Publicado en Espejo de Paciencia ( Revista de Literatura y Arte de la Universidad de Las Palmas), n º 0, 1995:
88- 94.
LA ISLA MÍTICA DEL MÍTICO GAROÉ
Maximiano Trapero
Universidad de Las Palmas de Gran Canaria
Las cuatro cosas más famosas de Canarias
Dos cosas hacían famosas en el mundo a las Islas Canarias en la mitad del siglo XVI, al decir del
cronista de Indias Francisco López de Gómara: « los pájaros canarios, tan estimados por su canto, que no
lo hay en ninguna otra parte, según afirman, y el canario, baile gentil y artificioso » . Pero otras dos habría
que añadir para ser justos con la extraordinaria fama que las Canarias alcanzaron en la España y en la
Europa del Renacimiento avanzado: las endechas « de Canarias » , que tanta influencia tuvieron en los
músicos y poetas españoles de mitad del XVI, y el Garoé, el árbol milagroso « que manaba agua » . Ni que
decir tiene que esos cuatro motivos, por lo novedosos que eran en el Viejo Continente y por provenir de
unas tierras inéditas de las que se contaban maravillas, se convirtieron pronto en legendarias y, andando
el tiempo, en otros tantos tópicos que han quedado en la literatura clásica de las Islas.
De esos cuatro motivos, sólo uno, el del Garoé, está vinculado con exclusividad a una sola Isla,
siendo los otros tres generales, sin que pueda asignárseles un origen insular concreto. Pero, cu-riosamente,
la isla de El Hierro puede tener el orgullo de ser la única en reivindicar para sí el origen
─ siquiera sea compartido ─ de los cuatro, y en el caso del Garoé, la indudable exclusividad. Con respecto
a los pájaros canarios habitan las zonas más boscosas de todas las islas occidentales ( desconociéndose en
las de Fuerteventura y Lanzarote). Del baile canario, introducido sin duda en el Continente por los
esclavos isleños, y que tanto gustó en las cortes europeas y en los ambientes populares españoles, dice
Torriani, que los herreños « bailaban cantando, porque no tenían otro instrumento; y creo que de allí tiene su
origen el famoso baile canario » ( el subrayado es nuestro). Y respecto a las endechas, de El Hierro procede así
mismo una de las dos únicas que se conocen en lengua guanche ( la otra es de Gran Canaria), recogidas
por Torriani en su Descripción de las Islas Canarias. Dice que decían así los herreños:
Mimerahanà zinu zinuhà
Ahemen aten haran hua
Zu Agarfù fenere nuzà.
Y que traducida al castellano, quería decir:
Acá nos traen. Acá nos llevan.
Qué importa leche, agua y pan,
si Agarfa no quiere mirarme.
El mito del árbol que manaba
El motivo del Garoé, bien por lo que tuvo de cierto, bien por lo que la leyenda ha hecho de él,
ha de considerarse con toda justicia el símbolo principal de la Isla de El Hierro. Gracias a él la isla de El
Hierro, siendo la más pequeña del Archipiélago, tiene un puesto seguro entre las maravillas de la
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naturaleza del mundo entero, y a su conocimiento y comprensión se han dedicado naturalistas famosos,
viajeros insignes e historiadores de primer orden. Y gracias a él, el Hierro tiene una literatura abundantí-sima
en la que no escasean los relatos más fantásticos y se acomodan las historias locales a las leyendas
más universales.
