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285 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII. MÁRMOLES ANDALUCES DE SALVADOR ALCARAZ Y VALDÉS EN TENERIFE STUDY NOTES ON THE ART TRADE DURING THE 18TH CENTURY. THE ANDALUSIAN MARBLES OF SALVADOR ALCARAZ Y VALDÉS IN TENERIFE A la memoria de Juan Gómez Luis-Ravelo, investigador e inolvidable maestro Juan Alejandro Lorenzo Lima* Recibido: 28 de mayo de 2011 Aceptado: 9 de septiembre de 2011 Resumen: En este trabajo se estu-dian algunos mármoles que el la-brante gaditano Salvador Alcaraz y Valdés contrató durante la década de 1750 con el fin de contextualizar su valía en un entorno peculiar como las Islas Canarias. Por ello el planteamiento aportado supera la común lectura formal e intenta aproximar dichas realizaciones a una compleja realidad mercantil, en la que adquieren igual validez las advertencias e inquietudes del promotor, el ajuste establecido para su realización, los pagos, el proceso de labra y su envío posterior hasta el Archipiélago. Abstract: In this paper we study some marble pieces produced by Salvador Alcaraz y Valdes in the 1750’s in order to contextualize the value of this work in a region as unique as the Canary Islands. The-refore, the interpretation goes be-yond the usual formal consider-ations to include the complex market realities where equal weight-ing and importance is given to the warnings and concerns of the devel-oper, the arrangements established for the realisation of the piece, the payments made, the process of the sculpture and the eventual transfer to the Islands. * Doctor en Historia de Arte. Departamento de Historia del Arte y Mú-sica. Universidad de Granada. Facultad de Filosofía y Letras. Campus de Car-tuja, s/n. 18071 Granada. Teléfono: +34 958 24 36 18; correo electrónico: jlorenzolima@yahoo.es JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 286 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 2 Como es sabido, la importación de mármoles fue una cons-tante en Canarias a lo largo de las épocas Moderna y Contem-poránea. A las esculturas arribadas en tiempos de la conquista le sucedieron en el tiempo obras que satisfacían una demanda creciente y ajena a los maestros locales, quienes prescindieron habitualmente del trabajo con piedras finas y otros materiales duros como mármol, jaspe y alabastro. La escasez de canteras en las Islas, la imposibilidad de adquirir buenos útiles de labra o las facilidades que ofrecía su contratación en el exterior justi-fican en todo tal circunstancia, aunque durante el Setecientos varios organismos idearon medios para acabar con esa dinámi-ca y potenciar la producción local1. En dicha centuria se ins-criben las piezas que centran este ensayo y con ellas intentaré reflejar las dificultades originadas en la época por muchos en-cargos marmóreos, no exentos de problemas si atendemos al material con que eran realizados, a su alto coste y, sobre todo, al riesgo que implicó su envío hasta el Archipiélago. El hallazgo de un memorial del escultor Salvador Alcaraz y Valdés permite insistir en estas cuestiones, a la vez que plantear aspectos inéditos de su trayectoria profesional en varias ciuda-des de Andalucía2. Los mármoles que contrató para Tenerife no revelan una originalidad extrema, aunque, por el contrario, su existencia confirma la predilección que ciertos comitentes sin- Palabras clave: mármol, encargo, importación, intermediario, Cádiz, Salvador Alcaraz, José Retortillo. Key words: marble, commission, imports, broker, Cádiz, Salvador Alcaraz, José Retortillo. 1 Así lo indica un informe que el pintor Manuel Antonio de la Cruz (1750- 1809) remitió al obispo Martínez de la Plaza con el fin de limitar las impor-taciones foráneas durante la década de 1780. Cf. CALERO RUIZ (1982), p. 31 y CONCEPCIÓN RODRÍGUEZ (1995 a), p. 370. 2 Se encuentra cosido en un amplio legajo que conserva el A.R.E.S.A.P.T.: Fondo Rodríguez Moure [en adelante R.M.] 127 (20/40), fols. 30 r-45 v. Des-pués de su localización pude confirmar que es inventariado por RODRÍGUEZ MESA y MACÍAS HERNÁNDEZ (2000), pp. 287-288; o que ya lo habían citado de un modo indirecto FRAGA GONZÁLEZ (1979), pp. 195-196 y CONCEPCIÓN RODRÍGUEZ (1995 b), pp. 184-185, pero nunca fue transcrito ni analizado en profundidad. 287 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 tieron por los artífices de Andalucía y el acomodo a las circuns-tancias que posibilitaban el comercio artístico durante una épo-ca de profundos cambios en la dinámica seguida por centros u obradores convencionales. No olvidemos que en 1752 acabaría fundándose la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y que ello desembocó en importantes transformaciones para el método de trabajo que habían heredado los escultores e ima-gineros de nuestro país3, algo a lo que no accedió un maestro secundario como Alcaraz ni el entorno en que se concebiría el conjunto de obras que pudo enviar a Canarias antes de 1760. De ahí que lo suscitado a su alrededor responda a una dinámica conservadora y retardataria, alejada, por tanto, de lo que pode-mos estimar como ambiente propicio para la renovación inte-gral de las Artes al ser ésta una aspiración legítima de los aca-démicos y de sus impulsores e ideólogos4. La documentación investigada refiere con detalle el encargo y envío de la pila bautismal del templo matriz de La Laguna, de forma que nos encontramos ante un ejemplo insólito para valo-rar ese tipo de negociaciones bajo los parámetros señalados. Los comentarios que contiene y las «advertencias al maestro» así lo ponen de manifiesto, pese a que la actividad de Alcaraz todavía resulta desconocida en el ámbito andaluz. De la correspon-dencia surgida a raíz de su contratación se deducen también as-pectos vinculados con la importación de otros mármoles, los problemas del traslado y aduana, o la disconformidad de los co-mitentes al recibirlos en Tenerife. Esas circunstancias prueban la excepcionalidad del caso y su interés a la hora de reconstruir los mecanismos que posibilitaban el envío de ciertos enseres o manufacturas textiles, no sin olvidar que las creaciones de esta clase se enmarcan en un periodo de apogeo para la adquisición de piezas foráneas5. 3 Un análisis de conjunto sobre estas cuestiones en CHACARRO BUJANDA (2001). 4 BÉDAT (1989). 5 LORENZO LIMA (2009 a), tomo I, pp. 339-350. 3 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 288 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 1. EL ARTISTA La trayectoria vital y profesional de Salvador Alcaraz y Valdés es un enigma, ya que sus únicas obras conocidas son los mármoles tinerfeños y una intervención puntual en la catedral de Cádiz. Dichos trabajos resultan insuficientes a la hora de establecer juicios genéricos sobre ella e invitan a pensar en un maestro de ciertas cualidades, fiel reproductor de los gustos de la época y cercano al inmueble más importante de la ciudad: su catedral, edificio de larga trayectoria que a mediados del si-glo XVIII experimentaba un nuevo impulso constructivo y veía concluir la decoración de su fachada junto a otras estancias del interior. En esta labor juega un papel determinante el portugués Cayetano de Acosta (1709-1778), quien ya resulta conocido en las Islas por su vinculación con mármoles que exhiben varios inmuebles de La Palma y pudo atender el taller que abrió en esa localidad durante la década de 17406. Los trabajos de Acosta en la seo gaditana sirvieron de acica-te para introducir en su entorno el lenguaje rococó que era di-fundido como estilo cosmopolita y moderno. Tal es así que la historiografía más reciente opta por estudiarlos bajo dichos parámetros, aunque durante ese tiempo, es decir, la fase gadi-tana que se extiende entre 1738 y 1750, atendió también encar-gos destinados al hospitalito de Mujeres (1738-1744), varias de-pendencias de la catedral (1738-1741, 1744-1750), la iglesia conventual de San Francisco, la capilla de la Divina Pastora, complejos residenciales como uno subsistente aún en la calle Ancha, otros organismos de la ciudad y templos emplazados en localidades próximas a la capital como San Fernando y Chicla-na7. Es probable que Alcaraz asimilara rasgos de la nueva esté-tica en relación con estas obras de signo vanguardista, aunque todavía no se ha documentado su nacimiento, la posible forma-ción que recibió en Cádiz o la edad que tenía cuando afrontaba el encargo de las pilas que Retortillo envió a Tenerife antes de 6 HERRERA GARCÍA (2006), pp. 263-285. 7 Véase al respecto ALONSO DE LA SIERRA FERNÁNDEZ (1996), pp. 133-138 y otras referencias en la última monografía que ha publicado PLEGUEZUELO HENÁNDEZ (2007), pp. 51-84. 4 289 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 1760. Dichas limitaciones impiden conocer cuál fue el estilo en que se instruyó desde que era joven o precisar si éste suponía una novedad respecto a los trabajos que pudo emprender en fecha previa, ya que debió ser un oficial medianamente conoci-do antes de que aceptara las peticiones canarias con el beneplá-cito del agente mercantil. De momento, las intervenciones cono-cidas presentan a Alcaraz como especialista en talla o labra ornamental para edificios, dedicación habitual entre muchos maestros de este periodo que aprendieron el oficio de un modo tradicional. Lo que sí sabemos, en cambio, es que tras la marcha de Acosta a Sevilla en 1750 Salvador Alcaraz y Pedro Ruiz Pacheco contrataron el ornato de las columnas y del friso que componen la portada principal de la catedral. La escritura contractual con ambos labrantes se firmó el 6 de octubre de 1753, por lo que debemos suponer que entonces ocuparían el lugar dejado por el artista portugués ante el imparable avance de las obras. Tal y como advirtió Alfonso Pleguezuelo, su labor se distingue de la emprendida antes por Acosta en la misma fachada y en los ac-cesos laterales8 (figs. 1 y 2). En las enjutas, en el entablamento y en la clave de la portada principal se advierte una ornamenta-ción diferente, lejos aún de los motivos que popularizaron maes-tros contemporáneos o de la influencia que ejerció en ellos el trabajo de Acosta. La abundancia de rocallas en el tercio infe-rior de las columnas y en el mismo friso, su disposición abiga-rrada o el equilibrio que confiere el acanalamiento de los fustes demuestra cierta pericia y el acomodo de repertorios novedosos en la época, ya que, por ejemplo, los motivos sinuosos y ciertos elementos de tradición vegetal muestran cercanía a grabados o diseños textiles que debieron difundirse en Cádiz a mediados de siglo. En cualquier caso, sus formas elegantes, la búsqueda de profundidad y la estilización de los tipos ornamentales son ras-gos de una sensibilidad que no evidencian los mármoles remi-tidos por Alcaraz a Tenerife más tarde. Sólo la pila lagunera reproduce estas novedades en el pedículo o soporte, aunque 8 PLEGUEZUELO HERNÁNDEZ (1988), p. 496. De ese dato también dieron noticia ALONSO DE LA SIERRA FERNÁNDEZ y ALONSO DE LA SIERRA FERNÁNDEZ (2005), tomo I, pp. 34-35. 5 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 290 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 FIGURA 1: Fachada (detalle). Catedral de Cádiz, Cádiz. Foto: Juan Alejandro Lorenzo. 6 291 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 sabemos de antemano que obedecen a una imposición de los comitentes y no tanto a la libertad creativa del autor. Poco más se ha publicado sobre la actividad de este artífice, pero es probable que atendiera encargos menores en otros pun-tos de Andalucía cuando mediaba el siglo XVIII. Así parece in-dicarlo su desplazamiento a Málaga en 1759 y la conclusión de la pila lagunera en un taller que abrió momentáneamente en esa ciudad, pese a que desconozcamos aún el éxito que pudo alcan-zar entre los canteros de las provincias orientales9. Las razones que justifican su estancia allí también son imprecisas, si bien al parecer obedecen sólo a circunstancias que determinaron el tra-bajo a desarrollar en un momento dado. El mismo Alcaraz FIGURA 2: Fachada (detalle). Catedral de Cádiz, Cádiz. Foto: Juan Alejandro Lorenzo. 9 No he podido localizarlo entre los muchos labrantes y escultores que trabajaron en Granada durante ese periodo, ni tampoco es citado, por ejem-plo, en el amplio compendio que publicó LLORDÉN (1960). 7 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 292 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 planteaba en 1760 que el viaje fue motivado por la obtención de materiales aptos para la labra, ya que en las proximidades de Cádiz no encontró el mármol con que dar acabado a la pieza contratada desde La Laguna por Pedro José Morbeque. A pro-pósito de esa cita no debe obviarse que los mármoles malague-ños fueron recurridos con frecuencia y que artistas de renombre llegaron a emplearlos en encargos de cierta notoriedad. Así lo ejemplifica el propio Cayetano de Acosta, quien labraría con él la Virgen del Carmen que preside desde 1748 el frontis de un convento carmelita en San Fernando10. Al margen de ese hecho, lo interesante es que la labor de Alcaraz revela una faceta hasta ahora poco resaltada de los maestros andaluces del siglo XVIII: una producción casi indus-trializada o muy convencional que era destinada a la importa-ción. En ella se reinterpretaron modelos novedosos para la épo-ca y permitía adelantar las artes en el espacio donde iban a inscribirse, más aún si tenemos en cuenta que dichos enclaves desconocían los avances experimentados en el entorno donde fueron trabajadas inicialmente11. Si atendemos a esa premisa el caso que nos ocupa es un testimonio peculiar, pues ya es sabi-do que a mediados del Setecientos el Archipiélago careció de maestros que labraran mármol o que sus recursos ornamenta-les no habían sido difundidos aún en el contexto insular de un modo uniforme. No en vano, esa situación confirma la idonei-dad de los encargos o su acomodo a las necesidades y fines con que fueron concebidos por sus comitentes. Por todo ello cues-tiones de índole formal animan a situar en su aspecto un rasgo distintivo, que es valorado con facilidad pero que no permite una diferenciación clara con piezas llegadas desde Italia duran-te el siglo XVIII. De todas formas, la continuidad del trato entre el comercian-te José Retortillo y el artista gaditano deja entrever un vínculo que quizá supere al envío de los mármoles conservados en Ca-narias. En su informe de 1760 Salvador Alcaraz afirmaba que en los años anteriores remitió por mediación de Retortillo tres 10 MARTÍNEZ MONTIEL (1991), pp. 329-344 y PLEGUEZUELO HERNÁNDEZ (2007), pp. 81-82, lám. 7. 11 LORENZO LIMA (2009 a), pp. 339-341. 8 293 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 pilas diferentes «con una vara de diámetro y su pilar», aunque lamenta los perjuicios que la obra lagunera causó al agente mercantil y a sus destinatarios12. Lo interesante es que en ese mismo informe declara haber ejecutado otras piezas para la importación y no tener problemas con ellas pues, según previe-ne, a la hora de calcular sus presupuestos «he procurado no molestar poniéndolo yo de mi casa porque no soy hombre que pido para molestar a nadie»13. Sin embargo, a pesar de los es-fuerzos realizados o de la consulta de abundante bibliografía sobre el tema, nada se sabe del paradero de estas obras y resul-ta difícil identificarlas atendiendo al elevado número de pilas genovesas que todavía conservan al uso muchos templos de las Islas. Sólo avances en la paciente investigación de archivo o la útil comparativa de creaciones entre sí permite avanzar en su estudio y catalogación, al igual que establecer juicios razonables sobre el envío de otros mármoles a Canarias durante el periodo que nos ocupa14. 2. UN EJEMPLO INSÓLITO: LA PILA BAUTISMAL DE LA LAGUNA Uno de los mármoles mejor documentados que existen en la isla de Tenerife es la pila bautismal del templo matriz de La Laguna, cuya apariencia permitirá en un futuro atribuir nuevas obras a un artista enigmático y desconocido como Alcaraz (fig. 3). Sin embargo, como citaba en el epígrafe previo, lo pu-blicado sobre su labor es tan poco que impide profundizar en el análisis de la pieza o emitir hipótesis sobre el alcance de ciertas realizaciones que pudo afrontar antes de mediar el Setecientos. De momento varias razones confirman la notoriedad de este trabajo en el ámbito local, pues al margen de las cualidades que revela se trata de una obra emblemática, atípica e irrepetible. La documentación epistolar que conservamos de su encargo es bastante precisa y aborda con detalle la contratación y todo el 12 A.R.S.E.A.P.T. R.M. 127 (20/40), fols. 42 r-45 v. 13 A.R.S.E.A.P.T. R.M. 127 (20/40), fols. 42 r-45 v. 14 Así lo he expuesto en LORENZO LIMA (2012), partiendo de ideas mani-festadas en este trabajo previo. 9 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 294 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 10 fenómeno importador, aunque en él se dan cita cuestiones que superan la dimensión mercantilista que tanto nos interesa aho-ra. La pila también es resultado de inquietudes personales y de la dedicación de varios personajes al inmueble en que fue ins-talada, ya que sin su empeño y constancia nunca se hubiera formulado el encargo en Cádiz ni la dotación de su baptisterio con una creación aparentemente notable. Es más, el carácter inconformista que los caracterizó nos ha proporcionado un do-cumento de vital importancia para el arte insular: la memoria que el mismo Alcaraz remitió a La Laguna en mayo de 1760, después del revuelo que su trabajo suscitó al ser montado en la parroquia de la Villa de Arriba. De ahí que el proceso descrito en este documento sea inusual y revele circunstancias inauditas para realizaciones andaluzas que conserva el Archipiélago, así como para otros mármoles que cumplen un fin similar en sus templos. Además, la inscripción que su taza ostenta al borde de la taza despeja cualquier duda al respecto: «ESTA PILA SE HIZO A COSTA DE D. MIGUEL DIAS EL AÑO MDCCLIX SIENDO MAYORDOMO DE FÁBRI-CA D. JOSEF MORBEQUE. Alcaraz fecit Cadiz» (fig. 7). Sin abandonar del todo esa premisa, sabemos que los oríge-nes de la obra son anteriores al periodo en que debió producir-se la contratación definitiva con Alcaraz. La idea de contar con una pila nueva pudo ser una aspiración de muchos parroquia-nos a medida que avanzaba el Setecientos, ya que a principios de siglo la pieza previa no mostraba el aspecto idóneo para el uso que venía desempeñando desde al menos la década de 155015. Se trata de una antigua pila de cerámica, un ejemplar de las llamadas «pilas verdes» de origen sevillano cuyo deterioro está constatado de un modo fehaciente en 157716. Lorenzo Santana ha investigado con detalle el tema y en un último estu-dio documentó la existencia de otra realización más, bendecida en abril de 1582 con el propósito de reemplazar a la obra anda-luza. Por ello cabe pensar que la creación de Alcaraz no susti-tuyó a la pila cerámica sino a este tercer ejemplar del que esca-sean más noticias en la documentación de fábrica, si bien la 15 SANTANA RODRÍGUEZ (2002). 16 RODRÍGUEZ MOURE (1915), p. 201. 295 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 11 FIGURA. 3: Pila bautismal. Parroquia de Nuestra Señora de la Concepción, La Laguna. Foto: Juan Alejandro Lorenzo. JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 296 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 anterior se preservó como testimonio histórico e incitaría la tra-dición oral de que fue la primera que tuvo la Concepción como parroquia matriz de Tenerife17. Sea como fuere, lo cierto es que durante la primera mitad del siglo XVIII se dieron ya las con-diciones idóneas para promover la renovación de un enser tan importante entre los fieles del lugar. Las noticias sobre esta medida tampoco son abundantes en los registros contables y tienen un primer testimonio en la ma-yordomía de Pedro José Morbeque durante el periodo 1733- 1738, ya que dicho clérigo invirtió 2.500 reales con el fin de procurar su adquisición en la Península18. Debemos suponer, por tanto, que en este periodo existían las circunstancias favo-rables para ello: el dinero que entregó el donante a modo de li-mosna, la actividad desinteresada de su mayordomía y, sobre todo, la cotidianeidad con que los isleños recurrían a los merca-dos andaluces para importar mercancías inexistentes en el me-dio local. Cada una de estas circunstancias repercutió de algu-na u otra forma en el encargo recibido por Alcaraz antes de 1754, de modo que otras ciudades como Sevilla fueron el desti-no final de peticiones promovidas por el mismo mayordomo y sus colaboradores a mediados de siglo. Los libros de contabili-dad describen la importación de damascos y varios enseres menores entre 1754 y 1761 a cargo del intermediario Lorenzo de la Ascula19, aunque a veces dichos encargos no resultaron tan ventajosos como se preveía. De hecho, el dinero entregado allí a Antonio Lenard para adquirir un órgano tuvo que ser reclama-do con el fin de que la casa Cólogan lo importara finalmente desde Hamburgo en 176920. De este modo la mayordomía cono-ció las ventajas que trajo consigo un contacto directo con el mercado exterior o con sus agentes más notables, algo que tuvo un precedente en épocas anteriores21 y que a lo largo del siglo XVIII implicó a importantes personajes del momento. Así, entre otros, el palmero Pedro Massieu y Monteverde atendió en Sevi- 17 SANTANA RODRÍGUEZ (2008), tomos L-LI, vol. 1, pp. 103-109. 18 F.P.C.L.L.: Libro de cuentas de fábrica (1714-1776), fol. 156 r. 19 F.P.C.L.L.: Libro de cuentas de fábrica (1754-1841), fol. 29 v. 20 F.P.C.L.L.: Libro de cuentas..., fol. 29 v. 21 RODRÍGUEZ MORALES (2002), pp. 1.472-1.481. 12 297 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 lla la petición de enviar a La Laguna un estandarte nuevo para la cofradía de la Concepción radicada en el templo22. Lo expuesto hasta ahora confirma que el encargo de la pila en Andalucía no resultaría tan extraño, aunque en esa dinámi-ca pudo influir la inquietud de su donante o del promotor. Del primero contamos con noticias publicadas por Rodríguez Mou-re, quien desveló su identidad a través de la inscripción presen-te en la propia obra: «SE HIZO A COSTA DE MIGUEL DIAS»23. En efecto, Miguel Díaz Pérez cedió fondos para adquirir una «pila nueva» a principios del siglo XVIII, quizá parte de los 2.500 reales cita-dos en un descargo inicial de la mayordomía. Pero como el cau-dal ofrecido en un primer momento no era suficiente, cabe pensar que antes de morir hiciera entrega de otra suma que había obtenido con esfuerzo mientras residió en América. No obstante, Anchieta y Alarcón apunta que pudo encargarse atendiendo a la rentabilidad sacada a un único envío de 200 pe-sos24. Hay constancia de su fallecimiento en Caracas y de que hizo mención expresa al propósito de adquirir la pila en el tes-tamento que dictó allí durante los primeros meses de 171425. Por ello la pieza no deja de ser un testimonio más de las inquietu-des que sintieron muchos indianos o de la capacidad represen-tativa que le procuraban buenas obras de arte en su tierra de origen. No olvidemos que la pila bautismal adquiría siempre connotaciones especiales entre los bienes de un templo, ya que era elemento distintivo para los fieles e incitaba la relación afectiva del donante con la parroquia donde fue cristianizado. Sin embargo, la diferencia con lo sucedido en otros ejemplos de su mismo tipo es notable, porque en esta ocasión el trámite del encargo no corrió a cargo del donante y sí de los delegados de fábrica que hicieron suya la petición formulada a Cádiz décadas más tarde. 22 LORENZO LIMA (2009 a), tomo I, pp. 345-346. 23 RODRÍGUEZ MOURE (1915), p. 201. 24 «Parece que hay años que [...] mandó de Indias doscientos pesos para una pila y fueron acá aumentando hasta que hubo con qué traerla», B.U.L.L.: Fondo antiguo. Ms 45, tomo I, fol. 242 v. 25 CIORANESCU (1992), tomo I, p. 566. 13 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 298 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 El fallecimiento de Díaz Pérez motivó que fuese el citado Pedro José Morbeque quien atendiera los trámites derivados de su contratación, por lo que él mismo escribe varias cartas al artista y a José de Retortillo con ese fin entre 1754 y 1760. Es más, su nombre figura en la inscripción que ostenta la pila: «SIENDO MAYORDOMO DE FÁBRICA D. PEDRO JOSEF MORBEQUE». Dicho personaje era un clérigo de cierta estima en el seno parroquial, cuyo cometido más notable fue la dedicación a su mayordomía en buena parte del siglo XVIII. Desempeñó esa responsabilidad de un modo activo entre 1733 y 1761, coincidiendo con un pe-riodo de extrema complejidad para la fábrica por un frustrado plan de reconstrucción que él mismo abanderó junto al grupo de beneficiados y religiosos que sirvieron en ella. Por esa razón elevaría diversas quejas a instancias superiores e intentó demos-trar la supremacía del clero avecindado en la Villa de Arriba frente a la parroquia de los Remedios, aunque también estuvo vinculado a ésta y al convento agustino por lazos familiares26. Pedro J. Morbeque era hijo del sargento Leonardo Morbeque de la Mata y de Margarita Grahuysen, dos linajes con cierto estatus en la ciudad que habían tenido su ocupación principal en la actividad comercial y en la carrera eclesiástica. De hecho, él mismo se declaraba heredero espiritual de su tío Cristóbal Morbeque, el beneficiado más antiguo de los Remedios cuando dictó un breve testamento en septiembre de 173627. Al igual que este antecesor hizo de su dedicación al sacerdocio un medio de vida para sí y los suyos, ya que después de que falleciera su padre en junio de 174328 atendió con mimo el patrimonio fami-liar y las atenciones que requerían dos hermanas y su madre antes de que la última muriese inesperadamente en diciem-bre de 175529. Las deudas que declaraba tener al final de su 26 LORENZO LIMA (2010), tomo I, pp. 551-600. 27 A.H.P.T. Pn 950 [e. p. Juan Nicolás de Soria Pimientel], fols. 119 r-125 v (1/09/1736). Falleció el día siguiente porque el beneficio de la Concepción acudió entonces a su entierro. A.H.D.L.L. Fondo parroquial Nuestra Señora de la Concepción, La Laguna. Libro V de entierros, fol. 179 r. 28 F.P.C.L.L. Libro VI de entierros, fols. 147 r y 154 v. 29 F.P.C.L.L. Libro VII de entierros, fols. 31 v-32 r y 34 r. A.H.D.L.L. Fon-do parroquial Santo Domingo/los Remedios. Libro VIII de entierros, fol. 213 r. 14 299 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 vida30 demuestran que supo obtener rendimiento de las posesio-nes heredadas, de inversiones que hizo en el tráfico americano porque varios miembros de su familia estuvieron relacionados con Campeche en las décadas de 1720 y 173031 y, sobre todo, de antiguas capellanías que sirvió con una dedicación abnegada. Es más, durante los años cincuenta se vio obligado a reclamar lo que le correspondía por ellas o a validar su titularidad ante circunstancias adversas32. En palabras que Anchieta y Alarcón le dedicaba en 1760, era «un clérigo como de cincuenta años o algo menos, muy callado, delgadito, que no pienso que nunca habrá peleado con nadie, pero no es necio sino muy formal y de mucha verdad»33. Sus intereses se centraron siempre en torno a la iglesia ma-triz y el convento de San Agustín, puesto que la casa familiar o «de su habitación» se alzaba frente a éste34. Su tío costeaba allí parte de la cera que requirió la festividad de San Agustín y él impuso diversas celebraciones por vía testamentaria, siendo la más notable una misa dedicada al Dulce Nombre de Jesús en los primeros días de enero. Todo ello quedaba gravado sobre propiedades que dejó en herencia a sus hermanas y a la cofra-día de la Inmaculada, con las que debía sufragarse también la fiesta anual de los Desposorios en la parroquia de la Villa de Arriba35. La atención que mostró al culto siempre fue notable y ello despertaría algún que otro recelo entre sus compañeros, por lo que al morir en febrero de 1771 no tuvo un entierro tan so-lemne como esperaban muchos familiares y amigos36. Aún así, en su testamento evidencia una relación estrecha con influyen-tes clérigos de la ciudad como Fernando de San José Fuentes 30 Conocidas por una enumeración que él mismo firma el 22 de febrero de 1771, incluida en A.H.P.T. Pn 319 [e. p. Santiago Antonio Pinedo], fols. 92 r- 92 v. 31 CIORANESCU (1992), tomo II, p. 470 32 Cf. A.H.D.L.L. Fondo histórico diocesano. Legajo 369, documento 3 y legajo 154, documento 7. 33 B.U.L.L. Fondo antiguo. Ms 45, tomo I, fol. 242 v. 34 Anchieta y Alarcón describía en 1760 que «vive frente al convento agus-tino con sus hermanas», B.U.L.L. Fondo antiguo. Ms 45, tomo I, fols. 242 v. 35 A.H.P.T. Pn 319 [e. p. Santiago Antonio Pinedo], fols. 91r-104 v (19/02/1771). 36 F.P.C.L.L. Libro IX de entierros, fols. 56 r-56 v. 15 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 300 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 (1718-1791). Asimismo, señala ciertos legados para el templo a cambio de que la fábrica cediera los ornamentos con que pudo amortajarse, siendo los más notables dos campanillas de plata y algunas pinturas que decoraban las estancias principales de su casa. El comentario sobre ellas es más concreto, por lo que or-dena que después del fallecimiento de sus hermanas «las que estuvieren más decentes» debían entregarse «para el ornato de la sacristía»37. Sorprende que un hombre de formación tan limitada se con-virtiera en obstinado censor del trabajo de Alcaraz, si bien va-rias noticias dejan entrever que poseía cierta sensibilidad y for-mación en cuestiones de arte. Luego veremos que el cargo de mayordomo le obligó a relacionarse con artistas de diverso tipo y ello se advierte en circunstancias que superan su vínculo con la parroquia pues, por ejemplo, en 1771 el pintor Cristóbal Afonso tenía arrendada una vivienda de su propiedad en la ca-lle de Herradores38. Además, la casa familiar estaba decorada con una elevada porción de pinturas, unas «nuevas» y otras «usadas». De ellas, las principales serían tres cuadros que el be-neficiado Cristóbal Morbeque refirió en su testamento de 1736 y representaban a la Inmaculada, a San Agustín y a San Ilde-fonso, citando sobre el último que «en él tiene dicha mi sobri-na doña Josefa setenta y cinco reales en su valor, que costó cien-to y cincuenta que se los dejó el padre fray Miguel Lorenzo su padrino que lo pintó»39. Dichos lienzos son citados luego por Pedro José en el inventario de sus posesiones40, aunque se des-conoce cuál es su paradero actual. Al margen de la anécdota o de la importancia que esa noticia adquiera para el exiguo catá-logo del artista41, su existencia confirma la vinculación familiar de los Morbeque con el convento agustino y, sobre todo, con los 37 A.H.P.T. Pn 319 [e. p. Santiago Antonio Pinedo], fols. 94 v, 95 v. 38 Era un inmueble notable que le pertenecía a medias con los herederos de su tío Pedro Grahuysen, quien la había heredado junto a su madre. Cuando dictó testamento en febrero de 1771, Afonso le adeudaba por alquileres un to-tal de 146 reales. Cf. A.H.P.T. Pn 319 [e. p. Santiago Antonio Pinedo], fol. 97 v. 39 A.H.P.T. Pn 950 [e. p. Juan Nicolás de Soria Pimientel], fol. 122 r. 40 A.H.P.T. Pn 319 [e. p. Santiago Antonio Pinedo], fols. 94 r-94 v. 41 Sobre él véanse RODRÍGUEZ GONZÁLEZ (1986), pp. 263-266 y RODRÍGUEZ MORALES (2004), pp. 416-418. 