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LAS ISLAS ATLÁNTICAS EN EL LIBER DE MENSURA ORBIS TERRAE...
Anuario de Estudios Atlánticos
ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2010), núm. 56, pp. 71-90
RESUMEN
Los primeros siglos medievales evidencian unas carencias en los sistemas
de navegación que se mantendrán hasta que en Europa se conozca la brúju-la
aproximadamente en el siglo XIII. En este contexto altomedieval debemos
encuadrar el Liber de mensura orbis terrae de Dicuil, una obra que pretende
ofrecer una imagen completa de la magnitud terrestre en un momento en
que la navegación se desarrolla de forma exclusiva a través de itinerarios
costeros. La referencia que el autor hace de las islas atlánticas como in
aliquibus ipsarum habitaui, alias intraui, alias tantum uidi, alias legi muestra
un conocimiento de ellas debido no sólo a años de residir en la zona, sino al
estudio que realizó de las fuentes de que disponía.
Palabras clave: Navegación. Alta Edad Media. Dicuil. Islas Atlánticas.
ABSTRACT
The early medieval centuries reveal some shortcomings in navigation
systems that will remain in Europe until the compass is known in the 13th
century. We must place in this context of the High Middle Ages the Liber de
mensura orbis terrae of Dicuil, a work that aims to provide a complete pic-ture
of Earth’s magnitude at a time when navigation was developed exclu-sively
through coastal routes. The reference which the author makes about
the Atlantic islands as in aliquibus ipsarum habitaui, alias intraui, alias tan-tum
uidi, alias legi shows a knowledge not only by years of residence in the
area, but also by the study conducted from the sources at his disposal.
Key words: Navigation. Early Medieval Ages. Dicuil. Atlantic Islands.
LAS ISLAS ATLÁNTICAS EN EL LIBER
DE MENSURA ORBIS TERRAE DEL MONJE
GEÓGRAFO IRLANDÉS DICUIL DEL SIGLO IX1
P O R
JOSÉ ANTONIO GONZÁLEZ MARRERO
1 Este trabajo se enmarca en el proyecto de investigación HUM2006-
00560 del Ministerio de Educación y Ciencia.
© Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011
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1. LA NAVEGACIÓN ALTOMEDIEVAL
El mar de los primeros siglos medievales es un mar oscuro
y tenebroso que suscita recelo al navegante, de ahí que las tra-vesías
tengan como destino los lugares más cercanos, pero in-cluso
aquellos hombres que afrontan nuevas peripecias a mar
abierto lo hacen siguiendo el sistema heredado del Mundo An-tiguo:
la costa como punto de referencia y lugar seguro en el
que buscar refugio en caso de peligro y manteniendo el rumbo
gracias a la suelta de pájaros que se llevaban a bordo2 o a las
estrellas como guía3.
La raíz de tan terribles peligros que acechaban a los nave-gantes
que se dirigían al Atlántico debe tener su origen en las
leyendas heredadas de la Antigüedad, como por ejemplo, la de
Himilcón4 quien se adentró en el mar del norte en busca de las
famosas islas del estaño, las Casitérides5, y de noticias como las
suyas procede la idea de Mare Tenebrosum en la Edad Media6.
2 Esta costumbre, habitual desde el siglo I, se conservó hasta el siglo XVI,
como recoge MOLINA (2000), pp. 113-122. Un estudio general sobre este tema,
aunque profundizando en el apartado de la navegación árabe medieval, puede
verse en la recopilación de artículos del profesor VERNET (1979), pp. 383-448.
3 Así lo deja ver el propio autor objeto de este trabajo, Dicuil, cuando
señala: «Nulla in nauigando siderum obseruatio», Liber de mensura, IX, 29 y
en este mismo sentido, Isidoro de Sevilla manifiesta que la posición de las
estrellas dirige el rumbo de los navegantes, quienes, de lo contrario, si no se
fijan en ellas, se verán arrastrados por las olas y los vientos en otra dirección.
ISID. orig. 3, 71, 4: «Sidera dicta, quod ea nauigantes considerando dirigunt
ad cursum consilium, in fallacibus undis aut uentis alibi deducantur.
Quaedam autem stellae idcirco signa dicuntur, quia ea nautae obseruant in
gubernandis remigiis, contemplantes aciem fulgoremque eorum, quibus
rebus status caeli futurus ostenditur». Los textos latinos de la obra de Dicuil
tomados para este estudio proceden de la edición de TIERNEY (1967).
4 Del fantástico relato desalentador del periplo que realizó Himilcón
hacia el Atlántico Norte no se conserva nada, salvo las referencias que hace
Plinio. Vid. PLIN. nat. 2, 68: «Et Hanno Carthaginis potentia florente circu-muectus
a Gadibus ad finem Arabiae nauigationem eam prodidit scripto,
sicut ad extera Europae noscenda missus eodem tempore Himilco»; y AVIEN.
ora 370-408.
