EL TRÁNSITO
DEL AGUA
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KLAUS LANZ
DOCTOR EN QUÍMICA. ASESOR DEL INSTITUTO GREY DE BIOLOGÍA DEL AGUA.
UNIVERSIDAD DE MINNESOTA. ASESOR DEL EAWAG (SUIZA)
Thalasso. Oceanus. Moana nui. 11 mare. El mar.
Vasto. Ilimitado. Profundidades inimaginables. Luminoso y
oscuro. División y relación. Enemigo y proveedor. Según la
perspectiva, el océano puede representar el obstáculo definitivo
o la eterna promesa.
A pesar de los siglos de navegación marítima, de cuentos
y de poesía, de ciencia y de medida, la verdadera naturaleza del
océano escapa aiin a la mente humana. Incluso hoy, en la era
de las comunicaciones globales e instantáneas y de los viajes espaciales,
sabemos asombrosamente poco acerca del funcionamiento
interno de estas inmensas masas de agua. Uno de los
ejemplos más llamativos es la Corriente del Golfo, ese enorme
río marino que arrastra el agua desde el Golfo de México hasta
el Atlántico Norte. Los científicos saben ahora que esta corriente
de agua cálida impide que la península escandinava, pese
a su latitud, tenga un clima siberiano. Pero nadie puede explicar
qué es exactamente lo que regula este movimiento de
agua, o predecir cómo puede reaccionar ante los cambios climáticos
este sutil calentador del Atlántico.
Otro de los misterios marinos se ha bautizado con el
nombre de El Niño: un extraordinario calentamiento de la superficie
del agua en el sureste del Pacífico que pone patas arriba
el clima en todo el planeta, provocando inundaciones en regiones
secas, como Sudán y Kenia, y llevando la sequía a las selvas
de Indonesia al alterar el curso de los monzones. El océano
resulta ser un organismo, con sus diferentes mares relacionados
y a la escucha los unos de los otros. Un organismo con venas
de corrientes que transportan el calor del sol desde los mares
tropicales hasta latitudes templadas, y los nutrientes desde
las costas hasta alta mar.
Los océanos cargan de humedad los vientos que soplan
sobre ellos y los transportan hasta el tercio terrestre del planeta.
Junto con los rayos del sol, la humedad marina transportada a
través de los continentes es el principal regulador de la temperatura
de la tierra. Enfría los campos azotados por el calor, funde
el hielo y la nieve tras largos meses de invierno. Sin humedad
atmosférica, el calor del desierto y el frío de la noche ártica
convertirían la Tierra en un lugar tan inhabitable como la
Luna.
LA AMENAZA DE LA TIERRA
El hombre se ha preguntado desde antiguo de dónde procede el
agua del océano. Y por qué hay poca agua en la luna y en los demás
planetas de nuestro sistema solar. Los científicos continúan
debatiendo si el agua de los océanos primigenios fue resultado
de una reacción química a partir del hidrógeno y del oxígeno
anteriormente contenido en las rocas, o si la Tierra fue bombardeada
(y continúa siéndolo) durante siglos con millones de
meteoros de hielo procedentes del espacio, de tal modo que las
zonas inferiores de la superficie terrestre se cubrieron de agua.
Hay pocas dudas al respecto de que la vida se originó en
los océanos. Y de que evolucionó allí por espacio de cientos de
millones de años antes de que las primeras formas de vida se
aventurasen a establecerse en tierra firme. De hecho, cuando
los humedales costeros y los estuarios comenzaron a cubrirse
con las primeras plantas primitivas, la vida en el océano ya había
madurado, dando origen a un universo de algas azules y
verdes, de mejillones, de culebras de agua e incluso de peces
primitivos.
La razón de este retraso en la evolución de la vida terrestre
es sencilla. Las plantas y los animales se veían expuestos a
un medio duro y hostil. Sobre todo, tenían que superar el problema
del agua: las reservas escaseaban o sencillamente no exis-
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tían. Mientras que sus parientes marinos flotaban cómodamente
en el agua salada primigenia, el problema del agua fue
uno de los principales retos para la evolución de la vida en la
tierra. Aunque hubiera agua, ésta caía del cielo y era muy distinta
del agua de mar. La lluvia no contiene las sales y los minerales
necesarios para la creación y el funcionamiento de las
células biológicas. Los nuevos organismos terrestres tuvieron
que desarrollar estrategias para evolucionar sólo con agua dulce,
buscando estos elementos vitales en otras fuentes.
