Agustín PALLARES PADILLA, Arrecife
NUEVA TEORIA SOBRE EL POBLAMIENTO DE LAS ISLAS CANARIAS
El poblamiento de las Islas Canarias ha sido motivo de constante preocupación por
parte de los investigadores desde el momento mismo en que el archipiélago fuera
arrebatado por los europeos en el siglo XV a aquella indómita y legendaria raza
conocida en los medios historiográficos y etnológicos con el gentilicio de guanches,
especialmente a partir del siglo pasado en que el sabio francés Sabino Berthelot lo
hiciera extensivo a los primitivos habitantes de todo el archipiélago sacándolo de los
límites geográficos de la isla de Tenerife a la que en rigor y de forma exclusiva
correspondía, hasta nuestros días.
Modernamente, este interés se ha visto incluso acrecentado por la información
científica acopiada, encauzada con más o menos acierto, habiendo sido a veces causa
de apasionadas polémicas, llegándose a adscribir a su génesis las más variadas y
dispares procedencias geográficas y étnicas que han ido desde los hiperbóreos
vikingos hasta los endrinos habitantes del Africa tropical, pasando por toda la gama
de pueblos mediterráneos de la antiguedad clásica y anteriores, no faltando incluso
quienes hayan atribuido el poblamiento de las Canarias a los hipotéticos habitantes
de la legendaria Atlántida de Platón.
La verdad, sin embargo, es que el problema, pese a este descomunal embrollo en
torno a él creado, ha dispuesto en todo momento de ciertos elementos de juicio
claves, determinantes inequívocos de su exacta y correcta solución, que por razón de
la errada interpretación dada a los datos arqueológicos obtenidos, se han visto
postergados hasta ahora en la consideración de los científicos, defecto que ha de
imputarse, muy en particular, al deficiente conocimiento de la cultura norteafricana
bereber preislámica, única y genuina fuente u origen del pueblo guanche,
circunstancia que ha hecho volver la mirada de los investigadores hacia otros
horizontes culturales mejor estudiados, obnubilados por ciertas analogías más
aparentes que reales que estas civilizaciones ajenas a la guanche, al menos en un
sentido de inmediatez, guardan con ella.
Esos firmes puntales en que fundamentamos nuestra tesis del poblamiento canario
son dos: el célebre episodio de aquellos norteafricanos montaraces, rebeldes al
dominio de la Roma imperial, desterrados por esta poderosa nación a las Islas
Afortunadas, y la ausencia de toda manifestación náutica entre los primitivos
habitantes del archipiélago, quienes, para mayor abundamiento, eran esencialmente
agricultores y ganaderos, hechos que, como es fácil apreciar, se complementan de
forma harto elocuente y resolutoria, y que, como se verá, quedan perfecta y
convenientemente sancionados por las observaciones de orden científico realizadas
ultimamente, según una más racional y lógica interpretación dada por algunos
competentes elementos de la nueva ola de investigadores.
La noticia contenida en el excepcional documento escrito que hace referencia a
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los famosos deportados, cuyas fuentes o raíces se desconocen, se encuentra
registrada, con mayor o menor alteración, en las páginas de las crónicas más
representativas y autorizadas de la historiografía canaria, en ocasiones de forma
independiente entre sí, circunstancia ésta que debe ser considerada como motivo
suficiente de aval y garantía de su autenticidad histórica.
Entre las diferentes versiones que del episodio se conservan, descuellan por su
mayor extensión y pormenorización en los detalles, la suscrita por el religioso
franciscano andaluz P. Abreu Galindo, y la del escritor portugués Gaspar Frutuoso,
ambas del siglo XVI, las cuales en cierta medida se complementan aunque también
difieran en algunos aspectos.
