LA AVENTURA SURREALISTA EN LAS /INTILLAS
Por E. F. Granell
ebo confesar mi gozo redactando estas líneas para el
catálogo de la exposición surrealista del Centro Atlántico
de Arte Moderno de Las Palmas de Gran Ca- D. ^
m í^ Es la segunda vez que por similar razón vengo a
este archipiélago. Hace cinco años, mi amigo el poeta Carlos Pinto
había organizado en Tenerife una exposición de mi obra palabra
que escribo con letra minúscula, en vez de mayusculizarla
como Juan Ramón Jiménez . Ahora hace más de medio siglo
que en este paraje oceánico se dieron la mano y trabajaron juntos
los surrealistas llegados de Francia y los canarios.
Óscar Domínguez comenzaba a ser conocido en todo el mundo
y aquí se publicaba la revista Gaceta de Arte, que fundaron Eduardo
Westerdahl y sus amigos Domingo López Torres, Domingo
Pérez Minik y Pedro García Cabrera, una de las publicaciones
más prestigiosas del movimiento surrealista. Yo recuerdo la honda
impresión que me causaron los dibujos fantásticos del escritor
y pintor Pérez Galdós cuando los vi reproducidos en la edición
que de Miau hizo la editorial de la Universidad de Puerto Rico
en Río Piedras. Igual emoción siento al oír las folias de estas tierras
que las folias de Juan Sebastián Bach.
Por encima de todo, se me hace imposible apartar de mi memoria
las atrocidades cometidas aquí por la insurrección fascista
de 1936, a cuyas víctimas simbolizan el martirio y el fusilamiento
por los falangistas del gran poeta Domingo López Torres.
Poco tiempo antes, André Bretón y su miijer,Jacquelinc, junto
con Benjamin Péret y en colaboración con sus anOtrioncs canarios,
habían presentado en Tenerife la primera exposición internacional
surrealista fuera de la pequeña geografía europea. A
la distancia temporal de hoy, aquel encuentro se manifiesta como
habiendo sido un ensayo del encuentro que los surrealistas europeos
habrían de efectuar con los del mar de las Antillas. Bretón
participó en ambos acontecimientos.
Su hbro L* surréalisme et la pmnture contiene dos pasajes que siguen
manteniendo un interés muy particular. A más de ser iluminadores
respecto al cambio de rumbo que se estaba operando
en las artes, descubren un tejido recamado de augurios. Esos pasajes
se refieren a la profundización de la capacidad visual de la
pintura en nuestro tiempo, y a los mundos viejo y nuevo de la
historia y de la creación artística.
Este hbro de Bretón despliega ideas de una importancia trascendental
para la exploración profunda de los rincones y tragaluces
del espíritu, así como para una más dilatada comprensión
del fenómeno poético considerando la poesía en su más amplia
dimensión, y no sólo habitante en los abusados moldes de la
versificación—. Esta obra se mantiene aún solitaria en el alto nivel
que alcanzó el día de su publicación, sin ningima otra que le
sea equiparable.
El primer párrafo es el siguiente:
«líl ojo existe en estado salvaje. Las Maravillas de la tierra
a treinta metros de altura, las Maravillas del mar a treinta
metros i^le profimdidad apenas tienen por testigo al ojo
apocado que para los colores lo refiere todo al arco iris.
Ese ojo preside el convencional cambio de scñíiies que, al
aparecer, exige la navegación del espíritu.»
El otro pasíije, inicial del capítulo «Génése et perspectives du
surréalisme», dice así;
«Como Colón, que yendo a descubrir las Antillas se
creía en la ruta de las Indias, el pintor del siglo veinte se
encontró en presencia de un nuevo mundo antes de haberse
apercibido de que podía salir del antiguo.
Este mundo antiguo era el de la representación de la naturaleza
conforme a la percepción visual más o menos influida
por la emoción. Con raras excepciones, las más de
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Eugenio F. Granell, El vuelo nocturno del pájaro Pi, 1952.
las veces determinadas por la tradición oculta o por el misticismo
religioso, el artista continuaba prisionero de la percepción
externa sin prever ningún otro medio de evasión.»
