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Núm. 51 (2005) 285 68 EL ATAQUE DE NELSON A TENERIFE: LA VERSIÓN INGLESA EL ATAQUE DE NELSON A TENERIFE: LA VERSIÓN INGLESA PO R CARLOS VILA MIRANDA INTRODUCCIÓN Aunque el ataque de Nelson a Tenerife fue una operación menor, tiene su importancia porque permite conocer detalles de su personalidad que, de otra forma, podrían pasar desapercibi-dos. Es más, estoy convencido de que este ataque, y las opera-ciones que realizó en el Mediterráneo como capitán de navío, comodoro y luego como almirante, conformaron su personali-dad, de forma que sus decisiones en Trafalgar fueron resultado de sus experiencias en estas operaciones. Por eso, me parece conveniente repasar estas experiencias, tanto más cuanto que éstas incluyen la única derrota que sufrió Nelson, que esto fue, sin paliativos, el resultado de su ataque a Tenerife en 1797. Nacido en 1758, la carrera de Nelson en la marina real bri-tánica empezó, como era normal en aquella época, cuando era muy joven: en 1770, a la edad de doce años, embarcó en el na-vío que mandaba su tío, Maurice Suckling, que tuvo gran in-fluencia sobre él durante sus primeros años en la marina. Tras unos años duros como guardia marina, en abril de 1777 apro-bó el examen para el ascenso a teniente de navío, aunque en realidad no podía haberse presentado, pues la edad mínima para ejercer ese empleo era 20 años. Es cierto que le faltaba poco tiempo para cumplirlos, pero sin duda lo más importante 286 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 2 CARLOS VILA MIRANDA debió ser que el presidente del tribunal fuera su tío Maurice Suckling. El año siguiente fue nombrado primer teniente1 y como tal consiguió su primer mando. El 11 de junio de 1779, a los 21 años aprobó el examen para el ascenso a post-captain (capitán de navío, que estaba capacitado para mandar indistin-tamente navíos o fragatas), y se le dio el mando de una fraga-ta. Como no pudo tomar el mando porque su fragata no estaba en el puerto en el que él se encontraba, se incorporó a una fuerza que debía tomar un puesto español en el río San Juan en Nicaragua. Nelson sobrevivió de milagro la expedición, ya que ésta fue el blanco de la fiebre de modo que de los 1.800 hombres que la formaban sólo quedaron 380. Fue evacuado a Inglaterra, y una vez curado consiguió en 1781 el mando del Albemarle. Fue con su barco a la costa de Canadá y allí conoció a otros dos hombres que iban a intervenir en su carrera, el al-mirante Hood, y el guardia marina príncipe Guillermo, hijo del rey de Inglaterra, que luego usó el título de duque de Clarence y que después subió al trono de Inglaterra como Guillermo VII. Nelson consiguió de Hood que lo destinara con su barco a las Indias Occidentales, pero al poco tiempo se firmó la paz con Francia y tuvo que regresar a Inglaterra. Volvió a las Indias mandando el Boreas y allí empezó a manifestarse su capacidad para hacerse incómodo a sus superiores, sobre todo a los que no respetaba. Se enfrentó a autoridades y comerciantes que se habían acostumbrado hacer la vista gorda a los barcos de los rebeldes americanos que seguían aprovechándose de los privile-gios de los que habían gozado mientras se consideraban súbdi-tos de Inglaterra, y los comerciantes lo demandaron por unos daños de 40.000 libras que decían haber sufrido por los barcos que apresaba. A finales de 1787 regresó a Inglaterra, donde su barco pasó a la reserva y él, en 1788, cuando tenía 30 años, 1 Los oficiales del cuerpo general embarcados en la marina inglesa eran sólo capitanes y tenientes, y estos últimos ocupaban los destinos de prime-ro, segundo y tercer teniente. El primer teniente era, por lo tanto, el suce-sor en el mando al capitán, en caso de que éste no pudiera ejercerlo, por lo que en la Armada española equivalía al segundo comandante. Además, el primer teniente estaba capacitado oficialmente para mandar barcos que no fueran los navíos y las fragatas. Núm. 51 (2005) 287 EL ATAQUE DE NELSON A TENERIFE: LA VERSIÓN INGLESA 3 pasó a la situación de sin destino y quedó en tierra cobrando media paga. En esta situación estuvo más de cinco años. TOLÓN Cuando Inglaterra decidió rearmarse ante la posibilidad de entrar en la guerra que media Europa sostenía con Francia en defensa del rey Luis XVI y de su familia, el duque de Clarence ejerció toda su influencia para que se le diera a Nelson el man-do de uno de los navíos que se estaban armando, en lo que lo apoyó el almirante Hood, que lo reclamó para su escuadra. El 30 de enero de 1793 fue nombrado comandante del navío Agamemnon, que once días después estaba listo para desempe-ñar comisión. Efectivamente, fue asignado a la escuadra del almirante Hood, y la primera operación en la que participó con la escuadra inglesa del Mediterráneo fue la del socorro de Tolón, ocupado por realistas, que estaba amenazado por tropas repu-blicanas que luego lo sitiaron y que había pedido la protección de las escuadras inglesa y española, que mandaba Lángara y fue en esta ocasión aliada de la inglesa. Las dos escuadras, con otros aliados, entraron en Tolón, y colaboraron en su defensa. Nelson no participó en las operaciones de la defensa de Tolón, sino que realizó una serie de misiones diplomáticas cerca de los pequeños estados de la península italiana que le encargó el co-mandante en jefe de la escuadra inglesa, almirante Hood. Cuan-do los aliados abandonaron Tolón, tras quemar y volar el arse-nal y los barcos franceses, en contra de la opinión de Lángara, Nelson se incorporó a la escuadra inglesa y empezó la parte más brillante de su carrera. Es curioso que la reconquista de Tolón por los republicanos franceses fuera también el inicio de la ful-gurante carrera de Napoleón, cuya actuación como comandan-te de la artillería republicana fue determinante para la conquis-ta de Tolón. 288 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 4 CARLOS VILA MIRANDA CÓRCEGA Durante su estancia en Tolón, el almirante Hood ya había pensado en utilizar Córcega como base en caso de verse obliga-do a abandonar ese puerto, de modo que después de la evacua-ción de aquella plaza, y el malestar que reinaba en Córcega con la República, agudizado por la ejecución del rey Luis XVI, la escuadra de Hood se presentó ante la isla a principios de 1794. Estaba formada por un total de 24 barcos, mercantes y de gue-rra, entre los que se encontraba el Agamemnon de Nelson. El general Dundas, que mandaba las fuerzas del ejército in-glés desembarcadas en Córcega, no quería atacar Bastia antes de recibir refuerzos de Gibraltar, pero Nelson informó a Hood que creía que con los infantes de Marina embarcados y los sol-dados de la infantería inglesa, que habían embarcado de Real Orden para suplir la falta de infantes de marina, y contando con la ayuda de los barcos, se podría tomar Bastia. Hood aprobó la idea de Nelson, reclamó a Dundas los soldados que habían he-cho el papel de infantes de marina y el día 4 de abril Hood puso en tierra su fuerza de desembarco formada por 1.183 soldados de ejército y de infantería de marina, más 250 marineros. Prue-ba del prestigio que tenía Nelson ya entonces, y de la confianza que en él depositaba su almirante, fue que Hood lo nombró jefe de esta fuerza de desembarco. El asedio duró algo más de mes y medio, y el 24 de mayo los 4.500 soldados franceses que de-fendían Bastia se rindieron a los menos de 1.000 ingleses que la atacaban. Que el asedio fue un ataque serio lo demuestra el hecho de que los ingleses hicieran con su artillería muy cerca de 20.000 disparos, entre balas rasas y granadas2. Una vez to-mada Bastia, que está situada en el NE de Córcega, los ingleses 2 Estas eran las dos clases de proyectiles más empleadas por la artille-ría de la época. Las balas rasas eran macizas, y se disparaban con una tra-yectoria rasa, mientras que las granadas, que se disparaban por elevación, eran huecas y estaban rellenas de pólvora, que debía explotar al transcurrir el tiempo para el que se había graduado la espoleta. Las más empleadas por los barcos eran las primeras, y las segundas las disparaban principal-mente barcos especiales llamados bombardas. Núm. 51 (2005) 289 EL ATAQUE DE NELSON A TENERIFE: LA VERSIÓN INGLESA 5 se trasladaron al NW de la isla, para sitiar Calvi. Los soldados ingleses ante Calvi estaban mandados por el general Stuart, que aparentemente no puso dificultades a la participación de Nelson en el asedio, bien porque ya hubieran llegado los refuerzos de Gibraltar que había esperado Dundas o bien porque Stuart pen-sara que, de hacerlo, Nelson, que mandaba el destacamento naval que había desembarcado, le arrebataría la gloria de la victoria, como le había sucedido a Dundas. El día 10 de agosto, los franceses se rindieron a los ingleses después de un asedio en el que Nelson perdió la visión del ojo derecho. El resultado in-mediato de las tomas de las ciudades corsas fue que Córcega quedó bajo la soberanía del rey de Inglaterra. Pero muy pronto los corsos se sintieron descontentos con los ingleses, sobre todo cuando el virrey inglés les impuso tributos e impuestos, ya que ellos esperaban que, al haberse liberado de los franceses, quedarían también libres de impuestos y cargas económicas. Por eso, llegó un momento en que los ingleses de-cidieron que sus tropas abandonaran Córcega y se trasladaran a la isla de Elba. CÁDIZ Las victorias de Napoleón en Italia, y la pérdida de Córcega hicieron insostenible la situación de los ingleses en el Mediterrá-neo, y decidieron abandonarlo. Nelson participó en la evacua-ción las fuerzas del ejército inglés, que estaban en Elba, y des-pués de ponerlas a salvo se incorporó al bloqueo de Cádiz en la nueva guerra que enfrentaba a España e Inglaterra después del breve episodio de Tolón. Allí, como comandante del bloqueo, hizo gala de su iniciativa y agresividad, saliendo en su bote por las noches para inspeccionar las situaciones de las fragatas que cerraban el bloqueo. Una noche fue sorprendido por una lan-cha española, y en la lucha que siguió en la que parece que lle-vó la mejor parte, hasta el extremo de hacer prisionero al co-mandante español, su vida corrió un serio peligro. Él mismo dijo que el patrón de su bote le había salvado la vida en dos ocasio-nes. Pero ni el bloqueo ni el bombardeo dieron el resultado 290 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 6 CARLOS VILA MIRANDA apetecido por los ingleses, que era la salida de la escuadra es-pañola. EL VIRREY DE LA NUEVA ESPAÑA El 14 de febrero de 1797 Nelson, ya comodoro, participó en el combate de San Vicente en el que Jervis derrotó a una es-cuadra española mandada por Córdoba. Después del combate de San Vicente, la escuadra inglesa, ante la imposibilidad de entrar en Lisboa debido a vientos contrarios, fondeó en Lagos, rada abierta en la costa del sur de Portugal, y sólo pudo entrar en Lisboa el 28 de febrero. En Lagos o ya en Lisboa, Jervis debió encontrarse con noticias a consecuencia de las cuales el mismo día ordenó a Nelson que saliera a la mar con tres navíos de lí-nea, dándole la misión de tratar de interceptar al virrey de la Nueva España, que según las noticias se dirigía a España con todos sus tesoros y que traía consigo otros tres navíos de línea, dos de ellos de tres puentes. Desde el 5 de marzo hasta el 12 de abril Nelson estuvo cruzando entre el cabo San Vicente y la costa de África, manteniendo más afuera de la línea de navíos un dispositivo de fragatas y barcos pequeños para avisarle si se presentaban los barcos del virrey. Según sus informes a Jervis, cubría cada día entre 35 y 55 millas. Es interesante el comenta-rio de Nelson cuando se enteró que quizá tuviera que enfren-tarse con dos navíos de tres puentes: dijo en una carta que «cuanto mayores fueran los barcos mejor blanco (para la artille-ría), y ¿quién no combatiría por unos dólares?» (sic). De todas formas, ya en marzo Nelson dudaba que el virrey se dirigiera a Cádiz, y temía que sus planes fueran ir a Tenerife3. Mientras Nelson estaba en la mar esperando al virrey, Jervis le tenía informado de las noticias que recibía. Así, el 31 de marzo 3 JAMES S. CLARKE y JOHN M’ ARTHUR en The Life of the Admiral Lord Nelson, Londres, 1809, vol. 1, pp. 355-356: Varias cartas de Nelson, entre las que son interesantes la del 16 de marzo a M’ Arthur, secretario del al-mirante Hood, en la que dice Nelson «Two are first-rates, but the larger the ships, the better the mark, and who will not fight for dollars?», y otra del 22 de marzo al duque de Clarence en la que le dice «... I fear he will go to Teneriffe». Núm. 51 (2005) 291 EL ATAQUE DE NELSON A TENERIFE: LA VERSIÓN INGLESA 7 le escribió que era seguro que habían salido de Veracruz y La Habana barcos que él calificaba como «rich ships»; barcos ricos, y para que no hubiera dudas citaba el que creía era nombre del virrey: Braca Forte. Este nombre estaba bastante cerca de la realidad, ya que el virrey era Don Miguel de Grúa y Talamanca, marqués de Branciforte, que por cierto era cuñado de Godoy. Le informaba además que había enviado a Tenerife a las fragatas Terpsichore y Dido para ver si había llegado allí el virrey. IDEA INICIAL DE NELSON Mientras Nelson estaba con sus barcos esperando al virrey, se estaba terminando la evacuación de las últimas fuerzas del ejército inglés que permanecían en el Mediterráneo, y que eran las que habían estado de guarnición en la isla de Elba. La se-guridad del viaje que las transportaba era una preocupación para Jervis y para Nelson, y éste le sugirió a aquel el envío de una escuadrilla para protegerlo, ofreciéndose voluntario para mandarla. Y el 12 de abril, aceptando la propuesta del propio Nelson, Jervis lo envió a encontrarse con el convoy que traía a Gibraltar la guarnición de Elba. Pero eso no significaba que Jervis hubiera abandonado la idea de interceptar al virrey, y el mismo día 12 de abril le había pedido a Nelson un anticipo de su plan para el ataque a Tenerife. Y en una curiosa coinciden-cia de fechas el mismo día 12, Nelson explicó a Jervis su idea, que decía se basaba en el ataque de Blake en 1657 a una flota de Indias que había arribado a Tenerife. Fue éste uno de los combates más valorados por la marina real inglesa, aunque la versión española no permite pensar lo mismo. A primeros del año 1657 volvía de las Indias una flota formada por dos galeones y nueve naos mercantes, transportan-do diez millones de pesos en plata, además de carga general de las Indias. Las noticias de la presencia en aguas canarias de la escuadra de Blake hicieron que el capitán general de la flota, don Diego de Egues, decidiera arribar a Tenerife. Como la es-cuadra de Blake era muy superior a la suya, ya que estaba for-mada por unos 33 barcos de guerra, los mayores con 64, 54, 52 292 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 8 CARLOS VILA MIRANDA y 50 cañones, y supongo que recordando el apresamiento por Piet Heyn de la flota de don Juan de Benavides en Matanzas el año 1628, Egues decidió desembarcar la plata y depositarla en los almacenes reales de Santa Cruz. Una Real Cédula coincidió con la decisión de Egues, diciendo «...os ordeno y mando que precisa y puntualmente hagáis poner y pongáis en tierra realmen-te y con efecto toda la carga que viene en la Capitana y Almi-ranta de esa flota y todos los navíos de su conserva ...». Al mis-mo tiempo, y como debió suponer que Blake desembarcaría en Santa Cruz para apoderarse de la plata, y dando por perdidos los mercantes, accedió a la petición del gobernador de Santa Cruz y ordenó que estos desembarcaran 24 piezas de artillería para reforzar la de la plaza4, que así llegó a los 99 cañones. Y, por supuesto, también ordenó a los mercantes que desembarca-ran sus cargas para que no cayeran en poder del enemigo. En la mañana del día 30 de abril, cuando ya estaba en tierra toda la plata y demás carga, se presentaron en Santa Cruz unos 33 barcos de la escuadra de Blake. Los barcos españoles estaban fondeados cerca de tierra, los mercantes sin artillería, y sólo con las armas de sus guarniciones, que estaban a bordo parapeta-das en las bordas y fuera de las vistas de los ingleses, y sólo los dos galeones con su armamento completo para mantener el honor de las armas del Rey. Cuando los ingleses intentaron el abordaje fueron recibidos por las descargas de los arcabuces españoles, que les causaron muchos muertos y heridos, pero sólo los galeones pudieron presentar una resistencia firme. De los barcos españoles, los dos galeones los volaron los españoles una vez llevada al extremo su defensa, de los mercantes cuatro se salvaron atracándose a tierra y varando; tres fueron incendia-dos, aunque no se sabe muy bien si por los españoles para im-pedir su toma por los ingleses, o por éstos en los combates5, y dos fueron apresados por los ingleses y remolcados fuera del 4 CESÁREO FERNÁNDEZ DURO, Bosquejo biográfico del Almirante D. Diego de Egues y Beaumon, Sevilla, 1892, pp. 49-50. 