5 Vid. MILLÁN (2000), pp. 859-867.
6 Vid. ANTELO (1993), pp. 573-586.
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Pero al mismo tiempo que existe miedo, el Mundo Clásico trans-mitió
un concepto de mar contradictorio, como resulta de las
palabras de Isidoro de Sevilla, puesto que es una masa de agua
que rodea las tierras, cuyas mareas le permiten acercarse y re-troceder
de las costas y su superficie es toda idéntica7, y, a la
vez, es tan grande que todo él y lo que está más allá es del todo
infranqueable debido a su anchura8. En definitiva, el océano es
un espacio para soñar que está definido desde antiguo como
aquello que aleja al hombre del conjunto y por ese motivo na-die
debe dirigirse a él. Es por eso que durante cientos de años
los tres cabos célticos, Land’s End en Cornualles, las puntas
bretonas del Finisterre francés y el cabo Finisterre de Galicia en
España, muestran el final de las tierras occidentales9.
Tras la invasión árabe de España, empiezan a circular por
Occidente los conocimientos árabes de un pueblo que se en-cuentra
precisamente a comienzos de un apogeo que se exten-derá
hasta el siglo XV. Esta fase inicial, si bien se encuentra bas-tante
alejada de la época que se vivirá a partir del año 1200,
empieza a impulsar la ciencia astronómica aplicada a la nave-gación10.
No obstante, los primeros tiempos de la Edad Media
no disponen de los fundamentos teóricos para la navegación
astronómica y, dadas estas carencias, es necesario detallar, si
quiera de forma breve, las diferencias que se viven entre el año
800 y el 1200: utilizamos esta fecha porque de ella datan aproxi-madamente
los primeros textos latinos que aluden a la brújula.
Nos referimos al De naturis rerum, una obra de contenido mis-
7 ISID. orig. 13, 15, 1: «Iste est qui oras terrarum amplectitur, alternisque
aestibus accedit atque recedit...» y 14, 2: «Aequor autem uocatum quia
aequaliter sursum est».
8 ISID. nat. 40, 3: «Oceani autem magnitudo incomparabilis, et intrans-meabilis
latitudo perhibetur. Quod etiam Clemens discipulus apostolorum
uisus est indicare, cum dicit: Oceanus intransmeabilis est, et hi qui ultra eum
sunt mundi».
9 Vid. MOLLAT - LE GOFF (1993).
10 El mundo islámico introduce en el Occidente europeo el sistema de
dirección del barco gracias a un método muy parecido al que usaban los
chinos. La técnica era sencilla, pues consistía en poner un timón en la proa
de sus barcos que se manejaba con una barra sobre la que se ejercía un
movimiento hacia babor o estribor. Vid. GIRÓN (1994), pp. 54-56.
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celáneo científico escrita por Alexander Neckam (1157-1217)11,
en la que dispone la brújula como aguja insertada fija a un flo-tador,
situada en un recipiente de agua. En términos marineros,
la buxula responde también al nombre de compás y se le da un
origen chino12.
En otra obra, De utensilibus, Neckam refiere el uso de la
brújula como elemento necesario en un buen barco. La carac-terística
más importante que da es que la aguja girará y señala-rá
el norte, de manera que el navegante nunca se pierde13.
En este siglo XIII ya parecía claro cuál debía ser el uso de la
brújula, pues inmediatamente después de Neckam, el dominico
Vincent de Beauvais (c. 1190-c.1264/7) especifica que ésta ha de
utilizarse en la navegación14.
De esta misma época es también el único tratado que estu-dia
de manera científica el magnetismo, la Epistola de magnete,
escrita por Petrus Peregrinus en 126915. En ella explica qué ocu-
11 ALEXANDER NECKAM, De natura rerum, 2, 98: «Nautae etiam mare
legentes, cum beneficium claritatis Solis, in tempore nubilo, non sentiunt,
aut etiam cum caligine noctuarum tenebrarum mundus obuoluitur, et
ignorant in quem mundi cardinem prora tendat, acum super magnetem
ponunt, quae circulariter circumuoluitur usque dum, eius motum cessante,
cuspis ipsius septemtrionalis plagam respiciat». Este texto fue editado por
WRIGHT (1863).
12 En relación a su origen chino, véase el capítulo de NEEDHAM (1978),
pp. 105-116; HÉBERT (2004), p. 19; y RICKER (2005), http://www.wbabin.net/
science/ricker4.pdf.
13 El texto latino del De utensilibus de A. Neckam fue editado por WRIGHT
(1857), p. 114: «Qui ergo munitam uult habere nauem habet etiam acum
iaculo suppositam. Rotabitur enim et circumuoluetur acus, donec cuspis
acus respiciat orientem sicque comprehendunt quo tendere debeant nautae
cum Cynosura latet in aeris turbatione; quamuis ad occasum numquam
tendat, propter circuli breuitatem».
14 VINCENT DE BEAUVAIS, Speculum maius, Vol. I, 8, 140: «Cum enim uias
suas ad portum dirigere nesciunt, accipiunt acum, et acumine eius ad ada-mantem
lapide fricato per transuersum in festura parua figunt et uasi pleno
aqua immittunt. Tunc adamantem uasi circumducunt et mox, secundum
motum eius, sequitur in circuitu, cacumen acus: rotatum ergo perinde citius,
lapidem subito retrahunt; moxque cacumen acus, auulso ductore, contra
stellam aciem dirigit, statimque subsistit, nec per puncto mouetur; et nautae
secundum demonstrationem factam, ad portum uias dirigunt».
