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H I S T O R I A 53 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 68 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS P O R GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN RESUMEN En estas páginas se trata de los orígenes de la Real Expedición filan-trópica de la vacuna contra la viruela mediante la aplicación del método Jenner. Se expone lo esencial de las actuaciones de los expedicionarios en las islas Canarias desde la llegada de la corbeta María Pita al puerto de Santa Cruz de Tenerife en diciembre de 1803, del recibimiento que se les hizo y de cómo se organizó en las islas la difusión de la vacuna, lo que sirvió de experiencia para las actuaciones en Indias y en Filipinas. Palabras clave: Real Expedición filantrópica de la vacuna. Islas Cana-rias. Indias. Jenner. Carlos IV. José Flores. Lorenzo Bergés. Consejo de Indias. Vacuna. Francisco Xavier de Balmis. Comandante general de Cana-rias. Don Fernando Cagigal de la Vega, marqués de Casa-Cagigal. Contro-versias con el cabildo de Canaria. Las autoridades eclesiásticas difunden la vacuna. ABSTRACT These pages deal with the origins of the Royal philantropic Expedition of the smallpox vaccine by jeans of the application of the Jenner method. Here it is exposed the essential of the performances of the members of an expedition in the Canary Islands since the arrival of the corvette Maria Pita to the porto of Santa Cruz de Tenerife in December 1803, the reception that was given to them and the way that it was organizad the difusion of the vaccine in the islands, which was used as an experience for perfor-mances in The Indies and in The Philippines. Key words: Royal philantropic Expedition of the vaccine. Canary Is-lands. The Indies. Jenner. Carlos IV. José Flores. Lorenzo Bergés. Council of the Indies. Vaccine. Francisco Xavier de Balmis. General commander of the Canary Islands. Don Fernando Cagigal de la Vega, marquess of Casa- Cagigal. Controversies with the Inter-island council of the Canary Islands. Ecclesiastic authorities spread the vaccine. 54 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 2 Para colaborar en el homenaje que se rinde a don Antonio Rumeu de Armas en el Anuario de Estudios Atlánticos, he elegi-do como asunto el de la Expedición Filantrópica de la Vacuna en sus actuaciones en las islas Canarias. Hace años, al leer las páginas que Antonio Rumeu publicó en los números 19 al 23 de la revista Medicina Española, en Valencia, correspondientes a julio-diciembre de 1940, me interesó cuanto expuso sobre la inoculación antivariólica en España durante el siglo XVIII y, muy especialmente, las páginas que dedicó a los orígenes de la vacuna en España y a la Real Expedición. En las páginas que siguen, trato de la llegada de los expedicionarios al puerto de Santa Cruz de Tenerife, del recibimiento que se les hizo, de la vacunación en las islas y de cómo las actuaciones en Canarias fueron experimento del proceder que se habría de seguir en América y en Filipinas. Rindo así homenaje a Antonio Rumeu, precursor de todas las investigaciones que se han hecho desde entonces sobre la gloriosa expedición. * * * La viruela se sufrió en la India y en China quizá desde el siglo XIII antes de Cristo. El aislamiento de las comunidades humanas primitivas impidió que se difundiera en otros espacios de Euroasia. En el siglo V, apareció en el ámbito mediterráneo. Se extendió a medida que se hicieron más frecuentes y más in-tensas las relaciones comerciales y humanas entre Europa y el Oriente lejano. En el siglo XVI, la viruela era una enfermedad común de carácter endémico en toda Europa. Con motivo de las emigraciones y del comercio atlántico, se dieron los primeros casos en Indias, con la generación de contagios a medida que se produjeron y ampliaron los contactos de los inmigrantes con las poblaciones indígenas. El aumento de la mortalidad, por causa de la viruela, alcanzó en América proporciones descono-cidas en Europa, por el número de sus víctimas, debido a que los indígenas no habían generado defensas ante un mal que era nuevo para ellos. La observación de quienes padecían la enfermedad y la su-peraban fue el origen del experimento de la práctica preventi- 55 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 3 va que consistía en inyectar o inocular a gentes sanas el pus procedente de las ampollas o granos de los atacados por la en-fermedad. La inoculación de viruelas leves en individuos sanos para provocarles la infección y protegerles de futuros contagios recibió el nombre de variolización. Parece que se usaba este método en China desde el siglo X. La variolización comenzó a difundirse en Europa cuando Lady Mary Worztey Montagu, casada con el jefe de la misión diplomática inglesa en Constantinopla, después de padecer de viruelas, en 1717, la aplicó a uno de sus hijos y dio a conocer el procedimiento en la Corte de Londres, con el efecto de que se sometiesen al experimento los hijos de los príncipes de Gales. Cundió el ejemplo y la variolización fue cada vez más frecuente en las familias de la nobleza inglesa. En otras cortes europeas, también se hicieron experimentos, más frecuentes en los últimos decenios del siglo XVIII. En la corte de Madrid, el primer médico de Cámara de Car-los IV, don Francisco Martínez Sobral, propuso al rey que se sometiera al príncipe y a las infantas a la variolización, a lo que accedió. Los resultados fueron desalentadores por las conse-cuencias negativas que padecieron el príncipe de Asturias y las infantas Maria Luisa y María Amalia. En otros ámbitos de Eu-ropa, los experimentos de la variolización fueron objeto de críti-cas, por lo que el procedimiento cayó en desuso. En el virreinato del Perú, al aplicar la variolización, se llegó al convencimiento de que provocaba el contagio de la enfermedad, por lo que aca-bó prohibiéndose. EL MÉTODO DE EDWARD JENNER Era creencia popular en Inglaterra que quienes ordeñaban vacas afectadas por una enfermedad denominada cow pox que-daban inmunizados contra la viruela. Este hecho acabó siendo investigado por Edward Jenner, quien sabía muy bien que este mal padecido por el ganado vacuno en el condado de Glocester se manifestaba en unas pústulas irregulares de color azul páli-do o cárdeno, rodeadas por una inflamación erisipelatosa, que 56 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 4 solía degenerar en úlceras. Las pústulas eran de curación difícil y lenta. Quienes ordeñaban vacas afectadas por la enfermedad, solían contagiarse, sin llegar a tener fiebre. Observado el hecho por el doctor Jenner, después de importantes controversias y experiencias, probó que era cierta la creencia popular de las gentes del condado de Gloucester. Jenner llegó a probar, en di-ferentes circunstancias y casos, la virtud preservativa de la va-cuna, y que ésta no perdía ninguna de sus propiedades al pasar desde una vaca afectada del cow pox a un humano y de éste a otros, con lo que llegó a probar que el pus era un preservativo contra las viruelas ordinarias1. A la propagación de la vacuna en Inglaterra siguieron esos experimentos en el continente, con irradiaciones en Asia y África. Se hicieron pruebas en Ginebra y en el departamento de Leman, en París en el año 1800 y en Reims (en donde murieron de viruelas 500 personas en 1800, de un total de 1093 fallecidos en toda la ciudad en ese año) de los que informó en su libro Moreau de la Sarthe. Por entonces, en la corte de Madrid, impulsado por Carlos IV, se trataba de pro-teger y fomentar el descubrimiento de Jenner. En España, des-empeñó importante papel en difundir las noticias sobre la vacu-na Francisco Xavier de Balmis, al traducir el Tratado histórico de la vacuna de J.L. Moreau de la Sarthe, lo que le sirvió para que se pensase en él cuando Carlos IV decidió organizar una expedición a América para difundir allí el procedimiento de la vacunación contra la viruela. La noticia y la práctica de la vacunación se difundieron en España con gran rapidez. No es de extrañar, pues, que, dada la virulencia y la gravedad de las viruelas en América, pensara Carlos IV en llevar allí la vacuna. La exactitud de la definición de la vacuna ya se puede comprobar en la edición de 1803 del Diccionario de la lengua castellana, hecha por la Real Acade-mia Española. Se expresa así: «cierto grano o viruela que sale 1 Edward Jenner, después de años de estudio, se decidió, en 1796, a inocular pus extraído de las pústulas de las ubres de vacas infectadas por cow-pox. Con el conjunto de sus experiencias sobre el asunto, publicó en 1798 el libro An Inquiry into the Causes and Effects of the Variolae Vaccinae, a Disease discovered in some of the Western countries of England, particulary Gloucestershire, and Known by the name of Cow Pox. 57 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 5 a las vacas en las tetas cuando las ordeñan sin lavarse las ma-nos los que han tocado el gabarro de los caballos. Llámese también así el material de estos granos, y el de los granos de los vacunados». Vacunar se define como «comunicar, aplicar el material de la vacuna a alguna persona para que, contrayen-do cierta indisposición quede preservada de las viruelas epidé-micas y naturales»2. Vacas inoculadas en Tacoronte, isla de Tenerife, según las normas dadas por el director de la Real Expedición, para disponer del cow pox. 2 En el Tesoro de la lengua castellana o española de Sebastián Cova-rrubias, se definen las viruelas como «enfermedad que suele ser común en los niños, porque procede de abundancia de pituita o flema, a viru, por la ponzoña que tiene en sí». En el Diccionario de la Academia (desde la pri-mera edición de 1737), se define la viruela como «grano pequeño ponzo-ñoso que se eleva sobre el cutis, haciendo una puntita que se llena de un humor acre y corrosivo, por lo que deja señal profunda». Añade: «dan siem-pre muchas, por lo que regularmente se usa en plural. Es enfermedad que comúnmente da a los niños, y cuando da a las personas grandes es muy peligrosa y mayormente a quien no ha padecido este contagio». En el Dic-cionario se señala que da también al ganado lanar. 58 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 6 LAS ACCIONES DE BALMIS: ANTECEDENTES Francisco Javier Balmis nació en Alicante el dos de diciem-bre de 1753. Su padre era cirujano y también lo había sido su abuelo. A los veintidós años, se embarcó en Cartagena para participar en la famosa expedición a Argel, mandada por Ale-jandro O’Reilly, en 1764, con el fin de combatir a los piratas. Balmis hizo estudios de cirugía, para graduarse en la Universi-dad de Valencia en 1778. Años después —1783— fue destinado a La Habana para pasar a Méjico con el cargo de Cirujano Mayor del Hospital del Amor de Dios. En el año 1794, publicó en Madrid una Demostración de las eficaces virtudes nuevamen-te descubiertas en las raíces de dos plantas de Nueva España, especie de ágave y de begonia, para la curación del vicio venéreo y escrufuloso, y de otras graves enfermedades que resisten el uso del mercurio, y demás remedios conocidos. Balmis, en esta De-mostración, aparece como «cirujano consultor de los Reales Ejércitos y como socio de la Real Academia Médica Matritense, comisionado por Su Majestad para la comprobación que se ha hecho en Madrid y Sitios Reales, de la eficacia de ambas raí-ces », la de ágave o magney y la de begonia3. Parece que Balmis —herborizador en Nueva España— oyó a un criollo de nombre Nicolás Viana, conocido con el sobrenombre de «el beato», des-cribir el remedio consistente en utilizar las raíces de estas plan-tas como curativas, según tradición recibida de mujeres indias. Ensayado el método curativo en el Hospital de la Corte, fue objeto de duras críticas por parte del médico don Bartolomé Piñera y Siles, a las que Balmis contestó con el ejemplo de cin-cuenta y tres observaciones de enfermos con resultados positi-vos. Por ello, Balmis pudo señalar que él había venido a Espa-ña a dar cuenta de su remedio, y a aplicarlo, «no como los charlatanes y curanderos» que, vendiendo sus drogas, sacrifica-ban a los pueblos para ganar dinero, «sino como un profesor instruido en la materia, deseoso del bien público» y de cumplir 3 La Demostración de Balmis se publicó en la Imprenta de la viuda de don Joaquín Ibarra. 59 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 7 la misión de la que se le había encargado para ser útil a su rey, a la patria y a la salud de sus semejantes, y todo ello, con me-noscabo de sus intereses, de su tranquilidad y de su bienestar4. De este asunto, sólo le quedó a Balmis el honor de que los bo-tánicos de la Nueva España dieran a la planta la denominación de «Begonia balmisiana» y que figurase con ella en la flora mejicana que preparaban5. LOS ORÍGENES DE LA EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA: EL INFORME DEL MÉDICO JOSÉ FLORES La epidemia de viruelas padecida en el virreinato del Perú en el año 1802 fue especialmente grave en la ciudad de Lima. Pa-rece que el médico don Gabriel Moreno publicó, al año siguien-te, en el Almanaque, el caso de un niño que sufría de viruelas, con grietas tan profundas en el cuello que llegaban hasta la tráquea, por las que salía el aire que habría de entrar en sus pulmones. Conocido el caso por los reyes Carlos IV y María Luisa, preguntaron si era posible llevar a América el «pus vacu-no » para inocular allí a las gentes e impedir los efectos mortífe-ros de la viruela. Se les informó de la posibilidad de organizar una expedición con niños que no hubieran padecido la viruela de modo que, mediante la vacunación brazo a brazo, pudiese difundirse en Indias el «suero salvador», primero en los puertos y, desde ellos, en el interior del continente. Sea o no verídica la anécdota de que los reyes llegaron a conocer el caso del niño peruano que sufría la viruela de forma tan cruenta, lo cierto es que los experimentos de inoculación con viruelas leves parece que ya habían comenzado a hacerse en la Nueva España du-rante la epidemia de 1780. El médico mejicano José Flores se dirigió al Consejo de In-dias el 28 de febrero de 1803 mediante escrito en el que refería sus méritos como profesional de la medicina en Guatemala6. 4 Demostración cit. 5 Ibid. 6 El informe de Flores se guarda en el Archivo General de Indias, Indi-ferente General, legajo 1558-B, folios 324 a 333. 60 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 8 Según él, veinte años antes «el arte de curar» estaba allí «de-caído, olvidado y aún despreciado». En aquella coyuntura des-favorable, la Real Universidad de San Carlos encargó a Flores de la cátedra de Prima de Medicina. Para levantar la Facultad sobre cimientos sólidos, Flores se atribuye haber atraído discí-pulos, buscado libros, construido máquinas y hecho demostra-ciones de Geometría, de Física, de Química y hasta «una anato-mía de cera» que, según él, no tenía «semejante». Con todo ello, y después de los cursos, Flores afirma en su escrito que presen-tó a sus alumnos a examen ante las autoridades y que «se ex-plicaron con grandeza». Los alumnos, después de terminados sus cursos, se recibieron de médicos y cirujanos y se graduaron de doctores. Todo ello permitió que se estableciese en Guatema-la el Real Protomedicato. Había, pues, en aquella tierra, siem-pre según Flores, «un cuerpo de facultativos que reunía todos los conocimientos del arte», gracias a una Facultad «criada con unos principios que, desde su cuna, ya anunciaba fuerzas gigan-tescas ». Flores, después de pedir la necesaria licencia a Su Ma-jestad, viajó por distintos países de Europa para conocer los métodos empleados en las escuelas de medicina más famosas. Parece que comprobó, con gran sorpresa suya, que en su Fa-cultad de Guatemala «nada faltaba, y que aun podía, en punto de método y de enseñanza, dar leyes», es decir, dar lecciones a las demás. Vuelto a Madrid, Flores recibió noticias, por cartas y por las Gacetas de Guatemala, de los nuevos exámenes y de los adelantos que había habido en la Facultad de Medicina. Flores manifestó en su escrito que por las últimas noticias recibidas del Protomedicato, sabía de los esfuerzos de preservar de las viruelas a las gentes del reino de la Nueva España, ame-nazadas por el contagio desde «una de sus provincias distantes». Los facultativos se daban prisa, según Flores, «en solicitar y buscar el pus en las vacas para practicar la vacuna», lo que decía «transportarle». En la «dulce ebriedad de su alma» por conseguir este fin, Flores fue encargado de exponer lo que se le ocurriera «sobre el establecimiento de la vacuna en América», lo que no podía sino constituir «el complemento» de su gloria. Al fin, se le proporcionaba «la ocasión más feliz para proponer un método fácil y seguro» que permitiera «extirpar las viruelas», 61 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 9 de modo que los habitantes de América quedasen liberados para siempre «del contagio más espantoso». Flores, después de dar su versión sobre la naturaleza de los habitantes indígenas de las Indias, de su resistencia en todos los climas, lo que les hacía sanos «y apenas sensibles a las enfer-medades febriles», para las que, por «la tradición de sus mayo-res, o lo más cierto, el instinto» les había hecho conocer «exce-lentes simples, de que usaban con ventaja», sólo estaban indefensos ante las viruelas, para las que no tenían remedios. La viruela era, para los indígenas, «enfermedad exótica», «ente-ramente desconocida de sus antepasados». Influido por las ver-siones que tenían su origen en las obras del Padre Las Casas, Flores declama, con tonos prerrománticos, sobre la coinciden-cia de la «destrucción de las Indias» en los primeros tiempos de la conquista, por obra de «una tropa impetuosa, avarienta de gloria y riquezas» que había hecho «correr la sangre a torren-tes », aterrorizando a los indios cuando les veían disparar «re-lámpagos y truenos que los despedazaban», de modo que, «asombrados con el estruendo, les parecía que el cielo entero se desplomaba para sepultarlos». Añade que, simultáneamente a «este desastre», «el virus fatal» difundido entre los indígenas, les provocaba «la fiebre violenta que los rendía, la podredumbre fétida de que se hallaban cubiertos ellos, sus hijos y mujeres», hasta creer que la nueva enfermedad «era otra arma de sus vencedores implacables, que no perdonaba ni la edad ni el sexo». El abatimiento del ánimo y el espanto aumentaron, según Flo-res, la malignidad de los contagios, de modo que la primera epidemia de viruela sufrida en Indias había hecho «un estrago lamentable, del que apenas pudieron preservarse los que huye-ron a los montes y desiertos». Flores veía en los efectos de las epidemias de viruelas «la primera y principal causa de la despoblación de América»7. 7 José Flores, al reflejar con tintes tan negros los efectos de la llamada conquista de las Indias y al manifestar que algunos jefes escandalizaron con su violencia y crueldades en aquellos primeros tiempos, reconoció también que las causas de la destrucción se contuvieron y que «las heridas se cica-trizaron luego que se plantó la justicia y se establecieron los magistrados». Sabía que, al lado de los jefes que cometieron crueldades en aquellos pri- 62 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 10 José Flores insiste en que, a diferencia de Europa, en donde las viruelas podían ser benignas, por las defensas creadas, en América el contagio solía comenzar en Veracruz o en los puer-tos de Yucatán, al llegar los barcos procedentes de España. «Con las rapidez de una llama voraz», se difundían «de pueblo en pueblo por las dilatadas provincias de la Nueva España». Llega-ban a Oaxaca, cruzaban el reino de Guatemala, y por Micoya y Costa Rica, pasaban a Panamá y a Guayaquil hasta abarcar «el continente entero», sin exceptuarse las gentes que vivían en tie-rras de clima frío, templado o cálido. El virus atacaba a quie-nes no habían padecido viruelas anteriormente, «dejando por todas partes la amargura y la desolación8. José Flores, después de reconocer que, en su tiempo, apenas había cuatro drogas que mereciesen el nombre de remedio, y éstas se habían «adquirido meros tiempos, eran dignos de admiración «muchos hombres benéficos, verdaderamente patriotas que ejercieron la caridad más ardiente». Flores enumeró las medidas esenciales de la acción española en América: recopi-lación de leyes de Indias, serie no interrumpida de Reales Cédulas desde la época del descubrimiento, el Supremo Consejo de las Indias, que juzga como «monumento eterno que confundirá para siempre a los decla-madores ». Los imparciales habrían de leer «con ternura», en las «sabias leyes» de Indias, que los indios, desde el principio de su conquista, habían sido «declarados vasallos libres nobles, capaces de todos los empleos y de optar a los beneficios y dignidades»; que eran «sagradas» sus tierras y pro-piedades; que se les habían concedido «los privilegios de menores, bajo la tutela inmediata de los fiscales togados; que se les había dispensado, «en lo posible», de las leyes eclesiásticas, civiles y criminales; que no se les podía «infligir el castigo de un azote, sin autos formales seguidos hasta la última instancia y con sentencia definitiva de la Audiencia del distrito»; que no pagaban «mas pechos que un ligero tributo»; que en los imperios y gobier-nos del viejo mundo no había memoria «de vasallos más privilegiados y protegidos» que los indígenas de la América española. Por todo ello, José Flores concluía que la decantada tiranía de los españoles era una quimera y que la destrucción de los indios tenía otra causa: la de las viruelas. Fo-lios 2 vuelto y 3 del Informe cit. 8 José Flores aludió a las epidemias de 1749, 1761 y 1779, para mani-festar que él, en Guatemala, al tener noticia de los estragos que hacía la viruela, había corrido a la capital «a entablar la inoculación», después de los trámites gubernativos necesarios. A pesar de la rapidez en todo, y de la prisa en inocular, el mal parece que provocaba «una mortandad tan gene-ral » que lo sufrieron «los indios, los castas y los blancos». Ibid. Folio 4. 63 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 11 de los salvajes», hizo una historia de la inoculación, para con-cluir con la referencia a la Real Orden de 1785 en la que se había mandado observar el método recomendado por don Fran-cisco Gil, cirujano del Real Monasterio de San Lorenzo y su Real Sitio. Se trataba del antiguo proyecto francés aplicado para evi-tar el contagio de la peste. Para América, se recomendada que, en los puertos, en caso de desembarcar enfermos de viruelas, con las ropas o muebles utilizados, no saliesen de las naves o que se custodiasen en lazaretos, según establecían las disposi-ciones legales en caso de enfermedades contagiosas. Se cumplió esta Real Orden, sin que sea posible calcular cuales fueron sus efectos, aunque José Flores detalló en su informe lo que él pudo hacer como primer protomédico del reino de Guatemala al te-ner noticia de que en Campeche y Villahermosa, a comienzos del año 1794, había epidemia de viruelas. Trató de proceder a la inoculación masiva, y a tomar las medidas pertinentes para evitar el contagio. Alude a una lista de 14.000 inoculados de los que sólo murieron 46. Según refiere José Flores en su informe, en abril de 1802 se tuvo noticia de una nueva epidemia de viruelas en Chiapa. Por entonces, se habían difundido las noticias sobre la inoculación publicadas en las gacetas de Madrid y de La Habana y se bus-caron instrucciones y escritos publicados en Londres y en París. También se quiso disponer del pus vacuno, sin encontrarlo. En aquella coyuntura, el doctor José Córdoba, protomédico interi-no, propuso hacer experimentos originales mediante la inocula-ción de ovejas. El doctor Esparragosa, discípulo de José Flores, promovió una suscripción para que un correo extraordinario fuese a buscar el pus que, según noticias, había en la ciudad de Méjico o en Veracruz. El correo regresó sin el pus deseado por-que el de Méjico estaba inactivo. El pus llegado a La Habana entre dos cristales no surtió efecto, quizá por estar envejecido. Sólo a finales de agosto de 1802 llegó a Guatemala pus vacuno remitido desde Veracruz. Procedía de Nueva Orleáns, aunque en mal estado. Las inoculaciones que se hicieron en varios niños no tuvieron efecto alguno. Ante tales fracasos, José Flores no vió otra solución que el apoyo directo de la Corona. Se expresó así en su informe: 64 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 12 «El remedio contra la malignidad de las viruelas no es ya un problema: no es la pócima desabrida de una botica, ni la re-ceta abortada de los sistemas vanos y contradictorios. No es un injerto que hace lozana una planta y marchita todo un vergel. Es un pus dulce que suministra el animal más útil al hombre. Es un virus coercible que se maneja sin cordones de tropa, y sin impedir la comunicación ni interceptar el comer-cio. Es un antídoto que el médico más feliz halló en las aldeas entre los pastores humildes. Es un don de la provi-dencia ». José Flores recogió la noticia, en su informe, de que el pre-sidente Jefferson había enviado el suero a los jefes indios para que los distribuyesen entre las tribus septentrionales. Esperaba que la Corona consiguiese derramarlo «desde la California y los Apalaches hasta los patagones» con el fin de «aniquilar el mons-truo horrendo de las viruelas». Acorde con un principio común en España y en la América del siglo de las luces, Flores tuvo presente lo útil de valerse del ejemplo para evitar las resistencias que pudiera haber respecto a la inoculación. Veía fundamental el apoyo y colaboración del estado eclesiástico con el fin de persuadir, con sus predicaciones y rezos, y con su ejemplo, a que las gentes se sometiesen a la práctica que se quería difundir. Para que fuese eficaz la aplica-ción del suero, José Flores propuso fundamentar en la religión las acciones conducentes a transportarlo y a inocularlo. Señaló que «las gentes ilustradas» sabían muy bien que la religión ha-bía sido siempre «el resorte vigoroso y felizmente empleado por los legisladores de todas las edades» para introducir y arraigar una costumbre. Así, en «el siglo mismo de la filosofía», en «el ponderado siglo de las luces», ofrecía el ejemplo más memora-ble «sobre esta importante verdad». Flores recomendó: 11. Al no tener noticia cierta de que en La Habana, Méjico, Guatemala y Perú hubiese «fluido vacuno», habrían de despacharse con la mayor rapidez, desde Cádiz, dos barcos ligeros para que, sin mezcla de intereses ni de comercio, se embarcaran en ellos algunas vacas con viruelas verdaderas y algunos jóvenes que llevasen ino-culado sucesivamente pus en los brazos. Además, habría 65 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 13 de ponerse pus entre dos cristales encerrados con extre-mo cuidado, con facultativos doctos y prácticos. 12. Que uno de estos dos barcos se dirigiese a La Habana para llevar el suero a Puerto Rico, a Trujillo, a Yucatán y a Vera Cruz. El otro barco debería zarpar rumbo a Cartagena para, desde allí, enviar el suero a Santa Fe, La Guayra, posesiones extranjeras, Montevideo, Puer-tobelo, Panamá y reinos meridionales. 13. Que una vez llegado el suero a las capitales, se dividie-sen éstas en cuarteles, con un individuo del ayunta-miento al frente de cada uno, y con vecinos principales acompañados de facultativos. Habría de hacerse un padrón comprensivo de todos los vacunados, con preci-siones sobre su salud «y comodidades» (forma de vida) y que se preparasen habitación y demás auxilios para los necesitados. Una vez hecho todo esto, habría de co-menzar la vacunación, y, terminándola, y convalecidos los enfermos, se anotara el resultado en el padrón. 14. En las cabeceras de provincia y de partido habría de ha-cerse lo mismo, con facultativos hábiles. 15. Que en los pueblos y misiones en donde no hubiese fa-cultativo, español o ladino, se encargasen los curas y misioneros de estas operaciones. 16. Que los párrocos advirtiesen a los feligreses cuando fue-sen a bautizar a un niño, que se lo volviesen a llevar al término de cuatro o seis meses, con el fin de vacunar-lo. Para la vacunación, el niño habría de estar bien nutrido y sano. La acción de vacunar habría de hacer-se con el ceremonial que se describe a continuación: el monaguillo habría de tener una vela encendida. El pá-rroco habría de estar revestido de sobrepelliz y estola, habría de bendecir al niño y rezar una oración. Una vez terminada esta ceremonia, procedería a vacunar al niño el facultativo de la parroquia, o el nombrado al efecto, o el mismo párroco. Concluida la vacunación, el sacer-dote habría de rezar «la deprecación», señalando a los padrinos que, sin falta, le diesen noticia del restableci-miento del niño, para proceder a escribir la partida en 66 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 14 el libro de vacunación, que habría de guardarse entre los demás libros parroquiales. Habría de conservarse el pus vacuno con sumo cuidado y garantías, entre dos cristales y en caja separada en la misma sacristía, jun-to con las crismeras. Los gastos en que se incurriera habrían de sufragarlos las cofradías9. 