16 301 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 medios intrincados en que se desarrollaba el arte insular duran-te esa época. Sin embargo, ningún episodio puede compararse a lo sucedido cuando el mismo Pedro José ajustó en Cádiz la hechura de la pila marmórea que tanto necesitaba la parroquia de la Concepción. De este proceso se conocen testimonios inédi-tos hasta ahora, y a la noticia ya referida de sus cuentas debe-mos sumar juicios que contiene la comunicación fluida que mantuvieron comitente y artista durante varios años. La correspondencia es vital para conocer el trabajo que Alcaraz emprendió en su obrador y, aunque no se conservan todas las cartas que he podido constatar, insiste en cuestiones relativas a la ejecución y al procedimiento seguido cuando se encargaban fuera obras de tanto coste. Lástima que la docu-mentación investigada no refiera cuáles fueron los pasos segui-dos a la hora de tramitar un presupuesto inicial de la pieza, ya que entre la partida que contienen los libros de fábrica en 1733- 1738 y la primera misiva de Morbeque dista más de una déca-da. Parece lógico que durante esos años los trámites corrieran a cargo del agente José de Retortillo, a pesar de que su nombre no es referido en los asientos contables de la parroquia hasta la década de 175042. Incluso, cabe la posibilidad de que tantearan su ejecución con otros maestros de Cádiz, si bien en ningún momento se alude a ello ni a la actividad que el propio Retor-tillo o un agente que nos resulta desconocido como Manuel Álvarez pudo emprender en fechas tempranas con el mismo fin. En 1754 aparecen datadas las «advertencias al maestro», indispensables entonces para que Alcaraz conociera en Cádiz las cualidades requeridas y emitiese un presupuesto sobre el traba-jo a afrontar. Este documento es un primer testimonio de las expectativas que manifestó específicamente Morbeque, ya que serían requisito imprescindible a la hora de evaluar la pila mon-tada en La Laguna con posterioridad. De ellas deduzco cuáles eran sus condiciones e intereses, tomando como punto de par-tida un dibujo que sería enviado al intermediario o directamente al artífice. Ese hecho explica que todo quedara ajustado desde 42 Entonces administraba fondos dejados por el arzobispo Pantaleón Álvarez de Abreu para reconstruir la parroquia. Cf. F.P.C.L.L. Libro de cuen-tas de fábrica (1772-1841), fol. 16 r. 17 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 302 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 un principio y que los imprevistos surgidos disgustasen mucho a los patrocinadores, por lo que de entrada exigieron al artista «buena mano» y «todo el primor posible». Las advertencias contemplan cualidades intrínsecas de la pieza, refiriéndose tanto a su componente material como a los rasgos que debía mostrar una vez finalizada. Un aspecto funda-mental para los comitentes insulares era la naturaleza del már-mol, ya que tendría que responder «a la grana más fina que se hallare y de color el más blanco que pudiere ser». Advierten incluso que «si se hallare con algunas manchas coloradas o negras, largas y apartadas unas de otras será de gusto», por lo que parecían conscientes de la dificultad que entrañaba encon-trar material con las calidades exigidas. Queda claro cuál era su preferencia en ese sentido, un hecho que no parece tan insigni-ficante si atendemos a su importancia para obtener como resul-tado un conjunto admirable. Es más, dependiendo del mármol elegido cobraba validez la traza ideada en La Laguna o la peri-cia manifestada por el artista al labrarlo luego43. Esa dinámica confirma una práctica extensible a otras piezas marmóreas pues, por ejemplo, a Italia se mandaron diseños para que maes-tros de allí cincelaran el púlpito de la catedral de La Laguna antes de 176744 o los retablos de Santa Teresa y San Gregorio que la catedral de Las Palmas exhibe todavía en dos capillas laterales45. Tal fue así que dicha condición garantizaba su éxito en las Islas y el reconocimiento que ciertos promotores le dispensarían a posteriori, aun cuando las obras contratadas por esta vía res-pondieron siempre a las expectativas depositadas en el dibujo o diseño preparatorio. Por ello es tan importante la identificación entre los clientes insulares y sus artistas para definir el acaba-do que mostrarían después de ser labradas con materiales no-bles como el mármol de diversa textura o los jaspes de colores. Además, esa cualidad despierta un debate interesante y permi-te calibrar la modernidad que las trazas presentaban en el lugar donde eran materializadas, ya que por lo general los diseños 43 A.R.S.E.A.P.T. R.M. 127 (20/40), fols. 30 r-30 v. 44 HERNÁNDEZ PERERA (1961), pp. 420-438. 45 LORENZO LIMA (2010), tomo I, pp. 324-325. 18 303 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 firmados en el Archipiélago eran retardatarios si los compara-mos con avances experimentados en grandes centros de crea-ción artística, es decir, obradores de Génova o Cádiz que estu-vieron íntimamente relacionados durante la época Moderna. En este caso no se trataría de una representación menor porque en ella existieron citas a sus proporciones a través un módulo de varas contenido en la parte inferior del dibujo, así como vistas de frente y perfil que se relacionaban entre sí por medio de una línea de puntos. Todo ello lleva a pensar que el aspecto imaginado para la pila lagunera no difirió mucho de su apariencia final, de forma que lo relativo a la misma quedaría explicado como tal en el dibujo previo y en las anotaciones que pudo contener. Dicha representación no se conserva en la actualidad y la documenta-ción omite el nombre del autor que debió realizarla en La La-guna, aunque dadas las circunstancias en que se produjo su encargo podrían plantearse los nombres de dos destinatarios para esa labor: el pintor José Rodríguez de la Oliva (1695-1777) o un miembro de la saga de «los brujitos», familia de carpinte-ros que atendió la construcción de varias creaciones lígneas en la parroquia desde principios del siglo XVIII. Del primero cono-cemos más datos, si bien su vinculación con el templo de la Concepción es menor atendiendo al hecho de que no se invo-lucró decisivamente en empresas patrocinadas por los fieles de la Villa de Arriba y de que era un parroquiano muy activo de los Remedios porque llegó a ser su mayordomo de fábrica en un momento dado. Hay constancia de que diseñó varios enseres litúrgicos, alhajas de plata como la custodia de Santo Tomás que ejecutaría un platero del talante de Alonso de Sosa (1693-1766)46 y posiblemente piezas tan notorias como el púlpito de mármol que Pasquale Bocciardo (1719-1790) cincelaba en Génova antes de 176747. Lo que sí sabemos ahora es que el beneficio de la Concepción asistió gratuitamente a su entierro, celebrado en los 46 Estudio de esta obra con bibliografía precedente en PÉREZ MORERA (2009), pp. 234-236. 47 HERNÁNDEZ PERERA (1961), pp. 420-438. Sobre este maestro véase la monografía publicada por FRAGA GONZÁLEZ (1983). 19 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 304 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 Remedios el 28 de noviembre de 177748. En esa actitud podría reflejarse un agradecimiento por servicios prestados con ante-rioridad, quizá por los beneficios que el mismo De la Oliva pro-curó a ambos templos mientras detentaba responsabilidades en el cabildo concejil. El caso de «los brujitos» o de la familia Rodríguez Bermejo es distinto, ya que sus miembros sí eran feligreses de la Concep-ción y atendieron encargos de diverso tipo a lo largo de varias generaciones. Juan sería el autor del púlpito que decora todavía la parroquia, de su sillería del coro y de otros elementos mobi-liares49, mientras que José y Andrés, sus hijos y sucesores, em-prendieron toda clase de trabajos y actividades hasta bien entra-do el siglo XVIII. Muestra inequívoca de su labor sería el trono ya desparecido del Gran Poder de Dios50, aunque avanzada la centuria existen noticias de otras realizaciones suyas en locali-dades del norte como El Sauzal, Buenavista, Los Realejos, Tacoronte, Puerto de la Cruz y La Orotava. Esta hipótesis obtie-ne mayor coherencia si atendemos al trato que dichos maestros mantuvieron con Pedro José Morbeque y a la posibilidad de que el mayordomo interviniese en la definición de una traza consen-suada por todos, práctica que a corto plazo era entendida como testimonio de fiabilidad ante un encargo que ya se gestionaba en Cádiz. Tal circunstancia insiste en el protagonismo otorgado a Juan Rodríguez Bermejo como patriarca de la familia, quien ahora sabemos que colaboró decisivamente en un proceso de reconstrucción coordinado sin éxito por el mismo Morbeque desde 173351. Es más, la pila guarda relación con obras carpinte-riles en su pie o pedículo y nadie mejor que un oficial con ex-periencia para acometer una labor tan compleja como el dise-ño, pues fallecería de edad avanzada al poco tiempo. Juan, «buen tallista que se conoce como el brujito viejo», fue enterra-do en la capilla mayor del inmueble en enero de 1757, por lo 48 F.P.C.L.L. Libro X de entierros, fols. 65 v-66 r. 49 SANTANA RODRÍGUEZ (2003), pp. 1-2. 50 Conocido a través de un dibujo que publicó RODRÍGUEZ MORALES (2005), pp. 9-14. 51 TARQUIS RODRÍGUEZ (1966), p. 403 y LORENZO LIMA (2010), tomo I, pp. 242-243. 20 305 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 que nunca vio la creación de Alcaraz instalada en él ni viviría de lleno el revuelo causado a su alrededor52. Otra hipótesis viene dada por la participación de maestros que mantenían taller en La Laguna, sobre todo porque varios trabajaron de un modo intermitente para la misma mayordomía o para su cofradía sacramental. Así, por ejemplo, personajes como el pintor Domingo Hernández de Quintana (1693-1763) recibieron diversos pagos por actuaciones secundarias antes de mediar el siglo53. Años después el beneficio de la Villa de Arriba acudió gratuitamente al entierro de dicho artista, oficiado en los Remedios el 19 de diciembre de 176354. Sin embargo, en este caso tal circunstancia obedece al trato que los párrocos sostu-vieron con su hermano Francisco y no a los favores que pudie-ran deducirse de un continuo vínculo laboral con el «maestro Domingo». Consta que aquél era un presbítero muy distinguido entre los fieles de la Concepción y que ocupó con solvencia el cargo de sochantre durante bastante tiempo, por lo que recibi-ría varios gestos de agradecimiento cuando falleció en mayo de 176755. Es cierto que ello no revela la cercanía de los hijos de Cristóbal Hernández de Quintana (1651-1725) al diseño de la pila, pero al menos prueba su relación con Morbeque y con la mayordomía de fábrica a mediados del Setecientos. Las condiciones perceptibles en la traza o bosquejo definiti-vo eran un requisito que Alcaraz u otro artista tanteado no po-día obviar tan fácilmente, por lo que en las mismas advertencias se especifica que el elegido debía acomodar «las medidas del perfil y planidad que —escribe Morbeque— remito, midiendo y reconociendo sus tamaños por la vara que está al pie del perfil dividida en cuatro partes». Es más, no estaba autorizado para «variar [...] los huecos conforme en la planidad, de forma que el mayor ha de estar dividido del menor como se muestra en dicho plano sin que se pueda salir el agua que le pusieren, y que el 52 Consta que entonces «era vecino de la calle de Chaves» y que «no tes-tó por ser pobre», aunque la fábrica cubrió todos los gastos de su entierro y posterior oficio de honras. Cf. F.P.C.L.L. Libro VII de entierros, fol. 54 r. 53 LORENZO LIMA y ZALBA GONZÁLEZ (2010), p. 395. 54 F.P.C.L.L. Libro VIII de entierros, fol. 101 r. 55 F.P.C.L.L. Libro VIII de entierros, fols. 149 r-150 r. 21 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 306 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 hueco menor tenga un taladro o barreño que ha de pasar por todo el pilar y basa para que se consuma el agua que cayere en dicho hueco». A su vez, el conjunto quedaría rematado con una repisa que sale de la pila con el propósito de contener «dos fi-guras del Bautismo de Cristo nuestro Señor», sobre las que lue-go volveré con detalle. El trabajo de labra dependía también del presupuesto ofre-cido y de los fondos disponibles, puesto que en las mismas ad-vertencias los comitentes preguntaron sobre el costo que podría alcanzar «la pila revestida como va en el dibujo y cuánto llana sin el revestido», es decir, con o sin el ornato de gusto rococó que ostenta en su pedículo. Por ello deduzco que estas solucio-nes u otras pudieron contemplarse en el diseño tinerfeño desde un primer momento, aunque resulta extraño si tenemos en cuenta la cronología de dichas condiciones y el acabado final de la pieza al quedar oranda su soporte con rocallas de gran asime-tría y profundidad. Recordemos que estos motivos eran desco-nocidos en Canarias a mediados de siglo y que no se harían populares entre los artistas isleños hasta la década de 1760, cuando fueron conocidos por la importación de tejidos y obras de todo tipo que llegaban a sus puertos desde el exterior. Sea como fuere, los mayordomos no pedían una sujeción fiel al di-seño previo siempre que se procurara «la mayor hermosura y particularidad de la obra»56. Salvador Alcaraz debió aceptar estas advertencias antes de comprometerse a ejecutar el conjunto pedido por Morbeque, aunque lamentablemente no se conservan las cartas que media-ron entre un primer contacto y la confirmación definitiva del encargo. Al menos hay constancia de una notificación firmada en Cádiz el 2 de julio de 1754 que no he podido localizar, por lo que gracias a una misiva que el mayordomo envió al artista el 16 de agosto de ese año sabemos que Alcaraz ajustó su realiza-ción en un total de «doscientos pesos de a ocho reales de plata por la pila, pilar, gradas y tarima», repitiendo nuevamente la condición expresa de que «el mármol de la pila y pilar ha de ser del mas fino y blanco que se halle». Además, le previene sobre 56 A.R.S.E.A.P.T. R.M. 127 (20/40), fols. 30 r-30 v. Apéndice documental, texto número 1. 22 307 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 errores de cálculo ante el inminente inicio de las obras sobreen-tendiendo que no se había labrado nada aún, así como sobre un envío de dinero que excusó la imposibilidad de llevarlo a Cádiz por carecer de medios en Santa Cruz. Lo atractivo es que en la correspondencia se menciona por única vez al «amigo Manuel Álvarez», quien —aclara el comitente— eligió a dicho artista para su ejecución. La confianza depositada en este personaje que nos resulta desconocido es atractiva y sugiere que la parti-cipación de Retortillo era todavía inexistente, aunque, como quedó dicho más arriba, ese agente mantenía ya contactos con la parroquia lagunera. A la espera de nuevas noticias Morbeque quedaba confiado al saber que el artista «cumplirá con la obra como me lo dice, por ser esto para la iglesia publica»57. Cabe la posibilidad de que los trabajos de labra dieran ini-cio en estos momentos, pero no con la continuidad esperada por los promotores tinerfeños. La tardanza pudo deberse a proble-mas de recepción que tuvo la carta anterior, si bien un apunte marginal del mismo oficio confirma que llegó a Cádiz el 7 de septiembre a bordo de la tartana San Juan Bautista que capita-neaba como siempre el experimentado José Paillet58. Así, ante la duda y los problemas que conllevaba «poner en ejecución la obra de la pila», Morbeque escribió nuevamente a Alcaraz el 19 de agosto de 1755 notificando lo expuesto en el oficio previo, aunque le advierte por tercera vez que si el mármol prescindía de una pureza extrema «no hay nada hecho». Manifiesta asimis-mo los problemas de labra que traían consigo «las molduras y labores como fue en el diseño fuera del gajo», a la vez que ad-mitía «el ajuste de las figuras de Cristo, San Juan y el Espíritu Santo con su reflejo por los cien pesos de ocho riales de plata con sus ojos abiertos y algún perfil de oro, las que será preciso sean a lo menos de tres cuartas de alto pues a la tarima que las ha de recibir me parece que como sube algo más que la pila y de ella sale escarpada se le puede en lo alto volar un poco más 57 A.R.S.E.A.P.T. R.M. 127 (20/40), fols. 36 r-37 r. Apéndice documental, texto número 2. 58 A.R.S.E.A.P.T. R.M. 127 (20/40), fols. 36 r-37 r. Apéndice documental, texto número 2. 23 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 308 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 la meseta sin quitar nada del hueco del agua que ha de ser ca-paz para que lleve nueve arrobas poco más o menos»59. El trabajo continuaría de inmediato en el obrador de Alcaraz y ello desembocó pronto en un enfrentamiento directo entre los implicados por el acuerdo previo, es decir, entre el artista y los promotores. Al no conocer toda la correspondencia intercambia-da entonces entre Cádiz y La Laguna desconocemos en qué se basaron los primeros desajustes, si bien Morbeque escribía a Alcaraz amistosamente el 21 de noviembre de 1756 contándole lo sucedido hasta ese momento. De la lectura de esta carta de-duzco que ya se había iniciado el trato con José de Retortillo60 para procurar luego el envío a la isla, aunque, como veremos más adelante, su actividad no se limitaría a la de un mero trans-portista o delegado mercantil. Le notifica que en Tenerife no existían maestros ejercitados «en cortar mármoles» pero sí «en las piedras toscas de este país», por lo que no habría problemas a la hora de montar la pila y sentar el pavimento llegado con ella a modo de graderío». Es más, añade que «por los enlosados que hacen no lo harán mal y que resultaba necesario mandar de allá los cartabones y limas y el modo como se ha de cortar, pues aquí —informa— en algunas ocasiones que se ha ofrecido para algunas losas lo hacen con un cuchillo como de sierra echando agua y arena». Esta cita de Morbeque es bastante significativa y, a pesar de que tiene fundamento en muchos aspectos, carece de sentido en otros. Es cierto que Canarias no contaba con maestros especia-lizados en labrar mármol, pero ya desde la centuria anterior algunos canteros colocaron sin problemas enlosados y manipu-laron con acierto piedras de apariencia marmórea que proce-dían de Fuerteventura, Génova y el sur peninsular. No en vano, a lo largo del siglo XVIII varios se atrevieron a trabajar con ellas y satisfacer así la demanda local. Éste podría ser el caso de Juan Fernández Torres, quien, por ejemplo, se dice que labró el escu-do y la puerta de la antigua Aduana de Santa Cruz con mármol 59 A.R.S.E.A.P.T. R.M. 127 (20/40), fols. 32 r-33 v. Apéndice documental, texto número 3. 60 Citado siempre como el «señor don José». 24 309 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 llegado en un navío a Tenerife antes de 174261. Sin embargo, por lo que sabemos hasta ahora, la pericia de pedreros como el re-ferido Fernández Torres o Juan Alonso de Taoro62 era un caso aislado entre la totalidad de canteros y escultores isleños. Esa circunstancia no desanimó a Morbeque, quien aprove-chó la ocasión para exigir a Alcaraz que habilitase la obra en «lo breve que se pueda» y que cuando hubiera lugar fuese «man-dando algo para que si sucediere alguna desgracia no se pierda toda». De ello se colige el miedo que ocasionaba el transporte y el embalaje de piezas tan costosas, aunque ya sabemos que lo relativo al envío fue ajustado con Retortillo. No en vano, era partidario de que «las gradas vengan encajonadas» o de otros cambios que propusiera dicho agente con el visto bueno de Alcaraz. La relación entre comitente y artista atravesaba todavía un buen momento, por lo que el mayordomo de fábrica expresó a éste que «no dejaré de hacer alguna diligencia por si hubiere quien mande hacer alguna pila o losa para que se la encarguen a Vm». Aún así, le previene que no había visto «hasta ahora la pila que vino para el lugar de Tacoronte», un trabajo que estu-diaré en próximos trabajos63 e incluyo ahora en la órbita del labrante gaditano a pesar de que entonces le pide información para confirmar «si es de su mano»64. Lo que sí podría cuestio-nar esta referencia es el origen genovés que le supusieron algu-nos investigadores en el pasado65 e invita a relacionarla con noticias posteriores porque, al describir su colocación en el tem-plo durante los primeros meses de 1757, el párroco de Santa Catalina mencionaba que se «mandó fabricar a Cádiz»66. 61 TARQUIS RODRÍGUEZ (1966), pp. 433-434. 62 A quien Anchieta asocia también con la misma obra de la aduana, señalando que «hizo la puerta de la aduana en Santa Cruz de mármol que trajeron en piedras de Lanzarote y él las labró y pulió, y hizo la puerta y armas que están encima». B.U.L.L. Fondo antiguo. Ms 45, tomo I, fol. 241 v. Conviene investigar al respecto y dilucidar la trayectoria profesional de am-bos oficiales, en ocasiones confundida por autores previos. 63 LORENZO LIMA (2012). 64 A.R.S.E.A.P.T. R.M. 127 (20/40), fols. 34 r-35 r. Apéndice documental, texto número 4. 65 CASAS OTERO (1987), p. 94. 66 A.H.D.L.L. Fondo parroquial Santa Catalina, Tacoronte. Libro IX de bautismos (1748-1758), fol. 198 v. 25 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 310 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 Esta aparente cordialidad sería rota de inmediato por la len-titud con que Alcaraz trabajaba en la pila lagunera y el incum-plimiento sistemático de los presupuestos planteados en 1754. Así, en carta escrita a Morbeque el 16 de agosto de 1759, José de Retorillo le previene de que su conclusión era más compleja de lo que se pensaba en principio por varias circunstancias, siendo fundamental la falta de profesionalidad que el artista mostró en todo momento. Informaba entonces que sólo con varias instancias y con sus visitas frecuentes al taller en compa-ñía del capitán Antonio José Eduardo (1718-1788) consiguió que «el oficial encargado de la pila habilite la mayor parte de ella». Dicha cita es de vital importancia por omitir en todo momento el nombre de Alcaraz y por confirmar la participación del mayor de los Eduardo en el encargo y transporte de la pie-za, algo lógico porque su navío Santiago había recalado en Cádiz después de una larga travesía por el Atlántico67. En este sentido cabe recordar que la familia del comerciante tinerfeño mantuvo una estrecha relación con el templo de la Villa de Arri-ba, al ser parroquiana suya y participar activamente en sus cul-tos desde la década de 1710. Por esa razón, al igual que haría luego su hermano Diego Nicolás (1733-1798), Antonio José Eduardo se vinculó a la mayordomía que entonces regentaba Pedro J. Morbeque y a su influyente hermandad del Santísimo. Consta que ingresó en dicho colectivo durante la década de 1750 y que ocuparía el cargo de hermano mayor en 1761, aun-que también fue comisionado para adquirir enseres de plata o atender varias responsabilidades en un momento dado68. Asi-mismo, después de fallecer Morbeque en 1771 acabaría respon-sabilizándose del nuevo proyecto reconstructor que abanderaba con entusiasmo el obispo Servera, por lo que formó parte de la incipiente Sociedad Económica de Amigos del País y entregó un plano con ese fin que la parroquia conserva aún como testimo- 67 Es sabido que el Santiago arribó a Santa Cruz como retorno de un registro que partió desde La Habana el 10 de agosto de 1758. A.G.I. Fondo Indiferente General. Legajo 3.103/1. 68 Anotaciones al respecto en F.P.C.L.L. Libro II de acuerdos de la cofra-día del Santísimo (1699-1783), fols. 117 r, 122 v, 123 v. 26 311 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 nio de su pericia en esta disciplina creativa69. De hecho, también sabemos que en 1776 llegó a presidir la junta de fábrica que procuraba el adelanto de la obra70. Sin necesidad de adelantarnos tanto en el tiempo ni insistir en circunstancias familiares, la vinculación de Antonio José con la pila de Alcaraz resulta significativa por muchas razones. Una de ellas sería la cotidianeidad con que pudo afrontarse su envío hasta Tenerife y la seguridad que reportaba delegar tal opera-ción en un individuo de extrema confianza. De todas formas, al contar con sensibilidad artística y ciertos conocimientos sobre la labra de piedra, Eduardo valoraría in situ que el trabajo em-prendido no se desarrollaba conforme al plan previsto años antes por Morbeque. Tal fue así que después de llegar a Cana-rias informó a los clérigos laguneros sobre ciertas desavenencias que se explican de modo pormenorizado en misivas posteriores, por lo que su opinión sería clave después de tratar directamen-te con el artífice y conocer las condiciones pésimas en que ve-nía trabajando desde 1756. No en vano, de la lectura de una carta de Retortillo deduzco que ambos acudieron con frecuen-cia al taller de Alcaraz para supervisar el proceso de labra. Lás-tima que la documentación no sea más precisa en ese sentido, aunque sí previene sobre algunas circunstancias que desanima-ron de antemano al receloso Pedro J. Morbeque. En dicha mi-siva el agente gaditano le informaba de que el Santiago transpor-taría sólo «los doce cajones que expresa la nota adjunta», faltando aún «las dos efigies del Bautismo y parte de las gradas que espero enviar en primera ocasión». Así se lo hizo saber Alcaraz desde Málaga, «a donde —informa el intermediario— ha pasado por no haber aquí piedra». Intuye que «deben venir en breve», por lo que esperaba a esa ocasión para remitirle 69 Una aproximación a este complejo proceso y a la evolución arquitec-tónica del templo durante el largo siglo XVIII en LORENZO LIMA (2010), tomo I, pp. 551-600, donde son expuestas ideas previas de RUMEU DE ARMAS (1947), tomo III-1, pp. 365-371; TARQUIS RODRÍGUEZ (1966), pp. 403-404 y 407-409 y FRAGA GONZÁLEZ (1976), pp. 19-24. 70 Así consta en la constitución de dicho organismo durante el mes de di-ciembre. A.H.D.L.P. Sección 8, parroquial. Caja «La Laguna», expedientes sin clasificar. 27 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 312 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 cuenta general de su gestión y liquidar la totalidad de los pagos. Cabe suponer que esta situación disgustó mucho en La Laguna, aunque no lo haría menos saber por el mismo Eduardo que dicho artista pedía una gratificación de 300 pesos más respecto a lo ajustado previamente. Ante esa situación José Retortillo es-peraba respuesta de los comitentes tinerfeños, ya que no pudo hacer nada ante las circunstancias que se vivían entonces sin su aprobación o consentimiento71. Los documentos investigados silencian cualquier noticia al respecto y las cartas conocidas no ofrecen más datos hasta que la obra arribó por completo a Tenerife en 1760. Sin embargo, ello no impide que mientras se intercambiara correspondencia epistolar entre Morbeque y Retortillo para ajustar causas pen-dientes como los pagos, la remisión de otros componentes o dificultades derivadas de su recepción en la aduana de Santa Cruz, cuya llegada sí está constatada el 15 de febrero de 1760. Así lo hizo saber el mayordomo de fábrica al artista en una completa notificación que firmaba el 24 de marzo de 1760, don-de le acusa abiertamente de incumplir lo ajustado años antes y de no entregar una pila digna de la estima que los parroquianos habían depositado en ella. Pero mejor comentemos con detalle estas cuestiones. Uno de los altercados se produjo en la aduana tinerfeña el día de su desembarco, ya que las piezas restantes de la obra —esencialmente las esculturas del Bautismo y parte del grade-río— se encajonaron junto a otro trabajo concluido en Málaga por Alcaraz: una cruz votiva que Bartolomé Antonio Montañés esperaba al mismo tiempo en Santa Cruz, de la que me ocupa-ré luego en profundidad. Morbeque aclaraba entonces que como los cajones no vinieron marcados fue preciso «abrirlos todos para formar las gradas de la cruz y saber las que me tocaban». Además, lamenta que con las piezas no hubiera venido el dise-ño original que desconocemos, porque con él acallaría los co-mentarios tan negativos que el conjunto suscitó después de ser montado en la capilla bautismal. Ya era sabido que dichos tra- 71 A.R.S.E.A.P.T. R.M. 127 (20/40), fols. 38 r-39 r. Apéndice documental, texto número 5. 