A T L A N T I S M O
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Anuario de Estudios Atlánticos
ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2010), núm. 56, pp. 25-38
RESUMEN
Tras una reflexión general sobre la reciente literatura histórica sobre el
atlantismo en la edad moderna, se analizan las condiciones y circunstancias
del mismo a partir de lo que fuese el sistema colonial español en las Indias.
Más que por razón de los modos empleados —por hispanos y anglosajones—
en la explotación de los recursos de las colonias fue la acción y organización
política el principal determinante a la hora de configurar la divergencia en-tre
unas y otras colonias y, con posterioridad, la divergente forma en que se
constituyeron como naciones independientes. En un caso, con un control
ejercido desde la metrópoli a través de un sistema de subordinación política
y en otros bajo las modalidades de asentamientos de colonos autogober-nados.
El hecho determinante de la singularidad hispana en el sistema colo-nial
instituido vino impuesto por la naturaleza especial de los principales
recursos explotados —oro y plata—, unas producciones que convirtieron a
España durante algo más de dos siglos en la principal proveedora de recur-sos
metálicos a nivel internacional y en garante de lo que habría de ser el pri-mer
sistema monetario de alcance mundial.
Palabras clave: Atlantismo, remesas, colonias, oro y plata, Carrera de
Indias.
ABSTRACT
Following a general consideration about recent literature on Atlantism in
Modern Times, the article analyzes its conditions and circumstances through
ATLANTISMO, DESDE LOS SUPUESTOS
ECONÓMICOS DEL IMPERIO COLONIAL
ESPAÑOL1
P O R
ANTONIO-MIGUEL BERNAL
1 Texto adaptado sobre la conferencia que bajo el título «El Atlantismo:
reflexiones desde una realidad económica» fue impartida el 28 de octubre de
2007 en el ciclo Atlántico e Historia, dedicado en homenaje al Dr. D. Antonio
Rumeu de Armas por la Casa de Colón y celebrado en Las Palmas de Gran
Canaria.
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a close look into the Spanish colonial system in the Indies. Rather than for
reason of modes deployed —by both Spaniards and British— in the exploi-tation
of colonial resources, political organization and action were the key
aspects to take into consideration when highlighting the differences between
colonies of both empires and, later on, their diverging ways in becoming in-dependent
nations. In the Spanish case, the control was executed by the
metropolis through a system of political subordination whereas in the Brit-ish
case self-governed colonial settlements were preferred. The determining
factor in the peculiarity of Spanish colonial system derived from the very
nature of main exploited resources —gold and silver—, which turned Spain
into the principal provider of metallic resources at an international level as
well as into the guarantor of what was to be the first worldwide monetary
system for more than two centuries.
Key words: «Atlantismo», remittance, the colonies, gold and silver, Route
to América.
Fácil y cómodo suele ser el asumir, sin más, las modas histo-riográficas,
lo que en cierto modo ocurre ahora en estudios so-bre
la globalización o el atlantismo. Durante el tiempo de vigen-cia
—hasta que la moda caduque o se retraiga—, quien la sigue,
gana el valor añadido inherente a unos temas novedosos y reno-vados
—aunque, en ocasiones, puro formalismo— mientras pro-liferan
sobre ellos sin cesar escritos de la más variada naturale-za,
casi siempre al margen de investigaciones previas que los
sustenten y que rellenan de artículos las revistas y de libros los
anaqueles de las librerías. Y, en el alud de publicaciones indu-cidas,
resulta difícil discernir el grano de la paja. En nuestro
caso, estas reflexiones, precisas por acotadas, surgen sin más
pretensiones que traer a consideración uno de los asuntos que
está sujeto a revisión e impuesto por la moda; reflexiones que
vienen motivadas, sin embargo, por las investigaciones que des-de
hace años dedicamos a determinadas cuestiones de la econo-mía
del «mundo atlántico» relacionadas con los problemas de
integración entre Imperio y Estado o con el crédito, la financia-ción
y los avatares monetarios del Imperio colonial español.