Hay que decir, sin embargo, que la fama del Garoé, fue fraguada en la tradición oral, como
siempre ocurre con los mitos. Y que de todos los cronistas, historiadores, naturalistas, científicos,
viajeros y curiosos que lo citan, sólo unos pocos ─ poquísimos ─ pusieron sus pies en la isla de El Hierro,
y menos aún fueron los que llegaron a ver con sus propios ojos aquel árbol milagroso. De donde se
deduce que lo que se escribe, se debe más al comentario y a las referencias que se habían oído que a lo
que los ojos habían visto, y así, poco a poco, invención tras referencia, y fantasía tras naturaleza, se ha
forjado el mito del Garoé, siendo éste generalmente el único tema que se cita de la geografía y de la
historia de El Hierro. Por ejemplo, a mitad del siglo XVI, el cronista de Indias López de Gómara lo que
dice de El Hierro se reduce a bien poco: « El Hierro, según opinión de muchos, es la Pluitina, donde no
hay otra agua sino la que destila un árbol cuando está cubierto de niebla, y se cubre cada día por las
mañanas: rareza admirable de natural » . Mientras que un siglo más tarde, en 1678, otro historiador, José
Martínez de la Puente, que escribe sobre las Islas según lo que ha recogido de autores anteriores,
limitándose también al motivo del Garoé, tiene que dar ya, empero, una larga lista de los muchos autores
que han tratado del tema ─ y en esa lista no están todos ─ , extendiéndose en consideraciones novedosas y
en interpretaciones personales y dejando constancia de su desaparición: « La Isla de El Hierro llamada en
Griego Hombrion, y en Latín Pluvialia..., porque en ella no había agua de fuente, ni de pozo; y la
Providencia Divina ( que a nada falta) ordenó que sobre un árbol muy copado, que estaba en ella siempre
verde ( y lo que más es, sin crecer, ni envejecerse) llamado Til; todos los días al amanecer se ponía una
niebla, a manera de nube alba, que le cubría de rocío, y se destilaba por las hojas tan copiosamente agua
dulce muy buena, que llenaba un estanque, dispuesto a propósito al pie de él, para cogerla, de donde
bebían todos los hombres y ganados de la Isla... Este árbol Til duró así más de 3 mil años, hasta el de
1626 de nuestra Redención ( con poca diferencia) que le arrancó un gran temporal, y que dejó algunos
vástagos, que tenían la misma virtud; pero que habiéndose secado, se hicieron después tantos pozos y
aljibes que no se echó menos el Til » .
Los testimonios de Torriani y de Abreu Galindo
Sin duda, la descripción más detallada y « verdadera » del Árbol Santo se debe a Abreu Galindo,
quien se asegura que viajó a la Isla de El Hierro para ver el dichoso árbol, y su relato quedó como
modelo para todos los demás autores posteriores, con la circunstancia añadida de que quizá fuera el fran-ciscano
el último de los que escriben sobre el Garoé que lo viera en pie.
a) Cómo era
Empieza diciendo Abreu que « el tronco tiene de circuito y grosor 12 palmos, y de ancho cuatro
palmos; y de alto tiene cuarenta desde el pie hasta lo más alto, y la copa en redondo ciento veinte pies en
torno; las ramas, muy extendidas y coposas, una vara alto de la tierra. Su fruto es como bellotas, con su
capillo y fruto como piñón, gustoso al comer y aromático, aunque más blando. Jamás pierde este árbol la
hoja, la cual es como la hoja del laurel, aunque más grande, ancha y encorvada, con verdor perpetuo,
porque la hoja que se seca se cae luego, y queda siempre la verde. Está abrazada a este árbol una zarza,
que coge y ciñe mucho de sus ramos » .
A lo que conviene añadir, porque es de justicia, lo que de personal tiene la descripción de
Torriani: « La verdad es que este árbol no es otra cosa que el incorruptible til... Este árbol busca los
montes y es duro, nudoso y odífero. Tiene hojas llenas de nervios y parecidas a las del lauro. El fruto es
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medio pera y medio bellota; las ramas intrincadas; nunca pierde las hojas y no alcanza grandes alturas...
Este árbol es tan grueso que apenas lo pueden abrazar cuatro hombres. Está lleno de ramas muy
intrincadas y espesas. Su tronco está completamente cubierto con una pequeña yerba que crece en todos
los árboles que tienen mucha humedad... Está tan torcido en su parte baja, que los hombres que van a
verlo suben y pasean por encima de ella » .
b) Dónde estaba
Dice Abreu Galindo que el « lugar y término donde está este árbol se llama Tigulahe, el cual es una
cañada que va por un valle arriba desde la mar, a dar a un frontón de un risco, donde está nacido en el
mismo risco el Árbol Santo » . Conociendo el lugar, la descripción del franciscano, es verdadera, pero a no
ser por ese topónimo Tigulahe que cita, la localización podría resultar impracticable. Y resulta que el
topónimo citado ha desaparecido sin dejar rastro: ni ha pervivido en la tradición oral, que es la vía más
importante en la permanencia de la toponimia, ni siquiera ha quedado reflejada en cartografía alguna.