Hoy, transcurridos otros cientos de millones de años de
^ evolución, existen dos mundos diferentes: la tierra y el agua.
^ Las plantas y los animales terrestres tienen una biología inver-
L
A sa. Dependen del agua dulce y, para todos ellos -con la excepción
de un reducido grupo de organismos que toleran la sal-, el
1 agua salada de los océanos es inútil o incluso tóxica. Algunos de
c
^ estos organismos, como las ranas o los cocodrilos, necesitan un
n entorno constantemente húmedo. Los roedores del desierto,
i por su parte, jamás beben. Sobreviven con el agua contenida en
' sus alimentos, e incluso son capaces de producir agua a partir
[ del oxígeno atmosférico y del hidrógeno contenido en las semi-c
lias secas. Algunas plantas del desierto también han logrado no
o depender del suministro regular de agua. Sus semillas perma-n
" necen aletargadas durante años sin una sola gota de agua. Pero
con la llegada de las primeras lluvias pueden estallar provocando
esa brillante explosión de flores del desierto.
Los seres humanos también dependen del agua: necesitan
unos tres litros de agua al día. Cuando uno se aventura por regiones
sin agua, la necesidad de llevar consigo tres kilos de agua
para cada día de viaje limita severamente la distancia que es posible
recorrer. Los habitantes del desierto, como los beduinos
de Arabia, han llegado a convertir la conservación del agua en
un arte. Sus caravanas pueden viajar durante días sin necesidad
de encontrar reservas de agua dulce, lo que les permite atravesar
las regiones más inhóspitas, incluso el infame desierto de
Rub'al Jali, en el sur de Arabia.
COSECHA DE AGUA DULCE
Pese a la abundancia de agua en nuestro planeta azul, disponemos
de poca agua para desarrollar la vida sobre la tierra. Los
océanos representan un 97,2 por ciento de la cantidad de agua
total del planeta; otro 2,15 por ciento está atrapado en los glaciares
y en los casquetes polares. La mayor parte del 0,65 por
ciento restante está enterrada bajo tierra a gran profundidad.
a cientos de metros bajo la superficie, de manera que resulta
inaccesible.
Así, el agua de todas las fuentes, lagunas, charcas y arroyos,
el agua de los ríos, de la lluvia y de la nieve, la humedad del
suelo, de las nubes, el agua que los seres humanos recogen en
tuberías, canales y pantanos no llega al 0,5 por ciento del agua
que hay en la Tierra. Equivale en conjunto a unas pocas gotas
del rocío condensado por el océano.
Pero, ni siquiera la llegada del rocío está garantizada en
todas partes. La distribución de las lluvias sobre la superficie terrestre
es sumamente irregular. Mientras que los habitantes del
cinturón tropical pueden calcular la hora del chaparrón diario,
en otras latitudes no ven el agua durante años. El índice pluvial
es hoy en muchas regiones sumamente errático e impredecible,
lo que pone de manifiesto los cambios climáticos. Los cinturo-nes
áridos que bordean los desiertos están creciendo y dejan a
millones de personas sin agua ni comida.
Los meteorólogos describen el ciclo global del agua a partir
del cual se originan todas las lluvias como un organismo sumamente
delicado. De este modo, el efecto invernadero, producido
por la quema de combustibles fósiles, que incrementa
apreciablemente la temperatura de la tierra, encontrará su expresión
más clara en la cambiante pauta de las precipitaciones.
Los sistemas informáticos predicen que las regiones secas serán
aún más secas y las húmedas más húmedas. Soplarán fuertes
vientos y las lluvias serán más intensas, lo que producirá inundaciones
y erosión del suelo.
