LA CULTURA CUBANA CON SABOR A
^^eáa^ Y chocolate
REYNALDO GONZÁLEZ
Un filme cubano reciente, Fresa y chocolate, de los realizadores Tomás Gutiérrez Aleay Juan Carlos Tabío, arrasó con los premios principales
del XV Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, en La Habana, se estableció en la isla antillana como un éxito sin precedentes, obtuvo el Oso
de Plata en Berlín y otros reconocimientos. El ensayista y narrador Reynaldo González sostiene que el filme es algo más que un exitoso
recuento de situaciones ingratas a las que él mismo no escapó y que forma parte de una necesaria revisión de la cultura cubana, para mejor
comprender lo que allí significó la intolerancia elevada a política cultural. Con estos párrafos entramos en la dramática esencia de los años
más arduos del quehacer de los creadores cubanos durante el eufemísticamente llamado "quinquenio gris", que en realidad fue una larguísima
pesadilla, herida todavía abierta, pues para sanarla no bastan estímulos y reconocimientos burocráticos.
I. TEMA PARA UN CINEASTA FUERA DE SERIE
Muchos creen tener a Dios de su lado, otros le piden que les deje •
estar al lado suyo.- Sabiduría isleña.
Entre los realizadores fílmicos de Cuba que cuentan en los listados del
cine internacional está Tomás Gutiérrez Alea. Pero no por obras que
satisfacieran un gusto establecido desde la moda o los fórceps de la
distribución, sino por su capacidad para contar historias que resultan
significativas. Su obra se integró a un cuestionamiento que dieron en
llamar Nuevo Cine Latinoamericano y que lo era porque sus realizadores
no se conformaron con seguir alimentando los fatalismos formales
y temáticos del cine de rancheros, rumberas y costureristas vapuleadas
entre la virtud y el vicio.
Nos habló del burgués desajustado por el impacto de la revolución, en
Memorias del subdesarrollo, encarnación de las clases media y alta
frente al fenómeno social que emergía para derrumbarlas; y del aristócrata
esclavista del siglo XIX, en La última cena, inmerso en remilgos
religiosos que lo llevan a convertir a unos siervos en "apóstoles de
Cristo" una noche y decapitarlos a la mañana siguiente. Nos contó la
parsimoniosa decadencia involucionista de la burguesía nacional, en
^ A A
CENIRO ATLÁNTICO íí ARlt (-/KXX--tíNO
Los sobrevivientes, y las ironías que en el siglo XVI engendró la imposición
de un ideal que se convirtió en expolio, en Una pelea cubana
contra los demonios.
Filmes suyos como Las doce sillas o La muerte de un burócrata son deudores
de la irreverencia bautizada como picaresca y que un analista
castellano llamara "astucia famélica", arma popular que burla imposiciones.
Con ese material, tan proclive al desliz populista, su obra ha
ejercido magisterio artístico, apegada a los recursos que caracterizan
al cine de autor, exigencias que no "masajan" sino que inquietan el
Tomás Gutiérrez Alea y Che Guevara durante el rodaje de Historias de la
Revolución. Fotos cortesía ICAIC (Cuba), IMCINE y Tabasco Films
(México), Telemadrid, SGAE y Filmoteca Canaria (España).
lindes muy precisas le sirven para explayar razonamientos sobre la
historia y sugerir otros contenidos. Se trata de uno de los grandes
maestros del cine cubano, junto a Humberto Solas en la ficción y
Santiago Álvarez en el documentalismo. No le ha sido ajena la polémica,
pues su cine está signado por sus días, vividos con intensidad.
Sus recursos, que son los del discurso intelectual contemporáneo,
acercamiento y distanciamiento requeridos para que la emoción se
rinda al raciocinio, le permitieron moverse con habilidad en temas y
problemas que generó un socialismo condicionado por el bloqueo y la
dependencia económica, la improvisación y esquemas que el proceso
cubano no logró eludir pese a la autonomía de su origen, su liderazgo
y las impetuosas juventud y resistencia de la cultura nacional.