Hoy preguntar por Tigulahe en El Hierro es preguntar por nada. De dónde tomó Abreu el topónimo es
algo que no sabemos, ni él lo dice; y además nadie más vuelve a citarlo, a no ser que sea para repetir las
palabras del historiador franciscano.
Torriani se conforma con decir que « está situado encima de un barranco, en la banda del norte » ,
mientras que Gaspar Frutuoso, que escribe sus impresiones sobre Canarias a mitad del siglo XVI, dice
que está « yendo para la cumbre, no lejos de ella, en una quebrada en una haza pequeña o valle sombrío,
por estar en una hondonada, donde el viento no llega duro, sino manso y blando, por lo cual hay
continuamente en este lugar una niebla, y si falta a alguna hora del día, no pasa otra que no se concentre
la niebla sobre el gran árbol » .
c) Cómo « manaba agua »
Abreu da una explicación natural al fenómeno del Garoé, pero entiende y justifica que los
antiguos lo tuvieran por cosa maravillosa y sobrenatural, pues « como cosa de la mano de Dios » ─ dice ─
está puesto allí para remediar a los habitantes de esta isla que no tienen otro remedio de agua.
La manera que tiene en el distilar el agua este Árbol Santo o garoe ─ relata Abreu ─ , es que todos los días por las mañanas
se levanta una nube o niebla del mar, cerca a este valle, la que va subiendo con el viento Sur o Levante de la marina por la
cañada arriba, hasta dar en el frontón; y, como halla allí este árbol espeso, de muchas hojas, asiéntase en él la nube o
niebla y recógela en sí, y vase deshaciendo y distilando por las hojas todo el día, como suele hacer cualquier árbol que,
después de pasado el aguacero, queda distilando el agua que recogió; y lo mesmo hacen los brezos que están en aquel
contorno, cerca de este árbol; sino que, como tienen la hoja más disminuida, no recogen tanta agua como el til, que es
muy más ancha; y esa que recogen, también la aprovechan, aunque es poca, que sólo se hace caudal del agua que distila el
garoe; la cual es bastante a dar agua para los vecinos y ganados, juntamente con la que queda del invierno recogida por
los charcos de los barrancos.
Por su parte, la descripción de Torriani es más naturalista, más desmitificadora, menos poética,
como que viene de un ingeniero que a todo quiere someter a las leyes de la razón.
La maravilla de gotear agua ─ dice el ingeniero cremonés ─ no es otra cosa, sino que, cuando reina el viento levante, allí en
este valle se recogen muchas nieblas que después, con la fuerza del calor solar y del viento, suben poco a poco, hasta que
llegan al árbol; y éste detiene la niebla con sus numerosas ramas y hojas, que se empapan como si fuese guata y, no
pudiéndola conservar en forma de vapores, la convierte en gotas que recaen espesísimas en el foso.
Por tanto, la maravilla no está tanto en que sea « un » garoé, como en que sea un árbol, cual sea,
que esté situado justo en el lugar donde las nubes van a pasar con mayor fuerza para descargar sobre él
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su vientre de agua. Por eso ─ sigue diciendo Torriani, y dice verdad ─ « todos los árboles de esta clase
producen el mismo efecto cuando pasa la niebla encima de ellos, e igual lo hace la carrasca en todas estas
islas donde haya niebla; pero ni los unos ni los otros producen tanta cantidad, por ser pequeños » .
d) ¿ Cómo se repartía el agua?
Abreu Galindo acaba su comentario sobre el Garoé diciendo que está junto a este árbol « una
guarda que tiene puesto el concejo, con casa y salario, el que da a cada vecino siete botijas de agua, sin la
que se da a los señores de la isla y gente principal, que es otra mucha cantidad » .
