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PROYECTO DE REVISIÓN Y ACTUALIZACIÓN DE LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE DE D. J. WOLFEL P O R CARMEN DIAZ ALAYÓN y FRANCISCO JAVIER CASTILLO En el panorama de los estudios insulares destaca de ma-nera singular la contribución generosa y trascendente de Dominik Josef Wolfel. De modo especial, sus Monumenta Linguae Canariae constituyen, por sí solos, una aventura cien-tífica de gran alcance en la que intenta ilusionadamente desve-lar la naturaleza del sistema de comunicación de las Afortuna-das prehispánicas. Pero, como es bien sabido, el investigador vienés no pudo concluir aquí todo su plan de investigación y los resultados que finalmente se dan a conocer en 1965 se encuentran bastante lejos de los objetivos que inicialmente se había trazado. Ello es así por la acumulación de diversos fac-tores y uno de ellos es la particular entidad del objeto de es-tudio. Pocas parcelas de la investigación filológica presentan tantos obstáculos y dificultades como las que plantea el acer-camiento a la lengua de las Canarias preeuropeas: la escasez de los materiales lingüísticos conservados, la dudosa fiabilidad de una buena parte de ellos, la multiplicidad y disparidad que se advierte en las teorías y explicaciones formuladas sobre la naturaleza y procedencia del habla de los aborígenes, incon-venientes que Wolfel pensaba minimizar y superar valiéndose Núm. 45 (1999) 465 2 CARMEN D ~ A ZA L A Y ~ NY FRANCISCO JAVIER CASTILLO de sus mejores recursos: el sentido común, el rigor, la capaci-dad de sacrificio, la tenacidad, el talante crítico y la intuición. Junto a esto, otro de los factores que condicionaron los resul-tados finales es la fortuna singularmente adversa que marcó la vida de Wolfel a partir de 1933. La falta del apoyo finan-ciero necesario, la agitada trayectoria de la República españo-la y el trágico colofón de la guerra civil, la ocupación de Aus- ' tria por Alemania, las estrecheces económicas que nuestro investigador padeció tras ser apartado de su puesto en el Mu-seo Etnológico de Viena, y la dura experiencia de la guerra europea constituyeron insalvables obstáculos para el desarro-llo de sus proyectos y por ello no pudo alcanzar muchos de los objetivos que se había trazado. Todo ello hace que la magna obra de Wolfel constituya la crónica de un sueno incumpiido, que sea una contribución no acabada y singularmente vulnerable a la valoración científica. Cuando se produjo en 1965 la publicación de los Monumenta la comunidad científica internacional pudo valorar por fin la esperada contribución del investigador austríaco al estudio de la lingüística prehispánica canaria. Se alabaron entonces la magnífica e intensa labor de recogida de materiales -empre-sa increíble para un solo investigador- y la organización re-flexiva y científica de los materiales por sectores léxicos. Se apreció de modo especial la minuciosa clasificación cronoló-gica de las voces y expresiones, así como el camino seguido por éstas de unas fuentes a otras. Admirable pareció el meti-culoso análisis de las formas recogidas y el acopio de mate-rial lingüístico bereber -como cuando proporciona listas de fitóminos o ictiónimos- que pudieran ser aprovechados por investigadores posteriores. Pero, junto a esto, también los es-pecialistas advirtieron desde bien pronto que los Monumenta contenían algunas deficiencias y errores apreciables, circuns-tancia que el propio Wolfel, desde su sinceridad y humildad características, no le parecía inesperada. En el prólogo, que figura fechado en 1945, nuestro investigador reconoce que en la génesis y estado de los Monumenta tiene bastante que ver el desafortunado conjunto de dificultades que sufre su vida académica y personal a partir de 1938, tras la anexión de Aus- 466 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS REVI S I ~NY ACTUALIZACI~ND E LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE 3 tria por el 111 Reich. Apartado de su trabajo por la nueva ad-ministración que toma las riendas del país, con todo el tiem-po disponible para sus proyectos científicos y convencido de que no podrá realizar más investigaciones en los fondos do-cumentales de Canarias y en los archivos europeos relaciona-dos con las Islas, Wolfel decide comenzar la redacción de sus Monumenta con los materiales de que dispone. Oigamos la ar-gumentación de nuestro investigador en sus propias palabras: ... a pesar de los esfuerzos que he hecho ... la obra sigue estando incompleta, como no odía ser de otra manera. Por un lado, la presentación 1el material lingüístico en sí es insuficiente, independientemente de que, como es 1ó ico es erar, se descubran nuevas fuentes; por otro laio, la egboración de todas las fuentes actualmente exis-tentes se ha visto impedida tanto por las circunstancias del momento resente, como por las mías personales. Estas lagunas E emos de tenerlas presentes en todo mo-mento. Por lo que a la toponimia se refiere, no la hemos incluido de forma completa, ni tampoco hemos realiza-do un estudio crítico in situ. Además, sólo hemos consul-tado y verificado escasamente la mitad del material Iéxi-co de la lengua prehispánica conservado hasta ho ¿Debería haber pospuesto la elaboración del trabajo, a ia" vista de las circunstancias enumeradas? Definitivamente no porque nadie más lo hubiera asumido en mi lugar y es un trabajo que había que hacer. El punto muerto en el que me vi sumido por los acontecimientos de 1938 me hizo perder la esperanza de comprobar el material lin-güístico en las pro ias Islas Canarias y de continuar las investigaciones en f os archivos y bibliotecas. Por esta ra-zón, he decidido reparar ara su publicación el mate-rial que he recop 'fi ado elag o rado hasta la fecha. Habrá otros -e cugran !as iapunas nue yo tuve que dejar y que adquieran conocimientos veaados a mis po-sibilidades y a mi capacidad. Más adelante, en el capítulo 7 de la parte 1, donde hace una descripción y valoración de la documentación que ha po-dido manejar tanto en los fondos insulares como en archi-vos y bibliotecas extrainsulares, Wolfel vuelve a reiterar estas cuestiones: que los Monumenta no constituyen una contribu- Núm. 45 (1999) 467 4 CARMEN DfAZ ALAYdN Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO ción exhaustiva, que sólo es un balance de cuenta prematuro y no definitivo, desafortunadamente forzado por las circuns-tancias personales, y que en modo alguno es un proyecto ago-tado, sino un hermoso reto que debe mover a otros investiga-dores: Tal y como comentábamos en el prólogo, nos encontra-mos aún muy le'os de haber agotado el material lingüís-tico que se pue d e obtener de la documentación; para lo-grarlo no bastaría toda la vida de una sola persona. Hemos de darnos por satisfechos con haber hecho todo lo humanamente posible resignarnos a pensar que es imposible hacer más en 7 as condiciones actuales. Que quienes lamenten esta realidad contribuyan a completar la obra en la medida de sus t: osibilidades. No se puede esPerar consumar de fo-a a-soluta una tarea hictC.rri-a o h@iística. Nos conformamos, pues, con lo que hemos conseguido. En lo que a nosotros se refiere, desde que empezamos a consultar los Monumenta advertimos que la obra demandaba una necesaria revisión y puesta al día, en la que se salvaran los descuidos y errores de la edición original, se completara el material' lingüístico, se comentaran los aciertos y desacier-tos del autor y se valoraran sus conclusiones a la luz de otras contribuciones y explicaciones. Creemos que se trata de una propuesta de revisión y actualización que se justifica de modo pleno por diversos motivos. En primer lugar, porque en ella se cumplirían los propios deseos de Wolfel, que consideraba sus Monumenta, según he-mos visto, como una primera tentativa provisional. En segundo luear; porque ello supondnla una p~e s t aa! día; En este sentido conviene recordar que, cuando salen a la luz, los Monumenta no constituyen una obra actualizada. El aná-lisis oportuno revela que Wolfel apenas hizo alguna adición relevante con posterioridad al año 1945 debido a las dificulta-des de visión que tenía y al progresivo debilitamiento de su salud, y también se puede comprobar que faltan en la obra aportaciones significativas publicadas en los años cuarenta, cincuenta y comienzo de los sesenta, un espacio temporal en 468 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS REVISldN Y ACTUALIZACIÓN DE LOS MONUMENTA LINGUAE CANARlAE 5 el que la bibliografía sobre la lengua de las Canarias pre-europeas aumenta sensiblemente. En tercer lugar, porque con esta revisión se podrían subsa-nar diversas deficiencias y errores que se advierten claramen-te en la obra, muchos de los cuales se deben a las limitacio-nes y descuidos del autor, pero también se aprecian otros que son responsabilidad de los encargados de la edición. En cuarto lugar, porque con ello se proporcionaría a los lectores no especializados toda la información disponible y todas las referencias pertinentes, lo que evitaría -y no es poco- numerosos malentendidos y confusiones que, una vez arraigados, costaría mucho trabajo deshacer. En este sentido hay que reparar en el hecho de que en Canarias son muchos los que se apuntan fervorosamente a la defensa de ((10 nues-tro » y que se interesan especialmente por todo lo relacionado con la prehistoria insular. Ello hace que cada día aumente entre nosotros el número de personas no especializadas inte-resadas en cuestiones de lingüística prehispánica canaria, que devoran ávidamente todo lo que se publica en esta dirección. Son un amplio número de lectores marcadamente receptivos, fácilmente impresionables y desafortunadamente indefensos, que no pueden situarse críticamente ante los trabajos que lle-gan a sus manos porque carecen de la. oportuna formación, pero que merecen ser -tratados con todo el cuidado y con todo el respeto. De ahí la importancia de la presentación rigurosa de la información, de ahí la relevancia de la preparación, exhaustividad y actualización de los datos que se transmiten. Y finalmente, porque esta actividad de revisión reportaría un gran caudal de conocimiento. El examen tanto de las ca-rencias y ecpivcxurimes de wdfe! como de sus numerosos logros y aciertos nos conduciría a la luz. Sabido es que cual-quier empresa o empeño científico ejerce un doble magisterio. De una parte, amplía horizontes en lo que tiene de contribu-ción sólida y definitiva y, de otra parte, también abre camino en lo que tiene de inconsistente o deficiente porque prepara la andadura de empresas posteriores al mostrar los peligros, las complicaciones, las trampas y los descuidos que. deben evitarse. Núm. 45 (1999) 469 6 CARMEN D~AZ ALAYÓN Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO Estimamos que este proyecto de revisión que proponemos se hace más necesario todavía después de la publicación a fi-nales de 1996 de la traducción española de los Monumenta, auspiciada por la Dirección General de Patrimonio del Gobier-no de Canarias. Ver por fin en traje español esta obra cumbre de los estudios de lingüística prehispánica canaria constituyó un acontecimiento feliz que, sin asomo de duda alguna, tenía que haberse producido mucho antes y que puso término a una injusta, injustificada y excesivamente dilatada espera. No hay que olvidar que más de treinta años separan la edición origi-nal de 1965 y esta edición insular de diciembre de 1996, sin duda repitiendo también en el ámbito canario la andadura difícil y desafortunada que ha marcado esta magna obra des-de sus mismos inicios. Pero hay que destacar que se trata so-lamente de una traducción, que a nosotros como filólogos y como canarios de a pie nos sabe a poco. Seguramente tiene mucho que ver en esto la especial atención que venimos pres-tando desde hace muchos años a los estudios de lingüística prehispánica canaria y en particular a la significativa aporta-ción de Wolfel. En este sentido queremos subrayar que esta edición canaria constituye por descontado una excelente y loa-ble iniciativa porque acerca la singular contribución del inves-tigador vienés a un público más amplio, pero creemos que, dada la compleja naturaleza y el tamaño de la obra y puesto que se trataba de un proyecto que implicaba una considera-ble inversión y de una iniciativa que por su envergadura di& cilmente se podría repetir en el futuro, el esfuerzo editorial y científico realizado tenía que haberse concebido de forma más trascendente, debía haberse planificado de modo más exigen-te para asegurarse unos ~hjetiwx de maym dcmce y tenia que haberse puesto mucho más cuidado en su ejecución. A nadie se le escapa que la responsabilidad de las instituciones que amparan la realización y publicación de proyectos de in-vestigación no se limita únicamente al capítulo económico, sino que atañe a todo el proceso en su conjunto! partiendo de las condiciones iniciales (interés del trabajo, prestigio del au-tor o autores) y controlando los distintos factores que inter-vienen en su realización (corrección del texto que se publica, 470 ANUARIO DE ESTUDIOS ATL~NTICOS REVISIÓN Y ACTUALIZACI~N DE LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE 7 carácter actualizado del mismo, anotaciones complementarias, idoneidad y profesionalidad de los encargados de la edición, formato y características físicas de la publicación, etc.). Evi-dentemente esta actuación responsable y exigente no se ha dado con la edición española de los Monumenta, desafortuna-damente plagada en la mayor parte de sus páginas de descui-dos, erratas y fallos en la composición, y visiblemente afeada y limitada por surgir de una iniciativa que no buscó asegurar-se un éxito pleno y que no aprovechó el proyecto de la forma más efectiva y científica procediendo a la oportuna revisión y puesta al día de la obra. Esta revisión y actualización que proponemos constituye una tarea hermosa, necesaria y plenamente justificada que, por su envergadura y naturaleza, escapa a la iniciativa indivi-dual, porque, aun cuando a ésta no le falte ánimo y entrega, se encuentra desafortunadamente limitada por múltiples fac-tores y no alcanza a cubrir satisfactoriamente todos los nive-les que una investigación de estas características presenta. Estamos ante una tarea que, para realizarla en condiciones óptimas, solamente puede ser llevada a cabo por un equipo de especialistas. Así, la labor de rastrear las numerosas fuentes a las que Wolfel no tuvo acceso estaría encomendada a los bi-bliófilos e historiadores. Los paleógrafos tendrán mucho que decir en la transmisión documental de los materiales, en la lectura y transcripción de las distintas formas. Corresponde-ría a los berberólogos el relevante cometido de contrastar los datos lingüísticos que Wolfel aporta en esta dirección, propor-cionar nuevas referencias no conocidas con anterioridad e in-troducir hipótesis etimológicas aún no sugeridas. Los prehis-tsriadsres va!~rará:: !as u f i r ~ u c i ~ n eqsü e se huce:: e: !m Monumenta sobre el pasado insular y señalarían las coinciden-cias que se dan con otras culturas. Y finalmente los dialec-tólogo~ y lingüistas podrían acometer la urgente tarea de se-parar rigurosamente las voces canarias de las que no lo son, podrían estudiar la evolución seguida por las distintas formas y podrían aportar la rica información que ofrece la tradición oral. Por descontado, no ignoramos las dificultades que se oponen a la formación de un colectivo de investigadores para Núm. 45 (1999) 47 1 8 CARMEN DfAZ ALAYÓN Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO un proyecto común, pero sin duda alguna los pasos deben ir en esta dirección y esperamos que nuestra propuesta consiga aglutinar la ilusión, dedicación y esfuerzo de varios especia-listas en esta ilusionada empresa. Por nuestra parte, a la espera de la formación de este equi-po de trabajo y como contribución preliminar a esta empresa de revisión y actualización, aportamos en las páginas que si-guen un amplio conjunto de anotaciones que son el resultado de una lectura crítica de los Monumenta. Nuestros apuntes, que en modo alguno constituyen una valoración exhaustiva, se refieren a diversos aspectos. En algunos casos alcanzan a las conclusiones del estudio lingüístico que Wolfel aporta; en otros, tienen que ver con lecturas erróneas, que condicionan el análisis y lo inutilizan; en otros casos son relativas a las fuentes, para completarlas aportando registros no citados o desconocidos; y en otros, pretenden alumbrar aspectos y cues-tiones que pasaron desapercibidos al autor. Todo ello es el re-sultado de muchos años de constante acercamiento a la mag-na obra de Wolfel, acercamiento que nos ha ido mostrando la grandeza de su espléndida contribución, pero que también nos ha ido revelando sus limitaciones y deficiencias. Así, tendremos ocasión de comprobar que Wolfel se enfren-ta al comentario de los materiales reunidos con unos conoci-mientos poco profundos en español y portugués, una carencia especialmente trascendente porque maneja y estudia listas y repertorios de prehispanismos -la mayor parte de ellos ela-borados en el siglo XIX con notable falta de rigor y evidente descuido- que incluyen voces que no pueden remitirse a la lengua de los antiguos canarios. En algunos casos, Wolfel tie-n n 1- Cnv t *?n- A n e-qnnv-v A n - n A n - i v n c n net - A 4 G n ~ ~ l t1,~ nAn n-llL IU L V L L U I I L I UL J U p L I U L UL lllVUV U l L V J V L J L U U I L I L U I L U U J LVII-secuentemente sus comentarios y conclusiones son acertados, pero hay otros casos en los que no tiene la misma fortuna y su análisis se resiente de forma palpable. Esto puede verse, por ejemplo, en el término ne%eda (IV, 5 400), voz que remite al habla de los aborígenes al no encontrar ninguna correspon-dencia peninsular de la misma, pero que hay que desterrar de entre los materiales lingüísticos prehispánicos conservados. Está claro que el rastreo de nuestro investigador en las len- 472 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS REVISIÓN Y ACTUALIZACIÓN DE LOS MONUMENTA LINGUAE CANARlAE 9 guas ibéricas mayoritarias no es profundo porque en español tenemos nébeda, denominación de una planta herbácea de la familia de las labiadas, con tallos torcidos, velludos y ramosos, con hojas pecioladas, rugosas, ovales, aserradas por el margen, lanuginosas, de color verdinegro por encima y blanquecino por debajo, con flores blancas o purpurinas en racimos colgantes y fruto seco y capsular, y que tiene un olor y sabor parecidos a los de la menta (DRAE). Y en portugués existe ngveda 'nome de várias plantas, especialmente da Satuveja calamintha, Lin., também conhecida por erva-das-azeitonas' (Figueiredo). Otro ejemplo del conocimiento poco profundo que Wolfel tiene en este nivel se aprecia en su comentario de Balayo (V, 3 510), donde concluye que, pese al considerable parecido que existe entre esta voz geográfica de La Orotava y el vocablo español balay, pudiera tratarse de un topónimo de la lengua antigua. Pero, obviamente, resulta impensable asignarle a balayo esta procedencia porque, como se sabe, la voz figura en el DRAE como americanismo y también en portugués existe