Abreu Galindo, el historiador que con más firmeza y convicción defiende la
noticia, hasta el punto de adscribirle un indubitable carácter de veracidad, se expresa
sobre ella en los siguientes términos: ,,Dejadas alteraciones y opiniones que acerca de
la venida de los naturales de estas islas hay, de donde hayan venido, la más verdadera
es que los primeros que a estas islas de Canaria vinieron fueron de Africa, de la
provincia llamada Mauritania, de quien estas islas son comarcanas, al tiempo de la
gentilidad, después del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. En la librería que la
iglesia catedral de Señora Santa Ana de esta ciudad real de Las Palmas tenía, estaba
un libro grande, sin principio ni fin, muy estragado, en el cual, tratando de los
romanos, decía que, teniendo Roma sujeta la provincia de Africa, y puestos en ella
sus legados y presidios, se rebelaron los africanos y mataron los legados y los
presidios que estaban en la provincia de Mauritania; y que, sabida la nueva de la
rebelión y muerte de los legados y presidio en Roma, pretendiendo el senado
romano vengar y castigar el delito e injuria cometida, enviaron contra los
delincuentes grande y poderoso ejército, y tornáronla a sujetar y reducir a la
obediencia. Y, porque el delito cometido no quedase sin castigo, y para escarmiento
de los venideros, tomaron todos los que habían sido caudillos principales de la
rebelión y cortáronles las cabezas, y otros crueles castigos; y a los demás, que no se
les hallaba culpa más de haber seguido el común, por no ser destruidos, por extirpar
en todo aquella generación, y que no quedasen descendientes donde sus parientes
habían padecido y no fuesen por ventura causa de otro motín, les cortaron las
lenguas, por que doquiera que aportasen, no supiesen referir ni jactarse que en algún
tiempo fueron contra el pueblo romano. Y así, cortadas las lenguas, hombres y
mujeres y hijos los metieron en navíos con algún proveimiento y, pasándolos a estas
islas, los dejaron con algunas cabras y ovejas para su sustentación. Y así quedaron
estos gentiles africanos en estas siete islas, que se hallaron pobladas."
Hasta aquí la versión que de tan singular suceso hace el P. Abreu Galindo. El
portugués Gaspar Frutuoso, a más de coincidir con el fraile franciscano en puntos
fundamentales, aporta por su parte detalles interesantísimos que no figuraban en el
texto del religioso que acabamos de transcribir, tales como el de reducir los límites
cronológicos del suceso al reinado del emperador Trajano y el de asignar
expresamente a los rebeldes una procedencia del interior de la zona montañosa
alejada de la costa.
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Veamos su texto: ,, . .. otros aseguran - dice Frutuoso - que estas islas de
Canaria tienen principio muy antiguo y fueron ya descubiertas y halladas en tiempo
de Trajano, el insigne emperador de Roma, y pobladas por su mandato; el cual,
gobernando el Imperio y mandando levar gente de guerra para juntar un gran ejército
contra sus enemigos, supo que había una nación de gentes belicosas y habituadas a
las armas cerca de su imperio o acaso súbditos de él, los cuales, por ser montaraces,
luchaban a pie tan esforzadamente, que habidos en su ejército podían ayudar mucho
a la victoria, pero que había recelo que usasen de la mala inclinación que tenían de
ser muy inconstantes y tornadizos, como se dice que hacen algunos alemanes, que se
van a quien les da más sueldo, por lo que se habían producido graves daños en los
ejércitos de antecesores suyos. Sabido además por Trajano que siempre habían
quedado sin castigo, dispuso para impedirles en lo sucesivo seguir su veleidad y
codicia, que sus capitanes los matasen a todos salvo mujeres, viejos y niños, los que
no podían tomar armas y, cortadas las lenguas aún a éstos, mandolos llevar en navíos
con orden de que en el océano navegasen cerca de la costa de Africa, rumbo SO., y
que, en llegando a las Islas Afortunadas, echasen aquellas gentes sin lengua en ellas,
repartidas entre las siete islas, para acabarlos y apartarlos de su mal nacimiento y
para que los que les sucediesen no supiesen dar noticia de su procedencia."
Hasta ahora, quizás por inadvertencia de su trascendental importancia, la noticia,
tildada peyorativamente de simple fábula, no ha gozado de predicamento alguno
entre los eruditos. Al finalizar la sistemática exposición que vamos a hacer a lo largo
de este escrito, se verá que, por el contrario, nos hallamos en presencia de uno de los
más valiosos, si no el más importante, de cuantos documentos históricos registran los
anales isleños.
Explicada la noticia primordial de los deportados, analicemos a continuación el
curioso fenómeno del anautismo guanche, al que, por cierto e incomprensiblemente,
tan escasísima atención le han prestado los eruditos hasta ahora, y que constituye,
tal como hemos dejado dicho, el segundo argumento principal en que fundamentamos
nuestra teoría del poblamiento canario.
Pues bien, puede afirmarse que esta paradójica singularidad de la más absoluta
carencia de embarcaciones en un pueblo archipelágico, sin duda alguna el más
insólito e inexplicable de cuantos hechos o circunstancias enigmáticas encierra el
acervo prehistórico de las islas Canarias, se presenta como el más flagrante e
irreductible de los absurdos hasta tal punto que llega a desafiar, sin apelación
posible, las más elementales leyes por que se rigen los movimientos migratorios de
los pueblos primitivos.