17. José Flores recomendó impetrar de Su Santidad una bula en la que santificase la práctica de la inoculación y dispusiese la oración y deprecación que habría de re-zar el párroco, y que concediese una solemne indulgen-cia, ya que esta práctica conservaría y aumentaría el 9 Como nota curiosa, por lo análogo del propósito, aunque algo poste-rior en el tiempo, cabe citar la carta pastoral del arzobispo de Besançon, M. Lecoz quien, maravillado por la vacuna, en el año 1804 envió una pas-toral a todos los curas de la archidiócesis para exhortarles paternalmente a propagar, con todas sus fuerzas, tan feliz descubrimiento. Esta noticia se publicó en los Annales litteraires et morales, en París, en el año XII (1804). El arzobispo, exhortó a los curas con el ejemplo de Cristo que, recorrien-do toda la Judea predicando el Evangelio y «en enseignant et guérissant tout ce qu’il y avait de maladies et d’infirmités parmi le peuple ; par celui de Saint Pierre, dont l’ombre seule guérissoit les infirmes qui se trouvoient sur son passage ; et par celui de saint Luc, qui étoit médecin. Entrant ensuite dans les sentiers de l’erudition, il leur rappelle saint Fulbert, évêque de Chartres, très-versé dans la médecine; le célèbre Lanfranc, archevêque de Cantorbéry, et enfin son illustre disciple Yves, autre évêque de Chartres. Il leur montre encore par l’histoire, que jusqu’à l’an 1452, tous les professeurs en médecine dans l’université de Paris, firent profession de la vie cléricale et de la continence ; et il couronne tous ces illustres témoignages par le premier concordat qui, suivant les décisions et les termes de la pragmatique, voulut que la médecine, aussi bien que le droit canon, fur un degré pour parvenir aux bénéfices. Cette depense d’érudition n’a point eu tout léffet qu’en attendoit le zéle de M. Lecoz pour le salut des corps. Les curés n’ont nullement été touchés de cette pastorale qu’ils ont, dit-on, renvoyé au comité de la vaccine. Les uns nónt guère été édifiés du rapprochement des mirades de J.C. et des apôtres avec les effets merveilleux de la nouvelle découverte ; les autres ont protesté qu’ils ne vouloient pas en faire les honneurs, à leurs risques et périls. Plusieurs ont prétendu que cette matière devoit être prêchée par les médecins et non par les pasteurs ; et tous ont répondu que les nouveaux évêques ne devoient pas plus se mêler de la vaccination, que les anciens ne se mêloient de l’inoculation». Annales litteraires et morales [A Paris], An XII- 1804, Tome I, pp. 428-429. 67 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 15 número de los fieles «y la prosperidad de la Monarquía Católica». 18. Habría de encargarse a los arzobispos y obispos que hi-ciesen publicar la bula con la mayor solemnidad, que la exhortasen, predicasen y explicasen en las iglesias, para instruir al pueblo del inmenso beneficio que había hecho Dios dando a entender un remedio tan fácil con-tra un mal que, o mataba, o dejaba desfigurados o cie-gos e inútiles a los que sobrevivían. Se recomendaba que los arzobispos y obispos en sus visitas diocesanas comprobasen si se hacía la vacunación «con su orden y ceremonias» y que visitasen y examinasen el libro para comprobar que se llevaba con cuidado y exactitud. 19. José Flores también indicó lo conveniente de mandar a los virreyes, presidentes y gobernadores que autorizasen, protegiesen y persuadiesen con su ejemplo la práctica de la vacunación y que diesen los auxilios necesarios para ello, «estando a la mira de la menor falta para advertirla, corregirla y enmendarla». 10. Al haber establecido las Reales Audiencias en Indias con el fin de asegurar la recta administración de justicia y para la protección y conservación de los indios, reco-mendó Flores que se instituyese a estos tribunales como ejecutores especiales de la vacunación en sus respecti-vos distritos. Señaló asimismo que los fiscales de las audiencias, según lo experimentado durante un quin-quenio y, después de oír al protomedicato, expusiesen y pidiesen lo que habría de reformarse o hacerse de nue-vo para que «la vacunación general» tuviera «mayor solidez, acierto y consistencia». Los fiscales, al final de cada año, habrían de pedir a los párrocos nota tomada del libro de vacunación para formar un estado con los datos de todo el distrito. Las audiencias habrían de in-formar a la Corona sobre todo lo concerniente a la vacunación, con los padrones de sus distritos. Así se podría conseguir «un estado general» de los habitantes de las Indias, y «proveer lo conveniente». 68 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 16 EL OFRECIMIENTO DE BERGÉS El 12 de abril de 1803, don Lorenzo Bergés, médico de la Real Familia, «joven, robusto y solo», se dirigió al Rey manifes-tando su deseo «de adelantar en su facultad» tanto en experi-mentos químicos como botánicos que pudieran ser útiles para la salud pública. Bergés indicó en su escrito que los vegetales y los minerales de América podían, «más que en otra parte, favo-recer a su intento, y en particular en el reino de Santa Fe». Por ello, solicitó permiso con el fin de pasar a allí, en compañía del Virrey don Antonio Amar, con quien estaba de acuerdo para ha-cer los experimentos y también para propagar la vacuna. Sobre ésta, señaló en su escrito que si bien se tenía noticia de ella, era desconocida «en aquel país». Bergés sólo quería que se le con-servase el empleo y sueldo que tenía como médico de la Real Familia y que, en lo sucesivo, le tuviese presente el Rey según fuesen «los adelantamientos que en su facultad tuviese»10. El 10 de abril de 1803, de Real Orden, el ministro Caballero comuni-có a Bergés que el Rey le concedía lo solicitado y que, con igual fecha, se avisaba de ello al ministro de Hacienda, al Consejo de Indias, al mayordomo mayor de Su Majestad y al Virrey electo de Santa Fe, don Antonio Amar11. Éste, el tres de mayo, se diri-gió al ministro Caballero, manifestándole estar prevenido de que el Rey había concedido a Bergés la gracia solicitada de pasar en su compañía al nuevo reino de Granada. Amar manifestó su convencimiento de que la práctica de la vacuna «debería ser de incomprensible beneficio para aquellos naturales», y que lo hu-biera manifestado así al ministro al pasar por el Real Sitio de Aranjuez, de haber dispuesto allí de algún tiempo más. En con-secuencia «de haber apetecido este beneficio de la humanidad», habría de informar al ministro de los progresos y méritos de Bergés en cuanto se proponía para que pudiera proporcionarle el premio a que le considerase digno»12. 10 Ibid., fº 404 y 404 vº. 11 Ibid., fº 405, 407 vº y 410 a 412 vº. 12 Ibid., fº 408 y 408 vº. 69 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 17 Por Real Resolución de siete de junio, el ministro Caballero comunicó a Bergés que el Rey consideraba habría de ser «muy lenta la propagación de la vacuna en sus dominios de Indias si sólo se comunicaba por el puerto de Santa Fe», de lo que se le había encargado. También le expresó el deseo de Su Majestad de que el «precioso descubrimiento» fuese conocido cuanto an-tes, «práctica y especulativamente», no sólo «en su vasta domi-nación de ambas Américas» sino también en la de Asia, por lo que había resuelto nombrar otros tres facultativos para que pasasen, con igual comisión, a los virreinatos de Nueva Espa-ña, Perú y Buenos Aires. Todos ellos habrían de estar pagados a costa del Real Erario, e ir con el número necesario de niños expósitos, que, inoculándolos sucesivamente durante el viaje, pudiese llegar el pus con toda su eficacia y se hiciese, «al arribo a Indias», la primera operación de brazo a brazo». El ministro Caballero también notificó a Bergés que todo iba a ser exami-nado de orden de Su Majestad, por una Junta de Facultativos», de cuyos resultados habría de darle noticia una vez que mere-ciesen la aprobación del Rey. Le manifestó asimismo que habría de aplazar su viaje para proporcionarle los mismos medios y auxilios que a los demás comisionados, con el fin de que fuese uniforme el método en los cuatro virreinatos13. EL CONSEJO DE INDIAS, EN EL PLENO DE TRES SALAS, CUMPLIENDO CON LA REAL ORDEN DE 13 DE MARZO, CONFORME CON EL FISCAL, PROPUSO LOS MEDIOS QUE ESTIMÓ NECESARIOS PARA EXTENDER A LOS DOMINIOS DE AMÉRICA LA INOCULACIÓN DE LA VACUNA Al tener noticia el Rey de los efectos de las epidemias de vi-ruelas en sus dominios de América, y deseando atajar, en cuan-to fuese posible, tan grave mal, dirigió Real Orden al Consejo de Indias para que dictaminase si podría extenderse a aquellos países la inoculación de la vacuna, y que, a tal efecto, propusie-se los medios que estimase necesarios. 13 Ibid., folios 413 a 414 vº. 70 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 18 Llegada la Real Orden al Consejo de Indias, el ministro que hacía de fiscal informó que el médico de cámara don José Flo-res en su informe de ocho de febrero, al referir los estragos que causaba las viruelas, había «recomendado mucho la inoculación de la vacuna» y que no se había hecho en Guatemala por no haber encontrado pus en las vacas y por haber llegado en mal estado el recibido, entre dos cristales, de La Habana y de Veracruz, a donde se había solicitado. Después de resumir el escrito de Flores, el fiscal del Consejo de Indias, manifestó su parecer favorable a que fuese «un pro-fesor inteligente» en uno de los buques correos de Su Majestad que se dirigiese a Veracruz, convencido de la bondad «de este preservativo poderoso» para que llevase consigo muchachos de la Casa de los Desamparados con el fin de que fuesen vacuna-dos sucesivamente, de modo que dejase algunos en Canarias, Puerto Rico y La Habana. Introducida la vacuna en estas islas, podrían pasar a Veracruz y Méjico con el mismo objeto, encar-gando a los gobernadores y virreyes de la Nueva España que, desde allí, propagasen la vacunación en sus distritos respecti-vos y en las provincias internas de la Comandancia General. El fiscal también señaló lo conveniente de dirigirse a los arzo-bispos y obispos para que auxiliasen, por su parte, la «saluda-ble providencia por todos los medios que estimasen oportunos», publicando edictos en los que recomendasen vivamente la vacu-nación. El fiscal fue de parecer favorable a que Flores participase en el ensayo, pasando también en el buque correo que hacía esca-la en Cumaná, Caracas y Cartagena para que, desde estos puer-tos, se difundiera la vacuna en la provincia de Costa Rica y en las de León de Nicaragua y Guatemala, «con la comisión de comunicar la vacuna a las provincias del Perú». Al fiscal le pa-reció oportuno recomendar como «otro profesor» a don Fran-cisco Balmis, de quien sabía era físico de Cámara y traductor del que él juzgaba ser el tratado más completo sobre la vacuna: el del doctor Moreau de la Sarthe. Y recomendó a Balmis «por su actividad, por su genio», y por haber hecho repetidos viajes a la Nueva España, y conocer «aquel país», al haber residido «largo tiempo» en él. 71 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 19 El fiscal del Consejo de Indias señaló en su dictamen que si el nuevo reglamento de correos marítimos no facilitase o impi-diese utilizar los barcos para hacer el servicio de los transportes que exigía la expedición de la vacuna, podrían habilitarse dos pequeños buques con este exclusivo cometido, cuyo coste habría de ser «de ninguna consideración», «comparado con el bien que se debía esperar». El fiscal indicó en su dictamen que si los dos profesores que señalaba no se prestasen voluntariamente a este servicio, o no fuese de la aprobación de Su Majestad conferirles el encargo, habrían de admitirle otros de Real nombramiento, sin que recibiesen paga ni obsequio por el trabajo a desempe-ñar. En cuanto a los jóvenes que participasen en la expedición, sugirió el fiscal que pudieran «quedar bajo la protección del Gobierno», o regresar «según pareciese conveniente», formándo-se una instrucción de lo demás que se considerase conducente, por un profesor que nombrase Su Majestad. El Consejo de Indias, en el pleno de las tres salas, después de exponer que don Francisco Requena, ministro de aquel tri-bunal, había señalado las ventajas de la propagación de la va-cuna en Indias, de referir el informe de Flores y de resumir su contenido, pasó a contestar a la referida Real Orden de 13 de marzo. El Consejo, conformándose con el dictamen del fiscal, emitió su parecer el 22 de marzo de 180314. El marqués de Bajamar, aunque había firmado la consulta hecha a Su Majestad por el Consejo de Indias, al no estar con-forme con el dictamen, envió escrito sobre las razones que ha-bía tenido para no convenir en todo lo que había opinado el mayor número de vocales que habían concurrido a la votación. Lo hizo así para que, agregándose su escrito al expediente, se tuviese en cuenta al tiempo de resolver Su Majestad lo que fue- 14 El pleno de las tres salas estaba formado por don Fernando José Mangino, el conde de Pozos-Dulces, don Manuel José de Ayala, don Mi-guel Calixto Acedo, don José Antonio de Urizar, don Fulgencio de la Riva, don Vicente Hore, don Pedro Jacinto Valenzuela, don Francisco Requena, el conde de Torre-Múzquiz, don Ignacio Omulryan, don Manuel de Soto, don José de Rojas, don García Gómez Jara, don Antonio Gámiz, don Tadeo de Galisteo y don Francisco Javier de la Vega. Ibid., folios 321-323 y 334 a 340 vº. 72 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 20 se más de su Real Agrado. El escrito está fechado en Madrid, a 26 de mayo de 180315. Al mismo tiempo, y poniéndose de acuerdo con los proto-medicatos que había en cada capital del Virreinato, habría de instruir y formar «nuevos operarios» que se distribuyesen por todo el territorio y provincias lejanas, auxiliados por las instruc-ciones de aquellos tribunales y providencias de ayuda que pu-dieran tomar los virreyes. A éstos habrían de corresponder «las menudas distribuciones» de la acción vacunadora, con el fin de que, según su prudencia y conocimientos prácticos, actuaran de acuerdo a lo dispuesto en la Real Resolución de seis de junio de 1803, dirigidas a don Antonio Gimbernat y a don Manuel Núñez pertenecientes a la Junta de Cirujanos de Cámara. Se señaló que era deseo del Rey «ocurrir a los estragos» que cau-saban en sus dominios de Indias «las epidemias frecuentes de viruelas y proporcionar a aquellos sus amados vasallos» los auxi-lios que dictaba «la humanidad, el bien del Estado y el interés mismo de los particulares», tanto «de la clase más numerosa que, por menos pudiente», sufría «mayores daños, como de las demás, acreedoras todas a su Real beneficencia». Por ello, se señaló en la Real Resolución que Su Majestad, oído el dictamen del Consejo de Indias, quería que se propagase en América, a costa del Real Erario, la inoculación de la vacuna, «acreditada en España y casi en toda Europa con pruebas incontestables como un preservativo de las viruelas naturales». A tal fin, que-ría Su Majestad que tanto Gimbernat como Núñez, «asociándo-se los cirujanos de la Real Cámara don Leonardo Galli y don Ig-nacio Lacaba», buscasen y propusiesen, con la brevedad posible, tres facultativos «hábiles e idóneos, por sus luces y experiencia», que se conviniesen a pasar, en la primera ocasión oportuna, a los virreinatos de Nueva España, Perú y Buenos Aires, «arre-glando con cada uno de ellos el sueldo» que hubiesen de gozar y la cantidad a recibir en España para los preparativos del via-je, teniendo entendido que habrían de embarcarse en buques correos de la Real Armada, y ser mantenidos durante la nave-gación. En la Real Resolución, se indicó que, «siendo lo más 15 Ibid., folio 345 y 345 vº. 73 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 21 esencial y difícil» para la empresa de la vacunación conservar el pus «con toda su actividad en tan dilatados viajes y en el trán-sito por la línea y climas diversos», había pensado Su Majestad que el medio más seguro era que cada facultativo llevase el número suficiente de niños «de buena expresión» que no hubie-sen sufrido viruelas naturales, ni inoculadas. Los niños habrían de sacarse de las Casas de Expósitos y de los Desamparados de Madrid para que fuesen inoculados sucesivamente por el facul-tativo correspondiente de modo que, al llegar a América, pudie-ran vacunar allí de brazo a brazo. En la Real Resolución se señaló que los niños habrían de ser «habilitados, conducidos, y mantenidos» de cuenta del Real Erario hasta que tuviesen «ofi-cio o modo de vivir». Los niños habrían de ser recomendados a los virreyes para que les proporcionasen educación, subsisten-cia y destino. En cuanto a los profesores comisionados, también habría de encargarse a los virreyes que los honrasen, distin-guiesen y pagasen puntualmente sus sueldos, siempre que todos ellos desempeñasen las obligaciones contraídas. Una de las ta-reas de los profesores habría de ser enseñar a los facultativos de Indias cómo hacer las vacunas y pasar a las provincias, ciu-dades y lugares en cada virreinato, según dispusiese el Virrey res-pectivo. También se mandó en la Real Resolución que se com-prasen, de cuenta del Real Erario, ejemplares del Tratado histórico y práctico de la vacuna para que los virreyes los distribuyesen gratuitamente entre los facultativos americanos, haciendo reim-primir la obra, en cada capital, si fuese necesario, con el fin «de generalizar la operación y enseñarla práctica y especulativa-mente a un mismo tiempo». En la Real Resolución, se hizo cons-tar que, estando nombrado por Su Majestad el médico de fami-lia don Lorenzo Berges, «y en camino para el virreinato de Santa Fe», no era necesario que Gimbernat y Núñez informa-sen sobre este facultativo. Sí se insistió en que propusiesen lo que estimasen conveniente sobre las condiciones, dotaciones y medios con que hubiesen de ser auxiliados16. Los cirujanos de Cámara contestaron al encargo que se les hacía, manifestando que consideraban conveniente para la más 16 Ibid., folios 349 a 355. 74 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 22 acertada elección de los profesores que viajasen a América, pu-blicar la Real Resolución en el Real Colegio de San Carlos de Madrid, ya que así llegaría a noticia de los más aptos para des-empeñar la comisión de la vacuna. Así, la Junta podría propo-ner al ministro Caballero los facultativos «más sobresalientes» entre los que pretendieran el encargo17. La publicación en el Co-legio de San Carlos se mandó hacer al día siguiente18. DICTAMEN DEL GOBERNADOR DEL CONSEJO DE INDIAS EN EL EXPEDIENTE DE EXTENDER LA VACUNA EN AMÉRICA El gobernador del Consejo de Indias, marqués de Bajamar, trató en su dictamen de las medidas que estimaba convenía adoptar para el pago a los profesores que colaborasen en la di-fusión de la vacuna en América y sobre cómo podría hacerse. Recordó que el gobierno y jurisdicción de «todas las Américas» estaba dividido en cuatro virreinatos; que los virreyes eran re-presentantes del Soberano en los territorios de las respectivas de-marcaciones y que tenían la autoridad necesaria para promo-ver «el bien público y universal» de los habitantes. Por ello, el presidente del Consejo de Indias pensaba que los virreyes debe-rían encargarse de promover la inoculación de la vacuna. Para proceder en esto, el marqués de Bajamar señaló en su dictamen que cada Virrey habría de tener a su disposición «un profesor experimentado» en vacunación para que comenzara a aplicarla en la capital del respectivo virreinato de modo que, comproba-da la eficacia del método, procediese a proseguirlo en las pro-vincias más próximas, instruyendo al mismo tiempo a los protomedicatos y actuando de acuerdo con ellos, de modo que pudieran formarse expertos que se distribuyesen en todo el te-rritorio y provincias lejanas para actuar de acuerdo con las ins-trucciones generales recibidas. El presidente del Consejo de In-dias indicaba en su dictamen que los encargados de vacunar en 17 Firman el escrito dirigido a don José Antonio Caballero, Antonio Gimbernat, Leonardo de Galli e Ignacio Lacaba. Ibid., folio 357 y 357 vº. 18 Ibid., folio 358 y 358 vº. 75 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 23 las provincias habrían de tener libertad de actuar «en las me-nudas distribuciones de esta comisión» con el fin de que, «se-gún su prudencia y conocimientos prácticos», dispusiesen lo que estimasen conveniente para alcanzar al fin que Su Majestad había dispuesto. Esta libertad de acción en los asuntos de deta-lle sabía el presidente que era necesaria al no ser posible, desde las capitales de los virreinatos, «individualizar ni explicar por menor la carrera e itinerarios» que hubiesen de seguir los pro-fesores que llevasen el proyecto a la práctica. De acuerdo con todo lo expuesto, el presidente del Consejo de Indias propuso en su dictamen que el Rey destinase tres facultativos para que uno de ellos pasase al reino de la Nueva España, otro al virreinato del Perú y el tercero al de Buenos Aires, por estar ya nombrado el del reino de Nueva Granada, que acompañaba en su viaje al Virrey de Santa Fe, don Antonio Amar. Señaló también en su dictamen que los profesores, a su parecer, deberían trasladarse a sus respectivos destinos en los buques de guerra que llevaban la correspondencia desde España a los puertos de América y que el pasaje debería correr a cargo de la Real Hacienda, o de la misma Renta de correos, lo que no habría de ser «muy gravo-so ». Opinaba asimismo que el profesor que fuese destinado a la Nueva España podría detenerse en La Habana el tiempo preci-so para vacunar allí e instruir a los médicos y facultativos so-bre cómo utilizar el nuevo procedimiento. Una vez establecido en la isla de Cuba «y comunicado a la isla de Puerto Rico», podría dirigirse a Veracruz y a Méjico para «establecer el méto-do y reglas» que deberían observarse tanto en la capital del Virreinato como en las provincias y reinos de la Nueva España, hasta el gobierno y territorio de Guatemala, bajo las órdenes que se le comunicasen por el Virrey. El facultativo que se desti-nase para difundir la vacuna en el Virreinato del Perú, según parecer del presidente del Consejo de Indias, habría de «dirigir-se en derechura a Cartagena, Portobelo, Panamá y Lima» para actuar allí según las reglas ya prefijadas. El que se destinase a Buenos Aires, siempre según el parecer del marqués de Bajamar, habría de ir «en derechura a aquella capital y, en ella y en la jurisdicción de su Virreinato», hacer las vacunaciones «en la propia conformidad que los otros». Todos habrían de llevar con- 76 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 24 sigo «el pus o vacuna legítima y bien experimentada en Espa-ña, con todas las precauciones del arte», para que llegase «con la propia virtud» que tenía. El presidente del Consejo de Indias esperaba que el pus se pudiera encontrar en América, «mayor-mente en los países cálidos» en donde se apacentaba el ganado, aunque siempre resultaría prudente «llevarla de antemano, para no frustrar la idea y el proyecto por falta del material indispen-sable para la operación». Una vez establecido el procedimiento general para difundir la vacuna, el gobernador del Consejo de Indias pasó a exponer en su dictamen cómo «buscar medios y arbitrios» para «salir al encuentro a la mortandad» sufrida siempre en América en las epidemias de viruelas. De ellas eran víctimas principalmente «las clases de indios, negros y mulatos». Las epidemias, según él, en ocasiones, habían «desolado provincias enteras, llevándose la mitad o las dos terceras partes del todo de dichas clases» con lo que se había originado que no sólo quedasen «yermos los cam-pos y sin cultivo por falta de manos trabajadoras, sino también el laboreo de las minas y el producto de las haciendas». Aludió asimismo el presidente en su informe a que, debido a las mortandades provocadas por la viruela, disminuía «el ramo de los tributos de los indios» pues, al faltar contribuyentes, baja-ban los ingresos de la Real Hacienda en lo correspondiente a esta contribución, que él calificó de «justa y debida». Por todo ello, indicaba que si «por un medio tan humano y precautivo como el de la inoculación de la vacuna» se evitaba «la muerte» de tantos como sacrificaba «el azote de las viruelas», lo que exigía «la humanidad», lo hacía también «preciso el interés pú-blico y la contribución debida a S.M.». En el razonamiento que expuso en su dictamen el presiden-te del Consejo de Indias, se unen los sentimientos humanitarios y los intereses económicos y hacendísticos. Aconsejó que se pro-moviese la difusión de la vacuna en América, y que los gastos corriesen a cargo de la Real Hacienda. Si el fisco se interesaba «tan de lleno en la conservación de sus tributarios y en los demás derechos reales de los productos de la agricultura, comer-cio y minas» cuando estaban cultivadas las tierras «y los labo-reos de aquellas florecientes», era del «Real interés» que su- 77 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 25 fragase los gastos ocasionados por la remuneración y actuacio-nes de los profesores que pasasen a América, que él juzgaba ha-brían de ser «bien cortos», si se comparaban con «las utilida-des » que habría de reportar a la Real Hacienda «la conservación de tantos vasallos útiles» como habría de resultar, al redimirlos de la muerte, por la «introducción de la vacuna» que pusiese fin al «estrago de las viruelas». El presidente del Consejo de Indias señaló, además, «otro ramo» del que «se pudiera echar mano: el de «censos de indios». Ocurría, como limitación de esta posi-bilidad, que si bien estaban establecidos en el distrito de la Au-diencia de Charcas, ignoraba si había este arbitrio en el distrito de las de Lima, Chile y en la Nueva España. Por ello, señaló que no hallaba «proporción» para que se hiciesen cargos sobre él que pudieran ser seguros. No obstante, manifestó saber que en el Banco Nacional de San Carlos había depositados «algu-nos caudales de comunidades de Indios», de las que no le cons-taba que estuviesen invertidos sus réditos, ni con qué fin se habían colocado allí. Los propios y arbitrios patrimonio de ciu-dades, villas y lugares que los tenían, estaban destinados a su-fragar los gastos municipales (sueldos y erogaciones de los Ayun-tamientos) conforme a sus respectivas ordenanzas, y al arreglo de caminos, puentes, calzadas y demás obras públicas. Por ello, el dinero correspondiente a propios y arbitrios no se podía reti-rar ni aplicar a otras atenciones, a menos que se dejase a las poblaciones sin recursos para atender a tan necesarios fines. El gobernador del Consejo de Indias indicó asimismo en su Dicta-men que convendría enviar circulares a los arzobispos y obispos con el ruego y el encargo de que cooperasen, con el estado ecle-siástico, a difundir el uso y práctica de la vacuna en sus respec-tivos distritos. Además de exigirlo así la caridad cristiana, habría de resultar para la iglesia «el beneficio» de que no decayese, «con la mortandad de sus feligreses, la gruesa de diezmos de la dotación de sus iglesias ni el Real interés de los novenos aplica-dos a S.M., conforme a las respectivas erecciones de cada obis-pado »19. 19 El dictamen del gobernador del Consejo de Indias, marqués de Baja-mar, se conserva original en el legajo cit., folios 346-347. 78 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 26 EL PROYECTO DE FRANCISCO XAVIER DE BALMIS Acababa Balmis de traducir el Tratado de vacunaciones es-crito por J. L. Moreau de la Sarthe, cuando se circuló la Real Resolución de 29 de julio de 1803, dirigida a los virreyes de Nueva España, del Perú, de Buenos Aires y de Santa Fe, al comandante general de las provincias internas de Nueva Espa-ña, a los gobernadores e intendentes de Veracruz y de Yucatán y de Puerto Rico, al gobernador de La Habana, al presidente de Guatemala, al gobernador capitán general de Caracas, al intendente de esta ciudad, al gobernador de Cartagena de In-dias, a los presidentes de Quito y de Chile y al gobernador de Filipinas. Balmis presentó un proyecto de viaje para hacer las vacu-naciones necesarias en distintos lugares de América y de Asia, acompañado del derrotero o itinerario que habrían de seguir los expedicionarios, bajo su dirección. El «Derrotero para conducir con la más posible brevedad la vacuna verdadera y asegurar su feliz propagación en los cuatro virreinatos de América, provincias de Yucatán y Caracas, y en las islas Antillas» consta de siete artículos y tres notas adicionales. En el Derrotero, se señala que los expedicionarios habrían de embarcar en el puerto de La Co-ruña, en un paquebote destinado a la vacunación. De La Coru-ña, el paquebote habría de dirigirse a Tenerife y llevar uno de los niños vacunado para establecer en la isla la práctica, con el fin de que pudiera propagarse en las demás islas Canarias. Se calculaba que la navegación entre La Coruña y Tenerife habría de durar unos ochos días. Desde Tenerife, los expedicionarios habrían de dirigirse a Puerto Rico, en una navegación que se calculaba habría de durar veinte días. De Puerto Rico, habrían de pasar a La Guayra, después de ocho días de navegación. Desde La Guayra, los vacunados habrían de dirigirse, a pie, hasta Caracas, camino que se estimaba habría de exigir tres horas. Una vez hecha allí la vacunación, volverían a La Guayra para tomar rumbo a La Habana, en navegación que se calcula-ba podía durar ocho días. De La Habana, los expedicionarios habrían de pasar a Campeche, en unos cuatro días de navega- 79 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 27 ción. De Campeche habrían de dirigirse a Mérida, para lo que necesitarían dos días. Hecha allí la vacunación, habrían de reembarcarse de nuevo en Campeche con destino a Veracruz, lo que se calculaba habría de exigir cuatro días de navegación. Desde el puerto de Veracruz, habrían de continuar los vacu-nadores el camino hasta la villa de Jalapa, en dos días, para proseguir su ruta hasta la Puebla de los Ángeles en otros dos y, en tres más, llegar a la ciudad de Méjico, después de haber he-cho la vacunación en todas estas ciudades y asegurado que se propagase. Al desconfiar de que pudiera conservarse «el fluido vacuno» aun guardado entre cristales, por la facilidad con que degeneraba, se pensó que, entre el puerto de Acapulco y El Callao, debería hacerse la navegación en otro barco. Por ello, el paquebote que había zarpado en La Coruña habría de regresar a España desde Veracruz, con los niños españoles que hubiesen formado esta primera expedición. Una vez hecha la vacunación en la ciudad de Méjico, e ins-truidos «sus profesores» de lo que convenía hacer para difun-dirla, habría de tratarse con el Virrey de cómo propagarla en varias ciudades de aquel reino. Los empleados en la vacunación habrían de dirigirse a los lugares que más conviniese. Al termi-nar sus trabajos habrían de reunirse en la ciudad de Méjico para proceder a la nueva expedición que partiría del puerto de Acapulco para dirigirse al Callao de Lima. La navegación en-tre Acapulco y el Callao se estimaba que podría durar entre veinticinco y treinta días. A efecto de mantener la vacuna fres-ca, se pensó en que bastarían de doce a dieciséis niños que po-drían sacarse del hospicio de la ciudad de Méjico. Una vez he-cha la vacunación en Lima y asegurada su propagación, el director, con el acuerdo del Virrey, habría de disponer cómo di-fundir la vacuna en todo aquel territorio, formando tres divisio-nes: una para dirigirse, desde Lima, a Oruro, a Tucumán y a Buenos Aires; otra, desde Lima a Chile, con vacunaciones en las zonas intermedias y, la tercera, desde Lima a Guayaquil, Quito, Popayán y Santa Fe. Los viajes que se emprendieran desde Lima, al hacerse por tierra y por carreteras muy frecuentadas, ya que apenas transcurrían tres días sin encontrar población, podrían permitir vacunar «brazo a brazo» sin riesgo de que se 80 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 28 alterara el suero. Con ello, podría conseguirse la propagación de la vacuna en toda América, «mediante el celo y trabajo» de los empleados que participasen en la «gloriosa expedición», al dedi-car todas sus fatigas al debido cumplimiento de la empresa pro-movida por «el amor paterno» del augusto monarca y por el celo de «su sabio ministro» —Caballero— a quien habría de se-ñalar la posteridad como «el promovedor de tanto bien». La mayor dificultad, entre todas las que originaba la expedi-ción, era la de conservar «el fluido vacuno» con todas sus pro-piedades. Para conseguir que fuese así, se requería hacer una progresión sucesiva de vacunaciones. Por ello, cuanto más du-radera fuese la navegación mayor habría de ser el número de vacunas que se hiciesen. Así, pues, al aumentar las dificultades con la distancia, y siendo tanta la que separaba España de Buenos Aires y de Lima, no era aconsejable organizar una ex-pedición directa, ya que bastaba que faltase —que fallase— «una sola progresión vacunal» para que fuera inútil la empresa. En el informe de Balmis, se añadió que, en caso de querer llevar la vacuna a las islas Filipinas, se podría hacer con mucha facili-dad, ya que desde Acapulco a las islas Marianas se tardaba en-tre treinta y cuarenta días y desde allí a Manila de ocho a diez. La rapidez en la ida se debía a los vientos generales favorables. La vuelta, hasta Acapulco, resultaba «penosa y larga» y podía durar más de seis meses20. 