balaio 'ces-to de palha, em forma de alguidar' (Figueiredo), razón por la que diversos autores consideran balayo como otro lusismo más de las hablas canarias (Álvarez Rixo 1992:70; Wagner 1925:84; Pérez Vida1 1991: 191-192, 245-247). Lo mismo sucede con Alatada (V, 5 561), donde no advierte que este topónimo me-nor de Ingenio (Gran Canaria) es una forma protética de la voz latada que en el habla insular tiene el valor de 'armazón de timones y palos para extender la sombra y la ornamenta-ción de parras y enredaderas sobre los patios y también en las fincas, especialmente en sus orillas' (Pérez Vida1 1964:264-265, 1991:220-221) y tampoco se percata de que se trata de un tér-mine de c ! ~ rp~ro cedencia !usa ubsdiitumente idéntico 21 Yn-n-r-tugués latada 'grade, de canas ou de varas, para sustentar videiras ou outras plantas trepadeiras' (Figueiredo). Como ve-mos, esta carencia despista y confunde una y otra vez a nues-tro investigador y lo hace llegar a conclusiones completamen-te equivocadas. Y ello no deja de sorprender, de modo especial en lo que se refiere a los portuguesismos, porque Wolfel es plenamente consciente del amplio protagonismo de los pobla-dores lusos en la nueva comunidad insular que surge en Ca- Núm. 45 (1999) 473 10 CARMEN D~AZ ALAY~N Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO narias a partir de los asentamientos de los europeos, así como de la relevante influencia lingüística portuguesa en el español que arraiga en el Archipiélago tras la conquista. Como tam-bién le consta que algunos lusismos del español canario han sido catalogados como prehispanismos y, por ello, curándose en salud, admite como más que probable que a él mismo se le cuele en sus materiales alguna que otra palabra portuguesa (1, cap. 4, 55 41-44). También se reflejan en nuestras anotaciones las limitacio-nes y carencias que Wolfel muestra en la lectura y transcrip-ción de las fuentes documentales antiguas y otros materiales manuscritos. Ello no debe sorprender. Wolfel desarrolló una intensa labor de investigación documental, sobre todo en los primeros años de la década de los treinta, y solamente en el Archivo de Simancas llegó a consultar cincuenta mil documen-tos relativos a Canarias, pero no debemos olvidar que acome-te el rastreo de los fondos de los distintos archivos que visita sin ninguna formación académica específica como paleógrafo. Contaba, bien es verdad, con su inigualable motivación, su generosa ilusión y su inquebrantable tesón, pero estos facto-res son insuficientes y no pueden suplir la debida experiencia en esta dirección de la investigación. Ello justifica las diver-gencias que se dan entre las lecturas que Wolfel obtiene y las que nos proporcionan otros autores. La documentación de Simancas ofrece ejemplos ilustrativos en esta dirección y una muestra de ello es el nombre prehispánico del padre de Pedro Benítez (V, 125), que Wolfel lee Guanarco, mientras que tan-to para Manuela Marrero como para E. Aznar es Guanajao (Díaz Alayón y Castillo 1996a: 177-1 78, 184). Otros ejemplos en este sentid= p ~ e d e nv erse e: !as kc t~ruse rrudas cpe hace de algunas voces de la Descrittione de Torriani. Una de ellas es Zzaga (V, 254)) que toma del mapa de Gran Canaria que rea-liza el ingeniero cremonés y que Wolfel relaciona con el topónimo grancanario Gazaga, pero es obvio que se trata de una lectura errónea de Iraga (V. 5 244). Otro caso particular-mente grave es el de Chelmiede (VI § 75a), denominación de un roque que Torriani consigna en su carta de El Hierro. Wolfel hace esta lectura y remite consecuentemente a parale- 474 ANUARIO DE ESTUDIOS A T ~ N T I C O S R E V I S I ~ NY ACTUALIZACI~ND E LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE 11 los del Ahaggar y del nefusí, pero un simple vistazo a la fuen-te en cuestión le debía haber revelado que lo que él recoge como Chelmiede no es sino Salmode, una variante más de Salmor o Salmore, el conocidísimo nombre de los famosos roques herreños. A ello hay que añadir los registros equivocados que nues-tro investigador obtiene de fuentes más recientes, como las listas manuscritas de los autores palmeros Juan Bautista Lo-renzo Rodríguez y Félix Duarte. Particular atención merecen en este sentido los materiales inéditos de José Agustín Álvarez Rixo, que Wolfel no conoce directamente sino a través de la copia que de ellos hizo Agustín Millares para el Museo Cana-rio, y que se reproducen plagados de errores. Si cotejamos el inventario de Álvarez Rixo con los Monumenta comprobare-mos que numerosas voces del autor portuense se recogen de forma indebida y en algunos casos ello tiene su nefasta tra-ducción en los resultados del análisis porque el registro de Álvarez Rixo, erradamente interpretado bien por la fuente in-directa que maneja o bien por sí mismo, lleva a Wolfel a in-crementar falsamente las voces que cataloga y lo conducen a conclusiones desprovistas de base alguna. Así, la explicación etimológica que proporciona para la voz geográfica de Tenerife Tafunaste (V, 5 532) carece de todo fundamento puesto que se construye sobre datos no fiables al ignorar nuestro lingüista que no es Tafunaste, tal y como se refleja, sino Tafuriaste, como correctamente recoge la fuente utilizada (1991:79). Lo mismo ocurre con la forma herreña Arofa (5 386), en la que Wolfel cree ver equivocadamente el mismo radical que tiene el nombre tinerfeño Arafo, pero una vez más su análisis que- & iniiti!izz& p r q ~ ep e p & _ r ~ g i ~ptqrui~vn ca&: no es Arofa, sino Asofa, y así viene anotado en el autor portuense (1991:90). Del mismo modo, podemos advertir en muchas ocasiones la apreciable inseguridad de Wolfel ante las voces que anali-za. Para él, la existencia de diversas variantes de una misma forma constituye en muchos casos un obstáculo difícil de su-perar. El caso del término Zonzamas (V, § 8) es especialmente ilustrativo en ese sentido. La multiplicidad de registros dife- Núm. 45 (1999) 475 12 CARMEN D~AZ ALAYÓN Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO rentes que posee de esta forma de Lanzarote y las distintas ubicaciones que recogen las fuentes consiguen despistar a Wolfel y lo llevan a creer que existen dos términos claramen-te diferenciados: de una parte, el topónimo y antropónimo Zonzamas (o Sonsamas), y, de otra, el también topónimo Zancomas, así registrado por una fuente a la que el investiga-dor vienés suele otorgar especial fiabilidad, pero Olive le jue-ga en esta ocasión una mala pasada y Wolfel es incapaz de notar que Zancomas no es una voz original sino producto de un error. Otro ejemplo de esta inseguridad que señalamos puede verse en el topónimo herreño Binto. Ante las variantes Vinco y Vinto (V, 5 5 1 l), Wolfel reconoce que ignora si el error gráfico está en la primera o en la segunda, aunque supone que se trata de esta última, sin duda porque se apoya en el topónimo tinerfeño Vinco, lugar de Guía de Isora. Nuestro in-vestigador desconoce que las fuentes más tempranas reflejan Binto y que así viene en el Compendio de Bartolomé García del Castillo, espléndido conocedor de la documentación he-rreña más antigua, y en las Ordenanzas de El Hierro de 1705. Ni que decir tiene que estos comentarios errados no se hu-bieran producido si Wolfel hubiese contado con el apoyo y la asistencia de colaboradores, sobre todo en aquellos niveles que su esfuerzo y formación no podían cubrir con todas las garan-tías. A nadie se le oculta que el estudio de los restos lin-güístico~ conservados de los antiguos canarios es una parcela de la investigación que, por sus características propias, entra-ña una especial dificultad y por ello debe ser abordada por un equipo de especialistas, y esto es algo que se echa de menos en los comentarios que Wolfel hace en sus Monumenta y en ^tras Ci_p ~ J Sc nfitribccienps & C I T ~ C ~ P lTi n g ü i ~ t i ~Cr~ee.m os. que si hubiese recabado el apoyo de dialectólogos, paleógrafos e historiadores canarios y la asistencia de hispanistas, ber-berólogos y especialistas en lingüística antigua, los resultados finales de su estudio hubieran sido sin duda alguna sensible-mente diferentes. Estos especialistas habrían ayudado notable-mente a tamizar el inventario de materiales sobre el que Wolfel construye su análisis, desterrando de él numerosas for-mas inventariadas como prehispánicas y que en modo alguno 476 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS REVI S I ~NY ACTUALIZACI~ND E LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE 13 pueden serlo y también habrían colaborado eficazmente a completar el catálogo mediante la inclusión de formas segu-ras no conocidas por el investigador austríaco. Sin duda, estos especialistas le hubieran indicado que Guisla (V, 9 550) no puede proceder de los antiguos isleños, como previamente hab��a apuntado Álvarez Rixo (1 99 1 : 178)) sino que se trata de un apellido flamenco arraigado en La Pal-ma en época histórica y que llega a figurar en el título del marquesado que se crea en 1776. De igual modo, le hubieran apuntado que Nordela o Nordelo (VI 9 577) no es una voz prehispánica insular, sino que se trata de Lordelo, una forma que está presente en la toponimia del Occidente ibérico. En Galicia reciben este nombre dos localidades de la provincia de Pontevedra y una de la provincia de Orense, y la toponimia portuguesa nos ofrece muchos más casos. Y en lo que se refie-re a Canarias, hay constancia de la presencia entre los coloni-zadores de Tenerife y La Palma de personas apellidadas Lor-delo: Pedro Hernández Lordelo, Duarte Hernández de Lordelo y Rodrigo Hernández Lordelo (Serra 1978:39; Moreno Fuentes 1988:203ss). También le hubieran mostrado a nuestro investi-gador que Quinquiquirá O Quiquirá (VI 9 555) no es una forma canaria sino americana, que es el resultado de la adaptación de la palabra chibcha Chiquinquirá, cuyo significado es 'lugar pantanoso y cubierto de niebla', una voz frecuente en la topo-nimia venezolana y que también existe en Colombia, donde es la denominación de una ciudad que alberga el popular Santua-rio de la Virgen del Rosario, al que acuden muchos devotos en peregrinación, y que la presencia de este topónimo ultramari-no en Tenerife tiene que ver con esta devoción a la Virgen del Q n ~ ~ rAi =n r hini i inni i irá en hnnnr & II CcI] c_n i_n&2nQ i l e - L.VOUl A V U" "ll.yU..lyUll U, WIA . * V I I V L ño levantó una ermita en La Orotava. Desafortunadamente, todo esto refleja carencia de información y superficialidad en el manejo de los materiales que Wolfel tiene en sus manos, lo que explica que abunden en los materiales catalogados térmi-nos que de ninguna forma pueden proceder del sistema de comunicación de los antiguos canarios. Junto a esto, podemos ver que el inventario de materiales que Wolfel cataloga y estudia presenta claras deficiencias. Los Núm. 45 (1999) 477 14 CARMEN D~AZ ALAY~N Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO fondos documentales que se encontraban en Canarias -indu-dablemente ricos en referencias y capitales para la investiga-ción que estaba llevando a cabo- no los pudo consultar de-bidamente, ni tuvo la oportunidad de elaborar un repertorio exhaustivo de la toponimia antigua del Archipiélago, una gran parte de la cual no viene en las listas realizadas con anterio-ridad, ni tuvo ocasión de considerar el comportamiento dia-lectal o la situación lingüística de las voces preeuropeas que han logrado sobrevivir en el habla isleña moderna. Las dos estancias de Wolfel en Canarias fueron singularmente cortas, con lo que su trabajo en los archivos insulares fue conse-cuentemente muy breve y solamente llegó a manejar una pe-queña parte de las interesantísimas colecciones documentales existentes en el Archipiélago -sobre todo la de Tenerife- y tampoco hizo ninguna labor de campo en las Islas (Díaz Alayón y Castillo 1996b y 1997a). Todo ello explica que en los Monurnenta no encontramos términos prehispánicos caracte-rísticos y que sean constantes las complicaciones derivadas de la no utilización de la tradición oral. Sin duda alguna, el oportuno trabajo de campo le hubiera mostrado a Wolfel que los inventarios lingüísticos elaborados en el siglo XIX no refle-jan adecuadamente muchas de las formas que contienen. Esta deficiencia se advierte en su análisis de Figaday (VI 9 537), donde no sabe con seguridad si esta forma que toma de Chil y Millares es un error de grafía o si se trata de una va-riante, posibilidad ésta que considera interesante. Evidente-mente la tradición oral le hubiera mostrado que la forma co-rrecta de este topónimo herreño es Tigaday y que Figaday no es más que un error de los compiladores canarios. Otro tan-to sucede con el análisis de 7iñor (Vi 3 577); en el q1~e torna en consideración las numerosas variantes gráficas de este top��nimo herreño (Tiñov, Tinov, Finov, Miñov, Fiñor) y donde vemos una vez más su inseguridad e incapacidad de discrimi-nar que la forma auténtica es Eñor, así transmitida a través del tiempo y así conservada en el uso actual. Todo ello es el resultado de no contar con la seguridad que proporciona el trabajo de campo y la comprobación de los datos sobre el terreno. 478 ANUARIO DE ESTUDIOS ATUNTICOS R E V I S I ~ NY ACTUALIZACI~ND E LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE 15 Del examen de los materiales estudiados se desprende también que Wolfel recurre excesivamente a la hispanización de términos canarios como fundamento de su análisis. En muchos casos, cuando la extracción española es más que evi-dente y no cabe la más mínima duda, acaba sugiriendo la posibilidad de que, tras la apariencia española de la forma en cuestión, se encuentre una voz canaria antigua, inevitable-mente desdibujada tras su incorporación al nuevo sistema lingüístico. Esto lo vemos en Casa de Tqa (V, 3 598), denomi-nación de un caserío en Tijarafe y de una casa de labranza en El Realejo. Aquí señala que evidentemente la forma teja es idéntica a la española teja, pero también indica que pudie-ra tratarse de la adaptación al español de un nombre cana-rio. Una vez más comprobamos aquí la cerrazón de Wolfel a aceptar lo que es más que evidente, porque la palabra teja no puede ser otra cosa que española y la explicación del topónimo menor Casa de Teja no se puede hacer fuera de esta lengua. El investigador vienés desconoce que en los me-dios rurales de Canarias el uso de la teja no estaba genera-lizado y en muchos casos se utilizan cubiertas de paja o de madera, y por ello no debe extrañar que la presencia escasa o excepcional de la teja se haya tomado en este caso como referencia en el proceso de la creación toponímica. Otro caso es el de Quinta Zoca (V, 3 591), un doble topónimo menor de La Palma que Wolfel explica en la misma dirección, sin duda porque ignora que se trata de una forma que procede del cultivo de la caña de azúcar, un capítulo económico de sin-gular relevancia en los primeros momentos de la andadura histórica del Archipiélago. La quinta zoca es el quinto fruto que da de la cufi.,u de uzúcur u les diez 259s de sembrada y Thomas Nichols nos describe con detalle el ori-gen de este término y de otros del mismo campo cuando habla de Gran Canaria en su A Pleasant Description of the Fortunate Islands (Cioranescu 1963: 1 10,111). La misma proce-dencia histórica y el mismo carácter económico tiene la voz Cabasera (V, 3 554). En su estudio de este nombre geográfi-co de Ingenio (Gran Canaria), Wolfel refleja que a pesar del parecido con el portugués cabaceira, podría tratarse de una Núm. 45 (1999) 479 16 CARMEN DfAZ ALAY6N Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO forma canaria antigua que ha sufrido un proceso de adapta-ción al español. Pero la única explicación posible es a través del término luso citado y, dado su conocimiento de la histo-ria insular, Wolfel tenía que haber advertido que el topónimo menor Cabasera -al igual que el término Ingenio- proviene del auge que tuvo el cultivo y la comercialización de la caña de azúcar en Canarias (Díaz Alayón 1987:97-98). La posibili-dad de la doble extracción lingüística se repite con el to-pónimo Caldereta de Denises (V, s 528), para el que Wolfel señala que cabría suponer que se trata de una de las pocas huellas dejadas por los primeros conquistadores normandos, pero también apunta que pudiera ser la españolización de un topónimo de los aborígenes, posibilidad que hay que descar-tar por completo. También hay que destacar la evidencia de que Wolfel no controla los materiales que cataloga, lo que le lleva a caer en numerosos errores y a engrosar falsa e innecesariamente el catálogo de términos que aporta. Veamos algunos casos. En relación con Enetodea (V, 474), señala que es posible que esta forma sea la segunda parte de una construcción de genitivo, pero no hubiera proporcionado el errado análisis que aquí ofrece si se hubiera dado cuenta de que lo que tie-ne delante no es otra cosa que una variante del topónimo tinerfeño Geneto, que estudia en otro lugar (V, 5 361). Otro caso es el de Guname (V, 5 544), voz que toma de Millares y que estudia como si de un término original se tratase, aportando incluso dos correspondencias del bereber, lo que muestra que no advierte que se trata de un registro inexac-to del topónimo majorero Guriame, forma que estudia en parte V, 3 549. Iniciamos nuestro comentario de forma ordenada y em-pezamos por la relación bibliográfica que Ferdinand Anders publica en la introducción de los Monumenta (1965:ix), donde se pueden apreciar diversos errores, que también proceden 480 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS REVISI~N Y ACTUALIZACI~N DE LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE 17 originalmente de Wolfel. Aquí se hace constar que la confe-rencia «Los indígenas canarios, problema central de la antro-pología » aparece en la revista La medicina canaria de Santa Cruz de Tenerife, en el número de diciembre de 1932, pp. 1- 11. Este referencia es cierta y figura también en la bibliogra-fía que Wolfel consigna en su edición del texto de Torriani (1940:xxiii), pero en ambos casos no se indica que dicha con-ferencia también se publica en el diario Hoy de Santa Cruz de Tenerife, en los números correspondientes al 29, 30 y 31 de diciembre de 1932. Junto a esto tenemos que Anders refleja que la conferencia .Los indígenas canarios después de la con-quista)) se publica en los diarios santacruceros Hoy y La Pren-sa en el número correspondiente al 29 de diciembre de 1932 y ello es un error que procede de la lista bibliográfica que Wolfel incluye en su Towiani. La Prensa no recoge ningún tra-bajo de Wolfel en el día que se señala (29 de diciembre de 1932) y Hoy publica únicamente la primera entrega de «Los indígenas canarios, problema central de la antropología)). La conferencia «Los indígenas canarios después de la conquista» la publica La Prensa en sus números del 5 y 6 de enero de 1933 y de esto nada se dice ni en la bibliografía del Torriani ni en la de Anders. Asimismo, hay más casos de publicacio-nes de Wolfel en la prensa insular que no se reseñan en esta lista bibliográfica. Una de ellas es la conferencia «La verdade-ra historia de la conquista de la isla de La Palma», aparecida en cinco números del diario