En efecto, ¿cómo explicar que unos individuos llegados a las islas necesariamente
por vía marítima, mediante la utilización por lo tanto para su transporte de un
determinado tipo de embarcaciones, por rudimentarias que hubiesen sido, pudieran
haber decaído en su uso hasta el extremo de desecharlas y relegarlas al más completo
de los olvidos, y ello de forma tan radical y consecutiva a su desembarco que no
quedase el más leve indicio o recuerdo de su pasada existencia?
Porque es preciso decir, para la debida constancia de la exactitud de esta
inexistencia de navegación en nuestras islas, que tal condición no solamente se halla
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atestiguada por la historia con su abrumador torrente de testimonios expresos o
sobreentendidos, sino que también la ciencia con su soberana potestad ha venido a
sancionarla fehacientemente.
Sirvan de fiel exponente de la inequívoca postura adoptada por la investigación
científica en esta cuestión, las siguientes palabras enunciadas por una personalidad
de tanta relevancia en las esferas arqueológicas canarias como lo fuera el benemérito
profesor don Elías Serra Ráfols, quien dijo: ,,Rechazamos todo conocimiento
náutico para los canarios en la época en que fueron descubiertos desde Europa, esto
es, el siglo XIV o finales del XIII. Los testimonios de los contemporáneos son
unánimes y la arqueología ha venido a concordar plenamente con ellos; si mediante
los huesos de peces pelágicos, encontrados en las estaciones prehistóricas noruegas,
sabemos que los primeros vikingos pescaban ya en mares profundos y lejanos de sus
costas, por los no raros hallazgos de vértebras de morenas y otros peces de orilla y la
ausencia de otros pelágicos en las estaciones canarias sabemos que estos pescadores
eran incapaces de embarcarse."
Evidentemente, nos encontramos ante una incongruencia mayúscula, sin parangón
en la historia de la humanidad, una situación anormal e inaudita que no es posible
explicar recurriendo a soluciones y compromisos etnológicos convencionales, ya que
el abandono de una técnica tan consustancial a una comunidad marinera como es el
uso de sus embarcaciones, de la hechura y categoría que sean, jamás puede ocurrirle
a pueblo alguno en un contexto geográfico de insularidad como el que incidía en
nuestro archipiélago, integrado por siete islas, en las que además de sus respectivos
tamaños relativamente pequeños, concurría la circunstancia agravante de encontrarse
a la vista unas de otras.
Como conveniente refrendo oficial a esta aseveración, creemos oportuno exponer
aquí el competente juicio emitido sobre el particular por el prestigioso investigador
canario, director del Museo Arqueológico de Tenerife, don Luis Diego Cuscoy, quien
al referirse a los primeros colonizadores de nuestras islas en una de sus obras, declara
textualmente: ,,Sabemos que aquellos grupos pobladores no eran marineros. Se ha
hablado de olvido de técnicas de navegación, pero desde el punto de vista etnológico
eso no deja de ser un contrasentido. El olvido colectivo no se produce nunca, menos
en grupos humanos fuertemente conservadores. De haber sido navegantes, hubiesen
quedado algunos vestigios para demostrarlo."
Todo parece, pues, indicar, por extraño y desusado que a primera vista pueda
resultar, que los progenitores de los primitivos canarios, desconocedores de la
navegación ya en su patria de origen, debieron haber sido traídos a las islas en barcos
ajenos y aquí abandonados a su suerte, única salida posible al problema según los
términos en que queda planteado.
De aquí a relacionar el poblamiento de nuestro archipiélago con los famosos
mauritanos expatriados no hay más que un paso. De la perfecta simbiosis de estos
dos factores capitales, el anautismo guanche y el poblamiento forzado por Roma con
aquellos grupos de norteafricanos montaraces, surge la respuesta lógica y racional
cien por cien a la incógnita a despejar.
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En su consecuencia, así como la not1c1a de los desterrados constituye los
cimientos o base en que se asienta el edificio argumentativo de nuestra tesis
poblatoria, el anautismo de los isleños es la clave de bóveda que sostiene toda su
estructura con inamovible firmeza.
Sentadas las precedentes consideraciones vitales, sólo falta comprobar si el resto
de los elementos o partes accesorias de la construcción, o sea toda la serie de datos
complementarios contenidos en la noticia y referidos a sus protagonistas, pueden
acomodarse a los resultados científicos obtenidos hasta el momento de los estudios
llevados a cabo sobre la civilización guanche en orden a establecer su debida
correspondencia y verosimilitud.
