«EL VIAJE DE LAS LOCERAS»:
LA TRANSMISIÓN DE TRADICIONES CERÁMICAS
PREHISTÓRICAS E HISTÓRICAS DE ÁFRICA A
CANARIAS Y SU REPRODUCCI~N EN LAS ISLAS*
P O R
JUAN FRANCISCO NAVARRO MEDEROS **
Queremos comenzar reconociendo, y a la vez advirtiendo,
que el tema aquí tratado es de una envergadura tal que exigi-ría
varias monografías independientes. Por tanto, es obvio que
no pretendemos entrar a fondo en los problemas, ni mucho
menos resolverlos o enseñar nada nuevo. Es sólo una aproxi-mación
con el objetivo de llamar una vez más la atención so-bre
ellos, e intentar promover vías de investigación que vayan
más allá de las simples conversaciones entre amigos y10 cole-gas,
que es donde hasta ahora hemos debatido nuestras opi-niones
sobre los procesos de transmisión de tradiciones cerá-micas
desde el Continente Africano a Canarias y dentro del
propio Archipiélago.
Desde hace años nos hemos sentido atraídos por estos pro-blemas
y no pocas veces los discutimos con diversos especia-
* Ponencia presentada en el 1 Coloquio "Encuentros Mawuecos-Cana-rias".
Agadir, noviembre de 1994.
** Departamento de Prehistoria, Antropología e Historia Antigua. Uni-versidad
de La Laguna.
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2 JUAN FRANCISCO NAVARRO MEDEROS
listas en cerámicas canarias (pre y post-conquista), pero más
intensamente con Julio Cuenca, Ernesto Martín, Matilde Arnay
y el colectivo «El Alfar)) (José Ángel Hernández, Valentín
Benítez y Sebastián Díaz), a quienes queremos agradecer tan-tas
ideas y sugerencias.
Después de la conquista castellana, es decir, después del si-glo
xv, todo el procedimiento de elaboración de la cerámica
popular en Canarias ha sido siempre a mano en cualquiera de
sus fases, desde preparar el barro hasta levantar la pieza, que
se hacía -y se hace- de varias maneras a tenor del compor-tamiento
de los barros: en unos casos se hacía por moldeado
simple, otras mediante el procedimiento del urdido y otras de
manera mixta, aunque haya especificidades para piezas con-cretas.
En todo caso, nunca se empleó el torno. La cocción se
ha hecho en todas las islas mediante la exposición directa al
fuego, en hornos de una sola cámara o en fogatas al aire li-bre,
según los alfares o las circunstancias de la locera. Las di-ferencias
técnicas entre unos sitios y otros son muy pocas, y
cuando se ha intentado buscar un contexto de tradiciones
alfareras con el que emparentar las lozas populares canarias
la primera observación a la que se llegó siempre es que suele
observarse distintos grados de alejamiento de las diferentes
alfarerías populares de la Península Ibérica. Por el contrario,
existe una mayor afinidad global con algunos centros loceros
bereberes.
Volviendo a Canarias, en una sociedad agraria tradicional
como era la nuestra hasta hace unas décadas, la consideración
social y la capacidad adquisitiva de las familias de las alfareras
fueron siempre unas de las más bajas. Esta actividad se con-celi&
alOa uno o "ai-ios ceriii-os ea& ich (en jas
islas menores generalmente no llegaron a coincidir más de
uno en funcionamiento) y estaba realizada exclusivamente por
mujeres, de manera que los conocimientos se solían transmi-tir
matrilinealmente o, como mínimo, en el seno de la familia
y 12 comiinidad. E! papel de los varones en la cadena de pro-ducción,
cuando existió, era muy secundario. Variaba algo se-gún
los alfares, pero no solía ir más allá de colaborar en las
labores subsidiarias que representaban mayor esfuerzo físico,
62 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
REL VINE DE LAS LOCERAS. 3
como el acarreo de materias primas o combustible y, en algu-nos
casos, también en el proceso de cocción.
En los grandes centros loceros (como los de La Atalaya,
Lugarejo y Hoya de Pineda en Gran Canaria, o el de San An-drés
y Candelaria en Tenerife, por citar los mayores) la cade-na
de producción mantenía un ritmo homogéneo, ya que te-nían
un mercado muy amplio y podían permitirse una inten-sa
dedicación a esta actividad. En el extremo opuesto, los pe-queños
alfares sólo abastecían el mercado local, por lo cual la
locera trabajaba en tal menester sólo de forma más o menos
eventual.
Esta fue la tónica general en todo el archipiélago, donde
moldear una pieza cerámica era siempre algo intrínsecamente
femenino, como en tantas otras sociedades. Lo contrario sólo
se dio en casos excepcionaies, como ei Guiero, fundador del
alfar del Cercado (La Gomera) (COLECTIVAROG UAYO,1 983), o el
inolvidable Panchito, afable locero de La Atalaya fallecido
años atrás y que fuera maestro de tantos artesanos actuales.
Lo que antes era excepcional hoy se ha hecho habitual entre
los modernos ceramistas canarios, que se esfuerzan por recu-perar
tradiciones en vías de extinción.
Los artesanos-investigadores de nuestro tiempo conocen
mucho mejor que nosotros la problemática de estos alfares, si
bien la mayor parte de esa información jamás ha sido publica-da,
sino que sigue circulando por los circuitos de la transmi-sión
oral. A ellos les ha interesado, sobre todo, recuperar los
procemientos técnicos de cada alfar, aunque desde hace unos
años crece la curiosidad por los orígenes y algunos de estos
artesanos han llegado a desvelar información muy valiosa.
Antes de la conquista señalan las crónicas de la misma que
los aborígenes de Gran Canaria tenían una excelente cerámi-ca
hecha por mujeres especializadas:
((Tenían mujeres dedicadas para sastres, como para ha-cer
loca de que usaban que eran tallas como tinajuelas
para agüa. Ilacian!as a mano y a!iiiagrábaii!as i eciaiidu
enjutas las bruñían con piedras lisas i tomaba lustre bue-no
i durable ... n (A. SEDENOen, F. MORALEPSA DR~1N97, 8,
p. 371).
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4 JUAN FRANCISCO NAVARRO MEDEROS
Los niveles de calidad y estandarización que se observan
en los hallazgos parecen insinuar que, aunque no existieran
grandes centros alfareros que centralizaran la producción
como en épocas recientes, sí al menos talleres locales en las
distintas unidades políticas en que estaba dividido el universo
social. De las restantes islas existe poca información escrita
sobre supuestas divisiones sexual y técnica del trabajo alfare-ro,
salvo para los habitantes de Tenerife:
«Tenían oficiales que les cortaban los vestidos, y olleros que
hacían loza y carpinteros ...» (J. ABREU GALIND1O97, 7: 297).
Pero el texto es demasiado genérico o ambiguo como para
tener como cierto que todas estas profesiones eran desarrolla-das
por varones. En todo caso, está indicando que existía una
cierta división técnica del trabajo.
Respecto a la división sexual, podría ayudar un estudio sis-temático
de las improntas digitales que se conservan, pero esta
deseable investigación aún no está hecha. En todo caso, es
muy posible que en todo el archipiélago la alfarería tuviera un
carácter femenino. No sólo por la anterior cita para Gran Ca-naria,
sino también porque después de la conquista en todas
y cada una de las islas únicamente trabajaron el barro las
mujeres, y es, asimismo, lo más habitual entre las alfarerías
bereberes tradicionales del continente -antiguas y actuales-con
las que se emparentan muy de cerca nuestras culturas in-dígenas.
Respecto a la posible división técnica, probablemen-te
en cada agrupación local de parentesco la producción de
loza quedara al cuidado de una o varias de las mujeres, ins-truidas
por vía fundamentalmente materna en esta habilidad.
Las tendencias G mrmus exegámic~sd e e s t ~ sre muniduder y
los sistemas de residencia suponían la movilidad de individuos
de unos a otros segmentos de linaje o agrupaciones de paren-tesco,
lo cual facilitaba cierta homogeneización estilística en
esta y las restantes actividades artesanales.
Los arqueólogos hemos rastreado muy escasamente sobre
todo ello, y en particular sobre los orígenes de estas tradicio-nes,
por varias causas. Entre otras, porque todavía no se co-nocía
la dinámica interna de cada isla y sus procesos de cam-
64 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS
.EL VIAJE DE LAS LOCERAS. 5
bio cultural y, en consecuencia, hacer lo contrario hubiera sido
aventurarse de manera precipitada. Pero ahora ya empezamos
a poseer unos pocos datos sobre las producciones cerámicas
de varias islas, que nos autorizan a hacer cautelosas compa-raciones
entre ellas y también con lo que conocemos del Nor-te
de África. Está claro que ese rastreo de comportamientos
analógicos se hace todavía a título muy provisional y destina-do
a establecer hipótesis.
También está claro que las características formales de los
productos alfareros está sujeta tanto a la difusión de ideas
como a las necesidades de cada comunidad, a la capacidad de
inventiva, a los condicionantes de las materias primas, etc. El
producto final que encuentra el arqueólogo es el resultado glo-bal
de múltiples factores y su difícil labor -muchas veces im-
,posible- será averiguar la incidencia de cada uno de ellos.
Aquí nos vamos a ocupar casi exclusivamente de uno de ellos,
probablemente el más peligroso y denostado: la difusión de
ideas.
Desde el siglo pasado hasta la década de 1970 la investiga-ción
arqueológica canaria sufrió un proceso que pasó desde
buscar los elementos comunes a todas las islas hasta sobreva-lorar
las diferencias insulares.
Durante mucho tiempo la investigación arqueológica cana-ria
valoró los elementos pancanarios sobre los rasgos diferen-ciadores.
Este fenómeno ya estaba presente en los trabajos de
nuestros beneméritos investigadores de finales de la pasada
centuria, como J. Bethencourt Alfonso, y encontraría renova-das
fuerzas a partir de que en 1938 J. Pérez de Barradas
(1939, pp. 33-35) hiciera un estudio de los fondos del Museo
Canario.
Un2 etqm intermediu !u represe~tariu L. Eiege C ~ s c q
(1963, pp. 52-55), quien comenzó a plantear serias críticas a
esta tendencia, valorando la diversidad insular. Aceptaba que
había rasgos culturales afines en todas las islas, pero también
6 JUAN FRANCISCO NAVARRO MEDEROS
grandes diferencias, que intentó explicar a partir de un posi-ble
poblamiento común en época neolítica, que llamó Neolítico
de Sustrato, sobre el cual se superpondrían distintos elemen-tos
culturales de procedencias diversas, configurando distintas
culturas insulares.
Durante la década de 1970, M. Pellicer acabaría por impo-ner
la valoración de la variabilidad, generada por el propio
hecho insular, que se resumía en la conocida frase cada isla
era un mundo aparten, que tan a menudo hemos tenido en la
boca todos los que actualmente trabajamos en arqueología.
Sin embargo, eso no ha impedido que volvamos de nuevo
la mirada hacia las afinidades o las similitudes entre islas,
comenzando precisamente con la cerámica, como hicieran, en
primer lugar, M. Arnay de la Rosa y E. González Reimers
(1984b; 1987; 1988). No es una vuelta al pancanarismo uni-formador,
pero sí un primer paso hacia el reconocimiento de
lo común entre lo individual, y de los procesos que generaron
lo uno y lo otro.