Acción Social de Santa Cruz de La Palma (núm. 148, 13 de marzo de 1933; núm. 149, 14 de marzo de 1933, p. 6; núm. 150, 20 de marzo de 1933, p. 8; núm. 151, 21 de marzo de 1933, p. 6; y núm. 152, 22 de mar-zo de 1933, p. ój y que se corresponde íntegramente -salvo las líneas iniciales de salutación, agradecimiento e introduc-ción del tema, los dos párrafos en los que describe sus hallaz-gos en Simancas en noviembre de 1932 y que confirman la declaración del regidor Pedro de Valdés, los párrafos ante-penúltimv y fin& y u!gums cambies minimes en !u reduc-ción- con el texto del artículo «Un episodio desconocido de la conquista de la isla de La Palma (Nueva contribución do-cumental a la historia de Canarias», que Wolfel había publi- Núm. 45 (1999) 48 1 18 CARMEN D~AZ ALAYÓN Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO cado a mediados de 193 1. Otro caso es el de la conferencia «Nuevos documentos acerca de la conquista de Gran Canaria)), publicada en primer lugar por el Diario de Las Palmas, en los números correspondientes al martes 7 y el miércoles 8 de fe-brero de 1933 y después también en El Defensor de Canarias en los números correspondientes al 10 y 11 de febrero. Desafortunadamente la nueva edición en español aumenta las inexactitudes de esta lista bibliográfica de Anders. Aquí se consigna que el artículo «Un jefe de tribu de La Gomera y sus relaciones con la Curia Romanas está publicado en el vol. V de la revista Investigación y Progreso, cuando se trata del vol. IV, Asimismo, también equivoca el título del artículo «Le noms de nombre dans le parler guanche des Iles Canaries)) (1954), que pasa a ser «Les noms de nombre dans le parler guanche et du Berbkre)). Igualmente figura equivocado el sub-título de los Monumenta de 1965, que viene como Díe Kanari-schen Sprachdenkmaler und die Sprache der Megalitkultuv. Eine Studie zur Vor- und Friihgeschichte Weissafrikas y que no re-produce el subtítulo original. PARTE 1 En la parte 1, Wolfel trata cuestiones de dialectología y paleografía, y comenta de forma detenida las características de todas las fuentes consultadas, desde las más antiguas hasta las más cercanas en el tiempo, mostrándose perfectamente cons-ciente de que los materiales de la lengua canaria nos han lle-gado de muy diversas maneras y que poseen un valor desigual Yr r n n v ~ 1 c *1* h ~v ~ x n~ I I Pn 4cr prtp m~ t ~ r insrl> rb-í2 2scmirs~ P U L LIIV DUVIUJLS YUb A l U U U UI - 0 C V l l l U C V ~ l - l y-lr en su estado original, es decir, sin antes someterlo a un análi-sis crítico y por ello comienza por una crítica de las fuentes. En esta parte 1 se advierten numerosas imprecisiones y erro-res que comentamos. En el 5 7 se nombra a John Abercromby y en nota a pie de página se remite a «The Language of the Canary Islandersn, Harvard African Studies 11. El lector informado advertirá que el título correcto es «A Study of the Ancient Speech of the 482 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS REVISI~N Y ACTUALIZACI~N DE LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE 19 Canary Islandsn y que el volumen de Haward Afvican Studies no es el 11 sino el 1. En el 5 20, nota 5, se remite al trabajo Euvafrikanische Wortschichten als Kulturschichten, que no se publica en 1940, tal y como se refleja, sino en 1955. En el 5 80 se interroga sobre la procedencia de los cuatro aborígenes que viajan a Lisboa al regreso de la expedición de Recco. A la luz de las referencias del texto, Wolfel sugiere que se trata de la isla de Gran Canaria y remite a su libro Die Kanarischen Altertümer und die WestkuItur, pero lo cierto es que sobran interrogantes y está de más el análisis porque el propio texto dice claramente la procedencia de los naturales: Los cuatro hombres que fueron hechos prisioneros eran imberbes y de buena presencia y andaban desnudos, te-niendo solo una especie de tonelete -que sostenían con una cuerda en la cintura- hecho de hojas de palma o de junco de dos y medio a dos palmos de largo, y con el cual cubrían sus vergüenzas por uno y otro lado, de modo que no lo levantase el viento, ni por ningún otro accidente. Son incircuncisos y tienen cabellos largos y rubios que les caen hasta el ombligo. Con ellos se cubren y andan descalzos. La isla a que éstos pertenecen se llama Canaria y es la más poblada. Al final del 5 84 se envía a la nota 18 en la que se cita el artículo de Wolfel «La falsificación del Canarien~. La nota abunda en detalles bibliográficos de esta publicación, pero ol-vida que se trata de la Revista de Histovia de la Universidad de La Laguna. Los datos bibliográficos que Wolfel consigna en 5 113 so-l---- l - . - - - - -. <- - - UIC la rlavegacion de Cadamosto no son precisos y pueden provocar confusión. Así, se dice que este texto fue impreso por Ramusio en el primer volumen de su famosa recopilación de relatos de viajes, que la edición que utiliza es la segunda y que la primera apareció en Venecia en 1507, referencias claramen-te C C ) E ~ ~ J S ~LCa. ~?avegucióid, e Cadamosto ve !a !üz por prime-ra vez en 1507 al ser incluida por M. Fracan en su publica-ción Paesi novamente retrovati ..., y en 1508 se publica de nuevo en la versión latina de Archangelus Madrignanus y nuevas Núm. 45 (1999) 483 20 CARMEN DfAZ ALAYON Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO ediciones de la obra de Fracan se hicieron en Milán (1512 y 15 19) y Venecia (15 17 y 152 1). Con posterioridad, S. Grinaeus toma el texto de Cadamosto de la obra de Fracan y lo incluye bajo el título de Navigatio ad temas ignotas A. Cadamusti en su Novus orbis regionum ac insularum veteribus incognitarum, impreso en Basilea y París en 1532. Nuevas ediciones del Novus orbis de Grinaeus se publicaron en Basilea en 1537 y 1555. Pero, sin duda, la navegación de Cadamosto se difundió ampliamente gracias a que Giovanni Batista Ramusio la inclu-yó en el primer volumen de la segunda edición de su obra Delle navigationi et viaggi ..., aparecida por primera vez en 1550 y luego en 1554, 1563, 1564, 1588, 1606 y 1613. En el 3 126, al tratar sobre Francisco López de Gómara, Wolfel nos dice que este autor no aporta nada con respecto al sistema de comunicación de los antiguos canarios y nosotros no llegamos a entender el nulo valor que le adjudica a esta fuente. En su Historia General de las Indias, publicada por primera vez en Zaragoza en 1552, Gómara incluye dos capí-tulos sobre las Afortunadas. En el primero de ellos, tras reco-ger que el Archipiélago había sido ampliamente conocido y repetidamente elogiado por autores griegos, latinos y africa-nos, se remonta al siglo XIV con la llegada a las Islas de las primeras incursiones de europeos y hace un rápido recuento de las distintas empresas de la conquista. A esto sigue el capí-tulo dedicado a las costumbres de los canarios y que incluye una referencia lingüística de especial interés: Es mucho de maravillar que, estando tan cerca de Áfn-ca, fuesen de diferentes costumbres, traje, color y religión que los de aquella tierra; no sé si en lengua, porque Gomera, -le1 l1a e y otros vocabh aci hzy eTi e! r e i d~e ~Fe z y Benamarín. Ignoramos de dónde toma Gómara este referencia. Sabe-mos que el capellán de Hernán Cortés, de la misma forma que nunca pisó el suelo americano, tampoco estuvo en las Islas, pero si tenemos en cuenta su biografía, no tiene nada de ex-traño que haya obtenido personalmente este referencia lingüís-tica que hemos destacado y debemos considerar a este respec- 484 ANUARIO DE ESTUDIOS ATUNTICOS REVISI6N Y ACTUALIZACI ~ND E LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE 2 1 to que López de Gómara reside en Sevilla durante mucho tiempo y que la capital andaluza es en aquellos momentos la antesala de Canarias y también hay que destacar 'que el cro-nista tiene un contacto especial con el Magreb, ya que acom-pañó a Hernán Cortés a Argel en 1541 en la expedición con-tra los Barbarroja. Este referencia lingüística que hace López de Gómara la veremos con posterioridad en Abreu Galindo, pero resulta difícil de establecer si el historiador franciscano la toma de Gómara -cuya obra aprovecha en varios momen-tos y cita convenientemente- o si viene en una fuente des-afortunadamente no conservada a la que ambos tuvieron ac-ceso, posibilidad que nos llevaría a la famosa historia perdida del doctor Antonio de Troya, probablemente redactada a me-diados del siglo XVI y que constituye la fuente canaria común que siguen los historiadores de finales de la centuria, comple-tándola en algunos casos y en otros seleccionando sus mate-riales. De cualquier forma, se trata de un apunte de especial relevancia que muestra palpablemente que desde fecha tem-prana se advertían las coincidencias lingüísticas entre la Berbería y el ámbito insular. El capítulo 12 se dedica a algunos viajeros del siglo XVI y a pruebas de hidalguía de esta época y entre los textos comen-tados se encuentran varias fuentes inglesas de los siglos XVI y XVII, algunas de las cuales no llega Wolfel a manejar ni a iden-tificar satisfactoriamente. En el 5 177 cataloga una obra pu-blicada en Londres en 1583: A pleasant description of the fortunate Ilands, called the Ilandes of Canaria, with their strage fmits and commodities, verie delectable to read, to the praise of God, cuyo autor esconde su identidad tras el seudónimo de ccpc9r pijgr;lTl;> a lAT~l$-l w-nfi-fie-vvulLLl .c;LviiuLr;q üe iiu püdu emsü!iar esia contribución y, por ello, no pudo advertir que este pobre pe-regrino no es otro que Thomas Nichols y que la obra en cues-tión es la misma que la que comenta a continuación en el 3 178, párrafo dedicado a la. Description de Nichols que R. Hakluyt incluye en el segundo v n l ~ ~medne SUS P & x i p ~ ! Navigations, Voyages, Traffiques and Discoveries of the English Nation, publicado en Londres en 1599. El texto que Hakluyt edita no reproduce la hermosa dedicatoria inicial de Nichols Núm. 45 (1999) 485 a John Wooley y también omite los dos primeros párrafos y la primera frase del tercero, pero el resto del texto sigue la edición de 1583. Wolfel no se da cuenta de que lo que catalo-ga como dos obras diferentes son en realidad la misma e in-cluso equivoca el título del texto editado por Hakluyt, que no es Description of Tenerife, como él refleja, sino A description of the Fortunate Ilands, othervise called the Ilands of Canaria, with their strange fruits and commodities. Composed by Thomas Nicols, English man, who remained there the space of seven yeeres together. El 3 179 se dedica a analizar las observaciones de Edmund a Scory. Wolfel cree que Buenaventura Bonnet concluye acerta- N damente cuando afirma que Scory debió de encontrarse en Tenerife en el año 1582 y vivir en la época del duque de O n Lema, pero -como se ha podido demostrar- lo cierto es que - m O el viajero inglés no pudo encontrarse en Canarias en la fecha E 2 indicada porque en esos momentos contaba siete años de edad -E (Castillo 1992-1993) y su paso por las Islas debió de haberse producido con posterioridad a julio de 1618, fecha en la que 3 - es nombrado caballero porque de otro modo no hubiera reci- - 0 m E bid0 el trato preeminente que le dieron las autoridades loca- O les. Junto a esto, Wolfel plantea aquí sus dudas sobre si el texto que viene en el 5 11 del mismo volumen y libro del n -E Pilgrimage de Purchas procede igualmente de las notas de a 2 Scory. Estimamos que no hay lugar para duda alguna. Scory n no es el autor del texto en cuestión, sino que se trata de una n descripción del Archipiélago que Purchas elabora e incluye en 3 O la tercera edición de su Pilgrimage, dentro del libro VII, capí-tulo XII y 3 11 con el título de «Of the Canaries, Madera and Fuitu Santo;;. Este texte tumbiéri viene en 12 cu2rt2 ediciSn de1 Pilgrimage -aparecida en 1626, como ya hemos señalado-pero en esta ocasión Purchas introduce algunos cambios, apor-tando información complementaria y suprimiendo algún pá-rrafo de la versión anterior que consideraba irrelevante. En esta ocasión, Purchas proporciona una muestra más de su es-casa habilidad literaria y corto mérito como historiador en los materiales que publica, ya que no nos deja una descripción coherente, completa y bien hilvanada de las Canarias, sino que 486 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS REVISI6N Y ACTUALIZACI~ND E LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE 23 / se limita a dar entrada a las distintas fuentes que llegan a sus manos y son estas fuentes las que marcan en todo momento la estructura y el tono de la descripción. Es, pues, una ima-gen fragmentaria, construida con información diversa que pro-cede de autores también diferentes en procedencia, formación, alcance y objetivos. Basta leer las observaciones de Scory y compararlas con la descripción de Purchas para advertir no-tables diferencias entre ambos textos. En Scory hay orden, estructuración, voz y autoridad personal, aspectos que el cor-to talento de Purchas no muestra. Para redactar esta descripción Purchas se sirve de diversas fuentes, entre las que tenemos: Le relazioni universali de Giovanni Botero, La prima navigazione per l10ceano alle tewe dei Negri della Bassa Etiopia de Cadamosto, L.r Siugdarifez de la France antarctique de André Thévet, la Geografia distinta in XII libri de Livio Sanuto, la Pleasant Description de Nichols, la primera parte de la Historia Natural y General de las Indias de Fernández de Oviedo, el Tratado dos descobvimentos antigos e modernos de Galviio, la Década Primeira da Asia de Joiio de Barros, y De Locis Theologicis de Melchor Cano. Algunas de estas fuentes las maneja Purchas en la traducción inglesa, como ocurre con las obras de Thévet, Galvao y Botero, y a estas fuentes bibliográficas Purchas añade información oral, como la que le proporcionan Lewis Jackson sobre el Árbol Santo de El Hierro y Thomas Byam sobre el Teide, además de algún dato que procede de la propia experiencia personal del compilador. Particular interés posee la información de Jack-son. Purchas recoge que este amigo suyo pudo contemplar el fabuloso árbol de El Hierro durante una estancia en esta isla -1 TT. eii 1618 y csiabkce ki población de 1a isla de EI Hierro en aquel momento en 8.000 habitantes y 100.000 animales, cifras a todas luces exageradas y que Sir Edmund Scory rebaja sen-siblemente. Una vez más, volvemos a ver la voz y el criterio de Edmund Scory, y en esta ocasión pronunciándose sobre El Hierro, lo que muestn que SU cmncimient~d~e !as CUEUI-~US no estaba únicamente limitado a Tenerife. Núm. 45 (1999) CARMEN D~AZ ALAYÓN Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO PARTE 11 Esta parte se dedica a los textos que se refieren específi-camente a la naturaleza de la lengua de los aborígenes así como a las relaciones lingüísticas de las Canarias prehis-pánicas, y se analiza la cuestión de la homogeneidad o diver-sidad de las antiguas hablas del Archipiélago. En 3 12 se reproduce la cita siguiente: ((These people were called Guanches. Their language was different to that of any other of the Canary Islands. Each Island had its own lan-guage~, q ue se adjudica a Nichols, pero no viene así en este autor. En 3 13 se reproduce la cita siguiente: «These peoples were called Guanches by fiawra!! TL-T, ,--La -nr\thnr I li~y apanb L I I I V C I I ~ I language cleane contrarie to the Canarians and so conse-quently every island spake a severa11 language», que se remite al Pilgrimage de Purchas, parte 2, p. 1673, pero pertenece a la Description de Nichols, que lo trae en el apartado correspon-diente a Tenerife. PARTE 111 El índice alfabético de todas. las voces con indicación de la parte y párrafo en el que son estudiadas se dispone en la par-te 111. Este inventario de materiales precisa una profunda re-visión. Puesto que se trata de una lista de las voces y expre-siones conservadas de los antiguos canarios, hay que eliminar ~ 1 1 33, n * *m- - c ~ c fnrmac q v n~o tienen esta procedencia, Ub CllCI lU.3 II,A.II"IVYUU LvArllr-como es el caso, entre otras, de Albarderas, Cardume, Cotios, Chamusquina, Helecho, Izquierdo, Miñocos, Mojón, Nazaret, Orégano, Sab~alejo, Sobaco y Yedra, del mismo modo que hay que desechar materiales no canarios, como ocurre con aigaite. También hay que restituir la forma auténtica a las lecturas erradas y completar las referencias de los términos que no las presentan: Aguatimas-guaya, Apala, Arguaio, Artedava, Ataodra, Aurotapala, Axafie, Bence. REVISI6N Y ACTUALIZACI~ND E LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE 25 PARTE IV En esta parte se analizan los elementos conservados con su significado: frases, voces relativas a la familia y a la estructu-ra social, topónimos, antropónimos, nombres de animales, plantas, etc. Algunas de las deficiencias que se aprecian en esta sección son producto de lecturas erróneas. Un ejemplo ilustrativo es boruca (3 23.5)) registro errado que Wolfel toma de los materiales de Álvarez Rixo y que condiciona sus con-clusiones sobre este término, porque no es boruca sino bómea, voz que se aplica a los líquidos y que tiene el valor de 'tibio' y para la que se han propuesto diferentes hipótesis etimológicas, como se podrá ver más adelante, pero que re trata de unn más de los numerosos lusismos del léxico canario, circunstancia que J. A. Álvarez Rixo señala acertadamente en su momen-to, al igual que otros investigadores posteriores, como J. Pé-rez Vida1 y J. Régulo Pérez. Otros casos de lectura indebida de los materiales de Álvarez Rixo pueden verse en gamaic y tanaya. En otras ocasiones, tal y como habíamos adelantado, se aprecian en Wolfel unos conocimientos poco profundos en español. Advierte la filiación lingüística de arrorró (5 51)) fa-raute (§ 149, 153), chivato (§ 186)) güero (§ 200)) mazorca (9 209), tuno (5 216)) alcairón (3 326) y codeso (3 387), pero no le sucede lo mismo con otras voces. Una de ellas es mondiza (5 79), y las consideraciones morfosintácticas que Wolfel hace aquí para intentar explicar esta forma a partir del bereber eddes, nemmedes y anmeddes carecen de todo funda-mento porque mondiza es clarameme una adaptación del es-pañol inmundicia. Otro caso es el de tolmo (§ 462), voz para la que Wolfel proporciona como correspondencia intrainsular la forma gomera Lolma, que documenta en el Archivo del Va-ticano, y también remite a un paralelo del bereber del Ahag-gx: r~mmet!fZremmfit, UMM,T¿;, m,~ef/tk,SCUt, amfiá, perG m es aquí donde hay que buscar la explicación de tolmo porque en español tenemos tolmo 'peñasco elevado, que tiene seme-janza con un gran hito o mojón' y tomo 'peñasco, tolmo; pe- Núm. 45 (1999) 489 26 CARMEN D ~ A ZA LAYÓN Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO queña masa suelta de tierra compacta; pequeña masa suelta de otras substancias' (DRAE). Lo mismo se repite con Fuste (5 433)) forma geográfica majorera que Berthelot es el prime-ro en considerar prehispánica, pero Álvarez Rixo se da cuenta de que se trata de un término español (1 99 1 : 1 18) y desafortu-nadamente Wolfel no se percata de este hecho. Otros casos en los que Wolfel no acierta a ver la correcta filiación pueden verse en apio (5 344), tuno (5 216) y chayota (5 366). Estas circunstancias se repiten con el portugués. Aquí no