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H I S T O R I A © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 117 EL CORSO EN CANARIAS DURANTE LA GUERRA DE LA OREJA DE JENKINS (1739-1748) Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 EL CORSO EN LAS ISLAS CANARIAS DURANTE LA GUERRA DE LA OREJA DE JENKINS (1739-1748) P O R ENRIQUE OTERO LANA RESUMEN La Guerra de la Oreja de Jenkins destacó por la actividad de los corsarios españoles, pero en las islas Canarias éstos sólo tuvieron un papel muy secun-dario. Al acoso de los barcos de guerra ingleses y a la discutible neutralidad portuguesa, se le añadió la injerencia de las autoridades canarias que defen-dían sus intereses comerciales, vigentes con el enemigo a pesar de la guerra. Palabras clave: Canarias, corsarios españoles, Guerra de la Oreja de Jenkins, contrabando. ABSTRACT The War of the Jenkins’ Ear underlined the activity of the Spanish privateers, but on the Canary Islands these only had a very secondary role. To the pursuit of the English warships and to the questionable Portuguese neutrality, it was added the interference of the Canarian authorities who defended their commercial interests, in force with the enemy in spite of the war. Key words: Canarias, Spanish privateers, War of the Jenkins’ Ear, smuggling La Guerra de la Oreja de Jenkins, también conocida como la Guerra del Asiento [de Negros], destacó por la gran actividad de los corsarios españoles en apoyo de una Armada Española re-construida pero todavía muy lejana en potencia de la Royal Navy. En este artículo no trataremos del desarrollo de la guerra © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 ENRIQUE OTERO LANA Anuario de Estudios Atlánticos 118 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 2 ni de la actuación de forma global del corso español durante la misma1, sino que nos centraremos en el corsarismo de las islas Canarias muy mediatizado por problemas de jurisdicción y por intereses comerciales como veremos en las páginas siguientes. Son estas limitaciones lo que lo hacen algo distinto al resto del corso español y las que hacen interesante su estudio. La Guerra de la Oreja tuvo su origen en el contrabando in-glés con la América española. Desde el Tratado de Utrech (1713) los ingleses podían enviar cada año un Navío de Permiso a nuestras colonias y tenían el monopolio del Asiento de Negros, o si se prefiere del tráfico de esclavos africanos. El afán britá-nico de aprovechar al máximo las posibilidades comerciales lle-vó a sus mercaderes a abusar del tratado y los pretendidos na-víos de permiso se multiplicaban a pesar de las protestas del gobierno español que quería salvar un monopolio cada vez más débil. La reacción se centró en armar guardacostas (algunos de propiedad particular, por lo que marginalmente podían ser con-siderados como corsarios) y en inspeccionar de forma continua los mercantes británicos que iban al mar Caribe. Los papeles que llevaban indicaban que comerciaban con Jamaica o con alguna de las islas de las Antillas menores, pero muchas veces estos mercantes buscaban las costas del territorio español para introducir su contrabando. Los ánimos de los ingleses, molestos por la vigilancia española, se soliviantaron por un incidente se-cundario: en 1731 el capitán Robert Jenkins perdió una oreja cuando intentaba oponerse a la visita de guardacostas de La Ha- 1 Para una visión más detallada del desarrollo de la guerra y de la actua-ción de los corsarios españoles, véanse el artículo de BÉTHENCOURT (1989) y el estudio de OTERO (2004) citados en la bibliografía. En este artículo no tra-taremos de los ataques de los corsarios enemigos a las islas Canarias, tema ya tratado en el trabajo ya clásico de RUMEU (1947-50) y en el que han pro-fundizado Luis Alberto ANAYA (2006) (con la aportación, entre otras, del es-tudio de los renegados canarios) y Antonio de BÉTHENCOURT (1994), por citar las últimas aportaciones. En cuanto a los corsarios canarios del si-glo XVII véase OTERO (1995), en el que, al contrario del siglo posterior, se tiende a prohibir el corso en Canarias por temor a que aprovechasen su pa-tente para hacer contrabando con América. Manuel de PAZ (1983) aporta un estudio sobre un corsario canario de 1800. Sobre la presencia de corsarios independentistas argentinos se puede ver OTERO (2000). © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 119 EL CORSO EN CANARIAS DURANTE LA GUERRA DE LA OREJA DE JENKINS (1739-1748) Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 3 bana mandado por el capitán Juan de León Fandino. Alguna versión sostiene que le fue cortada cuando el capitán inglés se envolvía con la Union Jack, la bandera británica. Fuese o no cierto (hay que recordar que Jenkins y otros capitanes mercan-tes declararon ante el Parlamento sin prestar juramento), era un pobre motivo para iniciar una guerra, pero los partidarios del libre comercio (inglés, claro está) con la América española ya tenían un pretexto sentimental para justificar su realpolitic. Es-paña también discutía la continuidad o no del permiso del Asiento de Negros, lo que justifica el otro nombre que también se le da a esta guerra. Hubo algunos intentos moderadores, pero los intereses con-trapuestos eran demasiado distantes y la exaltación del momen-to hizo el resto. Gran Bretaña declaró la guerra a España el 23 de octubre de 1739, aunque desde el 10 de julio anterior (el 21 de julio según el calendario gregoriano que los ingleses recha-zaban por papista) se habían concedido cartas de marca o de represalia a los corsarios ingleses para vengar las supuestas afrentas de los españoles. El Gobierno de Madrid tardó en de-clarar la guerra: la orden se dio el día 26 de noviembre y se hizo efectiva a partir del 2 de diciembre. Para entonces el almirante Vernon había saqueado Portobelo (22 de noviembre), «hazaña» recordada en el callejero de Londres. Pero en nuestra capital ya se discutían las formas de llevar a cabo la guerra de corso y los días 6 y 7 de septiembre se dieron instrucciones a los diferen-tes embajadores y cónsules hispanos en los países neutrales para que se procurase que los vasallos de las Potencias Extran-jeras armasen corso contra los ingleses2. Por entonces los corsarios españoles hicieron sus primeras presas y a lo largo de la guerra se lograron un mínimo de 961 capturas, 843 mercan-tes británicos y el resto neutrales3. A pesar de estos éxitos del corso español, la actuación de los corsarios armados en las Canarias no fue tan importante como 2 Archivo General de Simancas (AGS), Secretaría de Marina (SM), leg, 525, s.f. 3 En sentido estricto 110 neutrales y 8 de nacionalidad desconocida, pudiendo ser alguno de estos últimos también inglés. Para una estadística más completa véase OTERO (2004), pp. 103-105. © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 ENRIQUE OTERO LANA Anuario de Estudios Atlánticos 120 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 4 cabía esperar por la situación estratégica de las islas, situadas en la ruta desde Europa hacía las Antillas o hacia el África Ne-gra y el Extremo Oriente. Pero los motivos fueron ajenos a sus intenciones y esfuerzos4. El 24 de noviembre de 1739 el marqués de La Ensenada, D. Zenón de Somodevilla, envió una orden al subdelegado de Marina de la islas Canarias, D. Domingo Miguel de la Guerra, de proceder de acuerdo con el comandante (o capitán) general de las islas y «seguir sus luces y dictámenes»5. Y este capitán general, D. Andrés Bonito y Pinatelli6, se mostra-ría más dispuesto a mantener un status quo con el enemigo que en favorecer el ataque al comercio británico. Pero esto no se notó al principio: en un memorial de Antonio Miguel, un comer-ciante de origen maltés que se convertiría en el principal arma-dor de las islas, se indicaba que había un corsario inglés en la zona y que él pensaba armar una embarcación en Cádiz para atacarlo7. Meses más tarde, ya en octubre de 1740, un privateer o corsario inglés desembarcó parte de su tripulación en la isla de Lanzarote. Fue rechazado por los vecinos que recurrieron a la estratagema de hacer una trinchera móvil con camellos. Una vez que la primera descarga de fusilería se estrelló contra los animales, los canarios contraatacaron y dispersaron a los inva-sores. Pocos días después los mismos isleños vencieron a un 4 Ni tampoco el fracaso es atribuible a las autoridades peninsulares. El intendente de Marina de Cádiz, don Francisco de Varas y Valdés, intentó or-ganizar el corso en toda su jurisdicción y envió a su subdelegado en Cana-rias una relación de las fianzas de buena guerra (o, si se prefiere, de buen comportamiento) que pagarían los buques corsarios según su tonelaje: de 50 a 100 toneladas tendrían una fianza de 5.000 ducados de vellón, de 100 a 150 de 7.000 ducados, de 150 a 200 toneladas de 10.000, de 200 a 250 de 12.000 y los que tuviesen entre 250 y 300 toneladas de 15.000 ducados (AGS, SM, leg. 540, s.f., 21-enero-1741). Durante la guerra hubo en Cádiz (distrito del que dependía Canarias) dos intendentes de Marina: primero don Francisco de Varas y Valdés y, desde 1742, don Alejo Gutiérrez de Rubalcava, hasta entonces intendente de Cartagena. 5 AGS, SM, leg. 531, s.f., 12-noviembre-1741, alegación de D. Andrés Bonito. 6 Por error, en mi estudio ya citado sobre la Guerra de la Oreja, aparece como «Andrés Benito» (págs. 45, 60, 61, 108 y 125). Debo el aviso de este despiste a D. Antonio de Béthencourt Massieu. 7 AGS, SM, leg. 526, s.f., 2-febrero-1640. © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 121 EL CORSO EN CANARIAS DURANTE LA GUERRA DE LA OREJA DE JENKINS (1739-1748) Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 5 grupo de desembarco de otro corsario inglés8. Por parte españo-la la balandra San Pedro (o San Telmo), del ya citado Antonio Miguel, obtenía sus primeras presas: el 18 de agosto de 1740 capturaba el bergantín Samuel o Sametel (la lectura es dudosa) que venía con bacalao desde Terranova. Se calculó que valdría 3.000 pesos. El 24 de septiembre fue apresada una corbeta in-glesa bajo los cañones de la plaza marroquí de Santa Cruz de Berbería con carga de cobre, goma, alguna cera y salitre. Se evaluó en 7.000 pesos. Esta última captura asustó a Bonito, que temía que los corsarios berberiscos empezasen a recorrer las Canarias. Su te-mor no resultó falso, pues un jabeque moro intentó retomar unas presas de los corsarios canarios e hizo varios cautivos en lugares despoblados de la «isla de Canaria» y de Lanzarote9. Cuando la balandra del armador corsario trajo una nueva pre-sa, la corbeta La Amistad de Londres, con carga de carne sala-da, le obligó a una rigurosa cuarentena «a pesar de no haber tocado pasaje sospechoso alguno»10, en tanto que el subdelega-do de Marina retenía los efectos de la presa sin manifestar el motivo. El pretexto aparece pronto: según la patente, la balan-dra San Telmo debía tener 80 toneladas, pero en la práctica era una embarcación de 1.500 quintales, unas 47 toneladas11. Otro motivo de preocupación eran las correrías de Jacobo Canese. Este Jacome [sic, Giacomo] o Jacobo Canese era un genovés que armó en Lisboa un bergantín, el San Antonio, con 10 cañones y 10 pedreros, para corsear al servicio de España. Actuó desde el puerto de Vigo al inicio de la contienda, hacien-do varias presas; pero, sin que sepamos los motivos, decidió 8 Ambos casos descritos en el «Papel nuevo en que se hace manifiesto al público en una puntual y verídica relación de todas las presas que han he-cho los armadores españoles desde que se publicó la guerra con Inglaterra hasta primeros de enero de este presente año de 1741» (impreso), Biblioteca Nacional de Madrid, Mss, 12.96610, p. 21, trascrito por ROCA (1898), p. 280. Sobre la fiabilidad de este documento, véase OTERO (1999). 9 AGS, SM, leg.533, s.f., 14-diciembre-1741, informe de descargo de D. Andrés Bonito. 10 AGS, SM, leg. 531, s.f., 14-diciembre-1741, queja del armador Antonio Miguel. 11 AGS, SM, leg. 531, s.f., 12-noviembre-1741. © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 ENRIQUE OTERO LANA Anuario de Estudios Atlánticos 122 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 6 trasladar su campo de operaciones a las Canarias. El 5 de mayo de 1740 hizo dos presas en el puerto de Santa Cruz de Berbería: la corbeta La Princesa Amelia, de 60 toneladas de porte, tripu-lada con 10 hombres y armada con 4 cañones, y el pingue El Factor de Londres, de 80 toneladas, tripulada por 8 hombres y con 4 cañones12. Las capturas fueron llevadas a Tenerife y ali-mentaron el ya citado temor del capitán general de las islas, D. Andrés Bonito, de que las Canarias sufriesen las represalias de los berberiscos. Por las referencias de una reclamación de deu-da que mantenía un vecino de Lisboa, Joseph Moresqui, parece que Canese volvió a Vigo a principios de 174113, pero pronto regresó a las islas Canarias. De sus desventuras y triste final en las islas Canarias tenemos varios testimonios. El capitán Pas-cual de Sossa declaró en Cádiz que Canese intentó atacar un navío inglés que hacía comercio ilícito en Santa Cruz de Tene-rife y que iba protegido por un bergantín portugués armado en el mismo puerto. Viendo «esta insolencia y picardía», el corsa-rio quería apresarlo y conducirlo a un puerto de la Península, donde sería declarado buena presa; pero las autoridades cana-rias no se lo permitieron. Según el despensero de Sossa fue hacia 1741, sin que sepamos el mes14. Añadía en otra declaración el capitán Joseph de Rivas que a Jacome «Canesa» no lo quisieron dejar salir a perseguirlo, con-siguiéndolo al apresarle parte de la tripulación con diferentes pretextos y dificultándole el aprovisionamiento del barco. Después continuaron los obstáculos, impidiéndole salir a registrar los navíos que pasaban frente a las islas y menos los que entraban con banderas supuestas. Al final, desesperado por tales injerencias, con su barco falto de víveres y gente, «salió como fujitivo para dar cuenta de esta infamia a S. M.», pero se encontró con dos corsarios ingleses que lo atacaron. Canese por 12 AGS, SM, leg. 529, s.f., relación de presas 1739-1740. 13 AGS, SM, leg. 530, s.f., 16-mayo-1741, informe dado en Aranjuez. 14 AGS, SM, leg. 536, s.f., 27-septiembre-1745, declaraciones del capitán D. Pascual de Sossa y su despensero, recogidas en un informe sobre el mal tratamiento a los corsarios españoles en las islas Canarias remitido desde en Cádiz en 5 de julio de 1746 e incorporadas a un documento de 6 de abril de 1747 sobre una presa holandesa en litigio. © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 123 EL CORSO EN CANARIAS DURANTE LA GUERRA DE LA OREJA DE JENKINS (1739-1748) Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 7 no ser apresado y no querer arriar la bandera de España, mu-rió en su barco incendiado. Sólo se salvaron dos o tres hombres de su tripulación15. Un último testimonio, el del fraile francisca-no Andrés de Cubas insiste en que en diversas ocasiones no dejaron salir a corsear al «capn D.n Jacome Canese (alias Bigo-tillo) », única referencia que tenemos de este apodo16. No pode-mos fijar la fecha de su muerte; pero debió ocurrir en el mismo año 1741 o en el siguiente. Por otra parte, la llegada desde Cádiz de la balandra del ca-pitán Agustín de Oneto (u Honeto) había enturbiado los proble-mas entre las autoridades y los corsarios. En realidad, este ca-pitán corsario arrastraba un buen número de conflictos previos. Tomó el mando de la balandra La Virgen del Rosario en la ciu-dad gaditana y empezó a actuar en el Mediterráneo, aguas que conocería bien pues era oriundo de Génova. En ese primer via-je apresó una urca holandesa con sal, vino, pasas e higos, que en realidad era una represa a los ingleses. Una tormenta separó al buque corsario de su presa. La balandra llegó a Palma de Mallorca y según el ministro de Marina de la plaza, con graves problemas de indisciplina: el capitán no quería seguir en el cor-so con marineros tan rebeldes y éstos se negaban a navegar con él y pretendían que Oneto los restituyese a Cádiz pagando el viaje de su bolsillo particular. Oneto acusaba a su piloto, de origen francés, de haber inten-tado llevar el barco a Mahón para entregarlo a los ingleses, aprovechando que él dormía17. Por si faltaba algo fue traiciona-do por un pariente: su sobrino y cabo de la presa holandesa, Santiago Oneto, llegó a puerto de Villafranca (Cerdeña) y mal-vendió la carga al rey de Cerdeña-Piamonte, pretendiendo que-darse con el importe18. Ante esta situación el capitán corsario se 15 AGS, SM, leg. 536, s.f., 12-octubre-1745, declaración del capitán cor-sario Joseph de Rivas, en el mismo informe. 