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SOBRE EL CONCEPTO DE «ILUSTRACIÓN PERIFÉRICA»: EL ESTATUTO DE «LO LOCAL»
Anuario de Estudios Atlánticos
ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 215-242
SOBRE EL CONCEPTO DE «ILUSTRACIÓN
PERIFÉRICA»: EL ESTATUTO DE «LO LOCAL»
EN EL PENSAMIENTO ILUSTRADO ESPAÑOL.
EL EJEMPLO DE VIERA Y CLAVIJO
ON THE CONCEPT OF «PERIPHERAL
ENLIGHTENMENT».
THE «LOCAL ISSUE» STATUTE IN THE SPANISH
ENLIGHTENMENT THINKING.
VIERA Y CLAVIJO AS AN EXAMPLE
Miguel A. Perdomo-Batista*
Recibido: 14 de junio de 2011
Aceptado: 9 de septiembre de 2011
Resumen: En la historiografía sobre
el movimiento ilustrado español no
son infrecuentes las referencias a
una Ilustración periférica o local. Sin
embargo, un examen del estatuto de
lo local en el siglo XVIII contradice
la existencia de una Ilustración lo-cal,
pues la idea de nación aparece
vinculada a las nociones de unidad,
utilidad, progreso y patriotismo, al
tiempo que se impugna todo parti-cularismo,
interpretado como una
amenaza a lo anterior o como una
debilidad censurable. La mirada lo-cal
pudo haber sido una respuesta a
la propia degradación moral del cos-mopolitismo,
de tal modo que lo lo-
Abstract: References to a Local or
peripheral Enlightenment are not in-frequent
in historiographical studies
on the Spanish enlightenment mo-vement.
However, a closer analysis
of the local issue in the XVIII cen-tury
contradicts the existence of a
local Enlightenment, since the idea
of nation usually appears linked to
the concepts of unity, utility, pro-gress
and patriotism while any pre-disposition
towards the particular is
interpreted as a threat to the nation
or as a weakness deserving censor-ship.
The local view may have re-sponded
to the moral degradation of
cosmopolitanism. Thus, the local is-
* Profesor Asociado Laboral. Departamento de Filología Española, Clá-sica
y Árabe. Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Edif. de Humani-dades,
Despacho 101. Campus Universitario del Obelisco, c/ Pérez del Toro,
1, 35003 Las Palmas de Gran Canaria. Teléfono: +34 928 45 89 30; correo
electrónico: mperdomo@dfe.ulpgc.es
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1. INTRODUCCIÓN
La existencia de dos ilustraciones es un tópico más o menos
extendido en la bibliografía sobre el movimiento ilustrado espa-ñol.
Podemos encontrarlo, por ejemplo, en un trabajo sobre la
historiografía de la Ilustración española realizado en 1985 por
Eloísa Mérida-Nicolich1, que remite a los estudios de Antonio
Mestre sobre la obra de Gregorio Mayans y la Ilustración valen-ciana.
Según Mérida-Nicolich, existió «otra» Ilustración que se
asienta en reductos regionales —Valencia en este caso— y enlaza
con la tradición nacional, sobre todo con la mentalidad abierta de
nuestro siglo XVI, de tal modo que junto a la Ilustración oficial
y afrancesada habría existido otra periférica, atenta a la vida co-tidiana
y firme en sus premisas de un criticismo que intenta ser
ciencia. Y añade que se trata de dos ilustraciones antagónicas.
En el caso de Canarias se han hecho además otras distincio-nes.
En palabras de Alejandro Cioranescu2: un grupo, que no
está formado exclusivamente por elementos canarios, representa
las nuevas ideas en las Islas; otro grupo, formado por canarios, ha
sido asimilado por la capital y los órganos de poder. Hay, por lo
tanto, dos Ilustraciones canarias, ambas estrechamente interferi-das
por la peninsular y solidarias con los destinos nacionales. Ni
una cosa, ni la otra; pues aunque Cioranescu habla de dos ilus-cal
no se plantea necesariamente
como una impugnación o una alter-nativa
al pensamiento ilustrado,
sino, justamente, como lo contrario,
es decir, como la tardía, desengaña-da
y tal vez nostálgica reivindicación
de una Ilustración más esencial y
profunda. El análisis parte de algu-nos
textos de Feijoo, Sempere y
Guarinos y Capmany para centrarse
posteriormente en el ejemplo de Vie-ra
y Clavijo a propósito de los aborí-genes
canarios.
Palabras clave: Ilustración, local,
periférica, nación, patria, cosmopo-lita,
Viera y Clavijo.
sue is not necessarily set out as a
contesting notion or an alternative
to enlightened thinking, but rather
quite the opposite, that is perhaps a
nostalgic vindication of a more es-sential
and deeper –reaching Enligh-tenment.
The analysis uses parts of
some texts by Feijoo, Sempere y
Guarinos and Capmany, to after-wards
centre on the example of Vie-ra
y Clavijo speaking about the Ca-nary
aborigines.
Key words: Enlightenment, local,
peripheral, nation, native country,
cosmopolitan, Viera y Clavijo.
1 MÉRIDA-NICOLICH (1984), p. 146.
2 CIORANESCU (1977), p. 186.
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traciones canarias, en realidad la distinción que hace es entre
una ilustración regional (canaria) y una ilustración central (na-cional),
porque el factor diferenciador lo constituye la asimila-ción
de uno de esos grupos por la capital, y no el hecho de que
estén formados o no por canarios. Por lo demás, la presencia de
elementos foráneos no puede tenerse como un principio dife-renciador
de la Ilustración insular, porque en todo caso lo es de
la cultura y la historia canarias3.
La distinción entre una ilustración regional y otra central
también parece inadecuada. Jean Sarrailh4 duda respecto de la
posibilidad de una ilustración local, puesta en entredicho por la
existencia de un cosmopolitismo que define al movimiento ilus-trado,
cosmopolitismo del que también se ha hablado, por cier-to,
cuando se ha intentado caracterizar ciertos aspectos de la
cultura y la literatura canarias. A la existencia de esa ilustración
local opone Sarrailh otras evidencias. Por ejemplo, la existencia
de unos reformadores ilustrados que recorrieron las tierras de
España, y no solo las tierras, sino también su historia en los
archivos. El viaje tuvo en el siglo XVIII un claro sentido utilita-rio,
pues se trataba de descubrir y aprender fuera lo que podía
servir al provecho y al adelanto nacional. Viera y Clavijo es un
paradigma de este viajero ilustrado cuando acompaña en sus
viajes por Europa al Marqués del Viso y luego a su padre, el
Marqués de Santa Cruz.
3 Y lo mismo podría decirse de alguna de las otras notas con las que
Cioranescu quiere caracterizar esa Ilustración canaria, como la sobredosis de
escepticismo de los ilustrados canarios.
Cioranescu señala también que la Ilustración en las Islas fue más teóri-ca
que práctica, y que sus principales representantes fueron pensadores y
críticos antes que reformadores. Pero deberíamos recordar que lo que carac-teriza
a la Ilustración es la posesión de un programa de acción, y no tanto
sus resultados, que, como se sabe, fueron limitados. Olvidar esto es olvidar
que el reformismo ilustrado padeció la oposición continua de los sectores
privilegiados del Antiguo Régimen.
El debate en torno a la cuestión de la Ilustración canaria sigue teniendo
actualidad, como puede advertirse en las líneas que le dedica Yolanda
Arencibia en Historia Crítica. Literatura Canaria, en las que cita las palabras
de Cioranescu. Vid. ARENCIBIA y FERNÁNDEZ HERNÁNDEZ (2003), p. 25 y n. 8.
