• uiero ocuparme en las líneas
que siguen de la faceta
lexicográfica (la lexicografía
es la disciplina que se
encarga de todo lo concer-niente
a la elaboración de
diccionarios) de nuestro ilustre paisano,
Francisco Guerra Navarro (San Bartolomé
de Tirajana 1909 - Madrid 1961), más
conocido como Pancho Guerra, apelativo
hipocorístico que él mismo promovió.
Sabido es que dicho autor destacó sobre
todo en el terreno de la literatura popular
o costumbrista, y ahí están sus inigualables
Cuentos y Memorias de Pepe
Monagas para demostrarlo. Sin embargo,
conviene decir cuanto antes que este ilustre
tirajanero es el artífice de la empresa
lexicográfica más ambiciosa que hasta el
momento ha conocido el Archipiélago. A
pesar de lo restrictivo del título, El Léxi-mo
que exige la culminación exitosa de semejante
empeño, es lo que explica que hayan
sido los folcloristas y los cultivadores
del costumbrismo en sus diversas vertientes
los que hayan llevado la iniciativa en
este terreno. Por eso, desde los ámbitos
académicos (universitarios) siempre se ha
pretendido descalificar estas obras poniendo
de relieve su escasa o nula ortodoxia
filológica y científica. El diletantismo de
sus autores se vería plasmado, se dice, en
cuestiones tales como los delirios etimológicos,
un purismo más o menos embozado,
el sentimentalismo hacia lo
vernáculo o la acumulación enciclopédica
de datos etnográficos <" Esta crítica,
que encierra una parte de verdad incuestionable,
se ha hecho en los últimos 20 ó
30 años más intensa, precisamente a medida
que la teoría y la práctica lexicográficas
han ido ganando rigor y perfil
que tomen nuestras palabras a continuación
respecto al Léxico de Gran Canaria,
de Francisco Guerra Navarro.
Conviene decir, de entrada, que la
obra lexicográfica de Pancho Guerra tiene,
en cierta forma, un carácter inacabado,
pues una muerte prematura hizo que
su artífice sólo pudiera redactar de su puño
y letra los artículos que preceden a la
voz empelechado-a. Los restantes, como
es sabido, fueron elaborados póstumamente
a partir de las notas que el propio
Guerra había dejado escritas. Esta circunstancia,
sin minusvalorar un ápice la
imponderable labor llevada a cabo por la
"Peña Pancho Guerra" y por Miguel Santiago
en particular, nos obliga a fijarnos
sobre todo en el modelo lexicográfico que
se desprende de la parte definitivamente
redactada por su autor.
co de Gran Canaria ti, es, en efecto, el repertorio
de canarismos léxicos más abundante
y completo de cuantos han visto la
luz en nuestras islas. Esto, claro está, no
debe entenderse como menosprecio de lo
que ha sido publicado con parecida orientación
(en todo caso, El Atlas Lingüístico
y Etnográfico de las Islas Canarias
-ALE1Can-, elaborado por Manuel AIvar,
es una obra de estructura y fines diferentes)
ni tampoco como que la citada
obra carece de imperfecciones. Nuestra
preocupación de ahora mismo va a ser comentar,
precisamente, los aspectos positivos
y negativos que la misma encierra.
La tarea que aquí nos interesa de Pancho
Guerra, precedida en las Islas de los
ejemplos venerables que representaron,
entre otros, Elías Zerolo, Luis y Agustín
Millares Cubas y Sebastián de Lugo, se
enmarca dentro de la lexicografía regional
hispánica, esto es, dentro del capítulo
de obras concebidas para dar cuenta de
aquellas unidades léxicas dialectales que
el diccionario académico, por razones diversas,
no considera. En este sentido, dicha
labor forma nómina común con la
ejercida por autores como Pichardo, Ma¡
aret, Henríquez Ureña o Alcalá Venceslada
para distintas zonas del dominio
hispanohablante.