15 Pierre de Maricourt (fl. 1261-1269) debió estudiar en la Universidad de
París y permaneció enrolado con los cruzados franceses que atacaron Luce-
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rre cuando se enfrentan dos imanes, cuando un imán se rompe
y describe la atracción simple magnética16.
La aplicación de la brújula y del astrolabio supone el avan-ce
más notable en el desarrollo de la navegación medieval, pues
permitió realizar viajes más seguros en el océano, hasta enton-ces
inaccesible. Frente a esto, en la Alta Edad Media el escaso
impulso de la ciencia astronómica limitó los sistemas de nave-gación.
Pero pese a que se necesitaban todavía nuevos cálculos
y nuevos instrumentos que posibilitaran al navegante conocer y
determinar su posición exacta y fijar su longitud y latitud en el
mar, como acabamos de ver, este mar oscuro es también sinó-nimo
de aventura y a él se dirigieron los monjes irlandeses en
su deseo por difundir el cristianismo. Esto suponía, en cierto
modo y en una parte de Europa, una pérdida del miedo que
infundía el mar17.
2. ENTORNO DEL AUTOR Y LA OBRA
Con los condicionantes que ofrece la navegación de estos
siglos, a los que hemos hecho referencia en líneas precedentes,
hemos de situar la figura de un monje navegante, Dicuil18. Bá-ra,
al sur de Italia, mientras escribía su Epistola. Fue un hombre que partici-pó
plenamente con sus escritos en el Renacimiento de los siglos XII y XIII, pues
también escribió un tratado sobre el Astrolabio, Noua compositio astrolabii, y
trabajó en la posibilidad de construir el perpetuum mobile. Vid. BERTELLI
(1868a), pp. 1-32; y, sobre todo, BERTELLI (1868b), pp. 65-139 y 319-420.
16 La brújula se convierte a finales del siglo XIII en brújula con eje y la
declinación magnética se conocerá a principios del siglo XV. Vid. LINAGE -
GONZÁLEZ BUENO (1992), p. 23.
17 El océano de la Alta Edad Media está henchido de leyendas de mon-jes
que se arriesgan en una larga navegación con una embarcación primiti-va
en busca de un mundo nuevo. La más famosa de ellas tuvo como prota-gonista
a san Brandán, un monje irlandés del siglo VI, que partió en busca
de la Terra repromissionis sanctorum. El texto de su navegación, la nauigatio
sancti Brendani, fue uno de los textos más difundidos a lo largo del Medie-vo.
Vid. OORLANDI (1968); GONZÁLEZ MARRERO (1995); y GONZÁLEZ MARRERO
- LILLO (2004).
18 La bibliografía referida a este autor es escasa y muy antigua. Véase,
por ejemplo, HEALY (1889), pp. 203-213; ESPOSITO (1905), pp. 327-337;
ESPOSITO (1914), pp. 651-676.
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sicamente, Dicuil realizó viajes cortos y cercanos a Irlanda e
Inglaterra que tenían como destino las islas del norte y en ellas
debió residir algún tiempo, si hacemos caso a los datos con los
que él mismo puntualiza19:
«In aliquibus ipsarum habitaui, alias intraui, alias tantum uidi,
alias legi»20.
Perteneció nuestro autor al gran número de monjes emi-grantes
conocidos como scotti peregrini21 que, procedentes de las
Islas Británicas, se incorporaron desde finales del siglo VI a la
cultura continental22 y, de manera más relevante, en el siglo IX
a la corte de Carlomagno23 y a los centros de aprendizaje crea-dos
por éste24. Por otro lado, Dicuil figura entre los monjes que
impartieron sus enseñanzas en la escuela palatina en la que se
comenzó la recuperación de la ortografía latina en la Edad
Media. Cuando esto ocurre, a principios del siglo IX, el monje
19 En torno a los santos viajeros irlandeses, véase LAWRENCE (1999); y
GONZÁLEZ MARRERO (1999), pp. 571-578.
20 DICUIL, Liber de mensura, VII, 6.
21 MURPHY (1928), pp. 39-50 y 229-244.
22 Numerosas son las fundaciones que los monjes irlandeses realizaron
desde el sur de Irlanda pasando por Gales hasta llegar al continente. En esos
desplazamientos fundaron centros como Lindisfarne, Luxueil, Bobbio, etc.
23 Entre los primeros que llegaron a la corte carolingia son muy conoci-dos
Paulo Diácono, Pedro de Pisa, Paulino de Aquilea, pero sobre todo
Alcuino de York, el más influyente de todos los sabios de su generación.
