REVISTA
César Manrique;
El juego es el mensaje
Femando Castro
EL ARTE DEBE ESTAR EN ARMONÍA CON LA
VIDA. Este es el enunciado a partir del cual quiero desarrollar
una introducción teórica sobre el sentido de la
propuesta estética de César Manrique.
¿Qué signífíca esta invocación de la armonía entre
arte y vida?
En primer lugar habría que preguntarse por el significado
de la categoría vida en la obra de César. VIDA
es sinónimo de NATURALEZA creadora {natum natu-raas).
El arte es una representación simbólica que tiende a
exaltar la vida; de dos modos: por una parte, como
figura metonimica en su pintura —la metonimia en su
obra pictórica se refiere a la forma en que una parte
de la orografía de Lanzarote al ser destacada en un cuadro,
alude al todo, es decir, a la isla de Lanzarote y su
paisaje volcánico—; por otra, como juego espacial en
su arquitectura, al concebir el hecho arquitectónico
coino una imitación de la naturaleza, produdendo la ilusión
de que la vivienda es una parte del mundo natural.
Los placeres que sentimos en medio del paisaje
debemos sentirlos también ante ima obra arquitectónica;
pues no hay conflicto entre lo arquitectónico y lo natural.
Evidentemente, para producir la ilusión de que la
arquitectura es una parte del mundo natural hay que
recurrir al artificio y a la imaginación. Pero lo único
que cuenta es la sensación placentera que percibimos en
un espacio organizado como imitación escenográfica de
la naturaleza. Y dicha sensación no es espiritualista o
aurática sino inmediata y empática. Esta es la descripción
de un efecto estético: ante una obra de César Manrique
—pictórica o arquitectónica— sólo cabe sentir esa
sensación de felicidad que nos recuerda el hecho de que
también nosotros formamos parte de la naturaleza,
somos naturaleza, estamos vivos.
Para el artista que cifra el valor del arte en la experiencia
—a César Manrique me refiero— el proceso
creativo constituye una actividad empírica, y no un proceso
intelectual de laboratorio, un ejercicio intelectual
desligado de la vida. Lo que la intuición creadora
extrae de la observación empírica de la naturaleza exige
el sacrifícío de la reflexión teórica. Salvo excepciones,
por ejemplo, Leonardo da Vinci, siempre es así. El
mérito de la obra de César Manrique es que, tanto en
la pintura como en la arquitectura y la escultura, ha
realizado una obra intuitiva y empírica que apenas se
ha beneficiado del sustento racional de la teoría, sin
por ello perder fuerza.
Verde es el árbol de la vida, grís la teoría.
Para obtener este rendimiento estético de la sensación
de la vida, y plasmado en obras de arte que produzc»i
la ilusión emética de otra vida más intensa, placentera,
y paradisíaca de la que vivimos César ha hecho de su
vida misma un JUEGO. La creación artística responde
al impulso del juego; categoría estética central que después
de Schiller ha encontrado una reformulación filosófica
en Marcuse y Gadamer.
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El artista que concibe la vida como juego y acción
emplaza el paraíso en esta tierra. La vida se revela en
la obra de arte no como una promesa de felicidad
(Stendhal), o como la nostalgia platónica de una "vida
anterior", donde sólo hay "calma, lujo y voluptuosidad"
(Baudelaire), sino como el cumplimiento de esa
felicidad en el instante privilegiado de la acción creadora
y de la contemplación estética; hacer y ver son
actividades gozosas. La belleza que el arte nos depara
no es una promesa diferida de felicidad, es la felicidad
misma. Lo que la obra no da en su inmediatez no
puede darlo ninguna mediación teórica que venga en su
ayuda. Los dones que el juego genera como placeres de
la mirada son presencias vividas, presencias reales.
La estética que no logra satisfacer en la presencia la
esperanza de fruición es una estética del sufrimiento. El
placer se nos promete, pero no se nos da. Esta es la
estética romántica de la que César Manrique se halla
tan lejos. En su obra han sido abolidos los signos que
comunican la complacencia morbosa en el sufrimiento;
esa dolorosa dialéctica que revela la presencia en la
ausencia y la ausencia en la presencia.
Así pues, la trascendencia no es invocada como
recurso que presta a la obra de arte el prestigio de la
profundidad intuida más allá de las apariencias sensibles,
profundidad que pretende hablarnos del sentido de
la vida y la muerte. Todo está aquí ante nuestra vista;
pero hay que saber ver. La vida es un don maravilloso
y la única trascendencia es cósmica. Nuestra materia se
reintegrará en la materia del cosmos. Esta idea no suscita
en el artista ningún apego desesperado a la vida,
sino, por el contrario, una irrefrenable felicidad al sentirse
parte de un universo que seguirá produciendo vida
en éste o en otro planeta, en ésta o en otra galaxia.
La producción de la vida es un espectáculo milagroso;
la experiencia estética que brinda su contemplación
exige el reconocimiento de su carácter milagroso.
La categoría estética del ASOMBRO interviene tanto
en el proceso creativo individual como en el acto comunicativo
de la contemplación. El artista experimenta el
asombro ante el valor milagroso de la vida; y su obra
debe ser capaz de transmitir esa sensación de asombro
ante la belleza y de agradecimiento por el hecho de
poder gozar de ella. Para César Manrique el arte es un
juego, pero no un juego frivolo, sino un juego que se
convierte en acto comunicativo y en acción de gracias.
