SOBRE LA ARQUITECTURA DEL
CAAM DE SÁENZ DE OÍZA
EL D I Á L O G O CON UN
ENTORNO
C O M P R O M E T I D O
Por Manuel Martín Hernández
El museo, aquel edificio que, en palabras
de P. Valcry, tiene «algo de
templo y de salón, de cementerio
y de escuela», en donde «nada es puro»,
«todo es inhumano», que expone cosas
«adversas y enemigas», en cuyo «magnífico
caos» sufi-imos el suplicio de la «mezcolanza
». El museo contemporáneo, sustituto
de otras temáticas monumentales del pasado
—como el templo o el teatro— en la
afirmación de un poder, hoy suavizado por
una confiísa «democratización» de la cultura.
El museo de arte contemporáneo, dinámico,
centro de «animación cultural»,
dialéctico, templo donde se sacraliza el arte
y, también, la especulación; lejos ya de
aquel almacén-palacio de los recuerdos decimonónico,
¿qué configuración arquitectónica
debe tener?
L. Kahn, el arquitecto del orden y la
composición, nos propuso dos modos convertidos,
con el tiempo, en modelos: la Art
Gallery de la Universidad de Yale, un edificio
de hormigón, ladrillo y vidrio, de
planta libre, un contenedor capaz de resolver
en su flexibilidad las múltiples necesidades
museográficas contemporáneas; el
Kimbell Art Museum, un edificio diseñado
para una colección concreta que interviene,
en su variedad, en el mismo proceso
de diseño y para la que se adecúa un aparato
arquitectónico rígido y establecido.
Algo de ambos modelos hay en el Centro
Adántico de Arte Moderno proyectado
por F. J. Sáenz de Oíza para Las Palmas.
El proyecto nace de un concurso convocado
por el Cabildo Insular de Gran Canaria,
aunque con un carácter peculiar y
polémico, así se desprende de la nómina de
invitados —un reducido número de enseñantes
de Arquitectura (como si proyectar
y construir buena arquitectura fijcra corolario
de enseñarla) —y del jurado- el arquitecto
portugués, A. Siza (que se pregun-
Entrada principal del CAAM.
taría por qué no le encargaron el proyecto
a él)—. Por fortuna, la propuesta ganadora
fiic la mejor, y su arquitecto, Sáez de
Oíza, garante de un resultado final digno.
Las dificultades no eran pocas: se trataba
de proyectar, en un solar de algo más
de 900 metros cuadrados —donde se permitía
un sótano, dos plantas y ático— un
museo sin programa, abierto, con escasos
fondos artísticos, obligando a mantener la
fachada principal a la calle de los Balcones
—de carácter académico, decimonónico—
y la estructura de un antiguo proyecto de
los años setenta cuya construcción se había
paralizado.
Ya en la propuesta del concurso aparecen
resueltos los temas que hoy, con el edificio
terminado, parecen configurar la validez
funcional de la solución. Así, la planta
se divide en trez zonas: una primera, que
ocupa las crujías de la fachada principal, y
se dedica, en planta baja, a hall de accesos
y en las altas a biblioteca y administración;
la segunda, ocupada por la sala central y,
en las medianeras, por una serie de servicios
a naciente y la escalera principal a poniente;
la tercera zona, que ocupa las crujías
a la calle del Espíritu Santo, de más superficie,
se dedica a salas de exposición y
polivalentes, así como al núcleo de comunicación
vertical de servicio. El sótano se
dedica a almacenaje y depósito y áreas de
trabajo. El ático, a restaurantes y servicios
anejos.
El volumen resultante, de tres plantas y
ático sobre la rasante, muestra ya la inteligencia
con que la norma urbanística se pervierte
y, a la postre, el modo cómo Oíza entiende
que debe significarse el edificio público.
Una ligera manipulación de las alturas
libres de las dos primeras plantas, respecto
de las alturas de la casa original —y
que no impide que los huecos de la fachada
a conservar sigan funcionando a la perfección—,
permite añadir una tercera
planta que se retranquea respecto a las dos
fachadas y con altura mínima. La transición
entre el volumen de dos plantas y esta
tercera se soluciona mediante un recurso
tan simple como brillante: una celosía que
se trata volumétricamente y apoya en los
pretiles cubriendo las dos terrazas resultantes.