24 Sirva como ejemplo el interés de Carlomagno no sólo ante las artes
liberales, sino ante otras disciplinas, pues, tal como indica su biógrafo,
Eginardo, durante su gestión dedicó mucho esfuerzo al aprendizaje de la re-tórica,
la dialéctica y, sobre todo, la astronomía, destinando tiempo al cóm-puto
y a estudiar con atención y perspicacia el curso de las estrellas, elemen-tos
éstos tan necesarios para la navegación medieval. Vid. Eginardo, Vita
Karoli Magni, cap. 25: «Artes liberales studiosissime coluit, earumque docto-res
plurimum ueneratus magnis adficiebat honoribus. In discenda gram-matica
Petrum Pisanum diaconem senem audiuit, in ceteris disciplinis
Albinum cognomento Alcoinum, item diaconem, de Brittania Saxonici
generis hominem, uirum undecumque doctissimum, praeceptorem habuit,
apud quem et rethoricae et dialecticae, praecipue tamen astronomiae
ediscendae plurimum et temporis et laboris inpertiuit. Discebat artem
conputandi et intentione sagaci siderum cursum curiosissime rimabatur».
Vid. DE RIQUER (1999), p. 91.
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lleva consigo las descripciones de las islas atlánticas, de las que
hablaremos más adelante. Hemos de considerar ciertas estas
fechas y lugares, porque Dicuil indica que en el momento de la
siembra de la semilla, de noche, cuando los bueyes han puesto
fin a su trabajo, en el año 825 de la era de Cristo concluyó la
redacción de su Liber de mensura orbis terrae:
«Post octingentos uiginti quinque peractos
Summi annos Domini terrae, ethrae, carceris atri,
Semine triticeo, sub ruris puliere tecto,
Nocte bobus requies largitur fine laboris»25.
La vaguedad del nombre de Dicuil no nos permite relacionar-lo
con los aspectos de una vida y un personaje concretos. Los da-tos
precisos que conocemos de él son, como ya hemos apuntado,
sus viajes a las islas del norte de Islas Británicas y su incorpora-ción
a la escuela palatina de Aquisgrán en la segunda generación
de sabios y estudiosos procedentes de las islas y el continente. Por
lo demás, su nombre es muy común en tierras irlandesas y entre
religiosos del lugar, como ya señalara, entre otros, el británico
Beda en su Historia Ecclesiastica26. Sin embargo, y pese a ello, A.
Letronne se atrevió a proponer su identificación con el abad de
Innis Muredaich27. Se trata de un tal Dicuil que falleció el año 871,
es decir, unos cuarenta y seis años después de la composición del
Liber de mensura... Se nos antoja muy longevo nuestro autor, si
tenemos en cuenta que Dicuil dice que la descripción de Thule le
fue relatada por unos monjes unos treinta años antes del que he-mos
considerado final de la redacción de su obra, esto es, el año
795, pero que podría corresponder al momento en que se encuen-tra
redactando ese párrafo28.
25 DICUIL, Liber de mensura, IX, 11.
26 Beda, Hist. Eccl., IV, 13: «Erat autem ibi monachus quidam de natione
Scottorum, uocabulo Dicul, habens monasteriolum permodicum in loco, qui
uocatur Bosanhamm, siluis et mari circumdatum, et in eo fratres V siue VI,
in humili et paupere uita Domino famulantes. Sed prouincialium nullus
eorum uel uitam aemulari, uel praedicationem curabat audire».
27 LETRONNE (1814), p. 9.
28 DICUIL, Liber de mensura, VII, 11-12. Sobre este pasaje puntualizare-mos
más adelante.
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Esto haría del irlandés un hombre de al menos cincuenta
años en el momento de la redacción de su obra. Si a esto le
sumamos cuarenta y seis años, parece una edad excesiva —más
de noventa años— que no concuerda con las expectativas de
vida de la época.
Para concluir con los escasos datos que aclaran su naturale-za
y origen, es necesario revisar el lugar de procedencia de este
autor, puesto que ha sido motivo de controversia en más de una
ocasión. Ello se debe a la sinonimia de las palabras Scottia e
Hibernia en la Edad Media para designar a Irlanda, como pue-de
observarse en varias Vitae Sanctorum Hiberniae29 y en el De
mensura orbis terrae, pues Dicuil se refiere a su patria como
Hibernia: circum nostram Hiberniam30, pero también como
Scottia: ex nostra Scottia31.
3. EL TEXTO Y SUS FUENTES
Lejos de su Irlanda natal, en el continente, redactó Dicuil las
líneas que plasmaban el Liber de mensura orbis terrae. Ésta es
una obra que podría considerarse como el texto que acompaña
a un mapa, pues su contenido y su contexto necesitan de inter-pretación
del mismo modo que el mapa.
Este tratado nunca se transmitió solo a lo largo de la Edad
Media, sino junto a otros volúmenes de tipo geográfico, como la
Cosmographia de Ético o el Itinerarium Antonini; topográfico,
como el Septem montes urbis Romae; y otros de interés anticua-rio,
como la Notitia dignitatum omnium tam ciuilium quam
militarium32. De este modo, llegó hasta el Renacimiento forman-do
parte de dos colecciones de textos, una más pequeña, de
doce textos, que debió elaborarse al menos un cuarto de siglo
después de la composición de la obra de Dicuil, y otra mayor,
que puede proceder de comienzos del siglo X33.