Recomienda W. Benjamín en su tesis sobre la filosofía de la
historia, citando a Fustel, que el historiador que aspire a revivir
una época se quite de la cabeza cuanto sepa del curso ulterior
de la historia. En el caso de la globalización parece, día a día,
que el concepto se despeña por una vertiente de banalización
creciente sobre todo cuando se quiere emplear con valoración
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temporal retrospectiva —es decir, histórica— muy ajena a los
contextos políticos, sociales y económicos —véanse los trabajos
de Stiglitz al respecto— en los que dicho concepto se genera.
Quizás, como una manifestación más de la moda del presen-tismo
histórico, que tantos conversos genera en nuestro oficio.
Con el atlantismo ha sucedido algo similar, en poco más de una
década. Poner en cabeceras de artículos y en portadas de libros,
a troche y moche, expresiones como «sistema atlántico», «histo-ria
atlántica» y otras similares parece más un prurito de presen-tismo
a ultranza, o manifestaciones de marketing académico,
pues, por contenidos, dichos artículos y libros poco, o nada, tie-nen
que ver en la mayoría de los casos con lo que se entiende
—en cuanto categoría historiográfica— por atlantic history.
Por suerte, para introducir un cierto orden, disponemos de
textos esclarecedores. Por citar sólo algunos de las más conoci-dos,
en unos casos, como los de Baylin2 o Elliot3, con las preten-siones
de fijar el tema en sus proporciones adecuadas; en otros,
como en Céspedes4, por la apretada síntesis que hizo de lo que
hubiese sido la historia atlántica en los estudios europeos y
americanos desde mediados del siglo XX. O, en contextos simi-lares,
las aportaciones diferenciadas que se muestran en los tra-bajos
de D.Armitage, B.Cunliffe, D.E. Egerton, etc., que han
expandido, con valoraciones precisas, expresiones del tipo
Atlantic World, Atlantic History, Atlantic System e, incluso, una
New Atlantic History definida, por oposición, a la historia atlán-tica
tradicional de las que la obra de Chaunu, y secuela de se-guidores,
pudiera ser un paradigma.
Porque de ello se trata ahora, de presentar la historia del mun-do
del Atlántico bajo un enfoque «desnacionalizado» —nada equi-valente
a lo que fueran los estudios clásicos sobre las sucesivos
«atlánticos» portugués, español, británico, etc., de los siglos XV al
XIX, o el norteamericano del siglo XX—. Donde los propósitos de
historias nacionales no cuenten —o, al menos, queden desdi-bujadas—
mientras se busca resaltar los valores del atlantismo
compartido por los pueblos europeos desde la historia política,
2 BAYLIN, B. (1996): 20.
3 ELLIOT, J. (2000):
4 CÉSPEDES, G. (2006): tomo CCIII, Cuaderno II
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económica, cultural, religiosa, etc. En realidad, nada nuevo en
apariencia en la historiografía clásica del Atlántico y en la de los
imperios sobre él forjados en la edad moderna desde que fuera
convertido en un «mar europeo», pues es bien sabido que, al fin
de cuenta, casi siempre el historiador termina por empatizar con
el vencedor, en este caso con las naciones-estados que fueron
forjadoras de «imperio» coloniales; con quienes ejercieron de
«dominadores» en un espacio y en un tiempo histórico. Aunque,
con pretensiones no siempre explícitas, se busque cada vez más
desde una historia europea triunfante la amalgama de historias
paralelas con los «vencidos». Una historia escrita desde los valores
políticamente correctos al uso hoy día en el mundo actual. En fin,
una historia atlántica compartida, donde cultura y barbarie fueron
a la vez cara de una misma moneda.