No negamos que nuestro interés por la historia de la alfa-rería
canaria y sus relaciones externas está estrechamente re-lacionado
con una de las líneas de investigación que nos ocu-pa
desde hace años: el estudio de los mecanismos culturales
desde una perspectiva diacrónica. La historia de Canarias an-tes
del siglo xv ha venido siendo, paradójicamente, una histo-ria
atemporal, donde se desconocía qué es anterior o poste-rior
y, por tanto, no se sabía qué se relacionaba con qué. Difí-cilmente
se pueden interpretar los cambios culturales si care-cemos
de la dimensión t i e m p o . Nuestro equipo de investiga-ción
viene trabajando en ello desde 198 1 en la isla de La Pal-ma,
a ri-?ya prehistoria se ha dotado ya de una visión tempo-ral
o diacronía, y en el futuro esperamos poder hacer lo mis-mo
en otras de las Canarias.
Se trata, como ya hemos dicho más arriba, de interpretar
primero los procesos internos de cada isla, para pasar a un
segundo nivel que sería buscar las posibles conexiones inter-insulares
y, luego o simultáneamente, a un tercero, que ven-dría
a ser explicar el poblamiento. Este es el orden lógico que
lleva la investigación arqueológica canaria, la cual no ha su-
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.EL VIAJE DE LAS LOCERAS. 7
perado aceptablemente el primer nivel, aunque de forma oca-sional
la propia investigación nos lleve irremediablemente a
hacer incursiones puntuales a los otros dos.
Entre las producciones prehistóricas de La Palma destacan
sus cerámicas, por la variedad formal y ornamental que pre-sentan.
Bien situadas estratigráficamente, constituyen la refe-rencia
precisa para situar diacrónicamente los demás proce-sos
culturales y, además, establecer analogías con otras áreas
insulares y extrainsulares. También fue en esta isla donde por
primera vez en Canarias se aplicaron sistemas de datación al-ternativos
al C-14, como el paleomagnetismo y arqueomag-netismo
(V. SOLERet alii, 1987 y 1987) y recientemente la
termoluminiscencia, racemización de aminoácidos y dendro-cronología.
Las secuencias estratigráficas estudiadas en La Palma (ya-cimientos
de El Tendal, Belmaco, El Humo, Los Guinchos,
Roque de Los Guerra, El Rincón, etc.) nos muestran una cons-tante
evolución estilística de la cerámica, que hemos organi-zado
en cuatro fases (J. F. NAVARRy OE . MARTÍN1, 987). Éstas
obedecen tanto a la existencia de varias arribadas de población
como a una constante dinámica evolutiva interna que se ma-nifiesta
en las pastas, tratamientos, morfología de los vasos,
así como en las técnicas y motivos decorativos.
En la isla de Tenerife, M. Arnay de la Rosa y E. González
Reimers (1984) han estudiado la cerámica guanche, sobre todo
-aunque no exclusivamente- en lo que se refiere al material
procedente del Parque Nacional de Las Cañadas del Teide. Se
trata de evidencias halladas en superficie o depositadas en
escondrijos, donde el único referente cronológico es que exis-
+ n n ~ l m ~ ~ nlnn+noc- r ln An o . . ,,,, a,,u,,,, ,, ,,, G tres vasijas er; estm depbsit~s ce-rrados
que, por tanto, son contemporáneas entre sí. Han esta-blecido
tres Grupos Cerámicos, que la investigación posterior
sigue confirmando, pero hoy por hoy desconocemos si cada
Grupo es propio de una época, un grupo social o una función
(M. C. ARCOM, . C. JIMÉNEyZ J. F. NAVARR1O9,9 2, pp. 107-108).
Conviene confirmar estos extremos a través de las pocas
excavaciones estratigráficas de esta isla, pero algunas aproxi-maciones
muy elementales al tema no siempre han dado re-
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8 JUAN FRANCISCO NAVARRO MEDEROS
sultados satisfactorios. Una hipótesis podría ser que detrás de
los distintos Grupos pudieran existir, de un lado, tradiciones
cerámicas traídas por comunidades diferentes (para no usar el
término «grupos étnicosn), que arribaron a la isla de manera
simultánea o separada y se instalaron en territorios comparti-dos
o diferenciados, de manera que la aparente mezcla de dos
grupos cerámicos en un mismo yacimiento o estrato pudieran
reproducir tanto un fenómeno de sincretismo como los siste-mas
de matrimonio y, cómo no, desplazamientos postdepo-sicionales
en la vertical. Pero, de otro lado, creemos que hay
un factor temporal que deberá en su caso confirmarse; por
ejemplo, tenemos la impresión de que los tipos 11 y 111, clara-mente
emparentados entre sí, están en Tenerife con anteriori-dad
al tipo 1.
En Lanzarote, P. Atoche Peña (P. ATOCHEM,. D. RODR~GUEZ
y M. A. RAM~RE1Z9,8 9, 208-2 12) ha registrado una estratigrafía
arqueológica en el yacimiento de El Bebedero, que distribuye
en tres fases, de la que la primera y la segunda son aboríge-nes
y tienen dos estilos cerámicos sucesivos, mientras que la
tercera es ya moderna. Dadas las características del yacimien-to,
otros investigadores (M. FERNANDEZ-MIRAAN. DTAE,J ERA)
plantearon en el 1 Congreso de la Cultura Canaria la posibili-dad
de que se trate de una estratigrafía invertida, de manera
que la aparente fase antigua pudiera ser en realidad la más
reciente. Con posterioridad, el excavador se reafirmó en su
postura aportando nuevas pruebas (P. ATOCHE, 1993, 9-11).
En Gran Canaria, ante la ausencia de estratigrafías arqueo-lógicas
de amplio desarrollo, las propuestas sobre la evolución
cultural de la isla están basadas en postulados esencialmente
t e 6 1 . i ~(C~. ~M ARTÍN1, 983 y 19881, dmde l a h ipótesis prop11es-tas
permanecen sin contrastar. La mayor parte de la cerámica
es pintada, pero también se conocen algunos pocos restos de
cerámicas más toscas y con decoración modelada (acanala-duras,
incisiones, relieves e impresiones). Las preguntas son:
jestas últimas son anteriores o simultáneas a las pintadas?;
¿derivan de la misma tradición o de otra?; ¿la diferencia es
cultural, funcional o de otro tipo? De momento no hay res-puestas
aceptables.
6 8 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
.EL VIAJE DE LAS LOCERAS. 9
Por último, la alfarería popular canaria ya despertó la cu-riosidad
de algunos viajeros del siglo pasado, pero en general
no será hasta la década de 1970 cuando los alfares que ha-bían
logrado mantenerse en funcionamiento empezaron a ser
objeto de diversos estudios, de la misma manera que se inten-tó
rescatar la memoria de viejas loceras que tiempo atrás ha-bían
abandonado su trabajo, e incluso algunos alfares aban-donados
han sido revitalizados. Como es lógico, se ha usado
la encuesta y la observación del trabajo de los artesanos como
procedimientos esenciales de la investigación, con las venta-jas
e inconvenientes que impone el recurrir a la tradición oral.
La primera consecuencia es que las investigaciones hasta aho-ra
han hecho especial hincapié en los procedimientos técni-cos
y, en algunos casos, se extienden a aspectos sociológicos
(A. MEDEROS1,9 44; R. GONZÁLE1Z9,7 7; J. CUENCA19, 81a y
1981b; M. AFONSO, 1983; M. J. LORENZ1O9,8 7; EL ALFAR1, 998;
M. A. FARIÑA1,9 98; P. BEN~TyE ZD . MARRER1O9,9 8; J. S. L~PEZ,
1998; ...).
Pero tenemos muchos menos conocimientos sobre los pro-cesos
de transmisión y transformación de esas tradiciones, ya
que la investigación sobre ello es, evidentemente, más laborio-sa.
En general, hasta ahora no hemos ido más allá de una
búsqueda mecánica de analogías externas para los aspectos
morfológicos y técnicos de las cerámicas canarias. Por este
mecanismo se han buscado paralelos sobre todo con las cerá-micas
bereberes, aunque no se descartan influencias portugue-sas
o andaluzas. Pero sigue faltando la explicación de la
diagénesis, y estamos seguros de que varios de los investiga-dores
que ahora mismo están trabajando sobre estos temas,
sean o no a su vez artesanos, están en disposición de hacerlo.
3.1. La Palma
Ya hemos señalado cómo en la isla de La Palma las se-cuencias
estratigráficas permiten estudiar los cambios en la
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10 JUAN FRANCISCO NAVARRO MEDEROS
cultura desde los inicios del poblamiento hasta la conquis-ta
europea, muy particularmente en lo que se refiere a los
cambios tecnológicos y estilísticos de la cerámica, que se in-sertan
en la dinámica general del poblamiento y la evolución
cultural de los auaritas (población indígena de la isla), en
la que interpretamos la existencia de dos horizontes cultura-les
(J. F. NAVARRyO E . MART~1N9,8 7; J. F. NAVARREO. ,M ARTÍN
y A. C. RODR~GU1E9Z90, ; J. F. NAVARR1O9,9 1 y 1998; E. MAR-TÍN,
1992):
El Horizonte o Período Antiguo está caracterizado por una
serie de rasgos culturales que, contemplados en su conjunto,
tienen un aparente origen en el actual territorio marroquí. Se
iniciaría a mediados del primer milenio a.c. o en su segunda
mitad, durando hasta aproximadamente el siglo x de la Era
Cristiana, y a lo largo de ese espacio de tiempo se ciesarroiia-ron
las fases cerámicas 1, 11 y 111. Entonces se iniciaría nues-tro
Horizonte o Período Reciente, en el que se incorporó a
la isla una serie de rasgos culturales de origen sahariano, del
que es representativa la fase cerámica IV. Por tanto, de más
antiguo a más reciente, las fases y subfases cerámicas son
(J. F. NAVARR1O99, 8) (fig. 1):
FASE 1: Las cerámicas adoptan por lo general morfologías
simples, salvo unas pocas compuestas con un cuello incipien-te
o una suave línea de inflexión que no llega a ser carena
hasta los ,momentos finales de esta Fase. Las formas más ha-bituales
en el material estudiado hasta ahora son semiesférica,
troncocónica invertida, elipsoide vertical y elipsoide horizon-tal
con cuello; aunque algunos pocos fragmentos parecen per-tenecer
a piezas con tendencias esférica y cilíndrica. Las ba-ses
son siempre convexas y al final existen algunas que podría-mos
denominar plano-convexas, asociadas a vasos de tenden-cia
troncocónica y cilíndrica, preludio de lo que va a caracte-rizar
la Fase 11.
La inmensa mayoría de las piezas están sin decorar, salvo
unos pocos bordes con impresiones digitales o análogas, y
mucho más raro aún -prácticamente testimonial- es la pre-sencia
de toscas incisiones o acanaladuras en la pared.
70 ANUARIO DE ESTUDlOS ATLANTICOS
12 JUAN FRANCISCO NAVARRO MEDEROS
FASE 11 (fig. 2): Son precisamente estos últimos rasgos los
que van a quedar profundamente arraigados durante todo el
tiempo que abarca la Fase 11 en incluso los inicios de la 111.
