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68 NOTAS SUELTAS SOBRE PRESENCIA DE CANARIOS EN YUCATÁN (SIGLOS XVIII Y XIX)
NOTAS SUELTAS SOBRE PRESENCIA
DE CANARIOS EN YUCATÁN
(SIGLOS XVIII Y XIX) 1
P O R
MANUEL FERRER MUÑOZ
El aumento de población española en la provincia de Yu-catán
desde las primeras décadas del siglo XVIII —poco más de
5.000 almas en 1722, que residían en los núcleos de Mérida,
Campeche y Valladolid 2— aparece asociado a la afluencia de
inmigrantes, siempre contenida por el rechazo que suscitaba la
pobreza de la tierra y por el temor que inspiraba la endémica
fiebre amarilla, que constituía un peligro mortal para los forá-neos.
Pese a esas rémoras, la peculiar condición portuaria de
Campeche atrajo pobladores de las zonas periféricas de España,
incluido el archipiélago de Canarias, donde el tráfico con las
Indias durante los primeros quince años del siglo XVIII había
adquirido una significativa importancia 3.
1 La investigación desarrollada se inserta en un proyecto más amplio,
titulado Quintana Roo en el tiempo, que ha contado con financiación del
Programa de Apoyo a Proyectos de Investigación e Innovación Tecnológica
de la Universidad Nacional Autónoma de México. Dejo aquí constancia de
mi agradecimiento por la ayuda recibida.
2 Cfr. GARCÍA BERNAL, MANUELA CRISTINA, La sociedad de Yucatán, 1700-
1750, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1972, pp. 22-25.
3 Cfr. PÉREZ-MALLAÍNA BUENO, PABLO EMILIO, Comercio y autonomía en
la Intendencia de Yucatán (1797-1814), Sevilla, Escuela de Estudios Hispa-
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2
Cuando en 1726, el gobernador Antonio de Figueroa y Silva
se dispuso a fortificar la antigua villa de Bacalar, en obediencia
a las órdenes recibidas de Felipe V, que había proyectado el es-tablecimiento
de una guarnición en aquella plaza para realizar
futuras operaciones sobre Belice e impedir la progresión de los
británicos al norte del río Hondo, consideró pertinente dirigirse
a la Corona en demanda de colonos del archipiélago de Cana-rias
que volviesen a poblar la abandonada Salamanca 4. En con-formidad
con esos ruegos, el rey envió a un grupo de isleños,
que fueron aprovisionados en Mérida por el gobernador antes
de que se dirigiesen a su destino en la alejada Salamanca 5.
no-Americanos, 1978, p. 200, y CRUZ BARNEY, ÓSCAR, El régimen jurídico de
los consulados de comercio indianos: 1784-1795, México, Universidad Na-cional
Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2001,
p. 36.
4 Los orígenes de esa ciudad, en la orilla suroccidental de la laguna de
Bacalar, se remontan a la ocupación de la provincia de Uaymil-Chetumal
por Gaspar Pacheco, su hijo Melchor y su sobrino Alonso, que sometieron
a los habitantes de la región mediante una brutal política, que inspiró los
episodios más crueles y sangrientos de todas las luchas de conquista de la
península yucateca. Una de las causas por las que la villa de Salamanca de
Bacalar se mantenía estancada en su demografía era justamente el «auerse
huido los Indios de ella, que apenas quedó quien la habite»: proclamación
ésta que era un reconocimiento del fracaso en que había desembocado el
propósito inicial con que nació la ciudad: «estorvar la fuga de los Indios
de esta tierra para los Gentiles Ytzaes» (LÓPEZ COGOLLUDO, DIEGO, Historia
de Yucatán, México, Editorial Academia Literaria, 1957, libro IV, capítu-lo
XVI, p. 224). No cabe duda de que la despoblación de Salamanca se
relaciona muy estrechamente con el sitio padecido por esa villa durante la
revuelta maya de 1546-1547. El censo que ordenó levantar el intendente
de Yucatán, Arturo O’Neill, en 1794, después de la atracción de pobladores
lograda por Figueroa y Silva, recogía la presencia de poco más de dos mil
doscientos habitantes en Salamanca de Bacalar: cfr. Archivo de la historia
de Yucatán, Campeche y Tabasco, 3 vols., recopilación y análisis por J. Ig-nacio
Rubio Mañé, México, Imp. Aldina, Robredo y Rosell, 1942, vol. II,
pp. 220 y 245.
