M OMENTO AMORE
LAS FOTOGRAFÍAS DE JACK PIERSON
JERRY SALTZ
Jack Pierson es un artista de estilo y sensibilidad, de sutileza y
de momentos evanescentes únicos. Sus fotografías (que componen
sólo una parte de su trabajo) desprenden un insospechado
poder usado, un nada-en-especial. Son estampas de
lugares y personas que a la vez son ajenos y familiares, salvajemente
exóticas y absolutamente cotidianas. Son tan inocentes
que a primera vista uno no sabe muy bien qué pensar, o cómo
confiar en ellas, como si intentaran torearte: son como completamente
accidentales, o no significan nada, igual que imágenes
desechables. Te pueden hacer dudar, a pesar de todas las
opiniones que tengas sobre el arte. ¿No las podía tomar cualquiera?
Bueno, sí y no, pero esa no es la cuestión, ¿verdad? Sin
embargo, es la fuente misteriosa de su seducción, mágica y
pedestre.
En un sentido las fotos de Pierson son el opuesto exacto a las
de Robert Mapplethorpe. Mapplethorpe presentaba sus retratos
y naturalezas muertas como si fueran piezas intemporales
de escultura clásica, momentos eróticos perfectos, como si sólo
existiera una única manera de que estas imágenes se presentaran
a la vista. Obrando de tal manera él desvitalizó a sus sujetos
y les infundió una palidez vampírica, una no-muerte eterna.
Su obra parece pétrea y olímpica, sobrenatural, irreal y
poseída. Pierson, en contraste, hace que los momentos perfectos
duren haciendo imágenes que distan mucho de la perfección.
No hay nada artificial en el trabajo onírico de Pierson.
Reemplaza la perfección por algo lírico y poético, algo visual-mente
celestial. Sus imágenes parecen libres y desenfadadas,
como si fueran muestras de una vida ligera y caprichosa, poseen
esa insoportable levedad del ser. Las fotos de Pierson parecen
tocadas, todas están algo desenfocadas, granulosas, empañadas
o descoloridas, pero esto le da a su obra una tosca exquisitez
y una sencillez encantada.
RECUERDA RECORDAR
La mano de Pierson es inocente pero su alma se siente vieja. Es
uno de esos artistas que te hacen sentir que quizá deberías estar
viviendo tu vida de otra manera, como si quizá debieras apreciar
todas aquellas cosas intrascendentes que ocurren a tu aire-
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Jack Pierson, Un buen año (para las rosas), 1990. Impresión, 51 x 76 cm.
Cortesía Tom Cugliani Gallery.
dedor constantemente. Su trabajo está empapado de la maravilla
de lo momentáneo, hace que todo desprenda un tufo a
glamour sutil, como si los momentos incidentales de la vida
fueran de los más bellos y atractivos. El trabajo de Pierson te
recuerda lo difícil que en realidad es describir el momento.
Hace souvenirs de la vida, hace real la memoria. (¿Has querido
alguna vez darle las gracias a un artista? Pierson quizá te haga
sentir algo parecido). Parece que siempre estamos en verano
dentro de su obra. Aquellos momentos cuando hueles el aire
húmedo, sopla una suave brisa y tu amante aparece desnudo
ante ti, justo frente a ti. Aquel momento cuando reías con tus
amigos y uno de ellos ladeó la cabeza así... y el momento del día
se fundió con el lugar, un silencio profundo llenó el aire y
supiste por qué los querías tanto, según el amor iba colmándote.
O una rosa, una rosa roja delicada y exuberante, en un jardín
hinchaba tu pecho con visiones de serena promiscuidad.
Una carretera abierta, o un loro encantado en su jaula que te
fascinaba durante horas, o nubes húmedas blancas y voluminosas,
o las ramas de una palmera que se mecían y que tú avistaste
cuando te sentías tan lejos de todo, un caminante, a la
deriva, liberado de la gravedad. Una foto de Pierson te puede
hacer sentir muy bien contigo mismo, otra vez contento, como
lo eras antes, como si creyeras en las cosas, aunque no pudieras
decir exactamente qué eran.
Hace sus imágenes tan personales que afloran y se hacen públicas,
tan públicas que tú, a la vez, las privatizas para ti mismo.
¿Recuerdas un día durante el verano cuando no tenías prisa en
ir a ningún lugar específico? Bueno, también lo recuerda Jack
Pierson. Esa es la arrolladora, epifánica cualidad, la magia poética
y bruja que emite y lo que la hace ligeramente vidente.
Jaclc Pierson, El mundo, 1990. Impresión. 51 x 75 cm. Cortesía Tom Cugliani
Gallery.
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Jack Pierson, En la playa, 1990. Impresión. 51 x 76 cm. Cortesía Tom Cugliani Gallery.
ASPECTOS SECRETOS DE LA VIDA
Hay un aspecto secreto y oculto de su trabajo, un aspecto
secreto que tú compartes (a tu manera). Hay un aspecto sexy a
su trabajo, hasta otro cutre, algo oscuro o furtivo. Sus imágenes
te hacen recordar, malos, buenos tiempos, tiempos salvajes
y perversos; momentos de insoportable dolor y de placer intenso.
Pero, sobre todo, sus mágicas, casi estáticas imágenes, te
recuerdan momentos de soledad, quizá, en los brazos de la
pasión, buscando el amor, el sexo, la conexión o Dios sabe qué,
momentos en que eres total y absolutamente tii mismo.
