Autor: TRAPERO, Maximiano
Tema: Romances
Título del artículo: LA GOMERA: “ RESERVA NATURAL” DEL ROMANCERO
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Hay que decirlo de entrada: la importancia del fenómeno es tal que no admite
preámbulos: La Gomera es, con toda probabilidad, el lugar más importante del mundo
en cuanto a la conservación y pervivencia del romancero tradicional. Así que cuando
hay un unánime lamento por el final de unas costumbres seculares, cuando la cultura
tradicional agoniza o se esconde en la marginalidad más extrema, cuando en el caso
concreto del romancero - que no es sino una forma de cultura popular- los esfuerzos del
investigador por averiguar su pervivencia se convierten en continuos viajes
infructuosos, llegar a La Gomera y conocer sus tradiciones populares es haber llegado
aun recinto insospechado, una especie de reserva natural en donde, sin fronteras ni leyes
protectoras, unos sentimientos populares ancestrales se manifiestan de la misma forma
que en otros lugares de la geografía española se manifestaban en los siglos XV y XVI.
Es La Gomera ese paraíso perdido del gran romancero panhispánico que abarcó los
límites geográficos más fantásticos que poesía popular alguna alcanzase en ninguna otra
lengua o cultura de la historia.
Porque la importancia del fenómeno no radica sólo en el hecho de que romances que
nacieron en la Edad Media hayan llegado hasta hoy según ese modo peculiar de la
transmisión oral, boca a boca y de generación en generación, propio de la literatura
tradicional, sino, sobre todo, el que aún hoy el canto de los romances siga siendo un rito
lleno de funcionalidad para el pueblo gomero.
En efecto, los que en alguna ocasión nos hemos dedicado a recopilar literatura de tipo
oral y no hemos caído en el desaliento de un primer fracaso, sabemos muy bien hasta
qué punto es difícil hallar lo que se busca en un estado menos que mediano de
conservación. Por lo que a mí respecta, y después de ya bastantes años dedicado con
intensidad a la recopilación y estudio del romancero tradicional, tanto en Canarias como
en la Península, puedo decir la forma en que por lo general vive en todas partes: a
retazos, de forma fragmentaria, marginado, incluso despreciado por quienes lo poseen,
en los lugares más increíbles, en la memoria de los más desheredados. Eso en el mejor
de los casos, en los lugares en los que aún pervive; pero lo general es el olvido total, el
desconocimiento más absoluto, la muerte. Una poesía que identificó a un pueblo, a una
nación, a un imperio, que sirvió de regocijo a grandes y chicos, a nobles y plebeyos, a
cultos e iletrados, que sobrepasó generaciones, unió siglos y hermanó naciones, vive
ahora, cuando vive, agonizando ante los ojos impasibles de otro pueblo que « desprecia
cuanto ignora » . Porque en todo caso, si vive, duerme aletargada en la mente de un viejo
que espera ya cualquier día para descansar bajo la tierra; no le sirve para nada. Allá está,
en un rincón de su memoria, esperando que, en el mejor de los casos, uno de ésos que
llaman investigadores o recopiladores vaya un buen día a rescatarla del olvido. Lo
mismo que el arqueólogo hace con las piedras caídas y medio sepultadas por siglos de
abandono. Porque ¿ a quién interesan ya las historias que sabe maestro Pancho? ¿ Qué
vecino de la localidad tiene ya tiempo para sentarse sin reloj en el rincón de la plaza y
oir los relatos del abuelo Prudencio? ¿ Quién, si no es con ánimo de burla o de
curiosidad malsana, pregunta a la señá María aquellas coplas y romances que cantaba
cuando joven? A nadie interesan ya aquellas viejas historias de caballeros e infantas,
© Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2008
capaces de repetirse una y mil veces - como el Duero del romance: siempre el mismo río,
pero con distinta agua- y hacer exclamar al oyente atento: « Viejas son, pero no cansan. »
Así que, ante un panorama como este, llegar a La Gomera y constatar que sus gentes no
sólo saben romances, sino que los usan de ordinario para sus regocijos colectivos, más
aún, que el canto de los romances es su principal regocijo, es haber llegado al país del
no volverás; es llegar a un recinto que para poder equipararlo a otro habría que hacer un
túnel de un tiempo cuatro veces secular en el pretérito.
