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Núm. 51 (2005) 61 68 UNA PRIMA DE GALDÓS UNA PRIMA DE GALDÓS PO R JAVIER CAMPOS ORAMAS «Si el historiador acaso no las nombrase, peor para él; el novelador las nombrará, y conceptuándose dichoso al llenar con ellas su lienzo, se atreve a ase-gurar que la ficción verosímil, ajustada a la realidad documentada, puede ser en ciertos casos más históri-ca, y seguramente es más patriótica que la historia misma»1. 1. «SI EL HISTORIADOR ACASO NO LAS NOMBRASE, PEOR PARA ÉL; ...» Con estas palabras escritas por Benito Pérez Galdós nos adentramos, cautelosamente, en la vida de su autor. En esa vida, de la que quiso ser tan reservado que sus exégetas presumían, presumen, de tener por maestro a uno de los pocos escritores que han silenciado una parte interesantísima de su propia vida: su juventud pre-madrileña. De la primera parte de la vida de Benito Pérez Galdós poco o nada parece, hasta el momento, que se puede conocer por su obra literaria. El novelista oculta, cuidadosamente, sus años mozos bajo una capa de indiferencia y de escaso interés. Ya siendo un hombre maduro de cuarenta años colabora con Ar- 1 El Terror de 1824: Cap. V, pp. 52-53. 62 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 2 JAVIER CAMPOS ORAMAS mando Palacio Valdés en su famoso cuento «Un estudiante de Canarias»2. En ese momento, aparentando una cierta debilidad, se permite unas crípticas declaraciones de lo que sus ávidos fans deseaban y desean saber. La razón de tal obscuridad es que hubo, en la vida de nuestro gran escritor, un pasaje poco grato de recordar que ni propios ni extraños quisieron referir. Cosa bien extraña, conociendo al género humano, o no valía la pena contarlo, obvio y común. Algo hay ahí que no se ajusta a la razón de la sinrazón. ¡Veamos! Ya es sabido que Benito tuvo un romance con su prima, la cubana Sisita. Ambos pollos de la misma edad. Ella nacida en Trinidad de Cuba, de una alianza «pecaminosa» entre José María Galdós Medina, tío materno de Benito, y Adriana Tate, viudita por partida doble, anglo americana. Los hijos del primer matri-monio de Adriana Tate casarían con un hermano y una herma-na, respectivamente, de Benito. Inverosímil, pero cierto. Domingo Pérez Galdós y su esposa Magdalena Hurtado de Mendoza Tate, más su hermano Pepe, su madre Adriana y la niña Sisita, con el tiempo y buenos caudales, se trasladaron a Gran Canaria. Aquí Pepe casará con la única hermana Pérez Galdós que contrae matrimonio: Carmen3. ¿Cómo se justificó la presencia de la niña Sisita y en que rango vino? No lo sé con precisión, pues los borradores de los padrones municipales, que no son precisos y ofrecen bastantes confusiones, sólo nos orientan. Por ejemplo, en uno la cubanita figura como «Josefa Spanisch»; en otro «Sisa Hurtado de Mendoza»; en otros no se la registra. Las fechas y procedencias varían también: typical spanisch way. Volviendo a la relación de nuestros tórtolos, decir que tal enamoramiento causó pánico en la madre de Benito. Doña Dolores se las ingenia, según Pedro Ortiz-Armengol4, para en- 2 BRIAN J. DENDLE, «Palacio Valdés, “Un estudiante de Canarias”: A forgotten article of 1883», Anales Galdosianos, pp. 97-104, 1989. 3 De este matrimonio y del realizado por Ignacio, con Caridad Ciria Vinent, proceden los actuales parientes del escritor. 4 PEDRO ORTIZ-ARMENGOL, Vida de Galdós, Ed. Crítica, Barcelona, 1996. Entiendo que hasta el momento de redactar estas notas, es el mejor com-pendio de lo hasta ahora publicado y por lo tanto lo sigo con casi valor de catecismo. Núm. 51 (2005) 63 UNA PRIMA DE GALDÓS 3 viar al muchacho a Madrid, nada más terminar los exámenes de Bachiller que le permitían entrar en una universidad. Tal es la premura que cuando Benito va a La Laguna, a examinarse, no regresa a Gran Canaria sino que, según el investigador galdosiano José Pérez Vidal, de allí parte rumbo a Cádiz. ¿Por qué ese agobio? ¿Hubo algún síntoma o temor de algo irreparable? ¿Tan mal se entendía ese posible matrimonio? ¿Por parentesco? ¿Por la condición de la muchacha? Conviene recordar que la joven tenía un padre mediana-mente rico en Cuba, de quien era única heredera. Además las relaciones entre aquél y ésta se demostraron positivas y el ma-trimonio hubiera sido visto con buenos ojos pues cerraría, con-venientemente, una escarificación en tan nobles hidalgos, los Galdós. La chica acabó casada con un Galdós cubano: Pablo. Al decir de Ortiz-Armengol este Pablo era hijo ilegítimo de Domingo Galdós Medina y de Eleuteria Mesa5. El problema alcanzó unas dimensiones que a nosotros se nos escapan. No tenemos argumentos contundente, irrebatibles, para contestar a las cuestiones que surgen. Lo más razonable es acep-tar que Dolores Galdós Medina consideraba, como buena ma-dre, que era un amor prematuro, propio del atolondrado Benito y que convenía primero asegurarse un futuro. En el caso del niño chico de la casa tenía que ser una carrera universitaria pues ya había demostrado ser un buen estudiante y aventajado enamoradizo. A ello había que añadir que era un pésimo gue-rreador de patio y calle, muchacho de endeble salud, por lo tan-to ni Iglesia, ni Milicia, ni emigración. Ni los pasos del tío Domingo Pérez Macía, capellán de las Milicias Canarias en la Guerra de Independencia; ni los pasos del padre, hermanos y tíos, militares de profesión, eran adecua-dos. Lo de ir a buscar fortuna a las américas: ¡ni pensarlo! Nada, p’a leyes, p’a letrado. ¡Y tan letrado le salió el chico! para sufri-miento y vergüenza de doña Dolores e hijo Ignacio6. 5 No obstante hay que entender que el apellido Galdós no era exclusivo de la familia del futuro escritor. 6 Según parece, aquélla despidió a una sirvienta por celebrar con albo-rozo un triunfo literario del chico (Pérez Vidal dixit) y éste, Ignacio, cuan- 64 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 4 JAVIER CAMPOS ORAMAS Es evidente que el señuelo de Madrid y la presión familiar fueron suficientes para un muchacho tan irresoluto y dócil como parece ser que era Benito, en cuestiones que no fueran su futura ambición literaria. Que ni ambición de figurante tuvo sino que era un monomaníaco, que todo se le iba en escribir, escribir, tanto que del mundo se ausentaba. Él mismo lo cuenta en el artículo ya comentado de Palacio Valdés7. La familia pen-saría que la actitud de Benito, en el tema de Sisita, demostraría si su amor era lo suficiente sólido o una simple chiquillería. ¿Quién tomaría las riendas del asunto? Doña Dolores, como buena matrona ancien régime, cuidaba mucho las formas, don Chano es evidente que no era la persona adecuada, ni la edad ni su carácter complaciente lo hacía idóneo8. ¡A quién se pare-cerá este hijo mío!, parece que estamos oyendo la voz de doña Dolores. El indicado era Domingo, en quien habían recaído las responsabilidades de jefe de familia, ante la claudicación ver-gonzosa de su padre. Además, «el problema», Sisita, lo había traído él de Cuba, era la hija de su suegra, ¡esa extraña señora! ¡por dejarlo ahí! Así que vas y le dices a tu hermano Benito, bla, bla, bla,... Con el tiempo Domingo acusaría el golpe9. Benito a Madrid; Sisita en casa, hasta ver que medidas se toman. Entre éstas es fácil admitir que se le buscara un mari-do. Una joven que ya había sido tocada por el amor, y tal vez por algo más, no convenía dejarla a la mano de Dios o del Dia-blo, ¡que todo puede ser! Recordemos que, en aquel entonces, a do le hablaban del tema, decía con resignación: «cosas de mi hermano Benito». Tener en cuenta esto: Ignacio hizo una buena carrera militar, lle-gando a Capitán General de Canarias y no era cosa de jugarse el tipo incordiando a tal autoridad con comentarios poco afortunados sobre Beni-to y las anécdotas de la familia. Junto a ello era famoso su severidad de carácter. Además a lo largo de la vida del Novelista hubo episodios amoro-sos bastante difíciles (muerte de Lorenza Cobián, etc...). 7 Cierto que después dirigió varios periódicos y luchó por dar salida a su obra literaria, hasta que la edad le fue recluyendo y tuvo que declinar responsabilidades. 8 Valsequillo, 1784-Las Palmas G. C., 1871. Casó en Las Palmas G. C. en 1823. 9 Dolores Galdós Medina, 1800-1887, aparte que ya no era una joven-cita, era conocida por su fuerte carácter. Núm. 51 (2005) 65 UNA PRIMA DE GALDÓS 5 las muchachas poco o nada se les permitía opinar en tan tras-cendental tema, eso lo arreglaban los mayores, para bien de las criaturas que «no sabían lo que les convenía». El amor se aca-ba, las necesidades de comer y vestir: nunca. Así que se estable-cían, se establecen en nuestro caso, negociaciones con un hom-bre maduro, sensato, con posibles y si todavía está de buena presencia, mejor. ¿No es, acaso, lo que se hizo con Adriana Tate, su madre, cuando la casaron con el viejo Ambrosio Hurtado de Mendoza, allá en Trinidad de Cuba, y con tantísimas chicas de aquella época? Recordemos la férula bernardalbesca que había establecido Dolores Galdós con sus numerosas hijas. De seis sólo casó una10. Había que dotarlas convenientemente, eso suponía fragmentar el patrimonio y empobrecerse todos. En otras socie-dades más primitivas las asesinaban nada más nacer11. ¿Cuál fue el comportamiento de Sisita ante la situación? ¿Sería ella la que dio el primer paso de la ruptura que sutilmen-te imponía la familia? ¿No sería esto último lo que hizo que Benito no quisiera regresar a su casa después de los exámenes? No querer volver a la ciudad donde estaba la despiadada. Si él hubiera ardientemente deseado estar con la amada, y saberse amado, sólo tenía que suspender los ejercicios, ¡con lo distraído que era!, y retrasar la marcha a la universidad. Pero hemos vis-to que no y que a lo largo de su vida le costará volver. Cierto que en aquel entonces los viajes no tenían nada que ver con los de ahora. Y hasta aquí la situación histórica. «Si el historiador acaso no las nombrase, peor para él; ...». 10 Soledad, Tomasa, Carmen, Concepción, Dolores, Manuela. Ortiz- Armengol no cita a Dolores, pero esta joven aparece en los borradores de los padrones municipales, con edad entre Concha y Manola. 11 Ante el bienestar económico del novio y la amistad-parentesco con el hermano de la novia, Domingo, posiblemente Carmen Pérez Galdós no llevara dote, fuera del menaje de ropa blanca. Incluso el afortunado Do-mingo compró propiedades a su padre y compró o tomó prestado, con pago de intereses, las partes de la herencia de sus hermanas para darles cierta liquidez e independencia económica a la casa paterna. 66 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 6 JAVIER CAMPOS ORAMAS 2. «... EL NOVELADOR LAS NOMBRARÁ, ...» En efecto, el escritor de la gran novela titulada Episodios Nacionales, abordará el tema que para él significó tanto. Cuan-do lo vuelve a tratar ya han pasado bastantes años, catorce, pues es en mil ochocientos setenta y seis cuando aparece firma-do el episodio número 14, El Grande Oriente. La herida debe estar algo cicatrizada, no del todo, y, tal vez, el incluir el tema en dicho trabajo sea por recomendación de alguien que conoce la tragedia interna del personaje. Alguien que sabe como sufre y que le aconseja, si es que necesitaba de tal consejo el novelis-tas, de pasar a la ficción lo que había sido cruel realidad. ¿Por qué ahora vuelve a surgir el tema?12 Indudablemente una razón poderosísima ha sido la muerte de Sisita en el 72. La muerte todo lo muda, todo lo cambia, da perspectiva a la vida y a los hechos del pasado. El saber del triste final de la amada tuvo que remover los posos amargos que la vida en Madrid no le había hecho olvidar. No estamos hablando de un personaje frío e insensible, todo lo contrario. Benito era un hombre sensible, tímido, impresionable, pero con unas cua-lidades excepcionales que le permiten desviar sus problemas al campo de la literatura. De esta manera se libera, en cierto modo, de la presión inmediata, de los problemas propios y ajenos. Es-tamos conociendo a alguien muy cualificado para encauzar su sensibilidad, sus experiencias, por el camino de la manifestación escrita y allí disimularla, si lo creyera necesario, de la forma más sabia. Y ésto es lo que va a hacer con su drama interno que realmente nunca le abandonará, pero que él reconducirá, en la medida que pueda, a otros campos, no siempre literarios. El desengaño amoroso, si es que así se le puede titular, to-mará cuerpo en el capítulo XII del Episodio ya nombrado. Se alargará hasta el final del mismo y enlazará con el número die-ciséis, Los cien mil hijos de San Luis, para volver a ser retomado. Muchos años después, la presencia de otros acontecimientos refrescan los hechos que se creían superados, si es que no lo 12 Ver trabajo mío, «Inés, el amor de Galdós», publicado en Anuario de Estudios Atlánticos, núm. 47, año 2001. Núm. 51 (2005) 67 UNA PRIMA DE GALDÓS 7 estaban ya hacía mucho tiempo, y surgen en la obra de nues-tro escritor. A mi entender, como ya indiqué, el tema ya había sido tratado, tímidamente, en la primera serie y volverá, como acabo de sugerir, cuando escriba España sin rey. Históricamente las fechas de la serie, que comento ahora, son 1821-1823, durante El Trienio Liberal y la llegada del ejér-cito de la los reinos unidos de La Santa Alianza. ¿Por qué estas fechas? Pienso que el tema le ronda conti-nuamente y hay una necesidad espiritual que alimentar. Ade-más, se escribe mejor tratando lo que mejor se conoce. 3. REPARTO POR ORDEN DE APARICIÓN Entendiendo que la ficción, como tal, permite al novelador añadir, mezclar, quitar, en suma: alterar los perfiles de la reali-dad. Así nos lo dice el propio escritor, me atrevo, con bases ra-zonadas, a hacer esta distribución de roles dramáticos: PERSONAJES EN LA FICCION • José del Campo: Director de Co-rreos, tío y tutor de Andrea. Co-mo tal organiza la separación de ambos, apartando a Monsalud y relacionando a la joven con Fal-fán de los Godos . Amigable con su hermano de logia, Salvador, a pesar de la «ju-garreta », procura compensarle de la mejor manera posible. • Andrea: huérfana, americana, con ciertas disponibilidades econó-micas, zalamera, coqueta. Mantiene una honesta relación amorosa, con notas de juegos in-fantiles, con Salvador Monsalud a quien «traiciona» con un viejo galán, por presión familiar. Des-pués quiere retractarse. PERSONAJES EN LA HISTORIA • Domingo Pérez Galdós: hacenda-do, pariente y tutor de Sisita. Se-gún parece, como tal organizó la separación de ambos, enviando uno a Madrid y relacionando a la joven con Ponce de León. Amigable con su hermano Be-nito, a pesar de la «jugarreta», procura compensarle de la mejor manera posible. • Sisita: huérfana, cubana, con ciertas disponibilidades econó-micas. Desconocemos sus otras cualidades. Mantiene una honesta relación amorosa con su primo Benito Pérez Galdós, a quien «traiciona» con un viejo galán, ¿por presión familiar, por despecho? ¿Quiso retractarse? 68 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 8 JAVIER CAMPOS ORAMAS Vive bajo la tutela de su tío José y de su tía Romualda Cam-pos. • Romualda Campos: tía de An-drea, señora distraída e irrespon-sable como tutora. • Falfán de los Godos: distinguido caballero, entrado en años, pero muy bien situado social y econó-micamente. Conocedor de su papel no es-pera «pasiones exaltadas», sólo desea un «amor tranquilo y se-sudo... » • Salvador Monsalud: joven intré-pido, adornado con cualidades artísticas, entre ellas la literatura, que se ha visto rechazado por Andrea. • Solita: casi hermana de Salvador, su consejera, es el referente fa-miliar en Madrid, ella es quien organiza su vida doméstica. Vive bajo la tutela efectiva de su pariente Domingo y de su her-manastra Magdalena Hurtado de Mendoza. • Adriana Tate: madre de Sisita, debido a determinados proble-mas su posición no es muy auto-rizada. • Ponce de León: distinguido caba-llero, entrado en años, pero muy bien situado social y económica-mente. A estas virtudes hay que aña-dirles que era notorio artista y el donjuan de la localidad. • Benito Pérez Galdós: joven inde-ciso, adornado con cualidades artísticas, entre ellas la literatura, que se ha visto rechazado por Sisita. • Magdalena: casi hermana de Be-nito, su consejera, es el referente familiar en Madrid, ella es quien organiza su vida doméstica. 4. DESCRIPCIÓN DE LOS PERSONAJES Y SUS CIRCUNSTANCIAS* A) José Campos/Domingo Pérez Galdós José Campos «El Venerable o presidente era un hombre como de se-senta años, de agradable y aún hermosa presencia, fisono-mía simpática, sonrisa esculpida, más bien de cortesía que de burla. En todo él había marcadísima expresión de con-tento de la vida, un singular convencimiento de que el * Evidentemente la cursiva es mía y con el objeto de fijar la atención del lector en las coincidencias. Núm. 51 (2005) 69 UNA PRIMA DE GALDÓS 9 mundo era bueno, y si se quiere, de que el Arte Real era óptimo. Vestía con elegancia, y los atributos, y arreos de la masonería, que no tienen comúnmente nada de airosos, le sentaban a maravilla. Había en su bizarra apostura corpu-lenta cierto aire de obispo y también algo de hombre de mundo, sin que pudiera adivinarse cómo se verificaba la síntesis de estos dos términos tan diversos. Aquel personaje, que a pesar de su indudable influjo en los sucesos de su época ha escapado, por extraño fenóme-no, a las fiscalizaciones entrometidas de la Historia, se lla-maba don José Campos. Este era su verdadero nombre, y no anagrama impuesto por el novelador para tapar una celebri-dad; mas no lo busquéis en la Historia, como no sea en algún olvidado y oscuro libro de masones, buscadlo en la Guía de los forasteros, porque era director general de Co-rreos. A pesar de la poca resonancia de su nombre y de no estar asociado éste a ningún mérito político ni oratorio, ni menos a batallas o sediciones, es indudable que el porta-dor de él fue uno de los hombres más importantes del cé-lebre trienio. A él se debió la organización de la masonería en aquel pie de ejército poderoso. Lo que no se comprende fácilmente es la razón de su modestia. Campos no quiso nunca salir de la Dirección de Correos, aunque su familia-ridad con ministros, generales y consejeros le ponía en la mejor situación del mundo para satisfacer su vanidad si la hubiera tenido. De las más verosímiles tradiciones masó-nicas se desprende que el Venerable en cuestión era de los que se agachan para dejar pasar las turbonadas y los pedris-cos, conservando siempre el mismo sitio y no dejándose arrastrar por la furia de las pasiones, con lo cual, si apa-rentemente adelantan poco, en realidad salen siempre ga-nando y no están sujetos a las caídas y vaivenes de la gen-te muy visible y talluda. Más hábil vividor no lo conocieron los pasados ni conocerán los venideros siglos. Los anales masónicos están conformes con asegurar que Campos tenía en las logias el nombre de Cicerón»13. «Vivía, pues, pacífica y cómodamente con su familia, no por cierto muy numerosa, pues constaba tan sólo de dos personas: su hermana doña Romualda [...] y su sobrina Andrea, hija de Mauricio Campos, [...]14. 13 El Grande Oriente, cap. VIII, p. 61. 14 Cap. XII, p. 90. (Si no se señala el título del Episodio, se sobreen-tiende que es el núm. 14, El Grande Oriente). 70 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 10 JAVIER CAMPOS ORAMAS La relación de d. José Campos con Andrea nos la comunica Pérez Galdós con estas palabras: «El buen tío, que no era tacaño y gustaba de que su pupila se presentase bien, abrió bastante la mano en lo rela-tivo al lujo. Esta era la fórmula de su cariño, porque sin duda hay distintas maneras de amar a las sobrinas. Ade-más, Campos, por razones de egoísmo, tenía empeño en no contrariarla, deseando alcanzar de ella consentimiento para un proyecto nupcial que entre manos traía después de la revolución»15. El proyecto no tenía nada de novedoso para aquellos tiem-pos. En estos casos lo que se buscaba era traspasar las respon-sabilidades a otro y ¡allá se las entiendan! Como en todas estas cosas hay algo de mercadeo: do et des16. «El proyecto consistía en casarla con un señor de edad algo avanzada, pero entero, arrogante, fino, discreto, y que sabía ocultar sus años y aun hacerse amable, pues a tanto llega en privilegiados individuos el arte social. El marqués de Falfán de los Godos era un medio siglo bien conservado, gracias a reparaciones hábiles y a un cuidado continuo»17. Previamente había que quitar de en medio al querido, pero inoportuno, Salvador, para ello se traza un cuidadoso plan que, posteriormente, le expone a Salvador cuando ya ha cerrado la operación de chalaneo. Dicha operación la tenemos aquí: «(Conversación entre Campos y Monsalud). —Pues yo me retiro —dijo Monsalud resueltamente. —Aguarda, torpe, ingrato. Te he dicho que iba a darte una pedrada esta noche. —No estoy para bromas. —Vamos, será preciso cogerte con lazo, y luego atar-te las manos para que no des bofetadas a tus favorece-dores. 15 Cap. XII, p. 92. 