5 Cfr. CARRILLO Y ANCONA, CRESCENCIO, El obispado de Yucatán. Historia
de su fundación y de sus obispos desde el siglo XVI hasta el XIX. Seguida de
las constituciones sinodales de la diócesis y otros documentos relativos, 2
ts., Mérida, Imprenta y Litografía R. Caballero, 1892-1895, t. II, p. 708;
HÜBBE, JOAQUÍN, Belice, Mérida, Compañía Tipográfica Yucateca, 1940,
p. 33; CALDERÓN QUIJANO, JOSÉ ANTONIO, Belice, 1663 (?)-1821. Historia de
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NOTAS SUELTAS SOBRE PRESENCIA DE CANARIOS EN YUCATÁN (SIGLOS XVIII Y XIX) 3
También el informe de la visita pastoral efectuada por el
obispo fray Antonio Alcalde en 1769 constata la presencia de un
contingente de canarios, muchos de los cuales vivían en concu-binato,
por hallarse alejados desde hacía algunos años de sus
esposas. Con la colaboración de la autoridad civil se les arrestó
y condujo a Campeche, a fin de que fueran repatriados 6. Si
advertimos que, según reportó en mayo de 1779 Andrés Amat,
encargado de la leva en Canarias para la expedición cívico-mili-tar
a Luisiana, hacía más de veinte años que no se registraba
la salida de emigrantes isleños, es lícito deducir que aquéllos
cuyo comportamiento había escandalizado al obispo llevaban
viviendo en la península de Yucatán una década como mínimo 7.
Es de suponer que durante los dos últimos decenios del si-glo
XVIII se experimentó un incremento en el número de inmi-grantes
procedentes de Canarias, favorecido por las posibilida-des
abiertas por el artículo 53 del Reglamento y aranceles reales
para el comercio libre de España y las Indias de 12 de octubre
de 1778, que disponía el establecimiento de consulados de co-mercio
en los puertos españoles habilitados para el comercio con
las Indias: a los ocho años de la publicación del Reglamento, la
los establecimientos británicos del río Valis hasta la independencia de Hispa-noamérica,
Sevilla, Publicaciones de la Escuela de Estudios Hispanoameri-canos
de la Universidad de Sevilla, 1944, pp. 116-117; FERRER DE MEN-DIOLEA,
GABRIEL, «Historia de las comunicaciones», en Enciclopedia Yu-catanense,
México, Gobierno de Yucatán, 1977, vol. III, pp. 507-626 (p. 517);
VOS, JAN DE, Las fronteras de la frontera sur, Villahermosa de Tabasco, Uni-versidad
Juárez Autónoma de Tabasco-Centro de Investigaciones y Estudios
Superiores en Antropología Social, 1993, pp. 72 y 76; DUMOND, DON E.,
The machete and the cross. Campesino rebellion in Yucatan, Lincoln-Lon-dres,
University of Nebraska Press, 1997, p. 21, y CÉSAR DACHARY, ALFREDO,
y ARNAIZ BURNE, STELLA MARIS, El Caribe mexicano. Una frontera olvidada,
México, Universidad de Quintana Roo, Fundación de Parques y Museos de
Cozumel, 1998, pp. 60-61.
6 Cfr. informe de la visita pastoral de fray Antonio Alcalde, obispo de
Yucatán, 8 de julio de 1769 (Archivo General de Indias —en adelante,
AGI—, México, 3,168).
