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LLILIAN LLANES
Recuerdo que la primera vez que vi una obra de Kcho fue en
una visita que hice a la Isla de la Juventud hace varios años. Caminando
por la ciudad, me llamó la atención, desde la calle, un
objeto colgado en el interior de una oficina y pregunté qué era.
Alguien me dijo: es la obra de un artista de la Isla. Meses más
tarde la volví a ver en una de las exposiciones colaterales organizadas
a propósito de la Cuarta Bienal de la Habana. Era La
Jaba, una de las primeras obras que le dio a conocer en los medios
artísticos del país.
De entonces a acá, Kcho ha desarrollado su actividad
creadora con una madurez sorprendente, sobre todo si se tiene
en cuenta la imagen de niño grande que a primera vista da y
que en ocasiones constituye uno de sus mayores encantos.
Pero en lo que pudiera parecer una contradicción radica,
a mi juicio, el fundamento de su eficacia como creador. Ha
conservado hasta hoy esa frescura de la juventud que permite
expresar criterios con una sinceridad cautivadora. Y, muy lejos
de la ingenuidad que podría suponer la imagen que proyecta,
Kcho se ha enfrentado con una gran responsabilidad a problemas
muy sensibles de nuestra vida cotidiana. Quizás en ello radique
la autenticidad de su obra.
Su visión del mundo parte de una experiencia familiar
intensa, propia del medio semiurbano en el que se formó y de
la riqueza de sus vivencias personales. La noción del tiempo, la
naturaleza de las relaciones personales y la concepción del espacio
cambian cuando se viene del campo a la ciudad. Allí se
vive mirando al cielo, aquí, protegiéndose de la calle. La naturaleza
de las relaciones personales ciertamente son más hostiles
en los ambientes urbanos. Sin embargo, nada de esto ha logrado
modificar su sensibilidad ante el medio y la sistemática re-currencia
a los elementos que aporta la naturaleza, que carga
de simbólicos significados culturales.
Desde sus primeras obras, hizo uso de los materiales que
tenía a mano para desarrollar sus propias estrategias reflexivas,
en un proceso de apropiación en el que se han multiplicado las
referencias entre los materiales y su significación. Vinculado
estrechamente con los problemas y las circunstancias de su entorno,
ha ido encaminando cada vez más sus indagaciones,
partiendo de lo local, hacia temas que le permiten expresar
preocupaciones más generales del hombre.
En sus primeras obras se interesó por establecer una relación
entre la naturaleza, el paisaje y la cultura popular. Se crió
dentro de una carpintería, en medio de tornos y serruchos, mirando
trabajar a su padre y observando las labores de artesanía
de la mamá. Formado como pintor en la Escuela Nacional de
Arte, rechazó la pintura como forma de expresión para convertirse
en escultor. Podría afirmarse, sin exagerar, que su obra de
hoy es el resultado de ese rechazo a la pintura, a la cual, según
sus palabras, detesta. No resiste los colores. Le molestan. Es feliz
con el color natural de los materiales, con la austeridad de los
mismos, lo que en cierta medida explica que tanto sus objetos
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Kcho. La Taha. Cortesía Centro Wifredo Lam, La Habana.
escultóricos como los dibujos sean tan monocromáticos. Desechando
el instrumental recibido durante sus estudios de pintura,
se aprovechó de los conocimientos adquiridos mirando a
sus padres trabajar con las manos, para elaborar obras basadas
en la apropiación de la cultura popular, como una fuente de
energía creadora. Y en ese proceso vio la escultura como una
vía para enaltecer el trabajo artesanal.
En otro orden de cosas, las problemáticas tratadas en sus
obras tienen mucho que ver con las preocupaciones generalizadas
entre los artistas jóvenes de esos años.