La exaltación de la vida implica en el artista que
quiera plasmarla en sus obras una actitud de receptividad,
de humildad ante la grandeza del mundo natural.
EL ASOMBRO nos remite a la HUMILDAD. Se
asombra quien es humilde. Quien se siente grande ante
la naturaleza, quien invoca el poder de la razón o de
la técnica no tiene capacidad de asombro, por eso se
dice que el artista que es capaz de producir grandes
obras de arte es como un niño que se asombra ante las
bellezas insospechadas que la vida le brinda. Sólo el
artista que es verdaderamente humilde ante la inmensidad
y la belleza del mundo exterior es capaz a su vez
de producir asombro en los espectadores.
Por todo esto la obra de César Manrique plantea de
forma implícita una crítica radical no sólo a la estética
del sufrimiento romántica, sino también a la estética de
la negatividad de Adorno, tal y como se expresa en el
discurso vanguardista. Pero además, la actitud que adopta
ante la naturaleza, también constituye una crítica
profunda y pertinente a la actitud de glorificación del
artista en el mundo moderno; el artista que, con orgullo
fáustico, opone su obra, fruto del artificio y en algunos
casos de la superstición maquinista, a las obras de
la naturaleza. César quiere colaborar con la naturaleza
no competir con ella, como han hecho algunos artistas
y arquitectos de la tradición europea de vanguardia,
encandilados por el resplandor utópico del mundo
industrial. El artista moderno se opone a la naturaleza
guiado por un impulso fáustico que no admite límites
a su deseo de autoafirmación genial, deseo que nunca
logra saciarse. El ego del artista se proyecta en una
empresa quimérica a cuyo nombre todos los valores
han de ser sacrificados. César, en cambio, se presenta
como un lugarteniente de la naturaleza. Tomo prestado
este concepto de un celebrado artículo de Adorno sobre
Heine ("El artista como lugarteniente", se refiere al servicio
del artista a una causa social). César no se pone
al servicio de una causa social sino al servicio de la
naturaleza, está a sus órdenes; escucha atentamente sus
mandatos; se convierte en su intérprete, en su lugarteniente.
Pero el artista que juega y trabaja, si es un artista
auténtico, no lo hace por cuenta propia. No juega para
divertirse, o para autoexpresarse; lo hace siguiendo unas
reglas; las reglas del juego que la naturaleza le marca.
Pero, además, la obra, una vez producida, cuando el
creador ha jugado ya su partida humildemente,
siguiendo las reglas de la naturaleza, genera otro juego
que es social; pues el "derramarse" en la obra los
dones de la imaginación creadora hace que el placer
estético se derrame también en los demás. El artista nos
transmite su amor a la naturaleza. El arte es un acto
comunicativo; y lo que se comunica no es ningún mensaje
político o principio ético, sino la exaltación de la
vida, y como la vida es juego, el juego es el mensaje.
La empatia que genera la obra de César no constituye
un goce solitario sino un goce conparddo; incluso
cuando la aplicación de su estética al campo de la
arquitectura del turismo ha producido riqueza, ésta no
debe ser entendida en el sentido estricto de la rentabilidad
económica, como producción de beneficios, sino
en el senfido del bienestar social. Valor de uso y valor
de cambio no están reñidos: el amor a la naturaleza y
el placer estético que su contemplación nos brinda son
valores compatibles con el desarrollo controlado de los
recursos turísticos; pues la producción de riqueza tiene,
como sabemos, una dimensión social.
En un período de crisis de la actividad artística, que
nos impide determinar cuál debe ser el papel del artista
en una sociedad cada vez más materialista y tecnocrá-tica,
la propuesta estética de César, que aboga por la
superación de la figura del artista especialista, para defi-
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CESAR MANRIQUE. Pareja. Acril./papel. 65x50 cms. 1991. Cort. Salas del Arenal. Sevilla.
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CESAR MANRIQUE.
Serie Tierras.
Acríl./Cartón.
76x42 cms. 1991.
Cort. Salas del Arenal Sevilla.
nir la figura del artista total, se convierte en una propuesta
que ofrece al talento creativo la esperanza de
seguir rindiendo un servicio a la humanidad.
¿Qué significa la propuesta de un arte total? En primer
lugar, significa que el artista tiene que poner su
capacidad creativa al servicio de la vida. Un entorno
bello contribuye a producir la felicidad. La idea de lo
bello debe ser reformulada desde una perspectiva ecológica.
¿Puede darse un renacimiento de la idea de lo
bello a partir de una nueva manera de plantear la relación
del hombre con la naturaleza? Si aceptamos esta
premisa, ya tenemos el principio de una nueva dimensión
universal del arte. Podemos estar de acuerdo sobre
este punto. La pintura, la escultura y la arquitectura ya
no serán especialidades en su sentido estricto, sino funciones
de esta nueva dimensión universal del arte, cuya
materialización en obras corresponde realizarla al artista
total. Para poner en relación todas estas funciones entre
sí, integrándolas a su vez con la naturaleza, de un
modo orgánico, el artista total ha de tener la condición
del asombro y la capacidad del juego. ¿Es ésta una
nueva utopía naturalista, versión invertida de la utopía
maquinista de las vanguardias? Puede ser, pero en cualquier
caso, el cumplimiento de esta utopía en la obra
de César no ha producido horror sino felicidad.
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