16 AGS, SM, leg. 536, s.f., 22-septiembre-1745, declaración de fray Andrés de Cubas, franciscano, en el citado informe sobre el mal tratamiento a los corsarios. 17 AGS, SM, leg. 529, s.f., 9-febrero-1741, carta de Bernabé Hortera, mi-nistro de Marina. 18 AGS, SM, leg. 529, s.f., 25-abril y 7-mayo-1741, informes de Cayetano de Arpe, cónsul español en Génova. © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 ENRIQUE OTERO LANA Anuario de Estudios Atlánticos 124 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 8 refugió en sagrado en un convento de Palma de Mallorca y poco después huyó de la isla. Rápidamente se dio orden de búsque-da contra él para que su posible castigo sirviese de ejemplo19. De alguna manera Oneto logró justificarse ante sus arma-dores y, volviendo a tomar el mando de la balandra, la llevó a Santa Cruz de Tenerife con una tripulación reducida. La balan-dra, de 70 toneladas, iba con 29 hombres de tripulación, núme-ro excesivo para una navegación comercial, pero insuficiente para el corso. Además, estaba compuesta de 11 oficiales, 4 «timoneros», 2 cabos de guardia y 12 marineros, lo que indica que pensaba completarla en las islas. No tuvo ocasión, la mis-ma tripulación que llevaba se amotinó y desertó poco después de su llegada20. Según un armador canario, Oneto había hecho «tantos disparates con su gente [que] lo ataron y llevaron a la Gran Canaria»21. Al final Oneto consiguió vender su balandra a Antonio Mi-guel, «con condisión de hecharlo en un puerto de los de Es-paña y darle una tersera parte de lo que se apresare en dho. viaje»22. El barco corsario pasó de Arrecife a Santa Cruz de Tenerife y, ya rearmado, salió el 23 de mayo de 1742 a buscar presas. En el puerto de «Madera» [sic, Madeira] peleó con un mercante inglés de 32 cañones, pero éste fue salvado por 7 u 8 barcos portugueses que lo remolcaron hacia tierra. Después apareció otro mercante que sí fue capturado. Llevaba «carne y manteca, podones y asadas» para la escuadra de Vernon que sitiaba Cartagena de Indias. El mercante fue llevado a Santa Cruz. En esta presa la generosidad del armador Antonio Miguel le traería problemas. El capitán inglés (del que no sabemos el 19 AGS, SM, leg. 530, s.f., 28-agosto y 5-septiembre-1741. La petición de la orden de búsqueda fue hecha por el intendente de marina de Cádiz, don Francisco de Varas. 20 AGS, SM, leg. 531, s.f., informes de Santa Cruz de Tenerife de 12.no-viembre- 1741 y 11-enero-1742, y carta de Oneto desde Arrecife, «en la isla de Canaria», de 7-mayo-1742. 21 AGS, SM, leg. 534, s.f., 11-diciembre-1742, informe del intendente de Cádiz, D. Alejo Gutiérrez de Rubalcava, incluyendo una carta del armador Antonio de Miguel de 3 de noviembre. 22 AGS, SM, leg. 534, s.f., idem, informe de Rubalcava al secretario José del Campillo. © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 125 EL CORSO EN CANARIAS DURANTE LA GUERRA DE LA OREJA DE JENKINS (1739-1748) Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 9 nombre) se quejaba de sufrir prisiones y hambre en el castillo de Santa Cruz de Tenerife y el armador, compadecido de sus sufrimientos, lo llevó a su casa, con permiso oficial y siendo garante de su buen comportamiento, para […] que tubiera algn alivio tanto de hambre como de li-vertad. […] En fin, fue tan pícaro el dho. capn y afomentado de algún islandés [sic, irlandés?] [… que] una noche se cojieron el bote de la papa [sic] y se fueron 9 ingleses, quatro que tenía di-cha papa, 3 que tenían otros particulares y el capn que estava en mi casa, él que salió de noche y se fue con su piloto. El armador canario fletó tres barcos y los buscó inútilmen-te por lo que se pensaba que los huidos se habían ahogado. Como responsable de esta fuga Antonio Miguel fue encerrado en el castillo de la ciudad hasta que cogió un «tabardillo» y se le devolvió a su casa23. Volviendo a Agustín de Oneto la última noticia que tenemos de este conflictivo capitán es de unos malos tratos en una tar-tana francesa —por tanto, neutral— en la que, además, se obli-gó a rescatar a dos pasajeros moros por 180 pesos y una peta-ca. Pero, parece que, por una vez, era inocente de este exceso y el responsable sería el nuevo capitán de la balandra: Miguel Rapalo (o Rapallo)24. Otro corsario activo en ese momento era el capitán Juan Pineyro o Piñeiro. Portugués de nacimiento y vecino de Santa Cruz de Tenerife, mandaba el bergantín San Antonio y las Áni-mas, también llamado Jesús Nazareno, de 40 pipas (unas 27 to- 23 AGS, SM, leg. 534, s.f., 3-noviembre-1742, memorial de Antonio Mi-guel. «Afomentado» tendría el sentido de: «con la colaboración». El término «papa» podría ser un modismo local referido a una pequeña embarcación y no recogido en los diccionarios náuticos (yo, por lo menos, no lo he encon-trado). No puede ser una mala trascripción de popa, pues se repite en el tex-to, al parecer con el sentido de barco. En cuanto a la enfermedad del «tabar-dillo » puede referirse tanto a una insolación como al tifus, dada la escasa precisión que había entonces de la terminología médica. 24 AGS, SM, leg. 534, s.f., 18-junio-1743, reclamación del patrón francés. Se dio orden de que Oneto o sus fiadores devolviesen este rescate y que se castigase al capitán corsario según las ordenanzas. Otra carta de 23-julio- 1743 atribuye este delito a Miguel Rapalo, como hemos dicho. © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 ENRIQUE OTERO LANA Anuario de Estudios Atlánticos 126 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 10 neladas) y 52 hombres. El 20 de noviembre de 1740 había cap-turado al bergantín holandés La Concordia, que fue dado por libre salvo 372 barriles de pólvora que, evidentemente, fueron considerados contrabando de guerra. El cónsul holandés pedía la compensación de algunas «faltas y menoscabos» en la presa devuelta. En 1746 seguía en litigio, aunque parece que a punto de una sentencia definitiva25. (Este largo pleitos y otros simila-res de la misma época perecen indicar que la justicia bajo los Borbones no era mucho más rápida que en la época de los Austrias, a pesar del prestigio reformista de aquellos.) Además, don Andrés Bonito intentaba obligar a los corsarios a proteger las costas del archipiélago canario de los posibles ataques de los berberiscos o de los privateers ingleses, convir-tiéndola en la misión prioritaria de su armamento. Al enterarse el intendente de Marina de Cádiz (todavía don Francisco de Varas y Valdés) mandó a la Corte un escrito rechazando esta intromisión por ilegal, pues los corsarios particulares, razonaba, gastaban sus caudales y exponían sus vidas por obtener benefi-cios y no para enfrentarse con buques de guerra o corsarios enemigos, encuentros estos muy arriesgados y que no producían beneficios26. Con este deseo de convertir en los corsarios en meros guardacostas el capitán de Canarias conseguía una defen-sa, aunque fuese débil, de las islas (no hay que olvidar que para realizar una visita general tuvo que fletar un barco corsario, pues no había ninguna embarcación de guerra destinada en el archipiélago); pero también lograba que los corsarios no obsta-culizasen el comercio ilícito que las autoridades permitían. Por un tiempo, sin embargo, las cosas parecieron ir mejor. Como explicaba el armador Antonio Miguel, el Comercio de Santa Cruz le hizo capitán del navío El Sol Dorado y de la cor-beta que su corsario había apresado en la costa de Guinea a fin de que persiguiese una fragata corsaria inglesa que rondaba por las islas. Tras buscarla inútilmente durante 25 días, pasó a las Madeira pero allí se encontró con dos navíos ingleses, uno de 50 25 AGS, SM, leg. 536, s.f., 20-junio-1746, carta del intendente de Marina Alejo Gutiérrez de Rubalcava desde Cádiz, incluyendo un informe del audi-tor de Marina. 26 AGS, SM, leg. 532, s.f., 20-febrero-1742. © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 127 EL CORSO EN CANARIAS DURANTE LA GUERRA DE LA OREJA DE JENKINS (1739-1748) Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 11 cañones, que apresaron a la corbeta, debido, según el armador, a la cobardía de su tripulación que no quisieron intentar el abordaje por reconocer que los ingleses eran más poderosos. El armador no pudo hacer ninguna captura y «acosado de otros 2 navíos de guerra, arribé a Garaco [sic, Garachica?], uno de los puertos de esta isla». El capitán general [D. Andrés Boni-to], irritado por estos fracasos, mandó a otro capitán para to-mar el mando del navío con notorio descrédito mío, expulsándome del empleo, cosa q. me fue muy sensible y más siendo yo el pral. armador, pues ofre-cí mi corveta, armas y algs. cosas que faltavan y mi persona, como es ppco [sic, público], sin ningún interés, sólo a fin de ex-ponerme y todo qto. tengo en servicio de S. M. (Dios le guarde). A esta humillación se le añadió otra más cuando habiendo recibido Antonio Miguel una carta de Madeira, Bonito le obligó a entregársela para leerla. El armador terminaba diciendo: y no dude v. m. [que yo] me esforzara en hazer más a menudo mis campañas si S. E. [Su Excelencia, el capitán general D. Andrés Bonito] me dejase resollar; pero me tiene tan oprimido y sujeto a su voluntad que no soy dueño de armar mi valandra cuando quiero a causa de quitármela con el pretexto de visitar las islas con ella, como lo hace aora. Para más escarnio, Bonito la hacía medir para comprobar si era válida para el corso cuando ya había hecho tres presas en tres campañas27. Las tensiones entre los armadores de corso y el capitán ge-neral de las islas Canarias, D. Andrés Bonito, entraron en en-frentamiento directo a finales del año 1741 y, en mayor o menor medida, continuarían hasta el final de la contienda. En noviem-bre de 1741 las acusaciones, y los descargos de réplica, habían llegado a Madrid28. Se acusaba al capitán general de intervenir 27 AGS, SM, leg. 534, s.f., carta de 13-abril-1742 de Antonio Miguel a D. Pedro García de Aguilar, teniente de navío de la Armada y apoderado del ar-mador corsario, recogida en el informe del intendente Rubalcava de 11-di-ciembre- 1742. 28 AGS, SM, leg. 531, s.f., 12-noviembre-1741. © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 ENRIQUE OTERO LANA Anuario de Estudios Atlánticos 128 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 12 en los asuntos del corso despreciando el fuero de la Marina. Especialmente se le criticaba de embargar los bienes de una presa de Antonio Miguel porque su balandra San Telmo no te-nía el tonelaje de la patente, como ya dijimos, de retener la sa-lida del bergantín de Juan Piñeiro con el pretexto de su escaso tonelaje y de impedir el traspaso de la patente de Agustín de Oneto (u Honeto) a Antonio Miguel. En su defensa D. Andrés Bonito mostraba la orden del mar-qués de la Ensenada al subdelegado de Marina de Canarias en la que se indicaba que procediese de acuerdo con el comandan-te general de las islas y siguiese «sus luces y dictámenes». Tam-bién insistía en que se debía cobrar el quinto real y el octavo del Almirante General porque la gracia de su anulación había sido concedido a los particulares de la Península y no a los corsarios de las islas Canarias o de América29. En la Corte, y más en la Secretaría de Marina, los razona-mientos aportados por Bonito parecieron insuficientes. Su Alte-za Real y Almirante General, el infante don Felipe, no hallaba disculpa en la conducta del capitán general y pedía que se le manifestase el real desagrado de Felipe V, previniéndole que no embarazase la entrega de los efectos de las presas que fuesen legítimas y que tratase mejor a los corsarios porque ello intere-saba al servicio real. Bonito, viendo venir la crítica gubernamental, pretendía ha-cer méritos: según explicaba en carta del 14 de diciembre de 174130, al saber que había dos corsarios ingleses esperando a los registros de Indias, encargó al contador D. Lázaro Abreu que preparase dos barcos contra los británicos «por no aver encon-trado en el subdelegado de Marina y superintendte. interino del Juzgado de Indias, D. Domingo Miguel de la Guerra, la celosa actividad que en dho. Dn. Lázaro Abreu, q. para ello ha fran-queado también su caudal». Siguiendo las instrucciones del Al-mirante General, el capitán general de las islas había dejado 29 En el caso americano no le faltaba razón. La exención del 8º no fue concedida hasta el año 1745 por una orden del 22 de julio (AGS, SM, leg. 535, s.f.). No conocemos la fecha de la exención del quinto real en esta guerra para los corsarios hispanoamericanos. 