5 JOSÉ DE VIERA Y CLAVIJO, Noticias de la historia general de las islas Ca-narias, Santa Cruz de Tenerife, 1860, vol. 3, p. 235. Dice que los españoles incendiaron todas las naves, mientras que los ingleses afirman que lo hicie-ron ellos. Núm. 51 (2005) 293 EL ATAQUE DE NELSON A TENERIFE: LA VERSIÓN INGLESA 9 puerto, pero Blake ordenó su hundimiento para no tener que enseñar en Inglaterra tan menguado botín. Aunque los ingleses confesaron 60 muertos y 200 heridos, fuentes españolas cifra-ron las perdidas inglesas en más de 500 hombres. El plan que Nelson remitió a Jervis el 12 de abril era ahora más ambicioso que el de Blake: En vez de apresar los barcos fondeados, tal vez por suponer que habían desembarcado ya la carga, pretendía tomar Santa Cruz y apoderarse de las mercan-cías que hubiera en los almacenes reales o que pertenecieran a dueños extranjeros. Para esta operación pidió a Jervis soldados de ejército y le decía expresamente que se refería a los 3.700 que procedían de Elba y que estaban ya embarcados en los trans-portes en viaje a Gibraltar. Calculaba que para toda la opera-ción se necesitarían unos tres días, por lo que los barcos y las fuerzas de ejército sólo estarían alejados de la escuadra una quincena. En su opinión, la costa de Tenerife no permitía un fácil ac-ceso, pero era tan acantilada que los transportes se podrían acercar a muy poca distancia, y desembarcar toda la fuerza de desembarco en un solo día. Según él, Santa Cruz presentaba una vulnerabilidad decisiva: el suministro de agua se hacía por acequias de madera desde fuentes lejanas, de modo que, si se cortaban estas acequias, la ciudad se rendiría enseguida; él concedería buenos términos para la rendición: garantizaría la propiedad privada de los isleños, y exigiría solamente la entrega de dineros y géneros públicos y de los que fueran propiedad de mercaderes extranjeros. Como era lógico y costumbre en aque-llos tiempos, añadiría la amenaza de destrucción absoluta de la ciudad si se disparara un solo cañonazo. Nelson reconocía lo dificil que sería conseguir la participa-ción del general de Burgh, jefe de las tropas que regresaban de Elba, y sugería a Jervis que le dijera que las ganancias que po-dría conseguir el ejército de esta operación, si tuviera éxito, se-rían la mitad de los seis o siete millones de libras en que Nelson cifraba el botín. Si no podía convencer al general, en la flota había 600 infantes de marina, de modo que si podía disponer de ellos y de otros 1.000 soldados más, serían suficientes para 294 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 10 CARLOS VILA MIRANDA hacer el trabajo, por lo que habría que recurrir al comandante en jefe de Gibraltar para conseguirlos6. Pero Jervis muy pronto se convenció de que el virrey no había llegado a Tenerife, como le habían dicho, y de que no iba a ir allí, y el 6 de mayo le decía a Nelson que un barco genovés que procedía de Tenerife había informado a Bowen, comandan-te de la Terpsichore, y a Troubridge, comandante del Culloden, que dos barcos de la Compañía de Filipinas habían entrado en Santa Cruz y estaban fondeados en el puerto sin haber desem-barcado su carga, y que Bowen había arrumbado rápidamente a Tenerife. Jervis le decía a Nelson, además, que Tenerife, al no estar allí el virrey, ya no era un objetivo del valor que se le ha-bía supuesto inicialmente, pero no le prohibía seguir adelante con su proyecto7. Es más, en cuanto Jervis se enteró de las no-ticias del barco genovés, destacó a Tenerife a las fragatas Lively y Minerve para que tratasen de apresar los barcos que hubiera en Santa Cruz8. EL GENERAL GUTIÉRREZ El adversario de Nelson en Tenerife fue el teniente general D. Antonio Gutiérrez, que mandaba hacía seis años en el archi-piélago como comandante general y gobernador. Se sabe poco de su carrera por no haber aparecido en los archivos militares su expediente personal, pero se puede reconstruir por algunos documentos sueltos. Nacido en 1729, estuvo en las guerras de Italia desde 1743, probablemente empezando como cadete pues tenía entonces 14 años, hasta su terminación en 1748. Ocupó destinos en varios regimientos de infantería, y en 1770, cuando los ingleses ocu-paron Puerto Egmont en la Malvina Grande, mandó, como te-niente coronel, la fuerza de desembarco de infantería y artille-ría españolas que se envió en cuatro fragatas desde Buenos Aires para desalojarlos. Las negociaciones que siguieron al des- 6 CLARKE, ob. cit., vol. II, pp. 8-9. 7 Ibid., pp. 8 y ss. 8 Ibid., p. 19. Núm. 51 (2005) 295 EL ATAQUE DE NELSON A TENERIFE: LA VERSIÓN INGLESA 11 embarco español, cuidadosamente medidas por ambas partes para evitar bajas inútiles debido a la desigualdad de fuerzas, desembocaron en la capitulación de la guarnición británica des-pués de unos pocos disparos para guardar las formas. No esta-rá de más decir ahora que, cuando en Inglaterra se levantó un clamor de protestas por el abandono de las Malvinas, y se llegó en los dos bandos, España e Inglaterra, al borde de la guerra, Francia, que conocía y había alentado las intenciones españo-las, dio marcha atrás y dejó sola a España. Luis XV intentó explicarlo destituyendo a su ministro, el duque de Choiseul, y escribiendo a Carlos III que aunque su ministro quería la gue-rra, él no, con lo cual demostraba el respeto que le ofrecían los compromisos del Pacto de Familia firmado hacía sólo nueve años. Es inevitable que todo este asunto nos traiga a la memo-ria el muy reciente del islote Perejil. Gutiérrez participó también en la desastrosa expedición a Argel el año 1775, de donde tuvo la gran suerte de salir sólo con una herida grave, librándose de estar entre los aproximadamente 5.000 muertos españoles que se contaron ese funesto día. Luego, ya de brigadier, fue coman-dante militar de Menorca. En 1790 ascendió a mariscal de cam-po, y al año siguiente fue nombrado comandante general y go-bernador de Canarias, donde el año 1793 ascendió a teniente general, empleo que tenía cuando el ataque de Nelson. Santa Cruz de Tenerife, capital de la isla este nombre, esta-ba protegida entonces por catorce fuertes y baterías, y por dos castillos. Tanto éstos como los fuertes y las baterías estaban re-lativamente bien dotados de artillería ya que disponían en total de 84 cañones y 7 morteros, aunque el estado de unos y otros dejaba que desear en algunos casos. Sin embargo, la eficacia del armamento durante los combates fue razonablemente buena. Por lo que respecta a las tropas, su base, o por mejor decir su masa, la constituían las milicias provinciales, que eran en-tonces la solución que adoptaba España para tener un ejército gratis, ya que los milicianos no cobraban sueldo ni estaban ra-cionados más que cuando prestaban servicio activo. No hay que extrañarse de tal solución, pues creo que es necesaria si se quie-re tener un ejército profesional, y así la están empleando hoy los Estados Unidos, que no podrían llevar a cabo las guerras que 296 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 12 CARLOS VILA MIRANDA hemos visto si no contaran con la Guardia Nacional. Las mili-cias del ejército español llegaron a contar con un total de 80.000 soldados, y las de Tenerife estaban formadas entonces por cinco regimientos de infantería, cada uno con 10 compañías, dos de las cuales eran de granaderos y cazadores, con una plantilla total cada regimiento de 840 hombres. Las milicias de artillería eran tres compañías con un total de 205 artilleros. El ejército profesional estaba representado desde 1793 por el batallón de infantería de Canarias, que servía de escuela para las milicias. Sus soldados eran «veteranos»; es decir, soldados profesionales a sueldo, que generalmente procedían de las mili-cias. Su plantilla era de 600 hombres, pero desde su formación no había pasado de los 300. El total de la infantería que inter-vino en la defensa de Santa. Cruz, tanto veterana como de mi-licias, estaba razonablemente bien armada, ya que sabemos que en 1790 había depositados en los almacenes de Tenerife 1.998 fusiles, 1.897 bayonetas, y balas y cartuchos más que suficien-tes para todos los fusiles. El capitán general había señalado hacía ya tiempo que en el caso de una guerra con Inglaterra sería conveniente reforzar la guarnición de las islas con tropa veterana. Como no había reci-bido este refuerzo, ya declarada la guerra decidió reforzar la guarnición de Santa Cruz, como zona más amenazada de la isla, con las compañías de granaderos y cazadores de los cinco regi-mientos de milicias que había en la isla. Estas compañías esta-ban formadas por soldados escogidos, de forma que eran lo más parecido a soldados veteranos que se podía encontrar en un regimiento de milicias. Además, el mismo general Gutiérrez ha-bía enviado a la Península en 1793 una columna formada por 700 granaderos y cazadores de los regimientos de milicias de Canarias, que había participado en la campaña de Cataluña y el Rosellón contra los franceses entre los años 1793 y 1795. Por lo tanto, hay que suponer que por lo menos parte de estos granaderos y cazadores, aunque milicianos, estaban ya foguea-dos, y acostumbrados a la guerra. Tuvo también la suerte el capitán general de recibir inespe-rados refuerzos. Después de la declaración de guerra llegaron a la isla dos partidas de reclutas, con un total de 60 hombres, que Núm. 51 (2005) 297 EL ATAQUE DE NELSON A TENERIFE: LA VERSIÓN INGLESA 13 iban destinados a La Habana y a Santiago de Cuba y que se quedaron en Santa Cruz para contribuir a su defensa. Todavía más inesperada fue la ayuda de la dotación de la corbeta de guerra francesa La Mutine9, que entró en Santa Cruz y de la que hablaremos más adelante. En la defensa de Santa Cruz participaron aproximadamente 100 de sus marineros. ACCIONES PREVIAS El 23 de enero de 1797 habían llegado a Santa Cruz las fra-gatas de la Real Compañía de Filipinas San José y Príncipe Fer-nando, que venían a España con géneros de las Indias Orienta-les, y cuyos capitanes al enterarse del estado de guerra con Inglaterra habían decidido arribar a Tenerife. Por razones que no he llegado a explicarme, los dos barcos de la Compañía fon-dearon casi fuera de la protección de las baterías de la plaza10, no calaron masteleros ni vergas; no desenvergaron las velas; no emplearon para fondear amarras sólidas; no admitieron a bor-do para su protección los destacamentos de ejército que les ofre-ció el gobernador, especialmente para la noche; y, lo que es más grave, se negaron a desembarcar su carga para depositarla en los almacenes reales de Santa Cruz. Sus capitanes no tomaron, en fin, ninguna de las precauciones que tomaría un marino 9 Esta corbeta podría ser uno de los seis corsarios franceses que, según JOSÉ DESIDERIO DUGOUR en su Historia de Santa Cruz de Tenerife, se habían dedicado al corso en aguas de Canarias con otros cuatro españoles y ha-bían metido un total de 42 presas en Santa Cruz de Tenerife durante el último quinquenio del siglo XVIII. Los nombres de los corsarios eran: los españoles Huelva, Atrevido, Tajamar y Periquito, y los franceses, Bonaparte, Espiegle, Mutine, Allobroge, Abeille y Mouche. 10 FRANCISCO XAVIER ROVIRA, Teniente de Navío y profesor de artillería en la Academia de Guardias Marinas, en su Tratado de artillería para el uso de los Caballeros Guardias Marinas en su Academia, editado en 1773 en esta Academia, daba una tabla con los alcances de la artillería naval de la épo-ca, apuntando por el raso de metales, que estaba entre un máximo de 570 metros y un mínimo de 325 metros, dependiendo del calibre, con mayor alcance a mayor calibre, y traduciendo a metros los pies de Castilla en que viene la tabla. 298 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 14 CARLOS VILA MIRANDA prudente para evitar algo como lo que sucedió y, más que de imprudentes, pecaron de tontos. Quizá el general Gutiérrez es-timó que eran barcos de Estado, por estar asimilados legalmen-te en muchos aspectos a barcos de la Armada, y sus capitanes a capitanes de mar y guerra, por lo que no los forzó a tomar las precauciones citadas. Lo extraño, y que parece dar a enten-der que había alguna razón que se me escapa para obrar así, es que el 26 de mayo llegó a Santa Cruz la corbeta francesa de guerra La Mutine para hacer víveres y agua, y cuando fondeó lo hizo de forma que quedó expuesta al apresamiento. También participó en la defensa la dotación del bergantín correo Reina María Luisa, que llegó a Santa Cruz el 21 de julio con corres-pondencia para la isla y para la América del Sur. Por su parte, las fragatas Terpsichore y Dido, que Jervis ha-bía destacado a finales de marzo para comprobar si había lle-gado a Tenerife el virrey de la Nueva España, llegaron a aguas de Santa Cruz. En la noche del 17 al 18 de abril enviaron seis botes con ochenta hombres, que abordaron la fragata Príncipe Fernando entre las dos y las tres de la madrugada, redujeron a los 19 hombres que había de su tripulación a bordo, causándo-le tres muertos y dos heridos graves, picaron sus cables, larga-ron velachos y gavias y se hicieron a la mar con la presa, apro-vechando el viento del Norte, que soplaba fresco. En cuanto aclaró el día las baterías de Santa Cruz abrieron fuego sobre los tres barcos, pero no consiguieron dificultar su maniobra. Los ingleses retuvieron a bordo al segundo comandante de la presa y a dos marineros españoles y tres portugueses, y al resto los enviaron a Santa Cruz en la lancha del Príncipe Fernando. Tuvo su importancia la retención por los ingleses de los marineros, pues el cadáver de uno de ellos, un tagalo o malayo, apareció en el muelle después del ataque. La Compañía de Filipinas no perdió el total de la fragata, porque despachó un comisiona-do a Gibraltar, a donde había llegado la presa, y la rescató pa-gando 75.000 pesos por la carga y el barco, mientras que sola-mente la carga valía 3.063.826 reales11. Posteriormente llegaron 11 Cfr. M. DÍAZ TRECHUELO, La Real Compañía de Filipinas, Sevilla, Es-cuela de Estudios Hispanoamericanos, 1965, pp. 92-93. Núm. 51 (2005) 299 EL ATAQUE DE NELSON A TENERIFE: LA VERSIÓN INGLESA 15 a Santa Cruz las fragatas que había destacado Jervis, pero se equivocaron, y en vez de apresar al otro barco de la Compañía, que por cierto ya había desembarcado su carga, en la madru-gada del 29 de mayo seis botes de las fragatas inglesas Lively y Minerve, que llevaban embarcados 80 hombres, abordaron la Mutine, cuando tenía a bordo 113 hombres de su dotación de un total de 145, la apresaron y la remolcaron a alta mar12. El día 4 de junio los ingleses desembarcaron en Santa Cruz los prisioneros franceses y españoles y embarcaron los prisioneros ingleses que había en Tenerife. EL ATAQUE13 Cuando a principios de junio, Jervis advirtió a Nelson que, si recibía el refuerzo de seis navíos de línea que había pedido, lo destacaría con cuatro navíos y tres fragatas a Tenerife para rea-lizar el ataque a Santa Cruz, Nelson le contestó que sólo nece-sitaba algunos cañones de campaña con su munición corres-pondiente, y añadió a su petición algunos artilleros para que graduaran las espoletas de los cañones de campaña y algunas escalas de asalto. Jervis debió atender a sus peticiones, porque al menos un cañón de campaña y una escala quedaron como botín de guerra en Santa Cruz, pero no recibió los soldados que había pedido varias veces. El día 15 de julio, Nelson se hizo a la mar con destino a Tenerife. Llevaba consigo tres navíos de 74 cañones, a los cua-les se unió en aguas de Santa Cruz otro de 50 cañones, tres fragatas, una balandra y una bombarda. El día antes de su sa-lida había recibido las instrucciones de Jervis, en las que le ordenaba tomar Santa Cruz, y usarla para exigir un rescate a toda la isla, a menos que le entregaran todo el tesoro público, 12 CLARKE, vol. II, p. 19. 