tiene dificultad en señalar la correcta procedencia de tabefe (9259)) bucio (5 338)) cheme (3 349), chucho (5 341), burgao (5 342)) anjova (3 343), gilbarbera (3 358) y fawobo (5 376), pero no tiene la misma fortuna con otros lusismos. Uno de ellos es viñátigo (§ 359), voz que hay que desterrar de los Monumenta porque se trata de un lusismo más de las hablas canarias. La clara filiación occidental ibérica de este fitónimo insular no es advertida por Wolfel, sin duda desorientado por no encontrar paralelos románicos o bereberes a los que remi-tirlo y por tener en cuenta la convicción de algunos autores que catalogan viñátigo como prehispanismo. Otro caso es el de abisero (3 425). La consideración de esta voz como pre-hispánica parte del historiador palmero Juan Bautista Loren-zo Rodríguez, para el que los campesinos de La Palma llaman abacero a la parte soleana o iluminada de los barrancos, y denominan abisero a la parte sombría, oscura y no soleada de los montes. Además, Lorenzo Rodríguez adjudica un valor preciso al primer segmento de abacero: aba = luz, y al de abisero: abi = oscuridad, pero deja sin explicación el segundo segmento de ambas palabras. Con posterioridad, también RlvarCz DeIgadu ( 194 1 a:74 y !948:449-449) admite la extrae= ción prehispánica de abisero y piensa que en el fragmento no explicado está encerrado el elemento fundamental del térmi-no canario Aceró, que explica como 'caldera, vertiente o lugar cerrado, áspero y difícil'. Así, para Álvarez Delgado de la com-hinacih nhn+ncerci vendna abacero, forma que en la actuali-dad es llana, pero que pudo haber sido primitivamente agu-da. Wolfel entiende también que nos encontramos ante dos formas prehispánicas y remite aba al bereber afa 'claridad pro- 490 ANUARIO DE ESTUDIOS ATL~~NTICOS R E V I S I ~ NY AcTUALIZACI~N DE LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE 27 ducida por cualquier agente luminoso: sol, luna, estrella, fue-go' (Ahaggar y bereber común) y vincula ubi a 2fi 'refugio, lu-gar donde nos podemos poner a cubierto' (Ahaggar), con lo que abacero vendría a ser 'luz del sol' y abicero 'protección del sol'. Pero esta hipótesis etimológica carece de fundamento al-guno y la explicación se encuentra en otro lado. La voz aba-cero no existe y abisevo es una forma que en el Archipiélago es exclusiva del léxico palmero y que procede del occidente peninsular. En Galicia se dan las formas abiseiro, abejedo y abisíu; en León se han documentado ubesw y avesedo; prau avesin en asturiano; abijuelo y abijero en Salamanca; y en por-tugués se encuentran avesseivo, avisseiro, avessedo, abexedo y abijeivo. Esto se repite con saifía (5 346), voz para la que Wolfel no encuentra paralelos portugueses o españoles; por ln que concluye que puede proceder de la lengua de los aboríge-nes o también que los pescadores canarios la tomaron de los pescadores berberiscos, y proporciona el paralelo asiaf (Ahag-gar) 'llano extenso absolutamente plano', pero en portugués existen los ictiónimos seifia 'peixe labróide, Scarus den-ticulatus', safio 'pequeno congrio', sefia 'peixe esparóide, Sargus vulgaris' (Figueiredo). Otros casos en los que Wolfel no acier-ta a ver la correcta filiación pueden verse en esteo (5 278), claca (5 337) y sama (5 344). En las notas que siguen comentamos de forma más deta-llada estas inexactitudes y errores junto a otras cuestiones en las que Wolfel analiza lúcidamente y sus conclusiones son acertadas. 14. Aica mavaga aititu aguahae Maica guere; demacihani ~ i a íM¿ i t c ~a ~ew.icz:ai~io. iiel Galañd (1987-88, 1991) estu-dia detenidamente esta endecha y concluye que Wolfel se sin-tió tentado a ver voces y rasgos bereberes en cada elemento de la misma y que, en líneas generales, el bereber no propor-ciona demasiada luz sobre este poema y el que sigue. Galand dPSt2~-1.2 impurihi!i&d & drsrcbrir cc&ydier rast r~d e las formas personales, morfemas o pronombres, que son tan ca-racterísticos del bereber y que, con unas pocas excepciones, muestran una sólida unidad a través de las distintas varieda- Núm. 45 (1999) 49 1 des, y también señala que ninguno de los morfemas bereberes usuales figura en las formas verbales de los poemas. Pero con-cluye que esto no implica que Wolfel eligió el camino equivo-cado y que los estudios canarios no tienen nada que ver con el bereber. Le parece que seis breves líneas no pueden propor-cionar una visión completa del problema y que, si bien sola-mente dos o tres palabras parecen tener alguna relación con el vocabulario bereber, no es menos cierto que Wolfel reunió otras muchas formas que resultan familiares a los berbe-rólogos. 3 15. Mimerahana zinu zinuha Ahemen aten haran hua Zu 2 Agarfti fenere nuza. Las mismas conclusiones que Galand w extrae de su análisis de la endecha anterior cubren ésta. So- P lamente dos términos en el texto -confiando en la grafía -- n y en la partición de las palabras- pueden encontrarse en a los materiales canarios: ahemen y haran. Ningún otro ele- B E mento de las dos endechas ha sido identificado conveniente- - S mente. 5 3 57. Garuaic. No es garuaic, como trae Wolfel, sino - gasnais, como refleja Álvarez Rixo (1992:94). El valor de 'puño' a Q B que Wolfel le adjudica a esta forma puede inducir a error O puesto que la voz no designa ninguna parte del cuerpo huma- nS no sino la cantidad de gofio que se puede llevar a la boca con $ la mano medio abierta. Junto a esto, ninguno de los paralelos A bereberes que Wolfel proporciona se acerca a la voz canaria y n n la propuesta etimológica que da: waraik, gwaraik 'puñado', 5 S carece de fundamento. O 3 60. Ñoca. No tenemos otro registro de esta voz en la li-teratura dialectal de Canarias que el que Fernández Pérez re-coge ,, ír,aielidesn. ---c...-+..--~--,,+ , . . vcaalvl ~ul iauaui~l ie~!e a,í; a!;s;s v e Wolfel hace de este elemento no es muy concluyente. Para este autor no hay ninguna duda de la procedencia prehispánica de esta voz, pero se limita a aportar un conjunto de voces del bereber y del hausa, que tienen el valor de 'dedo': dad/idudan (Sms, Sckna, Ghdamés), tn/j/itbdnn (Siwa, Sened), adad/ idudan (shilha) y ydtsa/y&tsfi, ydtsotsi (hausa), y que en su opinión y en la nuestra se encuentran bastante lejanas de esta voz gomera. 492 ANUARIO DE ESTUDIOS ATL.~NTICOS REVISI~N Y ACTUALIZACI~N DE LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE 2 9 5 63. Sato. Para Wolfel esta voz encuentra una explicación fácil e indudable en el bereber izot 'torpe' (Ghadamés) y la hipótesis de Álvarez Delgado según la cual sato es una forma dialectal del español chato no le parece posible, habida cuen-ta de la improbabilidad del cambio ch > s. Un registro tem-prano de esta voz puede verse en Espinosa, lib. 111, cap. X. 5 65. Enguise. Wolfel explica esta forma a partir del bere-ber angus 'aguja' (shilha). No lo creemos posible. 3 67. Guairo. Para Wolfel esta palabra se explica clara-mente a partir del bereber egru 'discernir, prestar atención a'. A nosotros no nos parece posible. 3 68. Gomeira, Gomeiroga. Es evidente que el antropónimo Aremoga que trae Frutuoso es falso y que el clérigo azoreano lo crea escribiendo al revés la voz Gomera, al igual que inven-ta aifaraga a partir de Garafía. 5 69. Altini. A pesar de lo que dice Frutuoso, Altini es un nombre creado a partir del topónimo Enizara. !j 69. Taber. Evidentemente Lorenzo Rodríguez obtiene este elemento a partir de su análisis de Tabercorade o Tebex-corade, forma integrada según su criterio por el valor 'bueno' representado por taber y por el valor 'agua' expresado por ade. El historiador palmero vuelve a encontrar el segmento ade en Adeyahamen, donde discrimina el sentido 'agua' y adjudica el sentido de 'bajo, debajo' al segmento restante, sin darse cuen-ta de que en este topónimo palmero el valor 'agua' está en el elemento final ahamen. 5 76. Taco. Wolfel no se da cuenta de que taco 'refrigerio, piscolabis' es voz española. Por ello los paralelos bereberes que aporta no pueden explicar esta forma. r 77 7 7 - - - Á I n:---- - 1 -:-- 1- --. / * n n i . ~ ?c n 1 . nurL. AIVCILCL nmu iiu uat: rurr ~ i i urru u (1 771 .v3, JU- 51). 5 80. Ruma. Wolfel considera que este término proce-de con seguridad de la lengua de los aborígenes, si bien la lin-güística comparada no le proporciona términos o paralelos cer-c a n ~P~e. r ~no se tmta de fina VGZ insdar antig'ia, sino que existe en portugués y en el español de América y que también se encuentra en el español peninsular bajo la variante de amma. Núm. 45 (1999) 493 3 0 CARMEN D ~ A ZA L A Y ~ NY FRANCISCO JAVIER CASTILLO 5 84. Juanil. Wolfel no se da cuenta de que se encuentra ante una variante de guanil, voz que estudia en 5 191. 5 121. Tacuitunta. Si esta forma herreña es la misma que la actual Tagutanta, toda la hipótesis etimológica que Wolfel desarrolla aquí carece de valor. Asimismo, la presencia del topónimo Taguasinte en este apartado no se justifica. 5 168. Belingo. Wolfel señala que esta palabra canaria puede ser prehispánica y para ello se apoya en un término del bereber del Ahaggar: weligen 'errar de aquí para allá', awel¿igan 'hombre (o animal) que tiene la costumbre de ir de aquí para allá'. Otros autores no comparten esta extracción. 5 181. Baifo. Wolfel piensa que las voces beyyew 'estar sin cuernos' y abiyaw/ibiyawen 'animal sin cuernos' del bereber del A L ---- tuaggar ~ui i43:s ~..i-~.u--y .uc.i-i ip- ar- al1-c-1r ,-A, ,u$-,-, p ci rcuu p,,a,r, a u&,ui -r,r,,+,, l,Tuh . I Y U ~ U L I u3 no lo creemos. 5 186. Chivato. Berthelot (1842:187) recoge la voz chivato 'cabritillo' como voz de los aborígenes canarios y lo mismo hacen Chil (Estudios I:420, 447, 542 y 1159, 102, 127, 145), y Millares Torres (Historia X:214, 218, 224, 240, 255, 260, 266). También de Berthelot lo toma Bute (s.a.: 22-23, 41), que igualmente lo da como un indigenismo, pero en realidad se trata de un elemento léxico romance, que en modo alguno se puede hacer proceder de las lenguas prehispánicas del Archi-piélago. Wolfel se da cuenta del error, puesto que en español existen los elementos chiva, chivo y chivato, y tiene claro que la lingüística comparada no puede ofrecernos elementos para relacionar o vincular, por lo que proporciona una completa lista de voces del bereber y de otras lenguas, como el vasco, el bretón y el címrico, pertenecientes al campo de 'ganado menor', ninguna de las cuales se acerca a chivato. Este hecho del romanismo de chivato también es señalado por W. Giese (1949:194, nota 19). 5 195. Aifaraga. Wolfel piensa que la reproducción fonéti-ca de esta voz es perfecta y cree documentarla ampliamente no sólo en bereber sino en otras lenguas. Pero Aifaraga es voz inventada por Frutuoso a partir de la voz Garafía. Véase 3 68, a propósito de Gomeira, Gomeiroga. 494 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS REVISIdN Y ACTUALIZACIÓN DE LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE 3 1 5 196. Egalate. Wolfel relaciona esta voz palmera con dos formas canarias: Tigulahe (El Hierro) y Taguluche (La Go-mera), relación que a nosotros -si es que la forma herreña se reproduce genuinamente- nos parece carente de funda-mento. Junto a esto, hay que destacar que el Árbol Santo no se encuentra en La Gomera, tal y como dice Wolfel aquí, sino en El Hierro. 5 198. Cabuco. Wolfel desconfía del origen canario de cabuco, forma para la que no encuentra paralelos firmes y cercanos en las lenguas bereberes, por lo que deja patente sus dudas sobre la filiación prehispánica de cabuco y le parece insuficiente tener en cuenta únicamente el criterio de Ber-thelot. En este sentido cabe citar el criterio de Pérez Vida1 (1964:257, 1966:369), que piensa que estamos ante occiden-talismos peninsulares, ya que la variante chaboco puede pro-ceder de los términos lusos chabouco, xaboco y chaboco, provincialismos de El Algarve y Extremadura, que tienen el sentido de 'cavidad natural donde se aglomeran las aguas', y la variante caboco se puede vincular al port. cabouco 'fosso, cova cumprida' (Figueiredo), elemento que con similar signi-ficado existe asimismo en gallego. 3 169. Ameñime. Se relacionan aquí diversas variantes textuales de este topónimo de Tenerife, pero el único registro válido es el de Olive. 5 210. Afrecho. Nuestro investigador da afrecho como prehispanismo y proporciona un amplio conjunto de formas bereberes que considera paralelos adecuados: tifers'it/tifers'a 'brizna de paja' (Saw); taferkit 'trozo de cáscara' (Ahaggar), taferkr/tferka&n 'cáscara' (Ahaggar), tiferkit 'hoja' (Segr.), afrekki 'cortezaj cáscara' (shilha), ifirkg; iferki 'cáscara: mondadura, vaina' (shilha), afersu/ifersa, affmkkui 'astilla, casco' (shilha), y afer?~u/ i fer~pm'as tilla, casco' (shilha). De acuerdo con estos términos, Wolfel establece dos hipótesis etimológicos para afre-cho: afreko o afrec'u, afreSu 'paja de cebada'. Nuestro investi-gador ignora que se trata de un término hispánico, que posee una gran dispersión en Andalucía. 5 218. Camames. No relaciona esta voz con el canarismo gamame. Núm. 45 (1999) 495 3 2 CARMEN DfAZ ALAY6N Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO 3 220. Tajalague. Wolfel, siguiendo a Álvarez Rixo, nos dice que tahalagues son dos pedazos que quedan unidos al tronque de la palma después de cortados sus gafas». Eviden-temente, el autor portuense no escribe tronque ni gafos, sino tronco y gajos (Álvarez Rixo 1992:123). 3 222. Sagamo. Wolfel reconoce que no ha podido encon-trar paralelos, ni siquiera cercanos, para esta forma, por lo que su análisis es manifiestamente corto y superficial. Es evi-dente que no ha hallado paralelos o correspondientes porque no ha buscado en la dirección adecuada ya que se trata de un término común al español y al portugués. En portugués amago es 'a medula das plantas; a parte mais íntima de uma coisa ou pessoa; a alma; a essencia' (Figueiredo). 3 223. Bubango. Diversos autores del siglo XIX, como Bezthelot (i 842; i 86 j, Chil (i:84 i, 1155, i0 i j, Miiiares Torres (X:224, 260) y Loher (s.a.: 125) adjudican origen prehispánico a esta voz y, consecuentemente, la relacionan con su inventa-rio de los materiales lingüísticos conservados de los antiguos canarios. En la misma línea, Juan Álvarez Delgado propone con posterioridad una hipótesis etimológica difícilmente acep-table (1941a:88, 1941b:48, 1945, 1946:ll8-126 y 1947:217). También Wolfel piensa que la voz es prehispánica y la rela-ciona con los términos kaukaune 'melón' (Iull.), agdn 'pepino' (Sgr.), agdn 'melón verde' (Ghat) y guna 'melón' (hausa), nin-guno de los cuales explica bubango. Bethencourt Alfonso (1991:142) se dio cuenta del hecho de que el origen de este canarismo había que buscarlo en otro lado. Diversos autores remiten al portugués bogango/boganga 'espécie de abóbora (Cucurbita melanospenna Braun)', mogango/moganga 'variedade de abóbora menina' (Figueiredo). 3 224. Awife. Álvarez Delgado llega a considerar este ele-mento como un guanchismo marginal, al poseer datos sólo de El Hierro y de Fuerteventura. Wolfel parte del criterio de Álvarez Delgado sobre arrife, pero señala que no se poseen referencias de esta voz y que no puede encontrar ningún pa-raieio adecuado en ei dominio bereber. A este respecto, tenien-do en cuenta el valor de 'terreno pedregoso' que tiene awife, Wolfel sugiere que se puede pensar en los elementos ruffet y 496 ANUARIO DE ESTUDIOS AT~NTICOS REVI S I ~NY ACTUALIZACI~ND E LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE 33 araffu del bereber del Ahaggar. Pero la explicación del térmi-no se encuentra en el occidente ibérico. En el portugués azoreano, awife tiene los valores de 'ténue camada de terreno, em que aparecem, aqui e ali, cabecotes de rocha subjacente' y 'terrenos de cultura, dispostos em tabuleiros socalcados, nas encostas' y en la zona de Alcanena posee el sentido de 'penedia cortada a prumo' (Figueiredo). Wolfel no advirtió la evidente similitud que existe entre las acepciones que amfe tiene en el español canario y las que esta voz posee en el léxico luso in-sular y continental (Pérez Vida1 1967:255-256 y 1991: 163-164; y Díaz Alayón 1987:71-73). 5 226. Embelga. Wolfel se deja llevar inicialmente por el criterio de Juan Bautista Lorenzo Rodríguez e incluye y estudia esta voz entre los materiales prehispánicos canarios, adjudicán-dole paralelos bereberes: bulleg 'estar hecho de terrones, formar un terrón, una bola' (Ahaggar); abelleg 'terrón, trozo' (Ahaggar); abellokíibellegen 'terrón de tierra' (Tait.); ableflibelgan 'trozo de tierra, terrón' (Ghat); y ebelgetdn 'piedra o, más bien, masa re-donda grumosa para construir o para cultivar' (shilha), pero concluye reconociendo su indudable procedencia románica. En La Palma embelga es 'pequeño trozo de terreno' y en Tenerife 'surco o división que se hace en el terreno antes de sembrar el trigo', valores similares a los que embelga tiene en el occidente ibérico. En Asturias y León, embelga es 'bancal o era de siembra que se riega de una vez' (DRAE, DUE), y en portugués belga y embelga tiene los sentidos provinciales de 'pequeno campo cul-tivado, coirela', 'jeira, seccao de jeira', 'cada uma das seccóes de um prédio rústico, separdas por batoréus, arretos, regos parale-los ou valados', 'reuniao de moreias', y 'cada um dos regos pa-ralelos com que se divide o terreno. antes de lavrado, vara que a semente se espalhe com a possível igualdade' (Figueiredo). 5 231. Guerehey. Álvarez Rixo no trae Guerehey, sino Guevehey (1991:71). 5 234. Ade. Lorenzo Rodríguez extrae el elemento a& de Adeyahamen, tal y como recoge Wolfel, pero también lo ve en Tabercorade. 5 235. Boruca. Como se adelantó en las líneas introduc-torias, boruca es una lectura equivocada de bomia, voz que se Núm. 45 (1999) 497 3 4 CARMEN D~AZ ALAY~N Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO ha intentado explicar desde distintos pintas de vista. Álvarez Delgado (1947:226) no cree que el adjetivo bornia sea voz in-dígena de Canarias, sino más bien indoeuropea, relacionada con el radical ghem o bomz 'hervir, calentar', con un fonetismo que parece céltico, y añade que sería curioso poder precisar al detalle el camino de esta unidad hasta Canarias. Navarro Artiles (1979) piensa, de modo diferente a Álvarez Delgado, que no hay que recurrir a lejanos radicales indoeuropeos, puesto que la explicación se encuentra mucho más cerca, en la evolu-ción agua homeada > agua homia > agua bornia y señala que el cambio fonético que más ha contribuido a ocultar los ver-daderos orígenes de bómea es precisamente la b- inicial, una b antihiática, generada entre agua y homia (la h- es muda) para dulcificar el encuentro de la vocal final de agua y la inicial de hornia. Sin embargo, nosotros no creemos que los orígenes de bórnea/bornia se encuentran en el horno majorero, sino que se trata de uno más de los numerosos lusismos del léxico cana-rio, como apuntó oportunamente Álvarez Rixo remitiendo al portugués bomo y momo 'pouco quente; tépido; fig. que nao tem energia; sereno; insípido; monótono' (Figueiredo). Este hecho explica que Wolfel no encuentre paralelos de boruca y que solamente exista en su imaginación el ligero parecido que quiere ver entre esta forma y Tebercorade. 