Anuario de Estudios Atlánticos
ISSN 2386-5571, Las Palmas de Gran Canaria. España (2015), núm. 61: 061-021 pp. 1-10 1
* Catedrático de Filología Española (Lexicología y Semántica). Departamento de Filología Española, Clásica y Árabe.
Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Edificio de Humanidades. C/ Pérez del Toro, 1. 35003. Las Palmas de Gran Canaria.
España. Teléfono: +34 928 451 749; correo electrónico: mtrapero@dfe.ulpgc.es
TAMARÁN, EL SUPUESTO NOMBRE ANTIGUO DE LA ISLA DE
GRAN CANARIA: UN FALSO GUANCHISMO POR INEXISTENTE
TAMARAN, THE SO-CALLED NAME ANCIENT ON THE ISLAND OF
GRAN CANARIA: A FALSE GUANCHISMO BY NON-EXISTENT
Maximiano Trapero*
Recibido: 20 de marzo de 2014
Aceptado: 25 de abril de 2014
Cómo citar este artículo/Citation: Trapero, M. (2015). Tamarán el supuesto nombre de la isla de Gran Canaria:
un falso guanchismo por inexistente. Anuario de Estudios Atlánticos, nº 61: 061-021. http://anuariosatlanticos.
casadecolon.com/index.php/aea/article/view/9321
Resumen: El estudio de la toponimia canaria de origen guanche está lleno de problemas de todo tipo, pero especial-mente
lingüísticos. El primero de ellos, y el más importante, es el de la identificación de los topónimos, su verdadera
identidad léxica, tan maltratada generalmente en las listas y repertorios en que anda por ahí. Pero a los errores involun-tarios
de su escritura se suman los más graves que resultan de puros inventos personales. Este es el caso del topónimo
Tamarán como el supuesto nombre que tenía la isla de Gran Canaria antes de la conquista: un falso guanchismo inven-tado
por el seudo-historiador tinerfeño Manuel Osuna Saviñón a mitad del siglo XIX, que ha cobrado tal fama que se
ha convertido ya en un tópico conocido y repetido por todos.
Palabras clave: Canarias, Gran Canaria, guanche, toponimia, Tamarán.
Abstract: The study of place names Guanche Canary is full of problems of all kinds, but especially language. The
first, and most important, is the identification of place names, their true identity lexical generally so abused in lists
and directories that out there. But unintentional errors of writing add the most serious result of pure personal inven-tions.
This is the case of the name Tamarán as the event name as the island of Gran Canaria before the Conquest:
A guanchismo fake invented by pseudo-historian Tenerife Manuel Osuna Saviñón mid-nineteenth century, which
has become so famous that it has already become a topic known and repeated by all.
Keywords: Canary Islands, Gran Canaria, Guanche, toponymy, Tamarán.
La toponimia canaria de origen guanche, y aun más si elevamos la vista al general repertorio de la
onomástica prehispánica de Canarias, están llenos de problemas lingüísticos. Nombres que se dicen que
son guanches, sin serlo (los propiamente llamados «falsos guanchismos»), nombres que aparentan ser espa-ñoles,
pero que son guanches de origen tras un proceso de hispanización (como Roque Nublo), y nombres
que ni son guanches ni españoles, sino puras invenciones de quienes quisieron, más que «reconstruir»,
construir un mundo guanche a su puro capricho. No puede ser usado ese calificativo para autores como
Cairasco y Viana, puesto que sus propósitos fueron meramente literarios, y ya se sabe que la literatura
tiene libertad de invención, aun cuando trate de temas históricos, pero sí para autores que querían «hacer
historia», más allá de contentarse con interpretar los hechos históricos. En este caso hay que colocar al
seudo-historiador tinerfeño Manuel Osuna Saviñón (1809-1846), inventor del falso guanchismo Tamarán
que estudiamos en este artículo.
© 2015 Cabildo de Gran Canaria. Este es un artículo de acceso abierto distribuido bajo los términos de la licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.
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MAXIMIANO TRAPERO
Los sucesivos nombres que han tenido las Islas
En buena hipótesis, ha de suponerse que cada una de las islas del Archipiélago Canario debió de tener
tres nombres sucesivos, en correspondencia con las tres etapas históricas (y en las tres lenguas) en que
fueron «bautizadas». Dejamos aquí aparte la denominación genérica (mejor, denominaciones) que al ar-chipiélago
entero se le dio en la antigüedad, como Las Afortunadas, Islas de los Bienaventurados, Jardín
de las Hespérides, Campos Elíseos y otras1, porque esas pertenecen a una etapa mítico-legendaria, no
histórica, y que incluso dura hasta hoy, pues de continuo esos nombres son utilizados para ponderar sus
bellezas y su clima y como reclamo turístico.