30 AGS, SM, leg. 532, s.f. © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 129 EL CORSO EN CANARIAS DURANTE LA GUERRA DE LA OREJA DE JENKINS (1739-1748) Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 13 salir a la embarcación de Antonio Miguel y también se lo permi-tiría al barco corsario de Juan Piñeiro en caso de que volviese a las Canarias. Pero lo cierto era que, al marginar al subdelega-do de Marina, fuese o no tan pasivo como Bonito decía, el ca-pitán general de las islas se estaba arrogando unos poderes que no tenía y que pretendía tener mando absoluto de toda la gente de guerra de las Canarias, incluyendo sus corsarios. El intendente de Marina de Cádiz, D. Francisco de Varas en carta al secretario Campillo, escribía: Ciñéndome a lo preciso, diré está patente ser la principal [idea de Bonito] el conseguir por este medio se le confiera la omnímoda facultad de que los armamtos. y juicios de presas sean de su pribativa ynspección, segregándose de la de los Minros. de Marina. Y añadía: y por consecuencia de todo lo referido, parece que está patente que lo que quiere aquel Ofizl Genl es la quietud con el enemigo y que no haya corsarios, no siendo por su dirección31. Aparecía por primera vez expresada por un funcionario la idea de que Andrés Bonito buscaba una especie de tregua, exclu-siva para las islas Canarias, con los enemigos de la Corona. Hay que recordar que, durante aquel conflicto, en las islas Baleares también se buscaría una tregua similar entre la isla de Mallor-ca y la entonces británica Menorca. Por el contrario, las autori-dades de la isla de Cuba apoyarían a los corsarios y los consi-derarían esenciales para su supervivencia. La reprimenda real llegó el 29 de abril de 1742. Una carta de la Corte, entonces en Aranjuez, decía: me manda S. M. diga a V. S. que no ha sido de su aprobación lo ejecutado por V. S. y le prevenga que, con ningún pretexto, se mezcle en adelante con los expresados corsarios u otros que 31 AGS, SM, leg. 532, s.f., 20-febrero-1742, informe del intendente de Cádiz, D. Francisco de Varas y Valdés, recogido en los informes previos a la reprimenda final hecha en 29 de abril de 1742. © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 ENRIQUE OTERO LANA Anuario de Estudios Atlánticos 130 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 14 quieran armar, instruidos y habilitados conforme a ordenanza por el Minro. Subdelegado de Marina, a quién sólo pertenece el privativo conocimiento de armamento y presas32. Como los hechos demostrarían, la reprimenda al capitán general de las islas Canarias no terminaría con el problema. La actitud contraria a los corsarios de D. Andrés Bonito era sola-mente el reflejo de otros muchos intereses de algunos comer-ciantes de las islas y de otras autoridades no tan relacionadas con el fuero militar. En fecha de 28 de abril de 174233 el armador José María Bignoni o Vignoni, vecino de Santa Cruz de Tenerife, escribía al también armador Antonio Miguel hablando de «los enemos. que tenemos en este lugr.» y de que para armar su goleta tuvo que enarbolar bandera «jinobesa» y decir que la enviaba en corso y mercancía (es decir, como mercante armado antes que como buque corsario). Su actividad corsaria no se debía a que no tu-viese otros intereses comerciales, pues decía que esperaba a los navíos de Indias, en los que «tanto mi hermo. como yo tenemos q. perder más que ellos», y que, por ese motivo, casi arrojó por la ventana de su casa a tres comerciantes que fueron a hablarle en contra de sus armamentos. A finales de 1742 el armador Antonio Miguel resumía sus armamentos y sus pérdidas34. Desde el inicio de la guerra había armado primero la balandra San Telmo, después el bergantín del capitán don Juan Piñeiro, más tarde una presa que hizo en Guinea. Había tenido la mayor parte del interés en el navío Sol Dorado. Su quinto armamento fue la balandra que compró a Agustín de Oneto, el sexto una balandra corsaria recién llegada de Puerto Rico y el séptimo había sido el rearmamento del San Telmo, después de que la balandra hubiese sido retenida por el capitán general D. Andrés Bonito durante nueve meses al servi-cio de Su Majestad. La relación de barcos corsarios indica que 32 AGS, SM, leg. 532, s.f., 29-abril-1742. 33 Recogida en AGS, SM, leg. 536, s.f., 28-mayo-1742, recogida en un informe del intendente Rubalcava desde Cádiz (5-julio-1746) ante la reclama-ción del cónsul holandés sobre una presa de 1745. 34 AGS, SM, leg. 534, s.f., 3-noviembre-1742, incluida en una carta del in-tendente Rubalcava de 11-diciembre. © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 131 EL CORSO EN CANARIAS DURANTE LA GUERRA DE LA OREJA DE JENKINS (1739-1748) Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 15 la construcción naval en las islas era escasa, pues parte de ellos eran de origen foráneo. Sus pérdidas de buques corsarios eran la corbeta capturada en Guinea, el armamento de D. Juan Piñeiro y el corsario recién llegado de Puerto Rico. En este últi-mo había perdido 3.500 y en los restantes 4.500. Además, se quejaba, le habían hecho pagar los derechos de los comestibles y el 15 por ciento (el octavo) de las presas. En medio de su car-ta una queja que era previsible: Me han cojido tanto interés en esta tierra que no puedo manifestarlo pr. papel, que no tengo a nadie [e]n mi favor sino los pobres y a mi subdelegado; todos los [de]más que comersean disen no descansarán hasta que no se acabe el corso en estas islas. Antonio Miguel intentaba, como se ve, dar un aspecto de lucha social a sus problemas con las autoridades y los otros comerciantes canarios: Él tenía el apoyo de los «pobres», aun-que tal vez este grupo se redujese a los marineros que embarca-ban en sus embarcaciones. La carta del armador tuvo su correspondiente reacción en la Corte. Una orden desde El Pardo de 21 de enero de 1743 le re-cordaba al capitán general de las islas que se retenían las em-barcaciones del armador, se le hacían pagar derechos por co-mestibles y se le quitaba el quince por ciento, a pesar de las instrucciones previas. Que la orden de 22 de noviembre de 1741 no se cumplía y que D. Andrés Bonito continuaba oprimiendo y maltratando al citado Antonio Miguel, por lo que había pro-vocado el desagrado de Su Majestad. Por carta de 25 de abril del mismo año el capitán general de Canarias se defendió. Recordaba que llevaba 43 años al servicio real y que las quejas del armador eran inciertas, ya que el cobro de los víveres y del 15 por ciento de los barcos apresados no había sido cosa suya, sino del Administrador de Aduanas, que a su vez lo hizo por orden del Administrador General. En cuanto a la balandra San Telmo, armamento del citado Antonio Miguel y D. Francisco Fernández de Lugo, estaba ocupada en mayo [de 1742] en el transporte de granos y que, si bien la utilizó para el reconocimiento de las islas, pagó su flete y le permitió transpor- © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 ENRIQUE OTERO LANA Anuario de Estudios Atlánticos 132 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 16 tar aguardientes. Reconocía que no se preparó para el cor-so hasta diciembre, pero no era por causa suya. De todo lo an-terior presentaba diversos testimonios, incluyendo el del subde-legado de Marina en las Canarias, D. Domingo Miguel de la Guerra35. Se podía decir que el problema de la jurisdicción sobre el corso estaba resuelto (por lo menos sobre el papel) con la re-nuncia de D. Andrés Bonito a entrometerse en él; pero ahora aparecerían nuevos funcionarios de las islas que procuraban poner trabas a este negocio paralelo al comercio normal. A pesar de todos los obstáculos la actividad de los corsarios continuaba. En enero de 1743 la goleta Nuestra Señora del Mon-te, San Antonio y las Ánimas, armada por D. José María Bignoni y bajo el mando de Miguel Rapalo, apresó un mercante de 150 toneladas que iba de la isla de Madeira a la de San Cristóbal con 104 pipas de vino de la primera y diferentes efectos de Ham-burgo. Su valor fue calculado en 12 ó 13.000 pesos36. Pocos meses más tarde Antonio Miguel pretendía armar una falúa «como las q. usamos en Malta para el corso», con 35 ó 40 tone-ladas, 24 remos y de 35 a 40 hombres de tripulación. Pedía per-miso para corsear en Santa Cruz de Berbería, Madeira y los ríos de Guinea37. El subdelegado de Marina en las islas Canarias no quería dar la licencia por no tener la embarcación las toneladas suficientes; pero el armador sostenía, por experiencia propia, que eran muy seguras y que, dada su gran velocidad, podría hacer más de media docena de presas. Estas razones tampoco convencieron en Madrid: al igual que el subdelegado, se mostrarían contrarios a una embarcación corsaria tan pequeña, pues si bien era cierto que sería muy rá-pida, también resultaría demasiado débil ante una defensa de-cidida de cualquier mercante armado. 35 Ambos documentos, la orden desde El Pardo de 21 de enero y la con-testación de D. Andrés Bonito de 25 de abril de 1743, están añadidos a las quejas que el intendente Rubalcava remitió desde Cádiz con fecha de 11 de diciembre de 1742 (AGS, SM, leg. 534, s.f.) 36 AGS, SM. leg. 534, s.f., 24-enero-1743. 37 AGS, SM, leg. 534, s.f., 9-mayo-1743 (remitida desde Cádiz por el in-tendente Rubalcava en 4 de junio). © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 133 EL CORSO EN CANARIAS DURANTE LA GUERRA DE LA OREJA DE JENKINS (1739-1748) Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 17 En la misma carta Antonio Miguel avisaba de los problemas de la balandra San Telmo, que había salido al corso bajo el mando de Juan Piñeiro. La embarcación había partido de San-ta Cruz de Tenerife y a los 40 días se encontró en Madeira con un navío inglés de 24 cañones que le obligó a refugiarse en el puerto de Paul. Allí fue bloqueada por unos días y, al final, los ingleses entraron en el puerto y, bajo el mismo cañón portugués, pegaron fuego a la balandra. Después los británicos se presen-taron en el puerto principal de la isla, donde fueron admitidos con gran alborozo, sin que a los portugueses les importase el grave desaire a su bandera y a su soberanía. Y es que la neutra-lidad de Portugal en esta guerra nunca fue muy estricta y, sal-vando las distancias, podría ser comparada a la no beligerancia del gobierno del general Franco en los primeros años de la Se-gunda Guerra Mundial. En junio de este año llegó a la Corte la noticia de un abuso de los corsarios canarios que ya hemos citado anteriormente. Un bajel corsista había detenido a la tartana francesa Santa Bárbara y, tras registrarla, se obligó a pagar el rescate de dos pasajeros moros, sin respetar la Real Orden dada en 29 de oc-tubre de 1742 de no apresar navíos franceses que llevasen mo-ros o efectos de su propiedad. Al principio el abuso de atribuyó a Agustín de Oneto, pero posteriormente se dio orden de dete-ner a Miguel Rapalo como culpable de aquel exceso. En todo caso, se dio orden de devolver el importe del falso recate38. Por estas fechas llegó un informe bastante completo sobre las limitaciones que en las islas Canarias se ponían a los cor-sarios españoles. Su origen está en las reclamaciones de un corsista gaditano, Joseph de Ribas (o Rivas), que a principios de 1743 había ido de Cádiz a Canarias para corsear «no tan solamte. en los mares permitidos, si[no] también corcear en to-das las costas de Europa, África, islas de Canarias y Madera, sin pasar a las de la América»39. Al ser una patente de carácter es- 38 AGS, SM, leg. 534, s.f., 18-junio-1743 (se le atribuye a Oneto y se da la orden de devolución) y 23-julio (orden de apresamiento de Rapalo). 39 AGS, SM, leg. 533, s.f., 20-noviembre-1742 (informe del intendente Rubalcava), 18-diciembre (decisión en Madrid de dar la patente) y 1-enero- 1743 (aviso de la recepción de la misma en Cádiz). © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 ENRIQUE OTERO LANA Anuario de Estudios Atlánticos 134 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 18 pecial (prevista para los corsarios canarios, pero no para los peninsulares) se retrasó casi un mes su concesión. Unos meses más tarde José de Ribas escribía a sus armadores, D. Manuel de Nafrías y D. José de Velezmoro40, dando cuenta de «lo mal resibido que e sido en estas yslas por haber traído patente de corzo». De principio, el capitán general se negó a pagarle unos fletes (de dos pasajeros y unos cañoncitos transportados desde Cádiz), pero además, según escribía Ribas, porque a causa de él y los otros corsarios españoles «los yngleses todos los días benían a inquietar los barquitos de la tiera». También se negó a darle lastre, lo que evidentemente impediría navegar bien a cualquier embarcación. Incluso cuando se estaba transportando el lastre, las autoridades llevaron al castillo a los barqueros que lo trasladaban «porque no abían querido yr a descargar una enbarcación portugesa fingida.» Cuando, ya resueltos todos es-tos asuntos, Ribas intentó salir el 24 de mayo de 1743, su prác-tico Miguel Rapalo fue detenido por orden del señor vicario por haber tenido «una comunicasión ynlísita con una muger casa-da ». Dado que Rapalo vivía en las islas, su detención en ese momento es demasiado coincidente para ser meramente acci-dental. Ribas avisaba que a todos los marineros de este y otros bu-ques corsarios «los están amenasando que si iban a corzo los an de desterar de las yslas». También el capitán general le exigió el 7 por ciento que ya tenía pagado [¿de fianzas de buena guerra?] y a un oficial, un tal Carpinter, se le dijo que si se embarcaba con Ribas se le ahorcaría. El capitán gaditano señalaba sin tapujos la causa de esta persecución: el contrabando de productos ingleses, aunque con-siderados portugueses sobre el papel, y no el pretendido acuer-do de no hostilidad con el enemigo, pues hacía poco que éste había bombardeado la isla de La Gomera. Sobre el contraban-do explicaba el caso, ya mencionado líneas antes, de la falsa em-barcación portuguesa que los barqueros no habían querido des-cargar y que tenía una tripulación mayoritariamente inglesa, 40 AGS, SM, leg. 534, s.f., 28-junio-1743, carta de Ribas a sus armadores, incluida en un informe de Rubalcava a Madrid de 23-julio-1743 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 135 EL CORSO EN CANARIAS DURANTE LA GUERRA DE LA OREJA DE JENKINS (1739-1748) Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 19 con una carga de mercancías prohibidas (sobre todo textiles). Según Ribas, las autoridades canarias ponían tantos obstáculos porque cobraban un porcentaje del contrabando41. También explicaba que si había corsarios en Canarias los ingleses de Madeira no traerían contrabando y el general no podría obtener ningún beneficio de las presas, pues se lo impe-día la ley. Comentaba que cuando fue al puerto de Santa Cruz un navío de guerra inglés con la excusa de traer pasajeros pri-sioneros, el viaje se aprovechó para descargar fardos de ropa inglesa y que el comandante general, D. Andrés Bonito, se pa-seó en coche con el capitán inglés todas las tardes en los cinco días que permaneció el buque británico (aunque nosotros lo vemos más como una forma de cortesía muy típica del si-glo XVIII). En cuanto al bombardeo de la Gomera los ingleses habían tirado 2.000 cañonazos, destrozando muchas casas de la ciudad y la mitad de un convento. Cuando de todo esto protes-taba Ribas en nombre del Rey, se le respondía que «el Rei está lejos» y no se le hacía caso. En la remisión de su carta a Madrid el intendente Rubalcava avisaba que, «aunque el expresado capitán [Ribas], como parte apasionada, abla con mucha livertad y extensión no es de des-preciar todo, pues ofrece probarlo». En una declaración hecha dos años más tarde, ya en Cádiz, Joseph de Ribas se explayó en sus quejas42. Dijo que, 41 Añado la descripción más detallada que nos da Ribas: «catorse [tripulantes] que venían en dho. [sic] enbarcación sólo había 5 portugeses y los 9 restantes heran yngleses, pues dha. enbarcación hechó en tierra 19 tersas [sic] de ropas de Ynglaterra, como sombreros y baietas y sargas y sempiternas y nascotes y sapatos y medias de seda y lana, y 40 ba-rriles de carne de baca y algunos de manteca y belas y otras distintas cosas, pues el mismo capn. ynglés que benía encubierto me lo dijo a mí y al segun-do piloto Carpinter, y todos estos géneros fueron consinados [sic, consignados] a un mercader yrlandés llamado D.n Roberto Halegante». Aparte del interés que tiene la lista de los productos desembarcados (que suponemos escasos en las islas), se dan más datos sobre los intereses parti-culares que podían tener las autoridades en dicho comercio: «el sor. general le llebava 400 ps. [pesos] en cada enbarcación y además desto el 14 por % sobre los efectos, y el ayudante 20 doblones» 42 AGS, SM, leg. 536, s.f., informe general de 5 de julio de 1746, recogien-do la declaración del capitán Ribas de 12 de octubre de 1745. © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 ENRIQUE OTERO LANA Anuario de Estudios Atlánticos 136 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 20 con el motivo de la lizenzia q. por S. M. se le conzedió pra. eje-cutar el corso con el dho. su bergantín [Nuestra Señora de los Milagros y San Antonio] en las islas de Canarias y sus contornos, fue a ellas, en donde al istante que llegó reconoziendo lo mal q. lo tratavan, así