3 242. Gofio. Wolfel reconoce que le falta un paralelo be-reber seguro para esta voz canaria, pero le parece muy proba-ble que esté relacionada con el vocablo bereber para 'tostarJ: eggw (Snus), ogg, ugghgg (Siwa), eggw (Segr), uggw (Zkara), eggu (Zwawa, Mzab). Como vemos, la propuesta etimológica que proporciona no nos da una explicación satisfactoria y su intento hay que situarlo junto a las diversas posibilidades que se han sugerido. En este sentido, mucho menos verosímil es la hipótesis que da Álvarez Delgado a partir de otra voz cana-ria: gánigo, y presumiendo en gofio el valor de 'tostar, cocer', propone la hipótesis gofio < ganigof gani + gof 'tierra, barro, greda cocida o tostada', 'barro, cuenco para tostar o cocer'. Vycichl (1952:195) busca la explicación de gofio en el término rifeño tigwawin y Bethencourt Alfonso (1991:263) lo hace en otra dirección y cree ver alguna conexión con el término vas- 498 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLJ~NTICOS REVISI6N Y ACTUALIZACIdN DE LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE 35 co sopa, zopa 'harina de cereal tostado', relación que, obvia-mente, carece de fundamento alguno. 3 243. Gasnais. Aquí escribe perfectamente bien gasnais. Wolfel se pregunta si gasnais y gainás son voces de Tenerife. Efectivamente, se trata de dos variantes de una misma voz, que solamente se ha registrado en Tenerife (Álvarez Rixo 1992:94). 3 244. Guachatisco. Álvarez Rixo no trae guachatisco, sino guachafisco (1992:97). Wolfel no encuentra paralelos para esta forma canaria y los paralelos bereberes que aporta no consi-guen explicarla. 3 250. Tabefe. Esta voz ha sido tradicionalmente conside-rada prehispánica y en este sentido se expresan Bethencourt Alfonso (1991:259), L. Fernández Pérez (1995) y L. y A. Milla-res Cubas (1924:169), pero se trata de una forma de origen no canario (Wagner 1925: 83; Álvarez Delgado 194 1 b: 1 1 ; Pérez Vida1 1967:261-263, 1991:242-243). Wolfel la incluye en sus Monumenta para rebatir el criterio de los hermanos Millares Cubas y señala que, a pesar de su aspecto canario, la palabra es española o más bien de procedencia gallega o portuguesa y perteneciente a la aportación árabe al léxico portugués y, por tanto, se trata de un elemento que hay que eliminar de los repertorios de voces prehispánicas canarias. En portugués tabefe es 'leite engrossado ao lume com assucar, e ovos; a agua que fica do leite quelhado para se queijar' (Bluteau). 3 256. Tzvjdla. La etimología tira + hala que proponen los hermanos Millares Cubas para esta voz le parece a Wolfel in-aceptable y señala que el objeto en cuestión procede de la época posterior a la conquista aunque la palabra en sí tiene una apariencia marcadamente aborigen y pudiera haber pasa-do & ui, ebiete de los r,berigrnrs r, &si~bun-L= r-e l introducido por los españoles. Pero también reconoce que esta explicación necesita un paralelo de las lenguas comparadas, paralelo que no ha encontrado. Pese al esfuerzo etimológico que Wolfel hace aquí, la única explicación posible va en la dirección de lo apuntado por los hermanos Millares. 5 258. Gamame. Wolfel no señala que los registros gua-mames y aguamames de Torriani y Abreu Galindo deben leer-se gamames y agamames. Núm. 45 (1999) 499 3 6 CARMEN D~AZ ALAY~N Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO (i 265. Atognatamar. Obviamente, esta voz no pertenece al español hablado en La Palma y tampoco creemos que proce-da de una fuente antigua, puesto que Lorenzo Rodríguez hu-biera recogido este hecho. Estimamos que se trata de una eti-mología personal que el historiador palmero construye a partir del antropónimo Atogmatoma. (i 269. Badana. Wolfel llega a considerar este término como prehispanismo y proporciona paralelos bereberes que, según su criterio, explican la voz isleña: abedan 'piel de car-nero con su lana' (Sus, shilha); tabedant 'piel' (Sus); abettan 'piel (de animal)' (Ndir). Por ello, para Wolfel la forma cana-ria original pudo haber sido abadan, abadana 'piel'. Afortuna-damente en las últimas líneas del estudio vemos que Wolfel se da cuenta de que badana es voz española. Badana -voz originariamente arábiga y que en español está documentada a partir del año 1050- tiene en las fuentes históricas de refe-rencia el mismo sentido de 'piel curtida de carnero y oveja' que recoge el DRAE. (i 273. Cairamo. Wolfel muestra en todo momento una gran cautela en relación con los materiales de Ossuna. En este caso no hay lugar para la reserva porque la voz cairamo pervive en el léxico de la zona de Anaga, donde ha sido docu-mentada (Alvar 1959:45, 83, 84, 85, 143, 191) y también existe cairano en El Hierro (Álvarez Delgado 1945-1 946). 5 277. Esteo. Wolfel toma este término de los materiales léxicos de La Palma de Lorenzo Rodríguez y señala que tiene apariencia española y que resulta inevitable asociarla al latín stare, pero la considera voz prehispánica con paralelos adecua-dos en el dominio bereber: asetta 'rama grande' (rifeño); tastd t;.-Tl.,n 'vil-- rlo tírhnl rnn c.-c hni~c?'/E n7iT\. tncottn 'rcimci L L J U M U L U L L l U UL U l U V l LWl1 JUJ IIVJUO \ V U Y I , ) C U d C L C U IUIIIU, ramo' (cabilio); astdistuam 'rama' (shilha). Asimismo, Wolfel señala que esteo le recuerda mucho al alemán ast 'rama'. Sin embargo, se trata de un término que existe en todo el occi-dente ibérico. En gallego esteo es 'columna, pilar, apoyo; ro-drigón o estaca que se clava en la tierra para sostener las ce-pas y las vides; puntal, madero que ampara o sostiene una pared que amenaza desplome; en algunas comarcas, cada uno de los pegajos sobre los que descansan los hórreos y los REVISI~N Y ACTUALIZACI~N DE LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE 3 7 cabaceiros', y en portugués esteio o esteo es 'vara, peCa de madeira ou metal com que se ampara ou sustém alguma coisa' (Figueiredo). 5 278. Verdones. Wolfel muestra aquí cómo la palabra bor-dones de Abreu Galindo se convierte en el Inquiry de Glas en verdones, y toma el lugar, la naturaleza, el valor y la distribu-ción geográfica de la forma original banodes, y cómo a partir de ese momento un nuevo elemento, nacido de la confusión y del error, entra a formar parte de los inventarios lingüísticos prehispánicos. Como tal lo trae Viera y Clavijo y, siguiendo al Arcediano, son diversos los autores que recogen esta forma: e Berthelot, Álvarez Rixo, Chil, y Millares Torres. A ninguno de D N ellos, tal y como subraya Wolfel se le ocurrió acudir a la fuen- E te original: Abreu Galindo, lo que hubiese impedido el error. O --- Bethencourt Alfonso debe haberse dado cuenta de que no era m O E voz de los aborígenes, sino fruto de la equivocación, y por tan- 2£ to no la consigna. Giese (1949:194, nota 19) se percata de esta -E circunstancia. 3 279. Jubrón. Para Álvarez Rixo jubrón es voz de los natu- 3 - - rales canarios. Wolfel no conoce paralelos de jubrón o jibvón en 0 m E español, gallego y portugués y ello le lleva a admitir esta forma O como prehispánica, pero cuenta con paralelos románicos. 3 281. Cabuco. Wolfel destaca la similitud que existe en- - -E tre esta forma que Fernández Pérez registra en el español de a 2 La Gomera con el valor de 'trozo de leña para el fuego' y -- tabuco 'lugar donde se encierra las cabras', pero no encuentra ningún paralelo que le permita remitir la voz a la lengua 3 O prehispánica, por lo que no quiere pronunciarse, pero deja una amplia lista de elementos del bereber y del vasco, todos ellos con el valor 'mzldela' y 'árbo!', qUe sime par8 mxt,rur yue la filiación de esta voz canaria no puede ir en esa dirección. Obviamente, no estamos ante una voz canaria antigua sino que se trata de una variante local de la voz cavaco (o cavaca), que en las hablas canarias tiene el valor de 'trozo menudo de leña', 'astillas que se producen al cortar madera', 'astilla seca y pequeña para encender la lumbre', y 'pedazos pequeños de una vasija de barro, loza o cristal que cae y se rompe'. La procedencia de cavaco se ha intentado establecer desde diver- Núm. 45 (1 999) 501 3 8 CARMEN D~AZ ALAY~N Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO sas posiciones (Bethencourt Alfonso 199 1 :272), pero en este caso no hay que recurrir a complicadas y poco verosímiles hipótesis etimológicas, porque se trata de un elemento que procede del occidente ibérico. En portugués tenemos cavaca lacha, pedaco de lenha' y 'estilha, pequena lasca de madeira; pedacinho de madeira, para lenha' (Figueiredo). Bluteau reco-ge cavaco como 'estilhaco, aparas que se tirao ao desbastar, e lavrar madeira'. 308. Gurancho. Ante esta voz, Wolfel se pregunta si es un doblete de archipenque, con diferente evolución de la labial y con palatalización avanzada de la última consonante y re-a mite a un paralelo bereber de significado similar. No cae en N la cuenta de que está ante un diminutivo despectivo del E O canarismo goro. n - = Cj 322. Masiega. Berthelot es el primer autor que trae esta m O E forma como prehispánica y varios autores posteriores coinci- SE den con él (Álvarez Rixo 1991; Bethencourt Alfonso 1991; Chil =E 1876549; Álvarez Delgado). También Wolfel intenta explicar 3 masiega en esa dirección, pero los paralelos bereberes en que -- se apoya no presentan la necesaria cercanía formal. 0m E Cj 325. Guirre. Tradicionalmente este zoónimo se ha veni- O do considerando como término canario antiguo. Esto lo vemos g en Abreu Galindo, lib. 111, cap. IV, y Glas sigue el criterio de n -E Abreu Galindo en su An Enquiry Concerning the Origin of the a 2 Natives of the Canary Islands, p. 178. En la misma dirección n 0 que Glas van las conclusiones de autores posteriores: Ber-thelot, Chil, Bute, Loher, Abercromby, L. y A. Millares Cubas, 3 O Álvarez Delgado, Régulo Pérez y Rohlfs. Tanto Abercromby como Wolfel prefieren explicar guirre a partir del bereber. Wdfe!, por su parte, rechaza la explicaciSn qiie prnpirci~nr Viera y Clavijo y considera que la hipótesis etimológica de Abercromby en este sentido es errónea tanto en su aspecto fo-nético como en el plano del significado y proporciona un gru-po de formas bereberes con las que esta voz canaria puede estar relacionada. Otra dirección en el análisis etimológico de guiwe es la que formula M. Alvar (1959:186), para el que esta voz tiene un claro componente onomatopéyico y se encuentra emparentada con las palabras guirle, guirre y guirri(o) recogi- 502 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS 39 REVISI ~NY ACTUALIZACI~ND E LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE das por Lamano en el habla salmantina, y con guiwi (y su plural guirres) registradas por G. Salvador en la zona de Andiñuela (León) y utilizadas todas ellas como denominación del vencejo. Se trataría, en este caso, de un proceso creador igual al de estapagao. 3 326. Alcairón. Wolfel señala que Viera advierte la filia-ción hispánica de esta voz, y que en la evolución alcaudón > alcaidón se da uno de los comportamientos fonéticos habitua-les en el español de Canarias. Por ello, concluye que se trata de un término que hay que desterrar de los materiales lin-güístico~ p rehispánicos canarios. Berthelot (18 42: 187) y, más tarde, Chil (II:47), Pizarroso (1 880: 155) y Millares Torres (X:242) habían llegado a considerar esta voz como pre-hispánica, pero se trata de una adaptación de la castellana alcaudón, circunstancia advertida por el Arcediano y por Bethencourt Alfonso, que no la incluye entre sus materiales. 5 327. Coruja. Wolfel advierte que esta forma es románica, como hicieran con anterioridad Álvarez Rixo (1992:84) y Bethencourt Alfonso (1 99 1 : 142). Diversos autores del siglo XIX como Berthelot (1842:187), Chil (II:56, 542), Millares Torres (X:224) y el marqués de Bute (s.a.: 22) llegan a considerar coruja como voz prehispánica. También para Loher (s.a.: 123- 124) coruja es un término de los antiguos canarios, que al igual que guirve y gánigo y otros, proviene del germánico. Nin-guno de estos autores advierte que se trata de una forma ca-racterística del occidente peninsular. 3 328. Estapagao. Wolfel manifiesta que la estructura de estapagao no participa de las características fonéticas de los elementos prehispánicos canarios y que, por el contrario, po-see rasg+ propi=~d e! pGrtUg~ésa,u nque rrcenece n i i ~nn Y"' "" posee materiales lingüísticos con los que establecer una rela-ción en este sentido, como tampoco encuentra en la lengua bereber formas con el sentido de 'búho' o 'lechuza' que estén cercanas a la palabra canaria. Los términos bereberes que aduce con el valor de 'lechuza', 'mochuelo' son buhan/buha-nen (Tait.), tawukt/tuwak (shilha), tiyukt (Siwa), y alagud (Snus), formas que en modo alguno se pueden vincular al término insular. Sin embargo, en Madeira existe otra ave noc- Núm. 45 (1999) 503 CARMEN D ~ A ZA LAYdN Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO 40 turna denominada por los científicos Puffinus anglorum y co-nocida popularmente como estrapagado, patagarro y papaga-rro (Figueiredo) , claramente próximas a las unidades cana-rias. Este hecho lleva a la conclusión de que la procedencia de todos estos vocablos es onomatopéyica (C. Díaz Alayón 1987: 158). 5 332. Tabobo. Para Wolfel, así denominan en La Gomera a la pardela. Evidentemente, la pardela y el tabobo son dos aves claramente diferentes. Nuestro investigador considera tabobo como prehispanismo y remite a varios paralelos del bereber, aunque no los considera seguros. 5 334. Monocoya. Álvarez Rixo no consigna monocoya, tal y como Wolfel nos dice, sino que trae la forma correcta morrocoyo (1992:llO). Wolfel señala también que esta palabra está claramente relacionada con el español morrocoy 'embar-cación muy poderosa' y no advierte que se trata de la voz cumanagota mowocoy que se aplica a un galápago común de la isla de Cuba, con el caparacho muy convexo, rugoso, de color oscuro y con cuadros amarillos. 5 337. Claca. Wolfel no encuentra paralelos referenciales de claca en los romances peninsulares y consecuentemente señala que la voz muy bien puede proceder de las hablas prehispánicas del Archipiélago, apuntando el término bereber aglal 'caracol, concha' como paralelo del término canario. Sin embargo, el zoónimo canario debe proceder del portugués craca que tiene el valor de 'molusco, que vive nos rochedos e no costado dos navios' (Figueiredo), como señalan diversos lin-güistas (M. Alvar 1975:428-429; Pérez Vida1 1952:8,18; 1968: 247; 1991:290-291). 5 118. &r&. WO&! cp &npr rqcf j~nto2 n ; ~ pdp fipn-den la procedencia romance de bucio (Rohlfs 1954234; M. Al-var 1975:430-431) y rechazan la desatinada etimología que Álvarez Delgado propone en varios trabajos suyos (1 94 1 a: 17 1, 1941b:48, 1946: 118-126 y 1947:217). 5 339. Jewón. En sus materiales lingüísticos de La Palma, Juan Bautista Lorenzo Rodríguez da jerrón con el valor de 'aguijón de las abejas'. Wolfel incluye esta forma entre las vo-ces de los antiguos canarios, siguiendo el criterio de Lorenzo 504 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS 4 1 REVISI~N Y ACTUALIZACI~N DE LOS MONOMENTA LINGUAE CANARIAE Rodríguez, pero no está convencido de su procedencia pre-hispánica, de la misma forma que no puede justificar su ori-gen románico, y reconoce que no encuentra paralelos que con-vengan a la estructura fonética y al valor de jerrón. Finalmente remite al español cheurrón (debe ser cheurón) 'cabrio', voz que nada tiene que ver con el jerrón de La Palma y que en ningún caso puede explicarla. En cualquier caso, esta voz documen-tada por Lorenzo Rodríguez en modo alguno es prehispánica y hay que vincularla a la forma española herrón 'tejo de hie-rro con un agujero en medio, que en el juego antiguo llama-do también herrón, se tiraba desde cierta distancia, con obje-to de meterlo en un clavo hincado en la tierra', 'arandela para evitar el roce entre dos piezas', 'barra grande de hierro, que suele usarse para plantar álamos, vides, etc.' y 'hierro o púa del trompo o peón' (DRAE). 5 342. Burgao. Al igual que otras voces, ha sido tradicio-nalmente considerada como indigenismo y como tal aparece en los materiales prehispánicos inventariados por S. Berthelot, G. Chil y A. Millares Torres. Esta procedencia es defendida también por Álvarez Delgado (1 94 1 a:88 y 1945-1 946: 156). Sin embargo, Zerolo (1897:159, 164) duda del origen indígena, al igual que Bethencourt Alfonso, que en el tomo 1 de su Histo-ria del pueblo guanche no incluye este término entre las voces prehispánicas que han logrado sobrevivir en las hablas isleñas modernas, destacando (p. 142) que esta voz no es canaria an-tigua, y aportaciones más recientes destacan la incuestionable filiación románica de esta unidad. En este sentido, Wolfel des-taca que Berthelot, Chil y Álvarez Delgado se equivocan al adjudicar este término a la lengua de los aborígenes, porque cn t v ~ At n~ .,nv A n ~ 1 - v~ ~V ~ V Q P ~P L~AAV ~ P - 2Q- n n v n P o A n A- JL C l U L U UL U L l U " V A UL LIUlU L A L I U L L I V I I I V L I I L U YUL yI"LLUL UL las formas españolas burgan 'caracol de púrpura' y burgano 'madreperla' y de la portuguesa burgalháo 'concha'. Wolfel no se percató de que en portugués también existe burgau y burgao. 5 343. Anjova. Tanto para Álvarez Rixo (1992:67) como para Pizarroso (1880:154) este ictiónimo es de extracción prehispánica, pero no es esta dirección donde hay que buscar su filiación lingüística, sino en las lenguas peninsulares. Así, Núm. 45 (1999) 505 CARMEN D ~ A ZA LAY~NY FRANCISCO JAVIER CASTILLO 42 Pérez Vida1 (1968:230, 239) explica el fonetismo de las formas canarias anjova y enjova a partir de las portuguesas anchova y enxova, al igual que Wolfel, mientras que M. Alvar (1975: 460) señala que anjova hace pensar en el catalanismo fonéti-co de su -j-, dado que en castellano se da -ch- en anchova y anchoa. 3 344. Sama. Al igual que ocurre con otros casos, Wolfel no conoce paralelos españoles o portugueses a los que remitir este ictiónimo canario y por ello lo incluye entre los materia-les lingüísticos prehispánicos y aduce como paralelo el térmi-no bereber asemme 'guijarro'. Este investigador señala, ade-más, que la voz sama pudo formar parte de la lengua de los aborígenes desde antiguo como también pudo haber sido adoptada modernamente por los pescadores canarios que la tomaron de los bereberes. Sin embargo, la voz sama se en-cuentra en portugués. 9 345. Salema. Wolfel piensa que salema es voz indudable-mente bereber, que está cercana a aslem/iselmen 'pescado' (Snus) a anessalmu 'nombre de pescado' y tizlemt/tizlam 'mo-rena'. De modo diferente, Régulo Pérez (1970:109) estima que, aunque el castellano conoce salema, al menos desde el siglo xvm, en La Palma debe de tratarse de un portuguesismo. Tam-bién M. Alvar (1975:458) señala la presencia de salema no sólo en portugués, sino también en el léxico andaluz, por lo que rechaza la extracción bereber que Wolfel le adjudica. 3 347a. Jarea. Wolfel trae jarea, que encuentra en los her-manos Millares y Zerolo, y también aporta jarca, registro erra-do que toma de Álvarez Rixo y que él considera correcto re-mitiéndolo al portugués brasileño charque o xarque 'carne de v2c2 sa!aci,a y seca' y chnrqxenr n mrquenr 'salar carne de vara y dejarla secar al sol'. Evidentemente, esta relación no es po-sible. Para Álvarez Rixo estamos ante una voz prehispánica o bien morisca (1 992: 104). 