De Gutiérrez Alea se podía esperar que entrara en cualquier asunto
considerado "problemático" sin acceder al propagandismo triunfalista
ni conceder terreno a un escepticismo inconsecuente, dos de los
graves peligros que pueden dañar la obra de creación en la Cuba actual.
Lo ha logrado con el filme Fresa y chocolate, que ahora conmueve
la taquilla cubana y deviene punto de debate para intelectuales y,
por su clamoroso éxito, traslada a hogares, centros de trabajo y lugares
de reunión populares un tema que antes no fue tratado con tan directa
crudeza.
•101;
hábito de los espectadores. En la cinematografía cubana, vocacional-mente
alejada de las corrientes comercialistas, destaca Gutiérrez Alea
entre los más dotados para abordar asuntos actuales, incluido el resultado
poco feliz de Hasta cierto punto, que marcó significados con
énfasis atendible, a pesar de que su enjuiciamiento del machismo no
alcanzó la eficacia del gran filme cubano sobre ese tema, Retrato de
Teresa, de Pastor Vega.
Si algo caracteriza a las obras de Gutiérrez Alea es que argumentos con
Contó con la colaboración de otro realizador sardónico y cuestiona-dor,
Juan Carlos Tabío [La Permuta y Plaff), para trabajar sobre un
guión de Senel Paz. Partieron de un relato impugnador y a un tiempo
fiel a su condición de obra literaria, El lobo, el bosque y el hombre
nuevo, del propio guionista. Gutiérrez Alea, Tabío y Paz incursiona-ban
en terreno resbaladizo, para satisfacer demandas largamente pospuestas
en el debate cultural de Cuba: la marginación de los homosexuales,
la instrumentalización de los prejuicios en un período reciente,
pero, también, una intolerancia de mayor hondura, a partir de
idealizadas concepciones sobre el comportamiento de los individuos
en la sociedad.
Fresa y chocolate narra la difícil amistad entre David, un joven comunista,
machista y homofóbico, y Diego, un homosexual de los que nada
guardan en el closet, una loca, como los califica el argot cubano. En
historias paralelas y contextualizadoras se evidencian la doble moral,
el dogmatismo político y la recurrencia al contrabando como forma
de sobrevivencia en las incómodas circustancias del bloqueo y de una
economía que no alcanza soluciones para la demanda interna.
Los asuntos se multiplicaban, pues el tema no llegaba solo, sino en la
madeja que arrastra una convulsión social que se planteó revisarlo todo.
El tejido anecdótico y el enfoque debían reflejar las diversas aristas
de una problemática donde marginados y marginadores quedaban
apresados en la lucha entre la tradición y la necesidad de ruptura, la
aquiescencia con cánones heredados y la urgencia por subvertirlos.
Entraban en terrenos de una eticidad que se ha formado a golpes de
acontecimientos, con no escasos reveses, pero con una voluntad de
cambio que ningún bienpensante puede poner en duda.
Cierto que casi toda la obra de los cineastas cubanos se inscribe en esa
meditación ética ejemplarizada en anécdotas. Algunas películas recientes
subrayan el debate, principalmente las ya mencionadas de
Gutiérrez Alea y Vega, Un hombre de éxito de Humberto Solas, Papeles
secundarios de Orlando Rojas, cuentos de Mujer transparente, con
marcado relieve "Laura" de Ana Rodríguez, Adorables mentiras de
Gerardo Chijona y la polémica y controvertida Alicia en el Pueblo de
Maravillas de Daniel Díaz Torres, a la que mucho habrá de reconocer
la creación en Cuba, pese a lo enrevesado de su ¿recepción?, otro capítulo,
ojalá sea el último, de un serial que puso en peligro la pantalla
grande: la intolerancia magnificada.
Si es cierto que la preocupación por una ética que se define en la medida
en que halla obstáculos, los mismos que alfilerearon la praxis social,
podría definir nuestro cine, también lo es que ha resultado el renglón
del arte que en Cuba ha abordado la realidad con más libertad y
menos fi-enos, incluso cuando "vendavales sin rumbo" estremecían la
arena cultural con un peso demoledor.