Tampoco Bretón, al escribir esas líneas, podía apercibirse de
que estaba anticipando un significativo curso ulterior de la pintura
surrealista, del surrealismo en general y de su propio destino.
El primer texto corresponde a la edición del libro. Apareció
en 1928 (París). El segundo, que lo amplía, en Londres, 1941.
Este fue el año del viaje de su autor hacia el destierro.
Bretón había estado en América en 1938. Viajó a México
para entrevistarse con León Trotsky, quien, dos años más tarde,
perecería asesinado por un agente comunista español a las órdenes
de Stalin. Pero cuando Bretón se embarcó con su familia y
amigos rumbo a la Martinica en 1941, sí era consciente, al contrario
de Colón, de que, distanciándose de las amenazas de la guerra
hitleriana, no sabría —como ningún intelectual libre— de
qué modo evadir las asechanzas criminales del estalinismo, con
las que muchas veces se había enfrentado.
El hecho es que los surrealistas, con su poesía escrita o pintada,
que lo mismo da, llegarían, en efecto, al Nuevo Mundo; o,
mejor, a los nuevos mundos de la geografía y del espíritu. La in-certidumbre
del destino de esos viajeros contrastaba con la convicción
de que al fin disponían del medio que les permitiría ver
más y mejor. Ahora el artista contaba, además de con los ojos
de la cara, con los que cada cual lleva «en las entrañas dibujados
», según Juan de la Cruz acertó a definirlos. Estaba así en condiciones
de que, superponiendo ambos, se tornaba visible el castillo
interior y se hacía posible la exploración de sus interminables
corredores y moradas.
Mientras el arte abandonaba el modelo sensorial de la naturaleza,
la naturaleza iniciaba el curso de su ruina bajo el doble
ataque de las fuerzas, aún incontrolables, de la guerra y la indus-triaUzación.
El concurso de ambas determina que la muerte a
38 ATLANTICA
Eugenio F. Granell, El vuelo diurno del pájaro Pi, 1952.
mansalva y los productos innecesarios lanzados al mercado paralicen
el ánimo y aniquilen la imaginación, que es cuanto el surrealismo
exalta sin cesar.
La aventura surrealista que tuvo por escena el mar Caribe se
produjo en un instante en el que aún era posible ampliar el mapa
de los viajes del espíritu aludidos por Bretón. Poco resta para el
cierre de ese alivio. Lo más de la creación artística actual pertenece
mejor a los intereses venales de la industria que a la imaginación
poética, de la que se envanece en volverle la espalda con
la más cínica pachorra avidollarense.
Los surrealistas que alcanzaron las playas antillanas en los
anos cuarenta —yo entre ellos— habíamos sido empujados a ese
azar por el imperio de las circunstancias, según el pintor y escritor
José Moreno Villa lo expresó en México cabalmente
«No vinimos aquí,
nos trajeron las ondas»,
líneas que se repiten como estribillo del exilio. Cuando en 1935
vinieron a las islas Canarias los surrealistas franceses, en colaboración
con sus amigos canarios erigieron un arco de triunfo al-briciador
de los cambios más faustos. Sobre todo, los concernientes
a la superación del precario vivir del individuo humano y de
su descuajeringada existencia social.
De súbito, el estrépito guerrero suspendió todas las ilusiones.
Cuanto había sido placentero con motivo de la exposición su-rreahsta
en las islas Canarias se repidó un lustro más tarde, sólo
que sorteando durísimos azares y bajo el sendmiento aturdidor
que mezcla, confundiéndolas, nostalgias y esperanzas. A veces la
AHANTICA 39
historia rueda más veloz que el vehículo de los deseos humanos.
Como suele suceder con cada acción colectiva surrealista, el grupo
de mujeres y hombres que, procediendo de Marsella, llegó en
1941 a la Martinica,, era sólo un fragmento del amplio muestrario
internacional de ese movimiento. André Bretón, su mujer Jac-queline
y Aube, la hija de ambos, eran franceses. Asimismo lo
eran André Masson, Fierre Mabille y Claude Lévi-Strauss. Víctor
Serge era belga, y ruso su hijo Vlady; y Anna Seghers, la novelista
que los acompañaba, era alemana. Wifredo Lam era cubano.