9 349. Guelde. El primer autor que establece la filiación de esta forma es Álvarez Rixo, que recoge que guelde es voz indígena o bien introducida por los pescadores berberiscos (1992:98). Con posterioridad, Pizarroso (1880:158) relaciona esta voz como prehispánica. Pero ni guelde ni su derivado 506 ANUARIO DE ESTUDIOS ATL.~NTICOS 4 3 REVISI~N Y ACTUALIZACI~N DE LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE gueldera parecen proceder de la lengua de los antiguos cana-rios, sino que encontramos paralelos en todo el Atlántico pe-ninsular. En gallego existe gueldo 'camarón pequeño que se emplea como cebo'; en vasco geldu 'quisquilla pequeña'; en asturiano ieldu; y en portugués guelro 'Atherina presbyter' (M. Alvar l975:46 1-462; y Pérez Vida1 1991:283-284). 3 350. Tanaya. No es tanaya, sino tarraya (Álvarez Rixo 1992: 123). 3 351. Engodar. Wolfel no encuentra ningún paralelo de esta voz ni en español ni en portugués, por lo que deja abier-ta la posibilidad de que se trate de una voz prehispánica, aun-que tampoco cuenta con ninguna correspondencia o apoyo en esta dirección. Pero, como es sabido, engodar es una voz de origen luso (Álvarez Rixo l992:88). 3 355. Tinambuche. A esta forma palmera hay que añadir tarambuche, nombre con el que se designa en La Gomera al bulbo de la tarambuchera o norza (Tamus edulis). 5 358. Gilbarbera. Al igual que Berthelot (1842:188) y Chil (II:6 1, 65), también Wolfel (1 942: 134) busca inicialmente la procedencia de este término en la lengua de los antiguos isle-ños y llega a relacionar esta voz canaria con el elemento hausa awarwar6 'variedad de convolvulus', pero luego reconoce la clara relación que existe entre este fitónimo isleño y el luso gilbarbeira. En portugués gilbardeira es 'espécie de murta bra-va, de pequenos frutos redondos como a cereja, e de folhas com sabor picante (Ruscus aculeatus Lin.)' y gilbarbeira 'o mesmo que gilbardeira?; planta áspera de folhas picantes, que nasce nos valados e nas silveiras' (Figueiredo). 3 360. Verode. Wolfel reconoce que, aun cuando esta for-ma canaria 1e rec~erdaa ! pnrtugué u~r2dn'a rmadiura', tam-bién puede tratarse de un elemeko canario prehispánico, so-bre todo por su valor, y remite a los paralelos bereberes aberdi 'costado del cuerpo' y aberde 'cubierta' (Ahaggar). Berode es una forma que tradicionalmente se ha considerado prehis-pánica, y en esta dirección apuntan la mayor parte de las hi-pótesis etimológicas. Berthelot es el primer autor en adjudi-carle este origen. También en la misma dirección, Vycichl intenta explicar este fitónimo canario a partir del shilha ber- Núm. 45 (1999) 507 CARMEN D~AZ ALAY~N Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO 44 udi, forma compuesta del prefijo ber y el elemento udi 'grasa, mantequilla'. Pérez Vidal, por su parte, intenta otra línea de análisis e incluye esta voz en el conjunto de fitónimos comu-nes a Canarias y a los archipiélagos lusos del Atlántico y se inclina a pensar en un posible préstamo portugués continen-tal para designar este endemismo macaronésico. En portugués existe la voz berol, que se aplica a una planta que crece en el fondo del mar, también conocida como pepino-do-mar (Fi-gueiredo). 5 361. Barbusano. Este término ha sido tradicionalmente considerado como prehispánico por autores como Álvarez Rixo y Pizarroso (1880:156), pero estudios recientes señalan su procedencia portuguesa. Wolfel llega a relacionar este fitónimo canario con el portugués barbosa y para Pérez Vidal (1966:369- 370j no resuita impensabie ei proceso inverso, esto es, que bar-busano haya podido pasar de Canarias a los archipiélagos lusos, como ha ocurrido con otros fitónimos. En portugués barbusano (o pau ferro) es 'género de árvores intertropicais, de madeira muito dura e estimada'. 5 364. Apio. Wolfel toma este registro de los materiales de Quezada y Chaves y no advierte que se encuentra ante una forma española. 5 366. Chayota. Wolfel no se da cuenta de que esta voz es un americanismo, que procede del náhualt chayutli. 5 368. Aderno. Wolfel señala que aderno, por su forma, no se puede tomar con toda seguridad como término de los abo-rígenes, pero da la voz como prehispanismo al no encontrar elementos del español o del portugués con los que establecer una relación y al tener paralelos bereberes cercanos: ideman (Sus), edren y aderan (Ahaggar). Se trata de una posición si-milar a la de J. Álvarez Delgado (1941a:86, 1944:244) que, aunque reconoce sus dudas sobre la extracción prehispánica de aderno, llama la atención sobre el posible paralelo africano adern, término con el que en algunas hablas bereberes se de-signa un tipo de Ilex. Sin embargo, la procedencia occidental ibérica de aderno es mantenida por la casi totalidad de los especialistas (Steffen 1943: 139 y 1945: 135-136; Pérez Vida1 1966:368, 370 y 1991:185; Régulo Pérez 1970:99; Díaz Alayón 508 ANUARIO DE ESTUDIOS ATL..dNTICOS 4 5 R E V I S I ~ NY ACTUALIZACI~ND E LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE 1994:481-482; y Almeida y Díaz Alayón 1988:146, 160), que explican este fitónimo canario a partir del elemento luso aderno, que en portugués continental es la denominación del Rhamnus alaternus y que en portugués de Madeira sirve para designar la misma especie arbórea que en Canarias. 5 370. El. Para Wolfel estamos ante un fitónimo prehis-pánico que intenta explicar a través de los términos dale-t, ed2u/dí2llu del bereber del Ahaggar. Sin embargo, para otros autores se trata de un lusismo. 8 371. Tea. Wolfel afirma aquí que en Canarias se deno-mina tea al pino. Evidentemente, se trata de una afirmación inexacta y la cita del Diccionario de Viera y Clavijo con la que abre este párrafo muestra de modo claro que en las Islas la palabra tea se usa para designar la madera del pino que se ca-racteriza por su solidez, incorruptibilidad, olor, alto contenido en resina y coloración bermeja. Wolfel establece una relación entre el latín taeda -de donde procede la forma española tea- y el bereber taiddtiidiwin 'pino', por lo que le parece muy probable que el pino se llamase así entre los aborígenes canarios. 3 383. Gamona. Gamón es voz común a todos los roman-ces peninsulares. Sin embargo, diversas fuentes canarias la dan como forma de la lengua de los aborígenes. Así viene en Bory de Saint-Vincent (1802:219) y en Chil (I:544), pero Wolfel, ante la evidente extracción peninsular de la voz, niega este pretendido origen canario. 5 387. Codeso. Evidentemente, se trata de un elemento claramente romance, pero Álvarez Rixo da codeso como voz prehispánica. Wolfel se da cuenta de la errónea filiación que Áinrez Rim (1992:87) establece para esta voz. § 391. Alicán. Wolfel incluye aquí formas correspondien-tes a dos especies completamente distintas. De una parte te-nemos alicán, denominación de un liquen tintóreo, y alicán o alicacán, que en La Palma es la denominación popular de la -~ ilbarberao Ruscus andvogynus. 5 393. Amagante. Wolfel desconoce que en el español de La Palma ha pervivido, junto a amagante, la forma tamagante y el colectivo tamaganteva (Díaz Alayón 1987:7O). Núm. 45 (1999) 509 CARMEN D ~ A ZA L A Y ~ NY FRANCISCO JAVIER CASTlLLO 46 5 396. Mulurá. Wolfel no sabe qué hacer ante el doble valor de árbol y yerba que Álvarez Rixo adjudica a mulurá. Wolfel piensa que se trata de la misma palabra que comenta en el párrafo siguiente: marmolán, mirmulano o murmurán, y señala que de alguna manera ambas palabras guardan relación entre sí. Sin embargo, es más que evidente que esto no es así. 5 398. Moriángana. Algunos autores del siglo XIX como Berthelot (1 842: 188), Chil (II:68) y Millares Torres (X:240) lle-gan a admitir la voz como prehispánica. Otro tanto hace Bute (s.a.: 28)) para el que quizá una de las sílabas -an que contie-ne moriángana indica plural. En la misma dirección va la explicación que da Bethencourt Alfonso (1 99 1 : 175, 196)) que, aprovechando el criterio de J. Campbell, remite el término canario al vasco mariguri. Pero en realidad se trata de un lusismo. En portugués, moranga 'variedade de cereja' y mo-rango 'fruto dos morangueiros, semelhante A amora' (Figuei-redo). 5 399. Tamaima. Wolfel no cae en la cuenta de que ta-m m a y tamaima es la misma voz, y estudia tamaima sepa-radamente, junto con Tamaimo, voz geográfica de Santiago del Teide (Tenerife) y de Agulo (La Gomera). Aquí Wolfel se con-funde y no advierte que se trata de un pájaro y piensa que es una planta. En cualquier caso, para él la voz tamaima provie-ne claramente de la lengua de los antiguos canarios, pero la lingüística comparada no le ofrece ningún apoyo porque no puede encontrar paralelos en los nombres de plantas que co-noce. 5 401. Norza. Viera y Clavijo apunta que el canarismo norsa proviene de la adaptación del castellano nuera o nuerza, explicación que a WolfeI m 1e recdta cc?.nvirirerte sehre tede porque no puede encontrar el paralelo español mencionado, aunque reconoce que resultaría fácil ver en norsa una forma monoptongada (gallego-portuguesa) de nuerza. Pero, una vez más, nuestro investigador no quiere descartar del todo la po-sibilidad de que ésta proceda de los aborígenes. En este senti-do apunta también Bethencourt Alfonso (1991:145, 263, 264)) que considera norja o norsa término prehispánico. Sin embar-go, este fitónimo canario hay que vincularlo al maderense 47 REVI S I ~NY ACTUALIZACI~ND E LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE norGa 'planta vivaz, dioscoreácea' (Figueiredo), relación que advirtió oportunamente Álvarez Rixo (1992: 11 1) y que han confirmado otros autores posteriores (Steffen 1945:149 en nota; Pérez Vida1 1968:228 y 1991:183; Díaz Alayón 1987:133 y 1994:483; y Almeida y Díaz Alayón 1988:147). Por lo tanto, se trata de otra voz que hay que eliminar. kj 402. Escabón. No es escabón, sino escobón, una voz que vemos tempranamente en fuentes de los siglos xw y XWI, como Espinosa, lib. 1, cap. 11, y Abreu Galindo, lib. 1, cap. XVII. 3 408. Turajal. Chil (I:450) da tarajal como voz geográfica prehispánica y Álvarez Rixo (1 992: 124) y Pizarroso (1 880: 16 1) la traen como voz común de los antiguos canarios. Para Wolfel la palabra no es canaria, aunque como tal se haya con-signado en diversas listas. kj 412. Sanguino. Esta voz ha sido tradicionalmente con-siderada como de origen prehispánico (Pizarroso 1880:160). Sin embargo, su extracción romance es evidente, tal y como Wolfel advierte. En portugués, sanguinho y sanguinheiro 'árvore, de madeira amarelada e sabor amargo, Rhamnus latifolius' (Figueiredo). 3 416. Jara. Wolfel tiene totalmente claro que jara es voz española, pero se le plantean dos cuestiones que le hacen du-dar del hispanismo de este término. En primer lugar, la plan-ta que en Canarias se denomina jara no es la misma que reci-be esta denominación en la Península Ibérica. Y en segundo lugar, está la posibilidad de que los antiguos canarios dieran a este endemismo isleño un nombre muy cercano al jara es-pañol. Por ello proporciona un paralelo bereber que conviene: tahara 'nombre de una planta persistente (Conula monocantha Delile)' del bereber del Ahayyar. kj 417. Tajoré. Álvarez Rixo trae tajosé (1992: 123). 5 433. Wolfel reúne aquí cuatro formas toponímicas AgumasteZ (Gran Canaria), Ahomaste (La Gomera), Tamaduste (El Hierro) y Fuste (Fuerteventura), en las que quiere ver el significado de 'puerto'. Los paralelos bereberes que intenta aplicar no son válidos y no puede ser de otra manera porque no existe relación entre las formas citadas. Fuste no es voz prehispánica, sino española. Ahomaste es una forma no fiable, Núm. 45 (1999) 511 CARMEN D~AZ ALAY~N Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO 4 8 porque no se documenta con anterioridad a Berthelot y pue-de constituir una de las múltiples creaciones del canariólogo francés. Agumastel y Tamaduste son dos voces auténticamente canarias, pero que no están relacionadas en cuanto a la for-ma. Fadarnuste, Famaduste, Tarnagosto, Tamaguste y Tarnagosto son variantes erradas de Tamaduste. 3 437. Centejo. Álvarez Rixo no da como valor de esta for-ma tinerfeña 'agua, vertiente', sino 'aguas vertientes' (1 99 1 :45) y remite en nota a la Historia de Núñez de la Peña. 3 443. Jivjo. Wolfel no tiene medios para ver si la forma jivjo 'hirviente' que le proporciona F. Duarte procede del habla insular o si se trata de una interpretación que el poeta palmero hace a partir de Abreu Galindo u otro autor. Eviden-temente, se trata de la segunda posibilidad. 3 461. Galga. Wolfel no considera en su estudio de esta voz la forma española galga 'piedra que desprendida de lo alto de una cuesta baja rodando y dando saltos'. Los paralelos bereberes que proporciona no son válidos. 3 471. Fajana. Para Wolfel, la voz presenta una aparien-cia claramente románica, pero no encuentra paralelos en es-pañol y portugués. 3 474. Tacande. La variante Tocande que viene en Glas, Berthelot, Chil y Millares es una corrupción gráfica. En cuan-to al topónimo Tacunde, introducido por M. Aguilar, no nos merece ninguna fiabilidad y creemos que se trata de un error. Además de ser topónimo de El Paso, Tacande también es voz geográfica del término de Puntallana. 5 475. Jable. Álvarez Rixo (1 992: 103) recoge este término como propio de Lanzarote y Fuerteventura con el valor de 'mande u extensión de arena blanca, amarillosa y movediza' y lo considera prehispánico. Álvarez Rixo no es el único autor en admitir esta procedencia. También Chil (I:423, 488) recoge jable como término toponímico prehispánico. Junto a esto, Álvarez Delgado piensa que jable es el resultado de la eufo-nización del francés sable, pero también existen formas cerca-nas en portugués (saibro, saibreira, saibrao) y en gallego (sabre, sábrego, sabredo, jabrego, xabre), que pueden explicar adecua-damente el término canario. Wolfel admite sus dificultades 49 REVISIÓN Y ACTUALIZACI~N DE LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE para encontrar correspondencias bereberes de este término canario. Por ello concluye que jable también existe en vasco y que pudiera proceder del asturiano. 5 488. Babilón. A Wolfel le parece muy cuestionable que esta voz sea prehispánica teniendo en cuenta que no está do-cumentada en ninguna de las fuentes antiguas. Se inclina a pensar que esta voz está relacionada con bable, el dialecto de los asturianos, y que su significado es 'parlanchín'. Extracción diferente le adjudica Bethencourt Alfonso (1 991 : 122), que es-tablece el origen de esta voz en la tradición de los deslengua-dos o africanos sin lengua que vinieron a poblar las Canarias. PARTE V Como se sabe, en esta sección se catalogan y estudian las unidades cuyo significado se desconoce y que mayorita-riamente son elementos antropónimos y topónimos. El inves-tigador no adopta aquí una ordenación alfabética porque ello supondría adelantarse a la crítica de los materiales y opta por relacionar primero el material de transmisión histórica , en los capítulos 1 a 17 y, a continuación, el procedente de compilaciones posteriores en los capítulos 18 a 34. El mate-rial compuesto por nombres de transmisión histórica lo pre-senta catalogado por islas y, a su vez, ordenado por grupos, tal y como vienen en las fuentes, y ello porque es la forma más fácil de comprobar posibles desviaciones o errores de lectura y porque las conclusiones del análisis valen para la totalidad del grupo, con lo que se evita de esta forma la re-petición de los comentarios y las conclusiones. En cuanto al resto del material de transmisión no histórica Wolfel lo orde-na según raíces supuestas con el fin de poder reconocer la misma palabra entre las confusas variantes y grafías y poder llevar a cabo la comparación lingüística. De este modo, Wolfel agrupa el material lingüístico teniendo en cuenta dos o tres consonantes ficticias, no porque crea que la lengua de los antiguos canarios tuviese raíces consonánticas, sino para permitir la abstracción de la variable escritura vocálica y dis- CARMEN D ~ A ZA LAY~NY FRANCISCO JAVIER CASTILLO 50 poner así de un criterio para ordenar los topónimos sin sig-nificado. En esta parte volvemos a encontrar las mismas limitacio-nes que ya se han visto con anterioridad en lo relativo al co-nocimiento poco profundo que Wolfel tiene en español y en portugués. Ello explica que, en algunos casos, advierta la fi-liación de diversas voces y consecuentemente sus comentarios y conclusiones sean acertados, como se puede comprobar en T o ~ o s(3 534)) Camzd (5 557), Bocaina (5 559), Murgaño (5 569), Mojino (5 572), Trapiche (9 597) y Los Gitos (5 604), pero hay otros casos, bastante diferentes de los anteriores, en los que no tiene la misma fortuna y su análisis se resiente de forma evidente. Esto lo vemos en Farión (5 436)) cuya expli-cación no se encuentra, como apunta Wolfel, en el español fado ni es el resultado de ia hispanización de una voz de los antiguos canarios, sino que hay que buscarla en las formas españolas farillón, farellón y farallón 'roca alta y tajada que sobresale en el mar y alguna vez en tierra' y en el portugués farelháo 'pequeno promontório, ilhota escarpada' (Díaz Alayón 1988:46-47). Wolfel tampoco se da cuenta de que el término Vica o Bica (5 509) no es prehispánico, sino que se trata de una forma que se encuentra en portugués, gallego y en cier-tas hablas castellanas limítrofes con la zona lingüística luso-galaica. En portugués bica significa 'tubo, pequeno canal, meia-cana ou telha, por onde corre água, caindo dela de certa altura; pequena lamina de folha, também chamada goitera, que se introduz no tronco do pinheiro para encaminhar a resina para recipiente apropriado' (Díaz Alayón l987:77-78). Otro tan-to sucede con el topónimo menor Talangueras (§ 560), que Wolfel considera de extracción prehispánica, creyendo ver en él un término compuesto unido por el genitivo -n. Pero la ausencia de voces próximas entre los materiales lingüísticos canarios y la existencia de paralelos indiscutibles en español y en el occidente peninsular cuestionan esta inclusión. DRAE recoge la voz talanquera con el valor de 'valla o pared que sir-ve de defensa o de reparo, como las cancillas de. ias hereda-des o las que se construyen en las plazas de toros'. En portu-gués, talanqueira posee en la zona de Miranda el sentido de 5 1 REVI S I ~NY ACTUAL~ZACI~DNE LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE 'tablado mesa ou qualquer cons tnq~oim provisada, em que se espera o acompanhamento dos noivos, e onde o padrinho tem de dar dinheiro a quem se apresenta' y como provincialismo trasmontano el de 'pau que se atravessa no caminho' (Fi-gueiredo). En Galicia, talanqueira se usa con el valor de 'tabla para colgar carne, con tornos que la atraviesan clavada en el techo y defendida por los ratones por una loza horizontal, que se coloca en su parte superior'. Y en León, talanqueira tiene el significado de 'listón de madera que se coloca horizontal-mente, a cierta altura, entre los "tandojos" de la parte delan-tera del carro para que la carga no moleste a los bueyes' (Díaz Alayón 1987:150). Este conocimiento poco profundo de espa-ñol y