Ministros de Mara., [de] Govierno, como aun los eclesiásticos, y lo mucho q. oya contar a todo jénero de jentes que ejecutavan con los corsarios, dijo entre sí había hido a pur-gar sus pecados. También le narraron el caso del buque inglés que cargó vino y plata y que fue protegido por un bergantín armado en Santa Cruz contra los mismos corsarios españoles e igualmente escu-chó las vejaciones que sufrió y muerte que tuvo Jacome Canese. Todo dimanado del poquísimo aprezo., amparo y justicia que obtienen los corsarios en aquellas islas, de suerte q. lo mismo es decir corsario y que quieren armar pa. ello, que los tratan peor que a enemigos azerrimos y solizitan modo y pretexto hasta que los prenden, embargan, venden y perdidos, amparándose de banderas estranjeras, se ausentan, como sucedió a Joseph Salvego, segundo capitán de Rapalo, que sabiendo que lo querían prender huyó en una tartana francesa y el mismo Rapalo fue encerrado en un castillo y, ya desespera-do y por acabar con sus desdichas, se cortó las venas de los brazos y los pies. El castellano se enteró a tiempo y logró que se cortase la hemorragia, impidiendo el intento de sucidio. A los «pobres corsarios» se les hacía todo el daño posible, ya prendiéndoles la gente, ya cobrándoles excesivos derechos en lo que compraban para su manutención. Al mismo Ribas una no-che le cortaron los cables de amarre de su embarcación para que ésta se perdiera pues había tempestad y «no se hizo dili-jenzia alguna para su averiguación.» A pesar de todo salió a navegar e hizo una presa. Después vio un navío que supuso enemigo y que se acercaba a la isla de Gran Canaria. Cuando intentó registrarlo le cañonearon desde el castillo. Tras meterlo a puerto le ordenaron suspender el registro y supo que, más tarde, hubo comercio entre dicho navío y tierra. En todo caso, empezaba a estar tan cansado con tantos obs-táculos y problemas que pensaba volver pronto a Cádiz. Como él mismo dice, © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 137 EL CORSO EN CANARIAS DURANTE LA GUERRA DE LA OREJA DE JENKINS (1739-1748) Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 21 aburrido, desps. de haber gastado el valor de una presa q. llevé allí, el costo del corsario y todo cuanto tenía en enrredos y chismes, se vino a esta ciud. [Cádiz] sin un quartto y haciéndole la cruz a semejantes Islas y pidiendo a Dios le librase de los grandes y muchos traidores que en ellas ay a esta Corona. Para Ribas, todas estas vejaciones debían ser consideradas como «traiciones» y su causa estaría en la «admisión de un ple-no ylízito comerzio q. mantienen en aquellas islas dos o tres casas de yrlandeses comerztes. en ellas». Según otro testigo, Francisco de Silby, capitán de un mer-cante apresado por los ingleses y llevado a las Canarias, en las islas «oyó dezir tan mal de los corsos. que hera menester tapar-se los oydos, de suerte que de pícaros ladrones no les quita nada»43. Por las mismas fechas otro caso demostró lo interesadas que estaban las autoridades canarias en lograr un acuerdo con los británicos. El 30 de junio de 1745 Miguel Rapalo (otra vez libre de prisión) apresó la balandra o navío Santa María, cuyo capi-tán era Carlos Finnewegh o Kennekeyn44. El mercante era pretendidamente holandés, pero ya por los primeros indicios su nacionalidad era dudosa. El capitán era escocés, naturalizado en 1740 (ya iniciada la guerra) en Holanda y vecino de Rótter-dam. En la tripulación, compuesta de 10 hombres, había 5 in-gleses. Según sus papeles iba a San Eustaquio y Nevis, en las Antillas holandesas. La carga era de 20 barriles de pólvora, 4 cañones de a 4 libras, 12 ruedas de jarcia y 50 barriles de carne de Irlanda. Se sospechaba que los propietarios eran ingleses y que la carga era contrabando de guerra para reforzar la defen-sa de las Antillas inglesas. Al ser detenido, a la altura de Ma-deira, hubo algún fuego de resistencia antes del registro. Se le encontró una bandera inglesa y un gallardete de la misma na-ción a medio hacer y en un escotillón que iba a la santabárbara del buque unos papeles en inglés en que se ordenaba al capitán que tomase despacho del cónsul de Madeira para descargar sus 43 AGS, SM, leg. 536, s.f., informe general de 5-julio-1746, recogiendo la declaración del capitán Silby de 12 de octubre de 1745. 44 AGS, SM, leg. 536, s.f., 3-julio-1746, informe de Manuel de Redonda, auditor de la Armada, al intendente Rublacava. © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 ENRIQUE OTERO LANA Anuario de Estudios Atlánticos 138 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 22 vinos en Nevis con bandera inglesa y cargar después mercancías para Escocia. Se le ordenaba, igualmente, tener los papeles ho-landeses a mano durante el viaje de ida y el de vuelta. Era un claro ejemplo de papeles dobles para proteger el co-mercio inglés (juego al que los holandeses se prestaban con asi-duidad por sus simpatías con sus hermanos protestantes, su fobia antiespañola y, sobre todo, por la posibilidad de obtener beneficios.) El 23 de febrero de 1746, a pesar de todas estas evidencias, fue declarada mala presa en Canarias; pero lógica-mente Rapalo y su armador, Bignoni, apelaron y el proceso pasó a la Península. La conclusión del auditor de la Armada sobre la justicia ca-naria fue tajante: Según otras circunstancias que oy están reservadas para el estado de prueba, resultan muchos incombenientes en que estos auttos se devuelvan a las islas, además que sería presisar a estas partes a que litigassen ante un juez que tienen por sospechosso; ni haze fuerza la dilación que pueda causarsse ni sería posible en 15 días concluir dhos. auttos que están al principio, y en el término de seis messes no pudieron adelantar más que haver dado un pedimento sobre lo principal de ser de buena o mala pressa dho. navío. No sabemos como terminó el juicio, pero comparándolo con otros y siempre que no volviese a los tribunales de las islas, la presa pudo ser considerada buena por lo menos a lo que atañe al contrabando de guerra (pólvora y artillería). El último incidente de importancia que tuvieron los corsa-rios canarios se dio en las islas Madeira45. El capitán y armador Pascual de Sosa era natural de la Laguna y había sido capitán en 1742 de la balandra Nuestra Señora del Rosario y en 1745 del jabeque gaditano Nuestra Señora del Buen Aire y San Juan Nepomuceno. En 1748 mandaba su propio bergantín Nuestra Señora de la Candelaria y las Ánimas y con él, en fecha de 4 de abril, apresó en las Madeira una balandra inglesa, aunque des-de el fuerte de Ylleo le tiraron con dos piezas y con otra desde 45 AGS, SM, leg. 537, s.f., s.d. (¿13-agosto-1748?), memorial del capitán corsario Pascual de Sosa a Su Majestad Fidelísima, el rey de Portugal. © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 139 EL CORSO EN CANARIAS DURANTE LA GUERRA DE LA OREJA DE JENKINS (1739-1748) Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 23 el reducto de Cama de Lobos, sin que los cañonazos llegasen a los barcos. Cuando los españoles abordaron el bergantín lo en-contraron abandonado, pues los ingleses habían huido a tierra con el dinero, los papeles y lo más importante de la presa. En el puerto de Funchal el mercader que iba a recibir la balandra se presentó ante el cónsul de España proponiendo su «resgate» y Sosa llevó la presa a dicho puerto para arreglar el negocio. Después el corsario dudo en llevarlo adelante cuando los britá-nicos no presentaron los papeles e intentó venderla. En este mo-mento intervinieron las autoridades portuguesas: el Proveedor de la Hacienda Real lusa mandó embargar la presa dudando de su legitimidad. Al mismo tiempo el obispo de Madeira, que servía como gobernador de armas en las islas, realizó la experiencia de com-probar si el tiro de Cama de Lobos alcanzaba el lugar del apre-samiento. A requerimiento de los ingleses echó una pipa o ba-rril en el lugar y mandó disparar una pieza, pero cogiendo un cañón de a 8 libras que estaba en el suelo (es decir, sin utilizar), cargándolo con una bala de 4 libras y poniéndole cuatro puntos de elevación. Para que la prueba fuese imparcial no estuvieron presentes ni el cónsul español ni el capitán corsario. El cónsul hispano protestó con la pretensión de que los lusos no tenían jurisdicción y los portugueses contraatacaron amenazando con la cárcel al capitán Sosa. Por la zona apareció un barco de guerra inglés y el cónsul británico le dio aviso. Mientras tanto el bergantín corsario, que había salido sin Sosa, hizo una nueva presa, una goleta inglesa, y la llevó al puerto de Punta del Sol, dando fondo bajo la forta-leza. Apareció el barco de guerra británico y envió dos lanchas a sacar la presa debajo de la misma fortificación lusa, sin que el capitán de ella lo impidiese ni hiciese nada por defender la soberanía portuguesa (como no fuese desarmar a los españoles que intentaban defenderla desde tierra, tras maltratarlos de pa-labra). Después el navío de guerra persiguió al bajel corsario que seguía en alta mar y lo capturó el día 26. De nada sirvió que Sosa reclamase la goleta inglesa, pretextando que había sido apresada bajo la fortaleza lusa. El cónsul español podía decla-rar como buenas presas a la balandra y a la goleta; pero los © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 ENRIQUE OTERO LANA Anuario de Estudios Atlánticos 140 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 24 portugueses daban por mala a la primera por haber sido toma-da cerca del alcance de su artillería costera y aceptaban la recu-peración inglesa de la segunda presa en pleno territorio portu-gués. Sus simpatías estaban claras; sus principios jurídicos no tanto. Pascual de Sosa viajó a Lisboa a reclamar sus presas, pero dada la discutible imparcialidad de los lusos durante esta guerra es dudoso que consiguiese nada. Los corsarios que actuaron desde los puertos de las islas Canarias durante la guerra de la Oreja se encontraron como Ulises entre Escila y Caribdis, entre la ambigua actitud de las autoridades isleñas y el enemigo británico (apoyado por el Por-tugal neutral). Primero la continua intervención del comandan-te general de las Canarias, D. Andrés Bonito y Pinatelli, y más tarde, cuando éste recibió la reprimenda real, los obstáculos puestos por los funcionarios de aduanas, las autoridades ecle-siásticas y los jueces pasivos. Sólo recibían el apoyo de la «gen-te pobre», aunque, como ya hemos dicho, más bien serían ma-rineros que en el corso esperaban obtener rápidos beneficios, dueños de tabernas (siempre animadas por los corsarios) y, tal vez, pequeños proveedores. Aunque la situación era de guerra abierta con Inglaterra, también debe comprenderse la actitud de las autoridades: dependiendo las islas de las manufacturas de otros países y acostumbrados los canarios a recibir en sus islas barcos de todas las nacionalidades en sus viajes hacia las Indias Orientales y al Golfo de Guinea o en su camino hacía las Anti-llas, no estaban dispuestos a perder su forma de vida por una guerra entre la Monarquía Española y otra potencia. De ahí su afán de llegar a una situación de cese local de hostilidades que podía beneficiar a todos y que los corsarios entorpecían. Hay que añadir que pocos armadores y capitanes corsarios eran naturales de las islas: Antonio de Miguel era maltés y había venido recientemente de Cádiz, Jacome Canese y Agustín de Oneto eran oriundos de Génova, Juan Piñeiro era portugués, Joseph de Ribas vivía en Cádiz. No sabemos el lugar de nacimiento de Jo-seph María Bignoni y Miguel Rapalo (o Rapallo), si bien parece que ya llevaban tiempo asentados en las Canarias. Sólo tenemos seguridad del origen canario de Pascual de Sosa. Lógicamente, entre la marinería sí habría una mayoría de naturales canarios. © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 141 EL CORSO EN CANARIAS DURANTE LA GUERRA DE LA OREJA DE JENKINS (1739-1748) Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 25 En cuanto al enemigo inglés tenía la ventaja de una Royal Navy muy poderosa, la existencia de sus propios barcos corsa-rios, normalmente mejor armados que los hispanos, y el apoyo de una dudosa neutralidad portuguesa, que tanto en las islas Madeira como en las costas del mismo Portugal se cebó en per-seguir a los corsarios hispanos mientras que tomaba una postu-ra muy permisiva ante la actuación de los británicos. BIBLIOGRAFÍA CITADA ANAYA HERNÁNDEZ, Luis Alberto: Moros en la Costa. Dos siglos del corsarismo ber-berisco en las Islas Canarias (1569-1749), Las Palmas de Gran Canaria, 2006. BÉTHENCOURT MASSIEU, Antonio de: «Canarias en los conflictos navales de 1727 y 1739-1748. 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Biblioteca universitaria, 2011 OTERO LANA, Enrique: La Guerra de la Oreja de Jenkins y el corso español (1739-1748), Madrid, Cuadernos Monográficos del Instituto de Historia y Cultu-ra Naval, núm. 44, 2004, pág. 170 (modificado para incluir corsarios procedentes de otros puertos). © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 CORSARIOS ESPAÑOLES EN ACTIVO EN LAS ISLAS CANARIAS (1739-1748) Puerto de Tipo de Armador y/o Porte, armamento Años de Presas operaciones barco Nombre propietario Capitán y tripulación actividad en Canarias Santa Cruz bergantín San Telmo, ya ya de ........... D. Pascual de Sossa 130 toneladas, 10 cañones, 8 pedreros, 1739,48 1 represa de Tenerife Candelaria y las Ánimas 110 hombres (apresado) (a) El Dragón balandra San Telmo o San Pedro D. Antonio Miguel Miguel Rosel (42), Juan 1500 guintales o 47 toneladas, 10 1741,42, 2 (se comprará en Cádiz) (maltés de nación), Piñeiro o Pineyro (43) cañones (o 4 cañones de a 4 libras), 14 43 Francisco Valcarcel de pedreros (o 4 pedreros, 6 trabucos (hundido) Lugo e hijo. grandes, 4 fusiles ¿de borda?), 70 hombres bergantín San Antonio y Ánimas J acome Canese, genovés el mismo Canese 10 u 11 cañones, 10 pedreros, 1739-42? 2 (Vigo) 44 hombres (hundido) bergantín San Antonio y las Ánimas D. Antonio Miguel. Juan Piñeiro o Pineyro 40 llillas = 27 toneladas, 52 hombres. 1740,41 --- Costó 400 pesos escudos. .......... La Amistad de Londres D. Antonio Miguel. ........... .............. 1741? --- (presa de Guinea) .......... El Sol Dorado D. Antonio Miguel y ........... . ............. 1741? con- --- otros. tracorso balandra ya ya (o Virgen) del D. Julián de Murguías Agustín de Oneto, genovés; 70 toneladas. 14 cañones de a 2 a 4 1741 1 saqueo Rosario (Cádiz) (vendida a Miguel Rapalo libras, 85 hombres. Antonio Miguel) balandra ya ya del Rosario D. Antonio Miguel. D. Pascual de Sossa 70 toneladas 1742 --- balandra (procedente de Puerto D. Antonio Miguel D. Diego Morales 110 hombres 1742 1 + 1 mala Rico) (apresada) falúa ............ D. Antonio Miguel ........... 35 a 40 toneladas, 24 remos, 35 a 40 1743 (patente no hombres ("como las que usamos en concedida) Malta") bergantín ya ya de los Milagros y D. Manuel Nafrias, D. José de Ribas o Rivas 80 toneladas. 8 cañones, 6 esmeriles, 1743 1 San Antonio José Velezmoro (de 30 fusiles, 25 pares de pistolas, 50 Cádiz) sables, 25 chuzos, 60 hombres. goleta ya ya del Monte, San D. José María Bignoni Miguel Rapalo o Rapallo .............. 1745 1 Antonio y las Ánimas
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Título y subtítulo | El corso en las Islas Canarias durante la Guerra de la Oreja de Jenkins (1739-1748) |
Autor principal | Otero Lana, Enrique |
Publicación fuente | Anuario de estudios atlánticos |
Numeración | Número 55 |
Sección | Historia |