13 El relato de las acciones inglesas está basado, a menos que se espe-cifique otra cosa, en CLARKE y M’ ARTHUR, The life of Admiral Lord Nelson, from his Lordship’s manuscripts, Londres, 1809, vol II, pp. 30 y ss. El de las españolas se basa en FRANCISCO LANUZA, Ataque y derrota de Nelson en Santa Cruz de Tenerife, Madrid, c. 1953, pp. 117 y ss. 300 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 16 CARLOS VILA MIRANDA en cuyo caso no debía exigir ninguna contribución a sus habi-tantes14. Para aplicar esas instrucciones de Jervis, Nelson redactó du-rante el viaje la Intimación formal a la rendición, que Troub-ridge, comandante de las fuerzas desembarcadas, debía remitir a las autoridades de Santa Cruz. Como en ella declaraba sus intenciones, creo interesante reproducirla: «Al gobernador o comandante de Santa Cruz, Intimación de Sir Horatio Nelson, caballero de la Muy Honorable Orden del Baño, Contralmirante de lo Azul15, y Comandante en Jefe de las fuerzas de tierra y mar ante Santa Cruz, fechada en el Theseus a 20 de julio de 1797. «Señor: Tengo el honor de comunicarle que vengo a exi-gir la entrega inmediata del barco Príncipe de Asturias, pro-cedente de Manila y con destino a Cádiz, que pertenece a la Compañía Filipina, con toda su carga completa, y también de todas las otras cargas y efectos que hayan sido desembar-cados en la Isla de Tenerife y que no estén destinados al con-sumo de sus habitantes. Y siendo mi más sincero deseo que ninguno de los habitantes de Tenerife resulte perjudicado por el inmediato cumplimiento de mis exigencias, ofrezco los si-guientes términos honrosos y liberales. Si se rechazan, los horrores de la guerra caerán sobre los habitantes de Tenerife, y sabrá el mundo que serán de la responsabilidad suya y sólo suya, porque destruiré Santa Cruz y las otras ciudades de la Isla por medio de un bombardeo y exigiré una gran contribución de la Isla». A este preámbulo seguían los términos de la capitulación que proponía Nelson a Santa Cruz, que no creo necesario copiar a la letra. Bastará con decir que incluían: Entrega de los fuertes, 14 «(...) hold the island to ransom, unless all public treasure were surrendered to his squadron, in which case the contribution to the inhabi-tants should not be levied», ALFRED T. MAHAN, The Life of Nelson, Londres, 1899, p. 256. 15 Las escuadras británicas se dividían, en un orden que tenía pocas con-secuencias prácticas, en la roja, la blanca y la azul. Esta misma prelación se aplicaba los almirantes que las mandaban, y Nelson, como recién ascen-dido, era contralmirante de lo azul. La bandera de los todos barcos de guerra ingleses actuales es blanca (la conocida por White ensign) porque fue la que Nelson arbolaba en Trafalgar. Núm. 51 (2005) 301 EL ATAQUE DE NELSON A TENERIFE: LA VERSIÓN INGLESA 17 con ocupación inmediata de las puertas por una fuerza inglesa. Entrega de las armas de la guarnición, aunque los oficiales podrían conservar las suyas; la tropa sería transportada a Espa-ña o se quedaría en la isla, como prefiriera. Si se entregaran las cargas del Príncipe de Asturias y cualesquiera otras que se hubieran desembarcado y que no fueran para el consumo de la población, no se exigiría contribución alguna a éstos, que goza-rían de protección para sus personas y propiedades. No habría interferencias con la religión católica. Las leyes y magistrados de la población permanecerían como hasta aquel momento. Aprobados estos términos, los habitantes de Santa Cruz deposi-tarían sus armas en una casa, donde permanecerían bajo la custodia del obispo y del magistrado principal. Y concedía a la ciudad media hora para contestar a estos términos. Para comprender el significado de las instrucciones de Jervis y de la Intimación de Nelson, conviene citar unos ejemplos de situaciones similares en las que los ingleses ya habían emplea-do ese sistema de chantaje en el pasado: A finales del siglo XVII una expedición inglesa tomó la ciudad de Guayaquil, la saqueó y exigió una contribución o rescate para no incendiarla; los es-pañoles pagaron el rescate, a pesar de lo cual los ingleses deca-pitaron a los prisioneros que habían tomado como rehenes. A principios del siglo XVIII otra expedición inglesa volvió a tomar Guayaquil, a saquearla y a exigir contribución o rescate para no quemarla. Los españoles volvieron a pagar, y esta vez los ingle-ses cumplieron su palabra y no mataron a los prisioneros. El tercer ejemplo fue la toma de Manila en 1762. Cuando las au-toridades españolas rechazaron la Intimación de los ingleses, éstos tomaron por asalto la ciudad y la saquearon16. Al segundo día de saqueo, las autoridades españolas pidieron términos de capitulación para que los ingleses detuvieran el saqueo, y estos exigieron la entrega de un rescate o contribución de cuatro millones de pesos. Estos ejemplos hacían que las Intimaciones a 16 En los usos y costumbres de la guerra entonces en vigor estaba admi-tido que una plaza tomada por asalto podía ser sometida a saqueo para compensar a las fuerzas propias de los esfuerzos del asalto, por lo que en fecha tan tardía como 1889, el artículo 28 del III Convenio de La Haya prohibió expresamente esa costumbre. 302 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 18 CARLOS VILA MIRANDA ciudades atacadas no fueran palabras huecas sino que sus auto-ridades las tomaban en sentido literal, por lo que la amenaza contenida en la Intimación de Nelson era muy real, sobre todo para militares que debían estar enterados de su significado. Durante la navegación con destino a Tenerife, Nelson reunió a sus comandantes para explicarles su idea de la maniobra, que consistía en embarcar toda la fuerza de desembarco en las fra-gatas, que debían llegar a cubierto de la oscuridad de la noche a una milla de distancia de la costa al norte del castillo de Paso Alto. Desde allí y todavía de noche, la fuerza debía desembarcar en los botes que llevarían a remolque las fragatas y tomar el castillo por la retaguardia, así como la altura que lo dominaba. Una vez izada la bandera inglesa sobre el castillo, Troubridge debía enviar a Santa Cruz la Intimación que ya hemos visto y que le había entregado Nelson. Es interesante que Nelson reco-mendara que el mayor número posible de marineros vistieran casacas o chaquetas de infantería de marina, y que todos lleva-ran correajes, quizá para hacerlos pasar por infantes de mari-na, más adiestrados en el combate en tierra. Y por último, en sus órdenes finales encargaba a los navíos que se construyeran plataformas de madera para cañones de 18 y de 9 libras, así como trineos para el transporte de las piezas. Nelson, por su parte, tenía la intención de aproximarse con los tres navíos y batir el castillo con su artillería para ayudar a su conquista y a otras operaciones en tierra. Las tres fragatas inglesas iniciaron su aproximación a tierra en la noche del 21 al 22 de julio llevando ya a bordo la fuerza de desembarco, que estaba formada por los 250 infantes de marina de todos los barcos y marineros hasta completar un to-tal de unos 1.000 hombres. A media noche estaban a unas tres millas de tierra, pero se encontraron con vientos y corrientes que les impidieron acercarse hasta una milla en la oscuridad, de modo que cuando pudieron hacerlo había amanecido el día 22 de julio17. En vista que las circunstancias no eran las supues-tas y había que desembarcar de día perdiendo el factor sorpre-sa, Troubridge aplazó el desembarco y esperó a que se acercara 17 MAHAN, ob. cit., p. 250. Núm. 51 (2005) 303 EL ATAQUE DE NELSON A TENERIFE: LA VERSIÓN INGLESA 19 Nelson para presentarle una solución alternativa, de modo que, a las seis de la mañana, cuando éste llegó con sus navíos, Troubridge con Bowen y otro capitán de navío fueron a verle y le propusieron atacar la altura que había a retaguardia de Paso Alto, confiando en que su conquista obligaría a este castillo a rendirse. Nelson dice que «consintió» en esta solución, y así los ingleses desembarcaron a las nueve de la mañana, con un re-traso de tres horas con respecto al el horario previsto. Veamos ahora cómo se vieron los acontecimientos desde tie-rra. El día 22 de julio amanecieron enfrente de Santa Cruz las fragatas inglesas, mientras que los navíos se mantenían a ma-yor distancia. Las lanchas estaban ya en el agua, formadas en dos divisiones, una ya muy cerca de tierra, pero las dos viraron y se retiraron. Algún tiempo después, volvieron a hacer rumbo a tierra y desembarcaron sus fuerzas en la playa del valle del Bufadero, fuera del alcance de los cañones de le defensa. En cuanto Gutiérrez conoció la presencia de los barcos ingleses, tomó dos medidas: por una parte, ordenar que se ocuparan las Alturas del Risco, que son las que hay a la espalda de Paso Alto y, por otra parte, y ante la posibilidad de fueran a dirigirse a La Laguna, enviar a esta ciudad a un oficial del regimiento de Canarias para que reuniera a cuantos milicianos y rozadores pudiera y acudiera a cortar el paso a los ingleses. La fuerza inglesa, que el general Gutiérrez estimó en 1.200 o 1.300 hombres, subió efectivamente a las alturas al Norte del barranco de Valleseco, y ocupó la cresta de una montaña, pero se encontró con que las de las Alturas del Risco y las del Sur de ese barranco, que cerraban el camino a Paso Alto, estaban sien-do ocupadas por partidas españolas que llegaban de Santa Cruz e incluso de La Laguna. Además, los defensores habían subido a brazo a las Alturas unos cañones de pequeño calibre, que cambiaron disparos con los desembarcados por los ingleses, y al anochecer, después del continuo proceso de refuerzo español de las Alturas, a los cerca de 1.000 ingleses se oponían unos 800 españoles y franceses, que tenían además la ventaja del inaccesible terreno que hacía imposible las maniobras de los ingleses. Convencidos éstos de que sería imposible llevar cabo su idea, Troubridge decidió reembarcar, y así lo hizo en la no- 304 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 20 CARLOS VILA MIRANDA che del 22 al 23, tras de lo cual toda la escuadra se alejo hacia el SW. Nelson se encontraba en una situación que él no había bus-cado y que no le gustaba lo más mínimo. Pero puesto en la disyuntiva de retirarse y renunciar a las operaciones contra Tenerife o montar otra operación completamente distinta con la misma finalidad, optó por la segunda, y movido por la necesi-dad de actuar «por el honor de su rey y por el de Inglaterra», según escribió en su Diario, decidió hacer otro intento: Atacar frontalmente las defensas de Santa Cruz. Al tomar esta decisión era consciente de que se exponía a un grave peligro, como ex-presó a su jefe, el almirante Jervis, en una carta que le escribió la misma noche antes del ataque, en la que le decía que al día siguiente estaría coronado de laureles o de ciprés, es decir, vic-torioso o muerto. Otra observación que hay que hacer es que aunque hablaba del honor del rey y de Inglaterra, pensaba sin duda también en el suyo propio, puesto que Nelson se refería en sus escritos con mucha frecuencia a su honor y fama, dán-doles mucha mayor importancia que a las ganancias económi-cas que le producían sus victorias. La escuadra inglesa, ya reforzada por el navío Leander, de 50 cañones, que acababa de llegar aquella tarde, fondeó en el mismo sitio en que lo habían hecho antes las fragatas, en un intento de engañar a Gutiérrez, y trató de reforzar el engaño ordenando a la bombarda abriera el fuego con granadas sobre el castillo de Paso Alto. El general Gutiérrez, sin embargo, ha-bía adivinado las futuras intenciones de Nelson, y la misma noche del reembarco inglés había ordenado que las fuerzas de la Altura del Risco se incorporaran a Santa. Cruz. Y acertó, porque a las once de la noche del día 24 embarcaron 700 hom-bres en las lanchas de los barcos, unos 200 hombres en la ba-landra Fox y 60 más en una embarcación del país, que habían apresado el día antes18. Esta fuerza de desembarco, distribuida en seis grupos, estaba mandada por cinco comandantes de los barcos y por el propio Nelson, al que acompañaban en su bote dos comandantes más. Los infantes de marina, como es lógico, 18 El Leander sólo contribuyó a la fuerza de desembarco con su infan-tería de marina. Núm. 51 (2005) 305 EL ATAQUE DE NELSON A TENERIFE: LA VERSIÓN INGLESA 21 iban armados con sus fusiles, y parte de la marinería iba armada con fusiles y el resto con chuzos. Si se quiere hacer una compa-ración de las fuerzas que se enfrentaron en este segundo ataque, es difícil calcular cuantos fueron los defensores que pelearon con los ingleses. Un número que parece razonable, y que da un autor de la época, puede ser 747 infantes del ejército profesional y de las milicias, 387 artilleros también profesionales y de milicias, 110 marineros de la Marina Nacional Francesa de la dotación de La Mutine, 180 pilotos, contramaestres y marineros, y 180 campe-sinos de La Laguna armados de rozadoras, instrumento de la-branza parecido a la guadaña, lo que haría un total de 1.669. Lo que no es fácil de estimar es cuantos estuvieron en contacto más o menos directo con los enemigos, pues así como éstos estaban concentrados en el punto de ataque, los defensores estaban re-partidos, al menos inicialmente, en castillos y baterías. Mientras la bombarda tiraba sobre Paso Alto y sus alturas, las lanchas, acompañadas por la balandra Fox, que iba en ca-beza, se dirigían al muelle, donde debía realizarse el desembar-co. A eso de las dos de la mañana, la fragata San José, de la compañía de Filipinas, y el castillo de San Pedro, en el límite Nordeste de la ciudad, avistaron a los ingleses y abrieron fuego, al que se sumaron todos los cañones y fusiles de la izquierda de la línea española. La mayoría de los botes ingleses no vieron el muelle y, arrastrados por el viento y la corriente, llegaron a tie-rra más al sur .El grupo de Nelson y el de otro de sus capita-nes, con un total de cuatro o cinco botes, logró llegar al mue-lle, y en el preciso momento en el que Nelson iba a desembarcar un casco de metralla o, según una tradición que perdura en Santa Cruz, una esquirla de piedra arrancada del muelle por una bala de cañón, lo hirió en el codo derecho. Una de las lan-chas evacuó a Nelson a su buque insignia, donde le amputaron el brazo. En el trayecto de regreso, se oyó un griterío en el agua que originaban los náufragos de la balandra Fox, que se hun-día en esos momentos alcanzada por un balazo en la flotación. A pesar de su estado, Nelson insistió en que se salvara al mayor número posible de náufragos y en supervisar su salvamento19. 19 MAHAN, ob. cit., p. 259. 