En consecuencia, la Fase 11 se caracteriza por una gran ho-mogeneidad
morfométrica, en la que se han estandarizado
unos modelos muy concretos: la inmensa mayoría son piezas
troncocónicas y cilíndricas, de boca más ancha que la altura
de las paredes, con carena baja y base plano-convexa. Junto a
ellas hay también piezas de tendencia cilíndrica o elipsoide
vertical de paredes más altas (igual o mayor que el diámetro
de la boca) y carena o punto de inflexión bajo, que tienen en
el borde una estrangulación o un cuello claramente definido;
más raras son las vasijas esféricas con cuello cilíndrico. Una
variante de las anteriores son los ~tofiosn o vasos con un gran
vertedero. Por último, existen otras formas que tendrán larga
pervivencia durante la fase 111: los anforoides, los cuencos se-miesféricos
con gran asa de lengüeta horizontal junto al bor-de,
y los foniles o embudos (estos últimos duran hasta la
fase IV). Los bordes de esta Fase 11 son rectos o ligeramente
divergentes, de labios engrosados plano-convexos que en cier-tos
momentos se inclinan al exterior a modo de suave bisel.
La decoración tiende a intensificarse. Durante la Subfa-se
IIa empiezan siendo incisiones y acanaladuras verticales de
trazo poco preciso, pero pronto se imponen la ornamentación
acanalada, formando haces de tres a seis líneas verticales en
la pared, que alternan con espacios en blanco a modo de
metopas. Esas acanaladuras se prolongan por el fondo, con-vergiendo
en un círculo acanalado o un disco en relieve situa-dos
en el centro de la base, dando lugar a un característico
m3ti\rs qde a I T P P ~ C . c n P I I C . + ; + I I . T P mnv C < ~ C T I ~ ~~ Cn n ~ A n - V L L L J JL J U J L I L U J L P U L L I L L U L U J L U L I L L I I ~
tricos, solamente el disco o el círculo. La Subfase IIb se ca-racteriza
porque es mayor la precisión, la simetría y la pro-fundidad
en el trazo y en los motivos decorativos, y también
porque aparecen acanaladuras horizontales alternando y/o
combinadas con las verticales.
FASE 111: La morfometría de los vasos de la fase 111 evolu-ciona
con el paso del tiempo. En la Subfase IIIa se mantie-
72 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
14 JUAN FRANCISCO NAVARRO MEDEROS
nen a grandes rasgos los cánones anteriores, con muy ligeras
innovaciones en las que se vislumbra cual va a ser la futura
tendencia evolutiva. Es durante IIIa, y sobre todo en IIIb,
cuando los anforoides son más numerosos; tienen un cuerpo
ovoide o elipsoide vertical y un cuello troncocónico o de ten-dencia
cilíndrica, generalmente carecen de asas; y así como en
las de Tenerife hay una protuberancia que se prolonga al ex-terior
de la base, como en varios tipos de ánforas romanas y
púnicas, en La Palma falta o está al revés, es decir, en el inte-rior,
habiéndose incrustado por un orificio preexistente en la
base.
A partir de IIIb se diversifican algo más las capacidades de
los recipientes. En esta Subfase la carena sube a media altura,
de manera que predominan las formas compuesta, la mitad
superior troncocónica y la inferior semiesférica o casquete es-férico,
con base convexa; la mayoría de los bordes son rectos o
divergentes, los labios ya no está engrosados y suelen ser con-vexos,
a veces con una acanaladura longitudinal. También son
muy comunes los pequeños recipientes semiesféricos, la mayo-ría
en torno a 200 cc. de capacidad, con gran asa de lengüeta
a modo de cucharón. En varios depósitos cerrados aparecen
una de estas piezas dentro de otra con mucha mayor capaci-dad
', un dato que habla de complementariedad funcional.
Durante las Subfases IIIc y IIId, que abarcan un corto pe-ríodo
de tiempo, la carena ha subido a la parte alta del vaso,
hasta la misma región del borde; de manera que el cuerpo
superior es un tronco de cono cuya base mide diez o más ve-ces
la altura, su pared es muy convergente y a veces alcanza
la horizontalidad. No obstante, en algunas piezas ha desapa-
-r p--ri-d-n- ya la carena, adoptando forma semiesférica, esférica o
elipsoide vertical; y aparecen algunos ejemplares asimétricos,
concretamente abarquillados.
En la decoración, la Fase 111 se define porque la acana-ladura
convive estrechamente con nuevas técnicas, como las
l Estas piezas de tamaño medio o grande suelen ser cilíndricas o
troncocónicas en la Subfase IIIa y con carena media en la IIIb. A veces en
su interior han aparecido pequeños cuencos semiesféricos con asa, descri-tos
en el texto.
.EL VIAJE DE LAS LOCERAS. 15
impresiones simples y el relieve. Cada Subfase presenta luego
algunas variables técnicas y, sobre todo, diferentes motivos
decorativos. Sin embargo, se observa que en este proceso de
gran dinamismo, junto a las constantes innovaciones, convive
un cierto apego a la tradición. Es decir, aunque se introduz-can
motivos decorativos nuevos, los antiguos no desaparecen
bruscamente, sino que coexisten durante bastante tiempo,
cada vez más limitados o deformados, hasta que acaban por
desaparecer. Como norma general no exenta de excepciones,
hemos comprobado que las innovaciones en la decoración
suelen ocupar la parte superior del vaso, persistiendo las tra-diciones
anteriores en la parte inferior de las paredes y en la
base.
Ea !a Sübfase IIIa alg~riasp iezas iliariiieiien :as iéciiicas y
motivos de la Fase 11, pero lo normal es que las acanaladuras
sean más profundas, anchas y de corto recorrido. Además, son
comunes las acanaladuras horizontales muy anchas, paralelas
y pegadas unas a otras, separadas sólo por unos camellones
en suave relieve. Se inicia así el efecto plástico del relieve, to-davía
muy tenue, sobre el cual se aplican a menudo impresio-nes
lineales, que también son muy características de este mo-mento,
aunque perdurarán luego. En la base se mantiene el
motivo radial, que unas veces falta y otras está sustituido por
acanaladuras formando círculos concéntricos e incluso algu-na
espiral.
En la Subfase IIIb los relieves son más marcados, combi-nados
con acanaladuras e impresiones formando motivos muy
diversos, de manera que es ahora cuando se produce la ma-yor
variabilidad en la decoración de la cerámica. No obstante,
una serie de convencionalismos aparecen con mayor insisten-cia:
en la mitad inferior del vaso perdura el viejo motivo ra-dial
o solar acanalado, pero ahora trazado con menos preci-sión;
en los espacios en blanco que quedan entre dichos ra-dios,
justo debajo de la carena, suelen haber grupos de dos o
tres semicírcuios concéntricos; en la línea de carena hay una
banda en relieve muy marcado, que a veces tiene impresiones;
en la mitad superior de la pieza es donde las acanaladuras y
los relieves muestran una gran heterogeneidad de motivos (tra-
Núm. 45 (1999) 7 5
16 JUAN FRANCISCO NAVARRO MEDEROS
zos rectos o curvilíneos verticales y horizontales, figuras
geométricas, etc.); a la altura del borde suele existir otra ban-da
en relieve.
El breve episodio que representa la Subfase IIIc se carac-teriza
por el uso casi exclusivo del relieve obtenido por el efec-to
de anchas acanaladuras. En esto y otras de las observacio-nes
que se hacen en este trabajo tendrán mucho que decir los
artesanos actuales que trabajan la loza2, pero entre tanto creo
que estos pseudorrelieves se debieron obtener en realidad me-diante
acanaladuras, pero ejecutadas de una manera singular:
cada zona deprimida es en realidad el producto de dos pasa-das
paralelas de la «espátula» en posición oblicua, inclinada
hacia el centro de la acanaladura doble, dejando al exterior un
estrecho camellón en resalte y en el centro un suave lomo. Así
se hacían bandas horizontales paralelas. Pero el mismo pro-cedimiento
para hacer estas acanaladuras dobles acabó por
transformar esas bandas en un motivo oval en el que los ex-tremos
curvos se producen al girar el útil para cambiar de
dirección, óvalo u «ova» que acabó por generalizarse y carac-terizar
este episodio estilístico.
Finalmente, en la Subfase IIId, aquellos semicírculos con-céntricos
que desde IIIb estaban bajo la carena cobran impor-tancia,
primero coexistiendo brevemente con los óvalos y lue-go
imponiéndose definitivamente. Entonces la técnica con que
tradicionalmente venían ejecutándose, es decir, la acanaladura,
recupera importancia y destreza, aplicándose unas muy pega-das
a otras, estrechas y profundas. La mitad o el tercio infe-rior
del vaso queda liso, pero el resto está decorado de forma
muy abigarrada, mediante combinaciones de motivos hechos
-a h-a-c"e- d e arírnala&;iirac paral&r que forman; cobre todo; ha- -* ----*--- ----
ces de semicírculos concéntrico~y de líneas rectas, pero tam-bién
hay círculos concéntricos, algunas pocas espirales y
meandros. Esta clara similitud con elementos iconográficos
Los artesanos actuales que trabajan la loza y han investigado los
procedimientos usados por los antiguos canarios para decorar la cerámica,
en una suerte de arqueología experimental, tienen mucho que decir en este
y otros muchos terrenos. Es más que probable que algunas de las observa-ciones
aquí vertidas deban ser revisadas a la luz de su trabajo.
7 6 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
.EL VIAJE DE LAS LOCERAS. 17
del arte rupestre palmero, llevó a pensar a algunos en la posi-bilidad
de que lo uno y lo otro se realizó en la misma época
(M. S. HERNAND1E9Z7,8 ). Posteriores investigaciones permiten
afirmar que los petroglifos de esta isla fueron realizados a lo
largo de un vasto período de tiempo, y que durante la Fase
cerámica 111 tuvieron su época de máximo apogeo, lo cual
explicaría el gran mimetismo o la gran carga simbólica de la
decoración que tenía la loza hecha al final de este período
estilística.
FASE IV: En esta Fase ya no hay carenas, salvo algunos
ejemplares en un primer momento de tránsito, que adoptan
formas propias de la Subfase IIId y técnicas decorativas ca-racterísticas
de IV. Predominan las formas elipsoides horizon-tales
y esféricas, de bordes convergentes y labios a menudo
con bisel interior. Ahora desaparecen los anforoides y los
cuencos con asa, aunque se mantienen los foniles.
En la decoración ahora hay una ruptura que también se
detecta en otros elementos de la cultura. No dudamos que
hayan influido en ello causas endógenas de índole estructural,
pero tampoco descartamos que se haya producido una arriba-da
de población de origen sahariano, con entidad suficiente o
en un contexto tal que permitiera estimular ciertos cambios
en la cultura, que denominamos Horizonte Reciente (J. F. NA-VARRO
y E. MART~1N98, 7; J. F. NAVARR1O99, 1; E. MART~1N99, 2 y
1993). La decoración vuelve a cubrir toda la pared, en una
especie de «horror vacui». En la Subfase IVa se emplean como
técnicas las incisiones (continuas y discontinuas, horizontales
y oblicuas) y, sobre todo, una amplia gama de impresiones
r;mrilnr- iinrr..l-v n i i n t a - A ~ 1;na-1 n r t ~ m n ; l l - r l n - ;mrrrnc;r\rinc
5 1 1 1 1 p L L 3 i U I L ~ U L U I l ~ U I I L L U U U l IIIILUI, LJLUIIIYIIIUUU) IIIIYILJIUIILJ
complejas: lineal basculante, de peine, de peine basculante,
surcos de impresiones (((sillons d'impression»), etc. Con ellas
se forman bandas horizontales en las que se van alternando
varias de estas técnicas, o las mismas pero aplicadas en dis-tinto
sentido. Los labios suelen llevar abigarradas impresiones
ungulares o lineales.