16 Permítaseme el cambio del ut por et que aquí tiene este otro signifi-cado. 17 Cap. XII, p. 92. Núm. 51 (2005) 71 UNA PRIMA DE GALDÓS 11 Campos saco del bolsillo un pliego doblado en cuatro. —Aquí tienes tu destino. —¿Qué destino? —preguntó el joven con asombro. —No te hagas el tonto, Salvador, ni vengas acá con ri-dículas y mentirosas modestias. Con esta clase de latigazos se domestica a las fieras catonianas. Ya sé que no te gusta pedir nada; ya sé que te falta boca para proclamar tu horror a los destinos públicos y censurar la ambición y a los am-biciosos. Todos hacemos lo mismo; pero cuando nos dan algo... lo tomamos. —Yo no entiendo una palabra de lo que usted me dice. —Vamos, que no te falta ya más que hacerte anacore-ta y excomulgarme por favorecerte No tanto, joven mo-desto. Aquí tengo una credencial de treinta mil reales, una canonjía admirable en la secretaria del Consejo de Indias. [...] —Estoy muy agradecido a usted, pero no acepto. —Es el primer caso que veo en España. querido Salva-dor —dijo Cicerón con la malicia escéptica que le era ha-bitual—; es el primer caso que veo de un hombre a quien le dan esta bendición de Dios que yo tengo en la mano y se queda sereno y frío como tú estás ahora Tú no eres hombre, tú no eres español. —Pero ¿usted por su propia iniciativa, ha pedido para mí ese destino no habiéndolo solicitado yo? —preguntó el joven. tratando de averiguar el motivo de aquella protección sospechosa. —Hombre, la verdad.... a mí no se me ocurría tal cosa; pero mi sobrina Andrea, que a todo atiende, que todo lo prevé, que sabe tan bien adivinar las necesidades, me dijo no hace muchos días: “Es una vergüenza que hayan colo-cado tanta gente inepta y esté sin destino Salvador Mon-salud”. Comprendí que tenía razón. y le contesté que tú nunca habías pedido nada y que en la casa del señor du-que del Parque estabas muy bien... Ella me dio a entender que deseas la plaza. —¡Yo! —Tú. Andrea es excelente, es caritativa como ninguna, y estima mucho a todos mis amigos. Me ha dicho que habías estado en casa a verme, que no hallándome, espe-raste largo rato; que estabas meditabundo y cariaconteci-do; que te dio conversación para distraerte; que hablando de cosas de la vida, le diste a entender con frases delicadas y parabólicas que deseabas un buen empleo; en suma, se-gún mi sobrina, tú le rogaste con buenos modos que in- 72 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 12 JAVIER CAMPOS ORAMAS fluyera conmigo para que el Grande Oriente te proporcio-nara una pingüe colocación. —¡Qué falsedad!... Pero ¿lo dice usted seriamente? —preguntó Monsalud con ira. —¿Desmentirás a mi sobrina? —Yo no desmiento a nadie. Simplemente digo que muchas gracias y que guarde usted su credencial para otro. [...]»18. Ante la tenaz negativa, viene una segunda oferta: «—Entonces —indicó Campos, cruzando los brazos en señal de perplejidad—, pide por esa boca. Imagina algún imposible, pide la luna, a ver si te la podemos dar»19. Aceptada la realidad por Salvador, es decir la celada que le han tendido tío y ¿sobrina?, viene una acuerdo entre caballe-ros. Campos continúa expresando su agradecimiento y traslu-ciendo sus temores. Él es consciente de la jugarreta que les ha hecho y que no las tiene todas consigo pues la pasión que han demostrado los jóvenes es recíproca y que Monsalud no es un quidam cualquiera: «—Cuando me quisiste pegar —repitió Campos con bur-la—. Después me estuve riendo de ti dos horas. Si yo fuera un hombre terrible, te hubiera echado por el balcón; estaba en mi derecho. —No lo niego, si yo hubiera sido un hombre impruden-te, le hubiera roto a usted la cabeza; también estaba en mi derecho por haber sido engañado. Usted intentó comprar-me con viles ofertas de destinos y menudencias. —Y ahora te compro por el precio que tú te has puesto; por la concesión de una gracia a que das suma importan-cia. La cosa en sí es la misma: no varía más que el precio y la clase de moneda. Tú me dejas en paz mi sobrina... —Y usted me pone en la calle a un pobre preso que será ahorcado si las cosas siguen por el camino que llevan. —Perfectamente. Trato clarísimo y que no da lugar a engaños ni malas interpretaciones. Do et des. —Campos, como hombre que ve adelantar satisfactoria-mente una negociación de importancia, respiró con fuer- 18 Cap. IX, pp. 74-75. 19 Cap. IX, p. 76. Núm. 51 (2005) 73 UNA PRIMA DE GALDÓS 13 za, embaulando después media taza. Robespierre subió a sus rodillas. Uno y otro se acariciaron. —No debieras extrañar —añadió— que yo quisiera favorecerte con un buen destino y aun alejarte. A mí me gusta hacer las cosas con delicadeza. De este modo se lle-ga al objeto sin ofender a nadie, sin ruido y sin dimes ni diretes. Creí que tú, hombre listo, me entenderías después del primer avance, y tomando lo que te daba, te dispondrías a callar y obedecer, dejándome el campo libre. Pero no entendiste. Tienes un candor honradillo que exige se te di-gan las cosas claras, y en verdad, a mí me repugnaba ha-blarte con claridad en asunto tan espinoso»20. Insiste Campos en dar detalles y explicaciones de la trama interna. Esto es algo que en el fondo pondera favorablemente a Salvador pues cuanto más difícil es la conquista de una ciudad, más mérito tiene la causa de sus defensores (Zaragoza, Gerona). El narrador quiere dejar muy claro que la joven fue, sólo mo-mentáneamente, débil a los ruegos de su tutor y que la astucia de éste fue la que permitió el éxito de la operación, pero reitera, aclara (raro en un supuesto vencedor) que no las tiene todas con él, que la conquista puede ser sólo ocasional. Por otra par-te el novelador nos quiere dejar bien claro que Salvador renun-cia a su amada por una causa muy noble, muy elevada que es una gran renuncia de algo que tenía ya en la mano. «[...] No creas que me ha costado poco cautivar a Andreïlla. La pícara se nos escapaba como una mariposa cuando creíamos tenerla segura; pero conquistado tú, que eres el Montjuich, la rendición de la ciudadela es inevita-ble... ¿Te das por conquistado?21 —Me doy por conquistado. —¿Renuncias por completo y en absoluto a ella? ¿Hui-rás de su trato Y de su vista, y en caso de que la casuali-dad te la ponga delante, harás con ella como si nunca la hubieras conocido? —Lo haré. 20 Cap. XVI, p. 124. 21 ¿A qué viene esta comparación tan poca usual? Benito había estado en Barcelona cuando volvían de Francia y se ve que aprendió la frase bien de oídas o al ver el monte y su valor estratégico. 74 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 14 JAVIER CAMPOS ORAMAS —¿La despreciarás, la arrojarás de tu lado, le harás ver de una manera indudable que tú y ella sois como el agua y el fuego, que no pueden juntarse? —Como el agua y el fuego. —Y si la tempestad arrecia, ¿serás capaz hasta de hacer-la creer que estás enamorado de otra? —También. —Vamos, eres un hombre. Tus declaraciones merecen una salva. Echemos pólvora fulminante en el cañón y dis-paremos. [...] —Pero ¿a qué vienen tantas exigencias, que parecen pruebas masónicas —dijo Salvador—, si Andrea no necesi-ta de mis desdenes para obedecerle a usted ¿No ha dado su consentimiento? —¡Ah!, ¡ah!... Fíate de consentimientos. Dicen que la palabra veleidad es femenina en todas las lenguas. Prueba de que todas las mujeres son veleidosas Es verdad que Andrea, a fuerza de ruegos, de razones, de regalos, de mimos, de promesas, me prometió ser Marquesa... ¡Marquesa, ya ves qué pedrada!... y la muy tonta... Por algo se ha dicho que entre el si y el no de una mujer no se puede poner la cabeza de un alfiler. —Ella apetece más. La ambición, una vez desarrollada. no se satisfice fácilmente. Creerá que Falfán de los Godos no es bastante rico. —Si es millonario. No va por ahí la corriente —dijo Campos con desaliento—. Es que Andrea vuelve los ojos a este tunante y se arrepiente, se arrepiente la muy pícara de la promesa que me dio. Desde el otro día... Pero yo quisiera saber qué tienes tú para trastornar de este modo un cerebro, que después de todo es un cerebro de la raza de Campos, fecunda gente sesuda»22. Domingo Pérez Galdós Hermano mayor de Benito, a quien le sacaba 18 años (1824- 1870). Había tomado la carrera militar, como había hecho su padre y harían posteriormente sus hermanos Sebastián e Igna-cio. Destinado a Cuba, como era preceptivo, buscó el abrigo de 22 Cap. XVI, pp. 125-126. Cámbiese el Campos por Galdós y oiremos a doña Dolores. Núm. 51 (2005) 75 UNA PRIMA DE GALDÓS 15 su tío José María Galdós Medina, personaje en Trinidad. Este le presentó a la huérfana Magdalena Hurtado de Mendoza Tate, quien poseía una adecuada fortuna junto con su hermano José. Ya veremos como el tío José María estaba relacionado con estos hermanos. Domingo era o muy pragmático («era de los que se agachan para dejar pasar las turbonadas»23) o muy apocado, como su santo padre. Más bien parece lo primero. El hecho es que cuel-ga el sable, se casa con Magdalena en 1848, liquida la fortuna colonial y se traslada, en 1850, a la isla natal para vivir como rico hacendado. Entre los baúles se tiene que traer a su suegra y a la hija extramatrimonial de ésta, pero también a su cuñado Pepe, quien casará con su hermana Carmen. Puestas las partidas en el debe y haber (Magdalena no estará sola, Pepe le saca a una herma-na de soltería, a la suegra y a la niña la controlarán sus pro-pios, y Gran Canaria siempre será mejor que Cuba con sus in-finitas enfermedades tropicales y bélicas) parece que el balance le sale favorable. Presentado el problema, actúa como muy posiblemente le indicaron las mujeres de la familia, las mayores enemigas de las mujeres de la familia. El papel de Domingo se limita a ofrecer a Benito aquello con que puede engolosinar: tal vez un buen destino o administración de rentas en Cuba, Trinidad para ser más concreto; o la Luna que para un canario de aquel enton-ces, con ideas de publicar Literatura, estaba en Madrid. La economía de Domingo le permitía tales generosidades, además de ser el padrino de bautismo de su hermano, era el jefe efectivo de ambas familias, la de la calle Cano y la de la calle Triana, etc. No hay que ser muy perspicaz para entender que Domingo, aceptada la luna por su hermano, arrancaría de éste cuantas promesas garantizaran el fin de las relaciones y la imposibilidad de retomarlas. Es decir: un pacto entre caballeros, que sería, muy posiblemente, celebrado en la intimidad, como dos hombres hechos y derechos: con un par de salvas báquicas. 23 Cap. VIII, p. 61. Referente a José Campos. 76 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 16 JAVIER CAMPOS ORAMAS Conseguido esto, o en vías de solución, habría que pasar a lo otro: dar salida, conforme a la tradición social, a la situación en que estaba Sisita. Don José de Campos confiesa que estaba ignorante de la intimidad de las relaciones de su tutelada con Monsalud y qué no sabe como pudo contenerse y cómo pudo arbitrar tal solu-ción. ¿Le sucedería lo mismo a Domingo Pérez Galdós? Su re-acción fue similar. B) Andrea/Sisita Andrea Campos «... hija de Mauricio Campos, que volvió de Indias el año 12 con una regular fortuna de que no pudo disfrutar porque le sobrevino la muerte. Huérfana de padre y madre a los once años de edad, la hermosa niña quedó bajo la tutela de su tío, que no tuvo reparo en empezar su admi-nistración disipando en conspiraciones una parte de la for-tuna de la pobre indianilla; y para mayor perjuicio de ésta, los frecuentes viajes de Campos la ponían bajo la inmedia-ta protección de doña Romualda, que por aquellos días no había salido aún de la etapa de las calaveradas amorosas. Andrea, cuya crianza en América no había sido ejemplar a causa de la temprana muerte de su madre, tuvo una escuela lamentable en la peligrosa edad del cambio de ju-guetes, es decir, cuando se decreta la jubilación definitiva de las muñecas y el planteamiento de los novios. Mal aten-dida por su tío y peor tratada por doña Romualda, a quien aborrecía cordialmente, la joven vivía ensimismada, culti-vando con ardor su propia imaginación. Contrajo amista-des que una madre prudente hubiera prohibido; intimó excesivamente con las criadas; paseaba en compañía de éstas más de lo conveniente, y en cambio del cariño y el agasajo que le negaran dentro de casa, disfrutaba de una libertad que no conocían las señoritas de aquella época y rara vez las de ésta. Por esto Andrea se parecía tan poco a las niñas españolas de su tiempo. Era una criolla volunta-riosa, una extranjera intrusa que habrían repudiado Mo-ratín y Cruz. Su familia favorecía más cada vez aquella libertad. Doña Romualda, que empezaba a sufrir la trans-formación de la edad paleolítica de los amores a la edad Núm. 51 (2005) 77 UNA PRIMA DE GALDÓS 17 neolítica de las devociones, tenía mucho que hacer: estaba en la iglesia. El buen Campos también era hombre ocupa-dísimo por aquellos días: estaba conspirando. Era la indiana buena y sensible. Fácilmente compren-día la verdad por poco que se la mostraran. Fácilmente acertaba con lo justo y honrado, por simple iniciativa de su conciencia. Pero tenía ansia de afectos ardientes, y mi-raba sin cesar a todos lados buscándolos. Su desgracia consistía en que le era forzoso abrirse sola y sin ayuda de nadie el áspero camino de la juventud. Habría necesitado para esto tener un caudal de energía y de entereza moral que rara vez da Dios a las criaturas, pero que suplen, se-gún admirable orden de la sociedad, las personas allega-das y mayores de la familia. Careciendo de fuerza propia y de sostén extraño, hubiera sido un prodigio que la gallar-da flor se mantuviera derecha. Los prodigios son muy ra-ros en el mundo. Bueno es hacer constar que la pobre Andrea, avisada del peligro por una intuición potente, hizo esfuerzos ins-tintivos para sostenerse erguida y pomposa, vuelta hacia el sol la virginal corola, pero el viento soplaba con demasia-da fuerza y se dobló (?)24. Era tan guapa, que su vanidad (otra desgracia no pe-queña) resultaba cada vez más lógica. Habría sido conve-niente que ignorara algún tiempo la riqueza de seduccio-nes que atesoraba en sus ojos, en su boca, en todas las partes de su cara morena y alegre, llena de inexplicables gracejos y atractivos; en su cuerpo delgado y flexible, de esos que no tienen clasificación fácil en el cuadro gine-cológico, y son tales, que para buscarles semejante necesi-ta el observador descender en busca de un ser antipático y que se arrastra: la culebra. Pero Andrea no tuvo a nadie que le hiciera el sumo bien de engañarla durante algún tiempo respecto a su be-lleza, y entregóse desde muy niña al fascinador deleite de los espejos. Las criadas cantaban a su oído un coro de li-sonjas. En la sala de su casa había una hermosa estampa que representaba la famosa escena de Phrine entre los jue-ces de Atenas, y Andrea de tanto leerla se sabia de memo-ria la leyenda grabada al pie con resplandecientes letras de oro. Aunque parezca extraño, conocidos los tiempos y el lugar, no puede menos de suponerse que en aquella cabe-za hervían ideas gentílicas; pero el paganismo es de todas 24 No en el original, la interrogación se la plantea el lector. 78 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 18 JAVIER CAMPOS ORAMAS las edades, y buscando sin cesar dónde establecerse se mete y se acomoda allí donde no hay otra religión que haya echado raíces. Andrea fomentó su vanidad y la adoración de si misma consagrando al adorno de la persona mucho tiempo, mu-cha atención y todo el dinero de que podía disponer. Si éste no abundó durante los ominosos tiempos en que Campos conspiraba, luego que vino la era feliz y fue restablecido en parte el patrimonio de la huérfana. El buen tío, que no era tacaño y gustaba de que su pupila se presentase bien, abrió bastante la mano en lo relativo al lujo. Esta era la fórmula de su cariño, porque sin duda hay distintas ma-neras de amar a las sobrinas. Además, Campos, por razo-nes de egoísmo, tenía empeño en no contrariarla, desean-do alcanzar de ella consentimiento para un proyecto nupcial que entre manos traía después de la revolución»25. Como se puede leer, Pérez Galdós es una mezcla de conser-vadurismo y generosidad e, incluso, cariño [americanilla, enfer-mita, ...] a la hora de tratar al personaje, aunque la compara-ción con la serpiente bíblica es impactante. Los defectos o deficiencias de la americanita provienen del poco cuidado con que se la ha tratado, a la vez que son generados por la irres-ponsabilidad que sus tutores han ejercido con ella; por lo tanto, la indianilla, según Pérez Galdós, no tiene más defecto que ser mujer y joven. Ya vemos, a lo largo de la obra, que el escritor comparte plenamente la misoginia de su época, rara vez miti-gada por los ideales o por lo que en su tiempo eran excepcio-nes. En él la mujer virtuosa es excepcional, bíblica; ama de casa que ha renunciado a las amenidades del mundo para dedicarse exclusivamente a su familia, con un punto y medio entre intran-sigente y estatuaria. Responden a este ideal Demetria, Valva-nera, María Ignacia y pocas más, el resto son veleidosas con todas sus consecuencias. Encontramos en estos párrafos otras cosas que llaman po-derosamente la atención, por ejemplo: ¿de qué parte de Améri-ca es Andrea? Un escritor tan minucioso y a veces porteril, como Pérez Galdós, no señala el dato geográfico de procedencia de la muchacha. Sabemos que indiano/a es el proveniente de la 25 Cap. XII, pp. 90-92. Núm. 51 (2005) 79 UNA PRIMA DE GALDÓS 19 américa española, pero jamás se le consideraría extranjero, ¡nos cuesta hoy en día!, mucho menos sería considerado/a como tal antes de 1898, aun cuando fueran de la zona continental. Algo similar sucede con los datos referentes a la madre de Andrea, brillan por su ausencia. En el caso de Solita, otro per-sonaje que comentaré, los aclara con diversos detalles y la tal señora nos trae al fresco de la narración. Estas prolijas explica-ciones se suceden a lo largo de toda la gran novela. ¿por qué con la madre de Andrea se ha callado? Otra cosa que llama la atención es que la narración es pos-terior a los hechos, no coetánea, como casi siempre. Fijémonos en la expresión: «una libertad que no conocían las señoritas de aquella época y rara vez las de ésta.» ¿Cuál es ésta, señor Galdós? ¿1876, cuando ya, muy posiblemente, la señora marquesa de Falfán ha fallecido debido a su delicado estado de salud y edad? Finalmente, en estas líneas, un algo sólo para meditar: «hizo esfuerzos instintivos para sostenerse erguida y pomposa, vuelta hacia el sol la virginal corola, pero el viento soplaba con dema-siada fuerza y se dobló». El proyecto nupcial va a tener sus obstáculos, lo que exigirá medidas adecuadas: «[...] Si todo hubiera de resolverse entre el acartonado Marqués y Campos, la cuestión habría estado concluida en un par de semanas; pero Andrea no quería casarse con Falfán de los Godos porque amaba a otro. Esto sí que se parece a todas las comedias italianas del siglo XVIII, a las óperas del primer repertorio y a muchas novelas de aquel tiempo, principalmente a las de D’Arlincourt, Madame Cottin, Florian y Mistress Bennet, pero no es culpa nuestra que esta vieja historia se nos venga a las manos. Acontece alguna vez que las cosas vulgares son las más dignas de ser contadas»26. ¿Cómo se estableció la buena amistad? «En los días que van corriendo para nuestra relación hacía tres años que Andrea había entablado amistades inti-mas con un hombre que cierto día se metió en su casa 26 Cap. XII, pp. 90-93. 80 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 20 JAVIER CAMPOS ORAMAS buscando refugio contra los corchetes que le perseguían. Como nacieron y rápidamente tomaron vuelo a manera de incendio estos amores es cosa que ahora no nos importa; pero la libertad de que disfrutaba Andrea explicaría mu-chas cosas. Pasaron días, muchos días, y con ellos sucesos buenos y malos que no merecen ser referidos. En 1821, la casualidad, o mejor dicho, la política juntó en un círculo al amante de Andrea y a Campos: hiciéronse amigos, y cuando éste le llevo a su casa no tenía ni vagas sospechas del interés que aquella amistad inspiraba en su sobrina. De este modo, Píramo y Tisbe no tuvieron que horadar pare-des para hablarse, y aunque la presencia casi constante del tío les estorbaba, viéndose a menudo, aun delante de testi-gos, tenían medios para preparar sus conferencias reserva-das, las cuales no eran ya frecuentes porque la libertad de Andrea empezaba a disminuir»27. Creo que hay mucho que comentar pero limitémosno a lo esencial: Andrea se ha enamorado de Salvador-Benito, a ojos vista de los indolentes tutores. Hasta puede ser que, en princi-pio, haya cierta complacencia, pero si algo hay que reprochar, en los avances de la joven pareja, es que ha sido por descuido de sus mayores. Sobre ellos cae toda la responsabilidad, Andrea sólo es una veleidosa mujer, Benito Pérez Galdós dixit. Cuando venga la impuesta traición, Andrea se descompon-drá y antes del paso final escribirá una patética esquela: «Arre-pentida, arrepentida, arrepentida, de lo que hecho...» que podía ser una magnífica aria para una Tosca28. Sisita Galdós Tate Pienso que Andrea es Sisita o Sisita fue Andrea. Esta ameri-canita que fue aceptada sin problema, por parte de sus herma-nastros y cuñado. Tuvo que ser una niña necesariamente mi-mada, fue la muñeca de la familia. Había solvencia económica y un futuro prometedor para ella, sólo que Benito y sus maja-derías amenazaron con romperlo. 27 Cap. XII, p. 93. 