Dentro del ambiente artístico habanero de entonces, estaba
muy extendida la referencia a los símbolos patrios. La re-currencia
a este tema tiene muchas explicaciones, y con independencia
de las valoraciones que se hagan sobre el uso y abuso
de los mismos en aquellos tiempos, Kcho se insertó dentro
de esa línea para ofrecer sus puntos de vista personales.
Enlazando sus preocupaciones en cuanto al lenguaje con
sus reflexiones sobre dicho tema, produjo obras como El Escudo
y La Escalera^ entre otras. Aun cuando podrían ser consideradas
todavía obras de tanteo y experimentación, en ellas se
podía apreciar ya su condición de escultor y fundamentalmente
su capacidad como creador. En algunas de esas primeras
piezas, el exceso de asociaciones distraía la atención y la necesidad
de explicar la función de cada elemento resultaba dema-
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Kcho. El Garabato. Cortesía Centro Wifredo Lam, La Habana.
siado evidente. El Escudo resultó excesivamente representacio-nal
y La Escalera tenía demasiadas cosas gratuitas. Sin embargo,
algunas de aquellas piezas las repitió más adelante, logrando
en las segundas versiones una mayor eficacia visual y conceptual.
Continuando la línea de apropiación de la cultura popular
y volcado en dar una imagen personal de aquellos temas
más comunes en el arte joven de Cuba, realizó obras como El
Garabato y la trilogía La Jaba, La Jaula y El Papelote. Si bien todas
destacan por su extraordinario nivel de síntesis, en mi opinión
El Garabato y La Jaba podrían ser consideradas las obras
más completas de esa etapa.
En ellas, Kcho demostró sus extraordinarias capacidades
para resumir concepto e imagen a un golpe de vista.
El garabato, objeto de uso cotidiano para cortar la hierba
en el campo cubano, fue convertido en la representación de la
Isla de Cuba. Pero no por la vía de su confección, sino seleccionando
su forma de rama de un árbol, mediante el mismo
método que los guajiros utilizan para obtener ese instrumento.
Lo importante en esta pieza fue el concepto y la colocación de
su ojo sobre la Naturaleza en la biisqueda de su expresión. En
la primera versión. El Garabato no iba colgado sobre la pared,
sino apoyado. Tiempo después, insatisfecho con el efecto que
provocaba esta manera de disponer la obra, decidió colgarla,
con lo que logró una eficacia mayor en su lectura.
Después vino La Jaba, avanzando en ese proceso ininterrumpido
de apropiación de las referencias cotidianas, dentro
de su estrategia de estructuración y utilización de elementos
plástico simbólicos.
La jaba, un objeto también muy común de nuestra realidad
diaria, se convirtió en sus manos en una imagen cargada de
significados múltiples y de alusiones, que le permitieron esta-
blecer una relación entre la vida doméstica y las circunstancias
actuales de Cuba. Ésta resultó también una obra concisa.
En La Jaba, sobre todo, se pone de manifiesto el predominio
de un pensamiento en el que la jerarquización del elemento
artesanal tenía un peso fundamental. Para su realización
utilizó fibras vegetales tomadas directamente del campo,
entretejidas hábilmente dentro de una estructura visible. Y la
fuerza de esta pieza radica precisamente en la síntesis que logra
entre imagen, símbolo y concepto.
En un rápido recorrido por sus obras, habría que destacar
dos constantes en su proceso creador. De una parte, el permanente
sentido autocrítico del artista, que lo conduce a repetir
obras o a realizar segundas versiones. Y de la otra, la gran
carga de referencias personales que las acompañan, cuyo conocimiento
enriquece la lectura de las mismas. En ocasiones, se
pueden establecer vínculos estrechos entre la significación que
el artista da a una pieza, desde el punto de vista de sus contribuciones
artísticas, y la que en un plano más íntimo le atribuye
en el orden personal.
Por ejemplo, según Kcho, La Jaba fue una terapia para él.