En su estreno habanero y sin que todavía iniciara el pase por provincias,
el filme Fresa y chocolate ya había roto todos los pronósticos de
asistencia, a pesar de que en Cuba el cine sigue siendo pasión de multitudes.
"Si como es fácil apreciar", me dijo un cubanólogo norteamericano
de visita en la Isla, "las interminables colas de espectadores suponen
el éxito del argumento y del enfoque, constituyen una denuncia
de alcance ilimitado porque eleva a tema de mayorías una problemática
que nunca se había tratado así. En ese sentido, el filme resulta
una convulsión para esquemas discriminatorios largamente reafirmados".
La existencia del filme ya "evidencia que las cosas han comenzado
a cambiar con relación a la minoría gay en Cuba", pero que "las
autoridades no pusieron similar celo en borrar los prejuicios hacia los
homosexuales, como sí en mejorar la consideración hacia los negros y
las mujeres, por ejemplo".
Tomás Gutiérrez Alea había dado nuevamente con un tema que contaba
con la ansiedad larvada de los espectadores. El reto era mayor, en
un contexto donde los prejuicios homofóbicos son, o se dan como,
parte de la comprensión que la mayoría tiene de los asuntos sexuales
en su conjunto. Para los analistas futuros que deseen ahondar en cuestiones
supuestamente sobreentendidas de la cultura cubana, el tema
merecerá más detenido enjuiciamiento, desde disciplinas cruzadas,
para desentrañar lo que tenemos como idiosincrasia, incluidos los
cantones fundamentales de la credulidad popular y sus mitos, no tan
radicales como se ha deseado, hasta indagar cuántos de los criterios
Escena de la película Fresa y chocolate.
homofóbicos han sido injertados y sobrevalorados, cuando no instru-mentalizados
en diferentes períodos de nuestra historia.
Las demás implicaciones del argumento y lo que se propuso decir
Gutiérrez Alea a través de él, como es su costumbre, le aportaban una
trascendencia impensada. Fresa y chocolate estaba llamado a resultar
algo más que un filme fuera de serie. Por el momento prefiero entrar
sn la contextualización de su anécdota y en lo que significaron para la
•vida cultural cubana los años setenta en que se instala la amistad del
joven comunista en formación y el homosexual salido del closet. Y no
6s añadido caprichoso, pues en el filme se debate, con énfasis comprensible,
el destino de la obra artística que reta los caminos establecidos
y de la personalidad que ama la cultura propia frente a cánones
que se empeñaron en establecerle como idóneos, y excluyentes, para
la construcción de una sociedad de nuevo tipo.
II. ¿"QUINQUENIO GRIS" O PESADILLA DISTENDIDA?
"El problema es que eso no es literatura. Ahí no hay nada. Sólo
consignas. Lo único que faltó fue poner inujik en lugar de guajiro".
Diego.
Aunque la exigua prensa cubana de hoy sólo ha dedicado gacetillas de
promoción a la película, sin profundizar en la significación de su con-
m
tenido, ya esto dice mucho para quienes saben leer entre líneas. Esos
elogios propagandísticos hubieran sido impensables unos años antes,
como también la existencia misma del filme. La posición del Gobierno
de Cuba, que no acostumbra a establecer debates o declaraciones
sobre estos temas, es, obviamente, de rectificación de errores que mucho
le han recordado intelectuales y críticos cubanos y extranjeros, y
que le granjearon no pocos alejamientos de personalidades que antes
eran cercanas.
Resulta explícito, dentro de las estructuras de producción y distribución
cinematográficas cubanas, que de no contar con la aprobación
gubernamental no hubieran sido posibles la realización y proyección
de un filme como Fresa y chocolate, que no se resigna a narrar una historia
sino que enjuicia procedimientos. Quedan claras dos cosas: existe
porque cuenta con la aprobación gubernamental y significa que algo
está cambiando en Cuba, pese al inmovilismo que insisten en atribuirle
sus adversarios y en el que gustarían solazarse no pocos de sus
gestores, por el horror vacui provocado ante los insoslayables cambios.