28 Cap. XVII, p. 133. Núm. 51 (2005) 81 UNA PRIMA DE GALDÓS 21 La reacción del personaje no varía de las diversas que apa-recen en casi toda la obra, aunque siempre hay síntomas, me-jor detalles, de excepcionalidad. Analizando, en profundidad, las conductas de los personajes femeninos observamos que se repi-te un esquema. Pérez Galdós ha establecido, establece, el esque-ma que su experiencia personal y su observación le han llevado a concluir y que marcará gravemente su vida y su comporta-miento con las mujeres. Este esquema es el siguiente: a) el des-pertar de la pasión, un arrebato incontrolado; b) un segundo paso en otra dirección, dado por la influencia de su familia o por los aconteceres externos a la pareja que la disloca (algo si-milar hizo Jenara Barahona con Salvador Monsalud; Inés con Gabriel Araceli; y otras....); c) un tercer momento de arrepenti-miento, que suele ser frustrado o que lleva a conductas repro-bables para la época, en la cual la mujer suele llevar la peor parte. Andrea bebe los vientos por Salvador, con quien ha tenido relaciones íntimas, pero lo traiciona, para volver a él después de beber un amargo cáliz. De Sisita sabemos, oficialmente, que fue pretendida por su primo y que, cuando Benito se marcha a Madrid, aparece casada en Trinidad. En el caso Sisita-Benito habría también, por sus mayores, cierta aquiescencia hasta ver en qué paraba el tema. Dolores Galdós puso su poderísimo veto, disculpando su opinión por el exceso de juventud de los tórtolos. Tal vez esta disculpa era para no traslucir su repulsa por la caribeña ilegítima y su odiosa madre, ¡qué vaya usted a saber qué le habrá trasmitido en la sangre! ¡No olviden, hijos míos, que somos hidalgos, qué somos Galdós! Lo que en un momento fue tolerado, o no percatado, podría haber sido la tercera boda entre ambas familias. Los Hurtado de Mendoza-Tate ponían la fortuna y los Pérez Galdós la gra-cia. Si damos crédito a las palabras de Campos, el affaire acabó convirtiéndose en un problema grave. No sé porqué me viene a las mientes la novela de Arturo Sarmiento Salom, Lo que fui. Entre Sisita y Benito debió de haber intimidad física o algo muy próximo, si no cómo se explica que la familia del escritor no haya querido conservar ningún rastro de la indiana, ni cartas, 82 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 22 JAVIER CAMPOS ORAMAS ni fotos más cuando hubo boda con otro Galdós. ¿No es curio-so que haya/hubo fotos de la madre de Sisita, como de casi to-dos los parientes, y no de la muchacha que había sido la mu-ñeca de la casa? ¡Ah!... Meditemos lo que le dice el tutor al amante comprado: «[...] Te confieso, amigo Aristogitón, que cuando sospe-ché tus niñadas con ella, y más aún, cuando las sospechas se trocaron en certidumbre..., ¡ay!, sentí impulsos de des-pedazarte. Pero meditando bien, resolví tener mucha calma, abordar la cuestión con astucia, evitar un escándalo que pudiera perturbar la paz espiritual del buen Falfán de los Godos. De esta manera todos quedan contentos. No creas que me ha costado poco cautivar a Andreílla. La pícara se nos escapaba como un mariposa cuando la creíamos segu-ra; pero conquistado tú, que eres el Montjuich, la rendición de la ciudad es inevitable... ¿Te das por conquistado?»29. Ahora el matrimonio no puede ser, con lo fácil que hubiera sido casarlos y mandarlos una temporadita a Cuba a saludar al suegro, ¡ah, Dolores Galdós! Se hace necesario tomar medidas adecuadas: un proyecto de boda y un viaje a donde sea, a la mismísima Luna, pero algo se truncó. Se truncó porque el ma-trimonio se realizó muy lejos, en Trinidad, escapándoseles a los Pérez Galdós las rentas del tío José María. Alivio que, de una u otra manera, tendrían en mente las resignadas solteronas de la familia. ¡No pudo ser! A nosotros nos surgen las preguntas a borbotones: ¿Cómo es que Sisita y sus rentas no consiguieron novio en Las Palmas? ¿La reclamó el padre o se la devolvieron ante algún suceso im-previsible que exigía la salida de la muchacha de la Isla? ¿Por qué la hacen ir allá, donde no tenía más parientes cercanos que un padre soledoso? ¿Era recomendable dar tal paso? ¿Con quién marcha a Trinidad? Imposible que viajara sola. No disponemos, actualmente, de datos oficiales para contes-tar a todas estas incógnitas. Algo grave ha tenido que aconte-cer para tomar estas decisiones tan complejas. Recordemos que, en su momento, toda la familia cubana, salvo José María Galdós 29 Cap. XVI, p. 125. Núm. 51 (2005) 83 UNA PRIMA DE GALDÓS 23 Medina, tomó el firme propósito de establecerse en Canarias, por muchas razones. ¿Cómo es que ahora vuelve la muchacha para allá, a entregarse en brazos de un desconocido, posiblemente añoso pretendiente? C) Falfán de los Godos/Manuel Ponce de León y Falcón Falfán de los Godos «[...] El proyecto consistía en casarla con un señor de edad algo avanzada, pero entero, arrogante, fino, discreto, y que sabía ocultar sus años y aun hacerse amable, pues a tanto llega en privilegiados individuos el arte social. El mar-qués de Falfán de los Godos era un medio siglo bien conser-vado, gracias a reparaciones hábiles y a un cuidado conti-nuo. Había sido exento de Guardias, compañero de Palafox y de Godoy, y en aquellos tiempos en que los mozos gua-pos desempeñaban grandes papeles en la Corte y en que se hablaba, como lo prueba el desvergonzado libro de un fraile, de serrallos a la turca, de envenenamientos proyec-tados, de matrimonios dobles y otras barbaridades ante las cuales la discreta historia se complace en cerrar los ojos. Así como el duque de Zaragoza fue célebre y simpático por sus hurañas resistencias30. Falfán de los Godos tuvo fama por lo contrario. En 1821 era general; tenía fama no sólo de honrado y decente, sino también de gastrónomo y mujerie-go, cosa natural en un solterón riquísimo y bien parecido, de ancha conciencia formada en la escuela enciclopedista del siglo pasado. Hacia 1820 comenzó a pesarle el celibato; echó de me-nos algo amante, tierno y cariñoso; es decir, los hijos que debía tener y no tenía, la esposa que siempre había recha-zado como una fastidiosa carga de la vida. Falfán de los Godos pensó en casarse, y supuso que sus cincuenta años, a pesar de la madurez consiguiente, podían dar aún mu-cho de sí. Acontece a menudo que estos hombres listos y conocedores del mundo pierden la chaveta cuando tratan de poner algún orden en su vida y bastardean completamente 30 ¿No estará, el novelista, enmascarando los años cuarenta y pico, del siglo XIX, época del matrimonio de Isabel II que es cuando Manuel Ponce de León vivió en Madrid? Similis similibus. 84 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 24 JAVIER CAMPOS ORAMAS la meritoria idea de ser padres, que tan a deshora les ocu-rre. Falfán de los Godos, maestro en el arte de vivir, perdió el tino, como todos los de su clase, y en vez de buscar para esposa un tipo de bondad reposada, una madura belleza asegurada de peligros y que se acomodase fácilmente a los gustos e ideas del trasnochado esposo, fue a incurrir en el maldito antojo de la niña fresca y tiernecita que apenas ha empezado a vivir y tiene un porvenir ignoto delante de sus ojos chispeantes. El no dejaba de comprender en ratos lúci-dos su error; pero se engañó a si mismo vanidosamente trayendo a la memoria su buena presencia, su gran fortu-na, su fama, sus gustos artísticos, su finura, rica herencia del antiguo régimen que contrastaba con la grosería de los revolucionarios. Si todo hubiera de resolverse entre el acartonado Mar-qués y Campos, la cuestión habría estado concluida en un par de semanas; pero Andrea no quería casarse con Falfán de los Godos porque amaba a otro. Esto sí que se parece a todas las comedias italianas del siglo XVIII, a las óperas del primer repertorio y a muchas novelas de aquel tiempo, principalmente a las de D’Arlincourt, Madame Cottin, Florian y Mistress Bennet, pero no es culpa nuestra que esta vieja historia se nos venga a las manos. Acontece alguna vez que las cosas vulgares son las más dignas de ser contadas»31. Sigue siendo pausado, el novelista, en la crítica de la perso-na. No hay saña a la hora de describir al acartonado galán, casi, casi lo describe de tal manera que sea justificable su aceptación como marido. Uno de lo muchos casos que se veía en aquel entonces y en éste, sólo que ahora los tutores intervienen con mucha menos autoridad. Con el tiempo el marqués, cumplido su propósito de boda y heredero, se aleja de Andrea en busca de nuevas conquistas. Era un donjuan pertinaz, dejándola desatendida y predispuesta al reencuentro íntimo con Salvador. Vuelve a ser culpa de los otros (justifica Benito-el enamorado, no Benito-el escritor) que Andrea se alejara de la virtud y que Salvador no cumpliera su palabra dada al Venerable. 31 Cap. XII, pp. 90-93. Núm. 51 (2005) 85 UNA PRIMA DE GALDÓS 25 Manuel Ponce de León y Falcón Para descubrir que este provecto caballero isleño se corres-ponde o, siendo más exacto, se debe corresponder con el mar-qués de Falfán, no sólo hay que acudir a su biografía, muy si-milar a la del marqués mencionado, sino al tema que vuelve a aparecer en la obra de Pérez Galdós, Los Episodios Nacionales. En el número 41, España sin rey, el tema resurge, evidentemen-te bien enmascarado, pero el protagonista ya no es un noble de arcaico título, sino un segundón cuyos apellidos son Urríes y Ponce de León. Personaje que se adorna con similares alamares y vueltas de piel a los que usa Falfán y a los de Manuel Ponce de León y Falcón32. Manuel Ponce había sido el niño bonito de su casa, la fortu-na le había sonreído y seguía danzando con él. Era un buen partido, míresele por donde se le mire: rico, afable, pintor de Cámara, mujeriego,... puro adorno social, como diría su amiga la marquesa de Subijana33. Apetecible estantigua para toda aquella familia que quisiera colocar a una de sus hijas. Y si-guiendo los cánones que imperaban en aquella sociedad, no había nada reprobable en que con él se estableciera el proyecto nupcial para Sisita. Sólo dos problemas: a) liquidar el asunto con Benito. Entre intrigas, presiones y dádivas parece que se logró el objetivo, tan-to con Benito como con Salvador Monsalud; b) Ponce tenía novia oficial que languidecía mortalmente sin que el pisaverde se decidiera. Pero aquí había también unas reglas no escritas, aunque aceptadas por todos: dar un golpe serpentino y audaz que comprometiera hasta el altar o hasta el campo del honor al caballero indeciso. Creo que esta segunda se maquinó, pero algo imprevisto, por aquello de que «el hombre propone y ...», lo quebró, de lo con- 32 Biografiado por la doctora Mª REYES HERNÁNDEZ SOCORRO, Manuel Ponce de León y la arquitectura de Las Palmas en el siglo XIX, Ed. Cabildo Insular de Gran Canaria, 1992, Madrid; y Manuel Ponce de León y Falcón. Pintor canario del siglo XIX, Ed. Real Sociedad E. de Amigos del País, Las Palmas de Gran Canaria, 1996. 33 España sin rey. 86 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 26 JAVIER CAMPOS ORAMAS trario no hay razón para expedir a Sisita hacia Cuba. De cual-quier forma Ponce no acusó el golpe muy rudamente, puesto que siguió, como Falfán, mariposeando hasta que, al poco tiem-po, puso a vivir en su casa a la que sería madre de sus dos hi-jos naturales que luego reconoció. D) Salvador Monsalud/Benito Pérez Galdós Salvador Monsalud Uno de los personajes más complejos de Los Episodios. Ya su nombre y apellido nos pone en alerta: Salvador de mi salud. Evidente que el artista ha hecho una pequeña alteración gráfi-ca y lingüística, casi imperceptible: salut por salud, entendiendo que salud es sinónimo de bienestar, como santé puede serlo de salut34. Los protagonistas galdosianos en Los Episodios se ajustan, en términos generales y con las excepciones particulares en al-gunos de sus caracteres, a tres tipos: a) El héroe: valiente, desenfadado, tipo agente 007, que está en todas partes, que todas las operaciones le salen bien, que está dotado de cualidades insuperables en un piélago de tontos, que realiza misiones imposibles. Este personaje suele tener una es-pecie de socias, pero de menor rango (Marijuán, Tilín), e indu-dable éxito con las mujeres. En él se aprecia lo que Galdós qui-siera ser. La edad de este personaje no dista demasiado de la que tiene el escritor, es lo que querría ser o haber sido. Por lo tanto los personajes tienen ciertas dosis autobiográficas. Instintiva-mente Galdós se retrata en ellos: Gabriel Araceli, Salvador Monsalud, Santiago Ibero, Nicolás Estévanez35, ... b) El antihéroe: elemento desaprensivo, desagradable, egoís-ta, vividor, que revela sus interioridades con una gran ingenui-dad como para ser reveladas, y por escrito, por el propio perso- 34 Recordemos que el último viaje a Francia fue ocho años antes, y que causó gran impacto en el novelista. 35 Este último de carne y huesos, que protagoniza casi dos novelas. Núm. 51 (2005) 87 UNA PRIMA DE GALDÓS 27 naje, tan carente de virtudes. Personaje casi exclusivo: Juan de Pipaón... c) El mixto: héroe venido a menos o sin madera de tal. Per-sonaje al que todo se le va por la boca, grandes ideales, pero irresolución o incapacidad manifiesta para llevar a cabo sus buenos y quijotescos propósitos. En él hay una mezcla de ideas elevadas e incapacidad física para realizarlas. Algunos de ellos han entrado como héroes, pero con el tiempo han ido claudi-cando, cesando en sus altos ideales, para acabar aburguesándose o aceptando totalmente el sistema. Este personaje tipo surgen en la 4.ª y 5.ª serie. En él sigue apareciendo muchos elementos autobiográficos, lo que Galdós había sido y había hecho, hasta hacía poco tiempo. El escritor no se priva en contar ciertas escabrosidades de alcoba con mujeres de la calle. Narraciones impensables en etapas anteriores y que ahora su autoridad, como literato, le permite recordarlas en alta voz. Indecisión, mansedumbre, debilidad, salud enfermiza, éxito con las mujeres, amigos de escribir y novelar: Fernando Calpena, Beramendi, Confusio, Wifredo Romarate, Tito Livio, Segismundo García Fajardo, ... Salvador Monsalud es descrito por Pérez Galdós con ta-les adornos que es bueno que repasemos la lectura directa-mente: «Salvador tenía pasión por la música. Al establecerse en Madrid el año l8, creía, en su candor (pues su alma era en el fondo excesivamente candorosa), que aquel arte estaba al alcance de todo el mundo. Ignoraba las inmensas difi-cultades técnicas jamas vencidas después de la infancia que caracterizan el arte más amable y más profundamente patético en la vaguedad soñadora de su expresión. Con estas ideas Monsalud compró un piano. Creía que en el clave todo es como vulgarmente se dice, coser y cantar. El desengaño vino al instante y el pobre joven se encorvaba con desesperación sobre el ingrato instrumento, y sus de-dos de hierro herían las teclas sin poder hacerles hablar más que un lenguaje discorde y estrepitoso. Al mismo tiem-po trataba de explorar el mundo de aritmética y de armo-nía comprendido en las cinco rayas de la cábala musical, y su mente caía rendida ante un trabajo que exige pacien- 88 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 28 JAVIER CAMPOS ORAMAS cia sin fin y árida práctica. Un día le sobrevino un arran-que de ira durante los estudios musicales, que asemejaban su casa a un conservatorio de locos, y tomando un marti-llo dijo a las teclas: —¿No queréis responderme? Pues tocad ahora. Y las despedazó. La caja no tuvo mejor suerte, y una vez vacía, la lleno de legajos. El clave sufrió la suerte de los hombres que a cierta edad se vacían de ilusiones y se llenan de positivismo. La poesía escrita le cautivaba sobremanera. También se le antojó ser poeta escrito, lo cual es muy distinto de poeta sentido; pero tropezó con el inconveniente de no saber nada, grave contrariedad que estorba mucho, aunque no tanto como al músico la ignorancia técnica de su arte. [...] (Hace un larga diatriaba con el tema lamentándose de la falta de público y amigos tocados de la misma debilidad versificante). Un día Salvador se sintió malhumorado. Cogió los poe-tas, y acordándose de Felipe II, les trató como a herejes. Aún le quedaba un respiradero, un escape, una vía libre, aunque muy estrecha, para salirse a sí mismo y quebran-tar la ley de concentración y encierro que le estaba empa-redando el alma, digámoslo así: le quedaba el periodismo, y entonces había una prensa no despreciable, donde la juven-tud podía hacer sus juegos. El Espectador y El Universal, que hoy nos hacen reír, eran órganos hasta cierto punto afinados y sonoros. Salvador no dejó de hacer la prueba; pero bien pronto aquel displicente espíritu crítico de que antes hablamos le hizo aborrecibles las redacciones, como le hizo aborrecibles más tarde las logias, los clubs y la po-lítica »36. Cuando uno lee estos párrafos se pregunta ¿a qué esta di-sertación sobre las inquietudes artísticas de Salvador y sus posi-bles vocaciones laborales? Y empieza uno a ver que nuestro novelista se está mirando en el espejo de la memoria cuando él, Benito, en sus primeros tiempos en Madrid, hizo crítica musi-cal, le tentó la poesía, el drama y acabó, en principio, encami-nándose al mundo del periodismo. ¿No hizo Benito, en su pri-mera etapa de la Corte, también sus pinitos en la política y salió hastiado de ella? Con la Masonería no sabemos que haya teni- 36 Cap. XV, pp.115-116. Núm. 51 (2005) 89 UNA PRIMA DE GALDÓS 29 do relación, aunque el novelista la conocía al dedillo y siempre fue prudente con lo que comentó de ella37. «De repente descendió para él de ignorado cielo la her-mosa figura de Andrea. Entonces las artes todas, que an-tes no habían tenido nota ni palabra, se realizaron. Andrea era la música, la poesía, la pintura, la estatuaria, hasta la arquitectura y la danza; era también, si se quiere, el perio-dismo, la gran política, la vida toda, en fin [...]»38. «El favorecido conocía perfectamente las horas que doña Romualda consagraba a la grave faena diaria de sus devociones, las de oficina y la logia para Campos. Aplican-do bien la sentencia profundísima de uno de los siete sa-bios de Grecia, que dijo aprovecha la ocasión, aquel hom-bre enamorado hasta la ceguera y el aturdimiento entraba en la casa. Estas atrevidas invasiones del templo de un exaltado amor no eran ni podían ser frecuentes, y exigía gran cautela con criados y gente menuda; pero los aman-tes habían discurrido mil triquiñuelas y contaban con la fiel complicidad de una criada antigua. Su ceguera, con todo, no era tanta que se ocultase a entrambos la necesidad de poner término a tal género de vida»39. «Corrieron días felices. El, sin embargo, se proporciona-ba el placer de atormentarse pensando en la probabilidad de perder a su amada; y su cavilación, despertando otros recuerdos y estableciendo los términos sistemáticos de su desgracia, llegó a darle seguridad completa de un conflic-to. El alma se defendía rabiosamente contra aquella alevosa guerra de distingos y sutilezas. Por adorar, hasta adoraba los defectos de Andrea, mejor dicho, veía en ellos gracias nuevas y donaires desconocidos, por cuyo motivo, en el momento de la catástrofe, le hemos visto rechazando las razones positivas con que el pérfido intellectus trataba de arrancarle su hermoso sueño. Andrea era para él la to-talidad de las satisfacciones humanas y el ideal de la vida. La amaba en globo, con sus defectos, conociéndolos y aceptándolos como se aceptan sin la más leve protesta de 37 No desechar para posteriores trabajos, si Domingo Pérez Galdós, como muchos militares en Cuba, tuvo relación con el Arte Real y de ahí si pudo, Benito Pérez Galdós, sacar determinados comentarios, menos técni-cos, pero más cotidianos. En el viaje a Francia tuvieron mucho tiempo para hablar entre ellos, de todo. 38 Cap. XV, p. 116. 39 Cap. XII, pp. 93-94. 90 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 30 JAVIER CAMPOS ORAMAS los ojos las manchas del Sol. Ni por un momento pensó en apartarse de ella por causa de tales lunares, accidentes en-cantadores que se confundían con las perfecciones, sin que el ciego amor pudiera decir dónde acababa Dios y empe-zaba Satán. El egoísmo estupendo del amor ahogaba en-tonces en Monsalud la potencia crítica que en él hemos reconocido. Para que uno y otro se separaran era preciso, pues, que mediase una gran violencia o una traición de ella. Esta vino, como hemos visto, [...]»40. Salvador intuye algo, ya pudimos ver que es prototipo del héroe galdosiano, tal vez sólo superado por uno real: Nicolás Estévanez, por quien queda deslumbrado nuestro escritor. Sal-vador no deja de admitir que el tío-tutor está capacitado para organizar boda y quiere adelantarse, aunque tiene en sus ma-nos elementos que le aconsejan: ¡prudencia, algo se está co-ciendo! «[...]. —A mí se me está preparando una desgracia —le dijo cariñosamente—. Andrea, tengo desde hace muchos días el presentimiento de que esta preciosa cabeza me hará traición. [...]. —Cuando pienso en esto, Andrea —prosiguió el joven, enlazando con su brazo el cuerpo de ella—. me asombro de que tal absurdo haya durado dos años sin desvanecer-se, y hace tiempo estoy pensando que concluirá pronto, y que tú, como todo lo que interesa a mi corazón, te vas a desvanecer, a alejarte de mi, dejándome solo con mi des-gracia. —¡Caviloso! —¡Veo que no te defiendes con ardor: veo que no pro-testas como yo protestaría en tu caso! —exclamó Monsalud con la impertinente comezón de los celosos—. Andrea, tú meditas algo, tú me ocultas algo. —Medito que te quiero más que a mi vida —repuso ella, cerrando los ojos y apoyando la cabeza en el hombro de Salvador. mientras le deshacía el nudo de la corbata. —Ya sabes. querida mía —repuso él, moviendo la cabe-za negativamente—, que tengo motivos para no creer en palabras de mujeres. Déjame que te diga una cosa. Yo creo que tu tío tiene razón al querer casarte; pero el pobre señor 40 Cap. XV, p. 116. Núm. 51 (2005) 91 UNA PRIMA DE GALDÓS 31 ignora que no puedes casarte sino conmigo. Eres tal para mí, que sin poseerte no comprendo la vida. Si me amas del mismo modo, demos fin a estas relaciones peligrosas. Ca-sémonos, cielo [...]»41. Cuando cae en la celada, quiere asesarla con el argumento de la zorra de la fábula y reducirla a dos motivos: el carácter de la cubanita y la situación económica que le exigirá, como consecuencia de ese carácter: «El dolorido razonaba admirablemente, y mientras me-jor razonaba, argumentando contra su propio dolor, más crecía éste, con más fuerza hincaba su agudo diente, más avivaba sus inextinguibles ascuas. Una lógica incontrover-tible demostraba que habría sido gran error contraer ma-trimonio con Andrea: en el carácter de la americana había un germen maléfico cuyas consecuencias érale fácil prever a la razón fría»42. «[...]. —Eso sí, amigo Falfán —manifestó Campos—: la Pren-da que se lleva usted excede a todos los elogios. [...] Un defecto tiene, y por lo mismo que está delante el que va a ser su marido, lo digo.... ya hemos hablado de esto el Mar-qués y yo; pero este defecto es de los que dejan de serlo cuando se está en posición holgada y opulenta, como la que tendrá la marquesa de Falfán de los Godos..., la Marquesa, sí, sí; ¿por qué no se ha de decir? He encargado hoy mis-mo una magnífica palangana de plata con las armas y el hermoso lema Vallifanius Gotorum... Pues volviendo al defectillo... —No hay que fijarse en una inclinación propia del be-llo sexo y que frecuentemente adorna a las que han naci-do hermosas —dijo el Marqués—. ¿No es verdad, querido Aristogitón? —Seguramente. El señor Campos se refiere a la pasión del lujo y al delirio de las galas y atavíos para realzar la hermosura. —Andrea se ocupa excesivamente de engalanar su per-sona —dijo Cicerón—; pero esto, que sería imperdonable en la esposa de un menestral, ¿puede vituperarse en la mujer de un prócer millonario? De ninguna manera. 