Tipo de documento | Artículo |
Lugar de publicación | Madrid ; Las Palmas |
Editorial | Cabildo Insular de Gran Canaria |
Fecha | 2009 |
Páginas | p. 116-142 |
Materias | Piratas ; Historia ; Canarias ; Siglo 18 |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 643764 Bytes |
Texto | H I S T O R I A © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 117 EL CORSO EN CANARIAS DURANTE LA GUERRA DE LA OREJA DE JENKINS (1739-1748) Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 EL CORSO EN LAS ISLAS CANARIAS DURANTE LA GUERRA DE LA OREJA DE JENKINS (1739-1748) P O R ENRIQUE OTERO LANA RESUMEN La Guerra de la Oreja de Jenkins destacó por la actividad de los corsarios españoles, pero en las islas Canarias éstos sólo tuvieron un papel muy secun-dario. Al acoso de los barcos de guerra ingleses y a la discutible neutralidad portuguesa, se le añadió la injerencia de las autoridades canarias que defen-dían sus intereses comerciales, vigentes con el enemigo a pesar de la guerra. Palabras clave: Canarias, corsarios españoles, Guerra de la Oreja de Jenkins, contrabando. ABSTRACT The War of the Jenkins’ Ear underlined the activity of the Spanish privateers, but on the Canary Islands these only had a very secondary role. To the pursuit of the English warships and to the questionable Portuguese neutrality, it was added the interference of the Canarian authorities who defended their commercial interests, in force with the enemy in spite of the war. Key words: Canarias, Spanish privateers, War of the Jenkins’ Ear, smuggling La Guerra de la Oreja de Jenkins, también conocida como la Guerra del Asiento [de Negros], destacó por la gran actividad de los corsarios españoles en apoyo de una Armada Española re-construida pero todavía muy lejana en potencia de la Royal Navy. En este artículo no trataremos del desarrollo de la guerra © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 ENRIQUE OTERO LANA Anuario de Estudios Atlánticos 118 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 2 ni de la actuación de forma global del corso español durante la misma1, sino que nos centraremos en el corsarismo de las islas Canarias muy mediatizado por problemas de jurisdicción y por intereses comerciales como veremos en las páginas siguientes. Son estas limitaciones lo que lo hacen algo distinto al resto del corso español y las que hacen interesante su estudio. La Guerra de la Oreja tuvo su origen en el contrabando in-glés con la América española. Desde el Tratado de Utrech (1713) los ingleses podían enviar cada año un Navío de Permiso a nuestras colonias y tenían el monopolio del Asiento de Negros, o si se prefiere del tráfico de esclavos africanos. El afán britá-nico de aprovechar al máximo las posibilidades comerciales lle-vó a sus mercaderes a abusar del tratado y los pretendidos na-víos de permiso se multiplicaban a pesar de las protestas del gobierno español que quería salvar un monopolio cada vez más débil. La reacción se centró en armar guardacostas (algunos de propiedad particular, por lo que marginalmente podían ser con-siderados como corsarios) y en inspeccionar de forma continua los mercantes británicos que iban al mar Caribe. Los papeles que llevaban indicaban que comerciaban con Jamaica o con alguna de las islas de las Antillas menores, pero muchas veces estos mercantes buscaban las costas del territorio español para introducir su contrabando. Los ánimos de los ingleses, molestos por la vigilancia española, se soliviantaron por un incidente se-cundario: en 1731 el capitán Robert Jenkins perdió una oreja cuando intentaba oponerse a la visita de guardacostas de La Ha- 1 Para una visión más detallada del desarrollo de la guerra y de la actua-ción de los corsarios españoles, véanse el artículo de BÉTHENCOURT (1989) y el estudio de OTERO (2004) citados en la bibliografía. En este artículo no tra-taremos de los ataques de los corsarios enemigos a las islas Canarias, tema ya tratado en el trabajo ya clásico de RUMEU (1947-50) y en el que han pro-fundizado Luis Alberto ANAYA (2006) (con la aportación, entre otras, del es-tudio de los renegados canarios) y Antonio de BÉTHENCOURT (1994), por citar las últimas aportaciones. En cuanto a los corsarios canarios del si-glo XVII véase OTERO (1995), en el que, al contrario del siglo posterior, se tiende a prohibir el corso en Canarias por temor a que aprovechasen su pa-tente para hacer contrabando con América. Manuel de PAZ (1983) aporta un estudio sobre un corsario canario de 1800. Sobre la presencia de corsarios independentistas argentinos se puede ver OTERO (2000). © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 119 EL CORSO EN CANARIAS DURANTE LA GUERRA DE LA OREJA DE JENKINS (1739-1748) Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 3 bana mandado por el capitán Juan de León Fandino. Alguna versión sostiene que le fue cortada cuando el capitán inglés se envolvía con la Union Jack, la bandera británica. Fuese o no cierto (hay que recordar que Jenkins y otros capitanes mercan-tes declararon ante el Parlamento sin prestar juramento), era un pobre motivo para iniciar una guerra, pero los partidarios del libre comercio (inglés, claro está) con la América española ya tenían un pretexto sentimental para justificar su realpolitic. Es-paña también discutía la continuidad o no del permiso del Asiento de Negros, lo que justifica el otro nombre que también se le da a esta guerra. Hubo algunos intentos moderadores, pero los intereses con-trapuestos eran demasiado distantes y la exaltación del momen-to hizo el resto. Gran Bretaña declaró la guerra a España el 23 de octubre de 1739, aunque desde el 10 de julio anterior (el 21 de julio según el calendario gregoriano que los ingleses recha-zaban por papista) se habían concedido cartas de marca o de represalia a los corsarios ingleses para vengar las supuestas afrentas de los españoles. El Gobierno de Madrid tardó en de-clarar la guerra: la orden se dio el día 26 de noviembre y se hizo efectiva a partir del 2 de diciembre. Para entonces el almirante Vernon había saqueado Portobelo (22 de noviembre), «hazaña» recordada en el callejero de Londres. Pero en nuestra capital ya se discutían las formas de llevar a cabo la guerra de corso y los días 6 y 7 de septiembre se dieron instrucciones a los diferen-tes embajadores y cónsules hispanos en los países neutrales para que se procurase que los vasallos de las Potencias Extran-jeras armasen corso contra los ingleses2. Por entonces los corsarios españoles hicieron sus primeras presas y a lo largo de la guerra se lograron un mínimo de 961 capturas, 843 mercan-tes británicos y el resto neutrales3. A pesar de estos éxitos del corso español, la actuación de los corsarios armados en las Canarias no fue tan importante como 2 Archivo General de Simancas (AGS), Secretaría de Marina (SM), leg, 525, s.f. 3 En sentido estricto 110 neutrales y 8 de nacionalidad desconocida, pudiendo ser alguno de estos últimos también inglés. Para una estadística más completa véase OTERO (2004), pp. 103-105. © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 ENRIQUE OTERO LANA Anuario de Estudios Atlánticos 120 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 4 cabía esperar por la situación estratégica de las islas, situadas en la ruta desde Europa hacía las Antillas o hacia el África Ne-gra y el Extremo Oriente. Pero los motivos fueron ajenos a sus intenciones y esfuerzos4. El 24 de noviembre de 1739 el marqués de La Ensenada, D. Zenón de Somodevilla, envió una orden al subdelegado de Marina de la islas Canarias, D. Domingo Miguel de la Guerra, de proceder de acuerdo con el comandante (o capitán) general de las islas y «seguir sus luces y dictámenes»5. Y este capitán general, D. Andrés Bonito y Pinatelli6, se mostra-ría más dispuesto a mantener un status quo con el enemigo que en favorecer el ataque al comercio británico. Pero esto no se notó al principio: en un memorial de Antonio Miguel, un comer-ciante de origen maltés que se convertiría en el principal arma-dor de las islas, se indicaba que había un corsario inglés en la zona y que él pensaba armar una embarcación en Cádiz para atacarlo7. Meses más tarde, ya en octubre de 1740, un privateer o corsario inglés desembarcó parte de su tripulación en la isla de Lanzarote. Fue rechazado por los vecinos que recurrieron a la estratagema de hacer una trinchera móvil con camellos. Una vez que la primera descarga de fusilería se estrelló contra los animales, los canarios contraatacaron y dispersaron a los inva-sores. Pocos días después los mismos isleños vencieron a un 4 Ni tampoco el fracaso es atribuible a las autoridades peninsulares. El intendente de Marina de Cádiz, don Francisco de Varas y Valdés, intentó or-ganizar el corso en toda su jurisdicción y envió a su subdelegado en Cana-rias una relación de las fianzas de buena guerra (o, si se prefiere, de buen comportamiento) que pagarían los buques corsarios según su tonelaje: de 50 a 100 toneladas tendrían una fianza de 5.000 ducados de vellón, de 100 a 150 de 7.000 ducados, de 150 a 200 toneladas de 10.000, de 200 a 250 de 12.000 y los que tuviesen entre 250 y 300 toneladas de 15.000 ducados (AGS, SM, leg. 540, s.f., 21-enero-1741). Durante la guerra hubo en Cádiz (distrito del que dependía Canarias) dos intendentes de Marina: primero don Francisco de Varas y Valdés y, desde 1742, don Alejo Gutiérrez de Rubalcava, hasta entonces intendente de Cartagena. 5 AGS, SM, leg. 531, s.f., 12-noviembre-1741, alegación de D. Andrés Bonito. 6 Por error, en mi estudio ya citado sobre la Guerra de la Oreja, aparece como «Andrés Benito» (págs. 45, 60, 61, 108 y 125). Debo el aviso de este despiste a D. Antonio de Béthencourt Massieu. 7 AGS, SM, leg. 526, s.f., 2-febrero-1640. © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 121 EL CORSO EN CANARIAS DURANTE LA GUERRA DE LA OREJA DE JENKINS (1739-1748) Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 5 grupo de desembarco de otro corsario inglés8. Por parte españo-la la balandra San Pedro (o San Telmo), del ya citado Antonio Miguel, obtenía sus primeras presas: el 18 de agosto de 1740 capturaba el bergantín Samuel o Sametel (la lectura es dudosa) que venía con bacalao desde Terranova. Se calculó que valdría 3.000 pesos. El 24 de septiembre fue apresada una corbeta in-glesa bajo los cañones de la plaza marroquí de Santa Cruz de Berbería con carga de cobre, goma, alguna cera y salitre. Se evaluó en 7.000 pesos. Esta última captura asustó a Bonito, que temía que los corsarios berberiscos empezasen a recorrer las Canarias. Su te-mor no resultó falso, pues un jabeque moro intentó retomar unas presas de los corsarios canarios e hizo varios cautivos en lugares despoblados de la «isla de Canaria» y de Lanzarote9. Cuando la balandra del armador corsario trajo una nueva pre-sa, la corbeta La Amistad de Londres, con carga de carne sala-da, le obligó a una rigurosa cuarentena «a pesar de no haber tocado pasaje sospechoso alguno»10, en tanto que el subdelega-do de Marina retenía los efectos de la presa sin manifestar el motivo. El pretexto aparece pronto: según la patente, la balan-dra San Telmo debía tener 80 toneladas, pero en la práctica era una embarcación de 1.500 quintales, unas 47 toneladas11. Otro motivo de preocupación eran las correrías de Jacobo Canese. Este Jacome [sic, Giacomo] o Jacobo Canese era un genovés que armó en Lisboa un bergantín, el San Antonio, con 10 cañones y 10 pedreros, para corsear al servicio de España. Actuó desde el puerto de Vigo al inicio de la contienda, hacien-do varias presas; pero, sin que sepamos los motivos, decidió 8 Ambos casos descritos en el «Papel nuevo en que se hace manifiesto al público en una puntual y verídica relación de todas las presas que han he-cho los armadores españoles desde que se publicó la guerra con Inglaterra hasta primeros de enero de este presente año de 1741» (impreso), Biblioteca Nacional de Madrid, Mss, 12.96610, p. 21, trascrito por ROCA (1898), p. 280. Sobre la fiabilidad de este documento, véase OTERO (1999). 9 AGS, SM, leg.533, s.f., 14-diciembre-1741, informe de descargo de D. Andrés Bonito. 10 AGS, SM, leg. 531, s.f., 14-diciembre-1741, queja del armador Antonio Miguel. 11 AGS, SM, leg. 531, s.f., 12-noviembre-1741. © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 ENRIQUE OTERO LANA Anuario de Estudios Atlánticos 122 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 6 trasladar su campo de operaciones a las Canarias. El 5 de mayo de 1740 hizo dos presas en el puerto de Santa Cruz de Berbería: la corbeta La Princesa Amelia, de 60 toneladas de porte, tripu-lada con 10 hombres y armada con 4 cañones, y el pingue El Factor de Londres, de 80 toneladas, tripulada por 8 hombres y con 4 cañones12. Las capturas fueron llevadas a Tenerife y ali-mentaron el ya citado temor del capitán general de las islas, D. Andrés Bonito, de que las Canarias sufriesen las represalias de los berberiscos. Por las referencias de una reclamación de deu-da que mantenía un vecino de Lisboa, Joseph Moresqui, parece que Canese volvió a Vigo a principios de 174113, pero pronto regresó a las islas Canarias. De sus desventuras y triste final en las islas Canarias tenemos varios testimonios. El capitán Pas-cual de Sossa declaró en Cádiz que Canese intentó atacar un navío inglés que hacía comercio ilícito en Santa Cruz de Tene-rife y que iba protegido por un bergantín portugués armado en el mismo puerto. Viendo «esta insolencia y picardía», el corsa-rio quería apresarlo y conducirlo a un puerto de la Península, donde sería declarado buena presa; pero las autoridades cana-rias no se lo permitieron. Según el despensero de Sossa fue hacia 1741, sin que sepamos el mes14. Añadía en otra declaración el capitán Joseph de Rivas que a Jacome «Canesa» no lo quisieron dejar salir a perseguirlo, con-siguiéndolo al apresarle parte de la tripulación con diferentes pretextos y dificultándole el aprovisionamiento del barco. Después continuaron los obstáculos, impidiéndole salir a registrar los navíos que pasaban frente a las islas y menos los que entraban con banderas supuestas. Al final, desesperado por tales injerencias, con su barco falto de víveres y gente, «salió como fujitivo para dar cuenta de esta infamia a S. M.», pero se encontró con dos corsarios ingleses que lo atacaron. Canese por 12 AGS, SM, leg. 529, s.f., relación de presas 1739-1740. 13 AGS, SM, leg. 530, s.f., 16-mayo-1741, informe dado en Aranjuez. 