306 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 22 CARLOS VILA MIRANDA Las lanchas que atracaron al muelle desembarcaron su gen-te bajo el fuego español y atacaron la batería de la punta del muelle, que tomaron de revés con relativa facilidad y clavaron los seis cañones de 24 libras de la batería20, pero faltos de pro-tección en el muelle e incapaces de avanzar y asaltar el castillo de San Cristóbal, quedaron expuestos al mortífero fuego de los cañones y fusiles españoles, en el que se destacaron dos caño-nes violentos a cargo de dos pilotos. El propio Nelson dijo en su informe que se vieron sometidos a un fuego tan nutrido de fu-sil y de metralla procedente del castillo y de las casas de la en-trada del muelle que no pudieron avanzar y casi todos ellos re-sultaron muertos o heridos. Allí murieron el Capitán de Navío Bowen, que al mando de la fragata Terpsichore había apresado la fragata de la compañía de Filipinas y otros seis oficiales. Re-sultaron heridos, además de Nelson, otros dos Capitanes de Navío comandantes, un oficial, y un guardia marina, además de muchos muertos y heridos de marinería y de infantería de ma-rina, y allí murió el chino o malayo, que de ambas maneras lo llamaron ingleses y españoles, que apresaron aquellos y que les sirvió de práctico, probablemente en el bote de Nelson, y cuyos consejos fueron también probablemente la razón de que el gru-po de éste atracara al muelle. Los pocos supervivientes se de-fendieron como pudieron desde una caseta del muelle y acaba-ron por izar bandera blanca y rendirse. Los otros cuatro grupos ingleses fueron arrastrados al SW del muelle y llegaron a tierra en dos agrupaciones que desem-barcaron la de Troubridge en la Caleta, y la otra en la Carnice-ría, y en el barranquillo y barranco de Santos. La mayor parte de las lanchas se atravesaron por el fuerte oleaje, normal en aquellas costas rocosas y se desfondaron, y muchos ingleses murieron ahogados; a los que sobrevivieron se les mojó la mu-nición en sus bolsas, por lo que sus fusiles y otras armas de fuego quedaron prácticamente inútiles, excepto los que podían usar las municiones cogidas a los españoles que hicieron prisio-neros. En los puntos de desembarco se sucedieron furiosos com- 20 Clavar un cañón era inutilizarlo metiéndole a martillazos un clavo por el fogón. Núm. 51 (2005) 307 EL ATAQUE DE NELSON A TENERIFE: LA VERSIÓN INGLESA 23 bates, con fuego de fusil y de dos cañones violentos por parte española, y combates cuerpo a cuerpo, como fue el contraata-que de los defensores mandado por un cabo primero de milicias que hizo 17 prisioneros ingleses y se apoderó de varias armas, de una caja de guerra o tambor y de un cañón de campaña. Y en una huida hacia adelante, ya que no podían retroceder, los ingleses se adentraron en la ciudad, se reunieron y, acosados por los defensores, se refugiaron en el convento de Santo Domingo, hoy demolido pero que estaba en la plaza del Teatro. Troubridge, por su parte, consiguió reunir una columna, que se dirigió a tambor batiente21 a la plaza del Castillo e intentó atacarlo, pero por no tener escalas, ya que las había perdido en la rompiente al desembarcar y al verse blanco del fuego de los defensores renunció al ataque, con lo que terminaron las ope-raciones ofensivas de los ingleses en Santa Cruz. Posteriormente, Troubridge informó a Nelson que cuando se hizo de día, después de haberse reunido los dos grupos, sólo contaba con 80 infantes de marina, 80 marineros armados con chuzos y otros 180 marineros armados con fusiles22. Desde allí, Troubridge, que era quien mandaba la fuerza de desembarco después de la herida y evacuación de Nelson, envió dos ultimá-tums a Gutiérrez exigiéndole la rendición de la plaza, bajo la amenaza de incendiarla. Aun tuvo Troubridge en estos momen-tos un motivo para la esperanza, que fue cuando se avistaron unas quince lanchas que enviaba Nelson con los restos de las fuerzas que podía desembarcar, pero la artillería española de la punta del muelle, que los artilleros españoles habían descla-vado23, abrió fuego contra ellas y hundió tres, y las lanchas res- 21 Quizá se trate de los dos tambores que actualmente están en el Mu-seo Militar de Tenerife. 22 Chuzo (en inglés, pike): asta de 2 a 3 metros de longitud, con una hoja afilada en un extremo, es decir, una pica, que empleaban todas las marinas para las luchas cuerpo a cuerpo en los abordajes. 23 Para desclavar un cañón se le introducía una carga reducida en el ánima, se tapaba ésta con uno o varios tacos y se daba fuego a la carga. Los gases de la explosión debían salir por el fogón, expulsando el clavo. Si no era así después de tres intentos, había que taladrar el cañón y hacerle un fogón nuevo. Dice mucho de la pericia de los artilleros españoles el que hubieran sido capaces de desclavar seis cañones en medio de la confusión 308 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 24 CARLOS VILA MIRANDA tantes regresaron a los barcos. Esto es un punto oscuro, creo que el único en el relato de la acción en Santa Cruz. Sabemos por la carta del guardia marina Hoste que a las cuatro de la mañana regresaron al Theseus varios botes cuya gente no ha-bía podido desembarcar debido al fuego enemigo; y sabemos que, ya amanecido, los cañones españoles dispararon contra unos botes que se dirigían a tierra y que hundieron tres, por lo que los botes regresaron a sus barcos. En los documentos in-gleses no hay referencia a este nuevo intento de desembarco, por lo que no podemos asegurar su existencia ni tampoco si los botes que regresaron a los barcos ante el fuego español fueron obligados a volver a la playa o fueron botes que estaban reali-zando sus misiones entre los barcos. Desilusionado, cuando Gutiérrez rechazó orgullosamente los ultimátums, y cuando las tropas españolas empezaron a cercar el convento, Troubridge envió al capitán de navío Hood para capitular. Acordada la ca-pitulación, terminó el ataque y los ingleses reembarcaron con armas y banderas, para lo que el puerto tuvo que proporcionar embarcaciones menores, ya que los atacantes habían perdido muchas lanchas, y las que habían sobrevivido a las rompientes habían sido desfondadas por orden del capitán de puerto. Pero los ingleses no recuperaron todas sus armas y bande-ras. Después de los combates, los tinerfeños entregaron en los reales almacenes, que los pagaron convenientemente, dos ban-deras, una de ellas perteneciente a la fragata Emerald, un ca-ñón de desembarco, 80 fusiles, 77 bayonetas, 9 pistolas, dos cajas de guerra o tambores, que entonces se consideraban un glorio-so trofeo de guerra y dos escalas de asalto. Y dejamos para el final la cuenta de bajas. Los ingleses tuvieron 123 heridos y 226 muertos, de los que aproximadamente la mitad fueron ahoga-dos, mientras que las bajas españolas fueron 25 muertos y 33 heridos. de los combates en el muelle. Es de suponer también que en su precipita-ción los ingleses no los clavaran bien. Núm. 51 (2005) 309 EL ATAQUE DE NELSON A TENERIFE: LA VERSIÓN INGLESA 25 CONCLUSIONES No puedo sustraerme a la tentación de imaginarme cuál se-ría la actitud de Nelson justo antes del ataque a Santa Cruz. No habían pasado seis meses de sus éxitos en el combate de San Vicente, en el que la actuación de Nelson, que encabezó el tro-zo de abordaje de su barco y apresó a dos navíos españoles, tuvo gran repercusión en Inglaterra. Y llovía sobre mojado: El hecho de haber intervenido de forma determinante en la conquista de un reino para su soberano tuvo que haber sido un motivo de orgullo que pocos hombres habrían experimentado. Por si fuera poco, estas operaciones habían tenido lugar en un escenario que no era familiar a la mayoría de los oficiales de marina, de modo que la confianza en si mismo que sin duda era una parte muy importante de su personalidad tuvo que verse grandemente re-forzada después de las operaciones (me resisto a llamarlas con-quista) de Córcega. Seguramente esa fue la razón por lo que tomó la evacuación de esta isla, escenario de sus éxitos, como una ofensa personal, de forma que cuando salía con el último bote inglés, se despidió de los corsos con una retahíla de insul-tos. El mismo Nelson escribió con evidente satisfacción que en ningún momento de su carrera había habido un tiempo en el que hubiera ejercitado tanto su valor personal ante el enemigo como en estas operaciones. Durante esta parte de su carrera y hasta su muerte en Trafalgar se destacó por su iniciativa, agre-sividad, confianza en si mismo, y claridad de miras respecto a la guerra, características que conserva la marina inglesa, que se considera aun hoy su heredera. Inculcaba a sus subordinados que su principal misión era aniquilar a los enemigos, pero los respetaba y cuidaba una vez vencidos. Pero, a pesar de esto, él fue consciente de que se estaba forjando una leyenda a su alre-dedor (él mismo habló del Nelson touch, el toque de Nelson) y ante la posibilidad de que se exageraran estas características suyas, escribió «No se imaginen que soy uno de esos insensatos que se arriesgan a combatir en manifiesta inferioridad y sin un objetivo adecuado». 310 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 26 CARLOS VILA MIRANDA Pero en esta ocasión se arriesgó, y si es cierto que el éxito tapa muchos defectos, como dijo el mismo Nelson24, el fracaso los deja al descubierto o más bien los destaca. Así sucede con la derrota en Tenerife, que deja al descubierto fallos en el planea-miento y ejecución del desembarco que probablemente habrían quedado ocultos por su victoria, de haberse producido. Para empezar, creo que esta frustrada intentona no se ajusta al ca-rácter de Nelson. Él mismo pareció darlo a entender, por no decir que se disculpó, cuando escribió en su Diario de Opera-ciones que el plan se lo habían propuesto tres de sus coman-dantes en una reunión que habían tenido en el barco insignia poco antes del desembarco, y que él había «consentido» en ello. Y, además, es interesante que cuando se vio obligado a replan-tear su plan de ataque y escogió uno suyo, sin influencias aje-nas, eligiera un ataque al centro, punto que iba a ser decisivo en el combate, como hizo, por cierto, en Trafalgar. Parece ser que él dijo posteriormente que si hubiera estado presente en las lanchas que desembarcaban la fuerza en las proximidades de Paso Alto, el resultado del ataque a Tenerife hubiera sido muy distinto. Es cierto que la indecisión de Troubridge, que esperó a que Nelson le autorizara a cambiar su misión, le costó tres ho-ras preciosas, que Gutiérrez aprovechó magistralmente para ini-ciar el refuerzo sin perder ni un momento, de modo que cuan-do desembarcaron los ingleses ya era tarde para recuperar el retraso, y así lo reconoció Troubridge, que reembarcó sin haber apenas cambiado disparos con los españoles. Un gran historia-dor de temas navales aprovechó esta conducta de Troubridge para subrayar el contraste entre un gran jefe, Nelson, y un ofi-cial, Troubridge, experto y valeroso, pero nada más25. Pero eso no quiere decir que el éxito de Nelson estuviera garantizado. Para empezar, no tenía los medios suficientes para la misión, y él lo sabía. Ya hemos visto que había pedido 3.700 soldados de ejército que estaban disponibles en Lisboa. Sabía que iba a ser difícil convencer a su general, porque, según de-cía, los oficiales del ejército estaban acostumbrados a ejecutar 24 Selección y edición, WALTER JERROLD, The Nelson touch, Ed. Londres, 1918, p. 29. 25 MAHAN, ob. cit., p. 257. Núm. 51 (2005) 311 EL ATAQUE DE NELSON A TENERIFE: LA VERSIÓN INGLESA 27 las órdenes que alguien les daba, mientras que los oficiales de la marina real actuaban con más iniciativa, pensando sólo en el bien de la nación. Efectivamente, Jervis no pudo darle tropas de ejército y un escritor inglés dijo que el ataque había sido como una ballena tratando de hacer el papel de un elefante. Y esta escasez de medios se refiere no sólo a una supuesta misión de conquista de toda la isla de Tenerife, que Nelson ni pensó ni intentó, ya que, en contra de lo que dicen algunos autores es-pañoles, no hay ningún dato que haga suponer que la inten-ción de Jervis ni la de Nelson fuera ésta, aunque no pueda des-cartarse que en circunstancias muy favorables lo hubieran intentado. Pero las pruebas apuntan a todo lo contrario: Nelson pidió soldados de ejército para realizar el saqueo, legal pero completo, de Tenerife, y llegó a predecir el máximo tiempo que permanecería alejado de la escuadra. Al no conseguirlos, se en-contró en la desesperada situación de carecer de los fusiles ne-cesarios para poder armar con uno a cada asaltante, por lo que no le quedaba más remedio que tomar al abordaje el castillo de San Cristóbal en Santa Cruz, y cualquier otro que fuera nece-sario. Hemos visto que Troubridge lo intentó y fracasó. Por otra parte, no parece que el plan de Nelson fuera realis-ta. Ni siquiera el precedente de Córcega tenía que garantizar el éxito en Tenerife. En Córcega las circunstancias eran completa-mente distintas: Ya había tropas inglesas en tierra y la pobla-ción civil estaba de parte de los ingleses, mientras en Tenerife no sucedía ni una cosa ni la otra. Nelson desembarcó en Córcega con 1183 soldados de ejército e infantería de marina y con 250 marineros, mientras que en Tenerife la proporción se invirtió: fueron unos 250 infantes de marina con unos 900 marineros. El desembarco en Córcega fue sin oposición, y en Tenerife se encontraron con una defensa que les clavó en la montaña sin posibilidad de avanzar. El reembarque de Troub-ridge fue lógico, y forzó a Nelson a tomar una decisión. La que tomó equivalía a jugarse el todo por el todo, y él la justificó por la necesidad de mantener el honor de su rey y la reputación de la marina inglesa, pero con una defensa alertada, fogueada y que había dado pruebas de prontitud en su reacción, el segun-do intento pareció un suicidio, y casi lo fue. Nelson, si no ter- 312 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 28 CARLOS VILA MIRANDA minaba coronado de ciprés, se exponía a quedarse con la ma-yor parte de su fuerza, incluyendo a comandantes y oficiales, en tierra y sin posibilidad de comunicación con sus barcos, como efectivamente sucedió. El fondeo de toda la escuadra al norte de Paso Alto, tratan-do sin éxito de engañar a Gutiérrez, obligó a la balandra y a las lanchas a realizar su aproximación navegando cerca de tie-rra, para distinguirla en la oscuridad de la noche y localizar el muelle, punto previsto del desembarco, y desfilando por delante de las baterías y de los barcos españoles fondeados. Ello expo-nía a las lanchas a un descubrimiento prematuro, que fue lo que les sucedió, de forma que el final de la aproximación y el desembarco tuvieron que realizarse bajo el fuego de los defen-sores, con efectos desastrosos para los atacantes. El embarque en la balandra Fox del respeto de munición, víveres y escalas portátiles, todos ellos parte esencial del equipo de asalto, hacía depender el éxito de la operación de que pudie-ra entregar a las fuerzas en tierra el material que llevaba a bordo. Esto, que podía ser posible en caso de que hubiera teni-do éxito el primer intento de desembarco, pasaba a ser muy di-ficil en un desembarco nocturno en el muelle contra un enemi-go alertado y en fuerza. Así resultó que muchos de los atacantes que desembarcaron en las calas al sur del muelle cayeron al agua cuando sus lanchas se atravesaron y volcaron en la playa, por lo que gran parte de la fuerza inglesa sólo contaba con cartuchos mojados. Vistas las dificultades con las que iba a encontrarse Nelson, no es de extrañar que Jervis, aun dejándose llevar por el entu-siasmo de éste, que tenía fama de hacer lo que quería con sus jefes26, no se mostrara excesivamente optimista sobre el resulta-do de la expedición a Tenerife, como lo demuestra la carta en la que le daba las órdenes para esta operación, en la que decía: «Estoy seguro de que merecerá el éxito. A los mortales no se nos ha dado el poder de exigirlo»27. Pasemos ahora a la actuación española. La actuación de Gutiérrez, preparando sus fuerzas y dirigiéndolas en el combate 26 Nelson touch, pp. 21-22. 27 MAHAN, ob. cit., p. 256. Núm. 51 (2005) 313 EL ATAQUE DE NELSON A TENERIFE: LA VERSIÓN INGLESA 29 parece impecable, aunque es cierto que una vez distribuidas las fuerzas para las dos fases del combate poco tuvo que hacer, pero eso lo hizo muy bien. Pero durante todo el siglo XIX circuló la opinión de que Gu-tiérrez había dejado escapar a los ingleses demasiado fácilmen-te, ya que en la Capitulación los ingleses sólo se obligaban a no volver a realizar operaciones contra Canarias. Yo creo que hizo lo correcto. Es más que probable que para Gutiérrez fuera un problema la presencia, y no digamos la custodia, de los supervi-vientes prisioneros militares ingleses, encuadrados por sus jefes. Basta recordar la prisa que se dieron los españoles en enviar a Cabrera a los prisioneros de Bailén y los supervivientes france-ses de Trafalgar, en cuanto pasaron de aliados a enemigos, con las consecuencias que tuvo ese confinamiento. Es más, hay que considerar que los ingleses, contando con el domino del mar, no consentirían durante mucho tiempo el cautiverio de sus dota-ciones, teniendo los barcos y las fuerzas de ejército para impe-dirlo, lo cual podría haber sido mucho más peligroso que el ata-que de Nelson. Además, la generación que intervino en Tenerife fue la última de las guerras entre caballeros, como lo demues-tran los intercambios o incluso la devolución de prisioneros que realizaron las fragatas, las facilidades que se dieron en Santa Cruz para el cuidado de los heridos y las corteses cartas y obse-quios que se intercambiaron Nelson y Gutiérrez28. Eran caballe-ros que tenían sobre si el peso de una tradición que debían cumplir y que duró hasta estas guerras de la Revolución y del Imperio. En el caso de España, la tradición se rompió en la guerra de la Independencia. Pero seguramente lo más grave para el general Gutiérrez, que ya se había portado caballerosa-mente con los ingleses vencidos por él en las Malvinas, era el problema que representarían los prisioneros, mandados por sus jefes naturales, que habría que custodiar, alimentar y alo-jar, cuando no tenía soldados suficientes para la defensa de las islas. 28 Nelson envió a Gutiérrez un queso y un barrilete de cerveza, a lo que Gutiérrez correspondió con unas limetas de vino. Además, Nelson se ofre-ció a enviar a Cádiz en uno de sus barcos el parte de Gutiérrez dando cuen-ta de su victoria, ofrecimiento que fue aceptado.