La primera etapa, y en lengua latina, se corresponde a la primera mención verdaderamente histórica
y real del Archipiélago. La escritura procede del historiador latino Plinio el Viejo, a partir del relato
que hace en su Historia Natural2 de la expedición patrocinada por el Rey Juba II de Mauritania en un
momento de su reinado (primer tercio del siglo I a.C.), para reconocer los límites de sus dominios. Per-tenece
este pasaje sobre las «Fortunatae Insulae» al recuento que hace de las islas que visitan, con los
nombres siguientes: Ombrios, Junonia, Junonia menor, Capraria, Ninguaria y Canaria, mencionando
alguna de las características particulares de cada una de ellas. A pesar de las muchas interpretaciones
que se han hecho de este texto latino, tratando de identificar cada una de las islas citadas con las actuales
del Archipiélago, puede decirse que solo una es segura, pues es la única que conserva el nombre hasta
hoy: Canaria; y de ella se dice: «Luego está Canaria, por la cantidad de canes de enorme tamaño, de los
cuales se le trajeron dos a Juba». De este texto se deduce literalmente que la etimología del nombre de
la isla Canaria está relacionada con la existencia en ella de muchos y grandes perros. Esta es, además, la
etimología más extendida y aceptada y la que ha pasado a los diccionarios y enciclopedias generales. Por
ejemplo, en el Tesoro de la lengua castellana o española de Sebastián de Covarrubias3, que seguimos
considerando aun hoy como el mejor testimonio lexicográfico del español del Siglo de Oro: «Dixeronse
Canarias a canibus por haber hallado en ellas multitud de perros».
La segunda etapa corresponde al tiempo en que los guanches4 las habitaron y las denominaron con
nombres de su(s) propia(s) lengua(s). Nada sabemos de esos nombres por boca de los mismos nativos,
sino solo por vía de los europeos que «redescubrieron» las islas en el primer Renacimiento; por parte de
navegantes genoveses, mallorquines, castellanos y portugueses durante todo el siglo XIV, y por parte de
las crónicas de la conquista franco-normanda iniciada por Jean de Béthencourt y Gadifer de la Salle en
1402. De esta etapa y de estas primitivas fuentes, a las que debemos añadir las primeras consideradas
«historias» de Canarias, como las de Espinosa, Torriani y Abreu Galindo, ha quedado que Lanzarote se
llamaba Tyterogaka o Tytheroygaka; Fuerteventura, Maxorata; El Hierro, Esero o Eccero; La Palma,
Benahoare; ya hemos dicho que Gran Canaria, Canaria; y Tenerife y La Gomera tal como hoy las
nombramos, si bien con formas variantes como Tenerefix y Tonerfiz para la primera y Gomere, Gomiere,
Goumere y La Goumiere para la segunda, según se las cita en Le Canarien5.
1 Todo esto ha sido estudiado con mucha erudición y sabiduría interpretativa por Marcos Martínez en su libro Cana-rias
en la mitología (1992).
2 Libro VI, parágrafos 202-206.
3 Covarrubias (1611).
4 Es necesario insistir en lo que ya hemos dicho en varias publicaciones: el nombre guanche, en contra de lo que
generalmente mantienen historiadores y arqueólogos, pero también otros autores que se arriman a ellos, el término guanche
–repetimos– se refiere a todos los habitantes del archipiélago canario, sin distinción de islas, pues es un nombre (un etnónimo)
de origen francés, cuyo significado de origen se aplica a una de las cualidades más sobresalientes que los aborígenes tenían y
que fueron ensalzadas por todos los autores de la primera época de la conquista: la extraordinaria habilidad que tenían tanto
para lanzar piedras como para esquivarlas. Y es la toponimia de todas las islas la prueba más evidente e incontestable de lo que
decimos; no la única prueba, pero sí la más contundente: el término Guanche (o alguno de sus derivados, como Guancha, Guan-chos,
Guanches o Guanchía) está en la toponimia de todas las islas, de todas sin excepción, y en igual proporción a la superficie
de cada una de ellas de la que esos mismos términos están en la de Tenerife. Luego, si guanche es un etnónimo tiene que haber
sido impuesto por gentes ajenas a los de esa etnia, y creado desde una lengua exterior, puesto que los aborígenes canarios, al no
haber comunicación entre las distintas islas, no podían tener conciencia de pertenecer a un mismo pueblo. El primer estudio que
hicimos sobre este asunto se publicó justamente en este Anuario de Estudios Atlánticos (1998), pp. 99-196; ahora puede verse,
mucho más ampliado y complementado con otros trabajos en nuestro libro Estudios sobre el guanche (2007).
5 Trapero (2006), pp. 298-299 y 317-321, respectivamente.
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Pero no podemos asegurar que esos fueran los nombres aborígenes que los propios aborígenes die-ran
a las islas. Solo en el caso de Tenerife y de Gomera puede decirse que, efectivamente, son nombres
guanches. El de Canaria ya hemos dicho que es pervivencia de la denominación latina, y de él se formó
el nombre de todo el archipiélago. Y los demás son de implantación hispana (con absoluta seguridad los
de Fuerteventura y La Palma, y con toda probabilidad el de El Hierro) o románica (Lanzarote, por el
navegante italiano Lancelotto Malocello), y pertenecen, por tanto, a la tercera etapa, a la hispanización
de las islas, consecuencia de la conquista castellana.