14 AGS, SM, leg. 536, s.f., 27-septiembre-1745, declaraciones del capitán D. Pascual de Sossa y su despensero, recogidas en un informe sobre el mal tratamiento a los corsarios españoles en las islas Canarias remitido desde en Cádiz en 5 de julio de 1746 e incorporadas a un documento de 6 de abril de 1747 sobre una presa holandesa en litigio. © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 123 EL CORSO EN CANARIAS DURANTE LA GUERRA DE LA OREJA DE JENKINS (1739-1748) Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 7 no ser apresado y no querer arriar la bandera de España, mu-rió en su barco incendiado. Sólo se salvaron dos o tres hombres de su tripulación15. Un último testimonio, el del fraile francisca-no Andrés de Cubas insiste en que en diversas ocasiones no dejaron salir a corsear al «capn D.n Jacome Canese (alias Bigo-tillo) », única referencia que tenemos de este apodo16. No pode-mos fijar la fecha de su muerte; pero debió ocurrir en el mismo año 1741 o en el siguiente. Por otra parte, la llegada desde Cádiz de la balandra del ca-pitán Agustín de Oneto (u Honeto) había enturbiado los proble-mas entre las autoridades y los corsarios. En realidad, este ca-pitán corsario arrastraba un buen número de conflictos previos. Tomó el mando de la balandra La Virgen del Rosario en la ciu-dad gaditana y empezó a actuar en el Mediterráneo, aguas que conocería bien pues era oriundo de Génova. En ese primer via-je apresó una urca holandesa con sal, vino, pasas e higos, que en realidad era una represa a los ingleses. Una tormenta separó al buque corsario de su presa. La balandra llegó a Palma de Mallorca y según el ministro de Marina de la plaza, con graves problemas de indisciplina: el capitán no quería seguir en el cor-so con marineros tan rebeldes y éstos se negaban a navegar con él y pretendían que Oneto los restituyese a Cádiz pagando el viaje de su bolsillo particular. Oneto acusaba a su piloto, de origen francés, de haber inten-tado llevar el barco a Mahón para entregarlo a los ingleses, aprovechando que él dormía17. Por si faltaba algo fue traiciona-do por un pariente: su sobrino y cabo de la presa holandesa, Santiago Oneto, llegó a puerto de Villafranca (Cerdeña) y mal-vendió la carga al rey de Cerdeña-Piamonte, pretendiendo que-darse con el importe18. Ante esta situación el capitán corsario se 15 AGS, SM, leg. 536, s.f., 12-octubre-1745, declaración del capitán cor-sario Joseph de Rivas, en el mismo informe. 16 AGS, SM, leg. 536, s.f., 22-septiembre-1745, declaración de fray Andrés de Cubas, franciscano, en el citado informe sobre el mal tratamiento a los corsarios. 17 AGS, SM, leg. 529, s.f., 9-febrero-1741, carta de Bernabé Hortera, mi-nistro de Marina. 18 AGS, SM, leg. 529, s.f., 25-abril y 7-mayo-1741, informes de Cayetano de Arpe, cónsul español en Génova. © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 ENRIQUE OTERO LANA Anuario de Estudios Atlánticos 124 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 8 refugió en sagrado en un convento de Palma de Mallorca y poco después huyó de la isla. Rápidamente se dio orden de búsque-da contra él para que su posible castigo sirviese de ejemplo19. De alguna manera Oneto logró justificarse ante sus arma-dores y, volviendo a tomar el mando de la balandra, la llevó a Santa Cruz de Tenerife con una tripulación reducida. La balan-dra, de 70 toneladas, iba con 29 hombres de tripulación, núme-ro excesivo para una navegación comercial, pero insuficiente para el corso. Además, estaba compuesta de 11 oficiales, 4 «timoneros», 2 cabos de guardia y 12 marineros, lo que indica que pensaba completarla en las islas. No tuvo ocasión, la mis-ma tripulación que llevaba se amotinó y desertó poco después de su llegada20. Según un armador canario, Oneto había hecho «tantos disparates con su gente [que] lo ataron y llevaron a la Gran Canaria»21. Al final Oneto consiguió vender su balandra a Antonio Mi-guel, «con condisión de hecharlo en un puerto de los de Es-paña y darle una tersera parte de lo que se apresare en dho. viaje»22. El barco corsario pasó de Arrecife a Santa Cruz de Tenerife y, ya rearmado, salió el 23 de mayo de 1742 a buscar presas. En el puerto de «Madera» [sic, Madeira] peleó con un mercante inglés de 32 cañones, pero éste fue salvado por 7 u 8 barcos portugueses que lo remolcaron hacia tierra. Después apareció otro mercante que sí fue capturado. Llevaba «carne y manteca, podones y asadas» para la escuadra de Vernon que sitiaba Cartagena de Indias. El mercante fue llevado a Santa Cruz. En esta presa la generosidad del armador Antonio Miguel le traería problemas. El capitán inglés (del que no sabemos el 19 AGS, SM, leg. 530, s.f., 28-agosto y 5-septiembre-1741. La petición de la orden de búsqueda fue hecha por el intendente de marina de Cádiz, don Francisco de Varas. 20 AGS, SM, leg. 531, s.f., informes de Santa Cruz de Tenerife de 12.no-viembre- 1741 y 11-enero-1742, y carta de Oneto desde Arrecife, «en la isla de Canaria», de 7-mayo-1742. 21 AGS, SM, leg. 534, s.f., 11-diciembre-1742, informe del intendente de Cádiz, D. Alejo Gutiérrez de Rubalcava, incluyendo una carta del armador Antonio de Miguel de 3 de noviembre. 22 AGS, SM, leg. 534, s.f., idem, informe de Rubalcava al secretario José del Campillo. © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 125 EL CORSO EN CANARIAS DURANTE LA GUERRA DE LA OREJA DE JENKINS (1739-1748) Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 9 nombre) se quejaba de sufrir prisiones y hambre en el castillo de Santa Cruz de Tenerife y el armador, compadecido de sus sufrimientos, lo llevó a su casa, con permiso oficial y siendo garante de su buen comportamiento, para […] que tubiera algn alivio tanto de hambre como de li-vertad. […] En fin, fue tan pícaro el dho. capn y afomentado de algún islandés [sic, irlandés?] [… que] una noche se cojieron el bote de la papa [sic] y se fueron 9 ingleses, quatro que tenía di-cha papa, 3 que tenían otros particulares y el capn que estava en mi casa, él que salió de noche y se fue con su piloto. El armador canario fletó tres barcos y los buscó inútilmen-te por lo que se pensaba que los huidos se habían ahogado. Como responsable de esta fuga Antonio Miguel fue encerrado en el castillo de la ciudad hasta que cogió un «tabardillo» y se le devolvió a su casa23. Volviendo a Agustín de Oneto la última noticia que tenemos de este conflictivo capitán es de unos malos tratos en una tar-tana francesa —por tanto, neutral— en la que, además, se obli-gó a rescatar a dos pasajeros moros por 180 pesos y una peta-ca. Pero, parece que, por una vez, era inocente de este exceso y el responsable sería el nuevo capitán de la balandra: Miguel Rapalo (o Rapallo)24. Otro corsario activo en ese momento era el capitán Juan Pineyro o Piñeiro. Portugués de nacimiento y vecino de Santa Cruz de Tenerife, mandaba el bergantín San Antonio y las Áni-mas, también llamado Jesús Nazareno, de 40 pipas (unas 27 to- 23 AGS, SM, leg. 534, s.f., 3-noviembre-1742, memorial de Antonio Mi-guel. «Afomentado» tendría el sentido de: «con la colaboración». El término «papa» podría ser un modismo local referido a una pequeña embarcación y no recogido en los diccionarios náuticos (yo, por lo menos, no lo he encon-trado). No puede ser una mala trascripción de popa, pues se repite en el tex-to, al parecer con el sentido de barco. En cuanto a la enfermedad del «tabar-dillo » puede referirse tanto a una insolación como al tifus, dada la escasa precisión que había entonces de la terminología médica. 24 AGS, SM, leg. 534, s.f., 18-junio-1743, reclamación del patrón francés. Se dio orden de que Oneto o sus fiadores devolviesen este rescate y que se castigase al capitán corsario según las ordenanzas. Otra carta de 23-julio- 1743 atribuye este delito a Miguel Rapalo, como hemos dicho. © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 ENRIQUE OTERO LANA Anuario de Estudios Atlánticos 126 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 10 neladas) y 52 hombres. El 20 de noviembre de 1740 había cap-turado al bergantín holandés La Concordia, que fue dado por libre salvo 372 barriles de pólvora que, evidentemente, fueron considerados contrabando de guerra. El cónsul holandés pedía la compensación de algunas «faltas y menoscabos» en la presa devuelta. En 1746 seguía en litigio, aunque parece que a punto de una sentencia definitiva25. (Este largo pleitos y otros simila-res de la misma época perecen indicar que la justicia bajo los Borbones no era mucho más rápida que en la época de los Austrias, a pesar del prestigio reformista de aquellos.) Además, don Andrés Bonito intentaba obligar a los corsarios a proteger las costas del archipiélago canario de los posibles ataques de los berberiscos o de los privateers ingleses, convir-tiéndola en la misión prioritaria de su armamento. Al enterarse el intendente de Marina de Cádiz (todavía don Francisco de Varas y Valdés) mandó a la Corte un escrito rechazando esta intromisión por ilegal, pues los corsarios particulares, razonaba, gastaban sus caudales y exponían sus vidas por obtener benefi-cios y no para enfrentarse con buques de guerra o corsarios enemigos, encuentros estos muy arriesgados y que no producían beneficios26. Con este deseo de convertir en los corsarios en meros guardacostas el capitán de Canarias conseguía una defen-sa, aunque fuese débil, de las islas (no hay que olvidar que para realizar una visita general tuvo que fletar un barco corsario, pues no había ninguna embarcación de guerra destinada en el archipiélago); pero también lograba que los corsarios no obsta-culizasen el comercio ilícito que las autoridades permitían. Por un tiempo, sin embargo, las cosas parecieron ir mejor. Como explicaba el armador Antonio Miguel, el Comercio de Santa Cruz le hizo capitán del navío El Sol Dorado y de la cor-beta que su corsario había apresado en la costa de Guinea a fin de que persiguiese una fragata corsaria inglesa que rondaba por las islas. Tras buscarla inútilmente durante 25 días, pasó a las Madeira pero allí se encontró con dos navíos ingleses, uno de 50 25 AGS, SM, leg. 536, s.f., 20-junio-1746, carta del intendente de Marina Alejo Gutiérrez de Rubalcava desde Cádiz, incluyendo un informe del audi-tor de Marina. 26 AGS, SM, leg. 532, s.f., 20-febrero-1742. © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 127 EL CORSO EN CANARIAS DURANTE LA GUERRA DE LA OREJA DE JENKINS (1739-1748) Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 11 cañones, que apresaron a la corbeta, debido, según el armador, a la cobardía de su tripulación que no quisieron intentar el abordaje por reconocer que los ingleses eran más poderosos. El armador no pudo hacer ninguna captura y «acosado de otros 2 navíos de guerra, arribé a Garaco [sic, Garachica?], uno de los puertos de esta isla». El capitán general [D. Andrés Boni-to], irritado por estos fracasos, mandó a otro capitán para to-mar el mando del navío con notorio descrédito mío, expulsándome del empleo, cosa q. me fue muy sensible y más siendo yo el pral. armador, pues ofre-cí mi corveta, armas y algs. cosas que faltavan y mi persona, como es ppco [sic, público], sin ningún interés, sólo a fin de ex-ponerme y todo qto. tengo en servicio de S. M. (Dios le guarde). A esta humillación se le añadió otra más cuando habiendo recibido Antonio Miguel una carta de Madeira, Bonito le obligó a entregársela para leerla. El armador terminaba diciendo: y no dude v. m. [que yo] me esforzara en hazer más a menudo mis campañas si S. E. [Su Excelencia, el capitán general D. Andrés Bonito] me dejase resollar; pero me tiene tan oprimido y sujeto a su voluntad que no soy dueño de armar mi valandra cuando quiero a causa de quitármela con el pretexto de visitar las islas con ella, como lo hace aora. Para más escarnio, Bonito la hacía medir para comprobar si era válida para el corso cuando ya había hecho tres presas en tres campañas27. Las tensiones entre los armadores de corso y el capitán ge-neral de las islas Canarias, D. Andrés Bonito, entraron en en-frentamiento directo a finales del año 1741 y, en mayor o menor medida, continuarían hasta el final de la contienda. En noviem-bre de 1741 las acusaciones, y los descargos de réplica, habían llegado a Madrid28. Se acusaba al capitán general de intervenir 27 AGS, SM, leg. 534, s.f., carta de 13-abril-1742 de Antonio Miguel a D. Pedro García de Aguilar, teniente de navío de la Armada y apoderado del ar-mador corsario, recogida en el informe del intendente Rubalcava de 11-di-ciembre- 1742. 28 AGS, SM, leg. 531, s.f., 12-noviembre-1741. © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 ENRIQUE OTERO LANA Anuario de Estudios Atlánticos 128 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 12 en los asuntos del corso despreciando el fuero de la Marina. Especialmente se le criticaba de embargar los bienes de una presa de Antonio Miguel porque su balandra San Telmo no te-nía el tonelaje de la patente, como ya dijimos, de retener la sa-lida del bergantín de Juan Piñeiro con el pretexto de su escaso tonelaje y de impedir el traspaso de la patente de Agustín de Oneto (u Honeto) a Antonio Miguel. En su defensa D. Andrés Bonito mostraba la orden del mar-qués de la Ensenada al subdelegado de Marina de Canarias en la que se indicaba que procediese de acuerdo con el comandan-te general de las islas y siguiese «sus luces y dictámenes». Tam-bién insistía en que se debía cobrar el quinto real y el octavo del Almirante General porque la gracia de su anulación había sido concedido a los particulares de la Península y no a los corsarios de las islas Canarias o de América29. En la Corte, y más en la Secretaría de Marina, los razona-mientos aportados por Bonito parecieron insuficientes. Su Alte-za Real y Almirante General, el infante don Felipe, no hallaba disculpa en la conducta del capitán general y pedía que se le manifestase el real desagrado de Felipe V, previniéndole que no embarazase la entrega de los efectos de las presas que fuesen legítimas y que tratase mejor a los corsarios porque ello intere-saba al servicio real. Bonito, viendo venir la crítica gubernamental, pretendía ha-cer méritos: según explicaba en carta del 14 de diciembre de 174130, al saber que había dos corsarios ingleses esperando a los registros de Indias, encargó al contador D. Lázaro Abreu que preparase dos barcos contra los británicos «por no aver encon-trado en el subdelegado de Marina y superintendte. interino del Juzgado de Indias, D. Domingo Miguel de la Guerra, la celosa actividad que en dho. Dn. Lázaro Abreu, q. para ello ha fran-queado también su caudal». Siguiendo las instrucciones del Al-mirante General, el capitán general de las islas había dejado 29 En el caso americano no le faltaba razón. La exención del 8º no fue concedida hasta el año 1745 por una orden del 22 de julio (AGS, SM, leg. 535, s.f.). No conocemos la fecha de la exención del quinto real en esta guerra para los corsarios hispanoamericanos. 