Los aspectos fundamentales de la cuestión a confrontar en este sentido son la
naturaleza norteafricana bereber de los insulares, su procedencia de la zona
montañosa del interior del continente y la fecha de su paso a las islas.
Primer punto a dilucidar, pues, si los antiguos canarios eran bereberes o libios
(como indistintamente se ha venido llamando a los pueblos mogrebinos preislámicos)
y tal como en la noticia consta.
Para establecer la identidad étnica entre dos grupos humanos se recurre
fundamentalmente, como es sabido, a la antropología física, la lingüística y la
etnografía en general.
En cuanto a los estudios antropológicos respecta, podemos ver que los resultados
alcanzados son concluyentes en el sentido de fijar la afinidad guanche-bereber.
Luego de una larga serie de investigaciones iniciadas el siglo pasado por el pionero en
las Canarias en esta disciplina, el profesor francés René Verneau, se han culminado
estos estudios con los trabajos de dos indiscutibles autoridades en la materia, cuales
son el más prestigioso antropólogo español de los últimos años, don Miguel Fusté
Ara, y la profesora alemana Ilse Schwidetzky, quienes tras un detenido examen de
un considerable número de cráneos y huesos largos, especialmente la última,
utilizando los más modernos métodos de investicación científica, llegaron a idénticas
conclusiones, esto es, que ambos pueblos, el bereber y el guanche, algo heterogéneos
en su conformación racial, estaban constituidos por los mismos tres elementos
humanos, a saber, el cromañoide llamado de Mechta-Afalú, el eurafricano o
mediterranoide y el orientálido o mediterráneo grácil, tipos que ya se habían
integrado en una misma cultura en el norte de Africa desde mucho antes de su paso a
las Canarias, tal como prueban sus restos óseos exhumados conjuntamente de las
mismas tumbas, así como determinadas prácticas rituales como la avulsión dentaria y
otras que efectuaban en común.
Aunque las lenguas no sean precisamente un rasgo o manifestación humana
consustancial a la condición somática del individuo, es innegable que normalmente y
salvo extraordinarias influencias desequilibradoras del regular proceso evolutivo de
los pueblos primitivos, también el idioma constituye una pista segura para
determinar el vínculo etnológico. Tal es el caso en el problema que nos ocupa, ya
que los estudios lingüísticos comparativos han demostrado ser una de las pruebas
más eficaces en la identificación de los dos pueblos implicados. Los más acreditados
filólogos que se han ocupado de esta rama de la investigación canariológica, se
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muestran contestes en reconocer a las distintas hablas del archipiélago un origen
líbico común.
En la relación de esos filólogos no pueden omitirse nombres tan cualificados como
D. J. Wolfel, W. Vycichl, M. Steffen, G. Marcy y E. Zyhlarz entre los extranjeros,
todos los cuales concuerdan en el origen norteafricano integral de las lenguas o
dialectos guanches, con la única excepción, y sólo en parte, del austríaco señor
Wolfel, quien creyó detectar en ellas ciertos elementos o formas extrañas al dominio
bereber, lo que motivó inmediatamente una enconada impugnación por parte de
algunos de sus compañeros.
En las islas mismas contamos con una máxima autoridad en esta especialidad, el
profesor de la Universidad de La Laguna don Juan Alvarez Delgado, autor de
diversos tratados y monografías sobre lingüística guanche, el cual se muestra
asimismo persuadido del origen bereber de las hablas canarias prehispánicas.
En lo concerniente a la epigrafía o estudio de los grabados rupestres, los
resultados obtenidos son, de igual modo, altamente reveladores. Con relación a los
caracteres alfabetiformes encontrados en algunas de las islas, por ejemplo, no existe
duda alguna sobre su íntima vinculación a la escritura líbica. El resto de las
inscripciones rupestres pueden también, en términos generales, relacionarse con las
correspondientes norteafricanas del mismo período cultural.
Como confirmación de lo que decimos, he aquí lo que sobre el particular declara
el competente arqueólogo, gran conocedor de la problemática prehistórica canaria y
de la de sus ancestros bereberes, don Manuel Pellicer Catalán: ,,El tipo de grabados a
base de espirales, laberintos, círculos, serpentiformes, etc. de La Palma, El Hierro,
Gran Canaria y Lanzarote - comienza diciendo el autor - ha sido relacionado con la
edad del bronce atlántico de Portugal, Galicia, Bretaña, Islas Británicas y
Escandinavia por Martínez Santa Olalla y su escuela, por Pericot que los fecha en el
1800-1500 a. C., por Sobrino y otros.