29 PLUMMER (1968).
30 DICUIL, Liber de mensura, VII, 6.
31 DICUIL, Liber de mensura, VII, 15.
32 Este texto sólo se conoce gracias a una de las colecciones en las que
se encuentra el Liber de mensura orbis terrae.
33 Vid. BIELER (1965), p.1.
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La obra de Dicuil se circunscribe en un momento en el que
los cartógrafos explotan esta exégesis del mapa dentro de la vi-sión
teológica de la Tierra, que tiene sus raíces en la tradición
griega y a partir de ahí tiene sus siguientes trazos en la Roma
pagana y después cristiana para adentrarse en la Edad Media34.
No obstante, el Liber de mensura es el texto de un monje nave-gante
que aporta poco a la cosmografía de la época, puesto que
es, en gran medida, la compilación de textos anteriores35. Tres
cuartas partes de su obra son anotaciones o copias literales de
otros autores, entre las cuales podemos citar de manera explí-cita,
porque así las refiere el propio autor irlandés, la Historia
Naturalis de Plinio; el Liber Aethimologiarum de Isidoro de Se-villa;
la Periegesis de Prisciano; o el De mirabilibus mundi de
Solino. No fue éste el interés que motivó las primeras ediciones
del texto latino, del que se llevaron a cabo tres a lo largo del
siglo XIX, a saber: C. A. Walckenaer publicó la primera en París
en 1807; A. Letronne la segunda siete años después también en
París; y G. Parthey la tercera en Berlín en 187036. Sin embargo,
hubieron de pasar cien años más para ver la única impresión
crítica del texto latino que se hizo en el siglo XX del Liber de
mensura. Ésta, editada en Dublín en 1967, corrió a cargo de J.
J. Tierney37, quien ofrece en este trabajo una profundización en
las fuentes del autor irlandés mayor que las que aparecen en las
anteriores ediciones, llegando a citar la cuarentena de motivos
o textos concretos que cita el propio Dicuil.
4. LAS ISLAS ATLÁNTICAS
La Antigüedad clásica manifestó ya en la poesía griega, y
posteriormente en la latina, la representación de islas fantás-ticas,
solas o agrupadas, cuyo clima permitía hermosos pra-dos
y fuentes y daba a sus habitantes la posibilidad de vivir fe-
34 En este sentido se manifiestan HARLEY - WOODWARD (1987); KISH
(1980); KUPCIK (1981); ZUMTHOR (1994).
35 BERMANN (1993), pp. 527-537.
36 Vid. WALCKENAER (1807); LETRONNE (1814); PARTHEY (1870).
37 TIERNEY (1967), pp. 123-124.
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lices38. No descubrimos nada nuevo, si decimos que a la Edad
Media llegó esta concepción idealizada en la que los poetas ha-bían
colocado en Occidente, en el desconocido Atlántico39, las
Islas de los Bienaventurados o Fortunatae Insulae. Como ya
hemos visto, los mitos y leyendas sobre el Atlántico que la Edad
Media heredó del Mundo Antiguo en cierto sentido limitaron las
navegaciones por el mar océano.
Dicuil recoge estas fuentes, que enumera Tierney, y en muchos
casos las reproduce, pero en otros le servirán de aliciente para
adentrarse más allá de lo conocido por el hombre y contar sus
propias experiencias. El libro VII del Liber de mensura titulado De
aliquibus nominatim insulis es en el que Dicuil demostró un ma-yor
conocimiento a la hora de explicar sus contenidos y ello por-que
tuvo una percepción directa de la mayoría de estos lugares.
Nos interesa sobremanera este libro y tanto sus fuentes como sus
aportaciones personales serán motivo de observación y cotejo en
el análisis que en los siguientes puntos nos servirán como referen-cia
para estudiar las islas atlánticas a través del propio texto de
Dicuil. A la hora de detallar la parte del tratado que el autor dedi-ca
a las islas seguiremos la misma orientación que da el irlandés,
esto es, de Sur a Norte. Este orden es precisamente el que va de
lo más desconocido a lo conocido:
A. Comienza Dicuil por retratarnos las islas del sur, las
Afortunadas, Gorgadas y Hespérides, que se encuentran al oes-te
de África. Más cercanas a este continente se encuentran las
Afortunadas, a continuación las Gorgadas, que se encuentran a
dos días de navegación de tierra firme, y por último las Hespé-rides,
en el mar de occidente40. Nuestro autor señala como fuen-te
directa suya el libro decimocuarto de las Etimologías de
Isidoro41:
38 Se sigue en este sentido la opinión de KAPPLER (1986), pp. 36-37, para
quien «la isla es, por naturaleza, un lugar en donde lo maravilloso existe por
sí mismo fuera de las leyes naturales y bajo un régimen que les es propio: es
el lugar de lo arbitrario».
39 Véase de una forma general BABCOCK (1922).
40 Un estudio esclarecedor de la mitología relacionada con las Islas Ca-narias
y su destino en el devenir de los siglos se encuentra en MARTÍNEZ
HERNÁNDEZ (2002); y MARTÍNEZ HERNÁNDEZ (2006), pp. 55-78.