La hizo cuando estaba pasando el Servicio Militar, a propósito
de una invitación del Centro de Desarrollo de las Artes Visuales
para participar en la Trienal de Escultura de Polonia. La
pensó allí, en medio del campo; y de sus alrededores provienen
los materiales que utilizó para realizarla. En medio del encierro
que supone la vida militar, la creación de esta pieza se convirtió
en un vehículo para distraerse del alejamiento de la vida familiar
y profesional. No pasó realmente mucho tiempo en el
Servicio, pero el que estuvo, todo el que le quedó libre se lo dedicó.
Cuando le anunciaron que se podía ir, ese mismo día, se
concentró y la terminó. La Jaba, así, no obstante haberle sido
útil como forma de entretenimiento, acabó por ser una de sus
mejores obras. A ella están vinculadas algunas otras, en las que
el elemento artesanal tenía tanta importancia como la idea. No
fue hasta Espiral de Tatlin -una de las piezas de su exposición
personal en el Museo Nacional de Bellas Artes-, cuando se produjo
un verdadero cambio en su pensamiento. Comenzó a trabajar
en ella al mismo tiempo que en Arboles-Remo y, sin duda,
ambas le sirvieron para modificar su modo de concebir la
escultura como manifestación en sí misma, alejándose de una
vinculación más directa con el hecho artesanal, que había
constituido el centro de sus preocupaciones anteriores.
Hasta ese momento, en el conjunto de su obra se podía
apreciar el nexo establecido entre sus preocupaciones formales
y las derivadas de su contexto específico, a través de un uso re-ciclado
de elementos extraídos de lo popular. Sin embargo, a la
luz de las últimas obras exhibidas, se puede percibir también en
el artista un interés permanente por indagar sobre el pensamiento
humano en un sentido más general. Y si bien en las
obras anteriores este elemento subyacía como alusión derivada
dentro de la trama de su discurso, a partir de este momento pasa
a un primer plano el interés por reflexionar sobre la conducta
del hombre y sus implicaciones, desde el punto de vista
cultural y social.
Ahora bien, admitiendo que, dentro de la obra que Kcho
venía haciendo, Espiral de Tatlin y Árboles-Remo significaron
un cambio dentro de su proceso de creación, poniendo de manifiesto
una modificación en su pensamiento, no fue hasta La
Regata, que se entronca con ellas, cuando se produjo, a mi modo
de ver, un giro definitivo en su producción artística. Esto no
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quiere decir que Kcho haya desechado esa otra h'nea de trabajo,
pues la idea del Árbol-Remo aún está inconclusa y la ha vuelto
a retomar, ahora desde la perspectiva que le ofrece la estrategia
desarrollada en La Regata.
Sería un error, considerando las ideas sobre las que trabaja
ahora, desconocer que los Árboles-Remo fueron el origen
de sus reflexiones sobre las migraciones y sus efectos, y de todo
lo que ha tenido que ver con ese tema posteriormente. Pero
tampoco puede soslayarse el hecho de que, paralelamente al
desarrollo de nuevos planteamientos en cuanto al lenguaje artístico,
este creador también ha ido profundizando en la elaboración
de sus conceptos.
Poético, sensible, en ocasiones conmovedor, expone sus
preocupaciones de una forma muy personal, dándole un tono
particularmente original a sus creaciones y expresando sus
puntos de vista con una auténtica sinceridad. De ahí que al
abordar temas de profunda carga emocional en nuestros medios,
se produzca una comunicación muy especial entre su
obra y el público de los más diversos sectores.
Un problema como el de los balseros en Cuba despierta
suspicacias en muchas direcciones. El tono que adquieren las
discusiones cuando se toca este asunto depende del interlocutor.
Pero, inevitablemente, para los cubanos constituye un tema
desgarrador por sus múltiples implicaciones. Kcho recogió
el sentimiento más profundo del pueblo y lo ha sabido transmitir
en una obra cargada de una extraordinaria fuerza poética.
Este no es asunto que admite simplificaciones y mucho menos
melodramas. En el tema de las migraciones están envueltos
muchos problemas circunstanciales en los que se aprovecha el
drama humano para sucesivas manipulaciones de orden político.