No pocos observadores anotan esos datos y comprenden el interés del
Estado porque tales temas queden resueltos o, al menos, que las mayorías
alcancen comprensión hacia ellos.
comodín de la vedette de éxito, su incondicional entrega entre bambalinas.
Pero han sido raras las ocasiones en que miembros de la minoría gay
resultaron retratados con simpatía, más allá de una caricatura complaciente
con los criterios machistas imperantes. Fresa y chocolate supera
la referencia contextual y deviene índice acusador de la intolerancia
en su sentido más amplio. Cala con una profundidad sin precedentes
y, dadas las líneas arguméntales sabiamente entretejidas, nos
propone una reflexión que va más allá de las angustias de una comunidad
marginalizada.
Resulta trascendente, en un país donde el machismo y los prejuicios
antihomosexuedes no fueron disminuidos sino enconados por hechos
que desde otras orillas historian con persistencia, que muchos espectadores
heterosexuales se identifiquen con el personaje gay y terminen
conmovidos cuando el joven comunista y "la loca" se abrazan, en un
final que no deja indiferente a nadie. Esto lo narra un filme cubano,
luego de una praxis nada amable, sin soslayar que el prejuicio hacia los
homosexuales y las medidas en su contra dañaron nuestra vida cultural
y crearon un clima de inseguridad y desconfianza.
En el anterior Festival de La Habana, y dirigido por el cubano Pastor
Vega, el mismo que hace una década lanzara un contundente alegato
a favor de las mujeres fi-ente al machismo. Retrato de Teresa, su filme
Vidas paralelas tocó el asunto de las dificultades de los homosexuales
frente a la intolerancia. Uno de sus personajes era un gay que emigró
a Estados Unidos para vivir con más holgura, sin hallar la ansiada felicidad.
Lo esperaba la paradoja de una vida sin ocultamientos, pero al
precio de asumir un sofisticado gheto. En otro filme cubano de éxito,
La Bella del Alhambra, de Enrique Pineda Barnet, un personaje homosexual
ganó la piedad de los espectadores. Se trataba del patético
El asunto llegó a su extremo en la década de los setenta, cuando fueron
despedidos de sus trabajos muchos actores y directores de teatro
y se sometió a una criba a quienes se relacionaban con el público o con
niños y jóvenes en formación. La marginación apelaba a "parámetros"
morales y de confiabilidad sancionados por un Congreso que comenzó
siendo de Educación y terminó como de Educación y Cultura (inicios
de 1971) para devenir amargo recuerdo en la esfera intelectual. La
purga conmovió aulas universitarias, la esfera editorial, las oficinas
públicas vinculadas a la vida cultural y educacional, y todo se implicó
con resortes políticos hasta un punto en que orígenes y motivaciones
Escena de la película Fresa y chocolate.
terminaron confundidos cuando ganó una significación que marcó
drásticamente el movimiento cultural en su conjunto.
El teatro cubano, por ejemplo, que tenía un nivel envidiable para los
países latinoamericanos y debía su auge al patrocinio del gobierno, todavía
no se recupera de los efectos de aquella política, pese a los esfuerzos
y la voluntad de la administración cultural actual. Otro tanto
padecieron escritores notables, cuyas obras ya no fueron las mismas,
aunque luego se quiso rectificar la política seguida con ellos.
Algunos casos ganaron connotación, como el del mayor poeta lírico
de Cuba, José Lezama Lima, quien pagó con el ostracismo el éxito internacional
de su novela Paradiso, donde abundan referencias a la homosexualidad.
De vicepresidente de la Unión de Escritores pasó a ser
no miembro". De un manojo de libros suyos publicados con motivo
de su sesenta aniversario, al más amargo silencio, sin que por ello le
faltara el respeto de quienes obviaban las contingencias epocales y
reconocían su trayectoria y sus dotes de gran poeta de la Isla, pero nada
podían hacer para evitarle un destino anunciado.
El más significativo dramaturgo cubano del siglo XX, Virgilio Pinera,
atravesó un período de hostilidad y silencio similares, hasta su muerte.