Más que de juicios morales, de lo que se trata en la nueva
historia atlántica, sin embargo, es de avanzar en una historia
más institucionalizada, donde se imbriquen, como en un todo,
las sucesivas historias nacionales europeas con los imperios que
éstas forjaron al otro lado del Atlántico, con la pretensión de
aunar en una misma mirada —mundo atlántico, historia atlán-tica,
sistema atlántico— las vertientes convergentes de sus
facetas políticas y económicas, sociales y culturales, sin predo-minio
ni exclusión de vencedores o vencidos. Ejemplos ensaya-dos
en este sentido no faltan y pienso que pudieran ser ejemplos
ilustrativos, en sus diversas variantes, estudios como los de
Kagan y Parker5, Israel6, Bernal7, Elliot8, etc., entre otros. Don-de
se favorece y se da prioridad a los fenómenos integradores,
aquellos que, a la vez, permiten delinear los procesos compara-dos
de metrópolis con sus colonias y, al mismo tiempo, los de
unos y otros imperios entre sí. Donde se desgranan los factores
de integración/oposición de índole social y cultural, como pudie-ra
ser el criollismo y la esclavitud, o los de naturaleza política
como las revoluciones de los libertadores y las democracias
imperfectas de Latinoamérica por oposición a la Norteamerica-
5 KAGAN, K. y PARKER, G. (2001)
6 ISRAEL, J. (2002)
7 BERNAL, A. M. (2005)
8 ELLIOT, J. H. (2006)
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na —democracia «perfecta» por excelencia— o, desde el ámbi-to
económico, el fracaso/triunfo de la tecnología industrial o la
«revolución» expansiva del sistema monetario que se diera a
partir de los siglos XVI-XVIII por medio del oro y plata ameri-canos,
o en el siglo XX, por el papel ejercido por el dólar norte-americano.
Entre otras opciones posibles, hay dos cuestiones, a mi pa-recer,
que en esta nueva dimensión de la «historia atlántica»
permiten avanzar con paso firme en una mejor comprensión
unitaria del sistema. La primera de ella hace referencia a la
«doble realidad» que haya supuesto —en lo económico, social,
político y cultural— el basamento dual de una América ibérica
y otra anglosajona, entre sí interdependientes y carentes, en
absoluto, de ese «desconocimiento» mutuo con que suelen
historiarse siendo, como son, una misma historia más que his-torias
paralelas que puedan alargarse hasta el infinito sin encon-trarse.
Una de las lagunas urgentes a subsanar en la historia del
atlantismo. La segunda, apunta a la articulación de un sistema
monetario de alcance internacional, a partir de las producciones
metálicas coloniales, más allá de la dimensión europea; quizás,
lo que fuese el primer ensayo de alineamiento de un sistema
monetario mundial propiamente dicho que tuvo en el mundo
atlántico —de cara a Europa pero también al Oriente y al Pa-cífico—
su gozne. Las metrópolis y colonias, en tiempo de los
imperios, y las repúblicas independientes formadas tras las
insurgencias libertadoras tienen en el mundo atlántico, por am-bas
cuestiones, un protagonismo común compartido que sobre-pasa
las estrictas historias particularizadas y aisladas que pudie-ran
corresponderles en cuanto imperios, metrópolis y naciones.
Unas circunstancias que no volvieron a darse, ni a reproducir-se,
con posterioridad en las realidades coloniales acaecidas fue-ra
del ámbito espacial del mundo atlántico. ¿América, la mejor
creación de Europa?
Que en el continente americano se estaban forjando dos ti-pos
de sociedades y economías bien diferentes, la de raíz ibéri-ca
y la británica, es algo que parecía ya evidente a mediados del
siglo XVIII, antes de que los movimientos independentistas fue-sen
realidad. Los sucesos y trayectorias acaecidos de índole
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política y material en uno y otro ámbito socio-económico, a
partir de la independencia en EE.UU. y poco más tarde en las
Repúblicas Latinoamericanas —pese a lo que tuvieron de co-mún
uno y otro fenómeno a causa del papel jugado en ellos por
los principios ideológicos y valores de la revolución francesa—
no harían sino reafirmar las ideas presentidas por los ilustrados
dieciochescos europeos, con el abate Raynal a la cabeza. Una
dispar trayectoria en uno y otro bloque americano —en lo polí-tico,
económico, social y cultural— que tuvo su origen en el
basamento forjado en los tiempos y usos de la época colonial;
algo tan arraigado en la memoria histórica que constituye uno
de esos asertos indiscutibles sobre los que se incardina la histo-ria
del continente americano en época contemporánea. Dos
modos de colonización distintos que engendraron, tras la inde-pendencia
de las antiguas colonias de sus metrópolis, los dos
tipos de formaciones que constituyen hoy las repúblicas y esta-dos
americanos de procedencia anglosajona e hispánica. Un
hecho que incluso trasciende a la manera de asumir su propia
historia, una vez alcanzado el estatus de repúblicas indepen-dientes,
como puede constatarse por la dispar manera de abor-darla
en la historiografía latinoamericana y norteamericana9.