7 Cfr. TORNERO TINAJERO, PABLO, «Emigración canaria a América: la ex-pedición
cívico-militar a Luisiana de 1777-1779», en I Coloquio de Histo-ria
Canario-Americano (1976), Sevilla, Ediciones Excmo. Cabildo Insular
de Gran Canaria, 1977, pp. 343-354 (p. 349).
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4
real cédula de 26 de diciembre de 1786 ordenó la apertura del
consulado de San Cristóbal de la Laguna, en Tenerife 8.
Entre los canarios desplazados a Yucatán durante el si-glo
XVIII merecen mención particular algunas personalidades
eclesiásticas de la talla de Francisco Pablo Matos Coronado o
Pedro Agustín Estévez y Ugarte que, desde la lejanía del archi-piélago,
acudieron a la península yucateca y desempeñaron im-portantes
tareas como titulares de la sede episcopal de Mérida.
El primero de ellos, natural de Gran Canaria, desempeñó su
pontificado entre 1736 y 1741, y en 1737 mereció la alabanza
del gobernador de Yucatán, Manuel de Salcedo, que ponderó el
celo con que Matos se había dado al estudio del idioma de los
naturales, «para mejor satisfacerse del estado de las Doctrinas» 9.
El tinerfeño Estévez y Ugarte, que rigió el obispado de
Yucatán entre 1796 y 1827, hubo de afrontar retos muy difíci-les,
que resolvió con acierto como se desprende de su larga per-manencia
al frente de la diócesis, que se prolongó más allá de
la Independencia mexicana 10. Aunque no consiguió que avanza-ran
satisfactoriamente los trámites iniciados a raíz de una real
cédula de Carlos III fechada el 6 de mayo de 1778, donde se
dispuso la creación de una universidad en el seminario meridano
de San Ildefonso, logró que en 1803 se hubieran fundado nue-vas
cátedras en esa institución 11. De acuerdo con las recomen-daciones
formuladas entonces por Estévez y Ugarte, las cátedras
existentes en el seminario (teología dogmática y moral, filoso-fía,
retórica y latinidad) debían ser complementadas por otras
8 Cfr. CRUZ BARNEY, ÓSCAR, El régimen jurídico de los consulados de
comercio indianos: 1784-1795, pp. 52-53.
9 Cfr. carta de Manuel de Salcedo, gobernador de Yucatán, al rey, 18 de
septiembre de 1737 (AGI, México, 1,040), y CARRILLO Y ANCONA, CRESCENCIO,
El obispado de Yucatán, t. II, pp. 749-750.
10 Cfr. FERRER MUÑOZ, MANUEL, La formación de un Estado nacional en
México (El Imperio y la República federal: 1821-1835), México, Universi-dad
Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Jurídicas,
1995, p. 281, notas 38 y 39.
11 Cfr. consulta del Consejo de Indias de 6 de febrero de 1778; reales
cédulas de 6 de mayo de 1778; carta de la junta encargada de la constitu-ción
de la universidad al rey, 27 de agosto de 1803, y consulta de la Secre-taría
de Gobernación de Ultramar al rey, 1 de noviembre de 1820 (AGI,
México, 3,101).
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NOTAS SUELTAS SOBRE PRESENCIA DE CANARIOS EN YUCATÁN (SIGLOS XVIII Y XIX) 5
seis (jurisprudencia civil y canónica, sagrada escritura, medici-na,
cirugía y matemáticas), sin gravamen de la hacienda públi-ca
ni del Estado, de manera que pudiera declararse abierta la
universidad e inauguradas sus actividades en la festividad de
San Carlos de 1803 12. La acumulación de sucesivos obstáculos
impediría, sin embargo, que la universidad se constituyera an-tes
de que terminara el dominio español sobre la península de
Yucatán 13.