Esta gran complejidad tiende a simplificarse en la Subfa-se
IVb. En primer lugar, la base vuelve a estar sin decorar o
18 JUAN FRANCISCO NAVARRO MEDEROS
se hace de manera muy tosca. El resto de la pared se cubre
con una ornamentación algo menos densa y en la que dejan
de emplearse aquellas técnicas que exigen un mayor trabajo o
detenimiento, como pueden ser las impresiones de peine, los
surcos de impresión y las basculantes lineales y de peine. Por
el contrario, ahora son más habituales las incisiones continuas
horizontales y discontinuas oblicuas, alternando con impresio-nes
lineales y de punteado, sobre todo.
Las fases 1 y 11 de La Palma son claramente dos etapas
evolutivas dentro de una misma tradición cerámica que, como
hemos dicho antes, tuvo con probabilidad un vago origen oes-te-
maghrebí, ya que allí encontramos las mayores asociacio-nes
de analogías. Las tradiciones de cerámicas acanaladas y10
impresas en el Maghreb ya arrancan desde el Neolítico Medi-terráneo
o de Tradición Mediterránea, cuyas facies regionales y
secuencias cronológicas no se conocen suficientemente y, me-nos
aún, la posterior perduración de algunas de esas cerámi-cas
en tiempos protohistóricos. Se han dado a conocer más las
de la región de Orán (H. CAMPS-FABR19E6R6,; G. AUMASSIP,1 97 1;
G. CAMPS1,9 85; entre otros muchos) y las de la zona de Tán-ger
(A. GILMAN19, 75)) mientras que para las cerámicas prehis-tóricas
y protohistóricas de la fachada atlántica marroquí la
información está más dispersa y sin sistematizar. Otro proble-ma
añadido es su ensamblaje con el mundo de los grabados
geométricos y otras manifestaciones culturales también pre-sentes
en La Palma.
A la luz de lo que conocemos actualmente, cerámicas con
rasgos similares a las fases 1 y 11 de La Palma las encontramos
en vaias isIum&s, ~ e m ~c e r e m ~ )!e~S -ayn-anr-t-a-rul nc -2. -7 xJr "2. "2
La cerámica de la fase IV o Período Reciente es exclusiva
de esta isla. Ya hemos dicho que tiene claras connotaciones
saharianas y una mayor afinidad con los grupos tardo-neolí-ticos
y post-neolíticos del Sahara Central, Noroccidental y
Meridional; En el Sahara Atlántico, desde Mauritania al Sur
de Marruecos, zona más próxima a las islas, la cerámica está
mal conocida o mal publicada. En todo caso, un rasgo distin-tivo
de la cerámica palmera de la subfase IVa son los surcos
7 8 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
#EL VIAJE DE LAS LOCERAS. 19
de impresiones («sillons d'impression»), muy característicos
del Sahara en general y frecuentes en el Hoggar, Mouydir,
Tassili, al sur de la Tamesna y Tanezrouft, Teneré y Sahara
Atlántico. Coincide con la franja de dispersión de las figurillas
antropomorfas, similares a las que también aparecen en La
Palma asociados a este tipo de cerámica. Estas cerámicas en
Chad se inscriben en el Neolítico Final y Hierro Antiguo (100-
400 d.C.) (F. TREINEN-CLAUS1T9R8E2), ) mientras que en la fa-chada
atlántica del Sahara, concretamente en Mauritania, du-ran
algunos siglos después de la Era Cristiana (R. VERNET1, 989
y 1993).
En Tenerife, los grupos cerámicos 11 y 111 presentan una
gran afinidad morfotécnica entre sí, habiendo valorado M. Ar-nay
(comunicación oral) la posibilidad de que las diferencias
entre ambos puedan deberse a una evolución interna o a ra-zones
de índole funcional. A los grupos 11-111 se opone el gru-po
1, ya que las excavaciones más recientes revelan que los
grupos 11 y 111 suelen aparecer asociados en múltiples yaci-mientos
o niveles arqueológicos, mientras que el grupo 1 apa-rece
separadamente de manera habitual, salvo excepciones que
habría que explicar.
Las cerámicas de la asociación 11-111 (M. ARNAY y E. GON-ZÁLEZ1,
984a, 94-102) (fig. 3) presentan gran similitud con las
de las fases 1 y 11 de La Palma en lo que respecta a las for-mas,
técnicas de fabricación, algunos apéndices, así como téc-aieas
y iiioii~osd ecorativos. En Teiizfife, como zii La Palma,
el labio suele ser convexo o plano con engrosamientos latera-les,
borde de tendencia recta o ligeramente divergente, forma
de tendencia cilíndrica o troncocónico-invertido. Las parte
superior de las paredes se decoran con acanaladuras o inci-siones
verticales, formando varios motivos muy similares en-tre
sí: lo más común es una franja continua de acanaladurast
incisiones verticales que, a menudo, se rematan por debajo
con trazos horizontales, como en Fuerteventura; otras veces
Núm. 45 (1999) 7 9
20 JUAN FRANCISCO NAVARRO MEDEROS
forman haces de acanaladuras/incisiones verticales que alter-nan
con espacios en blanco, o con otras horizontales, igual
que en La Palma.
A ello se añade una coincidencia extraordinaria en los lla-mados
«anforoides» o «ánforas», que aparecen en ambas is-las,
con morfología y decoración muy similar (M. ARNAY y
E. GONZALE1Z9,8 7). En el caso de las ánforas de Tenerife (M.
ARNAY,E . GONZALECZ. ,G ONZALEy ZJ . A. JORGE1,9 83) es imposi-ble
aún determinar su cronología por las razones arriba adu-cidas,
pero en La Palma estos anforoides casualmente apare-cen
también por primera vez con la fase cerámica 1, tienen su
pleno apogeo durante la fase 11 y luego perduran algo en la
fase 111. Es decir, en La Palma las ánforas son propias del
Horizonte Antiguo. En alguna ocasión se intentó paralelizar
este tipo de recipientes con ios grandes vasos ovoides dei
Neolítico de Tradición Capsiense norteafricano, pero parece
más probable que lleven el sello de la influencia púnica sobre
los bereberes.
Una nueva coincidencia existe en el procedimiento de repa-ración
de los recipientes agrietados. Las cerámicas palmeras
desde el Horizonte Antiguo (fases 1, 11 y 111), con frecuencia
fueron reparadas por el sistema de lañado, del cual quedan
como testigos los agujeros a ambos lados de la grieta. Luego,
durante el Horizonte Reciente (fase IV), la técnica perduraría.
Lo mismo ocurre con los vasos del grupo 11 de Tenerife, los
únicos de esta isla que presentan esa técnica de reparación
(M. ARNAYE,. GONZÁLEAZ. ,M ART~yN J . A. JORGE1,9 85).
El grupo 1 (fig. 4) se caracteriza por sus formas ovoides y
esféricas; pasta y tratamientos de superficie mejor cuidados
que en los otros dos grupos; dos apéndices muy característicos,
como son el mango vertical y el vertedero de boca más ancha
que la base, labios biselados o planos generalmente decorados
con impresión lineal muy densa; paredes sin decorar. En el
pasado fue asociado al Neolítico de Tradición Capsiense, si
bien hoy sabemos que el supuesto parentesco es más comple-jo,
porque les separa una notable distancia cronológica.
Pudiera ser que este estilo cerámico surgiera por una cues-tión
meramente funcional, vinculada sobre todo a las labores
80 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
22 JUAN FRANCISCO NAVARRO MEDEROS
pastoriles, ya que es muy frecuente en los campos de pasto-reo
estaciona1 y, además, algunas de sus formas se adaptan
especialmente a las labores de ordeño. Sin embargo, siendo
así, ¿por qué las vasijas de este grupo no aparecen asociadas
a las de los otros dos en los contextos habitacionales?; y, si
fueron realizadas por las mismas manos, {por qué el grupo 1
presenta características técnicas tan distintas a los otros? Otra
posibilidad sería que ocupara diferente posición en el tiempo,
bien por mera evolución interna o ayudada por estímulos ex-teriores.
Tampoco puede descartarse que en la misma isla co-existieran
dos tradiciones alfareras.
Las más recientes excavaciones arqueológicas y la revisión
de otras más antiguas ratifican la dicotomía. A lo largo de las
secuencias estratigráficas frecuentemente observamos un desa-rrollo
vertical de los grupos 111-11, sin que aparezca ei grupo I
o, cuando está presente, es en los niveles superiores. Ello
refuerza nuestra opinión de que los grupos 11-111 son en rea-lidad
un mismo estilo cerámico, que está presente en la isla
con anterioridad al grupo 1, y que, una vez se desarrolló este
último, ambos coexistieron. Actualmente trabajamos en esta
línea.
De momento no es posible saber las causas de su origen.
En este punto nos aventuraremos a especular brevemente
-sólo especular- sobre la posible explicación histórica del
proceso. No descartamos, entre otras explicaciones, que ello
esté relacionado con la llegada a la isla de dos contingen-tes
humanos en momentos distintos, en un fenómeno en cier-ta
manera comparable al que hemos detectado en La Palma.
El mito social de los trasquilados, pudiera tener relación con
esto:
Tenían los de esta isla que Dios los había hecho de tierra
y agua, y que había criado tantos hombres como muje-res,
y les había dado ganado y todo lo que habían me-nester,
y que, después de criados, le pareció que eran
pocos, y que crió más hombres y mujeres, y que no les
y-u..ls:u- -uJ a-r- - g-a-l-i- aJu-u., -y- yuc, -p:Aiu: zl-uAl- -u- lu- acru, lcapulluA:lAu y-..u- a-~:u..-
viesen a esotros, y que ellos les dm'an de comer; y de allí
dicen que descienden los villanos, que llaman "achi-cama".
.. » (J. ABREU GALIND1O9,7 7 [1632]: 297).
8 2 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
24 JUAN FRANCISCO NAVARRO MEDEROS
Este mito sociogónico explicaba su ordenamiento social y,
a la vez, lo justificaba como una obra divina (A. TEJERA1,9 92:
63-64). Había dos grupos sociales separados jerárquicamente,
aunque no existiera un gran abismo en su modo de vida. De
un lado, estaban los nobles, a su vez divididos en dos catego-rías
-uchimencey y cichiquitzo-, que detentaban los derechos
sobre la tierra y el ganado, y se distinguían externamente por
llevar el cabello largo. De otro, se encontraba el grupo depen-diente
o achicaxna, que trabajaban para los anteriores y lleva-ban
el pelo recortado.
Quizás sería demasiado simplista creer al pie de la letra el
orden cronológico en que unos y otros aparecieron en la isla,
tal y como se expresa en el mito. Es decir, que primero llega-nan
los unos y, luego, los otros, que habrían sido aceptados
con restricciones respecto al derecho sobre los medios de pro-ducción.