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Título y subtítulo | El ataque de Nelson a Tenerife : la versión inglesa |
Autor principal | Vila Miranda, Carlos |
Publicación fuente | Anuario de estudios atlánticos |
Numeración | Número 51 |
Sección | Historia |
Tipo de documento | Artículo |
Lugar de publicación | Madrid ; Las Palmas |
Editorial | Cabildo Insular de Gran Canaria |
Fecha | 2005 |
Páginas | p. 285-313 |
Materias | Nelson, Horacio, Vizconde de (1758-1805) ; Piratas ; Santa Cruz de Tenerife ; Historia ; 1797 |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 92124 Bytes |
Texto | Núm. 51 (2005) 285 68 EL ATAQUE DE NELSON A TENERIFE: LA VERSIÓN INGLESA EL ATAQUE DE NELSON A TENERIFE: LA VERSIÓN INGLESA PO R CARLOS VILA MIRANDA INTRODUCCIÓN Aunque el ataque de Nelson a Tenerife fue una operación menor, tiene su importancia porque permite conocer detalles de su personalidad que, de otra forma, podrían pasar desapercibi-dos. Es más, estoy convencido de que este ataque, y las opera-ciones que realizó en el Mediterráneo como capitán de navío, comodoro y luego como almirante, conformaron su personali-dad, de forma que sus decisiones en Trafalgar fueron resultado de sus experiencias en estas operaciones. Por eso, me parece conveniente repasar estas experiencias, tanto más cuanto que éstas incluyen la única derrota que sufrió Nelson, que esto fue, sin paliativos, el resultado de su ataque a Tenerife en 1797. Nacido en 1758, la carrera de Nelson en la marina real bri-tánica empezó, como era normal en aquella época, cuando era muy joven: en 1770, a la edad de doce años, embarcó en el na-vío que mandaba su tío, Maurice Suckling, que tuvo gran in-fluencia sobre él durante sus primeros años en la marina. Tras unos años duros como guardia marina, en abril de 1777 apro-bó el examen para el ascenso a teniente de navío, aunque en realidad no podía haberse presentado, pues la edad mínima para ejercer ese empleo era 20 años. Es cierto que le faltaba poco tiempo para cumplirlos, pero sin duda lo más importante 286 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 2 CARLOS VILA MIRANDA debió ser que el presidente del tribunal fuera su tío Maurice Suckling. El año siguiente fue nombrado primer teniente1 y como tal consiguió su primer mando. El 11 de junio de 1779, a los 21 años aprobó el examen para el ascenso a post-captain (capitán de navío, que estaba capacitado para mandar indistin-tamente navíos o fragatas), y se le dio el mando de una fraga-ta. Como no pudo tomar el mando porque su fragata no estaba en el puerto en el que él se encontraba, se incorporó a una fuerza que debía tomar un puesto español en el río San Juan en Nicaragua. Nelson sobrevivió de milagro la expedición, ya que ésta fue el blanco de la fiebre de modo que de los 1.800 hombres que la formaban sólo quedaron 380. Fue evacuado a Inglaterra, y una vez curado consiguió en 1781 el mando del Albemarle. Fue con su barco a la costa de Canadá y allí conoció a otros dos hombres que iban a intervenir en su carrera, el al-mirante Hood, y el guardia marina príncipe Guillermo, hijo del rey de Inglaterra, que luego usó el título de duque de Clarence y que después subió al trono de Inglaterra como Guillermo VII. Nelson consiguió de Hood que lo destinara con su barco a las Indias Occidentales, pero al poco tiempo se firmó la paz con Francia y tuvo que regresar a Inglaterra. Volvió a las Indias mandando el Boreas y allí empezó a manifestarse su capacidad para hacerse incómodo a sus superiores, sobre todo a los que no respetaba. Se enfrentó a autoridades y comerciantes que se habían acostumbrado hacer la vista gorda a los barcos de los rebeldes americanos que seguían aprovechándose de los privile-gios de los que habían gozado mientras se consideraban súbdi-tos de Inglaterra, y los comerciantes lo demandaron por unos daños de 40.000 libras que decían haber sufrido por los barcos que apresaba. A finales de 1787 regresó a Inglaterra, donde su barco pasó a la reserva y él, en 1788, cuando tenía 30 años, 1 Los oficiales del cuerpo general embarcados en la marina inglesa eran sólo capitanes y tenientes, y estos últimos ocupaban los destinos de prime-ro, segundo y tercer teniente. El primer teniente era, por lo tanto, el suce-sor en el mando al capitán, en caso de que éste no pudiera ejercerlo, por lo que en la Armada española equivalía al segundo comandante. Además, el primer teniente estaba capacitado oficialmente para mandar barcos que no fueran los navíos y las fragatas. Núm. 51 (2005) 287 EL ATAQUE DE NELSON A TENERIFE: LA VERSIÓN INGLESA 3 pasó a la situación de sin destino y quedó en tierra cobrando media paga. En esta situación estuvo más de cinco años. TOLÓN Cuando Inglaterra decidió rearmarse ante la posibilidad de entrar en la guerra que media Europa sostenía con Francia en defensa del rey Luis XVI y de su familia, el duque de Clarence ejerció toda su influencia para que se le diera a Nelson el man-do de uno de los navíos que se estaban armando, en lo que lo apoyó el almirante Hood, que lo reclamó para su escuadra. El 30 de enero de 1793 fue nombrado comandante del navío Agamemnon, que once días después estaba listo para desempe-ñar comisión. Efectivamente, fue asignado a la escuadra del almirante Hood, y la primera operación en la que participó con la escuadra inglesa del Mediterráneo fue la del socorro de Tolón, ocupado por realistas, que estaba amenazado por tropas repu-blicanas que luego lo sitiaron y que había pedido la protección de las escuadras inglesa y española, que mandaba Lángara y fue en esta ocasión aliada de la inglesa. Las dos escuadras, con otros aliados, entraron en Tolón, y colaboraron en su defensa. Nelson no participó en las operaciones de la defensa de Tolón, sino que realizó una serie de misiones diplomáticas cerca de los pequeños estados de la península italiana que le encargó el co-mandante en jefe de la escuadra inglesa, almirante Hood. Cuan-do los aliados abandonaron Tolón, tras quemar y volar el arse-nal y los barcos franceses, en contra de la opinión de Lángara, Nelson se incorporó a la escuadra inglesa y empezó la parte más brillante de su carrera. Es curioso que la reconquista de Tolón por los republicanos franceses fuera también el inicio de la ful-gurante carrera de Napoleón, cuya actuación como comandan-te de la artillería republicana fue determinante para la conquis-ta de Tolón. 288 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 4 CARLOS VILA MIRANDA CÓRCEGA Durante su estancia en Tolón, el almirante Hood ya había pensado en utilizar Córcega como base en caso de verse obliga-do a abandonar ese puerto, de modo que después de la evacua-ción de aquella plaza, y el malestar que reinaba en Córcega con la República, agudizado por la ejecución del rey Luis XVI, la escuadra de Hood se presentó ante la isla a principios de 1794. Estaba formada por un total de 24 barcos, mercantes y de gue-rra, entre los que se encontraba el Agamemnon de Nelson. El general Dundas, que mandaba las fuerzas del ejército in-glés desembarcadas en Córcega, no quería atacar Bastia antes de recibir refuerzos de Gibraltar, pero Nelson informó a Hood que creía que con los infantes de Marina embarcados y los sol-dados de la infantería inglesa, que habían embarcado de Real Orden para suplir la falta de infantes de marina, y contando con la ayuda de los barcos, se podría tomar Bastia. Hood aprobó la idea de Nelson, reclamó a Dundas los soldados que habían he-cho el papel de infantes de marina y el día 4 de abril Hood puso en tierra su fuerza de desembarco formada por 1.183 soldados de ejército y de infantería de marina, más 250 marineros. Prue-ba del prestigio que tenía Nelson ya entonces, y de la confianza que en él depositaba su almirante, fue que Hood lo nombró jefe de esta fuerza de desembarco. El asedio duró algo más de mes y medio, y el 24 de mayo los 4.500 soldados franceses que de-fendían Bastia se rindieron a los menos de 1.000 ingleses que la atacaban. Que el asedio fue un ataque serio lo demuestra el hecho de que los ingleses hicieran con su artillería muy cerca de 20.000 disparos, entre balas rasas y granadas2. Una vez to-mada Bastia, que está situada en el NE de Córcega, los ingleses 2 Estas eran las dos clases de proyectiles más empleadas por la artille-ría de la época. Las balas rasas eran macizas, y se disparaban con una tra-yectoria rasa, mientras que las granadas, que se disparaban por elevación, eran huecas y estaban rellenas de pólvora, que debía explotar al transcurrir el tiempo para el que se había graduado la espoleta. Las más empleadas por los barcos eran las primeras, y las segundas las disparaban principal-mente barcos especiales llamados bombardas. Núm. 51 (2005) 289 EL ATAQUE DE NELSON A TENERIFE: LA VERSIÓN INGLESA 5 se trasladaron al NW de la isla, para sitiar Calvi. Los soldados ingleses ante Calvi estaban mandados por el general Stuart, que aparentemente no puso dificultades a la participación de Nelson en el asedio, bien porque ya hubieran llegado los refuerzos de Gibraltar que había esperado Dundas o bien porque Stuart pen-sara que, de hacerlo, Nelson, que mandaba el destacamento naval que había desembarcado, le arrebataría la gloria de la victoria, como le había sucedido a Dundas. El día 10 de agosto, los franceses se rindieron a los ingleses después de un asedio en el que Nelson perdió la visión del ojo derecho. El resultado in-mediato de las tomas de las ciudades corsas fue que Córcega quedó bajo la soberanía del rey de Inglaterra. Pero muy pronto los corsos se sintieron descontentos con los ingleses, sobre todo cuando el virrey inglés les impuso tributos e impuestos, ya que ellos esperaban que, al haberse liberado de los franceses, quedarían también libres de impuestos y cargas económicas. Por eso, llegó un momento en que los ingleses de-cidieron que sus tropas abandonaran Córcega y se trasladaran a la isla de Elba. CÁDIZ Las victorias de Napoleón en Italia, y la pérdida de Córcega hicieron insostenible la situación de los ingleses en el Mediterrá-neo, y decidieron abandonarlo. Nelson participó en la evacua-ción las fuerzas del ejército inglés, que estaban en Elba, y des-pués de ponerlas a salvo se incorporó al bloqueo de Cádiz en la nueva guerra que enfrentaba a España e Inglaterra después del breve episodio de Tolón. Allí, como comandante del bloqueo, hizo gala de su iniciativa y agresividad, saliendo en su bote por las noches para inspeccionar las situaciones de las fragatas que cerraban el bloqueo. Una noche fue sorprendido por una lan-cha española, y en la lucha que siguió en la que parece que lle-vó la mejor parte, hasta el extremo de hacer prisionero al co-mandante español, su vida corrió un serio peligro. Él mismo dijo que el patrón de su bote le había salvado la vida en dos ocasio-nes. Pero ni el bloqueo ni el bombardeo dieron el resultado 290 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 6 CARLOS VILA MIRANDA apetecido por los ingleses, que era la salida de la escuadra es-pañola. EL VIRREY DE LA NUEVA ESPAÑA El 14 de febrero de 1797 Nelson, ya comodoro, participó en el combate de San Vicente en el que Jervis derrotó a una es-cuadra española mandada por Córdoba. Después del combate de San Vicente, la escuadra inglesa, ante la imposibilidad de entrar en Lisboa debido a vientos contrarios, fondeó en Lagos, rada abierta en la costa del sur de Portugal, y sólo pudo entrar en Lisboa el 28 de febrero. En Lagos o ya en Lisboa, Jervis debió encontrarse con noticias a consecuencia de las cuales el mismo día ordenó a Nelson que saliera a la mar con tres navíos de lí-nea, dándole la misión de tratar de interceptar al virrey de la Nueva España, que según las noticias se dirigía a España con todos sus tesoros y que traía consigo otros tres navíos de línea, dos de ellos de tres puentes. Desde el 5 de marzo hasta el 12 de abril Nelson estuvo cruzando entre el cabo San Vicente y la costa de África, manteniendo más afuera de la línea de navíos un dispositivo de fragatas y barcos pequeños para avisarle si se presentaban los barcos del virrey. Según sus informes a Jervis, cubría cada día entre 35 y 55 millas. Es interesante el comenta-rio de Nelson cuando se enteró que quizá tuviera que enfren-tarse con dos navíos de tres puentes: dijo en una carta que «cuanto mayores fueran los barcos mejor blanco (para la artille-ría), y ¿quién no combatiría por unos dólares?» (sic). De todas formas, ya en marzo Nelson dudaba que el virrey se dirigiera a Cádiz, y temía que sus planes fueran ir a Tenerife3. Mientras Nelson estaba en la mar esperando al virrey, Jervis le tenía informado de las noticias que recibía. Así, el 31 de marzo 3 JAMES S. CLARKE y JOHN M’ ARTHUR en The Life of the Admiral Lord Nelson, Londres, 1809, vol. 1, pp. 355-356: Varias cartas de Nelson, entre las que son interesantes la del 16 de marzo a M’ Arthur, secretario del al-mirante Hood, en la que dice Nelson «Two are first-rates, but the larger the ships, the better the mark, and who will not fight for dollars?», y otra del 22 de marzo al duque de Clarence en la que le dice «... I fear he will go to Teneriffe». Núm. 51 (2005) 291 EL ATAQUE DE NELSON A TENERIFE: LA VERSIÓN INGLESA 7 le escribió que era seguro que habían salido de Veracruz y La Habana barcos que él calificaba como «rich ships»; barcos ricos, y para que no hubiera dudas citaba el que creía era nombre del virrey: Braca Forte. Este nombre estaba bastante cerca de la realidad, ya que el virrey era Don Miguel de Grúa y Talamanca, marqués de Branciforte, que por cierto era cuñado de Godoy. Le informaba además que había enviado a Tenerife a las fragatas Terpsichore y Dido para ver si había llegado allí el virrey. IDEA INICIAL DE NELSON Mientras Nelson estaba con sus barcos esperando al virrey, se estaba terminando la evacuación de las últimas fuerzas del ejército inglés que permanecían en el Mediterráneo, y que eran las que habían estado de guarnición en la isla de Elba. La se-guridad del viaje que las transportaba era una preocupación para Jervis y para Nelson, y éste le sugirió a aquel el envío de una escuadrilla para protegerlo, ofreciéndose voluntario para mandarla. Y el 12 de abril, aceptando la propuesta del propio Nelson, Jervis lo envió a encontrarse con el convoy que traía a Gibraltar la guarnición de Elba. Pero eso no significaba que Jervis hubiera abandonado la idea de interceptar al virrey, y el mismo día 12 de abril le había pedido a Nelson un anticipo de su plan para el ataque a Tenerife. Y en una curiosa coinciden-cia de fechas el mismo día 12, Nelson explicó a Jervis su idea, que decía se basaba en el ataque de Blake en 1657 a una flota de Indias que había arribado a Tenerife. Fue éste uno de los combates más valorados por la marina real inglesa, aunque la versión española no permite pensar lo mismo. A primeros del año 1657 volvía de las Indias una flota formada por dos galeones y nueve naos mercantes, transportan-do diez millones de pesos en plata, además de carga general de las Indias. Las noticias de la presencia en aguas canarias de la escuadra de Blake hicieron que el capitán general de la flota, don Diego de Egues, decidiera arribar a Tenerife. Como la es-cuadra de Blake era muy superior a la suya, ya que estaba for-mada por unos 33 barcos de guerra, los mayores con 64, 54, 52 292 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 8 CARLOS VILA MIRANDA y 50 cañones, y supongo que recordando el apresamiento por Piet Heyn de la flota de don Juan de Benavides en Matanzas el año 1628, Egues decidió desembarcar la plata y depositarla en los almacenes reales de Santa Cruz. Una Real Cédula coincidió con la decisión de Egues, diciendo «...os ordeno y mando que precisa y puntualmente hagáis poner y pongáis en tierra realmen-te y con efecto toda la carga que viene en la Capitana y Almi-ranta de esa flota y todos los navíos de su conserva ...». Al mis-mo tiempo, y como debió suponer que Blake desembarcaría en Santa Cruz para apoderarse de la plata, y dando por perdidos los mercantes, accedió a la petición del gobernador de Santa Cruz y ordenó que estos desembarcaran 24 piezas de artillería para reforzar la de la plaza4, que así llegó a los 99 cañones. Y, por supuesto, también ordenó a los mercantes que desembarca-ran sus cargas para que no cayeran en poder del enemigo. En la mañana del día 30 de abril, cuando ya estaba en tierra toda la plata y demás carga, se presentaron en Santa Cruz unos 33 barcos de la escuadra de Blake. Los barcos españoles estaban fondeados cerca de tierra, los mercantes sin artillería, y sólo con las armas de sus guarniciones, que estaban a bordo parapeta-das en las bordas y fuera de las vistas de los ingleses, y sólo los dos galeones con su armamento completo para mantener el honor de las armas del Rey. Cuando los ingleses intentaron el abordaje fueron recibidos por las descargas de los arcabuces españoles, que les causaron muchos muertos y heridos, pero sólo los galeones pudieron presentar una resistencia firme. De los barcos españoles, los dos galeones los volaron los españoles una vez llevada al extremo su defensa, de los mercantes cuatro se salvaron atracándose a tierra y varando; tres fueron incendia-dos, aunque no se sabe muy bien si por los españoles para im-pedir su toma por los ingleses, o por éstos en los combates5, y dos fueron apresados por los ingleses y remolcados fuera del 4 CESÁREO FERNÁNDEZ DURO, Bosquejo biográfico del Almirante D. Diego de Egues y Beaumon, Sevilla, 1892, pp. 49-50. 