4 SARRAILH (1957), pp. 394-395.
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Respecto de la discutible existencia de aquellas dos ilustra-ciones,
podemos añadir que Sarrailh también ha señalado que
hubo un intercambio de obreros especializados entre las regio-nes,
y que gracias a los subsidios oficiales los aprendices de las
más pobres acudían a las más desarrolladas para formarse. Y
tampoco hallamos posibilidad de mantener tales distinciones si
observamos las vidas de aquellos hombres. Pues ciertamente
Juan de Iriarte, Clavijo y Fajardo, Cristóbal del Hoyo y Viera y
Clavijo sintieron la atracción de la corte, pero los dos últimos
regresaron a las Islas5. El caso de Feijoo, uno de los principales
representantes de la Ilustración oficial6, puede resultar ejemplar
en este sentido, pues residió en Oviedo desde 1709 hasta su
muerte en 1764.
¿Pero qué se quiere decir exactamente cuando se habla de
una Ilustración oficial y otra periférica? Porque, en nuestra opi-nión,
la cuestión solo puede ser planteada de tres maneras: o
bien se entiende el adjetivo periférica como una mera referencia
territorial sin mayores implicaciones, con lo cual toda discusión
carecería de interés; o bien se está proponiendo que en determi-nados
contextos la Ilustración tuvo un estatuto diferente, y ha-bría
existido entonces una Ilustración local o regional con ras-gos
específicos; o bien se quiere afirmar que la reflexión sobre
lo periférico, es decir, sobre lo regional o lo local, fue un conte-nido
muy importante del pensamiento Ilustrado. Así pues, la
hipótesis de una Ilustración periférica necesariamente ha de con-sistir
en una afirmación sobre el estatuto o los contenidos del
movimiento ilustrado. Y estos van a ser precisamente nuestros
dos ámbitos de indagación, aunque no es improbable que a
menudo todas estas cuestiones se hallen enlazadas.
5 En este sentido, es importante recordar que en 1790, siete años después
de su regreso a las Islas, Viera recibió una oferta para regresar a la Corte
como juez auditor de la Rota de la Nunciatura, ofrecimiento que prefirió
declinar. En la proposición pudo haber influido su paisano Antonio Porlier,
que sentía gran estima por Viera y en aquella época era secretario de Esta-do
y del despacho de Gracia y Justicia.
6 No obstante, FROLDI (1984) afirma que es poco preciso definir como
ilustrado a Feijoo.
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2. LA IDEA DE NACIÓN EN EL SIGLO XVIII
Respecto de lo primero, que corresponde a la reflexión sobre
el estatuto de la propia Ilustración, se advertirá en seguida que
quienes proponen la existencia de una Ilustración periférica han
partido de dos errores conceptuales, uno mucho más elemental
que el otro. Consiste el primero en confundir unidad y unifor-midad,
como si la innegable diversidad del movimiento ilustra-do
fuera incompatible con la esencial unidad con la que este fue
percibido por los hombres de la época. Por lo demás, podríamos
aceptar incluso que la Ilustración adoptó en ciertos lugares al-gunas
notas específicas y que hubo, por tanto, varios movimien-tos
regionales, como la Ilustración valenciana, la sevillana, la
asturiana, la vascongada o la canaria, por poner solo algunos
ejemplos. Pero entonces, ¿qué nos autoriza a agrupar sin el
menor cuidado a todos estos movimientos más o menos diferen-ciados
bajo el rótulo común de Ilustración periférica o regional?
Podría pensarse que la interpretación histórica ha sido contami-nada
por las intenciones políticas.
El segundo error es más difícil de advertir, pues consiste en
la aplicación de ciertas categorías allí donde no resulta legítimo
ni está justificado. En efecto, resulta al menos dudoso que pue-da
aplicarse al siglo XVIII el concepto de periférico en el sentido
de local o regional, nociones cuya elaboración definitiva proba-blemente
es posterior al Romanticismo. El anacronismo resulta
más evidente si se advierte que se están mezclando unos concep-tos
de naturaleza política y administrativa con otros de carácter
cultural. El error tiene su origen en la inadvertida confusión de
las dos ideas de nación que se desarrollaron durante el siglo
XVIII7: por un lado, la idea de nación política, cuya fundamen-tación
se suele atribuir a Rousseau (1762), y según la cual una
nación sería el resultado de la voluntad de sus integrantes, que
libremente deciden formarla en virtud de un contrato social; por
otro lado, la idea de nación cultural, introducida por Herder
7 Sobre estas cuestiones puede verse QUINTANA PAZ (2004), cuyas defini-ciones
de nación política y nación cultural seguimos.
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entre 1784 y 1791 en sus Ideas para una Filosofía de la Historia
de la Humanidad, y según la cual la nación no es algo ante lo
cual quepa decidir si pertenecer a ella o no, sino algo objetivo y
real que preexiste a las decisiones subjetivas, y a la que los indi-viduos
pertenecen irremisiblemente según su lengua, costum-bres,
tradiciones, etnia, religión, entorno geográfico, etc.
Así pues, la idea de nación cultural, de clara filiación román-tica,
supone una fundamentación objetiva de lo nacional, por-que
entiende la nación como la realidad objetiva en la que nace
el sujeto. En cuanto a la idea de nación política, entraña una
fundamentación subjetivista de lo nacional, porque la nación es
un acto político libre y subjetivo, y por eso en la primera edición
del Diccionario de Autoridades se define el término nación como
la colección de los habitadores en alguna provincia, país o reino8,
siendo el país una región, reino, provincia o territorio9. La patria
es definida como el lugar, ciudad o país en que se ha nacido10.
Según Corominas, el término país11 (1597) procede del francés
pays, «territorio rural», más tarde «comarca» y finalmente
«país»; a su vez, pays procede del latín pagensis, «el que vive en
el campo», y este de pagus, «pueblo», «aldea», «distrito». Fieles
a su etimología, el término país hace referencia al territorio,
mientras que patria («tierra de los padres»12) remite al lugar de
nacimiento. Estas definiciones se mantuvieron durante todo el
siglo XVIII.
Pues bien, la idea de dos ilustraciones es el resultado de la
asimilación de ambas nociones por la historiografía. En efecto,
al hablar de dos ilustraciones se está interpretando en términos
culturales objetivos (la presencia de lo local) lo que probable-mente
entonces solo podía tener una naturaleza política en vir-tud
de la propia idea de nación establecida. Se trata de una
lectura romántica de la centuria ilustrada, y adviértase también
8 Diccionario de Autoridades (1734), tomo IV, p. 644. Puede consultarse
en la página web de la Real Academia Española: Nuevo tesoro lexicográfico
de la lengua española [en línea]. Edición en facsímil digital. Real Academia
Española. URL: <http://www.rae.es>. [Consulta: 12 de junio de 2011].
9 Diccionario de Autoridades (1737), tomo V, 1737, p. 80.
10 Ibídem, p. 165.
11 COROMINAS (1973, 3.ª ed.), p. 433.
12 Ibídem, p. 432.
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que al transformar la idea política de nación en una idea cultu-ral
se está convirtiendo aquella en un instrumento político.
Así pues, durante la centuria ilustrada lo local no pudo tener
una naturaleza cultural, sino política. ¿Pero tuvo entidad sufi-ciente
como para modificar el estatuto de la Ilustración dando
lugar a una tendencia diferenciada? Dicho con otras palabras:
¿cuál fue el estatuto de lo local en el siglo XVIII? Ciertamente es
una pregunta difícil, pero acaso podamos responderla de forma
satisfactoria para nuestro propósito poniendo en relación la
idea de lo local con las ideas de nación y patria, y esto es preci-samente
lo que nos proponemos a continuación.
