De origen popular
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FRANCESCO BONAMI
Después del "Arte Pavera" y de la "Transvanguardia", una generación
autónoma y "sin titulo" de artistas italianos se prepara a
entrar en la escena artística contemporánea internacional. Mario
Airol, Stefano Arienti, Massimo Bartolini, Vanessa Beecroft,
Maurizio Cattelan, Eva Marisaldi, Liliana Moro, Alessandro
Pessoli, Massimo Uberti, Vedova Mazzei, son sólo algunos ejemplos
de quienes hablan un lenguaje de creación completamente diferente.
Sin embargo, a pesar de esta energía, ninguno puede entrar
o salir de "la fortaleza" Italia para establecer el diálogo internacional
que ya no puede aplazarse.
Capucci, Riccardo Cavallo, Amalia Dal Ponte, Paolo Ga-llerani,
Paola Gandolfi, Gianni Pisani, Angelo Savelli, Vito
Tongiani, Mino Trafeli, Giuliano Vangi. ¿Quienes son? Quizás
alguno de vosotros llegaréis a conocerlos. Los conoceréis si visitáis
el pabellón italiano en la próxima Bienal de Venecia. Son
algunos de los artistas invitados a representar (me imagino que
en un sentido teatral) al arte contemporáneo italiano. Deben
ser esos tártaros que espera el segundo teniente Giovanni Drogo
en una fortaleza distante de la frontera de un país imaginario
en el bellísimo libro que Diño Buzzati escribió en 1940. Podrían
ser esos tártaros que sólo llegan cuando Drogo, olvidado
por todos, ya está muerto.
Empezar una discusión sobre algunos de los artistas invitados
por Jean Clair para ocupar el pabellón italiano, de modo
que podamos embarcarnos en un viaje por el interior de esta
quimera europea llamada Italia, no es ni simple ni indoloro.
Como buen italiano tengo un espíritu polémico congénito, un
espíritu que abarca tanto la historia privada como pública de
cualquier ciudadano que creció a la sombra de la cúpula de
Brunelleschi, entre olores de salvia y romero, durante los años
V ^
CINÍRO ATlANIlCO Df * t l f MOOfSNO
Miiiiiizid Cailclaii, 199-t.
de terrorismo y hasta estos días en que cualquiera tiene tres pares
de zapatos Timbeland y lleva en su pulsera dos relojes Swat-ches
idénticos. Y no obstante, es igualmente importante repasar
los hechos que rodean los preparativos para la próxima Bienal
-que marcará su cien aniversario- antes de que explote otra
polémica que nos ciegue a todos. Los hechos deben analizarse
por lo que significan como símbolos y ejemplos de una condición
cultural perversa que parece incurable.
Los nombres que he mencionado, nombres que serán
presentados a un público internacional en competición con artistas
como Bill Viola o Katharina Fritsch, no representan al arte
contemporáneo italiano. Esto es un hecho indiscutible. Y es
indiscutible porque el arte contemporáneo ya no es un fenómeno
parroquial y no lo ha sido desde hace muchos años. Ya
no es un reflejo de la creación de patologías provincianas, que
son respetables y justificables pero que no representan a una
generación cultural que se ha educado en comunicación con el
resto del mundo. En Italia existe una generación de artistas, entre
veinticinco y treinta años de edad, que están en contacto directo
con las investigaciones y las tendencias de las creaciones
artísticas internacionales. Estos artistas son capaces de producir
obras que son completamente autónomas y representan a
una cultura contemporánea en transformación. Los nombres
seleccionados para la celebración centenaria de una de las ma-
Vanessa Beecrol't. l')')-t.
nifestaciones más importantes del arte internacional no reflejan
una transformación sino un mundo embalsamado que se
ha cerrado voluntariamente al resto del planeta y por ello es incapaz
de entender las evoluciones y traumas globales.
Lo que estoy diciendo ni es polémico ni arbitrario, sino
sobradamente documentado. Cualquier crítico o conservador,
pequeño o grande, local o internacional, comprenderá lo que
estoy diciendo en relación a la necesidad de evolución y progreso
cultural. Si éste o ésta no se dedica a ello, cuando menos
favorece una preparación específica para un objetivo y una visión
honesta de la reahdad en la que trabaja. Lo que confronto
no es un problema de individuos sino el drama de una cultura
y sus patrones de progresión.
A pesar de la marisma política que ha gobernado y todavía
gobierna Italia, un repaso al panorama del arte contemporáneo
desde la posguerra hasta el presente revela una estructura
bipolar. A un lado está Germano Celant y al otro Achule Bonito
Oliva. Estos dos personajes, empleando tanto sus fuerzas
como sus debilidades, han dirigido las dos facciones más importantes
del mundo del arte italiano. A partir del dominio y la
subyugación ambos han negado incluso su propia inspiración
a toda una generación de conservadores y críticos jóvenes que
podría ofrecer al mundo una visión verdaderamente contemporánea
de lo que ha sido creado, producido e investigado en
el arte italiano durante los últimos diez años.