5 JOSÉ DE VIERA Y CLAVIJO, Noticias de la historia general de las islas Ca-narias, Santa Cruz de Tenerife, 1860, vol. 3, p. 235. Dice que los españoles incendiaron todas las naves, mientras que los ingleses afirman que lo hicie-ron ellos. Núm. 51 (2005) 293 EL ATAQUE DE NELSON A TENERIFE: LA VERSIÓN INGLESA 9 puerto, pero Blake ordenó su hundimiento para no tener que enseñar en Inglaterra tan menguado botín. Aunque los ingleses confesaron 60 muertos y 200 heridos, fuentes españolas cifra-ron las perdidas inglesas en más de 500 hombres. El plan que Nelson remitió a Jervis el 12 de abril era ahora más ambicioso que el de Blake: En vez de apresar los barcos fondeados, tal vez por suponer que habían desembarcado ya la carga, pretendía tomar Santa Cruz y apoderarse de las mercan-cías que hubiera en los almacenes reales o que pertenecieran a dueños extranjeros. Para esta operación pidió a Jervis soldados de ejército y le decía expresamente que se refería a los 3.700 que procedían de Elba y que estaban ya embarcados en los trans-portes en viaje a Gibraltar. Calculaba que para toda la opera-ción se necesitarían unos tres días, por lo que los barcos y las fuerzas de ejército sólo estarían alejados de la escuadra una quincena. En su opinión, la costa de Tenerife no permitía un fácil ac-ceso, pero era tan acantilada que los transportes se podrían acercar a muy poca distancia, y desembarcar toda la fuerza de desembarco en un solo día. Según él, Santa Cruz presentaba una vulnerabilidad decisiva: el suministro de agua se hacía por acequias de madera desde fuentes lejanas, de modo que, si se cortaban estas acequias, la ciudad se rendiría enseguida; él concedería buenos términos para la rendición: garantizaría la propiedad privada de los isleños, y exigiría solamente la entrega de dineros y géneros públicos y de los que fueran propiedad de mercaderes extranjeros. Como era lógico y costumbre en aque-llos tiempos, añadiría la amenaza de destrucción absoluta de la ciudad si se disparara un solo cañonazo. Nelson reconocía lo dificil que sería conseguir la participa-ción del general de Burgh, jefe de las tropas que regresaban de Elba, y sugería a Jervis que le dijera que las ganancias que po-dría conseguir el ejército de esta operación, si tuviera éxito, se-rían la mitad de los seis o siete millones de libras en que Nelson cifraba el botín. Si no podía convencer al general, en la flota había 600 infantes de marina, de modo que si podía disponer de ellos y de otros 1.000 soldados más, serían suficientes para 294 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 10 CARLOS VILA MIRANDA hacer el trabajo, por lo que habría que recurrir al comandante en jefe de Gibraltar para conseguirlos6. Pero Jervis muy pronto se convenció de que el virrey no había llegado a Tenerife, como le habían dicho, y de que no iba a ir allí, y el 6 de mayo le decía a Nelson que un barco genovés que procedía de Tenerife había informado a Bowen, comandan-te de la Terpsichore, y a Troubridge, comandante del Culloden, que dos barcos de la Compañía de Filipinas habían entrado en Santa Cruz y estaban fondeados en el puerto sin haber desem-barcado su carga, y que Bowen había arrumbado rápidamente a Tenerife. Jervis le decía a Nelson, además, que Tenerife, al no estar allí el virrey, ya no era un objetivo del valor que se le ha-bía supuesto inicialmente, pero no le prohibía seguir adelante con su proyecto7. Es más, en cuanto Jervis se enteró de las no-ticias del barco genovés, destacó a Tenerife a las fragatas Lively y Minerve para que tratasen de apresar los barcos que hubiera en Santa Cruz8. EL GENERAL GUTIÉRREZ El adversario de Nelson en Tenerife fue el teniente general D. Antonio Gutiérrez, que mandaba hacía seis años en el archi-piélago como comandante general y gobernador. Se sabe poco de su carrera por no haber aparecido en los archivos militares su expediente personal, pero se puede reconstruir por algunos documentos sueltos. Nacido en 1729, estuvo en las guerras de Italia desde 1743, probablemente empezando como cadete pues tenía entonces 14 años, hasta su terminación en 1748. Ocupó destinos en varios regimientos de infantería, y en 1770, cuando los ingleses ocu-paron Puerto Egmont en la Malvina Grande, mandó, como te-niente coronel, la fuerza de desembarco de infantería y artille-ría españolas que se envió en cuatro fragatas desde Buenos Aires para desalojarlos. Las negociaciones que siguieron al des- 6 CLARKE, ob. cit., vol. II, pp. 8-9. 7 Ibid., pp. 8 y ss. 8 Ibid., p. 19. Núm. 51 (2005) 295 EL ATAQUE DE NELSON A TENERIFE: LA VERSIÓN INGLESA 11 embarco español, cuidadosamente medidas por ambas partes para evitar bajas inútiles debido a la desigualdad de fuerzas, desembocaron en la capitulación de la guarnición británica des-pués de unos pocos disparos para guardar las formas. No esta-rá de más decir ahora que, cuando en Inglaterra se levantó un clamor de protestas por el abandono de las Malvinas, y se llegó en los dos bandos, España e Inglaterra, al borde de la guerra, Francia, que conocía y había alentado las intenciones españo-las, dio marcha atrás y dejó sola a España. Luis XV intentó explicarlo destituyendo a su ministro, el duque de Choiseul, y escribiendo a Carlos III que aunque su ministro quería la gue-rra, él no, con lo cual demostraba el respeto que le ofrecían los compromisos del Pacto de Familia firmado hacía sólo nueve años. Es inevitable que todo este asunto nos traiga a la memo-ria el muy reciente del islote Perejil. Gutiérrez participó también en la desastrosa expedición a Argel el año 1775, de donde tuvo la gran suerte de salir sólo con una herida grave, librándose de estar entre los aproximadamente 5.000 muertos españoles que se contaron ese funesto día. Luego, ya de brigadier, fue coman-dante militar de Menorca. En 1790 ascendió a mariscal de cam-po, y al año siguiente fue nombrado comandante general y go-bernador de Canarias, donde el año 1793 ascendió a teniente general, empleo que tenía cuando el ataque de Nelson. Santa Cruz de Tenerife, capital de la isla este nombre, esta-ba protegida entonces por catorce fuertes y baterías, y por dos castillos. Tanto éstos como los fuertes y las baterías estaban re-lativamente bien dotados de artillería ya que disponían en total de 84 cañones y 7 morteros, aunque el estado de unos y otros dejaba que desear en algunos casos. Sin embargo, la eficacia del armamento durante los combates fue razonablemente buena. Por lo que respecta a las tropas, su base, o por mejor decir su masa, la constituían las milicias provinciales, que eran en-tonces la solución que adoptaba España para tener un ejército gratis, ya que los milicianos no cobraban sueldo ni estaban ra-cionados más que cuando prestaban servicio activo. No hay que extrañarse de tal solución, pues creo que es necesaria si se quie-re tener un ejército profesional, y así la están empleando hoy los Estados Unidos, que no podrían llevar a cabo las guerras que 296 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 12 CARLOS VILA MIRANDA hemos visto si no contaran con la Guardia Nacional. Las mili-cias del ejército español llegaron a contar con un total de 80.000 soldados, y las de Tenerife estaban formadas entonces por cinco regimientos de infantería, cada uno con 10 compañías, dos de las cuales eran de granaderos y cazadores, con una plantilla total cada regimiento de 840 hombres. Las milicias de artillería eran tres compañías con un total de 205 artilleros. El ejército profesional estaba representado desde 1793 por el batallón de infantería de Canarias, que servía de escuela para las milicias. Sus soldados eran «veteranos»; es decir, soldados profesionales a sueldo, que generalmente procedían de las mili-cias. Su plantilla era de 600 hombres, pero desde su formación no había pasado de los 300. El total de la infantería que inter-vino en la defensa de Santa. Cruz, tanto veterana como de mi-licias, estaba razonablemente bien armada, ya que sabemos que en 1790 había depositados en los almacenes de Tenerife 1.998 fusiles, 1.897 bayonetas, y balas y cartuchos más que suficien-tes para todos los fusiles. El capitán general había señalado hacía ya tiempo que en el caso de una guerra con Inglaterra sería conveniente reforzar la guarnición de las islas con tropa veterana. Como no había reci-bido este refuerzo, ya declarada la guerra decidió reforzar la guarnición de Santa Cruz, como zona más amenazada de la isla, con las compañías de granaderos y cazadores de los cinco regi-mientos de milicias que había en la isla. Estas compañías esta-ban formadas por soldados escogidos, de forma que eran lo más parecido a soldados veteranos que se podía encontrar en un regimiento de milicias. Además, el mismo general Gutiérrez ha-bía enviado a la Península en 1793 una columna formada por 700 granaderos y cazadores de los regimientos de milicias de Canarias, que había participado en la campaña de Cataluña y el Rosellón contra los franceses entre los años 1793 y 1795. Por lo tanto, hay que suponer que por lo menos parte de estos granaderos y cazadores, aunque milicianos, estaban ya foguea-dos, y acostumbrados a la guerra. Tuvo también la suerte el capitán general de recibir inespe-rados refuerzos. Después de la declaración de guerra llegaron a la isla dos partidas de reclutas, con un total de 60 hombres, que Núm. 51 (2005) 297 EL ATAQUE DE NELSON A TENERIFE: LA VERSIÓN INGLESA 13 iban destinados a La Habana y a Santiago de Cuba y que se quedaron en Santa Cruz para contribuir a su defensa. Todavía más inesperada fue la ayuda de la dotación de la corbeta de guerra francesa La Mutine9, que entró en Santa Cruz y de la que hablaremos más adelante. En la defensa de Santa Cruz participaron aproximadamente 100 de sus marineros. ACCIONES PREVIAS El 23 de enero de 1797 habían llegado a Santa Cruz las fra-gatas de la Real Compañía de Filipinas San José y Príncipe Fer-nando, que venían a España con géneros de las Indias Orienta-les, y cuyos capitanes al enterarse del estado de guerra con Inglaterra habían decidido arribar a Tenerife. Por razones que no he llegado a explicarme, los dos barcos de la Compañía fon-dearon casi fuera de la protección de las baterías de la plaza10, no calaron masteleros ni vergas; no desenvergaron las velas; no emplearon para fondear amarras sólidas; no admitieron a bor-do para su protección los destacamentos de ejército que les ofre-ció el gobernador, especialmente para la noche; y, lo que es más grave, se negaron a desembarcar su carga para depositarla en los almacenes reales de Santa Cruz. Sus capitanes no tomaron, en fin, ninguna de las precauciones que tomaría un marino 9 Esta corbeta podría ser uno de los seis corsarios franceses que, según JOSÉ DESIDERIO DUGOUR en su Historia de Santa Cruz de Tenerife, se habían dedicado al corso en aguas de Canarias con otros cuatro españoles y ha-bían metido un total de 42 presas en Santa Cruz de Tenerife durante el último quinquenio del siglo XVIII. Los nombres de los corsarios eran: los españoles Huelva, Atrevido, Tajamar y Periquito, y los franceses, Bonaparte, Espiegle, Mutine, Allobroge, Abeille y Mouche. 10 FRANCISCO XAVIER ROVIRA, Teniente de Navío y profesor de artillería en la Academia de Guardias Marinas, en su Tratado de artillería para el uso de los Caballeros Guardias Marinas en su Academia, editado en 1773 en esta Academia, daba una tabla con los alcances de la artillería naval de la épo-ca, apuntando por el raso de metales, que estaba entre un máximo de 570 metros y un mínimo de 325 metros, dependiendo del calibre, con mayor alcance a mayor calibre, y traduciendo a metros los pies de Castilla en que viene la tabla. 298 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 14 CARLOS VILA MIRANDA prudente para evitar algo como lo que sucedió y, más que de imprudentes, pecaron de tontos. Quizá el general Gutiérrez es-timó que eran barcos de Estado, por estar asimilados legalmen-te en muchos aspectos a barcos de la Armada, y sus capitanes a capitanes de mar y guerra, por lo que no los forzó a tomar las precauciones citadas. Lo extraño, y que parece dar a enten-der que había alguna razón que se me escapa para obrar así, es que el 26 de mayo llegó a Santa Cruz la corbeta francesa de guerra La Mutine para hacer víveres y agua, y cuando fondeó lo hizo de forma que quedó expuesta al apresamiento. También participó en la defensa la dotación del bergantín correo Reina María Luisa, que llegó a Santa Cruz el 21 de julio con corres-pondencia para la isla y para la América del Sur. Por su parte, las fragatas Terpsichore y Dido, que Jervis ha-bía destacado a finales de marzo para comprobar si había lle-gado a Tenerife el virrey de la Nueva España, llegaron a aguas de Santa Cruz. En la noche del 17 al 18 de abril enviaron seis botes con ochenta hombres, que abordaron la fragata Príncipe Fernando entre las dos y las tres de la madrugada, redujeron a los 19 hombres que había de su tripulación a bordo, causándo-le tres muertos y dos heridos graves, picaron sus cables, larga-ron velachos y gavias y se hicieron a la mar con la presa, apro-vechando el viento del Norte, que soplaba fresco. En cuanto aclaró el día las baterías de Santa Cruz abrieron fuego sobre los tres barcos, pero no consiguieron dificultar su maniobra. Los ingleses retuvieron a bordo al segundo comandante de la presa y a dos marineros españoles y tres portugueses, y al resto los enviaron a Santa Cruz en la lancha del Príncipe Fernando. Tuvo su importancia la retención por los ingleses de los marineros, pues el cadáver de uno de ellos, un tagalo o malayo, apareció en el muelle después del ataque. La Compañía de Filipinas no perdió el total de la fragata, porque despachó un comisiona-do a Gibraltar, a donde había llegado la presa, y la rescató pa-gando 75.000 pesos por la carga y el barco, mientras que sola-mente la carga valía 3.063.826 reales11. Posteriormente llegaron 11 Cfr. M. DÍAZ TRECHUELO, La Real Compañía de Filipinas, Sevilla, Es-cuela de Estudios Hispanoamericanos, 1965, pp. 92-93. Núm. 51 (2005) 299 EL ATAQUE DE NELSON A TENERIFE: LA VERSIÓN INGLESA 15 a Santa Cruz las fragatas que había destacado Jervis, pero se equivocaron, y en vez de apresar al otro barco de la Compañía, que por cierto ya había desembarcado su carga, en la madru-gada del 29 de mayo seis botes de las fragatas inglesas Lively y Minerve, que llevaban embarcados 80 hombres, abordaron la Mutine, cuando tenía a bordo 113 hombres de su dotación de un total de 145, la apresaron y la remolcaron a alta mar12. El día 4 de junio los ingleses desembarcaron en Santa Cruz los prisioneros franceses y españoles y embarcaron los prisioneros ingleses que había en Tenerife. EL ATAQUE13 Cuando a principios de junio, Jervis advirtió a Nelson que, si recibía el refuerzo de seis navíos de línea que había pedido, lo destacaría con cuatro navíos y tres fragatas a Tenerife para rea-lizar el ataque a Santa Cruz, Nelson le contestó que sólo nece-sitaba algunos cañones de campaña con su munición corres-pondiente, y añadió a su petición algunos artilleros para que graduaran las espoletas de los cañones de campaña y algunas escalas de asalto. Jervis debió atender a sus peticiones, porque al menos un cañón de campaña y una escala quedaron como botín de guerra en Santa Cruz, pero no recibió los soldados que había pedido varias veces. El día 15 de julio, Nelson se hizo a la mar con destino a Tenerife. Llevaba consigo tres navíos de 74 cañones, a los cua-les se unió en aguas de Santa Cruz otro de 50 cañones, tres fragatas, una balandra y una bombarda. El día antes de su sa-lida había recibido las instrucciones de Jervis, en las que le ordenaba tomar Santa Cruz, y usarla para exigir un rescate a toda la isla, a menos que le entregaran todo el tesoro público, 12 CLARKE, vol. II, p. 19. 