Realmente - continúa el señor Pellicer -, las analogías son tentadoras, pero
bastante inexplicables en este respecto. Y o personalmente, después de mis
prospecciones por Africa y después de haber visto lo publicado y lo inédito, me
inclino de nuevo hacia el Sáhara. Allí tenemos también estrechos paralelos.
H. Lhote, el investigador del arte rupestre del Tassili, acaba de publicar los grabados
del sur del Oranesado con unas representaciones espiraliformes de estrecha analogía
con las canarias. Si añadimos los ejemplos de las estelas del Marruecos occidental (N.
Kheila), de los grabados del alto Atlas marroquí, fechados en la protohistoria, los de
Marrakech (Ukaimeden) y los que nuestro Departamento descubrió en el Sáhara
español (Sidi Mulud), y otros tantos, nos veremos obligados a volver la vista a la
protohistoria del Africa occidental y a abandonar la lejana edad del bronce atlántico.
Estos grabados africanos con predominio de la espiral se sitúan en la fase cuarta de
Mauny, en el grupo líbico-bereber, con una cronología que va del 200 a. C. al 700 d.C.
Es decir - termina resumiendo el autor -, existen argumentos de peso para pensar
que el arte rupestre canario no hay que remontarlo al viejo horizonte del bronce
atlántico o mediterráneo, sino más bien al Africa noroccidental desde finales del
primer milenio a. C. hasta un momento muy reciente."
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Vemos, pues, cómo una op1mon tan docta y solvente como la del arqueólogo
señor Pellicier Catalán, respalda cabalmente en lo esencial nuestra postura en la
cuestión del poblamiento canario, no solamente en cuanto se refiere al área
geográfica de procedencia de los colonizadores, y por ende a su catalogación étnica,
sino también en su faceta cronológica.
Pasando ahora al examen comparativo de los datos de las culturas guanches
conocidos, hemos de decir que, de igual modo, apuntan en su inmensa mayoría,
hacia el horizonte bereber preislámico. Así tenemos que la religión coincide a
grandes rasgos con la que practicaban los libios de la época romana.
En esta faceta de la cuestión nos ilustra convenientemente el etnólogo italiano
Attilio Gaudio, buen conocedor del tema, quien se expresa en los siguientes
términos: ,,Ciertos etnógrafos españoles han insistido repetidamente sobre las
libaciones de leche y sobre las ofrendas de manteca que los isleños de las Canarias
derramaban sobre los altares rupestres de sus templos o sobre las cimas de sus
montañas sagradas. Los hallazgos arqueológicos en el archipiélago confirman cada
vez más que los ritos y las creencias de los canarios no se diferenciaban apenas del
misticismo líbico-bereber de los tiempos preislámicos. Estas mismas ceremonias
naturalistas eran ampliamente celebradas, y lo son todavía, en el Atlas durante el
solsticio de verano."
Otro caso de claro paralelismo ritual entre los dos pueblos lo tenemos en las
rogativas que se efectuaban mediante la algarabía producida por las crías del ganado
sometidas a un prolongado ayuno. ,,Se ha demostrado - dice la doctora
Schwidetzky - que tanto los indígenas canarios como los bereberes, en época de
sequía, llamaban la atención del dios supremo, para despertar su misericordia, por
medio del lastimero balar de los corderillos separados deliberadamente de las ovejas
madres."
Idéntica concordancia se aprecia en la disposición estructural de algunas
construcciones, tales como las viviendas y demás edificaciones con su característica
planta de trazado circular en la mayoría de los casos, incluidas las necrópolis y
túmulos funerarios, así como en la ascusada analogía que queda de manifiesto en
ciertos útiles e instrumentos, entre los que cabría destacar a los molinos de mano,
tanto los más primitivos de morfología más simple de tipo barquiforme con
trituración por mortero, como los más mecanizados y complejos de sistema
giratorio; los talegos o bolsas de piel utilizadas como recipientes tanto domésticos
como para transportar objetos de diversa naturaleza; la cerámica, de la cual cada vez
se van estableciendo más interrelaciones a medida que se profundiza en el
conocimiento de la cultura matriz norteafricana de los siglos inmediatos de la era, y
otros muchos cuya enumeración alargaría innecesariamente este artículo.
Mención aparte merecen las archifamosas pintaderas. Este objeto tan polémico en
cuanto al empleo a que estaba destinado, es precisamente uno de los elementos o
bienes culturales que más diafanamente patentizan el parentesco etnológico entre
guanches y bereberes antiguos por el uso tan abundante y extendido que de él se
hacía en ambos pueblos.