3. EL ESTATUTO DE «LO LOCAL» EN LA ILUSTRACIÓN
En el discurso XV del tomo segundo de su Teatro crítico, ti-tulado
«Mapa intelectual y cotejo de naciones», y en una tem-prana
muestra de la creencia en la universalidad de la razón,
Feijoo sostiene que es casi imperceptible la desigualdad que hay
de unas naciones a otras en orden al uso del discurso (el razona-miento)
13. Hay, dice, diferencias en las facultades sensitiva y
vegetativa, que son comunes al hombre y al bruto, y de aquellas
distintas disposiciones del cuerpo se siguen diferentes disposi-ciones
del ánimo, y de éstas, distintas inclinaciones que modi-fican
las costumbres. Pero no existen diferencias esenciales en
el ingenio de los pueblos, sino que aquellas son accidentales, de
tal modo que las naciones comúnmente reputadas por rudas o
bárbaras no ceden en ingenio a las más adelantadas, y acaso
excedan a más de una. La creencia en la universalidad de la
razón es el contexto preciso en el que hay que situar la reflexión
de los pensadores del siglo XVIII sobre la ideas de patria y pa-triotismo
y lo local.
En un hermoso y ciertamente lúcido discurso del tomo ter-cero
de su Teatro crítico (1729), que tiene el significativo título
de «Amor de la patria y pasión nacional»14, Feijoo distingue
entre el verdadero amor a la patria y el amor interesado, al
13 FEIJOO (1881), pp. 362 y ss.
14 FEIJOO (1773), pp. 223 y ss.
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tiempo que diferencia ambos de la pasión nacional y de lo que
él llama el desordenado afecto por el propio y particular territorio.
El genuino amor a la patria es tan celebrado como infrecuente,
pues lo más corriente es que aquel generoso y elevado despren-dimiento
oculte otros motivos menos nobles: el temor o la obe-diencia,
el interés o la costumbre, la ambición de riquezas o de
gloria, la vanidad o el deseo de fama. Y entonces, dice, se juzga
ser amor a la patria lo que solo es amor de la propia convenien-cia;
y por eso afirma que busca sin encontrarlo aquel amor a la
patria tan alabado en los libros: justo, debido, noble, virtuoso.
Pero Feijoo también distingue aquel sentimiento calculado,
aquel tibio patriotismo, de lo que él denomina la pasión nacio-nal,
es decir, la creencia de que la nación en la que hemos naci-do
es la mejor de todas. Y acaso la peor consecuencia de esta
insana pasión fuera la falsificación interesada de la historia, lo
cual, añade Feijoo, ciertamente puede resultar muy útil a la
política, pues solo se muestra aquello que es favorable, ocultan-do
lo adverso.
17. Lo peor es que aun aquellos que no se sienten como vulga-res
hablan como vulgares. Este es el efecto de lo que llamamos
pasión nacional, hija legítima de la vanidad y la emulación. La
vanidad nos interesa en que nuestra nación se estime superior a
todas, porque a cada individuo toca parte de su aplauso; y la
emulación, con que miramos a las extrañas, especialmente las
vecinas, nos inclina a solicitar su abatimiento. Por uno y otro
motivo atribuyen a su nación mil fingidas excelencias aquellos
mismos que conocen son fingidas.
18. Este abuso ha llenado el mundo de mentiras, corrompiendo
la fe de casi todas las historias. Cuando se interesa la gloria
e la nación propia, apenas se halla un historiador cabalmente
sincero15.
Pero para Feijoo aún existe un defecto peor y más perjudi-cial
que la pasión nacional: el excesivo apego a lo local. Se dis-culpará
la extensión de la cita en atención a su interés para lo
que estamos comentando.
30. Mas la pasión nacional, de que hasta aquí hemos hablado, es
un vicio (si así se puede decir) inocente, en comparación de otra,
15 Ibídem, p. 232.
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que así como más común es también más perniciosa. Hablo de
aquel desordenado afecto que no es relativo al todo de la repú-blica,
sino al propio y particular territorio. No niego que debajo
del nombre de patria no solo se entiende la república, o estado,
cuyos miembros somos, y a quien podemos llamar patria co-mún;
más también la provincia, la diócesis, la ciudad o distrito
donde nace cada uno, y a quien llamaremos patria particular.
Pero así mismo es cierto que no es el amor a la patria, tomada
en este segundo sentido, sino en el primero, el que califican con
ejemplos, persuasiones y apotegmas historiadores, oradores y
filósofos. La patria a quien sacrifican su aliento las armas heroi-cas,
a quien debemos estimar sobre nuestros particulares intere-ses,
la acreedora da todos los obsequios posibles, es aquel cuer-po
de estado donde debajo de un gobierno civil estamos unidos
con la coyunda de las leyes. Así, España es el objeto propio del
amor del español, Francia del francés, Polonia del polaco. Esto
se entiende cuando la transmigración a otro país no los haga
miembros de otro estado; en cuyo caso este debe prevalecer al
país donde nacieron, sobre lo cual haremos abajo una importan-te
advertencia. Las divisiones particulares que se hacen de un
dominio en varias provincias o partidos son muy materiales para
que por ellas se hayan de dividir los corazones.
31. El amor de la patria particular en vez de ser útil a la repú-blica
le es por muchos capítulos nocivo; ya porque induce algu-na
división en los ánimos que debieran estar recíprocamente
unidos, para hacer más firme y constante la sociedad común; ya
porque es un incentivo de guerras civiles y de revueltas contra el
soberano, siempre que considerándose agraviada alguna provin-cia
juzgan los individuos de ella que es obligación superior a
todos los demás respetos el desagravio de la patria ofendida; ya
en fin, porque es un grande estorbo a la recta administración de
justicia en todo género de clases y ministerios.
32. Este último inconveniente es tan común y visible que a nadie
se esconde, y, lo que es peor, ni aun procura esconderse. A cara
descubierta entra esta peste, que llaman paisanismo, a corromper
intenciones, por otra parte muy buenas, en aquellos teatros don-de
se hace distribución de empleos honoríficos o útiles16.
Bien claro es el Padre Maestro, cuyo concepto de nación se
aproxima mucho a aquella idea política de nación a la que nos
referíamos antes y según la cual la nación es el resultado de la
voluntad de sus integrantes. Y por eso afirma que la patria a
16 Ibídem, pp. 237-238.
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quien debemos estimar sobre nuestros particulares intereses es
aquel cuerpo de estado donde debajo de un gobierno civil estamos
unidos con la coyunda de las mismas leyes. Feijoo reconoce que
la provincia, la diócesis, la ciudad o el distrito donde nace cada
uno también forman parte de la patria, pero reprende duramen-te
el apego a esta patria particular, que nunca fue alabado por
los antiguos, y en el que advierte el origen de muchos inconve-nientes,
desórdenes e iniquidades. Y no es el menor de ellos lo
que él mismo llama paisanismo, es decir, el espíritu de paisa-naje,
que consiste en preferir a quien es de nuestra tierra, y por
el mero hecho de serlo, sobre aquel otro que tiene mayores mé-ritos
o mejores cualidades. Naturalmente, este celo por la patria
se justifica en beneficio del bien común, que debe siempre pre-valecer
sobre los intereses particulares. La naturaleza política de
la idea de nación que sostiene Feijoo se halla muy relacionada
con su idea del bien común, y ambas explican su afirmación de
que cuando las circunstancias convierten a los hombres en
miembros de otro estado este debe prevalecer al país donde nacie-ron,
pues nuestras obligaciones no derivan de haber nacido en
una república, sino de que componemos su sociedad.
42. Creo no obstante que en aquellas dos sentencias hay algo de
expresión figurada; pues ni el religioso ni el héroe están exentos
de amar y servir a la república civil, cuyos miembros son, con
preferencia a las demás repúblicas o reinos. Pero también en-tiendo
que esta obligación no se la vincula la república porque
nacimos en su distrito, sino porque componemos su sociedad.