13 El relato de las acciones inglesas está basado, a menos que se espe-cifique otra cosa, en CLARKE y M’ ARTHUR, The life of Admiral Lord Nelson, from his Lordship’s manuscripts, Londres, 1809, vol II, pp. 30 y ss. El de las españolas se basa en FRANCISCO LANUZA, Ataque y derrota de Nelson en Santa Cruz de Tenerife, Madrid, c. 1953, pp. 117 y ss. 300 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 16 CARLOS VILA MIRANDA en cuyo caso no debía exigir ninguna contribución a sus habi-tantes14. Para aplicar esas instrucciones de Jervis, Nelson redactó du-rante el viaje la Intimación formal a la rendición, que Troub-ridge, comandante de las fuerzas desembarcadas, debía remitir a las autoridades de Santa Cruz. Como en ella declaraba sus intenciones, creo interesante reproducirla: «Al gobernador o comandante de Santa Cruz, Intimación de Sir Horatio Nelson, caballero de la Muy Honorable Orden del Baño, Contralmirante de lo Azul15, y Comandante en Jefe de las fuerzas de tierra y mar ante Santa Cruz, fechada en el Theseus a 20 de julio de 1797. «Señor: Tengo el honor de comunicarle que vengo a exi-gir la entrega inmediata del barco Príncipe de Asturias, pro-cedente de Manila y con destino a Cádiz, que pertenece a la Compañía Filipina, con toda su carga completa, y también de todas las otras cargas y efectos que hayan sido desembar-cados en la Isla de Tenerife y que no estén destinados al con-sumo de sus habitantes. Y siendo mi más sincero deseo que ninguno de los habitantes de Tenerife resulte perjudicado por el inmediato cumplimiento de mis exigencias, ofrezco los si-guientes términos honrosos y liberales. Si se rechazan, los horrores de la guerra caerán sobre los habitantes de Tenerife, y sabrá el mundo que serán de la responsabilidad suya y sólo suya, porque destruiré Santa Cruz y las otras ciudades de la Isla por medio de un bombardeo y exigiré una gran contribución de la Isla». A este preámbulo seguían los términos de la capitulación que proponía Nelson a Santa Cruz, que no creo necesario copiar a la letra. Bastará con decir que incluían: Entrega de los fuertes, 14 «(...) hold the island to ransom, unless all public treasure were surrendered to his squadron, in which case the contribution to the inhabi-tants should not be levied», ALFRED T. MAHAN, The Life of Nelson, Londres, 1899, p. 256. 15 Las escuadras británicas se dividían, en un orden que tenía pocas con-secuencias prácticas, en la roja, la blanca y la azul. Esta misma prelación se aplicaba los almirantes que las mandaban, y Nelson, como recién ascen-dido, era contralmirante de lo azul. La bandera de los todos barcos de guerra ingleses actuales es blanca (la conocida por White ensign) porque fue la que Nelson arbolaba en Trafalgar. Núm. 51 (2005) 301 EL ATAQUE DE NELSON A TENERIFE: LA VERSIÓN INGLESA 17 con ocupación inmediata de las puertas por una fuerza inglesa. Entrega de las armas de la guarnición, aunque los oficiales podrían conservar las suyas; la tropa sería transportada a Espa-ña o se quedaría en la isla, como prefiriera. Si se entregaran las cargas del Príncipe de Asturias y cualesquiera otras que se hubieran desembarcado y que no fueran para el consumo de la población, no se exigiría contribución alguna a éstos, que goza-rían de protección para sus personas y propiedades. No habría interferencias con la religión católica. Las leyes y magistrados de la población permanecerían como hasta aquel momento. Aprobados estos términos, los habitantes de Santa Cruz deposi-tarían sus armas en una casa, donde permanecerían bajo la custodia del obispo y del magistrado principal. Y concedía a la ciudad media hora para contestar a estos términos. Para comprender el significado de las instrucciones de Jervis y de la Intimación de Nelson, conviene citar unos ejemplos de situaciones similares en las que los ingleses ya habían emplea-do ese sistema de chantaje en el pasado: A finales del siglo XVII una expedición inglesa tomó la ciudad de Guayaquil, la saqueó y exigió una contribución o rescate para no incendiarla; los es-pañoles pagaron el rescate, a pesar de lo cual los ingleses deca-pitaron a los prisioneros que habían tomado como rehenes. A principios del siglo XVIII otra expedición inglesa volvió a tomar Guayaquil, a saquearla y a exigir contribución o rescate para no quemarla. Los españoles volvieron a pagar, y esta vez los ingle-ses cumplieron su palabra y no mataron a los prisioneros. El tercer ejemplo fue la toma de Manila en 1762. Cuando las au-toridades españolas rechazaron la Intimación de los ingleses, éstos tomaron por asalto la ciudad y la saquearon16. Al segundo día de saqueo, las autoridades españolas pidieron términos de capitulación para que los ingleses detuvieran el saqueo, y estos exigieron la entrega de un rescate o contribución de cuatro millones de pesos. Estos ejemplos hacían que las Intimaciones a 16 En los usos y costumbres de la guerra entonces en vigor estaba admi-tido que una plaza tomada por asalto podía ser sometida a saqueo para compensar a las fuerzas propias de los esfuerzos del asalto, por lo que en fecha tan tardía como 1889, el artículo 28 del III Convenio de La Haya prohibió expresamente esa costumbre. 302 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 18 CARLOS VILA MIRANDA ciudades atacadas no fueran palabras huecas sino que sus auto-ridades las tomaban en sentido literal, por lo que la amenaza contenida en la Intimación de Nelson era muy real, sobre todo para militares que debían estar enterados de su significado. Durante la navegación con destino a Tenerife, Nelson reunió a sus comandantes para explicarles su idea de la maniobra, que consistía en embarcar toda la fuerza de desembarco en las fra-gatas, que debían llegar a cubierto de la oscuridad de la noche a una milla de distancia de la costa al norte del castillo de Paso Alto. Desde allí y todavía de noche, la fuerza debía desembarcar en los botes que llevarían a remolque las fragatas y tomar el castillo por la retaguardia, así como la altura que lo dominaba. Una vez izada la bandera inglesa sobre el castillo, Troubridge debía enviar a Santa Cruz la Intimación que ya hemos visto y que le había entregado Nelson. Es interesante que Nelson reco-mendara que el mayor número posible de marineros vistieran casacas o chaquetas de infantería de marina, y que todos lleva-ran correajes, quizá para hacerlos pasar por infantes de mari-na, más adiestrados en el combate en tierra. Y por último, en sus órdenes finales encargaba a los navíos que se construyeran plataformas de madera para cañones de 18 y de 9 libras, así como trineos para el transporte de las piezas. Nelson, por su parte, tenía la intención de aproximarse con los tres navíos y batir el castillo con su artillería para ayudar a su conquista y a otras operaciones en tierra. Las tres fragatas inglesas iniciaron su aproximación a tierra en la noche del 21 al 22 de julio llevando ya a bordo la fuerza de desembarco, que estaba formada por los 250 infantes de marina de todos los barcos y marineros hasta completar un to-tal de unos 1.000 hombres. A media noche estaban a unas tres millas de tierra, pero se encontraron con vientos y corrientes que les impidieron acercarse hasta una milla en la oscuridad, de modo que cuando pudieron hacerlo había amanecido el día 22 de julio17. En vista que las circunstancias no eran las supues-tas y había que desembarcar de día perdiendo el factor sorpre-sa, Troubridge aplazó el desembarco y esperó a que se acercara 17 MAHAN, ob. cit., p. 250. Núm. 51 (2005) 303 EL ATAQUE DE NELSON A TENERIFE: LA VERSIÓN INGLESA 19 Nelson para presentarle una solución alternativa, de modo que, a las seis de la mañana, cuando éste llegó con sus navíos, Troubridge con Bowen y otro capitán de navío fueron a verle y le propusieron atacar la altura que había a retaguardia de Paso Alto, confiando en que su conquista obligaría a este castillo a rendirse. Nelson dice que «consintió» en esta solución, y así los ingleses desembarcaron a las nueve de la mañana, con un re-traso de tres horas con respecto al el horario previsto. Veamos ahora cómo se vieron los acontecimientos desde tie-rra. El día 22 de julio amanecieron enfrente de Santa Cruz las fragatas inglesas, mientras que los navíos se mantenían a ma-yor distancia. Las lanchas estaban ya en el agua, formadas en dos divisiones, una ya muy cerca de tierra, pero las dos viraron y se retiraron. Algún tiempo después, volvieron a hacer rumbo a tierra y desembarcaron sus fuerzas en la playa del valle del Bufadero, fuera del alcance de los cañones de le defensa. En cuanto Gutiérrez conoció la presencia de los barcos ingleses, tomó dos medidas: por una parte, ordenar que se ocuparan las Alturas del Risco, que son las que hay a la espalda de Paso Alto y, por otra parte, y ante la posibilidad de fueran a dirigirse a La Laguna, enviar a esta ciudad a un oficial del regimiento de Canarias para que reuniera a cuantos milicianos y rozadores pudiera y acudiera a cortar el paso a los ingleses. La fuerza inglesa, que el general Gutiérrez estimó en 1.200 o 1.300 hombres, subió efectivamente a las alturas al Norte del barranco de Valleseco, y ocupó la cresta de una montaña, pero se encontró con que las de las Alturas del Risco y las del Sur de ese barranco, que cerraban el camino a Paso Alto, estaban sien-do ocupadas por partidas españolas que llegaban de Santa Cruz e incluso de La Laguna. Además, los defensores habían subido a brazo a las Alturas unos cañones de pequeño calibre, que cambiaron disparos con los desembarcados por los ingleses, y al anochecer, después del continuo proceso de refuerzo español de las Alturas, a los cerca de 1.000 ingleses se oponían unos 800 españoles y franceses, que tenían además la ventaja del inaccesible terreno que hacía imposible las maniobras de los ingleses. Convencidos éstos de que sería imposible llevar cabo su idea, Troubridge decidió reembarcar, y así lo hizo en la no- 304 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 20 CARLOS VILA MIRANDA che del 22 al 23, tras de lo cual toda la escuadra se alejo hacia el SW. Nelson se encontraba en una situación que él no había bus-cado y que no le gustaba lo más mínimo. Pero puesto en la disyuntiva de retirarse y renunciar a las operaciones contra Tenerife o montar otra operación completamente distinta con la misma finalidad, optó por la segunda, y movido por la necesi-dad de actuar «por el honor de su rey y por el de Inglaterra», según escribió en su Diario, decidió hacer otro intento: Atacar frontalmente las defensas de Santa Cruz. Al tomar esta decisión era consciente de que se exponía a un grave peligro, como ex-presó a su jefe, el almirante Jervis, en una carta que le escribió la misma noche antes del ataque, en la que le decía que al día siguiente estaría coronado de laureles o de ciprés, es decir, vic-torioso o muerto. Otra observación que hay que hacer es que aunque hablaba del honor del rey y de Inglaterra, pensaba sin duda también en el suyo propio, puesto que Nelson se refería en sus escritos con mucha frecuencia a su honor y fama, dán-doles mucha mayor importancia que a las ganancias económi-cas que le producían sus victorias. La escuadra inglesa, ya reforzada por el navío Leander, de 50 cañones, que acababa de llegar aquella tarde, fondeó en el mismo sitio en que lo habían hecho antes las fragatas, en un intento de engañar a Gutiérrez, y trató de reforzar el engaño ordenando a la bombarda abriera el fuego con granadas sobre el castillo de Paso Alto. El general Gutiérrez, sin embargo, ha-bía adivinado las futuras intenciones de Nelson, y la misma noche del reembarco inglés había ordenado que las fuerzas de la Altura del Risco se incorporaran a Santa. Cruz. Y acertó, porque a las once de la noche del día 24 embarcaron 700 hom-bres en las lanchas de los barcos, unos 200 hombres en la ba-landra Fox y 60 más en una embarcación del país, que habían apresado el día antes18. Esta fuerza de desembarco, distribuida en seis grupos, estaba mandada por cinco comandantes de los barcos y por el propio Nelson, al que acompañaban en su bote dos comandantes más. Los infantes de marina, como es lógico, 18 El Leander sólo contribuyó a la fuerza de desembarco con su infan-tería de marina. Núm. 51 (2005) 305 EL ATAQUE DE NELSON A TENERIFE: LA VERSIÓN INGLESA 21 iban armados con sus fusiles, y parte de la marinería iba armada con fusiles y el resto con chuzos. Si se quiere hacer una compa-ración de las fuerzas que se enfrentaron en este segundo ataque, es difícil calcular cuantos fueron los defensores que pelearon con los ingleses. Un número que parece razonable, y que da un autor de la época, puede ser 747 infantes del ejército profesional y de las milicias, 387 artilleros también profesionales y de milicias, 110 marineros de la Marina Nacional Francesa de la dotación de La Mutine, 180 pilotos, contramaestres y marineros, y 180 campe-sinos de La Laguna armados de rozadoras, instrumento de la-branza parecido a la guadaña, lo que haría un total de 1.669. Lo que no es fácil de estimar es cuantos estuvieron en contacto más o menos directo con los enemigos, pues así como éstos estaban concentrados en el punto de ataque, los defensores estaban re-partidos, al menos inicialmente, en castillos y baterías. Mientras la bombarda tiraba sobre Paso Alto y sus alturas, las lanchas, acompañadas por la balandra Fox, que iba en ca-beza, se dirigían al muelle, donde debía realizarse el desembar-co. A eso de las dos de la mañana, la fragata San José, de la compañía de Filipinas, y el castillo de San Pedro, en el límite Nordeste de la ciudad, avistaron a los ingleses y abrieron fuego, al que se sumaron todos los cañones y fusiles de la izquierda de la línea española. La mayoría de los botes ingleses no vieron el muelle y, arrastrados por el viento y la corriente, llegaron a tie-rra más al sur .El grupo de Nelson y el de otro de sus capita-nes, con un total de cuatro o cinco botes, logró llegar al mue-lle, y en el preciso momento en el que Nelson iba a desembarcar un casco de metralla o, según una tradición que perdura en Santa Cruz, una esquirla de piedra arrancada del muelle por una bala de cañón, lo hirió en el codo derecho. Una de las lan-chas evacuó a Nelson a su buque insignia, donde le amputaron el brazo. En el trayecto de regreso, se oyó un griterío en el agua que originaban los náufragos de la balandra Fox, que se hun-día en esos momentos alcanzada por un balazo en la flotación. A pesar de su estado, Nelson insistió en que se salvara al mayor número posible de náufragos y en supervisar su salvamento19. 19 MAHAN, ob. cit., p. 259. 