La noticia del guarda puesto por el Concejo para custodiar el Árbol Santo no la da sólo Abreu,
da cuenta también de ella el P. Bartolomé de Las Casas, quien estuvo en las Islas camino de las Indias y
supo algo sobre ellas, diciendo que « está allí una casa, en la cual vive un hombre que es guarda del
estanque, porque se pone en la guarda de aquel agua mucho recaudo » .
Y también el viajero portugués Gaspar Frutuoso, que estuvo en las Islas por la mitad del siglo
XVI, supo de la guarda que los bimbapes ponían sobre el garoé y del caudal de agua que producía. El
lugar estaba cerrado ─ dice ─ , « y los merinos o guardas tienen la llave, y se reparte entre todos, tres o
cuatro veces cada semana. Es cosa maravillosa que jamás esté vacía, pero a causa de los rebaños de
ovejas y cabras, que ahora hay más que nunca hubo, se pone tanta guarda en esta agua, aunque sobra
para todo » .
Que los bimbapes debían de tener buen cuidado con aquel manantial no cabe la menor duda,
pues que de él dependía la subsistencia de sus habitantes, porque aunque el « manantial » fuera inagotable,
su caudal era reducido y dependía de la voluntad del cielo. Por eso, Torriani, aún sin dar la noticia de la
guarda, insiste también en que el agua « se reparte con buena cuenta entre los isleños » .
La cuantía del agua caída del árbol resultaría impredecible, pues ni era fija ni podía ser regular,
pero hay una opinión mayoritaria ─ mayoritaria, que no unánime ─ en el sentido de que con ella bastaba
para abastecer a la población de la isla. Abreu Galindo dice que ésta estaría compuesta por « más de mil
personas; y a todos sustenta y da de beber este árbol » . Sin embargo, Torriani corrige al franciscano
diciendo que con la del árbol y aún con la de otras fuentes « no hay agua bastante para sustento de la
gente » . Con todo, hay quien se atreve a cuantificar la producción de aquel árbol portentoso; y así, Abreu
dice que « cógense cada día más de veinte botas de agua » .
En cuanto al reparto, el Padre Las Casas escribió que daban a cada vecino, por medida, « tantas
cargas o cántaros de agua, conforme a la gente y ganados que tiene y ha menester » , una manera muy
justa de repartir, no igualitaria, sino proporcional.
¿ Qué tipo de árbol fue el garoé?
A través de las distintas referencias expuestas se percibe la enorme confusión que produjo el
desconocimiento de la naturaleza del Árbol Santo. Para unos era « a manera de álamo » , para otros sus
hojas eran « como de laurel, aunque mayores » , para otros « como de olivo » . Torriani se burla de quienes
dicen « que está vaciado, a manera de caña, y que nació casualmente encima de una fuente; de modo que
el agua entra, debajo de la tierra, en el tronco, y después sale por algún lado, de manera que parece que el
árbol produce el agua por su propia naturaleza » . Otros autores ─ sigue diciendo el ingeniero italiano ─
« suponen que es tan seco y poroso, que tiene la fuerza, como el imán, de chupar el agua de la tierra y
devolverla después por sus ramas y por sus hojas » . El misterio estaba servido al creer la mayoría que se
trataba de un árbol totalmente desconocido: « No ay en todas siete islas árbol de aquella natura, ni en
toda España, ni ay honbre que otro tal aya visto en parte alguna » , proclamó el cronista de los Reyes
Católicos Andrés Bernáldez, recogiendo la creencia más general y difundida que había en su tiempo
sobre el dichoso garoé.
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Según escribe Gaspar Frutuoso, al no saberse de qué especie era el árbol, « un serrador de
madera o carpintero que fue a parar allí de la isla de la Madera, afirmó que era til, así en la hoja como en
la corteza » . Es decir tuvieron que llevar al lugar a reconocer a aquel misterioso árbol de especie
desconocida a alguien que procedente de Madeira podría identificarlo de inmediato, puesto que la
Madeira y las Canarias tenían una misma vegetación. El madeirense lo identificó: se llamaba til. Eso era
lo único que se sabía de él, puesto que según Abreu Galindo era el único árbol de aquella especie que
había en la isla. Pero fue la primera pista segura. Se trataba de una especie propia de las Islas Atlánticas
( Madeira, Azores y Canarias), inexistente en la Península Ibérica y, por tanto, desconocida para los
españoles. Porque el til no debe confundirse con el tilo: éste es una tiliácea, que da la flor de tilo, usada
en la conocida infusión llamada tila; mientras que el til canario ( el plural es tiles) es de la familia de las
laureáceas, un Ocotea foetens, una especie más del conglomerado que compone la laurisilva propia de la
Macaronesia.
