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99 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 68 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN (1570)* P O R LUIS REGUEIRA BENÍTEZ MANUEL POGGIO CAPOTE RESUMEN La isla fantástica de San Borondón ha sido objeto de numerosas expe-diciones de descubierta a lo largo de la historia. Una de estas búsquedas, prácticamente desconocida hasta este momento, es la que organizó en 1570 el médico Melchor de Lugo con ayuda de algunos personajes importantes de Santa Cruz de La Palma. Este artículo estudia con detenimiento los por-menores de esta expedición y presenta los documentos que la testifican. Se proporciona además un repaso de las diferentes ocasiones en que San Borondón ha dejado su rastro en la documentación histórica. Palabras clave: islas atlánticas; Canarias; San Brandan de Clonfert; des-cubrimientos; expediciones; mitología. ABSTRACT Throughout History the fantastic island of San Borondón has been the aim of numerous discovery expeditions. One of these searches, scarcely known until the present time, was organized in 1570 by Doctor Melchor de Lugo with the help of several relevant personalities from Santa Cruz de La Palma. This article carefully analyses the details of this expedition and it presents the texts which bear witness to it. It is also a review of the different occasions in which San Borondón has left its trace on the historical documentation. Key words: Atlantic islands; Canaries; Saint Brandan of Clonfert; disco-veries; expeditions; mythology. * Agradecemos a Luis Agustín Hernández Martín la colaboración pres-tada en la preparación de este artículo. 100 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 2 1. INTRODUCCIÓN Aunque muchas de las expediciones realizadas a lo largo de la historia para abordar la isla fantástica de San Borondón son de sobra conocidas, también es un hecho cierto que algunas otras tentativas pasaron más desapercibidas a los cronistas de su tiempo y, por tanto, a los historiadores de los siglos siguien-tes. El hallazgo en el Archivo General de La Palma de unos documentos que dan cuenta de los preparativos de una de estas expediciones se nos presentó como una oportunidad inmejora-ble para estudiar un poco más a fondo el fenómeno de la apa-rición de esta isla y, sobre todo, para dibujar el paisaje histórico y social en el que se inserta este temprano episodio samboron-doniano. Los documentos en cuestión están datados en el año 1570, que, como se indicará, fue especialmente generoso en mostrar a los canarios la silueta de San Borondón. Además, como también apuntaremos, ésta no fue la única expedición que se preparó este año para lograr el mismo fin, ya que Hernando de Villalobos organizó otra cuyas escasísimas referencias han sido ampliamente divulgadas. Sin embargo, la empresa descrita en los documentos recientemente hallados es completamente inédita, y abre nuevas vías de investigación no sólo en lo refe-rente a los pormenores del mito, sino también sobre otros te-mas que no por ser en este caso tangenciales deben ser tenidos por asuntos secundarios, dado que nos ayudan a definir el con-texto histórico en el que se movieron los protagonistas de las operaciones de descubierta. Por este motivo el presente trabajo no se queda en la mera constatación del hecho, más o menos intuido, de que los habi-tantes de los archipiélagos macaronésicos hubieran organizado más expediciones de las que conocemos para lograr la conquista de San Borondón. La ocasión nos invita a hacer algunas otras reflexiones sobre el mito de la isla-ballena y, sobre todo, nos obliga a rescatar varios datos sobre algunos personajes importantes del Quinientos canario e incluso a desentrañar noticias que pueden arrojar luces sobre la construcción naval en el archipiélago. Éstas son las líneas generales de este artículo, que tiene el afán de abrir 101 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 3 nuevas ventanas a la investigación histórica de las islas atlánti-cas sin la menor intención de cerrar ninguna puerta, ya que todos los planteamientos que aquí se exponen son susceptibles de fu-turas aclaraciones, revisiones e incluso refutaciones. Los pasos previos a nuestra investigación se dieron en 1959. En esa fecha editó Alejandro Cioranescu la primera versión en castellano de la Descripción de las islas Canarias de Leonardo Torriani (ca. 1560-?), obra concluida hacia 1592 ó 15941. Los rastreos documentales realizados por el antiguo profesor de la Universidad de La Laguna en distintos archivos del archipiéla-go canario le condujeron hasta una parte de las piezas docu-mentales que analizamos en este trabajo. De esta manera, cuan-do Torriani trata en apéndice la cuestión de la mítica isla de San Borondón, su editor interpola una nota a pie de página donde asocia la expedición de Hernando de Villalobos (a la que sí se refiere el ingeniero cremonés) con esta otra que presenta-mos auspiciada por Melchor de Lugo2. Más tarde Cioranescu preparó igualmente una edición de la Historia de Canarias de José de Viera y Clavijo (1731-1813) en la que volvió a manejar nuevamente esos mismos datos, apuntando en otra nota al pie que de la expedición de Villalobos se había conservado la escri-tura notarial en la que se reconoce haberse tomado un présta-mo para marinar el barco que llevaría a cabo el periplo3. De ambas lecturas parece deducirse que Cioranescu mancomunó las dos expediciones (la capitaneada por Hernando de Villalobos y la promovida por Melchor de Lugo) como una sola empresa. En fecha reciente proporcionaron nueva luz sobre esta cuestión Pérez García4, Hernández Martín5 y Garrido Abolafia, quien lle-gó incluso a publicar uno de los documentos en los que se re-flejan los preparativos del viaje6. 1 TORRIANI (1959). La fecha de 1594 la tomamos de la edición realiza-da por José Manuel Azevedo e Silva (TORRIANI, 1999 1). La edición utiliza-da para este trabajo ha sido principalmente la última basada en la de Cioranescu (TORRIANI, 1999 2). 2 CIORANESCU, Alejandro. «Nota 8». En: TORRIANI (1999 2: 324). 3 CIORANESCU, Alejandro. «Nota 1». En: VIERA Y CLAVIJO (1967: I, 91). 4 PÉREZ GARCÍA (1995: 173-174). Cit. por PÉREZ MORERA (2000: 229). 5 HERNÁNDEZ MARTÍN (2000: 75 y 2005: 206). 6 GARRIDO ABOLAFIA (en línea). 102 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 4 2. TIERRA A LA VISTA. EXPEDICIONES EN BUSCA DE UNA ILUSIÓN Pero la historia de San Borondón es infinitamente más anti-gua. Tanto que podemos hacerla remontar hasta las más tene-brosas profundidades de la historia, porque desde esos momen-tos ya pretendía el hombre salir en busca de sus propias creencias, unas veces para comprobar que son erróneas y otras para sacarlas definitivamente del mundo de la mitología e in-troducirlas en el de la realidad. Esta inquietud no ha muerto en el ser humano, como lo demuestra actualmente el interés por la astrobiología y el gran número de prospecciones espaciales en busca de vida extraterrestre, pero de ello encontramos también en el pasado numerosos ejemplos, entre los cuales está la pro-pia existencia del archipiélago canario así como la de una bue-na cantidad de islas cuya realidad se ha terminado aclarando unas veces de forma positiva y otras de forma negativa. El resultado final ha sido la muerte de la creencia en tierras ma-ravillosas, flotantes o caprichosas, pero el pueblo ha logrado sa-biamente mantener en su memoria algunos de estos mitos des-velados, cuyo caso más claro en nuestro ámbito es la isla de San Borondón. La no-existencia de esta tierra ha quedado constata-da tan recientemente que aún conservamos el recuerdo de cuan-do transmitía no sólo la certeza de su tangibilidad, sino también la esperanza de que algún día lograríamos domesticar su volun-tad esquiva y extraer de ella los recursos que nos harían pros-perar. Entre las innumerables islas de origen mitológico o literario que pueblan la memoria y la imaginación de los hombres, hay que recordar que el caso de San Borondón tiene una caracte-rística especial que, aunque no lo hace único, sí lo diferencia de otras islas fantásticas. Nos referimos al hecho de que la isla no es simplemente un paraje que figura en relatos que se di-funden como cuentos o como pura literatura, ni tampoco un lugar desconocido del que se sospecha su existencia; además de estas dos cosas, San Borondón es una isla que aparece y des-aparece en localizaciones diferentes dentro de una amplia área 103 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 5 geográfica, dejándose ver realmente desde la distancia pero des-apareciendo siempre antes de que se pueda arribar a ella. El indiscutible hecho de que la isla se vea, ya sea por refracción o por reflexión de la luz, ya sea por cualquier otro fenómeno óp-tico, ha despertado en sucesivas etapas de la historia el interés de los marinos e incluso de los mandatarios, y por ello no han faltado nunca las discusiones académicas sobre su existencia que, más tarde o más temprano, habían de acabar en sucesivos intentos de comprobación práctica y, por tanto, en expediciones de descubierta. Dejando de lado las citas mitológicas clásicas, así como algu-na otra referencia medieval como la del autor árabe anónimo del Libro de los milagros, del siglo X, o la de Honorio Augustodunensis en su De imagine mundi (siglo XII)7, los primeros datos concretos sobre la San Borondón que vemos desde Canarias datan de la etapa inmediatamente posterior a la conquista del archipiélago, y no se han conservado testimonios de un posible conocimiento de ella por parte de los habitantes prehispánicos. Sin embargo, a juzgar por la profusión de información posterior y, sobre todo, teniendo en cuenta la realidad del fenómeno atmosférico que produce la ilusión óptica de la presencia de una isla donde no la hay, no es de extrañar que los indígenas de las islas, sobre todo de El Hierro, La Palma y La Gomera, estuvieran habituados a la contemplación de sus etéreas costas. Una explicación de este vacío de información podría estar en el hecho de que los colonos no se preocuparan por recoger minuciosamente el universo mitoló-gico de los antiguos isleños, que se ha perdido casi en su tota-lidad, pero probablemente la explicación más sensata esté rela-cionada con el escasísimo conocimiento que los aborígenes tenían de la navegación. Es muy probable que los bimbaches, benaho-ritas y gomeros vieran con relativa frecuencia la isla a la que nos referimos, pero también es seguro que oteaban con frecuencia el resto de las Canarias reales, a las que no podían llegar por su falta de cultura naval. Quiere esto decir que es posible que los aborígenes consideraran que San Borondón era tan real como Tenerife o La Palma, tierras que sólo habían contemplado en el 7 SÖRGEL DE LA ROSA (2001: 98-100). 104 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 6 horizonte y que tampoco parecen incorporadas a su sistema de creencias. Por tanto, tenemos que esperar hasta el asentamiento de los europeos para que aparezcan las primeras descripciones moder-nas centradas en la anomalía de San Borondón, si bien es cier-to que a partir de este momento no hay crónica o descripción de las islas que pase por alto este asunto. Basándonos en estas fuentes, en documentos originales de la época y en algunas in-vestigaciones posteriores, esbozaremos un croquis de las nume-rosas ocasiones en que se intentó descubrir y conquistar este espejismo, e incluso podemos identificar a algunos marinos que aseguraron haber estado cerca de conseguirlo, ya fuera de ma-nera voluntaria o fortuita. Nos parece interesante hacer este repaso somero porque nos permitirá establecer paralelismos con la expedición de 1570, cuyos detalles rescatamos y analizamos en este trabajo. Mediado el siglo XV era tal la certeza de que la isla existía que en numerosas ocasiones el rey Alfonso V de Portugal otor-gó incluso su propiedad a diversos personajes, como fue el caso de su hermano el infante don Fernando, cuyo vasallo Gonzalo Fernandes había visto la isla cuando volvía de las pesquerías de Río de Oro en 1461 pero «por lhe o tempo seer contrairo nom podera a ella cheguar»8; o la infanta doña Beatriz, también her-mana del rey y duquesa de Viseu, que obtuvo para sí y sus hijos una promesa de dominio y licencia para procurar encontrar esta tierra tras fracasar los intentos del infante9; o incluso Ruy Gonçalves da Câmara, que por sus servicios en África obtuvo el 21 de junio de 1473 la donación de una isla que había visto y cuya administración y jurisdicción civil y criminal había solici-tado al rey10. Las mismas concesiones otorgó el monarca a 8 1462, octubre, 29. Lisboa. Arquivo Torre do Tombo (A.T.T.), Místicos, vol. 2º, fol. 155r. En este documento se mencionan otras siete islas que un escudero de Don Fernando, Diego Afonso, había hallado con anterioridad a través de Cabo Verde y que en su momento también fueron donadas al infante. Cfr. ARRUDA (1932: 150-151). 9 1473, enero, 12. Lisboa. A.T.T., Chancelaria Affonso V, libro 33º, fol. 33v. Cfr. ARRUDA (1932: 156). 10 1473, junio, 21. Lisboa. A.T.T., Livro das ilhas, fol. 1v. Cfr. ARRUDA (1932: 157-159). 105 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 7 Fernão Telles, del Consejo Real, dándole la propiedad de las is-las que hallase y asignando a estos territorios los mismos privi-legios que se habían otorgado a Madeira11, matizando además en otra carta12 que estas prerrogativas se extendían tanto a las islas pobladas como a las despobladas, en previsión de que Telles se tropezara con la conocida como de las Siete Ciudades13. En 1484 el rey de Portugal recusó el préstamo de una carabela que le pedía un madeirense para explorar una tierra que veía todos los años de la misma forma14, pero el mismo año otorgó una carta de donación a otro habitante de la misma isla que propu-so hacer la exploración con sus propios medios, por lo que el monarca le prometió la capitanía de la nueva tierra si lograba encontrarla15. Con todo, la primera expedición de que tenemos noticias detalladas es la ideada en 1486 por Fernão Dulmo (Ferdinand van Olm), un flamenco vecino de la isla azoreana de Terceira que se propuso hallar, al menos, una gran ínsula que suponía ser la de las Siete Ciudades. Lo importante, una vez más, es que Dulmo pretendía llevar a cabo la expedición a sus expensas, por lo que el rey Juan II no puso impedimentos para su realización. Al contrario, el soberano aseguró que si la conquista fracasaba, él mismo enviaría hombres y escuadras de barcos con poder para llevarla a cabo, todo ello bajo el mando del mismo solici-tante. Ante las dimensiones de la empresa, el flamenco tuvo que asociarse, previo consentimiento del rey, con el mercader de 11 1474, enero, 28. Lisboa. A.T.T., Livro das ilhas, fol. 5v. Cfr. ARRUDA (1932: 160-162). 12 1475, noviembre, 10. Lisboa. A.T.T., Livro das ilhas, fol. 5r. Cfr. ARRUDA (1932: 180-181). 13 La mítica isla de las Siete Ciudades, frecuentemente relacionada con San Borondón, es una tierra en la que supuestamente se establecieron siete obispos portugueses que huyeron de la invasión musulmana durante la Edad Media. En esta isla fundaron ciudades en las que durante siglos man-tuvieron la lengua portuguesa y un modo de vida basado en el cristianismo piadoso. Un buen relato sobre esta isla fue recogido por Manuel Fernández Sidrón en el manuscrito 83-1/5 de la Universidad de La Laguna, que a su vez fue estudiado por Eloy BENITO RUANO (1970). 14 Este episodio es citado por Cristóbal Colón en su Diario de a bordo, 9 de agosto de 1492. 15 MARTINS (en línea). 106 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 8 Funchal João Afonso do Estreito, con quien habría de repartir los honores. Así, y según carta de Juan II, el día primero de marzo de 1487 habían de salir de Terceira dos carabelas com-pletamente pertrechadas y fletadas por Estreito y con tripulación pagada por Dulmo; la capitanía de la expedición sería para Dulmo los cuarenta primeros días y para el madeirense los siguientes, y la propiedad de las tierras halladas, así como las jurisdicciones civil, criminal y de alzada, habría de ser repar-tida entre ambos al cincuenta por ciento con carácter heredi-tario16. Al parecer la empresa no dio ningún resultado, pero Bar-tolomé de las Casas (1474-1564) hace referencia a ella cuando nombra al marinero gallego Pedro de Velasco, quien durante una estancia en Murcia informó a Cristóbal Colón (ca.1451- 1506) de una tierra que había visto al Oeste de Irlanda durante un viaje que hizo alejándose en alta mar. Velasco refiere que aquella tierra podía ser la misma que había intentado descubrir un tal Hernán Dolmos. El rey don Manuel, sucesor de Juan II, continuó con este tipo de donaciones etéreas del mismo modo que lo habían hecho sus ascendientes. Así, en el año 1500 emitió una carta a favor de Gaspar Corte Real, hijo del descubridor de Terranova João Vaz Corte Real, en la que se le hacía donación de cualquier isla o islas o tierra firme que descubriera17. Gaspar ya había llevado a cabo por este tiempo, infructuosamente, algunas búsquedas de islas en el horizonte de las Azores, pero al no darse por satisfe-cho, y ante la seguridad que tenía de encontrar finalmente las tierras anheladas, quiso asegurarse el premio y solicitó al rey esta donación, cuyas características generales coinciden con las de las concesiones previas. Este hidalgo tuvo algunos éxitos en su empresa pero no pudo hacer efectivas las donaciones: como relata el espía Alberto 16 1486, julio, 24. Lisboa. A.T.T., Chancelaria João II, libro 4º, fol. 101v. Cfr. ARRUDA (1932: 187-192). 1486, agosto, 4. Lisboa. A.T.T., Chancelaria João II, libro 19º, fol. 87v. Cfr. ARRUDA (1932: 193-195). 17 1500, mayo, 12. Lisboa. A.T.T., Chancelaria de D. Manuel, libro 13º, fol. 91. Cfr. ARRUDA (1932: 204-206). 107 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 9 Cantino en la carta que le envió al Duque de Ferrara18, Corte Real llegó a las costas de Canadá con sus dos navíos, uno de los cuales fue enviado a Portugal para dar cuenta de los pro-gresos mientras el otro continuaba con las pesquisas. Meses después don Manuel hace merced de numerosos privilegios y exenciones a Joan Martins, criado de su padre y compañero suyo en las expediciones de descubierta. En la carta de merce-des19 se justifican estas gracias por las noticias que tiene del descubrimiento de la tierra anunciada, extremo que se confir-ma porque más tarde el rey otorga a Miguel Corte Real, her-mano de Gaspar, una carta de donación de las tierras que le cediera éste y de las que hallase por sí mismo20, todo ello en vísperas de la salida de Miguel en ayuda de Gaspar, cuyo regre-so se demoraba en exceso. Por avatares que no se conocen, nin-guno de los dos hermanos volvió a Europa para relatar su aven-tura21. Más allá de las razones de alta política colonial y de la na-ciente pero asentada rivalidad náutica e imperial entre los rei-nos de España, Portugal e Inglaterra, cabría pensar que los gobernantes portugueses encontraron en la difusa posibilidad de la existencia de nuevas islas en el Atlántico una forma inocua de conceder mercedes sin asumir compromisos reales y sin des-embolsar fondos de la Corona. Comoquiera que todos los privi-legios que se concedían para la búsqueda de estas tierras esta-ban sujetos al éxito de las expediciones, en realidad las cartas de donación no eran más que papel mojado, y en caso de que 18 CORTE REAL, Gaspar. 1501, octubre, 17. Módena. Archivio di Stato di Modena, Dispacci della Spagna. Cfr. QUINN (1979: I, 148-149). 19 1501, enero, 27. Lisboa. A.T.T., Chancelaria de D. Manuel, libro 17º, fol. 5. Cfr. ARRUDA (1932: 207-208). 20 1502, enero, 15. Lisboa. A.T.T., Chancelaria de D. Manuel, libro 4º, fol. 3v. Cfr. ARRUDA (1932: 209-210). 21 Otras expediciones portuguesas similares, que no hemos logrado da-tar, son citadas por VIERA Y CLAVIJO (1967: 108, nota 1). Se trata del caso de Antonio Leme, de Madeira, que vio tres tierras desconocidas después de haber navegado demasiado hacia el Oeste; y del también madeirense Vicen-te Díaz, quien, tras haber visto una tierra desconocida al Oeste de su isla, se asoció con un comerciante genovés y armó una carabela con la que no halló nada. 108 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 10 alguna vez pudieran dejar de serlo porque se hallara alguna isla perdida en el océano, el principal beneficiario sería el Estado, que podría entonces permitirse el lujo de hacer efectivas las condiciones otorgadas al descubridor. Además, se da la circuns-tancia de que todas las capitulaciones de este tipo se otorgan a navegantes que proponen emprender los viajes con sus propios medios económicos, por lo que las arcas del reino no se ven diezmadas por la profusión de aventureros. Tal vez por ello el rey Juan II aprobó el costoso pero autofinanciado viaje de Dulmo y Estreito, cuando poco antes había rechazado financiar un via-je muy parecido que le proponía Cristóbal Colón para encontrar una ruta directa entre Lisboa y Oriente. Sin embargo, no parece adecuado pensar que los monarcas portugueses actuaran con malicia o tacañería, por más que fue-ran conscientes de que estaban ofreciendo humo a cambio de los grandes desembolsos que tenían que hacer los aventureros aspirantes a propietarios o capitanes de islas. De una u otra forma, lo cierto es que durante estos años se realizan algunos de los mayores descubrimientos geográficos, no sólo en las ori-llas occidentales del Atlántico, donde los europeos se toparon con el continente americano, sino también en las costas de Áfri-ca, exploradas con profusión, e incluso en medio del océano, donde aún estaba reciente el descubrimiento y población de Madeira y de las islas Azores. Por tanto, no es de extrañar que las donaciones de tierras aún sin descubrir, además de no re-presentar pérdidas para la Corona y servir de pago por diferen-tes servicios, obedecieran a la esperanza cierta de extender el imperio portugués por las aguas africanas al principio y por el nuevo mundo después. Y por último, no hemos de olvidar tam-poco el hecho de que San Borondón, como acostumbra a hacer aún hoy, se presentaba periódicamente ante la vista de isleños y marinos, e incluso hubo algunos que aseguraron haber desem-barcado en sus playas, como pueden ejemplificar estas palabras de Tomás Arias Marín de Cubas (1643-1704): pocos años despues de conquistada la Ysla de Thenerife llego a Canaria a el puerto de Gando por la parte de el sur una envar-cación francesa que havia salido de la Madera pª Thenerife; y sin pensar con un recio tiempo se hallo en las calmas de Canaria 109 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 11 onde el dia antes desgarro a media noche de el puerto de la isla de S. Borondon, porque fue tierra i ysla que no supieron decir aunque vinieron a tierra no hubo gente, vieron lugar de haver hecho fuego i tres bueies atados con unas correas, a unos pesebrones de piedra, cojieron naranjas, yerbabuena, mastrantos, i agua fresca de una fuente i todo lo mostraron i dixeron en Ca-naria i otras cosas que vieron22. Pero esta disquisición bien valdría para la política descubri-dora de los reyes españoles, que pronto aprendieron las venta-jas de otorgar donaciones de tierras aún sin descubrir. De esta manera, en 1519, el regidor de La Palma, Francisco Fernández de Lugo, aprovechando una estancia en la corte durante la cual intercambió la regiduría de esta isla por la de Tenerife, propuso a la corona de Castilla unas capitulaciones parecidas a las que se firmaron con Colón en Santa Fe en 1492. Estos convenios, que la corona aceptó de buen grado, estaban también en la misma línea que los concedidos a Dulmo y Estreito, de manera que propone ir con tres navíos a «arar la mar por espacio de un año, si fuere menester» hasta hallar esa isla que muchas veces divisaba desde La Palma y a la que llamaba Sant Blandián. A cambio, como era de suponer, pide el título de Capitán General durante la conquista y el gobierno perpetuo de la isla cuando ésta concluyera, además del título de Alguacil Mayor, un sala-rio, la décima parte del oro y plata que se obtuviera, el derecho de repartimiento de tierras (con un mínimo para sí), y otras condiciones entre las que estaba la posibilidad de nombrar per-sonalmente regidores y escribanos23. Un tiempo más tarde, no sabemos si meses o años24, Fer-nández de Lugo afirma en la corte que unos marineros a quie- 22 ARIAS MARÍN DE CUBAS, Tomás. Historia de la conquista de las siete yslas de Canaria. [Redacción de 1687]. Libro tercero, capítulo XV, fol. 123r. El manuscrito original se halla en el archivo condal de la Vega Grande (Las Palmas de Gran Canaria) y permanece inédito. Nosotros hemos trabajado con una copia, depositada en El Museo Canario, de la transcripción hecha por Pedro Hernández Benítez. Cabe apuntar que el pasaje referido no fue utilizado en la versión más divulgada de la Historia de Marín de Cubas, redactada en 1694. 23 CIORANESCU (1982: 3). 24 CIORANESCU (1982: 3). 110 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 12 nes había pagado para hacer la descubierta habían encontrado la isla y la tenían marcada para dar aviso de dónde estaba, por lo que pedía que se cumplieran las condiciones establecidas en las capitulaciones firmadas. Una expedición similar fue la organizada en 1526 por los palmeros Fernando Álvarez y Fernando de Troya, que salieron a la búsqueda de otro estrepitoso fracaso animados por las noticias de un desembarco lusitano un año antes. Los portugueses a los que nos referimos llegaron a la isla que identificaron con San Borondón por casualidad, ya que era la tierra más cercana a la que pudieron llegar para reparar su barco cuando, viniendo de Lisboa a La Palma, su nave comenzó a hacer aguas de manera peligrosa25. Una vez en tierra firme, los portugueses comproba-ron que estaba atravesada por un río y que era muy fértil, como atestiguaba el gran bosque de enormes y frondosos árboles. Por ello, los dos marinos canarios decidieron tratar de encontrar definitivamente la isla para beneficiarse de sus recursos y de la gloria y el reconocimiento real, pero tras haber navegado unos días por las inmediaciones del lugar del supuesto desembarco, volvieron derrotados y sin haber cumplido sus expectativas. Uno de los episodios más interesantes en este rosario de ex-pediciones es la capitulación de Gabriel de Socarrás en 1537. Se trata de unos documentos conservados en el Archivo General de Indias de Sevilla que fueron dados a conocer por Antonio Rumeu de Armas en 196526, aunque tuvieron que esperar hasta 1996 para que Emelina Martín los estudiara detenidamente27. En ellos se desvelan los planes de Gabriel de Socarrás Centellas, conquistador y regidor de La Palma, para ir a la conquista de la isla de San Bernardo, que había sido vista por su piloto An-tonio de Fonseca entre La Palma y La Española. El nombre propuesto de San Bernardo, como apunta Martín Acosta, puede no ser más que una forma de evitar el de San Borondón, de resonancias demasiado fantásticas para que el emperador Car-los lo tomara en serio, pero en realidad se trata de la misma isla a la que seguimos aquí el rastro. 25 TORRIANI (1999 2: 322). 26 RUMEU DE ARMAS (1965: 3). 27 MARTÍN ACOSTA (1996: 129-149). 