Y en ninguna de estas tres etapas ni en ninguna de las fuentes históricas en que se trata de estos
nombres se cita el término Tamarán como el nombre que recibiera la isla de Gran Canaria en la época
guanche. En cualquier caso, se trataría de un intento de retoponomización, aunque en este caso se haya
utilizado una base inexistente y por tanto falsa.
Tamarán, un invento de Osuna Saviñón
Según un documentado artículo de Rubén Naranjo Rodríguez6, la ocurrencia se debe al tinerfeño Manu-el
Osuna Saviñón, que dice tomarlo de Le Canarien con el significado de ‘país de los valientes’. Pero el tal
término Tamarán (o Tamerán) no aparece ni en Le Canarien ni en ningún otro registro histórico de las anti-güedades
canarias, como puede comprobarse recurriendo a los Monumenta de Wölfel7, totalmente fiable en
cuanto a la documentación de las voces guanches. Posiblemente la recreación fantasiosa de Osuna partiera
de la cita que Berthelot8 hace del topónimo Tamara-ceite, pueblo –dice – donde se ven muchas palmeras,
y que pone en relación con los bereberes beni-tamarah ‘tribu berberisca que cosechaba muchos dátiles’,
con tamarah ‘dátiles’ y con tamarirght ‘los libres o nobles’. Y es sabido que entre Osuna y Berthelot hubo
amistad y mucha relación intelectual. El texto de Osuna Saviñón pertenece a un librito menor de su autor
y dice literalmente:
Los habitantes [de Gran Canaria] eran benévolos y afables, como los ya conocidos, altos de
cuerpo y bien formados, y más blancos que los de las otras islas conquistadas. De ellos se supo
que la isla se llamaba Tamerán, que quiere decir país de los valientes9.
La ocurrencia de Osuna Saviñón tuvo fortuna inmediata, pues de ella se hace eco Álvarez Rixo10, aunque
fuera para criticarla, diciendo que Tameran (sic) no puede significar ‘país de los valientes’, pues si tamar
es ‘palma’ en la lengua árabe, teniendo tantas palmeras la isla de Canaria, que estaba llena de ellas, debería
significar ‘isla de las palmeras’. Y lo mismo hicieron años más tarde Chil y Naranjo11 y Abercrombry12,
aunque el primero atribuyendo la fuente a Abreu Galindo, también inexistente, y el segundo poniendo con
interrogación la fuente de la crónica francesa y dando por cierta la de Chil.
El marchamo de registro e interpretación auténticos de la voz Tamarán como nombre aborigen de la
isla de Gran Canaria se debe a Millares Torres, quien en su Historia General de las Islas Canarias dice que
«la isla de Gran Canaria era apellidada por sus primitivos habitantes Tamarán o Tamerán, lo que parece
significar en su idioma ‘país de valientes’»13. No cita aquí Millares a Osuna, pero la referencia indirecta es
inequívoca. Y la Historia de Millares tuvo tal éxito y tanta influencia que, a partir de ella, las citas y
las recitas se suceden sin cuestión: Bethencourt Alfonso14 escribe Tameran y lo atribuye a Abreu Galindo
6 Naranjo Rodríguez (2002).
7 Wölfel (1996).
8 Berthelot (1978), p. 159.
9 Osuna Saviñón (1844), p. 49.
10 Álvarez Rixo (1991) p. 34.
11 Chil y Naranjo (2006), p. 181.
12 Abercromby (1990), p. 63.
13 Millares Torres (1977-1980), I, p. 177.
14 Bethencourt Alfonso (1991), p. 394.
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(siguiendo a Chil y Naranjo); Álvarez Delgado15 asume que el término es aborigen, pero no con el significa-do
de ‘tierra de valientes’ que decía Osuna, sino con el de ‘palmeral’, equivalente al Real de Las Palmas;
De Luca16 incluso propone una variante que parece más bereber: Tamarand; y Reyes García17 recompone la
etimología diciendo que tiene la característica forma de los plurales bereberes ta-mara-n con el significado
‘(país) de los valientes’ y que fue nombre puesto por los mismos aborígenes.
No todos, sin embargo, han aceptado por las buenas la ocurrencia fantasiosa de Osuna Saviñón, y no
solo por lo de Tamerán, que al fin se trataba solo de una palabra, sino por la invención que también hizo de
una supuesta expedición del árabe Ben-Farroukh al archipiélago canario en el año 999 d.C., según cons-ta
–dijo él– en unos manuscritos del historiador cordobés Ibn-el-Qouthia, encontrados en la Biblioteca
de París por el orientalista francés M. Etienne. Pero esos manuscritos nunca aparecieron, a pesar de la
búsqueda afanosa que hicieron en la Biblioteca de París varios investigadores canarios serios, entre ellos
Chil y Naranjo. El descrédito de Osuna como seudo-historiador lo pusieron de manifiesto investigado-res
serios como Buenaventura Bonnet y Elías Serra, quienes llegaron a calificar a Osuna casi como a
un «falsificador de oficio», y decir de su obra que lo único que tenía era «superchería» y una «frescura
incalificable».