Lo cierto es que no conocemos el mecanismo origi-nario
que dio lugar a la jerarquización, pero, en buena lógica,
podría entenderse que, una vez consolidado este ordenamien-to
social, si arribase un nuevo grupo de personas a la isla, in-mediatamente
pasarían a engrosar las filas de los achicaxna.
La cerámica del grupo 1, además de en los niveles superio-res
de muchas cuevas de habitación, donde aparece más fre-cuentemente
es en los campos de pastoreo estacional. En este
punto, nos preguntamos, jno podría ser un estilo creámico
desarrollado por los pastores achicaxna, para adecuar10 a sus
funciones específicas; o que incluso fuera introducido en la
isla por un contingente poblacional tardío que pasó a engro-sar
el grupo de los achicaxnas?
3.3. Fuerteventura, Lanzarote, La Gomera y El Hierro
En Fuerteventura (fig. 5) y en Lanzarote encontramos tam-bién
ciertas analogías con los grupos 11-111 de Tenerife y con
!z fise II de Lz Palma. Existen cerámicas con las mismas for-mas
u otras, decoradas mediante acanaladuras que, en buena
medida, reproducen los mismos esquemas conceptuales que
las de la fase 11 auarita y el grupo 11 de Tenerife. La acanala-
84 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
.EL VIAJE DE LAS LOCERAS. 25
dura, como técnica común que adopta diversos motivos o
composiciones, tiende, sobre todo, a presentarse en trazos ver-ticales
que arrancan del borde o de los hombros del vaso, a
veces en una franja continua y otras formando haces (F. HER-NÁNDEZ
y M. D. SÁNCHEZ19, 83; C. ACOSTA,M . CEJUDOy J. MI-RANDA,
1988; M. ARNAYy E. GONZÁLE1Z9,8 8b). El caso más sor-prendente
de analogía palmero-majorera reside en los deno-minados
((tofiosx o ((tabajostes)), característicos recipientes de
tendencia cilíndrica o troncocónica con gran vertedero, a ve-ces
decorados de la manera descrita, que son frecuentes en
Fuerteventura y, asimismo, existen durante la fase cerámica 11
de La Palma.
En Lanzarote (fig. 6) la mencionada secuencia de El Bebe-dero
(P. ATOCHE;M . D. RODRÍGUyE MZ . A. RAMÍREZ, 1989; P. ATO-CHE,
1993) va desde los estratos V y IV, que sus excavadores
denominan «Bebedero 1», cuyas cerámicas son lisas, con pa-redes
de tendencia rectilínea generando formas troncocónico-invertidas
de base plana, que luego tienden a desarrollar cue-llos;
algo similar, salvando las distancias, al proceso que sufre
la fase 1 de La Palma. El nivel 111 contiene la fase «Bebede-ro
2», cuya cerámica es de mejor calidad y está decorada con
impresiones e incisiones. No sabemos en qué medida esta se-cuencia
es representativa o no de lo que sucede en el resto de
la isla. En todo caso, aquí hay una interesante evolución que
convendría comprobar en otros yacimientos.
En La Gomera (fig. 7) también se carece de sistematiza-ciones
como la de Tenerife o secuencias como la de La Pal-ma.
Algunas cerámicas de esta isla pueden compararse con las
de Tenerife, con ciertos matices, aunque hay materiales difí-ciimente
anaiogizabies, exciusivos de una isla y de la otra. Por
ejemplo, el grupo 1 de Tenerife no tiene parangón en La
Gomera. Sin embargo, los grupos 11 y 111 sí que tienen ciertas
correspondencias en La Gomera, compartiendo algunas pocas
afinidades con El Hierro. A título de ejemplo, queremos des-tacar
!a afinidad con eses gmpes gruunches n,ue tiene^ !m hu-bituales
recipientes gomeros semiesféricos, en casquete esféri-co
o incluso de tendencia troncocónica invertida, con bordes
rectos o divergentes de labios planos y engrosados; superficies
Núm. 45 (1999) 8 5
-EL VIAJE DE LAS LOCERAS- 2 9
espatuladas o toscamente alisadas. Lo mismo que los vasos de
tendencia esférica, semiesférica o elipsoides horizontales, pa-redes
bien alisadas, con bordes convergentes y engrosados, a
veces decorados con impresiones en el labio (J. F. NAVARRO,
1992, 123-137).
Para la isla de El Hierro (fig. 8) (M. C. JIMÉNEZ1,9 93) care-cemos
aún de secuencias definidas y sus cerámicas todavía no
están suficientemente estudiadas. Sin embargo, ya M. Arnay
de la Rosa y E. González Reimers (1984b y 1988) llamaron la
atención sobre algunas analogías entre ciertas cerámicas de El
Hierro, La Palma y Tenerife. Justamente se trata, una vez más,
de cerámicas herreñas que tienen rasgos similares a las del
grupo 11 de Tenerife y a la fase 1 de La Palma, tanto a nivel
de formas como en el resto de las características técnicas: la-bio
plano con engrosamientos laterales, borde de tendencia
recta o ligeramente divergente, ausencia de decoración en la
pared, pasta regular, superficie espatulada o toscamente
alisada, forma de tendencia cilíndrica o troncocónico-inverti-do
(M. ARNAYy E. GONZÁLE1Z9,8 8, 649-650).
Desde luego, es sugerente este cúmulo de analogías. De
todas maneras, todavía es algo precipitado hacer mayores
comparaciones, mientras no conozcamos con cierta profundi-dad
la distribución temporal y espacial de los rasgos cerámi-cos
de cada una de estas islas, y valoremos los procesos
adaptativos y de evolución interna de cada una, para luego
poder interpretar qué es producto de una comunidad cultural
de origen, qué obedece a supuestos contactos posteriores en-tre
islas e incluso hasta qué punto algunas analogías pueden
deberse a un fenómeno de convergencia.
3.4. Gran Canaria
Tradicionalmente se ha aceptado que la cerámica aborigen
& Gran canaria tenía ~ ~ ~ 2a r si ~ t & ~ stinig~i?!aar~ps dentrG
del Archipiélago, sin el menor asomo de analogías en otras
islas. Esta afirmación es válida para el grueso del material
conocido, que constituye un complejo homogéneo de cerámi-
Núm. 45 (1999) 89
30 JUAN FRANCISCO NAVARRO MEDEROS
cas con excelente calidad, bruñidas y10 pintadas, que aparece
de manera abrumadora en los yacimientos de esa isla, y que
realmente se aparta de las tradiciones alfareras de las que
hasta aquí hemos venido hablando.
Sin embargo, además de esa loza característica de Gran
Canaria, de la que luego nos ocuparemos, existen unas pocas
evidencias que se apartan de la tónica general: cerámicas ge-neralmente
alisadas, a menudo de pasta menos cuidada y de-coradas
con incisiones, acanaladuras, impresiones y relieves. Se
trata de materiales generalmente descontextualizados o mal
documentados, la mayoría de ellos -aunque no todos- pro-cedentes
de excavaciones o prospecciones antiguas. Esas mis-mas
técnicas se usaron habitualmente para decorar o crear los
rasgos de los sellos-pintaderas y de los ídolos. Por tanto, las
dudas que se nos plantean son muchas: ¿la cerámica con de-coración
no pintada tiene un origen distinto o común a la pin-tada?
Si el origen es distinto, ¿qué cronología tienen? ¿Están
relacionadas estas cerámicas singulares con las de otras islas?
¿Pudiera ser que, simplemente, se han trasladado a algunos
recipientes, de manera ocasional o inusual, las técnicas de
decoración habitualmente usadas para ídolos y pintaderas?
De entrada, advertimos que no debe descartarse el que algu-nos
fragmentos de cerámica con incisiones o impresiones, pu-blicados
como trozos de vasijas (S. JIMÉNEZ, 1958, 225), sean en
realidad parte de ídolos o de elementos similares. Otras veces, en
una misma vasija coexiste la pintura con las restantes técnicas; y
en algunas excavaciones han aparecido algunos pocos fragmen-tos
de cerámica de estas características asociados a cerámicas
pintadas, en los mismos niveles arqueológicos. Esto último suce-de,
p r e jemp!~,e n Lec Earms (J. F NA~JAR!R?O9!,l , 2!8-2191,
donde unos pocos fragmentos de cerámica incisa y acanalada
aparecieron junto a la pintada en el nivel más reciente, cuando
la cerámica pintada ya tenía una larga tradición y había sufrido
cierto proceso evolutivo. Por tanto, lo primero que parece estar
claro es que, de momento, no puede decirse que una tradición
alfarera haya sustituido a la otra. Incluso en los supuestos casos
de que fueran tradiciones distintas, una anterior y otra posterior,
ambas cosas son muy difíciles de demostrar.
90 ANUARIO DE ESTUDIOS ATL~NTICOS
.EL VIAJE DE LAS LOCERAS. 3 1
La cerámica pintada (figs. 9-10) de Gran Canaria es, dentro
del Archipiélago, la que presenta un mayor desarrollo técnico
y estilístico. Está claro que la producción alfarera de esta isla
llevaba aparejado una especialización que no tuvo parangón
en las restantes islas, de tal manera que los propios conquis-tadores
ya repararon en la calidad del producto. Un producto
que alcanzó notables niveles de estandarización, donde forma
y función estaban claramente relacionadas, existiendo normas
morfotécnicas específicas para funciones concretas.
Los fondos suelen ser planos. Las formas pueden ser sim-ples
o compuestas (con carenas y cuellos), existiendo una com-pleja
tipología que no creemos necesario describir en su tota-lidad,
aunque sí destacar algunas formas. Entre las simples:
A) Los grandes platos en forma de casquete esférico, normal-mente
sin apéndices, que estimamos tuvieron la función de
tostadores; probablemente fueron hechos con el recurso de un
molde simple, luego la cara interna se alisaba y a veces tam-bién
la externa, pero casi nunca se preocupaban de bruñir ni
pintar, porque lógicamente estas piezas solían tener una vida
muy corta. B) Ollas esféricas o elipsoides horizontales (fig. 9,
G), con dos asas opuestas en la parte superior de la pared, que
en la mayoría de los casos son asas de oreja verticales perfo-radas
simples y, a veces, asas verticales perforadas acodadas;
tienen tapadera con dos apéndices iguales a los del vaso; la
superficie alisada o bruñida, pocas veces almagrada, ya que
estas vasijas se exponían al fuego. C) Vasos troncocónicos, a
veces hiperboloide, que en el arranque de la pared poseen una
sóla asa horizontal trapezoidal perforada; superficies bruñidas
y pintadas (fig. 9, A).
Entre las compxsta ritarem~s: D) Vasm csren~rlm, !U
mitad superior hiperboloide y la mitad inferior casquete es-férico,
con un asa exactamente igual que en el caso anterior
(fig. 9, B), con el que parece guardar relación. E) Grandes re-cipientes
de almacenamiento (fig. 9, F), de cuerpo ovoide in-vertido
con base plana, cuello generalmente hiperboloide, con
grandes asas acodadas en número de dos o cuatro y a veces
cinco (una en la base); no siempre están pintados. F) Vasijas
de tamaño medio (+ 1 a 4 litros) de cuerpo ovoide invertido
Núm. 45 (1999) 9 1
3 4 JUAN FRANCISCO NAVARRO MEDEROS
con base plana, cuello hiperboloide; tienen dos asas-pitorro ge-melas
en los hombros (fig. 10, A-B), que son muy característi-cas
de estos vasos y que para algunos tendrían tendrían for-ma
fálica intencionada.