30 AGS, SM, leg. 532, s.f. © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 129 EL CORSO EN CANARIAS DURANTE LA GUERRA DE LA OREJA DE JENKINS (1739-1748) Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 13 salir a la embarcación de Antonio Miguel y también se lo permi-tiría al barco corsario de Juan Piñeiro en caso de que volviese a las Canarias. Pero lo cierto era que, al marginar al subdelega-do de Marina, fuese o no tan pasivo como Bonito decía, el ca-pitán general de las islas se estaba arrogando unos poderes que no tenía y que pretendía tener mando absoluto de toda la gente de guerra de las Canarias, incluyendo sus corsarios. El intendente de Marina de Cádiz, D. Francisco de Varas en carta al secretario Campillo, escribía: Ciñéndome a lo preciso, diré está patente ser la principal [idea de Bonito] el conseguir por este medio se le confiera la omnímoda facultad de que los armamtos. y juicios de presas sean de su pribativa ynspección, segregándose de la de los Minros. de Marina. Y añadía: y por consecuencia de todo lo referido, parece que está patente que lo que quiere aquel Ofizl Genl es la quietud con el enemigo y que no haya corsarios, no siendo por su dirección31. Aparecía por primera vez expresada por un funcionario la idea de que Andrés Bonito buscaba una especie de tregua, exclu-siva para las islas Canarias, con los enemigos de la Corona. Hay que recordar que, durante aquel conflicto, en las islas Baleares también se buscaría una tregua similar entre la isla de Mallor-ca y la entonces británica Menorca. Por el contrario, las autori-dades de la isla de Cuba apoyarían a los corsarios y los consi-derarían esenciales para su supervivencia. La reprimenda real llegó el 29 de abril de 1742. Una carta de la Corte, entonces en Aranjuez, decía: me manda S. M. diga a V. S. que no ha sido de su aprobación lo ejecutado por V. S. y le prevenga que, con ningún pretexto, se mezcle en adelante con los expresados corsarios u otros que 31 AGS, SM, leg. 532, s.f., 20-febrero-1742, informe del intendente de Cádiz, D. Francisco de Varas y Valdés, recogido en los informes previos a la reprimenda final hecha en 29 de abril de 1742. © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 ENRIQUE OTERO LANA Anuario de Estudios Atlánticos 130 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 14 quieran armar, instruidos y habilitados conforme a ordenanza por el Minro. Subdelegado de Marina, a quién sólo pertenece el privativo conocimiento de armamento y presas32. Como los hechos demostrarían, la reprimenda al capitán general de las islas Canarias no terminaría con el problema. La actitud contraria a los corsarios de D. Andrés Bonito era sola-mente el reflejo de otros muchos intereses de algunos comer-ciantes de las islas y de otras autoridades no tan relacionadas con el fuero militar. En fecha de 28 de abril de 174233 el armador José María Bignoni o Vignoni, vecino de Santa Cruz de Tenerife, escribía al también armador Antonio Miguel hablando de «los enemos. que tenemos en este lugr.» y de que para armar su goleta tuvo que enarbolar bandera «jinobesa» y decir que la enviaba en corso y mercancía (es decir, como mercante armado antes que como buque corsario). Su actividad corsaria no se debía a que no tu-viese otros intereses comerciales, pues decía que esperaba a los navíos de Indias, en los que «tanto mi hermo. como yo tenemos q. perder más que ellos», y que, por ese motivo, casi arrojó por la ventana de su casa a tres comerciantes que fueron a hablarle en contra de sus armamentos. A finales de 1742 el armador Antonio Miguel resumía sus armamentos y sus pérdidas34. Desde el inicio de la guerra había armado primero la balandra San Telmo, después el bergantín del capitán don Juan Piñeiro, más tarde una presa que hizo en Guinea. Había tenido la mayor parte del interés en el navío Sol Dorado. Su quinto armamento fue la balandra que compró a Agustín de Oneto, el sexto una balandra corsaria recién llegada de Puerto Rico y el séptimo había sido el rearmamento del San Telmo, después de que la balandra hubiese sido retenida por el capitán general D. Andrés Bonito durante nueve meses al servi-cio de Su Majestad. La relación de barcos corsarios indica que 32 AGS, SM, leg. 532, s.f., 29-abril-1742. 33 Recogida en AGS, SM, leg. 536, s.f., 28-mayo-1742, recogida en un informe del intendente Rubalcava desde Cádiz (5-julio-1746) ante la reclama-ción del cónsul holandés sobre una presa de 1745. 34 AGS, SM, leg. 534, s.f., 3-noviembre-1742, incluida en una carta del in-tendente Rubalcava de 11-diciembre. © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 131 EL CORSO EN CANARIAS DURANTE LA GUERRA DE LA OREJA DE JENKINS (1739-1748) Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 15 la construcción naval en las islas era escasa, pues parte de ellos eran de origen foráneo. Sus pérdidas de buques corsarios eran la corbeta capturada en Guinea, el armamento de D. Juan Piñeiro y el corsario recién llegado de Puerto Rico. En este últi-mo había perdido 3.500 y en los restantes 4.500. Además, se quejaba, le habían hecho pagar los derechos de los comestibles y el 15 por ciento (el octavo) de las presas. En medio de su car-ta una queja que era previsible: Me han cojido tanto interés en esta tierra que no puedo manifestarlo pr. papel, que no tengo a nadie [e]n mi favor sino los pobres y a mi subdelegado; todos los [de]más que comersean disen no descansarán hasta que no se acabe el corso en estas islas. Antonio Miguel intentaba, como se ve, dar un aspecto de lucha social a sus problemas con las autoridades y los otros comerciantes canarios: Él tenía el apoyo de los «pobres», aun-que tal vez este grupo se redujese a los marineros que embarca-ban en sus embarcaciones. La carta del armador tuvo su correspondiente reacción en la Corte. Una orden desde El Pardo de 21 de enero de 1743 le re-cordaba al capitán general de las islas que se retenían las em-barcaciones del armador, se le hacían pagar derechos por co-mestibles y se le quitaba el quince por ciento, a pesar de las instrucciones previas. Que la orden de 22 de noviembre de 1741 no se cumplía y que D. Andrés Bonito continuaba oprimiendo y maltratando al citado Antonio Miguel, por lo que había pro-vocado el desagrado de Su Majestad. Por carta de 25 de abril del mismo año el capitán general de Canarias se defendió. Recordaba que llevaba 43 años al servicio real y que las quejas del armador eran inciertas, ya que el cobro de los víveres y del 15 por ciento de los barcos apresados no había sido cosa suya, sino del Administrador de Aduanas, que a su vez lo hizo por orden del Administrador General. En cuanto a la balandra San Telmo, armamento del citado Antonio Miguel y D. Francisco Fernández de Lugo, estaba ocupada en mayo [de 1742] en el transporte de granos y que, si bien la utilizó para el reconocimiento de las islas, pagó su flete y le permitió transpor- © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 ENRIQUE OTERO LANA Anuario de Estudios Atlánticos 132 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 16 tar aguardientes. Reconocía que no se preparó para el cor-so hasta diciembre, pero no era por causa suya. De todo lo an-terior presentaba diversos testimonios, incluyendo el del subde-legado de Marina en las Canarias, D. Domingo Miguel de la Guerra35. Se podía decir que el problema de la jurisdicción sobre el corso estaba resuelto (por lo menos sobre el papel) con la re-nuncia de D. Andrés Bonito a entrometerse en él; pero ahora aparecerían nuevos funcionarios de las islas que procuraban poner trabas a este negocio paralelo al comercio normal. A pesar de todos los obstáculos la actividad de los corsarios continuaba. En enero de 1743 la goleta Nuestra Señora del Mon-te, San Antonio y las Ánimas, armada por D. José María Bignoni y bajo el mando de Miguel Rapalo, apresó un mercante de 150 toneladas que iba de la isla de Madeira a la de San Cristóbal con 104 pipas de vino de la primera y diferentes efectos de Ham-burgo. Su valor fue calculado en 12 ó 13.000 pesos36. Pocos meses más tarde Antonio Miguel pretendía armar una falúa «como las q. usamos en Malta para el corso», con 35 ó 40 tone-ladas, 24 remos y de 35 a 40 hombres de tripulación. Pedía per-miso para corsear en Santa Cruz de Berbería, Madeira y los ríos de Guinea37. El subdelegado de Marina en las islas Canarias no quería dar la licencia por no tener la embarcación las toneladas suficientes; pero el armador sostenía, por experiencia propia, que eran muy seguras y que, dada su gran velocidad, podría hacer más de media docena de presas. Estas razones tampoco convencieron en Madrid: al igual que el subdelegado, se mostrarían contrarios a una embarcación corsaria tan pequeña, pues si bien era cierto que sería muy rá-pida, también resultaría demasiado débil ante una defensa de-cidida de cualquier mercante armado. 35 Ambos documentos, la orden desde El Pardo de 21 de enero y la con-testación de D. Andrés Bonito de 25 de abril de 1743, están añadidos a las quejas que el intendente Rubalcava remitió desde Cádiz con fecha de 11 de diciembre de 1742 (AGS, SM, leg. 534, s.f.) 36 AGS, SM. leg. 534, s.f., 24-enero-1743. 37 AGS, SM, leg. 534, s.f., 9-mayo-1743 (remitida desde Cádiz por el in-tendente Rubalcava en 4 de junio). © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 133 EL CORSO EN CANARIAS DURANTE LA GUERRA DE LA OREJA DE JENKINS (1739-1748) Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 17 En la misma carta Antonio Miguel avisaba de los problemas de la balandra San Telmo, que había salido al corso bajo el mando de Juan Piñeiro. La embarcación había partido de San-ta Cruz de Tenerife y a los 40 días se encontró en Madeira con un navío inglés de 24 cañones que le obligó a refugiarse en el puerto de Paul. Allí fue bloqueada por unos días y, al final, los ingleses entraron en el puerto y, bajo el mismo cañón portugués, pegaron fuego a la balandra. Después los británicos se presen-taron en el puerto principal de la isla, donde fueron admitidos con gran alborozo, sin que a los portugueses les importase el grave desaire a su bandera y a su soberanía. Y es que la neutra-lidad de Portugal en esta guerra nunca fue muy estricta y, sal-vando las distancias, podría ser comparada a la no beligerancia del gobierno del general Franco en los primeros años de la Se-gunda Guerra Mundial. En junio de este año llegó a la Corte la noticia de un abuso de los corsarios canarios que ya hemos citado anteriormente. Un bajel corsista había detenido a la tartana francesa Santa Bárbara y, tras registrarla, se obligó a pagar el rescate de dos pasajeros moros, sin respetar la Real Orden dada en 29 de oc-tubre de 1742 de no apresar navíos franceses que llevasen mo-ros o efectos de su propiedad. Al principio el abuso de atribuyó a Agustín de Oneto, pero posteriormente se dio orden de dete-ner a Miguel Rapalo como culpable de aquel exceso. En todo caso, se dio orden de devolver el importe del falso recate38. Por estas fechas llegó un informe bastante completo sobre las limitaciones que en las islas Canarias se ponían a los cor-sarios españoles. Su origen está en las reclamaciones de un corsista gaditano, Joseph de Ribas (o Rivas), que a principios de 1743 había ido de Cádiz a Canarias para corsear «no tan solamte. en los mares permitidos, si[no] también corcear en to-das las costas de Europa, África, islas de Canarias y Madera, sin pasar a las de la América»39. Al ser una patente de carácter es- 38 AGS, SM, leg. 534, s.f., 18-junio-1743 (se le atribuye a Oneto y se da la orden de devolución) y 23-julio (orden de apresamiento de Rapalo). 39 AGS, SM, leg. 533, s.f., 20-noviembre-1742 (informe del intendente Rubalcava), 18-diciembre (decisión en Madrid de dar la patente) y 1-enero- 1743 (aviso de la recepción de la misma en Cádiz). © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 ENRIQUE OTERO LANA Anuario de Estudios Atlánticos 134 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 18 pecial (prevista para los corsarios canarios, pero no para los peninsulares) se retrasó casi un mes su concesión. Unos meses más tarde José de Ribas escribía a sus armadores, D. Manuel de Nafrías y D. José de Velezmoro40, dando cuenta de «lo mal resibido que e sido en estas yslas por haber traído patente de corzo». De principio, el capitán general se negó a pagarle unos fletes (de dos pasajeros y unos cañoncitos transportados desde Cádiz), pero además, según escribía Ribas, porque a causa de él y los otros corsarios españoles «los yngleses todos los días benían a inquietar los barquitos de la tiera». También se negó a darle lastre, lo que evidentemente impediría navegar bien a cualquier embarcación. Incluso cuando se estaba transportando el lastre, las autoridades llevaron al castillo a los barqueros que lo trasladaban «porque no abían querido yr a descargar una enbarcación portugesa fingida.» Cuando, ya resueltos todos es-tos asuntos, Ribas intentó salir el 24 de mayo de 1743, su prác-tico Miguel Rapalo fue detenido por orden del señor vicario por haber tenido «una comunicasión ynlísita con una muger casa-da ». Dado que Rapalo vivía en las islas, su detención en ese momento es demasiado coincidente para ser meramente acci-dental. Ribas avisaba que a todos los marineros de este y otros bu-ques corsarios «los están amenasando que si iban a corzo los an de desterar de las yslas». También el capitán general le exigió el 7 por ciento que ya tenía pagado [¿de fianzas de buena guerra?] y a un oficial, un tal Carpinter, se le dijo que si se embarcaba con Ribas se le ahorcaría. El capitán gaditano señalaba sin tapujos la causa de esta persecución: el contrabando de productos ingleses, aunque con-siderados portugueses sobre el papel, y no el pretendido acuer-do de no hostilidad con el enemigo, pues hacía poco que éste había bombardeado la isla de La Gomera. Sobre el contraban-do explicaba el caso, ya mencionado líneas antes, de la falsa em-barcación portuguesa que los barqueros no habían querido des-cargar y que tenía una tripulación mayoritariamente inglesa, 40 AGS, SM, leg. 534, s.f., 28-junio-1743, carta de Ribas a sus armadores, incluida en un informe de Rubalcava a Madrid de 23-julio-1743 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 135 EL CORSO EN CANARIAS DURANTE LA GUERRA DE LA OREJA DE JENKINS (1739-1748) Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 19 con una carga de mercancías prohibidas (sobre todo textiles). Según Ribas, las autoridades canarias ponían tantos obstáculos porque cobraban un porcentaje del contrabando41. También explicaba que si había corsarios en Canarias los ingleses de Madeira no traerían contrabando y el general no podría obtener ningún beneficio de las presas, pues se lo impe-día la ley. Comentaba que cuando fue al puerto de Santa Cruz un navío de guerra inglés con la excusa de traer pasajeros pri-sioneros, el viaje se aprovechó para descargar fardos de ropa inglesa y que el comandante general, D. Andrés Bonito, se pa-seó en coche con el capitán inglés todas las tardes en los cinco días que permaneció el buque británico (aunque nosotros lo vemos más como una forma de cortesía muy típica del si-glo XVIII). En cuanto al bombardeo de la Gomera los ingleses habían tirado 2.000 cañonazos, destrozando muchas casas de la ciudad y la mitad de un convento. Cuando de todo esto protes-taba Ribas en nombre del Rey, se le respondía que «el Rei está lejos» y no se le hacía caso. En la remisión de su carta a Madrid el intendente Rubalcava avisaba que, «aunque el expresado capitán [Ribas], como parte apasionada, abla con mucha livertad y extensión no es de des-preciar todo, pues ofrece probarlo». En una declaración hecha dos años más tarde, ya en Cádiz, Joseph de Ribas se explayó en sus quejas42. Dijo que, 41 Añado la descripción más detallada que nos da Ribas: «catorse [tripulantes] que venían en dho. [sic] enbarcación sólo había 5 portugeses y los 9 restantes heran yngleses, pues dha. enbarcación hechó en tierra 19 tersas [sic] de ropas de Ynglaterra, como sombreros y baietas y sargas y sempiternas y nascotes y sapatos y medias de seda y lana, y 40 ba-rriles de carne de baca y algunos de manteca y belas y otras distintas cosas, pues el mismo capn. ynglés que benía encubierto me lo dijo a mí y al segun-do piloto Carpinter, y todos estos géneros fueron consinados [sic, consignados] a un mercader yrlandés llamado D.n Roberto Halegante». Aparte del interés que tiene la lista de los productos desembarcados (que suponemos escasos en las islas), se dan más datos sobre los intereses parti-culares que podían tener las autoridades en dicho comercio: «el sor. general le llebava 400 ps. [pesos] en cada enbarcación y además desto el 14 por % sobre los efectos, y el ayudante 20 doblones» 42 AGS, SM, leg. 536, s.f., informe general de 5 de julio de 1746, recogien-do la declaración del capitán Ribas de 12 de octubre de 1745. © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 ENRIQUE OTERO LANA Anuario de Estudios Atlánticos 136 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 20 con el motivo de la lizenzia q. por S. M. se le