28 313 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 bajos corrieron a cargo del cantero Juan Alonso de Taoro, quien, según apuntes de Anchieta y Alarcón, acometió esa difícil tarea en los primeros días de abril junto a sus peones o mozos de confianza72. A dicho regidor debemos una relación circunstanciada de los esfuerzos acometidos en la parroquia para sentar la pila y la nueva solería marmórea, labor que inicialmente despertó ciertas dudas entre sus ejecutores. Sin embargo, al estar bajo al direc-ción del acreditado Juan Alonso y conocer la pericia que mos-tró al labrar piedras nobles para la aduana santacrucera, pode-mos intuir que dicha actividad no revestiría la complejidad intuida a raíz de los juicios tan precisos de Anchieta. El único problema vino dado por la necesidad de concluir su interven-ción antes del Sábado Santo de ese año, es decir, del 5 de abril de 1760. Así lo ponen de manifiesto sus visitas constantes al templo, de modo que en la mañana del Miércoles Santo vio «ya puesta la pila en la baptisterio [...] que ayer tarde la sentaron» y contempló in situ el modo en que «estaban poniendo las losas del plan [o grada] donde está sentada la pila»73. Su curiosidad al respecto le llevó a anotar en el diario que «las dos grandes [losas] de las cuatro esquinas del pie de la pila, las dos como digo que están contra al ventana las habían puesto ya, y a las once que acabaron a las doce sentaron la otra a su lado de la mano izquierda al entrar por la puerta del baptisterio». De ello cabe deducir la intervención competente del cantero Juan Alonso, a quien calificaba en esos momentos como «maestro pedrero y gran cantero de La Orotava». Por indicación de este oficial debió modificarse el plan pre-visto por Alcaraz para la solería, pues a la hora de sentar el pavimento de mármol no se hizo de forma regular y sí alteran-do la primitiva configuración cuadrangular de sus losas. A ello debieron contribuir ciertos desajustes en la propia obra pues, tal y como notificó Anchieta, le faltaba «un pedacito contra el can-to en que está sentada la pila». De ahí que fuera necesario alte-rar su acabado y disponerlas de un modo cómodo y fácil, quizá 72 TARQUIS RODRÍGUEZ (1966), pp. 366-368. 73 B.U.L.L. Fondo antiguo. Ms 45, tomo I, fol. 241 r. 29 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 314 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 dando cabida a cantería isleña: «las losas que están alrededor en triángulos, una blanca y otra azul sobre el plan donde está sen-tada la pila habían venido en cuadras y en la torre, en la capilla que está delante se serraron en triángulos para hacerle más angosta la dicha orla por el medio de la torre»74. Anchieta acu-dió al templo ese mismo día por la tarde e insistiría luego en la idea previa porque desde la tres de la tarde «estaban sentando el pie de la pila», viendo que tenía «como falto y quebrado el pie [...] que mira a la reja de la ventana [porque] así venía y con un pedacito puesto bien ajustado [que] saltó y han de volver[lo] a poner»75. El Jueves Santo «no trabajaron si no sólo dos hombres que están acabando los triángulos», aunque al día siguiente junto a Juan Alonso «todos prosiguieron por la mañana el acabar el enlosado del pie de la pila, para mañana, sábado santo, hacer en ella la función»76. En efecto, tal y como relataba el propio Anchieta cuando acudió a la parroquia durante la mañana si-guiente, los fieles vieron la torre abierta y «todo el plan de la pila nueva acabada de hacer», así como «al Señor bautizándolo San Juan puesto de remate». Observó también la liturgia orga-nizada a su alrededor, por lo que acabaría describiendo con detalle «la primera función en la pila nueva que se acabó de poner ayer» o una costumbre poco ortodoxa según la cual «mu-chos bebieron agua como otros años cada Sábado Santo»77. Todo lo que rodeaba a la nueva pila era un misterio y nunca fue explicado bien por Morbeque, ya que el propio regidor anotaba en su diario que las habladurías mal intencionadas «dijeron de costo más de seiscientos pesos». No en vano, al tiempo que Anchieta contemplaba la pieza y el boato surgido a su alrededor con motivo de la vigila pascual, «llegó el de Piar78 y habló sobre qué costaría la pila y le dije que no sabía»79. Obviamente, tal 74 B.U.L.L. Fondo antiguo. Ms 45, tomo I, fols. 241 r-241 v. 75 B.U.L.L. Fondo antiguo. Ms 45, tomo I, fol. 242 r. 76 B.U.L.L. Fondo antiguo. Ms 45, tomo I, fol. 242 r. 77 B.U.L.L. Fondo antiguo. Ms 45, tomo I, fols. 239 v-240 r. 78 Acaso el mismo sargento Felipe Piar que cita DE LA GUERRA Y PEÑA (2002), p. 698. 79 B.U.L.L. Fondo antiguo. Ms 45, tomo I, fols. 239 v, 242 v. 30 315 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 silencio incitó muchos comentarios para bien y para mal, hasta el punto de que el mismo relator cuestionaba la voluntad de «quien quitará ésta para poner otra [por]que —explica sutilmen-te— éstas son las cosas del mundo. Que hasta ahora la que qui-taron la tenían por buena y ahora ésta es mejor; a otro le pare-cerá ésta no muy buena y querrá otra mejor»80. La obra despertaba ya un sentimiento doble entre los parro-quianos, tendente al juicio de quien tuvo que contemplarla con o sin formación en cuestiones de arte. La opinión despectiva de Morbeque debió influir en muchos de sus contemporáneos, aun-que la realidad no podía negarse para los detractores del encar-go ni para sus defensores si es que realmente los hubo. Al mar-gen de los «defectos» que presentaba era una creación notable, con amplias dimensiones por disponer de 125 cm en el diáme-tro de la taza y una altura considerable con 129 cm si prescin-dimos de la repisa que sostiene al grupo escultórico como rema-te. Entonces quedó situada sobre la antigua solería y sus gradas de una piedra, con las cuales debemos suponer que la pila ob-tenía cierta unidad y una monumentalidad mayor. Mostraba como ahora exquisita labra en el pedículo o pie, cuya configu-ración a modo de pilar abalaustrado delata el vínculo ya referi-do con conjuntos carpinteriles (fig. 4). Sobre él una amplia taza permitía desarrollar el bautismo sin problemas, por lo que Alcaraz cumplió el requisito de que el agua bendita pasara a un compartimento independiente después de ser impuesta a los neófitos. Al exterior mostraba una configuración gallonada y el desarrollo de las molduras en la parte superior permitió incluir la inscripción ya citada, donde no olvidemos que quedaría de manifiesto el nombre del donante, del mayordomo y del autor. Con ello el artista cumplió otra advertencia de Morbeque, pues-to que sus recomendaciones citaban dicha condición de un modo concreto en 1754: «se ha de poner el letrero según se demuestra en la planidad de esa forma: esta pila la dio Don Miguel Dias, y la mando traer Don Pedro Joseph Morveque sien-do mayordomo de fabrica año de 1754. Alcaraz»81. Sin embar- 80 B.U.L.L. Fondo antiguo. Ms 45, tomo I, fol. 240 r. 81 A.R.S.E.A.P.T. R.M. 127 (20/40), fols. 30 r-30 v. 31 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 316 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 go, como quedaba expuesto más arriba, la inscripción final no reproduce el texto que le fue transmitido a modo de apunte años antes. Los comentarios del mayordomo lagunero dejan entrever que el descontento por la pila fue unánime y que, ante todo, creía necesario contar con la traza «para que lo vieran los inte-resados, porque como Vm dice que se excedió de lo que iba manifestado en él han pensado que yo mandé a buscar una cosa ordinaria; y como aquí se conoce lo bueno y lo que no es tan bueno, añade que no le hacen el que diga que se excedió pues bastante sonrojo he padecido y, aunque me dice que hizo más de lo ajustado, yo le respondo que no ha cumplido con lo que en mis cartas se le pidió». Por ese motivo enumeró al labrante FIGURA 4: Pila bautismal (detalle). Parroquia de Nuestra Señora de la Concepción, La Laguna. Foto: Juan Alejandro Lorenzo. 32 317 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 las faltas que observaba en ella, justificando siempre su parecer con notas de cartas previas y con el único diseño que descono-cemos en la actualidad. Una primera cuestión atañe al mármol empleado para su realización, ya que hasta en tres ocasiones le pidió a Alcaraz que fuera de «la grana mas fina y blancura que se hallara». El artis-ta desobedeció tal recomendación y labró otro «que ha salido muy basto e indecente», a lo que debía añadirse la configura-ción final de la taza con un perfil distinto al estipulado en prin-cipio. El diseño planteaba que ésta debía ser dieciseisava por la perfección de esa forma frente al círculo o al cuadro que mani-festaba en el pie, de modo que, según advierte el responsable de fábrica, el desagrado con su contemplación resultaría extensible a todos los componentes de la obra. Tal y como expone, «en el cuadrado del pilar se para la vista y no rasga a las dos partes de los lados». Además, aclara que «si el exceso está en el follaje no es nuevo por aquí, porque ya lo practican años ha los carpinte-ros, pintores y pedreros», algo que parece incongruente si aten-demos a que los repertorios de gusto rococó no se habían difun-dido aún en el Archipiélago de un modo uniforme. Otro motivo de disputa fueron «las hechuras del Bautismo» que llegaron a la isla en 1760, puesto que no respondían en todo a lo acordado con anterioridad (fig. 4). En las advertencias de 1754 el mismo Morbeque previno que sobre la repisa debía po-nerse una representación exenta del «Bautismo de Nuestro Se-ñor con figuras de a vara, de suerte que el Señor esté de rodi-llas o con uno en la repisa y descansando en el pie con la mejor acción, teniendo hermosura de rostro y cuerpo». Lo mismo po-dría decirse «del señor San Juan y encima una paloma con su luz», por lo que entonces era necesario pedir un presupuesto independiente respecto a la pila82. La documentación conser-vada tampoco describe cuál fue el trámite seguido sobre este particular, pero debemos suponer que el contacto fluido entre artista y comitentes permitió ajustar su hechura conforme a di-rectrices expuestas con anterioridad. Por ese motivo el mayor- 82 A.R.S.E.A.P.T. R.M. 127 (20/40), fols. 30 r-30 v. Apéndice documental, texto número 1. 33 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 318 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 FIGURA 5: Grupo escultórico del Bautismo de Cristo, pila bautismal. Parro-quia de Nuestra Señora de la Concepción, La Laguna. Foto: Juan Alejandro Lorenzo. 34 319 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 domo censuró que su ubicación sobre la repisa era irregular y pedía explicaciones al respecto: «se le encargaron a Vm de tres cuartas y dijo Vm que no tenían cabimiento en el pedestal que las recibía; veo que bastante lugar tenían para hacerse de las di-chas tres cuartas y entonces hermosearían más la figura, al no venir el espíritu santo enlazado con sus reflejos en la misma pieza con los santos y haber mandado un pajarito sin reflejos, a lo que está Vm obligado». Los reproches continúan y pide al artista que le comunicara «cómo se ha de poner y si lo hizo para salir del día debe hacerlo como se ajustó para que se le paguen en lo que se ajustó dicha pieza de las hechuras». A ello habría que sumar los problemas y costes extraordina-rios que ocasionó el traslado del artista a Málaga antes de que concluyera la pila en su totalidad, por lo que desde el puerto de esa ciudad embarcó a Tenerife los elementos restantes del con-junto. Así lo manifiesta Morbeque al censurar «el gran costo de fletes que causó Vm por no haber tenido hecha la obra cuando vino el Santiago habiéndosele encargado y dado el dinero tanto tiempo antes». Dicha queja resultaba lógica en todo, ya que, dadas las circunstancias, la mayordomía tuvo que pagar un do-ble transporte con embarcaciones que zarparon desde Cádiz y Málaga respectivamente. Sobreentiende también que su desfa-chatez rozaba lo absurdo con el elevado precio de los cajones donde la pila fue transportada en ambos trayectos, de modo que el asunto asombró a propios y extraños cuando conocieron la cuenta remitida por Retortillo después del último lote: «y por ultimo el gran costo de los cajones que es lo que más ha escan-dalizado, porque como aquí vienen de las mismas tablas de fue-ra y las de a 4 varas valen cuando más caro un peso de a ocho de plata, y cualquier carpintero hace unos cajones toscos que no necesitaban de unos jables que se hicieron». De ahí que muchos desconocieran en qué gastó tanto dinero para concluir afirman-do que «yo no tengo obligación de pagar la traída de los cajo-nes de Málaga, pues adonde yo ajusté fue en Cádiz y así todo lo que digo en su viveza bien lo conoce Vm, y quisiera me dijera en que había estado el exceso que tanto vocea». El coste del envío era realmente alto y superaba la expectativa inicial de los promotores que quedó cifrada en 420 pesos «puesta en Santa 35 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 320 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 Cruz», por lo que no es de extrañar que Morbeque pidiese a Alcaraz el impago de estos excedentes y recompensara «al señor don José Retortillo en premio de las notificaciones que pasó por querer cumplir como acostumbra en todas las ocasiones que se le han encargado las cosas que están de su mano»83. De este modo concluía el largo memorial de los mayordomos de fábrica, donde se advierte un claro resentimiento de los comitentes y el desconsuelo de los fieles al ver la obra instalada en el baptisterio de la parroquia después de tanta demora. De hecho, su llegada a La Laguna coincide con un período crítico para el templo y su infraestructura arquitectónica, ya que enton-ces se había abortado el plan previo de reconstrucción y falta-ba todavía más de una década para que Antonio J. Eduardo definiera un proyecto nuevo en tiempos del obispo Servera que también fue abocado al fracaso en apenas dos años (1776- 1777)84. Además, como ya se ha planteado, la pila era una vieja aspiración y el resultado final desanimó enormemente a quienes esperaban una obra digna de los fondos invertidos en ella, con cualidades próximas a otras realizaciones de origen italiano que obtuvieron notoriedad en el Archipiélago antes de 1750. En este sentido no debe obviarse que existían referentes próximos como el púlpito de mármoles que la familia Rodríguez Carta obsequió a la parroquia de Santa Cruz en 1736, descrito en un inventario posterior como «una buena alhaja» por sus cualidades materia-les e inmejorable acabado85. El oficio de Morbeque no tardaría mucho en llegar a manos de Alcaraz, aunque al no especificarse desconozco si lo recibió en Málaga o en Cádiz. La segunda opción resulta más probable, ya que el artista remitió desde allí un informe o memoria don-de rebatía una a una las acusaciones previas del clérigo lagu-nero. Su escrito está redactado con orgullo y en ocasiones deja entrever altas dosis de soberbia, algo que pudo enojar aún más 83 A.R.S.E.A.P.T. R.M. 127 (20/40), fols. 40 r-41 v. Apéndice documental, texto número 7. 84 TARQUIS RODRÍGUEZ (1966), pp. 404 y 407-408 y LORENZO LIMA (2010), tomo I, pp. 564-577. 85 A.P.C.S.C. Caja 34. Inventario parroquial de 1748 (legajo suelto), s/f. Es-tudio previo de la pieza en HERNÁNDEZ PERERA (1961), pp. 401-402 36 321 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 a los desdichados mayordomos de la Concepción después de su lectura. En cualquier caso, desconozco cualquier respuesta al mismo y la resolución de cuestiones pendientes como el pago a Retortillo o el reajuste de detalles en el ornato de la pila. Lo más probable es que quedara igual que cuando se montó semanas antes, si bien las indicaciones del propio Alcaraz ayudan a com-prender la génesis de su trabajo y ciertas variaciones que intro-dujo sobre el diseño original. Lo atractivo del caso es que en su argumentación el artista muestra una actitud cambiante, que oscila siempre entre la complacencia y la arrogancia de quien escribe con conocimien-to de causa. No da su brazo a torcer y defiende las acusaciones vertidas por Morbeque sin un fundamento aparente, puesto que de sus palabras se deduce una alta confianza en sí mismo, en el trabajo afrontado antes del último embarque desde Málaga y, sobre todo, en cuestiones que le hacen ostentar cierta superio-ridad frente a los comitentes tinerfeños. De ahí que escude su defensa en la incomprensión y en la poca valoración que el arte alcanzaba en sí mismo, una cuestión que a priori sirve de válvu-la de escape para no reconocer su falta de profesionalidad o el incumplimiento de lo estipulado con el mayordomo lagunero desde 1754. Sin embargo, resulta evidente que ni una ni otra medida responde a una realidad tan maniquea. Alcaraz es bastante claro en su explicación y no se anda con rodeos cuando defiende el aspecto final del conjunto, diferen-ciándose así de las manifestaciones vertidas por los promotores de la Villa de Arriba. Comienza su informe con el propósito de explicar lo sucedido en unas circunstancias atípicas, motivadas sin duda por la premura del envío y por la necesidad de aten-der el encargo tinerfeño con un carácter exclusivo. Justifica pri-mero el tema tan polémico de los cajones, al afirmar que «todos iban marcados a cada uno lo que era». De hecho, advierte que no era «tan ignorante» y que al desembarcarlos en la aduana deberían verse aún «algunas señales o marcas». Quizá éstas se perdieron «el día que se embarcaron en Málaga» cuando «echó Dios agua a cantaros, y como Dios saca lo porvenir quiso orde-narlo así». Ello pudo deberse a las condiciones con que viajaron en el interior del barco hasta el Archipiélago, ya que en el puer- 37 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 322 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 to Alcaraz fue testigo de cómo los cajones se enterraban en sal y funcionaron a modo de lastre para que la embarcación alcan-zara el calado idóneo en su primera travesía por el Mediterrá-neo. Con estas circunstancias excusa cualquier responsabilidad sobre el tema y refiere las medidas que debían adoptase para evitar dicho problema en el futuro, señalando abiertamente que respecto a «los cajones enterrados en sal ya tengo dado satisfac-ción de este reparo y no se haga cargo de las contingencias del tiempo». Más de cerca le tocaban problemas surgidos por la aparien-cia de la pieza, sobre todo en lo relativo a la configuración de su taza. Por ese motivo remitió el diseño que le había enviado Morbeque años antes, de forma que los interesados podrían verlo junto a la pila en La Laguna y advertir «que lo que yo digo no es así, pues ni yo ni Vm tiene la culpa de que el dibujo no manifieste por letra y planta si había de ser redonda o dieci-seisava ». Su conclusión al respecto no puede ser más positiva, puesto que la distinción entre una u otra forma hubiese reper-cutido en su aspecto final al manifestar, por ejemplo, que «en el caso que fuera dieciseisava no lo manifestará más que la mol-dura por razón de los gallones». Ello determinó también la con-figuración de la misma en altura porque «las ochavas eran muchas» y «no se podía distinguir si era redonda u ochavada». De haberse labrado conforme al plan previsto, esa cuestión se advertiría sólo «en la moldura y en la arista de la ochava», aun-que vaticina que el resultado podría mostrar un perfil «muy fuera del regular». En él los gallones se presentarían «como botonaduras a casaca antigua y las letras no fueran de tanto lucimiento como yo lo demuestro en esa planta». Por ese moti-vo concluye expresando a Morbeque que debía dar «las gracias al dibujante que olvidó con acierto, pues —añade sin tapujos— no hay figura mas agradable que la circular». Es evidente que el artista hace una lectura interesada del cambio, amparándose siempre en ideas de belleza y perfección. Pero además se vale de esa circunstancia para demostrar la su-perioridad de su juicio frente a la opinión de los comitentes y artistas insulares, ya que el mismo Morbeque le había comuni-cado en una carta previa la inexistencia de labrantes de mármol 38 323 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 en Canarias: «digo que ni los picapedreros, ni carpinteros, ni pintores no tan solamente no son hombres para hacerlo [traba-jo de la pila con mármol] sino también no lo han visto por el término; la prueba que si allí hay quien la haga, ¿por que se envía acabada y no las piedras en bruto?». Este primer juicio de descalificación queda contrarrestado con críticas que suscitó un aspecto de la organización del conjunto: la separación del cua-dro de abajo —entiéndase base del pedículo— y su relación inar-mónica con la taza o parte superior. «Digo que celebrará boca a boca dar razón y no por letra que el dibujo es cuadrado, el plinto y pedestal con una hoja de talla por esquina y otra en medio [...]. No quiero cansar a Vm en especular por hombres inteligentes que los fiscalicen y verá como es lo que yo digo que sin pasión ni hacer a Vm ni a otro adulación diga a los señores lo que yo digo». De no ser así, la pila se hubiera resentido mu-cho más por cuestiones que atañían de igual modo a la natura-leza del material elegido para la labra. Es consciente de que en cartas previas le pidieron el mármol más fino y blanco que encontrase, al tiempo que no deja de re-conocer que ésa era una medida inviable en muchos aspectos. Con cierta prepotencia explica que él no era «ángel ni diablo que pueda penetrar interiores» para buscarlo, aunque deseaba adquirir uno que simulara «un copo de nieve». Pese a las lectu-ras que suscita un juicio de este calibre, dicha expresión debió ser habitual entre los escultores del siglo XVIII. De ahí que ante la abundante demanda que atendía en un momento dado, el imaginero granadino Torcuato Ruiz del Peral (1708-1773) expre-sara «que no soy ángel, que soy hombre muy limitado»86. De todas formas, Alcaraz previene a los mayordomos laguneros que «en lo descubierto todavía no se ha encontrado mármol blanco sin que tenga algunas vetas azules, porque al de Génova le su-cede lo mismo como lo verá en las losas o en otras piedras que haya ahí [Tenerife], y tiene una falta muy notable que a poco tiempo se pone melado y el de acá [Andalucía] siempre se man-tiene como manifiesta». No contento con ello, defiende su intervención sobre el gru-po del Bautismo que coronaba el conjunto y el trabajo conferi- 86 RODRÍGUEZ DOMINGO (2008), pp. 101-176. 39 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 324 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 do a cada una de sus figuras (fig. 5). Afirma que si «no pasan no les falta mucho para ser un molde de cera que no tiene desper-dicio, y si me hubiera arreglado a su papel como Vm lo puede medir no hubieran sido de ese tamaño y si no la hubiera au-mentado el pedestal y basa donde va el bautismo hubiera pare-cido enano, sin cabeza». El mayor problema radicó en la dispo-sición del «Espíritu Santo encajado con los reflejos en la misma pieza», al ser éste «un pajarito» que no encontraba fácil acomo-do en un grupo de estructuración piramidal. Nuevamente se expresa con una actitud despótica al justificar la solución esgri-mida por último: «yo no entiendo de santos y eso, habiendo hombres allá que lo sepan hacer o remediar la falta que para Vm tenga, porque yo soy muy limitado para decir a Vm como se han de poner las ráfagas y para que el pajarito se vuelva Es-píritu Santo o a ser otro con sus ráfagas y fijarse en el hombro del Señor sin que se vea él; como había hombres inteligentes que lo pusieran hubiera ido puesto, aunque yo no dudaba ni dudo haya quien haga ráfagas y las ponga y lo haga espíritu santo, pues no me faltó mucho para haberlas hecho pero ya veo que sembré en mala tierra y eso de cualquier manera cuesta muy poco [...]». Sobran los comentarios al respecto, pero es interesante cons-tatar que la exposición del escultor aborda ahora un tema com-plejo porque el grupo escultórico no conserva su apariencia pri-mitiva en la actualidad. Ha sido muy maltratado con el paso del tiempo, y algunos elementos desparecieron ya —caso del polé-mico Espíritu Santo— o fueron reemplazados por otros de eje-cución diferente —brazo izquierdo del Bautista, sustituido por una pequeña pieza de madera—. Es probable que lo concernien-te al material sí fuese cumplido, ya que a simple vista se advier-te el empleo de una piedra distinta para su labrado a pesar de que en la actualidad luzca algo manchada por el lógico enveje-cimiento o paso del tiempo. Además, en él queda patente cierto dominio técnico y una composición que no está exenta de inte-rés si atendemos a su volumetría, aun cuando el tratamiento de cada personaje sea diferente. En lo relativo a San Juan prima la adopción de referentes conocidos en su iconografía, por lo que viste un atuendo acorde al relato evangélico y a la ortodoxia 40 325 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 cristiana. En ese hecho muestra semejanza a lo sucedido con la efigie que remata la pila bautismal de Garachico, aunque aquí prima una interpretación más fidedigna del texto bíblico y se otorga una volumetría distinta a la figura. El canon estilizado de ambos personajes es tal que requiere de puntos de apoyo o sos-tén, cuya instalación justifica el autor introduciendo elementos textiles en la parte posterior del conjunto. Mayor elegancia ofrece la figura de Cristo, quien en actitud sumisa recoge sus manos en el pecho y baja la cabeza para re-cibir el agua bautismal. Se trata de una figura interesante, que revela la gestualidad adecuada y condiciones distintivas entre muchos escultores de la época. Sus proporciones delatan anti-guos usos del Manierismo al manifestar elevada estilización de las formas y grandes concesiones al desnudo, limitadas sólo por el corto paño de pureza que cubre la cintura en gesto pudoro-so. Es evidente que con esa cualidad el artista recurre a constan-tes conocidas en su entorno, pero al margen de los recursos representativos manifiesta dominio técnico y ciertas aptitudes para abordar la representación humana que eran desconocidas hasta ahora. Además, hace gala de ello al introducir novedades como la textura del mármol en diversos acabados y un movi-miento de claro matiz desequilibrante que acentúa el personaje que nos ocupa de Cristo, cuya apariencia condiciona un elegan-te e inusual contraposto dada su ubicación original. La nota distintiva la ofrece Alcaraz en su memorial cuando manifiesta que el punto de partida para su composición se encuentra en una obra previa de Alonso Cano (1601-1667), algo ignorado también hasta el momento. De ahí que cite textualmente «al racionero Cano que fue el asombro de la pintura», afirmando sobre el grupo tinerfeño que «es dibujo suyo». Dicha condición otorga un interés mayor a la pieza, pero resulta imposible saber cuál fue el dibujo o modelo que el labrante recurrió en un mo-mento dado porque lo conocido de Cano sobre esa faceta creativa es bastante limitado en la actualidad87. Las alternativas ante un antecedente canesco vienen dadas por dos dibujos que se atribuyen en la actualidad al maestro, 87 Sobre los dibujos del artista granadino véanse las últimas contribucio-nes que contiene AA.VV. (2001). 41 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 326 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 uno conservado en el Ashmolean Museum de Oxford y otro más cercano a las efigies laguneras en The Apelles Collection de Londres88. El último es bastante notable y, aunque antes se es-timó como obra de Pedro Atanasio Bocanegra (1638-1689)89, ciertas condiciones plantean una similitud extensible a detalles menores como la disposición genuflexa de Cristo, su volumetría, la actitud que manifiesta ante el prodigio y la extensión del bra-zo derecho del Bautista (fig. 6). Otras, sin embargo, difieren no-tablemente y plantean la posibilidad de que el dibujo o repre-sentación elegida por Alcaraz fuera una variante perdida sobre el ejemplar londinense90. Es más, no sabemos siquiera si ese u otro referente similar sería conocido por el labrante en Cádiz o Málaga, aunque al menos hay constancia de que el grupo fue esculpido en la segunda ciudad con no pocas incomodidades. Al margen de ello, lo interesante es que obras de este tipo ponen de relieve la vigencia de la estética canesca en un contexto dis-tante de la escuela granadina porque sus presupuestos fueron estimados allí hasta finales del siglo XIX. Málaga era en esos momentos una ciudad con cierto esplendor en lo relativo a las artes, abierta a la experimentación que incitaban lienzos previos de Cano91 o a la reformulación que Pedro de Mena (1628-1688) hizo de sus esculturas y modelos a posteriori. Por ese motivo no es casual que en la realización tinerfeña se adviertan caracterís-ticas comunes a representaciones dibujadas del mismo Alonso Cano, cuyo alcance significó con tanto acierto el profesor Pérez Sánchez92. De ahí la validez de cuestiones planteadas antes como la concepción tan personal del desnudo y un tipo de be-lleza que recuerda obras del pasado manierista, salvando, eso sí, 88 Reproducidos en AA.VV. (2001), pp. 30, 117. 89 VÉLIZ (1998), núm. 103. 90 Se trata de una pluma y aguada de tinta parda sobre papel verjurado, que mide 200 x 150 mm. Su origen es incierto y en la parte inferior izquier-da muestra una firma apócrifa donde puede leerse con facilidad «Alonso Cano». Se supone que ingresó en The Apelles Collection proveniente de la colección Stirling-Maxwell, Keir. Cf. AA.VV. (2001), p. 117, núm. 5. 91 Sobre todo la importante Virgen del Rosario que preside ahora una capilla de su catedral. Comentarios sobre ella con bibliografía precedente en CAMACHO MARTÍNEZ (2002), pp. 426-427. 92 PÉREZ SÁNCHEZ (1986), pp. 216-226 y (2002), pp. 133-143. 42 327 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 FIGURA 6: El Bautismo de Cristo. The Apelles Collection, Londres. Foto: Museo del Prado, Madrid. 43 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 328 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 la frontera que imponen las distancias, el tiempo y la poca crea-tividad del maestro contratado por Morbeque. Sólo Alcaraz era consciente de estas condiciones y del esfuer-zo que implicaba labrar unas esculturas que apenas superan los 50 cm, por lo que no duda al enumerar otras desventajas que le produjo una dedicación exclusiva a la pila lagunera. Reprocha excesos cometidos con ella y lo notifica en una cita extensa, sorprendente otra vez por su franqueza: «Y para que Vm vea y esos señores que me he excedido diré que mi obligación es dos gradas y la solería o manta como un patio de posada con pedazos chicos y grandes o como la hubiera po-dido cuajar el pedestal cuadrado, con una hoja por esquina y otra en medio y lo mismo la repisa en donde va o descansa la pila y las figuras sobre el pedestal de media cuarta de alta sobre la superficie de la pila y encima el Bautismo. Ahora voy a satis-facer a Vm para que satisfaga a esos señores y digo lo primero que le envío una grada más por si quiere desanchar más la so-lería [...]