41 ISID. orig. 14, 6, 8-10.
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«Fortunatae atque Gorgodes Hesperidesque insulae quod sunt in
occidentali pelago Africae multi nuntiant. Longius ab Africa
Gorgodes quam Fortunatae ac Hesperides quam Gorgodes,
quoniam in eo quod in Cosmographia fluuius Malua sub insula
Fortunata nasci fertur, ex hoc prope ad Africam esse perhibetur.
Distant autem Gorgodes a continente terra bidui nauigatione, ut
in cuarto decimo libro Aethimologiarum Isidorus ait»42.
Más adelante, el autor irlandés vuelve a hacer referencia a
estas islas y les da nombres que la literatura especializada ha
identificado con las actuales Islas Canarias43. Dicuil copia de
forma literal el texto del gramático Solino44 que éste a su vez
había transformado a partir del pasaje de Plinio el viejo. Indu-dablemente,
el texto de Plinio es la referencia de todas las infor-maciones
ulteriores relacionadas con las Islas Afortunadas, por-que
recaba y compara la información que le viene de Estacio
Seboso y Juba45. Pese a que conocemos el texto del que Dicuil
copió, la edición de Tierney presenta una laguna en el fragmen-to
en que Solino comienza a hablar de las Canarias46. Ahí se
separa el contenido de la parte referida a estas islas de la otra
referida al continente africano.
«...ferulae surgunt ad arboris magnitudinem; earum quae nigrae
sunt expressae liquorem reddunt amarissimum, quae candidae,
aquas remouunt etiam potui accommodatas. Alteram insulam
Iunoniam appellari ferunt pauxillae edis ignobiliter ad culmen
fastigatam. Tertia huic proximat eodem nomine, nuda per
omnia. Quarto loco Capraria appellatur, enormibus lacertis plus
quam referta. Sequitur Niuaria aere neboloso et coacto ac
42 DICUIL, Liber de mensura, VII, 5.
43 En este sentido y además de los trabajos referidos con anterioridad,
son fundamentales otros estudios del profesor MARTÍNEZ HERNÁNDEZ (1992);
y MARTÍNEZ HERNÁNDEZ (1996).
44 Solino vivió en el siglo III y su De mirabilibus mundi circuló a lo lar-go
de toda la Edad Media como Collectanea rerum memorabilium. Es una
descripción de cosas que él considera curiosas y entre éstas hay un relato de
las Islas Afortunadas que no amplía nada de lo que nos indicara Plinio en
relación a estas islas.
45 PLIN. nat. 6, 31-32. Plinio el viejo (23-79 d.C.). Para una explicación
reciente del viaje de Juba, véase TEJERA GASPAR - CHÁVEZ ÁLVAREZ - MON-TESDEOCA
(2006), pp. 35-45.
46 DICUIL. Liber de mensura, VII, 42.
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propterea semper niualis. Deinde Canaria repleta canibus forma
eminentissimis, unde etiam duo exhibiti sunt Iubae regi. In ea
aedificiorum durant uestigia. Auium magna copia, nemora
pomifera, palmeta cariotas ferentia, multa nux pinea, larga
mellatio, amnes siluris piscibus abundantes. Perhibent etiam
expui in eam undoso mari beluas; deinde cum monstra illa
putredine tabefacta sunt, omnia illic infici tetro odore ideoque
non penitus ad nuncupationem sui congruere insularum qua-litatem
».
B. Hasta este punto la información que proporciona Dicuil
procede de sus lecturas de documentos y composiciones que le
han sido transmitidas desde el Mundo Clásico, puesto que seña-la
que no ha leído que existan otras islas al oeste y al norte de
Hispania. Quedan, por tanto, fuera de su preparación a la hora
de redactar el Liber de mensura Madeira y el archipiélago de las
Islas Azores, conocidas ya por navíos cartagineses47. Esto permi-te
confirmar que sus viajes tuvieron origen en las Islas Británi-cas
y destino en las islas del norte48:
«In occidentali uel septentrionali mari Hispaniae insulas fieri
non legimus»49.
C. Resulta curioso que Dicuil no haga hincapié en el hecho
de que Hibernia y Britania sean islas para detenerse en su des-cripción,
como hiciera cualquiera de los autores que le sirvieron
como guía en su trabajo. Dedica poca extensión a las islas que
rodean Hibernia y Britania, quizás porque se trataba de islas
pequeñas o muy pequeñas o porque la sola mención a que vivió
en algunas de ellas, las del norte, era suficiente información
para confirmar su existencia. Sobre otras —dice Dicuil— obtu-vo
los detalles de sus lecturas. Suponemos que entre estas islas
se encuentran las Orcadas e ignoramos por qué el irlandés no
las menciona por su nombre, puesto que una de sus fuentes,
Isidoro de Sevilla, había dicho de ellas que eran un número de
treinta y veinte se hallaban desiertas50:
47 Vid. BELLO JIMÉNEZ (2005); y ANTELO (1993), pp. 576-577.
48 HOWLETT (1999), pp. 127-134.
49 DICUIL. Liber de mensura, VII, 6.
50 ISID. orig. 14, 6, 5. Sin embargo, por su nombre aparecen ya mencio-nadas
en Tácito. Vid. TAC. agr. 10: «Hanc oram nouissimi maris tunc primum
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«Circum nostram insulam Hiberniam sunt insulae, sed aliae
paruae atque aliae minimae. Iuxta insulam Brittaniam multae,
aliae magnae, aliae paruae, aliae mediae. Sunt aliae in australi
Mari et aliae in occidentali, sed magis in parte circii et septen-triones
illius abundant. In aliquibus isparum habitaui, alias
intraui, alias tantum uidi, alias legi»51.