conzedió pra. eje-cutar el corso con el dho. su bergantín [Nuestra Señora de los Milagros y San Antonio] en las islas de Canarias y sus contornos, fue a ellas, en donde al istante que llegó reconoziendo lo mal q. lo tratavan, así Ministros de Mara., [de] Govierno, como aun los eclesiásticos, y lo mucho q. oya contar a todo jénero de jentes que ejecutavan con los corsarios, dijo entre sí había hido a pur-gar sus pecados. También le narraron el caso del buque inglés que cargó vino y plata y que fue protegido por un bergantín armado en Santa Cruz contra los mismos corsarios españoles e igualmente escu-chó las vejaciones que sufrió y muerte que tuvo Jacome Canese. Todo dimanado del poquísimo aprezo., amparo y justicia que obtienen los corsarios en aquellas islas, de suerte q. lo mismo es decir corsario y que quieren armar pa. ello, que los tratan peor que a enemigos azerrimos y solizitan modo y pretexto hasta que los prenden, embargan, venden y perdidos, amparándose de banderas estranjeras, se ausentan, como sucedió a Joseph Salvego, segundo capitán de Rapalo, que sabiendo que lo querían prender huyó en una tartana francesa y el mismo Rapalo fue encerrado en un castillo y, ya desespera-do y por acabar con sus desdichas, se cortó las venas de los brazos y los pies. El castellano se enteró a tiempo y logró que se cortase la hemorragia, impidiendo el intento de sucidio. A los «pobres corsarios» se les hacía todo el daño posible, ya prendiéndoles la gente, ya cobrándoles excesivos derechos en lo que compraban para su manutención. Al mismo Ribas una no-che le cortaron los cables de amarre de su embarcación para que ésta se perdiera pues había tempestad y «no se hizo dili-jenzia alguna para su averiguación.» A pesar de todo salió a navegar e hizo una presa. Después vio un navío que supuso enemigo y que se acercaba a la isla de Gran Canaria. Cuando intentó registrarlo le cañonearon desde el castillo. Tras meterlo a puerto le ordenaron suspender el registro y supo que, más tarde, hubo comercio entre dicho navío y tierra. En todo caso, empezaba a estar tan cansado con tantos obs-táculos y problemas que pensaba volver pronto a Cádiz. Como él mismo dice, © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 137 EL CORSO EN CANARIAS DURANTE LA GUERRA DE LA OREJA DE JENKINS (1739-1748) Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 21 aburrido, desps. de haber gastado el valor de una presa q. llevé allí, el costo del corsario y todo cuanto tenía en enrredos y chismes, se vino a esta ciud. [Cádiz] sin un quartto y haciéndole la cruz a semejantes Islas y pidiendo a Dios le librase de los grandes y muchos traidores que en ellas ay a esta Corona. Para Ribas, todas estas vejaciones debían ser consideradas como «traiciones» y su causa estaría en la «admisión de un ple-no ylízito comerzio q. mantienen en aquellas islas dos o tres casas de yrlandeses comerztes. en ellas». Según otro testigo, Francisco de Silby, capitán de un mer-cante apresado por los ingleses y llevado a las Canarias, en las islas «oyó dezir tan mal de los corsos. que hera menester tapar-se los oydos, de suerte que de pícaros ladrones no les quita nada»43. Por las mismas fechas otro caso demostró lo interesadas que estaban las autoridades canarias en lograr un acuerdo con los británicos. El 30 de junio de 1745 Miguel Rapalo (otra vez libre de prisión) apresó la balandra o navío Santa María, cuyo capi-tán era Carlos Finnewegh o Kennekeyn44. El mercante era pretendidamente holandés, pero ya por los primeros indicios su nacionalidad era dudosa. El capitán era escocés, naturalizado en 1740 (ya iniciada la guerra) en Holanda y vecino de Rótter-dam. En la tripulación, compuesta de 10 hombres, había 5 in-gleses. Según sus papeles iba a San Eustaquio y Nevis, en las Antillas holandesas. La carga era de 20 barriles de pólvora, 4 cañones de a 4 libras, 12 ruedas de jarcia y 50 barriles de carne de Irlanda. Se sospechaba que los propietarios eran ingleses y que la carga era contrabando de guerra para reforzar la defen-sa de las Antillas inglesas. Al ser detenido, a la altura de Ma-deira, hubo algún fuego de resistencia antes del registro. Se le encontró una bandera inglesa y un gallardete de la misma na-ción a medio hacer y en un escotillón que iba a la santabárbara del buque unos papeles en inglés en que se ordenaba al capitán que tomase despacho del cónsul de Madeira para descargar sus 43 AGS, SM, leg. 536, s.f., informe general de 5-julio-1746, recogiendo la declaración del capitán Silby de 12 de octubre de 1745. 44 AGS, SM, leg. 536, s.f., 3-julio-1746, informe de Manuel de Redonda, auditor de la Armada, al intendente Rublacava. © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 ENRIQUE OTERO LANA Anuario de Estudios Atlánticos 138 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 22 vinos en Nevis con bandera inglesa y cargar después mercancías para Escocia. Se le ordenaba, igualmente, tener los papeles ho-landeses a mano durante el viaje de ida y el de vuelta. Era un claro ejemplo de papeles dobles para proteger el co-mercio inglés (juego al que los holandeses se prestaban con asi-duidad por sus simpatías con sus hermanos protestantes, su fobia antiespañola y, sobre todo, por la posibilidad de obtener beneficios.) El 23 de febrero de 1746, a pesar de todas estas evidencias, fue declarada mala presa en Canarias; pero lógica-mente Rapalo y su armador, Bignoni, apelaron y el proceso pasó a la Península. La conclusión del auditor de la Armada sobre la justicia ca-naria fue tajante: Según otras circunstancias que oy están reservadas para el estado de prueba, resultan muchos incombenientes en que estos auttos se devuelvan a las islas, además que sería presisar a estas partes a que litigassen ante un juez que tienen por sospechosso; ni haze fuerza la dilación que pueda causarsse ni sería posible en 15 días concluir dhos. auttos que están al principio, y en el término de seis messes no pudieron adelantar más que haver dado un pedimento sobre lo principal de ser de buena o mala pressa dho. navío. No sabemos como terminó el juicio, pero comparándolo con otros y siempre que no volviese a los tribunales de las islas, la presa pudo ser considerada buena por lo menos a lo que atañe al contrabando de guerra (pólvora y artillería). El último incidente de importancia que tuvieron los corsa-rios canarios se dio en las islas Madeira45. El capitán y armador Pascual de Sosa era natural de la Laguna y había sido capitán en 1742 de la balandra Nuestra Señora del Rosario y en 1745 del jabeque gaditano Nuestra Señora del Buen Aire y San Juan Nepomuceno. En 1748 mandaba su propio bergantín Nuestra Señora de la Candelaria y las Ánimas y con él, en fecha de 4 de abril, apresó en las Madeira una balandra inglesa, aunque des-de el fuerte de Ylleo le tiraron con dos piezas y con otra desde 45 AGS, SM, leg. 537, s.f., s.d. (¿13-agosto-1748?), memorial del capitán corsario Pascual de Sosa a Su Majestad Fidelísima, el rey de Portugal. © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 139 EL CORSO EN CANARIAS DURANTE LA GUERRA DE LA OREJA DE JENKINS (1739-1748) Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 23 el reducto de Cama de Lobos, sin que los cañonazos llegasen a los barcos. Cuando los españoles abordaron el bergantín lo en-contraron abandonado, pues los ingleses habían huido a tierra con el dinero, los papeles y lo más importante de la presa. En el puerto de Funchal el mercader que iba a recibir la balandra se presentó ante el cónsul de España proponiendo su «resgate» y Sosa llevó la presa a dicho puerto para arreglar el negocio. Después el corsario dudo en llevarlo adelante cuando los britá-nicos no presentaron los papeles e intentó venderla. En este mo-mento intervinieron las autoridades portuguesas: el Proveedor de la Hacienda Real lusa mandó embargar la presa dudando de su legitimidad. Al mismo tiempo el obispo de Madeira, que servía como gobernador de armas en las islas, realizó la experiencia de com-probar si el tiro de Cama de Lobos alcanzaba el lugar del apre-samiento. A requerimiento de los ingleses echó una pipa o ba-rril en el lugar y mandó disparar una pieza, pero cogiendo un cañón de a 8 libras que estaba en el suelo (es decir, sin utilizar), cargándolo con una bala de 4 libras y poniéndole cuatro puntos de elevación. Para que la prueba fuese imparcial no estuvieron presentes ni el cónsul español ni el capitán corsario. El cónsul hispano protestó con la pretensión de que los lusos no tenían jurisdicción y los portugueses contraatacaron amenazando con la cárcel al capitán Sosa. Por la zona apareció un barco de guerra inglés y el cónsul británico le dio aviso. Mientras tanto el bergantín corsario, que había salido sin Sosa, hizo una nueva presa, una goleta inglesa, y la llevó al puerto de Punta del Sol, dando fondo bajo la forta-leza. Apareció el barco de guerra británico y envió dos lanchas a sacar la presa debajo de la misma fortificación lusa, sin que el capitán de ella lo impidiese ni hiciese nada por defender la soberanía portuguesa (como no fuese desarmar a los españoles que intentaban defenderla desde tierra, tras maltratarlos de pa-labra). Después el navío de guerra persiguió al bajel corsario que seguía en alta mar y lo capturó el día 26. De nada sirvió que Sosa reclamase la goleta inglesa, pretextando que había sido apresada bajo la fortaleza lusa. El cónsul español podía decla-rar como buenas presas a la balandra y a la goleta; pero los © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 ENRIQUE OTERO LANA Anuario de Estudios Atlánticos 140 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 24 portugueses daban por mala a la primera por haber sido toma-da cerca del alcance de su artillería costera y aceptaban la recu-peración inglesa de la segunda presa en pleno territorio portu-gués. Sus simpatías estaban claras; sus principios jurídicos no tanto. Pascual de Sosa viajó a Lisboa a reclamar sus presas, pero dada la discutible imparcialidad de los lusos durante esta guerra es dudoso que consiguiese nada. Los corsarios que actuaron desde los puertos de las islas Canarias durante la guerra de la Oreja se encontraron como Ulises entre Escila y Caribdis, entre la ambigua actitud de las autoridades isleñas y el enemigo británico (apoyado por el Por-tugal neutral). Primero la continua intervención del comandan-te general de las Canarias, D. Andrés Bonito y Pinatelli, y más tarde, cuando éste recibió la reprimenda real, los obstáculos puestos por los funcionarios de aduanas, las autoridades ecle-siásticas y los jueces pasivos. Sólo recibían el apoyo de la «gen-te pobre», aunque, como ya hemos dicho, más bien serían ma-rineros que en el corso esperaban obtener rápidos beneficios, dueños de tabernas (siempre animadas por los corsarios) y, tal vez, pequeños proveedores. Aunque la situación era de guerra abierta con Inglaterra, también debe comprenderse la actitud de las autoridades: dependiendo las islas de las manufacturas de otros países y acostumbrados los canarios a recibir en sus islas barcos de todas las nacionalidades en sus viajes hacia las Indias Orientales y al Golfo de Guinea o en su camino hacía las Anti-llas, no estaban dispuestos a perder su forma de vida por una guerra entre la Monarquía Española y otra potencia. De ahí su afán de llegar a una situación de cese local de hostilidades que podía beneficiar a todos y que los corsarios entorpecían. Hay que añadir que pocos armadores y capitanes corsarios eran naturales de las islas: Antonio de Miguel era maltés y había venido recientemente de Cádiz, Jacome Canese y Agustín de Oneto eran oriundos de Génova, Juan Piñeiro era portugués, Joseph de Ribas vivía en Cádiz. No sabemos el lugar de nacimiento de Jo-seph María Bignoni y Miguel Rapalo (o Rapallo), si bien parece que ya llevaban tiempo asentados en las Canarias. Sólo tenemos seguridad del origen canario de Pascual de Sosa. Lógicamente, entre la marinería sí habría una mayoría de naturales canarios. © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 141 EL CORSO EN CANARIAS DURANTE LA GUERRA DE LA OREJA DE JENKINS (1739-1748) Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2009), núm. 55, pp. 117-142 25 En cuanto al enemigo inglés tenía la ventaja de una Royal Navy muy poderosa, la existencia de sus propios barcos corsa-rios, normalmente mejor armados que los hispanos, y el apoyo de una dudosa neutralidad portuguesa, que tanto en las islas Madeira como en las costas del mismo Portugal se cebó en per-seguir a los corsarios hispanos mientras que tomaba una postu-ra muy permisiva ante la actuación de los británicos. BIBLIOGRAFÍA CITADA ANAYA HERNÁNDEZ, Luis Alberto: Moros en la Costa. Dos siglos del corsarismo ber-berisco en las Islas Canarias (1569-1749), Las Palmas de Gran Canaria, 2006. BÉTHENCOURT MASSIEU, Antonio de: «Canarias en los conflictos navales de 1727 y 1739-1748. 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Biblioteca universitaria, 2011 OTERO LANA, Enrique: La Guerra de la Oreja de Jenkins y el corso español (1739-1748), Madrid, Cuadernos Monográficos del Instituto de Historia y Cultu-ra Naval, núm. 44, 2004, pág. 170 (modificado para incluir corsarios procedentes de otros puertos). © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2011 CORSARIOS ESPAÑOLES EN ACTIVO EN LAS ISLAS CANARIAS (1739-1748) Puerto de Tipo de Armador y/o Porte, armamento Años de Presas operaciones barco Nombre propietario Capitán y tripulación actividad en Canarias Santa Cruz bergantín San Telmo, ya ya de ........... D. Pascual de Sossa 130 toneladas, 10 cañones, 8 pedreros, 1739,48 1 represa de Tenerife Candelaria y las Ánimas 110 hombres (apresado) (a) El Dragón balandra San Telmo o San Pedro D. Antonio Miguel Miguel Rosel (42), Juan 1500 guintales o 47 toneladas, 10 1741,42, 2 (se comprará en Cádiz) (maltés de nación), Piñeiro o Pineyro (43) cañones (o 4 cañones de a 4 libras), 14 43 Francisco Valcarcel de pedreros (o 4 pedreros, 6 trabucos (hundido) Lugo e hijo. grandes, 4 fusiles ¿de borda?), 70 hombres bergantín San Antonio y Ánimas J acome Canese, genovés el mismo Canese 10 u 11 cañones, 10 pedreros, 1739-42? 2 (Vigo) 44 hombres (hundido) bergantín San Antonio y las Ánimas D. Antonio Miguel. Juan Piñeiro o Pineyro 40 llillas = 27 toneladas, 52 hombres. 1740,41 --- Costó 400 pesos escudos. .......... La Amistad de Londres D. Antonio Miguel. ........... .............. 1741? --- (presa de Guinea) .......... El Sol Dorado D. Antonio Miguel y ........... . ............. 1741? con- --- otros. tracorso balandra ya ya (o Virgen) del D. Julián de Murguías Agustín de Oneto, genovés; 70 toneladas. 14 cañones de a 2 a 4 1741 1 saqueo Rosario (Cádiz) (vendida a Miguel Rapalo libras, 85 hombres. Antonio Miguel) balandra ya ya del Rosario D. Antonio Miguel. D. Pascual de Sossa 70 toneladas 1742 --- balandra (procedente de Puerto D. Antonio Miguel D. Diego Morales 110 hombres 1742 1 + 1 mala Rico) (apresada) falúa ............ D. Antonio Miguel ........... 35 a 40 toneladas, 24 remos, 35 a 40 1743 (patente no hombres ("como las que usamos en concedida) Malta") bergantín ya ya de los Milagros y D. Manuel Nafrias, D. José de Ribas o Rivas 80 toneladas. 8 cañones, 6 esmeriles, 1743 1 San Antonio José Velezmoro (de 30 fusiles, 25 pares de pistolas, 50 Cádiz) sables, 25 chuzos, 60 hombres. goleta ya ya del Monte, San D. José María Bignoni Miguel Rapalo o Rapallo .............. 1745 1 Antonio y las Ánimas |
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