Debemos añadir también que, en muchos
casos, la preocupación lexicográfica
regional no ha solido ir acompañada
en el mundo hispánico de u·na formación
filológica, sin duda porque quienes reunían
tal condición no contaban las más de
las veces con los conocimientos etnográficos
y el entronque popular necesarios
para afrontar una tarea descriptiva como
la que se demanda de un lexicógrafo dialectal.
La necesidad de este conocimiento,
unida a la disponibilidad de tiempo y
a la alta dosis de paciencia y romanticis-científico
(facilitados sobremanera por el
desarrollo de la ciencia semántica y, en lo
material, por la aplicación de la informática)"
Sin embargo, y dejando aparte la relativa
incoherencia que supone censurar
algo sin. estar dispuesto a hacer lo que se
propone como alternativa, es de justicia
señalar que, entre los repertorios léxicos
de carácter regional, haya menudo diferencias
abismales de calidad. Tal cosa hace
que los mismos deban ser enjuiciados
de muy distinta manera según sus características
reales. Éste va a ser el derrotero
PANCHO GUERRA
OBRAS
COMPLETAS
III
LEXICO
DE
GRAN CANARIA
1!X~EN'T1S1MA MANCOMUmt'1AD DIl CAllILDOS
AYuNTAMIENTO DE SAN tlAll1'OLOME DE TU\AJANA
PLAN CULTURAL
1 o 1 1
Por otro lado, quien haya buceado algo
en el mundo de la lexicografía sabe que
la amenaza de inconclusión de muchos
textos constituye un fatum nada fácil de
contrarrestar: así de titánica es esta tarea.
En efecto, la historia de la mencionada
disciplina está llena de ejemplos de proyectos
que no lograron ser acabados o que
apenas fueron emprendidos. En nuestro
propio ámbito idiomático, obras como el
Diccionarío de construcción y régimen de
la lengua castellana de Rufino José Cuervo,
el Tesoro lexicográfico, de Samuel Gili
Gaya, el Diccionario histórico de la lengua
española (en este último se viene trabajando
desde hace décadas en la
Academia y, hasta donde sabemos, aún
no se ha superado la letra A), etc., han
visto truncado en unos casos o exasperantemente
diferido en otros su remate final.
Suerte parecida han corrido en nuestras
islas, por ejemplo, el Vocabulario de
Fuerteventura, de nuestro amigo Francisco
Navarro Artiles (en colaboración con
Fausto Calero), y Lienda (cuyas primeras
y prometedoras entregas fueron publicadas
en el diario La Provincia), del mismo
autor. Conviene decir, por otro lado, que
muchos de los diccionarios o vocabularios
que consiguen ver la luz de su publicación
íntegra responden en general a un plan deliberadamente
poco ambicioso y, por tanto,
parcial en su cobertura descriptiva.
Sentado lo anterior, debemos añadir
que la obra que aquí nos ocupa constituye
sin duda el catálogo de voces canarias
más completo que se haya publicado hasta
el presente (sin perder nunca de vista que
el vocabulario es algo cuyo registro exhaustivo
es prácticamente imposible). Y
decimos de voces canarias porque, a pesar
del título, muchas de las mismas pertenecen
al ámbito general del Archipiélago
(pancanarismos). Esto, junto a su considerable
extensión, ha hecho posible que
© Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2010
el Léxico de Gran Canaria sea sentido como
propio y consultado con provecho por
muchos canarios, con independencia de su
isla de origen. También es cierto que un
contingente considerable de las palabras
y acepciones que registra es exclusivo de
Gran Canaria y aun de algunas comarcas
tan sólo o de algunos círculos (como sucede
con el léxico de la lucha canaria o el
de las peleas de gallos). Resulta claro, por
tanto, que la información puramente semántica
hubiera podido ser complementada
con indicaciones sistemáticas de
naturaleza gramatical, de localización
geográfica o de ámbito de uso, alusivas
por ejemplo a las distintas zonas o vertientes
de la isla, a las diversas esferas profesionales
o socioculturales, a los diferentes
estilos, etc. Sin embargo, bien se intuyen
las dificultades que ello le hubiera acarreado
a Pancho Guerra.