La línea argumental más reiterada, y que estaba en boga du-rante
los tiempos coloniales, es la que enfatiza el diferente modo
de «explotación» de los recursos que en el continente americano
hicieran los colonizadores españoles y anglosajones. Mientras los
primeros, se dice, se ocuparon de la economía minera, con prefe-rencia,
y a ella ajustaron el ordenamiento del conjunto del sistema
colonial, los segundos se enfrascaron en trasplantar al Nuevo
Mundo unos modos más acordes con la tradición agrícola y gana-dera
—y sus usos sociopolíticos— de la vieja Europa aunque com-plementada
con la modalidad singular de las plantaciones. No
vamos a detenernos ni un minuto más en analizar, siquiera en
esquema, unas casuísticas que han hecho correr ríos de tinta y que
ha inspirado tanta historiografía de ocasión. Entre otras cuestio-nes
porque las diferencias en lo que a sistemas y modos de pro-ducción
hace referencia no fueron tan diversos ni tan significati-
9 CHEVALIER, F. (1999)
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vas las consecuencias derivadas de ellos, como se presupone. En
una palabra, que más que en la esfera de la economía de produc-ción
y explotación habría que buscar el origen de las diferencias
causales en la de la acción política para discernir cuáles hubieran
sido los engranajes que en el transcurso de dos siglos y medio
generaron dos tipos de sociedades tan diferentes en lo económico,
en lo político y en lo cultural —aunque menos en lo social, por el
papel desempañado por la esclavitud en ambos sistemas, diseña-dos
por hispanos y británicos y, por extensión por portugueses, ho-landeses
y franceses en sus posesiones americanas—.
El argumento, en síntesis, se puede simplificar diciendo que
mientras el imperialismo hispano en América se ejerció a través
de un sistema de subordinación, gobernado por delegación en lo
que atañe a la organización política, económica y social, el an-glosajón
se habría establecido a partir de comunidades de colo-nos
autogobernados. Frente a la hipótesis tradicional —que
daba mayor énfasis a los usos y modos de explotación económi-ca
de los recursos para explicar las diferencias— se argumenta
exhibiendo como primera causa diferenciadora la razón y natu-raleza
política sobre las que se sustentaran cada grupo de colo-nias
en relación a sus respectivas metrópolis.
Una traslación argumental que sí es novedosa en la nueva
perspectiva de la historia atlántica, pues, más allá de los avata-res
del colonialismo de explotación de riquezas y recursos ame-ricanos,
es la acción y organización política la que se convierte
en razón última de las divergentes trayectorias de las colonias
antes, y más aún, después, de convertirse en repúblicas indepen-dientes.
Es el argumento que subyace en los escritos de Bolívar
cuando en su Carta de Jamaica, o mejor aún, en la Declaración
de Angostura declara que la población criolla de las colonias
españolas no tuvo nunca práctica de autogobierno, ni congresos
electivos ni tribunales propios ni autoridades económicas autó-nomas
como sí las tuvieron los colonos blancos en las colonias
británicas. Obsérvese que para nada se habla de la población
indígena, en uno u otro caso, británico o español; se trata de la
traslación de los modos, usos y derechos políticos europeos sólo
para la población blanca y criolla americana.
Cuando en plena exaltación liberal las Cortes de Cádiz acuer-
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dan declarar la igualdad, en todos sus términos, entre los habi-tantes
de los territorios metropolitano y colonial de España fue-ron
los representantes americanos que asistían a las sesiones de
las Cortes quienes exigieron que los decretos reguladores de esa
proclamada igualdad de derechos para todos los súbditos —¿in-cluidos
los indígenas?— no se hiciese pública en el territorio de
las colonias. España, aunque tardíamente, daba un paso que
jamás se haya dado después en ningún otro imperio colonial, al
equiparar, por elevación, en igualdad de derechos políticos y
ciudadanos a la población metropolitana y colonial aunque, se-gún
las críticas que desatara en su momento, bien pudo tener
mucho de oportunismo político —con los gritos insurgentes
poniendo en peligro la unidad del imperio—, o de mero brindis
al sol de liberales puramente doctrinarios pues la pretendida
liberalización política no se permite traspasarla a ningún otro
campo de acción económica —por ejemplo, la declaración abso-luta,
en paralelo, del libre comercio a favor de las colonias—.