Momentos llenos de pensamientos íntimos y secretas fantasías
que sólo tú, y aquella otra persona, se llevan a la tumba. Estas
personas, las que Pierson fotografía, reemplazan (y en algunos
casos se convierten) en aquellos que quisimos, o con quien nos
acostamos, o con quien pasamos soledad, o que nos quisieron.
Ellos son nuestra biografía, quienes somos. El tiempo que despierta
la más profunda empatia de Pierson son estos momentos,
cuando uno se escapa de sí mismo, para llegar a sí mismo.
Seguramente es demasiado precipitado, y una cualidad demasiado
grande a reivindicar para un artista tan nuevo pero es
posible que el estilo fotográfico singular de Pierson podría tener
tanta influencia en cómo miramos las cosas en el futuro como
lo tuvo Barbara Kruger en la publicidad y el grafismo desde
finales de los ochenta hacia adelante. La mirada de Pierson es
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tan fuerte y personal. Su desenfado es tan refinado, especial y
adictivo. Una vez que has visto sus fotos quieres ver más, y apenas
importa cuál, tan lleno estás de amor por ellas. Y de la
misma manera que no tildamos a Kruger de artista comercial,
tampoco podemos enfocar a Pierson como un 'fotógrafo', porque
sencillamente no es eso, es una etiqueta demasiado pequeña.
Es un artista que parece posicionado para desempeñar un
papel instrumental en cambiar la manera en que miramos, no
sólo al mundo, sino a nosotros mismos. Su trabajo elocuente,
sosegado, tiene ese tipo de potencial y de atracción. Las fotos
que Pierson hace de las personas y los lugares están cambiando
las ideas visuales de lo narrativo de maneras asombrosas.
Jack Pierson, (John with) a Boiier, 1990. Impresión, 51 x 76 cm. Cortesía Tom
Cugliani Gallery, N.Y.
EL BHAGAVAD-GITA DE UN MENDIGO
El libro que él publicó el año pasado en Klon, por Ángel
Scheibler, llamado Ángel Youth (Joven Ángel), es increíble,
tiene una especie de Kundalini fantástica (¿un encantamiento?).
Parece algo impreso en la India o en Turquía, los colores
son tan exgerados y el papel tan fino y extraño. No hay texto,
sólo imágenes (75) sacadas de la vida. Se lee como una épica,
una Upanishads para los solitarios, unas Mil y Una Noches. Es
una procesión brillantísima, una oración, una radiografía desde
el corazón, o una cana al aire cutre en la calle 42. El libro está
lleno de sexo. Sexo en hoteles, en la playa y en soledad: bella
piel musculosa, la ropa tranquilamente dispersa en montones
sexuales (algo que todos reconocemos), miradas buscadoras y
expresiones insistentes. Es caliente, pero suntuosamente caliente,
como si la pornografía masculina se hubiera emparejado
místicamente con la pornografía femenina literario-romántica.
Pierson es un poco como Ferlingetii (¿hechizo?) o Ginsberg en
Ángel Youth. Tiene un toque beat que mezcla con algo completamente
innombrable. Nunca llegas al final de Ángel Youth,
te vas a la deriva, caviloso, hipnotizado en un trance consciente.
Lo empiezas mil veces, pero no puedes acabarlo, y esto da la
sensación que es importante, un poco como la vida. Este
pequeño libro comienza a parecer bastante grande. Siempre
quedan cosas desconocidas, cosas que aún no has agotado, o
que quizá no conoces. La de Pierson es una historia interminable,
con santos y pecadores, angeles y "perdidas", ubicación y
nomadismo, y luz, un color indolente, enigmático, parecido al
loto, profundo y rico: cielos de un azul pavo real turquesa,
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]ack Pierson, Palmeras, Santa Mónica, 1992. Impresión, 76 x 101,5 cm. Cortesía Tom Cugliani Gallery, N.Y.
muros escarlata relumbrando de rojo desbordante, pelo del
más puro amarillo arenoso, azafranado y asulfurado, flores
aterciopeladas y verdes campos de hierba exquisita.
En verdad, Pierson tiene un toque de poeta, como Cocteau,
pero también la inocencia, ¡caray!, a lo Warhol, mezclada con
el hastío mundano de todas aquellas extrañas criaturas de su
mundo. Pierson jamás se esfuerza demasiado en hacer lo que
hace y eso es lo que confiere a sus fotos esa liquidez sublime y
fluyente (es la clave de toda su obra; he intentado hacer un
Pierson, resulta imposible). Entras en su mundo plena y espontáneamente,
o quizá su mundo entra en el tuyo. Son como pos-ters
para tu vida, publicampañas para tus emociones. Estas
imágenes son trofeos y talismanes, modos de rememorar todos
los efectos especiales de cada momento individual en tu vida.
Su trabajo tiene una narrativa en blanco; cada imagen, más que
un fotograma es más bien una especie de filme mágico. Todas
tienen una amplitud cinemática, aunque dan una sensación
tan delicada y ligera. Son frases entrecortadas (odas en realidad),
altos en el camino hasta que todos logramos ser más o
menos lo que somos. Mientras, Pierson lo hace todo glamoro-so,
al llenar tu vida con una altivez visionaria.