LOS GUARDIANES DE LA LLUVIA
La mejor garantía contra los estragos hidrológicos del cambio
climático es un paisaje sano. La vegetación natural refleja la
geología de un lugar, su clima, su altitud y, lo que es más importante,
su equilibrio hidrológico. A su vez, la vegetación modera
notablemente el flujo del agua. Los bosques almacenan
mucha más lluvia que los pastizales; por eso las fuentes reciben
justamente el nombre de "hijas del bosque". Cuanto más viejo
y maduro sea un bosque, mayor será su eficacia a la hora de
atraer la lluvia, almacenar el agua y humedecer el aire durante
los períodos de sequía.
Pero los bosques están hoy en declive en todo el planeta.
En los amphos y amables valles situados junto a los cauces de los
ríos, los bosques han desaparecido casi por completo. Han dejado
paso a los pastos, a los campos cultivables, a las calles, a las
vías férreas y a las ciudades. De manera similar, los humedales
y las llanuras pantanosas situadas junto a los ríos fueron desecadas,
acelerando aún más el flujo del agua. En las llanuras fluviales
de la Europa moderna, altamente industrializadas, apenas
una gota de lluvia o de rocío sigue su curso natural. Antes de
que tenga la menor oportunidad de humedecer el suelo o de ser
absorbida por las raíces de las plantas, es atrapada por un desagüe,
un dique o un canal y conducida hasta el siguiente río.
La humanidad parece poco preparada para abordar el
cambio climático y las violentas lluvias de las que éste muy posiblemente
irá acompañado. Los sistemas informáticos predicen
que, si bien las lluvias serán más tormentosas, breves e intensas,
no serán sin embargo más prolíficas. Lo cual, acompañado
de una absorción más rápida de las precipitaciones, significa
que la cantidad de agua disponible en el futuro será inferior
a la actual.
Conservar el preciado elemento que la humedad del
océano regala a la tierra no es una tarea tan ardua. Los árboles
son un factor esencial; los acuíferos subterráneos otro. En un
bosque denso, apenas una gota de lluvia llega directamente al
suelo. El agua gotea de las ramas y las hojas, se desliza por los
troncos de los árboles antes de ser lentamente absorbida por los
heléchos, la maleza y el musgo. Las lluvias más intensas caen directamente
al suelo del bosque y llenan los acuíferos subterráneos,
especialmente en invierno, cuando los árboles y el resto
de la vegetación reposan en las zonas templadas. El agua acumulada
bajo la tierra durante los meses fríos y húmedos mantiene
vivas las fuentes y los manantiales en el calor del verano.
Los ríos desempeñan una función igualmente importante
a la hora de modular el ciclo del agua terrestre. Las marismas
son poderosas barreras contra las lluvias intensas, y al mismo
tiempo acogen un auténtico corredor de vida. Cientos de especies
de aves, peces, anfibios e insectos se desarrollan en las regiones
que se extienden junto a los ríos y son periódicamente
inundadas por estos.
Al igual que los bosques, los ríos mantienen una estrecha
relación con los acuíferos subterráneos. Van acompañados de
un río subterráneo mucho más lento, al que alimentan de agua
y con el que aumentan su caudal en épocas de sequía. Allí donde
los ríos son estrechos y rectos, donde sus aguas se confinan
en diques, los vínculos acuáticos con sus marismas y sus acuíferos
se ven gravemente afectados. Los valles han perdido su
capacidad de actuar como esponjas, y la valiosa agua de lluvia
es enviada a la tierra por las nubes oceánicas.
EL CIERRE DEL CICLO
Más que ningún otro aspecto de la vida contemporánea, las
ciudades modernas reflejan la inquietante ambivalencia de la
sociedad con respecto al agua que nos da la vida. Las ciudades
son lugares calurosos, secos y polvorientos. No necesariamente
por la ausencia de lluvias, sino porque cada gota que cae sobre
los tejados, las calles y los aparcamientos es meticulosamente
absorbida por las alcantarillas. No tiene la menor posibilidad
de refrescar el aire, de llenar los acuíferos subterráneos,
de alimentar un árbol. Los planificadores urbanos consideran
la lluvia como un problema, una molestia cuya eliminación requiere
costosas infraestructuras.
La idea de usar el agua de lluvia, ya sea para lavar, regar
jardines y parques o llenar las cisternas de los cuartos de baño,
no está de moda entre los ingenieros hidráulicos. En Tokio, por
ejemplo, una ciudad que recibe casi 2.500 litros/metro cuadrado
de Uuvia al año -una ciudad sin duda muy húmeda-, no se
emplea el agua de lluvia para ninguno de los usos arriba mencionados.