D. A Thule, la última isla del océano, dedica un espacio
mayor y por ello nos gustaría insistir en varios puntos. Por un
lado, el texto de Dicuil es muy importante para la cosmografía
medieval, pues es la primera identificación de esta isla —¿la ac-tual
Islandia?— con la Thule de Pyteas, evocando, de este modo,
la interesante expedición del marinero marsellés del siglo IV a.
C. que bordeó la Península Ibérica y recorrió la costa angloes-cocesa
hasta llegar a Thule después de seis días de navegación
desde Britania.
«Plinius Secundus in cuarto libro edocet quod Pytheas Masi-lensis
sex dierum nauigatione in septentrionem a Brittania
Thilen distantem narrat»
Ciertamente, estas imágenes concuerdan con la exposición
que Plinio había efectuado del viaje de Pyteas, pero Dicuil insis-te,
además, en la ubicación de esta isla, y alude a que Prisciano
la situaba a mar abierto52, lo cual es una verdadera innovación
en un tipo de navegación que no se alejaba de la costa.
El autor irlandés realiza a continuación una observación
precisa en torno al fenómeno que se produce cuando el sol no
se pone, sino que sólo se acerca al horizonte en la medianoche.
El efecto ocurre durante el tiempo del solsticio de verano para
estas latitudes que disfrutan de días enteros de luz. Ello confir-ma
la tradición obtenida de Plinio, para quien durante los días
del solsticio de verano en que el sol se acerca más al polo, estas
zonas tienen seis meses seguidos de día y durante el de invier-
Romana classis circumuecta insulam esse Britanniam adfirmauit, ac simul
incognitas ad id tempus insulas, quas Orcadas uocant, inuenit domuitque».
51 DICUIL. Liber de mensura, VII, 6.
52 DICUIL, Liber de mensura, VII, 7-10. Se sirve para esto de la Periegesis
de Prisciano y la contrapone a la Collectanea de J. Solino a la que proporcio-na
la mayor fiabilidad en su claridad.
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no, cuando se aleja en sentido opuesto, hay otros seis meses de
noche continuada53.
«Trigesimus nunc annus est a quo nuntiauerunt mihi clerici qui
a kalendis Febroarii usque kalendas Augusti in illa insula man-serunt
quod non solum in aestiuo solstitio sed in diebus circa
illud in uespertina hora occidens sol abscondit se quasi trans
paruulum tumulum, ita ut nihil tenebrarum in minimo spatio
ipso fiat, sed quicquid homo operari uoluerit uel peduculos de
comisia abstrahere tamquam in presentia solis potest. Et si in
altitudine montium eius fuissent, forsitan numquam sol abscon-deretur
ab illis. In medio illius minimi temporis medium noctis
fit in medio orbis terrae, et sic puto e contrario in hiemali solsti-cio
et in paucis diebus circa illud auroram in minimo spatio in
Tyle apparere quando meridies fit in medio orbis terrae»54.
Sin embargo, esto nos permite enlazar con otro aspecto rese-ñable
de este libro VII. Éste tiene que ver con el poblamiento de
esta isla, si aceptamos la identificación de Thule con Islandia:
Dicuil señala que está siempre desierta: «De eadem semper deser-ta
» y ello quiere decir que no existía en ese momento una vecindad
que le diera la posibilidad de exponer con certeza que estuviera
habitada. Se establece como fecha de introducción del cristia-nismo
en esta isla el año 98155, pero el Liber de mensura contiene
la mención real más antigua referida a residencia de eremitas en
Islandia, el año 795 o antes, al menos treinta años antes de la re-dacción
de este párrafo anterior. De este modo, relata, como he-mos
visto antes, que en ese año unos compañeros suyos, clerici, le
contaron que habían permanecido en esta isla desde los primeros
días de febrero hasta los primeros días de agosto coincidiendo con
el buen tiempo y los días largos (a kalendis febroarii usque kalendas
Augusti in illa insula manserunt)56. Sin embargo, estos monjes si-
53 PLIN. nat. 2, 75, 186-187: «...id quod cogit ratio credi, solstiti diebus
accedente sole propius uerticem mundi angusto lucis ambitu subiecta terrae
continuos dies habere senis mensibus noctesque e diuerso ad brumam remo-to.
Quod fieri in insula Thyle Pytheas Massiliensis scribit, sex dierum
nauigatione in septentrionem a Britannia distante».
54 DICUIL, Liber de mensura, VII, 11-12.
55 Vid. MCORMACK (1994).
56 Esto coincide con la época de navegación que indica PLIN. nat. 2, 122,
para quien a partir del día 8 de febrero el tiempo se suaviza y la primavera
que se acerca abre los mares a los navegantes.