También correspondió a Estévez y Ugarte capear la delicada
situación creada en su diócesis cuando, en aplicación del decre-to
de las Cortes españolas de 1 de octubre de 1820, el goberna-dor
y capitán general Juan María de Echéverri Chacón y
Manrique de Lara suprimió los dos establecimientos de juaninos
que había en la Intendencia de Yucatán, y declaró extinguidos
los conventos y doctrinas de franciscanos que existían en el in-terior
de la península, con las salvedades de Ticul y Calkiní
—conforme al decreto de las Cortes de 13 de septiembre de
1813—, y uno de los dos conventos que funcionaban en Mé-rida
14. Aunque la máxima autoridad diocesana se empeñó al
máximo —hasta donde pudo— en la defensa de los frailes, esta-ba
fuera de su alcance impedir el cumplimiento de las disposi-ciones
de las Cortes 15.
12 Cfr. carta de Pedro Agustín Estévez y Ugarte, obispo de Yucatán, al
rey, 15 de febrero de 1803, y carta de Juan Ruiz de Apodaca, virrey de la
Nueva España, al rey, 31 de octubre de 1819 (AGI, México, 3,101).
13 He tratado extensamente sobre los orígenes de la universidad de
Mérida en un artículo que se halla en prensa: «Los comienzos de la educa-ción
universitaria en Yucatán».
14 Cfr. CARRILLO Y ANCONA, CRESCENCIO, El obispado de Yucatán, t. I,
pp. 26-27, y t. II, pp. 966-967; ANCONA, ELIGIO, Historia de Yucatán desde la
época más remota hasta nuestros días, 4 vols., Barcelona, Imprenta de Jai-me
Jepús Roviralta, 1889, vol. III, pp. 120-122 y 145-146; carta de Juan
María de Echéverri, gobernador y capitán general de Yucatán, al secretario
de Estado y Despacho de Gobernación de Ultramar, 27 de agosto de 1821
(AGI, México, 1,679); ACERETO CORTÉS, ALBINO, «Historia política desde el
descubrimiento europeo hasta 1920», en Enciclopedia Yucatanense, vol. III,
pp. 5-388 (pp. 109-110 y 168-169), y SANTIAGO PACHECO, EDGAR A., «Secula-rización
eclesiástica en Yucatán. Siglo XIX», Temas Antropológicos (Mérida),
vol. 22, núm. 1, marzo de 2000, pp. 91-116 (pp. 100-103 y 107-110).
15 Cfr. ibídem, pp. 104-107.
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126 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS
6
Después de la Independencia de México fueron pocos los
canarios que se aventuraron a viajar hasta Yucatán para hacer
las Indias. No obstante la escasa significación cuantitativa de esa
corriente migratoria, algunos de ellos medraron y llegaron a
labrar cuantiosas fortunas: fue el caso del tinerfeño Francisco
Calero y Calero, que se enriqueció gracias a la producción y el
comercio agrícolas. Propietario de la hacienda Tabi, casó en
1842 con Guadalupe Dámasa Quintana Roo, hija de Matías
Quintana y de Campo, próspero comerciante de frutos y granos
en Oxkutzcab. Este enlace matrimonial facilitó a Calero la ad-quisición
del rancho Sabacché, que no tardó en convertirse en
una importantísima explotación agrícola y ganadera, donde se
introdujo el cultivo de la caña de azúcar, que arrojó importan-tes
beneficios hasta el incendio de los cañaverales durante la
revuelta maya de 1847. Ocho años después de esas destruccio-nes
falleció Francisco Calero 16.
Aunque, a lo largo del siglo XIX, las autoridades yucatecas
—y también las campechanas desde 1858, cuando se segregó el
estado de Campeche del de Yucatán— quisieron impulsar una
política colonizadora que atrajera población de otros estados de
la república y del extranjero, los trastornos políticos y sociales
de la península así como las periódicas crisis agrícolas causadas
por la sequía y la langosta impidieron resultados concretos. Por
otro lado, no hay que olvidar la escasa calidad de los suelos de
Yucatán, que resultaban poco tentadores para quienes proyec-taran
dedicarse a los trabajos del campo. Así lo apreció el fran-cés
Désiré de Charnay en el curso de un viaje a una hacienda
situada junto a la vía férrea de Mérida a Peto: «en el país fal-tan
brazos; su patria es un desierto al que debe atraer, ya que
no la emigración, que no acudirá, al trabajador de contrata, al
cooli, al malabar que se aclimataría pronto, y que unido con la
mestiza o con la india, daría una raza magnífica» 17.