Así, el que legítimamente es transferido a otro dominio distinto
de aquel en que ha nacido y se avecinda en él, contrae, respecto
de aquella república, la misma obligación que antes tenía a la
que le dio cuna, y la debe mirar como patria suya17.
A la verdad, Feijoo solo condena el afecto a lo propio y par-ticular
cuando ello resulta en perjuicio de un tercero; pero cier-tamente
desdeña este sentimiento como si de una debilidad se
tratase, y lo relega al ámbito de lo puramente doméstico o in-fantil,
como se advertirá en este hermoso fragmento.
17 Ibídem, pp. 243-244.
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34. Vuelvo a decir que no condeno algún afecto inocente y mo-derado
al suelo natalicio. Un amor nimiamente tierno es más
propio de mujeres y de niños recién extraídos de otro clima que
de hombres. Por tanto, juzgo que el divino Homero se hu-man[
iz]ó demasiado cuando pintó a Ulises entre los regalos de
Feacia anhelando ver el humo que se levantaba sobre los mon-tes
de su patria Ítaca:
Exoptans oculis surgentem cernere fumum
Natalis terrae.
Es muy pueril esta ternura para el más sabio de los griegos.
Mas, al fin, no hay mucho inconveniente en mirar con ternura
el humo de la patria, como el humo de la patria no ciegue al que
mira. Mírese el humo de la propia tierra; mas, ¡ay Dios!, no se
prefiera ese humo a la luz y resplandor de las extrañas. Esto es
lo que se ve suceder cada día. El que por estar colocado en pues-to
eminente tiene varias provisiones a su arbitrio, apenas halla
sujetos que le cuadren para los empleos sino los de su país18.
Hasta aquí nuestra exposición de las ideas de Feijoo. Se ha-brá
advertido que las posibilidades de una Ilustración en la que
lo local tenga una presencia significativa son escasas. Y esto es
así no solo porque los ilustrados creían en la universalidad de la
razón, que era igual para todos los pueblos, sino porque, al
menos en una primera etapa, su idea de nación era política, y
no cultural, como en el Romanticismo. El lugar de nacimiento
carecía de importancia, lo relevante era la constitución civil, que
amparaba a los individuos en su búsqueda del bien común, lo
cual excluía cualquier particularismo que pudiera perjudicar al
conjunto, al punto de que este apego a lo particular se interpre-ta
como una debilidad personal y como una amenaza política.
Naturalmente, estas ideas irían modificándose a lo largo de la
centuria hasta aproximarse a las propuestas románticas, pero en
1785 todavía podemos encontrar planteamientos cercanos a los
de Feijoo, aunque no tan detallados. Tal es el caso de Juan
Sempere y Guarinos, que en el «Prólogo» del segundo tomo de
su Ensayo de una biblioteca española (1785-1789) niega el inte-rés
de las noticias biográficas de los autores en beneficio del
contenido de las obras, que es, dice, el que más debiera interesar-nos.
Y a continuación afirma lo siguiente:
18 Ibídem, p. 240.
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A todo esto puede añadirse que, en la constitución actual de
España, lejos de ser convenientes aquellas noticias que se echan
de menos en esta obra [noticias biográficas], podrían, por el
contrario, ser perjudiciales. Cualquier hombre de juicio conoce
los daños que causa el espíritu de paisanaje, y el gran influjo que
tiene no solo en los destinos de los sujetos, sino también en el
concepto que se forma acerca de su mérito literario. Un sabio de
nuestra nación se quejaba ya de semejante preocupación [prejui-cio]
a mitad del siglo XVI, atribuyéndolo a la decadencia de la
famosa universidad de Alcalá. Desde entonces no ha disminuido;
y mientras una nación no llegue a consolidar en su seno el espí-ritu
de unidad y de patriotismo, le faltan todavía muchos pasos
que dar en la civilización. No es el mejor medio para extinguir
la rivalidad entre las provincias el referir por menor las patrias
de sus escritores. Antes, acaso, convendría sepultarlas en el olvi-do;
a lo menos por cierto tiempo, y que de ningún hombre de
mérito de nuestra nación se pudiera decir más que es español19.
La cita es reveladora, porque Sempere asocia de tal modo las
ideas de unidad, patriotismo y civilización que no queda lugar
para la duda. Podría argumentarse que tanto Feijoo como
Sempere son representantes de aquella Ilustración oficial o cen-tral,
y que por tanto su testimonio no vale para refutar la exis-tencia
de una supuesta Ilustración periférica o local. Pero enton-ces
estaríamos incurriendo en una petición de principio, puesto
que tomamos la misma hipótesis como prueba de aquello que se
pretende demostrar.
El cambio de mentalidad que se producirá a finales de siglo
quedaría muy bien representado por Antonio de Capmany, que
acaso encarna la transición del pensamiento ilustrado al espíri-tu
romántico. En efecto, en el «Discurso preliminar» publicado
al frente de su Teatro histórico-crítico de la elocuencia española
(1786), Capmany se aproxima a una concepción sustantiva de la
nación, que es identificada con el pueblo, pues el pueblo es lo
real, y en él reside la esencia de lo español. Y si a propósito de
las críticas de los extranjeros Capmany afirma la superioridad
de España sobre las demás naciones, no lo hace apelando a sus
hombres doctos, sino a su pueblo, que es más sabio que el de
los demás países. El máximo exponente de esta sabiduría es el
19 SEMPERE y GUARINOS (1785-1789), tomo II, pp. VIII-IX.
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refranero, una forma de elocuencia popular en la que Capmany
advierte aquella superioridad hispana. No obstante, las ideas de
Capmany sobre el patriotismo se hallan muy próximas a Feijoo.
La ciencia de una nación se podrá hallar en los escritores, en los
profesores, en los que los gobiernan y rigen; pero el carácter
original de su talento se ha de buscar en su pueblo, porque solo
en él la razón y las costumbres son constantes, uniformes y co-munes.
[...] quiere esto decir que las ciencias y las letras son
patrimonio a que todas las naciones tienen igual derecho y dis-posición
para repartírselo sin exclusión de ninguna de ellas. La
historia nos enseña que por todas ellas ha pasado el saber y la
barbarie alternativamente; a muchas volvió el saber, y luego
desapareció sin dejar rastro [...].
[...] los cortesanos y los literatos de todos los países son muy
parecidos, porque todos aprenden en un mismo libro, aunque en
diversa lengua. No sucede lo mismo con el pueblo. [...] examí-nense
las luces tan despabiladas, el tono tan libre y aire tan
desembarazado que se desprende de los ojos, lengua y talante de
estos conciudadanos nuestros, que nosotros solemos llamar bár-baros
porque no queremos entender que el pueblo en los demás
países de Europa es el verdaderamente bárbaro, pues vive aba-tido;
que en muchas partes es casi estúpido; en otras es el ani-mal
más parecido al hombre; y, en algunas, no anda ni obra sino
a palos como los burros20.
Hasta aquí la cita de este extraordinario texto de Capmany.
Queda muy clara la posición de su autor y su originalidad res-pecto
de las ideas, por ejemplo, de Feijoo, que no concebía la
nación en términos objetivos, sino estrictamente políticos, en
tanto que era el resultado de la voluntad de los hombres. Ahora
bien, para Capmany, en quien pervive también aquella otra idea
política de nación, esta es el resultado de la unidad de las volun-tades,
de las leyes, de las costumbres y del idioma que las encie-rra
y mantiene de generación en generación. Así pues, lo esencial
de la patria es su perdurable unidad, que debe imponerse sobre
las diferencias particulares, como se advierte en este fragmento
de una carta enviada a Godoy en 1806 y reproducida luego por
su autor en Centinela contra franceses.