20 Por un suplemento al derrotero para propagar la vacuna desde la América Septentrional a la Meridional y desde allí a las islas Filipinas se conoce con mayor detalle la propuesta de un recorrido alternativo: Veracruz - La Habana - La Guayra - Caracas - Cartagena - Río Magdalena - Santa Fe - Popayán (y propagación de la vacuna en todo Chocó) - Almaguer - San Juan de Paítos - Villa de San Miguel de Ibarra - Quito - Cuenca - Loja - Valladolid - Jaén (y propagación de la vacuna en Guayaquil y en todas sus provincias, cercanas al mar) - Chachapoyas - Lima (y propagación en todo el virreinato del Perú) - Guarochini - Jauja - Guamanga - Cuzco - Chacuito - La Paz - Oruro - La Plata - San Miguel de Tucumán - Santiago del Estero - Córdoba de Tucumán, en donde los expedicionarios habrían de dividirse, para pasar, unos, al reino de Chile y los demás seguir «el camino trillado de Buenos Aires». Los que fuesen a Buenos Aires, podrían pasar al Paraguay y, desde allí, a Buenos Aires para, por el río de la Plata, dirigirse a Montevideo, embarcándose en aquel puerto para regresar a España. Los que fuesen a 81 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 29 APROBACIÓN DEL PROYECTO DE BALMIS Por Real Orden de 20 de junio de 1803, la Junta de Ciruja-nos de Cámara examinó el reglamento y derrotero que había presentado Balmis, conformándose con uno y otro. La Junta había previsto proponer facultativos para dirigir la vacunación y, al tiempo, un plan semejante para garantizar el éxito de la empresa y evitar gastos. Consistía el plan de los facultativos en enviar un barco a cada uno de los tres virreinatos de Méjico, Perú y Buenos Aires. Reconocieron los miembros de la Junta que el plan propuesto por Balmis hacía más seguro que se con-siguiese el objetivo propuesto por Su Majestad. El siete de marzo de 1803, don Antonio de Gimbernat, miem-bro de la Junta de Cirujanos de Cámara, envió carta a Balmis en la que le manifestaba ser «sumamente interesante a la hu-manidad » y a la población de América el plan que había pro-puesto, que calificó de «excelente, el más asequible y seguro en realizarse», dirigiéndolo «al Excmo. Señor Generalísimo» [don Manuel Godoy]. Gimbernat no tenía duda de que el Príncipe de la Paz adoptase el plan «llevado de su gran celo para la mayor felicidad de la Patria», por lo que hizo saber a Balmis en esta carta que las circunstancias que concurrían en él para el debi-do desempeño de la importante misión le hacían acreedor de Chile habrían de dirigirse desde Córdoba de Tucumán a San Luis de la Punta, Mendoza y Santiago de Chile y, desde allí, a Concepción. Los expe-dicionarios, cuando regresasen a Santiago, podrían pasar a Valparaíso para embarcarse y proseguir su viaje por la costa, en pequeñas navegaciones, con el fin de dirigirse a Coquimbo, Copiapó, Arica, Ylo, y Lima y, desde esta ciudad, a Trujillo y a Guayaquil, si se quisiese, aunque no habría de ser necesario, una vez que ya se hubiese propagado la vacuna en Quito. Desde allí, habrían de dirigirse a Panamá para propagar la vacuna en aquella zona. Habrían de pasar luego a Chagres, en la parte septentrional del istmo, para proseguir su ruta hasta Portobelo y, de allí, a La Habana y regresar a Espa-ña. La vacunación en Guatemala podría organizarse desde Méjico o desde Panamá y, en Filipinas, mediante navegación desde Acapulco, aprovechan-do la salida de la nao en el mes de marzo. Para ello, habrían de quedarse allí, hasta entonces, un practicante y un enfermero para vacunar a los niños durante la navegación. 82 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 30 obtenerla. Gimbernat añadió en la carta que si él «tuviera al-gún influjo para ello», habría de experimentar Balmis «el buen efecto de su amigo». La intervención de Gimbernat en el proyecto de llevar la vacuna a América y sus conversaciones con Godoy quizá se in-terfirieron con las gestiones que hacía Balmis con el ministro Caballero. La enemistad entre Godoy y Caballero era manifies-ta. El valimiento de Godoy con los reyes nunca fue lo suficien-temente grande como para conseguir la caída de Caballero. Godoy manifestó en sus Memorias su enemistad vital con Caba-llero, al que reconocía gozar «siempre con los reyes de una gran confianza» y la utilizaba para lograr que Carlos IV y María Luisa «tuviesen por celo y por lealtad los embrollos y los chis-mes con que turbaba su reposo». Godoy afirma en sus Memo-rias que Caballero le hacía «la guerra sorda procurando ocasio-nes y buscando incidentes» con que poder perder en el ánimo del Rey a aquellos mismos hombres cuyos merecimientos en las letras y en las ciencias hacían que les hubiera apoyado el Prín-cipe de la Paz y que habían encontrado en él «sus medios de carrera y de fortuna». Según Godoy, la lucha entre él y Caba-llero era continua y a veces «dura y agria»: de parte de Godoy, el enfrentamiento era —según él— franco «y con orgullo»21. De 21 Godoy hizo un retrato despiadado de Caballero, a quien respon-sabilizó de la caída de Jovellanos como ministro de Gracia y Justicia y de Meléndez como fiscal de la Sala de alcaldes. Estas son las palabras de Godoy, en las que no faltan alusiones despectivas a defectos físicos: «Don José Antonio Caballero, uno de los mil leguleyos que acababan su carrera en España y recibían sus grados sin haber leído ni una sola página de la Historia, sin conocer la crítica ni el fundamento de las leyes, sin más filo-sofía que una mala y estrafalaria dialéctica, sin más estudio que las glosas de los viejos comentadores del Derecho Romano y del Derecho Patrio, sin más arte que el de la argucia y las cavilaciones de la curia, este hombre dado al vino, de figura innoble, cuerpo breve y craso, de ingenio muy más breve y más espeso, color cetrino, mal gesto, sin luz su rostro como su espíritu, ciego de un ojo y del otro medio ciego, tuvo la fortuna de entrar en la magistratura por influjo de un tío suyo, don Jerónimo Caballero, vie-jo militar de las antiguas guerras de la Italia y ministro de la guerra que había sido en poco tiempo. En fatal hora para España, no bien hallado en el estrecho círculo que le hacía, para hacer daño, su plaza de fiscal togado en el Consejo de Guerra, se colocó en el poder aquel raposo, nuevo agente 83 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 31 parte de Caballero, «con asechanzas y perfidias». Según Godoy, su poder había hecho más ruido y había parecido «más brillan-te » en la segunda época en la que Carlos IV le había hecho generalísimo del ejército y de la armada, aunque no había sido, «ni con mucho», tanto como en la primera época. Godoy reco-noció en sus Memorias que en sus ocho últimos años —justo los que coinciden con la preparación y el desarrollo de la Real ex-pedición de la vacuna— había tenido «un clavo y una rémora contra todo lo bueno en el ministro Caballero» quien, disimu-lando con doblez, hacía «la guerra sorda» a todos los proyectos de mejoras y reformas», de modo que, viéndose vencido muchas veces por Caballero, nunca había podido él «vencerle entera-mente »22. A pesar de lo que pueda haber de fiel en este retrato del ministro, lo cierto es que tanto Balmis como Salvany estuvieron siempre a las órdenes y en relación directa con Caballero. Le informaban de todas sus actuaciones y le trataban con afecto. Parece, pues, que Caballero, como secretario de Estado de Gra-de perdición de todo lo bueno, que jamás en su vida concibió en su cora-zón un solo sentimiento generoso. El portillo que él buscó para su entrada fue uno de aquellos que, para tormento de los reyes, no se cierran nunca enteramente en los palacios: el portillo del espionaje, el torno de los chis-mes, el zaguanete de la escucha». Godoy presumía de haber cerrado ese acceso durante algunos años, aunque Caballero había conseguido abrirlo, anunciándose como «celador del orden y enemigo de las facciones» y figu-rando «montes de peligros que rodeaban al gobierno», de innovadores que lo minaban, de servidores falsos que lo vendían, de espíritus inquietos que lo acechaban, de proyectos deslumbradores que le eran tendidos como re-des. Esta era, para Godoy, «la táctica probada» que cercaba y aprisionaba casi siempre «a los que en la altísima cumbre casi aislada del poder» no ven nada, que sea claro, por sus ojos. Caballero se habría aprovechado de la inquietud y de los temores que provocaban en los reyes las doctrinas revolucionarias de Francia y conseguido tener inquieto y recelosa «al be-nigno corazón de Carlos IV». El «buen rey» sin entregarse ciegamente a los consejos de Caballero, le habría creído «en muchas cosas» y juzgado «un hombre honrado, lo estimó necesario y le llevó a su lado como una espe-cie de fiador sobre los muelles del gobierno que contuviese su disparo». Manuel Godoy, Príncipe de la Paz: Memorias críticas y apologéticas para la historia de reinado del señor don Carlos IV de Borbón. Biblioteca de Auto-res españoles. Tomo 88 (Madrid, 1965), pp. 377 y 258- 259. 22 Ibid. 84 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 32 cia y Justicia, favoreció en cuanto pudo el éxito de la expedición, por lo que esta empresa debe figurar como acción laudable de su ministerio. A los miembros de la Junta de Cirujanos de Cámara les pa-reció que, al salir los expedicionarios de cada puerto, habría de ir más de un niño vacunado «y con señales positivas de estarlo realmente», por la contingencia que pudiera haber de que, du-rante la navegación, «ocurriese algún accidente que inutilizase el pus de uno», aunque al salir «tuviese el grano con todas las señales de la verdadera vacunación». Veían que era necesario y justo que el empleo de director de la comisión recayera en Balmis, y que llevara cuatro ayudantes, entre los cuales habría de contarse don Lorenzo Bergés, no sólo porque pudiera falle-cer alguno de ellos en los desplazamientos, sino también porque, al salir tres comisiones desde Lima con dirección a Buenos Aires, Chile y Santa Fe no eran suficientes los dos que propo-nía23. Según el parecer de los miembros de la Junta, deberían ir siempre dos ayudantes juntos en las expediciones para augurar el éxito. Además, en el virreinato de la Nueva España, habría de ser más rápida la vacunación si se enviaban varios facultati-vos desde la capital a las distintas ciudades. También recomen-daron los miembros de la Junta de Cirujanos de Cámara que Balmis llevase unos trescientos a cuatrocientos vidrios para re-partirlos ente los mismo facultativos con el fin de que enviasen, de una a otra parte, el pus, cuando no pudiera hacerse la vacu-nación sucesivamente brazo a brazo. Habría de instruirles de cómo poner el pus en otros vidrios para preservarlo, en lo posi-ble, de toda degeneración. La Junta de Cirujanos de Cámara 23 En carta de Balmis al ministro José Antonio Caballero fechada en Madrid el 18 de junio de 1803, con la que acompañó el derrotero y el reglamento de la expedición para propagar la vacuna, se quejó de que, al salir de la visita que le había concedido, había ido a ver a Gimbernat y que éste le había dicho en tono serio que debía de proponer a dos facultativos que fuesen iguales a él —a Balmis— en el mando de la empresa. Balmis quiso persuadir a Gimbernat de los inconvenientes del triunvirato, ya que él solo pretendía el éxito de una expedición gloriosa que habría de ser envidiada «de todas las naciones» si se hiciese como era debido, cosa im-posible con tres jefes, pues jamás se había «convenido en un parecer el de distintos profesores». 85 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 33 dio, como ayudantes del director de la expedición, a los faculta-tivos licenciados don José Salvany, cirujano del Real Sitio de Aranjuez, discípulo del Real Colegio de Barcelona, quien podría hacer las veces de director, en caso de que fuera necesario. Don Ramón Fernández Ochoa y don Manuel Julián Grajales, discí-pulos del Real Colegio de San Carlos. En los tres consideraba la Junta de Cirujanos «la aptitud y la disposición necesarias» para desempeñar el encargo. La Junta de Cirujanos, debido a las fa-tigas que habría de originar la expedición, sugirió que se re-munerase a los ayudantes con mil duros al año, tiempo que habría de correr desde que saliesen de Madrid, hasta que re-gresasen a la Corte y se les colocase en destino competen-temente. Además, habrían de dárseles al contado «para su ha-bilitación », cien doblones a cada uno y el importe de sus des-plazamientos por tierra, tanto en España como en América. Durante la navegación, su mantenimiento habría de correr a cuenta de la Real Hacienda, como tenía dispuesto Su Majestad. La Junta de Cirujanos facultó a Balmis para elegir o proponer a los enfermeros24. NOMBRAMIENTO DE BALMIS COMO DIRECTOR DE LA EXPEDICIÓN Por oficio de 28 de junio de 1803, fue nombrado Francisco Xavier de Balmis director de la expedición marítima que habría de salir de La Coruña para La Habana con escala precisa en las islas de Tenerife y Puerto Rico. Balmis era por entonces médico de Cámara honorario. Se le asignaron los mil pesos fuer-tes de sueldo al año, a cobrar desde que saliese de Madrid has-ta que regresase de la comisión que iba a dirigir. Cumplido este encargo, Balmis habría de cobrar la mitad de lo asignado hasta que tuviera «destino correspondiente al celo y desempeño que 24 La Junta de Cirujanos de Cámara emitió su informe, en Aranjuez, el 23 de junio de 1803. Lo firmaron Antonio de Gimbernat, Leonardo de Galli e Ignacio Lacaba. Dirigieron el informe al ministro don José Antonio Ca-ballero. 86 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 34 acreditase». Habría de recibir, asimismo, doscientos doblones, por una vez, para su habilitación. Con la expedición filantrópica de la vacuna, el Soberano qui-so proporcionar «a sus amados vasallos» de América los auxi-lios que dictaban «la humanidad y el bien del Estado». No sólo resolvió el Rey que se propagase la vacuna en América, sino que quiso, a ser posible, llevarla a Filipinas. Dadas las diferentes rutas que habrían de seguir los expedicionarios una vez llega-dos a La Habana, se consideró conveniente nombrar ayudantes de Balmis a los facultativos don José Salvany, don Ramón Fernández Ochoa, don Manuel Julián Grajales y don Antonio Gutiérrez y Robredo. Como practicantes fueron nombrados los cirujanos don Francisco Pastor y Balmis y don Rafael Lorenzo Pérez. Para enfermeros, fueron designados don Basilio Bolaños, don Ángel Crespo y don Pedro Ortega. Todos los nombrados habrían de viajar, tanto en España como en las Indias, por cuenta de la Real Hacienda. Como era muy difícil conservar el fluido vacuno con todas sus propiedades, en tan dilatados des-plazamientos, Su Majestad resolvió que los facultativos llevasen «número proporcionado de niños expósitos» que no hubiesen padecido viruelas, para que, «mediante una progresiva vacuna-ción » desde Madrid, y a bordo del navío en que viajaran a In-dias, pudieran hacer los profesionales «la primera operación de brazo a brazo, continuándola después en los cuatro virreinatos e instruyendo en el método de practicarla a algunos facultati-vos naturales». Balmis, al recibir la comunicación del 28 de junio, mostró su complacencia al ministro Caballero, en carta fechada en Madrid el dos de julio del mismo año, por su nombramiento como director «de la gloriosa expedición» que habría de salir del puerto de la Coruña con tan importante cometido. Atribuyó a Caballero, en esta carta, ser «el autor de tan generosa empre-sa », y el que le había proporcionado la gran satisfacción de di-rigirla. Decía faltarle palabras «para tributarle las debidas gra-cias » y que sólo le quedaba el recurso de unir sus votos «con los de toda la América para pedir al Todo Poderoso la conserva-ción de tan benéfico Rey y de su sabio ministro». También ex- 87 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 35 presó suplicaba a Dios le diese fuerzas y acierto para llevar a su debido cumplimiento los deseos de Su Majestad y los del minis-tro para lo que no perdonaría fatiga alguna. Con motivo de agradecer el nombramiento, Balmis quiso exponer al ministro Caballero algunas reflexiones sobre varios aspectos de la expe-dición. Lo hizo porque, pareciéndole el ministro «tan amante de la verdad y la justicia», no habría de poder admitir que, «por una mala inteligencia y equivocadas ideas de la Junta de Ciru-janos », se perjudicase en sus intereses a los participantes en la penosa expedición debido a la cuantía de los sueldos que se les había fijado. Balmis sabía por experiencia que era costoso vivir en América y lo caro que resultaban las continuas y penosas marchas, pues obligaban a gastos tan extraordinarios que, «sin una exacta economía», no los podrían sufragar ni con sueldos triplicados. Esperaba que los pesos que habrían de recibir los ex-pedicionarios fuesen fuertes, a estilo de América, y que la ma-nutención mientras viajasen por tierra corriera también a car-go de la Real Hacienda, ya que, de no ser así, habría de resultar imposible que pudieran subsistir con los sueldos asignados, pues de tener que sufragar esos gastos cada uno por su cuenta ha-bría de darse el caso de que expedición «tan brillante» llegara a padecer escasez y miseria y el descontento inherente a tales cir-cunstancias. Con el fin de evitar complicaciones administrativas que habrían de derivarse de la intervención de la Real Hacien-da para sufragar los gastos en que incurriesen los expediciona-rios en sus desplazamientos por tierra, propuso Balmis al minis-tro Caballero que se les doblase el sueldo asignado y que fuera de su cuenta la manutención en tierra. También que, al regre-sar a España, gozaran, entretanto Su Majestad no les concedie-se «otra colocación correspondiente a su celo y desempeño», 20.000 reales al año el director y 10.000 los ayudantes. Al estar facultado para proponer enfermeros y dotaciones, Balmis dio los nombres de don Basilio Bolaños, don Ángel Crespo y don Pedro Ortega, con una dotación de 800 pesos fuertes al año (incluidos los gastos en tierra) y 300 a su regreso a España hasta que Su Majestad los destinase, en razón de los méritos que hubiesen contraído, y cincuenta doblones para que pudieran habilitarse 88 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 36 en la preparación del viaje25. Balmis era de parecer favorable a que los gastos de los niños españoles que iban en la expedición, en los desplazamientos por tierra, fuesen sufragados por la Real Hacienda. Él creía que era mejor abonarles «un tanto, a juicio de los virreyes, y que fuese del cargo de los enfermeros el pro-curarles y disponerles su subsistencia, celando el director y ayu-dantes de su buen desempeño en esta parte». Pensaba también que, una vez cumplida su misión en América, los niños debe-rían regresar a España en el primer buque de la Real Armada que zarpase. Sugiere que estos niños podrían ser «más felices» si el Rey les señalase cinco o seis reales diarios hasta que llega-ran a ser aptos para alcanzar un empleo26. Balmis, al no tener «el menor conocimiento» de los tres fa-cultativos elegidos para ayudantes suyos, e ignorar «sus propie-dades —sus cualidades— y aptitud y celo» para el desempeño de las obligaciones que habrían de contraer, esperaba que, a su lado, adquiriesen el saber y la experiencia que necesitaban. Así, en su momento, podrían actuar por sí solos cuando llegase la ocasión de separarse. Dadas las ramificaciones previstas de la 25 Balmis, para fundamentar las cifras que proponía, se remitió a las cantidades fijadas en el momento de organizar la expedición botánica al virreinato de la Nueva España, pues a su director se le habían asignado cuatro mil pesos fuertes al año, cuando saliese a herborizar, y dos mil cuan-do estuviese descansando en poblado. Los demás miembros de la expedi-ción eran remunerados en cantidades proporcionales a las que recibía el director. Para reforzar su petición, Balmis comparó «la abundancia y ri-queza del reino de Méjico con los desiertos ásperos y dilatadísimos cami-nos y miserables provincias» por donde habrían de transitar. Pensaba Balmis, además, que la utilidad de la expedición de la vacuna de ningún modo podía equipararse con la de la botánica, ni con los crecidos gastos que ésta había originado al Real Erario, «con muy poco fruto del Estado y de la Hacienda». 26 Balmis no fue de parecer favorable a que los niños expósitos de la expedición, una vez terminadas las vacunaciones, permaneciesen en Améri-ca al cuidado de los virreyes para que les facilitasen su educación y man-tenimiento, ya que esto habría de suponer multiplicar por cuatro los gastos que habrían de originar, sin que por ello recibieran buena educación, «en unos países tan abundantes de vicios», en los que «la incauta juventud» se perdía «con mucha facilidad». 89 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 37 expedición, Balmis solicitó un ayudante y dos practicantes más. Al dividirse en cuatro, habría de ir un ayudante con su practi-cante desde Méjico a Filipinas, otros dos al virreinato de Bue-nos Aires y un ayudante solo al reino de Chile. También habría de quedar, a su lado, otro ayudante para todo el reino del Perú y «demás puntos» a donde le llamase «la necesidad»27. Al haber salido Berges de España sin el acompañamiento de los niños, no podía haber obtenido «el fluido vacuno fresco», por lo que Balmis añadió al Derrotero un suplemento en el que se indicaba cómo llevar la vacuna con la mayor rapidez a Santa Fe. Añadió también una lista de los utensilios que era necesario reunir antes de la salida y otra de los remedios que debería con-tener el botiquín que habrían de llevar los expedicionarios. En lo relativo a los niños expósitos que habrían de ir a Amé-rica con los expedicionarios, Balmis consideró más conveniente que se sacasen de la Casa de Expósitos de Santiago de Com-postela. Por ello, propuso al ministro Caballero que avisase al director de aquella Casa para que escogiera a los niños más apropiados, previniéndole de que fueran de edad de entre ocho y diez años, y de que comprobase con escrupulosidad que aun no hubiesen padecido las viruelas naturales, ya que, de haber-las contraído, resultarían inútiles. Habría de prepararles su ves-tuario e indicarle que él —Balmis— tendría que pasar por la 27 Balmis propuso como ayudante suyo a don Antonio Gutiérrez y Robredo. Había sido médico de número en el ejército de Extremadura y colegial de San Carlos durante cinco años. Además «de sus sobresalientes luces en Cirugía y Medicina», tenía la ventaja de haberse dedicado con Balmis a la práctica de la vacuna. Para practicantes, propuso a su sobrino don Francisco Pastor y Balmis, también «instruido en la vacunación» por haberla hecho con él constantemente y a don Rafael Lozano y Pérez, ciru-jano aprobado, también con experiencia en la vacunación. Pensaba Balmis que los tres colaboradores que proponía habrían «de contribuir infinito al buen desempeño de tan ardua empresa», por lo que les juzgaba «muy acree-dores » de que el ayudante Gutiérrez disfrutase de la misma remuneración que los demás y que a los dos practicantes se les asignase el sueldo de mil pesos fuertes al año mientras durase la expedición, y cuatrocientos después de terminada, hasta que el Rey les diese otro destino, según el celo, aplica-ción y trabajo con que se hubiesen distinguido en las actividades expedi-cionarias. 90 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 38 Casa de Expósitos de Santiago para reconocer a los niños, an-tes de llevárselos a La Coruña. Con el fin de asegurar la buena calidad de la vacuna que habrían de llevar los expedicionarios, propuso Balmis que se obtuviese en Madrid de alguno de los muchos niños que continuamente tenía a su cuidado. Para ello, indicó la necesidad de que se sacasen cinco de la Casa de los Desamparados de la Corte, con las garantías del caso, para ir vacunándolos sucesivamente hasta La Coruña. Cumplida esta misión, los niños habrían de regresar a Madrid. Balmis solicitó que se diese la orden de que se le facilitasen, pues necesitaba reconocerlos antes de emprender el viaje. Incluyó también nota de los gastos, que habría de sufragar la Real Hacienda, para habilitar —para preparar— la expedición28. «Para más recomendar la expedición», pensaba Balmis que convenía mucho «la decencia de sus individuos». Con el fin de asegurarla, pensaba que el medio más eficaz y económico era el del uniforme. Como los ayudantes debían considerarse como si perteneciesen a los hospitales del Ejército, y como, de los cua-tro, ya había dos que lo usaban, sugirió Balmis que se conce-diese a los otros dos la facultad de vestirlo, «costeándolo ellos mismos». Sugirió también que los enfermeros pudiesen vestir el uniforme que usaban los porteros del Real Jardín Botánico y los del Gabinete de Historia Natural. Balmis, para mostrar que ya había previsto y meditado an-tes las advertencias que hacía la Junta de Cirujanos, y «otras muchas que olvidaba», había mandado hacer termómetros y barómetros para las observaciones meteorológicas diarias y que pudieran proseguirlas los ayudantes cuando se separasen al to-mar «distintos rumbos». Con tal fin, pensaba entregar a cada uno un ejemplar de cada instrumento «y un competente núme- 28 Como el cargo de director habría de exigir mantener corresponden-cia con todos los pueblos, justicias y facultativos y ello habría de exigir gastos tales que, de pagarlos Balmis de su bolsillo, consumirían la mitad de su sueldo en portes de cartas, solicitó que se comunicasen órdenes a los virreyes y gobernadores para que mandasen que la correspondencia que per-teneciera a la expedición se entregase sin costes, y que su importe lo inclu-yeran en el renglón de los demás gastos que originase. 91 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 39 ro de cristales cuadrados para colocar el fluido vacuno». Para ello, había mandado preparar dos mil pares, y buscado una máquina neumática para cerrarlos al vacío, a fin de preservar-los de la acción del aire, y evitar así que degenerase el suero. Por los «instrumentos físicos», don Celedonio Rostriaga, maqui-nista del Gabinete de máquinas de San Isidro, pretendía se le entregasen 5.680 reales, que Balmis —previa aprobación del ministro Caballero— pensaba incluir en la lista de gastos a ha-cer en Madrid. Esperaba que con los medios de que iba a dispo-ner y con los conocimientos físicos y químicos que tenían él y sus acompañantes, se iba a poder «ilustrar la práctica de la vacuna» y conocer con facilidad «los muchos fenómenos» que habrían de presentárseles, «para la ilustración pública y para merecer el aprecio de todas las naciones cultas de Europa». También para que «el fruto» (el resultado) de la gloriosa expedi-ción fuese «muy razonado y dulce al mejor de los monarcas y a su celoso ministro», cuya vida pedía a Dios conservase «dilata-dos años» para bien del Estado. El 24 de agosto de 1803, Balmis informó de que la expedi-ción estaba ya formada y dispuesta para emprender viaje a La Coruña. Componían la expedición Balmis, como director, y José Salvany y Lleopart como vicedirector. Los ayudantes eran los ya señalados y los practicantes también fueron los previs-tos. A los enfermeros, se añadió don Antonio Pastor el 24 de agosto. La rectora de la Casa de Expósitos de La Coruña, doña Isabel López Gandalla, también se integró entre los expedi-cionarios para cuidar de los niños que habrían de viajar a América. Hubo desavenencias con uno de los facultativos, don Ramón Fernández Ochoa, por estar resentido de que la Junta hubiese nombrado a Salvany en vez de a él. Así lo expresó Balmis desde La Coruña el dos de noviembre. El resultado de la desavenen-cia fue que el doctor Fernández Ochoa se apartase de la expe-dición, según comunicó Balmis, también desde La Coruña, el 29 de noviembre. Los niños expósitos llegados a La Coruña parece que eran veintitrés. Uno de ellos, llamado Camilo Maldonado, no pudo 92 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 40 emprender el viaje por estar enfermo. Según comunicación del intendente de Ejército de La Coruña de 14 de diciembre de 1803, este niño falleció en Lugo cuando regresaba a Madrid. Los niños expósitos habrían de permanecer en La Coruña alojados en el Convento de los Agustinos, en espera de que se fijase el día para embarcarse en la nave que les llevaría a Amé-rica. Este alojamiento, elegido por Balmis, no se utilizó porque el gobernador de la plaza prefirió albergarles en el Hospital Nuevo de Caridad. Al cuidado de los niños estuvo entonces y prosiguió su acción en el viaje la ya citada Isabel López Gan-dalla. Balmis dedicó grandes elogios a esta señora, que sufrió en su salud de las inclemencias del tiempo y de las incomodida-des del viaje, sin que, a pesar de ello, dejase de dedicar a los niños toda su atención, noche y día, derramando «todas las ter-nuras de la más sensible madre» sobre los niños —«los angeli-tos » que tenía a su cuidado— desde que salieron de La Coruña, en todos los viajes, «asistiéndoles en sus continuas enferme-dades ». En La Coruña, se presentaron dificultades para elegir el bar-co que habría de llevar a América a los expedicionarios. Por intermediación del Juez de Arribadas, los armadores de aquel puerto, José Becerra y J. Tavanera, propusieron la fragata Slapn, de 400 toneladas de capacidad de carga. También ofre-cieron la corbeta María Pita, de 200. Entretanto, Balmis había hecho gestiones con don Manuel Goicochea para que proporcio-nara la fragata San José, que habría de ser reparada, sin que estuviera disponible en la fecha convenida. Ante la falta de pun-tualidad, se anuló el contrato concertado con Goicochea y se aceptaron las condiciones que habían fijado Becerra y Tavanera para la corbeta María Pita, con lo que los expedicionarios pu-dieron zarpar de La Coruña el 30 de noviembre29. 