portugués asoma constantemente entre los materiales que Wolfel reúne en su obra y es el causante de las conclu-siones completamente equivocadas a las que llega, tal y como puede verse, además de los casos comentados previamente, en 3 306a Facana; 3 483 Jaro; 3 512 Albarada, Buracas, Bawaco; 3 534 Farrobo; 3 554 Cabasera; 3 567 Muñigal; 3 573 Maipez, Masapez, Masapeces; 5 584 Trobisca; 3 589 Sort-iba; 3 589 Rito; 5 602 Juncia. También se reflejan en esta parte las limitaciones que Wolfel muestra en la lectura y transcripción de las fuentes documentales antiguas y otros materiales manuscritos. La comprobación de los originales manuscritos de Álvarez Rixo muestra que este autor no trae las formas Adama (3 156), Ajuga (3 480), Amage (3 572), Artecheita (3 69), Ayamorua (3 570), Ayaya (3 346), Benenauno (3 304), Chamaco (3 565), Chayafo (2 607), Cheguleches (5 601), Fanave (5 532), Gapo (3 438), Goieto (5 370), Guaracosa (3 68), Guerte (3 549), Guo-y m j ~(5 5531, Jacobs (5 600), Juim (5 482), J~Glol l c ~ n l \ \Y ""311 Maganas (3 564), Moraga (3 453), SarniIlo (3 592)) Tagocete (3 550), Tegiada (5 121), Tenauro (3 384), Eagaiga (3 356), Ega-dayo (3 537), Esguemanita (3 591), Uguen (3 305)) Yajcen (3 61) y Yavago (3 4), tal y como Wolfel refleja, sino que anota Adeuna, Ajagua; Asuage o Az l ~ n g eA~s tc?hc?y_tn-i &BT?W~BAn, ngn, Behenauno, Charnoco, Chayofa, Chegueleches, Fañavé, Gapio, Godeto, Guarasoca, Gueste, Guayonja, Jacola, Juma, Joroz, Magañas, Mosaga, Saucillo, Tagasote, Tegiade, Tenanzo, Egaday, Núm. 45 (1999) 5 15 CARMEN D ~ A ZA L A Y ~ NY FRANCISCO JAVIER CASTILLO 52 ligayga, lisquemanita, Uquén, Yaiza y Yabago (1991: 58, 61, 62, 63, 65, 66, 68, 69, 71, 74, 75, 76, 77, 78, 79, 81, 82, 83, 84, 85, 86, 89, 90, 93). En algunos casos, el registro de Álvarez Rixo, erradamente interpretado bien por la fuente indirecta que maneja o bien por sí mismo, lleva a Wolfel a incrementar fal-samente las voces que cataloga y lo conducen a conclusiones carentes de base alguna. Esto lo vemos en Tajirastal (3 603), que se incluye como denominación de un término de Her-migua (La Gomera) y se remite a ÁIvarez Rixo, pero este au-tor refleja claramente Tajinastal (1 99 1 :80). Este hecho condi-ciona el análisis que Wolfel hace de este topónimo y en el que advierte perfectamente que se trata de una palabra híbrida en la que se observa la presencia del sufijo español -al, pero no cae en la cuenta de que el primer elemento es el fitónimo is-leño tajinaste. Otro caso es el de Toro (3 597), forma que Wolfel incluye como denominación de una aldea en Fuer-teventura y señala que es probable que el origen de la voz esté en la ciudad castellana. También remite a Taro y Rosa de Taro. Llega a esta conclusión porque, al igual que en otras ocasio-nes, maneja un registro errado. La forma correcta es Totó, tal y como Álvarez Rixo recoge (1991:84). Lo mismo sucede con Tacarsejo (3 557). Wolfel se pregunta si este registro pudiera ser el resultado de la deformación del término Tavayaseco. Pero no se trata de ninguna deformación, sino el resultado de la lectura errónea de la forma Tacantejo (Álvarez Rixo 1991:79). Del mismo modo, podemos advertir la apreciable inseguri-dad de Wolfel ante las voces que analiza. Para él, la existen-cia de diversas variantes de una misma forma constituye en muchos casos una dificultad difícil de superar. Así. siguiendo a Aguilar, Chil y Millares, trae las formas Avandara y Araudaras (3 529) que corresponden a un monte de Gran Canaria y está convencido de que ambos términos reproducen la misma voz y denominan el mismo lugar, pero no está seguro de cuál de los dos registros presenta el error de grafía o de impresión. No sabe que ambos registros están equivocados y que la for-ma correcta es asándara. Lo mismo le sucede con Zranaque e Isanaque (§ 587) y desconoce que ninguna de las dos varian- 516 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS 53 R E V I S I ~ NY A C TUA L I Z A C I ~ND E LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE tes refleja con toda fiabilidad este topónimo herreño, que la transmisión oral ha conservado como Isánaque. Otro ejemplo ilustrativo en este sentido puede verse en el topónimo lanza-roteño Guacimeta (§ 592). Wolfel supone que la forma Gua-cineta que trae Olive es correcta y que la variante Guacimeta que viene en Olive, Álvarez Rixo y Millares no lo es. Pero la forma auténtica es Guacimeta. Abundan en los materiales aquí catalogados términos que de ninguna forma pueden proceder del sistema de comunica-ción de los antiguos canarios sino que provienen claramente de la toponimia y antroponimia de la Península Ibérica y que, consecuentemente, no pueden ser utilizados como paralelos o correspondencias de voces insulares. Un ejemplo de ello es Morantalla (9 404). Wolfel toma este nombre del Proceso de Canarias que consulta en el Archivo de Simancas y señala que resulta difícil que tenga procedencia peninsular y que es posi-ble que sea canario. Siguiendo el mismo análisis que hace para el antropónimo palmero Marantigo, piensa que en Mo-rantalla estamos ante un compuesto unido por el nexo -n-. No hubiera llegado a estas conclusiones si hubiera consultado las Datas de Tenerife. Hubiera visto que no es Morantalla, sino Moratalla y que Alonso de Moratalla es conquistador de Tenerife y hacia 1498 recibe de Fernández de Lugo unas tie-rras y aguas en Daute, que con posterioridad vende a Gonzalo Díaz, carpintero portugués (Serra 1978:230, 247, 248). Tam-bién tendría que haber relacionado este nombre con el topó-nimo Moratalla, denominación de un municipio en Murcia. Otro caso es y~arduy (5 405), voz que también toma del Pro-ceso de Canarias y supone que se trata del nombre de un abo-rigen y qUe pi-obab!eiiieiite es üiia furnia p:Urd. Cvideiiieiiien-te se trata de una explicación insostenible porque Ygarduy es claramente un antropónimo vasco. En el Proceso se recoge que Izarduy actúa como procurador del Licenciado de la Fuente en la reformación del repartimiento que el Licenciado Zárate lleva a cabn en 1506, hnciSn qce en estl fecha difici!mente podría haber realizado un natural canario (Reformación 1953:ll3-114). Lo mismo ocurre con Zsasaga (3 418). Wolfel piensa que este nombre pudiera ser prehispánico pero no es Núm. 45 (1999) 517 CARMEN DÍAZ ALAY~N Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO 54 así. Las fuentes nos revelan que Pedro de Isasaga presenta en Segovia en 1504 diversa documentación relativa al Mayorazgo de doña Inés Peraza e interviene en Tenerife en diversos actos de la reformación del repartimiento que hace Ortiz de Zárate. Evidentemente no estamos ante un natural canario sino ante una persona de procedencia peninsular (Serra 1978:39, 49, 51, 55, 85, 122, 141, 169 y 212; Refomzación 1953:127, 130, 132, 141, 162, 166, 177, 179, 180, 186; Moreno Fuentes 198853, 68, 69 y 138). Este error de análisis se advierte también en térmi-nos como Qpda (5 160), Gomendio (5 200), Aguedita (5 370)) Godínez (9 416), Funes (5 533), Guesala (5 593), Alzola (5 592), Huan Grande (5 602), que no pueden figurar en los Mo-numenta. Junto a esto, podemos ver que el inventario de materiales que Wolfel cataloga y estudia en esta parte,V presenta claras deficiencias de carácter cualitativo y cuantitativo. Muchas vo-ces geográficas canarias no forman parte de esta relación y varias de las que figuran se reproducen de una manera erró-nea. Wolfel no llega a saber que Tomasina (§ 40), Benijosa (§424), Aitemes (Ij 596), Cisaque (5 594)) Taera (5 593), Man-cafete (5 567) y Guarsamo (5 548) son registros inexactos de formas que la tradición oral conserva como Tomásina, Benijo, Aitemés, Cisaque, Tésera, Mancáfete y Guársamo. Del examen de los materiales estudiados en esta parte V se desprende que Wolfel recurre excesivamente a la hispanización de términos canarios como fundamento de su análisis. Esto lo vemos en su comentario de El Barraco (3 512). Wolfel cita este topónimo de Telde (Gran Canaria) y señala la cercanía con el español bawaco 'espuma del mosto', pero también apunta la pcibi!idud de qde se trutuse & Ir. esp2fiG!iz2ciSn de VGCZ-blo de los aborígenes y, como vemos, no advierte que se en-cuentra ante un término hispánico evidente que se explica a través de la voz verraco o varraco. La misma posición adopta ante Gordejuela (5 546). Según Wolfel, este término da la im-presión de ser una forma diminutiva del español gordo, pero también anota que pudiera tratarse de la españolización de una palabra de la lengua de los aborígenes. Evidentemente se trata de una forma hispánica. Gordejuela es un valle y muni- 518 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS 5 5 R E V I S I ~ NY ACTUALIZACI~ND E LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE cipio de la provincia de Vizcaya. También sucede lo mismo con Cisneva (5 594). El análisis que Wolfel hace de este nom-bre geográfico de Tenerife muestra su característica inseguri-dad. De un lado el término le recuerda la palabra española cisne, pero también sugiere -siguiendo el criterio de Berthelot que incluye Cisneva como voz prehispánica- que puede tra-tarse de un nombre canario antiguo asimilado a la palabra española. Al juicio de Wolfel le falta en este caso el calado que tiene el de Álvarez Rixo (1991: 1 17), que explica esta voz como femenino de Cisneros, apellido antiguo castellano, y recuerda que en Canarias está muy extendido el uso de adaptar al sexo el apellido, por lo que concluye que el lugar en cuestión hubo de pertenecer a alguna mujer de apellido Cisneros. Otros ca-sos similares son los de Gamona (5 540), Lomo de Alejo (3 561), Talaya (5 561), Lajón (5 561), Muñigal (3 567), Antona (5 578), Tvobisca (5 584), Sowiba (3 593) y Juncia (3 602). Des-afortunadamente, todo ello le resta un importante porcentaje de credibilidad a su estudio. También hay que destacar la evidencia de que Wolfel no controla los materiales que cataloga, lo que le lleva a caer en numerosos errores y a engrosar falsa e innecesariamente el catálogo de términos que proporciona. Esto lo vemos en Tiguininco o Eguinineo (5 544), que reciben el tratamiento de formas originales cuando no son más que variantes corrompi-das de la voz Fiquininco de Lanzarote, que comenta en 5 532. Esto se repite con Agacido (5 550), que no es otra cosa que una variante de Taciago y Tagaciago, voz que estudia en 3 19. Lo mismo ocurre con Znfas, que solamente es otro registro gráfico más del término tinerfeño Yinfas, que analiza en 9 608. ?m razcmes de espucie m pedemec referircm detu!!uda-mente a toda esta parte V, pero remitimos al vol. XXXI de Almogavén, donde se proporcionan abundantes notas y comen-tarios en este sentido y que se han de unir a los que, a modo de complemento, consignamos a continuación. 5 86. Mulagua, Amzigua. Para Álvarez Delgado (1 959:3 10- 31 1) la forma Mulagua es una mala lectura de la voz original Amziguad. También Wolfel señala la equivalencia significativa Núm. 45 (1999) 519 CARMEN D~AZ ALAY~N Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO 56 de ambas formas gomeras, aunque deja pendiente la investi-gación de si la identidad también se produce a nivel fonético y etimológico. Nosotros creemos que Mulagua y Amzigua no son la misma voz, sino que son términos perfectamente dife-renciados en las fuentes. Pensamos que Mulagua no es, como dice Álvarez Delgado, una forma vulgarizada por Abreu y Galindo y Torriani, sino que aparece en diferentes textos bas-tante anteriores. Pensemos también que es una voz que Fer-nando de Mulagua utiliza como apellido y que no usaría de no ser auténtica. También Wolfel nos dice que Fernando de Malagua fue conquistador de Tenerife, pero desconoce su pro-cedencia, aunque es probable que se trate de un nombre es-pañol. Pues bien, este conquistador era natural de La Gomera, numerosos textos dan referencias de él y su apellido, que fi-gura recogido de diversas formas (Muiagua, Maiaga, Maiagua, Amulao, Mulao, Malaguenna) es incuestionablemente prehispá-nico (Fernández Pérez 1995:66). 3 267. Mazo. Wolfel conoce la existencia de esta forma toponómica en La Palma, Lanzarote y Fuerteventura pero esti-ma que, a pesar de la absoluta coincidencia formal, no tienen que ser necesariamente tres térm
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Calificación | |
Título y subtítulo | Los proyectos de revisión y actualización de los Monumenta Linguae Canarie de D. J. Wölfel |
Autor principal | Díaz Alayón, Carmen ; Castillo, Francisco, Javier |
Autores secundarios | Wölfel, D. J. |
Publicación fuente | Anuario de estudios atlánticos |
Numeración | Número 45 |
Sección | Filología |
Tipo de documento | Artículo |
Lugar de publicación | Madrid ; Las Palmas |
Editorial | Cabildo Insular de Gran Canaria |
Fecha | 1999 |
Páginas | p. 465-528 |
Materias | Wölfel, Dominik Josef ; Crítica e Interpretación |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 3801472 Bytes |
Texto | PROYECTO DE REVISIÓN Y ACTUALIZACIÓN DE LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE DE D. J. WOLFEL P O R CARMEN DIAZ ALAYÓN y FRANCISCO JAVIER CASTILLO En el panorama de los estudios insulares destaca de ma-nera singular la contribución generosa y trascendente de Dominik Josef Wolfel. De modo especial, sus Monumenta Linguae Canariae constituyen, por sí solos, una aventura cien-tífica de gran alcance en la que intenta ilusionadamente desve-lar la naturaleza del sistema de comunicación de las Afortuna-das prehispánicas. Pero, como es bien sabido, el investigador vienés no pudo concluir aquí todo su plan de investigación y los resultados que finalmente se dan a conocer en 1965 se encuentran bastante lejos de los objetivos que inicialmente se había trazado. Ello es así por la acumulación de diversos fac-tores y uno de ellos es la particular entidad del objeto de es-tudio. Pocas parcelas de la investigación filológica presentan tantos obstáculos y dificultades como las que plantea el acer-camiento a la lengua de las Canarias preeuropeas: la escasez de los materiales lingüísticos conservados, la dudosa fiabilidad de una buena parte de ellos, la multiplicidad y disparidad que se advierte en las teorías y explicaciones formuladas sobre la naturaleza y procedencia del habla de los aborígenes, incon-venientes que Wolfel pensaba minimizar y superar valiéndose Núm. 45 (1999) 465 2 CARMEN D ~ A ZA L A Y ~ NY FRANCISCO JAVIER CASTILLO de sus mejores recursos: el sentido común, el rigor, la capaci-dad de sacrificio, la tenacidad, el talante crítico y la intuición. Junto a esto, otro de los factores que condicionaron los resul-tados finales es la fortuna singularmente adversa que marcó la vida de Wolfel a partir de 1933. La falta del apoyo finan-ciero necesario, la agitada trayectoria de la República españo-la y el trágico colofón de la guerra civil, la ocupación de Aus- ' tria por Alemania, las estrecheces económicas que nuestro investigador padeció tras ser apartado de su puesto en el Mu-seo Etnológico de Viena, y la dura experiencia de la guerra europea constituyeron insalvables obstáculos para el desarro-llo de sus proyectos y por ello no pudo alcanzar muchos de los objetivos que se había trazado. Todo ello hace que la magna obra de Wolfel constituya la crónica de un sueno incumpiido, que sea una contribución no acabada y singularmente vulnerable a la valoración científica. Cuando se produjo en 1965 la publicación de los Monumenta la comunidad científica internacional pudo valorar por fin la esperada contribución del investigador austríaco al estudio de la lingüística prehispánica canaria. Se alabaron entonces la magnífica e intensa labor de recogida de materiales -empre-sa increíble para un solo investigador- y la organización re-flexiva y científica de los materiales por sectores léxicos. Se apreció de modo especial la minuciosa clasificación cronoló-gica de las voces y expresiones, así como el camino seguido por éstas de unas fuentes a otras. Admirable pareció el meti-culoso análisis de las formas recogidas y el acopio de mate-rial lingüístico bereber -como cuando proporciona listas de fitóminos o ictiónimos- que pudieran ser aprovechados por investigadores posteriores. Pero, junto a esto, también los es-pecialistas advirtieron desde bien pronto que los Monumenta contenían algunas deficiencias y errores apreciables, circuns-tancia que el propio Wolfel, desde su sinceridad y humildad características, no le parecía inesperada. En el prólogo, que figura fechado en 1945, nuestro investigador reconoce que en la génesis y estado de los Monumenta tiene bastante que ver el desafortunado conjunto de dificultades que sufre su vida académica y personal a partir de 1938, tras la anexión de Aus- 466 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS REVI S I ~NY ACTUALIZACI~ND E LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE 3 tria por el 111 Reich. Apartado de su trabajo por la nueva ad-ministración que toma las riendas del país, con todo el tiem-po disponible para sus proyectos científicos y convencido de que no podrá realizar más investigaciones en los fondos do-cumentales de Canarias y en los archivos europeos relaciona-dos con las Islas, Wolfel decide comenzar la redacción de sus Monumenta con los materiales de que dispone. Oigamos la ar-gumentación de nuestro investigador en sus propias palabras: ... a pesar de los esfuerzos que he hecho ... la obra sigue estando incompleta, como no odía ser de otra manera. Por un lado, la presentación 1el material lingüístico en sí es insuficiente, independientemente de que, como es 1ó ico es erar, se descubran nuevas fuentes; por otro laio, la egboración de todas las fuentes actualmente exis-tentes se ha visto impedida tanto por las circunstancias del momento resente, como por las mías personales. Estas lagunas E emos de tenerlas presentes en todo mo-mento. Por lo que a la toponimia se refiere, no la hemos incluido de forma completa, ni tampoco hemos realiza-do un estudio crítico in situ. Además, sólo hemos consul-tado y verificado escasamente la mitad del material Iéxi-co de la lengua prehispánica conservado hasta ho ¿Debería haber pospuesto la elaboración del trabajo, a ia" vista de las circunstancias enumeradas? Definitivamente no porque nadie más lo hubiera asumido en mi lugar y es un trabajo que había que hacer. El punto muerto en el que me vi sumido por los acontecimientos de 1938 me hizo perder la esperanza de comprobar el material lin-güístico en las pro ias Islas Canarias y de continuar las investigaciones en f os archivos y bibliotecas. Por esta ra-zón, he decidido reparar ara su publicación el mate-rial que he recop 'fi ado elag o rado hasta la fecha. Habrá otros -e cugran !as iapunas nue yo tuve que dejar y que adquieran conocimientos veaados a mis po-sibilidades y a mi capacidad. Más adelante, en el capítulo 7 de la parte 1, donde hace una descripción y valoración de la documentación que ha po-dido manejar tanto en los fondos insulares como en archi-vos y bibliotecas extrainsulares, Wolfel vuelve a reiterar estas cuestiones: que los Monumenta no constituyen una contribu- Núm. 45 (1999) 467 4 CARMEN DfAZ ALAYdN Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO ción exhaustiva, que sólo es un balance de