111 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 13 Lo cierto es que en la capitulación Socarrás recibe licencia para descubrir, conquistar y poblar la isla, de la que recibiría los títulos de Gobernador, Capitán General y Alguacil Mayor, ade-más de otras mercedes y premios, especialmente en forma de rentas, tierras, vasallos y esclavos, cuya percepción estaría su-peditada, cómo no, al éxito de la empresa. En estos años se multiplican las noticias sobre personas que aseguran haber sido testigos de la aparición de San Borondón. Algunas de sus declaraciones, como las del franciscano fray Bartolomé Casanova, que vio una enorme isla frente a las cos-tas de Teno (Tenerife) en 155628, están fuera de toda sospecha y confirman la realidad de un efecto óptico que parece materiali-zar una extensión de tierra en aquellas latitudes. Otras, por el contrario, nos hacen pensar más bien en una manifiesta des-orientación de determinados nautas más o menos experimenta-dos que, de hecho, no están donde creen estar, como es el caso de los franceses que en 1560 vararon su barco para construir un nuevo palo mayor en lo que ellos creyeron la ínsula del san-to, donde a su marcha dejaron una cruz, una carta y algunas monedas de plata para atestiguar su arribada29. En otras oca-siones, incluso, las declaraciones pueden ponerse en duda por la propia credibilidad del testigo, siendo éste el caso de un tal Ceballos, un hidalgo que había huido de España tras cometer un homicidio y que refirió en 1554 haber estado en San Bo-rondón en varias oportunidades, en el transcurso de sus nave-gaciones por el atlántico30; o el del pirata John Hawkins, tío de Sir Francis Drake, que afirmó haber estado en tres ocasiones en la isla y que ésta estaba rodeada de unas corrientes tan fuertes que sólo los experimentados piratas podían llegar a sus orillas, y por eso los marinos más bisoños que la avistaban la perdían de vista a las pocas horas. Todas estas noticias, certeras o dudosas, vuelven a despertar el apetito descubridor de los isleños, y por ello en 1556 el portu-gués Roque Nunes, con dos de sus hijos y el cura Martín de Araña, organizó la única expedición de descubierta cuyo fin se 28 TORRIANI (1999 2: 323). 29 TORRIANI (1999 2: 323). 30 TORRIANI (1999 2: 322). 112 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 14 anuncia haber sido positivo, aunque sólo lo fuera de manera relativa. En efecto, a su vuelta los expedicionarios relatan que lograron acercarse a la isla tras escrutar los mares durante un día y medio, pero que al hallarla se vieron derrotados por su propio orgullo y volvieron a casa sin haber desembarcado en San Borondón porque no llegaron a ponerse de acuerdo sobre quién debía hacerlo primero. Llegados a este punto debemos hacer un paréntesis en la relación de avistamientos y expediciones, ya que nos acercamos a 1570, al que podríamos dar el título de «año de San Boron-dón ». El horizonte occidental del archipiélago canario fue du-rante este intervalo tan prolífico en manifestaciones samboron-donianas que el Regente de la Audiencia de Canarias se vio en la necesidad de encargar una investigación que, de dar resulta-dos positivos, había de llevar inexorablemente a la organización de una nueva expedición de descubierta. Y así fue, efectivamen-te: las pesquisas realizadas tuvieron como conclusión el conven-cimiento de que nuestra isla era tangible y, por tanto, suscepti-ble de ser abordada, conquistada, colonizada y gobernada como cualquier otra. Por este motivo se organizó la expedición que había de capitanear Hernando de Villalobos, conocida única-mente por las vagas noticias que de ella dan los cronistas. So-bre ella trataremos más tarde porque consideramos que está estrechamente relacionada con la expedición de Melchor de Lugo, sobre la que hasta ahora no se tenía prácticamente nin-guna reseña y cuyos pormenores daremos en este trabajo como primicia. Por si cabe alguna duda, sólo adelantaremos que las dos aventuras organizadas el año de San Borondón tuvieron finalmente un desenlace negativo. Igualmente debió de ser negativo el resultado de la expedición de Galderique Fonte y Pagés, que según Torriani estaba proyec-tada aproximadamente para 1592. El único referente que tene-mos sobre sus intenciones nos lo da el propio ingeniero cremonés, quien, tras mencionar la ineficacia de una expedición anterior, apostilla: «Espero en Dios que no suceda lo mismo a un hidalgo amigo mío, que se llama Galderique Pagés, de la isla de Tenerife, quien piensa ir a buscarla este mismo año en que estamos»31. Por 31 TORRIANI (1999 2: 324). 113 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 15 estas fechas el mito geográfico de San Borondón había pasado a ser casi exclusivamente canario, y es curioso que incluso el historiador azoreano contemporáneo Gaspar Frutuoso (1522- 1591) sólo haga mención de él cuando se ocupa de la descripción de La Palma32. Frutuoso sostiene que desde esta isla se ven dos tierras que están por descubrir (São Brandão y otra a ínsula a la que no pone nombre), y asegura que ningún habitante de La Palma fue nunca a buscarlas, desconociendo sin duda los inten-tos fracasados que acabamos de relatar. Y un nuevo fracaso aconteció en 1604, cuando el piloto Gaspar Pérez de Acosta y el franciscano fray Lorenzo Pinedo procuraron de nuevo tomar San Borondón tras otra oleada de noticias sobre su avistamiento. Por esa época, por ejemplo, un marino francés aseguró que había tenido que desembarcar en esta isla porque en una gran tormenta se le habían partido los mástiles, y allí los sustituyó con troncos de los frondosos bos-ques para, al día siguiente, tener que embarcar de nuevo en medio de otro temporal, todo ello a una jornada de distancia de la isla de La Palma, según relató personalmente al autor cono-cido como Abréu Galindo33. Entre tales historias, los referidos Pérez de Acosta y Lorenzo Pinedo, ambos experimentados mari-nos, se vieron tentados de desentrañar el misterio y salieron el 9 de agosto en busca de una isla que había de estar a 28º53’ de latitud y 358º31’ de longitud (1º69’ al Oeste del meridiano de El Hierro). Muchos días estuvieron sobre aquella altura sin encon-trar el más mínimo indicio de su existencia. El extraordinario interés que periódicamente suscitaba la isla de San Borondón induce a suponer la posibilidad de que en los años siguientes se volvieran a organizar expediciones o nuevas recogidas masivas de información, pero lo cierto es que no ha quedado constancia escrita de ninguna de estas iniciativas has-ta bien entrado el siglo XVIII. En efecto, don Juan Mur, Gobernador, Capitán General y Presidente de la Real Audiencia de Canarias, ordena en 1721 una profusa investigación que, además de recoger las declara- 32 FRUTUOSO (1964: 120, 127). 33 ABRÉU GALINDO (1977: 338, nota 3); NÚÑEZ DE LA PEÑA (1676/1994: 10-11). 114 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 16 ciones de numerosos testigos, acaba siendo una recopilación de las noticias obtenidas en investigaciones y expediciones anterio-res, de manera que sirve como resumen general del estado de la cuestión en el primer cuarto del siglo XVIII. En una época de profunda crisis económica y productiva y en la que el archipié-lago Afortunado se vio azotado además por diversas catástrofes naturales y epidemias sanitarias, el Capitán General vio en la isla fantasma una oportunidad de escape que, aunque remota, no debían dejar sin explorar34, y por ello convocó en su casa a diversos representantes del gobierno civil y militar de las islas, con los que acordó enviar una expedición, mandada por Juan Franco de Medina35, que partió el día 11 de noviembre tras la pista de la ínsula encantada. Formaban parte de la aventura, como capellanes apostólicos, fray Pedro Conde, de la orden de Predicadores, y fray Francisco del Cristo, seráfico. El resultado de esta expedición queda lo suficientemente claro en una carta que Juan Mur envía a Pedro Agustín del Castillo Ruiz de Vergara (1669-1741) como agradecimiento a su ayuda en las investigaciones: «(...) despaché la balandra de San Telmo bien equipada y abastecida con el capitan D. Juan Franco de Medina, el P. Cristo de la orden de Sn Franco. y el P. Conde de la de Sto. Domingo, no dieron con ella porque no la hay (...)»36. Hoy sabemos que el señor Mur estaba en lo cierto, que la caprichosa isla de San Borondón no existe, pero por entonces la duda persistió a pesar de tan categórica conclusión, como afirmó pocos años más tarde el texto inédito y hasta ahora des-conocido de un anónimo «peregrino a Canarias»37. La isla se- 34 BRUQUETAS DE CASTRO (1995-1996: 65-71). 35 Viera dice que fue el capitán Gaspar Domínguez, pero se trata de un error. VIERA Y CLAVIJO (1967: 93). 36 MUR Y AGUERRE, Juan. «Contestación». En: CASTILLO RUIZ DE VER-GARA, Pedro Agustín del. Obras diversas de Dn. Pedro Agustin del Castillo Ruiz de Vergara [...] copiadas del original por Agustin Millares [Torres]. Archivo de El Museo Canario (A.M.C.), Ms. I-D-22, fol. 85r.-85v. El origi-nal se halla en el archivo condal de la Vega Grande (Las Palmas de Gran Canaria). 37 El Peregrino a Canarias, islas del mar Occeano, y sus dos viajes a estas islas, y lo que en ellas, y en ellos hizo, y pasó en mar, y tierra donde moró; descripción del terreno, ciudades y villas donde ay Colegios de la Compañía 115 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 17 guía apareciendo allá, al Oeste de las Canarias, dando al pue-blo unas veces la ilusión de hallarse frente a las costas de la fan-tasía y otras veces el miedo de hallarse al borde de lo descono-cido. Ejemplo de ello es el multitudinario avistamiento que se produjo en El Hierro el 29 de julio de 1723, cuando fray Luis Rey, preparado para oficiar un exorcismo ante la plaga de lan-gosta que asolaba la isla, tuvo que improvisar otro contra la aparición de la fantasmagórica tierra de San Borondón. Desde entonces la ballena del santo irlandés no ha dejado de hacer-de Jesús, principio de sus Fundaciones con sus progressos hasta el año de 1734; con los elogios de algunos valores claros de la Compañía de Jesús, que an muerto en estas Islas. (Biblioteca de la Universidad de Sevilla, sign. 331/ 252). El pequeño fragmento en el que trata de la isla de San Borondón se centra en la cuestión de su existencia. Presentamos su transcripción com-pleta por tratarse de un texto inédito: «Fuera de estas Islas ya nombradas cuentan algunos Isleños, y aun Historiadores la Isla de San Blandon ó Samborondon, como com-mummente la apellidan. Entre los mismos Isleños ay pareceres sobre su existencia, en este punto divididos sin aver podido jamas eviden-ciar la parte afirmatiua su Quimera. Tengo a esta Isla por Fantastica, ô Isla de mera fantasía; Mientras alguno no evidenciare à estado en ella, como ninguno lo afirma, aun de los mas ansianos moradores de estas Islas. Es cosa, que hace armonía, que ninguna embarcacion propria, ô estrangera, ya en mar bonancible, ya en tormenta, donde se corre a todas partes, llevados del viento, y aun contra la corriente misma, no aya dado en nuestros tiempos con esta Isla? Mas esta Isla se pinta fron-tera del Hierro, y Palma al Occidente. Pues aquí de la razon: Estos Is-leños Samborondones descubrirán desde su Isla las nuestras de Hie-rro, y Palma, al modo, que los de estas Islas a ellos los descubren, aunque no sea en todos los tiempos del año, sino quando el cielo esta mas claro, y mas despejado de nubes. Pues que emos de creer, que en el curso de tantos años, no an tenido valor los Samborondones, solos, y sin comercio para buscar las Islas, que registran en affliciones preci-sas de enfermedad, ô carestía? No lo an hecho, luego no ay tales Isle-ños en el imaginado sitio. No cabe este argumento en nuestros Isleños respeto de ellos, pues no estan solos, y unos a otros se socorren en las calamidades continuas que padecen, y su trafico, y comercio es exten-dido. Yo me inclinara a que estas sombras fixas, y siempre en una forma, quando aparecen (que los cuerdos llaman zelajes arrofactos del viento de las dos vesinas fronteras Islas) son algunos peñones del mar, ô uno hendido por medio que es su forma, con que aparece dicha Isla; al modo de las dos peñas, llamadas Salvajes, q sacan su cabeza entre las aguas, antes de encontrar la Madera Isla Lusitana, volviendo de Ca-narias rumbo a España, y en ambos viajes yo las e visto. Bien me diran, que estos Salvajes se describen en las Cartas marítimas, y las de nuestra mediacion no se describen en los Mappas, aunque se escriben en los libros? Por eso es mediacion nuestro discurso, no certeza; si fuera piedra fixa con ella rompieramos la Question de esta Fantastica nadante Isla». 116 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 18 nos periódicamente sus visitas de cortesía. Se vio el 25 de abril, en junio y en julio de 1730, año en que la delineó Juan Smalley, beneficiado de Tijarafe38; el 23 de mayo de 1735 a las 9 de la mañana, y otras dos veces esa misma semana; el 3 de mayo de 1759 a las seis de la mañana desde Alajeró, según un francisca-no que hizo el dibujo publicado por Viera, ante su vista y la del cura Antonio José Manrique y otras cuarenta personas39; dos días después se volvió a divisar igual; el 3 de mayo de 1769 des-de las 12:00 hasta la puesta de sol, a 30 leguas de La Palma, según fray Pedro Laso, que además la dibuja; o en junio y julio de 1770 según el padre Clavellina, lector jubilado del convento de San Francisco, que también la trazó40. Podríamos seguir nombrando ocasiones en que nuestra isla se ha hecho visible, y confeccionaríamos una larga lista que lle-garía incluso hasta nuestros días, pero que prácticamente no serviría más que para certificar la existencia de un fenómeno que ya hemos constatado. Baste, pues, para cerrar el asunto por el momento, añadir a esta relación las dos ocasiones en que la isla del santo se ha dejado retratar: la primera, dada a conocer al público general en agosto de 195841 pero acaecida unos me-ses antes, fue cuando la cámara del fotógrafo Manuel Rodríguez Quintero (1897-1971) captó la silueta de San Borondón desde la zona de Las Martelas, en el municipio de Los Llanos de Aridane (La Palma); y la segunda, mucho más reciente y en un lugar insólito, fue cuando, el 18 de octubre de 2003, el escritor y periodista Jaime Rubio Rosales grabó en vídeo desde San An-drés y Bañaderos (Gran Canaria) unas protuberancias que se mostraban al Noroeste, frente a las costas tinerfeñas de Anaga. 3. LA EXPEDICIÓN DE VILLALOBOS. 1570, EL AÑO DE SAN BORONDÓN Como quedó señalado en el apartado anterior, los montes ópticos de la isla de San Borondón se manifestaron con tanta 38 VIERA Y CLAVIJO (1967: 87, nota 2). 39 VIERA Y CLAVIJO (1967: 87). 40 LORENZO RODRÍGUEZ (1975-2000: II, 402-403). 41 DIEGO CUSCOY (1958). 117 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 19 frecuencia y con tal claridad durante 1570 que pronto se olvidó el fracaso de las expediciones anteriores y renació la esperanza de hallar la tierra del abad de Clonfert, que había de ser tan rica y fértil como lo son todas las tierras legendarias. Por ello el doctor Hernán Pérez de Grado encargó la más completa reco-gida de información sobre San Borondón de que se tiene no-ticias. Hernán Pérez de Grado había sido nombrado Regente de la Real Audiencia de Canarias por Real Provisión de 19 de febrero de 1566, tras una visita que Felipe II había mandado hacer a dicha audiencia para valorar el trabajo de los jueces de apela-ción. El resultado de la visita fue que el rey vio la necesidad de crear el cargo de Regente, del que Grado tomó primera pose-sión ante el juez Alonso Gasco el 4 de abril del mismo año42. Muy pronto empezaron a llegar a oídos del Regente las noticias de la aparición de San Borondón, que, como indicamos, se hi-cieron tan frecuentes en 1570 que el 3 de abril encargó a las justicias de La Palma, El Hierro y La Gomera que registraran cuanta información fuera posible e interrogaran a cuantos hu-bieran visto la tierra anhelada o tuvieran pruebas sobre su exis-tencia. De esta manera, Alonso de Espinosa, gobernador de El Hie-rro, recopiló más de cien declaraciones de testigos que coinci-dían en haber observado la isla en dirección Noroeste, es decir, al Oeste de La Palma y a unas 40 leguas de La Gomera. El in-forme elaborado por Espinosa no se conserva, pero conocemos algunos detalles a través de Núñez de la Peña43, que aseguró haberlo tenido en sus manos cuando lo custodiaba un vecino de Garachico, Bartolomé Román de la Peña, que había sido Gobernador de El Hierro44. Por esta fuente sabemos que entre 42 Archivo Histórico Provincial de Las Palmas (A.H.P.L.P.), Real Audien-cia. Reales Cédulas y órdenes particulares para Canarias. Tomo I, fols. 24r- 26r. En el documento, que da fe de la toma de posesión, se incluye un tras-lado de la Real Provisión, cuyo original el juez Gasco besó y puso sobre su cabeza como ceremonia de acatamiento antes de que Grado lo guardara como título de propiedad del cargo de Regente. 43 NÚÑEZ DE LA PEÑA (1676/1994: 9). 44 El ingeniero Próspero Casola realizó una copia de este informe hacia el año 1590, pero Benito Feijoo insinúa que esta copia «fue supuesta». Esta 118 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 20 los declarantes estaban los regidores Alonso de Magdaleno y Marcos Sánchez, así como Diego de Espinosa, hijo del Gober-nador, y otras «personas de crédito». Pero el testimonio que se consideró definitivo, y para noso-tros el más extraordinario, fue recogido en La Palma, donde unos portugueses de Setúbal aportaron importantes novedades. Uno de ellos fue el avezado piloto Pero Velo, que reveló haber desembarcado en San Borondón durante una tormenta que le sorprendió a su regreso del Brasil. Afirmó además haber visto allí enormes pisadas en la arena, restos de una hoguera con co-mida, numeroso ganado y otras menudencias, pero uno de los datos más curiosos que aporta Velo es el haber visto una cruz clavada en un árbol, tal vez la misma que los tripulantes del barco francés habían dejado atrás algunos años antes. En fin, la historia de Velo se complica cuando una espesa nube le obli-ga a embarcar de nuevo dejando a dos marineros en tierra45. Al día siguiente, cuando volvió a recogerlos, la isla había desapa-recido46. También en Tenerife se llevó a cabo la investigación, esta vez a cargo del canónigo inquisidor Diego Ortiz de Funes, que a la sazón estaba ejerciendo de visitador del obispado en la isla del Teide. Desconocemos si la investigación fue llevada a cabo por propia iniciativa de Ortiz de Funes47, aunque probablemente es-taba cumpliendo órdenes del Regente de la Audiencia48, pero lo afirmación la toma Feijoo de un manuscrito sobre San Borondón, que a la sazón estaba en sus manos y que había escrito un jesuita cuyo nombre no cita. 45 Torriani refiere que fueron sólo tres los marineros que desembarca-ron, y que ninguno de ellos pudo volver a bordo cuando una fuerte co-rriente de mar alejó la nave de la costa. TORRIANI (1999 2: 324). 46 VIERA Y CLAVIJO (1967: 89-90) y ABRÉU GALINDO (1977: 340-341) re-fieren esta historia pero omiten los detalles de la cruz, las pisadas y los restos de fuego. TORRIANI (1999 2: 324) sólo omite lo de la cruz, mantie-ne que encontraron grandes pisadas y añade que había humaredas en la le-janía. 47 ABRÉU GALINDO (1977: 341) dice que Funes investigó el asunto por-que era «curioso y amigo de inquirir curiosidades»; NÚÑEZ DE LA PEÑA (1676/1994: 10) también sostiene que fue «por curiosidad». 48 TORRIANI (1999 2: 323) fecha la investigación de Funes en 1569, un año antes de la de Pérez de Grado. Es muy probable que el cremonense se 119 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 21 cierto es que el resultado fue muy similar al logrado en La Pal-ma gracias a la declaración de Marcos Verde, quien, según dijo49, a su regreso de Berbería encontró la isla y la circunnave-gó en busca de un puerto donde desembarcar, sin dudar un instante de que se hallaba ante San Borondón. El capitán y varios hombres tomaron tierra cuando lograron hallar un lugar seguro para la nave y cómodo para el desembarco, pero impeli-dos por la cercanía de la noche decidieron dejar la exploración para la mañana siguiente y tuvieron la fortuna de volver al navío poco antes de que se levantara un enorme temporal que alejó de allí el barco arrastrando las anclas, según relatan los cronistas50. Por estos años de fiebre expansionista, cuando el mundo aún no había terminado de mostrarse y las grandes potencias euro-peas se empeñaban en poner fin a esa ocultación, las expedicio-nes de búsqueda de tierras intuidas eran muy frecuentes. No hay que olvidar que por esas fechas se estaba llevando a cabo la empresa de Álvaro de Mendaña y Sarmiento de Gamboa para descubrir unas islas inciertas llamadas Hanachumbi y Nina-chumbi, que se habían de encontrar frente a las costas del Perú, y puede ser interesante consignar aquí que en aquella expedi-ción se dio con las islas que ya desde antes de su hallazgo eran conocidas como islas de Salomón, tal vez un nombre bíblico para hacer más creíbles las características fantásticas de un archipiélago paralelo a la isla que nos ocupa. Por todo ello y por la masiva recogida de información que hemos descrito, no es de extrañar que se organizara nuevamente una expedición en bus-ca de San Borondón, de manera que Hernando de Villalobos, equivocara de fecha, puesto que es el único autor que no la sitúa en 1570, pero está claro que con ese error está resaltando la independencia del visi-tador en las razones que le llevaron a iniciar la pesquisa. 49 Cioranescu, basándose en la dudosa redacción de Torriani, infiere que la investigación se hizo en ausencia de Marcos Verde, que en aquella fe-cha había fallecido. CIORANESCU, Alejandro. «Nota 7». En: TORRIANI (1999 2: 323). 50 ABRÉU GALINDO (1977: 341-342); NÚÑEZ DE LA PEÑA (1676/1994: 10); Viera y Clavijo cuenta otra versión de lo sucedido y asegura que el barco se alejó de la costa por prudencia ante la llegada del temporal (VIERA Y CLAVIJO, 1967: 90-91). 120 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 22 Regidor y Depositario General de La Palma, organizó una ar-mada para ir en su búsqueda con tres navíos. Poco o nada sa-bemos de este viaje, ya que no se conoce ningún documento relacionado con él y los cronistas se limitan a hacerlo constar de pasada sin indicar más que el nombre del aventurero y, en algunos casos como el de Núñez de la Peña51, a consignar el número de embarcaciones de la aventura52. Hernando de Villalobos era, como decimos, Depositario Ge-neral de La Palma, cargo para el que había sido nombrado en 1564, además de marino de acreditada experiencia. Hijo de Álvaro Díaz de Villalobos, mercader condenado por prácticas judaizantes por el Santo Oficio53, y de Inés de Lara54. Como se- 51 NÚÑEZ DE LA PEÑA (1676/1994: 7). 52 A pesar de la escasez y claridad de los datos sobre esta expedición, Luis Diego Cuscoy trastoca en alguna ocasión la fecha y confunde la em-presa con la que llevaron a cabo Gaspar Pérez de Acosta y Lorenzo Pinedo en 1604 (DIEGO CUSCOY, 1958: 7). El lapsus se disculpa por la erudición del autor, que probablemente escribía de memoria. 53 CIORANESCU (1992: II, 1135); ANAYA HERNÁNDEZ (1996: 343-344). Los Villalobos eran descendientes de judíos conversos; así, en la visita del in-quisidor Juan Lorenzo realizada a La Palma en mayo de 1581, en la que se hizo una averiguación de conversos, figuraban como miembros de esta familia Álvaro Díaz de Villalobos, Hernando de Villalobos, regidor, y Luis Pérez de Lara, escribano del Juzgado de Indias. 54 Inés de Lara era hija de Martín Pérez, probable conquistador y segu-ro colonizador de La Palma, quien en 1501 obtuvo por data de Alonso Fernández de Lugo 8 cahíces de tierra y monte en La Galga, al igual que su hermano Álvaro Pérez. Estas propiedades les fueron confirmadas a los dos hermanos por el propio Adelantado el 20 de marzo de 1508. En 1561, Inés de Lara en unión de sus hermanas Leonor Gómez y Ana Pérez y los maridos de las dos primeras, Álvaro Díaz de Villalobos y Francisco Pérez, vendieron estas propiedades a Afonso González, vecino de Los Galguitos. En la carta de venta se especifica «una heredad de viña e tierras e pomares y casa y lagar que poseemos en La Galga» y «de otra lomada de tierra mon-te ». Del dicho Afonso González las heredaron sus hijos Blas y Die-go González. En 1594, Blas González —hijo— vendió las propiedades que había heredado de su padre así como otros bienes a Juan Ortes de Velasco, a quien sucedió en la posesión Margarita Lorenzo, su mujer, ya que les había correspondido en concepto de dote y arras. Margarita Loren-zo dejó los mismos a su hermana, Catalina Lorenzo, mujer de Francisco de Valcárcel (Archivo de la Familia Poggio (A.F.P.), caja 1, leg. 1, n. 40. fols. 295 r-295 v; y POGGIO CAPOTE, Manuel. Colección documental del Ar- 121 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 23 ñalábamos, estaba iniciado en el arte de navegar, ya que en 1561 hizo un viaje a América como maestre de navío. Se tiene constancia, asimismo, de un segundo viaje en 1564, pues cuan-do le fue comunicado por su padre que había sido elegido como depositario para las penas de Cámara de La Palma se encon-traba en La Habana. Para atender a su nuevo estado se pre-sentó en 1565 en la Corte y el 5 de agosto de 1566 en el Cabil-do de la isla55. Hasta la fecha de su llegada a La Palma su progenitor se ocupó, por medio de un poder, del ejercicio de este oficio, en el que disfrutaba de voz y voto como el resto de regidores56. Sin embargo, debemos hacer hincapié en que este nombramiento fue recibido por los miembros del Concejo de forma un tanto fría, dado que el 25 de enero de 1569 desde la Corte fue expedida una cédula real dirigida al juez oficial de La Palma en la que se mandaba «que los depositos que huuieredes de hazer de condepnaçiones y otras cosas lo hagais y depositeis en el dicho Fernando de Villalouos como tal depositario de la ysla y no en otra persona alguna»57. Parece que existió algún tipo de recelo por parte de los regidores del Cabildo para que Hernando de Villalobos ejerciera de manera efectiva el cargo para el que había sido designado, probablemente relacionado con la serie de prerrogativas de la era acreedor con el mismo58. Había contraí-chivo de Poggio (1496-1598) [Manuscrito]. Trabajo de investigación tutelado. Granada: [s.n.], 2001, docs. 44, 56, 57, 58 y 64). 55 CIORANESCU (1992: II, 1135-1136). 56 Archivo Municipal de Santa Cruz de La Palma (A.M.S.C.P.), Libro de Acuerdos del Concejo (1557-1567), caja 665 altas, 5/8/1566. 57 CEDULARIO (1970, I, doc. 57). 58 En la carta de merced en la cual Felipe II le concede este oficio se dice: «juntamente con el dicho oficio de depositario general podais entrar y asistir de ordinario en el Ayuntamiento de la dicha ysla y tener en él asiento, y esto como cada uno de los regidores dél, y gozar del salario y las demás preminencias de que los otros regidores gozan y ansi en lo que toca al entrar en fuertes quando dicha ciudad oviere de nombrar y elegir procuradores para ynbiar a las Cortes que se selebrarán en estos reynos como en otras qua-lesquier [partes], según y como lo suelen hazer los otros regidores que agora ay en la ciudad, contando que en lugar deste boto que de nuevo acrezentamos se aya de confirmar y confirma el primer regimiento que bacare en la dicha ysla y no proviele a la persona alguna para que queden y se reduzcan el nú-mero de regidores que al presente ay, y por os hazer más merced os damos 122 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 24 do matrimonio con Isabel de Morales, de la que sabemos que tuvo un hijo, Álvaro Díaz de Villalobos, bautizado en la Parro-quia de El Salvador de Santa Cruz de La Palma el 5 de diciem-bre de 1567, quien casó a su vez con Leonor Machado en 158559. Según Cioranescu falleció antes de 159060, aunque como se verá a continuación, todavía en 1595 encontramos su pista en la documentación notarial. No es extraño entonces que bajo su iniciativa se llevase a cabo esta comentada expedición: experimentado en la mar, dis-frutando de una relevancia social considerable y sobre todo con un puesto de poder político e influencia económica en el Cabil-do. Todas estas características hacían de Hernando de Villalobos la persona idónea para tal empresa, en la que se reunían los elementos necesarios para poner en marcha y comandar una expedición con destino a la mítica isla. Ello, unido al afán na-tural de todo hombre por aumentar su posición, quizás ansian-do nuevas distinciones y prebendas como un posible cargo de gobernador de San Borondón, y quizás unido también a la ne-cesidad de riquezas y, ¿por qué no?, a la pretensión de fama, gloria y lustre, logró en Villalobos la determinación de salir en su búsqueda. Así lo hizo, probablemente en la expedición mejor dotada de todas las que han partido a este fin, pero su desenla-ce fue tan inútil como todas las demás que se emprendieron. Lo cierto es que Villalobos y sus hombres volvieron, como cuentan Torriani61 y Viera y Clavijo62, «con las manos vacías». Parece ser asimismo, a falta de estudios más profundos, que la estrella de Hernando de Villalobos comenzó a apagarse tras licencia y facultad para que durante los dias de vuestra vida por vuestro testamento y última voluntad yn articulo mortis o antes, cada y cuando que vos quisierdes podais renunciar y traspasar el dicho oficio de depositario con bos y boto en el dicho regimiento en una persona, la que vos quisierdes nonbrar y señalar, sin que se pueda dividir ni pasar en mas personas que presentándose la tal renunciación o nombramiento en nuestra Cámara, se despache el título o zédula para que la tal persona sea admitida al dicho oficio y [luego] se tenga y exerza por toda su vida». (A.M.S.C.P., Libro de Acuerdos del Concejo (1557-1567). Caja 665 altas, 5/8/1566). 