La destrucción del mito...
El Garoé desapareció; fue derribado por un huracán en la primera mitad del siglo XVII: según
una placa que han puesto en el lugar, en 1605; según la opinión mayoritaria, en 1610; según otros, en
1612; según alguno en 1625. Pero el mito siguió vivo en la literatura sobre la isla de El Hierro, como
hemos visto con infinitos testimonios. Incluso Viera y Clavijo tiene que denunciar, ¡ en la segunda mitad
del siglo XVIII!, cuando escribe su Historia de Canarias, que haya todavía naturalistas e historiadores
franceses que sigan hablando de las maravillas de un Garoé vivo. Hubo quien, como George Glas,
comparó al Garoé con otros árboles de la isla de Santo Tomás, en el Golfo de Guinea, y con otros que
existen cerca de la montaña de Vera Paz, en América, que también destilan agua. El propio Viera y Clavi-jo,
que en este caso, como en todos los demás, es el historiador que tiene a su mano la mayor ─ por no
decir la total ─ documentación sobre las Islas, tiene que denunciar los mentís de ilustres personalidades
sobre la existencia del Garoé: al célebre Bacón de Verulano y a Monsier La Maire, que dicen que es
fabuloso; a Tomás Cornielle, que dice que fue soñado; a los geógrafos Sansones, que exclaman que los
viajeros apostaron a cuál mentiría más en el asunto; a Mons. Nablot, que dice que todo ha sido una
patraña; a Barbot y Martineau ─ Duplessis, que le pretenden un origen ficticio; al P. Taillandier, que dice
que es un cuento inventado por los viajeros; al autor del Teatro Crítico Universal, nuestro Padre Feijoó, que
lo cree tan fingido como el vuelo del ave muerto; y al Padre Sarmiento, que lo trata de novela, mentira,
embuste y error. Concluye el gran historiador canario: « No hay cosa más cierta que la existencia de este
árbol extraordinario, sus destilaciones y su ruina por efecto de un huracán » .
Pero ya el Garoé pertenecía a la mitología, y los mitos no tienen tiempo. Y el mito siguió vivo
también en la memoria de los herreños, que han recordado con fidelidad hasta hoy el lugar en que
estuvo emplazado.
La curiosidad suscitada acerca de la verdadera existencia del Garoé tras su desaparición fue tal
que, en el siglo XVIII, el Conde de La Gomera y Señor de El Hierro, don Domingo de Herrera, ordenó
se practicase en la Isla un reconocimiento del preciso punto en que existió el árbol. Dichas diligencias
─ relata el historiador de la Isla de El Hierro Dacio Darias Padrón ─ fueron evacuadas ante el Alcalde
Mayor Acosta Martel, el 28 de febrero de 1753, declarando en las mismas testigos desde ochenta hasta
noventa y cuatro años de edad, quienes confirmaron la verdadera y constante tradición de la existencia
del notable y desaparecido árbol, llegando a señalar el sitio en que estuvo plantado y a mostrar los restos
de las albercas en que se recogía el agua.
... Y el nacimiento de la razón
Y vino el tiempo de la modernidad y de la razón. ¿ Si fue posible que en un tiempo remoto un
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árbol produjera aquellas maravillas, por qué no intentar reproducir la maravilla?
Así se hizo. Para conmemorar la 54 ª Bajada de la Virgen de los Reyes, correspondiente al año de
1957, se plantó en el mismo lugar en el que estuvo el histórico y verdadero Garoé otro árbol, un til, de la
especie autóctona de las laureáceas, propia del monteverde de las Islas Atlánticas, como ya se ha dicho.