No diré nada de sus gentes, que pretender hablar de ellas con justicia obligado me fuera
llenar más espacio que el que éste admite; pero sí diré de sus obras, que ellas hablarán
de los sujetos que las realizan. En La Gomera conservan aún, y usan, un verbo
inexistente en el resto del español coloquial y que es el que mejor define sus acciones: el
verbo romanciar con la significación precisa de ' cantar romances'. Y basta que en la
reunión aparezca alguien con el tambor en la mano para que, sin más, se inicie una
fiesta que nadie puede predecir su final. O lo que es lo mismo: no hay fiesta sin tambor.
Y sigue: no hay baile del tambor sin romances. La fiesta puede estar prevista en el
calendario: Santa Rosa de Lima en el barrio de Las Rosas de Agulo, la Virgen de
Candelaria en Chipude, la de Lourdes en El Cedro, la de Guadalupe en San Sebastián y
en toda la isla...; pero la fiesta puede surgir también en cualquier momento, en cualquier
lugar en donde haya ganas de diversión. Ya digo: unos tocadores de tambor, unos
tocadores de chácaras, un solista con una buena voz y ya la fiesta está servida. El solista
empezará cualquier romance, cualquiera, y a su responder acudirán todos los de la
fiesta. Por ejemplo, El caballero burlado ( 1):
Solista:
¡ Qué hermosa estrella es María
que a los marineros guía!
Coro:
¡ Qué hermosa estrella es María,
que a los marineros guía!
Solista:
A cazar salió don Jorge,
a cazar como solía.
Coro:
¡ Qué hermosa estrella es María,
que a los marineros guía!
Solista:
Lleva sus perros cansados
y su jurona perdida.
Etc.
Los del tambor rodean al solista y responden el pie, como un coro recién nacido; los de
las chácaras empiezan a bailar en filas enfrentadas, mientras castañetean ruidosamente.
El público presente, tanto se suma al coro de los tambores y canta, como a las filas de
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los bailadores y se alterna en el baile con los de las chácaras. Y así con el mismo ritmo,
con la misma melodía, con la misma danza, hasta que el solista acaba el romance que
empezó. Y después de éste, otro romance, y después de este solista, otro solista, y luego
otro, y los romances y el baile siguen hasta la noche y hasta la madrugada.
A esto llaman romanciar en La Gomera; éste el baile del tambor y ésta la forma en que
se ejecuta. Una combinación de instrumentos, voz y danza para interpretar unos textos
literarios tan viejos como la propia cultura de quienes los interpretan, unos versos y
unas historias que nacían justo a la vez en que La Gomera se asomaba a la historia, allá
por el siglo XV.
Pero ¿ qué romances son los que se cantan en La Gomera? ¿ Cualquiera? Cualquiera que
sea verdaderamente romance. Los gomeros saben mejor que nadie lo que es y lo que no
es un romance. Valen los antiguos y valen también los modernos; pero éstos tienen que
ser los hechos al estilo de los antiguos; es decir, los de verso octosílabo y los de rima
única y, sobre todo, los que al gusto de los gomeros poseen ese lenguaje y ese estilo que
hacen inconfundible el texto tradicional. Los demás no sirven para su canto, es que ni
siquiera admiten el nombre de romances y, como tales, a lo sumo, merecerán el
calificativo de coplas, chistes, cosillas o cosas por el estilo. Los relatos que en otras
partes aparecen fragmentados y revestidos de modernidad anacrónica, se desprecian en
La Gomera hasta el punto de excluirlos de su repertorio. Aquí se cantarán romances del
tipo Delgadina, Sildana, El conde preso, El caballero burlado, Lanzarote y el ciervo del
pie blanco... y se ignorarán romances que por otras partes son los preferidos, los de
estructura estrófica y rima cambiante, los de creación vulgar y tema de guapos y
valientes, los de amores melodramáticos y los de crímenes horripilantes. Aquí, en La
Gomera la tradición ha operado selectivamente conservando para la posteridad lo que en
sí mismo tiene arte y poesía.