59 CIORANESCU (1992: II, 1135-1136). 60 CIORANESCU (1992: II, 1136). 61 TORRIANI (1999 2: 324). 62 VIERA Y CLAVIJO (1967: 91). 123 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 25 este frustrado viaje. Prueba de lo que comentamos es el traspa-so de Luis Maldonado y Guzmán al licenciado Pedro de Liaño, en el que, tras resolución de la Real Audiencia de Sevilla, le cede parte de los bienes muebles y raíces de seis destacados persona-jes del Quinientos palmero. En este grupo se encontraban Álvaro Díaz de Villalobos y el mencionado Hernando de Villalobos jun-to a Diego Sánchez de Ortega, Anes van Trilla y Francisco de Salazar. Todos ellos sufrieron un descalabro económico y perdie-ron dinero y propiedades que fueron en un primer momento a Luis Maldonado, como principal acreedor. El total de sus bienes fue valorado en 2.700 doblas, siendo los de la familia Villalobos rematados en 1.200. No obstante, el 15 de julio de 1595 el con-junto de los mismos fue traspasado por Maldonado al licencia-do Liaño en razón de «que an salido contradiçiones algunos de los dichos bienes»63. ¿Fue la expedición de 1570 a San Borondón la causante de la fragilidad financiera de los Villalobos? Con los datos de que disponemos no podemos dar respuesta a esta cues-tión, aunque no sería del todo descabellado pensar que la mis-ma pudo ser el origen de una crisis económica familiar de la cual no llegaron a recuperarse, arrastrando de ese modo durante los años siguientes la secuela de una o varias deudas que no pudieron satisfacer. Pero ello sería entrar de lleno en el terre-no de la especulación, por lo que de momento lo dejamos al margen. 4. LA OTRA EXPEDICIÓN DE 1570. EL CONTAGIOSO SUEÑO DE MELCHOR DE LUGO 4.1. Los protagonistas El principal promotor de la segunda expedición de 1570 fue el médico Melchor de Lugo. Sobre su biografía no se han loca-lizado muchos datos en los archivos palmeros, pero en lo poco que sí hemos podido espigar aparece nombrado indistintamente 63 Archivo General de La Palma, Protocolos Notariales (A.G.P., P.N.), Escribanía de Pedro Hernández Guadalcanal, caja 10, cuaderno 2 (1595, julio, 15), fol. 300v. 124 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 26 como licenciado o bachiller; sin embargo, en relación a esta cuestión académica lo único cierto es que era titulado en medi-cina, aunque es preciso poner hincapié en que durante esta época no era muy importante para ejercer la profesión la dis-tinción entre un grado y otro. Poco más hemos hallado sobre este enigmático personaje. No obstante, gracias a las pesquisas de Garrido Abolafia podemos proporcionar alguna referencia que nos aclare otros aspectos de su vida64. Tenemos constancia, en primer lugar, de que ejerció su profesión en la isla al menos entre 1565 y 1582, cuando aparece documentado en el Libro I de Bautismos de la Parroquia de El Salvador. Sabemos, por otra parte, que contrajo dos matrimonios, uno con Isabel de Lara y un segundo con Águeda Bermúdez, de los que no se le conoce descendencia. Por último parece, asimismo, que ejerció su pro-fesión junto al galeno Diego Hernández de Jaén, dado que ambos se encontraban en Santa Cruz de La Palma en fechas similares; y de forma más esporádica con los licenciados Pedro Ortes y Juan de Cervantes, también activos en la capital insular a mediados del XVI. Como apuntábamos, quizá a su celo científico y sobre todo a su curiosidad se deba esta expedición. Así, Melchor de Lugo es el único que aparece desde un primer momento recogido en la documentación. En principio planeó el viaje junto al comer-ciante Jacques de Monic, aunque inmediatamente cambió de compañero y creó una sociedad junto a varios de los de los per-sonajes de mayor relevancia social y económica de Quinientos palmense. Por este motivo, no debe extrañar el quebrantamiento del pacto con Monic, mucho más arriesgado desde el punto de vis-ta financiero que el que ahora se proponía, compuesto por una compañía mercantil integrada por el propio Lugo junto a Ma-ría de Castilla, Gaspar González, Baltasar de Guisla y Anes van Daizel, todos ellos de gran consideración social y, sobre todo, de 64 GARRIDO ABOLAFIA, Manuel. Primeros oficios y ocupaciones artesanas de Santa Cruz de La Palma: siglo XVI: diccionario de artesanos [Manuscri-to]. Santa Cruz de La Palma: [s.n.], 1995. Este trabajo está siendo publica-do en forma de artículos en la Revista de estudios generales de la isla de La Palma. 125 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 27 notabilísimo poder económico. En la búsqueda de alguna expli-cación sobre esta fractura es posible aventurar que Jacques de Monic tuviese algún tipo de enfrentamiento con Lugo o con al-gún otro de los participantes que se agregaron con posterioridad al proyecto; pero la razón primordial quizá habría que buscarla en motivos financieros. Este primigenio socio de Lugo era un mercader originario de la ciudad de Brujas, y aunque aparece re-flejado en la documentación notarial como parte interesada de algunos negocios (no tantos como el resto de los patrocinadores), las fuentes publicadas proporcionan testimonio de su presencia en la isla de una manera más esporádica que el resto de los co-partícipes65. Quizá ésta fuera una de las razones de su exclusión. No obstante, es necesario subrayar que en 1556, cuando contaba unos 18 ó 19 años, había celebrado nupcias en Santa Cruz de La Palma con Beatriz Martín, matrimonio por el que adquirió la administración de 2.500 ducados en concepto de dote66. En cuanto a los integrantes definitivos de la compañía, es preciso destacar la figura de María de Castilla. En 1570 dicha señora se hallaba viuda de Bernardino Riberol, célebre jurista y escritor. Doña María había nacido en Santa Cruz de La Palma y era hija de Fernando de Castilla, regidor y alférez mayor de La Palma, y de Beatriz de Riquelme67. Por su parte, don Ber-nardino, natural de Las Palmas de Gran Canaria —en cuya Catedral fue bautizado el 11 de enero de 1509—, era descen-diente de Juan Bautista Riberol y Francisca de Quijada de Lugo68. Desde muy joven marchó a Sevilla, en cuya universidad logró graduarse en derecho canónico y civil. Con posterioridad se trasladó a La Palma para trabajar como letrado del Cabildo69. Es en esta isla donde la pareja contraería matrimonio. La nue-va familia habitó una vivienda en la calle Real (en la actuali-dad O’Daly, 3) de Santa Cruz de La Palma70, en la que educa-ron a una numerosa prole: Bernardino, Inés, Leonor, Juan, 65 HERNÁNDEZ MARTÍN (2005: 234). 66 HERNÁNDEZ MARTÍN (2005: 234). 67 NOBILIARIO (1952-1967: IV, 154-158). 68 MILLARES CARLO (1975-1993: VI, 65). 69 PÉREZ GARCÍA (1985-1998: II, 198-199). 70 PÉREZ GARCÍA (1995: 140). 126 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 28 Esperanza, Francisca, Beatriz, Francisco y Lucano. Precisamente fue este último —el más joven de los hermanos— el que se embarcó en la expedición como representante de su madre. Los Riberol y Castilla disfrutaron de una significativa condi-ción en la joven ciudad atlántica; al empleo del marido o el li-naje de su mujer habría que sumar las propias inquietudes in-telectuales de don Bernardino. Así, es preciso subrayar que nuestro abogado fue autor del Libro contra la ambición y codi-cia desordenada de aqueste tiempo: llamado alabança de la po-breza (Sevilla: Martín de Montesdeoca, 1556), considerado como la primera obra publicada en tipos de imprenta por un isleño. Este trabajo, calificado en su tiempo de erasmista, fue retirado pronto del mercado debido a su contenido heterodoxo. Sin em-bargo, el bibliógrafo K. Wagner parece contradecir este aserto cuando apunta que para su edición fue estimable la contribu-ción del Arzobispado de Sevilla a través de su provisor y vicario general71. En este sentido, podría ser un dato a tener en cuenta el que todavía en la tardía fecha de 1601 encontremos a la ven-ta un ejemplar del libro en la librería granadina de Francisco García72. De cualquier manera, lo que sí parece claro es la es-trecha vinculación del núcleo familiar con otros intelectuales canarios de aquellos años. Entre éstos cabría señalar la perso-nalidad de Antonio de Troya Sañudo73, residente en la capital palmera desde 1559, año en que ocupó el oficio de teniente de gobernador74 y —sobre todo— responsable de una historia de Canarias manuscrita, hoy en paradero desconocido. 71 WAGNER (1982: 38). Sobre nuevas localizaciones de este impreso véanse las páginas 73-74. 72 OSORIO PÉREZ (2001: 410). 73 Antonio de Troya Sañudo nació en Las Palmas de Gran Canaria en 1530. Fue doctor en leyes, y de su enlace con Elena de Salazar se conocen al menos ocho hijos: Leonor, Francisco, Catalina, Alonso, Luis, Francisca, Elena y Antonio. Falleció en Santa Cruz de La Palma en el año 1577. 74 Libro de Acuerdos del Concejo (1557-1567), sesión correspondiente al 17 de diciembre de 1559 (A.M.S.C.P., caja 665 altas, 5/8/1566). Disfrutó este cargo hasta el 13 de noviembre de 1560, fecha en que se nombró a Pedro Aguilar. Con posterioridad alternó esta plaza con la capital granca-naria, dado que en 1566 fue recibido como abogado de la Real Audiencia de Canarias. 127 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 29 Según el profesor Cioranescu, en esta obra se fundamenta-rían, por ejemplo, los textos de Torriani y el firmado bajo Abréu Galindo, los cuales tratan en profundidad el tema de San Borondón75. No sería, por tanto, una coincidencia que los cono-cimientos del funcionario grancanario formasen parte del bagaje teórico previo a la planificación de esta expedición. Durante es-tas fechas el manuscrito redactado por De Troya Sañudo se encontraría accesible en alguna biblioteca particular de La Pal-ma, y con certeza tanto las opiniones de su autor como la pie-za en sí debieron de influir en la toma de la decisión final. Tam-poco debieron de ser ajenos los comentarios de Thomas Nichols (ca. 1532-?), estante unos años antes en La Palma y que reco-gió en esta isla —según su propio testimonio— algunos relatos de primera mano sobre la conquista de Nueva España. Como el viajero refirió más tarde76, ésta fue la razón que influyó en su traducción al inglés de la segunda parte de la Historia general de las Indias de Francisco López de Gómara, puesto que su consulta resultaría beneficiosa como experiencia previa a todos aquellos británicos que se arriesgaran a descubrir nuevas tierras77. Entre los relatos que Nichols escuchó en La Palma de-bían de estar los referidos a San Borondón, ya que en su pe-queña obra de descripción de las Afortunadas hace una referen-cia a la isla que nos ocupa78. Por otra parte, es posible que María de Castilla —a través de su suegra, la nombrada Francisca de Quijada y Lugo— pudiera mantener alguna relación de parentesco con el promotor de esta aventura: el prenotado Melchor de Lugo. Otro de los patrocinadores de la expedición fue el presbítero Gaspar González. En 1570 este clérigo era beneficiado de la Parroquia Matriz de El Salvador en Santa Cruz, circunstancia que pone de relieve (una vez más) la considerable envergadura del proyecto79. Nacido en Las Palmas de Gran Canaria, se tras- 75 CIORANESCU, Alejandro. «Introducción». En: TORRIANI (1999 2: 28-29). 76 CIORANESCU (1963: 62-71). 77 PLEASANT (1578/1596). 78 NICHOLS, Thomas. Descripción de las islas Afortunadas. En: CIORA-NESCU (1963: 124). 79 LORENZO RODRÍGUEZ (1975-2000: II 57). 128 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 30 ladó con posterioridad a la capital palmera, ciudad donde en 1565 lo hallamos como vicario y en tareas administrativas so-bre algunas cantidades pertenecientes al diezmo episcopal80. En 1569 pasó a ser beneficiado en El Salvador, empleo que disfrutó hasta que el 3 junio de 1586 fue ascendido a maestrescuela del cabildo catedralicio81. De la atrayente renta que producía el car-go desempeñado por González en el templo palmero proporcio-na noticia, por ejemplo, el Concejo de La Palma, que solicitó a la Corona (tras el traslado del nuevo prebendado a la Catedral de Canarias) la división del tradicional beneficio de la iglesia de El Salvador en dos medios beneficios82. Asimismo, González lo-gró graduación superior, puesto que aparece enunciado en los documentos bajo los títulos de bachiller o doctor —probablemen-te en disciplinas eclesiásticas—; las fuentes dan cuenta también de su excelente situación económica, en la que no se privó de poseer varios esclavos83. Falleció en Las Palmas de Gran Cana-ria el 5 de octubre de 159984. Igualmente el caballero flamenco Baltasar de Guisla ofreció sus recursos para esta aventura. Guisla había nacido en la villa de Iprés, trasladándose más tarde a La Palma, lugar donde for-mó una familia junto a la distinguida dama Catalina Van de Walle Torres y Grimón85. La boda se concertó el 27 de noviem-bre de 1546 mediante una carta de dote acordada entre la ma-dre de la contrayente, su tío Luis Vandewalle «El Viejo» y el futuro marido86. El matrimonio tuvo dos hijos: Diego y Baltasar. El primero de ellos fue designado por su padre y por otro de los intervinientes en esta empresa (Anes van Daizel) como su repre-sentante en el viaje que se proyectaba realizar, con el cargo de 80 HERNÁNDEZ MARTÍN (1999-2005: IV, docs. 2464, 2503, 2504 y 2505). 81 QUINTANA ANDRÉS, Pedro C. (2004: 297). Sobre su carrera en La Pal-ma contamos que en 1565 figura como vicario. A partir de 1568 se nómi-na cura de El Salvador. En marzo de 1569 aparece como doctor y en julio de ese mismo año como beneficiado (Archivo Parroquial de El Salvador (A.P.E.S.), Libro I de bautismos, fols, 18, 41, 55, 58, 59 y 61). 82 CATÁLOGO (1999: I, 148, fichas 412 y 413). 83 GARRIDO ABOLAFIA (1994). 84 QUINTANA ANDRÉS (2004: 297). 85 NOBILIARIO (1952-1967: II, 833). 86 HERNÁNDEZ MARTÍN (2005: 223-224). 129 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 31 alférez en una posible conquista. Probablemente don Baltasar falleció poco después, puesto que otorgó su testamento el 29 de febrero de 1572 y al día siguiente firmó un codicilo. Dedicado al comercio, poseyó una tienda en el centro urbano de Santa Cruz87, donde debió de establecer múltiples negocios tanto con los habituales vecinos como con los eventuales viajeros que tran-sitaron durante aquellos años por la capital palmera. Todo ello le llevó a disfrutar de una desahogada economía a la que acom-pañó de una privilegiada posición social. No en vano, sus des-cendientes alcanzaron, entrado el siglo XVIII, el estatus de no-bleza titulada con la concesión por Carlos III del marquesado de Guisla-Guiselín. Anes van Daizel fue otro de los que prestaron su bolsa como respaldo a este viaje. Al igual que Guisla era natural de los Es-tados de Flandes, y existe constancia de su presencia en La Palma desde 1558. Pocos años más tarde se avecindó de forma permanente en Santa Cruz de La Palma. Entregado a los nego-cios de importación y exportación, de inmediato se integró en la vida insular. Así, es preciso consignar que el 9 de mayo de 1565 contrajo matrimonio con Susana Jaques, y el 18 siguiente estableció una importante compañía comercial dedicada al trá-fico de mercancías con los caballeros Luis Van de Walle «El Viejo» y el hijo de éste, Tomás88. Para la dotación de esta socie-dad se dispuso de un capital inicial de 5.000 doblas de oro de a 500 maravedíes de la moneda de Canaria. La contribución de van Daisel fue de 1.500 doblas89. No obstante, su actividad eco-nómica fue mucho más extensa, de lo cual tenemos constancia a través de la escribanía de Domingo Pérez, que refleja con pro-lijidad diversas transacciones financieras con los mercaderes más reputados de La Palma90. Estableció su vivienda junto a su mujer y sus hijos en una casa que él mismo ordenó construir de la calle Real, cerca del puerto (en la actualidad O’Daly, 34), y que obtuvo tras un acuerdo con Luisa de Mérida91. El inmue- 87 HERNÁNDEZ MARTÍN (2005: 223-224). 88 HERNÁNDEZ MARTÍN (2005: 236, 255-261). 89 PÉREZ GARCÍA (1995: 79, 81-82). 90 HERNÁNDEZ MARTÍN (2005: 236). 91 PÉREZ GARCÍA (1995: 79, 81-82). 130 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 32 ble era una edificación de dos plantas, en el que el piso alto se destinó a habitación y la parte baja para lonjas y almacenes donde guardar toda clase de géneros. Curiosamente, una hija suya, Juana, fue apadrinada por Beatriz Martín, esposa del pre-citado Jacques de Monic92. Finalmente, es necesario mentar a Miguel Pérez, el marino contratado para conducir la nave hasta la mítica isla o cualquier otra que se descubriera. De ascendencia portuguesa por todos sus costados, Pérez ejercitó a lo largo de su dilatada vida los cargos de capitán del número de Su Majestad, piloto mayor de La Palma y familiar del Santo Oficio93. Contrajo matrimonio con Melchora Hernández de Ocanto, hija del mercader Baltasar Hernández de Ocanto y de su esposa Francisca Hernández de Aguiar, ambos nacidos en La Palma. Del enlace entre el experi-mentado piloto y la joven palmera quedó una sola hija, Fran-cisca Pérez de Ocanto, la cual murió asesinada en 1629 a ma-nos de su marido, el licenciado Blas Lorenzo de Cepeda94. Por 92 HERNÁNDEZ MARTÍN (2005: 234). 93 PÉREZ GARCÍA (1995: 173-174). 94 El capitán Andrés de Valcárcel y Lugo (1607-1683), uno de los pri-meros historiadores de La Palma, describe en su manuscrito Cosas notables este luctuoso suceso de la forma que sigue: (fol. 17v) (En el margen dere-cho): Muerte lastimoça. Martes 29 de maio de 1629 a el amaneser se halló a doña Francisca Peres de Ocanto, mujer del lisensiado Blas Lorenco de Sepeda, en sus casas, muerta en la cama con muchas puñaladas, la qual yo vi de los primeros. Díjose le abía muerto el dicho su marido, el qual se retrajo al Convento de Santo Domingo, y se ausentó desta ysla. Y era la doña Francisca persona muy honrada y comunmente por tal tenida, y sin causa ni rasón se (fol. 18r) le dio la muerte. Fue obra de nuestro adbersario que sin sesar las está salisitando y maquinando, ténganos Dios de su mano y nos libre de sus ilusionez. Lunes cuase a la noche estube con el dicho lisensiado Sepeda en su casa, que le fui a hablar para que en la causa executiba que my madre siguía contra los bienes de my padre por su dote y aras y mitad de multiplicados me ysiese y otorgase la fiansa de la ley de Madrid, la qual con toda boluntad y cariño otorgó. Era hombre muy hon-roso y muy amigo de sus amygos y deudos. Prendieron por dicha muerte a algunos deudos suios por serlo sin otra rasón porque todos estaban yno-sentes; era teniente el lisensiado Juan Gonsález Sid, y yo fuy preso tanbién por desir fuy parte para que el dicho lisensido Sepeda saliese desta ysla, y lo fue el lisensiado don Luis y don Myguel, su hermano, hijos del capitán Juan Vendoual Vellido, y lo fueron Diego y Juan de Santa Cruz. Y en esta 131 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 33 esta razón Miguel Pérez tuvo que ocuparse en su senectud del cuidado de sus nietos, todos ellos menores de edad. A su muer-te estaba en posesión de diversos objetos suntuarios, y dejo a su hermana Isabel Pérez —viuda por entonces de Juan Martínez— de una renta vitalicia de un tostón diario y de una esclava ne-gra llamada María. Tenía pendiente, además, el cobro de diver-sas deudas. La familia de su esposa, como indica Pérez García, logró en poco tiempo una considerable notoriedad social95. A modo de ilustración puede señalarse que los dos hermanos de doña Melchora alcanzaron importantes cargos: Gaspar, clérigo pres-bítero, fue comisario del Santo Oficio de la Inquisición en La Palma, beneficiado de la Parroquia Matriz de El Salvador (en-tre 1597 y 1619)96 y vicario episcopal en la misma isla97; por su parte, Baltasar ocupó plaza como jurado y regidor en el cabildo palmero. Más tarde marchó para América, donde residió cerca de treinta años, no teniéndose más noticias de él cuando falle-ció su hermano Gaspar98. Centrándonos en la trayectoria del capitán Miguel Pérez en cuanto a su relación con el mar, habría que agregar que com-binó las actividades náuticas con las puramente comerciales. En este sentido es destacable que lo encontremos relacionado con uno de los mercaderes descritos más arriba, concretamente con Baltasar de Guisla, a quien Pérez dio poder para que pudiese cobrar en su nombre 120 reales que le debía Juan López, veci-no de La Gomera99. Pero sobre todo es necesario subrayar que ocasión fuy a la Real Audiensia de Canaria a mis pleytos que tube sobre la partición de los bienes de my padre, para lo qual me dio lisensia Martín de Nábeda, executor que bino sobre esta muerte; y luego que llegué les remití probición para que fuesen sueltos sin costarles cosa alguna porque no vbo mas motibo para la prición que el ser parientes. (A.F.P., caja 9, n. 2. Vid. además, LORENZO RODRÍGUEZ (1975-2000: I, 189; II, 350). 95 PÉREZ GARCÍA (1995: 173-174). 96 LORENZO RODRÍGUEZ (1975-2000: I, 57). 97 En alguna ocasión se le ha nombrado como uno de los patrocina-dores de esta empresa para descubrir San Borondón, aunque se trata de una confusión con el citado Gaspar González (Cfr. PÉREZ GARCÍA, 1995: 174). 98 Recogido en el testamento de Gaspar Fernández Ocanto (A.G.P., P.N. Escribanía de Andrés de Armas (1622), fol. 219r). 99 HERNÁNDEZ MARTÍN (1999-2005: IV, doc. 2358). 132 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 34 además de piloto era, también, copropietario del «San Andrés», que así se denominaba el navío que se fletó para ir hasta San Borondón. 4.2. La expedición Como quedó apuntado en la introducción, las primeras pis-tas sobre la existencia de esta empresa las obtuvimos de Cioranescu100, que nombra algunos de los documentos que ge-neraron los preparativos de la expedición (números 1, 4 y 5 de nuestro Apéndice), aunque sin mencionar su localización ni sa-car conclusiones de ellos. Estas piezas, así como otras comple-mentarias que también presentamos, fueron halladas en el Ar-chivo General de La Palma, Sección Protocolos Notariales, y mediante su lectura podemos reconstruir únicamente las labo-res previas a la expedición, pero no nos permiten tener la certe-za de que la aventura de descubierta se llevara finalmente a cabo. Lo que sí podemos asegurar es que la iniciativa la tomó Melchor de Lugo, seguramente entre abril y mayo de 1570. El 18 de mayo de ese año suscribe, junto con Jacques de Monic y ante el escribano Hernán Pérez, un documento de fletamento en el que ya se apuntan las condiciones generales del viaje (Apéndice, doc. 1). Este contrato, que fleta el navío «San An-drés », propiedad —como señalamos— de Miguel Pérez, muestra que ya en esa fecha estaba madura la idea, tal vez meditada desde que a principios de abril ordenara el Regente Pérez de Grado las pesquisas sobre San Borondón. No sabemos si a la sazón se había realizado o no la gran operación comandada por Fernando de Villalobos, cuya fecha exacta desconocemos, pero es plausible pensar que las prisas manifestadas por Lugo y sus compañeros en la documentación conservada se deban a una seria competencia para descubrir las nuevas tierras y lograr las riquezas y honores derivados de ellas. Tampoco tenemos ninguna noticia de la existencia de capi-tulaciones regias previas a la expedición, a pesar de que éstas 100 CIORANESCU, Alejandro. «Nota 1». En: TORRIANI (1999 2: 324). 133 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 35 eran frecuentes en este tipo de aventuras para, como hicieron por ejemplo los mencionados Francisco Fernández de Lugo en 1519 y Gabriel de Socarrás en 1537, asegurarse los derechos y mercedes reales correspondientes en caso de que el viaje tuviera el éxito anhelado. Esta ausencia de capitulaciones bien puede incidir en la idea de las prisas por llevar a cabo la operación antes que los miembros de la expedición rival de Villalobos, ya que la obtención de estos documentos suponía desplazarse a la Corte para someter el proyecto a la aprobación del rey, lo cual retrasaría en demasía el inicio de la empresa. En cualquier caso, los expedicionarios podían estar seguros de que no se les nega-rían sus derechos a posteriori si San Borondón llegara a encon-trarse. Por eso la carta de fletamento prevé la ampliación del contrato del «San Andrés» para llevar a España a los interesa-dos en caso de que la isla se dejara abordar por fin. Cien doblas de oro de la moneda de Canaria (50.000 mara-vedíes) fue el precio estipulado por las partes para fletar el bar-co durante un mes, pagadero en su totalidad si el viaje concluía antes. Si por el contrario la navegación se prolongaba por más tiempo o si finalmente había que hacer el deseado viaje a la península para dar razón del descubrimiento, el importe se incrementaría proporcionalmente. Aparte del precio, como era costumbre, los organizadores habían de hacerse cargo de la ali-mentación de la tripulación, mientras que el propietario del barco se obligaba a su arrendamiento «con todos los aparejos y barca y sano de quilla y costado». En el momento de la firma del contrato Miguel Pérez recibió en metálico la mitad del pre-cio inicial, además de cuatrocientas varas de paño de seda por valor de veinticuatro doblas. Las veintiséis restantes y el posible incremento por el tiempo adicional habrían de ser abonados al regreso. El mes contratado por Melchor de Lugo y Jaques de Monic comenzaba a contar desde el día de la firma de esta primera carta, por lo que cabe pensar que todo estaba ya dispuesto para zarpar en cualquier momento. Sin embargo, algo ocurrió en los cuatro días siguientes porque el 22 de mayo, esta vez en casa de María de Castilla y ante el escribano Luis Méndez, el maestre del «San Andrés» revoca el fletamento anterior y redacta un 134 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 36 documento equivalente con el mismo Melchor de Lugo, que había roto su asociación con Monic y se presentaba esta vez con los enumerados anteriormente María de Castilla, Gaspar Gon-zález, Baltasar de Guisla y Anes van Daizel (Apéndice, doc. 2). Parece que esta participación comercial tenía más respaldo o quizás se le antojó más viable que una sociedad bipartita con Monic, lo cual pone de manifiesto no sólo la ambición y espíri-tu aventurero de Lugo sino también su sentido práctico, ya que buscó la colaboración de algunos de los más adinerados indivi-duos de La Palma, los cuales debían sufragar los gastos necesa-rios para poder llevar a cabo el viaje. El liderazgo de Lugo se materializa definitivamente en otra escritura firmada el mismo día (Apéndice, doc. 3), donde los socios estipulan que el médico se embarca como sobrecargo y capitán de la expedición, quedando todos los participantes obli-gados a acatar sus decisiones. El título de sobrecargo, dado en la marinería al responsable del cargamento de un barco mer-cante, no ha de extrañar en esta empresa, ya que en el segun-do contrato de fletamento impone Miguel Pérez una cláusula que obliga al resto a aceptar un cargamento de quesos, ganado u otra mercancía en caso de que el viaje fuera suspendido cuan-do el barco se hallara en El Hierro. De los beneficios de este flete, Pérez se beneficiaría con un tercio del total como dueño de la carabela. El reparto de cargos que se hace en la casa de María de Castilla no termina, sin embargo, con los poderes otorgados a Lugo. Así, en la misma pieza cada otorgante nombra a un re-presentante en el barco para que cualquier descubrimiento sea legalmente formalizado por todos los implicados, de manera que cada uno de ellos tenga derecho a defender su participación efectiva cuando llegue el momento de obtener los beneficios esperados. La viuda de Riberol envía, pues, a su hijo menor, Lucano, cuyo papel en el viaje se aclararía un día después, como veremos; Gaspar González remite a su hermano Baltasar, que recibe el encargo de asumir los títulos de capitán y sobrecargo del grupo que, eventualmente, tuviera que quedarse en la isla que se descubriera si hubiese necesidad de conquistarla o explo-rarla; y Baltasar de Guisla y Anes van Daizel comisionan al hijo 135 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 37 del primero, Diego de Guisla, que además asumiría el título de alférez en caso de que este desembarco tuviera que llevarse a cabo. Todos estos representantes estaban probablemente implicados desde el principio en lo que se estaba organizando, como lo demuestra su participación como testigos en los fletamentos del «San Andrés». Dos de ellos, Lucano de Riberol y Diego de Guisla, firmaron incluso la malograda primera locación en la que participaba Jacques de Monic, lo cual ilustra con claridad las buenas relaciones que ya tenían previamente con Melchor de Lugo. Tal vez fueron ellos los que se encargaron de recabar la ayuda de sus respectivos parientes y amigos potentados para que se implicaran en el proyecto cuando se rompió esta prime-ra sociedad, y quizá fue por esto mismo por lo que los nuevos socios, a su vez, los designaron sus delegados en el navío. Pero además de éstos hay otros seis testigos de los preparativos pre-vios a la partida: Juan Camacho101, que firma en el primer do-cumento y que probablemente acompañaba a Monic; Diego de Arguijo102, que rubrica las dos cartas del día 22 de mayo; Juan Rodríguez de Betancor103, que sólo aparece en la segunda de 101 Es posible que se trate de un hijo del célebre escribano público de Santa Cruz de La Palma Alonso Camacho y de su segunda mujer, María González. Sobre la cuestión que nos determina, es conveniente subrayar que si ello fuera así, una hija del dicho Alonso Camacho y su primera es-posa, conocida como Beatriz de Almonte, concretamente Francisca Cama-cho, se prometió en matrimonio con el mentado Thomas Nichols, proyec-to que se frustró a causa del encarcelamiento por la Inquisición del escri-tor británico. A su vez, este Juan Camacho debía de encontrase en torno a la mayoría de edad (HERNÁNDEZ MARTÍN (1999-2005: IV, doc. 2208). 