16 Cfr. REJÓN PATRÓN, LOURDES, Hacienda Tabi. Un capítulo en la histo-ria
de Yucatán, Mérida, Cultur Servicios, Gobierno del Estado de Yucatán,
1993, pp. 16-17.
17 CHARNAY, DÉSIRÉ, Viaje al país de los mayas, Mérida, Dante, 1992,
p. 33. Sobre los movimientos migratorios operados en Yucatán durante esta
época puede consultarse la tesis de licenciatura de ALAMILLA Y PELLICER: La
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NOTAS SUELTAS SOBRE PRESENCIA DE CANARIOS EN YUCATÁN (SIGLOS XVIII Y XIX) 7
Pocas veces llegaron a cumplirse las expectativas generadas
por las promesas de contratación de extranjeros divulgadas por
algunos empresarios, como la venida de cien chinos proceden-tes
de California, de que se habló en 1880; o de isleños cana-rios,
cuya llegada se produjo, efectivamente, en septiembre de
1881. En octubre de 1882 se esperaba la arribada de otro gru-po
de cuatrocientas familias procedentes también de las islas
Canarias que, sin embargo, nunca alcanzaron a embarcarse 18.
En junio de 1882 se celebró una contrata entre Rafael Por-tas
Martínez y la Secretaría de Fomento del gobierno federal
para el establecimiento de una o más colonias de naturales de
Canarias en los estados de Campeche y Yucatán, que estaban
configurándose como las principales vías de penetración cana-ria
en la República mexicana 19. Con esa finalidad, el ejecutivo
mexicano cedió unos terrenos en la hacienda de San Antonio
Pom para su destino a uso agrícola. En caso de que acudiese
un número de colonos superior a los que permitía acoger el
lugar que se había asignado a la colonia, se contempló la fun-dación
de otras en los mencionados estados de Yucatán y
Campeche. Se autorizó a Portas a traer del archipiélago cana-rio
hasta un total de mil familias, en el término de cinco años;
inmigración a Yucatán durante el porfiriato, Mérida, Universidad Autóno-ma
de Yucatán, 1994.
18 Cfr. GARCÍA QUINTANILLA, ALEJANDRA, «Producción de henequén, pro-ducción
de hombres (Yucatán, 1850-1915)», en CERUTTI, MARIO (coordina-dor),
El siglo XIX en México. Cinco procesos regionales: Morelos, Monterrey,
Yucatán, Jalisco y Puebla, México, Claves Latinoamericanas, 1985, pp. 114-
148 (pp. 131-133); SIERRA, CARLOS JUSTO, Breve historia de Campeche, Méxi-co,
El Colegio de México-Fondo de Cultura Económica, 1998, pp. 149-150;
SAVARINO ROGGERO, FRANCO, Pueblos y nacionalismo, del régimen oligárquico
a la sociedad de masas en Yucatán, 1894-1925, México, Instituto Nacional
de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1997, pp. 136-137
y 238-239, y ALANÍS ENCISO, FERNANDO SAÚL, «La promoción de la inmi-gración
de trabajadores agrícolas asiáticos a Yucatán (1880-1910)», Secuen-cia,
Revista de Historia y Ciencias Sociales (México, D. F.), nueva época,
núm. 37, enero-abril de 1997, pp. 79-94 (p. 84).
19 Cfr. GONZÁLEZ LOSCERTALES, VICENTE, «Política del Porfiriato, emigra-ción
peninsular y emigración canaria a México. Análisis comparativo de la
inmigración peninsular y canaria (1882-1911)», en I Coloquio de Historia
Canario-Americano (1976), pp. 383-403 (pp. 398-399).