La decoración emplea tres grupos cromáticos: rojo, negro
y blanco. El primero, el más común, es almagre que se aplica
de tres maneras: dibujo con almagre (con la pintura se trazan
los motivos decorativos); reserva de almagre (los espacios sin
pintar forman el motivo decorativo); almagre integral (cubrien-do
toda la superficie). El negro y el blanco se obtuvieron con
engobes naturales que son escasos en la isla, y tenemos la
impresión de que su generalización fue tardía, a la luz de lo
que señaló la estratigrafía de Los Barros. Pocos vasos tienen
pintura negra acompañando a la roja, y muchos menos aún
contienen blanca que, cuando aparece, son sólo pequeños tra-zos
junto a diseños mayores en negro y grandes superficies
rojas. Los motivos son geométricos, que a veces forman com-plicadas
composiciones, en las que predominan los triángulos,
además de bandas paralelas y otras.
Aunque parece indudable que esta cerámica tiene un remo-to
parentesco mediterráneo, no hace falta recurrir a una arri-bada
directa desde las islas del Mediterráneo Central o desde
la Península Italiana, durante el Neolítico o en el Bronce. Es
evidente que las formas y asas descritas tienen claros parale-los
en Cerdeña, Sicilia y el Sur de la Península Italiana; y si
lo que se pretende es hacer un rastreo indiscriminado, podría-mos
ir a hacerlo en Cerdeña desde el Neolítico Antiguo hasta
la eneolítica Cultura de Ozieri y posteriores; y acercarnos has-ta
Sicilia para bucear en las culturas de Serraferlicchio y
Castelluccio: o hasta la Cultura Apenínica del continente. No
cabe duda de que existen algunos paralelos formales con esos
y otros ambientes culturales. Sin embargo, todas las anterio-res,
que en algún momento han sido citadas en la bibliografía
arqueológica canaria, están tan distantes espacial y cronoló-gicamente
de lds cultura/s prehispánicds grancanarials, que
no creemos factible seguir haciendo comparaciones directas.
El Maghreb -la ribera meridional del Mediterráneo- si-gue
siendo aquí nuestro ámbito de referencia inmediata. La
94 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
*EL VIAJE DE LAS LOCERAS" 35
cerámica modelada de fondos planos, a menudo decorada con
pintura formando motivos geométricos o florales, fue proba-blemente
la más característica de la prehistoria más reciente
o protohistoria maghrebí (fig. 11). Su origen pudiera estar
vinculado de alguna manera al incremento de relaciones del
Maghreb Central y Oriental con las islas del Mediterráneo
Central e Italia, durante la segunda mitad del segundo mile-nio
a.c. y principios del primer milenio, para luego difundir-se
por gran parte del Norte de África. Este es un fenómeno
ampliamente conocido (H. BALFET1,9 56; G. CAMPS1, 961 y
1964; A. JODIN1, 964; ...), por lo que no merece la pena dete-nernos
más en él.
La secuencia estratigráfica de la cueva del Ghar Cahal, en
el Norte de Marruecos, ha sido un referente bien conocido
-y discutido- sobre la seriación cerámica en esta parte del
país. En varios de sus niveles han aparecido unas cerámicas
pintadas mediante líneas paralelas, formando ángulos encaja-dos,
reticulados y otros motivos, que encontramos muy fre-cuentemente
en la cerámica pintada de Gran Canaria. A pe-sar
de los notables problemas estratigráficos, su excavador
(M. TARRADE1L9L5,4 ) asociaba las cerámicas pintadas al nivel
IIIb, que él asoció al Bronce 1. En una reciente revisión de
dicho material, J. Onrubia (1995) (fig. 11, A) destaca las per-turbaciones
estratigráficas y la irrupción de materiales histó-ricos
en niveles aparentemente prehistóricos. Comparándolo
con otras cerámicas marroquíes de contextos arqueológicos,
concluye que la morfometría y la decoración de estas cerámi-cas
pintadas de Ghar Cahal aparecen igualmente asociadas en
niveles protohistóricos y en contextos habitualmente conside-rados
«hist<íricos»d e muchas cuevas de! ner~ected e Marme-cos,
y son los precedentes de la cerámicas populares actuales
del Magreb Occidental (J. ONRUBIA19,9 5: 138-1 40).
De esa cerámica modelada protohistórica posteriormente se
derivaron, a su vez, algunas de las tradiciones alfareras
bereberes, las cuales sufrieron mucho más tarde, en mayor n
menor medida, el influjo de las manufacturas introducidas por
los árabes. No pocos centros alfareros se mantuvieron férrea-mente
como herederos directos de esa tradición. Precisamen-
Núm. 45 (1999) 9 5
.EL VIAJE DE LAS LOCERAS. 3 9
Medio, y los del Rif, como Oued-Lau, Al-Hoceima, Bou-Assel,
Bou-Mendara ... Los paralelos descienden en los alfares argeli-nos
de Chenoua, Ouarsenis, Nementcha y la zona al Este de
Constantina, así como en los vecinos de Túnez; mientras que
la cerámica del Aurés tiene connotaciones en buena medida
distintas a lo anterior (vid., entre otros, A. VANG ENNEP1,9 18;
J. HERBERT19, 22; H. BASSET1,9 25; G. LEFEBVR1E9,6 7; J. C. Mus-so,
1971; D. GRUNER1,9 73; J. B. MOREAU1,9 76; MARA1, 982;
A. ALARC~N1,9 87; F. DE SANTOS19, 91; V . FAYOLL1E9,9 2; etc.).
Probablemente éste fue el único tipo de loza en toda Ca-narias
que tuvo posibilidades de perdurar después de conquis-ta,
por su capacidad para competir con las producciones im-portadas,
y por eso hemos defendido la tesis de que en ella
hU-e-n-a- nr -a-r-tp de !as r ~ i c r sd e !us cerámicas pp&reS his-tóricas
de la mayoría del Archipiélago.
4. LA ALFARERÍAPO PULAR DE ÉPOCA HIST~RICA
(figs. 14 y 15)
Después de la conquista, durante un tiempo que es difícil
de fijar, fuera de los pocos y elementales centros urbanos crea-dos
por los conquistadores, los abongenes debieron mantener
sus tradiciones cerámicas. Los europeos instalados en las islas
se abastecían de lozas importadas, que evidentemente adqui-rían
un precio sobre-elevado a causa del coste del transporte.
Por ese motivo, varios alfareros peninsulares, por lo general
andaluces, intentaron instalarse en las islas (conocemos casos
en Tenerife, Gran Canaria, La Gomera ...) en momentos suce-sivos,
desde principios dei siglo XVI (R. GONZÁLE1Z9,7 7, 15-16).
El Cabildo de Tenerife intervino en este tema y el siguiente
documento ilustra suficientemente:
«...había venido a esta isla y villa de San Cristóbal un
ollero bueno de la ciudad de Sedla, n;ue venia pur2 !u
isla de Canaria para usar de su oficio y que a ruego de
algunos señores había parado aquí y había experimenta-do
muchos barros y hecho muchas vasijas y como había
venido alcanzado ... suplicase al Ayuntamiento que le pres-
Núm. 45 (1999) 9 9
JUAN FRANCISCO NAVARRO MEDEROS
OLLAS IJ-J e_/
C
ARQUAYO ARGUAVO ¿LA CISNERA7 LA V~CTORIA
mBERNE6ALE .S O TALLAS Z
¿SAN ANDRES? LA V I C T O R I A ARGUAYO
a
N z
O
EL CERCADO U LA A T A L A Y A
TOSTADOR
o TTESTO
BC"7
ZY ARGUAYO
FIG. 14.-Cerámica popular de las Islas Canarias: Algunas de las piezas más
comunes (R. GONZÁLEAZN T~N19, 77: modificado por J. F. NAVARRO).
1 00 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
.EL VIAJE DE LAS LOCERAS. 4 1
tasen tres mil mrs. (testado, seis mil) para tres o cuatro
meses, para armar sus barreros y hornos porque no te-nía
facultad con que los hacer, y que es muy util, porque
además de las vazijas, hace formas para azúcar y tinajas
grandes para vino. Los señores dijeron que le prestan dos
mil mrs. por cuatro meses...)) (E. SERRAy L. DE LA ROSA,
1965, 141).
Al parecer tuvieron escaso éxito, ya que los barros canarios
se adaptaban mal a sus técnicas de elaboración y a algunos
tipos de piezas como, por ejemplo, las grandes tinajas. El fra-caso
hizo que unos abandonaran el intento, otros limitaran su
producción a algunos tipos de piezas o que recondujeran su
actividad hacia la fabricación de tejas. Durante gran parte del
siglo XVI, aún aparecen en la documentación individuos de sexo
masculino y origen extra-canario, cuya profesión es la de «ti-najero))
y, sobre todo, «ollero», que no sabemos si es un apela-tivo
genérico equivalente a «alfarero» o, por el contrario, indi-ca
especialización en hacer ollas o tinajas. Así, en 1524 había
un tinajero en Daute (Tenerife) (E. SERRyA L . DE LA ROSA1, 970,
259); en 1532 estaba en Arucas (Gran Canaria) el ollero Mateos
de Beas, probablemente originario de Huelva (M. LOBO, 1982,
11-68); el mismo año había en La Laguna (Tenerife) un maes-tro
ollero portugués (L. DE LA ROSAy M. MARRERO19, 86, 366).
Sin embargo, así como la documentación escrita mencio-na
estos intentos, luego hay un cierto vacío de información de
prácticamente dos siglos, por lo que es muy difícil saber qué
mecanismos dieron lugar a la gestación de los alfares popula-res
que perduraron luego hasta la actualidad o hasta hace
unas décadas, según los casos. Las primeras noticias que co-mcemm,
y~ de! si& XWI, presefitzin üms alfares consohda-dos
y en manos de mujeres.
4.1. Alfares de Gran Canaria: (pewivencia aborigen? -.. ( L I S > . 14 y 1%)
Otros autores han defendido ya con anterioridad que la
loza popular de Gran Canaria es heredera directa de la indí-
Núm. 45 (1 999) 101
42 JUAN FRANCISCO NAVARRO MEDEROS
gena. Efectivamente, las analogías tecnológicas son sorpren-dentes,
y en menor proporción las morfológicas. Toda la ca-dena
de fabricación parece estar enraizada en la tradición
prehispánica, desde la obtención y preparación de las mate-rias
primas hasta el sistema de guisado, pasando por el modo
de levantar la pieza y el masivo empleo de almagre. El propio
tipo de vivienda de las alfareras, en cuevas artificiales, en-tronca
con la cultura de los antiguos canarios (J. CUENC1A9,8 0;
198 la; 198 lb). La morfología de los recipientes ha variado de
manera sustancial con el paso del tiempo, cosa lógica ya que
la producción tiende a adaptarse a la demanda y ésta se suje-ta
a los cambios de necesidades y funciones. Sin embargo, aún
así se mantuvieron hasta hoy ciertas analogías formales con
la loza indígena. por ejemplo el parecido en apéndices como
las asas acodadas, o hasta remotas similitudes en algunas for-mas
de recipientes, como los tostadores y ollas. De todas ma-neras,
no concedemos tanta importancia al aspecto formal
que, como hemos dicho, está sujeto a los cambios que deman-dan
los nuevos usos y necesidades de una cultura distinta,
pero sí se la concedemos a los aspectos técnicos.