Celant ha funcionado dentro de una política de filtros. La
fuerza de su extensa investigación histórica le ha permitido
ocupar posiciones de poder en el mundo del arte, y mientras se
movía de puesto en puesto fue colocando sus inofensivos peones,
estratégicamente o no, allí donde le ofrecía el sistema: revistas,
museos marginales, galerías. Una táctica comprensible,
considerando que Italia está gobernada por una mentalidad
paternalista y nepotista a la que inevitablemente se opone un
instinto parricida. El parricidio se convierte, así, en la única acción
posible para despejar el paso hacia el pensamiento autónomo.
Desafortunadamente, este sistema no produce sino duplicados
y fotocopias de los padres, que astutamente se rodean
de ahijados inciertos e impotentes. Celant es uno de estos padres
con quienes se identifica cada generación futura, por lo
tanto eclipsándose a sí misma.
Achille Bonito Oliva, recíprocamente, se ha movido a
través de su propia estrategia casera de caos y confusión. En vez
de exclusión y filtraje, Bonito Oliva se ha dedicado a la poética
de la multitud en la que todos los valores, incluso los más brillantes,
se convierten en lo mismo o se cancelan entre sí. Bonito
Oliva procede de una manera ecuménica, acercándose a todo,
en vez de alejarse como hiciera Celant. La "Transvanguardia"
fue su creación y todavía se sigue alimentando de ella, pero
se cuida de su repetición. Los artistas que promovió ingeniosa
pero ingenuamente lo han oscurecido, y la fama y la fortuna
de estos han aplastado su imagen. En el futuro, ya veremos.
Bonito Oliva no volverá a repetir este error y disipará sus
energías en miles de proyectos homogéneos en los que inevitablemente
su figura se convertirá en el punto de referencia. Durante
la pasada Bienal, sin embargo, esta estretegia fue desastrosa.
Al final, rehusando infiexiblemente a formar un equipo
de trabajo organizado, por temor a que un número restringido
de colaboradores pudiera producir un sucesor posible, acabó
abrumado por una avalancha de críticas dirigidas personalmente
contra él.
Es interesante evaluar las elecciones de Jean Clair en relación
al trabajo de Bonito Oliva. La dinámica del modelo italiano
se revela claramente en todos sus enredos. Para liberarse de
la sombra del último director, Jean Clair eligió renunciar a todo
tipo de colaboración informada, prefiriendo intelectuales
célebres, pero claramente desinformados, como Hans Belting,
Gillo Dorfles o Maurizio Calvesi. A pesar de esta situación anómala,
decir que hubiera sido mejor nombrar de nuevo a Bonito
Oliva como director muestra una falta de comprensión del
drama en el que se está consumiendo Italia. Sería como preferir
a los demócratas cristianos y a lo socialistas (que ocuparon
el poder durante más de cuarenta años) sobre el gobierno actual.
Cualquier cambio es mejor que ninguno. Mucho más que
anteriormente, Italia se ha transformado en un vacío político y
cultural sin la mínima idea de cómo una civilización debe organizarse
para el futuro a fin de regenerar la cualidad de sus
propios recursos. La tragedia es que dentro de ese vacío existe
un gran potencial al que se le niega cualquier posibilidad de
consolidación en un proyecto social, intelectual y desarrollado,
europeo e internacional.
Las fuerzas culturales contemporáneas existen, pero están,
de un lado, reprimidas por una censura pragmática a lo
Celant y, del otro, sofocadas por el amontonamiento salvaje a
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Mniid Ai-idf 1')Q2. líva Mai-isaldi, 199-1.
lo Bonito Oliva. Incluso si consiguen sobrevivir, sobre estas
fuerzas pisarán suplentes o sustitutos miopes como Jean Clair,
que mañana podrían tener otro nombre, tal vez mejor, pero
que probablemente estarán igualmente inclinados a explotar el
vicio patológico del sistema italiano. Es imposible creer que
durante una tarde en la que nombres sustituyen a otros nombres
y donde las ideas sólo se alteran ligeramente puede encontrarse
una solución al malfuncionamiento de la cultura de
un país. Es improbable que los resultados o los sistemas operativos
cambiarán sustituyendo la naturaleza y el origen de los
charlatanes. Lo que se transformará es la visión de la realidad,
que no quiere decir la distorsión de la naturaleza de esta realidad,
sino el comienzo de su percepción en su correcta escala de
valores y a través de la calidad de su realización.
En Italia, la ansiedad se confunde con la pasión, y los bienes
comunes se corresponden con lo que es bueno para el individuo
que determina el bien común. Así, la espera por los verdaderos
tártaros se prolonga una vez más. El grupo de artistas
que ocupará el pabellón italiano durante los tres meses del verano
no es el populacho tan esperado y preparado, que da sentido
e identidad a la fortaleza que ocupamos. No, este montón de
gente no es otro que un grupo de peregrinos que han perdido su
camino en el desierto italiano y que han sido acogidos por un
francés generoso que no sabe a qué se parecen los verdaderos
tártaros. El arte itaUano contemporáneo está esperando desesperadamente
a sus tártaros mientras se muere, como el segundo teniente
Drogo. Y sabe que allí, en el horizonte, sus enemigos y salvadores
se alzan y se rinden, esperando que se les abra la puerta
de la fortaleza, transformando de este modo la enervante expectativa
en una confrontación extraordinaria, inevitable.