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8
y se le exigió el compromiso de instalar al menos a cien en el
plazo de dos años 20.
Desconocemos cuántos habitantes del archipiélago canario
se interesaron por la propuesta de Portas. Aunque parece que
no rindió frutos inmediatamente —arriba se ha mencionado el
frustrado embarque de octubre de 1882—, cabe suponer que el
proyecto encontró buena acogida, pues en los años siguientes
se suscribieron contratas de la misma naturaleza, como la de
Ezequiel Mandillo, de fines de 1883 21. Sí consta que, aunque los
naturales de Canarias fueron privilegiados en cuanto a las pre-ferencias
expresadas por los contratistas, y aunque los emigran-tes
isleños solían encontrar muy buen recibimiento en el que
sería su nuevo país, las condiciones materiales de vida distaron
de ser satisfactorias: hasta el punto de disuadir a muchos que
habían previsto establecerse en Campeche en 1883, escarmen-tados
por las noticias propagadas por los que integraron un
primer contingente, que sólo obtuvieron tierras malsanas y mí-seros
jornales, inferiores incluso a los que percibían en sus lu-gares
de origen 22. Así lo denunció La Voz de Canarias en 1884,
al referirse a centenares de canarios arribados en las últimas
expediciones, que sufrían «toda clase de privaciones y faltos casi
por completo de trabajo donde emplear sus brazos, expuestos a
los rigores del hambre y sujetos por consiguiente a la degrada-ción
moral y material» 23.
Tan lamentables perspectivas provocaron una queja del mi-nistro
plenipotenciario español en México, cuando fue informa-do
de que el cónsul de España en la capital mexicana había
recibido un oficio del gobierno de la provincia de Canarias, en
abril de 1883, donde se comunicaba la llegada a Progreso de un
buque con doscientos veintitrés colonos: «lo que hacía falta [es-
20 Cfr. HERNÁNDEZ GARCÍA, JULIO, La Emigración de las Islas Canarias en
el siglo XIX, Las Palmas de Gran Canaria, Ediciones del Excelentísimo Ca-bildo
Insular de Gran Canaria, 1981, pp. 370-371.
21 Cfr. ibídem, p. 371.
22 Cfr. GONZÁLEZ LOSCERTALES, VICENTE, «Política del Porfiriato, emigra-ción
peninsular y emigración canaria a México», p. 401.
23 Cit. en HERNÁNDEZ GARCÍA, JULIO, La Emigración de las Islas Canarias
en el siglo XIX, p. 373.
Núm. 48 (2002) 129
NOTAS SUELTAS SOBRE PRESENCIA DE CANARIOS EN YUCATÁN (SIGLOS XVIII Y XIX) 9
cribió con evidente enojo el diplomático español] era un respon-sable
de su traída a Yucatán, comarca de las más insalubres e
inhospitalarias del mundo» 24. Mucho parecían haber cambiado
las cosas en sólo dos años, porque el cónsul de España en
Campeche había emprendido gestiones en 1881 para «mandar
dos o trescientos trabajadores españoles a los campos yuca-tecos
» 25.
Esos precedentes impidieron seguramente que prosperaran
los esfuerzos realizados por Manuel Sierra Méndez que, en 1885,
gestionó el desplazamiento a Cozumel de veinte familias cana-rias.
Pero las noticias divulgadas por la prensa sobre las peligro-sas
incursiones de 1886 de los mayas rebeldes disuadieron de
acometer la empresa a esas personas, temerosas de los riesgos
que comportaba la inestabilidad de la región oriental de la pe-nínsula
26.
24 Cit. ibídem, p. 374.
25 Cit. en MENÉNDEZ RODRÍGUEZ, HERNÁN R., Iglesia y poder: proyectos
sociales, alianzas políticas y económicas en Yucatán (1857-1917), México,
Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-Editorial Nuestra América,
1995, p. 175.