Y Kcho supo escapar de una mirada superficial y melodramática.
La obra se desplaza hacia un planteamiento que va más
allá de la anécdota específica para referirse a los restos que deja
en su devenir, el movimiento hacia otros rumbos. Tuve la
ocasión de coincidir con Kcho el día en que los norteamericanos
le negaron el permiso de entrada a los Estados Unidos.
Ambos habíamos coincidido en la Sección de Intereses para solicitar
la visa y estaba con él cuando al estamparle la negativa en
el Pasaporte le dijeron: "imposible inmigrante". Recuerdo que
le dije, Kcho como tú hay ya demasiada gente en el Bronx. Pero
lo cierto es que se confirmaba en él lo que comúnmente se
dice en Cuba. Como artista no le permitían entrar, como balsero,
sería un héroe.
"La obstinación que sentí cuando me negaron la visa me
dio por ir a pescar sardinas a la costa, con una vara de caña brava",
me contó tiempo después. "Posible balsero" era lo que estaba
en el fondo de la respuesta de aquel funcionario y el impacto
con ese tema, desde este punto de vista, empezó a entrelazarse
con las preocupaciones que, sobre el efecto cultural de las migraciones,
había comenzado a tratar en los Árboles-Remo.
Paralelamente, la experiencia diaria de los pescadores -en
sus diarias visitas a la costa-, el contacto con el mar y los recuerdos
de su infancia fueron provocando las primeras ideas de lo
que sería La Regata, su obra en la Quinta Bienal de la Habana.
Al ver botes de los pescadores en la costa, recordaba las
"chalanas" que hacía cuando era "chamaco"; menos trabajadas,
con distintas capas de madera, pero manteniendo cierto
espíritu especial en común. Y así, poco a poco, le "empezó a salir
la pieza como un juego infantil".
Kcho. Árboles-Remo. Cortesía Centro Wifredo Lam, La Habana.
Su primera versión la concibió para ser colgada, como
juguetes de niños hechos a mano. Los diferentes objetos para
navegar serían enganchados en la pared, pendiendo de cordeles.
Pero, al tiempo que pensaba en esta pieza, comenzó a dibujar
barquitos que fueron llenando papeles, mientras la obra
cambiaba en su mente. Los objetos solos no le gustaban y las
dimensiones tampoco. Por otra parte, él prefería una obra más
estática, como algo congelada; la pieza adquiría una movilidad
que no le interesaba.
Fue así que, estudiando la pieza, se enfrentó a la obra de
Vito Acconci, cuyo espíritu le hizo pensar en otros posibles recursos
para su instalación, desechando la idea de colgarlos para
extenderlos sobre el piso. Si algún nexo guarda La Regata
con otra obra, es con la de dicho artista, con cuyo espíritu se
identifica.
Ahora bien, en el proceso de realización de La Regata intervinieron
otros factores, no menos importantes.
La primera versión la expuso varios meses antes de celebrarse
la Quinta Bienal, aludiendo a aquélla.
Al verla expuesta, se convenció de que la utilización de
los barquitos como únicos elementos en la obra resultaba fría.
Por otra parte, algunos amigos le decían que los objetos debían
estar mejor hechos, porque el mercado requería obras de buena
factura. Pero frente al criterio de que los barquitos debían
tener un toque más acabado, venció su falta de interés real por
se
el mercado y su criterio de que ninguna obra debería estar dominada
por el gusto de los demás.
Con seguridad, fueron aquellas discusiones las que le
permitieron llegar a la pieza de la Bienal, para cuya realización
se dedicó a recolectar objetos en la costa, con lo cual, la obra
comenzó definitivamente a cambiar.
Kcho afirma con ñ"ecuencia que a La Regata le tiene mucho
cariño, recordando las circunstancias en las que la realizó.