41 Cap. XIII, pp. 97-103. 42 Cap. XV, p. 112. 92 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 32 JAVIER CAMPOS ORAMAS —Al contrario —indicó Monsalud— la alta posición exi-ge un esmero constante en la persona, cultivar el lujo, fa-vorecer las artes, con lo cual, una dama elegante da lustre a su marido y a la casa cuyo nombre lleva. —¡Oh! Ha hablado usted acertadamente —dijo el mar-qués, echándose atrás y dándose golpecitos en la boca con el puño de su bastón»43. ¿Cómo es posible que nuestro agente 007 se deje arrebatar, por segunda vez, a la amada? Antes Jenara Baraona que despechada se refugia en Carlos Navarro; ahora es un decoroso estafermo, «engomado y lustroso, como un muñeco que acaba de salir del taller de juguetes;» quien le arrebata la prenda ama-da. ¿Cómo es posible tanta irresolución en Salvador Monsalud? ¿El que con su sola presencia trastoca la vida de la dominica sor Teodora de Aransis hasta hacerla inductora de un suicidio?44 ¿Es qué es realmente a Salvador Monsalud a quien le arreba-tan la novia, él que ha llenado tantas páginas de acción, o es a otro personaje, el cual se ha escapado del subconsciente del autor del ficticio? ¿Es qué el nombre masónico de Monsalud, Aristógiton45, no significa nada? ¿No es acaso el mismo que lle-vaba el tiranicida ateniense? ¿Es qué puede Salvador quedarse inerme? Indudablemente ella no era ajena al plan, en un momento Campos le dice a Salvador: «—¡La traición —dijo Campos con gravedad irónica—. Pero, hombre..., ¡qué palabrotas se estilan ahora! Di más bien que mi sobrina comprendió lo que sacaba del noviaz-go contigo [...]»46. Su palabra de caballero Kadossch le había alejado de la aho-ra desamada, por su parte él puso el precio o condición. Pero el mundo gira, los acontecimientos han variado. Falfán y Andrea viven desentendiéndose el uno del otro. Un fortuito hecho oca- 43 Cap. XIV, p. 107. 44 Trama final de Un voluntario realista. 45 En la obra figura como palabra aguda: Aristogitón. 46 Cap. XVI, p. 124. Núm. 51 (2005) 93 UNA PRIMA DE GALDÓS 33 siona el rencuentro de Andrea y Salvador. La fugaz intimidad de Salvador con una mujer que el novelista describe con estas palabras, y que reitera en sucesivos párrafos: «Andrea está tan delicada...»/«... haciéndose la interesante con su languidez de dama enfermita»47; «encontré a la marquesa muy desmejorada y triste en gran manera, lo cual no sé si me causó pena o ale-gría »48. Para asombro del lector este encuentro con tercería, tie-ne todas las características de un simple ajuste de cuentas, de una aventura más en el catálogo del irresistible Salvador o es acaso el sueño del otro personaje. Ese personaje que no se ajusta al decidido agente 007, el que se ha escapado de la intimidad del novelador. «[...] Había yo perdido la noción de la distancia y del tiempo. Vi una calle larga y solitaria, con muchas rejas verdes llenas de tiestos de albahaca. Vi una fila de casas de fachada blanca iluminadas por el sol y otra línea de casas en la sombra. Yo buscaba el número 26, cuando sentí pisadas de caballos. Delante de mí, como a cuarenta pa-sos, abrióse una gran puerta y salieron tres hombres a caballo. ¡Era él! Corrí, corrí... Iba vestido con el traje popular andaluz y su figura era la más hermosa que puede imaginarse. Los otros dos vestían lo mismo. Caracolearon un instante los corceles delante de la casa, y en seguida emprendieron precipitadamente la carrera en dirección a la puerta de Carmona. Yo corría, corría, y al mismo tiempo gritaba. Mariana, que no había perdido el juicio, me detuvo enlazando con sus dos brazos mi talle. Mi furor estalló con un grito sal-vaje, con una convulsión horrible y este apóstrofe inexpli-cable: ¡Ladrones! ¡Ladrones! En el mismo momento en que yo rugía de este modo, dos mujeres se asomaban a la ventana de la casa v salu-daban a los jinetes con sus abanicos. El miró repetidas veces hacia atrás y saludaba también, sonriendo. Vi brillar 47 Los cien mil hijos de San Luis, cap. XX, p. 114. Comentario del na-rrador. 48 Los cien mil hijos de San Luis, cap. XXII, p. 123. Estas son expresio-nes, no del narrador, sino de Jenara Baraona, viejo amor de Monsalud, que ahora lo acosa y se hace cargante. 94 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 34 JAVIER CAMPOS ORAMAS el lente de doña María Antonia, vi los negros ojos de Andrea... ¡Oh. Satanás, Satanás! [...] Perdí el conocimiento»49. Benito Pérez Galdós Es un personaje desconcertante, toda la desmesura que co-loca en sus héroes le falta a él. Todos los ideales que defiende o que cree defender, pues en sus otras obras los manifiesta, en la realidad los ahoga en él. Si criticó severamente el sistema restauracionista no deja de participar en él, aunque sea simbó-licamente50. Si defiende la emancipación de la mujer y conoce su alma, no es el trato cotidiano el que lo demuestra. ¿Donde está Benito Pérez Galdós? ¿Por qué ese divorcio tan manifiesto? Monsalud hace un treno que tal vez Benito suscribía, y que se inicia así: «—Otra equivocación —decía—, otra caída, otro desen-gaño. Todo aquello en que pongo los ojos se vuelve negro. Si mi corazón se apasiona por algo, persona o idea, la persona se corrompe y la idea se envilece. Conspiro, y todo sale mal. Deseo la guerra, y hay paz. Deseo la paz, y hay guerra. Trabajo por la libertad, y mis manos contribuyen a modelar este horrible monstruo. Quiero ser como los de-más, y no puedo. En todas partes soy una excepción. Otros viven y son amados, yo no vivo ni soy amado, ni hallo fuen-te alguna donde saciar la sed que me devora. ¿Amigos? Ninguno me satisface. ¿Artes? Las siento en mí; pero no tengo educación para practicarlas. ¿Amor? Siempre que me acerco a el y lo toco, me quemo. ¿Religión? Los volterianos me la han quitado sin ponerme en su lugar mas que ideas vagas Dios mío, ¿por qué estoy yo tan lleno y todo tan vacío en derredor de mí? ¿En dónde arrojaré este gran peso que llevo encima y dentro de mi alma? Voy tocando a to- 49 Los cien mil hijos de San Luis, cap. XXXI, p. 172. Con este relam-pagueo desaparece Salvador Monsalud del Episodio. 50 Parece que no llegó ni a decir una docena de palabras en el Congre-so de diputados. Cfr. A. ARMAS AYALA, Galdós, diputado por Puerto Rico, Congreso Galdosiano II, t. II, pp. 103 -112; y Galdós y la política, C. G. III, t. II, pp. 475-488. Núm. 51 (2005) 95 UNA PRIMA DE GALDÓS 35 das las puertas, y en todas me dicen: Aquí no es, herma-no; siga usted adelante [...]»51. Y así sigue el lamento de un hombres solitario, desengaña-do, desesperado que todo lo ha intentado y nada le satisface, que acaba preguntándose «¿Por qué soy tan distinto de los demás, que en ninguna parte encajo?» ¿No nos recuerda ésto al inconformismo del solitario Pérez Galdós, que mohíno se deja llevar y manejar por familiares y amigos? Sólo hay dos cosas que le son vitales y que le permiten seguir viviendo en estos momentos: la literatura y los encuen-tros amorosos fugaces. ¿Por qué Benito acepta la situación? ¿Cómo es que no se reveló, cómo es que no buscó una salida favorable a sus pre-tensiones? ¿Fue su carácter o es que Pérez Galdós, en el fondo, pensaba igualito que el resto de la sociedad que entendía a las mujeres como artículo de compraventa o al menos incapacita-das para tomar sus propias decisiones? Eso es lo único que nos permite admitir que él optara por la decisión que tomó: una sólida luna, antes que una veleidosa jovencita. Se hace muy difícil aceptar que un enamorado se percatara del peligroso defectillo que Andreílla-Sisita tenía y, ya conocido éste, diera por buena e incontestable la ruptura. Aceptado el ucase familiar. Puesto en Madrid, Benito realiza las mismas tareas que Salvador cuando llega a la Villa y Corte en el año 1818, además de preparar sus estudios de Derecho, a los que dedicó un entusiasmo y dedicación ya conocidos. Esta vida de pésimo estudiante se acaba de descomponer con algo que él nunca querrá aclarar y que en el artículo que elabora con Palacio Valdés tampoco se explica nítidamente. Este trastor-no fue en el año 67. Año misterioso, crítico, para nuestro inves-tigado novelista. Año que se incorpora a la universidad ya pasa-do el mes de febrero52. ¿Qué le ha retenido en Canarias? ¿Se resistiría a abandonar la isla? ¿Habría recibido esperanzas de Sisita? «[dice José Campos:] No creas que me ha costado poco 51 Cap. XV, p. 115. 52 Hay una notificación del rector, en febrero, en donde se comunica que el destinatario no está en su residencia. 96 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 36 JAVIER CAMPOS ORAMAS cautivar a Andreïlla. La pícara se nos escapaba como una ma-riposa cuando creíamos tenerla segura; pero conquistado tú, que eres el Montjuich, la rendición de la ciudadela es inevitable... ¿Te das por conquistado?». ¿Qué pasó ese año que cuando vuelve a Madrid sufre una alteración de tal calibre que se hace necesario que la familia, a petición de los amigos, tome medidas extras? Pepe Hurtado de Mendoza, entenado de Sisita y esposo de Carmen Pérez Galdós, organiza viaje a París, a la Exposición Internacional. Va él y su hijo de corta edad, el futuro gran amigo del escritor Benito, y, en cambio, no va Carmen, a quien nada retenía en casa. Padre e hijo pasan a recoger al atortolado Benito quien, como él mis-mo se autocalifica en el artículo de Palacios Valdés, no estaba en sus cabales a la hora de preparar el equipaje. No vuelve a Canarias hasta el año 1869. Que no volviera en el 67 puede ser entendible, no había grandes comodidades para estos desplazamientos, siempre caros. ¿Pero en todo el 68? En el año 68, para el verano, Domingo Pérez Galdós y Mag-dalena, hacen la misma operación, recogen a Benito y lo llevan a Francia. ¿Cómo es que no viajaron todos juntos el año ante-rior, con lo que en aquellos tiempos costaba organizar un viaje desde Canarias? Parece que estas dos salidas responde más a un plan que favoreciera a Benito que, a lo que algunos creen, a Domingo y Magdalena. Se argumenta que éstos fueron impul-sados por la pérdida de su hijo Chanito, fallecido en febrero del 68. No obstante me atrevo a hacer dos notas marginales: a) la muerte en aquella sociedad era harto frecuente, su presencia estaba en el día a día, difícil que originara un desplazamiento tan lejano y duradero. Precisamente la etiqueta del luto aconse-jaba lo contrario: recogimiento; b) en el verano del 67 el niño no sufría indicios de enfermedad alguna. De este último viaje hay que señalar como mínimo dos cosas: — que cuando regresaban a España, en Barcelona, conocen la noticia del destronamiento de Isabel II. Ciudad que ve nuestro caballerito por primera vez. ¿No oiría aquello de conquistado el Montjuich, la rendición de la ciudad es inevitable? Verdad que no es frase muy común fuera de Núm. 51 (2005) 97 UNA PRIMA DE GALDÓS 37 aquella zona, si es que se usa. ¡Cómo se le quedó impre-sa en la mente! — durante la estancia de Domingo y Magdalena en Sevilla, éstos consultan a Valeriano Fernández Ferraz, profesor, amigo y paisano de Benito, sobre la posibilidad de publi-car una obra del depresivo hermano, algo que más tarde Magdalena, ya viuda costeó, y fue ésta La Fontana de Oro. ¿Era parte de la luna o el matrimonio Pérez Hurtado de Mendoza era consciente del trastorno que habían produ-cido en Benito y quería resarcirle ahora? Otro dato que no debemos perder de vista es la conducta de Benito en Madrid, su desaforada relación con las mujeres, más propia de un poseso que de un hombre sensible, romántico. No parece que Benito buscara su mujer ideal, entre las muchas con las que se relacionó, más parece un desquite o un simple des-ahogo. Cierto que con el tiempo se fue sosegando y estableció unas amistades, no simultáneas, con determinadas mujeres de cierto lustre intelectual —no quepa duda que la pardo Bazán supera el «cierto» con mucha holgura—, pero no fue la nota romántica y enamoradiza la dominante de quien siempre se ha dicho que conoció el alma femenina como pocos. Ya nos recuer-da el doctor Marañón, muy amigo de Pérez Galdós, que los ex-cesos tenoriescos esconden conductas frutos de experiencias de-presivas, de desengaños. Las aventuras de Benito no fueron pocas, algunos maestros tuvo nada más llegar a Madrid y de ellas da cuenta el escritor, en la quinta serie, encubriéndolas cuidadosamente. ¿Y si no qué son las que le suceden al inge-nuo Wifredo Romarate, motejado con el latinazgo de don Gaiferos, en España sin rey? E) Romualda Campos/Adriana Tate Romualda Campos Es un personaje fantasmal que debiendo realizar una cuida-dosa labor tutorial sobre Andrea, resulta que es todo lo contra- 98 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 38 JAVIER CAMPOS ORAMAS rio. La tía Romualda ha hecho una dejación absoluta de sus funciones, está más preocupada por sus problemas, ridiculiza-dos por el novelista, que por lo que se avecina. Creo que su presencia sólo la justifica que en la realidad había un personaje similar y Pérez Galdós no se atreve a suprimirla por aquel prin-cipio, tan querido por él, ya enunciado al inicio de este trabajo: «...la ficción verosímil, ajustada a la realidad documentada...». Galdós la describe así: «los frecuentes viajes de Campos la ponían [a Andrea] bajo la inmediata protección de doña Romualda, que por aque-llos días no había salido aún de la etapa de las calavera-das amorosas. [...] Mal atendida por su tío y peor tratada por doña Romualda, a quien aborrecía cordialmente, la joven vivía ensimismada, cultivando con ardor su propia imaginación. [...] Su familia favorecía más cada vez aquella libertad. Doña Romualda, que empezaba a sufrir la transformación de la edad paleolítica de los amores a la edad neolítica de las devociones, tenía mucho que hacer: estaba en la iglesia»53. En esta descripción de la señora doña Romualda se aprecian unas incongruencias metafóricas que, evidentemente, ocultan algo: calaveradas amorosas/estaba en la iglesia. ¿Eran las cala-veradas con alguien de la iglesia? o ésta última expresión oculta todavía algo más: estar «consagrando». Es esta una expresión usada como sinónimo jocoso de catar bebidas alcohólicas. Y con esta pocas líneas la señora desaparece de la trama novelada. Adriana Tate De las relaciones entre Adriana y su hija Sisita poco se sabe. De ésta no queda ninguna foto, sí había de aquella que parece ser mujer de buena presencia. Siempre me ha extrañado como fue aceptada por sus hijos, después de un segundo matrimonio y maternidad frustrada y de 53 Cap. XII, p. 90. Núm. 51 (2005) 99 UNA PRIMA DE GALDÓS las relaciones con José María Galdós Medina. Por muy liberal que fuera la sociedad cubana de aquella época, no podía ser grata la situación de esta niña, Sisita. De esta niña que es reco-nocida manifiestamente por ambos, pues no hay duda de que no podía pasar por la del anterior matrimonio. Por otra parte, llama la atención que no se hubieran desecho de ella, entregán-dola a que fuera criada por terceras personas. Es difícil definir su papel en esta relación Sisita-Benito. Po-siblemente madre e hija no debían llevarse muy bien, pues al problema generacional hay que añadir el propio del nacimiento de la niña. Se hace aconsejable remitirnos, una vez más, al magnífico libro biográfico de Ortiz-Armengol donde podemos captar la compleja situación de mrs. Tate que tanto se asemeja a la de Romualda Campos. El embajador Ortiz-Armengol da a entender que Benito es-tuvo, en un principio, deslumbrado por la anglo-norteamerica-na, madre de su hermana política Magdalena. La viuda Tate, según el diplomático, debió romper muchos esquemas en la dis-cretísima vida de los Pérez Galdós de la calle Cano. F) Solita/Magdalena Hurtado de Mendoza y Tate de Pérez Galdós Solita «Como cronistas, sentimos tener que decir que Solita era fea. Fuera de los ojos negros, que aunque chicos eran bonitos y llenos de luz, no había en su rostro facción ni parte alguna que aisladamente no fuese imperfectísima. Verdad es que hermoseaban la incorrecta boca finísimos dientes, mas la nariz, redonda y pequeña, desfiguraba todo el rostro. Su cuerpo habría sido esbelto si tuviera más carne, pero su delgadez exagerada no carecía de gra-cia y abandono. Mal color, aunque fino y puro, y un me-tal de voz delicioso, apacible, que no podía oírse sin sen-tir dulce simpatía, completaban su insignificante persona. Es sensible para el narrador que su dama no tenga siquie-ra un par de maravillas entre la raíz del cabello y la pun-ta de la barba: pero así la encontramos y así sale, tal 39 100 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS JAVIER CAMPOS ORAMAS como Dios la crió y tal como la conocieron los españoles del año 21»54. Bien raro es que Pérez Galdós describa a uno de sus perso-najes queridos con un realismo tan severo, pues ya conocemos su técnica a la hora de apuntar datos positivos o negativos. Él que siempre encuentra a sus héroes y heroínas, sean de prime-ra fila o de segunda, como el summun de la perfección, de su-perior calidad, no se recorta ni un pizco, ni siquiera le encarga la descripción a un personaje —para aminorar la situación—, con la casi hermana de Salvador. No, nos la muestra tal y como la conoció el cronista. Soledad Gil de la Cuadra se constituye, por fuerza del desti-no, en la atenta y silenciosa hermana, «—Cuando el pobre Gil se separó de nosotros, quiso que fuésemos como hermanos. Trá-tame como se tratan los hermanos, y llámame Salvador a secas y tú»55; la que sustituye a la madre cuando ésta fallece, cuando no está. Aunque no parece, en la obra, que Salvador le hiciera mucho caso a su madre y sí, en cambio, a Solita con la que tiene sus bromas, sus secreteos propios de edades similares, tí-midamente correspondidos; y con la que tiene un asunto de vi-tal importancia para ella como era la salvación física de su pa-dre, Urbano Gil de la Cuadra. Solita es el referente familiar en Madrid, ella es quien orga-niza su vida doméstica, es la paz del atribulado Salvador Monsalud. Pero algo planea entre ellos: alguien56 ha dicho que Salvador tuvo ciertas intimidades con la segunda mujer del oidor de la Chancillería de Valladolid, don Urbano Gil de la Cuadra. Algo que aquél se apresura a desmentir, pero que en El equipaje del rey José el novelista lo insinúa por activa y pasiva, y que ahora queda demostrado con unas cartas de evidencia inapela-ble. Este Episodio pertenece a las series en las que el escribidor no se atreve todavía a detallar, con su cualidad omnisciente, escenas que calificaré de arriesgadas para un artista principian- 54 Cap. III, p. 24. 55 Cap. XI, p. 85. 56 Cap. XXVII, pp. 210-213. En el momento en que Gil de la Cuadra está en la misma celda que José Regato. 40 Núm. 51 (2005) 101 UNA PRIMA DE GALDÓS te pues se le pueden cerrar las puertas de publicar por no agra-dar a los editores. Pero Solita volverá, en Episodios próximos, a ser el referen-te de Monsalud y el ideal de amor doméstico con Benito Cor-dero. Magdalena Hurtado de Mendoza Tate de Pérez Galdós Fue, junto con Caridad Ciria, hermana política de Benito Pérez Galdós57. Había casado con Domingo en 1848 y en 1870 enviudó. Y como si la muerte de Domingo liberara al clan Hur-tado de Mendoza, o su situación en Las Palmas de Gran Cana-ria se les hiciera incómoda, Magdalena, primero, su hermano Pepe con su familia y Concha Pérez Galdós, después, marchan a Madrid a instalarse con Benito. Aquella sin razón aparente, éstos por la educación universitaria de sus hijos. Carmen Pérez Galdós, auxiliada por Concha, es la que se hace cargo de las pesadas y monótonas tareas domésticas. Mag-dalena es la rica benefactora del artista y, posiblemente, del hombre que encerraba Benito, pues por su educación, que ha-bía sido en EE.UU., junto a una madre tan liberal como Adriana Tate, tendría unas miras más amplias que las mujeres de la calle Cano. Esto y aquello le habrían dado categoría de familiar especial del escritor en Madrid. Fue, como parece que lo había sido antes, su consejera discreta. Recordar lo que deja escrito el biógrafo de Galdós, Ortiz-Armengol, sobre el impacto que causó la anglo-norteamericana Adriana, madre de Magda-lena, en el muchacho de la estrecha calle Cano. EPÍLOGO 〈La vida de un escritor puede estar en sus libros, y la obra de Galdós no puede ser una excepción. Es lícito entrar en induc-ciones para suplir, hasta cierto punto, la falta de noticias seguras 57 Sebastián Pérez Galdós no llegó a casarse legalmente, aunque tuvo dos hijo, según su testamento. 41 102 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS JAVIER CAMPOS ORAMAS y ello siempre con tiento al conjeturar y suponer hechos, ideas, inclinaciones del biografiado〉, Clarín dixit58. BIBLIOGRAFÍA/FUENTES Archivo del Gabinete Literario Libros de actas de la Junta Directiva. Anales Galdosianos DENDLE, BRIAN J.: «Palacio Valdés, “Un estudiante de Canarias”: A forgotten article of 1883, pp. 97-104, 1989. Congresos Galdosianos (Actas del Congreso Internacional de Estudios Galdosianos. Ediciones Excmo. Cabildo Insular de Gran Canaria) ARMAS AYALA, A.: Galdós, diputado por Puerto Rico, C. II, 1980, t. II, pp. 103-112. — Galdós y la política, C. III, 1989, t. II, pp. 475-488. CASALDUERO, J.: Los Episodios Nacionales dentro de la unidad de la obra galdosiana, C. I, 1977, pp. 135-144. 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Título y subtítulo | Una prima de Galdós |
Autor principal | Campos Oramas, Javier |
Publicación fuente | Anuario de estudios atlánticos |
Numeración | Número 51 |
Sección | Literatura |
Tipo de documento | Artículo |