20 CAPMANY Y DE MONPALAU (1786), pp. xcix-cii.
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¿Qué le importaría a un rey tener vasallos si no tuviese nación?
A esta forma no el número de los individuos, sino la unidad de
las voluntades, de las leyes, de las costumbres y del idioma que
las encierra y mantiene de generación en generación. Con esta
consideración, en que pocos han reflexionado, he predicado tan-tas
veces en todos mis escritos y conversaciones contra los que
ayudan a enterrar nuestra lengua con su trato y su ejemplo en
cuanto hablan, escriben y traducen21: mi objeto era más políti-co
que gramatical. Donde no hay nación no hay patria; porque
la palabra país no es más que tierra que sustenta personas y
bestias al mismo tiempo22.
Como puede advertirse, en el texto de Capmany aún no se ha
llegado a la identificación de la nación con su lengua, sino que
esta es la garantía de la unidad de aquella a lo largo del tiem-po.
No podemos afirmar de forma tajante que la concepción de
Capmany fuera totalmente estática, tal y como corresponde al
pensamiento racionalista, pero desde luego aún no hallamos
planteado con claridad el problema de la historicidad. En cual-quier
caso, lo que ahora nos interesa es que ni en el pensamien-to
de Feijoo ni en el de Sempere o Capmany, que representa la
transición al espíritu del nuevo siglo, podemos encontrar una
defensa de lo local, que aparece siempre como algo negativo o
circunstancial. En cambio, se ponderan las ideas de universali-dad
de la razón, unidad, patriotismo y bien común, que suelen
aparecer asociadas. Y en este sentido puede resultar igualmen-te
revelador el testimonio de Viera y Clavijo, que en una carta
del 15 de abril de 1777 cuenta lo siguiente a Juan Antonio de
Urtusáustegui, miembro de la tertulia lagunera de Nava, corres-ponsal
de Viera y colaborador en su Historia de Canarias.
Llega el caso de poder decir a Vm. que remito el tomo tercero de
nuestra Historia, publicado en esta corte desde noviembre, pero
detenido hasta ahora en su marcha por haber faltado los encua-dernadores
a la brevedad que yo quería. Me alegraré encuentre
Vm. en él alguna cosa que merezca su aprobación, y que corres-
21 Capmany se refiere a la corrupción del castellano por imitación del
idioma y las costumbres francesas y por la incorporación de galicismos en las
malas traducciones. Nótese como afirma que el propósito de su defensa del
idioma era más político que gramatical.
22 CAPMANY Y DE MONPALAU (1808), pp. 72-73.
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ponda a lo intrincado y arduo de los asuntos que contiene. Si las
críticas que se hicieren fuesen justas, las miraré como
favor; si fuesen desatinadas, como elogio; sabe Dios que yo
no busco este, sino el servicio de la Patria y el testimonio de la
verdad23.
La idea de poner la historia al servicio de la patria y la ver-dad
no era, ni mucho menos, novedosa. La encontramos ya en
Nicolás Antonio, cuya Censura de historias fabulosas, escrita
según Gregorio Mayans entre 1652 y 1684, empezaba de esta
forma:
Escribo en defensa de la Verdad, de la Patria, del Honor de nues-tra
Nación. El intento es encender una luz a los ojos de las Nacio-nes
Políticas de Europa que claramente les dé a ver los engaños
que ha podido introducir en ella la nueva invención de los Cro-nico[
ne]s de Flavio Dextro y Marco Máximo, y los de Luitprando
y Julián Pérez, con lo demás que se les atribuye, fingidos en el
todo, o en la mayor parte, con sacrílega temeridad. [...] Mi deseo
es restituir en su posesión a la Verdad, y limpiar las historias de
España de la torpeza y fealdad que las desacredita en el juicio de
aquellos que saben pesar cuánto más infaman que ennoblecen
honores falsamente atribuidos y algunos a sus propios y legítimos
dueños injustamente usurpados. Haré en esto la causa de la Ver-dad,
de la Patria, de nuestro Honor, como propuse24.
Esta idea de que las falsificaciones históricas deshonraban a
España la encontraremos en los historiadores críticos, que iden-tifican
el honor nacional con la verdad histórica. Mayans com-partía
la opinión de Nicolás Antonio, cuya Censura editó en
1742 precedida de una biografía del autor, y Feijoo tendría ideas
similares, pues atribuía las falsificaciones históricas a una exce-siva
pasión nacional, como hemos comprobado. Por eso afirma
Viera que no busca el elogio, sino el servicio de la Patria y el tes-timonio
de la verdad. La Patria a la que se refiere, y a cuyo ser-vicio
quiere poner su Historia, es la patria común, y esto es lo
importante para nosotros, pues el ejemplo resulta tanto más
revelador cuanto que se trata de una historia local. Y en este
contexto general la patria se identifica con la nación, como se
23 En FERNÁNDEZ HERNÁNDEZ (2006), p. 103.
24 ANTONIO (1742), p. 1.
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advertirá en el siguiente fragmento, en el que Viera utiliza el
sintagma nuestra tierra para referirse a las Islas. Esta referencia
territorial no carece de interés y relevancia si recordamos las
palabras de Capmany, que afirmaba que donde no hay nación no
hay patria; porque la palabra país no es más que tierra que sus-tenta
personas y bestias al mismo tiempo, según hemos visto. Por
lo demás, resulta sumamente interesante la reflexión de Viera
sobre los males de las Islas:
Las noticias que aquí [Madrid] llegan de nuestra tierra son cada
día más melancólicas. Raro destino el de los canarios. Aislados,
pobres, fieles, laboriosos y castigados de cualquiera. Solo el que
es el primer motor del universo puede dar a esos espíritus el
movimiento rápido que se necesita para poner en práctica los
verdaderos medios de mejorar de suerte y abrirse camino a la
felicidad25.
Y de mismo modo que en Feijoo, Sempere o Capmany, en
Viera la noción de patriotismo aparece vinculada a las ideas de
utilidad, interés y bien común, como él mismo lo expone al fi-nal
del «Prólogo» de sus Noticias de la historia general de las is-las
de Canaria (1772-1783):
Concluyamos, pues, que los isleños han tenido necesidad de una
historia natural y civil, para que sean conocidas en el mundo sus
glorias, sus hazañas, su nobleza, sus servicios, sus talentos, sus
méritos... y que cuando aplico mis arbitrios y débiles fuerzas,
por un patriotismo casi sin ejemplar, a la introducción de este
útil trabajo, solo pretendo promover los verdaderos intereses de
las Canarias, sirviéndolas con el tributo que les deben mis cor-tas
luces26.
Es verdad que a continuación Viera utiliza el término patria
para referirse a las Islas, pero, como veremos en seguida, no la
emplea en un sentido político (y mucho menos cultural), sino
para referirse de forma genérica a los nacidos en Canarias, de
acuerdo con la propia etimología de la palabra. Ciertamente
habla de Canarias como una nación al referirse a la época
25 El texto procede de la carta a Urtusáustegui a la que antes nos hemos
referido, reproducida en FERNÁNDEZ HERNÁNDEZ (2006), p. 104.
26 VIERA Y CLAVIJO (1982), pp. 13-14.
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prehispánica, pero se trata de una nación vencida, y que, por lo
tanto, ha perdido su estatuto de nación, entendido este desde
una perspectiva exclusivamente política. También resulta intere-sante
la referencia final a la utilidad de la historia en el contex-to
del pensamiento ilustrado.