306 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 22 CARLOS VILA MIRANDA Las lanchas que atracaron al muelle desembarcaron su gen-te bajo el fuego español y atacaron la batería de la punta del muelle, que tomaron de revés con relativa facilidad y clavaron los seis cañones de 24 libras de la batería20, pero faltos de pro-tección en el muelle e incapaces de avanzar y asaltar el castillo de San Cristóbal, quedaron expuestos al mortífero fuego de los cañones y fusiles españoles, en el que se destacaron dos caño-nes violentos a cargo de dos pilotos. El propio Nelson dijo en su informe que se vieron sometidos a un fuego tan nutrido de fu-sil y de metralla procedente del castillo y de las casas de la en-trada del muelle que no pudieron avanzar y casi todos ellos re-sultaron muertos o heridos. Allí murieron el Capitán de Navío Bowen, que al mando de la fragata Terpsichore había apresado la fragata de la compañía de Filipinas y otros seis oficiales. Re-sultaron heridos, además de Nelson, otros dos Capitanes de Navío comandantes, un oficial, y un guardia marina, además de muchos muertos y heridos de marinería y de infantería de ma-rina, y allí murió el chino o malayo, que de ambas maneras lo llamaron ingleses y españoles, que apresaron aquellos y que les sirvió de práctico, probablemente en el bote de Nelson, y cuyos consejos fueron también probablemente la razón de que el gru-po de éste atracara al muelle. Los pocos supervivientes se de-fendieron como pudieron desde una caseta del muelle y acaba-ron por izar bandera blanca y rendirse. Los otros cuatro grupos ingleses fueron arrastrados al SW del muelle y llegaron a tierra en dos agrupaciones que desem-barcaron la de Troubridge en la Caleta, y la otra en la Carnice-ría, y en el barranquillo y barranco de Santos. La mayor parte de las lanchas se atravesaron por el fuerte oleaje, normal en aquellas costas rocosas y se desfondaron, y muchos ingleses murieron ahogados; a los que sobrevivieron se les mojó la mu-nición en sus bolsas, por lo que sus fusiles y otras armas de fuego quedaron prácticamente inútiles, excepto los que podían usar las municiones cogidas a los españoles que hicieron prisio-neros. En los puntos de desembarco se sucedieron furiosos com- 20 Clavar un cañón era inutilizarlo metiéndole a martillazos un clavo por el fogón. Núm. 51 (2005) 307 EL ATAQUE DE NELSON A TENERIFE: LA VERSIÓN INGLESA 23 bates, con fuego de fusil y de dos cañones violentos por parte española, y combates cuerpo a cuerpo, como fue el contraata-que de los defensores mandado por un cabo primero de milicias que hizo 17 prisioneros ingleses y se apoderó de varias armas, de una caja de guerra o tambor y de un cañón de campaña. Y en una huida hacia adelante, ya que no podían retroceder, los ingleses se adentraron en la ciudad, se reunieron y, acosados por los defensores, se refugiaron en el convento de Santo Domingo, hoy demolido pero que estaba en la plaza del Teatro. Troubridge, por su parte, consiguió reunir una columna, que se dirigió a tambor batiente21 a la plaza del Castillo e intentó atacarlo, pero por no tener escalas, ya que las había perdido en la rompiente al desembarcar y al verse blanco del fuego de los defensores renunció al ataque, con lo que terminaron las ope-raciones ofensivas de los ingleses en Santa Cruz. Posteriormente, Troubridge informó a Nelson que cuando se hizo de día, después de haberse reunido los dos grupos, sólo contaba con 80 infantes de marina, 80 marineros armados con chuzos y otros 180 marineros armados con fusiles22. Desde allí, Troubridge, que era quien mandaba la fuerza de desembarco después de la herida y evacuación de Nelson, envió dos ultimá-tums a Gutiérrez exigiéndole la rendición de la plaza, bajo la amenaza de incendiarla. Aun tuvo Troubridge en estos momen-tos un motivo para la esperanza, que fue cuando se avistaron unas quince lanchas que enviaba Nelson con los restos de las fuerzas que podía desembarcar, pero la artillería española de la punta del muelle, que los artilleros españoles habían descla-vado23, abrió fuego contra ellas y hundió tres, y las lanchas res- 21 Quizá se trate de los dos tambores que actualmente están en el Mu-seo Militar de Tenerife. 22 Chuzo (en inglés, pike): asta de 2 a 3 metros de longitud, con una hoja afilada en un extremo, es decir, una pica, que empleaban todas las marinas para las luchas cuerpo a cuerpo en los abordajes. 23 Para desclavar un cañón se le introducía una carga reducida en el ánima, se tapaba ésta con uno o varios tacos y se daba fuego a la carga. Los gases de la explosión debían salir por el fogón, expulsando el clavo. Si no era así después de tres intentos, había que taladrar el cañón y hacerle un fogón nuevo. Dice mucho de la pericia de los artilleros españoles el que hubieran sido capaces de desclavar seis cañones en medio de la confusión 308 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 24 CARLOS VILA MIRANDA tantes regresaron a los barcos. Esto es un punto oscuro, creo que el único en el relato de la acción en Santa Cruz. Sabemos por la carta del guardia marina Hoste que a las cuatro de la mañana regresaron al Theseus varios botes cuya gente no ha-bía podido desembarcar debido al fuego enemigo; y sabemos que, ya amanecido, los cañones españoles dispararon contra unos botes que se dirigían a tierra y que hundieron tres, por lo que los botes regresaron a sus barcos. En los documentos in-gleses no hay referencia a este nuevo intento de desembarco, por lo que no podemos asegurar su existencia ni tampoco si los botes que regresaron a los barcos ante el fuego español fueron obligados a volver a la playa o fueron botes que estaban reali-zando sus misiones entre los barcos. Desilusionado, cuando Gutiérrez rechazó orgullosamente los ultimátums, y cuando las tropas españolas empezaron a cercar el convento, Troubridge envió al capitán de navío Hood para capitular. Acordada la ca-pitulación, terminó el ataque y los ingleses reembarcaron con armas y banderas, para lo que el puerto tuvo que proporcionar embarcaciones menores, ya que los atacantes habían perdido muchas lanchas, y las que habían sobrevivido a las rompientes habían sido desfondadas por orden del capitán de puerto. Pero los ingleses no recuperaron todas sus armas y bande-ras. Después de los combates, los tinerfeños entregaron en los reales almacenes, que los pagaron convenientemente, dos ban-deras, una de ellas perteneciente a la fragata Emerald, un ca-ñón de desembarco, 80 fusiles, 77 bayonetas, 9 pistolas, dos cajas de guerra o tambores, que entonces se consideraban un glorio-so trofeo de guerra y dos escalas de asalto. Y dejamos para el final la cuenta de bajas. Los ingleses tuvieron 123 heridos y 226 muertos, de los que aproximadamente la mitad fueron ahoga-dos, mientras que las bajas españolas fueron 25 muertos y 33 heridos. de los combates en el muelle. Es de suponer también que en su precipita-ción los ingleses no los clavaran bien. Núm. 51 (2005) 309 EL ATAQUE DE NELSON A TENERIFE: LA VERSIÓN INGLESA 25 CONCLUSIONES No puedo sustraerme a la tentación de imaginarme cuál se-ría la actitud de Nelson justo antes del ataque a Santa Cruz. No habían pasado seis meses de sus éxitos en el combate de San Vicente, en el que la actuación de Nelson, que encabezó el tro-zo de abordaje de su barco y apresó a dos navíos españoles, tuvo gran repercusión en Inglaterra. Y llovía sobre mojado: El hecho de haber intervenido de forma determinante en la conquista de un reino para su soberano tuvo que haber sido un motivo de orgullo que pocos hombres habrían experimentado. Por si fuera poco, estas operaciones habían tenido lugar en un escenario que no era familiar a la mayoría de los oficiales de marina, de modo que la confianza en si mismo que sin duda era una parte muy importante de su personalidad tuvo que verse grandemente re-forzada después de las operaciones (me resisto a llamarlas con-quista) de Córcega. Seguramente esa fue la razón por lo que tomó la evacuación de esta isla, escenario de sus éxitos, como una ofensa personal, de forma que cuando salía con el último bote inglés, se despidió de los corsos con una retahíla de insul-tos. El mismo Nelson escribió con evidente satisfacción que en ningún momento de su carrera había habido un tiempo en el que hubiera ejercitado tanto su valor personal ante el enemigo como en estas operaciones. Durante esta parte de su carrera y hasta su muerte en Trafalgar se destacó por su iniciativa, agre-sividad, confianza en si mismo, y claridad de miras respecto a la guerra, características que conserva la marina inglesa, que se considera aun hoy su heredera. Inculcaba a sus subordinados que su principal misión era aniquilar a los enemigos, pero los respetaba y cuidaba una vez vencidos. Pero, a pesar de esto, él fue consciente de que se estaba forjando una leyenda a su alre-dedor (él mismo habló del Nelson touch, el toque de Nelson) y ante la posibilidad de que se exageraran estas características suyas, escribió «No se imaginen que soy uno de esos insensatos que se arriesgan a combatir en manifiesta inferioridad y sin un objetivo adecuado». 310 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 26 CARLOS VILA MIRANDA Pero en esta ocasión se arriesgó, y si es cierto que el éxito tapa muchos defectos, como dijo el mismo Nelson24, el fracaso los deja al descubierto o más bien los destaca. Así sucede con la derrota en Tenerife, que deja al descubierto fallos en el planea-miento y ejecución del desembarco que probablemente habrían quedado ocultos por su victoria, de haberse producido. Para empezar, creo que esta frustrada intentona no se ajusta al ca-rácter de Nelson. Él mismo pareció darlo a entender, por no decir que se disculpó, cuando escribió en su Diario de Opera-ciones que el plan se lo habían propuesto tres de sus coman-dantes en una reunión que habían tenido en el barco insignia poco antes del desembarco, y que él había «consentido» en ello. Y, además, es interesante que cuando se vio obligado a replan-tear su plan de ataque y escogió uno suyo, sin influencias aje-nas, eligiera un ataque al centro, punto que iba a ser decisivo en el combate, como hizo, por cierto, en Trafalgar. Parece ser que él dijo posteriormente que si hubiera estado presente en las lanchas que desembarcaban la fuerza en las proximidades de Paso Alto, el resultado del ataque a Tenerife hubiera sido muy distinto. Es cierto que la indecisión de Troubridge, que esperó a que Nelson le autorizara a cambiar su misión, le costó tres ho-ras preciosas, que Gutiérrez aprovechó magistralmente para ini-ciar el refuerzo sin perder ni un momento, de modo que cuan-do desembarcaron los ingleses ya era tarde para recuperar el retraso, y así lo reconoció Troubridge, que reembarcó sin haber apenas cambiado disparos con los españoles. Un gran historia-dor de temas navales aprovechó esta conducta de Troubridge para subrayar el contraste entre un gran jefe, Nelson, y un ofi-cial, Troubridge, experto y valeroso, pero nada más25. Pero eso no quiere decir que el éxito de Nelson estuviera garantizado. Para empezar, no tenía los medios suficientes para la misión, y él lo sabía. Ya hemos visto que había pedido 3.700 soldados de ejército que estaban disponibles en Lisboa. Sabía que iba a ser difícil convencer a su general, porque, según de-cía, los oficiales del ejército estaban acostumbrados a ejecutar 24 Selección y edición, WALTER JERROLD, The Nelson touch, Ed. Londres, 1918, p. 29. 25 MAHAN, ob. cit., p. 257. Núm. 51 (2005) 311 EL ATAQUE DE NELSON A TENERIFE: LA VERSIÓN INGLESA 27 las órdenes que alguien les daba, mientras que los oficiales de la marina real actuaban con más iniciativa, pensando sólo en el bien de la nación. Efectivamente, Jervis no pudo darle tropas de ejército y un escritor inglés dijo que el ataque había sido como una ballena tratando de hacer el papel de un elefante. Y esta escasez de medios se refiere no sólo a una supuesta misión de conquista de toda la isla de Tenerife, que Nelson ni pensó ni intentó, ya que, en contra de lo que dicen algunos autores es-pañoles, no hay ningún dato que haga suponer que la inten-ción de Jervis ni la de Nelson fuera ésta, aunque no pueda des-cartarse que en circunstancias muy favorables lo hubieran intentado. Pero las pruebas apuntan a todo lo contrario: Nelson pidió soldados de ejército para realizar el saqueo, legal pero completo, de Tenerife, y llegó a predecir el máximo tiempo que permanecería alejado de la escuadra. Al no conseguirlos, se en-contró en la desesperada situación de carecer de los fusiles ne-cesarios para poder armar con uno a cada asaltante, por lo que no le quedaba más remedio que tomar al abordaje el castillo de San Cristóbal en Santa Cruz, y cualquier otro que fuera nece-sario. Hemos visto que Troubridge lo intentó y fracasó. Por otra parte, no parece que el plan de Nelson fuera realis-ta. Ni siquiera el precedente de Córcega tenía que garantizar el éxito en Tenerife. En Córcega las circunstancias eran completa-mente distintas: Ya había tropas inglesas en tierra y la pobla-ción civil estaba de parte de los ingleses, mientras en Tenerife no sucedía ni una cosa ni la otra. Nelson desembarcó en Córcega con 1183 soldados de ejército e infantería de marina y con 250 marineros, mientras que en Tenerife la proporción se invirtió: fueron unos 250 infantes de marina con unos 900 marineros. El desembarco en Córcega fue sin oposición, y en Tenerife se encontraron con una defensa que les clavó en la montaña sin posibilidad de avanzar. El reembarque de Troub-ridge fue lógico, y forzó a Nelson a tomar una decisión. La que tomó equivalía a jugarse el todo por el todo, y él la justificó por la necesidad de mantener el honor de su rey y la reputación de la marina inglesa, pero con una defensa alertada, fogueada y que había dado pruebas de prontitud en su reacción, el segun-do intento pareció un suicidio, y casi lo fue. Nelson, si no ter- 312 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 28 CARLOS VILA MIRANDA minaba coronado de ciprés, se exponía a quedarse con la ma-yor parte de su fuerza, incluyendo a comandantes y oficiales, en tierra y sin posibilidad de comunicación con sus barcos, como efectivamente sucedió. El fondeo de toda la escuadra al norte de Paso Alto, tratan-do sin éxito de engañar a Gutiérrez, obligó a la balandra y a las lanchas a realizar su aproximación navegando cerca de tie-rra, para distinguirla en la oscuridad de la noche y localizar el muelle, punto previsto del desembarco, y desfilando por delante de las baterías y de los barcos españoles fondeados. Ello expo-nía a las lanchas a un descubrimiento prematuro, que fue lo que les sucedió, de forma que el final de la aproximación y el desembarco tuvieron que realizarse bajo el fuego de los defen-sores, con efectos desastrosos para los atacantes. El embarque en la balandra Fox del respeto de munición, víveres y escalas portátiles, todos ellos parte esencial del equipo de asalto, hacía depender el éxito de la operación de que pudie-ra entregar a las fuerzas en tierra el material que llevaba a bordo. Esto, que podía ser posible en caso de que hubiera teni-do éxito el primer intento de desembarco, pasaba a ser muy di-ficil en un desembarco nocturno en el muelle contra un enemi-go alertado y en fuerza. Así resultó que muchos de los atacantes que desembarcaron en las calas al sur del muelle cayeron al agua cuando sus lanchas se atravesaron y volcaron en la playa, por lo que gran parte de la fuerza inglesa sólo contaba con cartuchos mojados. Vistas las dificultades con las que iba a encontrarse Nelson, no es de extrañar que Jervis, aun dejándose llevar por el entu-siasmo de éste, que tenía fama de hacer lo que quería con sus jefes26, no se mostrara excesivamente optimista sobre el resulta-do de la expedición a Tenerife, como lo demuestra la carta en la que le daba las órdenes para esta operación, en la que decía: «Estoy seguro de que merecerá el éxito. A los mortales no se nos ha dado el poder de exigirlo»27. Pasemos ahora a la actuación española. La actuación de Gutiérrez, preparando sus fuerzas y dirigiéndolas en el combate 26 Nelson touch, pp. 21-22. 27 MAHAN, ob. cit., p. 256. Núm. 51 (2005) 313 EL ATAQUE DE NELSON A TENERIFE: LA VERSIÓN INGLESA 29 parece impecable, aunque es cierto que una vez distribuidas las fuerzas para las dos fases del combate poco tuvo que hacer, pero eso lo hizo muy bien. Pero durante todo el siglo XIX circuló la opinión de que Gu-tiérrez había dejado escapar a los ingleses demasiado fácilmen-te, ya que en la Capitulación los ingleses sólo se obligaban a no volver a realizar operaciones contra Canarias. Yo creo que hizo lo correcto. Es más que probable que para Gutiérrez fuera un problema la presencia, y no digamos la custodia, de los supervi-vientes prisioneros militares ingleses, encuadrados por sus jefes. Basta recordar la prisa que se dieron los españoles en enviar a Cabrera a los prisioneros de Bailén y los supervivientes france-ses de Trafalgar, en cuanto pasaron de aliados a enemigos, con las consecuencias que tuvo ese confinamiento. Es más, hay que considerar que los ingleses, contando con el domino del mar, no consentirían durante mucho tiempo el cautiverio de sus dota-ciones, teniendo los barcos y las fuerzas de ejército para impe-dirlo, lo cual podría haber sido mucho más peligroso que el ata-que de Nelson. Además, la generación que intervino en Tenerife fue la última de las guerras entre caballeros, como lo demues-tran los intercambios o incluso la devolución de prisioneros que realizaron las fragatas, las facilidades que se dieron en Santa Cruz para el cuidado de los heridos y las corteses cartas y obse-quios que se intercambiaron Nelson y Gutiérrez28. Eran caballe-ros que tenían sobre si el peso de una tradición que debían cumplir y que duró hasta estas guerras de la Revolución y del Imperio. En el caso de España, la tradición se rompió en la guerra de la Independencia. Pero seguramente lo más grave para el general Gutiérrez, que ya se había portado caballerosa-mente con los ingleses vencidos por él en las Malvinas, era el problema que representarían los prisioneros, mandados por sus jefes naturales, que habría que custodiar, alimentar y alo-jar, cuando no tenía soldados suficientes para la defensa de las islas. 28 Nelson envió a Gutiérrez un queso y un barrilete de cerveza, a lo que Gutiérrez correspondió con unas limetas de vino. Además, Nelson se ofre-ció a enviar a Cádiz en uno de sus barcos el parte de Gutiérrez dando cuen-ta de su victoria, ofrecimiento que fue aceptado. |
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