J. Cuenca Sanabria (1980; 1986, 100) opina que algunas de
las comunidades aborígenes que sobrevivieron a la conquista
permanecieron relativamente aisladas, aunque en contacto di-recto
con la sociedad de los conquistadores, técnicamente más
avanzada, lo cual implicó cambios sustanciales en sus costum-bres,
aunque manteniendo algunos de sus rasgos culturales,
entre ellos la alfarería.
Bien, esto no explica por sí mismo que ese tipo de cerámi-ca
indígena consiguiera imponerse en el mercado y que los
conquistadores acabaran por aceptarla. Sobre tudu porqte !a
producción alfarera de los antiguos canarios tenía un elevado
contenido simbólico vinculado a su mundo mágico-religioso,
expresado en su decoración y hasta en la forma de algunos
apéndices. Evidentemente, para la mentalidad cristiana del
eUropeo, acpe!!~ eru inucept~h!~.
En nuestra opinión, el fracaso total o parcial de los alfare-ros
peninsulares (andaluces generalmente) que intentaron ins-talarse
en Canarias, obligó a los colonos europeos a mantener
102 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLdNTICOS
"EL VIAJE DE LAS LOCERAS. 43
una gran parte del abastecimiento de cerámica por la vía de
la importación, que encarecía notablemente su coste. Lo cual
les induciría a acabar aceptando algunos pocos productos de
tradición indígena, menos apreciados y duraderos pero más
asequibles.
A finales del siglo xv y principios del XVI, los inventarios de
bienes que figuran en algunos testamentos o los que hacían a
posteriori los albaceas (M. RONQUILL1O9,9 2, 41; M. LOBO1, 979,
48 y 61)) nos suelen mostrar una vajilla y menaje de cocina
mayoritariamente compuesta por loza importada (platos de
Málaga, lebrillos vidriados en verde, escudillas blancas, tina-juelas
blancas, jarras blancas, cántaras, cántaros, tinajas), así
como por elementos de vidrio y metálicos (picheles y saleros
de estaño; calderas de cobre; sartenes: parrillas, trébede- y
asadores de hierro) ... El ajuar doméstico solía incluir tallas
para agua, de las que no se menciona origen, aunque es una
de las piezas características de la alfarería popular canaria de
los siglos posteriores.
La mayoría de los indígenas, incapacitados económicamen-te
para acceder a las piezas de importación y por propia tra-dición,
debieron seguir abasteciéndose de sus propios produc-tos,
aunque eliminando de ellos todo lo que reportara sospe-cha
de paganismo, como los símbolos pintados y los apéndi-ces
que tuvieran la mínima connotación mágico-religiosa o
sexual. El bajo coste de esta producción local y su aceptable
calidad harían que, poco a poco, se superaran los prejuicios y
comenzaran a adquirirla otros sectores, seguramente primero
los niveles más bajos de la sociedad, luego gran parte de ella.
Es más que probable que, mientras tanto, sufrieran influjos de
otros estilos cerámicas, con los que quizás se produjo cierta
asociación sincrética, entre ellos no descartamos la influencia
de los moriscos, introducidos en Gran Canaria tras la conquis-ta,
y a los propios colonos europeos de diversa procedencia,
pero manteniendo muchos de sus atributos originarios. A tí-tirlo
de ejemp!~, pulierzi ser c;iie !as tdac = bernegales qUe se
fabricaban en Canarias, estuvieran inspiradas en la idea de las
tallas, bernegales o alcarrazas peninsulares, aunque las arte-sanas
locales lo elaborasen modelándolos a mano y recubier-
Núm. 45 (1 999) 103
44 JUAN FRANCISCO NAVARRO MEDEROS
tos de almagre al estilo indígena, y dándoles una forma a ca-ballo
entre los modelos exteriores y los suyos tradicionales.
Todo este proceso debió tener lugar en el siglo XVI. A este
respecto, conviene tener en cuenta de nuevo los inventarios de
bienes de los pobladores de principios de ese siglo. Nos ha lla-mado
la atención que a veces se distinga entre loza «blanca»
y loza «colorada», que probablemente esté haciendo referen-cia
a las cerámicas blancas de Andalucía y el Mediterráneo
español, de donde procedía la inmensa mayoría de las impor-taciones,
frente a la loza roja de almagre de la producción
local. En otros casos, esos inventarios, que suelen ser muy
detallados y describen pieza por pieza la loza importada, des-pués
de hacerlo añaden la coletilla de «y cierta loca», lote que
suele adquirir bajo precio en las subastas, por lo que proba-blemente
se trate o bien de menudeo importado o de cerámi-ca
popular local de bajo valor.
A título de ejemplo, un vecino de La Laguna (Tenerife)
muerto en 1520, poseía de loza blanca una tinajuela, un
jarrillo y un jarro; mientras que de loza colorada sólo una ta-lla.
En el mismo lugar y año, una mujer poseía seis platos y
una jarra de los que se especifica que son blancos, un lebrillo
que se dice es verde (vidriado) y una talla, la única de la que
no se dice su color, probablemente por exclusión y10 porque
se sobrentendían sus características (M. LOBO1, 979, 48 y 180-
182). En ambos casos es precisamente la talla la pieza que
sospechamos es de producción canaria, cosa que más tarde
está plenamente demostrado en los ajuares domésticos insu-lares.
No obstante, la producción local nunca llegó a eliminar
- - - A - : A- 1 h t 0 -pTJ;TJ> p,, L V L ~ L I U C ~ ~ L C! LI1 l l l pUl LctLlUlI uL IuLcr, JVLJrb rvuv r l r !i? i a i - u a u u -ir
que representaba una manifestación de prestigio. Las clases
altas probablemente nunca usaron la loza popular, salvo algu-na
pieza que debiera permanecer fuera de la vista. Gran parte
de la población urbana siempre usó bastante loza importada,
partíriilannente la que estaba destinada a la mesa y, en gene-ral,
la que debiera transgredir el discreto umbral de la cocina
y la despensa, donde la loza popular sí tenía cabida. Las cla-ses
humildes, tanto rural como urbana, que durante el anti-
1 04 ANUARIO DE ESTUDIOS ATUNTICOS
46 JUAN FRANCISCO NAVARRO MEDEROS
guo régimen constituían la gran mayoría de la población, con-sumieron
cerámica popular en mayor proporción, aunque
siempre tuvieran piezas importadas.
4.2. Alfares de las Canarias occidentales y Fuerteventura.
¿un origen grancanario?
(figs. 14 y 15B)
El segundo escalón de trasmisiones es el interinsular. Siem-pre
hemos defendido que las alfarerías populares que conoce- 2
mos de las cuatro islas occidentales tienen un origen granca- N"
nano que, en unos casos, puede que sea directo y en otros O
esca1l ona_ u3 o. Tensamos T e h ay m se p e d e seguir s~stenien- n--
do que la loza popular actual descienda unilinealmente de la a
E cerámica guanche, auarita, gomera o bimbache. Por el contra- B
no, sólo la cerámica indígena de Gran Canaria, por su cali- -
S
dad y bajo coste, fue capaz de competir en el mercado y di- 5
fundirse a gran parte del Archipiélago como un producto des- =- -
tinado básicamente al consumo de las clases populares, no m'
tanto en forma de exportación interinsular, sino instalándose P
alfareras canarias en otras islas. ¿Cuando se produjo esto? Ya nS
hemos visto cómo a principios del siglo xm existe en La Lagu- $
na ((loza colorada)), de la que sospechamos pudiera tratarse de A
la misma que hoy conocemos como «loza popular». La duda n
n
estriba en si esa loza, de ser realmente la misma, había sido 3S
elaborada ya en Tenerife o se había importado desde la isla O
de Gran Canaria.
Durante un tiempo después de la conquista, los indígenas
seguinan manteniendo su produccion cerámica, sobre iodo en
las zonas más alejadas de la influencia de los núcleos de asen-tamiento
de los nuevos colonos. Pero no dudamos que, al
menos en Tenerife, la presencia de indígenas grancanarios ins-talados
masivamente en varias partes de la isla a fines del si-do
xv y pRncipios &: -, debió gefierar transmisibn &
ciertos' conocimientos técnicos a los guanches. Ese pudo ser
el caso de las cuevas artificiales, casualmente difundidas de
manera rápida en aquellas partes donde los canarios obtuvie-
106 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS
.EL VIAJE DE LAS LOCERAS. 4 7
ron datas de tierras y se asentaron. También pudo ocurrir lo
mismo con la cerámica que, en ese caso, llegaría con los ca-narios,
bien en su forma originaria, o en la forma «adaptada»
al nuevo orden que antes hemos señalado para Gran Canaria.
Al margen de que esta hipótesis fuera o no cierta, tampo-co
descartamos la arribada de loceras grancanarias a Tenerife
a lo largo del siglo XVI y en los siguientes. De hecho, el tránsi-to
de loceras entre islas es algo que existió, y se inserta sim-plemente
en la dinámica general de movilidad de la población.
En 'ello tienen mucho que ver los avatares socioeconómicos,
las oscilaciones de la demanda de mano de obra, las crisis
económicas, las hambrunas, e incluso las circunstancias fami-liares
o personales, etc. Son conocidas las migraciones masi-vas
de lanzaroteños y majoreros hacia Gran Canaria. Tenerife
y La Palma, en épocas de crisis; de gomeros a Tenerife; o
herreños a Tenerife y Gran Canaria. Pero también ha habido
continuados desplazamientos de menor entidad entre las dis-tintas
islas.
Ya hemos visto cómo, después de la conquista, una forma
renovada de la cerámica aborigen grancanaria acabó por ins-talarse
en Tenerife. Pues bien, llegados a este punto, caben dos
posibles interpretaciones de los alfares de las restantes islas
occidentales: la tradición llegó directamente desde Gran Cana-ria
o de manera escalonada, es decir, fue re-enviada desde otra
isla. Ambas posibilidades son compatibles.
A este respecto, conviene tener en cuenta el caso de La
Gomera. En un tiempo se decía que el actual centro alfarero
de El Cercado (Chipude) era continuador de las viejas tradi-ciones
indígenas de esa isla. Sin embargo, desde hace déca-das
ya se habiiin obseivado gran&c cimiiiiuaes con la alfare-ría
popular tinerfeña (A. MEDERO1S9, 44) y, en el Primer Con-greso
de Alfarería Popular Canaria, celebrado en La Guancha
(Tenerife) en 1983, el colectivo de estudiosos sobre estos te-mas
aportó pruebas de que ese alfar fue fundado en el siglo
pasado por un tinerfeñn Ilamadn .e! G c i e r ~Jv ~ --- cllc hijas, nY--l l ~
procedían del alfar de Arguayo (Tenerife). Por tanto, aunque
la cerámica prehistórica gomera perviviera después de la co-lonización
castellana durante largo tiempo, quizás hasta el si-
Núm. 45 (1999) 107
4 8 JUAN FRANCISCO NAVARRO MEDEROS
gio XVII en algunas zonas, luego acabada por abandonarse y
adoptar otras técnicas y estilos de cerámica popular de mejor
calidad, comunes al resto del Archipiélago en los siglos pasa-dos.