¿Podré lisonjearme de que este primer tomo [el tomo I de la
Historia] tendrá la fuerza de poner en contribución el país,
excitando el celo de mis caros compatriotas para que, por su
parte, concurran a los progresos de la obra con las memorias,
apuntes, monumentos, anécdotas, observaciones, crítica y adver-tencias
con que se hallaren y creyeren a propósito para su per-fección?
El interés es común; y hartas sequedades ha experimen-tado
esta patria en todos tiempos del celo de sus hijos. Poséenlas
unos felices bárbaros antes del siglo XV; pero estos se aver-güenzan,
no atinan o no quieren referir sus historias tradicio-nales
a los conquistadores europeos. Ocúpanlas estos mismos
europeos; pero solo piensan en vencer, exterminar y repartir
el nuevo país, sin acordarse de transmitir en forma a la posteri-dad
la serie circunstanciada de sus propias acciones y de las ha-zañas
de la nación vencida. A estos fundadores de las recientes
repúblicas siguen unos sucesores que pagan con igual indolen-cia
el desprecio que sus mayores hicieron de la curiosidad pú-blica
y de la fama póstuma, para que tengamos también noso-tros
ahora sobrado motivo de quejarnos y lamentarnos de ellos.
¿Y qué sería si, nacidos en un siglo ya más ilustrado y cono-ciendo
todas las utilidades de la historia, nos excusásemos de
derramar algunas luces en medio de las densas tinieblas que la
rodean y tuviésemos el maligno placer de conservarla en su an-tiguo
caos?27
Terminaremos aquí nuestro análisis del estatuto de lo local
en el pensamiento ilustrado, que hemos examinado a partir de
su correlato: la idea de nación. El resultado de tal examen con-tradice
la existencia de una Ilustración periférica o local, pues la
idea ilustrada de nación aparece vinculada a las nociones de
unidad, utilidad, progreso y patriotismo, al tiempo que se im-pugna
todo particularismo, que es interpretado como una ame-naza
a todo lo anterior o, cuando menos, como una debilidad
reprensible.
27 Ibídem, p. 14.
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En realidad, hablar de una Ilustración regional es una con-tradicción
en términos, pues, como afirma John Lynch28, duran-te
el siglo XVII el acúmulo de derechos de propiedad permitió a
la aristocracia monopolizar el poder en la sociedad local y atribu-yó
rasgos feudales a la vida provincial española. Realmente, el lo-calismo
era una herencia de la monarquía federal29 de los Reyes
Católicos que perduró bajo los Austrias. Lo característico del
siglo XVIII es una tendencia a la homogeneización, cohesión,
centralización y fortalecimiento del Estado que en España habría
empezado con los Decretos de Nueva Planta, aunque natural-mente
el proceso no es privativo de nuestro país30. Por eso po-día
afirmar Julián Marías que España nunca ha sido tan unita-ria
y al mismo tiempo tan variada como lo fue durante la
centuria ilustrada31. Pero, ¿cómo se explica esta aparente con-tradicción?
¿Y cómo se explica también el innegable interés de
los ilustrados por (vamos a decirlo así) lo local, tal y como se ad-vierte,
por ejemplo, en la Historia de Canarias de Viera o en la
defensa de los idiomas regionales por Jovellanos, para poner
solo dos ejemplos significativos?
Tales contradicciones se superan si se entiende esa mirada
local como una tendencia que forma parte del propio pensa-miento
ilustrado, y tendremos ocasión de comprobarlo a propó-sito
de quien seguramente es la máxima figura de la Ilustración
en el contexto local de las Islas Canarias: José Viera y Clavijo.
Pero antes es preciso que examinemos otra cuestión muy impor-tante
para nosotros: la idea de cosmopolitismo en el siglo XVIII.
Pues si la reflexión sobre lo local tiene lugar en el contexto de
la discusión sobre las ideas de nación y patriotismo, la reflexión
sobre estas últimas se produce en el ámbito de la discusión
sobre las nociones de cosmopolitismo y universalismo. Por lo
demás, debe advertirse que de esta forma estaremos entrando
en nuestro segundo ámbito de investigación, que corresponde
a la indagación de lo local como contenido del pensamiento
ilustrado.
28 LYNCH (2007), p. 349.
29 La expresión es de CARR (2001), p. 14.
30 GUERRERO LATORRE (2003).
31 MARÍAS (1996), p. 293.
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4. «LO LOCAL» COMO CONTENIDO DEL PENSAMIENTO ILUSTRADO:
EL COSMOPOLITISMO
Como señala Willem Frijhoff32, el cosmopolitismo filosófico
tiene sus orígenes en la Grecia antigua; Sócrates se proclamó
ciudadano del mundo, y Diógenes fue el primero en llamarse
cosmopolita. La idea de cosmopolitismo fue transmitida por la
tradición estoica y los apologetas cristianos y después fue recu-perada
por los humanistas, y dejó una importante huella en el
pensamiento de Erasmo, Moro o Montaigne. Ahora bien, a di-ferencia
del cosmopolitismo erasmiano, el del siglo XVIII se
proclama secular, y alude a una concordia laica, una fraternidad
supranacional al margen de la órbita religiosa. Este cosmopoli-tismo
neohumanista se teñirá de contenidos políticos y alcanza-rá
los proyectos de paz perpetua del abate Saint-Pierre e Imma-nuel
Kant33. Kant llegó a plantear una Idea para una historia
universal en clave cosmopolita (1784), de modo que podría decir-se
que para el pensador alemán el cosmopolitismo era la culmi-nación
de la historia.
Este cosmopolitismo se apoyaba en los medios de difusión
de la República de las Letras: los periódicos y los libros; pero se
distinguía de ella porque sustituía el interés por la erudición por
una mentalidad y una actitud intelectual comunes y universa-listas,
al tiempo que ampliaba su radio de acción (antes limita-do
solo a los sabios) a todos los hombres sin excepción. Final-mente,
debe advertirse también que el universo cosmopolita era
menos exclusivamente masculino que la República de las Letras.
32 En esta breve exposición sobre el cosmopolitismo dieciochesco segui-mos
las ideas de FRIJHOFF (1988).
33 El proyecto de paz perpetua fue detalladamente formulado por Char-les
Irene Castel, abad de Saint-Pierre, en Mémoire pour rendre la paix perpe-tuelle
en Europe (Colonia, 1712). Rousseau retomó la idea y publicó un ex-tracto
y un estudio del texto de Saint-Pierre en Memoire historique [...] où l’on
ait joint Extrait du projet de paix perpétuelle de Mr. l’abbé Sain-Pierre pr.
Rousseau (Ámterdam, 1761).
PIN ALBERTUS (2006) ha señalado que las ideas de Saint-Pierre están en
la base del proceso de construcción de la Unión Europea, y también son un
referente para la sociedad civil trasnacional surgida a partir de la revolución
tecnológica de finales del siglo pasado.
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Naturalmente, el universalismo cosmopolita pronto entraría
en conflicto con las aspiraciones nacionales, y en un primer
momento la existencia de las barreras nacionales fue censurada
por la elite intelectual, pues para ser un buen patriota a menu-do
también era necesario ser enemigo del resto de los hombres,
como señalaba Voltaire. De este modo el cosmopolitismo fue
adquiriendo mayores contenidos políticos.
En la segunda mitad del siglo XVIII, la desconfianza hacia
la política francesa debilitó el ideario cosmopolita, y en torno a
1770 la Aufklärung alemana viró hacia un nacionalismo panale-mán34.