=. Lo segundo que es preciso que crea que si yo hubie-ra enviado las gradas de pedazos me hubiera costado menos, y hubiera aprovechado el retal que no me sirve y entonces hubie-ra salido más utilizado y no fuera entonces mi pérdida tan gran-de=. Tercero las losas para la solería según se lo explique al se-ñor don Antonio Eduardo=. Cuarto el pedestal aboquillado des-de la escocia y va a respirar en una luneta y todo tallado como se habrá visto que mientras se talló el pedestal se podía haber hecho toda la talla siendo cuadrado, otro punto mas principal que va de dos piezas=. Quinto el pedestal y basa en donde va el bautismo que no es de mi obligación excepto el bautismo». Esta relación tan detallada prueba la frustración que vivió el artista al conocer el malestar de los promotores laguneros y, aunque en principio se limita a aspectos técnicos o a señalar su dedicación en cuestiones fuera de contrato, es bastante indica-tiva del interés generado por la obra. En ese sentido, no debe-mos olvidar que un éxito le reportaría nuevos encargos desde Tenerife, ya que para ello contaba con el apoyo incondicional de Morbeque. El mayordomo lo manifestó así en un primer mo-mento y, como se apuntó más arriba, en carta escrita en no-viembre de 1756 le expresaba su voluntad de «hacer alguna di-ligencia por si hubiere quien mande hacer alguna pila o losa 44 329 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 para que se la encarguen a Vm»93. Lástima que la documenta-ción sea tan deficitaria y no podamos conocer el grado exacto de implicación entre artista y comitente en momentos previos al envío, si bien resulta lógico que los patrocinadores laguneros desaconsejaran cualquier contratación con este maestro después de montar su pila en Tenerife. Las continuas alteraciones de la parroquia de la Concepción y los cambios de pavimento que ha experimentado el baptiste-rio nos impiden conocer cuál era la apariencia de las gradas de mármol que Alcaraz labró en Málaga, aunque si atendemos a su explicación y a los apuntes ya planteados de Anchieta podrían deducirse cuestiones significativas. La más notable sería su tra-bajo en un único bloque de piedra, quizá para conferir unidad al conjunto y no descontentar a sus promotores. Se trataba de cuestiones importantes que el mismo artista debió comunicar personalmente a Antonio José Eduardo, a pesar de que no son explicadas como tal en su largo informe. Cabe suponer que di-chos «excesos» se limitaron sólo a las losas del pavimento, pero la presencia de Retortillo y Eduardo en Cádiz despierta interés a la hora de evaluar el trato del maestro con sus promotores. Recordemos que ambos transmitían noticias de su adelanto y cualidades a Morbeque, el primero a través de cartas —sólo se conserva una, ya citada antes— y el segundo cuando retornó en su navío a Tenerife con parte de la pila. Los intentos de Alcaraz para contentar a los demandantes de la obra eran pocos y se vislumbraba ya una postura irreconciliable, algo que desembo-caría en un estrepitoso fracaso y —lo que era peor aún— en la pérdida de confianza por parte de los promotores canarios. Algo de esto se deja ver cuando el artista lamenta la situa-ción en un doble juego de expresiones, volviendo a mostrarse complaciente y soberbio en lo referido a su labor. Pero sí resul-ta significativo su pesar por la gestión de Retortillo, a quien describe como el más perjudicado de la situación atendiendo a «las mortificaciones que ha tenido». Sin embargo, plantea al mismo tiempo que «cuantas obras he hecho por mano de dicho Señor y de otro cualquiera he procurado no molestar poniéndo- 93 A.R.S.E.A.P.T. R.M. 127 (20/40), fols. 34 r-35 r. 45 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 330 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 lo yo de mi casa porque no soy hombre que pido para molestar a nadie y será ocioso decir haber yo molestado a dicho señor». Queda clara la vinculación entre ambos y la estimación de los mármoles como producto de mercado, por lo que con gran as-tucia el mismo Alcaraz recuerda la cuestión económica y su deseo de no desagradar a nadie. De ahí que se dirija a Morbeque diciendo: «Señor mío, yo quisiera poder satisfacer a Vm boca a boca y que supiera lo que cuesta el ponerlo en semejante pasaje como le he puesto; que si se ha tardado [se entiende el envío] no ha sido cul-pa mía por causa del contratiempo de la mar, pues bien puede estar entendido que he puesto de mi casa más de cuatrocientos pesos en su obra que Vm [...]; y por fin de todo [...] perdone mi atrevimiento y mande a su servidor que si yo he errado es de hom-bres porque esto no es para escrito y yo celebraré el haberme emborrachado y haber ido a sentarle [la pila], aunque no me lo hubiera pagado solo por contemplar a Vm y dejarlo gustoso con palabras y obras que ya considero que aunque más lágrimas deis». El último atisbo de sinceridad resulta a la vez oportuno e inquietante, ya que era un medio que el artífice debía emplear para conseguir popularidad ante un contexto desfavorable si quería concertar otros trabajos en la isla de Tenerife. Conscien-te de que eso era ya inviable, no le quedó más remedio que con-cluir su informe describiendo de nuevo las bondades de la pila y su validez por lo rentable de la inversión económica: «(...) y para que Vm sepa lo que tiene y lo que vale ahora poco se han llevado tres pilas, una grande y otras dos de tres cuartas que las ha hecho un amigo que yo he tenido en algún tiempo y por la grande le han dado ciento y treinta pesos sin más ni más que lisa ni más que un pedestal y pila si Vm tiene consideración los dos mares y pedestal de la de Vm tiene mas trabajo y para acabar de remachar venga en conocimiento de lo mismo que yo digo y por las dos de de tres cuartas le han dado cuento y cua-renta= y las tres pilas que yo remití en años pasados por medio del señor don José Retorillo de una vara de diámetro y su pilar hice cada una en cincuenta pesos, puede Vm, sino las ha visto, ver unas y otras a ver cual le parecen más bien»94. 94 A.R.S.E.A.P.T. R.M. 127 (20/40), fols. 42 r-45 v. 46 331 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 La documentación investigada silencia cualquier noticia so-bre el término de este trámite y deja abierta la posibilidad de que tanto Morbeque como Alcaraz intercambiaran otras cartas que desconocemos. Asimismo, queda por probar el pago pen-diente de Retortillo y las excusas que los mayordomos laguneros dieron a los miembros más notables de la feligresía cuando con-templaron la pila en la parroquia, sobre todo porque ya es sa-bido que fue bendecida semanas antes coincidiendo con los cultos de la Semana Santa. Sorprende que a pesar de las dificul-tades que entrañó su pago y montaje los párrocos dejaran cons-tancia de datos importantes en el correspondiente libro de bau-tismos, donde existe al menos una anotación explícita sobre dicho acontecimiento: «Hoy Sábado Santo, que se cuentan cinco de abril de este año de mil setecientos y sesenta, se estrenó la pila bautismal de mármol, que fue hecha en Cádiz por el maestro Alcaraz, siendo mayordomo de fábrica de esta parroquial don Pedro José Mor-veque presbítero, y hizo la bendición del agua el señor don Gaspar Gabriel Estévez Gorvalán, venerable beneficiado de esta dicha iglesia y examinador sinodal de este obispado, y el prime-ro que en ella se bautiza es el de la partida siguiente [correspon-diente el día 8 de abril a Juana Brígida, hija de Francisco Ramos y Catalina de Acosta]»95. Hasta dicha ceremonia despertaría recelo entre los parro-quianos pudientes pues, tal y como escribió Anchieta y Alarcón en su diario, durante la Semana Santa los clérigos debatieron mucho sobre la identidad de quién iba a ser el primer bautiza-do en la pila. A esta discusión no eran ajenos el mismo regidor y otros vecinos de la Villa de Arriba, de forma que el propio Anchieta expresó la idea de que «si era pobre» él se presentaba a la ceremonia como padrino. El ofrecimiento desembocaría luego en un tímido enfrentamiento con el también influyente Juan Porlier, por lo que —al decir de Anchieta— «desde que me lo oyó quiere él serlo y sea quien fuere ya no me da cuidado»96. A estas alturas ése era ya un mal menor, aunque la actitud beli- 95 F.P.C.L.L. Libro XX de bautismos, fols. 74 r-74 v. 96 B.U.L.L. Fondo antiguo. Ms 45, tomo I, fol. 240 v. 47 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 332 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 cosa del apacible Pedro J. Morbeque tuvo pocas oportunidades más de manifestarse en relación con la pila. No en vano, con esta función sacramental se puso punto y final a un debate que prolongaría en el tiempo la respuesta de Alcaraz, puesto que la carta previa de Morbeque está datada unos días antes de que se produjera la bendición del conjunto marmóreo. El paso del tiempo hizo que los fieles olvidaran los problemas que suscitó su contrata y envío, aunque lo relativo a la identidad del labran-te ha pervivido en la conciencia colectiva porque Alcaraz puso su nombre en la inscripción que ostenta el borde la taza o copa: «Alcaraz Cadiz fecit» (fig. 7). Queda suficientemente claro que la pila escondía intereses para los implicados en la contratación años antes, de forma que su éxito y fracaso, los pocos aciertos y las muchas desventajas, no fueron tan positivas para ambas partes ni le reportaron las satisfacciones esperadas en un primer momento. FIGURA 7: Pila bautismal (detalle). Parroquia de Nuestra Señora de la Con-cepción, La Laguna. Foto: Juan Alejandro Lorenzo. 48 333 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 3. LA CRUZ DE BARTOLOMÉ ANTONIO MONTAÑÉS, UN MONUMENTO DE CARÁCTER PÚBLICO Los mármoles que Alcaraz envió a Tenerife no tuvieron siempre uso litúrgico o sacramental, puesto que ya era conoci-da su participación en al menos una obra que tuvo fin público después de arribar a la isla. El único referente conocido de esa dinámica es la cruz votiva que el comerciante Bartolomé Anto-nio Montañés costeó con el fin de situarla en un extremo de la antigua plaza de la Candelaria, espacio de máximo interés para la influyente sociedad santacrucera (fig. 8). Los motivos que ex-plican este encargo son múltiples y el hecho de que se haya re-mitido desde Málaga al mismo tiempo que la pila bautismal demuestra la viabilidad de su encargo, por lo que cabe suponer que el responsable de formalizar la contratación en Cádiz fue también José de Retortillo. Abunda en ello el hecho de que co-mitente e intermediario mantuvieron una estrecha relación de amistad, cuyo fin último no era siempre la gestión comercial o el envío de mercancías hasta los puertos del Archipiélago. Mon-tañés supo ganar el favor de personajes que se relacionaron con dicho entorno como el obispo Francisco J. Delgado y Venegas, a quien el tinerfeño cita en la correspondencia íntima con el so-brenombre de «mi amigo». Los dos emprendieron obras de ca-ridad para dar ejemplo a la ciudadanía y, después de que el pre-lado fuera destinado a Sigüenza en 1769, se encargó de recoger en la aduana de Santa Cruz plata cordobesa que había ofrecido a varias parroquias de la isla97. Sin embargo, las noticias que refieren ese tipo de negocios o su aceptación en el contexto lo-cal todavía resultan escasas. Muchas de estas circunstancias son extensibles a la cruz marmórea que nos ocupa, cuya autoría y donante se conocen bien por la inscripción que ostenta al pie: «A DEVOCIÓN Y EXPEN-SAS DE DN BARTHOLOMÉ ANTONIO MÉNDEZ MONTAÑEZ CAPITÁN DE FORASTE-ROS Y SÍNDICO PERSONERO DE ESTE PUERTO DE SANTA CRUZ DE THENERIFE AÑO DE 1759. Salvador de Alcaraz f.» (fig. 9). Su contratación no es mencionada en los documentos investigados hasta ahora, por 97 LORENZO LIMA (2009 a), tomo I, p. 344. 49 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 334 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 FIGURA 8: Cruz votiva. Plaza de la parroquia de Nuestra Señora de la Concepción, Santa Cruz de Tenerife. Foto: Juan Alejandro Lorenzo. 50 335 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 FIGURA 9: Cruz votiva (detalle). Plaza de la parroquia de Nuestra Señora de la Concepción, Santa Cruz de Tenerife. Foto: Juan Alejandro Lorenzo. lo que sólo hay constancia de su envío a la isla coincidiendo con el último lote de piezas que integraban la pila de Morbeque. Ello invita a pensar que arribó a Santa Cruz en febrero de 1760 y que pudo concluirse en Málaga meses antes, puesto que fue embarcada a Tenerife desde su puerto en varios cajones donde la cruz propiamente dicha se guardó despiezada junto al grade-río y peana de piedra que compusieron en principio parte del basamento. De ahí que al borrarse las marcas o distintivos del embalaje sus destinatarios tuvieran que abrir todos los cajones 51 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 336 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 y distinguir las piezas que pertenecían a la pila bautismal y al sencillo monumento de Montañés. Como ya quedó dicho, esa situación incitaría luego las quejas del mayordomo lagunero y la respuesta del artista en el extenso memorial de 176098. Al margen de ello o de sus propias cualidades, lo interesante es constatar que la obra se inscribe en un contexto determinante para la actividad mercantil y para exaltar la personalidad de su donante como un personaje notable de la época, uno de los valedores del éxito que el incipiente puerto de Santa Cruz alcan-zó antes de finalizar el siglo XVIII99. La biografía y actividad profesional de Montañés ya es cono-cida100 y, aunque no pretendo insistir en ella, su análisis resulta necesario para valorar la actitud que manifestaba cuando en torno a 1759 costeó una obra peculiar como esta cruz de Alca-raz. Dicho comerciante responde en líneas generales a un pro-totipo usual de hombre dieciochesco, aquél que triunfa en la vida gracias al esfuerzo y al tesón depositado en la gestión em-presarial: el llamado «negociante» o «persona de negocios» que tanto proliferó en la Europa del momento con un deseo perma-nente de potenciar el nuevo ideal de la Ilustración101. Los oríge-nes de este loable patrocinador de las Artes eran sencillos por-que, por ejemplo, su padre era natural de Garachico y había sido abandonado al nacer102. De ahí que tanto él como sus hijos mostraran una capacidad de superación envidiable, así como la voluntad de colaborar con individuos que se valieron del ascen-so de la burguesía para progresar en la sociedad tinerfeña del momento. En este contexto la influyente plaza de Santa Cruz 98 A.R.S.E.A.P.T. R.M. 127 (20/40), fols. 40 r-41 v y 42 r-45 v. 99 Así lo constatan, entre otros, PERDOMO ALFONSO y PADRÓN ALBORNOZ (1982), p. 95. Para una lectura completa de su devenir histórico véase CIORANESCU (1993). 100 Tratada previamente por FRAGA GONZÁLEZ (1979), pp. 193-198 y CON-CEPCIÓN RODRÍGUEZ (1995 b), pp. 181-186. 101 Así lo estudia de un modo sintético BERGERON (1995), pp. 129-150. 102 Consta de este modo en su partida de matrimonio. El capitán Miguel Jorge Montañés casó con Isabel González Padilla en Santa Cruz el 29 de noviembre de 1711, siendo ella hija de Diego González —ya difunto— y de Francisca Padilla, todos naturales y vecinos de Santa Cruz. A.P.C.S.C. Li-bro IV de matrimonios, fol. 136 v. 52 337 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 era un espacio privilegiado y permitió el avance de nuevas individualidades que tenían en el comercio, en la Iglesia y en la vida militar sus campos de actuación preferente103. Lejos de la aristocracia que condicionaba aún la vida en centros de poder como La Laguna o La Orotava, el puerto tinerfeño ofrecía con-diciones idóneas a la hora de imponer un nuevo orden social y demostrar la viabilidad de la burguesía como clase dirigente. Así pues, en este ambiente de cambios se produjo su nacimiento en julio de 1714104 y la extensa formación que le procuraron sus progenitores incluyendo sendos viajes a Campeche en 1735 y 1736105, aunque pronto sería reconocido por proyectos de diver-sa naturaleza que implicaban a los individuos más notables de la época. Su padre había sido un importante capitán que nave-gó a Indias en varias ocasiones y tuvo especial interés en la re-gión de Guatemala, donde consta al menos que murió su her-mano Félix en abril de 1750106. Gran interés obtiene el vínculo del joven Bartolomé con la familia Carta, en cuya casa principal de la plaza de la Candela-ria residió hasta el final de sus días. Con ellos emprendería ne-gocios de toda clase y vivió de cerca los muchos adelantos que pudieron conocerse en Tenerife a pesar de su lógica desvincula-ción de la corte o importantes ciudades de la Península, ya que en enero de 1780 designaba como únicos herederos de su fortu-na a los tres hijos de Matías Rodríguez Carta107. Años antes el mismo Matías le había elegido para arreglar lo tocante a sus disposiciones testamentarias pues, tal y como recordó Lope A. de la Guerra y Peña, el deseo latente era que la descendencia de este burgués tuviese «una conducta igual a la de su padre» go-zando «de la misma estimación y conveniencia»108. En ese con-texto de reivindicación social Montañés pudo atender intereses 103 Cf. CIORANESCU (1998). 104 A.P.C.S.C. Libro IV de bautismos, fol. 103 v. Bartolomé Casabuena ac-tuó como su padrino de bautismo, por lo que el contacto con el comercio y sus agentes más importantes en Tenerife debió ser notable desde la infancia. 105 GARCÍA BERNAL (2000), pp. 1966-1989. 106 CIORANESCU (1992), tomo II, pp. 437-438. 107 Análisis de su testamento en CONCEPCIÓN RODRÍGUEZ (1995 b), pp. 181- 188. 108 DE LA GUERRA Y PEÑA (2002), p. 352. 53 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 338 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 tan diversos como el fomento de la industria, la astronomía y el coleccionismo de objetos curiosos que mantuvo consigo hasta que un temible incendio los destruyó en 1784. Por esta razón se convertiría también en impulsor de una escuela pública para que muchos niños de la isla recibieran educación en ella109 y en la explotación de pescado salado junto a las costas de Berbería, algo que, por ejemplo, le llevó a contactar con grandes hombres de Estado y obtener fondos ante la puesta en marcha de «tan conveniente negocio». No debe obviarse que el caudal del Esta-do era un recurso necesario si quería contar con el asesoramien-to de personal cualificado, construir almacenes en las afueras de Santa Cruz, disponer de un mayor número de embarcaciones que pudo ajustar finalmente en La Palma y, sobre todo, buscar el medio idóneo a la hora de llevar el pescado en salazón hasta la Península110. Consta que el rey Carlos III probó en Madrid el objeto de esta «industria local» y que ello le hizo mantener un trato frecuente con el marqués de Grimaldi, uno de los asesores del monarca ilustrado111. No obstante, el alcance de dicha inicia-tiva fue secundario si atendemos a los malos resultados que tuvo de inmediato o a las circunstancias sucedidas a posteriori, ya que en los años siguientes se vio obligado a abandonar una iniciativa tan loable con grandes perjuicios para el vecindario de la isla. Su tesón al respecto sería retomado más tarde por la Sociedad Económica de Amigos del País instituida en Las Palmas112 y ello, como es sabido, desembocó en peticiones en-viadas al Consejo durante la década de 1780113. Después de la muerte de Montañés el interés se centró en la pesca menor y en el suministro de pescado fresco para el autoconsumo de los isleños114. A pesar de las novedades que aportaban este tipo de proyectos, Bartolomé Montañés tampoco se sustrajo de antiguas prácticas 109 PERAZA DE AYALA (1982), p. 5. 110 DE LA GUERRA Y PEÑA (2002), pp. 384 y 617-618. 111 Se conservan al menos dos cartas dirigidas a dicho ministro con este motivo en 1771 y 1772. PERAZA DE AYALA (1976), p. 15. 112 Noticias al respecto en VIERA Y CLAVIJO (1981), pp. 108-109. 113 A.H.N. Consejos. Legajo 972, documento 22. 114 Véase al respecto la última contribución de SANTANA PÉREZ (2010), pp. 67-90. 54 339 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 patrocinadoras y tuvo en la Iglesia un referente notable para todo tipo de actuaciones generosas. De ahí que aportara limosnas con el fin de reconstruir el convento de Güímar después de que fuera destruido por un incendio en 1775115 o que beneficiase en circuns-tancias puntuales al santuario de la Virgen de Candelaria, recinto de interés para los Rodríguez Carta donde él mismo pidió ser se-pultado antes de morir en febrero de 1784. Entonces ocupaba el cargo de castellano de la fortaleza del lugar y su entierro revistió la pompa que le correspondía al ser un bienhechor del templo, por lo que en los días siguientes al sepelio se sucedieron diversos ofi-cios y misas por su alma116. Pero, sin duda, la parroquia de Santa Cruz fue el lugar donde se manifestaron sus pruebas de piedad más notables. Es conocido que fue un miembro muy activo de su cofradía sacramental117 o que en 1773 entregaba a la mayordomía el lienzo de la Adoración de los pastores, una creación importante que Juan de Miranda (1723-1805) atendió después de retornar al Archipiélago118. A ellas cabe sumar la única obra de este tipo que refiere en su testamento: un sorprendente altar portátil que habi-litó para que los parroquianos del lugar lo montaran en las festi-vidades del Corpus, perdido ya durante el siglo XIX. En dicho do-cumento relata que estaba compuesto con objetos traídos «de todas partes del mundo»119 y antes de que desapareciera Nougués Secall lo describía como una estructura sobredorada «llena de espejos en que se hallaban grabados varios versos relativos al San-tísimo Sacramento», transcritos por él íntegramente120. A pesar de que en principio no guarden relación con el tema que nos ocupa, estas actuaciones de Montañés demuestran que el encargo de la cruz de Alcaraz y su interés posterior por her-mosear la plaza de la Candelaria son las primeras inquietudes que manifestó en relación con el arte. No debemos obviar que fue un hombre con extrema sensibilidad y que ello podía ser un 115 DE LA GUERRA Y PEÑA (2002), p. 354. 116 A.P.A.C. Libro II de entierros, fols. 86 v-87 r. 117 Ocupó diversos cargos en su seno y por ese motivo obsequiaría libros de rezo, misales, una custodia y varios textiles. CHICO PÉREZ (1998), pp. 253-254. 118 PADRÓN ACOSTA (1943) y RODRÍGUEZ GONZÁLEZ (1986), pp. 323-324. 119 CONCEPCIÓN RODRÍGUEZ (1995 b), pp. 184-185. 120 NOUGUES SECALL (1858), pp. 323-325. 55 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 340 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 requisito importante a la hora de probar el influjo de Santa Cruz en el escenario regional. Dotar al espacio urbano de mo-numentos públicos era una idea no desarrollada con anteriori-dad en las Islas y, aunque tuvo alguna que otra manifestación durante el siglo XVIII, nunca alcanzaría el relieve de lo sucedi-do alrededor de este agente mercantil. Su proyecto confería a la localidad un esplendor inusual y brindó al entorno del castillo de San Cristóbal en que vivía una imagen ciertamente atípica, distante de la que pudo ofrecer luego con la apertura de una alameda en tiempos del comandante general Branciforte o con adelantos procurados durante la intensa década de 1780. El pri-mer atisbo de renovación urbana sería la cruz de mármol que nos ocupa y a él pudo sumarse más tarde el Triunfo de la Can-delaria, colocado en un extremo de la misma plaza que era re-organizada ya con perfil regular. Se ha escrito mucho sobre esta cualidad y los motivos que impulsaron a desarrollar un plan tan notable, pero creo necesa-rio insistir en condiciones que incluso anteponen un fin públi-co a sus monumentos o hitos urbanos. De hecho, aunque ambas obras respondan a un fin religioso, su finalidad era esencial-mente representativa y servían para mostrar a los contemporá-neos el protagonismo que había adquirido su donante. En este sentido no debe obviarse que la inscripción labrada en la cruz de Alcaraz recuerda los cargos desempeñados por Montañés durante esa época: síndico personero del puerto y capitán de forasteros (fig. 9). Quizá en ello se encuentre la clave para en-tender el encargo de este primer monumento o testigo en már-mol, ya que a mediados de siglo los vecinos de Santa Cruz lu-chaban por validar sus derechos frente a la actitud contraria del cabildo concejil de La Laguna y de otros organismos de la isla121. Bartolomé Montañés participó activamente en muchas de estas disputas y su labor al respecto fue recogida en documen-tos de diverso tipo pues, por ejemplo, ahora sabemos que en 1777 ingresaba como miembro de la nueva sociedad de Amigos 121 Sobre todo los pueblos del norte que reclamaban la autonomía del Puerto de la Cruz como nuevo enclave comercial. Cf. ARBELO GARCÍA (1995), pp. 316-328. 56 341 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 del País establecida en La Laguna122. Consta que solicitó su ad-misión en septiembre de 1776 por medio de la representación que Manuel Pimienta y Oropesa realizó entonces en Santa Cruz, un llamamiento al que respondieron también muchos de sus colegas y otros allegados123. Antes de ello se había rescatado el debate sobre la conve-niencia de dotar a la localidad de un muelle en condiciones, de forma que durante la década de 1750 el comandante general Juan de Urbina fabricó uno en las proximidades del castillo principal de San Cristóbal y no junto a la aduana vieja valién-dose del caudal «que sus vecinos diesen voluntariamente en donativos particulares y en el arbitrio de algunas contribuciones temporales sobre los efectos de su comercio a Indias». Las obras comenzaron de inmediato pero sufrirían serios problemas en tiempos del comandante Miguel López de Heredia, quien plan-teó la conveniencia de abandonar una empresa que inutilizaron en parte el mal emplazamiento, las corrientes marinas que tran-sitaban en la zona y, sobre todo, su poca accesibilidad para na-víos con gran calado124. Aunque el tema fue retomado desde 1768, lo interesante ahora es saber que Montañés participó ac-tivamente en este proyecto y, por ejemplo, consta que desde marzo de 1749 actuó como depositario de los fondos recauda-dos con el fin de construir tan oportuno «muelle» o «nuevo de-sembarcadero ». Es más, conocemos incluso que ello le obligaría a pedir «las contribuciones voluntarias y demás que ha propor-cionado el arbitrio de los cosecheros y comerciantes a la Améri-ca », poseyendo en su poder un total de 4.315 reales. Así lo ex-puso en declaración circunstanciada que firmó el 12 de abril de 1769125, por lo que en su dilatada historia esta iniciativa corre 122 Figura como «socio admitido» después del establecimiento del colec-tivo. Cf. Estatutos de la Real Sociedad Económica de Amigos del País... Ma-drid, imp. de Blas Román, 1779, p. 34. 123 A.R.S.E.A.P.T. Fondo de la Real Sociedad. Legajo «estatutos». R.S. 1 (22/1), fols. 162 r-163 r. 124 De este modo lo expuso Amaro González de Mesa en un interesante informe datado en junio de 1768. A.H.N. Consejos. Legajo 489, documen-to 14, fols. 1 r-5 r. Para una contextualización del proyecto véase PERDOMO AL-FONSO y PADRÓN ALBORNOZ (1982), pp. 96-100. 125 A.H.N. Consejos. Legajo 489, documento 14, fols. 34 r-35 r. 57 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 342 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 paralela al programa de embellecimiento que definía a título propio para la plaza de la Candelaria. En este sentido, debemos recordar que la cruz marmórea está datada en 1760 y que el monumento de la Virgen no sería bendecido hasta 1769126. A tenor de lo expuesto, puede deducirse que la primera ma-nifestación de esta dinámica de patrocinio artístico no fue tan novedosa como cabría esperar. La identificación del vecindario con el símbolo que le daba nombre debió ser constante desde épocas pasadas, algo que alentaron funciones organizadas por el clero parroquial en torno a la cruz fundacional de la ciudad. Asimismo, en el callejero del centro urbano colgaban varias cru-ces para desarrollar junto a ellas el ejercicio piadoso del vía cru-cis, de forma que su notoriedad fue igual de válida entre los muchos vecinos de la parroquia y otros residentes junto al con-vento de San Francisco en el ya populoso barrio del Toscal. En cualquier caso, antes de que Montañés definiera el encargo de su obra en torno a 1758 se había materializado al menos una tentativa similar. Gracias al apoyo procurado por los frailes lle-gó a erigirse la cruz de San Agustín junto al hospicio que la orden agustina mantuvo abierto hasta 1767, centro de poca in-fluencia para la piedad local si atendemos al número de imposi-ciones y donaciones acumuladas en él127. Es posible que esa cruz fuera la misma que Poggi y Borsotto describía como tal a finales del siglo XIX, cuya existencia situaba entonces «en la ca-lle de la Marina, un poco más al norte del castillo de San Pe-dro »128. Abunda en esa posibilidad la configuración otorgada a dicha pieza por fray José Antonio Guirola después de retornar de América en 1751, es decir, años antes de que Retortillo aten-diera en Cádiz la solicitud de su amigo y colega tinerfeño. De acuerdo a citas posteriores, sabemos al menos que ésta en con-creto se componía de la cruz propiamente dicha junto a «su peana de piedras hechas de piedra viva a todo costo» o que fue erigida con fondos pertenecientes al propio fraile129. 126 En relación con la cronología del triunfo marmóreo véanse las preci-siones y nuevos comentarios que formularon PERAZA DE AYALA (1976), p. 5 y SANTOS PUERTO (2005), pp. 1-3. 127 RODRÍGUEZ MORALES (2000), pp. 365-380. 128 POGGI BORSOTTO (1881), p. 72. 129 RODRÍGUEZ MORALES (2000), p. 374. 58 343 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 La diferencia entre dicho precedente y el monumento poste-rior de Alcaraz es obvia, ya que el último responde a una pieza ejecutada en mármol por autor peninsular. Ello invita a estable-cer lecturas complejas sobre el tema porque la de Montañés sí constituye uno de los primeros testigos de su naturaleza, es de-cir, labrado para el Archipiélago prescindiendo de la habitual cantería o piedra azul de las Islas. Por ese motivo cabría atri-buirle cierta notoriedad en función de s
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Título y subtítulo | Apuntes para un estudio del comercio artístico durante el siglo XVIII. Mármoles andaluces de Salvador Alcaraz y Valdés en Tenerife / Study notes on the Art trade during the 18th Century. The Andalusian marbles of Salvador Alcaraz y Valdés in Tenerife |
Autor principal | Lorenzo Lima, Juan Alejandro |
Publicación fuente | Anuario de estudios atlánticos |
Numeración | Número 58 |
Sección | Artículos |