Parece ser que hubo un alfar en Vallehermoso y otro en
Alajeró, cuyo origen desconocemos y que acabaron por extin-guirse.
Mientras, se importaba también loza desde Tenerife,
como las características ollas del alfar de San Andrés. Hasta
que en el xrx llegaron desde el Sur de Tenerife la familia del
Guiero, que tuvieron que adaptar sus conocimientos aprendi-dos
en origen a las cualidades de los barros locales, dando
lugar a la peculiar loza de panza baja del Cercado que es, por
tanto, hija de la loza tinerfeña, nieta de la grancanaria, bis-nieta
de la magrebí.
Ed tercer escalón de transmisiones es el tránsito dentro de
una misma isla. Generalmente, bien por la vía del matrimo-nio,
bien por necesidad de acercarse a los puntos de deman-da
o por otras causas, a veces una o varias loceras cambiaban
de domicilio dentro de una misma isla, surgiendo un nuevo
alfar, de pequeño o gran tamaño, de corta o larga duración.
Por ejemplo, ese fue el caso de Teguedite (Arico, Tenerife), una
de cuyas loceras procedía del gran centro alfarero de Cande-laria,
fenómeno muy común en todas las islas, por ejemplo en
Fuerteventura, donde desde el centro del Valle de Santa Inés
se trasladó una locera a Tiscamanita o el recién surgido de
Tindaya.
Así iban surgiendo diminutos alfares de limitada produc-ción
y a veces de vida efímera, repartidos por toda la geogra-fía
insular, que de esta manera acercaban el centro productor
a ,los consumidores potenciales y a la materia prima necesa-r-
i2- para !a Inza;
Otras veces, la llegada de inmigrante~ de otra isla fue la
causa de un cambio parcial en el estilo del alfar local, que
adoptaba algunos modelos de vasijas según los gustos de la
isla o localidad de procedencia de los inmigrantes, como ocu-rrió
con la llegada de gentes desde Fuerteventura al Sur de
Tenerife (según opinión del colectivo El Alfar).
En otros casos, la calidad, el precio o el simple prestigio
de los productos de un centro locero podía conllevar que su
108 ANUARIO DE ESTUDIOS A T ~ N T I C O S
.EL VIAJE DE LAS LOCERAS* 4 9
producción tuviera salida fuera de su propia isla. Eso ocurrió
con el gran centro alfarero ubicado en el Valle de San Andrés,
cerca de Santa Cruz de Tenerife. Fabricaba una cerámica pe-culiar,
de paredes muy estrechas en la panza, pero marcado
engrosamiento en los bordes; la superficie externa tiene un
aspecto estriado muy característico, que es producto de un
particular sistema de alisado; carece de almagre y tratamien-to
de bruñido; la pasta suele tener una coloración marrón y
marrón-grisáceo. No conocemos la fecha exacta de su funda-ción,
aunque es posible que surgiera en el siglo XVIII e incluso
puede que en el xw, teniendo su período álgido de máxima
producción en la centuria XIX, época en que San Andrés pro-ducía
una extraordinaria cantidad de loza, sobre todo ollas, la
cual se vendía, no sólo por todo Tenerife, sino que se exporta-ba
en gran cantidad a otras islas (con seguridad a Lanzarote,
Fuerteventura, La Gomera y puede que a La Palma y El Hie-rro).
Por eso es tan frecuente encontrarla en el campo, en los
antiguos caminos, en viejas casas, e incluso en la superficie
de muchos yacimientos arqueológicos reutilizados histórica-mente.
Los alfares populares de Tenerife que producían loza
almagrada pervivieron más tiempo, hasta bien entrado este
siglo, por dos razones: A) Porque, siendo un producto local,
disminuían los costes de transporte de la materia prima y de
las manufacturas, y abarataban consecuentemente la loza,
haciéndola más accesible. Por ejemplo, reducían la necesidad
de llevar la cerámica por tierra o mar hasta localidades aleja-das
y a otras islas, porque cada alfar atendía a una zona rela-tivamente
accesible. Por tanto, la producción y distribución se
ammndahn alge más a fin sistema ecnnSmico autárquico.
B) Esta cerámica era estéticamente mejor que la de San An-drés
y su producción mucho más diversificada, por lo que la
demanda se mantuvo algo más. De todas maneras, la loza in-dustrial
importada y las ollas metálicas acabaron por arruinar
a las viejas olleras. Las primeras en sucumbir en las últimas
décadas del siglo XIX fueron las de San Andrés, que desde an-tes
ya estaban en franca crisis, mientras que algunos alfares
que producían otros tipos de piezas de cerámica almagrada se
Núm. 45 (1999) 1 09
50 JUAN FRANCISCO NAVARRO MEDEROS
mantuvieron en Tenerife durante algunas décadas del siglo xx.
Los más conocidos eran: los de La Victoria y el Farrobo (La
Guancha) en el Norte; el de Arguayo en el Oeste; San Miguel
de Abona, Teguedite (Arico), La Cisnera (Arico) y Candelaria
en el Sur. El centro alfarero de Candelaria ya era famoso a
finales del siglo XVIII y se mantuvo hasta principios del xx, y
la mayoría de la producción la exportaba a Santa Cruz. Por el
contrario los alfares de Arico tenían una producción mucho
más limitada y perduraron aproximadamente hasta la década
de 1930.
La loza de Fuerteventura puede incluirse en este mismo
grupo. El último núcleo donde se mantiene esta actividad es
el Valle de Santa Inés (Betancuria), donde se produce -o pro-ducía-
una loza con técnicas de elaboración semejantes a las
+,*,+,*.. 1G ~ L ~ I I L G:1,1, 3~1 a3, I:I,I,L1I.U.,Y,, ,GaI,I UU G-1I G*,,1*I, I I ~ G UUa G, a,1,,,u,, u a s LG . rur1-,1 4 UaI;L$GL, ,, GII-cia
estriba en que la cocción se hace en una hoguera al aire
libre (J. S. L~PEZ19,9 8). Las formas de las piezas también tie-nen
un parentesco cercano, aunque, como es lógico, compar-te
ciertas semejanzas con Lanzarote. Por ejemplo, la forma de
los tojios es muy parecida en ambas islas, pero también tie-nen
semejanza con los tarros de Tenerife o La Gomera.
4.3. Alfar de Lanzarote: (origen «morisco»?
(fig. 15A)
El centro alfarero emblemático de Lanzarote era El Mojón.
Entre el repertorio de piezas originarias de este sitio están las
bandejas, las asaderas y el característico «tojio» o «tofio», ta-rro
con gran vertedero, al que se le ha querido ver una rela-ción
con piezas similares de época prehispánica (R. GONZALEZ,
1977, 86). Sin embargo, otras formas y algunos aspectos del
procedimiento de elaboración son singulares. En este último
terreno, destaca el empleo de un engobe a base de tegue, una
tierra caliza que confiera a la superficie de la pieza una ca-racterística
tonaiidad bianca u ocre, sobre ia que se pintan con
almagre un restringido grupo de motivos florales y geomé-tricos.
110 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
*EL VIAJE DE LAS LOCERAS. 5 1
Eso nada tiene que ver con la tradición aborigen, ni con
las restantes producciones históricas del Archipiélago, aunque
sí presentan ciertas analogías con alfares magrebíes actuales.
Hay algunas semejanzas con lozas de la región costera argeli-na
de la Pequeña Kabilia, concretamente en la zona de
Guergour, Chouarfa, etc. Pero parecen ser mayores en el ám-bito
marroquí, tanto en El Rif como en las cuencas meridio-nales
del Sus y el Draa, donde el colectivo El Alfar ha encon-trado
paralelos en la morfología de las piezas y en la decora-ción
(EL ALFAR, 1998: 44).
Mirar hacia Marruecos parece lo más lógico, porque la
mayoría de los norteafricanos establecidos en Canarias en los
últimos cinco siglos tenían ese origen, mientras que argelinos
fueron muchos menos. El traspaso de población de ((Berberís))
a esta isla fue muy notable, a causa de las cabalgadas de los
señores feudales de Lanzarote y Fuerteventura hasta la vecina
costa para capturar esclavos. Estas razias comenzaron ya en
el siglo xv, se incrementaron en el x v ~y descendieron en el X ~ I I .
La zona afectada por ellas era la comprendida entre los cabos
Ghir y Bojador, según lo acordado con Portugal a partir de los
tratados de Alcacovas, Tordesillas y Sintra (M. LOBO1, 982, 70),
pero se centraron con mayor intensidad entre Berzekh Ghir y
Berzekh Tarfaia, desembarcando en los alrededores de los tres
grandes puntos de agua de la zona: Oued Soiis, Oued Dra'a y
el oued-pozo de Um Esbed (zona donde pensamos que pudie-ra
estar el lugar denominado (<San Bartolomén en la documen-tación).
En contrapartida, desde los actuales territorios de
Marruecos y Argelia se produjeron, a su vez, varias expedicio-nes
contra Lanzarote y otras islas, sobre todo las armadas ar-a
~ l i n a c A P ~ c i a l n YXITT que arrasaron islu, !!ex72nd9 consian éW"A"UU U" U'b'V A. .' a-muchos
cautivos lanzaroteños.
Eso quiere decir que la mayor parte de los norteafricanos
establecidos en Canarias, y concretamente en Lanzarote hasta
principios del siglo X ~ I I , procedían del Sur de Marruecos. Aun-wpl
unos p0r.n~ ll~garnn al arr.hipi&gn a través & P~rt_i~gal
o Castilla, tanto moriscos expulsados de esos reinos, como
esclavos originarios de Marruecos y Argelia. También llegaron
a Lanzarote y otras islas algunos portugueses y castellanos,
Núm. 45 (1999) 11 1
5 2 JUAN FRANCISCO NAVARRO MEDEROS
cautivos o renegados, que habían permanecido largo tiempo
en los reinos norteafricanos; así como gentes naturales de los
actuales territorios de Marruecos, Argelia y Túnez, que se ins-talaron
en las islas de manera voluntaria.
En la citada centuria y siguientes prosiguió la instalación
de maghrebíes y, cuando bajo el reinado de Felipe 111 se pro-dujo
el decreto de expulsión de los moriscos de España, Ca-narias
fue una excepción dado el nivel de integración de los
norteafricanos en la sociedad insular. El caso más extremo
eran precisamente Fuerteventura y, sobre todo, Lanzarote,
donde la mayoría de sus pobladores eran ya norteafricanos
con religión islámica o tibiamente cristianizados. Su impron-ta
en las costumbres, en la cultura popular de estas dos islas
resulta notable y la cerámica del Mojón puede ser una prueba
más de eiio.
En todo caso, con ésta se cerraría la serie de tradiciones
loceras que, durante dos milenios, estuvieron arribando a Ca-narias
desde el Norte de Africa. Las trajeron consigo alfareras
maghrebíes de épocas y lugares distintos, integradas en los
sucesivos contingentes humanos que se instalaron en este ar-chipiélago
y que, junto a otros grupos de origen europeo y una
minoría oesteafricana, contribuyeron a configurar la actual
población canaria.
Agadir, 1994
ABREU GALINDJO. ,D E (1977) [1632]: Historia de la Conquista de las Siete Is-las
de la Gran Canaria. Notas de A. Cioranescu. Santa Cruz de Tenerife
(Goya Ed.).
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