El plantón hubo que traerse de La Palma, porque en El Hierro no había, del lugar que en aquella isla se
llama Los Tilos, uno de esos rincones verdaderamente maravillosos, mágicos, que hay en Canarias,
imposible de describir sin que previamente se haya sentido el frescor que allí huele y la luz entrevelada
que allí abriga.
Hoy, casi cuarenta años después, cualquiera que llegue al lugar podrá comprobar con sus propios
ojos que los relatos antiguos no decían mentiras: podrá ver un árbol frondosísimo cuyas ramas cubren el
gran vacío del cañón en medio del cual está plantado, y aún percibirá que el espacio excavado para el
árbol empieza a quedársele estrecho y las ramas se aprietan en los extremos y tienen a subir en vertical; y
si por suerte hay bruma, que es lo normal en aquel lugar, podrá ponerse debajo del árbol y en pocos
minutos quedar totalmente empapado. Y entonces, satisfechos de curiosidad los ojos y el cuerpo, el
afortunado visitante podrá contar que también él estuvo en el territorio del mito.
Tienen razón los vecinos del lugar ─ cualquier herreño diría lo mismo, como ya lo dijo en el siglo
XVI Torriani ─ : el que sea un til u otro árbol da lo mismo; cualquier árbol que tenga las hojas anchas y
lisas goteará con la bruma. El misterio no está en el árbol, o, mejor, no está sólo en el árbol, sino en el
lugar en donde esté ese árbol. Muchos viejos herreños de ahora mismo, sobre todo los que han sido
pastores, que conocen la isla como la palma de sus manos, podrían dar cuenta no de uno, sino de varios
garoés. Y la toponimia, que al fin se convierte en el más fidedigno testimonio de la presencia humana en
un territorio, también dará cuenta de varios árboles que « manan agua » .
El más asombroso, quizá, sería la Sabina de la Cruz de los Reyes. Hoy ya no existe: como al viejo
Garoé, un desgraciado accidente natural, en este caso un gigantesco y terrible incendio declarado en el
verano de 1990, que a punto estuvo de convertir en cenizas el monte entero de El Hierro, se la llevó.
Pero todos los herreños y todos los que visitaron la isla antes de ese fatídico año pudieron verla: una
sabina vieja, muchas veces centenaria, quizá milenaria, con el tronco retorcido y seco, de unos 4 metros
de alto, y con una copa relativamente pequeña, con muy poca fronda, pero cubierta, eso sí, de musgos y
líquenes que le bajaban hasta medio tronco. Con eso bastaba. Bastaba que la bruma hiciera su aparición,
mucho más cuando venía con viento fuerte, para que a los pocos minutos la sabina empezara a descargar
verdaderos chorros de agua. Aquel prodigio, en una isla tan necesitada de agua como siempre lo ha
estado El Hierro, merecía que se registrara. Y don Sósimo, guardamontes de la isla por ese entonces,
ideó construir un pequeño aljibe en el que recogerla. Al poco, el aljibe se hizo pequeño; se habilitaron
entonces grifos y fuentes de las que el público pudiera beber a voluntad y con comodidad. Cuentan que
con el agua almacenada hubieran podido beber los varios miles de asistentes de una Bajada de la Virgen,
que justamente hacen alto en la Cruz de los Reyes para descansar y reparar fuerzas. Y el agua que iba
almacenándose seguía rebosando la capacidad del aljibe; se construyeron entonces varios aljibes más y
mayores, en la pendiente del pequeño barranco, comunicados entre sí, de tal forma que cuando rebosara
el de arriba empezara a caer en el de abajo. Y todo eso de una sola sabina.
Sobre el nombre del árbol
El nombre con el que ha entrado en la historia y en la leyenda es el de garoé, que es el nombre
originario con el que se supone lo denominaban los guanches herreños. Incluso hoy, casi cuatro siglos
después de desaparecido sigue hablándose del garoé y éste es el nombre único con que se le conoce
fuera de la isla de El Hierro. Sin embargo, en la propia isla, sus habitantes, cuando hacen referencia a su
existencia histórica, o incluso cuando se refieren al lugar en el que estaba, utilizan la denominación de
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árbol santo, pudiéndose suponer que el nombre español sea una traducción del nombre guanche, aunque
convenga precisar que el significado que tiene aquí el adjetivo santo debe ser equivalente a ' milagroso' o
' prodigioso', y no a la acepción que en el español se relaciona con la religión, aunque a Cairasco de
Figueroa le pareciera que la denominación de santo fuera por la veneración que los bimbapes le
dispensaban:
... y es El Hierro la postrera,
donde distila hoy día el Árbol Santo
que los antiguos veneran tanto.