Lugar de publicación | Madrid ; Las Palmas |
Editorial | Cabildo Insular de Gran Canaria |
Fecha | 2005 |
Páginas | p. 061-103 |
Materias | Pérez Galdós, Benito (1843-1920) ; Crítica e interpretación |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 136722 Bytes |
Texto | Núm. 51 (2005) 61 68 UNA PRIMA DE GALDÓS UNA PRIMA DE GALDÓS PO R JAVIER CAMPOS ORAMAS «Si el historiador acaso no las nombrase, peor para él; el novelador las nombrará, y conceptuándose dichoso al llenar con ellas su lienzo, se atreve a ase-gurar que la ficción verosímil, ajustada a la realidad documentada, puede ser en ciertos casos más históri-ca, y seguramente es más patriótica que la historia misma»1. 1. «SI EL HISTORIADOR ACASO NO LAS NOMBRASE, PEOR PARA ÉL; ...» Con estas palabras escritas por Benito Pérez Galdós nos adentramos, cautelosamente, en la vida de su autor. En esa vida, de la que quiso ser tan reservado que sus exégetas presumían, presumen, de tener por maestro a uno de los pocos escritores que han silenciado una parte interesantísima de su propia vida: su juventud pre-madrileña. De la primera parte de la vida de Benito Pérez Galdós poco o nada parece, hasta el momento, que se puede conocer por su obra literaria. El novelista oculta, cuidadosamente, sus años mozos bajo una capa de indiferencia y de escaso interés. Ya siendo un hombre maduro de cuarenta años colabora con Ar- 1 El Terror de 1824: Cap. V, pp. 52-53. 62 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 2 JAVIER CAMPOS ORAMAS mando Palacio Valdés en su famoso cuento «Un estudiante de Canarias»2. En ese momento, aparentando una cierta debilidad, se permite unas crípticas declaraciones de lo que sus ávidos fans deseaban y desean saber. La razón de tal obscuridad es que hubo, en la vida de nuestro gran escritor, un pasaje poco grato de recordar que ni propios ni extraños quisieron referir. Cosa bien extraña, conociendo al género humano, o no valía la pena contarlo, obvio y común. Algo hay ahí que no se ajusta a la razón de la sinrazón. ¡Veamos! Ya es sabido que Benito tuvo un romance con su prima, la cubana Sisita. Ambos pollos de la misma edad. Ella nacida en Trinidad de Cuba, de una alianza «pecaminosa» entre José María Galdós Medina, tío materno de Benito, y Adriana Tate, viudita por partida doble, anglo americana. Los hijos del primer matri-monio de Adriana Tate casarían con un hermano y una herma-na, respectivamente, de Benito. Inverosímil, pero cierto. Domingo Pérez Galdós y su esposa Magdalena Hurtado de Mendoza Tate, más su hermano Pepe, su madre Adriana y la niña Sisita, con el tiempo y buenos caudales, se trasladaron a Gran Canaria. Aquí Pepe casará con la única hermana Pérez Galdós que contrae matrimonio: Carmen3. ¿Cómo se justificó la presencia de la niña Sisita y en que rango vino? No lo sé con precisión, pues los borradores de los padrones municipales, que no son precisos y ofrecen bastantes confusiones, sólo nos orientan. Por ejemplo, en uno la cubanita figura como «Josefa Spanisch»; en otro «Sisa Hurtado de Mendoza»; en otros no se la registra. Las fechas y procedencias varían también: typical spanisch way. Volviendo a la relación de nuestros tórtolos, decir que tal enamoramiento causó pánico en la madre de Benito. Doña Dolores se las ingenia, según Pedro Ortiz-Armengol4, para en- 2 BRIAN J. DENDLE, «Palacio Valdés, “Un estudiante de Canarias”: A forgotten article of 1883», Anales Galdosianos, pp. 97-104, 1989. 3 De este matrimonio y del realizado por Ignacio, con Caridad Ciria Vinent, proceden los actuales parientes del escritor. 4 PEDRO ORTIZ-ARMENGOL, Vida de Galdós, Ed. Crítica, Barcelona, 1996. Entiendo que hasta el momento de redactar estas notas, es el mejor com-pendio de lo hasta ahora publicado y por lo tanto lo sigo con casi valor de catecismo. Núm. 51 (2005) 63 UNA PRIMA DE GALDÓS 3 viar al muchacho a Madrid, nada más terminar los exámenes de Bachiller que le permitían entrar en una universidad. Tal es la premura que cuando Benito va a La Laguna, a examinarse, no regresa a Gran Canaria sino que, según el investigador galdosiano José Pérez Vidal, de allí parte rumbo a Cádiz. ¿Por qué ese agobio? ¿Hubo algún síntoma o temor de algo irreparable? ¿Tan mal se entendía ese posible matrimonio? ¿Por parentesco? ¿Por la condición de la muchacha? Conviene recordar que la joven tenía un padre mediana-mente rico en Cuba, de quien era única heredera. Además las relaciones entre aquél y ésta se demostraron positivas y el ma-trimonio hubiera sido visto con buenos ojos pues cerraría, con-venientemente, una escarificación en tan nobles hidalgos, los Galdós. La chica acabó casada con un Galdós cubano: Pablo. Al decir de Ortiz-Armengol este Pablo era hijo ilegítimo de Domingo Galdós Medina y de Eleuteria Mesa5. El problema alcanzó unas dimensiones que a nosotros se nos escapan. No tenemos argumentos contundente, irrebatibles, para contestar a las cuestiones que surgen. Lo más razonable es acep-tar que Dolores Galdós Medina consideraba, como buena ma-dre, que era un amor prematuro, propio del atolondrado Benito y que convenía primero asegurarse un futuro. En el caso del niño chico de la casa tenía que ser una carrera universitaria pues ya había demostrado ser un buen estudiante y aventajado enamoradizo. A ello había que añadir que era un pésimo gue-rreador de patio y calle, muchacho de endeble salud, por lo tan-to ni Iglesia, ni Milicia, ni emigración. Ni los pasos del tío Domingo Pérez Macía, capellán de las Milicias Canarias en la Guerra de Independencia; ni los pasos del padre, hermanos y tíos, militares de profesión, eran adecua-dos. Lo de ir a buscar fortuna a las américas: ¡ni pensarlo! Nada, p’a leyes, p’a letrado. ¡Y tan letrado le salió el chico! para sufri-miento y vergüenza de doña Dolores e hijo Ignacio6. 5 No obstante hay que entender que el apellido Galdós no era exclusivo de la familia del futuro escritor. 6 Según parece, aquélla despidió a una sirvienta por celebrar con albo-rozo un triunfo literario del chico (Pérez Vidal dixit) y éste, Ignacio, cuan- 64 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 4 JAVIER CAMPOS ORAMAS Es evidente que el señuelo de Madrid y la presión familiar fueron suficientes para un muchacho tan irresoluto y dócil como parece ser que era Benito, en cuestiones que no fueran su futura ambición literaria. Que ni ambición de figurante tuvo sino que era un monomaníaco, que todo se le iba en escribir, escribir, tanto que del mundo se ausentaba. Él mismo lo cuenta en el artículo ya comentado de Palacio Valdés7. La familia pen-saría que la actitud de Benito, en el tema de Sisita, demostraría si su amor era lo suficiente sólido o una simple chiquillería. ¿Quién tomaría las riendas del asunto? Doña Dolores, como buena matrona ancien régime, cuidaba mucho las formas, don Chano es evidente que no era la persona adecuada, ni la edad ni su carácter complaciente lo hacía idóneo8. ¡A quién se pare-cerá este hijo mío!, parece que estamos oyendo la voz de doña Dolores. El indicado era Domingo, en quien habían recaído las responsabilidades de jefe de familia, ante la claudicación ver-gonzosa de su padre. Además, «el problema», Sisita, lo había traído él de Cuba, era la hija de su suegra, ¡esa extraña señora! ¡por dejarlo ahí! Así que vas y le dices a tu hermano Benito, bla, bla, bla,... Con el tiempo Domingo acusaría el golpe9. Benito a Madrid; Sisita en casa, hasta ver que medidas se toman. Entre éstas es fácil admitir que se le buscara un mari-do. Una joven que ya había sido tocada por el amor, y tal vez por algo más, no convenía dejarla a la mano de Dios o del Dia-blo, ¡que todo puede ser! Recordemos que, en aquel entonces, a do le hablaban del tema, decía con resignación: «cosas de mi hermano Benito». Tener en cuenta esto: Ignacio hizo una buena carrera militar, lle-gando a Capitán General de Canarias y no era cosa de jugarse el tipo incordiando a tal autoridad con comentarios poco afortunados sobre Beni-to y las anécdotas de la familia. Junto a ello era famoso su severidad de carácter. Además a lo largo de la vida del Novelista hubo episodios amoro-sos bastante difíciles (muerte de Lorenza Cobián, etc...). 7 Cierto que después dirigió varios periódicos y luchó por dar salida a su obra literaria, hasta que la edad le fue recluyendo y tuvo que declinar responsabilidades. 8 Valsequillo, 1784-Las Palmas G. C., 1871. Casó en Las Palmas G. C. en 1823. 9 Dolores Galdós Medina, 1800-1887, aparte que ya no era una joven-cita, era conocida por su fuerte carácter. Núm. 51 (2005) 65 UNA PRIMA DE GALDÓS 5 las muchachas poco o nada se les permitía opinar en tan tras-cendental tema, eso lo arreglaban los mayores, para bien de las criaturas que «no sabían lo que les convenía». El amor se aca-ba, las necesidades de comer y vestir: nunca. Así que se estable-cían, se establecen en nuestro caso, negociaciones con un hom-bre maduro, sensato, con posibles y si todavía está de buena presencia, mejor. ¿No es, acaso, lo que se hizo con Adriana Tate, su madre, cuando la casaron con el viejo Ambrosio Hurtado de Mendoza, allá en Trinidad de Cuba, y con tantísimas chicas de aquella época? Recordemos la férula bernardalbesca que había establecido Dolores Galdós con sus numerosas hijas. De seis sólo casó una10. Había que dotarlas convenientemente, eso suponía fragmentar el patrimonio y empobrecerse todos. En otras socie-dades más primitivas las asesinaban nada más nacer11. ¿Cuál fue el comportamiento de Sisita ante la situación? ¿Sería ella la que dio el primer paso de la ruptura que sutilmen-te imponía la familia? ¿No sería esto último lo que hizo que Benito no quisiera regresar a su casa después de los exámenes? No querer volver a la ciudad donde estaba la despiadada. Si él hubiera ardientemente deseado estar con la amada, y saberse amado, sólo tenía que suspender los ejercicios, ¡con lo distraído que era!, y retrasar la marcha a la universidad. Pero hemos vis-to que no y que a lo largo de su vida le costará volver. Cierto que en aquel entonces los viajes no tenían nada que ver con los de ahora. Y hasta aquí la situación histórica. «Si el historiador acaso no las nombrase, peor para él; ...». 10 Soledad, Tomasa, Carmen, Concepción, Dolores, Manuela. Ortiz- Armengol no cita a Dolores, pero esta joven aparece en los borradores de los padrones municipales, con edad entre Concha y Manola. 11 Ante el bienestar económico del novio y la amistad-parentesco con el hermano de la novia, Domingo, posiblemente Carmen Pérez Galdós no llevara dote, fuera del menaje de ropa blanca. Incluso el afortunado Do-mingo compró propiedades a su padre y compró o tomó prestado, con pago de intereses, las partes de la herencia de sus hermanas para darles cierta liquidez e independencia económica a la casa paterna. 66 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 6 JAVIER CAMPOS ORAMAS 2. «... EL NOVELADOR LAS NOMBRARÁ, ...» En efecto, el escritor de la gran novela titulada Episodios Nacionales, abordará el tema que para él significó tanto. Cuan-do lo vuelve a tratar ya han pasado bastantes años, catorce, pues es en mil ochocientos setenta y seis cuando aparece firma-do el episodio número 14, El Grande Oriente. La herida debe estar algo cicatrizada, no del todo, y, tal vez, el incluir el tema en dicho trabajo sea por recomendación de alguien que conoce la tragedia interna del personaje. Alguien que sabe como sufre y que le aconseja, si es que necesitaba de tal consejo el novelis-tas, de pasar a la ficción lo que había sido cruel realidad. ¿Por qué ahora vuelve a surgir el tema?12 Indudablemente una razón poderosísima ha sido la muerte de Sisita en el 72. La muerte todo lo muda, todo lo cambia, da perspectiva a la vida y a los hechos del pasado. El saber del triste final de la amada tuvo que remover los posos amargos que la vida en Madrid no le había hecho olvidar. No estamos hablando de un personaje frío e insensible, todo lo contrario. Benito era un hombre sensible, tímido, impresionable, pero con unas cua-lidades excepcionales que le permiten desviar sus problemas al campo de la literatura. De esta manera se libera, en cierto modo, de la presión inmediata, de los problemas propios y ajenos. Es-tamos conociendo a alguien muy cualificado para encauzar su sensibilidad, sus experiencias, por el camino de la manifestación escrita y allí disimularla, si lo creyera necesario, de la forma más sabia. Y ésto es lo que va a hacer con su drama interno que realmente nunca le abandonará, pero que él reconducirá, en la medida que pueda, a otros campos, no siempre literarios. El desengaño amoroso, si es que así se le puede titular, to-mará cuerpo en el capítulo XII del Episodio ya nombrado. Se alargará hasta el final del mismo y enlazará con el número die-ciséis, Los cien mil hijos de San Luis, para volver a ser retomado. Muchos años después, la presencia de otros acontecimientos refrescan los hechos que se creían superados, si es que no lo 12 Ver trabajo mío, «Inés, el amor de Galdós», publicado en Anuario de Estudios Atlánticos, núm. 47, año 2001. Núm. 51 (2005) 67 UNA PRIMA DE GALDÓS 7 estaban ya hacía mucho tiempo, y surgen en la obra de nues-tro escritor. A mi entender, como ya indiqué, el tema ya había sido tratado, tímidamente, en la primera serie y volverá, como acabo de sugerir, cuando escriba España sin rey. Históricamente las fechas de la serie, que comento ahora, son 1821-1823, durante El Trienio Liberal y la llegada del ejér-cito de la los reinos unidos de La Santa Alianza. ¿Por qué estas fechas? Pienso que el tema le ronda conti-nuamente y hay una necesidad espiritual que alimentar. Ade-más, se escribe mejor tratando lo que mejor se conoce. 3. REPARTO POR ORDEN DE APARICIÓN Entendiendo que la ficción, como tal, permite al novelador añadir, mezclar, quitar, en suma: alterar los perfiles de la reali-dad. Así nos lo dice el propio escritor, me atrevo, con bases ra-zonadas, a hacer esta distribución de roles dramáticos: PERSONAJES EN LA FICCION • José del Campo: Director de Co-rreos, tío y tutor de Andrea. Co-mo tal organiza la separación de ambos, apartando a Monsalud y relacionando a la joven con Fal-fán de los Godos . Amigable con su hermano de logia, Salvador, a pesar de la «ju-garreta », procura compensarle de la mejor manera posible. • Andrea: huérfana, americana, con ciertas disponibilidades econó-micas, zalamera, coqueta. Mantiene una honesta relación amorosa, con notas de juegos in-fantiles, con Salvador Monsalud a quien «traiciona» con un viejo galán, por presión familiar. Des-pués quiere retractarse. PERSONAJES EN LA HISTORIA • Domingo Pérez Galdós: hacenda-do, pariente y tutor de Sisita. Se-gún parece, como tal organizó la separación de ambos, enviando uno a Madrid y relacionando a la joven con Ponce de León. Amigable con su hermano Be-nito, a pesar de la «jugarreta», procura compensarle de la mejor manera posible. • Sisita: huérfana, cubana, con ciertas disponibilidades econó-micas. Desconocemos sus otras cualidades. Mantiene una honesta relación amorosa con su primo Benito Pérez Galdós, a quien «traiciona» con un viejo galán, ¿por presión familiar, por despecho? ¿Quiso retractarse? 68 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 8 JAVIER CAMPOS ORAMAS Vive bajo la tutela de su tío José y de su tía Romualda Cam-pos. • Romualda Campos: tía de An-drea, señora distraída e irrespon-sable como tutora. • Falfán de los Godos: distinguido caballero, entrado en años, pero muy bien situado social y econó-micamente. Conocedor de su papel no es-pera «pasiones exaltadas», sólo desea un «amor tranquilo y se-sudo... » • Salvador Monsalud: joven intré-pido, adornado con cualidades artísticas, entre ellas la literatura, que se ha visto rechazado por Andrea. • Solita: casi hermana de Salvador, su consejera, es el referente fa-miliar en Madrid, ella es quien organiza su vida doméstica. Vive bajo la tutela efectiva de su pariente Domingo y de su her-manastra Magdalena Hurtado de Mendoza. • Adriana Tate: madre de Sisita, debido a determinados proble-mas su posición no es muy auto-rizada. • Ponce de León: distinguido caba-llero, entrado en años, pero muy bien situado social y económica-mente. A estas virtudes hay que aña-dirles que era notorio artista y el donjuan de la localidad. • Benito Pérez Galdós: joven inde-ciso, adornado con cualidades artísticas, entre ellas la literatura, que se ha visto rechazado por Sisita. • Magdalena: casi hermana de Be-nito, su consejera, es el referente familiar en Madrid, ella es quien organiza su vida doméstica. 4. DESCRIPCIÓN DE LOS PERSONAJES Y SUS CIRCUNSTANCIAS* A) José Campos/Domingo Pérez Galdós José Campos «El Venerable o presidente era un hombre como de se-senta años, de agradable y aún hermosa presencia, fisono-mía simpática, sonrisa esculpida, más bien de cortesía que de burla. En todo él había marcadísima expresión de con-tento de la vida, un singular convencimiento de que el * Evidentemente la cursiva es mía y con el objeto de fijar la atención del lector en las coincidencias. Núm. 51 (2005) 69 UNA PRIMA DE GALDÓS 9 mundo era bueno, y si se quiere, de que el Arte Real era óptimo. Vestía con elegancia, y los atributos, y arreos de la masonería, que no tienen comúnmente nada de airosos, le sentaban a maravilla. Había en su bizarra apostura corpu-lenta cierto aire de obispo y también algo de hombre de mundo, sin que pudiera adivinarse cómo se verificaba la síntesis de estos dos términos tan diversos. Aquel personaje, que a pesar de su indudable influjo en los sucesos de su época ha escapado, por extraño fenóme-no, a las fiscalizaciones entrometidas de la Historia, se lla-maba don José Campos. Este era su verdadero nombre, y no anagrama impuesto por el novelador para tapar una celebri-dad; mas no lo busquéis en la Historia, como no sea en algún olvidado y oscuro libro de masones, buscadlo en la Guía de los forasteros, porque era director general de Co-rreos. A pesar de la poca resonancia de su nombre y de no estar asociado éste a ningún mérito político ni oratorio, ni menos a batallas o sediciones, es indudable que el porta-dor de él fue uno de los hombres más importantes del cé-lebre trienio. A él se debió la organización de la masonería en aquel pie de ejército poderoso. Lo que no se comprende fácilmente es la razón de su modestia. Campos no quiso nunca salir de la Dirección de Correos, aunque su familia-ridad con ministros, generales y consejeros le ponía en la mejor situación del mundo para satisfacer su vanidad si la hubiera tenido. De las más verosímiles tradiciones masó-nicas se desprende que el Venerable en cuestión era de los que se agachan para dejar pasar las turbonadas y los pedris-cos, conservando siempre el mismo sitio y no dejándose arrastrar por la furia de las pasiones, con lo cual, si apa-rentemente adelantan poco, en realidad salen siempre ga-nando y no están sujetos a las caídas y vaivenes de la gen-te muy visible y talluda. Más hábil vividor no lo conocieron los pasados ni conocerán los venideros siglos. Los anales masónicos están conformes con asegurar que Campos tenía en las logias el nombre de Cicerón»13. «Vivía, pues, pacífica y cómodamente con su familia, no por cierto muy numerosa, pues constaba tan sólo de dos personas: su hermana doña Romualda [...] y su sobrina Andrea, hija de Mauricio Campos, [...]14. 13 El Grande Oriente, cap. VIII, p. 61. 14 Cap. XII, p. 90. (Si no se señala el título del Episodio, se sobreen-tiende que es el núm. 14, El Grande Oriente). 70 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 10 JAVIER CAMPOS ORAMAS La relación de d. José Campos con Andrea nos la comunica Pérez Galdós con estas palabras: «El buen tío, que no era tacaño y gustaba de que su pupila se presentase bien, abrió bastante la mano en lo rela-tivo al lujo. Esta era la fórmula de su cariño, porque sin duda hay distintas maneras de amar a las sobrinas. Ade-más, Campos, por razones de egoísmo, tenía empeño en no contrariarla, deseando alcanzar de ella consentimiento para un proyecto nupcial que entre manos traía después de la revolución»15. El proyecto no tenía nada de novedoso para aquellos tiem-pos. En estos casos lo que se buscaba era traspasar las respon-sabilidades a otro y ¡allá se las entiendan! Como en todas estas cosas hay algo de mercadeo: do et des16. «El proyecto consistía en casarla con un señor de edad algo avanzada, pero entero, arrogante, fino, discreto, y que sabía ocultar sus años y aun hacerse amable, pues a tanto llega en privilegiados individuos el arte social. El marqués de Falfán de los Godos era un medio siglo bien conservado, gracias a reparaciones hábiles y a un cuidado continuo»17. Previamente había que quitar de en medio al querido, pero inoportuno, Salvador, para ello se traza un cuidadoso plan que, posteriormente, le expone a Salvador cuando ya ha cerrado la operación de chalaneo. Dicha operación la tenemos aquí: «(Conversación entre Campos y Monsalud). —Pues yo me retiro —dijo Monsalud resueltamente. —Aguarda, torpe, ingrato. Te he dicho que iba a darte una pedrada esta noche. —No estoy para bromas. —Vamos, será preciso cogerte con lazo, y luego atar-te las manos para que no des bofetadas a tus favorece-dores. 15 Cap. XII, p. 92. 