Otro tanto cabría decir con respecto a múltiples usos y costumbres que gozaron
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de gran vigencia en una y otra civilización, entre los que podrían enumerarse el
derecho de pernada o prelibación sobre las recién desposadas ejercido por el rey o
cualquier otro alto dignatario en que aquél podía delegar tal privilegio; el sumo
desprecio en que se tenía al oficio de matarife; ciertos tocados de plumas con que
solían adornarse, etc., etc.
Y si bien es verdad que a pesar de todo este apabullante cúmulo de testimonios en
apoyo de la afinidad guanche-bereber que hemos aducido hasta aquí, quedan todavía
muchos cabos sueltos que atar y algunas extensas y profundas lagunas que rellenar,
no es menos cierto por contra, que cuando menos tampoco ha sido posible hasta
ahora tender nigún lazo de unión con culturas no bereberes de manera directa e
inconcusa. Tales lagunas o vacíos son unicamente imputables a falta de información
como consecuencia del desconocimiento que, a pesar de lo que pudiera creerse, se
tiene tanto de los guanches como de sus antepasados los bereberes, deficiencias que
en opinión de los entendidos se irán subsanando tan pronto como los estudios sobre
estos pueblos se amplíen y perfeccionen. Citemos entre los casos más conspicuos y
debatidos de esas lagunas informativas el de la momificación, práctica funeraria que
a pesar de la gran difusión que alcanzó entre los aborígenes canarios, no ha podido
ser detectada de forma clara y rotunda, aunque sí indicios de ella, entre los pueblos
mogrebinos preislámicos, no obstante lo cual los más serios investigadores la
consideran como heredada por los guanches de los libios. Como refrendo de este
aserto permítasenos exponer a continuación el criterio que sobre el particular
sustentan dos especialistas de máxima cualificación en sus respectivas disciplinas, el
arqueólogo varias veces transcrito en el transcurso de este trabajo, el señor Pellicer
Catalán, y el historiógrafo don Alejandro Cioranescu, autor de muy meritorios
trabajos en tan importante campo de la investigación canariológica.
,,La momificación - dice el arqueólogo - ha sido un argumento frecuentemente
esgrimido para establecer relaciones con el Egipto dinástico; pero si el Mediterráneo
ya nos parecía muy lejano, Egipto nos parece todavía más, porque en el norte de
Africa no encontramos los eslabones que pudiesen unir las culturas. Mejor dicho, la
arqueología solamente ha presentado algún caso esporádico de momificación."
El historiador manifiesta por su parte: ,,La práctica del embalsamamiento ha sido
señalada también entre los lebous, tribu musulmana que vive cerca de Cabo Verde; y
la conservación de este uso, que contradice a la religión, es tan curiosa como
característica. El mismo nombre de los lebous demuestra que se trata de
descendientes de los antiguos libios, quienes por consiguiente, deben de haber
imitado las prácticas de los egipcios, al igual que los antepasados de los isleños."
Cerrado con este interesante pasaje del señor Cioranescu el capítulo dedicado a
probar los vínculos de todo orden que unían a los bereberes o libios con los
aborígenes canarios, pasemos al segundo punto a confirmar en la noticia base de los
desterrados, esto es, demostrar mediante las características que de la sociedad
guanche se conocen, la naturaleza rural y montañesa que en la noticia se les atribuye.
Pues bien, creemos que para garantizar la veracidad de este apartado basta y sobra
con alegar ese decisivo argumento anteriormente invocado del anautismo guanche y,
también, el sistema de vida eminentemente pastoril y recolector que tan distinta-
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mente tipificaba al primmvo pueblo canario, ya que el hecho de que además
pescaran y recogieran mariscos ha de considerarse como una actividad secundaria
normal y lógica en la que cualquier colectividad humana, por muy ajena al mar que
haya vivido con anterioridad ha de caer al ser transplantada a un medio marítimo.
Y con esto pasamos ya al último de los puntos a compulsar, el cronológico, el más
discutido de todos por cierto, ya que para verificarlo hemos de rebajar las fechas
prehistóricas admitidas por una considerable mayoría de investigadores para el
poblamiento de las Canarias, nada menos que a la época imperial romana.
Pero he aquí que es precisamente en esta más compleja e intrincada faceta de la
cuestión, donde se dan algunos de los más contundentes e incontrovertibles
argumentos que pueden esgrimirse en apoyo del episodio de los mauritanos
expatriados a nuestras islas por los romanos en el sentido de servir para certificar una
cronología del poblamiento coherente en esencia con las fechas en que el suceso
tuvo lugar o, cuando menos para retrotraerla con bastante aproximación a la época
de la romanización del Mogreb.