102 El licenciado Arguijo fue nombrado teniente de gobernador en La Palma en 1551 por Juan Ruiz Miranda. Con posterioridad lo encontramos en la corte como apoderado del licenciado Armenteros, gobernador de Tenerife y La Palma. Quizá el hecho más significativo en relación con nues-tro asunto es que en 1565 recibió una carta de poder mixta por parte de Bartolomé Morel junto al estudiado Hernando de Villalobos, promotor de la otra expedición a San Borondón de 1570. El 9 de junio de 1581 abre ante la Inquisición expediente de información de limpieza de sangre suyo y de su mujer, Beatriz de Rojas (A.M.C., Inquisición, Fondo general, I-5). 103 A través de la edición de los protocolos de Domingo Pérez sabemos que Juan Rodríguez Betancor estuvo establecido como vecino de Santa Cruz de La Palma a lo largo de la década de 1560. 136 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 38 ellas; y por último Guillén Lugo de Casaus104, Pedro González105 y Hernando Riquel106, que probablemente acompañan a Diego de Solís (del que hablaremos enseguida) porque sólo aparecen como testigos de las dos escrituras validadas el día 23. Quiere esto decir que al menos siete personas más conocían la inten-ción de ir a la descubierta de San Borondón aparte de los cinco organizadores y de sus tres comisionados. El hecho de que Baltasar de Guisla y Anes van Daizel nom-braran al mismo representante no significa que tuvieran menos parte que los demás en la organización y financiación del viaje, ya que si así fuera quedaría constancia explícita en los documen-tos conservados, muy minuciosos en lo que a responsabilidades y repartos se refiere. Más bien debemos encontrar las causas en su mutua confianza, intuida sobre su origen común. Baste ci-tar que Baltasar de Guisla nombró como primer albacea de su testamento a Luis Vandewalle «El Viejo», tío político de Anes van Daizel. Las responsabilidades de cada socio y expedicionario se van despejando, y para que conste que todos los copartícipes las 104 Guillén Lugo de Casaus. Era hijo de Francisco Fernández de Lugo, colono de La Palma, a quien en 1515 el adelantado de Canarias Alonso Fernández de Lugo le concedió 20 cahíces de tierra en la montaña de Miguel Aguado y otros 12 cahíces en la Lomada del Mudo, ambos empla-zamientos localizados en Garafía. Ocupó un oficio como regidor en el Ca-bildo de La Palma, isla donde residió casado con Ana de Betancor. En 1559 obtuvo licencia por parte de Felipe II para emprender un viaje a Guatema-la con el fin de visitar a su hermano Alonso Hernández de Lugo, clérigo en aquellas tierras. Sin embargo, desconocemos si materializó dicha travesía. Pocos años después —en 1565— recibió desde Tistla, donde por aquellas fechas moraba el referido presbítero, 100 pesos y algunas piezas de plata para su mujer, la cual, una vez quedó viuda, recibió del Concejo licencia para fabricar un molino hidráulico a continuación del que tenía Gerónima Benavente en el Barranco del Río (Santa Cruz de La Palma). 105 Lo poco que conocemos sobre Pedro González es que poseía el ofi-cio de sastre y era vecino de La Palma. En los libros sacramentales de la Parroquia de El Salvador aparece recogido entre 1564 y 1582, donde cons-ta, además, que estuvo casado con Juana Blas, con la que procreó seis vás-tagos (GARRIDO ABOLAFIA, 2005: 217). 106 Lo único que hemos conseguido desempolvar sobre este personaje es que era vecino de La Palma en 1570, según refiere la documentación transcrita en el apéndice. 137 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 39 aceptan, además de la tradicional renuncia a las leyes y la su-misión a los tribunales que puedan contradecir lo suscrito, to-dos ellos se obligan a guardar el contrato bajo la autoimposición de una multa de 200.000 maravedíes que cualquier posible incumplidor tendrá que pagar al resto. Leyendo esta cláusula entre líneas (tal vez con alguna malicia de nuestra parte) es posible que podamos ver la sombra de un incumplimiento pre-vio de un contrato similar, que no sería otro que el primero que firmó Melchor de Lugo con Jacques de Monic. Según esta in-terpretación, es posible que Monic acabara siendo el que rom-pió el pacto inicial, dejando a Lugo en la necesidad de buscar nuevos socios, un contratiempo que se prolongaría muy poco pero que debió de suponer grandes quebraderos de cabeza para el médico palmero. Sin embargo, es necesario subrayar que a pesar de que esta conjetura carece de una base sólida puesto que en la formalización de cualquier carta de fletamento era usual añadir una cláusula penal de este tipo (entre 10.000 maravedíes para el archipiélago y 100.000 para trayectos más largos) no deja de llamar la atención que el hipotético castigo que se firmó fuera elevado a la suma monetaria más cuantiosa de cuantas pudieron haberse escogido107. Pero queda por dilucidar el papel de Lucano de Riberol en el reparto de tareas que se realiza en el domicilio de su madre. Para ello tenemos que revisar dos documentos redactados en el mismo lugar al día siguiente, 23 de mayo, por el escribano pú-blico Hernán Pérez (Apéndice, docs. 4 y 5). En ellos el joven aventurero recibe un poder de Diego de Solís108 para que pueda recibir en su nombre un préstamo en la ciudad de Sevilla, a donde Riberol tendrá que ir acompañando a Melchor de Lugo si San Borondón es descubierta en el transcurso del viaje. Diego de Solís da permiso a Lucano de Riberol, pues, para que bus- 107 HERNÁNDEZ MARTÍN (1999-2005: III, 21-30). 108 Se trataba de un mercader, propietario de alguna haciendas y no ajeno a la cultura libresca. No en vano en 1599 el Convento de la Inmaculada Concepción de Santa Cruz de La Palma recibió de sus herede-ros 40 doblas para comprar libros con destino a la biblioteca de dicho cenobio (A.G.P., P.N., Escribanía de Juan Sánchez Ortega (1599, septiem-bre, 3), s.f.). 138 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 40 que en Sevilla, si le resulta necesario, a cualquier persona que quiera prestarle cien ducados de a once reales, dinero que Solís reembolsaría al prestamista que se presentara en la isla de La Palma con los correspondientes documentos acreditativos firma-dos por el tomador de este poder. Castilla, por su parte, se obli-ga a pagar esa cantidad a Solís en cuanto tenga constancia de que éste ha satisfecho el préstamo. Este extraño círculo de préstamos no era infrecuente en ciu-dades con fluido tráfico mercantil, ya que permitía la posibili-dad de que personas acaudaladas pudieran obtener dinero efec-tivo en lugares en los que su reputación y riqueza no eran suficientemente conocidas. Lo que llama la atención en este caso es que Lucano de Riberol tuviera que recurrir a este me-dio en Sevilla, ciudad en la que su padre no era en absoluto un desconocido. No en vano, fue allí donde realizó sus estudios universitarios y donde recibió toda la ayuda necesaria para edi-tar su famoso libro Alabança de la pobreza. Aunque si bien de esto hacía ya catorce años, no parece demasiado tiempo para que se hubiera perdido su memoria en la ciudad andaluza. En cualquier caso, lo cierto es que el hijo del célebre jurista no sabía a quién recurrir en Sevilla, por lo que tuvo que buscar el apoyo de un comerciante mejor relacionado allí y cuyo nombre pudie-ra abrirle las puertas y las bolsas109. Diego de Solís, notable ne-gociante, tenía a la sazón con María de Castilla la explotación a medias de un viñedo en el término de La Breña, y fue su parte de la producción lo que la dama ofreció a Solís como garantía de pago del préstamo prometido a su hijo. El encargo hecho a Lucano de Riberol de ir con Lugo a dar al rey la noticia del descubrimiento de San Borondón supone un honor que lo destaca entre el resto de los expedicionarios. Es muy probable que el joven no tuviera aún la preparación nece-saria para que se le encomendara la capitanía del barco o de la 109 En los protocolos de Domingo Pérez consta algún trato mercantil de Solís con comerciantes sevillanos. Sirva a título de ejemplo que en 1559 dejó a Juan Agustín, vecino de Sevilla, mareante y sobrecargo del barco «Nuestra Señora del Camino», 4 pipas de vino para que transportase hasta el puerto de Ulúa en el Caribe. Ver, HERNÁNDEZ MARTÍN (1999-2005: IV, doc. 1884). 139 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 41 tropa que había de quedar en la tierra que descubrieran, y pue-de que ni siquiera estuviera capacitado para ejercer de alférez en la conquista de San Borondón, pero es muy posible que sus compañeros quisieran ofrecerle a cambio la oportunidad de pre-sentarse personalmente ante el monarca para darle tan fantás-ticas nuevas, de manera que el papel de María de Castilla en la organización de la aventura quedara recompensado con este honor para su familia. No hay que olvidar que, si Melchor de Lugo fue el propulsor de toda esta exploración, María de Castilla fue, al menos, la anfitriona de las reuniones en las que se acor-daron todos los pormenores del viaje, y no es casualidad que su firma aparezca en primer lugar en el documento por el que el barco es fletado a los aventureros (Apéndice, doc. 2)110. Una vez que ya estaban previstos todos los detalles de la expedición, es razonable pensar que ésta partiera del puerto de Santa Cruz de La Palma en el plazo de muy pocos días, toda vez que el «San Andrés» se hallaba preparado y el mes de con-trato firmado con su maestre había empezado a contarse ya. Sin embargo, como venimos refiriendo, nada sabemos con cer-teza a este respecto puesto que no hay más rastro documental que el que hemos descrito. Lo cierto es que, como podemos suponer, la tripulación no llegó a vislumbrar en ningún momen-to la isla de San Borondón, y en caso de que sí la vieran, es cosa clara que no llegaron a hollar sus costas, puesto que tal propósito no ha sido nunca posible a pesar de la existencia de algunos testimonios que afirman lo contrario. La prevención de Miguel Pérez de asegurarse de la posibilidad de utilizar el viaje para cargar mercancías en El Hierro parece, pues, el punto más sensato de todos los tratados en los preparativos de la aventura, y si finalmente recogieron este cargamento es de creer que los inversores pudieron, al menos, recuperar parte del dinero des-embolsado, lo cual significaría que la expedición en busca de San Borondón habría resultado todo lo exitosa que cabría espe-rar, dada la inexistencia física de la isla viajera. 110 Por alguna extraña razón, la firma de María de Castilla no aparece en el doc. 3 del Apéndice, en el que se establecen las condiciones generales y particulares de la expedición. No obstante, este documento comienza relacionando a todos los participantes, entre los cuales se encuentra la viu-da de Riberol destacada en primer lugar. 140 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 42 4.3. El barco Por último, no queremos concluir este apartado sin mencio-nar las vicisitudes del navío que participó en la expedición: el «San Andrés». En la documentación aparece mencionado indis-tintamente como carabela o carabelón. Sin embargo estas dos acepciones no son términos sinónimos por lo que se hace perti-nente delimitar sus diferencias para poder establecer con preci-sión de qué tipo de embarcación se trata. En líneas generales, una carabela era un navío muy ligero; de modestas proporcio-nes (normalmente de menos de 100 toneladas); de cubierta es-trecha; y también de forma y aparejo muy variado dado que podía usar velas latinas o cuadradas, tener entre cuatro y dos palos, o incluso ostentar puentes o carecer de ellos. Atendiendo a sus características se destinaron tanto al comercio (su reduci-do calado les permitía fondear en todo tipo de litorales) como a viajes marítimos de exploración (por su rapidez de movimiento). Su denominación se extiende, de esta manera, a las naves dedi-cadas a estos servicios dadas sus facultades y capacidades pro-pias, y no se refiere a barcos con una naturaleza o un equipa-miento bien definido. La otra acepción, carabelón, podría remitir a una carabela pequeña o a un bergantín; y aunque estos bar-cos no eran similares, lo cierto es que tampoco eran muy dife-rentes. Por tanto, el «San Andrés» era una nao pequeña, ligera, con dos o tres palos, seguramente con una sola cubierta y apa-rejada con velas latinas. El buque fue armado en la Villa de San Andrés, en el Nores-te de La Palma, probablemente en el Barranco del Agua, situa-do al Norte del pequeño núcleo urbano y con una amplia playa de callaos que facilitaría su montaje (Apéndice, doc. 6). La cons-trucción de una carabela no requería un coste muy elevado, y con frecuencia estos cauces hídricos fueron elegidos como em-plazamiento de efímeros astilleros. Asimismo, la frondosidad de los bosques palmeros, con todo tipo de especies arbóreas (espe-cialmente el pino canario, muy útil en la arquitectura naval) o la presencia de vecinos de origen portugués (quizá algunos de los cuales habrían trabajado con anterioridad como carpinteros 141 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 43 de ribera) debieron de ser determinantes en la fijación del en-clave111. Este tipo de industria en Canarias se mantuvo entre los si-glos XVI y XVIII como una explotación intermitente que dependía en buena medida del capital y de las necesidades mercantiles de cada momento, y que al mismo tiempo repercutía en otras in-dustrias que podían establecerse alrededor de ella112. De esta suerte, la construcción de un navío estaba condicionada a la intensidad del tráfico marítimo, la situación del comercio o la existencia de mano de obra especializada. No es extraño, por tanto, el montaje de buques en los barrancos. Sobre 1553 tene-mos constancia del equipamiento de una carabela latina nom-brada «Nuestra Señora de la Candelaria» en el Barranco de La Galga (Puntallana), paraje muy cercano al de la Villa de San Andrés. Dicho navío fue costeado por el comerciante Domingo González y el regidor Pedro Alarcón, para lo cual crearon una sociedad a partes iguales sobre la que se dividían los beneficios que reportasen las empresas que se emprendieran113. También, se ha podido documentar la construcción de una barca en el entonces denominado barranco de doña Águeda —hoy conoci-do como Barranquito de Zamora— en 1590114. El navío en cues- 111 Sobre la construcción naval en La Palma véase: DÍAZ LORENZO (1993); LOBO CABRERA (1985); LORENZO RODRÍGUEZ (1975-2000: I, 50-52); LORENZO TENA (2000); LORENZO TENA (2005); PADRÓN ALBORNOZ (1969); WANGÜEMERT Y POGGIO (1905); y YANES CARILLO (1953). 112 En relación con este asunto podría ser interesante rescatar el dato de que en 1590 Pedro Díaz Martela, vecino de Garafía, se obligó a entregar a Pedro Hernández Cordero, como administrador de la compañía formada por Luis Vandewalle Bellido, Diego de Guisla y los herederos de Francisco de Belmonte, 30 quintales de brea que debía elaborar en unas peguerías situa-das en Puntagorda (A.G.P., P.N., Escribanía de Bartolomé Morel, caja 2, cuaderno 1 (14 de febrero de 1590), s.f.). La brea era necesaria —entre otros requerimientos— para la impermeabilización de las embarcaciones. 113 HERNÁNDEZ MARTÍN (1999-2005: I, 207-208, doc. 325). 114 A mediados del siglo XVI este barranquito de Zamora, situado al sur de Santa Cruz de La Palma y cerca del puerto, fue conocido como de Jácome de Monteverde, probablemente porque tenía en sus proximidades la vivienda de su habitación. Más tarde, y durante muchos años, se deno-minó como de doña Águeda, debido a que doña Águeda de Monteverde, nieta del citado Jácome, tuvo allí su casa con linderos a las calles de la 142 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 44 tión se bautizó como «Nuestra Señora del Rosario» y fue reali-zado bajo el patrocinio del mareante y vecino de La Palma Gonzalo Pinto y del alguacil del Juzgado de Indias Gonzalo Perera. Se trataba de una pequeña embarcación destinada fun-damentalmente al tráfico interinsular. Para concluir su construc-ción los promotores pidieron un préstamo a Luis Maldonado y Guzmán, deuda contraída únicamente, según se desprende de la documentación, para ultimar algunos flecos, ya que el grue-so de la barca se encontraba armado. La nao debió de encon-trarse coronada en el verano de 1590 y de manera inmediata se puso a navegar115. En cuanto al «San Andrés» —que quizá deba su nombre a la popularidad que esta advocación gozó entre los hombres de mar116—, fue ensamblado durante la segunda mitad del XVI. Su promotor fue, entre otros, el mareante Gaspar Álvarez, quien con posterioridad vendió un tercio del mismo a Martín de Jaymes, y éste a su vez enajenó la mitad de esa dicha tercera parte a favor de Vicente Pérez. El capitán Miguel Pérez fue otro de sus propietarios. Como hemos aludido, la nao se destinó fun-damentalmente al comercio; así en el mes de septiembre de 1560 partió desde Santa Cruz de La Palma con destino al puerto de Santo Domingo (La Española) un barco homónimo cargado con 30 pipas de vino, aunque no contamos con la certeza que de fuera el nuestro117. Lo que sí podemos rubricar sin lugar a dudas es la última aventura de la carabela palmera. En un viaje llevado a cabo con destino a la península en 1571 (es decir, sólo un año después de intentar ubicar la ínsula fantasma) fue apresada por piratas berberiscos. En esta ocasión el «San Andrés» transportaba que-sos, maderas y otros productos no especificados. Una vez abor-dado, todos sus tripulantes fueron raptados y la mercancía ro-bada; la nave quedó entonces a la deriva frente a las costas de Real, a la calle de la Mar, al barranco y a la casa de los Mercatudos (vid. PÉREZ GARCÍA (1993: 650). 115 A.G.P., P.N., Escribanía de Pedro Hernández Guadalcanal, caja 7, cuaderno 3 (7 de junio de 1590), fols. 396v-399r. 116 HERNÁNDEZ MURILLO (2002: 201). 117 HERNÁNDEZ MARTÍN (1999-2005: IV, doc. 1950). 143 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 45 Huelva y unos marinos de las cercanías la condujeron al puer-to de Ayamonte, donde quedó depositada. Es así como el 20 de septiembre de ese año el citado Vicente Pérez confirió un poder especial a Cosme González, vecino de La Palma, para que pu-diese cobrar el sesmo que tenía en el «San Andrés», que se ha-llaba anclado en la prenotada villa onubense. 5. CONCLUSIONES Si las disquisiciones sobre la existencia o no de la isla de San Borondón han estado vigentes durante más de quinientos años hasta el punto de despertar el interés político y económico de gobernantes, potentados y mercaderes, no es de extrañar que su estudio proporcione todavía nuevos datos y perspectivas, toda vez que la documentación relativa a todos estos asuntos ha sido lo suficientemente ingente como para que podamos asegurar que son aún incontables los textos que quedan por rescatar del olvido. Un ejemplo de ello es la información escrita que generó la expedición que, auspiciada por Melchor de Lugo, se preparó en Santa Cruz de La Palma durante la primavera de 1570. So-bre la misma apenas se ha tratado hasta ahora, y las pocas ocasiones en que se ha hecho se ha abordado el acontecimien-to partiendo de errores importantes (como la confusión con otra expedición llevada a cabo el mismo año) o tomando sólo algún documento aislado de los que se conservan relativos a esta aven-tura. Queda aclarado, pues, que la expedición de la que tratamos es distinta de la que capitaneó Hernando de Villalobos, quien casi simultáneamente se embarcó con tres naves para descubrir la misteriosa isla. La organización de la expedición corrió a car-go de otras personas en su actividad como ciudadanos particu-lares, y el nombre de Villalobos, que actuaba por otro lado como Depositario General de La Palma, no consta en ninguna de las piezas consultadas. La organización del viaje fue patrocinada por algunos de los principales personajes de la segunda mitad del siglo XVI palmero, entre los que se encontraban profesionales, mercaderes y cléri- 144 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 46 gos de alta jerarquía. Todos ellos, pues, eran beneficiarios de una estimable posición social y económica, y podían, sin correr de-masiado riesgo, invertir parte de sus caudales en una empresa de resultado tan incierto, toda vez que un hipotético éxito de la expedición habría de aportarles fama y riquezas en grados ex-tremos. La minuciosidad y el cuidado puestos por estos personajes en la organización de los detalles de la empresa hacen pensar que la expedición se llevó finalmente a cabo, pero de ello no ha quedado testimonio documental en ninguna fuente manuscrita o impresa y, por tanto, no podemos asegurar tajantemente que así fuera. Queda por dilucidar la cuestión de que dicha expedi-ción no fuese recogida con posterioridad por ninguno de los historiadores que han tratado sobre este asunto, a los que les tendría que haber llegado alguna noticia de la misma. Sobre esto, cabe la posibilidad de que dicha empresa se mantuviese en forma privada entre sus promotores para no despertar la codi-cia o competencia de sus vecinos en caso de que llegasen a co-nocer el proyecto118, o quizá sepultada en la historia por la cele-bérrima expedición de Villalobos o por el dramático suceso de los Mártires de Tazacorte, ocurrido sólo unas semanas después. La última de las conclusiones que queremos hacer notar es precisamente la constatación de que con este artículo la isla de San Borondón no ha dejado en absoluto de tener ese misterio que la hace tan fascinante. Podemos asegurar que la fluctuan-te tierra, nube, pez o sombra seguirá siendo por mucho tiempo fuente de nuevas sorpresas no sólo en lo que se refiere a la aparición de informaciones o documentos como los que ahora presentamos, sino también en lo que aporta a disciplinas tan dispares como la óptica, la filosofía, la meteorología, el arte, la historia o la etnografía. Quede, pues, esta aportación como ejemplo de ello. 118 Tampoco se recoge en la mayoría de los textos históricos la más que probable expedición de la familia Carta llevada a cabo antes de 1746 (NO-TICIAS, 1997: 119). 145 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 47 6. BIBLIOGRAFÍA ABRÉU GALINDO, Juan de (1977). Historia de la conquista de las siete islas de Canaria. Ed. crítica con intr., notas e índice por Alejandro Cioranescu. Santa Cruz de Tenerife: Goya. ANAYA HERNÁNDEZ, Luis Alberto (1996). 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[2ª ed.], 1978, p. 256. (fol. 133r) (cruz) (En el margen superior izquierdo): Fletamento Sepan quantos esta carta vieren como yo, Miguel Peres, marean-te, vezino desta desta ysla de La Palma, maestre y señor que soy de mi navío nonbrado San Andrés, surto en el puerto prinsipal desta ysla de La Palma; otorgo y conozco por esta presente carta que fleto a vos Xaques de Monique y el liçen[çiado] Melchior de Lugo, médico, vezinos desta ysla, el dicho [mi] navío para con él y toda la gente dél hag[ays] viage al descubrimiento de San Boron-dón, yendo do[nde] vos los susodichos quereys yr, el qual os fleto con todos los aparejos y barca y sano de quilla y costado como es vso y costumbre fletar semejantes navíos; prometo y me obligo [por] esta presente carta de partirme del dicho puerto prinsipal 1 Los documentos incluidos en este anexo se presentan ordenados por una secuen-cia cronológica. Cada uno de ellos se encuentra encabezado por un número de orden, seguido de una descripción catalográfica y una transcripción completa. Los criterios paleográficos de la transcripción pueden ser abreviados en el respeto a la grafía origi-nal, desarrollo de las abreviaturas y el uso de puntuación y acentuación moderna don-de ha sido necesario para facilitar su lectura. 150 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 52 desta çiuda2 con el dicho mi navío y gente [dél] y quando que vos los susodichos me manda[rdes], tiempo haziendo y tiempo no per-diendo, y de navegar [e governar] el dicho mi navío para la parte y lugar d[e]3 vos los susodichos mandardes, con el qual dicho navío prometo y me obligo destar en el dicho descubrimiento de la dicha ysla de San Borondón, tiempo de v[n mes] cumplido primero si-guiente que comiensa a correr y se contar desde oy día de la fecha desta carta hasta ser cunplido y acabado, por el cual dicho tiempo me aveys de dar a mi y a el dicho mi navío y gente dél çien doblas de oro desta moneda de Canaria en esta manera: las çinquenta doblas, luego antes que haga el dicho viage, que confieso aver de vos recibido las dichas çinquenta doblas en4 dineros de contado en presensia del escrivano y testigos desta carta; e yo Hernán Pérez, escrivano público desta dicha ysla por la Magestad real, doy fee que en mi presensia y [de] los testigos desta carta, los dichos liçen
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Título y subtítulo | Una expedición de Melchor de Lugo para descubrir la Isla de San Borondón (1570) |
Autor principal | Regueira Benítez, Luis |
Autores secundarios | Poggio Capote, Manuel |
Publicación fuente | Anuario de estudios atlánticos |
Numeración | Número 53 |
Sección | Historia |
Tipo de documento | Artículo |