16 Permítaseme el cambio del ut por et que aquí tiene este otro signifi-cado. 17 Cap. XII, p. 92. Núm. 51 (2005) 71 UNA PRIMA DE GALDÓS 11 Campos saco del bolsillo un pliego doblado en cuatro. —Aquí tienes tu destino. —¿Qué destino? —preguntó el joven con asombro. —No te hagas el tonto, Salvador, ni vengas acá con ri-dículas y mentirosas modestias. Con esta clase de latigazos se domestica a las fieras catonianas. Ya sé que no te gusta pedir nada; ya sé que te falta boca para proclamar tu horror a los destinos públicos y censurar la ambición y a los am-biciosos. Todos hacemos lo mismo; pero cuando nos dan algo... lo tomamos. —Yo no entiendo una palabra de lo que usted me dice. —Vamos, que no te falta ya más que hacerte anacore-ta y excomulgarme por favorecerte No tanto, joven mo-desto. Aquí tengo una credencial de treinta mil reales, una canonjía admirable en la secretaria del Consejo de Indias. [...] —Estoy muy agradecido a usted, pero no acepto. —Es el primer caso que veo en España. querido Salva-dor —dijo Cicerón con la malicia escéptica que le era ha-bitual—; es el primer caso que veo de un hombre a quien le dan esta bendición de Dios que yo tengo en la mano y se queda sereno y frío como tú estás ahora Tú no eres hombre, tú no eres español. —Pero ¿usted por su propia iniciativa, ha pedido para mí ese destino no habiéndolo solicitado yo? —preguntó el joven. tratando de averiguar el motivo de aquella protección sospechosa. —Hombre, la verdad.... a mí no se me ocurría tal cosa; pero mi sobrina Andrea, que a todo atiende, que todo lo prevé, que sabe tan bien adivinar las necesidades, me dijo no hace muchos días: “Es una vergüenza que hayan colo-cado tanta gente inepta y esté sin destino Salvador Mon-salud”. Comprendí que tenía razón. y le contesté que tú nunca habías pedido nada y que en la casa del señor du-que del Parque estabas muy bien... Ella me dio a entender que deseas la plaza. —¡Yo! —Tú. Andrea es excelente, es caritativa como ninguna, y estima mucho a todos mis amigos. Me ha dicho que habías estado en casa a verme, que no hallándome, espe-raste largo rato; que estabas meditabundo y cariaconteci-do; que te dio conversación para distraerte; que hablando de cosas de la vida, le diste a entender con frases delicadas y parabólicas que deseabas un buen empleo; en suma, se-gún mi sobrina, tú le rogaste con buenos modos que in- 72 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 12 JAVIER CAMPOS ORAMAS fluyera conmigo para que el Grande Oriente te proporcio-nara una pingüe colocación. —¡Qué falsedad!... Pero ¿lo dice usted seriamente? —preguntó Monsalud con ira. —¿Desmentirás a mi sobrina? —Yo no desmiento a nadie. Simplemente digo que muchas gracias y que guarde usted su credencial para otro. [...]»18. Ante la tenaz negativa, viene una segunda oferta: «—Entonces —indicó Campos, cruzando los brazos en señal de perplejidad—, pide por esa boca. Imagina algún imposible, pide la luna, a ver si te la podemos dar»19. Aceptada la realidad por Salvador, es decir la celada que le han tendido tío y ¿sobrina?, viene una acuerdo entre caballe-ros. Campos continúa expresando su agradecimiento y traslu-ciendo sus temores. Él es consciente de la jugarreta que les ha hecho y que no las tiene todas consigo pues la pasión que han demostrado los jóvenes es recíproca y que Monsalud no es un quidam cualquiera: «—Cuando me quisiste pegar —repitió Campos con bur-la—. Después me estuve riendo de ti dos horas. Si yo fuera un hombre terrible, te hubiera echado por el balcón; estaba en mi derecho. —No lo niego, si yo hubiera sido un hombre impruden-te, le hubiera roto a usted la cabeza; también estaba en mi derecho por haber sido engañado. Usted intentó comprar-me con viles ofertas de destinos y menudencias. —Y ahora te compro por el precio que tú te has puesto; por la concesión de una gracia a que das suma importan-cia. La cosa en sí es la misma: no varía más que el precio y la clase de moneda. Tú me dejas en paz mi sobrina... —Y usted me pone en la calle a un pobre preso que será ahorcado si las cosas siguen por el camino que llevan. —Perfectamente. Trato clarísimo y que no da lugar a engaños ni malas interpretaciones. Do et des. —Campos, como hombre que ve adelantar satisfactoria-mente una negociación de importancia, respiró con fuer- 18 Cap. IX, pp. 74-75. 19 Cap. IX, p. 76. Núm. 51 (2005) 73 UNA PRIMA DE GALDÓS 13 za, embaulando después media taza. Robespierre subió a sus rodillas. Uno y otro se acariciaron. —No debieras extrañar —añadió— que yo quisiera favorecerte con un buen destino y aun alejarte. A mí me gusta hacer las cosas con delicadeza. De este modo se lle-ga al objeto sin ofender a nadie, sin ruido y sin dimes ni diretes. Creí que tú, hombre listo, me entenderías después del primer avance, y tomando lo que te daba, te dispondrías a callar y obedecer, dejándome el campo libre. Pero no entendiste. Tienes un candor honradillo que exige se te di-gan las cosas claras, y en verdad, a mí me repugnaba ha-blarte con claridad en asunto tan espinoso»20. Insiste Campos en dar detalles y explicaciones de la trama interna. Esto es algo que en el fondo pondera favorablemente a Salvador pues cuanto más difícil es la conquista de una ciudad, más mérito tiene la causa de sus defensores (Zaragoza, Gerona). El narrador quiere dejar muy claro que la joven fue, sólo mo-mentáneamente, débil a los ruegos de su tutor y que la astucia de éste fue la que permitió el éxito de la operación, pero reitera, aclara (raro en un supuesto vencedor) que no las tiene todas con él, que la conquista puede ser sólo ocasional. Por otra par-te el novelador nos quiere dejar bien claro que Salvador renun-cia a su amada por una causa muy noble, muy elevada que es una gran renuncia de algo que tenía ya en la mano. «[...] No creas que me ha costado poco cautivar a Andreïlla. La pícara se nos escapaba como una mariposa cuando creíamos tenerla segura; pero conquistado tú, que eres el Montjuich, la rendición de la ciudadela es inevita-ble... ¿Te das por conquistado?21 —Me doy por conquistado. —¿Renuncias por completo y en absoluto a ella? ¿Hui-rás de su trato Y de su vista, y en caso de que la casuali-dad te la ponga delante, harás con ella como si nunca la hubieras conocido? —Lo haré. 20 Cap. XVI, p. 124. 21 ¿A qué viene esta comparación tan poca usual? Benito había estado en Barcelona cuando volvían de Francia y se ve que aprendió la frase bien de oídas o al ver el monte y su valor estratégico. 74 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 14 JAVIER CAMPOS ORAMAS —¿La despreciarás, la arrojarás de tu lado, le harás ver de una manera indudable que tú y ella sois como el agua y el fuego, que no pueden juntarse? —Como el agua y el fuego. —Y si la tempestad arrecia, ¿serás capaz hasta de hacer-la creer que estás enamorado de otra? —También. —Vamos, eres un hombre. Tus declaraciones merecen una salva. Echemos pólvora fulminante en el cañón y dis-paremos. [...] —Pero ¿a qué vienen tantas exigencias, que parecen pruebas masónicas —dijo Salvador—, si Andrea no necesi-ta de mis desdenes para obedecerle a usted ¿No ha dado su consentimiento? —¡Ah!, ¡ah!... Fíate de consentimientos. Dicen que la palabra veleidad es femenina en todas las lenguas. Prueba de que todas las mujeres son veleidosas Es verdad que Andrea, a fuerza de ruegos, de razones, de regalos, de mimos, de promesas, me prometió ser Marquesa... ¡Marquesa, ya ves qué pedrada!... y la muy tonta... Por algo se ha dicho que entre el si y el no de una mujer no se puede poner la cabeza de un alfiler. —Ella apetece más. La ambición, una vez desarrollada. no se satisfice fácilmente. Creerá que Falfán de los Godos no es bastante rico. —Si es millonario. No va por ahí la corriente —dijo Campos con desaliento—. Es que Andrea vuelve los ojos a este tunante y se arrepiente, se arrepiente la muy pícara de la promesa que me dio. Desde el otro día... Pero yo quisiera saber qué tienes tú para trastornar de este modo un cerebro, que después de todo es un cerebro de la raza de Campos, fecunda gente sesuda»22. Domingo Pérez Galdós Hermano mayor de Benito, a quien le sacaba 18 años (1824- 1870). Había tomado la carrera militar, como había hecho su padre y harían posteriormente sus hermanos Sebastián e Igna-cio. Destinado a Cuba, como era preceptivo, buscó el abrigo de 22 Cap. XVI, pp. 125-126. Cámbiese el Campos por Galdós y oiremos a doña Dolores. Núm. 51 (2005) 75 UNA PRIMA DE GALDÓS 15 su tío José María Galdós Medina, personaje en Trinidad. Este le presentó a la huérfana Magdalena Hurtado de Mendoza Tate, quien poseía una adecuada fortuna junto con su hermano José. Ya veremos como el tío José María estaba relacionado con estos hermanos. Domingo era o muy pragmático («era de los que se agachan para dejar pasar las turbonadas»23) o muy apocado, como su santo padre. Más bien parece lo primero. El hecho es que cuel-ga el sable, se casa con Magdalena en 1848, liquida la fortuna colonial y se traslada, en 1850, a la isla natal para vivir como rico hacendado. Entre los baúles se tiene que traer a su suegra y a la hija extramatrimonial de ésta, pero también a su cuñado Pepe, quien casará con su hermana Carmen. Puestas las partidas en el debe y haber (Magdalena no estará sola, Pepe le saca a una herma-na de soltería, a la suegra y a la niña la controlarán sus pro-pios, y Gran Canaria siempre será mejor que Cuba con sus in-finitas enfermedades tropicales y bélicas) parece que el balance le sale favorable. Presentado el problema, actúa como muy posiblemente le indicaron las mujeres de la familia, las mayores enemigas de las mujeres de la familia. El papel de Domingo se limita a ofrecer a Benito aquello con que puede engolosinar: tal vez un buen destino o administración de rentas en Cuba, Trinidad para ser más concreto; o la Luna que para un canario de aquel enton-ces, con ideas de publicar Literatura, estaba en Madrid. La economía de Domingo le permitía tales generosidades, además de ser el padrino de bautismo de su hermano, era el jefe efectivo de ambas familias, la de la calle Cano y la de la calle Triana, etc. No hay que ser muy perspicaz para entender que Domingo, aceptada la luna por su hermano, arrancaría de éste cuantas promesas garantizaran el fin de las relaciones y la imposibilidad de retomarlas. Es decir: un pacto entre caballeros, que sería, muy posiblemente, celebrado en la intimidad, como dos hombres hechos y derechos: con un par de salvas báquicas. 23 Cap. VIII, p. 61. Referente a José Campos. 76 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 16 JAVIER CAMPOS ORAMAS Conseguido esto, o en vías de solución, habría que pasar a lo otro: dar salida, conforme a la tradición social, a la situación en que estaba Sisita. Don José de Campos confiesa que estaba ignorante de la intimidad de las relaciones de su tutelada con Monsalud y qué no sabe como pudo contenerse y cómo pudo arbitrar tal solu-ción. ¿Le sucedería lo mismo a Domingo Pérez Galdós? Su re-acción fue similar. B) Andrea/Sisita Andrea Campos «... hija de Mauricio Campos, que volvió de Indias el año 12 con una regular fortuna de que no pudo disfrutar porque le sobrevino la muerte. Huérfana de padre y madre a los once años de edad, la hermosa niña quedó bajo la tutela de su tío, que no tuvo reparo en empezar su admi-nistración disipando en conspiraciones una parte de la for-tuna de la pobre indianilla; y para mayor perjuicio de ésta, los frecuentes viajes de Campos la ponían bajo la inmedia-ta protección de doña Romualda, que por aquellos días no había salido aún de la etapa de las calaveradas amorosas. Andrea, cuya crianza en América no había sido ejemplar a causa de la temprana muerte de su madre, tuvo una escuela lamentable en la peligrosa edad del cambio de ju-guetes, es decir, cuando se decreta la jubilación definitiva de las muñecas y el planteamiento de los novios. Mal aten-dida por su tío y peor tratada por doña Romualda, a quien aborrecía cordialmente, la joven vivía ensimismada, culti-vando con ardor su propia imaginación. Contrajo amista-des que una madre prudente hubiera prohibido; intimó excesivamente con las criadas; paseaba en compañía de éstas más de lo conveniente, y en cambio del cariño y el agasajo que le negaran dentro de casa, disfrutaba de una libertad que no conocían las señoritas de aquella época y rara vez las de ésta. Por esto Andrea se parecía tan poco a las niñas españolas de su tiempo. Era una criolla volunta-riosa, una extranjera intrusa que habrían repudiado Mo-ratín y Cruz. Su familia favorecía más cada vez aquella libertad. Doña Romualda, que empezaba a sufrir la trans-formación de la edad paleolítica de los amores a la edad Núm. 51 (2005) 77 UNA PRIMA DE GALDÓS 17 neolítica de las devociones, tenía mucho que hacer: estaba en la iglesia. El buen Campos también era hombre ocupa-dísimo por aquellos días: estaba conspirando. Era la indiana buena y sensible. Fácilmente compren-día la verdad por poco que se la mostraran. Fácilmente acertaba con lo justo y honrado, por simple iniciativa de su conciencia. Pero tenía ansia de afectos ardientes, y mi-raba sin cesar a todos lados buscándolos. Su desgracia consistía en que le era forzoso abrirse sola y sin ayuda de nadie el áspero camino de la juventud. Habría necesitado para esto tener un caudal de energía y de entereza moral que rara vez da Dios a las criaturas, pero que suplen, se-gún admirable orden de la sociedad, las personas allega-das y mayores de la familia. Careciendo de fuerza propia y de sostén extraño, hubiera sido un prodigio que la gallar-da flor se mantuviera derecha. Los prodigios son muy ra-ros en el mundo. Bueno es hacer constar que la pobre Andrea, avisada del peligro por una intuición potente, hizo esfuerzos ins-tintivos para sostenerse erguida y pomposa, vuelta hacia el sol la virginal corola, pero el viento soplaba con demasia-da fuerza y se dobló (?)24. Era tan guapa, que su vanidad (otra desgracia no pe-queña) resultaba cada vez más lógica. Habría sido conve-niente que ignorara algún tiempo la riqueza de seduccio-nes que atesoraba en sus ojos, en su boca, en todas las partes de su cara morena y alegre, llena de inexplicables gracejos y atractivos; en su cuerpo delgado y flexible, de esos que no tienen clasificación fácil en el cuadro gine-cológico, y son tales, que para buscarles semejante necesi-ta el observador descender en busca de un ser antipático y que se arrastra: la culebra. Pero Andrea no tuvo a nadie que le hiciera el sumo bien de engañarla durante algún tiempo respecto a su be-lleza, y entregóse desde muy niña al fascinador deleite de los espejos. Las criadas cantaban a su oído un coro de li-sonjas. En la sala de su casa había una hermosa estampa que representaba la famosa escena de Phrine entre los jue-ces de Atenas, y Andrea de tanto leerla se sabia de memo-ria la leyenda grabada al pie con resplandecientes letras de oro. Aunque parezca extraño, conocidos los tiempos y el lugar, no puede menos de suponerse que en aquella cabe-za hervían ideas gentílicas; pero el paganismo es de todas 24 No en el original, la interrogación se la plantea el lector. 78 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 18 JAVIER CAMPOS ORAMAS las edades, y buscando sin cesar dónde establecerse se mete y se acomoda allí donde no hay otra religión que haya echado raíces. Andrea fomentó su vanidad y la adoración de si misma consagrando al adorno de la persona mucho tiempo, mu-cha atención y todo el dinero de que podía disponer. Si éste no abundó durante los ominosos tiempos en que Campos conspiraba, luego que vino la era feliz y fue restablecido en parte el patrimonio de la huérfana. El buen tío, que no era tacaño y gustaba de que su pupila se presentase bien, abrió bastante la mano en lo relativo al lujo. Esta era la fórmula de su cariño, porque sin duda hay distintas ma-neras de amar a las sobrinas. Además, Campos, por razo-nes de egoísmo, tenía empeño en no contrariarla, desean-do alcanzar de ella consentimiento para un proyecto nupcial que entre manos traía después de la revolución»25. Como se puede leer, Pérez Galdós es una mezcla de conser-vadurismo y generosidad e, incluso, cariño [americanilla, enfer-mita, ...] a la hora de tratar al personaje, aunque la compara-ción con la serpiente bíblica es impactante. Los defectos o deficiencias de la americanita provienen del poco cuidado con que se la ha tratado, a la vez que son generados por la irres-ponsabilidad que sus tutores han ejercido con ella; por lo tanto, la indianilla, según Pérez Galdós, no tiene más defecto que ser mujer y joven. Ya vemos, a lo largo de la obra, que el escritor comparte plenamente la misoginia de su época, rara vez miti-gada por los ideales o por lo que en su tiempo eran excepcio-nes. En él la mujer virtuosa es excepcional, bíblica; ama de casa que ha renunciado a las amenidades del mundo para dedicarse exclusivamente a su familia, con un punto y medio entre intran-sigente y estatuaria. Responden a este ideal Demetria, Valva-nera, María Ignacia y pocas más, el resto son veleidosas con todas sus consecuencias. Encontramos en estos párrafos otras cosas que llaman po-derosamente la atención, por ejemplo: ¿de qué parte de Améri-ca es Andrea? Un escritor tan minucioso y a veces porteril, como Pérez Galdós, no señala el dato geográfico de procedencia de la muchacha. Sabemos que indiano/a es el proveniente de la 25 Cap. XII, pp. 90-92. Núm. 51 (2005) 79 UNA PRIMA DE GALDÓS 19 américa española, pero jamás se le consideraría extranjero, ¡nos cuesta hoy en día!, mucho menos sería considerado/a como tal antes de 1898, aun cuando fueran de la zona continental. Algo similar sucede con los datos referentes a la madre de Andrea, brillan por su ausencia. En el caso de Solita, otro per-sonaje que comentaré, los aclara con diversos detalles y la tal señora nos trae al fresco de la narración. Estas prolijas explica-ciones se suceden a lo largo de toda la gran novela. ¿por qué con la madre de Andrea se ha callado? Otra cosa que llama la atención es que la narración es pos-terior a los hechos, no coetánea, como casi siempre. Fijémonos en la expresión: «una libertad que no conocían las señoritas de aquella época y rara vez las de ésta.» ¿Cuál es ésta, señor Galdós? ¿1876, cuando ya, muy posiblemente, la señora marquesa de Falfán ha fallecido debido a su delicado estado de salud y edad? Finalmente, en estas líneas, un algo sólo para meditar: «hizo esfuerzos instintivos para sostenerse erguida y pomposa, vuelta hacia el sol la virginal corola, pero el viento soplaba con dema-siada fuerza y se dobló». El proyecto nupcial va a tener sus obstáculos, lo que exigirá medidas adecuadas: «[...] Si todo hubiera de resolverse entre el acartonado Marqués y Campos, la cuestión habría estado concluida en un par de semanas; pero Andrea no quería casarse con Falfán de los Godos porque amaba a otro. Esto sí que se parece a todas las comedias italianas del siglo XVIII, a las óperas del primer repertorio y a muchas novelas de aquel tiempo, principalmente a las de D’Arlincourt, Madame Cottin, Florian y Mistress Bennet, pero no es culpa nuestra que esta vieja historia se nos venga a las manos. Acontece alguna vez que las cosas vulgares son las más dignas de ser contadas»26. ¿Cómo se estableció la buena amistad? «En los días que van corriendo para nuestra relación hacía tres años que Andrea había entablado amistades inti-mas con un hombre que cierto día se metió en su casa 26 Cap. XII, pp. 90-93. 80 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 20 JAVIER CAMPOS ORAMAS buscando refugio contra los corchetes que le perseguían. Como nacieron y rápidamente tomaron vuelo a manera de incendio estos amores es cosa que ahora no nos importa; pero la libertad de que disfrutaba Andrea explicaría mu-chas cosas. Pasaron días, muchos días, y con ellos sucesos buenos y malos que no merecen ser referidos. En 1821, la casualidad, o mejor dicho, la política juntó en un círculo al amante de Andrea y a Campos: hiciéronse amigos, y cuando éste le llevo a su casa no tenía ni vagas sospechas del interés que aquella amistad inspiraba en su sobrina. De este modo, Píramo y Tisbe no tuvieron que horadar pare-des para hablarse, y aunque la presencia casi constante del tío les estorbaba, viéndose a menudo, aun delante de testi-gos, tenían medios para preparar sus conferencias reserva-das, las cuales no eran ya frecuentes porque la libertad de Andrea empezaba a disminuir»27. Creo que hay mucho que comentar pero limitémosno a lo esencial: Andrea se ha enamorado de Salvador-Benito, a ojos vista de los indolentes tutores. Hasta puede ser que, en princi-pio, haya cierta complacencia, pero si algo hay que reprochar, en los avances de la joven pareja, es que ha sido por descuido de sus mayores. Sobre ellos cae toda la responsabilidad, Andrea sólo es una veleidosa mujer, Benito Pérez Galdós dixit. Cuando venga la impuesta traición, Andrea se descompon-drá y antes del paso final escribirá una patética esquela: «Arre-pentida, arrepentida, arrepentida, de lo que hecho...» que podía ser una magnífica aria para una Tosca28. Sisita Galdós Tate Pienso que Andrea es Sisita o Sisita fue Andrea. Esta ameri-canita que fue aceptada sin problema, por parte de sus herma-nastros y cuñado. Tuvo que ser una niña necesariamente mi-mada, fue la muñeca de la familia. Había solvencia económica y un futuro prometedor para ella, sólo que Benito y sus maja-derías amenazaron con romperlo. 27 Cap. XII, p. 93. 