La historiografía española, de manera machacona, ha queri-do
obviar las no siempre gratas cuestiones que se plantean al
abordarse los problemas de poder entre metrópoli y colonias
mediante el recurso a la fórmula de designar a las colonias «rei-nos
de Indias». Un eufemismo que ha dado cierto juego en la
historiografía de andar por casa pero que sale mal parado cuan-do
se pretende abordar el fenómeno del imperio colonial espa-ñol
en una dimensión europea y atlántica.
En la historia atlántica tradicional, como ha venido siendo el
caso en la mayoría de los estudios referidos al imperio español,
bajo los dictados clásicos de las teorías del imperialismo y co-lonialismo
económicos, al primarse con preferencia casi exclu-siva
cuanto se relacionaba con la producción y explotación de
recursos y materias primas, se dejaban de lado otros aspectos
cuyo análisis ayudarían mejor a comprender no sólo las vicisi-tudes
de las colonias sino también las de la propia metrópoli.
Imperio y estado-nación eran interdependientes y es por eso por
lo que se requiere conocer cuál fue la estructura de poder que
engarzaba a metrópoli y colonias. Si la formación de colonias
en el mundo atlántico, en su expresión pionera de Castilla, fue
una exigencia del desarrollo del propio nacionalismo estatal del
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reino emergente más poderoso de la Península Ibérica —razón
política— o si aquellos fueron meras derivaciones de las cir-cunstancias
económicas propiciadas por la incipiente «eco-nomía
mundo» en los albores de la edad moderna, tal y como
preconizan las teorías relacionadas con los paradigmas de «cen-tro-
periferia».
Frente a las hipótesis tradicionales que subrayaban que la
construcción de los imperios ultramarinos en el Atlántico —los
del Índico, por los portugueses y los del Pacífico, después, fue-ron
de otra naturaleza— era una consecuencia más de la forma-ción
y ascenso de los estados-nación emergentes en Europa oc-cidental,
se han formulado nuevas posiciones críticas a tener en
cuenta y explorar. Es lo que hace Greene10 al focalizar una crí-tica
de conjunto a lo que se ha venido considerando como «mo-delo
coercitivo y centralizado» de construcción y organización
de los imperios, que sería lo más próximo al paradigma del
«modelo español» que lo gobierna desde la periferia, frente a los
«modelos informales» de imperio que ponen en entredicho la
necesidad de potentes estados nacionales como condición indis-pensables
del hecho colonial. La idea es sugerente por cuanto
desdibuja la línea tradicional trazada con gruesos trazos entre
opresores —metrópoli— y oprimidos —colonias—. Es cierto que
el sistema que acaba cuajando en el modelo colonial español, de
gobierno por subordinación, resultaría ser único como única
fue su capacidad para establecer un sistema fiscal, la capacidad
de recaudar impuestos o de vertebrar un régimen de poder de-pendientes
en todos sus extremos de la metrópoli, algo que no
sucedería en el resto de los demás imperios atlánticos goberna-dos
por un sistema de poder de gobierno indirecto —negotiated
empires—, no subordinados y que no requieren que la metrópoli
sea necesariamente un estado-nación poderoso.
En el primer caso, la exigencia de una sólida estructura de
poder y control colonial venía establecida por la naturaleza mis-ma
del tipo de recursos a explotar —oro y plata—, del sistema
de control de unas producciones monetarias estratégicas para la
época y por le responsabilidad de dar garantía y estabilidad al
10 GREENE, J. P. (1986)
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sistema, lo que supuso casi de modo inevitable construir el en-tramado
que fuese la Carrera de Indias y convertir a ésta en una
pieza vertebral de la monarquía e imperio español. En el segun-do
caso, con colonos que no hacen sino expandir los modos y
usos en producciones no estratégicas, las metrópolis nada obte-nían
por vía fiscal ni había razones estratégicas que las obliga-se
a una defensa costosa, al menos en una primera fase de cons-trucción
imperial.