Sus obras pasaron a la gaveta de lo que resulta inoportuno. Su vida
se vio accidentada en extremo. Ahora quedan sus dolidos textos
inéditos y su correspondencia privada, que sacan a la luz los investigadores
literarios, en estudios y eventos que lo toman como centro.
Detrás de esos dos grandes nombres, otros escritores se vieron forzados
al silencio. Constituyen una larga nómina. Son talentos notables,
en un país donde la creación y el arte parecen tener terreno privilegiado.
Pasaron a labores anónimas en editoriales y bibliotecas. Algunos
se resintieron en su producción, desestimulados y amargados.
Otros se fueron al exilio. Eran los tiempos en que desde posiciones de
conducción cultural intentaban imponer los moldes del "realismo socialista"
del Este europeo, con menosprecio de la rica cultura autóctona.
Los escritores cubanos tenían una tradición occidental enraizada en
sus propios mitos regentes: Lezama Lima, Virgilio Pinera, Alejo
Carpentier o Nicolás Guillen, este último autor de elegías y cantos
adscritos a la militancia comunista, pero sin posible paragón con los
esquemas doctrinarios del "socialismo real". Los pintores siguieron
mirando con admiración a sus propios maestros: Wifredo Lam, Rene
Portocarrero, Amelia Peláez y toda una pléyade que mantuvo una
contemporaneidad vinculada a las escuelas más avanzadas, incluida
una enraizada y libérrima tendencia del expresionismo abstracto que
daba lecciones desde la Isla, en la que sobresalía Raúl Martínez y que
por largo tiempo, luego, superando el desprecio a que se vio sometido,
fue el iconógrafo de la revolución.
Poetas y narradores acudieron a sus propias raíces para soslayar aquellas
imposiciones y salvo unos pocos oportunistas y paniaguados, cerraron
filas frente a la agresión. La sabiduría y la intuición les ayudaron,
pero en los organismos que regían y valoraban la cultura predominaban
cánones dogmáticos alimentados por el arribismo, en una
sociedad eminentemente centralizada. El prestigio, e incluso las ocasiones
de publicar o mostrar sus obras, sólo podrían llegarles de aquellas
esferas, pero para ellos, como para el mítico personaje de Kafka, la
puerta estaba cerrada. Aunque amaban el proceso revolucionario y le
habían jurado fidelidad, se veían agredidos por quienes detentaban la
autoridad. Con pesar se sometieron a un involuntario exilio interior,
lo que fue un drama y ninguno pudo vivirlo como farsa.
Había llegado el momento del "tapaboca revolucionario" y de los ávidos
"talentos" emergentes que ocuparon posiciones al frente de las
instituciones. No se trataba solamente de quienes arribaban a la gestión
social por elemental orden cronológico, sino de avezados pescadores
en aguas revueltas. Comenzaron a regir la literatura, el teatro, la
música o las artes plásticas, para ejercer un oficio que entendían como
disciplinada y severa obsecuencia y, ni cortos ni perezosos, aprovecharon
su "hora y momento" para imponer "creaciones" traslúcidas,
sin gravitación ni sombra, pero muy ajustadas a la receta epocal. No
faltaron zares y zarinas criollas al imperio del realismo socialista en
versión para andar por casa, corte a la que se sumaban sucesivos aspirantes
al cetro y hasta bufones de turno, todos con pasión de recién
conversos a una "verdad" llegada del Oriente, como el sol al alba.
Las publicaciones culturales cubanas, donde antes señoreó la obra de
los autores nativos, fueron colmadas de traducciones del benéfico Este
europeo. Las de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba se inventaron
una "escuela cubana de traducciones de los países socialistas", en
números monográficos que querían resultar ejemplarizantes y quedaban
en parodia doméstica de la antología de la infamia. Asistimos a
una patética cruzada contra "la blandenguería", es decir, la flojera de
comportamiento, el "extranjerismo" -si copiaba al corrupto occidente,
pues hasta el mapamundi se leía al revés y ahora Cuba no era occidental
como Dios la hizo-, en caminos que se extrapolaban elevando
lo contingente a plano definitorio. Nunca se teorizó tanto sobre el arte
ni se promovió menos el arte verdadero entre nosotros.