El grupo esperaba difícilmente en la Martinica alcanzar otros
parajes. La isla se estaba convirtiendo en un campo concentra-cionario
para los recién llegados. Yo sólo conocía a Wifredo Lam
y al hijo de Serge, Vlady. Me lo había presentado años antes, en
París, el escritor del POUM Narciso Molins y Fábregas. Fue en
la calle Vercingétorix —nombre insuperablemente patriótico—,
donde Vlady vivía con Sacha Vierny, que habría de filmar la película
Hiroshima, y su mujer, Dina, por entonces la modelo del escultor
Maillol.
Lam instruía a Vlady en los secretos del arte de pintar, y de
éste conservo, como de Lam, algunas reliquias; para mí, trofeos.
De Vlady, sobre todo, dos retratos de Bretón hechos en la isla.
Uno un dibujo y un óleo el otro. Y de Lam, un paisaje no surrealista
que fue una lección a su joven amigo.
En la Martinica fue donde Bretón conoció y dio a conocer al
poeta Aimé Césaire, quien con su amigo Rene Ménil había fundado
la revista Trapiques el mismo año de la llegada de Bretón y
sus compañeros a la isla. La actividad creadora del grupo formado
por los exiliados procedentes de Europa y los americanos aumentó
considerablemente desde el primer encuentro. La pintura
y la poesía surrealistas dejaron, en este afortunado encuentro antillano,
algunos de sus frutos mejores. Al mismo tiempo sembraron
en la nueva tierra la semilla que, en el terreno del espíritu,
competía en su fecundidad con los dones prodigiosos de la selva.
El libro Martinique charmeuse de serpents, de Bretón, es un homenaje
a la elementalidad de las maravillas naturales, que aún en
parte subsisten. Masson colaboró en el empeño con la magia evocadora
de sus dibujos. Y en cierto instante, el poeta y el pintor
—o ambos poetas, o los dos pintores— entonan un diálogo que
deviene cántico a la solemnidad de la naturaleza primordial.
Después de las vicisitudes sufridas en la isla, los exiliados europeos
se disgregarán por las rutas diversas de la enorme geografía
americana. Lévi-Strauss parte para el Brasil, donde escribirá
Tristes trapiques. Jezn Hélion, que creo recordar formaba parte del
grupo, se embarcó hacia la Argentina, y Masson, a los Estados
Unidos, en donde se uniría a los demás surrealistas salvados del
acoso nazi por la generosidad de los intelectuales estadounidenses.
El Caribe recobró la función tradicional cumplida por siglos:
volvió a ser la plataforma que distribuía a los improvisados navegantes
por el continente americano.
Sólo Lam, cubano, retornaba a su tierra. Con él llegaron a
la RepúbUca Dominicana Bretón con su familia, el doctor Fierre
Mabille con los amigos Anna Seghers y Víctor y Vlady Serge. Bretón
regresaría al país pasado un lustro, pero las noticias biográficas
omiten siempre este episodio de su vida, sólo explicable por
el tradicional desdén galo hacia cuanto no lo es si está fuera de
Francia.
Bretón y Mabille accedieron a que les hiciese entrevistas para
La Mación, el periódico en el que yo trabajaba. Bretón se dolía de
la suerte incierta de Benjamín Péret, Max Ernst y de cuantos permanecían
en Francia. Dijo que Otto Abetz le había ofrecido carbón
a Picasso, que no lo aceptó. Lamentó el exceso de colaboracionismo
intelectual con el nuevo régimen y reconoció el valor
denotado por Gide y otros negándose a tal colaboración.
En espera de proseguir su camino, pasábamos horas hablando
en el café. O bien dibujábamos algún cadavre exquis, de los que
retuve tres o cuatro y sólo doy con uno. Bretón se interesó por
la vida de los refugiados españoles y judíos. De aquéllos conoció
y elogió la obra del pintor Gausachs y del escultor Manolo Pascual.