Lugar de publicación | Madrid ; Las Palmas |
Editorial | Cabildo Insular de Gran Canaria |
Fecha | 2007 |
Páginas | p. 099-166 |
Materias | Mitos geográficos ; Canarias |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 265676 Bytes |
Texto | 99 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 68 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN (1570)* P O R LUIS REGUEIRA BENÍTEZ MANUEL POGGIO CAPOTE RESUMEN La isla fantástica de San Borondón ha sido objeto de numerosas expe-diciones de descubierta a lo largo de la historia. Una de estas búsquedas, prácticamente desconocida hasta este momento, es la que organizó en 1570 el médico Melchor de Lugo con ayuda de algunos personajes importantes de Santa Cruz de La Palma. Este artículo estudia con detenimiento los por-menores de esta expedición y presenta los documentos que la testifican. Se proporciona además un repaso de las diferentes ocasiones en que San Borondón ha dejado su rastro en la documentación histórica. Palabras clave: islas atlánticas; Canarias; San Brandan de Clonfert; des-cubrimientos; expediciones; mitología. ABSTRACT Throughout History the fantastic island of San Borondón has been the aim of numerous discovery expeditions. One of these searches, scarcely known until the present time, was organized in 1570 by Doctor Melchor de Lugo with the help of several relevant personalities from Santa Cruz de La Palma. This article carefully analyses the details of this expedition and it presents the texts which bear witness to it. It is also a review of the different occasions in which San Borondón has left its trace on the historical documentation. Key words: Atlantic islands; Canaries; Saint Brandan of Clonfert; disco-veries; expeditions; mythology. * Agradecemos a Luis Agustín Hernández Martín la colaboración pres-tada en la preparación de este artículo. 100 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 2 1. INTRODUCCIÓN Aunque muchas de las expediciones realizadas a lo largo de la historia para abordar la isla fantástica de San Borondón son de sobra conocidas, también es un hecho cierto que algunas otras tentativas pasaron más desapercibidas a los cronistas de su tiempo y, por tanto, a los historiadores de los siglos siguien-tes. El hallazgo en el Archivo General de La Palma de unos documentos que dan cuenta de los preparativos de una de estas expediciones se nos presentó como una oportunidad inmejora-ble para estudiar un poco más a fondo el fenómeno de la apa-rición de esta isla y, sobre todo, para dibujar el paisaje histórico y social en el que se inserta este temprano episodio samboron-doniano. Los documentos en cuestión están datados en el año 1570, que, como se indicará, fue especialmente generoso en mostrar a los canarios la silueta de San Borondón. Además, como también apuntaremos, ésta no fue la única expedición que se preparó este año para lograr el mismo fin, ya que Hernando de Villalobos organizó otra cuyas escasísimas referencias han sido ampliamente divulgadas. Sin embargo, la empresa descrita en los documentos recientemente hallados es completamente inédita, y abre nuevas vías de investigación no sólo en lo refe-rente a los pormenores del mito, sino también sobre otros te-mas que no por ser en este caso tangenciales deben ser tenidos por asuntos secundarios, dado que nos ayudan a definir el con-texto histórico en el que se movieron los protagonistas de las operaciones de descubierta. Por este motivo el presente trabajo no se queda en la mera constatación del hecho, más o menos intuido, de que los habi-tantes de los archipiélagos macaronésicos hubieran organizado más expediciones de las que conocemos para lograr la conquista de San Borondón. La ocasión nos invita a hacer algunas otras reflexiones sobre el mito de la isla-ballena y, sobre todo, nos obliga a rescatar varios datos sobre algunos personajes importantes del Quinientos canario e incluso a desentrañar noticias que pueden arrojar luces sobre la construcción naval en el archipiélago. Éstas son las líneas generales de este artículo, que tiene el afán de abrir 101 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 3 nuevas ventanas a la investigación histórica de las islas atlánti-cas sin la menor intención de cerrar ninguna puerta, ya que todos los planteamientos que aquí se exponen son susceptibles de fu-turas aclaraciones, revisiones e incluso refutaciones. Los pasos previos a nuestra investigación se dieron en 1959. En esa fecha editó Alejandro Cioranescu la primera versión en castellano de la Descripción de las islas Canarias de Leonardo Torriani (ca. 1560-?), obra concluida hacia 1592 ó 15941. Los rastreos documentales realizados por el antiguo profesor de la Universidad de La Laguna en distintos archivos del archipiéla-go canario le condujeron hasta una parte de las piezas docu-mentales que analizamos en este trabajo. De esta manera, cuan-do Torriani trata en apéndice la cuestión de la mítica isla de San Borondón, su editor interpola una nota a pie de página donde asocia la expedición de Hernando de Villalobos (a la que sí se refiere el ingeniero cremonés) con esta otra que presenta-mos auspiciada por Melchor de Lugo2. Más tarde Cioranescu preparó igualmente una edición de la Historia de Canarias de José de Viera y Clavijo (1731-1813) en la que volvió a manejar nuevamente esos mismos datos, apuntando en otra nota al pie que de la expedición de Villalobos se había conservado la escri-tura notarial en la que se reconoce haberse tomado un présta-mo para marinar el barco que llevaría a cabo el periplo3. De ambas lecturas parece deducirse que Cioranescu mancomunó las dos expediciones (la capitaneada por Hernando de Villalobos y la promovida por Melchor de Lugo) como una sola empresa. En fecha reciente proporcionaron nueva luz sobre esta cuestión Pérez García4, Hernández Martín5 y Garrido Abolafia, quien lle-gó incluso a publicar uno de los documentos en los que se re-flejan los preparativos del viaje6. 1 TORRIANI (1959). La fecha de 1594 la tomamos de la edición realiza-da por José Manuel Azevedo e Silva (TORRIANI, 1999 1). La edición utiliza-da para este trabajo ha sido principalmente la última basada en la de Cioranescu (TORRIANI, 1999 2). 2 CIORANESCU, Alejandro. «Nota 8». En: TORRIANI (1999 2: 324). 3 CIORANESCU, Alejandro. «Nota 1». En: VIERA Y CLAVIJO (1967: I, 91). 4 PÉREZ GARCÍA (1995: 173-174). Cit. por PÉREZ MORERA (2000: 229). 5 HERNÁNDEZ MARTÍN (2000: 75 y 2005: 206). 6 GARRIDO ABOLAFIA (en línea). 102 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 4 2. TIERRA A LA VISTA. EXPEDICIONES EN BUSCA DE UNA ILUSIÓN Pero la historia de San Borondón es infinitamente más anti-gua. Tanto que podemos hacerla remontar hasta las más tene-brosas profundidades de la historia, porque desde esos momen-tos ya pretendía el hombre salir en busca de sus propias creencias, unas veces para comprobar que son erróneas y otras para sacarlas definitivamente del mundo de la mitología e in-troducirlas en el de la realidad. Esta inquietud no ha muerto en el ser humano, como lo demuestra actualmente el interés por la astrobiología y el gran número de prospecciones espaciales en busca de vida extraterrestre, pero de ello encontramos también en el pasado numerosos ejemplos, entre los cuales está la pro-pia existencia del archipiélago canario así como la de una bue-na cantidad de islas cuya realidad se ha terminado aclarando unas veces de forma positiva y otras de forma negativa. El resultado final ha sido la muerte de la creencia en tierras ma-ravillosas, flotantes o caprichosas, pero el pueblo ha logrado sa-biamente mantener en su memoria algunos de estos mitos des-velados, cuyo caso más claro en nuestro ámbito es la isla de San Borondón. La no-existencia de esta tierra ha quedado constata-da tan recientemente que aún conservamos el recuerdo de cuan-do transmitía no sólo la certeza de su tangibilidad, sino también la esperanza de que algún día lograríamos domesticar su volun-tad esquiva y extraer de ella los recursos que nos harían pros-perar. Entre las innumerables islas de origen mitológico o literario que pueblan la memoria y la imaginación de los hombres, hay que recordar que el caso de San Borondón tiene una caracte-rística especial que, aunque no lo hace único, sí lo diferencia de otras islas fantásticas. Nos referimos al hecho de que la isla no es simplemente un paraje que figura en relatos que se di-funden como cuentos o como pura literatura, ni tampoco un lugar desconocido del que se sospecha su existencia; además de estas dos cosas, San Borondón es una isla que aparece y des-aparece en localizaciones diferentes dentro de una amplia área 103 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 5 geográfica, dejándose ver realmente desde la distancia pero des-apareciendo siempre antes de que se pueda arribar a ella. El indiscutible hecho de que la isla se vea, ya sea por refracción o por reflexión de la luz, ya sea por cualquier otro fenómeno óp-tico, ha despertado en sucesivas etapas de la historia el interés de los marinos e incluso de los mandatarios, y por ello no han faltado nunca las discusiones académicas sobre su existencia que, más tarde o más temprano, habían de acabar en sucesivos intentos de comprobación práctica y, por tanto, en expediciones de descubierta. Dejando de lado las citas mitológicas clásicas, así como algu-na otra referencia medieval como la del autor árabe anónimo del Libro de los milagros, del siglo X, o la de Honorio Augustodunensis en su De imagine mundi (siglo XII)7, los primeros datos concretos sobre la San Borondón que vemos desde Canarias datan de la etapa inmediatamente posterior a la conquista del archipiélago, y no se han conservado testimonios de un posible conocimiento de ella por parte de los habitantes prehispánicos. Sin embargo, a juzgar por la profusión de información posterior y, sobre todo, teniendo en cuenta la realidad del fenómeno atmosférico que produce la ilusión óptica de la presencia de una isla donde no la hay, no es de extrañar que los indígenas de las islas, sobre todo de El Hierro, La Palma y La Gomera, estuvieran habituados a la contemplación de sus etéreas costas. Una explicación de este vacío de información podría estar en el hecho de que los colonos no se preocuparan por recoger minuciosamente el universo mitoló-gico de los antiguos isleños, que se ha perdido casi en su tota-lidad, pero probablemente la explicación más sensata esté rela-cionada con el escasísimo conocimiento que los aborígenes tenían de la navegación. Es muy probable que los bimbaches, benaho-ritas y gomeros vieran con relativa frecuencia la isla a la que nos referimos, pero también es seguro que oteaban con frecuencia el resto de las Canarias reales, a las que no podían llegar por su falta de cultura naval. Quiere esto decir que es posible que los aborígenes consideraran que San Borondón era tan real como Tenerife o La Palma, tierras que sólo habían contemplado en el 7 SÖRGEL DE LA ROSA (2001: 98-100). 104 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 6 horizonte y que tampoco parecen incorporadas a su sistema de creencias. Por tanto, tenemos que esperar hasta el asentamiento de los europeos para que aparezcan las primeras descripciones moder-nas centradas en la anomalía de San Borondón, si bien es cier-to que a partir de este momento no hay crónica o descripción de las islas que pase por alto este asunto. Basándonos en estas fuentes, en documentos originales de la época y en algunas in-vestigaciones posteriores, esbozaremos un croquis de las nume-rosas ocasiones en que se intentó descubrir y conquistar este espejismo, e incluso podemos identificar a algunos marinos que aseguraron haber estado cerca de conseguirlo, ya fuera de ma-nera voluntaria o fortuita. Nos parece interesante hacer este repaso somero porque nos permitirá establecer paralelismos con la expedición de 1570, cuyos detalles rescatamos y analizamos en este trabajo. Mediado el siglo XV era tal la certeza de que la isla existía que en numerosas ocasiones el rey Alfonso V de Portugal otor-gó incluso su propiedad a diversos personajes, como fue el caso de su hermano el infante don Fernando, cuyo vasallo Gonzalo Fernandes había visto la isla cuando volvía de las pesquerías de Río de Oro en 1461 pero «por lhe o tempo seer contrairo nom podera a ella cheguar»8; o la infanta doña Beatriz, también her-mana del rey y duquesa de Viseu, que obtuvo para sí y sus hijos una promesa de dominio y licencia para procurar encontrar esta tierra tras fracasar los intentos del infante9; o incluso Ruy Gonçalves da Câmara, que por sus servicios en África obtuvo el 21 de junio de 1473 la donación de una isla que había visto y cuya administración y jurisdicción civil y criminal había solici-tado al rey10. Las mismas concesiones otorgó el monarca a 8 1462, octubre, 29. Lisboa. Arquivo Torre do Tombo (A.T.T.), Místicos, vol. 2º, fol. 155r. En este documento se mencionan otras siete islas que un escudero de Don Fernando, Diego Afonso, había hallado con anterioridad a través de Cabo Verde y que en su momento también fueron donadas al infante. Cfr. ARRUDA (1932: 150-151). 9 1473, enero, 12. Lisboa. A.T.T., Chancelaria Affonso V, libro 33º, fol. 33v. Cfr. ARRUDA (1932: 156). 10 1473, junio, 21. Lisboa. A.T.T., Livro das ilhas, fol. 1v. Cfr. ARRUDA (1932: 157-159). 105 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 7 Fernão Telles, del Consejo Real, dándole la propiedad de las is-las que hallase y asignando a estos territorios los mismos privi-legios que se habían otorgado a Madeira11, matizando además en otra carta12 que estas prerrogativas se extendían tanto a las islas pobladas como a las despobladas, en previsión de que Telles se tropezara con la conocida como de las Siete Ciudades13. En 1484 el rey de Portugal recusó el préstamo de una carabela que le pedía un madeirense para explorar una tierra que veía todos los años de la misma forma14, pero el mismo año otorgó una carta de donación a otro habitante de la misma isla que propu-so hacer la exploración con sus propios medios, por lo que el monarca le prometió la capitanía de la nueva tierra si lograba encontrarla15. Con todo, la primera expedición de que tenemos noticias detalladas es la ideada en 1486 por Fernão Dulmo (Ferdinand van Olm), un flamenco vecino de la isla azoreana de Terceira que se propuso hallar, al menos, una gran ínsula que suponía ser la de las Siete Ciudades. Lo importante, una vez más, es que Dulmo pretendía llevar a cabo la expedición a sus expensas, por lo que el rey Juan II no puso impedimentos para su realización. Al contrario, el soberano aseguró que si la conquista fracasaba, él mismo enviaría hombres y escuadras de barcos con poder para llevarla a cabo, todo ello bajo el mando del mismo solici-tante. Ante las dimensiones de la empresa, el flamenco tuvo que asociarse, previo consentimiento del rey, con el mercader de 11 1474, enero, 28. Lisboa. A.T.T., Livro das ilhas, fol. 5v. Cfr. ARRUDA (1932: 160-162). 12 1475, noviembre, 10. Lisboa. A.T.T., Livro das ilhas, fol. 5r. Cfr. ARRUDA (1932: 180-181). 13 La mítica isla de las Siete Ciudades, frecuentemente relacionada con San Borondón, es una tierra en la que supuestamente se establecieron siete obispos portugueses que huyeron de la invasión musulmana durante la Edad Media. En esta isla fundaron ciudades en las que durante siglos man-tuvieron la lengua portuguesa y un modo de vida basado en el cristianismo piadoso. Un buen relato sobre esta isla fue recogido por Manuel Fernández Sidrón en el manuscrito 83-1/5 de la Universidad de La Laguna, que a su vez fue estudiado por Eloy BENITO RUANO (1970). 14 Este episodio es citado por Cristóbal Colón en su Diario de a bordo, 9 de agosto de 1492. 15 MARTINS (en línea). 106 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 8 Funchal João Afonso do Estreito, con quien habría de repartir los honores. Así, y según carta de Juan II, el día primero de marzo de 1487 habían de salir de Terceira dos carabelas com-pletamente pertrechadas y fletadas por Estreito y con tripulación pagada por Dulmo; la capitanía de la expedición sería para Dulmo los cuarenta primeros días y para el madeirense los siguientes, y la propiedad de las tierras halladas, así como las jurisdicciones civil, criminal y de alzada, habría de ser repar-tida entre ambos al cincuenta por ciento con carácter heredi-tario16. Al parecer la empresa no dio ningún resultado, pero Bar-tolomé de las Casas (1474-1564) hace referencia a ella cuando nombra al marinero gallego Pedro de Velasco, quien durante una estancia en Murcia informó a Cristóbal Colón (ca.1451- 1506) de una tierra que había visto al Oeste de Irlanda durante un viaje que hizo alejándose en alta mar. Velasco refiere que aquella tierra podía ser la misma que había intentado descubrir un tal Hernán Dolmos. El rey don Manuel, sucesor de Juan II, continuó con este tipo de donaciones etéreas del mismo modo que lo habían hecho sus ascendientes. Así, en el año 1500 emitió una carta a favor de Gaspar Corte Real, hijo del descubridor de Terranova João Vaz Corte Real, en la que se le hacía donación de cualquier isla o islas o tierra firme que descubriera17. Gaspar ya había llevado a cabo por este tiempo, infructuosamente, algunas búsquedas de islas en el horizonte de las Azores, pero al no darse por satisfe-cho, y ante la seguridad que tenía de encontrar finalmente las tierras anheladas, quiso asegurarse el premio y solicitó al rey esta donación, cuyas características generales coinciden con las de las concesiones previas. Este hidalgo tuvo algunos éxitos en su empresa pero no pudo hacer efectivas las donaciones: como relata el espía Alberto 16 1486, julio, 24. Lisboa. A.T.T., Chancelaria João II, libro 4º, fol. 101v. Cfr. ARRUDA (1932: 187-192). 1486, agosto, 4. Lisboa. A.T.T., Chancelaria João II, libro 19º, fol. 87v. Cfr. ARRUDA (1932: 193-195). 17 1500, mayo, 12. Lisboa. A.T.T., Chancelaria de D. Manuel, libro 13º, fol. 91. Cfr. ARRUDA (1932: 204-206). 107 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 9 Cantino en la carta que le envió al Duque de Ferrara18, Corte Real llegó a las costas de Canadá con sus dos navíos, uno de los cuales fue enviado a Portugal para dar cuenta de los pro-gresos mientras el otro continuaba con las pesquisas. Meses después don Manuel hace merced de numerosos privilegios y exenciones a Joan Martins, criado de su padre y compañero suyo en las expediciones de descubierta. En la carta de merce-des19 se justifican estas gracias por las noticias que tiene del descubrimiento de la tierra anunciada, extremo que se confir-ma porque más tarde el rey otorga a Miguel Corte Real, her-mano de Gaspar, una carta de donación de las tierras que le cediera éste y de las que hallase por sí mismo20, todo ello en vísperas de la salida de Miguel en ayuda de Gaspar, cuyo regre-so se demoraba en exceso. Por avatares que no se conocen, nin-guno de los dos hermanos volvió a Europa para relatar su aven-tura21. Más allá de las razones de alta política colonial y de la na-ciente pero asentada rivalidad náutica e imperial entre los rei-nos de España, Portugal e Inglaterra, cabría pensar que los gobernantes portugueses encontraron en la difusa posibilidad de la existencia de nuevas islas en el Atlántico una forma inocua de conceder mercedes sin asumir compromisos reales y sin des-embolsar fondos de la Corona. Comoquiera que todos los privi-legios que se concedían para la búsqueda de estas tierras esta-ban sujetos al éxito de las expediciones, en realidad las cartas de donación no eran más que papel mojado, y en caso de que 18 CORTE REAL, Gaspar. 1501, octubre, 17. Módena. Archivio di Stato di Modena, Dispacci della Spagna. Cfr. QUINN (1979: I, 148-149). 19 1501, enero, 27. Lisboa. A.T.T., Chancelaria de D. Manuel, libro 17º, fol. 5. Cfr. ARRUDA (1932: 207-208). 20 1502, enero, 15. Lisboa. A.T.T., Chancelaria de D. Manuel, libro 4º, fol. 3v. Cfr. ARRUDA (1932: 209-210). 21 Otras expediciones portuguesas similares, que no hemos logrado da-tar, son citadas por VIERA Y CLAVIJO (1967: 108, nota 1). Se trata del caso de Antonio Leme, de Madeira, que vio tres tierras desconocidas después de haber navegado demasiado hacia el Oeste; y del también madeirense Vicen-te Díaz, quien, tras haber visto una tierra desconocida al Oeste de su isla, se asoció con un comerciante genovés y armó una carabela con la que no halló nada. 108 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 10 alguna vez pudieran dejar de serlo porque se hallara alguna isla perdida en el océano, el principal beneficiario sería el Estado, que podría entonces permitirse el lujo de hacer efectivas las condiciones otorgadas al descubridor. Además, se da la circuns-tancia de que todas las capitulaciones de este tipo se otorgan a navegantes que proponen emprender los viajes con sus propios medios económicos, por lo que las arcas del reino no se ven diezmadas por la profusión de aventureros. Tal vez por ello el rey Juan II aprobó el costoso pero autofinanciado viaje de Dulmo y Estreito, cuando poco antes había rechazado financiar un via-je muy parecido que le proponía Cristóbal Colón para encontrar una ruta directa entre Lisboa y Oriente. Sin embargo, no parece adecuado pensar que los monarcas portugueses actuaran con malicia o tacañería, por más que fue-ran conscientes de que estaban ofreciendo humo a cambio de los grandes desembolsos que tenían que hacer los aventureros aspirantes a propietarios o capitanes de islas. De una u otra forma, lo cierto es que durante estos años se realizan algunos de los mayores descubrimientos geográficos, no sólo en las ori-llas occidentales del Atlántico, donde los europeos se toparon con el continente americano, sino también en las costas de Áfri-ca, exploradas con profusión, e incluso en medio del océano, donde aún estaba reciente el descubrimiento y población de Madeira y de las islas Azores. Por tanto, no es de extrañar que las donaciones de tierras aún sin descubrir, además de no re-presentar pérdidas para la Corona y servir de pago por diferen-tes servicios, obedecieran a la esperanza cierta de extender el imperio portugués por las aguas africanas al principio y por el nuevo mundo después. Y por último, no hemos de olvidar tam-poco el hecho de que San Borondón, como acostumbra a hacer aún hoy, se presentaba periódicamente ante la vista de isleños y marinos, e incluso hubo algunos que aseguraron haber desem-barcado en sus playas, como pueden ejemplificar estas palabras de Tomás Arias Marín de Cubas (1643-1704): pocos años despues de conquistada la Ysla de Thenerife llego a Canaria a el puerto de Gando por la parte de el sur una envar-cación francesa que havia salido de la Madera pª Thenerife; y sin pensar con un recio tiempo se hallo en las calmas de Canaria 109 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 11 onde el dia antes desgarro a media noche de el puerto de la isla de S. Borondon, porque fue tierra i ysla que no supieron decir aunque vinieron a tierra no hubo gente, vieron lugar de haver hecho fuego i tres bueies atados con unas correas, a unos pesebrones de piedra, cojieron naranjas, yerbabuena, mastrantos, i agua fresca de una fuente i todo lo mostraron i dixeron en Ca-naria i otras cosas que vieron22. Pero esta disquisición bien valdría para la política descubri-dora de los reyes españoles, que pronto aprendieron las venta-jas de otorgar donaciones de tierras aún sin descubrir. De esta manera, en 1519, el regidor de La Palma, Francisco Fernández de Lugo, aprovechando una estancia en la corte durante la cual intercambió la regiduría de esta isla por la de Tenerife, propuso a la corona de Castilla unas capitulaciones parecidas a las que se firmaron con Colón en Santa Fe en 1492. Estos convenios, que la corona aceptó de buen grado, estaban también en la misma línea que los concedidos a Dulmo y Estreito, de manera que propone ir con tres navíos a «arar la mar por espacio de un año, si fuere menester» hasta hallar esa isla que muchas veces divisaba desde La Palma y a la que llamaba Sant Blandián. A cambio, como era de suponer, pide el título de Capitán General durante la conquista y el gobierno perpetuo de la isla cuando ésta concluyera, además del título de Alguacil Mayor, un sala-rio, la décima parte del oro y plata que se obtuviera, el derecho de repartimiento de tierras (con un mínimo para sí), y otras condiciones entre las que estaba la posibilidad de nombrar per-sonalmente regidores y escribanos23. Un tiempo más tarde, no sabemos si meses o años24, Fer-nández de Lugo afirma en la corte que unos marineros a quie- 22 ARIAS MARÍN DE CUBAS, Tomás. Historia de la conquista de las siete yslas de Canaria. [Redacción de 1687]. Libro tercero, capítulo XV, fol. 123r. El manuscrito original se halla en el archivo condal de la Vega Grande (Las Palmas de Gran Canaria) y permanece inédito. Nosotros hemos trabajado con una copia, depositada en El Museo Canario, de la transcripción hecha por Pedro Hernández Benítez. Cabe apuntar que el pasaje referido no fue utilizado en la versión más divulgada de la Historia de Marín de Cubas, redactada en 1694. 23 CIORANESCU (1982: 3). 24 CIORANESCU (1982: 3). 110 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 12 nes había pagado para hacer la descubierta habían encontrado la isla y la tenían marcada para dar aviso de dónde estaba, por lo que pedía que se cumplieran las condiciones establecidas en las capitulaciones firmadas. Una expedición similar fue la organizada en 1526 por los palmeros Fernando Álvarez y Fernando de Troya, que salieron a la búsqueda de otro estrepitoso fracaso animados por las noticias de un desembarco lusitano un año antes. Los portugueses a los que nos referimos llegaron a la isla que identificaron con San Borondón por casualidad, ya que era la tierra más cercana a la que pudieron llegar para reparar su barco cuando, viniendo de Lisboa a La Palma, su nave comenzó a hacer aguas de manera peligrosa25. Una vez en tierra firme, los portugueses comproba-ron que estaba atravesada por un río y que era muy fértil, como atestiguaba el gran bosque de enormes y frondosos árboles. Por ello, los dos marinos canarios decidieron tratar de encontrar definitivamente la isla para beneficiarse de sus recursos y de la gloria y el reconocimiento real, pero tras haber navegado unos días por las inmediaciones del lugar del supuesto desembarco, volvieron derrotados y sin haber cumplido sus expectativas. Uno de los episodios más interesantes en este rosario de ex-pediciones es la capitulación de Gabriel de Socarrás en 1537. Se trata de unos documentos conservados en el Archivo General de Indias de Sevilla que fueron dados a conocer por Antonio Rumeu de Armas en 196526, aunque tuvieron que esperar hasta 1996 para que Emelina Martín los estudiara detenidamente27. En ellos se desvelan los planes de Gabriel de Socarrás Centellas, conquistador y regidor de La Palma, para ir a la conquista de la isla de San Bernardo, que había sido vista por su piloto An-tonio de Fonseca entre La Palma y La Española. El nombre propuesto de San Bernardo, como apunta Martín Acosta, puede no ser más que una forma de evitar el de San Borondón, de resonancias demasiado fantásticas para que el emperador Car-los lo tomara en serio, pero en realidad se trata de la misma isla a la que seguimos aquí el rastro. 25 TORRIANI (1999 2: 322). 26 RUMEU DE ARMAS (1965: 3). 27 MARTÍN ACOSTA (1996: 129-149). 