29 No es del caso referir aquí los conflictos suscitados en La Coruña entre los armadores y el juez de arribadas por la elección de la corbeta María Pita. No obstante, cabe señalar que, al no arribar a La Coruña la fragata mercante San José, quedó anulada la contrata de fletamento, por lo que el Juez de arribadas procedió a otorgar otra con don Manuel Díez Tavanera, y Sobrino, del comercio de La Coruña, dueños de la corbeta 93 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 41 LA LLEGADA A SANTA CRUZ DE TENERIFE Y LAS ACTUACIONES EN LAS ISLAS La actitud de las autoridades civiles y eclesiásticas, cómo recibieron a los expedicionarios, las distintas formas en que co- María Pita, de doscientas toneladas de porte. La corbeta se estaba habili-tando para darse a la vela el primero de noviembre. Las condiciones eco-nómicas fueron análogas: el fletamento del buque habría de ser y correr por meses hasta su último destino; la Real Hacienda habría de abonar, por cada mes, a mil cuatrocientos pesos fuertes, de modo que una vez que zar-pase habrían de contarse, «empleados y ganados», cuatro meses. En el nue-vo contrato de fletamento se especificó que habrían de abonarse al mes, por cada individuo de primera mesa (que habrían de ser cinco), a cien pesos fuertes. Por los de segunda mesa, que habrían de ser seis, noventa pesos por cada uno, y por los de tercera, que habrían de ser veinte o vein-ticuatro, cincuenta pesos. Se comunicó asimismo que habría de anticipar-se al armador, en La Coruña, «por razón de rancho», el importe de tres meses y que, el resto, «si excediese», habría de recibirlo en Veracruz con el importe del fletamento, «sin la menor demora, y siempre en moneda físi-ca ». Si el viaje fuese más dilatado, «o hubiere alguna ocurrencia extraordi-naria » que obligase al capitán a pedir dinero en cualquier punto, habría de disponer el director de la expedición que se le entregase «a buena cuenta». Así se lo comunicó Caballero al ministro de Hacienda Miguel Cayetano Soler, en San Lorenzo, a 21 de octubre de 1803. Ibid., folios 429 a 430 vº. El 11 de octubre de 1803, el ministro Caballero comunicó a don Miguel Cayetano Soler que el Rey se había servido aprobar la propuesta de don Manuel de Goicoechea, dueño de la fragata San José, que ofrecía trasladar a La Habana, con escalas en Tenerife y Puerto Rico, a los facultativos y niños destinados a propagar en Indias la inoculación de la vacuna. Don Manuel de Goicoechea había puesto, entre otras condiciones, la de que se entregaran, en cualquier puerto de América, 1300 pesos fuertes mensuales por el fletamento de la fragata; ochenta por la manutención de cada uno de los tripulantes, «tanto de primera como de segunda mesa», y cincuenta por cada uno de los niños. Además, la Real Hacienda habría de anticiparle en La Coruña, «a buena cuenta», el importe de tres meses, para acopio de ví-veres, según las cuotas expresadas de manutención. Caballero participó, de Real Orden, al ministro de Hacienda lo concerniente al contenido econó-mico de la propuesta de Goicoechea para que se sirviese tomar las medi-das pertinentes con el fin de que éste recibiese en La Coruña el anticipo estipulado respecto al número de personas que habrían de ser los faculta-tivos y de veinte a veinticuatro niños, y, en La Habana, el importe del fle-tamento. El escrito está fechado en San Lorenzo en el día y mes expresa-do. Ibid., folios 426 y 427. 94 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 42 laboraron con ellos, la actitud de las gentes ante la novedad de la vacuna en las islas Canarias son asuntos que tienen especial interés para el estudio de la acción de los vacunadores porque todo ello vino a ser antecedente, lección y ejemplo para lo que, posteriormente, habría de ocurrir en América. Eran de temer resistencias populares a la vacuna, por ignorar sus virtudes. Ante esa resistencia, e incluso oposición, las medidas tan comu-nes en el siglo de las luces de servirse del ejemplo para conven-cer se utilizaron en las islas Canarias cómo habrían de aplicar-se después en los reinos de Indias. Sabemos, por carta que envió el comandante general de Canarias, don Fernando Cagigal de la Vega, marqués de Casa- Cagigal, al ministro José Antonio Caballero, fechada el 16 de diciembre de 1803, que el nueve, a las ocho de la noche, dio fon-do en la rada de Santa Cruz de Tenerife la corbeta María Pita. No se esperaba que llegara tan pronto, pues dos días antes, por los tripulantes de un bergantín procedente de La Coruña, se había dado la noticia de que la Corbeta se retrasaba en la fe-cha para zarpar de aquel puerto ya que no saldría hasta me-diados de diciembre. Balmis, a pesar de la oscuridad de la no-che y de la gruesa mar, desembarcó enseguida en la rada de Santa Cruz, en un pequeño bote, acompañado de cuatro niños vacunados, y «voló» enseguida a casa del comandante general30. Éste tomó en el momento providencias tan rápidas, que una hora después estaban vacunados diez niños, de las familias principales de la isla, con el pus extraído y comunicado «brazo a brazo», de los cuatro que habían desembarcado con Balmis. El gobernador, para colaborar eficazmente con los expediciona-rios, convocó en su casa, en la mañana inmediata, a «todos los cuerpos eclesiásticos, civiles y militares y personas condecoradas» o principales para informarles, mediante un discurso elocuente, de la acción benéfica promovida por Su Majestad al haber pro- 30 «Ni la oscuridad de la noche, ni la gruesa mar» que produce siempre en Canarias «el viento brisa» que reinaba entonces, detuvieron al «apre-ciabilísimo profesor, cuyo celo en el desempeño de su comisión, así como es digno de todo el aprecio del mejor de los reyes»[Carlos IV] al augurar «felizmente el completo logro de las Reales benéficas intenciones». Legajo cit. 1558B, folios 14-15. 95 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 43 porcionado a las islas Canarias el mayor bien que podían reci-bir y lo importante que era propagarlo a todas ellas. Quería con-trarrestar con el ejemplo y la persuasión las vanas preocupacio-nes mediante el planteamiento tan común en el siglo de las luces de educar con el ejemplo, para difundir las «sanas ideas» «entre el vulgo imitador que apenas hace sino lo que ve ha-cer y que casi siempre aprecia y admite lo que advierte apre-ciado y admitido por las autoridades públicas y por los que juzga ilustrados» El comandante general de Canarias, según consta en la cir-cular que dirigió el 12 de diciembre al obispo, ayuntamientos y justicias, salió de su casa con las personalidades que había re-unido en ella —«las personas visibles»— precedido de un pique-te de granaderos del Batallón de Infantería, seguido de «su música». Esta comitiva, «entre el placer universal», se dirigió al muelle «a recibir a los inocentes depositarios» de la vacuna. El comandante general la califica de «remedio singular» debido a la bondad inmensa de Dios y «al magnánimo corazón» del Rey. El gobernador manifestó en la circular que él había sido el pri-mero en «honrar» sus brazos con uno de los niños, «y todas las demás personas eclesiásticas y seculares habrían recibido, cada una, a un niño hasta donde había llegado el número de veinti-dós que eran los que conducía la Corbeta». «Las lágrimas del placer y el agradecimiento», según el comandante general, ha-bían engrandecido la «augusta ceremonia», y la salva de arti-llería que él había dispuesto la autorizaba «más y más al pa-sar los niños por frente del castillo», en que se habían hecho los disparos, lo cual había acabado por dar al público «un testi-monio no equívoco» de cuanto interés tomaba el gobierno de las islas en ver «realizadas las paternales intenciones» de los «mag-nánimos soberanos» que hacían «llevar la salud y con ella la felicidad de sus pueblos más allá del Ganges, desde el polo opuesto». El comandante general, con la circular, esperaba que las autoridades civiles y eclesiásticas que la recibieran, penetra-das de las verdades que él solo apuntaba, habrían de saber «ha-llar medios mucho más eficaces» de los que le había propuesto su «limitación». Esperaba también que difundiesen e hiciesen 96 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 44 difundir, bien por los «venerables párrocos y doctos prelados, bien por las personas ilustradas de las villas, bien por los dignísimos ministros» del Tribunal Regio «las ideas análogas a la comprensión del Pueblo y que le per-suada se apresure a libertar a sus inocentes hijos del cruel azote de las viruelas naturales que tantas lágrimas arrancan a la humanidad». El comandante general rogaba a cada uno de los destina-tarios de la circular procurase que fueran a Santa Cruz de Tenerife algunos niños que no hubieran padecido las viruelas, «acompañados de algún profesor», para que, según las intencio-nes de Su Majestad, aprendiesen «el sencillo y seguro método de vacunar». Si los niños fuesen pobres, el comandante mani-festaba que había dispuesto lo conveniente para que se les so-corriese con lo necesario para su manutención, si los cabildos locales no quisiesen costear los gastos que originasen. Así lo ha-cía la corporación municipal de la Laguna con los veintidós niños de la expedición, tan pronto se le había hecho saber que esto era del agrado de Su Majestad. El comandante general señaló en su bando que bastaba con cuatro o seis niños «para no exponer la vacunación a algún accidente imprevisto». Tam-bién envió el gobernador, con la circular, cuatro ejemplares del tratado histórico de la vacuna. El comisionado que enviasen ha-bría de llevar los vidrios con el suero, según se explicaba en el libro. Para desterrar los rumores negativos que parece circula-ban entre los habitantes de las islas, el comandante general de Canarias se expresa así: «Los mal intencionados, los ignorantes y los excesivamente tímidos esparcen voces, en ocasiones semejantes, que atraen perjuicios a la causa pública. Entre éstas corre ya la de que esta expedición debe llevarse niños de estas islas, y ello, aun-que es falsa, aterra a los padres, que ignoran que Su Majestad no quiere se verifique sin su consentimiento, aún cuando sea necesario más adelante para la conservación de la vacuna». El comandante expresa que éste no era el caso por no nece-sitar la expedición niños de Canarias; que lo que había traído 97 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 era sólo «su salud y su consuelo», por lo que los «felices isle-ños » debían correr a la vacuna bien seguros de que el remedio no venía «mezclado con la menor amargura». Instó a los desti-natarios de la circular a que se apresurasen a enviar a «los ni-ños vacunados» por faltar el tiempo y porque interesaba tam-bién mucho a los moradores de las islas «el ver llegar a sus playas un remedio universal» que hacía «el bien sin contingen-cias » y que aseguraba la población al conservar la infancia. Cumplido lo que encargaba, sólo restaría a los destinatarios del bando «dar humildes gracias al Santo de los Santos» por un descubrimiento que había querido franquear «su misericordia» y hacer «fervorosos votos» por la salud de los benignísimos so-beranos y su augusta familia31. En el «memorial ajustado» que desde el ministerio de Caba-llero se envió al Rey, se reconoce que el comandante general de Canarias había publicado un edicto «lleno de energía y per-suasión, llamando a los padres y madres de todas las islas a que se apresurasen a llevar sus hijos para preservarlos del cruel con-tagio de las viruelas». Como las expresiones del comandante re-flejan tan fielmente el espíritu que compartían los más preclaros representantes del siglo de las luces, conviene reproducir algu-nos pasajes de los edictos, al dirigirse «a todos los vecinos es-tantes y habitantes» de las islas Canarias para advertirles de que el amor paternal del Rey «llevando sus benéficas miras hasta el extremo de procurar a sus felices vasallos, no solo de Europa sino de estas islas y la América, el remedio ya conocido de la vacunación que liberta indefectiblemente de las viruelas naturales a tantas inocentes víctimas de esta epidemia destructora», se había «dignado resolver que se formase una expedición ma-rítima compuesta de profesores hábiles y dirigida por su médico honorario de cámara don Francisco Xavier de Balmis». El co-mandante narra en el edicto lo concerniente a la expedición, 31 La circular está fechada en Santa Cruz de Santiago el 12 de diciembre de 1803. Se envió al obispo, ayuntamientos y justicias. El comandante remi-tió el texto, para su información, al ministro Caballero. Ibid., folios 17 a 19. 45 98 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 insiste en que no es voluntad del rey que ningún niño se em-barcase sin la expresa voluntad y consentimiento de sus padres, y que era «Soberano Voluntad» del Rey que los niños que parti-cipasen en esta expedición se mantuviesen a expensas del Real Erario, «facilitándoles una educación cristiana y decorosa» has-ta que se verificase «su acomodo». El comandante manifiesta en el bando que, por el ministro de la Guerra y de Gracia y Jus-ticia, se les comunicaban las Reales Órdenes y que, para su cumplimiento, había hospedado a los veintidós niños en la pla-za de Santa Cruz de Tenerife, mantenidos a expensas del cabil-do de La Laguna. E insta a los pobladores de las islas con las siguientes palabras, de resonancias prerromáticas: «¡pueblos de todas ellas, corred a presentar a vuestros inocen-tes hijos a los brazos de la salud que vuestro Rey os ha he-cho conducir con inmortal beneficencia. Se los vacunará de balde, y aquellos padres cuya indigencia necesite de socorro para su manutención hasta regresar a su casa, le hallarán aquí por manos del venerable párroco, que a sus exhortacio-nes y sanos consejos añadirá el consuelo de aseguraros de nuevo cuanto os propongo! Confiad pueblos de Canarias en el amor y luces de vuestros magistrados, de vuestros párro-cos, de vuestros Amigos! Si por la imposibilidad en que os halláis de adquirir conocimientos que os convenciesen de lo seguro de la vacunación, y de que, lejos de ser contagiosa, sólo se propaga a aquel que, feliz, la busca para su remedio, pudierais dudar de las felices consecuencias de este descubri-miento ». El comandante insistió en su edicto en que las gentes con-fiasen principalmente «en el católico celo y sabiduría» del Rey, en el Real Consejo, en los ministros, «en el voto común del mundo todo» al no dudar de que la vacuna era «el mayor bien» que se debía a la misericordia del Todo Poderoso. Les insta a que no escuchen «las voces de los que presumen de sabios en los «rústicos asilos». Habrían de tener presente que «el mejor, el más benéfico de los reyes» no perdonaba gasto, ni omitía recur-sos para evitar un mal —las viruelas— que todos temían «como un azote el más implacable». El comandante insta a las gentes a que rechacen la temible enfermedad: 46 99 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 ¡Corred, pueblos afortunados a desterrarle de vuestros hoga-res! ¡Madres tiernas e inocentes que vuestros amantes brazos se atropellen en conducir a vuestros encantadores hijuelos al santuario de la salud que preside la imagen respetable de vuestro soberano, y allí los adopta también por sus hijos en calidad de sus vasallos! El comandante general no omite señalar que «el mismo pa-ternal cuidado» debían «a la Reina Nuestra Señora». «Las su-blimes lágrimas de entrambos», las del Rey y las de la Reina, habrían de ser «el dulce premio» que gratificase la docilidad de quienes cumpliesen con los deseos de los soberanos, «si fuesen testigos del confiado empeño» con que esperaba habrían de co-rrer a socorrer a los hijos de sus entrañas. El magnánimo cora-zón de los reyes, en palabras del comandante general de Ca-narias, no quería otra recompensa que el que sus pueblos admitiesen el beneficio que les dispensaban. Manifestó también en el edicto que él no debía pedir, en nombre de Sus Majesta-des, otra cosa sino que aquellos habitantes diesen gracias al Al-tísimo por haber inspirado a los regios corazones «el rasgo su-blime » que honraba a la humanidad» y haría «eterno el nombre de sus promotores en la inmensidad de los siglos». Concluyó el bando con un ruego: el de que los habitantes de las islas Cana-rias pidiesen «al Dios remunerador» que prolongase e hiciese más y más feliz «la vida de unos soberanos» que les procura-ban, «no aquellas estériles gracias» que servían «sólo a la osten-tación y falso brillo, sino el sólido bien de la salud pública», «el primero de los bienes». Para que llegase a noticia de todos, el edicto se fijó en los lugares más públicos y acostumbrados de los distintos pueblos de las islas32. Al comandante general de Canarias se le contestó desde Aranjuez, el 18 de enero de 1804, que había sido del agrado del Rey las providencias que había dictado «para el recibimiento plausible» de la expedición destinada a propagar la vacuna en 32 El comandante general remitió copia de los edictos y de las palabras pronunciadas en su casa «a los cuerpos unidos» para salir a recibir a los niños de la expedición. También la de las cartas dirigidas al regente de la Real Audiencia (con análogas circulares al obispo, ayuntamientos y jus-ticias). Ibid., folios 20 a 21vº. 47 100 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 las islas Canarias y en las Indias «el admirable descubrimiento de la vacuna» y las que había tomado sucesivamente para que los prelados, jefes y magistrados concurriesen a combatir «va-gas preocupaciones del vulgo», según había informado el 16 de diciembre anterior. Se le comunicó asimismo que Su Majes-tad quedaba satisfecho en el desempeño de la importante comi-sión y de la generosidad del ayuntamiento de La Laguna en haber hospedado y mantenido gratuitamente a los niños. Tam-bién se señaló al comandante que el Rey esperaba que hubiese continuado sus «providencias activas» para que la expedición, «habilitada de lo necesario», siguiese su viaje «sin demora nota-ble » a fin de que se comunicase y conservase el fluido vacuno en todas las islas Canarias, evitando que llegase «a extinguirse por descuido en propagarlo de unas a otras», y en los que fue-sen naciendo33. En la Corte, se reconoció que «apenas pudieran dictarse pro-videncias más acertadas» que las que había tomado el coman-dante general de Canarias para la buena acogida, al recibir y alojar a los componentes de la expedición con el fin de propa-gar debidamente la vacuna en las islas. «En premio de su ar-diente celo» se pensó que los escritos del comandante merecían publicarse en la Gaceta de Madrid, para que sirviesen de mode-lo a los virreyes y gobernadores de Indias de cuanto habrían de hacer cuando llegase la expedición a sus destinos. También se señaló que el comandante era acreedor de que se le dieran gra-cias expresivas, autorizándole para que, en nombre de Su Ma-jestad, también se las diese él al ayuntamiento de La Laguna por haber sufragado los gastos de alojamiento de los expedicio-narios y mantenido a los niños, lo mismo que habría de trans-mitírselas a los demás cuerpos y personas que le hubiesen ayu-dado y cooperado «al loable objeto»34. 33 Ibid. Folio 29. 34 En nota marginal, con fecha de nueve de enero de 1804, consta que Su Majestad se había enterado de todo lo actuado, que le había parecido muy bien, pero que no se había «ejecutado» (se entiende que la publica-ción en La Gaceta de los edictos y demás actuaciones de los que había in-formado por escrito el comandante). A.G. de Indias, legajo cit., folio 7. 48 101 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 En la Corte, se reconoció que «el celo ilustrado» del coman-dante general de Canarias no había quedado satisfecho «con haber recibido, alojado y mantenido a sus expensas (propias y de varios cuerpos y personas igualmente celosas del servicio del Rey y del público) la expedición marítima de la vacuna mien-tras había permanecido en Tenerife» y de haber contribuido a propagarla en las islas, sino que aspiraba «a radicar y perpetuar en ellas» el precioso descubrimiento. El método —que habría de aplicarse también en América— consistía en fundar y establecer una casa de vacunación. El 28 de diciembre de 1803, informaba el comandante ge-neral de Canarias al ministro Caballero de los resultados de sus actuaciones desde que había llegado a la rada de Santa Cruz de Tenerife la corbeta María Pita: desde los días 19, 27 y 28 en que se habían hecho vacunaciones en la villa, se acercaba el número de vacunados a ochocientos. Le adjuntó documentos para mostrarle «el empeño y aprecio» con que se había recibido en las islas Canarias «el grandísimo bien» que debían a su Rey. Esperaba el comandante general que los escritos que había en-viado al obispo, al regente de la Audiencia y a los diputados del cabildo de Canarias mereciesen la aprobación del ministro, por estar «muy penetrado» de la importancia de que los pueblos se prestasen «a las benéficas intenciones del Soberano». Al co-mandante general, le había parecido también justo incluir la carta que le había escrito el ciudadano L. Gros, encargado en Tenerife de los negocios de la República francesa, y su contes-tación, por tratar de la empresa de la vacuna y por «el debido decoro» con que se refería al Augusto promotor. También infor-maba al ministro de que, en aquel mismo día 28 de diciembre, se habían dado gracias al Todopoderoso en la parroquia de la villa, con asistencia de todas las autoridades públicas, «personas visibles y el pueblo todo que, a porfía» había querido ser testigo de la «ceremonia sagrada». Al marqués de Casa-Cagigal no le parecía posible que pudiera pintar debidamente al ministro «el júbilo general» de todo el vecindario que había asistido al «tier-no acto» en que él, como comandante general, acompañado de toda la oficialidad de la guarnición y «demás personas visibles» había ido a sacar de su casa a los «tiernos niños» que llevaban 49 102 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 la salud al Nuevo Mundo. Refirió también el comandante ge-neral cómo dos compañías del batallón de Canarias habían for-mado calle desde la puerta de la casa hasta la de la iglesia. Ape-nas avistado «el inocente grupo, los repetidos clamores de «Viva al Rey, Viva la Reina, Viva su Augusta Familia» se confundían con el repique general de las campanas y con las descargas que, por secciones, habían hecho las Compañías, «por oportuna e in-esperada prevención de su comandante, el coronel don José To-más de Armiaga», acabando «de formar aquel estruendo». Todo ello, según el marqués de Casa-Cagigal, arrancaba «lágrimas involuntarias», lo que se confundía allí «con los apreciables so-llozos » del agradecimiento y del amor a los soberanos, «expre-sado con aquella enérgica disonancia que toca al corazón, infi-nitamente más que las oraciones más patéticas o la melodía más bien acordada». El comandante general expresó en su carta que él no pretendía con sus palabras «dar un colorido seduc-tor » a aquel cuadro que había conmovido a «las almas todas» y que no era posible «formarse una idea del acorde que resultaba en él», por aquella «especie de claro-oscuro que producían las voces y el estruendo del agradecimiento con las lágrimas del placer». Él solo deseaba que el ministro tuviese a bien presentar a los reyes «el leal y entusiasmado empeño» con que las islas Canarias habían sabido «agradecer y admitir los paternales cui-dados de su augusta providad». Y, dando muestras, una vez más, de su vena prerromántica, se expresó así: «¡Oh! quiera Dios que este ejemplo, como no lo dudo, sea imitado en todas las Américas». El comandante general se permitió añadir que quizá en todas ellas [Las Américas] fuesen «más sabias, y acaso más oportunas las providencias» de quienes mandasen «en cada posesión» para que se viese cumplido «el soberano deseo». En ninguna habría de ser «mayor el agradecimiento ni más acertado el esmero de las autoridades subalternas» que en las islas Canarias, «ni más el entusiasmo de sus pueblos en recibir el bien y en estimarle». Refirió asimismo el comandante general cómo había queri-do Balmis salir, desde Santa Cruz, hasta la ciudad de La Lagu- 50 103 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 na en los días 26 y 27 de diciembre, para hacer vacunaciones allí. Deseaba dar, con ello, una prueba al cabildo de lo que apreciaba su ayuda y esmero en el cuidado de los niños y «pro-porcionar al pueblo las ventajas de la vacunación, sin incomo-didad alguna». El recibimiento que le había hecho el cabildo co-rrespondía en todo, según el comandante general «al antiguo esplendor» de la ciudad, «y al agradecido empreño» con que se emulaban aquellos pueblos «en manifestar su gratitud». Balmis asistió, con asiento entre los capitulares, a la función religiosa de acción de gracias al Altísimo. Al «suntuoso convite» dado por el cabildo, acompañaron a Balmis y sus ayudantes «todas las personas visibles de la ciudad, después de haber va-cunado a muchos, con asistencia de los venerables párrocos e inmenso pueblo». La acción de gracias que se había dado en el templo de La Laguna no había sido menos tierna ni menos enérgica. El «sagrado orador» que había predicado la verdad, habría arrancado de nuevo las lágrimas del concurso, según el comandante general, «y hasta los mismos tiernos niños, cuya feliz navegación apostrofó con aquella elocuencia sagrada», dig-na de Fray Luis de Granada y de Garcés, «mezclaron su ino-cente llanto al del numeroso concurso» que quizá jamás se hubiese visto «tan dignamente conmovido»35. El comandante general pensaba —y así lo expresó en su car-ta a Caballero— que ya estaba sólidamente establecida en Tenerife la vacunación, y que sólo faltaba perpetuarla. Él espe-raba conseguirlo indefectiblemente, por que ya se trataba de establecer un medio que lo facilitase, pues la generosidad de los habitantes, unida a la del obispo, habrían de proporcionar el di-nero necesario para ello36. 35 El comandante general prometió remitir el sermón del «sagrado ora-dor », tan pronto se imprimiese, al ministro Caballero, para que tuviese la prueba más convincente de las verdades que le anunciaba «tan débilmen-te », cómo habría de ver «afectuosas y sólidas», cuando recibiese los testi-monios que le prometía. 36 «Una sola insinuación» hecha en la villa de Santa Cruz había puesto cerca de quinientos pesos «a disposición de su venerable beneficiado». Don Diego Barry, del comercio en el puerto de la Orotava, había remitido al comandante general, para el mismo fin, cien pesos, con el ofrecimiento de 51 104 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 El comandante general terminó su carta con la afirmación de que todas las justicias y pueblos de Canarias se apresuraban «a recibir el inmenso bien» que su Rey les concedía. Dio la no-ticia asimismo de que en Santa Cruz de Tenerife se había vacu-nado un anciano de 86 años y meses, don Carlos Povia, que no había tenido la viruela, que la vacuna le había hecho «un efec-to completo», y que conservaba su salud y facultades físicas «de un modo poco común»37. Para el comandante general, «la reso-lución de vacunarse a esta edad» probaba «el entusiasmo y cie-ga confianza» con que en Canarias se había recibido una prác-tica que «la ignorancia y la malicia» había combatido «tanto tiempo en la ilustrada Europa». El comandante Cagigal dio fin a su carta con un cumplido elogio a Balmis, pues el personaje excedía, según sus palabras, «todas las esperanzas que pudieran tenerse de su ciencia, de su amor a los Soberanos, y de su amor a la humanidad». Además, «su dulce y afable acceso» —su trato— atraía al pobre, admira-ba al rico, y consolaba a todos. Estaba disponiéndose a conti-nuar su viaje. El comandante general aseguró al ministro Ca-ballero que la partida de Balmis y la de todos los componentes de la expedición habría de dejar en las islas Canarias «aquel tier-no recuerdo que es el premio del bien obrar y el galardón más dulce que puede ofrecerse a la virtud»38. aumentar el donativo, siempre que fuese necesario. Esperaba el comandan-te general que estos ejemplos tan generosos tuvieran imitadores en Cana-rias, por lo que «los paternales corazones de Sus Majestades» habrían de oír «con placer que entre los áridos peñascos de las islas Afortunadas» es-taba, «como vinculado, el amor a sus semejantes, la lealtad y el agradeci-miento eterno» al inmenso bien que les producía la vacuna. 37 El comandante general daba esta noticia para que los reyes conocie-sen un caso que tal vez fuese único en su especie. 38 Al margen de esta carta, con fecha cuatro de febrero, el ministro Ca-ballero escribió lo que sigue, que viene a ser minuta de la contestación que recibió
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Calificación | |
Título y subtítulo | La real expedición filantrópica de la vacuna en las Islas Canarias |
Autor principal | Anes, Gonzalo |
Publicación fuente | Anuario de estudios atlánticos |
Numeración | Número 54. Tomo 1 |
Sección | Historia |
Tipo de documento | Artículo |
Lugar de publicación | Madrid ; Las Palmas |