En cuanto a las definiciones, verdadera
piedra de toque de la tarea del lexicógrafo
(se ha llegado a comparar el definir
palabras con el hecho de enviar a alguien
a galeras), se deben hacer las siguientes
observaciones. Los teóricos de estas cosas
suelen decir que la definición ideal es
aquella capaz de sustituir sin violencia a
la palabra definida, allí donde ésta pueda
aparecer y sin que ello suponga la menor
alteración del significado del
contexto. Este requisito, que los propios
diccionarios generales (como el de la Academia
o el de María Moliner) incumplen
con frecuencia, representa a nuestro parecer
un escrúpulo excesivo, entre otras razones
porque ignora el sentido común que
se le supone al consultante. Es evidente,
por otra parte, que si utilizamos este criterio
para medir la bondad de las definiciones
propuestas por Pancho Guerra, la
valoración de las mismas sería claramente
negativa: por ejemplo, en ocasiones se
mezclan con la definición consideraciones
de tipo geográfico, de tipo fonético, de carácter
etimológico (hay que decir que, en
lo tocante a este último punto, nuestro
autor derrocha discreción y cautela: "que
ni estiro ni encojo, ni la manta es mía""
S.v. bardino), notas eruditas, digresiones
de lo más variado, etc.
Algo que sí debe ser destacado como
positivo son los ejemplos de uso, de carácter
muy diverso, que suelen acompañar
a las distintas acepciones. Estos
ejemplos, alejados de la fría asepsia de los
que aparecen en los diccionarios generales,
tienen naturalmente la finalidad de
ilustrar los significados que se reseñan. En
este sentido, Pancho Guerra no duda en
acudir al anecdotario isleño, a las costumbres,
a nuestros proverbiales "golpes", a
las frases hechas, al folclore o a su propia
imaginación fabuladora, para hacer
más amena e instructiva su obra. En otros
casos, los ejemplos son como pequeñas
monografías etnográficas (como ocurre en
el artículo dedicado al amasado del gofio;
s.v. amasado) o sociológicas, que reflejan
un contexto cultural, para bien o para
mal, hoy ya superado en buena medida.
De esta forma, nuestro admirado paisano
no puede evitar incurrir a veces en un
cierto enciclopedismo (hay artículos que
ocupan páginas enteras), otro de los caballos
de batalla de los teóricos de la lexicografía.
Al decir de estos últimos, las
definiciones hiperespecíficas desnaturalizan
el diccionario y lo acercan al tratado
o a la monografía. La verdad es, sin embargo,
que, leyendo algunos de los sabrosos
comentarios que Pancho Guerra
inserta en su obra, tal defecto resulta totalmente
irrelevante, sobre todo cuando
la alternativa que se propone es, y utilizaré
las palabras de Manuel Alvar Ezquerra,""la sequedad lexicográfica de la
mayoría de los diccionarios"t3l. Es forzoso
señalar asimismo que la profusión de
detalles fue un imperativo al que se vio
obligado a ceder con frecuencia Pancho
Guerra, sabedor de que muchas de las nociones
que definia resultaban ya inaccesibles
(por su carácter agonizante o
francamente arqueológico) para las generaciones
más jóvenes.
Otra de las virtudes del Léxico de Gran
Canaria, infrecuente por lo demás, es la
permanente contraposición léxica que su
autor establece entre la variedad isleña del
castellano y la peninsular. Su larga estancia
en la Península y su privilegiada atalaya
madrileña (algo engañosa) le
permitieron, en efecto, detectar muchos
contrastes, materialmente difíciles de percibir
desde el Archipiélago (en ocasiones,
tras el puro dato, se adivinan laboriosas
pesquisas). Por eso es muchas veces capaz
de proponer, con el auxilio del diccionario
académico, el correlato peninsular
de este o aquel vocablo canario, aunque,
y ello lo distingue, sin la menor intención
normativa o purista. Por eso también está
en condiciones de apreciar las diferencias
derivadas no ya del uso de palabras
diversas, sino de la distinta frecuencia de
una misma palabra o acepción en un lugar
y en otro ("es castellana, pero muy
usada en la isla"" Recordemos que este
último hecho, que no suele quedar reflejado
en los diccionarios dialectales (donde
lo normal es que se siga el esquemático
criterio de presencia/ausencia de una voz
o acepción), es tan caracterizador de un
habla como lo que más. En esta ocasión
estaríamos ante algo semejante a lo que
algunos autores han llamado el "léxico
negativo" o léxico por omisión: sería el
caso, por ejemplo, de palabras peninsulares
como pillar 'coger', chaval 'muchacho',
¡jolines! '¡caramba!', majo
'simpático', etc., vistas desde el castellano
de nuestras islas.