26 Cfr. MACÍAS RICHARD, CARLOS, Nueva frontera mexicana. Milicia, bu-rocracia
y ocupación territorial en Quintana Roo (1902-1927), México,
Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología-Universidad de Quintana Roo,
1997, pp. 97-98; MACÍAS RICHARD, CARLOS, «La colonización insular y cos-tera
en el Caribe mexicano (1884-1902)», Revista mexicana del Caribe
(Chetumal), año II, núm. 3, 1997, pp. 112-151 (pp. 116-117), y PÉREZ
DOMÍNGUEZ, MARISA MARGARITA, ‘La rueca científica’. La selección del candi-dato
a gobernador del estado de Yucatán en 1901, Tesis para optar al grado
de Maestría en Historia, Universidad Nacional Autónoma de México, Fa-cultad
de Filosofía y Letras, 1999, p. 143. Las islas del litoral caribeño,
como Cozumel, acogían también a muchos emigrados de la península de
Yucatán. Así lo asentó en las páginas del periódico Yucatán Yanuario Man-zanilla,
forzado al exilio en 1866, con Eligio Ancona, por su oposición al
régimen imperial de Maximiliano: «su única población [de Cozumel] lleva
el nombre de San Miguel y es de pocos habitantes: no pasan de 400. En su
mayor parte es gente pobre del Oriente del Estado, que pasó a poblar la
isla, cuando la sublevación de los indios en 1847»: MANZANILLA, YANUARIO,
Recuerdos de la campaña de los Republicanos contra el Imperio en el Esta-do
de Yucatán, Mérida, Imprenta Mercantil a cargo de José Gamboa
Guzmán, 1888, p. 33. Vid. también URZAIZ RODRÍGUEZ, EDUARDO, Del Impe-rio
a la Revolución 1865-1910, México, Gobierno del Estado, 1971, p. 39,
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10
Existía también una corriente migratoria de canarios que
ingresaban en la península de Yucatán desde Cuba, uno de los
tradicionales centros de atracción de habitantes del archipiéla-go
durante el siglo XIX: así, en 1883, Gumersindo Hidalgo orga-nizó
el viaje de trescientos isleños a los que posteriormente, se-gún
parece, se unieron doscientos más. Durante el quinquenio
1895-1900 se intensificó la llegada de inmigrantes de esa proce-dencia,
a causa de la guerra en que se vio envuelta la isla anti-llana,
aunque las estadísticas oficiales del gobierno español no
reflejan adecuadamente la magnitud de ese flujo, pues hasta
1898 muchos canarios residentes en Yucatán solían registrarse
como cubanos. De otro lado, esas migraciones no siempre re-vestían
carácter definitivo 27.
La legislatura yucateca otorgó diversas primas para alentar
el asentamiento de colonos. En marzo de 1883 concedió a Félix
Ursueguía una subvención de diez pesos por cada varón de más
de ocho años y menos de cincuenta que condujera a Yucatán
desde las islas Canarias o de otras provincias españolas 28; en el
mismo mes elevó a cincuenta pesos el premio prometido a Ra-món
Aznar por cada padre de familia que trajera del extranjero
para su finca Chablé 29, y adjudicó a Ibarra Ortoll y Compañía
y CÉSAR DACHARY, ALFREDO, y ARNAIZ BURNE, STELLA MARIS, El Caribe mexi-cano.
Una frontera olvidada, pp. 75-81.
27 Cfr. GONZÁLEZ LOSCERTALES, VICENTE, «Política del Porfiriato, emigra-ción
peninsular y emigración canaria a México», pp. 394-395 y 398-399, y
HERNÁNDEZ GARCÍA, JULIO, La Emigración de las Islas Canarias en el si-glo
XIX, p. 372.
