LOS BATIKS DE KIRITA
IRAIDA CANO
Estomik Samuel Kirita nació a los pies del Kilimanjaro en 1956.
Durante cuatro años se educó en la Escuela de Arte Seeta de
Uganda con el maestro Lwanyanga Musoke. Desde 1974 trabaja
en Arusha, la ciudad más importante del norte de Tanzania,
centrando su actividad en la difusión de la técnica del batik.
Actualmente está a cargo del Centro de Arte Kam Art Work
donde desarrolla la docencia y su trabajo artístico. Se trata del
único centro estatal de enseñanza y transmisión de esta técnica
tradicional muy cultivada en Tanzania, pues supone la única
posibilidad de expresión al alcance de la mayor parte de los artistas
plásticos del país, al utilizar como instrumentos telas de
algodón y pigmentos naturales. Obtener óleos o acrílicos no es
posible más que a través de amigos o artistas extranjeros, pues
no se fabrican en el país y su precio sería inaccesible para quie-
Iraida Cano, Rashid Diab y Antonio Zaya en la exposición de Kirita en el
CIDAF de Madrid, 1994.
nes están instalados en una economía de supervivencia.
Siguiendo las formas de transmisión tradicional, los jóvenes
artistas inician sus primeros pasos junto ai "maestro", que les
adiestra en el uso de materiales, pigmentos, tratamiento de la
tela, etc. Y sólo una vez conocida la técnica se independiza el
alumno para encontrar un estilo propio.
Lo que diferencia la obra de Kirita de otros artistas del país es
la delicadeza y minuciosidad de su técnica, de gran calidad en
el resultado final, y la obtención de colores de extraordinaria
pureza. Estamos frente al trabajo de un artista genuino al servicio
de una exigencia y una sensibilidad personal al margen de
su posible y deseable venta en los circuitos turísticos tanzanos.
Los temas de sus lienzos reproducen el entorno más inmediato:
el Kilimanjaro o Montaña de Grandeza, así llamada por los
Masáis, pues pensaban que estaba cubierta de oro y plata; los
espléndidos y legendarios masáis acompañados de su ganado,
regalo de Engai, según su tradición, de quienes son los únicos
y legítimos dueños; los coloristas mercados locales, auténtico
testimonio de la vida cotidiana; los músicos, danzantes y las oscuras
y estilizadas figuras entrelazadas inspiradas en las esculturas
de los Makonde. Se trata, por tanto, de un mundo próximo,
de dimensiones casi locales, de la vivencia, la manifesta-
' / • • • \ / \
ZiNieOAllANTlCODl ASri MOOiSNO
1j)]
Kirita, Mercado, 1992. Batik, 126 x 130 cm. Cortesía CIDAF, Madrid.
ción y estilización de la cotidianidad, ajeno por completo a influencias
externas.
Me llama la atención cómo la obra de todos estos artistas refleja
un espacio tan intenso y cercano, de modo que un pintor de
Zanzíbar, por ejemplo, reproducirá en sus temas casi exclusivamente
las playas y detalles de esta pintoresca ciudad, siéndole
completamente ajenas las nevadas cumbres del Kilimanjaro.
Esta es la primera vez que Kirita presenta una exposición individual
fuera de su país; que haya sido en Madrid es algo que debemos
agradecer a la colaboración desinteresada del Centro de
Información y Documentación Africana (CIDAF), donde hemos
podido apreciar una selección de 30 batiks del artista tan-zano.