111 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 13 Lo cierto es que en la capitulación Socarrás recibe licencia para descubrir, conquistar y poblar la isla, de la que recibiría los títulos de Gobernador, Capitán General y Alguacil Mayor, ade-más de otras mercedes y premios, especialmente en forma de rentas, tierras, vasallos y esclavos, cuya percepción estaría su-peditada, cómo no, al éxito de la empresa. En estos años se multiplican las noticias sobre personas que aseguran haber sido testigos de la aparición de San Borondón. Algunas de sus declaraciones, como las del franciscano fray Bartolomé Casanova, que vio una enorme isla frente a las cos-tas de Teno (Tenerife) en 155628, están fuera de toda sospecha y confirman la realidad de un efecto óptico que parece materiali-zar una extensión de tierra en aquellas latitudes. Otras, por el contrario, nos hacen pensar más bien en una manifiesta des-orientación de determinados nautas más o menos experimenta-dos que, de hecho, no están donde creen estar, como es el caso de los franceses que en 1560 vararon su barco para construir un nuevo palo mayor en lo que ellos creyeron la ínsula del san-to, donde a su marcha dejaron una cruz, una carta y algunas monedas de plata para atestiguar su arribada29. En otras oca-siones, incluso, las declaraciones pueden ponerse en duda por la propia credibilidad del testigo, siendo éste el caso de un tal Ceballos, un hidalgo que había huido de España tras cometer un homicidio y que refirió en 1554 haber estado en San Bo-rondón en varias oportunidades, en el transcurso de sus nave-gaciones por el atlántico30; o el del pirata John Hawkins, tío de Sir Francis Drake, que afirmó haber estado en tres ocasiones en la isla y que ésta estaba rodeada de unas corrientes tan fuertes que sólo los experimentados piratas podían llegar a sus orillas, y por eso los marinos más bisoños que la avistaban la perdían de vista a las pocas horas. Todas estas noticias, certeras o dudosas, vuelven a despertar el apetito descubridor de los isleños, y por ello en 1556 el portu-gués Roque Nunes, con dos de sus hijos y el cura Martín de Araña, organizó la única expedición de descubierta cuyo fin se 28 TORRIANI (1999 2: 323). 29 TORRIANI (1999 2: 323). 30 TORRIANI (1999 2: 322). 112 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 14 anuncia haber sido positivo, aunque sólo lo fuera de manera relativa. En efecto, a su vuelta los expedicionarios relatan que lograron acercarse a la isla tras escrutar los mares durante un día y medio, pero que al hallarla se vieron derrotados por su propio orgullo y volvieron a casa sin haber desembarcado en San Borondón porque no llegaron a ponerse de acuerdo sobre quién debía hacerlo primero. Llegados a este punto debemos hacer un paréntesis en la relación de avistamientos y expediciones, ya que nos acercamos a 1570, al que podríamos dar el título de «año de San Boron-dón ». El horizonte occidental del archipiélago canario fue du-rante este intervalo tan prolífico en manifestaciones samboron-donianas que el Regente de la Audiencia de Canarias se vio en la necesidad de encargar una investigación que, de dar resulta-dos positivos, había de llevar inexorablemente a la organización de una nueva expedición de descubierta. Y así fue, efectivamen-te: las pesquisas realizadas tuvieron como conclusión el conven-cimiento de que nuestra isla era tangible y, por tanto, suscepti-ble de ser abordada, conquistada, colonizada y gobernada como cualquier otra. Por este motivo se organizó la expedición que había de capitanear Hernando de Villalobos, conocida única-mente por las vagas noticias que de ella dan los cronistas. So-bre ella trataremos más tarde porque consideramos que está estrechamente relacionada con la expedición de Melchor de Lugo, sobre la que hasta ahora no se tenía prácticamente nin-guna reseña y cuyos pormenores daremos en este trabajo como primicia. Por si cabe alguna duda, sólo adelantaremos que las dos aventuras organizadas el año de San Borondón tuvieron finalmente un desenlace negativo. Igualmente debió de ser negativo el resultado de la expedición de Galderique Fonte y Pagés, que según Torriani estaba proyec-tada aproximadamente para 1592. El único referente que tene-mos sobre sus intenciones nos lo da el propio ingeniero cremonés, quien, tras mencionar la ineficacia de una expedición anterior, apostilla: «Espero en Dios que no suceda lo mismo a un hidalgo amigo mío, que se llama Galderique Pagés, de la isla de Tenerife, quien piensa ir a buscarla este mismo año en que estamos»31. Por 31 TORRIANI (1999 2: 324). 113 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 15 estas fechas el mito geográfico de San Borondón había pasado a ser casi exclusivamente canario, y es curioso que incluso el historiador azoreano contemporáneo Gaspar Frutuoso (1522- 1591) sólo haga mención de él cuando se ocupa de la descripción de La Palma32. Frutuoso sostiene que desde esta isla se ven dos tierras que están por descubrir (São Brandão y otra a ínsula a la que no pone nombre), y asegura que ningún habitante de La Palma fue nunca a buscarlas, desconociendo sin duda los inten-tos fracasados que acabamos de relatar. Y un nuevo fracaso aconteció en 1604, cuando el piloto Gaspar Pérez de Acosta y el franciscano fray Lorenzo Pinedo procuraron de nuevo tomar San Borondón tras otra oleada de noticias sobre su avistamiento. Por esa época, por ejemplo, un marino francés aseguró que había tenido que desembarcar en esta isla porque en una gran tormenta se le habían partido los mástiles, y allí los sustituyó con troncos de los frondosos bos-ques para, al día siguiente, tener que embarcar de nuevo en medio de otro temporal, todo ello a una jornada de distancia de la isla de La Palma, según relató personalmente al autor cono-cido como Abréu Galindo33. Entre tales historias, los referidos Pérez de Acosta y Lorenzo Pinedo, ambos experimentados mari-nos, se vieron tentados de desentrañar el misterio y salieron el 9 de agosto en busca de una isla que había de estar a 28º53’ de latitud y 358º31’ de longitud (1º69’ al Oeste del meridiano de El Hierro). Muchos días estuvieron sobre aquella altura sin encon-trar el más mínimo indicio de su existencia. El extraordinario interés que periódicamente suscitaba la isla de San Borondón induce a suponer la posibilidad de que en los años siguientes se volvieran a organizar expediciones o nuevas recogidas masivas de información, pero lo cierto es que no ha quedado constancia escrita de ninguna de estas iniciativas has-ta bien entrado el siglo XVIII. En efecto, don Juan Mur, Gobernador, Capitán General y Presidente de la Real Audiencia de Canarias, ordena en 1721 una profusa investigación que, además de recoger las declara- 32 FRUTUOSO (1964: 120, 127). 33 ABRÉU GALINDO (1977: 338, nota 3); NÚÑEZ DE LA PEÑA (1676/1994: 10-11). 114 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 16 ciones de numerosos testigos, acaba siendo una recopilación de las noticias obtenidas en investigaciones y expediciones anterio-res, de manera que sirve como resumen general del estado de la cuestión en el primer cuarto del siglo XVIII. En una época de profunda crisis económica y productiva y en la que el archipié-lago Afortunado se vio azotado además por diversas catástrofes naturales y epidemias sanitarias, el Capitán General vio en la isla fantasma una oportunidad de escape que, aunque remota, no debían dejar sin explorar34, y por ello convocó en su casa a diversos representantes del gobierno civil y militar de las islas, con los que acordó enviar una expedición, mandada por Juan Franco de Medina35, que partió el día 11 de noviembre tras la pista de la ínsula encantada. Formaban parte de la aventura, como capellanes apostólicos, fray Pedro Conde, de la orden de Predicadores, y fray Francisco del Cristo, seráfico. El resultado de esta expedición queda lo suficientemente claro en una carta que Juan Mur envía a Pedro Agustín del Castillo Ruiz de Vergara (1669-1741) como agradecimiento a su ayuda en las investigaciones: «(...) despaché la balandra de San Telmo bien equipada y abastecida con el capitan D. Juan Franco de Medina, el P. Cristo de la orden de Sn Franco. y el P. Conde de la de Sto. Domingo, no dieron con ella porque no la hay (...)»36. Hoy sabemos que el señor Mur estaba en lo cierto, que la caprichosa isla de San Borondón no existe, pero por entonces la duda persistió a pesar de tan categórica conclusión, como afirmó pocos años más tarde el texto inédito y hasta ahora des-conocido de un anónimo «peregrino a Canarias»37. La isla se- 34 BRUQUETAS DE CASTRO (1995-1996: 65-71). 35 Viera dice que fue el capitán Gaspar Domínguez, pero se trata de un error. VIERA Y CLAVIJO (1967: 93). 36 MUR Y AGUERRE, Juan. «Contestación». En: CASTILLO RUIZ DE VER-GARA, Pedro Agustín del. Obras diversas de Dn. Pedro Agustin del Castillo Ruiz de Vergara [...] copiadas del original por Agustin Millares [Torres]. Archivo de El Museo Canario (A.M.C.), Ms. I-D-22, fol. 85r.-85v. El origi-nal se halla en el archivo condal de la Vega Grande (Las Palmas de Gran Canaria). 37 El Peregrino a Canarias, islas del mar Occeano, y sus dos viajes a estas islas, y lo que en ellas, y en ellos hizo, y pasó en mar, y tierra donde moró; descripción del terreno, ciudades y villas donde ay Colegios de la Compañía 115 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 17 guía apareciendo allá, al Oeste de las Canarias, dando al pue-blo unas veces la ilusión de hallarse frente a las costas de la fan-tasía y otras veces el miedo de hallarse al borde de lo descono-cido. Ejemplo de ello es el multitudinario avistamiento que se produjo en El Hierro el 29 de julio de 1723, cuando fray Luis Rey, preparado para oficiar un exorcismo ante la plaga de lan-gosta que asolaba la isla, tuvo que improvisar otro contra la aparición de la fantasmagórica tierra de San Borondón. Desde entonces la ballena del santo irlandés no ha dejado de hacer-de Jesús, principio de sus Fundaciones con sus progressos hasta el año de 1734; con los elogios de algunos valores claros de la Compañía de Jesús, que an muerto en estas Islas. (Biblioteca de la Universidad de Sevilla, sign. 331/ 252). El pequeño fragmento en el que trata de la isla de San Borondón se centra en la cuestión de su existencia. Presentamos su transcripción com-pleta por tratarse de un texto inédito: «Fuera de estas Islas ya nombradas cuentan algunos Isleños, y aun Historiadores la Isla de San Blandon ó Samborondon, como com-mummente la apellidan. Entre los mismos Isleños ay pareceres sobre su existencia, en este punto divididos sin aver podido jamas eviden-ciar la parte afirmatiua su Quimera. Tengo a esta Isla por Fantastica, ô Isla de mera fantasía; Mientras alguno no evidenciare à estado en ella, como ninguno lo afirma, aun de los mas ansianos moradores de estas Islas. Es cosa, que hace armonía, que ninguna embarcacion propria, ô estrangera, ya en mar bonancible, ya en tormenta, donde se corre a todas partes, llevados del viento, y aun contra la corriente misma, no aya dado en nuestros tiempos con esta Isla? Mas esta Isla se pinta fron-tera del Hierro, y Palma al Occidente. Pues aquí de la razon: Estos Is-leños Samborondones descubrirán desde su Isla las nuestras de Hie-rro, y Palma, al modo, que los de estas Islas a ellos los descubren, aunque no sea en todos los tiempos del año, sino quando el cielo esta mas claro, y mas despejado de nubes. Pues que emos de creer, que en el curso de tantos años, no an tenido valor los Samborondones, solos, y sin comercio para buscar las Islas, que registran en affliciones preci-sas de enfermedad, ô carestía? No lo an hecho, luego no ay tales Isle-ños en el imaginado sitio. No cabe este argumento en nuestros Isleños respeto de ellos, pues no estan solos, y unos a otros se socorren en las calamidades continuas que padecen, y su trafico, y comercio es exten-dido. Yo me inclinara a que estas sombras fixas, y siempre en una forma, quando aparecen (que los cuerdos llaman zelajes arrofactos del viento de las dos vesinas fronteras Islas) son algunos peñones del mar, ô uno hendido por medio que es su forma, con que aparece dicha Isla; al modo de las dos peñas, llamadas Salvajes, q sacan su cabeza entre las aguas, antes de encontrar la Madera Isla Lusitana, volviendo de Ca-narias rumbo a España, y en ambos viajes yo las e visto. Bien me diran, que estos Salvajes se describen en las Cartas marítimas, y las de nuestra mediacion no se describen en los Mappas, aunque se escriben en los libros? Por eso es mediacion nuestro discurso, no certeza; si fuera piedra fixa con ella rompieramos la Question de esta Fantastica nadante Isla». 116 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 18 nos periódicamente sus visitas de cortesía. Se vio el 25 de abril, en junio y en julio de 1730, año en que la delineó Juan Smalley, beneficiado de Tijarafe38; el 23 de mayo de 1735 a las 9 de la mañana, y otras dos veces esa misma semana; el 3 de mayo de 1759 a las seis de la mañana desde Alajeró, según un francisca-no que hizo el dibujo publicado por Viera, ante su vista y la del cura Antonio José Manrique y otras cuarenta personas39; dos días después se volvió a divisar igual; el 3 de mayo de 1769 des-de las 12:00 hasta la puesta de sol, a 30 leguas de La Palma, según fray Pedro Laso, que además la dibuja; o en junio y julio de 1770 según el padre Clavellina, lector jubilado del convento de San Francisco, que también la trazó40. Podríamos seguir nombrando ocasiones en que nuestra isla se ha hecho visible, y confeccionaríamos una larga lista que lle-garía incluso hasta nuestros días, pero que prácticamente no serviría más que para certificar la existencia de un fenómeno que ya hemos constatado. Baste, pues, para cerrar el asunto por el momento, añadir a esta relación las dos ocasiones en que la isla del santo se ha dejado retratar: la primera, dada a conocer al público general en agosto de 195841 pero acaecida unos me-ses antes, fue cuando la cámara del fotógrafo Manuel Rodríguez Quintero (1897-1971) captó la silueta de San Borondón desde la zona de Las Martelas, en el municipio de Los Llanos de Aridane (La Palma); y la segunda, mucho más reciente y en un lugar insólito, fue cuando, el 18 de octubre de 2003, el escritor y periodista Jaime Rubio Rosales grabó en vídeo desde San An-drés y Bañaderos (Gran Canaria) unas protuberancias que se mostraban al Noroeste, frente a las costas tinerfeñas de Anaga. 3. LA EXPEDICIÓN DE VILLALOBOS. 1570, EL AÑO DE SAN BORONDÓN Como quedó señalado en el apartado anterior, los montes ópticos de la isla de San Borondón se manifestaron con tanta 38 VIERA Y CLAVIJO (1967: 87, nota 2). 39 VIERA Y CLAVIJO (1967: 87). 40 LORENZO RODRÍGUEZ (1975-2000: II, 402-403). 41 DIEGO CUSCOY (1958). 117 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 19 frecuencia y con tal claridad durante 1570 que pronto se olvidó el fracaso de las expediciones anteriores y renació la esperanza de hallar la tierra del abad de Clonfert, que había de ser tan rica y fértil como lo son todas las tierras legendarias. Por ello el doctor Hernán Pérez de Grado encargó la más completa reco-gida de información sobre San Borondón de que se tiene no-ticias. Hernán Pérez de Grado había sido nombrado Regente de la Real Audiencia de Canarias por Real Provisión de 19 de febrero de 1566, tras una visita que Felipe II había mandado hacer a dicha audiencia para valorar el trabajo de los jueces de apela-ción. El resultado de la visita fue que el rey vio la necesidad de crear el cargo de Regente, del que Grado tomó primera pose-sión ante el juez Alonso Gasco el 4 de abril del mismo año42. Muy pronto empezaron a llegar a oídos del Regente las noticias de la aparición de San Borondón, que, como indicamos, se hi-cieron tan frecuentes en 1570 que el 3 de abril encargó a las justicias de La Palma, El Hierro y La Gomera que registraran cuanta información fuera posible e interrogaran a cuantos hu-bieran visto la tierra anhelada o tuvieran pruebas sobre su exis-tencia. De esta manera, Alonso de Espinosa, gobernador de El Hie-rro, recopiló más de cien declaraciones de testigos que coinci-dían en haber observado la isla en dirección Noroeste, es decir, al Oeste de La Palma y a unas 40 leguas de La Gomera. El in-forme elaborado por Espinosa no se conserva, pero conocemos algunos detalles a través de Núñez de la Peña43, que aseguró haberlo tenido en sus manos cuando lo custodiaba un vecino de Garachico, Bartolomé Román de la Peña, que había sido Gobernador de El Hierro44. Por esta fuente sabemos que entre 42 Archivo Histórico Provincial de Las Palmas (A.H.P.L.P.), Real Audien-cia. Reales Cédulas y órdenes particulares para Canarias. Tomo I, fols. 24r- 26r. En el documento, que da fe de la toma de posesión, se incluye un tras-lado de la Real Provisión, cuyo original el juez Gasco besó y puso sobre su cabeza como ceremonia de acatamiento antes de que Grado lo guardara como título de propiedad del cargo de Regente. 43 NÚÑEZ DE LA PEÑA (1676/1994: 9). 44 El ingeniero Próspero Casola realizó una copia de este informe hacia el año 1590, pero Benito Feijoo insinúa que esta copia «fue supuesta». Esta 118 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 20 los declarantes estaban los regidores Alonso de Magdaleno y Marcos Sánchez, así como Diego de Espinosa, hijo del Gober-nador, y otras «personas de crédito». Pero el testimonio que se consideró definitivo, y para noso-tros el más extraordinario, fue recogido en La Palma, donde unos portugueses de Setúbal aportaron importantes novedades. Uno de ellos fue el avezado piloto Pero Velo, que reveló haber desembarcado en San Borondón durante una tormenta que le sorprendió a su regreso del Brasil. Afirmó además haber visto allí enormes pisadas en la arena, restos de una hoguera con co-mida, numeroso ganado y otras menudencias, pero uno de los datos más curiosos que aporta Velo es el haber visto una cruz clavada en un árbol, tal vez la misma que los tripulantes del barco francés habían dejado atrás algunos años antes. En fin, la historia de Velo se complica cuando una espesa nube le obli-ga a embarcar de nuevo dejando a dos marineros en tierra45. Al día siguiente, cuando volvió a recogerlos, la isla había desapa-recido46. También en Tenerife se llevó a cabo la investigación, esta vez a cargo del canónigo inquisidor Diego Ortiz de Funes, que a la sazón estaba ejerciendo de visitador del obispado en la isla del Teide. Desconocemos si la investigación fue llevada a cabo por propia iniciativa de Ortiz de Funes47, aunque probablemente es-taba cumpliendo órdenes del Regente de la Audiencia48, pero lo afirmación la toma Feijoo de un manuscrito sobre San Borondón, que a la sazón estaba en sus manos y que había escrito un jesuita cuyo nombre no cita. 45 Torriani refiere que fueron sólo tres los marineros que desembarca-ron, y que ninguno de ellos pudo volver a bordo cuando una fuerte co-rriente de mar alejó la nave de la costa. TORRIANI (1999 2: 324). 46 VIERA Y CLAVIJO (1967: 89-90) y ABRÉU GALINDO (1977: 340-341) re-fieren esta historia pero omiten los detalles de la cruz, las pisadas y los restos de fuego. TORRIANI (1999 2: 324) sólo omite lo de la cruz, mantie-ne que encontraron grandes pisadas y añade que había humaredas en la le-janía. 47 ABRÉU GALINDO (1977: 341) dice que Funes investigó el asunto por-que era «curioso y amigo de inquirir curiosidades»; NÚÑEZ DE LA PEÑA (1676/1994: 10) también sostiene que fue «por curiosidad». 48 TORRIANI (1999 2: 323) fecha la investigación de Funes en 1569, un año antes de la de Pérez de Grado. Es muy probable que el cremonense se 119 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 21 cierto es que el resultado fue muy similar al logrado en La Pal-ma gracias a la declaración de Marcos Verde, quien, según dijo49, a su regreso de Berbería encontró la isla y la circunnave-gó en busca de un puerto donde desembarcar, sin dudar un instante de que se hallaba ante San Borondón. El capitán y varios hombres tomaron tierra cuando lograron hallar un lugar seguro para la nave y cómodo para el desembarco, pero impeli-dos por la cercanía de la noche decidieron dejar la exploración para la mañana siguiente y tuvieron la fortuna de volver al navío poco antes de que se levantara un enorme temporal que alejó de allí el barco arrastrando las anclas, según relatan los cronistas50. Por estos años de fiebre expansionista, cuando el mundo aún no había terminado de mostrarse y las grandes potencias euro-peas se empeñaban en poner fin a esa ocultación, las expedicio-nes de búsqueda de tierras intuidas eran muy frecuentes. No hay que olvidar que por esas fechas se estaba llevando a cabo la empresa de Álvaro de Mendaña y Sarmiento de Gamboa para descubrir unas islas inciertas llamadas Hanachumbi y Nina-chumbi, que se habían de encontrar frente a las costas del Perú, y puede ser interesante consignar aquí que en aquella expedi-ción se dio con las islas que ya desde antes de su hallazgo eran conocidas como islas de Salomón, tal vez un nombre bíblico para hacer más creíbles las características fantásticas de un archipiélago paralelo a la isla que nos ocupa. Por todo ello y por la masiva recogida de información que hemos descrito, no es de extrañar que se organizara nuevamente una expedición en bus-ca de San Borondón, de manera que Hernando de Villalobos, equivocara de fecha, puesto que es el único autor que no la sitúa en 1570, pero está claro que con ese error está resaltando la independencia del visi-tador en las razones que le llevaron a iniciar la pesquisa. 49 Cioranescu, basándose en la dudosa redacción de Torriani, infiere que la investigación se hizo en ausencia de Marcos Verde, que en aquella fe-cha había fallecido. CIORANESCU, Alejandro. «Nota 7». En: TORRIANI (1999 2: 323). 50 ABRÉU GALINDO (1977: 341-342); NÚÑEZ DE LA PEÑA (1676/1994: 10); Viera y Clavijo cuenta otra versión de lo sucedido y asegura que el barco se alejó de la costa por prudencia ante la llegada del temporal (VIERA Y CLAVIJO, 1967: 90-91). 120 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 22 Regidor y Depositario General de La Palma, organizó una ar-mada para ir en su búsqueda con tres navíos. Poco o nada sa-bemos de este viaje, ya que no se conoce ningún documento relacionado con él y los cronistas se limitan a hacerlo constar de pasada sin indicar más que el nombre del aventurero y, en algunos casos como el de Núñez de la Peña51, a consignar el número de embarcaciones de la aventura52. Hernando de Villalobos era, como decimos, Depositario Ge-neral de La Palma, cargo para el que había sido nombrado en 1564, además de marino de acreditada experiencia. Hijo de Álvaro Díaz de Villalobos, mercader condenado por prácticas judaizantes por el Santo Oficio53, y de Inés de Lara54. Como se- 51 NÚÑEZ DE LA PEÑA (1676/1994: 7). 52 A pesar de la escasez y claridad de los datos sobre esta expedición, Luis Diego Cuscoy trastoca en alguna ocasión la fecha y confunde la em-presa con la que llevaron a cabo Gaspar Pérez de Acosta y Lorenzo Pinedo en 1604 (DIEGO CUSCOY, 1958: 7). El lapsus se disculpa por la erudición del autor, que probablemente escribía de memoria. 53 CIORANESCU (1992: II, 1135); ANAYA HERNÁNDEZ (1996: 343-344). Los Villalobos eran descendientes de judíos conversos; así, en la visita del in-quisidor Juan Lorenzo realizada a La Palma en mayo de 1581, en la que se hizo una averiguación de conversos, figuraban como miembros de esta familia Álvaro Díaz de Villalobos, Hernando de Villalobos, regidor, y Luis Pérez de Lara, escribano del Juzgado de Indias. 54 Inés de Lara era hija de Martín Pérez, probable conquistador y segu-ro colonizador de La Palma, quien en 1501 obtuvo por data de Alonso Fernández de Lugo 8 cahíces de tierra y monte en La Galga, al igual que su hermano Álvaro Pérez. Estas propiedades les fueron confirmadas a los dos hermanos por el propio Adelantado el 20 de marzo de 1508. En 1561, Inés de Lara en unión de sus hermanas Leonor Gómez y Ana Pérez y los maridos de las dos primeras, Álvaro Díaz de Villalobos y Francisco Pérez, vendieron estas propiedades a Afonso González, vecino de Los Galguitos. En la carta de venta se especifica «una heredad de viña e tierras e pomares y casa y lagar que poseemos en La Galga» y «de otra lomada de tierra mon-te ». Del dicho Afonso González las heredaron sus hijos Blas y Die-go González. En 1594, Blas González —hijo— vendió las propiedades que había heredado de su padre así como otros bienes a Juan Ortes de Velasco, a quien sucedió en la posesión Margarita Lorenzo, su mujer, ya que les había correspondido en concepto de dote y arras. Margarita Loren-zo dejó los mismos a su hermana, Catalina Lorenzo, mujer de Francisco de Valcárcel (Archivo de la Familia Poggio (A.F.P.), caja 1, leg. 1, n. 40. fols. 295 r-295 v; y POGGIO CAPOTE, Manuel. Colección documental del Ar- 121 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 23 ñalábamos, estaba iniciado en el arte de navegar, ya que en 1561 hizo un viaje a América como maestre de navío. Se tiene constancia, asimismo, de un segundo viaje en 1564, pues cuan-do le fue comunicado por su padre que había sido elegido como depositario para las penas de Cámara de La Palma se encon-traba en La Habana. Para atender a su nuevo estado se pre-sentó en 1565 en la Corte y el 5 de agosto de 1566 en el Cabil-do de la isla55. Hasta la fecha de su llegada a La Palma su progenitor se ocupó, por medio de un poder, del ejercicio de este oficio, en el que disfrutaba de voz y voto como el resto de regidores56. Sin embargo, debemos hacer hincapié en que este nombramiento fue recibido por los miembros del Concejo de forma un tanto fría, dado que el 25 de enero de 1569 desde la Corte fue expedida una cédula real dirigida al juez oficial de La Palma en la que se mandaba «que los depositos que huuieredes de hazer de condepnaçiones y otras cosas lo hagais y depositeis en el dicho Fernando de Villalouos como tal depositario de la ysla y no en otra persona alguna»57. Parece que existió algún tipo de recelo por parte de los regidores del Cabildo para que Hernando de Villalobos ejerciera de manera efectiva el cargo para el que había sido designado, probablemente relacionado con la serie de prerrogativas de la era acreedor con el mismo58. Había contraí-chivo de Poggio (1496-1598) [Manuscrito]. Trabajo de investigación tutelado. Granada: [s.n.], 2001, docs. 44, 56, 57, 58 y 64). 55 CIORANESCU (1992: II, 1135-1136). 56 Archivo Municipal de Santa Cruz de La Palma (A.M.S.C.P.), Libro de Acuerdos del Concejo (1557-1567), caja 665 altas, 5/8/1566. 57 CEDULARIO (1970, I, doc. 57). 58 En la carta de merced en la cual Felipe II le concede este oficio se dice: «juntamente con el dicho oficio de depositario general podais entrar y asistir de ordinario en el Ayuntamiento de la dicha ysla y tener en él asiento, y esto como cada uno de los regidores dél, y gozar del salario y las demás preminencias de que los otros regidores gozan y ansi en lo que toca al entrar en fuertes quando dicha ciudad oviere de nombrar y elegir procuradores para ynbiar a las Cortes que se selebrarán en estos reynos como en otras qua-lesquier [partes], según y como lo suelen hazer los otros regidores que agora ay en la ciudad, contando que en lugar deste boto que de nuevo acrezentamos se aya de confirmar y confirma el primer regimiento que bacare en la dicha ysla y no proviele a la persona alguna para que queden y se reduzcan el nú-mero de regidores que al presente ay, y por os hazer más merced os damos 122 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 24 do matrimonio con Isabel de Morales, de la que sabemos que tuvo un hijo, Álvaro Díaz de Villalobos, bautizado en la Parro-quia de El Salvador de Santa Cruz de La Palma el 5 de diciem-bre de 1567, quien casó a su vez con Leonor Machado en 158559. Según Cioranescu falleció antes de 159060, aunque como se verá a continuación, todavía en 1595 encontramos su pista en la documentación notarial. No es extraño entonces que bajo su iniciativa se llevase a cabo esta comentada expedición: experimentado en la mar, dis-frutando de una relevancia social considerable y sobre todo con un puesto de poder político e influencia económica en el Cabil-do. Todas estas características hacían de Hernando de Villalobos la persona idónea para tal empresa, en la que se reunían los elementos necesarios para poner en marcha y comandar una expedición con destino a la mítica isla. Ello, unido al afán na-tural de todo hombre por aumentar su posición, quizás ansian-do nuevas distinciones y prebendas como un posible cargo de gobernador de San Borondón, y quizás unido también a la ne-cesidad de riquezas y, ¿por qué no?, a la pretensión de fama, gloria y lustre, logró en Villalobos la determinación de salir en su búsqueda. Así lo hizo, probablemente en la expedición mejor dotada de todas las que han partido a este fin, pero su desenla-ce fue tan inútil como todas las demás que se emprendieron. Lo cierto es que Villalobos y sus hombres volvieron, como cuentan Torriani61 y Viera y Clavijo62, «con las manos vacías». Parece ser asimismo, a falta de estudios más profundos, que la estrella de Hernando de Villalobos comenzó a apagarse tras licencia y facultad para que durante los dias de vuestra vida por vuestro testamento y última voluntad yn articulo mortis o antes, cada y cuando que vos quisierdes podais renunciar y traspasar el dicho oficio de depositario con bos y boto en el dicho regimiento en una persona, la que vos quisierdes nonbrar y señalar, sin que se pueda dividir ni pasar en mas personas que presentándose la tal renunciación o nombramiento en nuestra Cámara, se despache el título o zédula para que la tal persona sea admitida al dicho oficio y [luego] se tenga y exerza por toda su vida». (A.M.S.C.P., Libro de Acuerdos del Concejo (1557-1567). Caja 665 altas, 5/8/1566). 