«Hay algo de la
Art Gallery, de la
Universidad de
Yale, y del
Kimbell Art
Museum.»
Sobre la sala central se define una plataforma
a nivel de la azotea, que se cubre
con dos bóvedas adosadas, triangulares, de
planta cuadrada. Ese volumen, a una altura
considerable sobre la media del contorno
urbano, configurado, como dice el propio
Oíza, como una «penthouse», viene
justificado por el arquitecto mismo: «Yo he
pretendido señalar desde el mar y así se distinguirá,
junto al espacio de la catedral, un
espacio de cierta significación, que es precisamente
la transformación de una casa
de Vcgueta en Museo...». La modificación
de la silueta histórica vendrá, pues, sobreentendida
en la operación misma de la
intervención arquitectónica como una intención
clara de «hacer dialogar» al nuevo
edificio con un entorno siempre comprometido.
De todos modos, esto hay que decirlo,
intervenir en la ciudad histórica no
es distinto que edificar en los ensanches,
no es una especialidad; sólo existe la sensibilidad
ante el lugar y el problema planteado:
en suma, sólo hay malas y buenas arquitecturas.
Sirva como ejemplo el excelente tratamiento
de la fachada a la calle del Espíritu
10 AIIANTICA
«Yo he
pretendido
señalar desde el
mar, y así se
distinguirá, junto
al espacio de la
catedral, un
espacio de cierta
signifícación, que
es precisamente
la transformación
de una casa de
Vegueta en
Museo» (Sáenz
de Oíza).
Azotea del CAAM.
Santo. Hay orden, una referencia a la verticalidad
en los huecos altos y también una
adecuación a la necesidad de iluminar el
sótano en la disposición de los huecos bajos.
Hay piedra en los recercados y fajas
compositivas y madera en las celosías que
cierran los huecos. En ningún momento se
produce el mimetismo o el pastiche y el resultado
sigue siendo respetuoso con el
ecléctico entorno.
Entre los planos del concurso y los del
proyecto hay, a mi entender, dos modificaciones
importantes de éxito dispar.
Aparte de una adecuación funcional y de
espacios disponibles que llevó a la reestructuración
de la planta de sótano y la repro-yectación
del conjunto de escalera, ascensor
y montacargas de servicio —ahora más
limpio en función del paso laberíntico de
uso interno que discurre pegado a la medianería—,
aquellas modificaciones fueron:
el despegue del primer tramo de la escalera
principal para dejar sitio, sin motivo
aparente, a la escalera de bajada al sótano
junto a la medianera de poniente (que
en el plano de concurso discurría en la vertical
de la escafinata), perdiéndose, así, la
claridad volumétrica de este tipo de solución
(y que, curiosamente, se conservará
dibujada bajo la cubierta acristalada de la
escalera en el plano de cubiertas del proyecto;
casi como un arrepentimiento levemente
mostrado); luego, el tratamiento de
la sala central, cerrando su perímetro en
planta baja y generando un espacio en altura
cuya importancia capital para el edificio
veremos más adelante.
«La arquitectura es el juego sabio, correcto
y magnífico de los volúmenes reunidos
bajo la luz.» Esta ya tópica definición
de Le Corbusier, aparecida en 1920 en el
primer número de Le'Esprit Nouveau, no es
una referencia vacía cuando hablamos de
la arquitectura de Oíza. No lo es porque
nuestro arquitecto admira a Le Corbusier,
de cuya obra dirá: «Su arquitectura es luz,
espacio, emoción...». Volumen, espacio,
m
I» \ »
es el momento, pues, de la Arquitectura.
Se produce el tránsito y la luz pasa a ser
uno de los protagonistas del edificio. No
deja de sorprenderme la rigurosidad con
que el arquitecto ya había predicho desde
la memoria del concurso el éxito de un anillo
de luz entorno a la sala central que permitiría
difundirla con uniformidad. Aquella
«misteriosa vía de iluminación» del Museo
que, como una maquinaria mágica,
i
Arranque de escalera principal.
luz, ésa es la definición del museo: tras la
fachada principal, atravesando el umbral
(lástima el círculo de vidrio del cortaaires),
desaparecería toda relación con el exterior;
permite, mediante un juego de refracciones,
que la luz cenital llegue hasta el sótano
mismo.