Tipo de documento | Artículo |
Lugar de publicación | Las Palmas |
Editorial | Cabildo Insular de Gran Canaria |
Fecha | 2012 |
Páginas | pp. 285-362 |
Materias | Canarias ; Historia |
Enlaces relacionados | Página web de la revista: http://anuariosatlanticos.casadecolon.com/index.php/aea/issue/archive |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 2412987 Bytes |
Texto | 285 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII. MÁRMOLES ANDALUCES DE SALVADOR ALCARAZ Y VALDÉS EN TENERIFE STUDY NOTES ON THE ART TRADE DURING THE 18TH CENTURY. THE ANDALUSIAN MARBLES OF SALVADOR ALCARAZ Y VALDÉS IN TENERIFE A la memoria de Juan Gómez Luis-Ravelo, investigador e inolvidable maestro Juan Alejandro Lorenzo Lima* Recibido: 28 de mayo de 2011 Aceptado: 9 de septiembre de 2011 Resumen: En este trabajo se estu-dian algunos mármoles que el la-brante gaditano Salvador Alcaraz y Valdés contrató durante la década de 1750 con el fin de contextualizar su valía en un entorno peculiar como las Islas Canarias. Por ello el planteamiento aportado supera la común lectura formal e intenta aproximar dichas realizaciones a una compleja realidad mercantil, en la que adquieren igual validez las advertencias e inquietudes del promotor, el ajuste establecido para su realización, los pagos, el proceso de labra y su envío posterior hasta el Archipiélago. Abstract: In this paper we study some marble pieces produced by Salvador Alcaraz y Valdes in the 1750’s in order to contextualize the value of this work in a region as unique as the Canary Islands. The-refore, the interpretation goes be-yond the usual formal consider-ations to include the complex market realities where equal weight-ing and importance is given to the warnings and concerns of the devel-oper, the arrangements established for the realisation of the piece, the payments made, the process of the sculpture and the eventual transfer to the Islands. * Doctor en Historia de Arte. Departamento de Historia del Arte y Mú-sica. Universidad de Granada. Facultad de Filosofía y Letras. Campus de Car-tuja, s/n. 18071 Granada. Teléfono: +34 958 24 36 18; correo electrónico: jlorenzolima@yahoo.es JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 286 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 2 Como es sabido, la importación de mármoles fue una cons-tante en Canarias a lo largo de las épocas Moderna y Contem-poránea. A las esculturas arribadas en tiempos de la conquista le sucedieron en el tiempo obras que satisfacían una demanda creciente y ajena a los maestros locales, quienes prescindieron habitualmente del trabajo con piedras finas y otros materiales duros como mármol, jaspe y alabastro. La escasez de canteras en las Islas, la imposibilidad de adquirir buenos útiles de labra o las facilidades que ofrecía su contratación en el exterior justi-fican en todo tal circunstancia, aunque durante el Setecientos varios organismos idearon medios para acabar con esa dinámi-ca y potenciar la producción local1. En dicha centuria se ins-criben las piezas que centran este ensayo y con ellas intentaré reflejar las dificultades originadas en la época por muchos en-cargos marmóreos, no exentos de problemas si atendemos al material con que eran realizados, a su alto coste y, sobre todo, al riesgo que implicó su envío hasta el Archipiélago. El hallazgo de un memorial del escultor Salvador Alcaraz y Valdés permite insistir en estas cuestiones, a la vez que plantear aspectos inéditos de su trayectoria profesional en varias ciuda-des de Andalucía2. Los mármoles que contrató para Tenerife no revelan una originalidad extrema, aunque, por el contrario, su existencia confirma la predilección que ciertos comitentes sin- Palabras clave: mármol, encargo, importación, intermediario, Cádiz, Salvador Alcaraz, José Retortillo. Key words: marble, commission, imports, broker, Cádiz, Salvador Alcaraz, José Retortillo. 1 Así lo indica un informe que el pintor Manuel Antonio de la Cruz (1750- 1809) remitió al obispo Martínez de la Plaza con el fin de limitar las impor-taciones foráneas durante la década de 1780. Cf. CALERO RUIZ (1982), p. 31 y CONCEPCIÓN RODRÍGUEZ (1995 a), p. 370. 2 Se encuentra cosido en un amplio legajo que conserva el A.R.E.S.A.P.T.: Fondo Rodríguez Moure [en adelante R.M.] 127 (20/40), fols. 30 r-45 v. Des-pués de su localización pude confirmar que es inventariado por RODRÍGUEZ MESA y MACÍAS HERNÁNDEZ (2000), pp. 287-288; o que ya lo habían citado de un modo indirecto FRAGA GONZÁLEZ (1979), pp. 195-196 y CONCEPCIÓN RODRÍGUEZ (1995 b), pp. 184-185, pero nunca fue transcrito ni analizado en profundidad. 287 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 tieron por los artífices de Andalucía y el acomodo a las circuns-tancias que posibilitaban el comercio artístico durante una épo-ca de profundos cambios en la dinámica seguida por centros u obradores convencionales. No olvidemos que en 1752 acabaría fundándose la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y que ello desembocó en importantes transformaciones para el método de trabajo que habían heredado los escultores e ima-gineros de nuestro país3, algo a lo que no accedió un maestro secundario como Alcaraz ni el entorno en que se concebiría el conjunto de obras que pudo enviar a Canarias antes de 1760. De ahí que lo suscitado a su alrededor responda a una dinámica conservadora y retardataria, alejada, por tanto, de lo que pode-mos estimar como ambiente propicio para la renovación inte-gral de las Artes al ser ésta una aspiración legítima de los aca-démicos y de sus impulsores e ideólogos4. La documentación investigada refiere con detalle el encargo y envío de la pila bautismal del templo matriz de La Laguna, de forma que nos encontramos ante un ejemplo insólito para valo-rar ese tipo de negociaciones bajo los parámetros señalados. Los comentarios que contiene y las «advertencias al maestro» así lo ponen de manifiesto, pese a que la actividad de Alcaraz todavía resulta desconocida en el ámbito andaluz. De la correspon-dencia surgida a raíz de su contratación se deducen también as-pectos vinculados con la importación de otros mármoles, los problemas del traslado y aduana, o la disconformidad de los co-mitentes al recibirlos en Tenerife. Esas circunstancias prueban la excepcionalidad del caso y su interés a la hora de reconstruir los mecanismos que posibilitaban el envío de ciertos enseres o manufacturas textiles, no sin olvidar que las creaciones de esta clase se enmarcan en un periodo de apogeo para la adquisición de piezas foráneas5. 3 Un análisis de conjunto sobre estas cuestiones en CHACARRO BUJANDA (2001). 4 BÉDAT (1989). 5 LORENZO LIMA (2009 a), tomo I, pp. 339-350. 3 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 288 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 1. EL ARTISTA La trayectoria vital y profesional de Salvador Alcaraz y Valdés es un enigma, ya que sus únicas obras conocidas son los mármoles tinerfeños y una intervención puntual en la catedral de Cádiz. Dichos trabajos resultan insuficientes a la hora de establecer juicios genéricos sobre ella e invitan a pensar en un maestro de ciertas cualidades, fiel reproductor de los gustos de la época y cercano al inmueble más importante de la ciudad: su catedral, edificio de larga trayectoria que a mediados del si-glo XVIII experimentaba un nuevo impulso constructivo y veía concluir la decoración de su fachada junto a otras estancias del interior. En esta labor juega un papel determinante el portugués Cayetano de Acosta (1709-1778), quien ya resulta conocido en las Islas por su vinculación con mármoles que exhiben varios inmuebles de La Palma y pudo atender el taller que abrió en esa localidad durante la década de 17406. Los trabajos de Acosta en la seo gaditana sirvieron de acica-te para introducir en su entorno el lenguaje rococó que era di-fundido como estilo cosmopolita y moderno. Tal es así que la historiografía más reciente opta por estudiarlos bajo dichos parámetros, aunque durante ese tiempo, es decir, la fase gadi-tana que se extiende entre 1738 y 1750, atendió también encar-gos destinados al hospitalito de Mujeres (1738-1744), varias de-pendencias de la catedral (1738-1741, 1744-1750), la iglesia conventual de San Francisco, la capilla de la Divina Pastora, complejos residenciales como uno subsistente aún en la calle Ancha, otros organismos de la ciudad y templos emplazados en localidades próximas a la capital como San Fernando y Chicla-na7. Es probable que Alcaraz asimilara rasgos de la nueva esté-tica en relación con estas obras de signo vanguardista, aunque todavía no se ha documentado su nacimiento, la posible forma-ción que recibió en Cádiz o la edad que tenía cuando afrontaba el encargo de las pilas que Retortillo envió a Tenerife antes de 6 HERRERA GARCÍA (2006), pp. 263-285. 7 Véase al respecto ALONSO DE LA SIERRA FERNÁNDEZ (1996), pp. 133-138 y otras referencias en la última monografía que ha publicado PLEGUEZUELO HENÁNDEZ (2007), pp. 51-84. 4 289 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 1760. Dichas limitaciones impiden conocer cuál fue el estilo en que se instruyó desde que era joven o precisar si éste suponía una novedad respecto a los trabajos que pudo emprender en fecha previa, ya que debió ser un oficial medianamente conoci-do antes de que aceptara las peticiones canarias con el beneplá-cito del agente mercantil. De momento, las intervenciones cono-cidas presentan a Alcaraz como especialista en talla o labra ornamental para edificios, dedicación habitual entre muchos maestros de este periodo que aprendieron el oficio de un modo tradicional. Lo que sí sabemos, en cambio, es que tras la marcha de Acosta a Sevilla en 1750 Salvador Alcaraz y Pedro Ruiz Pacheco contrataron el ornato de las columnas y del friso que componen la portada principal de la catedral. La escritura contractual con ambos labrantes se firmó el 6 de octubre de 1753, por lo que debemos suponer que entonces ocuparían el lugar dejado por el artista portugués ante el imparable avance de las obras. Tal y como advirtió Alfonso Pleguezuelo, su labor se distingue de la emprendida antes por Acosta en la misma fachada y en los ac-cesos laterales8 (figs. 1 y 2). En las enjutas, en el entablamento y en la clave de la portada principal se advierte una ornamenta-ción diferente, lejos aún de los motivos que popularizaron maes-tros contemporáneos o de la influencia que ejerció en ellos el trabajo de Acosta. La abundancia de rocallas en el tercio infe-rior de las columnas y en el mismo friso, su disposición abiga-rrada o el equilibrio que confiere el acanalamiento de los fustes demuestra cierta pericia y el acomodo de repertorios novedosos en la época, ya que, por ejemplo, los motivos sinuosos y ciertos elementos de tradición vegetal muestran cercanía a grabados o diseños textiles que debieron difundirse en Cádiz a mediados de siglo. En cualquier caso, sus formas elegantes, la búsqueda de profundidad y la estilización de los tipos ornamentales son ras-gos de una sensibilidad que no evidencian los mármoles remi-tidos por Alcaraz a Tenerife más tarde. Sólo la pila lagunera reproduce estas novedades en el pedículo o soporte, aunque 8 PLEGUEZUELO HERNÁNDEZ (1988), p. 496. De ese dato también dieron noticia ALONSO DE LA SIERRA FERNÁNDEZ y ALONSO DE LA SIERRA FERNÁNDEZ (2005), tomo I, pp. 34-35. 5 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 290 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 FIGURA 1: Fachada (detalle). Catedral de Cádiz, Cádiz. Foto: Juan Alejandro Lorenzo. 6 291 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 sabemos de antemano que obedecen a una imposición de los comitentes y no tanto a la libertad creativa del autor. Poco más se ha publicado sobre la actividad de este artífice, pero es probable que atendiera encargos menores en otros pun-tos de Andalucía cuando mediaba el siglo XVIII. Así parece in-dicarlo su desplazamiento a Málaga en 1759 y la conclusión de la pila lagunera en un taller que abrió momentáneamente en esa ciudad, pese a que desconozcamos aún el éxito que pudo alcan-zar entre los canteros de las provincias orientales9. Las razones que justifican su estancia allí también son imprecisas, si bien al parecer obedecen sólo a circunstancias que determinaron el tra-bajo a desarrollar en un momento dado. El mismo Alcaraz FIGURA 2: Fachada (detalle). Catedral de Cádiz, Cádiz. Foto: Juan Alejandro Lorenzo. 9 No he podido localizarlo entre los muchos labrantes y escultores que trabajaron en Granada durante ese periodo, ni tampoco es citado, por ejem-plo, en el amplio compendio que publicó LLORDÉN (1960). 7 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 292 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 planteaba en 1760 que el viaje fue motivado por la obtención de materiales aptos para la labra, ya que en las proximidades de Cádiz no encontró el mármol con que dar acabado a la pieza contratada desde La Laguna por Pedro José Morbeque. A pro-pósito de esa cita no debe obviarse que los mármoles malague-ños fueron recurridos con frecuencia y que artistas de renombre llegaron a emplearlos en encargos de cierta notoriedad. Así lo ejemplifica el propio Cayetano de Acosta, quien labraría con él la Virgen del Carmen que preside desde 1748 el frontis de un convento carmelita en San Fernando10. Al margen de ese hecho, lo interesante es que la labor de Alcaraz revela una faceta hasta ahora poco resaltada de los maestros andaluces del siglo XVIII: una producción casi indus-trializada o muy convencional que era destinada a la importa-ción. En ella se reinterpretaron modelos novedosos para la épo-ca y permitía adelantar las artes en el espacio donde iban a inscribirse, más aún si tenemos en cuenta que dichos enclaves desconocían los avances experimentados en el entorno donde fueron trabajadas inicialmente11. Si atendemos a esa premisa el caso que nos ocupa es un testimonio peculiar, pues ya es sabi-do que a mediados del Setecientos el Archipiélago careció de maestros que labraran mármol o que sus recursos ornamenta-les no habían sido difundidos aún en el contexto insular de un modo uniforme. No en vano, esa situación confirma la idonei-dad de los encargos o su acomodo a las necesidades y fines con que fueron concebidos por sus comitentes. Por todo ello cues-tiones de índole formal animan a situar en su aspecto un rasgo distintivo, que es valorado con facilidad pero que no permite una diferenciación clara con piezas llegadas desde Italia duran-te el siglo XVIII. De todas formas, la continuidad del trato entre el comercian-te José Retortillo y el artista gaditano deja entrever un vínculo que quizá supere al envío de los mármoles conservados en Ca-narias. En su informe de 1760 Salvador Alcaraz afirmaba que en los años anteriores remitió por mediación de Retortillo tres 10 MARTÍNEZ MONTIEL (1991), pp. 329-344 y PLEGUEZUELO HERNÁNDEZ (2007), pp. 81-82, lám. 7. 11 LORENZO LIMA (2009 a), pp. 339-341. 8 293 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 pilas diferentes «con una vara de diámetro y su pilar», aunque lamenta los perjuicios que la obra lagunera causó al agente mercantil y a sus destinatarios12. Lo interesante es que en ese mismo informe declara haber ejecutado otras piezas para la importación y no tener problemas con ellas pues, según previe-ne, a la hora de calcular sus presupuestos «he procurado no molestar poniéndolo yo de mi casa porque no soy hombre que pido para molestar a nadie»13. Sin embargo, a pesar de los es-fuerzos realizados o de la consulta de abundante bibliografía sobre el tema, nada se sabe del paradero de estas obras y resul-ta difícil identificarlas atendiendo al elevado número de pilas genovesas que todavía conservan al uso muchos templos de las Islas. Sólo avances en la paciente investigación de archivo o la útil comparativa de creaciones entre sí permite avanzar en su estudio y catalogación, al igual que establecer juicios razonables sobre el envío de otros mármoles a Canarias durante el periodo que nos ocupa14. 2. UN EJEMPLO INSÓLITO: LA PILA BAUTISMAL DE LA LAGUNA Uno de los mármoles mejor documentados que existen en la isla de Tenerife es la pila bautismal del templo matriz de La Laguna, cuya apariencia permitirá en un futuro atribuir nuevas obras a un artista enigmático y desconocido como Alcaraz (fig. 3). Sin embargo, como citaba en el epígrafe previo, lo pu-blicado sobre su labor es tan poco que impide profundizar en el análisis de la pieza o emitir hipótesis sobre el alcance de ciertas realizaciones que pudo afrontar antes de mediar el Setecientos. De momento varias razones confirman la notoriedad de este trabajo en el ámbito local, pues al margen de las cualidades que revela se trata de una obra emblemática, atípica e irrepetible. La documentación epistolar que conservamos de su encargo es bastante precisa y aborda con detalle la contratación y todo el 12 A.R.S.E.A.P.T. R.M. 127 (20/40), fols. 42 r-45 v. 13 A.R.S.E.A.P.T. R.M. 127 (20/40), fols. 42 r-45 v. 14 Así lo he expuesto en LORENZO LIMA (2012), partiendo de ideas mani-festadas en este trabajo previo. 9 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 294 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 10 fenómeno importador, aunque en él se dan cita cuestiones que superan la dimensión mercantilista que tanto nos interesa aho-ra. La pila también es resultado de inquietudes personales y de la dedicación de varios personajes al inmueble en que fue ins-talada, ya que sin su empeño y constancia nunca se hubiera formulado el encargo en Cádiz ni la dotación de su baptisterio con una creación aparentemente notable. Es más, el carácter inconformista que los caracterizó nos ha proporcionado un do-cumento de vital importancia para el arte insular: la memoria que el mismo Alcaraz remitió a La Laguna en mayo de 1760, después del revuelo que su trabajo suscitó al ser montado en la parroquia de la Villa de Arriba. De ahí que el proceso descrito en este documento sea inusual y revele circunstancias inauditas para realizaciones andaluzas que conserva el Archipiélago, así como para otros mármoles que cumplen un fin similar en sus templos. Además, la inscripción que su taza ostenta al borde de la taza despeja cualquier duda al respecto: «ESTA PILA SE HIZO A COSTA DE D. MIGUEL DIAS EL AÑO MDCCLIX SIENDO MAYORDOMO DE FÁBRI-CA D. JOSEF MORBEQUE. Alcaraz fecit Cadiz» (fig. 7). Sin abandonar del todo esa premisa, sabemos que los oríge-nes de la obra son anteriores al periodo en que debió producir-se la contratación definitiva con Alcaraz. La idea de contar con una pila nueva pudo ser una aspiración de muchos parroquia-nos a medida que avanzaba el Setecientos, ya que a principios de siglo la pieza previa no mostraba el aspecto idóneo para el uso que venía desempeñando desde al menos la década de 155015. Se trata de una antigua pila de cerámica, un ejemplar de las llamadas «pilas verdes» de origen sevillano cuyo deterioro está constatado de un modo fehaciente en 157716. Lorenzo Santana ha investigado con detalle el tema y en un último estu-dio documentó la existencia de otra realización más, bendecida en abril de 1582 con el propósito de reemplazar a la obra anda-luza. Por ello cabe pensar que la creación de Alcaraz no susti-tuyó a la pila cerámica sino a este tercer ejemplar del que esca-sean más noticias en la documentación de fábrica, si bien la 15 SANTANA RODRÍGUEZ (2002). 16 RODRÍGUEZ MOURE (1915), p. 201. 295 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 11 FIGURA. 3: Pila bautismal. Parroquia de Nuestra Señora de la Concepción, La Laguna. Foto: Juan Alejandro Lorenzo. JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 296 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 anterior se preservó como testimonio histórico e incitaría la tra-dición oral de que fue la primera que tuvo la Concepción como parroquia matriz de Tenerife17. Sea como fuere, lo cierto es que durante la primera mitad del siglo XVIII se dieron ya las con-diciones idóneas para promover la renovación de un enser tan importante entre los fieles del lugar. Las noticias sobre esta medida tampoco son abundantes en los registros contables y tienen un primer testimonio en la ma-yordomía de Pedro José Morbeque durante el periodo 1733- 1738, ya que dicho clérigo invirtió 2.500 reales con el fin de procurar su adquisición en la Península18. Debemos suponer, por tanto, que en este periodo existían las circunstancias favo-rables para ello: el dinero que entregó el donante a modo de li-mosna, la actividad desinteresada de su mayordomía y, sobre todo, la cotidianeidad con que los isleños recurrían a los merca-dos andaluces para importar mercancías inexistentes en el me-dio local. Cada una de estas circunstancias repercutió de algu-na u otra forma en el encargo recibido por Alcaraz antes de 1754, de modo que otras ciudades como Sevilla fueron el desti-no final de peticiones promovidas por el mismo mayordomo y sus colaboradores a mediados de siglo. Los libros de contabili-dad describen la importación de damascos y varios enseres menores entre 1754 y 1761 a cargo del intermediario Lorenzo de la Ascula19, aunque a veces dichos encargos no resultaron tan ventajosos como se preveía. De hecho, el dinero entregado allí a Antonio Lenard para adquirir un órgano tuvo que ser reclama-do con el fin de que la casa Cólogan lo importara finalmente desde Hamburgo en 176920. De este modo la mayordomía cono-ció las ventajas que trajo consigo un contacto directo con el mercado exterior o con sus agentes más notables, algo que tuvo un precedente en épocas anteriores21 y que a lo largo del siglo XVIII implicó a importantes personajes del momento. Así, entre otros, el palmero Pedro Massieu y Monteverde atendió en Sevi- 17 SANTANA RODRÍGUEZ (2008), tomos L-LI, vol. 1, pp. 103-109. 18 F.P.C.L.L.: Libro de cuentas de fábrica (1714-1776), fol. 156 r. 19 F.P.C.L.L.: Libro de cuentas de fábrica (1754-1841), fol. 29 v. 20 F.P.C.L.L.: Libro de cuentas..., fol. 29 v. 21 RODRÍGUEZ MORALES (2002), pp. 1.472-1.481. 12 297 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 lla la petición de enviar a La Laguna un estandarte nuevo para la cofradía de la Concepción radicada en el templo22. Lo expuesto hasta ahora confirma que el encargo de la pila en Andalucía no resultaría tan extraño, aunque en esa dinámi-ca pudo influir la inquietud de su donante o del promotor. Del primero contamos con noticias publicadas por Rodríguez Mou-re, quien desveló su identidad a través de la inscripción presen-te en la propia obra: «SE HIZO A COSTA DE MIGUEL DIAS»23. En efecto, Miguel Díaz Pérez cedió fondos para adquirir una «pila nueva» a principios del siglo XVIII, quizá parte de los 2.500 reales cita-dos en un descargo inicial de la mayordomía. Pero como el cau-dal ofrecido en un primer momento no era suficiente, cabe pensar que antes de morir hiciera entrega de otra suma que había obtenido con esfuerzo mientras residió en América. No obstante, Anchieta y Alarcón apunta que pudo encargarse atendiendo a la rentabilidad sacada a un único envío de 200 pe-sos24. Hay constancia de su fallecimiento en Caracas y de que hizo mención expresa al propósito de adquirir la pila en el tes-tamento que dictó allí durante los primeros meses de 171425. Por ello la pieza no deja de ser un testimonio más de las inquietu-des que sintieron muchos indianos o de la capacidad represen-tativa que le procuraban buenas obras de arte en su tierra de origen. No olvidemos que la pila bautismal adquiría siempre connotaciones especiales entre los bienes de un templo, ya que era elemento distintivo para los fieles e incitaba la relación afectiva del donante con la parroquia donde fue cristianizado. Sin embargo, la diferencia con lo sucedido en otros ejemplos de su mismo tipo es notable, porque en esta ocasión el trámite del encargo no corrió a cargo del donante y sí de los delegados de fábrica que hicieron suya la petición formulada a Cádiz décadas más tarde. 22 LORENZO LIMA (2009 a), tomo I, pp. 345-346. 23 RODRÍGUEZ MOURE (1915), p. 201. 24 «Parece que hay años que [...] mandó de Indias doscientos pesos para una pila y fueron acá aumentando hasta que hubo con qué traerla», B.U.L.L.: Fondo antiguo. Ms 45, tomo I, fol. 242 v. 25 CIORANESCU (1992), tomo I, p. 566. 13 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 298 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 El fallecimiento de Díaz Pérez motivó que fuese el citado Pedro José Morbeque quien atendiera los trámites derivados de su contratación, por lo que él mismo escribe varias cartas al artista y a José de Retortillo con ese fin entre 1754 y 1760. Es más, su nombre figura en la inscripción que ostenta la pila: «SIENDO MAYORDOMO DE FÁBRICA D. PEDRO JOSEF MORBEQUE». Dicho personaje era un clérigo de cierta estima en el seno parroquial, cuyo cometido más notable fue la dedicación a su mayordomía en buena parte del siglo XVIII. Desempeñó esa responsabilidad de un modo activo entre 1733 y 1761, coincidiendo con un pe-riodo de extrema complejidad para la fábrica por un frustrado plan de reconstrucción que él mismo abanderó junto al grupo de beneficiados y religiosos que sirvieron en ella. Por esa razón elevaría diversas quejas a instancias superiores e intentó demos-trar la supremacía del clero avecindado en la Villa de Arriba frente a la parroquia de los Remedios, aunque también estuvo vinculado a ésta y al convento agustino por lazos familiares26. Pedro J. Morbeque era hijo del sargento Leonardo Morbeque de la Mata y de Margarita Grahuysen, dos linajes con cierto estatus en la ciudad que habían tenido su ocupación principal en la actividad comercial y en la carrera eclesiástica. De hecho, él mismo se declaraba heredero espiritual de su tío Cristóbal Morbeque, el beneficiado más antiguo de los Remedios cuando dictó un breve testamento en septiembre de 173627. Al igual que este antecesor hizo de su dedicación al sacerdocio un medio de vida para sí y los suyos, ya que después de que falleciera su padre en junio de 174328 atendió con mimo el patrimonio fami-liar y las atenciones que requerían dos hermanas y su madre antes de que la última muriese inesperadamente en diciem-bre de 175529. Las deudas que declaraba tener al final de su 26 LORENZO LIMA (2010), tomo I, pp. 551-600. 27 A.H.P.T. Pn 950 [e. p. Juan Nicolás de Soria Pimientel], fols. 119 r-125 v (1/09/1736). Falleció el día siguiente porque el beneficio de la Concepción acudió entonces a su entierro. A.H.D.L.L. Fondo parroquial Nuestra Señora de la Concepción, La Laguna. Libro V de entierros, fol. 179 r. 28 F.P.C.L.L. Libro VI de entierros, fols. 147 r y 154 v. 29 F.P.C.L.L. Libro VII de entierros, fols. 31 v-32 r y 34 r. A.H.D.L.L. Fon-do parroquial Santo Domingo/los Remedios. Libro VIII de entierros, fol. 213 r. 14 299 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 vida30 demuestran que supo obtener rendimiento de las posesio-nes heredadas, de inversiones que hizo en el tráfico americano porque varios miembros de su familia estuvieron relacionados con Campeche en las décadas de 1720 y 173031 y, sobre todo, de antiguas capellanías que sirvió con una dedicación abnegada. Es más, durante los años cincuenta se vio obligado a reclamar lo que le correspondía por ellas o a validar su titularidad ante circunstancias adversas32. En palabras que Anchieta y Alarcón le dedicaba en 1760, era «un clérigo como de cincuenta años o algo menos, muy callado, delgadito, que no pienso que nunca habrá peleado con nadie, pero no es necio sino muy formal y de mucha verdad»33. Sus intereses se centraron siempre en torno a la iglesia ma-triz y el convento de San Agustín, puesto que la casa familiar o «de su habitación» se alzaba frente a éste34. Su tío costeaba allí parte de la cera que requirió la festividad de San Agustín y él impuso diversas celebraciones por vía testamentaria, siendo la más notable una misa dedicada al Dulce Nombre de Jesús en los primeros días de enero. Todo ello quedaba gravado sobre propiedades que dejó en herencia a sus hermanas y a la cofra-día de la Inmaculada, con las que debía sufragarse también la fiesta anual de los Desposorios en la parroquia de la Villa de Arriba35. La atención que mostró al culto siempre fue notable y ello despertaría algún que otro recelo entre sus compañeros, por lo que al morir en febrero de 1771 no tuvo un entierro tan so-lemne como esperaban muchos familiares y amigos36. Aún así, en su testamento evidencia una relación estrecha con influyen-tes clérigos de la ciudad como Fernando de San José Fuentes 30 Conocidas por una enumeración que él mismo firma el 22 de febrero de 1771, incluida en A.H.P.T. Pn 319 [e. p. Santiago Antonio Pinedo], fols. 92 r- 92 v. 31 CIORANESCU (1992), tomo II, p. 470 32 Cf. A.H.D.L.L. Fondo histórico diocesano. Legajo 369, documento 3 y legajo 154, documento 7. 33 B.U.L.L. Fondo antiguo. Ms 45, tomo I, fol. 242 v. 34 Anchieta y Alarcón describía en 1760 que «vive frente al convento agus-tino con sus hermanas», B.U.L.L. Fondo antiguo. Ms 45, tomo I, fols. 242 v. 35 A.H.P.T. Pn 319 [e. p. Santiago Antonio Pinedo], fols. 91r-104 v (19/02/1771). 