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guieron aún más al norte, pues especifican que desde este lugar al
mar congelado sólo hay un día de navegación (Sed nauigatione
uinius diei ex illa ad boream congelatum mare inuenerunt)57.
E. Dicuil continúa en esta parte del Liber de mensura su
aportación más exhaustiva y personal. Señala que más al norte
de Britania hay otras islas. De éstas proporciona unos datos
muy valiosos para la navegación de estos tiempos: primero, que
si la travesía se realiza en un barco de vela estas islas se encuen-tran
a dos días y dos noches desde Britania, y segundo, con un
navío de remos y en época estival una sola persona puede hacer
el trayecto en dos días y una noche.
«Sunt aliae insulae multae in septentrionali Brittaniae oceano
quae a septentrionibus Brittaniae insulis duorum dierum ac
noctium recta nauigatione plenis uelis assiduo feliciter uento
adiri quaeunt. Aliquis presbyter religiosus mihi retulit quod in
duobus aestiuis diebus et una intercedente nocte nauigans in
duorum nauicula transtrorum in unam illam introiuit»58.
Este archipiélago, sobre el que Dicuil insiste en que no apa-rece
referido por ningún autor anterior, estuvo habitado duran-te
casi cien años por eremitas irlandeses, pero a finales del si-glo
VIII o principios del IX se encontraba ya despoblado a causa
de los ladrones normandos. En ese momento sólo vivían allí
ovejas y distintas aves marinas.
«Illae insulae sunt aliae paruulae, fere cunctae simul angustis
distantes fretis; in quibus in centum ferme annis heremitae ex
nostra Scottia nauigantes habitauerunt. Sed sicut a principio
mundi desertae semper fuerunt ita nunc causa latronum Nor-mannorum
uacuae anchoritis plenae innumerabilibus ouibus ac
diuersis generibus multis nimis marinarum auium. Numquam
eas insulas in libris auctores memoratas inuenimus»59.
A través de estos textos de Dicuil queda claro que los nave-gantes
de los siglos VIII y IX se hacían a la mar gracias a sus
conocimientos tradicionales, esto es, sobre todo en verano, con
57 DICUIL, Liber de mensura, VII, 13.
58 DICUIL, Liber de mensura, VII, 14.
59 DICUIL, Liber de mensura, VII, 15.
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el sol de medianoche, dirigidos por la estrella polar y siguiendo
la costa. Pese a los condicionantes que imponía la época, los
marineros del Norte de Europa llegaron a Canadá sin hacer uso
de la brújula, cosa que, por otro lado, no habría sido de gran
utilidad en estas latitudes del norte debido a que la desviación
magnética es muy grande.
5. CONCLUSIONES
Dicuil fue un monje anticipado a su tiempo que vivió un
momento de cambio, porque tuvo conocimiento de los autores
clásicos y de los archipiélagos atlánticos, dos elementos muy
importantes en su formación y en la redacción de su obra. In-teresado
por la incorporación de la Iglesia a nuevos lugares,
viajó y, sobre todo, leyó información científica transmitida des-de
la Antigüedad, y ello le permitió la composición de su Liber
de mensura orbis terrae. Este deseo de expansión de los monjes
eremitas irlandeses es el mismo que tuvieron muchos navegan-tes,
aventureros que se atrevieron a transitar el Atlántico Norte
sin poseer ningún otro elemento para determinar su posición y
fijar su longitud y latitud en el mar que los que habían recibido
de la navegación tradicional antigua.
El texto de Dicuil demuestra que fue un buen compilador
que se sirvió y copió de sus fuentes sin ofrecer muchos datos
nuevos, salvo en lo que se refiere a algunos apartados del libro
VI y sobre todo del libro VII. En ellos se encuentra la revisión
de lo que el autor vio en persona con contribuciones muy valio-sas
y de interés. Es, en este sentido, en el que hay que valorar
este tratado, pues la literatura de la época ofrece datos tan
inexactos de todas estas islas que poco o nada tienen que ver
con la realidad. Por eso trabajos como éste sirvieron de referen-cia
tan grande a los cartógrafos a la hora de representar mapas
y estimar distancias. No obstante, la repercusión posterior de
esta obra es escasa, porque el contenido del relato de un viaje-ro
por las tierras casi desiertas y heladas del Atlántico Norte no
interesaba al navegante para aventurarse e iniciar una nueva
ruta de expansión, sino más bien al contrario.
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Sin embargo, si la información proporcionada por Dicuil no
resultaba relevante desde un punto de vista práctico, él y su tex-to
latino son el eslabón que vincula la navegación de la Alta y
la Baja Edad Media. En consecuencia, su Liber de mensura debe
tenerse en cuenta a la hora de valorar la trascendencia de los
textos bajomedievales que beben en su mayor parte de las mis-mas
fuentes que el autor irlandés. Después de Dicuil llegamos a
un período, la Baja Edad Media, en el que los archipiélagos at-lánticos
salen del anonimato de la cartografía y forman parte de
los lugares geográficos identificados y conocidos.
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