Editorial | Cabildo Insular de Gran Canaria |
Fecha | 2008 |
Páginas | p. 053-144 |
Materias | Medicina ; Vacunación ; Historia ; Canarias ; Siglo 19 |
Notas | Homenaje a Antonio Rumeu de Armas |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 1375664 Bytes |
Texto | H I S T O R I A 53 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 68 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS P O R GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN RESUMEN En estas páginas se trata de los orígenes de la Real Expedición filan-trópica de la vacuna contra la viruela mediante la aplicación del método Jenner. Se expone lo esencial de las actuaciones de los expedicionarios en las islas Canarias desde la llegada de la corbeta María Pita al puerto de Santa Cruz de Tenerife en diciembre de 1803, del recibimiento que se les hizo y de cómo se organizó en las islas la difusión de la vacuna, lo que sirvió de experiencia para las actuaciones en Indias y en Filipinas. Palabras clave: Real Expedición filantrópica de la vacuna. Islas Cana-rias. Indias. Jenner. Carlos IV. José Flores. Lorenzo Bergés. Consejo de Indias. Vacuna. Francisco Xavier de Balmis. Comandante general de Cana-rias. Don Fernando Cagigal de la Vega, marqués de Casa-Cagigal. Contro-versias con el cabildo de Canaria. Las autoridades eclesiásticas difunden la vacuna. ABSTRACT These pages deal with the origins of the Royal philantropic Expedition of the smallpox vaccine by jeans of the application of the Jenner method. Here it is exposed the essential of the performances of the members of an expedition in the Canary Islands since the arrival of the corvette Maria Pita to the porto of Santa Cruz de Tenerife in December 1803, the reception that was given to them and the way that it was organizad the difusion of the vaccine in the islands, which was used as an experience for perfor-mances in The Indies and in The Philippines. Key words: Royal philantropic Expedition of the vaccine. Canary Is-lands. The Indies. Jenner. Carlos IV. José Flores. Lorenzo Bergés. Council of the Indies. Vaccine. Francisco Xavier de Balmis. General commander of the Canary Islands. Don Fernando Cagigal de la Vega, marquess of Casa- Cagigal. Controversies with the Inter-island council of the Canary Islands. Ecclesiastic authorities spread the vaccine. 54 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 2 Para colaborar en el homenaje que se rinde a don Antonio Rumeu de Armas en el Anuario de Estudios Atlánticos, he elegi-do como asunto el de la Expedición Filantrópica de la Vacuna en sus actuaciones en las islas Canarias. Hace años, al leer las páginas que Antonio Rumeu publicó en los números 19 al 23 de la revista Medicina Española, en Valencia, correspondientes a julio-diciembre de 1940, me interesó cuanto expuso sobre la inoculación antivariólica en España durante el siglo XVIII y, muy especialmente, las páginas que dedicó a los orígenes de la vacuna en España y a la Real Expedición. En las páginas que siguen, trato de la llegada de los expedicionarios al puerto de Santa Cruz de Tenerife, del recibimiento que se les hizo, de la vacunación en las islas y de cómo las actuaciones en Canarias fueron experimento del proceder que se habría de seguir en América y en Filipinas. Rindo así homenaje a Antonio Rumeu, precursor de todas las investigaciones que se han hecho desde entonces sobre la gloriosa expedición. * * * La viruela se sufrió en la India y en China quizá desde el siglo XIII antes de Cristo. El aislamiento de las comunidades humanas primitivas impidió que se difundiera en otros espacios de Euroasia. En el siglo V, apareció en el ámbito mediterráneo. Se extendió a medida que se hicieron más frecuentes y más in-tensas las relaciones comerciales y humanas entre Europa y el Oriente lejano. En el siglo XVI, la viruela era una enfermedad común de carácter endémico en toda Europa. Con motivo de las emigraciones y del comercio atlántico, se dieron los primeros casos en Indias, con la generación de contagios a medida que se produjeron y ampliaron los contactos de los inmigrantes con las poblaciones indígenas. El aumento de la mortalidad, por causa de la viruela, alcanzó en América proporciones descono-cidas en Europa, por el número de sus víctimas, debido a que los indígenas no habían generado defensas ante un mal que era nuevo para ellos. La observación de quienes padecían la enfermedad y la su-peraban fue el origen del experimento de la práctica preventi- 55 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 3 va que consistía en inyectar o inocular a gentes sanas el pus procedente de las ampollas o granos de los atacados por la en-fermedad. La inoculación de viruelas leves en individuos sanos para provocarles la infección y protegerles de futuros contagios recibió el nombre de variolización. Parece que se usaba este método en China desde el siglo X. La variolización comenzó a difundirse en Europa cuando Lady Mary Worztey Montagu, casada con el jefe de la misión diplomática inglesa en Constantinopla, después de padecer de viruelas, en 1717, la aplicó a uno de sus hijos y dio a conocer el procedimiento en la Corte de Londres, con el efecto de que se sometiesen al experimento los hijos de los príncipes de Gales. Cundió el ejemplo y la variolización fue cada vez más frecuente en las familias de la nobleza inglesa. En otras cortes europeas, también se hicieron experimentos, más frecuentes en los últimos decenios del siglo XVIII. En la corte de Madrid, el primer médico de Cámara de Car-los IV, don Francisco Martínez Sobral, propuso al rey que se sometiera al príncipe y a las infantas a la variolización, a lo que accedió. Los resultados fueron desalentadores por las conse-cuencias negativas que padecieron el príncipe de Asturias y las infantas Maria Luisa y María Amalia. En otros ámbitos de Eu-ropa, los experimentos de la variolización fueron objeto de críti-cas, por lo que el procedimiento cayó en desuso. En el virreinato del Perú, al aplicar la variolización, se llegó al convencimiento de que provocaba el contagio de la enfermedad, por lo que aca-bó prohibiéndose. EL MÉTODO DE EDWARD JENNER Era creencia popular en Inglaterra que quienes ordeñaban vacas afectadas por una enfermedad denominada cow pox que-daban inmunizados contra la viruela. Este hecho acabó siendo investigado por Edward Jenner, quien sabía muy bien que este mal padecido por el ganado vacuno en el condado de Glocester se manifestaba en unas pústulas irregulares de color azul páli-do o cárdeno, rodeadas por una inflamación erisipelatosa, que 56 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 4 solía degenerar en úlceras. Las pústulas eran de curación difícil y lenta. Quienes ordeñaban vacas afectadas por la enfermedad, solían contagiarse, sin llegar a tener fiebre. Observado el hecho por el doctor Jenner, después de importantes controversias y experiencias, probó que era cierta la creencia popular de las gentes del condado de Gloucester. Jenner llegó a probar, en di-ferentes circunstancias y casos, la virtud preservativa de la va-cuna, y que ésta no perdía ninguna de sus propiedades al pasar desde una vaca afectada del cow pox a un humano y de éste a otros, con lo que llegó a probar que el pus era un preservativo contra las viruelas ordinarias1. A la propagación de la vacuna en Inglaterra siguieron esos experimentos en el continente, con irradiaciones en Asia y África. Se hicieron pruebas en Ginebra y en el departamento de Leman, en París en el año 1800 y en Reims (en donde murieron de viruelas 500 personas en 1800, de un total de 1093 fallecidos en toda la ciudad en ese año) de los que informó en su libro Moreau de la Sarthe. Por entonces, en la corte de Madrid, impulsado por Carlos IV, se trataba de pro-teger y fomentar el descubrimiento de Jenner. En España, des-empeñó importante papel en difundir las noticias sobre la vacu-na Francisco Xavier de Balmis, al traducir el Tratado histórico de la vacuna de J.L. Moreau de la Sarthe, lo que le sirvió para que se pensase en él cuando Carlos IV decidió organizar una expedición a América para difundir allí el procedimiento de la vacunación contra la viruela. La noticia y la práctica de la vacunación se difundieron en España con gran rapidez. No es de extrañar, pues, que, dada la virulencia y la gravedad de las viruelas en América, pensara Carlos IV en llevar allí la vacuna. La exactitud de la definición de la vacuna ya se puede comprobar en la edición de 1803 del Diccionario de la lengua castellana, hecha por la Real Acade-mia Española. Se expresa así: «cierto grano o viruela que sale 1 Edward Jenner, después de años de estudio, se decidió, en 1796, a inocular pus extraído de las pústulas de las ubres de vacas infectadas por cow-pox. Con el conjunto de sus experiencias sobre el asunto, publicó en 1798 el libro An Inquiry into the Causes and Effects of the Variolae Vaccinae, a Disease discovered in some of the Western countries of England, particulary Gloucestershire, and Known by the name of Cow Pox. 57 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 5 a las vacas en las tetas cuando las ordeñan sin lavarse las ma-nos los que han tocado el gabarro de los caballos. Llámese también así el material de estos granos, y el de los granos de los vacunados». Vacunar se define como «comunicar, aplicar el material de la vacuna a alguna persona para que, contrayen-do cierta indisposición quede preservada de las viruelas epidé-micas y naturales»2. Vacas inoculadas en Tacoronte, isla de Tenerife, según las normas dadas por el director de la Real Expedición, para disponer del cow pox. 2 En el Tesoro de la lengua castellana o española de Sebastián Cova-rrubias, se definen las viruelas como «enfermedad que suele ser común en los niños, porque procede de abundancia de pituita o flema, a viru, por la ponzoña que tiene en sí». En el Diccionario de la Academia (desde la pri-mera edición de 1737), se define la viruela como «grano pequeño ponzo-ñoso que se eleva sobre el cutis, haciendo una puntita que se llena de un humor acre y corrosivo, por lo que deja señal profunda». Añade: «dan siem-pre muchas, por lo que regularmente se usa en plural. Es enfermedad que comúnmente da a los niños, y cuando da a las personas grandes es muy peligrosa y mayormente a quien no ha padecido este contagio». En el Dic-cionario se señala que da también al ganado lanar. 58 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 6 LAS ACCIONES DE BALMIS: ANTECEDENTES Francisco Javier Balmis nació en Alicante el dos de diciem-bre de 1753. Su padre era cirujano y también lo había sido su abuelo. A los veintidós años, se embarcó en Cartagena para participar en la famosa expedición a Argel, mandada por Ale-jandro O’Reilly, en 1764, con el fin de combatir a los piratas. Balmis hizo estudios de cirugía, para graduarse en la Universi-dad de Valencia en 1778. Años después —1783— fue destinado a La Habana para pasar a Méjico con el cargo de Cirujano Mayor del Hospital del Amor de Dios. En el año 1794, publicó en Madrid una Demostración de las eficaces virtudes nuevamen-te descubiertas en las raíces de dos plantas de Nueva España, especie de ágave y de begonia, para la curación del vicio venéreo y escrufuloso, y de otras graves enfermedades que resisten el uso del mercurio, y demás remedios conocidos. Balmis, en esta De-mostración, aparece como «cirujano consultor de los Reales Ejércitos y como socio de la Real Academia Médica Matritense, comisionado por Su Majestad para la comprobación que se ha hecho en Madrid y Sitios Reales, de la eficacia de ambas raí-ces », la de ágave o magney y la de begonia3. Parece que Balmis —herborizador en Nueva España— oyó a un criollo de nombre Nicolás Viana, conocido con el sobrenombre de «el beato», des-cribir el remedio consistente en utilizar las raíces de estas plan-tas como curativas, según tradición recibida de mujeres indias. Ensayado el método curativo en el Hospital de la Corte, fue objeto de duras críticas por parte del médico don Bartolomé Piñera y Siles, a las que Balmis contestó con el ejemplo de cin-cuenta y tres observaciones de enfermos con resultados positi-vos. Por ello, Balmis pudo señalar que él había venido a Espa-ña a dar cuenta de su remedio, y a aplicarlo, «no como los charlatanes y curanderos» que, vendiendo sus drogas, sacrifica-ban a los pueblos para ganar dinero, «sino como un profesor instruido en la materia, deseoso del bien público» y de cumplir 3 La Demostración de Balmis se publicó en la Imprenta de la viuda de don Joaquín Ibarra. 59 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 7 la misión de la que se le había encargado para ser útil a su rey, a la patria y a la salud de sus semejantes, y todo ello, con me-noscabo de sus intereses, de su tranquilidad y de su bienestar4. De este asunto, sólo le quedó a Balmis el honor de que los bo-tánicos de la Nueva España dieran a la planta la denominación de «Begonia balmisiana» y que figurase con ella en la flora mejicana que preparaban5. LOS ORÍGENES DE LA EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA: EL INFORME DEL MÉDICO JOSÉ FLORES La epidemia de viruelas padecida en el virreinato del Perú en el año 1802 fue especialmente grave en la ciudad de Lima. Pa-rece que el médico don Gabriel Moreno publicó, al año siguien-te, en el Almanaque, el caso de un niño que sufría de viruelas, con grietas tan profundas en el cuello que llegaban hasta la tráquea, por las que salía el aire que habría de entrar en sus pulmones. Conocido el caso por los reyes Carlos IV y María Luisa, preguntaron si era posible llevar a América el «pus vacu-no » para inocular allí a las gentes e impedir los efectos mortífe-ros de la viruela. Se les informó de la posibilidad de organizar una expedición con niños que no hubieran padecido la viruela de modo que, mediante la vacunación brazo a brazo, pudiese difundirse en Indias el «suero salvador», primero en los puertos y, desde ellos, en el interior del continente. Sea o no verídica la anécdota de que los reyes llegaron a conocer el caso del niño peruano que sufría la viruela de forma tan cruenta, lo cierto es que los experimentos de inoculación con viruelas leves parece que ya habían comenzado a hacerse en la Nueva España du-rante la epidemia de 1780. El médico mejicano José Flores se dirigió al Consejo de In-dias el 28 de febrero de 1803 mediante escrito en el que refería sus méritos como profesional de la medicina en Guatemala6. 4 Demostración cit. 5 Ibid. 6 El informe de Flores se guarda en el Archivo General de Indias, Indi-ferente General, legajo 1558-B, folios 324 a 333. 60 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 8 Según él, veinte años antes «el arte de curar» estaba allí «de-caído, olvidado y aún despreciado». En aquella coyuntura des-favorable, la Real Universidad de San Carlos encargó a Flores de la cátedra de Prima de Medicina. Para levantar la Facultad sobre cimientos sólidos, Flores se atribuye haber atraído discí-pulos, buscado libros, construido máquinas y hecho demostra-ciones de Geometría, de Física, de Química y hasta «una anato-mía de cera» que, según él, no tenía «semejante». Con todo ello, y después de los cursos, Flores afirma en su escrito que presen-tó a sus alumnos a examen ante las autoridades y que «se ex-plicaron con grandeza». Los alumnos, después de terminados sus cursos, se recibieron de médicos y cirujanos y se graduaron de doctores. Todo ello permitió que se estableciese en Guatema-la el Real Protomedicato. Había, pues, en aquella tierra, siem-pre según Flores, «un cuerpo de facultativos que reunía todos los conocimientos del arte», gracias a una Facultad «criada con unos principios que, desde su cuna, ya anunciaba fuerzas gigan-tescas ». Flores, después de pedir la necesaria licencia a Su Ma-jestad, viajó por distintos países de Europa para conocer los métodos empleados en las escuelas de medicina más famosas. Parece que comprobó, con gran sorpresa suya, que en su Fa-cultad de Guatemala «nada faltaba, y que aun podía, en punto de método y de enseñanza, dar leyes», es decir, dar lecciones a las demás. Vuelto a Madrid, Flores recibió noticias, por cartas y por las Gacetas de Guatemala, de los nuevos exámenes y de los adelantos que había habido en la Facultad de Medicina. Flores manifestó en su escrito que por las últimas noticias recibidas del Protomedicato, sabía de los esfuerzos de preservar de las viruelas a las gentes del reino de la Nueva España, ame-nazadas por el contagio desde «una de sus provincias distantes». Los facultativos se daban prisa, según Flores, «en solicitar y buscar el pus en las vacas para practicar la vacuna», lo que decía «transportarle». En la «dulce ebriedad de su alma» por conseguir este fin, Flores fue encargado de exponer lo que se le ocurriera «sobre el establecimiento de la vacuna en América», lo que no podía sino constituir «el complemento» de su gloria. Al fin, se le proporcionaba «la ocasión más feliz para proponer un método fácil y seguro» que permitiera «extirpar las viruelas», 61 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 9 de modo que los habitantes de América quedasen liberados para siempre «del contagio más espantoso». Flores, después de dar su versión sobre la naturaleza de los habitantes indígenas de las Indias, de su resistencia en todos los climas, lo que les hacía sanos «y apenas sensibles a las enfer-medades febriles», para las que, por «la tradición de sus mayo-res, o lo más cierto, el instinto» les había hecho conocer «exce-lentes simples, de que usaban con ventaja», sólo estaban indefensos ante las viruelas, para las que no tenían remedios. La viruela era, para los indígenas, «enfermedad exótica», «ente-ramente desconocida de sus antepasados». Influido por las ver-siones que tenían su origen en las obras del Padre Las Casas, Flores declama, con tonos prerrománticos, sobre la coinciden-cia de la «destrucción de las Indias» en los primeros tiempos de la conquista, por obra de «una tropa impetuosa, avarienta de gloria y riquezas» que había hecho «correr la sangre a torren-tes », aterrorizando a los indios cuando les veían disparar «re-lámpagos y truenos que los despedazaban», de modo que, «asombrados con el estruendo, les parecía que el cielo entero se desplomaba para sepultarlos». Añade que, simultáneamente a «este desastre», «el virus fatal» difundido entre los indígenas, les provocaba «la fiebre violenta que los rendía, la podredumbre fétida de que se hallaban cubiertos ellos, sus hijos y mujeres», hasta creer que la nueva enfermedad «era otra arma de sus vencedores implacables, que no perdonaba ni la edad ni el sexo». El abatimiento del ánimo y el espanto aumentaron, según Flo-res, la malignidad de los contagios, de modo que la primera epidemia de viruela sufrida en Indias había hecho «un estrago lamentable, del que apenas pudieron preservarse los que huye-ron a los montes y desiertos». Flores veía en los efectos de las epidemias de viruelas «la primera y principal causa de la despoblación de América»7. 7 José Flores, al reflejar con tintes tan negros los efectos de la llamada conquista de las Indias y al manifestar que algunos jefes escandalizaron con su violencia y crueldades en aquellos primeros tiempos, reconoció también que las causas de la destrucción se contuvieron y que «las heridas se cica-trizaron luego que se plantó la justicia y se establecieron los magistrados». Sabía que, al lado de los jefes que cometieron crueldades en aquellos pri- 62 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 10 José Flores insiste en que, a diferencia de Europa, en donde las viruelas podían ser benignas, por las defensas creadas, en América el contagio solía comenzar en Veracruz o en los puer-tos de Yucatán, al llegar los barcos procedentes de España. «Con las rapidez de una llama voraz», se difundían «de pueblo en pueblo por las dilatadas provincias de la Nueva España». Llega-ban a Oaxaca, cruzaban el reino de Guatemala, y por Micoya y Costa Rica, pasaban a Panamá y a Guayaquil hasta abarcar «el continente entero», sin exceptuarse las gentes que vivían en tie-rras de clima frío, templado o cálido. El virus atacaba a quie-nes no habían padecido viruelas anteriormente, «dejando por todas partes la amargura y la desolación8. José Flores, después de reconocer que, en su tiempo, apenas había cuatro drogas que mereciesen el nombre de remedio, y éstas se habían «adquirido meros tiempos, eran dignos de admiración «muchos hombres benéficos, verdaderamente patriotas que ejercieron la caridad más ardiente». Flores enumeró las medidas esenciales de la acción española en América: recopi-lación de leyes de Indias, serie no interrumpida de Reales Cédulas desde la época del descubrimiento, el Supremo Consejo de las Indias, que juzga como «monumento eterno que confundirá para siempre a los decla-madores ». Los imparciales habrían de leer «con ternura», en las «sabias leyes» de Indias, que los indios, desde el principio de su conquista, habían sido «declarados vasallos libres nobles, capaces de todos los empleos y de optar a los beneficios y dignidades»; que eran «sagradas» sus tierras y pro-piedades; que se les habían concedido «los privilegios de menores, bajo la tutela inmediata de los fiscales togados; que se les había dispensado, «en lo posible», de las leyes eclesiásticas, civiles y criminales; que no se les podía «infligir el castigo de un azote, sin autos formales seguidos hasta la última instancia y con sentencia definitiva de la Audiencia del distrito»; que no pagaban «mas pechos que un ligero tributo»; que en los imperios y gobier-nos del viejo mundo no había memoria «de vasallos más privilegiados y protegidos» que los indígenas de la América española. Por todo ello, José Flores concluía que la decantada tiranía de los españoles era una quimera y que la destrucción de los indios tenía otra causa: la de las viruelas. Fo-lios 2 vuelto y 3 del Informe cit. 8 José Flores aludió a las epidemias de 1749, 1761 y 1779, para mani-festar que él, en Guatemala, al tener noticia de los estragos que hacía la viruela, había corrido a la capital «a entablar la inoculación», después de los trámites gubernativos necesarios. A pesar de la rapidez en todo, y de la prisa en inocular, el mal parece que provocaba «una mortandad tan gene-ral » que lo sufrieron «los indios, los castas y los blancos». Ibid. Folio 4. 63 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 11 de los salvajes», hizo una historia de la inoculación, para con-cluir con la referencia a la Real Orden de 1785 en la que se había mandado observar el método recomendado por don Fran-cisco Gil, cirujano del Real Monasterio de San Lorenzo y su Real Sitio. Se trataba del antiguo proyecto francés aplicado para evi-tar el contagio de la peste. Para América, se recomendada que, en los puertos, en caso de desembarcar enfermos de viruelas, con las ropas o muebles utilizados, no saliesen de las naves o que se custodiasen en lazaretos, según establecían las disposi-ciones legales en caso de enfermedades contagiosas. Se cumplió esta Real Orden, sin que sea posible calcular cuales fueron sus efectos, aunque José Flores detalló en su informe lo que él pudo hacer como primer protomédico del reino de Guatemala al te-ner noticia de que en Campeche y Villahermosa, a comienzos del año 1794, había epidemia de viruelas. Trató de proceder a la inoculación masiva, y a tomar las medidas pertinentes para evitar el contagio. Alude a una lista de 14.000 inoculados de los que sólo murieron 46. Según refiere José Flores en su informe, en abril de 1802 se tuvo noticia de una nueva epidemia de viruelas en Chiapa. Por entonces, se habían difundido las noticias sobre la inoculación publicadas en las gacetas de Madrid y de La Habana y se bus-caron instrucciones y escritos publicados en Londres y en París. También se quiso disponer del pus vacuno, sin encontrarlo. En aquella coyuntura, el doctor José Córdoba, protomédico interi-no, propuso hacer experimentos originales mediante la inocula-ción de ovejas. El doctor Esparragosa, discípulo de José Flores, promovió una suscripción para que un correo extraordinario fuese a buscar el pus que, según noticias, había en la ciudad de Méjico o en Veracruz. El correo regresó sin el pus deseado por-que el de Méjico estaba inactivo. El pus llegado a La Habana entre dos cristales no surtió efecto, quizá por estar envejecido. Sólo a finales de agosto de 1802 llegó a Guatemala pus vacuno remitido desde Veracruz. Procedía de Nueva Orleáns, aunque en mal estado. Las inoculaciones que se hicieron en varios niños no tuvieron efecto alguno. Ante tales fracasos, José Flores no vió otra solución que el apoyo directo de la Corona. Se expresó así en su informe: 64 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 12 «El remedio contra la malignidad de las viruelas no es ya un problema: no es la pócima desabrida de una botica, ni la re-ceta abortada de los sistemas vanos y contradictorios. No es un injerto que hace lozana una planta y marchita todo un vergel. Es un pus dulce que suministra el animal más útil al hombre. Es un virus coercible que se maneja sin cordones de tropa, y sin impedir la comunicación ni interceptar el comer-cio. Es un antídoto que el médico más feliz halló en las aldeas entre los pastores humildes. Es un don de la provi-dencia ». José Flores recogió la noticia, en su informe, de que el pre-sidente Jefferson había enviado el suero a los jefes indios para que los distribuyesen entre las tribus septentrionales. Esperaba que la Corona consiguiese derramarlo «desde la California y los Apalaches hasta los patagones» con el fin de «aniquilar el mons-truo horrendo de las viruelas». Acorde con un principio común en España y en la América del siglo de las luces, Flores tuvo presente lo útil de valerse del ejemplo para evitar las resistencias que pudiera haber respecto a la inoculación. Veía fundamental el apoyo y colaboración del estado eclesiástico con el fin de persuadir, con sus predicaciones y rezos, y con su ejemplo, a que las gentes se sometiesen a la práctica que se quería difundir. Para que fuese eficaz la aplica-ción del suero, José Flores propuso fundamentar en la religión las acciones conducentes a transportarlo y a inocularlo. Señaló que «las gentes ilustradas» sabían muy bien que la religión ha-bía sido siempre «el resorte vigoroso y felizmente empleado por los legisladores de todas las edades» para introducir y arraigar una costumbre. Así, en «el siglo mismo de la filosofía», en «el ponderado siglo de las luces», ofrecía el ejemplo más memora-ble «sobre esta importante verdad». Flores recomendó: 11. Al no tener noticia cierta de que en La Habana, Méjico, Guatemala y Perú hubiese «fluido vacuno», habrían de despacharse con la mayor rapidez, desde Cádiz, dos barcos ligeros para que, sin mezcla de intereses ni de comercio, se embarcaran en ellos algunas vacas con viruelas verdaderas y algunos jóvenes que llevasen ino-culado sucesivamente pus en los brazos. Además, habría 65 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 13 de ponerse pus entre dos cristales encerrados con extre-mo cuidado, con facultativos doctos y prácticos. 12. Que uno de estos dos barcos se dirigiese a La Habana para llevar el suero a Puerto Rico, a Trujillo, a Yucatán y a Vera Cruz. El otro barco debería zarpar rumbo a Cartagena para, desde allí, enviar el suero a Santa Fe, La Guayra, posesiones extranjeras, Montevideo, Puer-tobelo, Panamá y reinos meridionales. 13. Que una vez llegado el suero a las capitales, se dividie-sen éstas en cuarteles, con un individuo del ayunta-miento al frente de cada uno, y con vecinos principales acompañados de facultativos. Habría de hacerse un padrón comprensivo de todos los vacunados, con preci-siones sobre su salud «y comodidades» (forma de vida) y que se preparasen habitación y demás auxilios para los necesitados. Una vez hecho todo esto, habría de co-menzar la vacunación, y, terminándola, y convalecidos los enfermos, se anotara el resultado en el padrón. 14. En las cabeceras de provincia y de partido habría de ha-cerse lo mismo, con facultativos hábiles. 15. Que en los pueblos y misiones en donde no hubiese fa-cultativo, español o ladino, se encargasen los curas y misioneros de estas operaciones. 16. Que los párrocos advirtiesen a los feligreses cuando fue-sen a bautizar a un niño, que se lo volviesen a llevar al término de cuatro o seis meses, con el fin de vacunar-lo. Para la vacunación, el niño habría de estar bien nutrido y sano. La acción de vacunar habría de hacer-se con el ceremonial que se describe a continuación: el monaguillo habría de tener una vela encendida. El pá-rroco habría de estar revestido de sobrepelliz y estola, habría de bendecir al niño y rezar una oración. Una vez terminada esta ceremonia, procedería a vacunar al niño el facultativo de la parroquia, o el nombrado al efecto, o el mismo párroco. Concluida la vacunación, el sacer-dote habría de rezar «la deprecación», señalando a los padrinos que, sin falta, le diesen noticia del restableci-miento del niño, para proceder a escribir la partida en 66 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 14 el libro de vacunación, que habría de guardarse entre los demás libros parroquiales. Habría de conservarse el pus vacuno con sumo cuidado y garantías, entre dos cristales y en caja separada en la misma sacristía, jun-to con las crismeras. Los gastos en que se incurriera habrían de sufragarlos las cofradías9. 