No es lo normal, sin embargo, que las citas históricas sobre el árbol santo, vayan acompañadas
del nombre Garoé ( el que Viana, le llame Capraria no parece otra cosa que una equivocación inexplica-ble).
Más bien, al contrario, las referencias se hacen a un genérico « árbol » o « árboles » que por
providencia de la naturaleza ( o de la naturaleza divina) destilan el agua que la isla y sus hombres
necesitan. El primero que lo llama garoe ─ sin acento ─ es Torriani, y detrás de él Abreu Galindo, aunque
es muy posible que el nombre lo tomen ambos de un mismo manuscrito perdido ( el del famoso Doctor
Troya), que utilizaran independientemente como fuente de sus respectivas Historias. Pero su testimonio
debe ser admitido como verdadero, no sólo porque, como tantas veces se ha dicho, Abreu y Torriani
fueron, de entre los antiguos, los historiadores mejor informados, sino porque la descripción tan
minuciosa que hacen del árbol no puede ser sino de quienes lo han visto con sus propios ojos. Además,
en el caso de Torriani, dibuja una rama del Árbol Santo, con sus hojas y frutos, que servirá para
identificar la especie a la que pertenecía.
Garoé o árbol santo
« Al árbol llaman garoe ─ dice Abreu ─ , y al presente los vecinos Árbol Santo, que cierto parece cosa
maravillosa y sobrenatural » . Por su parte, Torriani, escribe que « en lengua herreña se llama Garoe » y, un
poco más adelante, « que los herreños llaman Árbol Santo » . Es decir, garoe ─ repárese que en los dos casos
va sin acento agudo ─ es como lo llamaban en su lengua los bimbapes, y « ahora » , es decir, a casi dos
siglos de conquistada la isla por los castellanos, a finales del siglo XVI, los herreños le llaman árbol santo.
No sabemos de dónde puede proceder ese cambio acentual con que hoy se pronuncia siempre garoé; un
cambio de acentuación como éste no suele ser consecuencia de una transmisión oral natural, por lo que
hay que suponer una reconstrucción moderna al margen de la tradición. Ya decimos que en la tradición
popular de la isla de El Hierro la denominación más espontánea es la de árbol santo, sintiéndose la de garoé
como una imposición moderna. A no ser que Abreu y Torriani ─ o la fuente de la que ambos beben ─
transcribieran mal un nombre que ya no estaba en la oralidad ─ Abreu mismo lo dice ─ , pues de hacer
caso a las Crónicas primitivas de la Conquista, que ésas sí se acercan más en la fecha de su redacción a
los hechos a que se refieren, las formas orales con que denominaban los bimbapes al milagroso árbol
habían sido garao ( según se dice en La Ovetense y en La Lacunense) o gan ( en La Matritense).
Por su parte, el profesor e investigador tinerfeño Juan Alvarez Delgado relacionó el nombre del
árbol con el nombre de la isla, a partir de una forma como eres, que él dice haber oído en la tradición oral
del sur de Tenerife con el significado de ' hoyo o poceta formado en las rocas impermeables de los
barrancos donde se acumula el agua de la lluvia'. De donde la palabra Hierro derivaría ( con confusión
fonética o por etimología popular) de una forma primitiva como Hero o Esero y, a su vez, aquélla, de eres,
étimo que podría identificarse en los varios topónimos guanches vivos aún en la isla: Erese, Merese y
otros. Con lo cual, el nombre de la isla de El Hierro vendría a significar etimológicamente algo así como
' lugar de los charcos'. Y si se considera que garoé es también derivación de eres, entonces la palabra haría
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referencia no tanto al árbol del que « manaba el agua » , como a la charca que lo recogía.