Herder, por ejemplo, suscribe los ideales del cosmopoli-tismo,
pero desconfía de su formulación abstracta, y propone a
cambio un patriotismo cultural concreto, de modo que logra
articular de forma más o menos equilibrada los valores univer-sales
y los patrióticos y nacionales. Hacia 1800 el cosmopolitis-mo
ya era solo un sentimiento, un pensamiento o una aspira-ción
universal, mientras que el amor a la patria era de hecho su
realización concreta. Por lo demás, la misma difusión del estilo
de vida cosmopolita en sectores cada vez más amplios desde
mediados de siglo había contribuido a su debilitamiento hasta
convertirlo en ocasiones en algo de un valor puramente testimo-nial,
en una cáscara vacía, como señala Willem Frijhoff. Estos
cosmopolitas de la segunda generación a veces interpretaban el
cosmopolitismo como un espacio de placer y libertinaje que no
reconocía ley ni moral alguna, y a menudo fueron objeto de la
sátira. Otros autores les opondrán la imagen de los pueblos no
europeos o de los salvajes autóctonos para destacar la esencia
del verdadero cosmopolitismo, que residía más en unos princi-pios
morales comunes que en determinadas costumbres y for-mas
de vida. De este modo, a partir de la década de los ochenta
el cosmopolitismo favoreció la aparición del interés etnológico.
34 HERR (1979), p. 190, ha señalado que la arrogancia intelectual france-sa
sembró las semillas del nacionalismo moderno al mismo tiempo que pre-paraba
la disolución de la mentalidad cosmopolita. En nuestro país, los ata-ques
de Masson de Morvilliers no sólo afectaron a la unidad de los ilustra-dos
españoles y los franceses, sino a la de los propios españoles. Naturalmen-te,
las diferencias irían aumentando a partir de los sucesivos conflictos con
Francia.
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Una vez concluida nuestra apretada y necesariamente super-ficial
síntesis del cosmopolitismo dieciochesco, ¿qué relaciones
podemos establecer con la obra de Viera y Clavijo? Pues resul-tan
manifiestos tanto su interés por lo local como su singular
visión de lo aborigen, que a menudo es contemplado con sim-patía.
Y estas son precisamente las dos cuestiones de las que
nos ocuparemos a continuación.
5. EL EJEMPLO DE VIERA Y CLAVIJO
A PROPÓSITO DE LOS ABORÍGENES CANARIOS
En primer lugar, debemos señalar que el interés de los ilus-trados
por lo local puede tener una finalidad fundamentalmen-te
práctica. Un buen ejemplo de este interés utilitario lo halla-mos
en las reales sociedades económicas de amigos del país,
impulsadas por Campomanes durante la segunda mitad de siglo
para promover el desarrollo local. Las sociedades económicas,
que tenían como propósito el desarrollo económico y cultural de
las regiones, debían fomentar el comercio, la industria y la agri-cultura,
y para ello tenían que favorecer la traducción y publi-cación
de libros extranjeros y la introducción de tratados de
economía política, además de supervisar la enseñanza de los ofi-cios.
Según el ideario reformista, esta recuperación debía co-menzar
por el estudio de la historia, la cultura y los problemas
de cada provincia, y así se explica el interés de los ilustrados por
los dialectos regionales y por la historia local. Naturalmente,
todas estas particulares se hallan presentes en la biografía y en
la obra de Viera y Clavijo, como veremos enseguida.
En efecto, nuestro arcediano fue socio honorario de la Real
Sociedad Económica de Tenerife y miembro destacadísimo de la
Sociedad de Gran Canaria, de la que fue director durante más
de quince años, y cuyas actas desde 1777 hasta 1790 nos dejó
extractadas. Viera redactó para la Sociedad más de veinte me-morias,
en las que se ocupa de temas tan diversos como el aná-lisis
de las aguas medicinales de Teror, el aprovechamiento de
las plantas o la mejora de los métodos de explotación. Y a estos
trabajos aún habría que añadir sus numerosas obras didácticas
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y las de carácter científico, entre las que se incluyen los estudios
de la flora canaria, y cuya culminación es el Diccionario de His-toria
Natural de las Islas Canarias, publicado póstumamente
entre 1866 y 1869 a instancias de la Sociedad Económica de Las
Palmas. E igualmente revelador resulta el Librito de la doctrina
rural para que se aficionen los jóvenes al estudio de la agricultu-ra,
publicado en Las Palmas en 1807. Por lo demás, y finalmen-te,
Viera nos dejó una prueba de su interés por la bibliografía y
la historia literaria insular en la Biblioteca de autores canarios
que añadió al final de su Historia, y en cuyo «Prólogo», por cier-to,
su mismo autor ya nos previene de la utilidad de aquella y
de su patriótico celo en beneficio de Canarias, como ya hemos
comentado.
Así pues, podría afirmarse que en el último cuarto de siglo
las sociedades económicas contribuyeron de forma destacadí-sima
al desarrollo de la conciencia local. Y no solo porque para
alcanzar sus objetivos tenían que revisar la historia y la cultura
local, sino también porque tal revisión requería la creación de
un espacio público de opinión que era al mismo tiempo un re-quisito
y una consecuencia de las reformas. Al promover la dis-cusión
de los problemas y sus posibles soluciones, las socieda-des
económicas estaban contribuyendo localmente y de forma
muy destacada a la creación de estos espacios de opinión, y
probablemente haya sido su aparición lo que ha hecho pensar
a algunos en la existencia de una Ilustración local. Se trata,
empero, de un fenómeno general del propio movimiento ilustra-do,
como puede advertirse en la respuesta de Kant a la pregun-ta
¿Qué es la Ilustración? (Was ist Aufklärung?), planteada en
1784 por la Berliner Monatsschrift, la Revista Mensual de Berlín.
Para Kant, el primer y más importante requisito de la Ilustra-ción
era el uso público de la propia razón en todos los terrenos,
pues solo de esta forma podrían desterrarse los errores y prejui-cios
que esclavizaban al hombre. Este espacio público era el de
la República Literaria, es decir, el de la cultura escrita, de modo
que el futuro del movimiento ilustrado quedaba condicionado a
las posibilidades educativas y expansivas de la República de las
Letras, capaces de crear una esfera pública separada del estado
y válida para toda la sociedad civil, un espacio público genera-
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do a partir de los salones, las tertulias, las academias, las so-ciedades
económicas, las logias masónicas y los periódicos. El
desarrollo de estas nuevas formas de socialización modificó el
estatuto de la profesión literaria, pues durante la centuria
ilustrada tuvo lugar la transformación del hombre de letras de
la República Literaria en el intelectual moderno, creador de
opinión, socialmente comprometido y con crecientes aspiracio-nes
de libertad e independencia. Como podrá suponerse, Viera
es un buen ejemplo de todo ello. Y no solo por su destacadísima
contribución en la Sociedad Económica de Las Palmas, sino
también por su participación en la tertulia lagunera del Mar-qués
de Nava y por sus trabajos periodísticos, que inauguraron
el periodismo en Canarias.
La creación de un espacio público de opinión y el cambio de
estatuto de la profesión literaria están íntimamente relacionados
con la difusión del cosmopolitismo, que supo servirse de los
medios de difusión de la República Literaria, de la que se dis-tinguía
por su universalismo y su carácter no elitista. Pero lo
que ahora nos importa advertir es que fue precisamente esta
cultura universalista la que favoreció el interés etnológico, pues
la difusión del pensamiento cosmopolita en sectores cada vez
más amplios contribuyó a su debilitamiento hasta convertirlo en
ocasiones en algo puramente testimonial. Y como algunos cos-mopolitas
de finales de siglo lo interpretaran como un espacio
de placer y libertinaje, ciertos autores les opondrían la imagen
de los salvajes autóctonos para destacar la esencia del verdade-ro
cosmopolitismo, que residía más en unos principios morales
comunes que en determinadas costumbres y formas de vida. Así
pues, y desde el punto de vista intelectual, la curiosidad etno-lógica
es una respuesta del cosmopolitismo a su propia degra-dación
moral. Y este es precisamente el contexto en el que hay
que interpretar el interés de Viera por lo aborigen, cuestión de
la que nos ocuparemos a continuación y con la que terminare-mos
nuestra exposición.