28 Cap. XVII, p. 133. Núm. 51 (2005) 81 UNA PRIMA DE GALDÓS 21 La reacción del personaje no varía de las diversas que apa-recen en casi toda la obra, aunque siempre hay síntomas, me-jor detalles, de excepcionalidad. Analizando, en profundidad, las conductas de los personajes femeninos observamos que se repi-te un esquema. Pérez Galdós ha establecido, establece, el esque-ma que su experiencia personal y su observación le han llevado a concluir y que marcará gravemente su vida y su comporta-miento con las mujeres. Este esquema es el siguiente: a) el des-pertar de la pasión, un arrebato incontrolado; b) un segundo paso en otra dirección, dado por la influencia de su familia o por los aconteceres externos a la pareja que la disloca (algo si-milar hizo Jenara Barahona con Salvador Monsalud; Inés con Gabriel Araceli; y otras....); c) un tercer momento de arrepenti-miento, que suele ser frustrado o que lleva a conductas repro-bables para la época, en la cual la mujer suele llevar la peor parte. Andrea bebe los vientos por Salvador, con quien ha tenido relaciones íntimas, pero lo traiciona, para volver a él después de beber un amargo cáliz. De Sisita sabemos, oficialmente, que fue pretendida por su primo y que, cuando Benito se marcha a Madrid, aparece casada en Trinidad. En el caso Sisita-Benito habría también, por sus mayores, cierta aquiescencia hasta ver en qué paraba el tema. Dolores Galdós puso su poderísimo veto, disculpando su opinión por el exceso de juventud de los tórtolos. Tal vez esta disculpa era para no traslucir su repulsa por la caribeña ilegítima y su odiosa madre, ¡qué vaya usted a saber qué le habrá trasmitido en la sangre! ¡No olviden, hijos míos, que somos hidalgos, qué somos Galdós! Lo que en un momento fue tolerado, o no percatado, podría haber sido la tercera boda entre ambas familias. Los Hurtado de Mendoza-Tate ponían la fortuna y los Pérez Galdós la gra-cia. Si damos crédito a las palabras de Campos, el affaire acabó convirtiéndose en un problema grave. No sé porqué me viene a las mientes la novela de Arturo Sarmiento Salom, Lo que fui. Entre Sisita y Benito debió de haber intimidad física o algo muy próximo, si no cómo se explica que la familia del escritor no haya querido conservar ningún rastro de la indiana, ni cartas, 82 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 22 JAVIER CAMPOS ORAMAS ni fotos más cuando hubo boda con otro Galdós. ¿No es curio-so que haya/hubo fotos de la madre de Sisita, como de casi to-dos los parientes, y no de la muchacha que había sido la mu-ñeca de la casa? ¡Ah!... Meditemos lo que le dice el tutor al amante comprado: «[...] Te confieso, amigo Aristogitón, que cuando sospe-ché tus niñadas con ella, y más aún, cuando las sospechas se trocaron en certidumbre..., ¡ay!, sentí impulsos de des-pedazarte. Pero meditando bien, resolví tener mucha calma, abordar la cuestión con astucia, evitar un escándalo que pudiera perturbar la paz espiritual del buen Falfán de los Godos. De esta manera todos quedan contentos. No creas que me ha costado poco cautivar a Andreílla. La pícara se nos escapaba como un mariposa cuando la creíamos segu-ra; pero conquistado tú, que eres el Montjuich, la rendición de la ciudad es inevitable... ¿Te das por conquistado?»29. Ahora el matrimonio no puede ser, con lo fácil que hubiera sido casarlos y mandarlos una temporadita a Cuba a saludar al suegro, ¡ah, Dolores Galdós! Se hace necesario tomar medidas adecuadas: un proyecto de boda y un viaje a donde sea, a la mismísima Luna, pero algo se truncó. Se truncó porque el ma-trimonio se realizó muy lejos, en Trinidad, escapándoseles a los Pérez Galdós las rentas del tío José María. Alivio que, de una u otra manera, tendrían en mente las resignadas solteronas de la familia. ¡No pudo ser! A nosotros nos surgen las preguntas a borbotones: ¿Cómo es que Sisita y sus rentas no consiguieron novio en Las Palmas? ¿La reclamó el padre o se la devolvieron ante algún suceso im-previsible que exigía la salida de la muchacha de la Isla? ¿Por qué la hacen ir allá, donde no tenía más parientes cercanos que un padre soledoso? ¿Era recomendable dar tal paso? ¿Con quién marcha a Trinidad? Imposible que viajara sola. No disponemos, actualmente, de datos oficiales para contes-tar a todas estas incógnitas. Algo grave ha tenido que aconte-cer para tomar estas decisiones tan complejas. Recordemos que, en su momento, toda la familia cubana, salvo José María Galdós 29 Cap. XVI, p. 125. Núm. 51 (2005) 83 UNA PRIMA DE GALDÓS 23 Medina, tomó el firme propósito de establecerse en Canarias, por muchas razones. ¿Cómo es que ahora vuelve la muchacha para allá, a entregarse en brazos de un desconocido, posiblemente añoso pretendiente? C) Falfán de los Godos/Manuel Ponce de León y Falcón Falfán de los Godos «[...] El proyecto consistía en casarla con un señor de edad algo avanzada, pero entero, arrogante, fino, discreto, y que sabía ocultar sus años y aun hacerse amable, pues a tanto llega en privilegiados individuos el arte social. El mar-qués de Falfán de los Godos era un medio siglo bien conser-vado, gracias a reparaciones hábiles y a un cuidado conti-nuo. Había sido exento de Guardias, compañero de Palafox y de Godoy, y en aquellos tiempos en que los mozos gua-pos desempeñaban grandes papeles en la Corte y en que se hablaba, como lo prueba el desvergonzado libro de un fraile, de serrallos a la turca, de envenenamientos proyec-tados, de matrimonios dobles y otras barbaridades ante las cuales la discreta historia se complace en cerrar los ojos. Así como el duque de Zaragoza fue célebre y simpático por sus hurañas resistencias30. Falfán de los Godos tuvo fama por lo contrario. En 1821 era general; tenía fama no sólo de honrado y decente, sino también de gastrónomo y mujerie-go, cosa natural en un solterón riquísimo y bien parecido, de ancha conciencia formada en la escuela enciclopedista del siglo pasado. Hacia 1820 comenzó a pesarle el celibato; echó de me-nos algo amante, tierno y cariñoso; es decir, los hijos que debía tener y no tenía, la esposa que siempre había recha-zado como una fastidiosa carga de la vida. Falfán de los Godos pensó en casarse, y supuso que sus cincuenta años, a pesar de la madurez consiguiente, podían dar aún mu-cho de sí. Acontece a menudo que estos hombres listos y conocedores del mundo pierden la chaveta cuando tratan de poner algún orden en su vida y bastardean completamente 30 ¿No estará, el novelista, enmascarando los años cuarenta y pico, del siglo XIX, época del matrimonio de Isabel II que es cuando Manuel Ponce de León vivió en Madrid? Similis similibus. 84 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 24 JAVIER CAMPOS ORAMAS la meritoria idea de ser padres, que tan a deshora les ocu-rre. Falfán de los Godos, maestro en el arte de vivir, perdió el tino, como todos los de su clase, y en vez de buscar para esposa un tipo de bondad reposada, una madura belleza asegurada de peligros y que se acomodase fácilmente a los gustos e ideas del trasnochado esposo, fue a incurrir en el maldito antojo de la niña fresca y tiernecita que apenas ha empezado a vivir y tiene un porvenir ignoto delante de sus ojos chispeantes. El no dejaba de comprender en ratos lúci-dos su error; pero se engañó a si mismo vanidosamente trayendo a la memoria su buena presencia, su gran fortu-na, su fama, sus gustos artísticos, su finura, rica herencia del antiguo régimen que contrastaba con la grosería de los revolucionarios. Si todo hubiera de resolverse entre el acartonado Mar-qués y Campos, la cuestión habría estado concluida en un par de semanas; pero Andrea no quería casarse con Falfán de los Godos porque amaba a otro. Esto sí que se parece a todas las comedias italianas del siglo XVIII, a las óperas del primer repertorio y a muchas novelas de aquel tiempo, principalmente a las de D’Arlincourt, Madame Cottin, Florian y Mistress Bennet, pero no es culpa nuestra que esta vieja historia se nos venga a las manos. Acontece alguna vez que las cosas vulgares son las más dignas de ser contadas»31. Sigue siendo pausado, el novelista, en la crítica de la perso-na. No hay saña a la hora de describir al acartonado galán, casi, casi lo describe de tal manera que sea justificable su aceptación como marido. Uno de lo muchos casos que se veía en aquel entonces y en éste, sólo que ahora los tutores intervienen con mucha menos autoridad. Con el tiempo el marqués, cumplido su propósito de boda y heredero, se aleja de Andrea en busca de nuevas conquistas. Era un donjuan pertinaz, dejándola desatendida y predispuesta al reencuentro íntimo con Salvador. Vuelve a ser culpa de los otros (justifica Benito-el enamorado, no Benito-el escritor) que Andrea se alejara de la virtud y que Salvador no cumpliera su palabra dada al Venerable. 31 Cap. XII, pp. 90-93. Núm. 51 (2005) 85 UNA PRIMA DE GALDÓS 25 Manuel Ponce de León y Falcón Para descubrir que este provecto caballero isleño se corres-ponde o, siendo más exacto, se debe corresponder con el mar-qués de Falfán, no sólo hay que acudir a su biografía, muy si-milar a la del marqués mencionado, sino al tema que vuelve a aparecer en la obra de Pérez Galdós, Los Episodios Nacionales. En el número 41, España sin rey, el tema resurge, evidentemen-te bien enmascarado, pero el protagonista ya no es un noble de arcaico título, sino un segundón cuyos apellidos son Urríes y Ponce de León. Personaje que se adorna con similares alamares y vueltas de piel a los que usa Falfán y a los de Manuel Ponce de León y Falcón32. Manuel Ponce había sido el niño bonito de su casa, la fortu-na le había sonreído y seguía danzando con él. Era un buen partido, míresele por donde se le mire: rico, afable, pintor de Cámara, mujeriego,... puro adorno social, como diría su amiga la marquesa de Subijana33. Apetecible estantigua para toda aquella familia que quisiera colocar a una de sus hijas. Y si-guiendo los cánones que imperaban en aquella sociedad, no había nada reprobable en que con él se estableciera el proyecto nupcial para Sisita. Sólo dos problemas: a) liquidar el asunto con Benito. Entre intrigas, presiones y dádivas parece que se logró el objetivo, tan-to con Benito como con Salvador Monsalud; b) Ponce tenía novia oficial que languidecía mortalmente sin que el pisaverde se decidiera. Pero aquí había también unas reglas no escritas, aunque aceptadas por todos: dar un golpe serpentino y audaz que comprometiera hasta el altar o hasta el campo del honor al caballero indeciso. Creo que esta segunda se maquinó, pero algo imprevisto, por aquello de que «el hombre propone y ...», lo quebró, de lo con- 32 Biografiado por la doctora Mª REYES HERNÁNDEZ SOCORRO, Manuel Ponce de León y la arquitectura de Las Palmas en el siglo XIX, Ed. Cabildo Insular de Gran Canaria, 1992, Madrid; y Manuel Ponce de León y Falcón. Pintor canario del siglo XIX, Ed. Real Sociedad E. de Amigos del País, Las Palmas de Gran Canaria, 1996. 33 España sin rey. 86 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 26 JAVIER CAMPOS ORAMAS trario no hay razón para expedir a Sisita hacia Cuba. De cual-quier forma Ponce no acusó el golpe muy rudamente, puesto que siguió, como Falfán, mariposeando hasta que, al poco tiem-po, puso a vivir en su casa a la que sería madre de sus dos hi-jos naturales que luego reconoció. D) Salvador Monsalud/Benito Pérez Galdós Salvador Monsalud Uno de los personajes más complejos de Los Episodios. Ya su nombre y apellido nos pone en alerta: Salvador de mi salud. Evidente que el artista ha hecho una pequeña alteración gráfi-ca y lingüística, casi imperceptible: salut por salud, entendiendo que salud es sinónimo de bienestar, como santé puede serlo de salut34. Los protagonistas galdosianos en Los Episodios se ajustan, en términos generales y con las excepciones particulares en al-gunos de sus caracteres, a tres tipos: a) El héroe: valiente, desenfadado, tipo agente 007, que está en todas partes, que todas las operaciones le salen bien, que está dotado de cualidades insuperables en un piélago de tontos, que realiza misiones imposibles. Este personaje suele tener una es-pecie de socias, pero de menor rango (Marijuán, Tilín), e indu-dable éxito con las mujeres. En él se aprecia lo que Galdós qui-siera ser. La edad de este personaje no dista demasiado de la que tiene el escritor, es lo que querría ser o haber sido. Por lo tanto los personajes tienen ciertas dosis autobiográficas. Instintiva-mente Galdós se retrata en ellos: Gabriel Araceli, Salvador Monsalud, Santiago Ibero, Nicolás Estévanez35, ... b) El antihéroe: elemento desaprensivo, desagradable, egoís-ta, vividor, que revela sus interioridades con una gran ingenui-dad como para ser reveladas, y por escrito, por el propio perso- 34 Recordemos que el último viaje a Francia fue ocho años antes, y que causó gran impacto en el novelista. 35 Este último de carne y huesos, que protagoniza casi dos novelas. Núm. 51 (2005) 87 UNA PRIMA DE GALDÓS 27 naje, tan carente de virtudes. Personaje casi exclusivo: Juan de Pipaón... c) El mixto: héroe venido a menos o sin madera de tal. Per-sonaje al que todo se le va por la boca, grandes ideales, pero irresolución o incapacidad manifiesta para llevar a cabo sus buenos y quijotescos propósitos. En él hay una mezcla de ideas elevadas e incapacidad física para realizarlas. Algunos de ellos han entrado como héroes, pero con el tiempo han ido claudi-cando, cesando en sus altos ideales, para acabar aburguesándose o aceptando totalmente el sistema. Este personaje tipo surgen en la 4.ª y 5.ª serie. En él sigue apareciendo muchos elementos autobiográficos, lo que Galdós había sido y había hecho, hasta hacía poco tiempo. El escritor no se priva en contar ciertas escabrosidades de alcoba con mujeres de la calle. Narraciones impensables en etapas anteriores y que ahora su autoridad, como literato, le permite recordarlas en alta voz. Indecisión, mansedumbre, debilidad, salud enfermiza, éxito con las mujeres, amigos de escribir y novelar: Fernando Calpena, Beramendi, Confusio, Wifredo Romarate, Tito Livio, Segismundo García Fajardo, ... Salvador Monsalud es descrito por Pérez Galdós con ta-les adornos que es bueno que repasemos la lectura directa-mente: «Salvador tenía pasión por la música. Al establecerse en Madrid el año l8, creía, en su candor (pues su alma era en el fondo excesivamente candorosa), que aquel arte estaba al alcance de todo el mundo. Ignoraba las inmensas difi-cultades técnicas jamas vencidas después de la infancia que caracterizan el arte más amable y más profundamente patético en la vaguedad soñadora de su expresión. Con estas ideas Monsalud compró un piano. Creía que en el clave todo es como vulgarmente se dice, coser y cantar. El desengaño vino al instante y el pobre joven se encorvaba con desesperación sobre el ingrato instrumento, y sus de-dos de hierro herían las teclas sin poder hacerles hablar más que un lenguaje discorde y estrepitoso. Al mismo tiem-po trataba de explorar el mundo de aritmética y de armo-nía comprendido en las cinco rayas de la cábala musical, y su mente caía rendida ante un trabajo que exige pacien- 88 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 28 JAVIER CAMPOS ORAMAS cia sin fin y árida práctica. Un día le sobrevino un arran-que de ira durante los estudios musicales, que asemejaban su casa a un conservatorio de locos, y tomando un marti-llo dijo a las teclas: —¿No queréis responderme? Pues tocad ahora. Y las despedazó. La caja no tuvo mejor suerte, y una vez vacía, la lleno de legajos. El clave sufrió la suerte de los hombres que a cierta edad se vacían de ilusiones y se llenan de positivismo. La poesía escrita le cautivaba sobremanera. También se le antojó ser poeta escrito, lo cual es muy distinto de poeta sentido; pero tropezó con el inconveniente de no saber nada, grave contrariedad que estorba mucho, aunque no tanto como al músico la ignorancia técnica de su arte. [...] (Hace un larga diatriaba con el tema lamentándose de la falta de público y amigos tocados de la misma debilidad versificante). Un día Salvador se sintió malhumorado. Cogió los poe-tas, y acordándose de Felipe II, les trató como a herejes. Aún le quedaba un respiradero, un escape, una vía libre, aunque muy estrecha, para salirse a sí mismo y quebran-tar la ley de concentración y encierro que le estaba empa-redando el alma, digámoslo así: le quedaba el periodismo, y entonces había una prensa no despreciable, donde la juven-tud podía hacer sus juegos. El Espectador y El Universal, que hoy nos hacen reír, eran órganos hasta cierto punto afinados y sonoros. Salvador no dejó de hacer la prueba; pero bien pronto aquel displicente espíritu crítico de que antes hablamos le hizo aborrecibles las redacciones, como le hizo aborrecibles más tarde las logias, los clubs y la po-lítica »36. Cuando uno lee estos párrafos se pregunta ¿a qué esta di-sertación sobre las inquietudes artísticas de Salvador y sus posi-bles vocaciones laborales? Y empieza uno a ver que nuestro novelista se está mirando en el espejo de la memoria cuando él, Benito, en sus primeros tiempos en Madrid, hizo crítica musi-cal, le tentó la poesía, el drama y acabó, en principio, encami-nándose al mundo del periodismo. ¿No hizo Benito, en su pri-mera etapa de la Corte, también sus pinitos en la política y salió hastiado de ella? Con la Masonería no sabemos que haya teni- 36 Cap. XV, pp.115-116. Núm. 51 (2005) 89 UNA PRIMA DE GALDÓS 29 do relación, aunque el novelista la conocía al dedillo y siempre fue prudente con lo que comentó de ella37. «De repente descendió para él de ignorado cielo la her-mosa figura de Andrea. Entonces las artes todas, que an-tes no habían tenido nota ni palabra, se realizaron. Andrea era la música, la poesía, la pintura, la estatuaria, hasta la arquitectura y la danza; era también, si se quiere, el perio-dismo, la gran política, la vida toda, en fin [...]»38. «El favorecido conocía perfectamente las horas que doña Romualda consagraba a la grave faena diaria de sus devociones, las de oficina y la logia para Campos. Aplican-do bien la sentencia profundísima de uno de los siete sa-bios de Grecia, que dijo aprovecha la ocasión, aquel hom-bre enamorado hasta la ceguera y el aturdimiento entraba en la casa. Estas atrevidas invasiones del templo de un exaltado amor no eran ni podían ser frecuentes, y exigía gran cautela con criados y gente menuda; pero los aman-tes habían discurrido mil triquiñuelas y contaban con la fiel complicidad de una criada antigua. Su ceguera, con todo, no era tanta que se ocultase a entrambos la necesidad de poner término a tal género de vida»39. «Corrieron días felices. El, sin embargo, se proporciona-ba el placer de atormentarse pensando en la probabilidad de perder a su amada; y su cavilación, despertando otros recuerdos y estableciendo los términos sistemáticos de su desgracia, llegó a darle seguridad completa de un conflic-to. El alma se defendía rabiosamente contra aquella alevosa guerra de distingos y sutilezas. Por adorar, hasta adoraba los defectos de Andrea, mejor dicho, veía en ellos gracias nuevas y donaires desconocidos, por cuyo motivo, en el momento de la catástrofe, le hemos visto rechazando las razones positivas con que el pérfido intellectus trataba de arrancarle su hermoso sueño. Andrea era para él la to-talidad de las satisfacciones humanas y el ideal de la vida. La amaba en globo, con sus defectos, conociéndolos y aceptándolos como se aceptan sin la más leve protesta de 37 No desechar para posteriores trabajos, si Domingo Pérez Galdós, como muchos militares en Cuba, tuvo relación con el Arte Real y de ahí si pudo, Benito Pérez Galdós, sacar determinados comentarios, menos técni-cos, pero más cotidianos. En el viaje a Francia tuvieron mucho tiempo para hablar entre ellos, de todo. 38 Cap. XV, p. 116. 39 Cap. XII, pp. 93-94. 90 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 30 JAVIER CAMPOS ORAMAS los ojos las manchas del Sol. Ni por un momento pensó en apartarse de ella por causa de tales lunares, accidentes en-cantadores que se confundían con las perfecciones, sin que el ciego amor pudiera decir dónde acababa Dios y empe-zaba Satán. El egoísmo estupendo del amor ahogaba en-tonces en Monsalud la potencia crítica que en él hemos reconocido. Para que uno y otro se separaran era preciso, pues, que mediase una gran violencia o una traición de ella. Esta vino, como hemos visto, [...]»40. Salvador intuye algo, ya pudimos ver que es prototipo del héroe galdosiano, tal vez sólo superado por uno real: Nicolás Estévanez, por quien queda deslumbrado nuestro escritor. Sal-vador no deja de admitir que el tío-tutor está capacitado para organizar boda y quiere adelantarse, aunque tiene en sus ma-nos elementos que le aconsejan: ¡prudencia, algo se está co-ciendo! «[...]. —A mí se me está preparando una desgracia —le dijo cariñosamente—. Andrea, tengo desde hace muchos días el presentimiento de que esta preciosa cabeza me hará traición. [...]. —Cuando pienso en esto, Andrea —prosiguió el joven, enlazando con su brazo el cuerpo de ella—. me asombro de que tal absurdo haya durado dos años sin desvanecer-se, y hace tiempo estoy pensando que concluirá pronto, y que tú, como todo lo que interesa a mi corazón, te vas a desvanecer, a alejarte de mi, dejándome solo con mi des-gracia. —¡Caviloso! —¡Veo que no te defiendes con ardor: veo que no pro-testas como yo protestaría en tu caso! —exclamó Monsalud con la impertinente comezón de los celosos—. Andrea, tú meditas algo, tú me ocultas algo. —Medito que te quiero más que a mi vida —repuso ella, cerrando los ojos y apoyando la cabeza en el hombro de Salvador. mientras le deshacía el nudo de la corbata. —Ya sabes. querida mía —repuso él, moviendo la cabe-za negativamente—, que tengo motivos para no creer en palabras de mujeres. Déjame que te diga una cosa. Yo creo que tu tío tiene razón al querer casarte; pero el pobre señor 40 Cap. XV, p. 116. Núm. 51 (2005) 91 UNA PRIMA DE GALDÓS 31 ignora que no puedes casarte sino conmigo. Eres tal para mí, que sin poseerte no comprendo la vida. Si me amas del mismo modo, demos fin a estas relaciones peligrosas. Ca-sémonos, cielo [...]»41. Cuando cae en la celada, quiere asesarla con el argumento de la zorra de la fábula y reducirla a dos motivos: el carácter de la cubanita y la situación económica que le exigirá, como consecuencia de ese carácter: «El dolorido razonaba admirablemente, y mientras me-jor razonaba, argumentando contra su propio dolor, más crecía éste, con más fuerza hincaba su agudo diente, más avivaba sus inextinguibles ascuas. Una lógica incontrover-tible demostraba que habría sido gran error contraer ma-trimonio con Andrea: en el carácter de la americana había un germen maléfico cuyas consecuencias érale fácil prever a la razón fría»42. «[...]