59 CIORANESCU (1992: II, 1135-1136). 60 CIORANESCU (1992: II, 1136). 61 TORRIANI (1999 2: 324). 62 VIERA Y CLAVIJO (1967: 91). 123 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 25 este frustrado viaje. Prueba de lo que comentamos es el traspa-so de Luis Maldonado y Guzmán al licenciado Pedro de Liaño, en el que, tras resolución de la Real Audiencia de Sevilla, le cede parte de los bienes muebles y raíces de seis destacados persona-jes del Quinientos palmero. En este grupo se encontraban Álvaro Díaz de Villalobos y el mencionado Hernando de Villalobos jun-to a Diego Sánchez de Ortega, Anes van Trilla y Francisco de Salazar. Todos ellos sufrieron un descalabro económico y perdie-ron dinero y propiedades que fueron en un primer momento a Luis Maldonado, como principal acreedor. El total de sus bienes fue valorado en 2.700 doblas, siendo los de la familia Villalobos rematados en 1.200. No obstante, el 15 de julio de 1595 el con-junto de los mismos fue traspasado por Maldonado al licencia-do Liaño en razón de «que an salido contradiçiones algunos de los dichos bienes»63. ¿Fue la expedición de 1570 a San Borondón la causante de la fragilidad financiera de los Villalobos? Con los datos de que disponemos no podemos dar respuesta a esta cues-tión, aunque no sería del todo descabellado pensar que la mis-ma pudo ser el origen de una crisis económica familiar de la cual no llegaron a recuperarse, arrastrando de ese modo durante los años siguientes la secuela de una o varias deudas que no pudieron satisfacer. Pero ello sería entrar de lleno en el terre-no de la especulación, por lo que de momento lo dejamos al margen. 4. LA OTRA EXPEDICIÓN DE 1570. EL CONTAGIOSO SUEÑO DE MELCHOR DE LUGO 4.1. Los protagonistas El principal promotor de la segunda expedición de 1570 fue el médico Melchor de Lugo. Sobre su biografía no se han loca-lizado muchos datos en los archivos palmeros, pero en lo poco que sí hemos podido espigar aparece nombrado indistintamente 63 Archivo General de La Palma, Protocolos Notariales (A.G.P., P.N.), Escribanía de Pedro Hernández Guadalcanal, caja 10, cuaderno 2 (1595, julio, 15), fol. 300v. 124 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 26 como licenciado o bachiller; sin embargo, en relación a esta cuestión académica lo único cierto es que era titulado en medi-cina, aunque es preciso poner hincapié en que durante esta época no era muy importante para ejercer la profesión la dis-tinción entre un grado y otro. Poco más hemos hallado sobre este enigmático personaje. No obstante, gracias a las pesquisas de Garrido Abolafia podemos proporcionar alguna referencia que nos aclare otros aspectos de su vida64. Tenemos constancia, en primer lugar, de que ejerció su profesión en la isla al menos entre 1565 y 1582, cuando aparece documentado en el Libro I de Bautismos de la Parroquia de El Salvador. Sabemos, por otra parte, que contrajo dos matrimonios, uno con Isabel de Lara y un segundo con Águeda Bermúdez, de los que no se le conoce descendencia. Por último parece, asimismo, que ejerció su pro-fesión junto al galeno Diego Hernández de Jaén, dado que ambos se encontraban en Santa Cruz de La Palma en fechas similares; y de forma más esporádica con los licenciados Pedro Ortes y Juan de Cervantes, también activos en la capital insular a mediados del XVI. Como apuntábamos, quizá a su celo científico y sobre todo a su curiosidad se deba esta expedición. Así, Melchor de Lugo es el único que aparece desde un primer momento recogido en la documentación. En principio planeó el viaje junto al comer-ciante Jacques de Monic, aunque inmediatamente cambió de compañero y creó una sociedad junto a varios de los de los per-sonajes de mayor relevancia social y económica de Quinientos palmense. Por este motivo, no debe extrañar el quebrantamiento del pacto con Monic, mucho más arriesgado desde el punto de vis-ta financiero que el que ahora se proponía, compuesto por una compañía mercantil integrada por el propio Lugo junto a Ma-ría de Castilla, Gaspar González, Baltasar de Guisla y Anes van Daizel, todos ellos de gran consideración social y, sobre todo, de 64 GARRIDO ABOLAFIA, Manuel. Primeros oficios y ocupaciones artesanas de Santa Cruz de La Palma: siglo XVI: diccionario de artesanos [Manuscri-to]. Santa Cruz de La Palma: [s.n.], 1995. Este trabajo está siendo publica-do en forma de artículos en la Revista de estudios generales de la isla de La Palma. 125 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 27 notabilísimo poder económico. En la búsqueda de alguna expli-cación sobre esta fractura es posible aventurar que Jacques de Monic tuviese algún tipo de enfrentamiento con Lugo o con al-gún otro de los participantes que se agregaron con posterioridad al proyecto; pero la razón primordial quizá habría que buscarla en motivos financieros. Este primigenio socio de Lugo era un mercader originario de la ciudad de Brujas, y aunque aparece re-flejado en la documentación notarial como parte interesada de algunos negocios (no tantos como el resto de los patrocinadores), las fuentes publicadas proporcionan testimonio de su presencia en la isla de una manera más esporádica que el resto de los co-partícipes65. Quizá ésta fuera una de las razones de su exclusión. No obstante, es necesario subrayar que en 1556, cuando contaba unos 18 ó 19 años, había celebrado nupcias en Santa Cruz de La Palma con Beatriz Martín, matrimonio por el que adquirió la administración de 2.500 ducados en concepto de dote66. En cuanto a los integrantes definitivos de la compañía, es preciso destacar la figura de María de Castilla. En 1570 dicha señora se hallaba viuda de Bernardino Riberol, célebre jurista y escritor. Doña María había nacido en Santa Cruz de La Palma y era hija de Fernando de Castilla, regidor y alférez mayor de La Palma, y de Beatriz de Riquelme67. Por su parte, don Ber-nardino, natural de Las Palmas de Gran Canaria —en cuya Catedral fue bautizado el 11 de enero de 1509—, era descen-diente de Juan Bautista Riberol y Francisca de Quijada de Lugo68. Desde muy joven marchó a Sevilla, en cuya universidad logró graduarse en derecho canónico y civil. Con posterioridad se trasladó a La Palma para trabajar como letrado del Cabildo69. Es en esta isla donde la pareja contraería matrimonio. La nue-va familia habitó una vivienda en la calle Real (en la actuali-dad O’Daly, 3) de Santa Cruz de La Palma70, en la que educa-ron a una numerosa prole: Bernardino, Inés, Leonor, Juan, 65 HERNÁNDEZ MARTÍN (2005: 234). 66 HERNÁNDEZ MARTÍN (2005: 234). 67 NOBILIARIO (1952-1967: IV, 154-158). 68 MILLARES CARLO (1975-1993: VI, 65). 69 PÉREZ GARCÍA (1985-1998: II, 198-199). 70 PÉREZ GARCÍA (1995: 140). 126 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 28 Esperanza, Francisca, Beatriz, Francisco y Lucano. Precisamente fue este último —el más joven de los hermanos— el que se embarcó en la expedición como representante de su madre. Los Riberol y Castilla disfrutaron de una significativa condi-ción en la joven ciudad atlántica; al empleo del marido o el li-naje de su mujer habría que sumar las propias inquietudes in-telectuales de don Bernardino. Así, es preciso subrayar que nuestro abogado fue autor del Libro contra la ambición y codi-cia desordenada de aqueste tiempo: llamado alabança de la po-breza (Sevilla: Martín de Montesdeoca, 1556), considerado como la primera obra publicada en tipos de imprenta por un isleño. Este trabajo, calificado en su tiempo de erasmista, fue retirado pronto del mercado debido a su contenido heterodoxo. Sin em-bargo, el bibliógrafo K. Wagner parece contradecir este aserto cuando apunta que para su edición fue estimable la contribu-ción del Arzobispado de Sevilla a través de su provisor y vicario general71. En este sentido, podría ser un dato a tener en cuenta el que todavía en la tardía fecha de 1601 encontremos a la ven-ta un ejemplar del libro en la librería granadina de Francisco García72. De cualquier manera, lo que sí parece claro es la es-trecha vinculación del núcleo familiar con otros intelectuales canarios de aquellos años. Entre éstos cabría señalar la perso-nalidad de Antonio de Troya Sañudo73, residente en la capital palmera desde 1559, año en que ocupó el oficio de teniente de gobernador74 y —sobre todo— responsable de una historia de Canarias manuscrita, hoy en paradero desconocido. 71 WAGNER (1982: 38). Sobre nuevas localizaciones de este impreso véanse las páginas 73-74. 72 OSORIO PÉREZ (2001: 410). 73 Antonio de Troya Sañudo nació en Las Palmas de Gran Canaria en 1530. Fue doctor en leyes, y de su enlace con Elena de Salazar se conocen al menos ocho hijos: Leonor, Francisco, Catalina, Alonso, Luis, Francisca, Elena y Antonio. Falleció en Santa Cruz de La Palma en el año 1577. 74 Libro de Acuerdos del Concejo (1557-1567), sesión correspondiente al 17 de diciembre de 1559 (A.M.S.C.P., caja 665 altas, 5/8/1566). Disfrutó este cargo hasta el 13 de noviembre de 1560, fecha en que se nombró a Pedro Aguilar. Con posterioridad alternó esta plaza con la capital granca-naria, dado que en 1566 fue recibido como abogado de la Real Audiencia de Canarias. 127 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 29 Según el profesor Cioranescu, en esta obra se fundamenta-rían, por ejemplo, los textos de Torriani y el firmado bajo Abréu Galindo, los cuales tratan en profundidad el tema de San Borondón75. No sería, por tanto, una coincidencia que los cono-cimientos del funcionario grancanario formasen parte del bagaje teórico previo a la planificación de esta expedición. Durante es-tas fechas el manuscrito redactado por De Troya Sañudo se encontraría accesible en alguna biblioteca particular de La Pal-ma, y con certeza tanto las opiniones de su autor como la pie-za en sí debieron de influir en la toma de la decisión final. Tam-poco debieron de ser ajenos los comentarios de Thomas Nichols (ca. 1532-?), estante unos años antes en La Palma y que reco-gió en esta isla —según su propio testimonio— algunos relatos de primera mano sobre la conquista de Nueva España. Como el viajero refirió más tarde76, ésta fue la razón que influyó en su traducción al inglés de la segunda parte de la Historia general de las Indias de Francisco López de Gómara, puesto que su consulta resultaría beneficiosa como experiencia previa a todos aquellos británicos que se arriesgaran a descubrir nuevas tierras77. Entre los relatos que Nichols escuchó en La Palma de-bían de estar los referidos a San Borondón, ya que en su pe-queña obra de descripción de las Afortunadas hace una referen-cia a la isla que nos ocupa78. Por otra parte, es posible que María de Castilla —a través de su suegra, la nombrada Francisca de Quijada y Lugo— pudiera mantener alguna relación de parentesco con el promotor de esta aventura: el prenotado Melchor de Lugo. Otro de los patrocinadores de la expedición fue el presbítero Gaspar González. En 1570 este clérigo era beneficiado de la Parroquia Matriz de El Salvador en Santa Cruz, circunstancia que pone de relieve (una vez más) la considerable envergadura del proyecto79. Nacido en Las Palmas de Gran Canaria, se tras- 75 CIORANESCU, Alejandro. «Introducción». En: TORRIANI (1999 2: 28-29). 76 CIORANESCU (1963: 62-71). 77 PLEASANT (1578/1596). 78 NICHOLS, Thomas. Descripción de las islas Afortunadas. En: CIORA-NESCU (1963: 124). 79 LORENZO RODRÍGUEZ (1975-2000: II 57). 128 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 30 ladó con posterioridad a la capital palmera, ciudad donde en 1565 lo hallamos como vicario y en tareas administrativas so-bre algunas cantidades pertenecientes al diezmo episcopal80. En 1569 pasó a ser beneficiado en El Salvador, empleo que disfrutó hasta que el 3 junio de 1586 fue ascendido a maestrescuela del cabildo catedralicio81. De la atrayente renta que producía el car-go desempeñado por González en el templo palmero proporcio-na noticia, por ejemplo, el Concejo de La Palma, que solicitó a la Corona (tras el traslado del nuevo prebendado a la Catedral de Canarias) la división del tradicional beneficio de la iglesia de El Salvador en dos medios beneficios82. Asimismo, González lo-gró graduación superior, puesto que aparece enunciado en los documentos bajo los títulos de bachiller o doctor —probablemen-te en disciplinas eclesiásticas—; las fuentes dan cuenta también de su excelente situación económica, en la que no se privó de poseer varios esclavos83. Falleció en Las Palmas de Gran Cana-ria el 5 de octubre de 159984. Igualmente el caballero flamenco Baltasar de Guisla ofreció sus recursos para esta aventura. Guisla había nacido en la villa de Iprés, trasladándose más tarde a La Palma, lugar donde for-mó una familia junto a la distinguida dama Catalina Van de Walle Torres y Grimón85. La boda se concertó el 27 de noviem-bre de 1546 mediante una carta de dote acordada entre la ma-dre de la contrayente, su tío Luis Vandewalle «El Viejo» y el futuro marido86. El matrimonio tuvo dos hijos: Diego y Baltasar. El primero de ellos fue designado por su padre y por otro de los intervinientes en esta empresa (Anes van Daizel) como su repre-sentante en el viaje que se proyectaba realizar, con el cargo de 80 HERNÁNDEZ MARTÍN (1999-2005: IV, docs. 2464, 2503, 2504 y 2505). 81 QUINTANA ANDRÉS, Pedro C. (2004: 297). Sobre su carrera en La Pal-ma contamos que en 1565 figura como vicario. A partir de 1568 se nómi-na cura de El Salvador. En marzo de 1569 aparece como doctor y en julio de ese mismo año como beneficiado (Archivo Parroquial de El Salvador (A.P.E.S.), Libro I de bautismos, fols, 18, 41, 55, 58, 59 y 61). 82 CATÁLOGO (1999: I, 148, fichas 412 y 413). 83 GARRIDO ABOLAFIA (1994). 84 QUINTANA ANDRÉS (2004: 297). 85 NOBILIARIO (1952-1967: II, 833). 86 HERNÁNDEZ MARTÍN (2005: 223-224). 129 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 31 alférez en una posible conquista. Probablemente don Baltasar falleció poco después, puesto que otorgó su testamento el 29 de febrero de 1572 y al día siguiente firmó un codicilo. Dedicado al comercio, poseyó una tienda en el centro urbano de Santa Cruz87, donde debió de establecer múltiples negocios tanto con los habituales vecinos como con los eventuales viajeros que tran-sitaron durante aquellos años por la capital palmera. Todo ello le llevó a disfrutar de una desahogada economía a la que acom-pañó de una privilegiada posición social. No en vano, sus des-cendientes alcanzaron, entrado el siglo XVIII, el estatus de no-bleza titulada con la concesión por Carlos III del marquesado de Guisla-Guiselín. Anes van Daizel fue otro de los que prestaron su bolsa como respaldo a este viaje. Al igual que Guisla era natural de los Es-tados de Flandes, y existe constancia de su presencia en La Palma desde 1558. Pocos años más tarde se avecindó de forma permanente en Santa Cruz de La Palma. Entregado a los nego-cios de importación y exportación, de inmediato se integró en la vida insular. Así, es preciso consignar que el 9 de mayo de 1565 contrajo matrimonio con Susana Jaques, y el 18 siguiente estableció una importante compañía comercial dedicada al trá-fico de mercancías con los caballeros Luis Van de Walle «El Viejo» y el hijo de éste, Tomás88. Para la dotación de esta socie-dad se dispuso de un capital inicial de 5.000 doblas de oro de a 500 maravedíes de la moneda de Canaria. La contribución de van Daisel fue de 1.500 doblas89. No obstante, su actividad eco-nómica fue mucho más extensa, de lo cual tenemos constancia a través de la escribanía de Domingo Pérez, que refleja con pro-lijidad diversas transacciones financieras con los mercaderes más reputados de La Palma90. Estableció su vivienda junto a su mujer y sus hijos en una casa que él mismo ordenó construir de la calle Real, cerca del puerto (en la actualidad O’Daly, 34), y que obtuvo tras un acuerdo con Luisa de Mérida91. El inmue- 87 HERNÁNDEZ MARTÍN (2005: 223-224). 88 HERNÁNDEZ MARTÍN (2005: 236, 255-261). 89 PÉREZ GARCÍA (1995: 79, 81-82). 90 HERNÁNDEZ MARTÍN (2005: 236). 91 PÉREZ GARCÍA (1995: 79, 81-82). 130 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 32 ble era una edificación de dos plantas, en el que el piso alto se destinó a habitación y la parte baja para lonjas y almacenes donde guardar toda clase de géneros. Curiosamente, una hija suya, Juana, fue apadrinada por Beatriz Martín, esposa del pre-citado Jacques de Monic92. Finalmente, es necesario mentar a Miguel Pérez, el marino contratado para conducir la nave hasta la mítica isla o cualquier otra que se descubriera. De ascendencia portuguesa por todos sus costados, Pérez ejercitó a lo largo de su dilatada vida los cargos de capitán del número de Su Majestad, piloto mayor de La Palma y familiar del Santo Oficio93. Contrajo matrimonio con Melchora Hernández de Ocanto, hija del mercader Baltasar Hernández de Ocanto y de su esposa Francisca Hernández de Aguiar, ambos nacidos en La Palma. Del enlace entre el experi-mentado piloto y la joven palmera quedó una sola hija, Fran-cisca Pérez de Ocanto, la cual murió asesinada en 1629 a ma-nos de su marido, el licenciado Blas Lorenzo de Cepeda94. Por 92 HERNÁNDEZ MARTÍN (2005: 234). 93 PÉREZ GARCÍA (1995: 173-174). 94 El capitán Andrés de Valcárcel y Lugo (1607-1683), uno de los pri-meros historiadores de La Palma, describe en su manuscrito Cosas notables este luctuoso suceso de la forma que sigue: (fol. 17v) (En el margen dere-cho): Muerte lastimoça. Martes 29 de maio de 1629 a el amaneser se halló a doña Francisca Peres de Ocanto, mujer del lisensiado Blas Lorenco de Sepeda, en sus casas, muerta en la cama con muchas puñaladas, la qual yo vi de los primeros. Díjose le abía muerto el dicho su marido, el qual se retrajo al Convento de Santo Domingo, y se ausentó desta ysla. Y era la doña Francisca persona muy honrada y comunmente por tal tenida, y sin causa ni rasón se (fol. 18r) le dio la muerte. Fue obra de nuestro adbersario que sin sesar las está salisitando y maquinando, ténganos Dios de su mano y nos libre de sus ilusionez. Lunes cuase a la noche estube con el dicho lisensiado Sepeda en su casa, que le fui a hablar para que en la causa executiba que my madre siguía contra los bienes de my padre por su dote y aras y mitad de multiplicados me ysiese y otorgase la fiansa de la ley de Madrid, la qual con toda boluntad y cariño otorgó. Era hombre muy hon-roso y muy amigo de sus amygos y deudos. Prendieron por dicha muerte a algunos deudos suios por serlo sin otra rasón porque todos estaban yno-sentes; era teniente el lisensiado Juan Gonsález Sid, y yo fuy preso tanbién por desir fuy parte para que el dicho lisensido Sepeda saliese desta ysla, y lo fue el lisensiado don Luis y don Myguel, su hermano, hijos del capitán Juan Vendoual Vellido, y lo fueron Diego y Juan de Santa Cruz. Y en esta 131 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 33 esta razón Miguel Pérez tuvo que ocuparse en su senectud del cuidado de sus nietos, todos ellos menores de edad. A su muer-te estaba en posesión de diversos objetos suntuarios, y dejo a su hermana Isabel Pérez —viuda por entonces de Juan Martínez— de una renta vitalicia de un tostón diario y de una esclava ne-gra llamada María. Tenía pendiente, además, el cobro de diver-sas deudas. La familia de su esposa, como indica Pérez García, logró en poco tiempo una considerable notoriedad social95. A modo de ilustración puede señalarse que los dos hermanos de doña Melchora alcanzaron importantes cargos: Gaspar, clérigo pres-bítero, fue comisario del Santo Oficio de la Inquisición en La Palma, beneficiado de la Parroquia Matriz de El Salvador (en-tre 1597 y 1619)96 y vicario episcopal en la misma isla97; por su parte, Baltasar ocupó plaza como jurado y regidor en el cabildo palmero. Más tarde marchó para América, donde residió cerca de treinta años, no teniéndose más noticias de él cuando falle-ció su hermano Gaspar98. Centrándonos en la trayectoria del capitán Miguel Pérez en cuanto a su relación con el mar, habría que agregar que com-binó las actividades náuticas con las puramente comerciales. En este sentido es destacable que lo encontremos relacionado con uno de los mercaderes descritos más arriba, concretamente con Baltasar de Guisla, a quien Pérez dio poder para que pudiese cobrar en su nombre 120 reales que le debía Juan López, veci-no de La Gomera99. Pero sobre todo es necesario subrayar que ocasión fuy a la Real Audiensia de Canaria a mis pleytos que tube sobre la partición de los bienes de my padre, para lo qual me dio lisensia Martín de Nábeda, executor que bino sobre esta muerte; y luego que llegué les remití probición para que fuesen sueltos sin costarles cosa alguna porque no vbo mas motibo para la prición que el ser parientes. (A.F.P., caja 9, n. 2. Vid. además, LORENZO RODRÍGUEZ (1975-2000: I, 189; II, 350). 95 PÉREZ GARCÍA (1995: 173-174). 96 LORENZO RODRÍGUEZ (1975-2000: I, 57). 97 En alguna ocasión se le ha nombrado como uno de los patrocina-dores de esta empresa para descubrir San Borondón, aunque se trata de una confusión con el citado Gaspar González (Cfr. PÉREZ GARCÍA, 1995: 174). 98 Recogido en el testamento de Gaspar Fernández Ocanto (A.G.P., P.N. Escribanía de Andrés de Armas (1622), fol. 219r). 99 HERNÁNDEZ MARTÍN (1999-2005: IV, doc. 2358). 132 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 34 además de piloto era, también, copropietario del «San Andrés», que así se denominaba el navío que se fletó para ir hasta San Borondón. 4.2. La expedición Como quedó apuntado en la introducción, las primeras pis-tas sobre la existencia de esta empresa las obtuvimos de Cioranescu100, que nombra algunos de los documentos que ge-neraron los preparativos de la expedición (números 1, 4 y 5 de nuestro Apéndice), aunque sin mencionar su localización ni sa-car conclusiones de ellos. Estas piezas, así como otras comple-mentarias que también presentamos, fueron halladas en el Ar-chivo General de La Palma, Sección Protocolos Notariales, y mediante su lectura podemos reconstruir únicamente las labo-res previas a la expedición, pero no nos permiten tener la certe-za de que la aventura de descubierta se llevara finalmente a cabo. Lo que sí podemos asegurar es que la iniciativa la tomó Melchor de Lugo, seguramente entre abril y mayo de 1570. El 18 de mayo de ese año suscribe, junto con Jacques de Monic y ante el escribano Hernán Pérez, un documento de fletamento en el que ya se apuntan las condiciones generales del viaje (Apéndice, doc. 1). Este contrato, que fleta el navío «San An-drés », propiedad —como señalamos— de Miguel Pérez, muestra que ya en esa fecha estaba madura la idea, tal vez meditada desde que a principios de abril ordenara el Regente Pérez de Grado las pesquisas sobre San Borondón. No sabemos si a la sazón se había realizado o no la gran operación comandada por Fernando de Villalobos, cuya fecha exacta desconocemos, pero es plausible pensar que las prisas manifestadas por Lugo y sus compañeros en la documentación conservada se deban a una seria competencia para descubrir las nuevas tierras y lograr las riquezas y honores derivados de ellas. Tampoco tenemos ninguna noticia de la existencia de capi-tulaciones regias previas a la expedición, a pesar de que éstas 100 CIORANESCU, Alejandro. «Nota 1». En: TORRIANI (1999 2: 324). 133 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 35 eran frecuentes en este tipo de aventuras para, como hicieron por ejemplo los mencionados Francisco Fernández de Lugo en 1519 y Gabriel de Socarrás en 1537, asegurarse los derechos y mercedes reales correspondientes en caso de que el viaje tuviera el éxito anhelado. Esta ausencia de capitulaciones bien puede incidir en la idea de las prisas por llevar a cabo la operación antes que los miembros de la expedición rival de Villalobos, ya que la obtención de estos documentos suponía desplazarse a la Corte para someter el proyecto a la aprobación del rey, lo cual retrasaría en demasía el inicio de la empresa. En cualquier caso, los expedicionarios podían estar seguros de que no se les nega-rían sus derechos a posteriori si San Borondón llegara a encon-trarse. Por eso la carta de fletamento prevé la ampliación del contrato del «San Andrés» para llevar a España a los interesa-dos en caso de que la isla se dejara abordar por fin. Cien doblas de oro de la moneda de Canaria (50.000 mara-vedíes) fue el precio estipulado por las partes para fletar el bar-co durante un mes, pagadero en su totalidad si el viaje concluía antes. Si por el contrario la navegación se prolongaba por más tiempo o si finalmente había que hacer el deseado viaje a la península para dar razón del descubrimiento, el importe se incrementaría proporcionalmente. Aparte del precio, como era costumbre, los organizadores habían de hacerse cargo de la ali-mentación de la tripulación, mientras que el propietario del barco se obligaba a su arrendamiento «con todos los aparejos y barca y sano de quilla y costado». En el momento de la firma del contrato Miguel Pérez recibió en metálico la mitad del pre-cio inicial, además de cuatrocientas varas de paño de seda por valor de veinticuatro doblas. Las veintiséis restantes y el posible incremento por el tiempo adicional habrían de ser abonados al regreso. El mes contratado por Melchor de Lugo y Jaques de Monic comenzaba a contar desde el día de la firma de esta primera carta, por lo que cabe pensar que todo estaba ya dispuesto para zarpar en cualquier momento. Sin embargo, algo ocurrió en los cuatro días siguientes porque el 22 de mayo, esta vez en casa de María de Castilla y ante el escribano Luis Méndez, el maestre del «San Andrés» revoca el fletamento anterior y redacta un 134 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 36 documento equivalente con el mismo Melchor de Lugo, que había roto su asociación con Monic y se presentaba esta vez con los enumerados anteriormente María de Castilla, Gaspar Gon-zález, Baltasar de Guisla y Anes van Daizel (Apéndice, doc. 2). Parece que esta participación comercial tenía más respaldo o quizás se le antojó más viable que una sociedad bipartita con Monic, lo cual pone de manifiesto no sólo la ambición y espíri-tu aventurero de Lugo sino también su sentido práctico, ya que buscó la colaboración de algunos de los más adinerados indivi-duos de La Palma, los cuales debían sufragar los gastos necesa-rios para poder llevar a cabo el viaje. El liderazgo de Lugo se materializa definitivamente en otra escritura firmada el mismo día (Apéndice, doc. 3), donde los socios estipulan que el médico se embarca como sobrecargo y capitán de la expedición, quedando todos los participantes obli-gados a acatar sus decisiones. El título de sobrecargo, dado en la marinería al responsable del cargamento de un barco mer-cante, no ha de extrañar en esta empresa, ya que en el segun-do contrato de fletamento impone Miguel Pérez una cláusula que obliga al resto a aceptar un cargamento de quesos, ganado u otra mercancía en caso de que el viaje fuera suspendido cuan-do el barco se hallara en El Hierro. De los beneficios de este flete, Pérez se beneficiaría con un tercio del total como dueño de la carabela. El reparto de cargos que se hace en la casa de María de Castilla no termina, sin embargo, con los poderes otorgados a Lugo. Así, en la misma pieza cada otorgante nombra a un re-presentante en el barco para que cualquier descubrimiento sea legalmente formalizado por todos los implicados, de manera que cada uno de ellos tenga derecho a defender su participación efectiva cuando llegue el momento de obtener los beneficios esperados. La viuda de Riberol envía, pues, a su hijo menor, Lucano, cuyo papel en el viaje se aclararía un día después, como veremos; Gaspar González remite a su hermano Baltasar, que recibe el encargo de asumir los títulos de capitán y sobrecargo del grupo que, eventualmente, tuviera que quedarse en la isla que se descubriera si hubiese necesidad de conquistarla o explo-rarla; y Baltasar de Guisla y Anes van Daizel comisionan al hijo 135 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 37 del primero, Diego de Guisla, que además asumiría el título de alférez en caso de que este desembarco tuviera que llevarse a cabo. Todos estos representantes estaban probablemente implicados desde el principio en lo que se estaba organizando, como lo demuestra su participación como testigos en los fletamentos del «San Andrés». Dos de ellos, Lucano de Riberol y Diego de Guisla, firmaron incluso la malograda primera locación en la que participaba Jacques de Monic, lo cual ilustra con claridad las buenas relaciones que ya tenían previamente con Melchor de Lugo. Tal vez fueron ellos los que se encargaron de recabar la ayuda de sus respectivos parientes y amigos potentados para que se implicaran en el proyecto cuando se rompió esta prime-ra sociedad, y quizá fue por esto mismo por lo que los nuevos socios, a su vez, los designaron sus delegados en el navío. Pero además de éstos hay otros seis testigos de los preparativos pre-vios a la partida: Juan Camacho101, que firma en el primer do-cumento y que probablemente acompañaba a Monic; Diego de Arguijo102, que rubrica las dos cartas del día 22 de mayo; Juan Rodríguez de Betancor103, que sólo aparece en la segunda de 101 Es posible que se trate de un hijo del célebre escribano público de Santa Cruz de La Palma Alonso Camacho y de su segunda mujer, María González. Sobre la cuestión que nos determina, es conveniente subrayar que si ello fuera así, una hija del dicho Alonso Camacho y su primera es-posa, conocida como Beatriz de Almonte, concretamente Francisca Cama-cho, se prometió en matrimonio con el mentado Thomas Nichols, proyec-to que se frustró a causa del encarcelamiento por la Inquisición del escri-tor británico. A su vez, este Juan Camacho debía de encontrase en torno a la mayoría de edad (HERNÁNDEZ MARTÍN (1999-2005: IV, doc. 2208). 