En cuanto al estilo que Pancho Guerra
pone en práctica en su dimensión de
definidor de palabras, cabe hacer también
algún apunte. La lexicografía teórica ha
subrayado el hecho de que, dado que los
diccionarios son productos esencialmeqte
didácticos (de manejo regular y constante)"
los enunciados definitorios han de
estar redactados en términos llanos y explícitos.
Aquí habría que poner en el de-be
de la obra que comentamos el empleo
un tanto abusivo (salvados los casos inevitables)
de vocablos canarios como componentes
de las definiciones: algo que
puede convertir a éstas en opacas y que
hace pesada la consulta para un lector que
desconozca el léxico tradicional de la Isla.
Por idénticos motivos, se nos dice que
las definiciones no deben constituirse en
pretexto para la retórica o el alarde literario.
De nuevo tendríamos que poner en
solfa muchos de los textos definitorios
propuestos por Pancho Guerra, si le hacemos
caso a quienes dicen saber de esto.
Es obligado reconocer, de todas formas,
que el creador de Pepe Monagas pretendió
siempre (¡y cuánto se lo agradecemos!"
que sus definiciones no estuvieran
exentas del aliento literario y el toque de
ocurrencia que bullían en su sensibilidad
artística (como cuando apostilla, al rematar
la definición de la voz arrife, que "si
alguna vez dan chochos es por prodigio""
y es que conviene tener presente que el
autor tirajanero fue un literato que practicó
circunstancialmente la lexicografía y
no lo contrario, lo que explicaría su heterodoxia
en este último campo. Por eso es
que algunos estudiosos de su obra han llegado
a considerar, cargados de razón, que
la tarea que venimos glosando no fue sino
un apartado más en su quehacer literario.
y hasta aquí nuestro comentario de la
faceta lexicográfica de Pancho Guerra.
Como se ha visto, el nombre que tantas
lecciones de canariedad nos ha dado no
ha podido sino provocar, más allá de los
reparos académicos, nuestra impúdica admiración
y nuestro permanente testimonio
de respeto por su obra: una obra de
la que, pese a los tiempos de nivelación
cultUral que padecemos, no podrá prescindir
ninguna empresa lexicográfica que
se acometa en el futuro de nuestra comunidad.
N OTA ~ --,"(1) Manejo la edición publicada por EDIRCA,
dentro de la colección "Clásicos Canarios""
Obras Completas, t. 1, 1983.
Hay otra anterior, de 1977, patrocinada por
la Excelentísima Mancomunidad de Cabildos,
el Plan Cultural, Las Palmas, 1977 y el
Ayuntamiento de San Bartolomé de Tirajana.
En ambas ediciones, puede encontrarse
el espléndido prólogo que el llorado José Pérez
ViClal compuso para la obra que nos
ocupa."(2) Para lo relativo a estas y a otras deficiencias
ct"e los diccionarios o vocabularios regionales,
véase Julio Casares, "Los provincialismos
y sus problemas", en El idioma como
instrtlmento y el diccionario como simb%,
Madrid, 1944, págs. 41-45."(3) Vid." Los regionalismos en los diccionarios
y vocabularios regionales", en Manuel AIvar
López (ed." Lenguas peninsulares y proyección
hispánica, Madrid, 1986, pág. 197.
© Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2010