Ese extraordinario conservadurismo de su tradición romancística no ha inmovilizado,
sin embargo, los textos de sus romances; al contrario, como ocurre con todos los textos
de tradición oral, éstos han evolucionado en un complicadísimo proceso de
conservación y recreación, adaptándose al momento y al gusto de las generaciones que
han usado de ellos. Y esta evolución, como podría pensarse, no es siempre para peor:
los textos ganan siempre en poesía y en eficacia narrativa cuando han estado sometidos
a un largo proceso de tradicionalización. Ejemplos de romances he recogido yo en La
Gomera que ganan con mucho a los textos que de esos mismos romances recogieron los
antologistas del siglo XVI, y eso que aquel siglo fue verdaderamente aureo en el
panorama del romancero tradicional. Y es que el cantor gomero, a la vez que ha
heredado de sus antepasados un repertorio romancístico extraordinario, ha heredado
también los mecanismos y el lenguaje que sólo los auténticos cantores tradicionales
poseen y que se nos está negado a los demás. No es una cuestión de aprendizaje en
escuelas o en libros; es sólo una cuestión de vida, de vivencias permanentes desde la
infancia.
Constatar, pues, hoy la existencia de estas tradiciones en La Gomera es asombroso
cuando se mira esa realidad con ojos de perspectiva general. Pero asombra más aún
cuando se constata la vitalidad con la que viven esas tradiciones. Aquí no puede
hablarse de peligro de extinción. Lo que vive cumpliendo una función social está
llamado a permanecer, al menos, hasta que modas sin personalidad lo estandaricen todo.
Pero es preciso evitar toda « protección » o intervencionismo en el canto de los romances
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y en el baile del tambor de los gomeros; quizás los propios protagonistas, cuando llegan
a asomarse a ventanas exteriores a la propia isla se vean inducidos a arreglos
escenográficos que adulteran lo que siempre ha sido natural y espontáneo entre el
pueblo. Grupos folklóricos con indumentarias más o menos elaboradas y con muchos
escenarios en sus historiales pueden abundar; pero la experiencia de vivir « al natural » el
canto de un romance y el baile del tambor por un grupo de hombres y mujeres de La
Gomera que se han reunido por casualidad allí mismo es algo irrepetible.
Lo primero que llama la atención al estudiar los textos romancísticos de La Gomera es
el extraordinario conservadurismo de sus versiones; conservadurismo entendido en dos
sentidos: la fidelidad de unos textos a una tradición muy arcaica y la inusual perfección
de sus versiones. Cuando la marginalidad y el fragmentarismo son las dos notas que
caracterizan el término general de la literatura oral de hoy, por ser género
desfuncionalizado, asombra la extraña integridad de los textos gomeros. Basta comparar
cualquier otro Romancero moderno con el de La Gomera. Una de las causas es, sin
duda, la recreación y manifestación constante a que se ve sometido su repertorio entre
las gentes de la isla. En La Gomera, el romancero existe para ser cantado, no para
guardarlo en la memoria. Por eso es un género vivo, vigente, funcional.
De su riqueza y de su importancia valgan sólo estas muestras ( 2): En una isla, cuyos
habitantes no llegan a 20.000, nos fue posible recoger 357 versiones de 139 temas
romancísticos, algunos de ellos tan extraordinarios como los siguientes: París y Helena,
Lanzarote y el ciervo del pie blanco, Río Verde, El Cid pide parias al rey moro, Los
soldados forzadores, Fratricida por amor, La vuelta del navegante...
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( 1) Cf. Maximiano TRAPERO: " Las danzas romancescas y el baile del tambor de La
Gomera", en Revista de Musicología, IX, 1, Madrid, Sociedad Española de
Musicología, 1986, págs. 205- 250.
( 2) Cf. Maximiano TRAPERO: El Romancero de la isla de La Gomera, Cabildo Insular
de La Gomera, 1987, 419 págs.
REVISTA DE FOLKLORE
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