De nuevo L. Kahn: «El espacio queda
AILANIICA 11
definido por su estructura y el carácter de
luz natural». No hay más: paredes blancas
iluminadas, plataformas, barandillas, visiones
oblicuas, recorridos, elementos puros
de la Arquitectura. No hay ornamento (eso
sería pintura) ni algo tan corriente hoy
como la ironía (el recurso de quién carece,
precisamente, de los arquitectónicos). El
propio Oíza, hablando de sí mismo, ha explicado
su obra: «Yo sé que soy arquitecto...
porque sé lo que es y lo que deja de
ser la Arquitectura».
No se sabe si el nuevo edificio albergará
alguna vez una exposición sobre Arquitectura.
En cualquier caso, esa exposición
mostrará dibujos, planos acotados, elencos
de materiales o incunables sobre teoría de
la Arquitectura, pero nunca la Arquitectura
misma. Porque si quisiéramos explicar
a alguien lo que es la Arquitectura, tendríamos
que ponerle ante una Arquitectura y
hacerle entrar y vivir en ella (de la misma
manera que sólo entendería el Guernica ante
el Guernica mismo). Oíza también ha previsto
esto; su Museo muestra la Arquitectura:
se trata de la sala central.
Como en el juego de las muñecas rusas,
la sala central se encajona en el edificio, haciéndose
perceptible, mediante la «incorporación
» como instrumento compositivo,
la posibilidad misma de la Arquitectura. En
una lejana referencia tipológica a la casa
con patio, la sala se sitúa allí donde el patio
ha satisfecho históricamente su come-
Perspectiva de la cúpula desde el sótano.
tido morfofuncional. Pero en el Museo no
se trata de un patio. ¥A cerramiento marmóreo
de la planta baja lo impide; el perímetro
abierto en torno al volumen, en toda
su altura, lo contradice. No es un hueco en
el edificio, es una caja dentro de otra caja.
La única referencia al edificio se encuentra
en la «enfilade» de los dos huecos de acceso
a la sala que, descentrados respecto a
la propia sala, se la alinean con la puerta
de la fachada principal. Todo lo demás
proclama su autonomía.
«... es luz, espacio, emoción...». Emoción,
ése es el efecto buscado, ése es el secreto
de la sala, y también del Museo. En
ella está la Arquitectura resumida: la cere-
Visla de la «jaula» del C/hiM. Sala de exposiciones.
12 AIIANIICA
PLANTA BAJA
ÁTICO
«Tras /a fachada
principal,
atravesando el
umbral,
desaparece toda
relación con el
exterior; es el
momento, pues,
de la
Arquitectura.»
monia «iniciática» de entrar a través del
puente, el espaeio entrevisto, la «celia», la
cubierta, la pared, el cuadrado. También
la referencia a una arquitectura «fundamental
»: lo subterráneo y la luz, la ascensión
en espiral fabricada con la alternancia
que los maineles cilindricos de los tres niveles
superiores procuran, al disponerse según
tres dibujos básicos que se repiten girando
en altura.
También está la historia misma de la arquitectura,
siempre en Oíza más una historia
de las ideas que no de los estilos. Así,
desde la fragmentación pirancsiana, su es-pacialidad
ilimitada, cortada por plataformas,
pasillos y escaleras -y que en la obra
de Oíza permiten la incursión del espectador
a varios niveles sobre la sala vacía—,
hasta la presencia permanente de la Cor-busier
en el control de la luz, en los «on-dulaloires
» (el movimiento real producido
tras los maineles del convento de La Tou-relte
y aquí reproducido con los niveles altos
ya citados); así en una clasicidad onto-lógica,
más que formal, que permite al edificio
alcanzar el rango de monumento sin
el desgarbado monumentalismo de la arquitectura
museística contemporánea.
Una sala vacía - que no debe nunca ser
ocupada por otras obras de arte, puesto que
la sala se expone a sí misma ya— en la que
el asombrado espectador se convierte en
espectáculo. La ceremonia social de este fin
de siglo exige «ver y ser visto»; la buena arquitectura,
fiel a su compromiso histórico
de satisfacer las necesidades del hombre,
deberá permitir, en este caso, cumplir con
el rito, y el Museo de Oíza lo consigue. En
la sala central, el espectador se convierte,
también, en pieza museológica; la Arquitectura,
así, queda completa.A
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