Pero el caso es que el nombre de Tamarán, como denominación antigua de Gran Canaria, se ha asen-tado
y se ha asumido generalmente. Y ha servido para nombrar científicamente a especies de animales y
vegetales endémicos de Gran Canaria; para dar nombre a calles y a colegios, a emisoras de radio y a grupos
de opinión, a agencias de viaje y a urbanizaciones turísticas, a autoescuelas y a clubes de todo tipo; lo han
tomado para sí asociaciones culturales y deportivas, también asociaciones de vecinos, hasta grupos mu-sicales,
incluso una fábrica de galletas; hasta al primer guirre criado en cautividad en Gran Canaria se le
ha puesto por nombre Tamarán; en fin, que Tamarán se llama a todo tipo de cosas sobre las que se quiere
remarcar «exóticamente» su pertenencia a la isla de Gran Canaria. Incluso un reciente libro, que quiere ser
serio, sobre la conquista de Gran Canaria, se titula «de Tamarant», con -t final para más llamar la atención,
aunque en la primera página del libro el autor haya tenido que poner una nota diciendo que ese nombre es
muy controvertido. Ya se ve aquí que, como hemos dicho muchas veces, más difícil es desmontar un mito
que crearlo. Y mito convertido en tópico es este de Tamarán. Pero es falso.
La voz tamara o támara
Pero aunque el nombre de Tamarán para la isla de Gran Canaria sea, simplemente, «un invento», sí
debe de ser cierto que la voz tamar(a) formara parte del vocabulario de los aborígenes canarios, aunque sea
solo a juzgar por los topónimos que la contienen. Que la contienen –decimos –, pues de manera autónoma
no aparece nunca. De entre los topónimos vivos, la contienen, al menos, los siguientes: Tamaraoya en La
Palma, Tamaraseite en Gran Canaria y Tenerife (que también en Tenerife existe este topónimo), Tamarco
y Tamargo en Tenerife, Tamaretil, Tamaretilla y Tamariche en Fuerteventura, y Tamargada, Tamarganche,
Tamariste y Tamarajanche en La Gomera. Y si acudimos a las listas de topónimos guanches de Bethen-court
Alfonso nos encontraremos algunos otros no contenidos en la relación anterior, ya sea por inexisten-tes
o por desaparecidos; en Fuerteventura: Tamariche o Timariche «cuesta y caserío en Tetir» y Tamara
«caleta de [falta ubicación]»18; en El Hierro: Tamarasen «región en el Pinar»19, pero que en realidad es
Tiomanasén o Tamanasén, recogido por nosotros desde la tradición oral20; en Lanzarote: Tamaraoya
«fuente [sin ubicación]»21, al igual que el que pervive en La Palma; y en Tenerife: Tamaraiga «roque
en Arico», Tamaraseche «monte [sin ubicación]», Tamaraseite «barranco en San Juan de la Rambla»,
Tamargayo «barranco [sin ubicación]» y Tamarine «región en Candelaria»22.
15 Álvarez Delgado (1955), pp. 87-89.
16 De Luca (2004), p. 145.
17 Reyes García (2004), p. 121.
18 Bethencourt Alfonso (1991), p. 363.
19 Bethencourt Alfonso (1991), p. 378.
20 Trapero (1997), p. 201.
21 Bethencourt Alfonso (1991), p. 388.
22 Bethencourt Alfonso (1991), p. 440.
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Esto por lo que se refiere a la toponimia, porque en el habla común se usa en Canarias la voz támara
o támbara, siempre con acento esdrújulo, para el dátil especialmente de la palmera canaria (según el
DDEC, en Fuerteventura, Lanzarote, Gran Canaria y La Gomera), y de ahí que también se llame palma
tamarera a la palma canaria que da dátiles.
En el DRAE aparece la palabra támara con tres acepciones: 1. ‘palmera de Canarias’, 2. ‘terreno
poblado de palmas’ y 3. ‘dátiles en racimo’; y aunque no se dice específicamente que con esos signifi-cados
sea un canarismo, se da a entender, puesto que la misma voz támara tiene una segunda entrada
con otros significados ajenos a los de Canarias. Pero con las acepciones de Canarias, el DRAE otorga a
la voz támara una etimología árabe, procedente de tamra ‘dátil’, por lo que debemos concluir que en el
español de Canarias se produce un caso de homonimia entre la toponimia, que contiene la voz tamar(a)
de origen bereber, y la lengua común que tiene el término támara de origen árabe.