Entre los más probatorios de estos argumentos figuran la avulsión dentaria, la
posición en que se enterraba a los muertos, el teñido en ocre que se aplicaba a los
huesos de los cadáveres, todos ellos ritos norteafricanos antiguos, a los que podría
añadirse un sinfín de testimonios más que evidencian, con mayor o menor exactitud,
una clara contemporaneidad de las culturas canarias con la bereber preislámica
dasarrollada durante los siglos circunvecinos a la era.
La avulsión dentaria, o extracción de algunos dientes, fue una costumbre de
carácter ritual muy difundida y de gran arraigo entre los antiguos habitantes del
Mogreb desde los tiempos preneolíticos hasta la protohistoria, siendo general y
común a todos los pueblos de esa área geográfica en sus últimas etapas culturales
antes de desaparecer definitivamente en la época de prerromanización de aquellos
territorios. La ausencia de esta práctica en las Canarias demuestra concluyentemente
la imposibilidad de que las gentes que poblaron nuestro archipiélago, habida cuenta
de su probado origen norteafricano, hubiesen podido asentarse en las islas antes de
que el rito de la avulsión dentaria desapareciera del norte de Africa, argumento que,
no obstante su matemático y decisivo valor verificativo, ha sido incomprensiblemente
ignorado de forma total y absoluta por la investigación canaria hasta el
momento, con la honrosa excepción, que sepamos, del reiterado señor Pellicer
Catalán.
Véase al respecto la reacción de asombro que experimenta un berberólogo de
tanta solvencia como el profesor francés Lionel Balout ante la constatación de esa
inconcebible actitud de indiferencia adoptada por los prehistoriadores canarios
frente a fenómeno de tanta trascendencia: ,,Estoy sorprendido y hasta desconcertado
- comienza por decir el señor Balout -, de que ninguno de los antropólogos
que han estudiado los guanches haya, que yo sepa, evocado el problema planteado
por la ausencia de avulsión dentaria. Yo he intentado demostrar que la avulsión de
los incisivos del maxilar superior era general, en los dos sexos, entre los
iberomauritanos, que la avulsión de los incisivos de la mandíbula inferior era un rito
capsiense aplicado a las mujeres, que en el neolítico estos ritos conjugados se
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imponían a todas las poblaciones del Mogreb, y que habían desaparecido totalmente
de las inhumaciones protohistóricas.
Ningún caso de mutilación dentaria - prosigue el profesor Balout - ha sido
señalado en Canarias.
La generalización de esta mutilación en el Mogreb y su ausencia en las Canarias me
parece una constatación de primer orden. Ella llevaría a la conclusión - termina
deduciendo con toda lógica el autor - de que, si los primeros canarios vinieron de
Africa, no lo hicieron antes de los tiempos protohistóricos."
La posición que se hacía adoptar a los cadáveres al enterrarlos constituye otra
prueba capital más de delimitación cronológica tardía del poblamiento canario, pues
mientras en el norte de Africa se inhumaba extendiendo a los muertos sobre un
costado y flexionados, desde el neolítico, y aún antes, hasta los tiempos de la
dominación romana, momento en que se cambió a la posición de decúbito supino,
en Canarias, salvo en la isla de la Gomera que presenta algunos casos de inhumación
lateral, se enterraba siempre en la posición dorsal moderna, lo que demuestra que los
norteafricanos pasaron a nuestras islas ya casi expirada la etapa de transición de uno
a otro rito de enterramiento, o sea, precisamente durante la ocupación del Mogreb
por los romanos.
Otra prueba de gran fuerza verificativa de una cronología reciente en el
poblamiento del archipiélago, según habíamos dejado dicho, la suministra la
costumbre de colorear en ocre los huesos de los cadáveres, tan generalizada en el
noroeste africano preislámico hasta bien entrada la protohistoria, rito que tampoco
aparece en Canarias pese a existir en las islas el almagre con que se aplicaba.
Y para poner punto final a esta exposición de argumentos testificadores de una
fecha reciente en el poblamiento de las Canarias, citemos por último la prueba que
podríamos calificar de reina, la más valiosa y eficaz de cuantas puedan aducirse
desde el ángulo de la ciencia pura o de laboratorio, las mediciones radiométricas en
suma. De ellas baste decir que de cuantas dataciones se han obtenido hasta ahora
sobre restos orgánicos aborígenes valiéndose de este método basado en el análisis del
carbono 14, ninguna se remonta a fechas anteriores al siglo segundo de nuestra era,
lo cual concuerda fundamentalmente con nuestra tesis del poblamiento forzado por
los romanos con aquellos insurgentes norteafricanos de las montañas del interior del
territorio.