17. José Flores recomendó impetrar de Su Santidad una bula en la que santificase la práctica de la inoculación y dispusiese la oración y deprecación que habría de re-zar el párroco, y que concediese una solemne indulgen-cia, ya que esta práctica conservaría y aumentaría el 9 Como nota curiosa, por lo análogo del propósito, aunque algo poste-rior en el tiempo, cabe citar la carta pastoral del arzobispo de Besançon, M. Lecoz quien, maravillado por la vacuna, en el año 1804 envió una pas-toral a todos los curas de la archidiócesis para exhortarles paternalmente a propagar, con todas sus fuerzas, tan feliz descubrimiento. Esta noticia se publicó en los Annales litteraires et morales, en París, en el año XII (1804). El arzobispo, exhortó a los curas con el ejemplo de Cristo que, recorrien-do toda la Judea predicando el Evangelio y «en enseignant et guérissant tout ce qu’il y avait de maladies et d’infirmités parmi le peuple ; par celui de Saint Pierre, dont l’ombre seule guérissoit les infirmes qui se trouvoient sur son passage ; et par celui de saint Luc, qui étoit médecin. Entrant ensuite dans les sentiers de l’erudition, il leur rappelle saint Fulbert, évêque de Chartres, très-versé dans la médecine; le célèbre Lanfranc, archevêque de Cantorbéry, et enfin son illustre disciple Yves, autre évêque de Chartres. Il leur montre encore par l’histoire, que jusqu’à l’an 1452, tous les professeurs en médecine dans l’université de Paris, firent profession de la vie cléricale et de la continence ; et il couronne tous ces illustres témoignages par le premier concordat qui, suivant les décisions et les termes de la pragmatique, voulut que la médecine, aussi bien que le droit canon, fur un degré pour parvenir aux bénéfices. Cette depense d’érudition n’a point eu tout léffet qu’en attendoit le zéle de M. Lecoz pour le salut des corps. Les curés n’ont nullement été touchés de cette pastorale qu’ils ont, dit-on, renvoyé au comité de la vaccine. Les uns nónt guère été édifiés du rapprochement des mirades de J.C. et des apôtres avec les effets merveilleux de la nouvelle découverte ; les autres ont protesté qu’ils ne vouloient pas en faire les honneurs, à leurs risques et périls. Plusieurs ont prétendu que cette matière devoit être prêchée par les médecins et non par les pasteurs ; et tous ont répondu que les nouveaux évêques ne devoient pas plus se mêler de la vaccination, que les anciens ne se mêloient de l’inoculation». Annales litteraires et morales [A Paris], An XII- 1804, Tome I, pp. 428-429. 67 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 15 número de los fieles «y la prosperidad de la Monarquía Católica». 18. Habría de encargarse a los arzobispos y obispos que hi-ciesen publicar la bula con la mayor solemnidad, que la exhortasen, predicasen y explicasen en las iglesias, para instruir al pueblo del inmenso beneficio que había hecho Dios dando a entender un remedio tan fácil con-tra un mal que, o mataba, o dejaba desfigurados o cie-gos e inútiles a los que sobrevivían. Se recomendaba que los arzobispos y obispos en sus visitas diocesanas comprobasen si se hacía la vacunación «con su orden y ceremonias» y que visitasen y examinasen el libro para comprobar que se llevaba con cuidado y exactitud. 19. José Flores también indicó lo conveniente de mandar a los virreyes, presidentes y gobernadores que autorizasen, protegiesen y persuadiesen con su ejemplo la práctica de la vacunación y que diesen los auxilios necesarios para ello, «estando a la mira de la menor falta para advertirla, corregirla y enmendarla». 10. Al haber establecido las Reales Audiencias en Indias con el fin de asegurar la recta administración de justicia y para la protección y conservación de los indios, reco-mendó Flores que se instituyese a estos tribunales como ejecutores especiales de la vacunación en sus respecti-vos distritos. Señaló asimismo que los fiscales de las audiencias, según lo experimentado durante un quin-quenio y, después de oír al protomedicato, expusiesen y pidiesen lo que habría de reformarse o hacerse de nue-vo para que «la vacunación general» tuviera «mayor solidez, acierto y consistencia». Los fiscales, al final de cada año, habrían de pedir a los párrocos nota tomada del libro de vacunación para formar un estado con los datos de todo el distrito. Las audiencias habrían de in-formar a la Corona sobre todo lo concerniente a la vacunación, con los padrones de sus distritos. Así se podría conseguir «un estado general» de los habitantes de las Indias, y «proveer lo conveniente». 68 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 16 EL OFRECIMIENTO DE BERGÉS El 12 de abril de 1803, don Lorenzo Bergés, médico de la Real Familia, «joven, robusto y solo», se dirigió al Rey manifes-tando su deseo «de adelantar en su facultad» tanto en experi-mentos químicos como botánicos que pudieran ser útiles para la salud pública. Bergés indicó en su escrito que los vegetales y los minerales de América podían, «más que en otra parte, favo-recer a su intento, y en particular en el reino de Santa Fe». Por ello, solicitó permiso con el fin de pasar a allí, en compañía del Virrey don Antonio Amar, con quien estaba de acuerdo para ha-cer los experimentos y también para propagar la vacuna. Sobre ésta, señaló en su escrito que si bien se tenía noticia de ella, era desconocida «en aquel país». Bergés sólo quería que se le con-servase el empleo y sueldo que tenía como médico de la Real Familia y que, en lo sucesivo, le tuviese presente el Rey según fuesen «los adelantamientos que en su facultad tuviese»10. El 10 de abril de 1803, de Real Orden, el ministro Caballero comuni-có a Bergés que el Rey le concedía lo solicitado y que, con igual fecha, se avisaba de ello al ministro de Hacienda, al Consejo de Indias, al mayordomo mayor de Su Majestad y al Virrey electo de Santa Fe, don Antonio Amar11. Éste, el tres de mayo, se diri-gió al ministro Caballero, manifestándole estar prevenido de que el Rey había concedido a Bergés la gracia solicitada de pasar en su compañía al nuevo reino de Granada. Amar manifestó su convencimiento de que la práctica de la vacuna «debería ser de incomprensible beneficio para aquellos naturales», y que lo hu-biera manifestado así al ministro al pasar por el Real Sitio de Aranjuez, de haber dispuesto allí de algún tiempo más. En con-secuencia «de haber apetecido este beneficio de la humanidad», habría de informar al ministro de los progresos y méritos de Bergés en cuanto se proponía para que pudiera proporcionarle el premio a que le considerase digno»12. 10 Ibid., fº 404 y 404 vº. 11 Ibid., fº 405, 407 vº y 410 a 412 vº. 12 Ibid., fº 408 y 408 vº. 69 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 17 Por Real Resolución de siete de junio, el ministro Caballero comunicó a Bergés que el Rey consideraba habría de ser «muy lenta la propagación de la vacuna en sus dominios de Indias si sólo se comunicaba por el puerto de Santa Fe», de lo que se le había encargado. También le expresó el deseo de Su Majestad de que el «precioso descubrimiento» fuese conocido cuanto an-tes, «práctica y especulativamente», no sólo «en su vasta domi-nación de ambas Américas» sino también en la de Asia, por lo que había resuelto nombrar otros tres facultativos para que pasasen, con igual comisión, a los virreinatos de Nueva Espa-ña, Perú y Buenos Aires. Todos ellos habrían de estar pagados a costa del Real Erario, e ir con el número necesario de niños expósitos, que, inoculándolos sucesivamente durante el viaje, pudiese llegar el pus con toda su eficacia y se hiciese, «al arribo a Indias», la primera operación de brazo a brazo». El ministro Caballero también notificó a Bergés que todo iba a ser exami-nado de orden de Su Majestad, por una Junta de Facultativos», de cuyos resultados habría de darle noticia una vez que mere-ciesen la aprobación del Rey. Le manifestó asimismo que habría de aplazar su viaje para proporcionarle los mismos medios y auxilios que a los demás comisionados, con el fin de que fuese uniforme el método en los cuatro virreinatos13. EL CONSEJO DE INDIAS, EN EL PLENO DE TRES SALAS, CUMPLIENDO CON LA REAL ORDEN DE 13 DE MARZO, CONFORME CON EL FISCAL, PROPUSO LOS MEDIOS QUE ESTIMÓ NECESARIOS PARA EXTENDER A LOS DOMINIOS DE AMÉRICA LA INOCULACIÓN DE LA VACUNA Al tener noticia el Rey de los efectos de las epidemias de vi-ruelas en sus dominios de América, y deseando atajar, en cuan-to fuese posible, tan grave mal, dirigió Real Orden al Consejo de Indias para que dictaminase si podría extenderse a aquellos países la inoculación de la vacuna, y que, a tal efecto, propusie-se los medios que estimase necesarios. 13 Ibid., folios 413 a 414 vº. 70 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 18 Llegada la Real Orden al Consejo de Indias, el ministro que hacía de fiscal informó que el médico de cámara don José Flo-res en su informe de ocho de febrero, al referir los estragos que causaba las viruelas, había «recomendado mucho la inoculación de la vacuna» y que no se había hecho en Guatemala por no haber encontrado pus en las vacas y por haber llegado en mal estado el recibido, entre dos cristales, de La Habana y de Veracruz, a donde se había solicitado. Después de resumir el escrito de Flores, el fiscal del Consejo de Indias, manifestó su parecer favorable a que fuese «un pro-fesor inteligente» en uno de los buques correos de Su Majestad que se dirigiese a Veracruz, convencido de la bondad «de este preservativo poderoso» para que llevase consigo muchachos de la Casa de los Desamparados con el fin de que fuesen vacuna-dos sucesivamente, de modo que dejase algunos en Canarias, Puerto Rico y La Habana. Introducida la vacuna en estas islas, podrían pasar a Veracruz y Méjico con el mismo objeto, encar-gando a los gobernadores y virreyes de la Nueva España que, desde allí, propagasen la vacunación en sus distritos respecti-vos y en las provincias internas de la Comandancia General. El fiscal también señaló lo conveniente de dirigirse a los arzo-bispos y obispos para que auxiliasen, por su parte, la «saluda-ble providencia por todos los medios que estimasen oportunos», publicando edictos en los que recomendasen vivamente la vacu-nación. El fiscal fue de parecer favorable a que Flores participase en el ensayo, pasando también en el buque correo que hacía esca-la en Cumaná, Caracas y Cartagena para que, desde estos puer-tos, se difundiera la vacuna en la provincia de Costa Rica y en las de León de Nicaragua y Guatemala, «con la comisión de comunicar la vacuna a las provincias del Perú». Al fiscal le pa-reció oportuno recomendar como «otro profesor» a don Fran-cisco Balmis, de quien sabía era físico de Cámara y traductor del que él juzgaba ser el tratado más completo sobre la vacuna: el del doctor Moreau de la Sarthe. Y recomendó a Balmis «por su actividad, por su genio», y por haber hecho repetidos viajes a la Nueva España, y conocer «aquel país», al haber residido «largo tiempo» en él. 71 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 19 El fiscal del Consejo de Indias señaló en su dictamen que si el nuevo reglamento de correos marítimos no facilitase o impi-diese utilizar los barcos para hacer el servicio de los transportes que exigía la expedición de la vacuna, podrían habilitarse dos pequeños buques con este exclusivo cometido, cuyo coste habría de ser «de ninguna consideración», «comparado con el bien que se debía esperar». El fiscal indicó en su dictamen que si los dos profesores que señalaba no se prestasen voluntariamente a este servicio, o no fuese de la aprobación de Su Majestad conferirles el encargo, habrían de admitirle otros de Real nombramiento, sin que recibiesen paga ni obsequio por el trabajo a desempe-ñar. En cuanto a los jóvenes que participasen en la expedición, sugirió el fiscal que pudieran «quedar bajo la protección del Gobierno», o regresar «según pareciese conveniente», formándo-se una instrucción de lo demás que se considerase conducente, por un profesor que nombrase Su Majestad. El Consejo de Indias, en el pleno de las tres salas, después de exponer que don Francisco Requena, ministro de aquel tri-bunal, había señalado las ventajas de la propagación de la va-cuna en Indias, de referir el informe de Flores y de resumir su contenido, pasó a contestar a la referida Real Orden de 13 de marzo. El Consejo, conformándose con el dictamen del fiscal, emitió su parecer el 22 de marzo de 180314. El marqués de Bajamar, aunque había firmado la consulta hecha a Su Majestad por el Consejo de Indias, al no estar con-forme con el dictamen, envió escrito sobre las razones que ha-bía tenido para no convenir en todo lo que había opinado el mayor número de vocales que habían concurrido a la votación. Lo hizo así para que, agregándose su escrito al expediente, se tuviese en cuenta al tiempo de resolver Su Majestad lo que fue- 14 El pleno de las tres salas estaba formado por don Fernando José Mangino, el conde de Pozos-Dulces, don Manuel José de Ayala, don Mi-guel Calixto Acedo, don José Antonio de Urizar, don Fulgencio de la Riva, don Vicente Hore, don Pedro Jacinto Valenzuela, don Francisco Requena, el conde de Torre-Múzquiz, don Ignacio Omulryan, don Manuel de Soto, don José de Rojas, don García Gómez Jara, don Antonio Gámiz, don Tadeo de Galisteo y don Francisco Javier de la Vega. Ibid., folios 321-323 y 334 a 340 vº. 72 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 20 se más de su Real Agrado. El escrito está fechado en Madrid, a 26 de mayo de 180315. Al mismo tiempo, y poniéndose de acuerdo con los proto-medicatos que había en cada capital del Virreinato, habría de instruir y formar «nuevos operarios» que se distribuyesen por todo el territorio y provincias lejanas, auxiliados por las instruc-ciones de aquellos tribunales y providencias de ayuda que pu-dieran tomar los virreyes. A éstos habrían de corresponder «las menudas distribuciones» de la acción vacunadora, con el fin de que, según su prudencia y conocimientos prácticos, actuaran de acuerdo a lo dispuesto en la Real Resolución de seis de junio de 1803, dirigidas a don Antonio Gimbernat y a don Manuel Núñez pertenecientes a la Junta de Cirujanos de Cámara. Se señaló que era deseo del Rey «ocurrir a los estragos» que cau-saban en sus dominios de Indias «las epidemias frecuentes de viruelas y proporcionar a aquellos sus amados vasallos» los auxi-lios que dictaba «la humanidad, el bien del Estado y el interés mismo de los particulares», tanto «de la clase más numerosa que, por menos pudiente», sufría «mayores daños, como de las demás, acreedoras todas a su Real beneficencia». Por ello, se señaló en la Real Resolución que Su Majestad, oído el dictamen del Consejo de Indias, quería que se propagase en América, a costa del Real Erario, la inoculación de la vacuna, «acreditada en España y casi en toda Europa con pruebas incontestables como un preservativo de las viruelas naturales». A tal fin, que-ría Su Majestad que tanto Gimbernat como Núñez, «asociándo-se los cirujanos de la Real Cámara don Leonardo Galli y don Ig-nacio Lacaba», buscasen y propusiesen, con la brevedad posible, tres facultativos «hábiles e idóneos, por sus luces y experiencia», que se conviniesen a pasar, en la primera ocasión oportuna, a los virreinatos de Nueva España, Perú y Buenos Aires, «arre-glando con cada uno de ellos el sueldo» que hubiesen de gozar y la cantidad a recibir en España para los preparativos del via-je, teniendo entendido que habrían de embarcarse en buques correos de la Real Armada, y ser mantenidos durante la nave-gación. En la Real Resolución, se indicó que, «siendo lo más 15 Ibid., folio 345 y 345 vº. 73 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 21 esencial y difícil» para la empresa de la vacunación conservar el pus «con toda su actividad en tan dilatados viajes y en el trán-sito por la línea y climas diversos», había pensado Su Majestad que el medio más seguro era que cada facultativo llevase el número suficiente de niños «de buena expresión» que no hubie-sen sufrido viruelas naturales, ni inoculadas. Los niños habrían de sacarse de las Casas de Expósitos y de los Desamparados de Madrid para que fuesen inoculados sucesivamente por el facul-tativo correspondiente de modo que, al llegar a América, pudie-ran vacunar allí de brazo a brazo. En la Real Resolución se señaló que los niños habrían de ser «habilitados, conducidos, y mantenidos» de cuenta del Real Erario hasta que tuviesen «ofi-cio o modo de vivir». Los niños habrían de ser recomendados a los virreyes para que les proporcionasen educación, subsisten-cia y destino. En cuanto a los profesores comisionados, también habría de encargarse a los virreyes que los honrasen, distin-guiesen y pagasen puntualmente sus sueldos, siempre que todos ellos desempeñasen las obligaciones contraídas. Una de las ta-reas de los profesores habría de ser enseñar a los facultativos de Indias cómo hacer las vacunas y pasar a las provincias, ciu-dades y lugares en cada virreinato, según dispusiese el Virrey res-pectivo. También se mandó en la Real Resolución que se com-prasen, de cuenta del Real Erario, ejemplares del Tratado histórico y práctico de la vacuna para que los virreyes los distribuyesen gratuitamente entre los facultativos americanos, haciendo reim-primir la obra, en cada capital, si fuese necesario, con el fin «de generalizar la operación y enseñarla práctica y especulativa-mente a un mismo tiempo». En la Real Resolución, se hizo cons-tar que, estando nombrado por Su Majestad el médico de fami-lia don Lorenzo Berges, «y en camino para el virreinato de Santa Fe», no era necesario que Gimbernat y Núñez informa-sen sobre este facultativo. Sí se insistió en que propusiesen lo que estimasen conveniente sobre las condiciones, dotaciones y medios con que hubiesen de ser auxiliados16. Los cirujanos de Cámara contestaron al encargo que se les hacía, manifestando que consideraban conveniente para la más 16 Ibid., folios 349 a 355. 74 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 22 acertada elección de los profesores que viajasen a América, pu-blicar la Real Resolución en el Real Colegio de San Carlos de Madrid, ya que así llegaría a noticia de los más aptos para des-empeñar la comisión de la vacuna. Así, la Junta podría propo-ner al ministro Caballero los facultativos «más sobresalientes» entre los que pretendieran el encargo17. La publicación en el Co-legio de San Carlos se mandó hacer al día siguiente18. DICTAMEN DEL GOBERNADOR DEL CONSEJO DE INDIAS EN EL EXPEDIENTE DE EXTENDER LA VACUNA EN AMÉRICA El gobernador del Consejo de Indias, marqués de Bajamar, trató en su dictamen de las medidas que estimaba convenía adoptar para el pago a los profesores que colaborasen en la di-fusión de la vacuna en América y sobre cómo podría hacerse. Recordó que el gobierno y jurisdicción de «todas las Américas» estaba dividido en cuatro virreinatos; que los virreyes eran re-presentantes del Soberano en los territorios de las respectivas de-marcaciones y que tenían la autoridad necesaria para promo-ver «el bien público y universal» de los habitantes. Por ello, el presidente del Consejo de Indias pensaba que los virreyes debe-rían encargarse de promover la inoculación de la vacuna. Para proceder en esto, el marqués de Bajamar señaló en su dictamen que cada Virrey habría de tener a su disposición «un profesor experimentado» en vacunación para que comenzara a aplicarla en la capital del respectivo virreinato de modo que, comproba-da la eficacia del método, procediese a proseguirlo en las pro-vincias más próximas, instruyendo al mismo tiempo a los protomedicatos y actuando de acuerdo con ellos, de modo que pudieran formarse expertos que se distribuyesen en todo el te-rritorio y provincias lejanas para actuar de acuerdo con las ins-trucciones generales recibidas. El presidente del Consejo de In-dias indicaba en su dictamen que los encargados de vacunar en 17 Firman el escrito dirigido a don José Antonio Caballero, Antonio Gimbernat, Leonardo de Galli e Ignacio Lacaba. Ibid., folio 357 y 357 vº. 18 Ibid., folio 358 y 358 vº. 75 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 23 las provincias habrían de tener libertad de actuar «en las me-nudas distribuciones de esta comisión» con el fin de que, «se-gún su prudencia y conocimientos prácticos», dispusiesen lo que estimasen conveniente para alcanzar al fin que Su Majestad había dispuesto. Esta libertad de acción en los asuntos de deta-lle sabía el presidente que era necesaria al no ser posible, desde las capitales de los virreinatos, «individualizar ni explicar por menor la carrera e itinerarios» que hubiesen de seguir los pro-fesores que llevasen el proyecto a la práctica. De acuerdo con todo lo expuesto, el presidente del Consejo de Indias propuso en su dictamen que el Rey destinase tres facultativos para que uno de ellos pasase al reino de la Nueva España, otro al virreinato del Perú y el tercero al de Buenos Aires, por estar ya nombrado el del reino de Nueva Granada, que acompañaba en su viaje al Virrey de Santa Fe, don Antonio Amar. Señaló también en su dictamen que los profesores, a su parecer, deberían trasladarse a sus respectivos destinos en los buques de guerra que llevaban la correspondencia desde España a los puertos de América y que el pasaje debería correr a cargo de la Real Hacienda, o de la misma Renta de correos, lo que no habría de ser «muy gravo-so ». Opinaba asimismo que el profesor que fuese destinado a la Nueva España podría detenerse en La Habana el tiempo preci-so para vacunar allí e instruir a los médicos y facultativos so-bre cómo utilizar el nuevo procedimiento. Una vez establecido en la isla de Cuba «y comunicado a la isla de Puerto Rico», podría dirigirse a Veracruz y a Méjico para «establecer el méto-do y reglas» que deberían observarse tanto en la capital del Virreinato como en las provincias y reinos de la Nueva España, hasta el gobierno y territorio de Guatemala, bajo las órdenes que se le comunicasen por el Virrey. El facultativo que se desti-nase para difundir la vacuna en el Virreinato del Perú, según parecer del presidente del Consejo de Indias, habría de «dirigir-se en derechura a Cartagena, Portobelo, Panamá y Lima» para actuar allí según las reglas ya prefijadas. El que se destinase a Buenos Aires, siempre según el parecer del marqués de Bajamar, habría de ir «en derechura a aquella capital y, en ella y en la jurisdicción de su Virreinato», hacer las vacunaciones «en la propia conformidad que los otros». Todos habrían de llevar con- 76 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 24 sigo «el pus o vacuna legítima y bien experimentada en Espa-ña, con todas las precauciones del arte», para que llegase «con la propia virtud» que tenía. El presidente del Consejo de Indias esperaba que el pus se pudiera encontrar en América, «mayor-mente en los países cálidos» en donde se apacentaba el ganado, aunque siempre resultaría prudente «llevarla de antemano, para no frustrar la idea y el proyecto por falta del material indispen-sable para la operación». Una vez establecido el procedimiento general para difundir la vacuna, el gobernador del Consejo de Indias pasó a exponer en su dictamen cómo «buscar medios y arbitrios» para «salir al encuentro a la mortandad» sufrida siempre en América en las epidemias de viruelas. De ellas eran víctimas principalmente «las clases de indios, negros y mulatos». Las epidemias, según él, en ocasiones, habían «desolado provincias enteras, llevándose la mitad o las dos terceras partes del todo de dichas clases» con lo que se había originado que no sólo quedasen «yermos los cam-pos y sin cultivo por falta de manos trabajadoras, sino también el laboreo de las minas y el producto de las haciendas». Aludió asimismo el presidente en su informe a que, debido a las mortandades provocadas por la viruela, disminuía «el ramo de los tributos de los indios» pues, al faltar contribuyentes, baja-ban los ingresos de la Real Hacienda en lo correspondiente a esta contribución, que él calificó de «justa y debida». Por todo ello, indicaba que si «por un medio tan humano y precautivo como el de la inoculación de la vacuna» se evitaba «la muerte» de tantos como sacrificaba «el azote de las viruelas», lo que exigía «la humanidad», lo hacía también «preciso el interés pú-blico y la contribución debida a S.M.». En el razonamiento que expuso en su dictamen el presiden-te del Consejo de Indias, se unen los sentimientos humanitarios y los intereses económicos y hacendísticos. Aconsejó que se pro-moviese la difusión de la vacuna en América, y que los gastos corriesen a cargo de la Real Hacienda. Si el fisco se interesaba «tan de lleno en la conservación de sus tributarios y en los demás derechos reales de los productos de la agricultura, comer-cio y minas» cuando estaban cultivadas las tierras «y los labo-reos de aquellas florecientes», era del «Real interés» que su- 77 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 25 fragase los gastos ocasionados por la remuneración y actuacio-nes de los profesores que pasasen a América, que él juzgaba ha-brían de ser «bien cortos», si se comparaban con «las utilida-des » que habría de reportar a la Real Hacienda «la conservación de tantos vasallos útiles» como habría de resultar, al redimirlos de la muerte, por la «introducción de la vacuna» que pusiese fin al «estrago de las viruelas». El presidente del Consejo de Indias señaló, además, «otro ramo» del que «se pudiera echar mano: el de «censos de indios». Ocurría, como limitación de esta posi-bilidad, que si bien estaban establecidos en el distrito de la Au-diencia de Charcas, ignoraba si había este arbitrio en el distrito de las de Lima, Chile y en la Nueva España. Por ello, señaló que no hallaba «proporción» para que se hiciesen cargos sobre él que pudieran ser seguros. No obstante, manifestó saber que en el Banco Nacional de San Carlos había depositados «algu-nos caudales de comunidades de Indios», de las que no le cons-taba que estuviesen invertidos sus réditos, ni con qué fin se habían colocado allí. Los propios y arbitrios patrimonio de ciu-dades, villas y lugares que los tenían, estaban destinados a su-fragar los gastos municipales (sueldos y erogaciones de los Ayun-tamientos) conforme a sus respectivas ordenanzas, y al arreglo de caminos, puentes, calzadas y demás obras públicas. Por ello, el dinero correspondiente a propios y arbitrios no se podía reti-rar ni aplicar a otras atenciones, a menos que se dejase a las poblaciones sin recursos para atender a tan necesarios fines. El gobernador del Consejo de Indias indicó asimismo en su Dicta-men que convendría enviar circulares a los arzobispos y obispos con el ruego y el encargo de que cooperasen, con el estado ecle-siástico, a difundir el uso y práctica de la vacuna en sus respec-tivos distritos. Además de exigirlo así la caridad cristiana, habría de resultar para la iglesia «el beneficio» de que no decayese, «con la mortandad de sus feligreses, la gruesa de diezmos de la dotación de sus iglesias ni el Real interés de los novenos aplica-dos a S.M., conforme a las respectivas erecciones de cada obis-pado »19. 19 El dictamen del gobernador del Consejo de Indias, marqués de Baja-mar, se conserva original en el legajo cit., folios 346-347. 78 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 26 EL PROYECTO DE FRANCISCO XAVIER DE BALMIS Acababa Balmis de traducir el Tratado de vacunaciones es-crito por J. L. Moreau de la Sarthe, cuando se circuló la Real Resolución de 29 de julio de 1803, dirigida a los virreyes de Nueva España, del Perú, de Buenos Aires y de Santa Fe, al comandante general de las provincias internas de Nueva Espa-ña, a los gobernadores e intendentes de Veracruz y de Yucatán y de Puerto Rico, al gobernador de La Habana, al presidente de Guatemala, al gobernador capitán general de Caracas, al intendente de esta ciudad, al gobernador de Cartagena de In-dias, a los presidentes de Quito y de Chile y al gobernador de Filipinas. Balmis presentó un proyecto de viaje para hacer las vacu-naciones necesarias en distintos lugares de América y de Asia, acompañado del derrotero o itinerario que habrían de seguir los expedicionarios, bajo su dirección. El «Derrotero para conducir con la más posible brevedad la vacuna verdadera y asegurar su feliz propagación en los cuatro virreinatos de América, provincias de Yucatán y Caracas, y en las islas Antillas» consta de siete artículos y tres notas adicionales. En el Derrotero, se señala que los expedicionarios habrían de embarcar en el puerto de La Co-ruña, en un paquebote destinado a la vacunación. De La Coru-ña, el paquebote habría de dirigirse a Tenerife y llevar uno de los niños vacunado para establecer en la isla la práctica, con el fin de que pudiera propagarse en las demás islas Canarias. Se calculaba que la navegación entre La Coruña y Tenerife habría de durar unos ochos días. Desde Tenerife, los expedicionarios habrían de dirigirse a Puerto Rico, en una navegación que se calculaba habría de durar veinte días. De Puerto Rico, habrían de pasar a La Guayra, después de ocho días de navegación. Desde La Guayra, los vacunados habrían de dirigirse, a pie, hasta Caracas, camino que se estimaba habría de exigir tres horas. Una vez hecha allí la vacunación, volverían a La Guayra para tomar rumbo a La Habana, en navegación que se calcula-ba podía durar ocho días. De La Habana, los expedicionarios habrían de pasar a Campeche, en unos cuatro días de navega- 79 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 27 ción. De Campeche habrían de dirigirse a Mérida, para lo que necesitarían dos días. Hecha allí la vacunación, habrían de reembarcarse de nuevo en Campeche con destino a Veracruz, lo que se calculaba habría de exigir cuatro días de navegación. Desde el puerto de Veracruz, habrían de continuar los vacu-nadores el camino hasta la villa de Jalapa, en dos días, para proseguir su ruta hasta la Puebla de los Ángeles en otros dos y, en tres más, llegar a la ciudad de Méjico, después de haber he-cho la vacunación en todas estas ciudades y asegurado que se propagase. Al desconfiar de que pudiera conservarse «el fluido vacuno» aun guardado entre cristales, por la facilidad con que degeneraba, se pensó que, entre el puerto de Acapulco y El Callao, debería hacerse la navegación en otro barco. Por ello, el paquebote que había zarpado en La Coruña habría de regresar a España desde Veracruz, con los niños españoles que hubiesen formado esta primera expedición. Una vez hecha la vacunación en la ciudad de Méjico, e ins-truidos «sus profesores» de lo que convenía hacer para difun-dirla, habría de tratarse con el Virrey de cómo propagarla en varias ciudades de aquel reino. Los empleados en la vacunación habrían de dirigirse a los lugares que más conviniese. Al termi-nar sus trabajos habrían de reunirse en la ciudad de Méjico para proceder a la nueva expedición que partiría del puerto de Acapulco para dirigirse al Callao de Lima. La navegación en-tre Acapulco y el Callao se estimaba que podría durar entre veinticinco y treinta días. A efecto de mantener la vacuna fres-ca, se pensó en que bastarían de doce a dieciséis niños que po-drían sacarse del hospicio de la ciudad de Méjico. Una vez he-cha la vacunación en Lima y asegurada su propagación, el director, con el acuerdo del Virrey, habría de disponer cómo di-fundir la vacuna en todo aquel territorio, formando tres divisio-nes: una para dirigirse, desde Lima, a Oruro, a Tucumán y a Buenos Aires; otra, desde Lima a Chile, con vacunaciones en las zonas intermedias y, la tercera, desde Lima a Guayaquil, Quito, Popayán y Santa Fe. Los viajes que se emprendieran desde Lima, al hacerse por tierra y por carreteras muy frecuentadas, ya que apenas transcurrían tres días sin encontrar población, podrían permitir vacunar «brazo a brazo» sin riesgo de que se 80 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 28 alterara el suero. Con ello, podría conseguirse la propagación de la vacuna en toda América, «mediante el celo y trabajo» de los empleados que participasen en la «gloriosa expedición», al dedi-car todas sus fatigas al debido cumplimiento de la empresa pro-movida por «el amor paterno» del augusto monarca y por el celo de «su sabio ministro» —Caballero— a quien habría de se-ñalar la posteridad como «el promovedor de tanto bien». La mayor dificultad, entre todas las que originaba la expedi-ción, era la de conservar «el fluido vacuno» con todas sus pro-piedades. Para conseguir que fuese así, se requería hacer una progresión sucesiva de vacunaciones. Por ello, cuanto más du-radera fuese la navegación mayor habría de ser el número de vacunas que se hiciesen. Así, pues, al aumentar las dificultades con la distancia, y siendo tanta la que separaba España de Buenos Aires y de Lima, no era aconsejable organizar una ex-pedición directa, ya que bastaba que faltase —que fallase— «una sola progresión vacunal» para que fuera inútil la empresa. En el informe de Balmis, se añadió que, en caso de querer llevar la vacuna a las islas Filipinas, se podría hacer con mucha facili-dad, ya que desde Acapulco a las islas Marianas se tardaba en-tre treinta y cuarenta días y desde allí a Manila de ocho a diez. La rapidez en la ida se debía a los vientos generales favorables. La vuelta, hasta Acapulco, resultaba «penosa y larga» y podía durar más de seis meses20. 