Nos hemos de plantear, pues, dos problemas: en primer lugar, que la voz actual támara sea o no la
misma que aparece en los topónimos canarios de origen, y, en segundo lugar, su etimología. Por una parte,
los mismos autores del DDEC que dicen que támara es de origen portugués, ofrecen en su otro diccionario
histórico dialectal DHECan suficientes ejemplos textuales en que se demuestra que la voz támara, con el
significado antedicho de ‘dátil de la palmera canaria’, está en Canarias desde fechas inmediatamente poste-riores
a la conquista de las islas. Y por otra parte, cualquier diccionario portugués atestigua las voces tamara
y tamareira como apelativos para los significados respectivos de ‘fruto de la palmera’ y ‘palmera’, con la
explicación en este segundo caso de «nombre vulgar de una palmera de porte elevado, productora de táma-ras,
originaria del norte de África, más cultivada en el sur de Portugal, más conocida por datilera o palmera
de las iglesias»23. La correspondencia, pues, del término y de su significado entre Portugal y Canarias es
exacta, pero que sea precisamente la palabra lusa la que se incorpora al léxico canario es interpretación de
los autores del DHECan, que dicen: «Entre los primeros ejemplos que aquí se transcriben se encuentra la
mención de la palabra en portugués, lo cual da idea precisamente de cómo se va a incorporar muy pronto al
léxico canario la voz lusa». Y no dudamos de que fuera efectivamente así, sabiendo la gran influencia por-tuguesa
en las islas en los primeros momentos de su poblamiento y colonización, acabada la conquista. Esa
coincidencia luso-canaria o canario-lusa de la voz támara es a su vez puesta de manifiesto por el DCECH de
Corominas y Pascual, que dice que es «voz portuguesa y regional de Canarias»; pero añade que procede del
árabe támra, coincidiendo aquí con la opinión del DRAE. Lo cual puede conciliarse de la siguiente manera:
la palmera datilera y su correspondiente voz son introducidas por los árabes en el sur de Portugal, tal como
dice el Dicionário da língua portuguesa, y desde Portugal vino a Canarias la voz, pero no la palmera, puesto
que ya los suelos canarios estaban muy poblados de ellas, tanto que, al decir de Viera y Clavijo, «se crían y
prosperan en nuestras Canarias como en uno de los climas más felices para su propagación»24. No hay que
olvidar que una isla entera recibe su nombre por ellas, La Palma, y que la capital de otra, Gran Canaria,
recibió el nombre de Las Palmas por haberse fundado en un hermoso y frondoso palmeral. Y otra isla hay,
La Gomera, que aunque su nombre nada tenga que ver con las palmas, éstas pudieran muy bien definirla,
pues tiene más palmerales que ninguna, y los más esplendorosos, sin duda, de todo el Archipiélago.
Desde el punto de vista botánico se distinguen en Canarias dos clases de palmeras autóctonas: la pe-culiar
y característica Phoenix canariensis, que da támaras comestibles solo por el ganado, y la Phoenix
dactylefera, a la que parecen referirse siempre los cronistas de Le Canarien y a la que Viera y Clavijo dedica
un largo y curiosísimo artículo en su Diccionario de historia natural. Dos islas destacan los cronistas de
Le Canarien por su abundancia de palmeras datileras: la de Gran Canaria, que –dicen– «está cubierta de
arboledas de pinos y abetos, de dragos, olivos, higueras y palmeras datileras, y de muchos otros árboles
que dan frutos de diversas clases»25; y la de Fuerteventura, en la que «abundan muchos otros árboles, como
palmeras datileras y almacigos (sic)»26. Y en particular describen el espléndido panorama que vieron en el
valle que se llamaría después precisamente Vega de Río Palma. Dicen así: «Cuando se llega al otro lado, se
encuentra el hermoso valle, llano y muy agradable, en el que puede haber por lo menos novecientas palm-
23 Dicionário da língua portuguesa (1993).
24 Viera y Clavijo (1982), p. 324.
25 B 48v/LXlX.
26 B 50r.
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eras [ochocientas palmeras dice el texto B], que dan sombra a la vaguada y a los arroyos de los manantiales
que la recorren, agrupadas en conjuntos de cien o ciento veinte, tan largas y altas como mástiles de navio de
más de veinte brazas, tan verdes, tan frondosas y tan cargadas de dátiles que da gusto verlas»27. Y en otros
dos lugares de Le Canarien se repite que los franceses, ante la escasez de alimentos, se servían de los dátiles
y frutos del país «que encontraban muy buenos».
Del artículo que Viera y Clavijo dedica en su Diccionario al fruto de la palmera canaria y a la propia
palma destacamos dos párrafos de interés lingüístico para lo que estamos tratando: primero, que «cuando
los dátiles están en el racimo se llaman támaras, voz arábiga que significa también dátil», y segundo,
que «el racimo o támara de la palma macho está cargado de muchos péndulos [
], al paso que la támara
de la planta hembra solo lleva unos ovarios [
]».28
No sabemos los términos con que los guanches denominaran a las palmeras y a los dátiles, aunque es
obvio suponer que debían tener para ello sendos nombres. Se debió producir entonces una colisión termi-nológica
entre la voz preexistente de los guanches y la que trajeron los conquistadores, palma, que fue la
que definitivamente se impuso en las islas (modificada a partir del siglo XVIII en palmera). Pero, si esta-mos
en lo cierto, al relacionar la serie de topónimos antedicha con lugares especialmente abundantes en
palmeras, la voz no podía ser otra que tamar(a), que es el elemento léxico común a todos ellos.