. —Eso sí, amigo Falfán —manifestó Campos—: la Pren-da que se lleva usted excede a todos los elogios. [...] Un defecto tiene, y por lo mismo que está delante el que va a ser su marido, lo digo.... ya hemos hablado de esto el Mar-qués y yo; pero este defecto es de los que dejan de serlo cuando se está en posición holgada y opulenta, como la que tendrá la marquesa de Falfán de los Godos..., la Marquesa, sí, sí; ¿por qué no se ha de decir? He encargado hoy mis-mo una magnífica palangana de plata con las armas y el hermoso lema Vallifanius Gotorum... Pues volviendo al defectillo... —No hay que fijarse en una inclinación propia del be-llo sexo y que frecuentemente adorna a las que han naci-do hermosas —dijo el Marqués—. ¿No es verdad, querido Aristogitón? —Seguramente. El señor Campos se refiere a la pasión del lujo y al delirio de las galas y atavíos para realzar la hermosura. —Andrea se ocupa excesivamente de engalanar su per-sona —dijo Cicerón—; pero esto, que sería imperdonable en la esposa de un menestral, ¿puede vituperarse en la mujer de un prócer millonario? De ninguna manera. 41 Cap. XIII, pp. 97-103. 42 Cap. XV, p. 112. 92 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 32 JAVIER CAMPOS ORAMAS —Al contrario —indicó Monsalud— la alta posición exi-ge un esmero constante en la persona, cultivar el lujo, fa-vorecer las artes, con lo cual, una dama elegante da lustre a su marido y a la casa cuyo nombre lleva. —¡Oh! Ha hablado usted acertadamente —dijo el mar-qués, echándose atrás y dándose golpecitos en la boca con el puño de su bastón»43. ¿Cómo es posible que nuestro agente 007 se deje arrebatar, por segunda vez, a la amada? Antes Jenara Baraona que despechada se refugia en Carlos Navarro; ahora es un decoroso estafermo, «engomado y lustroso, como un muñeco que acaba de salir del taller de juguetes;» quien le arrebata la prenda ama-da. ¿Cómo es posible tanta irresolución en Salvador Monsalud? ¿El que con su sola presencia trastoca la vida de la dominica sor Teodora de Aransis hasta hacerla inductora de un suicidio?44 ¿Es qué es realmente a Salvador Monsalud a quien le arreba-tan la novia, él que ha llenado tantas páginas de acción, o es a otro personaje, el cual se ha escapado del subconsciente del autor del ficticio? ¿Es qué el nombre masónico de Monsalud, Aristógiton45, no significa nada? ¿No es acaso el mismo que lle-vaba el tiranicida ateniense? ¿Es qué puede Salvador quedarse inerme? Indudablemente ella no era ajena al plan, en un momento Campos le dice a Salvador: «—¡La traición —dijo Campos con gravedad irónica—. Pero, hombre..., ¡qué palabrotas se estilan ahora! Di más bien que mi sobrina comprendió lo que sacaba del noviaz-go contigo [...]»46. Su palabra de caballero Kadossch le había alejado de la aho-ra desamada, por su parte él puso el precio o condición. Pero el mundo gira, los acontecimientos han variado. Falfán y Andrea viven desentendiéndose el uno del otro. Un fortuito hecho oca- 43 Cap. XIV, p. 107. 44 Trama final de Un voluntario realista. 45 En la obra figura como palabra aguda: Aristogitón. 46 Cap. XVI, p. 124. Núm. 51 (2005) 93 UNA PRIMA DE GALDÓS 33 siona el rencuentro de Andrea y Salvador. La fugaz intimidad de Salvador con una mujer que el novelista describe con estas palabras, y que reitera en sucesivos párrafos: «Andrea está tan delicada...»/«... haciéndose la interesante con su languidez de dama enfermita»47; «encontré a la marquesa muy desmejorada y triste en gran manera, lo cual no sé si me causó pena o ale-gría »48. Para asombro del lector este encuentro con tercería, tie-ne todas las características de un simple ajuste de cuentas, de una aventura más en el catálogo del irresistible Salvador o es acaso el sueño del otro personaje. Ese personaje que no se ajusta al decidido agente 007, el que se ha escapado de la intimidad del novelador. «[...] Había yo perdido la noción de la distancia y del tiempo. Vi una calle larga y solitaria, con muchas rejas verdes llenas de tiestos de albahaca. Vi una fila de casas de fachada blanca iluminadas por el sol y otra línea de casas en la sombra. Yo buscaba el número 26, cuando sentí pisadas de caballos. Delante de mí, como a cuarenta pa-sos, abrióse una gran puerta y salieron tres hombres a caballo. ¡Era él! Corrí, corrí... Iba vestido con el traje popular andaluz y su figura era la más hermosa que puede imaginarse. Los otros dos vestían lo mismo. Caracolearon un instante los corceles delante de la casa, y en seguida emprendieron precipitadamente la carrera en dirección a la puerta de Carmona. Yo corría, corría, y al mismo tiempo gritaba. Mariana, que no había perdido el juicio, me detuvo enlazando con sus dos brazos mi talle. Mi furor estalló con un grito sal-vaje, con una convulsión horrible y este apóstrofe inexpli-cable: ¡Ladrones! ¡Ladrones! En el mismo momento en que yo rugía de este modo, dos mujeres se asomaban a la ventana de la casa v salu-daban a los jinetes con sus abanicos. El miró repetidas veces hacia atrás y saludaba también, sonriendo. Vi brillar 47 Los cien mil hijos de San Luis, cap. XX, p. 114. Comentario del na-rrador. 48 Los cien mil hijos de San Luis, cap. XXII, p. 123. Estas son expresio-nes, no del narrador, sino de Jenara Baraona, viejo amor de Monsalud, que ahora lo acosa y se hace cargante. 94 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 34 JAVIER CAMPOS ORAMAS el lente de doña María Antonia, vi los negros ojos de Andrea... ¡Oh. Satanás, Satanás! [...] Perdí el conocimiento»49. Benito Pérez Galdós Es un personaje desconcertante, toda la desmesura que co-loca en sus héroes le falta a él. Todos los ideales que defiende o que cree defender, pues en sus otras obras los manifiesta, en la realidad los ahoga en él. Si criticó severamente el sistema restauracionista no deja de participar en él, aunque sea simbó-licamente50. Si defiende la emancipación de la mujer y conoce su alma, no es el trato cotidiano el que lo demuestra. ¿Donde está Benito Pérez Galdós? ¿Por qué ese divorcio tan manifiesto? Monsalud hace un treno que tal vez Benito suscribía, y que se inicia así: «—Otra equivocación —decía—, otra caída, otro desen-gaño. Todo aquello en que pongo los ojos se vuelve negro. Si mi corazón se apasiona por algo, persona o idea, la persona se corrompe y la idea se envilece. Conspiro, y todo sale mal. Deseo la guerra, y hay paz. Deseo la paz, y hay guerra. Trabajo por la libertad, y mis manos contribuyen a modelar este horrible monstruo. Quiero ser como los de-más, y no puedo. En todas partes soy una excepción. Otros viven y son amados, yo no vivo ni soy amado, ni hallo fuen-te alguna donde saciar la sed que me devora. ¿Amigos? Ninguno me satisface. ¿Artes? Las siento en mí; pero no tengo educación para practicarlas. ¿Amor? Siempre que me acerco a el y lo toco, me quemo. ¿Religión? Los volterianos me la han quitado sin ponerme en su lugar mas que ideas vagas Dios mío, ¿por qué estoy yo tan lleno y todo tan vacío en derredor de mí? ¿En dónde arrojaré este gran peso que llevo encima y dentro de mi alma? Voy tocando a to- 49 Los cien mil hijos de San Luis, cap. XXXI, p. 172. Con este relam-pagueo desaparece Salvador Monsalud del Episodio. 50 Parece que no llegó ni a decir una docena de palabras en el Congre-so de diputados. Cfr. A. ARMAS AYALA, Galdós, diputado por Puerto Rico, Congreso Galdosiano II, t. II, pp. 103 -112; y Galdós y la política, C. G. III, t. II, pp. 475-488. Núm. 51 (2005) 95 UNA PRIMA DE GALDÓS 35 das las puertas, y en todas me dicen: Aquí no es, herma-no; siga usted adelante [...]»51. Y así sigue el lamento de un hombres solitario, desengaña-do, desesperado que todo lo ha intentado y nada le satisface, que acaba preguntándose «¿Por qué soy tan distinto de los demás, que en ninguna parte encajo?» ¿No nos recuerda ésto al inconformismo del solitario Pérez Galdós, que mohíno se deja llevar y manejar por familiares y amigos? Sólo hay dos cosas que le son vitales y que le permiten seguir viviendo en estos momentos: la literatura y los encuen-tros amorosos fugaces. ¿Por qué Benito acepta la situación? ¿Cómo es que no se reveló, cómo es que no buscó una salida favorable a sus pre-tensiones? ¿Fue su carácter o es que Pérez Galdós, en el fondo, pensaba igualito que el resto de la sociedad que entendía a las mujeres como artículo de compraventa o al menos incapacita-das para tomar sus propias decisiones? Eso es lo único que nos permite admitir que él optara por la decisión que tomó: una sólida luna, antes que una veleidosa jovencita. Se hace muy difícil aceptar que un enamorado se percatara del peligroso defectillo que Andreílla-Sisita tenía y, ya conocido éste, diera por buena e incontestable la ruptura. Aceptado el ucase familiar. Puesto en Madrid, Benito realiza las mismas tareas que Salvador cuando llega a la Villa y Corte en el año 1818, además de preparar sus estudios de Derecho, a los que dedicó un entusiasmo y dedicación ya conocidos. Esta vida de pésimo estudiante se acaba de descomponer con algo que él nunca querrá aclarar y que en el artículo que elabora con Palacio Valdés tampoco se explica nítidamente. Este trastor-no fue en el año 67. Año misterioso, crítico, para nuestro inves-tigado novelista. Año que se incorpora a la universidad ya pasa-do el mes de febrero52. ¿Qué le ha retenido en Canarias? ¿Se resistiría a abandonar la isla? ¿Habría recibido esperanzas de Sisita? «[dice José Campos:] No creas que me ha costado poco 51 Cap. XV, p. 115. 52 Hay una notificación del rector, en febrero, en donde se comunica que el destinatario no está en su residencia. 96 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 36 JAVIER CAMPOS ORAMAS cautivar a Andreïlla. La pícara se nos escapaba como una ma-riposa cuando creíamos tenerla segura; pero conquistado tú, que eres el Montjuich, la rendición de la ciudadela es inevitable... ¿Te das por conquistado?». ¿Qué pasó ese año que cuando vuelve a Madrid sufre una alteración de tal calibre que se hace necesario que la familia, a petición de los amigos, tome medidas extras? Pepe Hurtado de Mendoza, entenado de Sisita y esposo de Carmen Pérez Galdós, organiza viaje a París, a la Exposición Internacional. Va él y su hijo de corta edad, el futuro gran amigo del escritor Benito, y, en cambio, no va Carmen, a quien nada retenía en casa. Padre e hijo pasan a recoger al atortolado Benito quien, como él mis-mo se autocalifica en el artículo de Palacios Valdés, no estaba en sus cabales a la hora de preparar el equipaje. No vuelve a Canarias hasta el año 1869. Que no volviera en el 67 puede ser entendible, no había grandes comodidades para estos desplazamientos, siempre caros. ¿Pero en todo el 68? En el año 68, para el verano, Domingo Pérez Galdós y Mag-dalena, hacen la misma operación, recogen a Benito y lo llevan a Francia. ¿Cómo es que no viajaron todos juntos el año ante-rior, con lo que en aquellos tiempos costaba organizar un viaje desde Canarias? Parece que estas dos salidas responde más a un plan que favoreciera a Benito que, a lo que algunos creen, a Domingo y Magdalena. Se argumenta que éstos fueron impul-sados por la pérdida de su hijo Chanito, fallecido en febrero del 68. No obstante me atrevo a hacer dos notas marginales: a) la muerte en aquella sociedad era harto frecuente, su presencia estaba en el día a día, difícil que originara un desplazamiento tan lejano y duradero. Precisamente la etiqueta del luto aconse-jaba lo contrario: recogimiento; b) en el verano del 67 el niño no sufría indicios de enfermedad alguna. De este último viaje hay que señalar como mínimo dos cosas: — que cuando regresaban a España, en Barcelona, conocen la noticia del destronamiento de Isabel II. Ciudad que ve nuestro caballerito por primera vez. ¿No oiría aquello de conquistado el Montjuich, la rendición de la ciudad es inevitable? Verdad que no es frase muy común fuera de Núm. 51 (2005) 97 UNA PRIMA DE GALDÓS 37 aquella zona, si es que se usa. ¡Cómo se le quedó impre-sa en la mente! — durante la estancia de Domingo y Magdalena en Sevilla, éstos consultan a Valeriano Fernández Ferraz, profesor, amigo y paisano de Benito, sobre la posibilidad de publi-car una obra del depresivo hermano, algo que más tarde Magdalena, ya viuda costeó, y fue ésta La Fontana de Oro. ¿Era parte de la luna o el matrimonio Pérez Hurtado de Mendoza era consciente del trastorno que habían produ-cido en Benito y quería resarcirle ahora? Otro dato que no debemos perder de vista es la conducta de Benito en Madrid, su desaforada relación con las mujeres, más propia de un poseso que de un hombre sensible, romántico. No parece que Benito buscara su mujer ideal, entre las muchas con las que se relacionó, más parece un desquite o un simple des-ahogo. Cierto que con el tiempo se fue sosegando y estableció unas amistades, no simultáneas, con determinadas mujeres de cierto lustre intelectual —no quepa duda que la pardo Bazán supera el «cierto» con mucha holgura—, pero no fue la nota romántica y enamoradiza la dominante de quien siempre se ha dicho que conoció el alma femenina como pocos. Ya nos recuer-da el doctor Marañón, muy amigo de Pérez Galdós, que los ex-cesos tenoriescos esconden conductas frutos de experiencias de-presivas, de desengaños. Las aventuras de Benito no fueron pocas, algunos maestros tuvo nada más llegar a Madrid y de ellas da cuenta el escritor, en la quinta serie, encubriéndolas cuidadosamente. ¿Y si no qué son las que le suceden al inge-nuo Wifredo Romarate, motejado con el latinazgo de don Gaiferos, en España sin rey? E) Romualda Campos/Adriana Tate Romualda Campos Es un personaje fantasmal que debiendo realizar una cuida-dosa labor tutorial sobre Andrea, resulta que es todo lo contra- 98 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 38 JAVIER CAMPOS ORAMAS rio. La tía Romualda ha hecho una dejación absoluta de sus funciones, está más preocupada por sus problemas, ridiculiza-dos por el novelista, que por lo que se avecina. Creo que su presencia sólo la justifica que en la realidad había un personaje similar y Pérez Galdós no se atreve a suprimirla por aquel prin-cipio, tan querido por él, ya enunciado al inicio de este trabajo: «...la ficción verosímil, ajustada a la realidad documentada...». Galdós la describe así: «los frecuentes viajes de Campos la ponían [a Andrea] bajo la inmediata protección de doña Romualda, que por aque-llos días no había salido aún de la etapa de las calavera-das amorosas. [...] Mal atendida por su tío y peor tratada por doña Romualda, a quien aborrecía cordialmente, la joven vivía ensimismada, cultivando con ardor su propia imaginación. [...] Su familia favorecía más cada vez aquella libertad. Doña Romualda, que empezaba a sufrir la transformación de la edad paleolítica de los amores a la edad neolítica de las devociones, tenía mucho que hacer: estaba en la iglesia»53. En esta descripción de la señora doña Romualda se aprecian unas incongruencias metafóricas que, evidentemente, ocultan algo: calaveradas amorosas/estaba en la iglesia. ¿Eran las cala-veradas con alguien de la iglesia? o ésta última expresión oculta todavía algo más: estar «consagrando». Es esta una expresión usada como sinónimo jocoso de catar bebidas alcohólicas. Y con esta pocas líneas la señora desaparece de la trama novelada. Adriana Tate De las relaciones entre Adriana y su hija Sisita poco se sabe. De ésta no queda ninguna foto, sí había de aquella que parece ser mujer de buena presencia. Siempre me ha extrañado como fue aceptada por sus hijos, después de un segundo matrimonio y maternidad frustrada y de 53 Cap. XII, p. 90. Núm. 51 (2005) 99 UNA PRIMA DE GALDÓS las relaciones con José María Galdós Medina. Por muy liberal que fuera la sociedad cubana de aquella época, no podía ser grata la situación de esta niña, Sisita. De esta niña que es reco-nocida manifiestamente por ambos, pues no hay duda de que no podía pasar por la del anterior matrimonio. Por otra parte, llama la atención que no se hubieran desecho de ella, entregán-dola a que fuera criada por terceras personas. Es difícil definir su papel en esta relación Sisita-Benito. Po-siblemente madre e hija no debían llevarse muy bien, pues al problema generacional hay que añadir el propio del nacimiento de la niña. Se hace aconsejable remitirnos, una vez más, al magnífico libro biográfico de Ortiz-Armengol donde podemos captar la compleja situación de mrs. Tate que tanto se asemeja a la de Romualda Campos. El embajador Ortiz-Armengol da a entender que Benito es-tuvo, en un principio, deslumbrado por la anglo-norteamerica-na, madre de su hermana política Magdalena. La viuda Tate, según el diplomático, debió romper muchos esquemas en la dis-cretísima vida de los Pérez Galdós de la calle Cano. F) Solita/Magdalena Hurtado de Mendoza y Tate de Pérez Galdós Solita «Como cronistas, sentimos tener que decir que Solita era fea. Fuera de los ojos negros, que aunque chicos eran bonitos y llenos de luz, no había en su rostro facción ni parte alguna que aisladamente no fuese imperfectísima. Verdad es que hermoseaban la incorrecta boca finísimos dientes, mas la nariz, redonda y pequeña, desfiguraba todo el rostro. Su cuerpo habría sido esbelto si tuviera más carne, pero su delgadez exagerada no carecía de gra-cia y abandono. Mal color, aunque fino y puro, y un me-tal de voz delicioso, apacible, que no podía oírse sin sen-tir dulce simpatía, completaban su insignificante persona. Es sensible para el narrador que su dama no tenga siquie-ra un par de maravillas entre la raíz del cabello y la pun-ta de la barba: pero así la encontramos y así sale, tal 39 100 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS JAVIER CAMPOS ORAMAS como Dios la crió y tal como la conocieron los españoles del año 21»54. Bien raro es que Pérez Galdós describa a uno de sus perso-najes queridos con un realismo tan severo, pues ya conocemos su técnica a la hora de apuntar datos positivos o negativos. Él que siempre encuentra a sus héroes y heroínas, sean de prime-ra fila o de segunda, como el summun de la perfección, de su-perior calidad, no se recorta ni un pizco, ni siquiera le encarga la descripción a un personaje —para aminorar la situación—, con la casi hermana de Salvador. No, nos la muestra tal y como la conoció el cronista. Soledad Gil de la Cuadra se constituye, por fuerza del desti-no, en la atenta y silenciosa hermana, «—Cuando el pobre Gil se separó de nosotros, quiso que fuésemos como hermanos. Trá-tame como se tratan los hermanos, y llámame Salvador a secas y tú»55; la que sustituye a la madre cuando ésta fallece, cuando no está. Aunque no parece, en la obra, que Salvador le hiciera mucho caso a su madre y sí, en cambio, a Solita con la que tiene sus bromas, sus secreteos propios de edades similares, tí-midamente correspondidos; y con la que tiene un asunto de vi-tal importancia para ella como era la salvación física de su pa-dre, Urbano Gil de la Cuadra. Solita es el referente familiar en Madrid, ella es quien orga-niza su vida doméstica, es la paz del atribulado Salvador Monsalud. Pero algo planea entre ellos: alguien56 ha dicho que Salvador tuvo ciertas intimidades con la segunda mujer del oidor de la Chancillería de Valladolid, don Urbano Gil de la Cuadra. Algo que aquél se apresura a desmentir, pero que en El equipaje del rey José el novelista lo insinúa por activa y pasiva, y que ahora queda demostrado con unas cartas de evidencia inapela-ble. Este Episodio pertenece a las series en las que el escribidor no se atreve todavía a detallar, con su cualidad omnisciente, escenas que calificaré de arriesgadas para un artista principian- 54 Cap. III, p. 24. 55 Cap. XI, p. 85. 56 Cap. XXVII, pp. 210-213. En el momento en que Gil de la Cuadra está en la misma celda que José Regato. 40 Núm. 51 (2005) 101 UNA PRIMA DE GALDÓS te pues se le pueden cerrar las puertas de publicar por no agra-dar a los editores. Pero Solita volverá, en Episodios próximos, a ser el referen-te de Monsalud y el ideal de amor doméstico con Benito Cor-dero. Magdalena Hurtado de Mendoza Tate de Pérez Galdós Fue, junto con Caridad Ciria, hermana política de Benito Pérez Galdós57. Había casado con Domingo en 1848 y en 1870 enviudó. Y como si la muerte de Domingo liberara al clan Hur-tado de Mendoza, o su situación en Las Palmas de Gran Cana-ria se les hiciera incómoda, Magdalena, primero, su hermano Pepe con su familia y Concha Pérez Galdós, después, marchan a Madrid a instalarse con Benito. Aquella sin razón aparente, éstos por la educación universitaria de sus hijos. Carmen Pérez Galdós, auxiliada por Concha, es la que se hace cargo de las pesadas y monótonas tareas domésticas. Mag-dalena es la rica benefactora del artista y, posiblemente, del hombre que encerraba Benito, pues por su educación, que ha-bía sido en EE.UU., junto a una madre tan liberal como Adriana Tate, tendría unas miras más amplias que las mujeres de la calle Cano. Esto y aquello le habrían dado categoría de familiar especial del escritor en Madrid. Fue, como parece que lo había sido antes, su consejera discreta. Recordar lo que deja escrito el biógrafo de Galdós, Ortiz-Armengol, sobre el impacto que causó la anglo-norteamericana Adriana, madre de Magda-lena, en el muchacho de la estrecha calle Cano. EPÍLOGO 〈La vida de un escritor puede estar en sus libros, y la obra de Galdós no puede ser una excepción. Es lícito entrar en induc-ciones para suplir, hasta cierto punto, la falta de noticias seguras 57 Sebastián Pérez Galdós no llegó a casarse legalmente, aunque tuvo dos hijo, según su testamento. 41 102 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS JAVIER CAMPOS ORAMAS y ello siempre con tiento al conjeturar y suponer hechos, ideas, inclinaciones del biografiado〉, Clarín dixit58. BIBLIOGRAFÍA/FUENTES Archivo del Gabinete Literario Libros de actas de la Junta Directiva. Anales Galdosianos DENDLE, BRIAN J.: «Palacio Valdés, “Un estudiante de Canarias”: A forgotten article of 1883, pp. 97-104, 1989. Congresos Galdosianos (Actas del Congreso Internacional de Estudios Galdosianos. Ediciones Excmo. Cabildo Insular de Gran Canaria) ARMAS AYALA, A.: Galdós, diputado por Puerto Rico, C. II, 1980, t. II, pp. 103-112. — Galdós y la política, C. III, 1989, t. II, pp. 475-488. CASALDUERO, J.: Los Episodios Nacionales dentro de la unidad de la obra galdosiana, C. I, 1977, pp. 135-144. 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