36 F.P.C.L.L. Libro IX de entierros, fols. 56 r-56 v. 15 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 300 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 (1718-1791). Asimismo, señala ciertos legados para el templo a cambio de que la fábrica cediera los ornamentos con que pudo amortajarse, siendo los más notables dos campanillas de plata y algunas pinturas que decoraban las estancias principales de su casa. El comentario sobre ellas es más concreto, por lo que or-dena que después del fallecimiento de sus hermanas «las que estuvieren más decentes» debían entregarse «para el ornato de la sacristía»37. Sorprende que un hombre de formación tan limitada se con-virtiera en obstinado censor del trabajo de Alcaraz, si bien va-rias noticias dejan entrever que poseía cierta sensibilidad y for-mación en cuestiones de arte. Luego veremos que el cargo de mayordomo le obligó a relacionarse con artistas de diverso tipo y ello se advierte en circunstancias que superan su vínculo con la parroquia pues, por ejemplo, en 1771 el pintor Cristóbal Afonso tenía arrendada una vivienda de su propiedad en la ca-lle de Herradores38. Además, la casa familiar estaba decorada con una elevada porción de pinturas, unas «nuevas» y otras «usadas». De ellas, las principales serían tres cuadros que el be-neficiado Cristóbal Morbeque refirió en su testamento de 1736 y representaban a la Inmaculada, a San Agustín y a San Ilde-fonso, citando sobre el último que «en él tiene dicha mi sobri-na doña Josefa setenta y cinco reales en su valor, que costó cien-to y cincuenta que se los dejó el padre fray Miguel Lorenzo su padrino que lo pintó»39. Dichos lienzos son citados luego por Pedro José en el inventario de sus posesiones40, aunque se des-conoce cuál es su paradero actual. Al margen de la anécdota o de la importancia que esa noticia adquiera para el exiguo catá-logo del artista41, su existencia confirma la vinculación familiar de los Morbeque con el convento agustino y, sobre todo, con los 37 A.H.P.T. Pn 319 [e. p. Santiago Antonio Pinedo], fols. 94 v, 95 v. 38 Era un inmueble notable que le pertenecía a medias con los herederos de su tío Pedro Grahuysen, quien la había heredado junto a su madre. Cuando dictó testamento en febrero de 1771, Afonso le adeudaba por alquileres un to-tal de 146 reales. Cf. A.H.P.T. Pn 319 [e. p. Santiago Antonio Pinedo], fol. 97 v. 39 A.H.P.T. Pn 950 [e. p. Juan Nicolás de Soria Pimientel], fol. 122 r. 40 A.H.P.T. Pn 319 [e. p. Santiago Antonio Pinedo], fols. 94 r-94 v. 41 Sobre él véanse RODRÍGUEZ GONZÁLEZ (1986), pp. 263-266 y RODRÍGUEZ MORALES (2004), pp. 416-418. 16 301 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 medios intrincados en que se desarrollaba el arte insular duran-te esa época. Sin embargo, ningún episodio puede compararse a lo sucedido cuando el mismo Pedro José ajustó en Cádiz la hechura de la pila marmórea que tanto necesitaba la parroquia de la Concepción. De este proceso se conocen testimonios inédi-tos hasta ahora, y a la noticia ya referida de sus cuentas debe-mos sumar juicios que contiene la comunicación fluida que mantuvieron comitente y artista durante varios años. La correspondencia es vital para conocer el trabajo que Alcaraz emprendió en su obrador y, aunque no se conservan todas las cartas que he podido constatar, insiste en cuestiones relativas a la ejecución y al procedimiento seguido cuando se encargaban fuera obras de tanto coste. Lástima que la docu-mentación investigada no refiera cuáles fueron los pasos segui-dos a la hora de tramitar un presupuesto inicial de la pieza, ya que entre la partida que contienen los libros de fábrica en 1733- 1738 y la primera misiva de Morbeque dista más de una déca-da. Parece lógico que durante esos años los trámites corrieran a cargo del agente José de Retortillo, a pesar de que su nombre no es referido en los asientos contables de la parroquia hasta la década de 175042. Incluso, cabe la posibilidad de que tantearan su ejecución con otros maestros de Cádiz, si bien en ningún momento se alude a ello ni a la actividad que el propio Retor-tillo o un agente que nos resulta desconocido como Manuel Álvarez pudo emprender en fechas tempranas con el mismo fin. En 1754 aparecen datadas las «advertencias al maestro», indispensables entonces para que Alcaraz conociera en Cádiz las cualidades requeridas y emitiese un presupuesto sobre el traba-jo a afrontar. Este documento es un primer testimonio de las expectativas que manifestó específicamente Morbeque, ya que serían requisito imprescindible a la hora de evaluar la pila mon-tada en La Laguna con posterioridad. De ellas deduzco cuáles eran sus condiciones e intereses, tomando como punto de par-tida un dibujo que sería enviado al intermediario o directamente al artífice. Ese hecho explica que todo quedara ajustado desde 42 Entonces administraba fondos dejados por el arzobispo Pantaleón Álvarez de Abreu para reconstruir la parroquia. Cf. F.P.C.L.L. Libro de cuen-tas de fábrica (1772-1841), fol. 16 r. 17 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 302 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 un principio y que los imprevistos surgidos disgustasen mucho a los patrocinadores, por lo que de entrada exigieron al artista «buena mano» y «todo el primor posible». Las advertencias contemplan cualidades intrínsecas de la pieza, refiriéndose tanto a su componente material como a los rasgos que debía mostrar una vez finalizada. Un aspecto funda-mental para los comitentes insulares era la naturaleza del már-mol, ya que tendría que responder «a la grana más fina que se hallare y de color el más blanco que pudiere ser». Advierten incluso que «si se hallare con algunas manchas coloradas o negras, largas y apartadas unas de otras será de gusto», por lo que parecían conscientes de la dificultad que entrañaba encon-trar material con las calidades exigidas. Queda claro cuál era su preferencia en ese sentido, un hecho que no parece tan insigni-ficante si atendemos a su importancia para obtener como resul-tado un conjunto admirable. Es más, dependiendo del mármol elegido cobraba validez la traza ideada en La Laguna o la peri-cia manifestada por el artista al labrarlo luego43. Esa dinámica confirma una práctica extensible a otras piezas marmóreas pues, por ejemplo, a Italia se mandaron diseños para que maes-tros de allí cincelaran el púlpito de la catedral de La Laguna antes de 176744 o los retablos de Santa Teresa y San Gregorio que la catedral de Las Palmas exhibe todavía en dos capillas laterales45. Tal fue así que dicha condición garantizaba su éxito en las Islas y el reconocimiento que ciertos promotores le dispensarían a posteriori, aun cuando las obras contratadas por esta vía res-pondieron siempre a las expectativas depositadas en el dibujo o diseño preparatorio. Por ello es tan importante la identificación entre los clientes insulares y sus artistas para definir el acaba-do que mostrarían después de ser labradas con materiales no-bles como el mármol de diversa textura o los jaspes de colores. Además, esa cualidad despierta un debate interesante y permi-te calibrar la modernidad que las trazas presentaban en el lugar donde eran materializadas, ya que por lo general los diseños 43 A.R.S.E.A.P.T. R.M. 127 (20/40), fols. 30 r-30 v. 44 HERNÁNDEZ PERERA (1961), pp. 420-438. 45 LORENZO LIMA (2010), tomo I, pp. 324-325. 18 303 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 firmados en el Archipiélago eran retardatarios si los compara-mos con avances experimentados en grandes centros de crea-ción artística, es decir, obradores de Génova o Cádiz que estu-vieron íntimamente relacionados durante la época Moderna. En este caso no se trataría de una representación menor porque en ella existieron citas a sus proporciones a través un módulo de varas contenido en la parte inferior del dibujo, así como vistas de frente y perfil que se relacionaban entre sí por medio de una línea de puntos. Todo ello lleva a pensar que el aspecto imaginado para la pila lagunera no difirió mucho de su apariencia final, de forma que lo relativo a la misma quedaría explicado como tal en el dibujo previo y en las anotaciones que pudo contener. Dicha representación no se conserva en la actualidad y la documenta-ción omite el nombre del autor que debió realizarla en La La-guna, aunque dadas las circunstancias en que se produjo su encargo podrían plantearse los nombres de dos destinatarios para esa labor: el pintor José Rodríguez de la Oliva (1695-1777) o un miembro de la saga de «los brujitos», familia de carpinte-ros que atendió la construcción de varias creaciones lígneas en la parroquia desde principios del siglo XVIII. Del primero cono-cemos más datos, si bien su vinculación con el templo de la Concepción es menor atendiendo al hecho de que no se invo-lucró decisivamente en empresas patrocinadas por los fieles de la Villa de Arriba y de que era un parroquiano muy activo de los Remedios porque llegó a ser su mayordomo de fábrica en un momento dado. Hay constancia de que diseñó varios enseres litúrgicos, alhajas de plata como la custodia de Santo Tomás que ejecutaría un platero del talante de Alonso de Sosa (1693-1766)46 y posiblemente piezas tan notorias como el púlpito de mármol que Pasquale Bocciardo (1719-1790) cincelaba en Génova antes de 176747. Lo que sí sabemos ahora es que el beneficio de la Concepción asistió gratuitamente a su entierro, celebrado en los 46 Estudio de esta obra con bibliografía precedente en PÉREZ MORERA (2009), pp. 234-236. 47 HERNÁNDEZ PERERA (1961), pp. 420-438. Sobre este maestro véase la monografía publicada por FRAGA GONZÁLEZ (1983). 19 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 304 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 Remedios el 28 de noviembre de 177748. En esa actitud podría reflejarse un agradecimiento por servicios prestados con ante-rioridad, quizá por los beneficios que el mismo De la Oliva pro-curó a ambos templos mientras detentaba responsabilidades en el cabildo concejil. El caso de «los brujitos» o de la familia Rodríguez Bermejo es distinto, ya que sus miembros sí eran feligreses de la Concep-ción y atendieron encargos de diverso tipo a lo largo de varias generaciones. Juan sería el autor del púlpito que decora todavía la parroquia, de su sillería del coro y de otros elementos mobi-liares49, mientras que José y Andrés, sus hijos y sucesores, em-prendieron toda clase de trabajos y actividades hasta bien entra-do el siglo XVIII. Muestra inequívoca de su labor sería el trono ya desparecido del Gran Poder de Dios50, aunque avanzada la centuria existen noticias de otras realizaciones suyas en locali-dades del norte como El Sauzal, Buenavista, Los Realejos, Tacoronte, Puerto de la Cruz y La Orotava. Esta hipótesis obtie-ne mayor coherencia si atendemos al trato que dichos maestros mantuvieron con Pedro José Morbeque y a la posibilidad de que el mayordomo interviniese en la definición de una traza consen-suada por todos, práctica que a corto plazo era entendida como testimonio de fiabilidad ante un encargo que ya se gestionaba en Cádiz. Tal circunstancia insiste en el protagonismo otorgado a Juan Rodríguez Bermejo como patriarca de la familia, quien ahora sabemos que colaboró decisivamente en un proceso de reconstrucción coordinado sin éxito por el mismo Morbeque desde 173351. Es más, la pila guarda relación con obras carpinte-riles en su pie o pedículo y nadie mejor que un oficial con ex-periencia para acometer una labor tan compleja como el dise-ño, pues fallecería de edad avanzada al poco tiempo. Juan, «buen tallista que se conoce como el brujito viejo», fue enterra-do en la capilla mayor del inmueble en enero de 1757, por lo 48 F.P.C.L.L. Libro X de entierros, fols. 65 v-66 r. 49 SANTANA RODRÍGUEZ (2003), pp. 1-2. 50 Conocido a través de un dibujo que publicó RODRÍGUEZ MORALES (2005), pp. 9-14. 51 TARQUIS RODRÍGUEZ (1966), p. 403 y LORENZO LIMA (2010), tomo I, pp. 242-243. 20 305 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 que nunca vio la creación de Alcaraz instalada en él ni viviría de lleno el revuelo causado a su alrededor52. Otra hipótesis viene dada por la participación de maestros que mantenían taller en La Laguna, sobre todo porque varios trabajaron de un modo intermitente para la misma mayordomía o para su cofradía sacramental. Así, por ejemplo, personajes como el pintor Domingo Hernández de Quintana (1693-1763) recibieron diversos pagos por actuaciones secundarias antes de mediar el siglo53. Años después el beneficio de la Villa de Arriba acudió gratuitamente al entierro de dicho artista, oficiado en los Remedios el 19 de diciembre de 176354. Sin embargo, en este caso tal circunstancia obedece al trato que los párrocos sostu-vieron con su hermano Francisco y no a los favores que pudie-ran deducirse de un continuo vínculo laboral con el «maestro Domingo». Consta que aquél era un presbítero muy distinguido entre los fieles de la Concepción y que ocupó con solvencia el cargo de sochantre durante bastante tiempo, por lo que recibi-ría varios gestos de agradecimiento cuando falleció en mayo de 176755. Es cierto que ello no revela la cercanía de los hijos de Cristóbal Hernández de Quintana (1651-1725) al diseño de la pila, pero al menos prueba su relación con Morbeque y con la mayordomía de fábrica a mediados del Setecientos. Las condiciones perceptibles en la traza o bosquejo definiti-vo eran un requisito que Alcaraz u otro artista tanteado no po-día obviar tan fácilmente, por lo que en las mismas advertencias se especifica que el elegido debía acomodar «las medidas del perfil y planidad que —escribe Morbeque— remito, midiendo y reconociendo sus tamaños por la vara que está al pie del perfil dividida en cuatro partes». Es más, no estaba autorizado para «variar [...] los huecos conforme en la planidad, de forma que el mayor ha de estar dividido del menor como se muestra en dicho plano sin que se pueda salir el agua que le pusieren, y que el 52 Consta que entonces «era vecino de la calle de Chaves» y que «no tes-tó por ser pobre», aunque la fábrica cubrió todos los gastos de su entierro y posterior oficio de honras. Cf. F.P.C.L.L. Libro VII de entierros, fol. 54 r. 53 LORENZO LIMA y ZALBA GONZÁLEZ (2010), p. 395. 54 F.P.C.L.L. Libro VIII de entierros, fol. 101 r. 55 F.P.C.L.L. Libro VIII de entierros, fols. 149 r-150 r. 21 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 306 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 hueco menor tenga un taladro o barreño que ha de pasar por todo el pilar y basa para que se consuma el agua que cayere en dicho hueco». A su vez, el conjunto quedaría rematado con una repisa que sale de la pila con el propósito de contener «dos fi-guras del Bautismo de Cristo nuestro Señor», sobre las que lue-go volveré con detalle. El trabajo de labra dependía también del presupuesto ofre-cido y de los fondos disponibles, puesto que en las mismas ad-vertencias los comitentes preguntaron sobre el costo que podría alcanzar «la pila revestida como va en el dibujo y cuánto llana sin el revestido», es decir, con o sin el ornato de gusto rococó que ostenta en su pedículo. Por ello deduzco que estas solucio-nes u otras pudieron contemplarse en el diseño tinerfeño desde un primer momento, aunque resulta extraño si tenemos en cuenta la cronología de dichas condiciones y el acabado final de la pieza al quedar oranda su soporte con rocallas de gran asime-tría y profundidad. Recordemos que estos motivos eran desco-nocidos en Canarias a mediados de siglo y que no se harían populares entre los artistas isleños hasta la década de 1760, cuando fueron conocidos por la importación de tejidos y obras de todo tipo que llegaban a sus puertos desde el exterior. Sea como fuere, los mayordomos no pedían una sujeción fiel al di-seño previo siempre que se procurara «la mayor hermosura y particularidad de la obra»56. Salvador Alcaraz debió aceptar estas advertencias antes de comprometerse a ejecutar el conjunto pedido por Morbeque, aunque lamentablemente no se conservan las cartas que media-ron entre un primer contacto y la confirmación definitiva del encargo. Al menos hay constancia de una notificación firmada en Cádiz el 2 de julio de 1754 que no he podido localizar, por lo que gracias a una misiva que el mayordomo envió al artista el 16 de agosto de ese año sabemos que Alcaraz ajustó su realiza-ción en un total de «doscientos pesos de a ocho reales de plata por la pila, pilar, gradas y tarima», repitiendo nuevamente la condición expresa de que «el mármol de la pila y pilar ha de ser del mas fino y blanco que se halle». Además, le previene sobre 56 A.R.S.E.A.P.T. R.M. 127 (20/40), fols. 30 r-30 v. Apéndice documental, texto número 1. 22 307 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 errores de cálculo ante el inminente inicio de las obras sobreen-tendiendo que no se había labrado nada aún, así como sobre un envío de dinero que excusó la imposibilidad de llevarlo a Cádiz por carecer de medios en Santa Cruz. Lo atractivo es que en la correspondencia se menciona por única vez al «amigo Manuel Álvarez», quien —aclara el comitente— eligió a dicho artista para su ejecución. La confianza depositada en este personaje que nos resulta desconocido es atractiva y sugiere que la parti-cipación de Retortillo era todavía inexistente, aunque, como quedó dicho más arriba, ese agente mantenía ya contactos con la parroquia lagunera. A la espera de nuevas noticias Morbeque quedaba confiado al saber que el artista «cumplirá con la obra como me lo dice, por ser esto para la iglesia publica»57. Cabe la posibilidad de que los trabajos de labra dieran ini-cio en estos momentos, pero no con la continuidad esperada por los promotores tinerfeños. La tardanza pudo deberse a proble-mas de recepción que tuvo la carta anterior, si bien un apunte marginal del mismo oficio confirma que llegó a Cádiz el 7 de septiembre a bordo de la tartana San Juan Bautista que capita-neaba como siempre el experimentado José Paillet58. Así, ante la duda y los problemas que conllevaba «poner en ejecución la obra de la pila», Morbeque escribió nuevamente a Alcaraz el 19 de agosto de 1755 notificando lo expuesto en el oficio previo, aunque le advierte por tercera vez que si el mármol prescindía de una pureza extrema «no hay nada hecho». Manifiesta asimis-mo los problemas de labra que traían consigo «las molduras y labores como fue en el diseño fuera del gajo», a la vez que ad-mitía «el ajuste de las figuras de Cristo, San Juan y el Espíritu Santo con su reflejo por los cien pesos de ocho riales de plata con sus ojos abiertos y algún perfil de oro, las que será preciso sean a lo menos de tres cuartas de alto pues a la tarima que las ha de recibir me parece que como sube algo más que la pila y de ella sale escarpada se le puede en lo alto volar un poco más 57 A.R.S.E.A.P.T. R.M. 127 (20/40), fols. 36 r-37 r. Apéndice documental, texto número 2. 58 A.R.S.E.A.P.T. R.M. 127 (20/40), fols. 36 r-37 r. Apéndice documental, texto número 2. 23 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 308 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 la meseta sin quitar nada del hueco del agua que ha de ser ca-paz para que lleve nueve arrobas poco más o menos»59. El trabajo continuaría de inmediato en el obrador de Alcaraz y ello desembocó pronto en un enfrentamiento directo entre los implicados por el acuerdo previo, es decir, entre el artista y los promotores. Al no conocer toda la correspondencia intercambia-da entonces entre Cádiz y La Laguna desconocemos en qué se basaron los primeros desajustes, si bien Morbeque escribía a Alcaraz amistosamente el 21 de noviembre de 1756 contándole lo sucedido hasta ese momento. De la lectura de esta carta de-duzco que ya se había iniciado el trato con José de Retortillo60 para procurar luego el envío a la isla, aunque, como veremos más adelante, su actividad no se limitaría a la de un mero trans-portista o delegado mercantil. Le notifica que en Tenerife no existían maestros ejercitados «en cortar mármoles» pero sí «en las piedras toscas de este país», por lo que no habría problemas a la hora de montar la pila y sentar el pavimento llegado con ella a modo de graderío». Es más, añade que «por los enlosados que hacen no lo harán mal y que resultaba necesario mandar de allá los cartabones y limas y el modo como se ha de cortar, pues aquí —informa— en algunas ocasiones que se ha ofrecido para algunas losas lo hacen con un cuchillo como de sierra echando agua y arena». Esta cita de Morbeque es bastante significativa y, a pesar de que tiene fundamento en muchos aspectos, carece de sentido en otros. Es cierto que Canarias no contaba con maestros especia-lizados en labrar mármol, pero ya desde la centuria anterior algunos canteros colocaron sin problemas enlosados y manipu-laron con acierto piedras de apariencia marmórea que proce-dían de Fuerteventura, Génova y el sur peninsular. No en vano, a lo largo del siglo XVIII varios se atrevieron a trabajar con ellas y satisfacer así la demanda local. Éste podría ser el caso de Juan Fernández Torres, quien, por ejemplo, se dice que labró el escu-do y la puerta de la antigua Aduana de Santa Cruz con mármol 59 A.R.S.E.A.P.T. R.M. 127 (20/40), fols. 32 r-33 v. Apéndice documental, texto número 3. 60 Citado siempre como el «señor don José». 24 309 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 llegado en un navío a Tenerife antes de 174261. Sin embargo, por lo que sabemos hasta ahora, la pericia de pedreros como el re-ferido Fernández Torres o Juan Alonso de Taoro62 era un caso aislado entre la totalidad de canteros y escultores isleños. Esa circunstancia no desanimó a Morbeque, quien aprove-chó la ocasión para exigir a Alcaraz que habilitase la obra en «lo breve que se pueda» y que cuando hubiera lugar fuese «man-dando algo para que si sucediere alguna desgracia no se pierda toda». De ello se colige el miedo que ocasionaba el transporte y el embalaje de piezas tan costosas, aunque ya sabemos que lo relativo al envío fue ajustado con Retortillo. No en vano, era partidario de que «las gradas vengan encajonadas» o de otros cambios que propusiera dicho agente con el visto bueno de Alcaraz. La relación entre comitente y artista atravesaba todavía un buen momento, por lo que el mayordomo de fábrica expresó a éste que «no dejaré de hacer alguna diligencia por si hubiere quien mande hacer alguna pila o losa para que se la encarguen a Vm». Aún así, le previene que no había visto «hasta ahora la pila que vino para el lugar de Tacoronte», un trabajo que estu-diaré en próximos trabajos63 e incluyo ahora en la órbita del labrante gaditano a pesar de que entonces le pide información para confirmar «si es de su mano»64. Lo que sí podría cuestio-nar esta referencia es el origen genovés que le supusieron algu-nos investigadores en el pasado65 e invita a relacionarla con noticias posteriores porque, al describir su colocación en el tem-plo durante los primeros meses de 1757, el párroco de Santa Catalina mencionaba que se «mandó fabricar a Cádiz»66. 61 TARQUIS RODRÍGUEZ (1966), pp. 433-434. 62 A quien Anchieta asocia también con la misma obra de la aduana, señalando que «hizo la puerta de la aduana en Santa Cruz de mármol que trajeron en piedras de Lanzarote y él las labró y pulió, y hizo la puerta y armas que están encima». B.U.L.L. Fondo antiguo. Ms 45, tomo I, fol. 241 v. Conviene investigar al respecto y dilucidar la trayectoria profesional de am-bos oficiales, en ocasiones confundida por autores previos. 63 LORENZO LIMA (2012). 64 A.R.S.E.A.P.T. R.M. 127 (20/40), fols. 34 r-35 r. Apéndice documental, texto número 4. 65 CASAS OTERO (1987), p. 94. 66 A.H.D.L.L. Fondo parroquial Santa Catalina, Tacoronte. Libro IX de bautismos (1748-1758), fol. 198 v. 25 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 310 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 Esta aparente cordialidad sería rota de inmediato por la len-titud con que Alcaraz trabajaba en la pila lagunera y el incum-plimiento sistemático de los presupuestos planteados en 1754. Así, en carta escrita a Morbeque el 16 de agosto de 1759, José de Retorillo le previene de que su conclusión era más compleja de lo que se pensaba en principio por varias circunstancias, siendo fundamental la falta de profesionalidad que el artista mostró en todo momento. Informaba entonces que sólo con varias instancias y con sus visitas frecuentes al taller en compa-ñía del capitán Antonio José Eduardo (1718-1788) consiguió que «el oficial encargado de la pila habilite la mayor parte de ella». Dicha cita es de vital importancia por omitir en todo momento el nombre de Alcaraz y por confirmar la participación del mayor de los Eduardo en el encargo y transporte de la pie-za, algo lógico porque su navío Santiago había recalado en Cádiz después de una larga travesía por el Atlántico67. En este sentido cabe recordar que la familia del comerciante tinerfeño mantuvo una estrecha relación con el templo de la Villa de Arri-ba, al ser parroquiana suya y participar activamente en sus cul-tos desde la década de 1710. Por esa razón, al igual que haría luego su hermano Diego Nicolás (1733-1798), Antonio José Eduardo se vinculó a la mayordomía que entonces regentaba Pedro J. Morbeque y a su influyente hermandad del Santísimo. Consta que ingresó en dicho colectivo durante la década de 1750 y que ocuparía el cargo de hermano mayor en 1761, aun-que también fue comisionado para adquirir enseres de plata o atender varias responsabilidades en un momento dado68. Asi-mismo, después de fallecer Morbeque en 1771 acabaría respon-sabilizándose del nuevo proyecto reconstructor que abanderaba con entusiasmo el obispo Servera, por lo que formó parte de la incipiente Sociedad Económica de Amigos del País y entregó un plano con ese fin que la parroquia conserva aún como testimo- 67 Es sabido que el Santiago arribó a Santa Cruz como retorno de un registro que partió desde La Habana el 10 de agosto de 1758. A.G.I. Fondo Indiferente General. Legajo 3.103/1. 68 Anotaciones al respecto en F.P.C.L.L. Libro II de acuerdos de la cofra-día del Santísimo (1699-1783), fols. 117 r, 122 v, 123 v. 26 311 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 nio de su pericia en esta disciplina creativa69. De hecho, también sabemos que en 1776 llegó a presidir la junta de fábrica que procuraba el adelanto de la obra70. Sin necesidad de adelantarnos tanto en el tiempo ni insistir en circunstancias familiares, la vinculación de Antonio José con la pila de Alcaraz resulta significativa por muchas razones. Una de ellas sería la cotidianeidad con que pudo afrontarse su envío hasta Tenerife y la seguridad que reportaba delegar tal opera-ción en un individuo de extrema confianza. De todas formas, al contar con sensibilidad artística y ciertos conocimientos sobre la labra de piedra, Eduardo valoraría in situ que el trabajo em-prendido no se desarrollaba conforme al plan previsto años antes por Morbeque. Tal fue así que después de llegar a Cana-rias informó a los clérigos laguneros sobre ciertas desavenencias que se explican de modo pormenorizado en misivas posteriores, por lo que su opinión sería clave después de tratar directamen-te con el artífice y conocer las condiciones pésimas en que ve-nía trabajando desde 1756. No en vano, de la lectura de una carta de Retortillo deduzco que ambos acudieron con frecuen-cia al taller de Alcaraz para supervisar el proceso de labra. Lás-tima que la documentación no sea más precisa en ese sentido, aunque sí previene sobre algunas circunstancias que desanima-ron de antemano al receloso Pedro J. Morbeque. En dicha mi-siva el agente gaditano le informaba de que el Santiago transpor-taría sólo «los doce cajones que expresa la nota adjunta», faltando aún «las dos efigies del Bautismo y parte de las gradas que espero enviar en primera ocasión». Así se lo hizo saber Alcaraz desde Málaga, «a donde —informa el intermediario— ha pasado por no haber aquí piedra». Intuye que «deben venir en breve», por lo que esperaba a esa ocasión para remitirle 69 Una aproximación a este complejo proceso y a la evolución arquitec-tónica del templo durante el largo siglo XVIII en LORENZO LIMA (2010), tomo I, pp. 551-600, donde son expuestas ideas previas de RUMEU DE ARMAS (1947), tomo III-1, pp. 365-371; TARQUIS RODRÍGUEZ (1966), pp. 403-404 y 407-409 y FRAGA GONZÁLEZ (1976), pp. 19-24. 70 Así consta en la constitución de dicho organismo durante el mes de di-ciembre. A.H.D.L.P. Sección 8, parroquial. Caja «La Laguna», expedientes sin clasificar. 27 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 312 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 cuenta general de su gestión y liquidar la totalidad de los pagos. Cabe suponer que esta situación disgustó mucho en La Laguna, aunque no lo haría menos saber por el mismo Eduardo que dicho artista pedía una gratificación de 300 pesos más respecto a lo ajustado previamente. Ante esa situación José Retortillo es-peraba respuesta de los comitentes tinerfeños, ya que no pudo hacer nada ante las circunstancias que se vivían entonces sin su aprobación o consentimiento71. Los documentos investigados silencian cualquier noticia al respecto y las cartas conocidas no ofrecen más datos hasta que la obra arribó por completo a Tenerife en 1760. Sin embargo, ello no impide que mientras se intercambiara correspondencia epistolar entre Morbeque y Retortillo para ajustar causas pen-dientes como los pagos, la remisión de otros componentes o dificultades derivadas de su recepción en la aduana de Santa Cruz, cuya llegada sí está constatada el 15 de febrero de 1760. Así lo hizo saber el mayordomo de fábrica al artista en una completa notificación que firmaba el 24 de marzo de 1760, don-de le acusa abiertamente de incumplir lo ajustado años antes y de no entregar una pila digna de la estima que los parroquianos habían depositado en ella. Pero mejor comentemos con detalle estas cuestiones. Uno de los altercados se produjo en la aduana tinerfeña el día de su desembarco, ya que las piezas restantes de la obra —esencialmente las esculturas del Bautismo y parte del grade-río— se encajonaron junto a otro trabajo concluido en Málaga por Alcaraz: una cruz votiva que Bartolomé Antonio Montañés esperaba al mismo tiempo en Santa Cruz, de la que me ocupa-ré luego en profundidad. Morbeque aclaraba entonces que como los cajones no vinieron marcados fue preciso «abrirlos todos para formar las gradas de la cruz y saber las que me tocaban». Además, lamenta que con las piezas no hubiera venido el dise-ño original que desconocemos, porque con él acallaría los co-mentarios tan negativos que el conjunto suscitó después de ser montado en la capilla bautismal. Ya era sabido que dichos tra- 71 A.R.S.E.A.P.T. R.M. 127 (20/40), fols. 38 r-39 r. Apéndice documental, texto número 5. 