Así pues, si como es lo más verosímil, la voz apelativa actual de támara (o támbara) es la misma que
aparece en los topónimos guanches, habría que conciliar las dos hipótesis etimologistas: la bereber de los
topónimos y la árabe de la voz apelativa. No sabemos si fue verdaderamente así, pero bien podría haber
sido: que la voz tamara fuera de origen panbereber y que fuera asimilada por el árabe al imponerse éste
en el norte de África, y que fuera introducida por los árabes en la Península, de donde llegaría a Canarias
a través de los portugueses, pero en donde ya existía la serie de topónimos guanches que garantizan el
sustrato bereber. Si así hubiera sido, la toponimia canaria de origen guanche se convertiría en el testimonio
irrefutable de un problemático y controvertido enredo etimológico: los guanches, que llegaron a las islas
muchos siglos antes de que los árabes invadieran los territorios del norte de África, traerían consigo las
voces del bereber que designaran a un árbol y a un fruto tan común y característico de sus suelos como es la
palmera. Y luego los árabes, al ocupar el territorio de los bereberes e imponer su propia lengua y cultura,
adoptaron el término preexistente de tamar(a).
Esta es también la teoría de Álvarez Delgado29, aunque solo esté apuntada, pues dice que el componente
bereber tamar ‘palma’ se lee en árabe támra con el valor de ‘dátil’. Y esto es lo que se desprende de una
cita de Menéndez Pidal contenida en su Historia de la lengua española30, tratando del sufijo –ar, rasgo
que es común a toda la toponimia pan-mediterránea (también de los dominios del antiguo bereber) y
que está presente en muchos países ribereños del mar interno, y cita los términos Támar, Támara, Ta-marón
y otros similares, presentes en la España peninsular (La Coruña, Burgos y Palencia), en Portugal,
en Cerdeña (Tamarone), en la península italiana y en Canarias; y de Canarias cita específicamente los
topónimos Támara, Tamaren y Tamaragáldar, que son nombres que él debió tomar de alguna fuente
literaria, sin especificar, pero que como verdaderos topónimos ni existen en la actualidad ni han debido
existir nunca, como diremos más abajo.
Los diccionarios actuales de español-árabe dan todos para el dátil formas como bahahum o támrun, y
en el caso de Marruecos: tmar (pl. tamât); mientras que los diccionarios de español-bereber, al menos en la
región del Rif, para el dátil ofrecen formas como: ziyni, ettemar o ettemer, y para la palmera: zini, esseyerz
y entini. Mucho más cercanas, como se ve, desde el punto de vista de la expresión a los topónimos guanches
son las primeras voces árabes que las segundas bereberes. Y sin embargo hay suficientes muestras léxicas
(y sus correspondientes interpretaciones) como para garantizar que la voz tamar(a) es de origen guanche y
está relacionada con la palmera y con su fruto.
La creencia de que el término támara es de origen árabe y que significa ‘palmera’, y por tanto tam-bién
los topónimos que contienen ese segmento léxico, se expresa de una manera contundente y reitera-
27 G 17v.
28 Viera y Clavijo (1982), pp. 155 y 325.
29 Álvarez Delgado (1955), p. 87.
30 Menéndez Pidal (2005), I, pp. 9-11.
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da en el diccionario de arabismos de Diego de Guadix, de finales del siglo XVI, en donde se inserta una
treintena larga de topónimos aborígenes canarios por la certeza que tiene él de que son árabes, puesto
que los guanches –dice– eran de raza y de lengua árabe. Y de entre ellos hay tres que contienen el tér-mino
tamara: Tamara Çayte (el actual Tamaraseite de Gran Canaria), que traduce por ‘los dátiles del
señor’ o ‘que son para el señor’ o ‘que los posee el señor’; Tamarcite (que interpretamos como el actual
Tamasite de Fuerteventura), que traduce de la misma manera: ‘datiles de mi señor’; y Tamarguada (que
identificamos como el Tamargada de La Gomera) y que traduce por ‘dátiles del río’.
De entre los autores que han tratado de explicar desde el bereber alguno de los topónimos guanches de
la serie tamar(a), Berthelot31 dice que para Tamaraseite [por una vez escribe bien un topónimo canario]
pueden encontrase varias etimologías bereberes: Beni-Tamarah, tribu berberisca que cosechaba muchos
dátiles; tamarak que significa ‘dátiles’ y ezzeitoun que en árabe significa ‘aceituna’; y tamarirght ‘los libres
o los nobles’ en bereber. Por su parte, Wölfel32 dice que Tamaraseite puede explicarse desde el modelo
tama-rasaid, vinculándolo con las voces bereberes amersid o imersid que significan ‘palmera macho’;
mientras que en Tamargada pone el acento en el segundo elemento del topónimo y lo relaciona con tageda
que vendría a significar ‘caña de palma’33.