Me dejó un libro de Bataille, cuya obra me dijo interesarle
mucho.
Hablaba con entusiasmo de su estancia en la Martinica y de
la creación poética de Césaire, así como de su revista. Un día,
desenrollando un papel que llevaba consigo, me mostró un goua-che
de Wifredo Lam. Era una extraña gran cabeza diseñada con
enérgicos trazos e igual cromatismo. Consideraba a Lam muy altamente
y me refirió que era el pintor que más le interesaba a Picasso.
Vino a mi estudio y me dijo que mi pintura era tres/arte,
tres espagnak.
En la entrevista que le hice Bretón me pidió que le formulase
escritas las preguntas, y gracias a ello poseo el manuscrito.
Bretón regresó a la isla en 1946 para encontrarse con Elisa,
que venía de Chile. Ambos pasaron algunos días en Santo Domingo.
Como él llegaba de Haití, traía varias obras del pintor
vudú Héctor Hyppolite, que me mostró apoyadas contra las sillas
y la pared.
Un día Bretón quiso conocer al grupo que hacíamos la revista
La Poesía Sorprendida. Conoció a todos menos a Alberto Baeza
Flores, que se encontraba en Cuba: Manuel Llanes, Rafael Amé-rico
Enríquez, Aída Cartagena Portalatín, Franklin Mieses
Burgos, Antonio Fernández Spencer, Manuel Valerio, Freddy
Gatón Arce, H. Ramírez Pereira y J. M. Glass Mejía, amigos a
quienes nombro porque, lo mismo que a la revista, la literatura
surrealista nunca los tiene en cuenta. Sin embargo, Gatón Arce,
por ejemplo, escribió el poema Vlía, de una belleza raramente
igualada. Bretón mismo nos dijo: «Esta labor hay que darla a conocer
en Europa. Pueden ustedes estar seguros de que en Hispanoamérica
no existe una revista de tan noble calidad.» En similares
términos se expresó Juan Ramón Jiménez.
En Santo Domingo no decayó nunca el interés por la visita
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surrealista de los años cuarenta, ni por la importancia de La Poesía
Sorprendida. Aún hoy la prensa y la literatura se ocupan de ambas
experiencias. Escritores afines al surrealismo, como el chileno
Alberto Bacza Flores y el profesor rumano Steían Baciu, de
la Universidad de Hawai, no interrumpen escribir sobre el surrealismo
en la prensa hispanoamericana. Así lo denotan las obras
de Baeza y ác M. Lebrón Savifión IM poesía dominicana en el siglo
XX y la Historia de la cultura dominicana, así como la Antología de la
poesía surrealista latinoamericana, de Baciu. Esta última la exalttí Octavio
Paz cumplidamente, y en un epígrafe de la misma dice: «Ignoro
cuál será el porvenir del grupo surrealista; estoy seguro de
que la corriente c¡ue va del romanticismo alemán y de Blake al
surrealismo no desaparecerá. Vivirá al margen, será la otra voz.»
Estoy de acuerdo. Esa otra voz proseguirá viva al tiempo que irán
apagándose otras, tanto adeptas como renuentes.
La salud poética dominicana permanece incólume. Su mayor
representante actuíil es el pintor Jvan 'l'ovar, que retornó a su tierra
después de vivir varios años años en París.
.A mi llegada a Santo Domingo, el general 'Frujillo era considerado
como un héroe nacional. Había reconstruido el país, devastado
por un violento ciclón. Cuando me ausenté, el héroe habíase
vuelto uno de los máz ferozmente sanguinarios dictadores
militares latinoamericanos, con no poca responsabilidad en ello
de los Estados Unidos, que le habían amamantado. Me vi forzado
a irme porque un rasgo de mi carácter, ya desde mi infancia,
es que no me gusta ser matado aforismo que no encuentro en
La Bruyére \
De la República Dominicana pasé a la de Guatemala, deseo
que Uervantes no pudo satisfacer. La historia se permite humoradas
como ésta. Me encontré con viejos amigos exiliados. Tuve
la suene de conocer ¡.il pintor Carlos Mcrida y a la poeta costarricense
Eunice Odio, ambos muy afectos a la condición surrealista.