En lugar de ello, la ciudad importa 2.000 millones de
metros cúbicos de agua potable al año, mediante un costoso y
extraordinario sistema de tuberías que transportan el agua desde
reservas situadas a 300 kilómetros de la ciudad. El agua de la
lluvia, huelga decirlo, es rápidamente devuelta al mar.
La falta de respeto por la lluvia hace que el agua cada vez
esté más ausente de la naturaleza y el precio que por ello han
de pagar los ecosistemas acuáticos del planeta es sumamente
alto. Ríos antaño poderosos, como el Colorado en América del
Norte o el Indo en Surasia, tienen hoy graves dificultades para
llegar al mar. Cada gota de lluvia que reciben es usurpada y utilizada.
Del mismo modo, los acuíferos subterráneos están siendo
explotados a un ritmo alarmante. A lo largo de la costa mediterránea
y en numerosas islas, el agua de mar está penetrando
en los acuíferos vacíos. En cuanto el agua se vuelve salada
resulta imposible usarla para el consumo humano.
El agua potable es un recurso finito. Reconocer sus límites
exige racionalizar el uso que hacemos de cada litro de lluvia,
de cada Utro de agua extraída de los ríos y de los pozos. La
agricultura dispone de enormes posibilidades para usar el agua
de un modo más eficaz. Un 80 por ciento del consumo de agua
mundial corresponde sólo al regadío. El riego por aspersión es
ampliamente utilizado, aunque en los climas cálidos menos de
una quinta parte del agua consigue llegar a las raíces de las
plantas. Otras tecnologías más avanzadas, como el riego por
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goteo, podrían reducir fácilmente el consumo de agua a la mitad.
La generalización de cultivos de secano, como el mijo, las
lentejas, los cacahuetes y los higos, en lugar del maíz y el algodón,
podrían reducir aún más la demanda de agua.
La reutilización del agua es otro modo de abordar la escasez
de recursos. Sin embargo, la mayoría de los usuarios dejan
en ella su hedionda huella: detergentes de uso doméstico,
pesticidas agrícolas y residuos químicos industriales... todos
terminan en el agua. Por eso, el agua usada se considera normalmente
inútil, es absorbida por las alcantarillas, tratada y devuelta
a la naturaleza en estado más que dudoso.
A la vista de la escasez de agua potable disponible en la
tierra, la humanidad no puede seguir permitiendo la contaminación
del agua. Tendremos que aprender que las aguas residuales
son un recurso valioso, susceptible de ser reciclado para
el riego, el uso industrial o con otros fines. Sin embargo, para
ser capaces de limpiar y reutilizar las aguas residuales, debemos
conservarlas libres de agentes tóxicos y contaminantes persistentes.
Algunas compañías industriales en Escandinavia y en
Canadá están desarrollando tecnologías para el reciclado de las
aguas residuales. La limitación de los ciclos podría reducir
drásticamente el consumo de agua. Ello acabaría al mismo
tiempo con una de las principales causas de la contaminación
marina. Los ríos vierten en el mar millones de toneladas de residuos
químicos procedentes de la minería, la industria, la agricultura
y el consumo doméstico. Es una desgracia que en este
siglo caracterizado por el progreso técnico aún no hayamos dejado
de destruir y dañar la cuna de todas las aguas: los océanos.
LA PRESENCIA DEL ROCÍO
Muchas culturas y religiones sostienen la creencia de que cada
mañana es una repetición de la creación de la Tierra, una expresión
tangible de la eterna renovación de la vida. El alba se
engalana con el rocío matinal, un manto de perlas que refulge
con las primeras luces del día y luego se desvanece. El rocío es
considerado como el mensajero silencioso de fuerzas superiores,
el que une la oscuridad de la noche con la luz del día, el cielo
con la tierra, y el océano con la tierra. Durante siglos, el rocío
fue reverenciado y protegido como agente que representa el
nacimiento y el comienzo. La humanidad debe comprender
que, también en el siglo XXI, la presencia del rocío en la mañana
es mucho más que un símbolo de vida religioso. Es la
esencia de la supervivencia.