Una síntesis interpretativa
Llegados hasta aquí, hemos de concluir, de manera simplificada, lo siguiente:
a) Que la palabra támara o támbara es apelativo que en las islas se usa para el dátil de la palmera
canaria (no para los dátiles comestibles exportados de otros lugares del mundo).
b) Que aunque la palabra tamara o támara no aparece de manera autónoma en ningún topónimo
actual de Canarias es lo más probable que los topónimos que la contienen (Tamaraoya, Tamaraseite,
Tamargada, Tamarganche, etc.), todos ellos de origen guanche, significaran algo relacionado con las
palmas, pues se comprueba que en todos esos lugares hay o hubo grandes palmerales.
c) Que la etimología árabe que de manera generalizada se atribuye a la palabra tamara o támara es
muy posible que haya que retrotraerla a un origen protobereber mucho más antiguo.
d) Que de ser esto así, la toponimia canaria se convertiría en la prueba de ese origen protobereber, al
haber quedado fuera de la influencia que los árabes ejercieron en la Península Ibérica (y tanto en España
como en Portugal) durante los siglos que la ocuparon.
e) Y que es también lo más probable que tras la conquista de las Islas en el siglo XV se juntaran en
la nueva lengua que se impuso en sus territorios dos tradiciones: el sustrato guanche de origen bereber
que permaneció en la toponimia y el español (pero con gran influencia portuguesa) que se impuso en el
lenguaje común.
Tres nuevos términos enigmáticos
Con todo, otros tres términos aborígenes contienen el segmento tamara que merecen estudio particular,
por cuanto confirman o niegan la interpretación que se ha venido dando de esta palabra como ‘palmera’ o
‘fruto de la palmera’, y son el apelativo tamaraona o tamaranone, el topónimo Tamara-Gáldar, Tamara-gáldar
o Tamaragalda y la expresión Tamaragua.
31 Berthelot (1978), p. 159.
32 Wölfel (1996), p. 826.
33 Wölfel (1996), pp. 854-855.
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MAXIMIANO TRAPERO
El apelativo tamaraona
Respecto a tamaraona dice Bethencourt Alfonso que era palabra común en Tenerife con el signifi-cado
de ‘los dátiles’, y añade que «tal vez la palabra fue importada entre los guanches con las palmeras,
que existían en gran número, verdaderos bosques como en el Valle de Las Palmas en Anaga, el Palmar en
Buenavista, Acentejo, etc., como lo comprueban muchas Datas»34. Esta palabra ha desaparecido del todo en
la actualidad, pero tiene antecedentes literarios muy antiguos y muy prestigiosos, pues aparece en Cairasco
y en Viana, aunque con significados diferentes. La cita de Viana sí confirma su relación con los dátiles,
pero no necesariamente la de Cairasco.
En un pasaje del Poema en que Viana recrea los alimentos que los guanches de Tenerife comían
se menciona el gofio de cebada, la leche, la manteca, la miel y varias frutas, etc. «con las tamaronas
estimadas»35, con referencia inequívoca a las támaras. Pero en la Comedia del recibimiento, fechada en
1582, Cairasco de Figueroa resucita al héroe de la resistencia grancanaria Doramas y le hace hablar en
su propia lengua, y en un momento del diálogo que entabla con el personaje Sabiduría le dice: «Guanda
de niedre tamaranone besnia mat acosomuset tamobenir marago, aspe anhianacha Aritamogante senefe-que
senfeque», que Sabiduría traduce por «Estános combidando a merendar; y dice que nos dará muchos
potages, a la usanza canaria, y que nos sentemos»36. Bien se sabe que este lenguaje es «un guanche»
inventado por Cairasco, a partir de palabras y de topónimos que efectivamente quedaban en el habla de
Gran Canaria a más de un siglo de terminada la conquista de la isla, pues la lengua como tal de seguro
que ya había desaparecido. En la frase de Doramas aparece una palabra tamaranone que en la traducción
de Sabiduría podría corresponder –suponemos– a ese «potage a la usanza canaria» con que el guanche
invita a los que están en escena. Así que nada hay en esta cita que pueda sumarse a la interpretación que
se ha hecho de támara como la palmera o como el fruto de la palmera.
Y la palabra tamarona o tamaraona de Viana y la palabra tamaranone de Cairasco las ponemos en
relación con el topónimo Tamarone de Cerdeña citado anteriormente por Menéndez Pidal.