28 313 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 bajos corrieron a cargo del cantero Juan Alonso de Taoro, quien, según apuntes de Anchieta y Alarcón, acometió esa difícil tarea en los primeros días de abril junto a sus peones o mozos de confianza72. A dicho regidor debemos una relación circunstanciada de los esfuerzos acometidos en la parroquia para sentar la pila y la nueva solería marmórea, labor que inicialmente despertó ciertas dudas entre sus ejecutores. Sin embargo, al estar bajo al direc-ción del acreditado Juan Alonso y conocer la pericia que mos-tró al labrar piedras nobles para la aduana santacrucera, pode-mos intuir que dicha actividad no revestiría la complejidad intuida a raíz de los juicios tan precisos de Anchieta. El único problema vino dado por la necesidad de concluir su interven-ción antes del Sábado Santo de ese año, es decir, del 5 de abril de 1760. Así lo ponen de manifiesto sus visitas constantes al templo, de modo que en la mañana del Miércoles Santo vio «ya puesta la pila en la baptisterio [...] que ayer tarde la sentaron» y contempló in situ el modo en que «estaban poniendo las losas del plan [o grada] donde está sentada la pila»73. Su curiosidad al respecto le llevó a anotar en el diario que «las dos grandes [losas] de las cuatro esquinas del pie de la pila, las dos como digo que están contra al ventana las habían puesto ya, y a las once que acabaron a las doce sentaron la otra a su lado de la mano izquierda al entrar por la puerta del baptisterio». De ello cabe deducir la intervención competente del cantero Juan Alonso, a quien calificaba en esos momentos como «maestro pedrero y gran cantero de La Orotava». Por indicación de este oficial debió modificarse el plan pre-visto por Alcaraz para la solería, pues a la hora de sentar el pavimento de mármol no se hizo de forma regular y sí alteran-do la primitiva configuración cuadrangular de sus losas. A ello debieron contribuir ciertos desajustes en la propia obra pues, tal y como notificó Anchieta, le faltaba «un pedacito contra el can-to en que está sentada la pila». De ahí que fuera necesario alte-rar su acabado y disponerlas de un modo cómodo y fácil, quizá 72 TARQUIS RODRÍGUEZ (1966), pp. 366-368. 73 B.U.L.L. Fondo antiguo. Ms 45, tomo I, fol. 241 r. 29 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 314 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 dando cabida a cantería isleña: «las losas que están alrededor en triángulos, una blanca y otra azul sobre el plan donde está sen-tada la pila habían venido en cuadras y en la torre, en la capilla que está delante se serraron en triángulos para hacerle más angosta la dicha orla por el medio de la torre»74. Anchieta acu-dió al templo ese mismo día por la tarde e insistiría luego en la idea previa porque desde la tres de la tarde «estaban sentando el pie de la pila», viendo que tenía «como falto y quebrado el pie [...] que mira a la reja de la ventana [porque] así venía y con un pedacito puesto bien ajustado [que] saltó y han de volver[lo] a poner»75. El Jueves Santo «no trabajaron si no sólo dos hombres que están acabando los triángulos», aunque al día siguiente junto a Juan Alonso «todos prosiguieron por la mañana el acabar el enlosado del pie de la pila, para mañana, sábado santo, hacer en ella la función»76. En efecto, tal y como relataba el propio Anchieta cuando acudió a la parroquia durante la mañana si-guiente, los fieles vieron la torre abierta y «todo el plan de la pila nueva acabada de hacer», así como «al Señor bautizándolo San Juan puesto de remate». Observó también la liturgia orga-nizada a su alrededor, por lo que acabaría describiendo con detalle «la primera función en la pila nueva que se acabó de poner ayer» o una costumbre poco ortodoxa según la cual «mu-chos bebieron agua como otros años cada Sábado Santo»77. Todo lo que rodeaba a la nueva pila era un misterio y nunca fue explicado bien por Morbeque, ya que el propio regidor anotaba en su diario que las habladurías mal intencionadas «dijeron de costo más de seiscientos pesos». No en vano, al tiempo que Anchieta contemplaba la pieza y el boato surgido a su alrededor con motivo de la vigila pascual, «llegó el de Piar78 y habló sobre qué costaría la pila y le dije que no sabía»79. Obviamente, tal 74 B.U.L.L. Fondo antiguo. Ms 45, tomo I, fols. 241 r-241 v. 75 B.U.L.L. Fondo antiguo. Ms 45, tomo I, fol. 242 r. 76 B.U.L.L. Fondo antiguo. Ms 45, tomo I, fol. 242 r. 77 B.U.L.L. Fondo antiguo. Ms 45, tomo I, fols. 239 v-240 r. 78 Acaso el mismo sargento Felipe Piar que cita DE LA GUERRA Y PEÑA (2002), p. 698. 79 B.U.L.L. Fondo antiguo. Ms 45, tomo I, fols. 239 v, 242 v. 30 315 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 silencio incitó muchos comentarios para bien y para mal, hasta el punto de que el mismo relator cuestionaba la voluntad de «quien quitará ésta para poner otra [por]que —explica sutilmen-te— éstas son las cosas del mundo. Que hasta ahora la que qui-taron la tenían por buena y ahora ésta es mejor; a otro le pare-cerá ésta no muy buena y querrá otra mejor»80. La obra despertaba ya un sentimiento doble entre los parro-quianos, tendente al juicio de quien tuvo que contemplarla con o sin formación en cuestiones de arte. La opinión despectiva de Morbeque debió influir en muchos de sus contemporáneos, aun-que la realidad no podía negarse para los detractores del encar-go ni para sus defensores si es que realmente los hubo. Al mar-gen de los «defectos» que presentaba era una creación notable, con amplias dimensiones por disponer de 125 cm en el diáme-tro de la taza y una altura considerable con 129 cm si prescin-dimos de la repisa que sostiene al grupo escultórico como rema-te. Entonces quedó situada sobre la antigua solería y sus gradas de una piedra, con las cuales debemos suponer que la pila ob-tenía cierta unidad y una monumentalidad mayor. Mostraba como ahora exquisita labra en el pedículo o pie, cuya configu-ración a modo de pilar abalaustrado delata el vínculo ya referi-do con conjuntos carpinteriles (fig. 4). Sobre él una amplia taza permitía desarrollar el bautismo sin problemas, por lo que Alcaraz cumplió el requisito de que el agua bendita pasara a un compartimento independiente después de ser impuesta a los neófitos. Al exterior mostraba una configuración gallonada y el desarrollo de las molduras en la parte superior permitió incluir la inscripción ya citada, donde no olvidemos que quedaría de manifiesto el nombre del donante, del mayordomo y del autor. Con ello el artista cumplió otra advertencia de Morbeque, pues-to que sus recomendaciones citaban dicha condición de un modo concreto en 1754: «se ha de poner el letrero según se demuestra en la planidad de esa forma: esta pila la dio Don Miguel Dias, y la mando traer Don Pedro Joseph Morveque sien-do mayordomo de fabrica año de 1754. Alcaraz»81. Sin embar- 80 B.U.L.L. Fondo antiguo. Ms 45, tomo I, fol. 240 r. 81 A.R.S.E.A.P.T. R.M. 127 (20/40), fols. 30 r-30 v. 31 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 316 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 go, como quedaba expuesto más arriba, la inscripción final no reproduce el texto que le fue transmitido a modo de apunte años antes. Los comentarios del mayordomo lagunero dejan entrever que el descontento por la pila fue unánime y que, ante todo, creía necesario contar con la traza «para que lo vieran los inte-resados, porque como Vm dice que se excedió de lo que iba manifestado en él han pensado que yo mandé a buscar una cosa ordinaria; y como aquí se conoce lo bueno y lo que no es tan bueno, añade que no le hacen el que diga que se excedió pues bastante sonrojo he padecido y, aunque me dice que hizo más de lo ajustado, yo le respondo que no ha cumplido con lo que en mis cartas se le pidió». Por ese motivo enumeró al labrante FIGURA 4: Pila bautismal (detalle). Parroquia de Nuestra Señora de la Concepción, La Laguna. Foto: Juan Alejandro Lorenzo. 32 317 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 las faltas que observaba en ella, justificando siempre su parecer con notas de cartas previas y con el único diseño que descono-cemos en la actualidad. Una primera cuestión atañe al mármol empleado para su realización, ya que hasta en tres ocasiones le pidió a Alcaraz que fuera de «la grana mas fina y blancura que se hallara». El artis-ta desobedeció tal recomendación y labró otro «que ha salido muy basto e indecente», a lo que debía añadirse la configura-ción final de la taza con un perfil distinto al estipulado en prin-cipio. El diseño planteaba que ésta debía ser dieciseisava por la perfección de esa forma frente al círculo o al cuadro que mani-festaba en el pie, de modo que, según advierte el responsable de fábrica, el desagrado con su contemplación resultaría extensible a todos los componentes de la obra. Tal y como expone, «en el cuadrado del pilar se para la vista y no rasga a las dos partes de los lados». Además, aclara que «si el exceso está en el follaje no es nuevo por aquí, porque ya lo practican años ha los carpinte-ros, pintores y pedreros», algo que parece incongruente si aten-demos a que los repertorios de gusto rococó no se habían difun-dido aún en el Archipiélago de un modo uniforme. Otro motivo de disputa fueron «las hechuras del Bautismo» que llegaron a la isla en 1760, puesto que no respondían en todo a lo acordado con anterioridad (fig. 4). En las advertencias de 1754 el mismo Morbeque previno que sobre la repisa debía po-nerse una representación exenta del «Bautismo de Nuestro Se-ñor con figuras de a vara, de suerte que el Señor esté de rodi-llas o con uno en la repisa y descansando en el pie con la mejor acción, teniendo hermosura de rostro y cuerpo». Lo mismo po-dría decirse «del señor San Juan y encima una paloma con su luz», por lo que entonces era necesario pedir un presupuesto independiente respecto a la pila82. La documentación conser-vada tampoco describe cuál fue el trámite seguido sobre este particular, pero debemos suponer que el contacto fluido entre artista y comitentes permitió ajustar su hechura conforme a di-rectrices expuestas con anterioridad. Por ese motivo el mayor- 82 A.R.S.E.A.P.T. R.M. 127 (20/40), fols. 30 r-30 v. Apéndice documental, texto número 1. 33 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 318 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 FIGURA 5: Grupo escultórico del Bautismo de Cristo, pila bautismal. Parro-quia de Nuestra Señora de la Concepción, La Laguna. Foto: Juan Alejandro Lorenzo. 34 319 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 domo censuró que su ubicación sobre la repisa era irregular y pedía explicaciones al respecto: «se le encargaron a Vm de tres cuartas y dijo Vm que no tenían cabimiento en el pedestal que las recibía; veo que bastante lugar tenían para hacerse de las di-chas tres cuartas y entonces hermosearían más la figura, al no venir el espíritu santo enlazado con sus reflejos en la misma pieza con los santos y haber mandado un pajarito sin reflejos, a lo que está Vm obligado». Los reproches continúan y pide al artista que le comunicara «cómo se ha de poner y si lo hizo para salir del día debe hacerlo como se ajustó para que se le paguen en lo que se ajustó dicha pieza de las hechuras». A ello habría que sumar los problemas y costes extraordina-rios que ocasionó el traslado del artista a Málaga antes de que concluyera la pila en su totalidad, por lo que desde el puerto de esa ciudad embarcó a Tenerife los elementos restantes del con-junto. Así lo manifiesta Morbeque al censurar «el gran costo de fletes que causó Vm por no haber tenido hecha la obra cuando vino el Santiago habiéndosele encargado y dado el dinero tanto tiempo antes». Dicha queja resultaba lógica en todo, ya que, dadas las circunstancias, la mayordomía tuvo que pagar un do-ble transporte con embarcaciones que zarparon desde Cádiz y Málaga respectivamente. Sobreentiende también que su desfa-chatez rozaba lo absurdo con el elevado precio de los cajones donde la pila fue transportada en ambos trayectos, de modo que el asunto asombró a propios y extraños cuando conocieron la cuenta remitida por Retortillo después del último lote: «y por ultimo el gran costo de los cajones que es lo que más ha escan-dalizado, porque como aquí vienen de las mismas tablas de fue-ra y las de a 4 varas valen cuando más caro un peso de a ocho de plata, y cualquier carpintero hace unos cajones toscos que no necesitaban de unos jables que se hicieron». De ahí que muchos desconocieran en qué gastó tanto dinero para concluir afirman-do que «yo no tengo obligación de pagar la traída de los cajo-nes de Málaga, pues adonde yo ajusté fue en Cádiz y así todo lo que digo en su viveza bien lo conoce Vm, y quisiera me dijera en que había estado el exceso que tanto vocea». El coste del envío era realmente alto y superaba la expectativa inicial de los promotores que quedó cifrada en 420 pesos «puesta en Santa 35 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 320 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 Cruz», por lo que no es de extrañar que Morbeque pidiese a Alcaraz el impago de estos excedentes y recompensara «al señor don José Retortillo en premio de las notificaciones que pasó por querer cumplir como acostumbra en todas las ocasiones que se le han encargado las cosas que están de su mano»83. De este modo concluía el largo memorial de los mayordomos de fábrica, donde se advierte un claro resentimiento de los comitentes y el desconsuelo de los fieles al ver la obra instalada en el baptisterio de la parroquia después de tanta demora. De hecho, su llegada a La Laguna coincide con un período crítico para el templo y su infraestructura arquitectónica, ya que enton-ces se había abortado el plan previo de reconstrucción y falta-ba todavía más de una década para que Antonio J. Eduardo definiera un proyecto nuevo en tiempos del obispo Servera que también fue abocado al fracaso en apenas dos años (1776- 1777)84. Además, como ya se ha planteado, la pila era una vieja aspiración y el resultado final desanimó enormemente a quienes esperaban una obra digna de los fondos invertidos en ella, con cualidades próximas a otras realizaciones de origen italiano que obtuvieron notoriedad en el Archipiélago antes de 1750. En este sentido no debe obviarse que existían referentes próximos como el púlpito de mármoles que la familia Rodríguez Carta obsequió a la parroquia de Santa Cruz en 1736, descrito en un inventario posterior como «una buena alhaja» por sus cualidades materia-les e inmejorable acabado85. El oficio de Morbeque no tardaría mucho en llegar a manos de Alcaraz, aunque al no especificarse desconozco si lo recibió en Málaga o en Cádiz. La segunda opción resulta más probable, ya que el artista remitió desde allí un informe o memoria don-de rebatía una a una las acusaciones previas del clérigo lagu-nero. Su escrito está redactado con orgullo y en ocasiones deja entrever altas dosis de soberbia, algo que pudo enojar aún más 83 A.R.S.E.A.P.T. R.M. 127 (20/40), fols. 40 r-41 v. Apéndice documental, texto número 7. 84 TARQUIS RODRÍGUEZ (1966), pp. 404 y 407-408 y LORENZO LIMA (2010), tomo I, pp. 564-577. 85 A.P.C.S.C. Caja 34. Inventario parroquial de 1748 (legajo suelto), s/f. Es-tudio previo de la pieza en HERNÁNDEZ PERERA (1961), pp. 401-402 36 321 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 a los desdichados mayordomos de la Concepción después de su lectura. En cualquier caso, desconozco cualquier respuesta al mismo y la resolución de cuestiones pendientes como el pago a Retortillo o el reajuste de detalles en el ornato de la pila. Lo más probable es que quedara igual que cuando se montó semanas antes, si bien las indicaciones del propio Alcaraz ayudan a com-prender la génesis de su trabajo y ciertas variaciones que intro-dujo sobre el diseño original. Lo atractivo del caso es que en su argumentación el artista muestra una actitud cambiante, que oscila siempre entre la complacencia y la arrogancia de quien escribe con conocimien-to de causa. No da su brazo a torcer y defiende las acusaciones vertidas por Morbeque sin un fundamento aparente, puesto que de sus palabras se deduce una alta confianza en sí mismo, en el trabajo afrontado antes del último embarque desde Málaga y, sobre todo, en cuestiones que le hacen ostentar cierta superio-ridad frente a los comitentes tinerfeños. De ahí que escude su defensa en la incomprensión y en la poca valoración que el arte alcanzaba en sí mismo, una cuestión que a priori sirve de válvu-la de escape para no reconocer su falta de profesionalidad o el incumplimiento de lo estipulado con el mayordomo lagunero desde 1754. Sin embargo, resulta evidente que ni una ni otra medida responde a una realidad tan maniquea. Alcaraz es bastante claro en su explicación y no se anda con rodeos cuando defiende el aspecto final del conjunto, diferen-ciándose así de las manifestaciones vertidas por los promotores de la Villa de Arriba. Comienza su informe con el propósito de explicar lo sucedido en unas circunstancias atípicas, motivadas sin duda por la premura del envío y por la necesidad de aten-der el encargo tinerfeño con un carácter exclusivo. Justifica pri-mero el tema tan polémico de los cajones, al afirmar que «todos iban marcados a cada uno lo que era». De hecho, advierte que no era «tan ignorante» y que al desembarcarlos en la aduana deberían verse aún «algunas señales o marcas». Quizá éstas se perdieron «el día que se embarcaron en Málaga» cuando «echó Dios agua a cantaros, y como Dios saca lo porvenir quiso orde-narlo así». Ello pudo deberse a las condiciones con que viajaron en el interior del barco hasta el Archipiélago, ya que en el puer- 37 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 322 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 to Alcaraz fue testigo de cómo los cajones se enterraban en sal y funcionaron a modo de lastre para que la embarcación alcan-zara el calado idóneo en su primera travesía por el Mediterrá-neo. Con estas circunstancias excusa cualquier responsabilidad sobre el tema y refiere las medidas que debían adoptase para evitar dicho problema en el futuro, señalando abiertamente que respecto a «los cajones enterrados en sal ya tengo dado satisfac-ción de este reparo y no se haga cargo de las contingencias del tiempo». Más de cerca le tocaban problemas surgidos por la aparien-cia de la pieza, sobre todo en lo relativo a la configuración de su taza. Por ese motivo remitió el diseño que le había enviado Morbeque años antes, de forma que los interesados podrían verlo junto a la pila en La Laguna y advertir «que lo que yo digo no es así, pues ni yo ni Vm tiene la culpa de que el dibujo no manifieste por letra y planta si había de ser redonda o dieci-seisava ». Su conclusión al respecto no puede ser más positiva, puesto que la distinción entre una u otra forma hubiese reper-cutido en su aspecto final al manifestar, por ejemplo, que «en el caso que fuera dieciseisava no lo manifestará más que la mol-dura por razón de los gallones». Ello determinó también la con-figuración de la misma en altura porque «las ochavas eran muchas» y «no se podía distinguir si era redonda u ochavada». De haberse labrado conforme al plan previsto, esa cuestión se advertiría sólo «en la moldura y en la arista de la ochava», aun-que vaticina que el resultado podría mostrar un perfil «muy fuera del regular». En él los gallones se presentarían «como botonaduras a casaca antigua y las letras no fueran de tanto lucimiento como yo lo demuestro en esa planta». Por ese moti-vo concluye expresando a Morbeque que debía dar «las gracias al dibujante que olvidó con acierto, pues —añade sin tapujos— no hay figura mas agradable que la circular». Es evidente que el artista hace una lectura interesada del cambio, amparándose siempre en ideas de belleza y perfección. Pero además se vale de esa circunstancia para demostrar la su-perioridad de su juicio frente a la opinión de los comitentes y artistas insulares, ya que el mismo Morbeque le había comuni-cado en una carta previa la inexistencia de labrantes de mármol 38 323 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 en Canarias: «digo que ni los picapedreros, ni carpinteros, ni pintores no tan solamente no son hombres para hacerlo [traba-jo de la pila con mármol] sino también no lo han visto por el término; la prueba que si allí hay quien la haga, ¿por que se envía acabada y no las piedras en bruto?». Este primer juicio de descalificación queda contrarrestado con críticas que suscitó un aspecto de la organización del conjunto: la separación del cua-dro de abajo —entiéndase base del pedículo— y su relación inar-mónica con la taza o parte superior. «Digo que celebrará boca a boca dar razón y no por letra que el dibujo es cuadrado, el plinto y pedestal con una hoja de talla por esquina y otra en medio [...]. No quiero cansar a Vm en especular por hombres inteligentes que los fiscalicen y verá como es lo que yo digo que sin pasión ni hacer a Vm ni a otro adulación diga a los señores lo que yo digo». De no ser así, la pila se hubiera resentido mu-cho más por cuestiones que atañían de igual modo a la natura-leza del material elegido para la labra. Es consciente de que en cartas previas le pidieron el mármol más fino y blanco que encontrase, al tiempo que no deja de re-conocer que ésa era una medida inviable en muchos aspectos. Con cierta prepotencia explica que él no era «ángel ni diablo que pueda penetrar interiores» para buscarlo, aunque deseaba adquirir uno que simulara «un copo de nieve». Pese a las lectu-ras que suscita un juicio de este calibre, dicha expresión debió ser habitual entre los escultores del siglo XVIII. De ahí que ante la abundante demanda que atendía en un momento dado, el imaginero granadino Torcuato Ruiz del Peral (1708-1773) expre-sara «que no soy ángel, que soy hombre muy limitado»86. De todas formas, Alcaraz previene a los mayordomos laguneros que «en lo descubierto todavía no se ha encontrado mármol blanco sin que tenga algunas vetas azules, porque al de Génova le su-cede lo mismo como lo verá en las losas o en otras piedras que haya ahí [Tenerife], y tiene una falta muy notable que a poco tiempo se pone melado y el de acá [Andalucía] siempre se man-tiene como manifiesta». No contento con ello, defiende su intervención sobre el gru-po del Bautismo que coronaba el conjunto y el trabajo conferi- 86 RODRÍGUEZ DOMINGO (2008), pp. 101-176. 39 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 324 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 do a cada una de sus figuras (fig. 5). Afirma que si «no pasan no les falta mucho para ser un molde de cera que no tiene desper-dicio, y si me hubiera arreglado a su papel como Vm lo puede medir no hubieran sido de ese tamaño y si no la hubiera au-mentado el pedestal y basa donde va el bautismo hubiera pare-cido enano, sin cabeza». El mayor problema radicó en la dispo-sición del «Espíritu Santo encajado con los reflejos en la misma pieza», al ser éste «un pajarito» que no encontraba fácil acomo-do en un grupo de estructuración piramidal. Nuevamente se expresa con una actitud despótica al justificar la solución esgri-mida por último: «yo no entiendo de santos y eso, habiendo hombres allá que lo sepan hacer o remediar la falta que para Vm tenga, porque yo soy muy limitado para decir a Vm como se han de poner las ráfagas y para que el pajarito se vuelva Es-píritu Santo o a ser otro con sus ráfagas y fijarse en el hombro del Señor sin que se vea él; como había hombres inteligentes que lo pusieran hubiera ido puesto, aunque yo no dudaba ni dudo haya quien haga ráfagas y las ponga y lo haga espíritu santo, pues no me faltó mucho para haberlas hecho pero ya veo que sembré en mala tierra y eso de cualquier manera cuesta muy poco [...]». Sobran los comentarios al respecto, pero es interesante cons-tatar que la exposición del escultor aborda ahora un tema com-plejo porque el grupo escultórico no conserva su apariencia pri-mitiva en la actualidad. Ha sido muy maltratado con el paso del tiempo, y algunos elementos desparecieron ya —caso del polé-mico Espíritu Santo— o fueron reemplazados por otros de eje-cución diferente —brazo izquierdo del Bautista, sustituido por una pequeña pieza de madera—. Es probable que lo concernien-te al material sí fuese cumplido, ya que a simple vista se advier-te el empleo de una piedra distinta para su labrado a pesar de que en la actualidad luzca algo manchada por el lógico enveje-cimiento o paso del tiempo. Además, en él queda patente cierto dominio técnico y una composición que no está exenta de inte-rés si atendemos a su volumetría, aun cuando el tratamiento de cada personaje sea diferente. En lo relativo a San Juan prima la adopción de referentes conocidos en su iconografía, por lo que viste un atuendo acorde al relato evangélico y a la ortodoxia 40 325 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 cristiana. En ese hecho muestra semejanza a lo sucedido con la efigie que remata la pila bautismal de Garachico, aunque aquí prima una interpretación más fidedigna del texto bíblico y se otorga una volumetría distinta a la figura. El canon estilizado de ambos personajes es tal que requiere de puntos de apoyo o sos-tén, cuya instalación justifica el autor introduciendo elementos textiles en la parte posterior del conjunto. Mayor elegancia ofrece la figura de Cristo, quien en actitud sumisa recoge sus manos en el pecho y baja la cabeza para re-cibir el agua bautismal. Se trata de una figura interesante, que revela la gestualidad adecuada y condiciones distintivas entre muchos escultores de la época. Sus proporciones delatan anti-guos usos del Manierismo al manifestar elevada estilización de las formas y grandes concesiones al desnudo, limitadas sólo por el corto paño de pureza que cubre la cintura en gesto pudoro-so. Es evidente que con esa cualidad el artista recurre a constan-tes conocidas en su entorno, pero al margen de los recursos representativos manifiesta dominio técnico y ciertas aptitudes para abordar la representación humana que eran desconocidas hasta ahora. Además, hace gala de ello al introducir novedades como la textura del mármol en diversos acabados y un movi-miento de claro matiz desequilibrante que acentúa el personaje que nos ocupa de Cristo, cuya apariencia condiciona un elegan-te e inusual contraposto dada su ubicación original. La nota distintiva la ofrece Alcaraz en su memorial cuando manifiesta que el punto de partida para su composición se encuentra en una obra previa de Alonso Cano (1601-1667), algo ignorado también hasta el momento. De ahí que cite textualmente «al racionero Cano que fue el asombro de la pintura», afirmando sobre el grupo tinerfeño que «es dibujo suyo». Dicha condición otorga un interés mayor a la pieza, pero resulta imposible saber cuál fue el dibujo o modelo que el labrante recurrió en un mo-mento dado porque lo conocido de Cano sobre esa faceta creativa es bastante limitado en la actualidad87. Las alternativas ante un antecedente canesco vienen dadas por dos dibujos que se atribuyen en la actualidad al maestro, 87 Sobre los dibujos del artista granadino véanse las últimas contribucio-nes que contiene AA.VV. (2001). 41 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 326 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 uno conservado en el Ashmolean Museum de Oxford y otro más cercano a las efigies laguneras en The Apelles Collection de Londres88. El último es bastante notable y, aunque antes se es-timó como obra de Pedro Atanasio Bocanegra (1638-1689)89, ciertas condiciones plantean una similitud extensible a detalles menores como la disposición genuflexa de Cristo, su volumetría, la actitud que manifiesta ante el prodigio y la extensión del bra-zo derecho del Bautista (fig. 6). Otras, sin embargo, difieren no-tablemente y plantean la posibilidad de que el dibujo o repre-sentación elegida por Alcaraz fuera una variante perdida sobre el ejemplar londinense90. Es más, no sabemos siquiera si ese u otro referente similar sería conocido por el labrante en Cádiz o Málaga, aunque al menos hay constancia de que el grupo fue esculpido en la segunda ciudad con no pocas incomodidades. Al margen de ello, lo interesante es que obras de este tipo ponen de relieve la vigencia de la estética canesca en un contexto dis-tante de la escuela granadina porque sus presupuestos fueron estimados allí hasta finales del siglo XIX. Málaga era en esos momentos una ciudad con cierto esplendor en lo relativo a las artes, abierta a la experimentación que incitaban lienzos previos de Cano91 o a la reformulación que Pedro de Mena (1628-1688) hizo de sus esculturas y modelos a posteriori. Por ese motivo no es casual que en la realización tinerfeña se adviertan caracterís-ticas comunes a representaciones dibujadas del mismo Alonso Cano, cuyo alcance significó con tanto acierto el profesor Pérez Sánchez92. De ahí la validez de cuestiones planteadas antes como la concepción tan personal del desnudo y un tipo de be-lleza que recuerda obras del pasado manierista, salvando, eso sí, 88 Reproducidos en AA.VV. (2001), pp. 30, 117. 89 VÉLIZ (1998), núm. 103. 90 Se trata de una pluma y aguada de tinta parda sobre papel verjurado, que mide 200 x 150 mm. Su origen es incierto y en la parte inferior izquier-da muestra una firma apócrifa donde puede leerse con facilidad «Alonso Cano». Se supone que ingresó en The Apelles Collection proveniente de la colección Stirling-Maxwell, Keir. Cf. AA.VV. (2001), p. 117, núm. 5. 91 Sobre todo la importante Virgen del Rosario que preside ahora una capilla de su catedral. Comentarios sobre ella con bibliografía precedente en CAMACHO MARTÍNEZ (2002), pp. 426-427. 92 PÉREZ SÁNCHEZ (1986), pp. 216-226 y (2002), pp. 133-143. 42 327 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 FIGURA 6: El Bautismo de Cristo. The Apelles Collection, Londres. Foto: Museo del Prado, Madrid. 43 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 328 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 la frontera que imponen las distancias, el tiempo y la poca crea-tividad del maestro contratado por Morbeque. Sólo Alcaraz era consciente de estas condiciones y del esfuer-zo que implicaba labrar unas esculturas que apenas superan los 50 cm, por lo que no duda al enumerar otras desventajas que le produjo una dedicación exclusiva a la pila lagunera. Reprocha excesos cometidos con ella y lo notifica en una cita extensa, sorprendente otra vez por su franqueza: «Y para que Vm vea y esos señores que me he excedido diré que mi obligación es dos gradas y la solería o manta como un patio de posada con pedazos chicos y grandes o como la hubiera po-dido cuajar el pedestal cuadrado, con una hoja por esquina y otra en medio y lo mismo la repisa en donde va o descansa la pila y las figuras sobre el pedestal de media cuarta de alta sobre la superficie de la pila y encima el Bautismo. Ahora voy a satis-facer a Vm para que satisfaga a esos señores y digo lo primero que le envío una grada más por si quiere desanchar más la so-lería [...]