Es el caso sin embargo, pese a esta claridad cronológica tardía del poblamiento
canario, que para algunos resulta inconcebible que una cultura de rasgos arcaicos tan
pronunciados, que da incluso la impresión en ciertos momentos de quedar
encasillada en el horizonte ne olí tic o, pudiera conservarse en el norte de Africa hasta
una época que cae de lleno en el período histórico. El anacronismo, sin embargo, es
sólo aparente. Como justificante de esta especial situación tenemos, en primer lugar,
el hecho, plenamente comprobado y resaltado por todos los berberólogos sin
excepción, del especial carácter tradicionalista y conservador de este pueblo
norteafricano que los inducía a oponerse tenazmente a toda injerencia foránea en sus
instituciones sociales y hábitos en general, peculiaridad que logró mantenerlos hasta
tan avanzados siglos en ese acusado estado de atraso, particularmente en el orden
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material, circunstancias estas que concurrían, muy especialmente, por cierto, en
aquellas tribus más alejadas del radio de influencia civilizadora de las naciones
ocupantes de sus territorios, tal como ocurrió, precisamente en el caso que nos
ocupa. Así pues, el correspondiente atraso material de sus descendientes los
guanches ha de achacarse primordialmente a esta idiosincracia conservadora de sus
progenitores bereberes, agravada luego la situación por la carencia en el archipiélago
de materia prima adecuada con que confeccionar sus útiles, tal como metales y fibras
vegetales apropiadas, materiales que con toda probabilidad ya conocerían en el
continente.
Un buen exponente del anacrónico atraso material de los guanches lo tenemos en
su industria lítica, la cual, paradojicamente y en contra de lo que pudiera creerse,
sirve de argumento fechador de un poblamiento tardío. En efecto, todos los
expertos se sorprenden de constatar cómo la industria lítica canaria no concuerda en
absoluto, ni en su técnica ni en su tipología, con la desarrollada por los habitantes
del Mogreb en época prehistórica a pesar de que los guanches procedían de esa
región norteafricana. La industria lítica canaria era atípica, sin clara relación con
ninguna otra cultura, y con signos evidentes de haber surgido por imperativos del
medio natural en que vivían. Todo ello concuerda con la realidad de los hechos
históricos concomitantes: en la época en que los romanos trajeron a las islas a
aquellos circunstanciales súbditos suyos de la provincia ultramarina de Mauritania, la
industria lítica de éstos, si no había ya desaparecido, se hallaba cuando menos en un
estado muy avanzado de retrogresión debido al uso de los metales. Al no existir esta
materia prima en el archipiélago, los isleños se vieron precisados a emplear en su
lugar, entre otros sucedáneos, la piedra para elaborar algunos de sus útiles y
herramientas, debiendo improvisar para ello nuevas técnicas rudimentarias y simples.
Otra de las objeciones que suele oponerse a la colonización reciente, y además
monogénica, de las islas, es la que se apoya en la diversidad lingüística y
culturológica observada entre ellas. Tampoco es este un obstáculo que pueda
invalidar, ni mucho menos, nuestra tesis. Tales diferencias existían ciertamente,
aunque no fuesen, ni con mucho, tan pronunciadas como algunos pretenden y
hallándose de cualquier modo fuera de duda que todas ellas obedecían a simples
diversificaciones de una cultura bereber común que afectó originariamente a todo el
archipiélago.
Como explicación a estos cambios culturales, y aparte de los errores derivados de
la mala interpretación que los primeros cronistas pudieron haber dado a muchas de
las noticias que nos transmitieron, podrían argüirse como más probables las
siguientes razones: diferencias ya incorporadas en origen ante la posibilidad de que
los desterrados estuviesen integrados por grupos de individuos procedentes de tribus
o clanes de distintas localidades, tal como el mismo A. Galindo da a entender y la
ciencia parece confirmar (recuérdese el especial rito de enterramiento en la Gomera);
diferenciaciones surgidas en cada isla por separado en virtud de la natural ley de
evolución sufrida durante el largo milenio de confinamiento a que se hallaron
sometidas, y, finalmente, influencias recibidas del exterior, de distinta índole en
algunos casos para cada una de las islas.
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Henze, Dietmar · Enzyklopidie der Entdecker und Erforscher der Erde
1. PUBL. Graz 1975 foil. Publication in fascicles of approx. 150 pp. each. Annually 1-2 fascicles. The
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