20 Por un suplemento al derrotero para propagar la vacuna desde la América Septentrional a la Meridional y desde allí a las islas Filipinas se conoce con mayor detalle la propuesta de un recorrido alternativo: Veracruz - La Habana - La Guayra - Caracas - Cartagena - Río Magdalena - Santa Fe - Popayán (y propagación de la vacuna en todo Chocó) - Almaguer - San Juan de Paítos - Villa de San Miguel de Ibarra - Quito - Cuenca - Loja - Valladolid - Jaén (y propagación de la vacuna en Guayaquil y en todas sus provincias, cercanas al mar) - Chachapoyas - Lima (y propagación en todo el virreinato del Perú) - Guarochini - Jauja - Guamanga - Cuzco - Chacuito - La Paz - Oruro - La Plata - San Miguel de Tucumán - Santiago del Estero - Córdoba de Tucumán, en donde los expedicionarios habrían de dividirse, para pasar, unos, al reino de Chile y los demás seguir «el camino trillado de Buenos Aires». Los que fuesen a Buenos Aires, podrían pasar al Paraguay y, desde allí, a Buenos Aires para, por el río de la Plata, dirigirse a Montevideo, embarcándose en aquel puerto para regresar a España. Los que fuesen a 81 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 29 APROBACIÓN DEL PROYECTO DE BALMIS Por Real Orden de 20 de junio de 1803, la Junta de Ciruja-nos de Cámara examinó el reglamento y derrotero que había presentado Balmis, conformándose con uno y otro. La Junta había previsto proponer facultativos para dirigir la vacunación y, al tiempo, un plan semejante para garantizar el éxito de la empresa y evitar gastos. Consistía el plan de los facultativos en enviar un barco a cada uno de los tres virreinatos de Méjico, Perú y Buenos Aires. Reconocieron los miembros de la Junta que el plan propuesto por Balmis hacía más seguro que se con-siguiese el objetivo propuesto por Su Majestad. El siete de marzo de 1803, don Antonio de Gimbernat, miem-bro de la Junta de Cirujanos de Cámara, envió carta a Balmis en la que le manifestaba ser «sumamente interesante a la hu-manidad » y a la población de América el plan que había pro-puesto, que calificó de «excelente, el más asequible y seguro en realizarse», dirigiéndolo «al Excmo. Señor Generalísimo» [don Manuel Godoy]. Gimbernat no tenía duda de que el Príncipe de la Paz adoptase el plan «llevado de su gran celo para la mayor felicidad de la Patria», por lo que hizo saber a Balmis en esta carta que las circunstancias que concurrían en él para el debi-do desempeño de la importante misión le hacían acreedor de Chile habrían de dirigirse desde Córdoba de Tucumán a San Luis de la Punta, Mendoza y Santiago de Chile y, desde allí, a Concepción. Los expe-dicionarios, cuando regresasen a Santiago, podrían pasar a Valparaíso para embarcarse y proseguir su viaje por la costa, en pequeñas navegaciones, con el fin de dirigirse a Coquimbo, Copiapó, Arica, Ylo, y Lima y, desde esta ciudad, a Trujillo y a Guayaquil, si se quisiese, aunque no habría de ser necesario, una vez que ya se hubiese propagado la vacuna en Quito. Desde allí, habrían de dirigirse a Panamá para propagar la vacuna en aquella zona. Habrían de pasar luego a Chagres, en la parte septentrional del istmo, para proseguir su ruta hasta Portobelo y, de allí, a La Habana y regresar a Espa-ña. La vacunación en Guatemala podría organizarse desde Méjico o desde Panamá y, en Filipinas, mediante navegación desde Acapulco, aprovechan-do la salida de la nao en el mes de marzo. Para ello, habrían de quedarse allí, hasta entonces, un practicante y un enfermero para vacunar a los niños durante la navegación. 82 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 30 obtenerla. Gimbernat añadió en la carta que si él «tuviera al-gún influjo para ello», habría de experimentar Balmis «el buen efecto de su amigo». La intervención de Gimbernat en el proyecto de llevar la vacuna a América y sus conversaciones con Godoy quizá se in-terfirieron con las gestiones que hacía Balmis con el ministro Caballero. La enemistad entre Godoy y Caballero era manifies-ta. El valimiento de Godoy con los reyes nunca fue lo suficien-temente grande como para conseguir la caída de Caballero. Godoy manifestó en sus Memorias su enemistad vital con Caba-llero, al que reconocía gozar «siempre con los reyes de una gran confianza» y la utilizaba para lograr que Carlos IV y María Luisa «tuviesen por celo y por lealtad los embrollos y los chis-mes con que turbaba su reposo». Godoy afirma en sus Memo-rias que Caballero le hacía «la guerra sorda procurando ocasio-nes y buscando incidentes» con que poder perder en el ánimo del Rey a aquellos mismos hombres cuyos merecimientos en las letras y en las ciencias hacían que les hubiera apoyado el Prín-cipe de la Paz y que habían encontrado en él «sus medios de carrera y de fortuna». Según Godoy, la lucha entre él y Caba-llero era continua y a veces «dura y agria»: de parte de Godoy, el enfrentamiento era —según él— franco «y con orgullo»21. De 21 Godoy hizo un retrato despiadado de Caballero, a quien respon-sabilizó de la caída de Jovellanos como ministro de Gracia y Justicia y de Meléndez como fiscal de la Sala de alcaldes. Estas son las palabras de Godoy, en las que no faltan alusiones despectivas a defectos físicos: «Don José Antonio Caballero, uno de los mil leguleyos que acababan su carrera en España y recibían sus grados sin haber leído ni una sola página de la Historia, sin conocer la crítica ni el fundamento de las leyes, sin más filo-sofía que una mala y estrafalaria dialéctica, sin más estudio que las glosas de los viejos comentadores del Derecho Romano y del Derecho Patrio, sin más arte que el de la argucia y las cavilaciones de la curia, este hombre dado al vino, de figura innoble, cuerpo breve y craso, de ingenio muy más breve y más espeso, color cetrino, mal gesto, sin luz su rostro como su espíritu, ciego de un ojo y del otro medio ciego, tuvo la fortuna de entrar en la magistratura por influjo de un tío suyo, don Jerónimo Caballero, vie-jo militar de las antiguas guerras de la Italia y ministro de la guerra que había sido en poco tiempo. En fatal hora para España, no bien hallado en el estrecho círculo que le hacía, para hacer daño, su plaza de fiscal togado en el Consejo de Guerra, se colocó en el poder aquel raposo, nuevo agente 83 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 31 parte de Caballero, «con asechanzas y perfidias». Según Godoy, su poder había hecho más ruido y había parecido «más brillan-te » en la segunda época en la que Carlos IV le había hecho generalísimo del ejército y de la armada, aunque no había sido, «ni con mucho», tanto como en la primera época. Godoy reco-noció en sus Memorias que en sus ocho últimos años —justo los que coinciden con la preparación y el desarrollo de la Real ex-pedición de la vacuna— había tenido «un clavo y una rémora contra todo lo bueno en el ministro Caballero» quien, disimu-lando con doblez, hacía «la guerra sorda» a todos los proyectos de mejoras y reformas», de modo que, viéndose vencido muchas veces por Caballero, nunca había podido él «vencerle entera-mente »22. A pesar de lo que pueda haber de fiel en este retrato del ministro, lo cierto es que tanto Balmis como Salvany estuvieron siempre a las órdenes y en relación directa con Caballero. Le informaban de todas sus actuaciones y le trataban con afecto. Parece, pues, que Caballero, como secretario de Estado de Gra-de perdición de todo lo bueno, que jamás en su vida concibió en su cora-zón un solo sentimiento generoso. El portillo que él buscó para su entrada fue uno de aquellos que, para tormento de los reyes, no se cierran nunca enteramente en los palacios: el portillo del espionaje, el torno de los chis-mes, el zaguanete de la escucha». Godoy presumía de haber cerrado ese acceso durante algunos años, aunque Caballero había conseguido abrirlo, anunciándose como «celador del orden y enemigo de las facciones» y figu-rando «montes de peligros que rodeaban al gobierno», de innovadores que lo minaban, de servidores falsos que lo vendían, de espíritus inquietos que lo acechaban, de proyectos deslumbradores que le eran tendidos como re-des. Esta era, para Godoy, «la táctica probada» que cercaba y aprisionaba casi siempre «a los que en la altísima cumbre casi aislada del poder» no ven nada, que sea claro, por sus ojos. Caballero se habría aprovechado de la inquietud y de los temores que provocaban en los reyes las doctrinas revolucionarias de Francia y conseguido tener inquieto y recelosa «al be-nigno corazón de Carlos IV». El «buen rey» sin entregarse ciegamente a los consejos de Caballero, le habría creído «en muchas cosas» y juzgado «un hombre honrado, lo estimó necesario y le llevó a su lado como una espe-cie de fiador sobre los muelles del gobierno que contuviese su disparo». Manuel Godoy, Príncipe de la Paz: Memorias críticas y apologéticas para la historia de reinado del señor don Carlos IV de Borbón. Biblioteca de Auto-res españoles. Tomo 88 (Madrid, 1965), pp. 377 y 258- 259. 22 Ibid. 84 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 32 cia y Justicia, favoreció en cuanto pudo el éxito de la expedición, por lo que esta empresa debe figurar como acción laudable de su ministerio. A los miembros de la Junta de Cirujanos de Cámara les pa-reció que, al salir los expedicionarios de cada puerto, habría de ir más de un niño vacunado «y con señales positivas de estarlo realmente», por la contingencia que pudiera haber de que, du-rante la navegación, «ocurriese algún accidente que inutilizase el pus de uno», aunque al salir «tuviese el grano con todas las señales de la verdadera vacunación». Veían que era necesario y justo que el empleo de director de la comisión recayera en Balmis, y que llevara cuatro ayudantes, entre los cuales habría de contarse don Lorenzo Bergés, no sólo porque pudiera falle-cer alguno de ellos en los desplazamientos, sino también porque, al salir tres comisiones desde Lima con dirección a Buenos Aires, Chile y Santa Fe no eran suficientes los dos que propo-nía23. Según el parecer de los miembros de la Junta, deberían ir siempre dos ayudantes juntos en las expediciones para augurar el éxito. Además, en el virreinato de la Nueva España, habría de ser más rápida la vacunación si se enviaban varios facultati-vos desde la capital a las distintas ciudades. También recomen-daron los miembros de la Junta de Cirujanos de Cámara que Balmis llevase unos trescientos a cuatrocientos vidrios para re-partirlos ente los mismo facultativos con el fin de que enviasen, de una a otra parte, el pus, cuando no pudiera hacerse la vacu-nación sucesivamente brazo a brazo. Habría de instruirles de cómo poner el pus en otros vidrios para preservarlo, en lo posi-ble, de toda degeneración. La Junta de Cirujanos de Cámara 23 En carta de Balmis al ministro José Antonio Caballero fechada en Madrid el 18 de junio de 1803, con la que acompañó el derrotero y el reglamento de la expedición para propagar la vacuna, se quejó de que, al salir de la visita que le había concedido, había ido a ver a Gimbernat y que éste le había dicho en tono serio que debía de proponer a dos facultativos que fuesen iguales a él —a Balmis— en el mando de la empresa. Balmis quiso persuadir a Gimbernat de los inconvenientes del triunvirato, ya que él solo pretendía el éxito de una expedición gloriosa que habría de ser envidiada «de todas las naciones» si se hiciese como era debido, cosa im-posible con tres jefes, pues jamás se había «convenido en un parecer el de distintos profesores». 85 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 33 dio, como ayudantes del director de la expedición, a los faculta-tivos licenciados don José Salvany, cirujano del Real Sitio de Aranjuez, discípulo del Real Colegio de Barcelona, quien podría hacer las veces de director, en caso de que fuera necesario. Don Ramón Fernández Ochoa y don Manuel Julián Grajales, discí-pulos del Real Colegio de San Carlos. En los tres consideraba la Junta de Cirujanos «la aptitud y la disposición necesarias» para desempeñar el encargo. La Junta de Cirujanos, debido a las fa-tigas que habría de originar la expedición, sugirió que se re-munerase a los ayudantes con mil duros al año, tiempo que habría de correr desde que saliesen de Madrid, hasta que re-gresasen a la Corte y se les colocase en destino competen-temente. Además, habrían de dárseles al contado «para su ha-bilitación », cien doblones a cada uno y el importe de sus des-plazamientos por tierra, tanto en España como en América. Durante la navegación, su mantenimiento habría de correr a cuenta de la Real Hacienda, como tenía dispuesto Su Majestad. La Junta de Cirujanos facultó a Balmis para elegir o proponer a los enfermeros24. NOMBRAMIENTO DE BALMIS COMO DIRECTOR DE LA EXPEDICIÓN Por oficio de 28 de junio de 1803, fue nombrado Francisco Xavier de Balmis director de la expedición marítima que habría de salir de La Coruña para La Habana con escala precisa en las islas de Tenerife y Puerto Rico. Balmis era por entonces médico de Cámara honorario. Se le asignaron los mil pesos fuer-tes de sueldo al año, a cobrar desde que saliese de Madrid has-ta que regresase de la comisión que iba a dirigir. Cumplido este encargo, Balmis habría de cobrar la mitad de lo asignado hasta que tuviera «destino correspondiente al celo y desempeño que 24 La Junta de Cirujanos de Cámara emitió su informe, en Aranjuez, el 23 de junio de 1803. Lo firmaron Antonio de Gimbernat, Leonardo de Galli e Ignacio Lacaba. Dirigieron el informe al ministro don José Antonio Ca-ballero. 86 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 34 acreditase». Habría de recibir, asimismo, doscientos doblones, por una vez, para su habilitación. Con la expedición filantrópica de la vacuna, el Soberano qui-so proporcionar «a sus amados vasallos» de América los auxi-lios que dictaban «la humanidad y el bien del Estado». No sólo resolvió el Rey que se propagase la vacuna en América, sino que quiso, a ser posible, llevarla a Filipinas. Dadas las diferentes rutas que habrían de seguir los expedicionarios una vez llega-dos a La Habana, se consideró conveniente nombrar ayudantes de Balmis a los facultativos don José Salvany, don Ramón Fernández Ochoa, don Manuel Julián Grajales y don Antonio Gutiérrez y Robredo. Como practicantes fueron nombrados los cirujanos don Francisco Pastor y Balmis y don Rafael Lorenzo Pérez. Para enfermeros, fueron designados don Basilio Bolaños, don Ángel Crespo y don Pedro Ortega. Todos los nombrados habrían de viajar, tanto en España como en las Indias, por cuenta de la Real Hacienda. Como era muy difícil conservar el fluido vacuno con todas sus propiedades, en tan dilatados des-plazamientos, Su Majestad resolvió que los facultativos llevasen «número proporcionado de niños expósitos» que no hubiesen padecido viruelas, para que, «mediante una progresiva vacuna-ción » desde Madrid, y a bordo del navío en que viajaran a In-dias, pudieran hacer los profesionales «la primera operación de brazo a brazo, continuándola después en los cuatro virreinatos e instruyendo en el método de practicarla a algunos facultati-vos naturales». Balmis, al recibir la comunicación del 28 de junio, mostró su complacencia al ministro Caballero, en carta fechada en Madrid el dos de julio del mismo año, por su nombramiento como director «de la gloriosa expedición» que habría de salir del puerto de la Coruña con tan importante cometido. Atribuyó a Caballero, en esta carta, ser «el autor de tan generosa empre-sa », y el que le había proporcionado la gran satisfacción de di-rigirla. Decía faltarle palabras «para tributarle las debidas gra-cias » y que sólo le quedaba el recurso de unir sus votos «con los de toda la América para pedir al Todo Poderoso la conserva-ción de tan benéfico Rey y de su sabio ministro». También ex- 87 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 35 presó suplicaba a Dios le diese fuerzas y acierto para llevar a su debido cumplimiento los deseos de Su Majestad y los del minis-tro para lo que no perdonaría fatiga alguna. Con motivo de agradecer el nombramiento, Balmis quiso exponer al ministro Caballero algunas reflexiones sobre varios aspectos de la expe-dición. Lo hizo porque, pareciéndole el ministro «tan amante de la verdad y la justicia», no habría de poder admitir que, «por una mala inteligencia y equivocadas ideas de la Junta de Ciru-janos », se perjudicase en sus intereses a los participantes en la penosa expedición debido a la cuantía de los sueldos que se les había fijado. Balmis sabía por experiencia que era costoso vivir en América y lo caro que resultaban las continuas y penosas marchas, pues obligaban a gastos tan extraordinarios que, «sin una exacta economía», no los podrían sufragar ni con sueldos triplicados. Esperaba que los pesos que habrían de recibir los ex-pedicionarios fuesen fuertes, a estilo de América, y que la ma-nutención mientras viajasen por tierra corriera también a car-go de la Real Hacienda, ya que, de no ser así, habría de resultar imposible que pudieran subsistir con los sueldos asignados, pues de tener que sufragar esos gastos cada uno por su cuenta ha-bría de darse el caso de que expedición «tan brillante» llegara a padecer escasez y miseria y el descontento inherente a tales cir-cunstancias. Con el fin de evitar complicaciones administrativas que habrían de derivarse de la intervención de la Real Hacien-da para sufragar los gastos en que incurriesen los expediciona-rios en sus desplazamientos por tierra, propuso Balmis al minis-tro Caballero que se les doblase el sueldo asignado y que fuera de su cuenta la manutención en tierra. También que, al regre-sar a España, gozaran, entretanto Su Majestad no les concedie-se «otra colocación correspondiente a su celo y desempeño», 20.000 reales al año el director y 10.000 los ayudantes. Al estar facultado para proponer enfermeros y dotaciones, Balmis dio los nombres de don Basilio Bolaños, don Ángel Crespo y don Pedro Ortega, con una dotación de 800 pesos fuertes al año (incluidos los gastos en tierra) y 300 a su regreso a España hasta que Su Majestad los destinase, en razón de los méritos que hubiesen contraído, y cincuenta doblones para que pudieran habilitarse 88 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 36 en la preparación del viaje25. Balmis era de parecer favorable a que los gastos de los niños españoles que iban en la expedición, en los desplazamientos por tierra, fuesen sufragados por la Real Hacienda. Él creía que era mejor abonarles «un tanto, a juicio de los virreyes, y que fuese del cargo de los enfermeros el pro-curarles y disponerles su subsistencia, celando el director y ayu-dantes de su buen desempeño en esta parte». Pensaba también que, una vez cumplida su misión en América, los niños debe-rían regresar a España en el primer buque de la Real Armada que zarpase. Sugiere que estos niños podrían ser «más felices» si el Rey les señalase cinco o seis reales diarios hasta que llega-ran a ser aptos para alcanzar un empleo26. Balmis, al no tener «el menor conocimiento» de los tres fa-cultativos elegidos para ayudantes suyos, e ignorar «sus propie-dades —sus cualidades— y aptitud y celo» para el desempeño de las obligaciones que habrían de contraer, esperaba que, a su lado, adquiriesen el saber y la experiencia que necesitaban. Así, en su momento, podrían actuar por sí solos cuando llegase la ocasión de separarse. Dadas las ramificaciones previstas de la 25 Balmis, para fundamentar las cifras que proponía, se remitió a las cantidades fijadas en el momento de organizar la expedición botánica al virreinato de la Nueva España, pues a su director se le habían asignado cuatro mil pesos fuertes al año, cuando saliese a herborizar, y dos mil cuan-do estuviese descansando en poblado. Los demás miembros de la expedi-ción eran remunerados en cantidades proporcionales a las que recibía el director. Para reforzar su petición, Balmis comparó «la abundancia y ri-queza del reino de Méjico con los desiertos ásperos y dilatadísimos cami-nos y miserables provincias» por donde habrían de transitar. Pensaba Balmis, además, que la utilidad de la expedición de la vacuna de ningún modo podía equipararse con la de la botánica, ni con los crecidos gastos que ésta había originado al Real Erario, «con muy poco fruto del Estado y de la Hacienda». 26 Balmis no fue de parecer favorable a que los niños expósitos de la expedición, una vez terminadas las vacunaciones, permaneciesen en Améri-ca al cuidado de los virreyes para que les facilitasen su educación y man-tenimiento, ya que esto habría de suponer multiplicar por cuatro los gastos que habrían de originar, sin que por ello recibieran buena educación, «en unos países tan abundantes de vicios», en los que «la incauta juventud» se perdía «con mucha facilidad». 89 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 37 expedición, Balmis solicitó un ayudante y dos practicantes más. Al dividirse en cuatro, habría de ir un ayudante con su practi-cante desde Méjico a Filipinas, otros dos al virreinato de Bue-nos Aires y un ayudante solo al reino de Chile. También habría de quedar, a su lado, otro ayudante para todo el reino del Perú y «demás puntos» a donde le llamase «la necesidad»27. Al haber salido Berges de España sin el acompañamiento de los niños, no podía haber obtenido «el fluido vacuno fresco», por lo que Balmis añadió al Derrotero un suplemento en el que se indicaba cómo llevar la vacuna con la mayor rapidez a Santa Fe. Añadió también una lista de los utensilios que era necesario reunir antes de la salida y otra de los remedios que debería con-tener el botiquín que habrían de llevar los expedicionarios. En lo relativo a los niños expósitos que habrían de ir a Amé-rica con los expedicionarios, Balmis consideró más conveniente que se sacasen de la Casa de Expósitos de Santiago de Com-postela. Por ello, propuso al ministro Caballero que avisase al director de aquella Casa para que escogiera a los niños más apropiados, previniéndole de que fueran de edad de entre ocho y diez años, y de que comprobase con escrupulosidad que aun no hubiesen padecido las viruelas naturales, ya que, de haber-las contraído, resultarían inútiles. Habría de prepararles su ves-tuario e indicarle que él —Balmis— tendría que pasar por la 27 Balmis propuso como ayudante suyo a don Antonio Gutiérrez y Robredo. Había sido médico de número en el ejército de Extremadura y colegial de San Carlos durante cinco años. Además «de sus sobresalientes luces en Cirugía y Medicina», tenía la ventaja de haberse dedicado con Balmis a la práctica de la vacuna. Para practicantes, propuso a su sobrino don Francisco Pastor y Balmis, también «instruido en la vacunación» por haberla hecho con él constantemente y a don Rafael Lozano y Pérez, ciru-jano aprobado, también con experiencia en la vacunación. Pensaba Balmis que los tres colaboradores que proponía habrían «de contribuir infinito al buen desempeño de tan ardua empresa», por lo que les juzgaba «muy acree-dores » de que el ayudante Gutiérrez disfrutase de la misma remuneración que los demás y que a los dos practicantes se les asignase el sueldo de mil pesos fuertes al año mientras durase la expedición, y cuatrocientos después de terminada, hasta que el Rey les diese otro destino, según el celo, aplica-ción y trabajo con que se hubiesen distinguido en las actividades expedi-cionarias. 90 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 38 Casa de Expósitos de Santiago para reconocer a los niños, an-tes de llevárselos a La Coruña. Con el fin de asegurar la buena calidad de la vacuna que habrían de llevar los expedicionarios, propuso Balmis que se obtuviese en Madrid de alguno de los muchos niños que continuamente tenía a su cuidado. Para ello, indicó la necesidad de que se sacasen cinco de la Casa de los Desamparados de la Corte, con las garantías del caso, para ir vacunándolos sucesivamente hasta La Coruña. Cumplida esta misión, los niños habrían de regresar a Madrid. Balmis solicitó que se diese la orden de que se le facilitasen, pues necesitaba reconocerlos antes de emprender el viaje. Incluyó también nota de los gastos, que habría de sufragar la Real Hacienda, para habilitar —para preparar— la expedición28. «Para más recomendar la expedición», pensaba Balmis que convenía mucho «la decencia de sus individuos». Con el fin de asegurarla, pensaba que el medio más eficaz y económico era el del uniforme. Como los ayudantes debían considerarse como si perteneciesen a los hospitales del Ejército, y como, de los cua-tro, ya había dos que lo usaban, sugirió Balmis que se conce-diese a los otros dos la facultad de vestirlo, «costeándolo ellos mismos». Sugirió también que los enfermeros pudiesen vestir el uniforme que usaban los porteros del Real Jardín Botánico y los del Gabinete de Historia Natural. Balmis, para mostrar que ya había previsto y meditado an-tes las advertencias que hacía la Junta de Cirujanos, y «otras muchas que olvidaba», había mandado hacer termómetros y barómetros para las observaciones meteorológicas diarias y que pudieran proseguirlas los ayudantes cuando se separasen al to-mar «distintos rumbos». Con tal fin, pensaba entregar a cada uno un ejemplar de cada instrumento «y un competente núme- 28 Como el cargo de director habría de exigir mantener corresponden-cia con todos los pueblos, justicias y facultativos y ello habría de exigir gastos tales que, de pagarlos Balmis de su bolsillo, consumirían la mitad de su sueldo en portes de cartas, solicitó que se comunicasen órdenes a los virreyes y gobernadores para que mandasen que la correspondencia que per-teneciera a la expedición se entregase sin costes, y que su importe lo inclu-yeran en el renglón de los demás gastos que originase. 91 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 39 ro de cristales cuadrados para colocar el fluido vacuno». Para ello, había mandado preparar dos mil pares, y buscado una máquina neumática para cerrarlos al vacío, a fin de preservar-los de la acción del aire, y evitar así que degenerase el suero. Por los «instrumentos físicos», don Celedonio Rostriaga, maqui-nista del Gabinete de máquinas de San Isidro, pretendía se le entregasen 5.680 reales, que Balmis —previa aprobación del ministro Caballero— pensaba incluir en la lista de gastos a ha-cer en Madrid. Esperaba que con los medios de que iba a dispo-ner y con los conocimientos físicos y químicos que tenían él y sus acompañantes, se iba a poder «ilustrar la práctica de la vacuna» y conocer con facilidad «los muchos fenómenos» que habrían de presentárseles, «para la ilustración pública y para merecer el aprecio de todas las naciones cultas de Europa». También para que «el fruto» (el resultado) de la gloriosa expedi-ción fuese «muy razonado y dulce al mejor de los monarcas y a su celoso ministro», cuya vida pedía a Dios conservase «dilata-dos años» para bien del Estado. El 24 de agosto de 1803, Balmis informó de que la expedi-ción estaba ya formada y dispuesta para emprender viaje a La Coruña. Componían la expedición Balmis, como director, y José Salvany y Lleopart como vicedirector. Los ayudantes eran los ya señalados y los practicantes también fueron los previs-tos. A los enfermeros, se añadió don Antonio Pastor el 24 de agosto. La rectora de la Casa de Expósitos de La Coruña, doña Isabel López Gandalla, también se integró entre los expedi-cionarios para cuidar de los niños que habrían de viajar a América. Hubo desavenencias con uno de los facultativos, don Ramón Fernández Ochoa, por estar resentido de que la Junta hubiese nombrado a Salvany en vez de a él. Así lo expresó Balmis desde La Coruña el dos de noviembre. El resultado de la desavenen-cia fue que el doctor Fernández Ochoa se apartase de la expe-dición, según comunicó Balmis, también desde La Coruña, el 29 de noviembre. Los niños expósitos llegados a La Coruña parece que eran veintitrés. Uno de ellos, llamado Camilo Maldonado, no pudo 92 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 40 emprender el viaje por estar enfermo. Según comunicación del intendente de Ejército de La Coruña de 14 de diciembre de 1803, este niño falleció en Lugo cuando regresaba a Madrid. Los niños expósitos habrían de permanecer en La Coruña alojados en el Convento de los Agustinos, en espera de que se fijase el día para embarcarse en la nave que les llevaría a Amé-rica. Este alojamiento, elegido por Balmis, no se utilizó porque el gobernador de la plaza prefirió albergarles en el Hospital Nuevo de Caridad. Al cuidado de los niños estuvo entonces y prosiguió su acción en el viaje la ya citada Isabel López Gan-dalla. Balmis dedicó grandes elogios a esta señora, que sufrió en su salud de las inclemencias del tiempo y de las incomodida-des del viaje, sin que, a pesar de ello, dejase de dedicar a los niños toda su atención, noche y día, derramando «todas las ter-nuras de la más sensible madre» sobre los niños —«los angeli-tos » que tenía a su cuidado— desde que salieron de La Coruña, en todos los viajes, «asistiéndoles en sus continuas enferme-dades ». En La Coruña, se presentaron dificultades para elegir el bar-co que habría de llevar a América a los expedicionarios. Por intermediación del Juez de Arribadas, los armadores de aquel puerto, José Becerra y J. Tavanera, propusieron la fragata Slapn, de 400 toneladas de capacidad de carga. También ofre-cieron la corbeta María Pita, de 200. Entretanto, Balmis había hecho gestiones con don Manuel Goicochea para que proporcio-nara la fragata San José, que habría de ser reparada, sin que estuviera disponible en la fecha convenida. Ante la falta de pun-tualidad, se anuló el contrato concertado con Goicochea y se aceptaron las condiciones que habían fijado Becerra y Tavanera para la corbeta María Pita, con lo que los expedicionarios pu-dieron zarpar de La Coruña el 30 de noviembre29. 