28 Cfr. decreto de 5 de marzo de 1883 (ANCONA, ELIGIO, Coleccion de
leyes, decretos, ordenes y demás disposiciones de tendencia general, expedidas
por el Poder Legislativo del Estado de Yucatán desde 1851 hasta la presente
época: formada con autorizacion del gobierno, Mérida, Tipografía de Gil
Canto, 1887, t. VI, p. 333); GONZÁLEZ LOSCERTALES, VICENTE, «Política del
Porfiriato, emigración peninsular y emigración canaria a México», pp. 400-
401, y SUÁREZ MOLINA, VÍCTOR M., La evolución económica de Yucatán a
través del siglo XIX, 2 vols., México, Ediciones de la Universidad de Yucatán,
1977, vol. II, p. 312.
29 Cfr. decreto de 8 de marzo de 1883 (ANCONA, ELIGIO, Coleccion de
leyes, decretos, ordenes y demás disposiciones de tendencia general, expedidas
por el Poder Legislativo del Estado de Yucatán desde 1851 hasta la presente
época, t. VI, p. 335). En 1890, cuando los enfrentamientos entre pueblos y
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NOTAS SUELTAS SOBRE PRESENCIA DE CANARIOS EN YUCATÁN (SIGLOS XVIII Y XIX) 11
una pensión de la misma cuantía que la estipulada con Ur-sueguía
para los varones de aquel rango de edades procedentes
de Canarias 30: una concesión que se amplió en febrero del año
siguiente a las demás provincias de España que tuvieran carac-terísticas
climáticas semejantes a las de Yucatán31.
Triste fue la suerte que acompañó a la inmensa mayoría de
los isleños que cruzaron el Atlántico en busca de las oportuni-dades
que se les negaban en su tierra. Los testimonios a que
hemos podido recurrir corroboran el fracaso con que se saldó
la aventura indiana de casi todos esos hombres. El caso de Joa-quín
García Ginerés debió de constituir una de las excepciones
que confirman la regla. Ignoramos cuándo arribó a Yucatán,
pero sí sabemos que se dedicaba exitosamente a los negocios
inmobiliarios y que fue el promotor técnico de La Alianza, una
sociedad anónima establecida en Mérida, en 1900, para el fo-mento
de la construcción urbana 32.
Se ve aún lejano el momento en que puedan reconstruirse
con carácter sistemático las migraciones de canarios a Yucatán,
un espacio geográfico que ejerció una fuerte seducción sobre las
gentes del archipiélago desde principios del siglo XVIII, si es que
no desde antes. El trabajo que ahora se envía a la imprenta
pretende ser una modesta contribución para desentrañar parte
de esa historia que todavía no ha podido escribirse. Vale la pena
proseguir en ese empeño: interesan, por supuesto, las cifras que
puedan ayudarnos a comprender la magnitud de un flujo mi-gratorio
de tan larga duración; pero tampoco debemos olvidar
que detrás de esos guarismos hay hombres modestos y audaces
hacendados empezaron a adquirir una gravedad extrema, esa hacienda su-frió
la quema de tres campos de henequén: Cfr. SAVARINO ROGGERO, FRAN-CO,
Pueblos y nacionalismo, del régimen oligárquico a la sociedad de masas
en Yucatán, 1894-1925, p. 140.
30 Cfr. decreto de 31 de marzo de 1883 (ANCONA, ELIGIO, Coleccion de
leyes, decretos, ordenes y demás disposiciones de tendencia general, expedidas
por el Poder Legislativo del Estado de Yucatán desde 1851 hasta la presente
época, t. VI, p. 349).
31 Cfr. decreto de 18 de febrero de 1884 (ibídem, t. VI, p. 415).
32 Cfr. RAMÍREZ, LUIS ALFONSO, Secretos de familia. Libaneses y elites
empresariales en Yucatán, México, Consejo Nacional para la Cultura y las
Artes, 1994, pp. 39-40.
MANUEL FERRER MUÑOZ
132 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS
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y apasionantes historias familiares que esperan ser desvela-das.
No entenderemos cabalmente al canario de los albores del
siglo XXI sin esa remisión al espíritu aventurero de sus antepa-sados.