III. AUSENCIA NO QUIERE DECIR OLVIDO
Hoy todo aquello se recuerda como pesadilla transitoria, pero demasiado
reciente para merecer olvido. Pese a la voluntad de conductores
avisados que debieron eclipsarse o no fueron escuchados en la arremetida,
nadie puede pedir que se ignore el impacto de aquel período
y su inevitable secuela. La política cultural cubana ha tratado de rescatar
a los escritores que teniendo obras significativas se vieron impedidos
de publicarlas. A quienes murieron se les invoca y rinde homenaje,
siempre con un sabor agridulce por la incomprensión que cercó
sus últimos años. A los que permanecieron en el país y persistieron,
los desempolvan, les publican y otorgan distinciones honoríficas. En
el fondo, y como valor inmanente, cuentan con su persistencia y una
fidehdad más que probada a los valores culturales autóctonos.
El caso más dramático de exilio y suicidio fiíe el del narrador Reinaldo
Arenas. Sus últimos libros devienen alegato y testimonio lacerante,
aunque tocados por su imaginación desmandada, donde se confunde
realidad y fantasía con una comprensible paranoia. Un escritor que se
acogió al exilio y también se suicidó, Calvert Casey, ha merecido un
reciente despliegue rectificador en la misma revista Unión donde pu-bUcó
su último texto en Cuba, relato de título irónico: "Adiós y gracias
por todo".
No escapa a ningún observador que esto es un signo de cambio, entre
otros, y que se vive en la actuaUdad una atmósfera de revisión y saneamiento
necesarios, de la que forma parte el filme Fresa y chocolate. En
los últimos años se aprecia la intención de mirar con cierta amabilidad
y justicia a algunos escritores exiliados, antes reducidos al status de
no personas", o a los controvertidos que permanecieron dentro. En
ese camino, cosas curiosas ocurren, no siempre de fácil explicación.
El narrador y poeta Severo Sarduy, muerto recientemente en París, ha
recibido su baño de santidad post mortem. Pero del dramaturgo que se
tiene como el mayor de Cuba después de Pinera, José Triana, radicado
en Francia, si bien lo mencionan con elogios cuando repasan el repertorio
de la Isla, sus obras no han vuelto a escena, ni siquiera su
obra fundamental, La noche de los asesinos, para muchos la más lograda
parábola de la necesidad de un cambio drástico para reiniciar la vida,
o sea, la convulsión genésica de una revolución. Mientras, un escritor
muerto en un exilio donde involucionó de gran innovador de la
narrativa cubana a propagandista de un revanchismo sin futuro, Lino
Novas Calvo, mereció una muy cuidada y encomiada edición de sus
relatos, lo que nadie puede regatearle pero asombra frente al continuado
silencio dado a otros narradores cubanos exiliados, de dimensión
insoslayable.
También en esa vía, un hecho significativo ocurrió el reciente 26 de
enero, en la Universidad de La Habana, institución que en el período
negro ejerció con particular minuciosidad la discriminación hacia escritores
que no cumplían los "parámetros" del dogmatismo, los borró
de sus planes de estudio o los encasilló en las más ingratas calificaciones.
El crítico José Prats Sariol ocupó un aula, frente a un auditorio
nutrido, para encomiar a uno de los grandes poetas vivos de Cuba,
Gastón Saquero. La variante radica en que Baquero vive en Madrid
desde principios de los años sesenta y no cesa en sus ataques a la
Revolución Cubana en la prensa de España y Estados Unidos. Ahora
se trataba de elogiar y valorar a un disidente notable, sin excluir menciones
a su disidencia, pero encareciendo sus excelencias literarias.
En ocasiones se asiste a un zig-zag desconcertante. Pero no habrá que
pedir demasiado en esta marcha de rectificaciones, y menos con los
ausentes. Para mencionar un caso notorio: el dramaturgo Antón
Arrufat, residente en Cuba y que en 1968 entró en conflictos por una
obra teatral que los censores consideraron irreverente. Los siete contra
Tebas, no ha visto su teatro en la escena por más de veinte años, aunque
le publican sus libros y no le escatiman distinciones y premios.