El topónimo Tamaragáldar
Respecto del topónimo Tamaragáldar o Tamara-Gáldar o Tamaragalda (aquí el acento o la separa-ción
de palabras tiene poco sentido) hemos de decir que no aparece en las fuentes historiográficas clási-cas,
pero sí en protocolos testamentarios del siglo XVI. En uno de ellos, fechado el 21 de marzo de 1509,
se cita «una suerte de tierra en Tamara-Gáldar, con el cuarto de las aguas que le corresponde y la mitad
de las cañas que están en la ladera de Batista de Riverol, corresponden a sus hijos, todas las tierras de
Tamara-Gáldar menos la suerte mencionada, las casas de Santa María de Guía con todo el sitio que las
circunda y las rentas de las tierras de sequero de Firgas con su sementera»37. Y en otro protocolo fechado
el 2 de agosto de 1552 se cita un poder especial que una tal Bertina de Riberol da a Francisco de Riberol
y a Alejos de Riberol para la partición de bienes «en razón de la hacienda y heredamiento de tierras,
aguas y cañaverales, con todo lo a ello anejo, que tenían en comunidad [
] en el término de Tamaragalda
donde dicen el ingenio blanco»38. Está claro que estos dos documentos se refieren al mismo lugar y a un
mismo topónimo, y que más que al término del actual Gáldar pertenecían al actual de Santa María de
Guía, aunque no esté bien identificado. A este respecto comenta Osorio Acevedo39 que lo más probable es
que se refiriera a «algún lugar lleno de palmeras», equivalente a «el palmeral de Gáldar», aunque si hemos
de creer al pie de la letra en esos textos lo que allí había no era un palmeral, sino un cañaveral, es decir, un
ingenio de ázucar.
34 Bethencourt Alfonso (1991), p. 265.
35 Viana (1991), canto III, v. 227; en la edición del Poema de Cioranescu se interpreta tamaraonas.
36 Cairasco de Figueroa (1989), pp. 73-74.
37 González Sosa (1985), p. 202.
38 Lobo Cabrera (1980), pp. 110-111.
39 Osorio Acevedo (2003), p. 674.
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TAMARÁN, EL SUPUESTO NOMBRE ANTIGUO DE LA ISLA DE GRAN CANARIA...
El topónimo Tamara-Galdar (sic) entra en los Monumenta de Wölfel40 a partir de su cita en el Diccio-nario
de Olive que lo recoge como una localidad de Guía de Gran Canaria, y posterior repetición en las
listas de guanchismos de Chil y de Millares (también de Bethencourt Alfonso). Y en efecto, lo volvemos
a encontrar en los Nomenclátores de lugares de Canarias de finales del siglo XIX, concretamente en el de
1888, citado como Tamaragaldar y como un «cortijo» de Santa María de Guía.
Pero en su interpretación cree Wölfel que el primer componente tamara, al estar sin acentuar, no debe
referirse al término támara ‘dátil’ sino a un elemento prepositivo equivalente al significado de ‘la que está
al lado’, y por tanto equivalente a la forma primitiva Aregaldar de la relación de «lugares» de Gran Canaria
hecha por Andrés Bernáldez41.
La expresión tamaragua
Finalmente, sobre Tamaragua dice el DDEC que es «expresión que se usa como salutación, especial-mente
durante la mañana, y es, por lo tanto, equivalente a buenos días». Y con buen criterio observan los
autores de este diccionario dialectal canario que «ha sido rescatada del desaparecido léxico aborigen»; o
sea, que no pertenece a los materiales lingüísticos prehispánicos que pasaron por tradición oral al español
que se implantó en las islas. Pero es lo cierto que en la actualidad es una frase que se ha hecho popular y
que se repite en contextos muy diversos siempre con un sentido de bienvenida. Respecto de su documen-tación
debemos decir que aparece en una fuente tardía de finales del siglo XVII, la Historia de Marín y
Cubas, pero que es un texto que merece mucho crédito por contener noticias novedosas desconocidas en las
fuentes primitivas. Wölfel trata de esta expresión en tres lugares de sus Monumenta, los tres en la parte IV
correspondiente a los materiales lingüísticos de significado conocido: en el parágrafo 14 dice que tama-ragua
tiene un significado parecido a la palabra maragá que aparece en la endecha guanche que Torriani
recogió en Gran Canaria; en el 32 trata específicamente de esta expresión; y en el 164 dice no haber encon-trado
entre las fuentes historiográficas canarias un término que signifique inequívocamente la idea de ‘día’.
La cita de Marín y Cubas aparece en el capítulo en que habla de la «naturaleza, costumbres y ejercicios de
los Canarios» (de Gran Canaria), y dice que «Entrando en las casas ó cuevas saludan diciendo Tamaragua,
y respondía Sansofí, que significa ‘aquí viene el huésped’, ‘pues sea bienvenido’»42. Por tanto, nada relacio-nado
con la palmera ni con su fruto. Y para más argumento, Abercromby clasifica esta expresión entre las
voces de dudosa relación con el bereber43.
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40 Wölfel (1996), pp. 825-826.
41 Morales Padrón (1978), p. 515.
42 Abercromby (1990), p. 52.
43 Abercromby (1990), p. 52.
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