CANTO INNECESARIO PARA UN
LIBRO DE CANCIONES
Un canto innecesario para un libro de canciones es este prólogo
que me ha pedido el autor para su segundo libro de Juegos Infantiles
Tradicionales. Canto será pero innecesario, porque qué otra cosa pue-do
hacer que alabar y proclamar lo que por sí solo se alaba y proclama.
Que libro de canciones es, fundamentalmente, esta segunda entrega
- que no segunda parte- de juegos infantiles que nos da Alberto Ro-dríguez
Alvarez. La primera - más briosa y saltarina- de niños, ésta
- más entrañable y melodiosa- de niñas.
De entre el número infinito de juegos que existen, los hay solitarios
o colectivos, sedentarios o deportivos, que se practican sin nada o que
requieren de un instrumento, propios de la casa o exclusivos de la pla-za,
espontáneos o sometidos a fórmulas. Los hay también de niños y de
niñas. Y los hay silenciosos y cantarines. Los de niños son más activos
y anárquicos. Los de las niñas prefieren la canción. El patio de mi
casa, El cocherito lerén, Matarilerilerón, San Serenín del Monte ...
Siempre se ha dicho del papel fundamental de la mujer como portadora
principal de las tradiciones folklóricas. Y esas tradiciones se manifies-tan
en parte muy importante en los juegos infantiles. El acervo cultural
y familiar que recibe el niño, al principio inconscientemente, en los bra-zos
de la madre ( nanas, canciones de cuna, trabalenguas, fórmulas,
canciones seriadas. ..) se va incrementando poco a poco al relacionarse
con otros niños con los juegos y canciones que éstos aportan, llegando
a ser depositaria y portadora de un caudal de saber tradicional riquísi-mo
y difícilmente cuantificable. Y en el final del ciclo, cuando sea abue-la,
transmitirá a su vez a sus nietos lo que durante siglos ha ido rodan-do
y decantándose de generación en generación. Ese es el signo de lo
tradicional. As4 los dos extremos de la vida, la niña y la abuela, serán
las dos fuentes testimoniales más importantes del saber folklórico y
tradicional. A ellas hay que acudir, curiosamente, cuando se pretende
reconstruir una cultura de tipo oral testimonio de una época y de un vi-vir.
Dos son los juegos infantiles en donde con prioridad se manifies-tan
las canciones. Y los dos de niñas: el corro y la soga ( la comba).
con ellos se hacen innumerables juegos variantes cada uno de los cua-les
tiene su propia canción. Buena prueba de ello son las que van aquí
en este libro. Es un ramillete hermoso y abundante. Pero echo en falta
otras que presumo también cantaban las niñas de Santa Cruz y de toda
Canarias; las que constituyen el romancero infantil propiamente dicho:
Mambrú, Dónde vas Alfonso XII, La malcasada (. Me casó mi madre),
Las señas del esposo (. Ahí viene la coronela.), Don Gato, Santa Ca-talina
(. En Cádiz hay una niñas), Santa Elena (. Estando tres niñas.),
etc., etc. Estas tienen una importancia singular porque ejercitan la me-moria
de los niños sobre una historia completa más o menos larga y
son el testimonio último de una de las raíces más antiguas de nuestro
folklore.
A las tres cualidades que el autor de este libro exige a un juego
para que sea bueno, a saber: que sirva para correr mucho, para brincar
bastante y para reír a mandíbula batiente, añadiría yo una cuarta para
que sea tradicional: que aporte esencias y valores intemporales pero
universales. Lo universal iguala y distingue a la vez, se adapta a lo par-ticular
con ritual propio sin perder lo que siendo esencial es general.
Por eso animo al autor del libro para que al lado de la descripción de
cada juego y de la letra con que se cantaba aparezca también la músi-ca
particular correspondiente, tal cual se cantaba en los años que el
autor trata de reconstruir. El documento folklórico sería definitivo.