Todo esto puede considerarse como tanteos propios de un proceso
donde los lincamientos u "orientaciones que bajan", como las califica
el argot popular, pasan por la voluntad de funcionarios de turno, por
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contingencias que todavía no liallan fácil esclarecimiento o, simplemente,
improvisaciones e iniciativas inconsultas, si caben.
El Estado ha incluido en la lista de los honorables a quienes ayer marginó,
siempre con mucha cautela y luego de distendidas reconvenciones.
Sin embargo, si se soslaya un debate que analice y cierre cuanto
significó el período nefasto, lauros y medidas de reconocimiento no
bastan a sanar lo dañado. Es una demostración de que en el cuerpo
cultural se puede herir por decreto, pero la misma vía no alcanza a curar
las heridas.
En coloquios y en la prensa especializada, que por las circunstancias
de crisis tiene tiradas pequeñas y una atrabiliaria distribución, ya se
habla de lo que críticos benévolos denominan con el eufemismo de
"quinquenio gris" y que en la práctica fue una larguísima década.
Sitúan el punto ápice entre 1970 y 1976, año en que nació el actual
Ministerio de Cultura. Otros consideran que la sola existencia de esa
institución y los pasos dados para rectificar la situación heredada, no
significaron, como se desearía, un revés definitivo de las adversidades
que atravesaban los protagonistas de la cultura cubana, sino el inicio
de un cambio que en términos culturales se podrá apreciar con el
tiempo y es muy temprano para exaltaciones.
En aquella década "gris" se sitúa la anécdota de Fresa y chocolate. Sus
dardos críticos trascienden las pesadillas de los personajes, atacan el
mimetismo cultur¿al, que fue extranjerismo de nuevo cuño, bajo posiciones
políticas sacralizadas y salen en defensa de la cultura cubana,
encarnada por el personaje homosexual. Algunos momentos de fineza
crítica tratan ese tema, cuando el joven comunista padece la "intoxicación"
sovietizante inoculada por la desmesurada exaltación propagandística,
lo que motiva la burla homoxesual, acendrado en la cultura
propia.
Según me declaró un cineasta cubano conmovido por el trabajo de sus
colegas, "es difícil que en tan poco tiempo alguien logre decir más y
mejor las cosas que tanto nos han preocupado". Otro cineasta, que
debió afrontar las inclemencias de dogmas hostiles a la creacción y de
coyunturas que convirtieron una obra suya en munición de batallas
ajenas al arte, dijo que "vale la pena haber vivido estos años para ver
una película cubana que se propone este acto de justicia".
Lo que se podría considerar una comunidad gay de Cuba, que no
cuenta con organizaciones representativas, como en otras partes del
mundo, ha recibido el filme con alegría, pues representa una reivindicación.
Sin embargo, reconocen que el asunto requerirá un esfuerzo
mayor, colectivo, contra los prejuicios enconados por el elemental
machism.o. Es fácil comprender que unos y otros no aluden solamente
a la anécdota del filme, sino a todo un proceso de revisión necesaria,
pospuesta por demasiado tiempo.
Ese sentimiento ha marcado la recepción de la película. Unos se ven
reflejados en la pantalla. Otros reconocen los problemas de gente cercana
a ellos. Agradecen que sin que resulte un pesado alegato político
más, los realizadores hallarán la forma de abordar tantos asuntos desde
un argumento central. Esto no podían hacerlo "orientaciones" de
la administración cultural, y mucho menos de la prensa, en las actuales
circunstancias cubanas. Lo empieza a hacer el arte, de la literatura
a la canción, y es comprensible que lo haga con mayor énfasis el cine
cubano, donde las tendencias extremistas y populistas tuvieron un esforzado
freno.