La relación con las producciones metálicas de interés mone-tario
puede decirse que estuvo en el origen mismo y en la natu-raleza
del imperio castellano en el mundo atlántico. Una historia
que no comienza de cero a partir de 1492 y que no es compren-sible
sin examinar los antecedentes que en Europa había plan-teados
desde mediados del siglo XV por alcanzar y armonizar un
sistema monetario que fuese suficiente para las exigencias de
una economía real en crecimiento y, al mismo tiempo, que tuvie-se
la estabilidad y garantía necesarias requeridas por el auge de
los flujos monetarios internacionales. Los precedentes lejanos
del monometalismo plata consagrado en la reforma carolingia o
el establecimiento de un gold standard desde 1284, tras la acuña-ción
y alineamiento de los genovines, florines y ducados, choca-ron
siempre con el mismo problema, a saber, el de la insuficien-cia
de aprovisionamiento de las cantidades metálicas requeridas
a tenor de la expansión del sistema económico de Europa occi-dental.
Una deficiencia agravada por el continuo flujo monetario
ocasionado por el déficit por balanza comercial y de pago, res-pecto
al Oriente próximo, de las ciudades-estados y monarquías
europeas durante la Baja Edad media.
La «búsqueda» de oro terminaría por convertirse en una
necesidad inaplazable para las economías occidentales. Intentan
conseguirlo los genoveses —Vivaldi, Usodimare, Noli, etc.— si-guiendo
las vías ya conocidas en el Atlántico africano pero sin
resultados perceptibles —Berbería, Gambia, Cabo Verde, Cana-rias,
etc.—; lo intentan, y en parte lo consiguen aunque en can-tidades
irrelevantes, los portugueses en sus expediciones a las
costas africanas —Sufi, Arguim, Rio de Ouro, Senegal, Guinea,
etc.— y, por último, lo logra la expedición que en 1492, a partir
de la decisión de Castilla de financiarla, interrelaciona las expe-
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riencias precedentes en el viaje al Este por el Oeste encontrán-dose
con una tierra que, no presentida por los europeos, sería
conocida como América. Entonces, el oro afluye a la economía
europea en cantidades hasta entonces desconocidas: las acuña-ciones
en las cecas de Occidente en los siglos XIV y XV se esti-man
que consumieron unos 26.433 kgrs. de oro mientras que el
oro llegado de las Indias a Europa, vía oficial de España, desti-nado
a acuñación ascendió sólo en el siglo XVI a 181.327 kgrs.
multiplicándose por siete mientras que el crecimiento de la po-blación
y producción apenas sobrepasase la mitad.
En teoría, pudiera decirse que el patrón oro que existía de
jure hasta entonces quedaría reforzado con los aportes de oro
fino americano a las cecas española y europeas. Los flujos no
eran suficientes, sin embargo, para atender el ritmo de creci-miento
de los intercambios internacionales y al dinamismo ad-quirido
por la economía europea, razón por la que ya desde fi-nes
del siglo XV —antes de que llegase la plata americana a
España— se vislumbra a través de la acuñación del thaler la
existencia de un sistema patrón plata establecido de facto en las
economías centroeuropeas y del Imperio. Sin embargo, es por la
propia dinámica de la explotación minera de las Indias, gracias
a la puesta en explotación de sus ricos yacimientos de plata por
los colonos españoles con el concurso de la población indígena
y esclavos negros como fuerza de trabajo, por lo que el sistema
monetario de patrón oro evoluciona, de facto, a otro bimetálico
—oro-plata— desde mediados del siglo XVI para dar paso, en
pocas décadas, a fines del siglo XVI, a un sistema patrón plata
en exclusividad como soporte de la circulación monetaria mun-dial.