102 El licenciado Arguijo fue nombrado teniente de gobernador en La Palma en 1551 por Juan Ruiz Miranda. Con posterioridad lo encontramos en la corte como apoderado del licenciado Armenteros, gobernador de Tenerife y La Palma. Quizá el hecho más significativo en relación con nues-tro asunto es que en 1565 recibió una carta de poder mixta por parte de Bartolomé Morel junto al estudiado Hernando de Villalobos, promotor de la otra expedición a San Borondón de 1570. El 9 de junio de 1581 abre ante la Inquisición expediente de información de limpieza de sangre suyo y de su mujer, Beatriz de Rojas (A.M.C., Inquisición, Fondo general, I-5). 103 A través de la edición de los protocolos de Domingo Pérez sabemos que Juan Rodríguez Betancor estuvo establecido como vecino de Santa Cruz de La Palma a lo largo de la década de 1560. 136 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 38 ellas; y por último Guillén Lugo de Casaus104, Pedro González105 y Hernando Riquel106, que probablemente acompañan a Diego de Solís (del que hablaremos enseguida) porque sólo aparecen como testigos de las dos escrituras validadas el día 23. Quiere esto decir que al menos siete personas más conocían la inten-ción de ir a la descubierta de San Borondón aparte de los cinco organizadores y de sus tres comisionados. El hecho de que Baltasar de Guisla y Anes van Daizel nom-braran al mismo representante no significa que tuvieran menos parte que los demás en la organización y financiación del viaje, ya que si así fuera quedaría constancia explícita en los documen-tos conservados, muy minuciosos en lo que a responsabilidades y repartos se refiere. Más bien debemos encontrar las causas en su mutua confianza, intuida sobre su origen común. Baste ci-tar que Baltasar de Guisla nombró como primer albacea de su testamento a Luis Vandewalle «El Viejo», tío político de Anes van Daizel. Las responsabilidades de cada socio y expedicionario se van despejando, y para que conste que todos los copartícipes las 104 Guillén Lugo de Casaus. Era hijo de Francisco Fernández de Lugo, colono de La Palma, a quien en 1515 el adelantado de Canarias Alonso Fernández de Lugo le concedió 20 cahíces de tierra en la montaña de Miguel Aguado y otros 12 cahíces en la Lomada del Mudo, ambos empla-zamientos localizados en Garafía. Ocupó un oficio como regidor en el Ca-bildo de La Palma, isla donde residió casado con Ana de Betancor. En 1559 obtuvo licencia por parte de Felipe II para emprender un viaje a Guatema-la con el fin de visitar a su hermano Alonso Hernández de Lugo, clérigo en aquellas tierras. Sin embargo, desconocemos si materializó dicha travesía. Pocos años después —en 1565— recibió desde Tistla, donde por aquellas fechas moraba el referido presbítero, 100 pesos y algunas piezas de plata para su mujer, la cual, una vez quedó viuda, recibió del Concejo licencia para fabricar un molino hidráulico a continuación del que tenía Gerónima Benavente en el Barranco del Río (Santa Cruz de La Palma). 105 Lo poco que conocemos sobre Pedro González es que poseía el ofi-cio de sastre y era vecino de La Palma. En los libros sacramentales de la Parroquia de El Salvador aparece recogido entre 1564 y 1582, donde cons-ta, además, que estuvo casado con Juana Blas, con la que procreó seis vás-tagos (GARRIDO ABOLAFIA, 2005: 217). 106 Lo único que hemos conseguido desempolvar sobre este personaje es que era vecino de La Palma en 1570, según refiere la documentación transcrita en el apéndice. 137 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 39 aceptan, además de la tradicional renuncia a las leyes y la su-misión a los tribunales que puedan contradecir lo suscrito, to-dos ellos se obligan a guardar el contrato bajo la autoimposición de una multa de 200.000 maravedíes que cualquier posible incumplidor tendrá que pagar al resto. Leyendo esta cláusula entre líneas (tal vez con alguna malicia de nuestra parte) es posible que podamos ver la sombra de un incumplimiento pre-vio de un contrato similar, que no sería otro que el primero que firmó Melchor de Lugo con Jacques de Monic. Según esta in-terpretación, es posible que Monic acabara siendo el que rom-pió el pacto inicial, dejando a Lugo en la necesidad de buscar nuevos socios, un contratiempo que se prolongaría muy poco pero que debió de suponer grandes quebraderos de cabeza para el médico palmero. Sin embargo, es necesario subrayar que a pesar de que esta conjetura carece de una base sólida puesto que en la formalización de cualquier carta de fletamento era usual añadir una cláusula penal de este tipo (entre 10.000 maravedíes para el archipiélago y 100.000 para trayectos más largos) no deja de llamar la atención que el hipotético castigo que se firmó fuera elevado a la suma monetaria más cuantiosa de cuantas pudieron haberse escogido107. Pero queda por dilucidar el papel de Lucano de Riberol en el reparto de tareas que se realiza en el domicilio de su madre. Para ello tenemos que revisar dos documentos redactados en el mismo lugar al día siguiente, 23 de mayo, por el escribano pú-blico Hernán Pérez (Apéndice, docs. 4 y 5). En ellos el joven aventurero recibe un poder de Diego de Solís108 para que pueda recibir en su nombre un préstamo en la ciudad de Sevilla, a donde Riberol tendrá que ir acompañando a Melchor de Lugo si San Borondón es descubierta en el transcurso del viaje. Diego de Solís da permiso a Lucano de Riberol, pues, para que bus- 107 HERNÁNDEZ MARTÍN (1999-2005: III, 21-30). 108 Se trataba de un mercader, propietario de alguna haciendas y no ajeno a la cultura libresca. No en vano en 1599 el Convento de la Inmaculada Concepción de Santa Cruz de La Palma recibió de sus herede-ros 40 doblas para comprar libros con destino a la biblioteca de dicho cenobio (A.G.P., P.N., Escribanía de Juan Sánchez Ortega (1599, septiem-bre, 3), s.f.). 138 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 40 que en Sevilla, si le resulta necesario, a cualquier persona que quiera prestarle cien ducados de a once reales, dinero que Solís reembolsaría al prestamista que se presentara en la isla de La Palma con los correspondientes documentos acreditativos firma-dos por el tomador de este poder. Castilla, por su parte, se obli-ga a pagar esa cantidad a Solís en cuanto tenga constancia de que éste ha satisfecho el préstamo. Este extraño círculo de préstamos no era infrecuente en ciu-dades con fluido tráfico mercantil, ya que permitía la posibili-dad de que personas acaudaladas pudieran obtener dinero efec-tivo en lugares en los que su reputación y riqueza no eran suficientemente conocidas. Lo que llama la atención en este caso es que Lucano de Riberol tuviera que recurrir a este me-dio en Sevilla, ciudad en la que su padre no era en absoluto un desconocido. No en vano, fue allí donde realizó sus estudios universitarios y donde recibió toda la ayuda necesaria para edi-tar su famoso libro Alabança de la pobreza. Aunque si bien de esto hacía ya catorce años, no parece demasiado tiempo para que se hubiera perdido su memoria en la ciudad andaluza. En cualquier caso, lo cierto es que el hijo del célebre jurista no sabía a quién recurrir en Sevilla, por lo que tuvo que buscar el apoyo de un comerciante mejor relacionado allí y cuyo nombre pudie-ra abrirle las puertas y las bolsas109. Diego de Solís, notable ne-gociante, tenía a la sazón con María de Castilla la explotación a medias de un viñedo en el término de La Breña, y fue su parte de la producción lo que la dama ofreció a Solís como garantía de pago del préstamo prometido a su hijo. El encargo hecho a Lucano de Riberol de ir con Lugo a dar al rey la noticia del descubrimiento de San Borondón supone un honor que lo destaca entre el resto de los expedicionarios. Es muy probable que el joven no tuviera aún la preparación nece-saria para que se le encomendara la capitanía del barco o de la 109 En los protocolos de Domingo Pérez consta algún trato mercantil de Solís con comerciantes sevillanos. Sirva a título de ejemplo que en 1559 dejó a Juan Agustín, vecino de Sevilla, mareante y sobrecargo del barco «Nuestra Señora del Camino», 4 pipas de vino para que transportase hasta el puerto de Ulúa en el Caribe. Ver, HERNÁNDEZ MARTÍN (1999-2005: IV, doc. 1884). 139 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 41 tropa que había de quedar en la tierra que descubrieran, y pue-de que ni siquiera estuviera capacitado para ejercer de alférez en la conquista de San Borondón, pero es muy posible que sus compañeros quisieran ofrecerle a cambio la oportunidad de pre-sentarse personalmente ante el monarca para darle tan fantás-ticas nuevas, de manera que el papel de María de Castilla en la organización de la aventura quedara recompensado con este honor para su familia. No hay que olvidar que, si Melchor de Lugo fue el propulsor de toda esta exploración, María de Castilla fue, al menos, la anfitriona de las reuniones en las que se acor-daron todos los pormenores del viaje, y no es casualidad que su firma aparezca en primer lugar en el documento por el que el barco es fletado a los aventureros (Apéndice, doc. 2)110. Una vez que ya estaban previstos todos los detalles de la expedición, es razonable pensar que ésta partiera del puerto de Santa Cruz de La Palma en el plazo de muy pocos días, toda vez que el «San Andrés» se hallaba preparado y el mes de con-trato firmado con su maestre había empezado a contarse ya. Sin embargo, como venimos refiriendo, nada sabemos con cer-teza a este respecto puesto que no hay más rastro documental que el que hemos descrito. Lo cierto es que, como podemos suponer, la tripulación no llegó a vislumbrar en ningún momen-to la isla de San Borondón, y en caso de que sí la vieran, es cosa clara que no llegaron a hollar sus costas, puesto que tal propósito no ha sido nunca posible a pesar de la existencia de algunos testimonios que afirman lo contrario. La prevención de Miguel Pérez de asegurarse de la posibilidad de utilizar el viaje para cargar mercancías en El Hierro parece, pues, el punto más sensato de todos los tratados en los preparativos de la aventura, y si finalmente recogieron este cargamento es de creer que los inversores pudieron, al menos, recuperar parte del dinero des-embolsado, lo cual significaría que la expedición en busca de San Borondón habría resultado todo lo exitosa que cabría espe-rar, dada la inexistencia física de la isla viajera. 110 Por alguna extraña razón, la firma de María de Castilla no aparece en el doc. 3 del Apéndice, en el que se establecen las condiciones generales y particulares de la expedición. No obstante, este documento comienza relacionando a todos los participantes, entre los cuales se encuentra la viu-da de Riberol destacada en primer lugar. 140 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 42 4.3. El barco Por último, no queremos concluir este apartado sin mencio-nar las vicisitudes del navío que participó en la expedición: el «San Andrés». En la documentación aparece mencionado indis-tintamente como carabela o carabelón. Sin embargo estas dos acepciones no son términos sinónimos por lo que se hace perti-nente delimitar sus diferencias para poder establecer con preci-sión de qué tipo de embarcación se trata. En líneas generales, una carabela era un navío muy ligero; de modestas proporcio-nes (normalmente de menos de 100 toneladas); de cubierta es-trecha; y también de forma y aparejo muy variado dado que podía usar velas latinas o cuadradas, tener entre cuatro y dos palos, o incluso ostentar puentes o carecer de ellos. Atendiendo a sus características se destinaron tanto al comercio (su reduci-do calado les permitía fondear en todo tipo de litorales) como a viajes marítimos de exploración (por su rapidez de movimiento). Su denominación se extiende, de esta manera, a las naves dedi-cadas a estos servicios dadas sus facultades y capacidades pro-pias, y no se refiere a barcos con una naturaleza o un equipa-miento bien definido. La otra acepción, carabelón, podría remitir a una carabela pequeña o a un bergantín; y aunque estos bar-cos no eran similares, lo cierto es que tampoco eran muy dife-rentes. Por tanto, el «San Andrés» era una nao pequeña, ligera, con dos o tres palos, seguramente con una sola cubierta y apa-rejada con velas latinas. El buque fue armado en la Villa de San Andrés, en el Nores-te de La Palma, probablemente en el Barranco del Agua, situa-do al Norte del pequeño núcleo urbano y con una amplia playa de callaos que facilitaría su montaje (Apéndice, doc. 6). La cons-trucción de una carabela no requería un coste muy elevado, y con frecuencia estos cauces hídricos fueron elegidos como em-plazamiento de efímeros astilleros. Asimismo, la frondosidad de los bosques palmeros, con todo tipo de especies arbóreas (espe-cialmente el pino canario, muy útil en la arquitectura naval) o la presencia de vecinos de origen portugués (quizá algunos de los cuales habrían trabajado con anterioridad como carpinteros 141 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 43 de ribera) debieron de ser determinantes en la fijación del en-clave111. Este tipo de industria en Canarias se mantuvo entre los si-glos XVI y XVIII como una explotación intermitente que dependía en buena medida del capital y de las necesidades mercantiles de cada momento, y que al mismo tiempo repercutía en otras in-dustrias que podían establecerse alrededor de ella112. De esta suerte, la construcción de un navío estaba condicionada a la intensidad del tráfico marítimo, la situación del comercio o la existencia de mano de obra especializada. No es extraño, por tanto, el montaje de buques en los barrancos. Sobre 1553 tene-mos constancia del equipamiento de una carabela latina nom-brada «Nuestra Señora de la Candelaria» en el Barranco de La Galga (Puntallana), paraje muy cercano al de la Villa de San Andrés. Dicho navío fue costeado por el comerciante Domingo González y el regidor Pedro Alarcón, para lo cual crearon una sociedad a partes iguales sobre la que se dividían los beneficios que reportasen las empresas que se emprendieran113. También, se ha podido documentar la construcción de una barca en el entonces denominado barranco de doña Águeda —hoy conoci-do como Barranquito de Zamora— en 1590114. El navío en cues- 111 Sobre la construcción naval en La Palma véase: DÍAZ LORENZO (1993); LOBO CABRERA (1985); LORENZO RODRÍGUEZ (1975-2000: I, 50-52); LORENZO TENA (2000); LORENZO TENA (2005); PADRÓN ALBORNOZ (1969); WANGÜEMERT Y POGGIO (1905); y YANES CARILLO (1953). 112 En relación con este asunto podría ser interesante rescatar el dato de que en 1590 Pedro Díaz Martela, vecino de Garafía, se obligó a entregar a Pedro Hernández Cordero, como administrador de la compañía formada por Luis Vandewalle Bellido, Diego de Guisla y los herederos de Francisco de Belmonte, 30 quintales de brea que debía elaborar en unas peguerías situa-das en Puntagorda (A.G.P., P.N., Escribanía de Bartolomé Morel, caja 2, cuaderno 1 (14 de febrero de 1590), s.f.). La brea era necesaria —entre otros requerimientos— para la impermeabilización de las embarcaciones. 113 HERNÁNDEZ MARTÍN (1999-2005: I, 207-208, doc. 325). 114 A mediados del siglo XVI este barranquito de Zamora, situado al sur de Santa Cruz de La Palma y cerca del puerto, fue conocido como de Jácome de Monteverde, probablemente porque tenía en sus proximidades la vivienda de su habitación. Más tarde, y durante muchos años, se deno-minó como de doña Águeda, debido a que doña Águeda de Monteverde, nieta del citado Jácome, tuvo allí su casa con linderos a las calles de la 142 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 44 tión se bautizó como «Nuestra Señora del Rosario» y fue reali-zado bajo el patrocinio del mareante y vecino de La Palma Gonzalo Pinto y del alguacil del Juzgado de Indias Gonzalo Perera. Se trataba de una pequeña embarcación destinada fun-damentalmente al tráfico interinsular. Para concluir su construc-ción los promotores pidieron un préstamo a Luis Maldonado y Guzmán, deuda contraída únicamente, según se desprende de la documentación, para ultimar algunos flecos, ya que el grue-so de la barca se encontraba armado. La nao debió de encon-trarse coronada en el verano de 1590 y de manera inmediata se puso a navegar115. En cuanto al «San Andrés» —que quizá deba su nombre a la popularidad que esta advocación gozó entre los hombres de mar116—, fue ensamblado durante la segunda mitad del XVI. Su promotor fue, entre otros, el mareante Gaspar Álvarez, quien con posterioridad vendió un tercio del mismo a Martín de Jaymes, y éste a su vez enajenó la mitad de esa dicha tercera parte a favor de Vicente Pérez. El capitán Miguel Pérez fue otro de sus propietarios. Como hemos aludido, la nao se destinó fun-damentalmente al comercio; así en el mes de septiembre de 1560 partió desde Santa Cruz de La Palma con destino al puerto de Santo Domingo (La Española) un barco homónimo cargado con 30 pipas de vino, aunque no contamos con la certeza que de fuera el nuestro117. Lo que sí podemos rubricar sin lugar a dudas es la última aventura de la carabela palmera. En un viaje llevado a cabo con destino a la península en 1571 (es decir, sólo un año después de intentar ubicar la ínsula fantasma) fue apresada por piratas berberiscos. En esta ocasión el «San Andrés» transportaba que-sos, maderas y otros productos no especificados. Una vez abor-dado, todos sus tripulantes fueron raptados y la mercancía ro-bada; la nave quedó entonces a la deriva frente a las costas de Real, a la calle de la Mar, al barranco y a la casa de los Mercatudos (vid. PÉREZ GARCÍA (1993: 650). 115 A.G.P., P.N., Escribanía de Pedro Hernández Guadalcanal, caja 7, cuaderno 3 (7 de junio de 1590), fols. 396v-399r. 116 HERNÁNDEZ MURILLO (2002: 201). 117 HERNÁNDEZ MARTÍN (1999-2005: IV, doc. 1950). 143 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 45 Huelva y unos marinos de las cercanías la condujeron al puer-to de Ayamonte, donde quedó depositada. Es así como el 20 de septiembre de ese año el citado Vicente Pérez confirió un poder especial a Cosme González, vecino de La Palma, para que pu-diese cobrar el sesmo que tenía en el «San Andrés», que se ha-llaba anclado en la prenotada villa onubense. 5. CONCLUSIONES Si las disquisiciones sobre la existencia o no de la isla de San Borondón han estado vigentes durante más de quinientos años hasta el punto de despertar el interés político y económico de gobernantes, potentados y mercaderes, no es de extrañar que su estudio proporcione todavía nuevos datos y perspectivas, toda vez que la documentación relativa a todos estos asuntos ha sido lo suficientemente ingente como para que podamos asegurar que son aún incontables los textos que quedan por rescatar del olvido. Un ejemplo de ello es la información escrita que generó la expedición que, auspiciada por Melchor de Lugo, se preparó en Santa Cruz de La Palma durante la primavera de 1570. So-bre la misma apenas se ha tratado hasta ahora, y las pocas ocasiones en que se ha hecho se ha abordado el acontecimien-to partiendo de errores importantes (como la confusión con otra expedición llevada a cabo el mismo año) o tomando sólo algún documento aislado de los que se conservan relativos a esta aven-tura. Queda aclarado, pues, que la expedición de la que tratamos es distinta de la que capitaneó Hernando de Villalobos, quien casi simultáneamente se embarcó con tres naves para descubrir la misteriosa isla. La organización de la expedición corrió a car-go de otras personas en su actividad como ciudadanos particu-lares, y el nombre de Villalobos, que actuaba por otro lado como Depositario General de La Palma, no consta en ninguna de las piezas consultadas. La organización del viaje fue patrocinada por algunos de los principales personajes de la segunda mitad del siglo XVI palmero, entre los que se encontraban profesionales, mercaderes y cléri- 144 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 46 gos de alta jerarquía. Todos ellos, pues, eran beneficiarios de una estimable posición social y económica, y podían, sin correr de-masiado riesgo, invertir parte de sus caudales en una empresa de resultado tan incierto, toda vez que un hipotético éxito de la expedición habría de aportarles fama y riquezas en grados ex-tremos. La minuciosidad y el cuidado puestos por estos personajes en la organización de los detalles de la empresa hacen pensar que la expedición se llevó finalmente a cabo, pero de ello no ha quedado testimonio documental en ninguna fuente manuscrita o impresa y, por tanto, no podemos asegurar tajantemente que así fuera. Queda por dilucidar la cuestión de que dicha expedi-ción no fuese recogida con posterioridad por ninguno de los historiadores que han tratado sobre este asunto, a los que les tendría que haber llegado alguna noticia de la misma. Sobre esto, cabe la posibilidad de que dicha empresa se mantuviese en forma privada entre sus promotores para no despertar la codi-cia o competencia de sus vecinos en caso de que llegasen a co-nocer el proyecto118, o quizá sepultada en la historia por la cele-bérrima expedición de Villalobos o por el dramático suceso de los Mártires de Tazacorte, ocurrido sólo unas semanas después. La última de las conclusiones que queremos hacer notar es precisamente la constatación de que con este artículo la isla de San Borondón no ha dejado en absoluto de tener ese misterio que la hace tan fascinante. Podemos asegurar que la fluctuan-te tierra, nube, pez o sombra seguirá siendo por mucho tiempo fuente de nuevas sorpresas no sólo en lo que se refiere a la aparición de informaciones o documentos como los que ahora presentamos, sino también en lo que aporta a disciplinas tan dispares como la óptica, la filosofía, la meteorología, el arte, la historia o la etnografía. Quede, pues, esta aportación como ejemplo de ello. 118 Tampoco se recoge en la mayoría de los textos históricos la más que probable expedición de la familia Carta llevada a cabo antes de 1746 (NO-TICIAS, 1997: 119). 145 UNA EXPEDICIÓN DE MELCHOR DE LUGO PARA DESCUBRIR LA ISLA DE SAN BORONDÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 47 6. BIBLIOGRAFÍA ABRÉU GALINDO, Juan de (1977). Historia de la conquista de las siete islas de Canaria. Ed. crítica con intr., notas e índice por Alejandro Cioranescu. Santa Cruz de Tenerife: Goya. ANAYA HERNÁNDEZ, Luis Alberto (1996). 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[2ª ed.], 1978, p. 256. (fol. 133r) (cruz) (En el margen superior izquierdo): Fletamento Sepan quantos esta carta vieren como yo, Miguel Peres, marean-te, vezino desta desta ysla de La Palma, maestre y señor que soy de mi navío nonbrado San Andrés, surto en el puerto prinsipal desta ysla de La Palma; otorgo y conozco por esta presente carta que fleto a vos Xaques de Monique y el liçen[çiado] Melchior de Lugo, médico, vezinos desta ysla, el dicho [mi] navío para con él y toda la gente dél hag[ays] viage al descubrimiento de San Boron-dón, yendo do[nde] vos los susodichos quereys yr, el qual os fleto con todos los aparejos y barca y sano de quilla y costado como es vso y costumbre fletar semejantes navíos; prometo y me obligo [por] esta presente carta de partirme del dicho puerto prinsipal 1 Los documentos incluidos en este anexo se presentan ordenados por una secuen-cia cronológica. Cada uno de ellos se encuentra encabezado por un número de orden, seguido de una descripción catalográfica y una transcripción completa. Los criterios paleográficos de la transcripción pueden ser abreviados en el respeto a la grafía origi-nal, desarrollo de las abreviaturas y el uso de puntuación y acentuación moderna don-de ha sido necesario para facilitar su lectura. 150 LUIS REGUEIRA BENÍTEZ Y MANUEL POGGIO CAPOTE Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 99-166 52 desta çiuda2 con el dicho mi navío y gente [dél] y quando que vos los susodichos me manda[rdes], tiempo haziendo y tiempo no per-diendo, y de navegar [e governar] el dicho mi navío para la parte y lugar d[e]3 vos los susodichos mandardes, con el qual dicho navío prometo y me obligo destar en el dicho descubrimiento de la dicha ysla de San Borondón, tiempo de v[n mes] cumplido primero si-guiente que comiensa a correr y se contar desde oy día de la fecha desta carta hasta ser cunplido y acabado, por el cual dicho tiempo me aveys de dar a mi y a el dicho mi navío y gente dél çien doblas de oro desta moneda de Canaria en esta manera: las çinquenta doblas, luego antes que haga el dicho viage, que confieso aver de vos recibido las dichas çinquenta doblas en4 dineros de contado en presensia del escrivano y testigos desta carta; e yo Hernán Pérez, escrivano público desta dicha ysla por la Magestad real, doy fee que en mi presensia y [de] los testigos desta carta, los dichos liçen |
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