=. Lo segundo que es preciso que crea que si yo hubie-ra enviado las gradas de pedazos me hubiera costado menos, y hubiera aprovechado el retal que no me sirve y entonces hubie-ra salido más utilizado y no fuera entonces mi pérdida tan gran-de=. Tercero las losas para la solería según se lo explique al se-ñor don Antonio Eduardo=. Cuarto el pedestal aboquillado des-de la escocia y va a respirar en una luneta y todo tallado como se habrá visto que mientras se talló el pedestal se podía haber hecho toda la talla siendo cuadrado, otro punto mas principal que va de dos piezas=. Quinto el pedestal y basa en donde va el bautismo que no es de mi obligación excepto el bautismo». Esta relación tan detallada prueba la frustración que vivió el artista al conocer el malestar de los promotores laguneros y, aunque en principio se limita a aspectos técnicos o a señalar su dedicación en cuestiones fuera de contrato, es bastante indica-tiva del interés generado por la obra. En ese sentido, no debe-mos olvidar que un éxito le reportaría nuevos encargos desde Tenerife, ya que para ello contaba con el apoyo incondicional de Morbeque. El mayordomo lo manifestó así en un primer mo-mento y, como se apuntó más arriba, en carta escrita en no-viembre de 1756 le expresaba su voluntad de «hacer alguna di-ligencia por si hubiere quien mande hacer alguna pila o losa 44 329 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 para que se la encarguen a Vm»93. Lástima que la documenta-ción sea tan deficitaria y no podamos conocer el grado exacto de implicación entre artista y comitente en momentos previos al envío, si bien resulta lógico que los patrocinadores laguneros desaconsejaran cualquier contratación con este maestro después de montar su pila en Tenerife. Las continuas alteraciones de la parroquia de la Concepción y los cambios de pavimento que ha experimentado el baptiste-rio nos impiden conocer cuál era la apariencia de las gradas de mármol que Alcaraz labró en Málaga, aunque si atendemos a su explicación y a los apuntes ya planteados de Anchieta podrían deducirse cuestiones significativas. La más notable sería su tra-bajo en un único bloque de piedra, quizá para conferir unidad al conjunto y no descontentar a sus promotores. Se trataba de cuestiones importantes que el mismo artista debió comunicar personalmente a Antonio José Eduardo, a pesar de que no son explicadas como tal en su largo informe. Cabe suponer que di-chos «excesos» se limitaron sólo a las losas del pavimento, pero la presencia de Retortillo y Eduardo en Cádiz despierta interés a la hora de evaluar el trato del maestro con sus promotores. Recordemos que ambos transmitían noticias de su adelanto y cualidades a Morbeque, el primero a través de cartas —sólo se conserva una, ya citada antes— y el segundo cuando retornó en su navío a Tenerife con parte de la pila. Los intentos de Alcaraz para contentar a los demandantes de la obra eran pocos y se vislumbraba ya una postura irreconciliable, algo que desembo-caría en un estrepitoso fracaso y —lo que era peor aún— en la pérdida de confianza por parte de los promotores canarios. Algo de esto se deja ver cuando el artista lamenta la situa-ción en un doble juego de expresiones, volviendo a mostrarse complaciente y soberbio en lo referido a su labor. Pero sí resul-ta significativo su pesar por la gestión de Retortillo, a quien describe como el más perjudicado de la situación atendiendo a «las mortificaciones que ha tenido». Sin embargo, plantea al mismo tiempo que «cuantas obras he hecho por mano de dicho Señor y de otro cualquiera he procurado no molestar poniéndo- 93 A.R.S.E.A.P.T. R.M. 127 (20/40), fols. 34 r-35 r. 45 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 330 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 lo yo de mi casa porque no soy hombre que pido para molestar a nadie y será ocioso decir haber yo molestado a dicho señor». Queda clara la vinculación entre ambos y la estimación de los mármoles como producto de mercado, por lo que con gran as-tucia el mismo Alcaraz recuerda la cuestión económica y su deseo de no desagradar a nadie. De ahí que se dirija a Morbeque diciendo: «Señor mío, yo quisiera poder satisfacer a Vm boca a boca y que supiera lo que cuesta el ponerlo en semejante pasaje como le he puesto; que si se ha tardado [se entiende el envío] no ha sido cul-pa mía por causa del contratiempo de la mar, pues bien puede estar entendido que he puesto de mi casa más de cuatrocientos pesos en su obra que Vm [...]; y por fin de todo [...] perdone mi atrevimiento y mande a su servidor que si yo he errado es de hom-bres porque esto no es para escrito y yo celebraré el haberme emborrachado y haber ido a sentarle [la pila], aunque no me lo hubiera pagado solo por contemplar a Vm y dejarlo gustoso con palabras y obras que ya considero que aunque más lágrimas deis». El último atisbo de sinceridad resulta a la vez oportuno e inquietante, ya que era un medio que el artífice debía emplear para conseguir popularidad ante un contexto desfavorable si quería concertar otros trabajos en la isla de Tenerife. Conscien-te de que eso era ya inviable, no le quedó más remedio que con-cluir su informe describiendo de nuevo las bondades de la pila y su validez por lo rentable de la inversión económica: «(...) y para que Vm sepa lo que tiene y lo que vale ahora poco se han llevado tres pilas, una grande y otras dos de tres cuartas que las ha hecho un amigo que yo he tenido en algún tiempo y por la grande le han dado ciento y treinta pesos sin más ni más que lisa ni más que un pedestal y pila si Vm tiene consideración los dos mares y pedestal de la de Vm tiene mas trabajo y para acabar de remachar venga en conocimiento de lo mismo que yo digo y por las dos de de tres cuartas le han dado cuento y cua-renta= y las tres pilas que yo remití en años pasados por medio del señor don José Retorillo de una vara de diámetro y su pilar hice cada una en cincuenta pesos, puede Vm, sino las ha visto, ver unas y otras a ver cual le parecen más bien»94. 94 A.R.S.E.A.P.T. R.M. 127 (20/40), fols. 42 r-45 v. 46 331 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 La documentación investigada silencia cualquier noticia so-bre el término de este trámite y deja abierta la posibilidad de que tanto Morbeque como Alcaraz intercambiaran otras cartas que desconocemos. Asimismo, queda por probar el pago pen-diente de Retortillo y las excusas que los mayordomos laguneros dieron a los miembros más notables de la feligresía cuando con-templaron la pila en la parroquia, sobre todo porque ya es sa-bido que fue bendecida semanas antes coincidiendo con los cultos de la Semana Santa. Sorprende que a pesar de las dificul-tades que entrañó su pago y montaje los párrocos dejaran cons-tancia de datos importantes en el correspondiente libro de bau-tismos, donde existe al menos una anotación explícita sobre dicho acontecimiento: «Hoy Sábado Santo, que se cuentan cinco de abril de este año de mil setecientos y sesenta, se estrenó la pila bautismal de mármol, que fue hecha en Cádiz por el maestro Alcaraz, siendo mayordomo de fábrica de esta parroquial don Pedro José Mor-veque presbítero, y hizo la bendición del agua el señor don Gaspar Gabriel Estévez Gorvalán, venerable beneficiado de esta dicha iglesia y examinador sinodal de este obispado, y el prime-ro que en ella se bautiza es el de la partida siguiente [correspon-diente el día 8 de abril a Juana Brígida, hija de Francisco Ramos y Catalina de Acosta]»95. Hasta dicha ceremonia despertaría recelo entre los parro-quianos pudientes pues, tal y como escribió Anchieta y Alarcón en su diario, durante la Semana Santa los clérigos debatieron mucho sobre la identidad de quién iba a ser el primer bautiza-do en la pila. A esta discusión no eran ajenos el mismo regidor y otros vecinos de la Villa de Arriba, de forma que el propio Anchieta expresó la idea de que «si era pobre» él se presentaba a la ceremonia como padrino. El ofrecimiento desembocaría luego en un tímido enfrentamiento con el también influyente Juan Porlier, por lo que —al decir de Anchieta— «desde que me lo oyó quiere él serlo y sea quien fuere ya no me da cuidado»96. A estas alturas ése era ya un mal menor, aunque la actitud beli- 95 F.P.C.L.L. Libro XX de bautismos, fols. 74 r-74 v. 96 B.U.L.L. Fondo antiguo. Ms 45, tomo I, fol. 240 v. 47 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 332 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 cosa del apacible Pedro J. Morbeque tuvo pocas oportunidades más de manifestarse en relación con la pila. No en vano, con esta función sacramental se puso punto y final a un debate que prolongaría en el tiempo la respuesta de Alcaraz, puesto que la carta previa de Morbeque está datada unos días antes de que se produjera la bendición del conjunto marmóreo. El paso del tiempo hizo que los fieles olvidaran los problemas que suscitó su contrata y envío, aunque lo relativo a la identidad del labran-te ha pervivido en la conciencia colectiva porque Alcaraz puso su nombre en la inscripción que ostenta el borde la taza o copa: «Alcaraz Cadiz fecit» (fig. 7). Queda suficientemente claro que la pila escondía intereses para los implicados en la contratación años antes, de forma que su éxito y fracaso, los pocos aciertos y las muchas desventajas, no fueron tan positivas para ambas partes ni le reportaron las satisfacciones esperadas en un primer momento. FIGURA 7: Pila bautismal (detalle). Parroquia de Nuestra Señora de la Con-cepción, La Laguna. Foto: Juan Alejandro Lorenzo. 48 333 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 3. LA CRUZ DE BARTOLOMÉ ANTONIO MONTAÑÉS, UN MONUMENTO DE CARÁCTER PÚBLICO Los mármoles que Alcaraz envió a Tenerife no tuvieron siempre uso litúrgico o sacramental, puesto que ya era conoci-da su participación en al menos una obra que tuvo fin público después de arribar a la isla. El único referente conocido de esa dinámica es la cruz votiva que el comerciante Bartolomé Anto-nio Montañés costeó con el fin de situarla en un extremo de la antigua plaza de la Candelaria, espacio de máximo interés para la influyente sociedad santacrucera (fig. 8). Los motivos que ex-plican este encargo son múltiples y el hecho de que se haya re-mitido desde Málaga al mismo tiempo que la pila bautismal demuestra la viabilidad de su encargo, por lo que cabe suponer que el responsable de formalizar la contratación en Cádiz fue también José de Retortillo. Abunda en ello el hecho de que co-mitente e intermediario mantuvieron una estrecha relación de amistad, cuyo fin último no era siempre la gestión comercial o el envío de mercancías hasta los puertos del Archipiélago. Mon-tañés supo ganar el favor de personajes que se relacionaron con dicho entorno como el obispo Francisco J. Delgado y Venegas, a quien el tinerfeño cita en la correspondencia íntima con el so-brenombre de «mi amigo». Los dos emprendieron obras de ca-ridad para dar ejemplo a la ciudadanía y, después de que el pre-lado fuera destinado a Sigüenza en 1769, se encargó de recoger en la aduana de Santa Cruz plata cordobesa que había ofrecido a varias parroquias de la isla97. Sin embargo, las noticias que refieren ese tipo de negocios o su aceptación en el contexto lo-cal todavía resultan escasas. Muchas de estas circunstancias son extensibles a la cruz marmórea que nos ocupa, cuya autoría y donante se conocen bien por la inscripción que ostenta al pie: «A DEVOCIÓN Y EXPEN-SAS DE DN BARTHOLOMÉ ANTONIO MÉNDEZ MONTAÑEZ CAPITÁN DE FORASTE-ROS Y SÍNDICO PERSONERO DE ESTE PUERTO DE SANTA CRUZ DE THENERIFE AÑO DE 1759. Salvador de Alcaraz f.» (fig. 9). Su contratación no es mencionada en los documentos investigados hasta ahora, por 97 LORENZO LIMA (2009 a), tomo I, p. 344. 49 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 334 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 FIGURA 8: Cruz votiva. Plaza de la parroquia de Nuestra Señora de la Concepción, Santa Cruz de Tenerife. Foto: Juan Alejandro Lorenzo. 50 335 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 FIGURA 9: Cruz votiva (detalle). Plaza de la parroquia de Nuestra Señora de la Concepción, Santa Cruz de Tenerife. Foto: Juan Alejandro Lorenzo. lo que sólo hay constancia de su envío a la isla coincidiendo con el último lote de piezas que integraban la pila de Morbeque. Ello invita a pensar que arribó a Santa Cruz en febrero de 1760 y que pudo concluirse en Málaga meses antes, puesto que fue embarcada a Tenerife desde su puerto en varios cajones donde la cruz propiamente dicha se guardó despiezada junto al grade-río y peana de piedra que compusieron en principio parte del basamento. De ahí que al borrarse las marcas o distintivos del embalaje sus destinatarios tuvieran que abrir todos los cajones 51 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 336 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 y distinguir las piezas que pertenecían a la pila bautismal y al sencillo monumento de Montañés. Como ya quedó dicho, esa situación incitaría luego las quejas del mayordomo lagunero y la respuesta del artista en el extenso memorial de 176098. Al margen de ello o de sus propias cualidades, lo interesante es constatar que la obra se inscribe en un contexto determinante para la actividad mercantil y para exaltar la personalidad de su donante como un personaje notable de la época, uno de los valedores del éxito que el incipiente puerto de Santa Cruz alcan-zó antes de finalizar el siglo XVIII99. La biografía y actividad profesional de Montañés ya es cono-cida100 y, aunque no pretendo insistir en ella, su análisis resulta necesario para valorar la actitud que manifestaba cuando en torno a 1759 costeó una obra peculiar como esta cruz de Alca-raz. Dicho comerciante responde en líneas generales a un pro-totipo usual de hombre dieciochesco, aquél que triunfa en la vida gracias al esfuerzo y al tesón depositado en la gestión em-presarial: el llamado «negociante» o «persona de negocios» que tanto proliferó en la Europa del momento con un deseo perma-nente de potenciar el nuevo ideal de la Ilustración101. Los oríge-nes de este loable patrocinador de las Artes eran sencillos por-que, por ejemplo, su padre era natural de Garachico y había sido abandonado al nacer102. De ahí que tanto él como sus hijos mostraran una capacidad de superación envidiable, así como la voluntad de colaborar con individuos que se valieron del ascen-so de la burguesía para progresar en la sociedad tinerfeña del momento. En este contexto la influyente plaza de Santa Cruz 98 A.R.S.E.A.P.T. R.M. 127 (20/40), fols. 40 r-41 v y 42 r-45 v. 99 Así lo constatan, entre otros, PERDOMO ALFONSO y PADRÓN ALBORNOZ (1982), p. 95. Para una lectura completa de su devenir histórico véase CIORANESCU (1993). 100 Tratada previamente por FRAGA GONZÁLEZ (1979), pp. 193-198 y CON-CEPCIÓN RODRÍGUEZ (1995 b), pp. 181-186. 101 Así lo estudia de un modo sintético BERGERON (1995), pp. 129-150. 102 Consta de este modo en su partida de matrimonio. El capitán Miguel Jorge Montañés casó con Isabel González Padilla en Santa Cruz el 29 de noviembre de 1711, siendo ella hija de Diego González —ya difunto— y de Francisca Padilla, todos naturales y vecinos de Santa Cruz. A.P.C.S.C. Li-bro IV de matrimonios, fol. 136 v. 52 337 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 era un espacio privilegiado y permitió el avance de nuevas individualidades que tenían en el comercio, en la Iglesia y en la vida militar sus campos de actuación preferente103. Lejos de la aristocracia que condicionaba aún la vida en centros de poder como La Laguna o La Orotava, el puerto tinerfeño ofrecía con-diciones idóneas a la hora de imponer un nuevo orden social y demostrar la viabilidad de la burguesía como clase dirigente. Así pues, en este ambiente de cambios se produjo su nacimiento en julio de 1714104 y la extensa formación que le procuraron sus progenitores incluyendo sendos viajes a Campeche en 1735 y 1736105, aunque pronto sería reconocido por proyectos de diver-sa naturaleza que implicaban a los individuos más notables de la época. Su padre había sido un importante capitán que nave-gó a Indias en varias ocasiones y tuvo especial interés en la re-gión de Guatemala, donde consta al menos que murió su her-mano Félix en abril de 1750106. Gran interés obtiene el vínculo del joven Bartolomé con la familia Carta, en cuya casa principal de la plaza de la Candela-ria residió hasta el final de sus días. Con ellos emprendería ne-gocios de toda clase y vivió de cerca los muchos adelantos que pudieron conocerse en Tenerife a pesar de su lógica desvincula-ción de la corte o importantes ciudades de la Península, ya que en enero de 1780 designaba como únicos herederos de su fortu-na a los tres hijos de Matías Rodríguez Carta107. Años antes el mismo Matías le había elegido para arreglar lo tocante a sus disposiciones testamentarias pues, tal y como recordó Lope A. de la Guerra y Peña, el deseo latente era que la descendencia de este burgués tuviese «una conducta igual a la de su padre» go-zando «de la misma estimación y conveniencia»108. En ese con-texto de reivindicación social Montañés pudo atender intereses 103 Cf. CIORANESCU (1998). 104 A.P.C.S.C. Libro IV de bautismos, fol. 103 v. Bartolomé Casabuena ac-tuó como su padrino de bautismo, por lo que el contacto con el comercio y sus agentes más importantes en Tenerife debió ser notable desde la infancia. 105 GARCÍA BERNAL (2000), pp. 1966-1989. 106 CIORANESCU (1992), tomo II, pp. 437-438. 107 Análisis de su testamento en CONCEPCIÓN RODRÍGUEZ (1995 b), pp. 181- 188. 108 DE LA GUERRA Y PEÑA (2002), p. 352. 53 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 338 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 tan diversos como el fomento de la industria, la astronomía y el coleccionismo de objetos curiosos que mantuvo consigo hasta que un temible incendio los destruyó en 1784. Por esta razón se convertiría también en impulsor de una escuela pública para que muchos niños de la isla recibieran educación en ella109 y en la explotación de pescado salado junto a las costas de Berbería, algo que, por ejemplo, le llevó a contactar con grandes hombres de Estado y obtener fondos ante la puesta en marcha de «tan conveniente negocio». No debe obviarse que el caudal del Esta-do era un recurso necesario si quería contar con el asesoramien-to de personal cualificado, construir almacenes en las afueras de Santa Cruz, disponer de un mayor número de embarcaciones que pudo ajustar finalmente en La Palma y, sobre todo, buscar el medio idóneo a la hora de llevar el pescado en salazón hasta la Península110. Consta que el rey Carlos III probó en Madrid el objeto de esta «industria local» y que ello le hizo mantener un trato frecuente con el marqués de Grimaldi, uno de los asesores del monarca ilustrado111. No obstante, el alcance de dicha inicia-tiva fue secundario si atendemos a los malos resultados que tuvo de inmediato o a las circunstancias sucedidas a posteriori, ya que en los años siguientes se vio obligado a abandonar una iniciativa tan loable con grandes perjuicios para el vecindario de la isla. Su tesón al respecto sería retomado más tarde por la Sociedad Económica de Amigos del País instituida en Las Palmas112 y ello, como es sabido, desembocó en peticiones en-viadas al Consejo durante la década de 1780113. Después de la muerte de Montañés el interés se centró en la pesca menor y en el suministro de pescado fresco para el autoconsumo de los isleños114. A pesar de las novedades que aportaban este tipo de proyectos, Bartolomé Montañés tampoco se sustrajo de antiguas prácticas 109 PERAZA DE AYALA (1982), p. 5. 110 DE LA GUERRA Y PEÑA (2002), pp. 384 y 617-618. 111 Se conservan al menos dos cartas dirigidas a dicho ministro con este motivo en 1771 y 1772. PERAZA DE AYALA (1976), p. 15. 112 Noticias al respecto en VIERA Y CLAVIJO (1981), pp. 108-109. 113 A.H.N. Consejos. Legajo 972, documento 22. 114 Véase al respecto la última contribución de SANTANA PÉREZ (2010), pp. 67-90. 54 339 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 patrocinadoras y tuvo en la Iglesia un referente notable para todo tipo de actuaciones generosas. De ahí que aportara limosnas con el fin de reconstruir el convento de Güímar después de que fuera destruido por un incendio en 1775115 o que beneficiase en circuns-tancias puntuales al santuario de la Virgen de Candelaria, recinto de interés para los Rodríguez Carta donde él mismo pidió ser se-pultado antes de morir en febrero de 1784. Entonces ocupaba el cargo de castellano de la fortaleza del lugar y su entierro revistió la pompa que le correspondía al ser un bienhechor del templo, por lo que en los días siguientes al sepelio se sucedieron diversos ofi-cios y misas por su alma116. Pero, sin duda, la parroquia de Santa Cruz fue el lugar donde se manifestaron sus pruebas de piedad más notables. Es conocido que fue un miembro muy activo de su cofradía sacramental117 o que en 1773 entregaba a la mayordomía el lienzo de la Adoración de los pastores, una creación importante que Juan de Miranda (1723-1805) atendió después de retornar al Archipiélago118. A ellas cabe sumar la única obra de este tipo que refiere en su testamento: un sorprendente altar portátil que habi-litó para que los parroquianos del lugar lo montaran en las festi-vidades del Corpus, perdido ya durante el siglo XIX. En dicho do-cumento relata que estaba compuesto con objetos traídos «de todas partes del mundo»119 y antes de que desapareciera Nougués Secall lo describía como una estructura sobredorada «llena de espejos en que se hallaban grabados varios versos relativos al San-tísimo Sacramento», transcritos por él íntegramente120. A pesar de que en principio no guarden relación con el tema que nos ocupa, estas actuaciones de Montañés demuestran que el encargo de la cruz de Alcaraz y su interés posterior por her-mosear la plaza de la Candelaria son las primeras inquietudes que manifestó en relación con el arte. No debemos obviar que fue un hombre con extrema sensibilidad y que ello podía ser un 115 DE LA GUERRA Y PEÑA (2002), p. 354. 116 A.P.A.C. Libro II de entierros, fols. 86 v-87 r. 117 Ocupó diversos cargos en su seno y por ese motivo obsequiaría libros de rezo, misales, una custodia y varios textiles. CHICO PÉREZ (1998), pp. 253-254. 118 PADRÓN ACOSTA (1943) y RODRÍGUEZ GONZÁLEZ (1986), pp. 323-324. 119 CONCEPCIÓN RODRÍGUEZ (1995 b), pp. 184-185. 120 NOUGUES SECALL (1858), pp. 323-325. 55 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 340 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 requisito importante a la hora de probar el influjo de Santa Cruz en el escenario regional. Dotar al espacio urbano de mo-numentos públicos era una idea no desarrollada con anteriori-dad en las Islas y, aunque tuvo alguna que otra manifestación durante el siglo XVIII, nunca alcanzaría el relieve de lo sucedi-do alrededor de este agente mercantil. Su proyecto confería a la localidad un esplendor inusual y brindó al entorno del castillo de San Cristóbal en que vivía una imagen ciertamente atípica, distante de la que pudo ofrecer luego con la apertura de una alameda en tiempos del comandante general Branciforte o con adelantos procurados durante la intensa década de 1780. El pri-mer atisbo de renovación urbana sería la cruz de mármol que nos ocupa y a él pudo sumarse más tarde el Triunfo de la Can-delaria, colocado en un extremo de la misma plaza que era re-organizada ya con perfil regular. Se ha escrito mucho sobre esta cualidad y los motivos que impulsaron a desarrollar un plan tan notable, pero creo necesa-rio insistir en condiciones que incluso anteponen un fin públi-co a sus monumentos o hitos urbanos. De hecho, aunque ambas obras respondan a un fin religioso, su finalidad era esencial-mente representativa y servían para mostrar a los contemporá-neos el protagonismo que había adquirido su donante. En este sentido no debe obviarse que la inscripción labrada en la cruz de Alcaraz recuerda los cargos desempeñados por Montañés durante esa época: síndico personero del puerto y capitán de forasteros (fig. 9). Quizá en ello se encuentre la clave para en-tender el encargo de este primer monumento o testigo en már-mol, ya que a mediados de siglo los vecinos de Santa Cruz lu-chaban por validar sus derechos frente a la actitud contraria del cabildo concejil de La Laguna y de otros organismos de la isla121. Bartolomé Montañés participó activamente en muchas de estas disputas y su labor al respecto fue recogida en documen-tos de diverso tipo pues, por ejemplo, ahora sabemos que en 1777 ingresaba como miembro de la nueva sociedad de Amigos 121 Sobre todo los pueblos del norte que reclamaban la autonomía del Puerto de la Cruz como nuevo enclave comercial. Cf. ARBELO GARCÍA (1995), pp. 316-328. 56 341 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 del País establecida en La Laguna122. Consta que solicitó su ad-misión en septiembre de 1776 por medio de la representación que Manuel Pimienta y Oropesa realizó entonces en Santa Cruz, un llamamiento al que respondieron también muchos de sus colegas y otros allegados123. Antes de ello se había rescatado el debate sobre la conve-niencia de dotar a la localidad de un muelle en condiciones, de forma que durante la década de 1750 el comandante general Juan de Urbina fabricó uno en las proximidades del castillo principal de San Cristóbal y no junto a la aduana vieja valién-dose del caudal «que sus vecinos diesen voluntariamente en donativos particulares y en el arbitrio de algunas contribuciones temporales sobre los efectos de su comercio a Indias». Las obras comenzaron de inmediato pero sufrirían serios problemas en tiempos del comandante Miguel López de Heredia, quien plan-teó la conveniencia de abandonar una empresa que inutilizaron en parte el mal emplazamiento, las corrientes marinas que tran-sitaban en la zona y, sobre todo, su poca accesibilidad para na-víos con gran calado124. Aunque el tema fue retomado desde 1768, lo interesante ahora es saber que Montañés participó ac-tivamente en este proyecto y, por ejemplo, consta que desde marzo de 1749 actuó como depositario de los fondos recauda-dos con el fin de construir tan oportuno «muelle» o «nuevo de-sembarcadero ». Es más, conocemos incluso que ello le obligaría a pedir «las contribuciones voluntarias y demás que ha propor-cionado el arbitrio de los cosecheros y comerciantes a la Améri-ca », poseyendo en su poder un total de 4.315 reales. Así lo ex-puso en declaración circunstanciada que firmó el 12 de abril de 1769125, por lo que en su dilatada historia esta iniciativa corre 122 Figura como «socio admitido» después del establecimiento del colec-tivo. Cf. Estatutos de la Real Sociedad Económica de Amigos del País... Ma-drid, imp. de Blas Román, 1779, p. 34. 123 A.R.S.E.A.P.T. Fondo de la Real Sociedad. Legajo «estatutos». R.S. 1 (22/1), fols. 162 r-163 r. 124 De este modo lo expuso Amaro González de Mesa en un interesante informe datado en junio de 1768. A.H.N. Consejos. Legajo 489, documen-to 14, fols. 1 r-5 r. Para una contextualización del proyecto véase PERDOMO AL-FONSO y PADRÓN ALBORNOZ (1982), pp. 96-100. 125 A.H.N. Consejos. Legajo 489, documento 14, fols. 34 r-35 r. 57 JUAN ALEJANDRO LORENZO LIMA Anuario de Estudios Atlánticos 342 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 paralela al programa de embellecimiento que definía a título propio para la plaza de la Candelaria. En este sentido, debemos recordar que la cruz marmórea está datada en 1760 y que el monumento de la Virgen no sería bendecido hasta 1769126. A tenor de lo expuesto, puede deducirse que la primera ma-nifestación de esta dinámica de patrocinio artístico no fue tan novedosa como cabría esperar. La identificación del vecindario con el símbolo que le daba nombre debió ser constante desde épocas pasadas, algo que alentaron funciones organizadas por el clero parroquial en torno a la cruz fundacional de la ciudad. Asimismo, en el callejero del centro urbano colgaban varias cru-ces para desarrollar junto a ellas el ejercicio piadoso del vía cru-cis, de forma que su notoriedad fue igual de válida entre los muchos vecinos de la parroquia y otros residentes junto al con-vento de San Francisco en el ya populoso barrio del Toscal. En cualquier caso, antes de que Montañés definiera el encargo de su obra en torno a 1758 se había materializado al menos una tentativa similar. Gracias al apoyo procurado por los frailes lle-gó a erigirse la cruz de San Agustín junto al hospicio que la orden agustina mantuvo abierto hasta 1767, centro de poca in-fluencia para la piedad local si atendemos al número de imposi-ciones y donaciones acumuladas en él127. Es posible que esa cruz fuera la misma que Poggi y Borsotto describía como tal a finales del siglo XIX, cuya existencia situaba entonces «en la ca-lle de la Marina, un poco más al norte del castillo de San Pe-dro »128. Abunda en esa posibilidad la configuración otorgada a dicha pieza por fray José Antonio Guirola después de retornar de América en 1751, es decir, años antes de que Retortillo aten-diera en Cádiz la solicitud de su amigo y colega tinerfeño. De acuerdo a citas posteriores, sabemos al menos que ésta en con-creto se componía de la cruz propiamente dicha junto a «su peana de piedras hechas de piedra viva a todo costo» o que fue erigida con fondos pertenecientes al propio fraile129. 126 En relación con la cronología del triunfo marmóreo véanse las preci-siones y nuevos comentarios que formularon PERAZA DE AYALA (1976), p. 5 y SANTOS PUERTO (2005), pp. 1-3. 127 RODRÍGUEZ MORALES (2000), pp. 365-380. 128 POGGI BORSOTTO (1881), p. 72. 129 RODRÍGUEZ MORALES (2000), p. 374. 58 343 APUNTES PARA UN ESTUDIO DEL COMERCIO ARTÍSTICO DURANTE EL SIGLO XVIII Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2012), núm. 58, pp. 285-362 La diferencia entre dicho precedente y el monumento poste-rior de Alcaraz es obvia, ya que el último responde a una pieza ejecutada en mármol por autor peninsular. Ello invita a estable-cer lecturas complejas sobre el tema porque la de Montañés sí constituye uno de los primeros testigos de su naturaleza, es de-cir, labrado para el Archipiélago prescindiendo de la habitual cantería o piedra azul de las Islas. Por ese motivo cabría atri-buirle cierta notoriedad en función de s |
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