Un poema sobre el garoé
Mas, de todas las referencias que de los textos antiguos puédanse citar sobre el Garoé, ninguna
alcanza los niveles de lo legendario que alcanza en los versos de Antonio de Viana. Nadie como él, que
cantó en versos épicos la conquista de Tenerife y elevó a la categoría de mitos no pocas costumbres,
tradiciones y personajes de los primitivos canarios, podía elevar aquella anécdota insular, materia
costumbrista, al fin, a la categoría de mito universal. Él que debió conocer cuanto sobre el garoé se había
dicho y se decía, puesto que todavía estaba en pie cuando escribió su Poema. Aquí ya, claramente, la
historia se convierte en literatura; y ha de advertirse que la « historia » de Canarias posterior a Viana es, en
gran medida, « vianesca » , es decir, novelesca.
No son unos pocos versos los que Viana dedica al Garoé, sino todo un poema ( Canto I, vv.
246- 319) metido dentro de su gran Poema dedicado a las Islas Afortunadas. Empieza por presentar el
nombre de la Isla: Capraria, por lo grandes y fuertes que son sus acantilados que la sirven de defensa, y
Hero por el árbol que manaba agua:
Asimismo confirma esta sentencia
Capraria, o Hero, que ahora llaman Hierro,
que el nombre de Capraria significa
en su lengua, grandeza, y Hero, fuente,
de que le dieron título a la isla,
por la gran maravilla de aquel árbol
que mana el agua que les da sustento.
De los dos nombres antiguos, míticos los dos, el segundo fue el que pervivió, nombre derivado
y no originario, que lo toma « de la maravilla de aquel árbol » que la convierte en mítica. Obra más del
cielo que de la naturaleza, en medio de la isla
haya un árbol tan fértil y vicioso,
que de las puntas de sus verdes ramas,
pimpollos, hojas y cogollos tiernos,
destila siempre líquidos humores,
y, como perlas o celeste aljófar,
claros rocíos de abundantes aguas
que por gajos van encorporándose
al tronco, llegan en corriente arroyo,
y transparentes, bulliciosas riegan
todo el contorno de la tierra dura.
Es un árbol en todo tiempo imperturbable que ni se agosta, marchita ni consume.
Decían los antiguos naturales,
que alguna nube en sus espesas ramas
destilaba las gotas que resuda;
mas engañóse la opinión gentílica,
que, si en filosofía ha de fundarse,
se ve que la virtud que tiene oculta
atrae por su raíz del centro estítico
al húmido elemento, como suele
mover la piedra imán al tosco hierro.
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Ya se ve que Viana conocía la explicación natural que de su prodigio daban los antiguos
naturales de la Isla, pero él se adscribe a la opinión del misterio para hacer que la fama del árbol
permanezca en el ámbito del mito. Produce aquel árbol tan suaves, templadas y transparentes aguas que
no sólo mitigan la sed sino que se bastan para abastecer a todas sus gentes:
Provéese de allí toda la isla,
y para así hacerlo, se recoge
al agua en una alberca al pie del árbol,
de donde la reparten con buen orden;
No le pasa por alto a Viana el conocimiento que tiene de los hoyos y albercas que habían
practicado los naturales para guardar la sobrante y poder dársela al ganado. Justamente de esos hoyos y
pocetas que los bimbapes llamaban eres ( dato que ha confirmado la moderna investigación filológica) le
viene el nombre a la isla. Y acaba Viana su poema sobre el Garoé de El Hierro con una confusión de
nombres incomprensible para quien tan claro lo tenía al principio del mismo:
Usase hasta agora llamar Heres
a semejantes partes, donde el agua
se suele entretener, y en aquel tiempo
Capraria se llamaba el árbol fértil;
Hera, la arena donde el agua estaba;
y Hero, aquella venturosa isla
a quien dijeron los de España el Hierro,
siéndolo el corromper el nombre propio.
El garoé quedó para la historia no ya como un árbol de El Hierro, sino, al revés, El Hierro una
isla que tuvo en un tiempo sin tiempo un árbol prodigioso y único que manaba agua: un mito que ha
hecho mítica a la isla en que existió.
© Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2008