Para Alejandro Cioranescu35, la teoría y la práctica historio-gráficas
de Viera se distinguen por las siguientes notas. En pri-
35 CIORANESCU (1984), pp. 61-64 y 67-70.
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mer lugar, por la exhaustividad de su búsqueda bibliográfica. En
segundo lugar, por su idea de que la patria de un historiador es
toda la tierra y su verdadero héroe es el género humano36. Final-mente,
porque la clave de su pensamiento histórico reside en su
interpretación de la población aborigen, que no se limita a una
presentación positiva de la cultura del salvaje, según el tópico
rousseauniano del buen salvaje37, sino que lo propone como
modelo. Esta significativa presencia de lo aborigen también ha
sido destacada por Antonio de Béthencourt Massieu38, que rela-ciona
la actitud de Viera con la mentalidad romántica, pues se
muestra solidario con la libertad del canario frente a la intromi-sión
del foráneo. Y a ello añade Béthencourt como notas distin-tivas
de su obra histórica la alta calidad de su prosa, el rechazo
de la erudición histórica y su preferencia por una historia civil
que se interesara no solo por los acontecimientos políticos y
militares, sino también por las instituciones, la religión, la cul-tura,
la economía, la sociedad y la naturaleza, tal y como recla-maba
Jovellanos. Aquella singular presencia de lo aborigen en el
pensamiento histórico de Viera puede advertirse muy bien en el
siguiente fragmento del libro VII de sus Historia de Canarias, en
el que se reflexiona sobre la rendición definitiva de Gran Cana-ria
a las tropas de Pedro de Vera el 29 de abril de 1483.
En lo que no discrepan nuestros mejores anticuarios es acerca
de la época de la última rendición de los canarios a las armas de
Castilla. Esta recomendable nación de hombres aborígenes, va-lientes,
generosos, fieros y celosos de su libertad natural y de la
independencia de su patria; este linaje de héroes atlánticos, que
por tantos siglos había existido incógnito a los que con el bri-llante
nombre de conquistadores mudaban el semblante del
mundo y que estaba como escondido tras los bastidores del tea-tro,
se vio precisado por último a ceder a la fuerza, a perder la
simplicidad de su ideas, a contraer los vicios y pasiones de la
Europa y a desaparecer de la tierra confundiéndose con el resto
de las naciones. El estado de los antiguos canarios era la verda-
36 Según CIORANESCU (ibídem, pp. 62 y 67), Viera sueña la historia de las
Islas como un tercer poema homérico.
37 Como hemos visto en el Prólogo de su Historia, VIERA Y CLAVIJO (1982,
p. 14) llama a los aborígenes felices bárbaros.
38 En VIERA Y CLAVIJO (1991), tomo I, p. 30.
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dera juventud de la especia humana; y mientras ellos se conten-taron
con sus cabañas rústicas y sus cuevas, mientras se ciñeron
a coser con espinas sus tamarcos de pieles, a adornarse con plu-mas
y con conchas de mar, a pintarse los cuerpos con algunos
colores bastos, a defenderse con pedernales y dardos de made-ra,
a cortar con tabonas y piedras afiladas, en una palabra,
mientras fueron bárbaros, vivieron libres, ágiles, sanos, robustos
y felices del modo que es permitido serlo a los mortales. Pero,
luego que la conquista vino a quitarles con la patria este tenor
y régimen de vida sencilla, degeneraron los canarios en una cas-ta
de hombres oscuros [...]39.
Aunque justifica la conquista apelando a la evangelización,
Viera censura el traslado de aborígenes a la Península (a esto
tiraban —dice— todas las máximas de la falsa política de aquel si-glo)
y el reparto de niños canarios entre los colonos, y concluye
de esta forma: En Canaria todo se conquistaba y repartía.
En nuestra opinión, el interés de Viera por lo aborigen po-dría
explicarse en relación con la mentalidad cosmopolita, pues
en efecto, lo aborigen se propone como una respuesta moral a
la degradación del cosmopolitismo y, en definitiva, de la propia
mentalidad ilustrada. Lo cual podría llevarnos a pensar, por cier-to,
que el Romanticismo es en parte una respuesta a la imperio-sa
necesidad de una recuperación moral de la Ilustración, es
decir, una consecuencia de su eventual fracaso. Y acaso pueda
explicarse de esta forma su reivindicación del individuo, que
ahora no parecerá tan distante de aquel pensar por sí mismo
kantiano. En cualquier caso, resulta sintomático que el prime-ro
en mostrar su simpatía por el viejo mundo aborigen haya
sido también el primer europeísta canario, según el calificativo
aplicado por Cioranescu40 a nuestro arcediano, que afirmaba la
pertenencia de Canarias a la cultura europea. Como también
resulta sintomático que quien mejor ha proyectado la realidad
insular en el exterior durante el siglo XVIII haya sido precisa-mente
un hombre cuyo cosmopolitismo está fuera de toda duda.
Acaso el vínculo sentimental de los canarios con lo aborigen
tenga sus orígenes en la Ilustración y, paradójicamente, en la
necesidad de dotar de unos contenidos precisos y concretos a un
39 Ibídem, pp. 202-203.
40 CIORANESCU (1984), pp. 69 y 74.
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universalismo cosmopolita cuyos perfiles comenzaban a desdi-bujarse.
Por encima de las diferencias de usos y costumbres, lo
aborigen canario pudo ser utilizado por Viera como argumento
en favor de la fraternidad universal, y no como un hecho dife-rencial.
El pensamiento ilustrado y el interés etnológico no se
hallan en contradicción, y, cuando se quiera reflexionar sobre la
identidad de lo canario, acaso convenga recordar que Canarias
pocas veces habrá tenido tanta presencia en el exterior como
durante la Ilustración, y que fue precisamente un ilustrado ca-nario
quien inauguró la historiografía moderna de las Islas.
Por lo demás, y finalmente, debe advertirse también que la
difusión del cosmopolitismo está muy relacionada con la apari-ción
del comparatismo a finales de siglo, porque este proponía
un examen de la realidad nacional o local en el contexto de lo
universal. Y no es de extrañar, por tanto, que Viera se haya ser-vido
de él en sus indagaciones lingüísticas.
En efecto, en el primer tomo de su Historia, y tras dedicar
abundantes páginas a la investigación etimológica de los nom-bres
de las siete islas41, Viera dedica un apartado al examen de
las lenguas de los aborígenes. Nuestro arcediano se sirve del
comparatismo tanto para refutar las afirmaciones de Núñez de
la Peña sobre las diferentes lenguas de los aborígenes, como
para demostrar su unidad42. Y en efecto, Viera apela a la seme-janza
fonética y a la comunidad idiomática de aquellas lenguas,
y añade un vocabulario de términos aborígenes como prueba de
su hipótesis.
La opinión de Viera es más importante de lo que a primera
vista pudiera parecer, pues al afirmarse la comunidad de las
lenguas de los aborígenes se está afirmando también su esencial
unidad. Y esta remota unidad lingüística podrá servir durante el
siglo siguiente y mucho después como un argumento de la uni-dad
cultural de las Islas en el debate sobre su identidad y su
historia. Como podrá suponerse, el hecho de que un historiador
ilustrado y cosmopolita haya sido precisamente de los primeros
en mostrar uno de los fundamentos de la identidad canaria vie-ne
a confirmar nuestras tesis. Y también nuestros recelos.
41 VIERA Y CLAVIJO, (1982), pp. 54-75.
42 Ibídem, pp. 128-134.
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