Para él -más allá de la anécdota sobre el visado americano-, la
obra tiene mucho que ver con los difíciles meses del verano del
93. Tengo un amigo que en ese momento decía que cuando
fuéramos viejecitos nos referiríamos a esos meses como "aquel
verano del 93". Fueron tiempos de apagones interminables, de
un calor atroz, de condiciones alimentarias dificilísimas. Kcho
afirma simplemente: "en aquel verano nos pasaron cosas tan
feas que yo me desahogué con esta obra, y casi todo el tiempo
lo ocupé haciéndola".
Las meditaciones en torno a las circunstancias del país, la
disyuntiva de sobrevivir manteniendo la dignidad que como
ser humano resulta imprescindible, el fenómeno de los balseros
y sus nexos con el nivel de las relaciones entre Cuba y los
Estados Unidos son cuestiones que se discuten cotidianamente,
a la vez que se protesta por los apagones, la escasez alimentaria,
la escasez de acdvidades de entretenimiento, etc. Pero reducir
esta obra a estas implicaciones exclusivamente es restarle
su dimensión universal. Sus motivaciones y sus reflexiones
son mucho más complejas.
En La Regata se siente también el implacable paso del
tiempo, como si todo junto con él fuera envejeciendo, destruyéndose,
desapareciendo; como si la pieza misma, en su devenir,
también se fuera. La obra hace hincapié en el desgaste físico
y humano. El extremo último de la pieza, en el que aparecen
los pedazos de barcos como desechos, los restos de objetos
desgastados devueltos por el mar, la basura misma, provoca esa
idea de que algo inexorablemente está muriendo, se acaba; y la
percepción de esa irreversibilidad produce un sentimiento desgarrador.
No cabe duda de que La Regata es hoy día su obra más
completa, pero quizás sea también su obra más triste. Decía
Mirta Aguirre, cuando nos daba clase, "madurar duele". En La
Regata a mí no me cabe duda de que hay mucho drama y la
percepción del drama real es algo que resulta profundamente
conmovedor.
Frente a muchos que hablan de que al arte sólo le queda
hoy recurrir a la cita, Kcho demuestra que la realidad es mucho
más rica y original que cualquier otra referencia. La autenticidad
de su obra radica, precisamente, en la fuerza de su aproximación
al contexto propio; lo que hace mediante la apropiación
directa de imágenes tomadas de su entorno más inmediato,
recreándolas metafóricamente en el marco de una concepción
en la que están presentes preocupaciones de carácter, más
que estético, humano.
Las nuevas ideas que viene desarrollando a partir de La
Regata se vinculan estrechamente a la concepción del espacio
que desarrolló en esa obra. Su interés se ha venido encaminando
desde entonces hacia la composición de grupos, la acumulación
de objetos y la construcción de grandes espacios en los
que mover historias, no sólo para ser contadas, sino para ser vividas;
espacios en fin en los que el espectador pueda moverse y
participar dentro de ellos.
Kcho. La Regata. Cortesía Centro Wifredo Lam, La Habana. Foto Pedro Abascal.
Dentro de esa concepción se inscribe precisamente la
obra que presentará en la Bienal de Sao Paulo, concebida para
ser atravesada, recorrida, en su propósito de darle participación
al espectador y profundizar en la relación con el público,
e ahí su interés por colocarla en un espacio de tránsito, entre
una sala y otra, de manera que la gente tenga que caminar dentro
de ella para dirigirse a otro lugar.
Pero la idea central de esta obra -retomando la línea de
los Árboles-Remo-, está encaminada a reflexionar sobre los
efectos culturales que se producen en el hombre, en su desplazamiento
espacial. Si bien al salir de su medio el hombre trata,
aunque sea de manera inconsciente, de mantener su identidad
-dentro de un instinto elemental de conservación. Al igual que
las plantas está sujeto a otras contingencias para sobrevivir. El
ser humano, al cambiar de ambiente, se somete a traumas tan
fuertes como al que se enfrentan las plantas en sus procesos de
adaptación ecológica. Puede adaptarse o no en su voluntad de
integración al medio, pero de lo que no cabe duda es de que se
transforma y en ese proceso puede llegar a desaparecer. De ahí
las referencias a las lápidas entre los Árboles-Remo de esta pieza,
que se inscribe en el marco de las inquietudes anteriormente
descritas.