Conocí también al poeta Luis Cardoza y Aragón, de quien
cuidé la edición de su libro Pequeña sinfonía del Muevo Mundo.
Hablando con Cardoza me dijo que se iba a México y (|ue
vería a Juan Larrea, que tenía a su cargo la gran revista Cuadernos
Americanos. Entonces recordé dos cosas: recordé una estimación
de Larrea que le había oído a Bretón: «Era el más dotado entre
nosotros», me dijo. Y me instó a que le mandase algo de su parle,
y fotos. Cardoza le llevó un pequeño trabajo mío sobre el Guer-nica,
de Picasso, que me devolvió a su regreso porque, según Larrea,
ya él había escrito todo lo que se podía decir acerca de dicha
pintura. De los artistas guatemaltecos, Miguel Alzamora me
sorprendió altamente por su personal grande imaginación. Con
él y otros organizamos una exposición. En ella participó el cubano
Eduardo Abela, que era el embajador de Cuba y había abandonado
su temática cubana para desarrollar en sus telas la belleza
que surge de la espontaneidad.
Otro amigo a quien hallé después de la revolución española
fue A. Vargas Romero. Habíamos sido condiscípulos en el Conservatorio
de Madrid. \Jn día se me ocurrió felicitarlo por ser el
director de Bellas Artes, siendo un refugiado como yo, y le pregunté
por qué unas veces podíamos charlar largamente, al vernos
en la calle, y otras veces pasaba de largo y no lo hacíamos. Vargas
me reveló no ser español sino guatemalteco, y aclaro que cuando
hablaba conmigo era él, y cuando no me hablaba ni pío era
su hermano gemelo. Lo cual demuestra que, por mucho que se
parezcan, los gemelos pueden ser muy distintos entre sí. Apotegma
éste que tampoco encuentro en I^a Bruyérc.
Tras un período de intensa labor durante el disfrute de la democracia
en Guatemala, los comunistas tomaron el control del
poder y una de sus ideas prácticas fue la de hacerme la vida imposible.
Perseguido, y a fin de impedirles lograr su propósito, mi
famiha fue protegida por el embajador de Italia, un socialista, y
yo pasé a la embajada belga, con otro socialista. Luego nos juntamos
en la del Brasil, cuyo embajador era un Hberal. De allí pasamos
a Puerto Rico, en cuya Universidad me acogió el rector,
Jaime Benítez.
Nuestra llegada a Puerto Rico no pudo ser más intelectual.
Los chicos que vendían la prensa gritaban: «¡Descartes regresó
de París!». Además, era el día de los Reyes Magos. Yo estaba entusiasmado,
pero el Descartes voceado no era mago. Era im senador.
Mucho cabría decir del surrealismo en Puerto Rico, pero me
limitaré a mencionar a los artistas de entonces, con los cuales hicimos
una expo.sición: R. Alberty (no el estalinista), O. Bravo,
C. Crespo, Francés del Valle, R. Ferrer, J. L. García, J. Lima,
G. I^ópez, Rosado del Valle, Ruiz de la Mata, V. Sánchez, Nieves
Serrano, L. L. Solía, Virginia Vidich Cossette Zenov, y
L. A. Maisonet.
Tuve la tristísima noticia de que el pintor Miguel Alzamora,
de Guatemíila, había sido muerto de un tiro en la cabeza en un
mitin estalinista. Era como un príncipe. Se dijo que había sido
una casualidad. Otra es que era el único (|uc compartía mis ideas
trotskistas. (Me había regalado el núm. 10 de Minotaure, c^t tiene
la portada de Magritte.)
Gomo dice el refrán periodístico, «Donde no hay espacio; no
caben más líneas.» Ergo,fmis.á.
N O ' F A S :
* Este texto pertenece aJ catálogo de ¡a exposición inaugural del (^'.'\.AM .sobre
«El surrealismo entre Viejo y .Nuevo Mundo».
ATÍANTICA 41