Una muestra de cómo los problemas que describe y enjuicia Fresa y
chocolate han sensibilizado a los creadores cubanos, que ahora se estremecen
ante la pantalla y junto a quienes colman la taquiüa en lo
que ya se ve como hito en la historia de nuestro cine, es la canción de
Pablo Milanés, fechada en septiembre de 1993 e incluida en un disco
reciente:
EL PECADO ORIGINAL
A Lázaro Gómez
Dos almas
Dos cuerpos
Dos hombres que se aman
van a ser expulsados del paraíso
que les tocó vivir.
Ninguno de los dos es un guerrero
que premió sus victorias con mancebos.
Ninguno de los dos tiene riquezas
para calmar la ira de sus jueces.
Ninguno de los dos es presidente
Ninguno de los dos es un ministro.
Ninguno de los dos es un censor de sus
propios anhelos mutilados...
Y sienten que pueden en cada mañana
ver su árbol,
su parque,
su sol,
como tú y como yo...
Que pueden desgarrarse sus entrañas
en la más dulce intimidad con amor
así como por siempre hundo mi carne
desesperadamente en tu vientre
con amor también.
No somos Dios.
No nos equivoquemos otra vez.
El filme Presa y chocolate, con sus flechas disparadas a todo tipo de intolerancia,
llega cuando la conciencia colectiva de los cubanos ha madurado
y rechaza elementos que pretendieron injertarle, pero no germinaron.
El analista de todo esto, cuya salida a escena se espera con
ansiedad, habrá de indagar en el panorama actual, entre publicaciones
y eventos culturales, los síntomas que marcan un cambio saludable.
Ya no hay revista especializada ni acontecimientos de la cultura cubana
que no apunte a esa rectificación largamente esperada, y es preocupación
compartida que no cese y enrumbe a rectificaciones perdurables.
Sin acceder a propagandismos explícitos, la misma Unión
de Escritores y Artistas de Cuba, institución que ayer no supo obviar
las tendencias torcidas y contribuyó a enflaquear a la cultura cubana
quedándose sin nombres trascendentales, ha iniciado, desde sus revistas,
esta marcha para poner al fiel los platillos de la balanza, lo que será
de agradecer.
El éxito de taquilla de Vresa y chocolate es el sello de autentificación de
sus planteamientos, desde las mayorías de Cuba, que son más ilustradas
que otras y han aprendido una suspicacia política para leer y no
sólo consumir. Pero observa con mirada miope quien sólo ve un
asunto gay en el abrazo de David y Diego, o quien se solace en su propia
trayectoria y por cantarle al árbol inmediato pierda de vista el bosque.
Bienvenido el actual momento de crisis si promueve la revisión
de los valores imperantes en la vida cubana y una irrecusable reafirmación
de la identidad nacional. En ella deben caber todos los sabores,
es decir, las opciones y las interpretaciones.
REYNALDO GONZÁLEZ (Cuba 1940). Narrador, ensayista y periodista. Fue
el redactor jefe de las revistas Pueblo y Cultura y Revolution et/and Culture,
génesis del actual órgano del Ministerio de Cultura cubano. Es el director de la
Cinemateca de Cuba.
Su obra en libros: Mielsobre hojuelas (cuentos,1946); Siempre la muerte, supuso
breve (novela. Premio Casa de las Américas, 1968, de la que existen ediciones
en francés, Gallimard, alemán, polaco y varias en castellano); La fiesta de los
tiburones (relato testimonial, 1978, con edición en Alfaguara); los libros de
ensayos distinguidos cada uno con el Premio de la Crítica de Cuba:
Contradanzas y latigazos (1983), Lezama Lima, el ingenio culpable (1989) y
Llorar es un placer (análisis de las telenoveias latinoamericanas, 1990). En proceso
editorial: El bello Habano (ensayo de interpretación histórica del tabaco),
Cuba: antecedentes penales de una isla (ensayo) y El cielo a que me tienes sometido
(novela). El cuento "La mujer impenetrable", recogido en esta edición,
ganó el Premio Juan Rulfo, París, 1993. Ha dictado conferencias en universidades
y centros de cultura de Estados Unidos, Francia, Italia, Alemania,
Polonia, España, México, Chile, Uruguay, Hungría, Venezuela, Nicaragua. Sus
textos se publican en revistas especializadas de Europa y América.