Ahora bien, consecuente con sus ideas actuales, la instalación
está pensada conceptualmente, pero adquirirá la forma
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que le inspire el espacio de Ibirapuera y los sentimientos que le
provoque la gente que se encontrará.
Aun cuando el artista rechaza el carácter escenográfico
que puede tener una instalación, es consciente de la necesidad
de atender a las características del espacio y del público donde
las presentará. Ninguna obra es igual a sí misma cuando se
cambia de lugar y en ese sentido se plantea que para que puedan
funcionar en otros espacios, la idea y la realización de una
obra tienen necesariamente que ajustarse al entorno.
Durante este año participará también en la exposición
Cocido y Crudo, organizada por el Centro de Arte Reina Sofía
de Madrid, con una obra titulada Lo mejor del Verano, que
completa esta trilogía.
La ha concebido como una gran marea de objetos colocados
sobre el espectador, que camina sobre un piso de rocas
pulidas cuyo brillo refleja la concentración de las piezas que
cuelgan del techo. Dicha obra se inserta, al igual que la de Sao
Paulo, dentro de sus preocupaciones por hacer participar al
público de sus experiencias.
Pero en otro orden de cosas, hay que decir que con esta
obra el artista lleva hasta sus últimas consecuencias las ideas y
el espíritu desarrollados en La Regata.
Para Lo mejor del Verano no hizo objetos. La gran mayoría
de los elementos que la componen son reales, tomados
de su entorno. No son inventados por él. La gente se puede
creer que los hizo, pero no fue así. Los compró a quienes auténticamente
los construyen en la Isla, y están compuestos en
su gran mayoría por embarcaciones y otras cosas que ya han
sido usadas. Sólo realizó algunas piezas para enmascarar
aquéllas, pero en lo fundamental, la obra está concebida sobre
la base de un gran número de objetos recolectados de diferente
manera.
A partir de La Regata, Kcho piensa que no debe inventar
los objetos, que es mucho mejor tomarlos de la realidad y utilizar
sobre todo aquellos que ya hayan sido usados y que vienen
con una energía propia. Para Lo mejor del Verano ha preferido
utilizar embarcaciones que estuvieron ya en el agua, objetos
que cumplieron una función y que tuvieron una existencia.
De ahí que una de las piezas que componen esta obra sea
un barco de corcho que fue utilizado por alguien que quería salir
del país.
Aun cuando sigo pensando que El Garabato y La Jaba
han sido sus obras más sintéticas -nada las distrae ni guía el
pensamiento-, reconozco en ellas un camino hacia la dirección
actual del trabajo de Kcho. Estas obras constituyeron un paso
adelante en este proceso. En sus primeras obras había abusado
de las asociaciones, rechazando paulatinamente ese mecanismo
hasta dejar únicamente lo estrictamente necesario. En esa
dirección llegó a La Regata, retomando a un nivel superior el
mecanismo de las asociaciones y arribando a la síntesis del concepto
por otras vías.
En La Regata no hay nada gratuito, nada sobra. En ella no
hay ningún tiempo inventado. Nada se ha enmascarado, ni se
ha envejecido artificialmente. Los botes están hechos con madera
que ya estaba vieja, con materiales erosionados por la vida.
Si en otras piezas previas a La Regata engañaba, envejeciendo
artificialmente los materiales y actuando sobre ellos para inventar
el tiempo, en Lo mejor del Verano va mucho más allá. Los
objetos son ellos mismos, y su energía radica en su existencia
anterior, así como la de Kcho proviene de su existencia misma.