Conocí a Alberto Rodríguez Alvarez cuando los dos estrenábamos
docencia, sin apenas haber dejado de jugar. Pero nunca en los años
que convivimos supe de sus aficiones literarias y Iúdicas. Ahora, al
cabo de 20 años intermedios de distancia, me demuestra que posee la
doble y difícil cualidad del investigador y la del escritor. Que investigar
es hurgar en la memoria propia y ajena para poner en orden lo que en
la realidad está caótico y fragmentado. Que escritor bueno hay que ser
para describir juegos sin apenas acción o que la tienen simultánea y
embarullada. Y las dos cosas las hace Alberto admirablemente. Tan
bien que su libro no sólo es recordatorio para los que fueron niños ayer
sino manual de aprendizaje para los que lo son hoy.
Su Juegos Infantiles viene a llenar un hueco cada vez más difícil
de llenar, porque los juegos infantiles propiamente tradicionales se
acaban. A unas calles repletas de nifios que corrían y niñas que canta-ban
han sucedido otras taponadas de coches e histéricas de prisa. Las
plazas de antaño fueron ocupadas por edificios enormes de cemento y
anonimato. En los colegios ya no hay tiempo ni lugar para el juego: las
asignaturas son muchas y los patios pequeños. Los niños o niñas veci-nos
- si los hay- prefieren la Tele sedentaria. ¿ Dónde buscar los diez
o quince niños necesarios para el juego? ¿ Y en qué lugar poder jugar?
¿ Y cuándo disponer del tiempo necesario?
Documento folklórico para la historia. pues, es este que nos ofrece
Alberto Rodríguez. Porque colecciones de juegos infantiles canarios
los hay, por ejemplo, en dos libros ya clásicos sobre el folklore infantil
de Canarias: el de Luis Diego Cuscoy ( 1943) y el de José Pérez Vida1
( 1986), pero vistos desde otras perspectivas. El de Pérez Vida1 - e l
más completo y documentado- incidiendo en los textos literarios de
que se sirven los niños en sus canciones, con estudios muy pormenori-zados
sobre las distintas versiones de un mismo canto y continuas
comparaciones con las otras versiones de la Península y de Hispanoa-mérica.
El de Alberto Rodríguez, por su parte, incidiendo más en la des-cripción
del propio juego y sus pormenores. Bajo esta perspectiva, el li-bro
de Alberto es un buen manual, pues con su manejo puede recons-truirse
fácilmente cualquier juego aun sin haberlo practicado de niño.
Libro para usar y libro para celebrar. Porque magia, ternura y nos-talgia
son las tres virtudes cardinales que envuelven los juegos de la
infancia. Magia del propio juego, que cien veces repetido, mil, se pre-senta
siempre nuevo y novedoso. Ternura de los jugadores que se
creen, a la vez, soldados para la guerra y novias para el altar, saltim-banquis
en escondites y reinas de la alta mar, capitanes y marineros,
reyes y vasallos, corderos y lobos, policías y ladrones, amas y criadas,
señoritas incluso soñadoras que esperan cobrarse la . prenda. con el
beso inocente e intencionado al compañero del corro. Y nostalgia para
quien echa la memoria atrás y oye que unas voces menudas se cuelan
por la ventana cantando . Me casó mi madre. chiquita y bonita. para
que el niño que todos llevamos dentro se conmueva y aspire a transfor-mar
el mundo con canciones de corro.
Alberto, buen amigo: celebro tu labor; me alegra que haya sido a
través del folklore nuestro reencuentro y sobre todo, te agradezco el
servicio que con tu libro prestas a la memoria cultural de Canarias en
una parcela tan importante como son los juegos infantiles de tipo tradi-cional.
Tus propios hijos, y los míos, y más aun los hijos de los nuestros
podrán reconstruir con tu libro un tiempo ya perdido para ellos que se
manifestaba más tierno, más singular, más humano que el que a ellos
les tocará vivir. Y tu libro servirá de testimonio.
Maximiano Trapero