29 No es del caso referir aquí los conflictos suscitados en La Coruña entre los armadores y el juez de arribadas por la elección de la corbeta María Pita. No obstante, cabe señalar que, al no arribar a La Coruña la fragata mercante San José, quedó anulada la contrata de fletamento, por lo que el Juez de arribadas procedió a otorgar otra con don Manuel Díez Tavanera, y Sobrino, del comercio de La Coruña, dueños de la corbeta 93 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 41 LA LLEGADA A SANTA CRUZ DE TENERIFE Y LAS ACTUACIONES EN LAS ISLAS La actitud de las autoridades civiles y eclesiásticas, cómo recibieron a los expedicionarios, las distintas formas en que co- María Pita, de doscientas toneladas de porte. La corbeta se estaba habili-tando para darse a la vela el primero de noviembre. Las condiciones eco-nómicas fueron análogas: el fletamento del buque habría de ser y correr por meses hasta su último destino; la Real Hacienda habría de abonar, por cada mes, a mil cuatrocientos pesos fuertes, de modo que una vez que zar-pase habrían de contarse, «empleados y ganados», cuatro meses. En el nue-vo contrato de fletamento se especificó que habrían de abonarse al mes, por cada individuo de primera mesa (que habrían de ser cinco), a cien pesos fuertes. Por los de segunda mesa, que habrían de ser seis, noventa pesos por cada uno, y por los de tercera, que habrían de ser veinte o vein-ticuatro, cincuenta pesos. Se comunicó asimismo que habría de anticipar-se al armador, en La Coruña, «por razón de rancho», el importe de tres meses y que, el resto, «si excediese», habría de recibirlo en Veracruz con el importe del fletamento, «sin la menor demora, y siempre en moneda físi-ca ». Si el viaje fuese más dilatado, «o hubiere alguna ocurrencia extraordi-naria » que obligase al capitán a pedir dinero en cualquier punto, habría de disponer el director de la expedición que se le entregase «a buena cuenta». Así se lo comunicó Caballero al ministro de Hacienda Miguel Cayetano Soler, en San Lorenzo, a 21 de octubre de 1803. Ibid., folios 429 a 430 vº. El 11 de octubre de 1803, el ministro Caballero comunicó a don Miguel Cayetano Soler que el Rey se había servido aprobar la propuesta de don Manuel de Goicoechea, dueño de la fragata San José, que ofrecía trasladar a La Habana, con escalas en Tenerife y Puerto Rico, a los facultativos y niños destinados a propagar en Indias la inoculación de la vacuna. Don Manuel de Goicoechea había puesto, entre otras condiciones, la de que se entregaran, en cualquier puerto de América, 1300 pesos fuertes mensuales por el fletamento de la fragata; ochenta por la manutención de cada uno de los tripulantes, «tanto de primera como de segunda mesa», y cincuenta por cada uno de los niños. Además, la Real Hacienda habría de anticiparle en La Coruña, «a buena cuenta», el importe de tres meses, para acopio de ví-veres, según las cuotas expresadas de manutención. Caballero participó, de Real Orden, al ministro de Hacienda lo concerniente al contenido econó-mico de la propuesta de Goicoechea para que se sirviese tomar las medi-das pertinentes con el fin de que éste recibiese en La Coruña el anticipo estipulado respecto al número de personas que habrían de ser los faculta-tivos y de veinte a veinticuatro niños, y, en La Habana, el importe del fle-tamento. El escrito está fechado en San Lorenzo en el día y mes expresa-do. Ibid., folios 426 y 427. 94 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 42 laboraron con ellos, la actitud de las gentes ante la novedad de la vacuna en las islas Canarias son asuntos que tienen especial interés para el estudio de la acción de los vacunadores porque todo ello vino a ser antecedente, lección y ejemplo para lo que, posteriormente, habría de ocurrir en América. Eran de temer resistencias populares a la vacuna, por ignorar sus virtudes. Ante esa resistencia, e incluso oposición, las medidas tan comu-nes en el siglo de las luces de servirse del ejemplo para conven-cer se utilizaron en las islas Canarias cómo habrían de aplicar-se después en los reinos de Indias. Sabemos, por carta que envió el comandante general de Canarias, don Fernando Cagigal de la Vega, marqués de Casa- Cagigal, al ministro José Antonio Caballero, fechada el 16 de diciembre de 1803, que el nueve, a las ocho de la noche, dio fon-do en la rada de Santa Cruz de Tenerife la corbeta María Pita. No se esperaba que llegara tan pronto, pues dos días antes, por los tripulantes de un bergantín procedente de La Coruña, se había dado la noticia de que la Corbeta se retrasaba en la fe-cha para zarpar de aquel puerto ya que no saldría hasta me-diados de diciembre. Balmis, a pesar de la oscuridad de la no-che y de la gruesa mar, desembarcó enseguida en la rada de Santa Cruz, en un pequeño bote, acompañado de cuatro niños vacunados, y «voló» enseguida a casa del comandante general30. Éste tomó en el momento providencias tan rápidas, que una hora después estaban vacunados diez niños, de las familias principales de la isla, con el pus extraído y comunicado «brazo a brazo», de los cuatro que habían desembarcado con Balmis. El gobernador, para colaborar eficazmente con los expediciona-rios, convocó en su casa, en la mañana inmediata, a «todos los cuerpos eclesiásticos, civiles y militares y personas condecoradas» o principales para informarles, mediante un discurso elocuente, de la acción benéfica promovida por Su Majestad al haber pro- 30 «Ni la oscuridad de la noche, ni la gruesa mar» que produce siempre en Canarias «el viento brisa» que reinaba entonces, detuvieron al «apre-ciabilísimo profesor, cuyo celo en el desempeño de su comisión, así como es digno de todo el aprecio del mejor de los reyes»[Carlos IV] al augurar «felizmente el completo logro de las Reales benéficas intenciones». Legajo cit. 1558B, folios 14-15. 95 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 43 porcionado a las islas Canarias el mayor bien que podían reci-bir y lo importante que era propagarlo a todas ellas. Quería con-trarrestar con el ejemplo y la persuasión las vanas preocupacio-nes mediante el planteamiento tan común en el siglo de las luces de educar con el ejemplo, para difundir las «sanas ideas» «entre el vulgo imitador que apenas hace sino lo que ve ha-cer y que casi siempre aprecia y admite lo que advierte apre-ciado y admitido por las autoridades públicas y por los que juzga ilustrados» El comandante general de Canarias, según consta en la cir-cular que dirigió el 12 de diciembre al obispo, ayuntamientos y justicias, salió de su casa con las personalidades que había re-unido en ella —«las personas visibles»— precedido de un pique-te de granaderos del Batallón de Infantería, seguido de «su música». Esta comitiva, «entre el placer universal», se dirigió al muelle «a recibir a los inocentes depositarios» de la vacuna. El comandante general la califica de «remedio singular» debido a la bondad inmensa de Dios y «al magnánimo corazón» del Rey. El gobernador manifestó en la circular que él había sido el pri-mero en «honrar» sus brazos con uno de los niños, «y todas las demás personas eclesiásticas y seculares habrían recibido, cada una, a un niño hasta donde había llegado el número de veinti-dós que eran los que conducía la Corbeta». «Las lágrimas del placer y el agradecimiento», según el comandante general, ha-bían engrandecido la «augusta ceremonia», y la salva de arti-llería que él había dispuesto la autorizaba «más y más al pa-sar los niños por frente del castillo», en que se habían hecho los disparos, lo cual había acabado por dar al público «un testi-monio no equívoco» de cuanto interés tomaba el gobierno de las islas en ver «realizadas las paternales intenciones» de los «mag-nánimos soberanos» que hacían «llevar la salud y con ella la felicidad de sus pueblos más allá del Ganges, desde el polo opuesto». El comandante general, con la circular, esperaba que las autoridades civiles y eclesiásticas que la recibieran, penetra-das de las verdades que él solo apuntaba, habrían de saber «ha-llar medios mucho más eficaces» de los que le había propuesto su «limitación». Esperaba también que difundiesen e hiciesen 96 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 44 difundir, bien por los «venerables párrocos y doctos prelados, bien por las personas ilustradas de las villas, bien por los dignísimos ministros» del Tribunal Regio «las ideas análogas a la comprensión del Pueblo y que le per-suada se apresure a libertar a sus inocentes hijos del cruel azote de las viruelas naturales que tantas lágrimas arrancan a la humanidad». El comandante general rogaba a cada uno de los destina-tarios de la circular procurase que fueran a Santa Cruz de Tenerife algunos niños que no hubieran padecido las viruelas, «acompañados de algún profesor», para que, según las intencio-nes de Su Majestad, aprendiesen «el sencillo y seguro método de vacunar». Si los niños fuesen pobres, el comandante mani-festaba que había dispuesto lo conveniente para que se les so-corriese con lo necesario para su manutención, si los cabildos locales no quisiesen costear los gastos que originasen. Así lo ha-cía la corporación municipal de la Laguna con los veintidós niños de la expedición, tan pronto se le había hecho saber que esto era del agrado de Su Majestad. El comandante general señaló en su bando que bastaba con cuatro o seis niños «para no exponer la vacunación a algún accidente imprevisto». Tam-bién envió el gobernador, con la circular, cuatro ejemplares del tratado histórico de la vacuna. El comisionado que enviasen ha-bría de llevar los vidrios con el suero, según se explicaba en el libro. Para desterrar los rumores negativos que parece circula-ban entre los habitantes de las islas, el comandante general de Canarias se expresa así: «Los mal intencionados, los ignorantes y los excesivamente tímidos esparcen voces, en ocasiones semejantes, que atraen perjuicios a la causa pública. Entre éstas corre ya la de que esta expedición debe llevarse niños de estas islas, y ello, aun-que es falsa, aterra a los padres, que ignoran que Su Majestad no quiere se verifique sin su consentimiento, aún cuando sea necesario más adelante para la conservación de la vacuna». El comandante expresa que éste no era el caso por no nece-sitar la expedición niños de Canarias; que lo que había traído 97 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 era sólo «su salud y su consuelo», por lo que los «felices isle-ños » debían correr a la vacuna bien seguros de que el remedio no venía «mezclado con la menor amargura». Instó a los desti-natarios de la circular a que se apresurasen a enviar a «los ni-ños vacunados» por faltar el tiempo y porque interesaba tam-bién mucho a los moradores de las islas «el ver llegar a sus playas un remedio universal» que hacía «el bien sin contingen-cias » y que aseguraba la población al conservar la infancia. Cumplido lo que encargaba, sólo restaría a los destinatarios del bando «dar humildes gracias al Santo de los Santos» por un descubrimiento que había querido franquear «su misericordia» y hacer «fervorosos votos» por la salud de los benignísimos so-beranos y su augusta familia31. En el «memorial ajustado» que desde el ministerio de Caba-llero se envió al Rey, se reconoce que el comandante general de Canarias había publicado un edicto «lleno de energía y per-suasión, llamando a los padres y madres de todas las islas a que se apresurasen a llevar sus hijos para preservarlos del cruel con-tagio de las viruelas». Como las expresiones del comandante re-flejan tan fielmente el espíritu que compartían los más preclaros representantes del siglo de las luces, conviene reproducir algu-nos pasajes de los edictos, al dirigirse «a todos los vecinos es-tantes y habitantes» de las islas Canarias para advertirles de que el amor paternal del Rey «llevando sus benéficas miras hasta el extremo de procurar a sus felices vasallos, no solo de Europa sino de estas islas y la América, el remedio ya conocido de la vacunación que liberta indefectiblemente de las viruelas naturales a tantas inocentes víctimas de esta epidemia destructora», se había «dignado resolver que se formase una expedición ma-rítima compuesta de profesores hábiles y dirigida por su médico honorario de cámara don Francisco Xavier de Balmis». El co-mandante narra en el edicto lo concerniente a la expedición, 31 La circular está fechada en Santa Cruz de Santiago el 12 de diciembre de 1803. Se envió al obispo, ayuntamientos y justicias. El comandante remi-tió el texto, para su información, al ministro Caballero. Ibid., folios 17 a 19. 45 98 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 insiste en que no es voluntad del rey que ningún niño se em-barcase sin la expresa voluntad y consentimiento de sus padres, y que era «Soberano Voluntad» del Rey que los niños que parti-cipasen en esta expedición se mantuviesen a expensas del Real Erario, «facilitándoles una educación cristiana y decorosa» has-ta que se verificase «su acomodo». El comandante manifiesta en el bando que, por el ministro de la Guerra y de Gracia y Jus-ticia, se les comunicaban las Reales Órdenes y que, para su cumplimiento, había hospedado a los veintidós niños en la pla-za de Santa Cruz de Tenerife, mantenidos a expensas del cabil-do de La Laguna. E insta a los pobladores de las islas con las siguientes palabras, de resonancias prerromáticas: «¡pueblos de todas ellas, corred a presentar a vuestros inocen-tes hijos a los brazos de la salud que vuestro Rey os ha he-cho conducir con inmortal beneficencia. Se los vacunará de balde, y aquellos padres cuya indigencia necesite de socorro para su manutención hasta regresar a su casa, le hallarán aquí por manos del venerable párroco, que a sus exhortacio-nes y sanos consejos añadirá el consuelo de aseguraros de nuevo cuanto os propongo! Confiad pueblos de Canarias en el amor y luces de vuestros magistrados, de vuestros párro-cos, de vuestros Amigos! Si por la imposibilidad en que os halláis de adquirir conocimientos que os convenciesen de lo seguro de la vacunación, y de que, lejos de ser contagiosa, sólo se propaga a aquel que, feliz, la busca para su remedio, pudierais dudar de las felices consecuencias de este descubri-miento ». El comandante insistió en su edicto en que las gentes con-fiasen principalmente «en el católico celo y sabiduría» del Rey, en el Real Consejo, en los ministros, «en el voto común del mundo todo» al no dudar de que la vacuna era «el mayor bien» que se debía a la misericordia del Todo Poderoso. Les insta a que no escuchen «las voces de los que presumen de sabios en los «rústicos asilos». Habrían de tener presente que «el mejor, el más benéfico de los reyes» no perdonaba gasto, ni omitía recur-sos para evitar un mal —las viruelas— que todos temían «como un azote el más implacable». El comandante insta a las gentes a que rechacen la temible enfermedad: 46 99 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 ¡Corred, pueblos afortunados a desterrarle de vuestros hoga-res! ¡Madres tiernas e inocentes que vuestros amantes brazos se atropellen en conducir a vuestros encantadores hijuelos al santuario de la salud que preside la imagen respetable de vuestro soberano, y allí los adopta también por sus hijos en calidad de sus vasallos! El comandante general no omite señalar que «el mismo pa-ternal cuidado» debían «a la Reina Nuestra Señora». «Las su-blimes lágrimas de entrambos», las del Rey y las de la Reina, habrían de ser «el dulce premio» que gratificase la docilidad de quienes cumpliesen con los deseos de los soberanos, «si fuesen testigos del confiado empeño» con que esperaba habrían de co-rrer a socorrer a los hijos de sus entrañas. El magnánimo cora-zón de los reyes, en palabras del comandante general de Ca-narias, no quería otra recompensa que el que sus pueblos admitiesen el beneficio que les dispensaban. Manifestó también en el edicto que él no debía pedir, en nombre de Sus Majesta-des, otra cosa sino que aquellos habitantes diesen gracias al Al-tísimo por haber inspirado a los regios corazones «el rasgo su-blime » que honraba a la humanidad» y haría «eterno el nombre de sus promotores en la inmensidad de los siglos». Concluyó el bando con un ruego: el de que los habitantes de las islas Cana-rias pidiesen «al Dios remunerador» que prolongase e hiciese más y más feliz «la vida de unos soberanos» que les procura-ban, «no aquellas estériles gracias» que servían «sólo a la osten-tación y falso brillo, sino el sólido bien de la salud pública», «el primero de los bienes». Para que llegase a noticia de todos, el edicto se fijó en los lugares más públicos y acostumbrados de los distintos pueblos de las islas32. Al comandante general de Canarias se le contestó desde Aranjuez, el 18 de enero de 1804, que había sido del agrado del Rey las providencias que había dictado «para el recibimiento plausible» de la expedición destinada a propagar la vacuna en 32 El comandante general remitió copia de los edictos y de las palabras pronunciadas en su casa «a los cuerpos unidos» para salir a recibir a los niños de la expedición. También la de las cartas dirigidas al regente de la Real Audiencia (con análogas circulares al obispo, ayuntamientos y jus-ticias). Ibid., folios 20 a 21vº. 47 100 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 las islas Canarias y en las Indias «el admirable descubrimiento de la vacuna» y las que había tomado sucesivamente para que los prelados, jefes y magistrados concurriesen a combatir «va-gas preocupaciones del vulgo», según había informado el 16 de diciembre anterior. Se le comunicó asimismo que Su Majes-tad quedaba satisfecho en el desempeño de la importante comi-sión y de la generosidad del ayuntamiento de La Laguna en haber hospedado y mantenido gratuitamente a los niños. Tam-bién se señaló al comandante que el Rey esperaba que hubiese continuado sus «providencias activas» para que la expedición, «habilitada de lo necesario», siguiese su viaje «sin demora nota-ble » a fin de que se comunicase y conservase el fluido vacuno en todas las islas Canarias, evitando que llegase «a extinguirse por descuido en propagarlo de unas a otras», y en los que fue-sen naciendo33. En la Corte, se reconoció que «apenas pudieran dictarse pro-videncias más acertadas» que las que había tomado el coman-dante general de Canarias para la buena acogida, al recibir y alojar a los componentes de la expedición con el fin de propa-gar debidamente la vacuna en las islas. «En premio de su ar-diente celo» se pensó que los escritos del comandante merecían publicarse en la Gaceta de Madrid, para que sirviesen de mode-lo a los virreyes y gobernadores de Indias de cuanto habrían de hacer cuando llegase la expedición a sus destinos. También se señaló que el comandante era acreedor de que se le dieran gra-cias expresivas, autorizándole para que, en nombre de Su Ma-jestad, también se las diese él al ayuntamiento de La Laguna por haber sufragado los gastos de alojamiento de los expedicio-narios y mantenido a los niños, lo mismo que habría de trans-mitírselas a los demás cuerpos y personas que le hubiesen ayu-dado y cooperado «al loable objeto»34. 33 Ibid. Folio 29. 34 En nota marginal, con fecha de nueve de enero de 1804, consta que Su Majestad se había enterado de todo lo actuado, que le había parecido muy bien, pero que no se había «ejecutado» (se entiende que la publica-ción en La Gaceta de los edictos y demás actuaciones de los que había in-formado por escrito el comandante). A.G. de Indias, legajo cit., folio 7. 48 101 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 En la Corte, se reconoció que «el celo ilustrado» del coman-dante general de Canarias no había quedado satisfecho «con haber recibido, alojado y mantenido a sus expensas (propias y de varios cuerpos y personas igualmente celosas del servicio del Rey y del público) la expedición marítima de la vacuna mien-tras había permanecido en Tenerife» y de haber contribuido a propagarla en las islas, sino que aspiraba «a radicar y perpetuar en ellas» el precioso descubrimiento. El método —que habría de aplicarse también en América— consistía en fundar y establecer una casa de vacunación. El 28 de diciembre de 1803, informaba el comandante ge-neral de Canarias al ministro Caballero de los resultados de sus actuaciones desde que había llegado a la rada de Santa Cruz de Tenerife la corbeta María Pita: desde los días 19, 27 y 28 en que se habían hecho vacunaciones en la villa, se acercaba el número de vacunados a ochocientos. Le adjuntó documentos para mostrarle «el empeño y aprecio» con que se había recibido en las islas Canarias «el grandísimo bien» que debían a su Rey. Esperaba el comandante general que los escritos que había en-viado al obispo, al regente de la Audiencia y a los diputados del cabildo de Canarias mereciesen la aprobación del ministro, por estar «muy penetrado» de la importancia de que los pueblos se prestasen «a las benéficas intenciones del Soberano». Al co-mandante general, le había parecido también justo incluir la carta que le había escrito el ciudadano L. Gros, encargado en Tenerife de los negocios de la República francesa, y su contes-tación, por tratar de la empresa de la vacuna y por «el debido decoro» con que se refería al Augusto promotor. También infor-maba al ministro de que, en aquel mismo día 28 de diciembre, se habían dado gracias al Todopoderoso en la parroquia de la villa, con asistencia de todas las autoridades públicas, «personas visibles y el pueblo todo que, a porfía» había querido ser testigo de la «ceremonia sagrada». Al marqués de Casa-Cagigal no le parecía posible que pudiera pintar debidamente al ministro «el júbilo general» de todo el vecindario que había asistido al «tier-no acto» en que él, como comandante general, acompañado de toda la oficialidad de la guarnición y «demás personas visibles» había ido a sacar de su casa a los «tiernos niños» que llevaban 49 102 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 la salud al Nuevo Mundo. Refirió también el comandante ge-neral cómo dos compañías del batallón de Canarias habían for-mado calle desde la puerta de la casa hasta la de la iglesia. Ape-nas avistado «el inocente grupo, los repetidos clamores de «Viva al Rey, Viva la Reina, Viva su Augusta Familia» se confundían con el repique general de las campanas y con las descargas que, por secciones, habían hecho las Compañías, «por oportuna e in-esperada prevención de su comandante, el coronel don José To-más de Armiaga», acabando «de formar aquel estruendo». Todo ello, según el marqués de Casa-Cagigal, arrancaba «lágrimas involuntarias», lo que se confundía allí «con los apreciables so-llozos » del agradecimiento y del amor a los soberanos, «expre-sado con aquella enérgica disonancia que toca al corazón, infi-nitamente más que las oraciones más patéticas o la melodía más bien acordada». El comandante general expresó en su carta que él no pretendía con sus palabras «dar un colorido seduc-tor » a aquel cuadro que había conmovido a «las almas todas» y que no era posible «formarse una idea del acorde que resultaba en él», por aquella «especie de claro-oscuro que producían las voces y el estruendo del agradecimiento con las lágrimas del placer». Él solo deseaba que el ministro tuviese a bien presentar a los reyes «el leal y entusiasmado empeño» con que las islas Canarias habían sabido «agradecer y admitir los paternales cui-dados de su augusta providad». Y, dando muestras, una vez más, de su vena prerromántica, se expresó así: «¡Oh! quiera Dios que este ejemplo, como no lo dudo, sea imitado en todas las Américas». El comandante general se permitió añadir que quizá en todas ellas [Las Américas] fuesen «más sabias, y acaso más oportunas las providencias» de quienes mandasen «en cada posesión» para que se viese cumplido «el soberano deseo». En ninguna habría de ser «mayor el agradecimiento ni más acertado el esmero de las autoridades subalternas» que en las islas Canarias, «ni más el entusiasmo de sus pueblos en recibir el bien y en estimarle». Refirió asimismo el comandante general cómo había queri-do Balmis salir, desde Santa Cruz, hasta la ciudad de La Lagu- 50 103 LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EN LAS ISLAS CANARIAS Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 na en los días 26 y 27 de diciembre, para hacer vacunaciones allí. Deseaba dar, con ello, una prueba al cabildo de lo que apreciaba su ayuda y esmero en el cuidado de los niños y «pro-porcionar al pueblo las ventajas de la vacunación, sin incomo-didad alguna». El recibimiento que le había hecho el cabildo co-rrespondía en todo, según el comandante general «al antiguo esplendor» de la ciudad, «y al agradecido empreño» con que se emulaban aquellos pueblos «en manifestar su gratitud». Balmis asistió, con asiento entre los capitulares, a la función religiosa de acción de gracias al Altísimo. Al «suntuoso convite» dado por el cabildo, acompañaron a Balmis y sus ayudantes «todas las personas visibles de la ciudad, después de haber va-cunado a muchos, con asistencia de los venerables párrocos e inmenso pueblo». La acción de gracias que se había dado en el templo de La Laguna no había sido menos tierna ni menos enérgica. El «sagrado orador» que había predicado la verdad, habría arrancado de nuevo las lágrimas del concurso, según el comandante general, «y hasta los mismos tiernos niños, cuya feliz navegación apostrofó con aquella elocuencia sagrada», dig-na de Fray Luis de Granada y de Garcés, «mezclaron su ino-cente llanto al del numeroso concurso» que quizá jamás se hubiese visto «tan dignamente conmovido»35. El comandante general pensaba —y así lo expresó en su car-ta a Caballero— que ya estaba sólidamente establecida en Tenerife la vacunación, y que sólo faltaba perpetuarla. Él espe-raba conseguirlo indefectiblemente, por que ya se trataba de establecer un medio que lo facilitase, pues la generosidad de los habitantes, unida a la del obispo, habrían de proporcionar el di-nero necesario para ello36. 35 El comandante general prometió remitir el sermón del «sagrado ora-dor », tan pronto se imprimiese, al ministro Caballero, para que tuviese la prueba más convincente de las verdades que le anunciaba «tan débilmen-te », cómo habría de ver «afectuosas y sólidas», cuando recibiese los testi-monios que le prometía. 36 «Una sola insinuación» hecha en la villa de Santa Cruz había puesto cerca de quinientos pesos «a disposición de su venerable beneficiado». Don Diego Barry, del comercio en el puerto de la Orotava, había remitido al comandante general, para el mismo fin, cien pesos, con el ofrecimiento de 51 104 GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2008), núm. 54-I, pp. 53-144 El comandante general terminó su carta con la afirmación de que todas las justicias y pueblos de Canarias se apresuraban «a recibir el inmenso bien» que su Rey les concedía. Dio la no-ticia asimismo de que en Santa Cruz de Tenerife se había vacu-nado un anciano de 86 años y meses, don Carlos Povia, que no había tenido la viruela, que la vacuna le había hecho «un efec-to completo», y que conservaba su salud y facultades físicas «de un modo poco común»37. Para el comandante general, «la reso-lución de vacunarse a esta edad» probaba «el entusiasmo y cie-ga confianza» con que en Canarias se había recibido una prác-tica que «la ignorancia y la malicia» había combatido «tanto tiempo en la ilustrada Europa». El comandante Cagigal dio fin a su carta con un cumplido elogio a Balmis, pues el personaje excedía, según sus palabras, «todas las esperanzas que pudieran tenerse de su ciencia, de su amor a los Soberanos, y de su amor a la humanidad». Además, «su dulce y afable acceso» —su trato— atraía al pobre, admira-ba al rico, y consolaba a todos. Estaba disponiéndose a conti-nuar su viaje. El comandante general aseguró al ministro Ca-ballero que la partida de Balmis y la de todos los componentes de la expedición habría de dejar en las islas Canarias «aquel tier-no recuerdo que es el premio del bien obrar y el galardón más dulce que puede ofrecerse a la virtud»38. aumentar el donativo, siempre que fuese necesario. Esperaba el comandan-te general que estos ejemplos tan generosos tuvieran imitadores en Cana-rias, por lo que «los paternales corazones de Sus Majestades» habrían de oír «con placer que entre los áridos peñascos de las islas Afortunadas» es-taba, «como vinculado, el amor a sus semejantes, la lealtad y el agradeci-miento eterno» al inmenso bien que les producía la vacuna. 37 El comandante general daba esta noticia para que los reyes conocie-sen un caso que tal vez fuese único en su especie. 38 Al margen de esta carta, con fecha cuatro de febrero, el ministro Ca-ballero escribió lo que sigue, que viene a ser minuta de la contestación que recibió |
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