Éste va a mantener su supremacía durante el siglo XVII
hasta 1740; fueron los años en que la economía, en puridad, se
mundializa, o globaliza, a unos niveles sin precedentes anterior-mente
conocidos en la historia universal gracias a la expansión
y dinamismo de las economías europeas y a la plata americana.
Según las estimaciones más fiables de las que se disponen11,
a finales del siglo XVIII, entre el 69.19 % y el 71.89 % del total
monetario circulante en Europa provenía del oro y plata de
11 Vid. BERNAL, A. M. ( 2003)
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América, acuñado en las cecas españolas y de las Indias. Para
ajustar adecuadamente lo que supusiera la riada de oro y plata
transferida al sistema monetario mundial a través del Atlántico
—también a través del Pacífico, vía galeón de Manila— hay que
consignar que del total de la producción mundial de oro y cir-culante
estimada entre 1493 y 1849, el 56 % de dicha producción
en el siglo XVI correspondería al oro conseguido en América, el
86 % del siglo XVII y el 88 % —incluido el de Brasil— en el si-glo
XVIII. A su vez, la riada de plata americana respecto a la
producción y acuñación mundiales de plata, en principio, repre-sentaba
unos valores relativos menos espectaculares que los del
oro, debido a que la plata se producía en cantidades importan-tes
en Europa —la zona de Bohemia, entre otros muchos yaci-mientos
de relativa importancia, y también se producía en can-tidades
considerables fuera del continente europeo, desde el
siglo XVI, con aportes significativo de plata de las minas de Ja-pón,
etc.—, aunque sus efectos habrían de ser de mayor calado
en el sistema por las cifras espectaculares, medidas en millones
de toneladas de plata, que fueron trasvasada desde América al
resto del mundo. De 1463 a 1600 la plata americana supuso el
19,49 %, de la producción mundial, de 1601 a 1700 el 31.79 % y
de 1701 a 1800 el 48.72 %. Lo significativo de dichas cifras es el
aumento creciente del flujo de la plata de América en la produc-ción
y circulación monetaria mundial, hasta alcanzar la mitad
del total disponible en una economía ya globalizada a finales del
siglo XVIII. Una riada de plata que alteró la paridad oro/plata
del 1/11 tradicional al 1/15.5 y que hizo de la moneda española,
el real de a ocho, la valuta internacional de referencia mundial.
En coexistencia bimetálica, casi 190 años se sostuvo un patrón
oro sustentado en las producciones metálicas del metal aúreo
americano y, con él, se desarrolló un patrón plata que mantuvo
230 años su vigencia a partir de la producción argéntea de
América, fundamentalmente. La libra apenas traspasó los 125
años como moneda-base del sistema internacional y poco más
de un siglo lleva el dólar ejerciendo su función de valuta y de
moneda de reserva..
La plata americana es proporcionada a través de España,
que monopoliza la producción y ejerce las funciones de distri-
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ATLANTISMO, DESDE LOS SUPUESTOS ECONÓMICOS DEL IMPERIO...
Anuario de Estudios Atlánticos
ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria (2010), núm. 56, pp. 25-38
bución y garantiza al sistema. Asume por ello el elevado coste
para su economía nacional de no poder devaluar su moneda
base y, con tal medida, aliviarse del fuerte déficit exterior por
balanza comercial y de pago. La moneda colonial española es el
instrumento pero se inserta en la circulación internacional no a
causa de la capacidad y competitividad de su sistema producti-vo
sino gracias al dinamismo de las economías inglesa, holan-desa,
francesa, italiana o hanseática que se abastecen de sus
necesidades de numerario en el imperio español —metrópoli y
colonias— intercambiadas por mercancías y manufacturas pro-pias
y la reexpiden, a su vez, a los demás focos internacionales
de producción y comercio —cercano y lejano Oriente, China,
India, países islámicos, etc.—. La plata americano-española fue,
en efecto, el instrumento pero las economías europeas más di-námicas
e industrializadas hicieron el resto. Por ello, carece de
significado una historia del Atlántico, en la historiografía hispa-na,
desde una perspectiva española en exclusividad. Sin el con-curso
europeo, el colonialismo español tal como se gestó, por
imperativo de las condiciones internacionales que lo definieron,
hubiese sido inviable.
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