que se han transformado
de manera que las lógicas precedentes no pueden ni siquiera
reconocer los nuevos fenómenos como «su otro». Resumiendo,
se puede hablar de una ruptura epistemológica muy fuerte, que
se ha producido en nuestros días de una manera casi imperceptible.
Una ruptura epistemológica que implica —por la distorsión
y perversión del sentido del fiempo— el fin de la historia
tal y como la conocíamos y la absoluta contemporaneidad de
todos los conocimientos. A
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rntutbirta delUí pitlum (1985) y /.'
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