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Joserromán Mora
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La personalidad de Joserromán Mora es en muchos
aspectos y salvando todas las diferencias,
por otra parte obvias, de tiempo, lugar, experiencia
y obra, o lo que es lo mismo, si exceptuamos
lo esencial, muy similar, en lo aparente,
a la de su paisano César Manrique. Este último
era un arquitecto de nacimiento y un pintor de
oficio, vinculado a la primera vanguardia española
de posguerra, como Manolo Millares, aunque
consolidó su pintura en Madrid y Nueva
York primero y, luego, se trasladó o su isla natal, Lanzarote, o lo que
convirtió en un ejemplo de buen fiocer ecológico, por lo que obtuvo un
reconocimiento universal. También Joserromán Moro noció en una isla
periférica del archipiélago canario. La Gomera, en el meridiano de
Greenwich -donde se detuvo Colón durante algunos de sus viajes transatlánticos-,
pero ha desarrollado toda su obra como arquitecto profesional,
pintor y diseñador en nuestras islas, concretamente en Los Palmas
de Gran Canaria, de lo que Manrique
abominaba. Ambos se adentraron en el mundo
del diseño y lo decorativo, de las obras públicas,
de la jardinería, los miradores, la escultura
y un largo etcétera. Incluso la pintura de ambos
tiene evidentes semejanzas en el tratamiento e
investigación de los materiales, en la aspereza
de los superficies, en su informalismo, en su origen
intuitivo y en su rigor compositivo, en su referente
natural al paisaje y en otras muchas peculiaridades.
En cualquier coso Manrique fue una estrella que brillaba
con luz propia en el desierto insular; Joserromán, en cambio, no sólo
se ha visto arropado en numerosas ocasiones por sus colegas de generación
sino que, además, ha propiciado con prioridad en su carrera,
con su respaldo, gestión y proyectos varias galerías de arte, que en
muchas ocasiones representaron pora Las Palmas y para la generación
de los setenta un auténtico balón de oxígeno. Además supo encontrar
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y crear puentes de comunicación entre arte y sociedad, en una coyuntura
de gran actividad artística pero de insuficientes medios profesionales
de difusión cultural no oficial.
Joserromón no es de los que se escudan en lo colectivo, en las
corrientes mayoritarias, que duran lo que un caramelo en b puerta de un
colegio, ni siquiera fia usado como paraguas la amistad que le une con
escritores y críticos canarios o peninsulares para apuntalar con andamies
aparentes lo que su obra no expresa. Su obro debemos abordarlo en todo
su recorrido desde esa multiplicidad de oficio y técnica que lo ha singularizado.
No obstante, su obra, tanto pictórica como arquitectónica,
refiúsa las definiciones excluyentes, porque es en su origen, y en todo
caso, una obra abierta a su propia diversidad expresiva, desde la Oi-denación
de las playas del Sur de Gran Canaria, posando por proyectos
de urbanización, remodelación de complejos residenciales, fíeteles,
diseño de galerías, club de prensa, talleres, imagen de autobuses, discotecas,
pubs, centros de cultura y casas particulares, como la de Mr.
J. Kisncni en Lagos (Nigeria), o la de Mr. Adnam Kashogui en el sur de
Gran Canaria, restaurantes y un largo etcétera. Es por consiguiente el
trabajo compulsivo en todos los sectores sociales lo que le preocupa
prioritariamente. Estas obras no pueden, por su naturaleza, tener un carácter
popular. Al contrario.
No obstante, su elitismo técnico
y formal fia contribuido
positivamente a la definición
estética de su obra solitario,
arriesgado, contradictoria y
plural, es decir, viva, cohe
rente, sincera.
Ahora, después de algunos años de silencio, presenta su última
obro en el Club de Prensa Canaria de Las Palmas de Gran Conoria,
de la que es autor del diseño de sus salas expositivas.
Sin embargo, ni ha estado nunca al margen de lo comunidad
artística de los islas ni menos ha dejado de investigar en lo que a la
pintura se refiere. Esto obro nueva no es, como han comentado algunos
ajenos a su historia, una obra de ruptura, un salto en el vacío pora
la fundación de un rostro nuevo. Por el contrario, Joserromón acude
una y otra vez a uno doble lectura, advertido también por García-Alcalde,
en lo que siempre implica al espectador, ya sea por su coróc-ter
cinético dependiente del movimiento del observador o mediante el
oble sentido, donde subrayo las relaciones de poder entre lo privado
y lo público, la pornografía y la censura y otros temas que ha explorado
en su obra anterior.
No obstante, su incursión en el paisaje abrupto y espectacular de
su isla natal. La Gomera, sí es inédita, lo mismo que la factura técnica
elaboradísima que ahora nos presenta. En cualquier caso se trota de
una obra muy personal y no carente de registros poéticos, una obra de
madurez con grandes posibilidades de desarrollo por ese mestizaje formal
y expresivo que ha caracterizado siempre su trabajo pictórico, a
caballo entre lo informal
y la estructura.
A. Z.
iWM| Serie Vienlo
'' |í del este y viento
del oeste. 1995.