cuenta prematuro y no definitivo, desafortunadamente forzado por las circuns-tancias personales, y que en modo alguno es un proyecto ago-tado, sino un hermoso reto que debe mover a otros investiga-dores: Tal y como comentábamos en el prólogo, nos encontra-mos aún muy le'os de haber agotado el material lingüís-tico que se pue d e obtener de la documentación; para lo-grarlo no bastaría toda la vida de una sola persona. Hemos de darnos por satisfechos con haber hecho todo lo humanamente posible resignarnos a pensar que es imposible hacer más en 7 as condiciones actuales. Que quienes lamenten esta realidad contribuyan a completar la obra en la medida de sus t: osibilidades. No se puede esPerar consumar de fo-a a-soluta una tarea hictC.rri-a o h@iística. Nos conformamos, pues, con lo que hemos conseguido. En lo que a nosotros se refiere, desde que empezamos a consultar los Monumenta advertimos que la obra demandaba una necesaria revisión y puesta al día, en la que se salvaran los descuidos y errores de la edición original, se completara el material' lingüístico, se comentaran los aciertos y desacier-tos del autor y se valoraran sus conclusiones a la luz de otras contribuciones y explicaciones. Creemos que se trata de una propuesta de revisión y actualización que se justifica de modo pleno por diversos motivos. En primer lugar, porque en ella se cumplirían los propios deseos de Wolfel, que consideraba sus Monumenta, según he-mos visto, como una primera tentativa provisional. En segundo luear; porque ello supondnla una p~e s t aa! día; En este sentido conviene recordar que, cuando salen a la luz, los Monumenta no constituyen una obra actualizada. El aná-lisis oportuno revela que Wolfel apenas hizo alguna adición relevante con posterioridad al año 1945 debido a las dificulta-des de visión que tenía y al progresivo debilitamiento de su salud, y también se puede comprobar que faltan en la obra aportaciones significativas publicadas en los años cuarenta, cincuenta y comienzo de los sesenta, un espacio temporal en 468 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS REVISldN Y ACTUALIZACIÓN DE LOS MONUMENTA LINGUAE CANARlAE 5 el que la bibliografía sobre la lengua de las Canarias pre-europeas aumenta sensiblemente. En tercer lugar, porque con esta revisión se podrían subsa-nar diversas deficiencias y errores que se advierten claramen-te en la obra, muchos de los cuales se deben a las limitacio-nes y descuidos del autor, pero también se aprecian otros que son responsabilidad de los encargados de la edición. En cuarto lugar, porque con ello se proporcionaría a los lectores no especializados toda la información disponible y todas las referencias pertinentes, lo que evitaría -y no es poco- numerosos malentendidos y confusiones que, una vez arraigados, costaría mucho trabajo deshacer. En este sentido hay que reparar en el hecho de que en Canarias son muchos los que se apuntan fervorosamente a la defensa de ((10 nues-tro » y que se interesan especialmente por todo lo relacionado con la prehistoria insular. Ello hace que cada día aumente entre nosotros el número de personas no especializadas inte-resadas en cuestiones de lingüística prehispánica canaria, que devoran ávidamente todo lo que se publica en esta dirección. Son un amplio número de lectores marcadamente receptivos, fácilmente impresionables y desafortunadamente indefensos, que no pueden situarse críticamente ante los trabajos que lle-gan a sus manos porque carecen de la. oportuna formación, pero que merecen ser -tratados con todo el cuidado y con todo el respeto. De ahí la importancia de la presentación rigurosa de la información, de ahí la relevancia de la preparación, exhaustividad y actualización de los datos que se transmiten. Y finalmente, porque esta actividad de revisión reportaría un gran caudal de conocimiento. El examen tanto de las ca-rencias y ecpivcxurimes de wdfe! como de sus numerosos logros y aciertos nos conduciría a la luz. Sabido es que cual-quier empresa o empeño científico ejerce un doble magisterio. De una parte, amplía horizontes en lo que tiene de contribu-ción sólida y definitiva y, de otra parte, también abre camino en lo que tiene de inconsistente o deficiente porque prepara la andadura de empresas posteriores al mostrar los peligros, las complicaciones, las trampas y los descuidos que. deben evitarse. Núm. 45 (1999) 469 6 CARMEN D~AZ ALAYÓN Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO Estimamos que este proyecto de revisión que proponemos se hace más necesario todavía después de la publicación a fi-nales de 1996 de la traducción española de los Monumenta, auspiciada por la Dirección General de Patrimonio del Gobier-no de Canarias. Ver por fin en traje español esta obra cumbre de los estudios de lingüística prehispánica canaria constituyó un acontecimiento feliz que, sin asomo de duda alguna, tenía que haberse producido mucho antes y que puso término a una injusta, injustificada y excesivamente dilatada espera. No hay que olvidar que más de treinta años separan la edición origi-nal de 1965 y esta edición insular de diciembre de 1996, sin duda repitiendo también en el ámbito canario la andadura difícil y desafortunada que ha marcado esta magna obra des-de sus mismos inicios. Pero hay que destacar que se trata so-lamente de una traducción, que a nosotros como filólogos y como canarios de a pie nos sabe a poco. Seguramente tiene mucho que ver en esto la especial atención que venimos pres-tando desde hace muchos años a los estudios de lingüística prehispánica canaria y en particular a la significativa aporta-ción de Wolfel. En este sentido queremos subrayar que esta edición canaria constituye por descontado una excelente y loa-ble iniciativa porque acerca la singular contribución del inves-tigador vienés a un público más amplio, pero creemos que, dada la compleja naturaleza y el tamaño de la obra y puesto que se trataba de un proyecto que implicaba una considera-ble inversión y de una iniciativa que por su envergadura di& cilmente se podría repetir en el futuro, el esfuerzo editorial y científico realizado tenía que haberse concebido de forma más trascendente, debía haberse planificado de modo más exigen-te para asegurarse unos ~hjetiwx de maym dcmce y tenia que haberse puesto mucho más cuidado en su ejecución. A nadie se le escapa que la responsabilidad de las instituciones que amparan la realización y publicación de proyectos de in-vestigación no se limita únicamente al capítulo económico, sino que atañe a todo el proceso en su conjunto! partiendo de las condiciones iniciales (interés del trabajo, prestigio del au-tor o autores) y controlando los distintos factores que inter-vienen en su realización (corrección del texto que se publica, 470 ANUARIO DE ESTUDIOS ATL~NTICOS REVISIÓN Y ACTUALIZACI~N DE LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE 7 carácter actualizado del mismo, anotaciones complementarias, idoneidad y profesionalidad de los encargados de la edición, formato y características físicas de la publicación, etc.). Evi-dentemente esta actuación responsable y exigente no se ha dado con la edición española de los Monumenta, desafortuna-damente plagada en la mayor parte de sus páginas de descui-dos, erratas y fallos en la composición, y visiblemente afeada y limitada por surgir de una iniciativa que no buscó asegurar-se un éxito pleno y que no aprovechó el proyecto de la forma más efectiva y científica procediendo a la oportuna revisión y puesta al día de la obra. Esta revisión y actualización que proponemos constituye una tarea hermosa, necesaria y plenamente justificada que, por su envergadura y naturaleza, escapa a la iniciativa indivi-dual, porque, aun cuando a ésta no le falte ánimo y entrega, se encuentra desafortunadamente limitada por múltiples fac-tores y no alcanza a cubrir satisfactoriamente todos los nive-les que una investigación de estas características presenta. Estamos ante una tarea que, para realizarla en condiciones óptimas, solamente puede ser llevada a cabo por un equipo de especialistas. Así, la labor de rastrear las numerosas fuentes a las que Wolfel no tuvo acceso estaría encomendada a los bi-bliófilos e historiadores. Los paleógrafos tendrán mucho que decir en la transmisión documental de los materiales, en la lectura y transcripción de las distintas formas. Corresponde-ría a los berberólogos el relevante cometido de contrastar los datos lingüísticos que Wolfel aporta en esta dirección, propor-cionar nuevas referencias no conocidas con anterioridad e in-troducir hipótesis etimológicas aún no sugeridas. Los prehis-tsriadsres va!~rará:: !as u f i r ~ u c i ~ n eqsü e se huce:: e: !m Monumenta sobre el pasado insular y señalarían las coinciden-cias que se dan con otras culturas. Y finalmente los dialec-tólogo~ y lingüistas podrían acometer la urgente tarea de se-parar rigurosamente las voces canarias de las que no lo son, podrían estudiar la evolución seguida por las distintas formas y podrían aportar la rica información que ofrece la tradición oral. Por descontado, no ignoramos las dificultades que se oponen a la formación de un colectivo de investigadores para Núm. 45 (1999) 47 1 8 CARMEN DfAZ ALAYÓN Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO un proyecto común, pero sin duda alguna los pasos deben ir en esta dirección y esperamos que nuestra propuesta consiga aglutinar la ilusión, dedicación y esfuerzo de varios especia-listas en esta ilusionada empresa. Por nuestra parte, a la espera de la formación de este equi-po de trabajo y como contribución preliminar a esta empresa de revisión y actualización, aportamos en las páginas que si-guen un amplio conjunto de anotaciones que son el resultado de una lectura crítica de los Monumenta. Nuestros apuntes, que en modo alguno constituyen una valoración exhaustiva, se refieren a diversos aspectos. En algunos casos alcanzan a las conclusiones del estudio lingüístico que Wolfel aporta; en otros, tienen que ver con lecturas erróneas, que condicionan el análisis y lo inutilizan; en otros casos son relativas a las fuentes, para completarlas aportando registros no citados o desconocidos; y en otros, pretenden alumbrar aspectos y cues-tiones que pasaron desapercibidos al autor. Todo ello es el re-sultado de muchos años de constante acercamiento a la mag-na obra de Wolfel, acercamiento que nos ha ido mostrando la grandeza de su espléndida contribución, pero que también nos ha ido revelando sus limitaciones y deficiencias. Así, tendremos ocasión de comprobar que Wolfel se enfren-ta al comentario de los materiales reunidos con unos conoci-mientos poco profundos en español y portugués, una carencia especialmente trascendente porque maneja y estudia listas y repertorios de prehispanismos -la mayor parte de ellos ela-borados en el siglo XIX con notable falta de rigor y evidente descuido- que incluyen voces que no pueden remitirse a la lengua de los antiguos canarios. En algunos casos, Wolfel tie-n n 1- Cnv t *?n- A n e-qnnv-v A n - n A n - i v n c n net - A 4 G n ~ ~ l t1,~ nAn n-llL IU L V L L U I I L I UL J U p L I U L UL lllVUV U l L V J V L J L U U I L I L U I L U U J LVII-secuentemente sus comentarios y conclusiones son acertados, pero hay otros casos en los que no tiene la misma fortuna y su análisis se resiente de forma palpable. Esto puede verse, por ejemplo, en el término ne%eda (IV, 5 400), voz que remite al habla de los aborígenes al no encontrar ninguna correspon-dencia peninsular de la misma, pero que hay que desterrar de entre los materiales lingüísticos prehispánicos conservados. Está claro que el rastreo de nuestro investigador en las len- 472 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS REVISIÓN Y ACTUALIZACIÓN DE LOS MONUMENTA LINGUAE CANARlAE 9 guas ibéricas mayoritarias no es profundo porque en español tenemos nébeda, denominación de una planta herbácea de la familia de las labiadas, con tallos torcidos, velludos y ramosos, con hojas pecioladas, rugosas, ovales, aserradas por el margen, lanuginosas, de color verdinegro por encima y blanquecino por debajo, con flores blancas o purpurinas en racimos colgantes y fruto seco y capsular, y que tiene un olor y sabor parecidos a los de la menta (DRAE). Y en portugués existe ngveda 'nome de várias plantas, especialmente da Satuveja calamintha, Lin., também conhecida por erva-das-azeitonas' (Figueiredo). Otro ejemplo del conocimiento poco profundo que Wolfel tiene en este nivel se aprecia en su comentario de Balayo (V, 3 510), donde concluye que, pese al considerable parecido que existe entre esta voz geográfica de La Orotava y el vocablo español balay, pudiera tratarse de un topónimo de la lengua antigua. Pero, obviamente, resulta impensable asignarle a balayo esta procedencia porque, como se sabe, la voz figura en el DRAE como americanismo y también en portugués existe balaio 'ces-to de palha, em forma de alguidar' (Figueiredo), razón por la que diversos autores consideran balayo como otro lusismo más de las hablas canarias (Álvarez Rixo 1992:70; Wagner 1925:84; Pérez Vida1 1991: 191-192, 245-247). Lo mismo sucede con Alatada (V, 5 561), donde no advierte que este topónimo me-nor de Ingenio (Gran Canaria) es una forma protética de la voz latada que en el habla insular tiene el valor de 'armazón de timones y palos para extender la sombra y la ornamenta-ción de parras y enredaderas sobre los patios y también en las fincas, especialmente en sus orillas' (Pérez Vida1 1964:264-265, 1991:220-221) y tampoco se percata de que se trata de un tér-mine de c ! ~ rp~ro cedencia !usa ubsdiitumente idéntico 21 Yn-n-r-tugués latada 'grade, de canas ou de varas, para sustentar videiras ou outras plantas trepadeiras' (Figueiredo). Como ve-mos, esta carencia despista y confunde una y otra vez a nues-tro investigador y lo hace llegar a conclusiones completamen-te equivocadas. Y ello no deja de sorprender, de modo especial en lo que se refiere a los portuguesismos, porque Wolfel es plenamente consciente del amplio protagonismo de los pobla-dores lusos en la nueva comunidad insular que surge en Ca- Núm. 45 (1999) 473 10 CARMEN D~AZ ALAY~N Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO narias a partir de los asentamientos de los europeos, así como de la relevante influencia lingüística portuguesa en el español que arraiga en el Archipiélago tras la conquista. Como tam-bién le consta que algunos lusismos del español canario han sido catalogados como prehispanismos y, por ello, curándose en salud, admite como más que probable que a él mismo se le cuele en sus materiales alguna que otra palabra portuguesa (1, cap. 4, 55 41-44). También se reflejan en nuestras anotaciones las limitacio-nes y carencias que Wolfel muestra en la lectura y transcrip-ción de las fuentes documentales antiguas y otros materiales manuscritos. Ello no debe sorprender. Wolfel desarrolló una intensa labor de investigación documental, sobre todo en los primeros años de la década de los treinta, y solamente en el Archivo de Simancas llegó a consultar cincuenta mil documen-tos relativos a Canarias, pero no debemos olvidar que acome-te el rastreo de los fondos de los distintos archivos que visita sin ninguna formación académica específica como paleógrafo. Contaba, bien es verdad, con su inigualable motivación, su generosa ilusión y su inquebrantable tesón, pero estos facto-res son insuficientes y no pueden suplir la debida experiencia en esta dirección de la investigación. Ello justifica las diver-gencias que se dan entre las lecturas que Wolfel obtiene y las que nos proporcionan otros autores. La documentación de Simancas ofrece ejemplos ilustrativos en esta dirección y una muestra de ello es el nombre prehispánico del padre de Pedro Benítez (V, 125), que Wolfel lee Guanarco, mientras que tan-to para Manuela Marrero como para E. Aznar es Guanajao (Díaz Alayón y Castillo 1996a: 177-1 78, 184). Otros ejemplos en este sentid= p ~ e d e nv erse e: !as kc t~ruse rrudas cpe hace de algunas voces de la Descrittione de Torriani. Una de ellas es Zzaga (V, 254)) que toma del mapa de Gran Canaria que rea-liza el ingeniero cremonés y que Wolfel relaciona con el topónimo grancanario Gazaga, pero es obvio que se trata de una lectura errónea de Iraga (V. 5 244). Otro caso particular-mente grave es el de Chelmiede (VI § 75a), denominación de un roque que Torriani consigna en su carta de El Hierro. Wolfel hace esta lectura y remite consecuentemente a parale- 474 ANUARIO DE ESTUDIOS A T ~ N T I C O S R E V I S I ~ NY ACTUALIZACI~ND E LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE 11 los del Ahaggar y del nefusí, pero un simple vistazo a la fuen-te en cuestión le debía haber revelado que lo que él recoge como Chelmiede no es sino Salmode, una variante más de Salmor o Salmore, el conocidísimo nombre de los famosos roques herreños. A ello hay que añadir los registros equivocados que nues-tro investigador obtiene de fuentes más recientes, como las listas manuscritas de los autores palmeros Juan Bautista Lo-renzo Rodríguez y Félix Duarte. Particular atención merecen en este sentido los materiales inéditos de José Agustín Álvarez Rixo, que Wolfel no conoce directamente sino a través de la copia que de ellos hizo Agustín Millares para el Museo Cana-rio, y que se reproducen plagados de errores. Si cotejamos el inventario de Álvarez Rixo con los Monumenta comprobare-mos que numerosas voces del autor portuense se recogen de forma indebida y en algunos casos ello tiene su nefasta tra-ducción en los resultados del análisis porque el registro de Álvarez Rixo, erradamente interpretado bien por la fuente in-directa que maneja o bien por sí mismo, lleva a Wolfel a in-crementar falsamente las voces que cataloga y lo conducen a conclusiones desprovistas de base alguna. Así, la explicación etimológica que proporciona para la voz geográfica de Tenerife Tafunaste (V, 5 532) carece de todo fundamento puesto que se construye sobre datos no fiables al ignorar nuestro lingüista que no es Tafunaste, tal y como se refleja, sino Tafuriaste, como correctamente recoge la fuente utilizada (1991:79). Lo mismo ocurre con la forma herreña Arofa (5 386), en la que Wolfel cree ver equivocadamente el mismo radical que tiene el nombre tinerfeño Arafo, pero una vez más su análisis que- & iniiti!izz& p r q ~ ep e p & _ r ~ g i ~ptqrui~vn ca&: no es Arofa, sino Asofa, y así viene anotado en el autor portuense (1991:90). Del mismo modo, podemos advertir en muchas ocasiones la apreciable inseguridad de Wolfel ante las voces que anali-za. Para él, la existencia de diversas variantes de una misma forma constituye en muchos casos un obstáculo difícil de su-perar. El caso del término Zonzamas (V, § 8) es especialmente ilustrativo en ese sentido. La multiplicidad de registros dife- Núm. 45 (1999) 475 12 CARMEN D~AZ ALAYÓN Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO rentes que posee de esta forma de Lanzarote y las distintas ubicaciones que recogen las fuentes consiguen despistar a Wolfel y lo llevan a creer que existen dos términos claramen-te diferenciados: de una parte, el topónimo y antropónimo Zonzamas (o Sonsamas), y, de otra, el también topónimo Zancomas, así registrado por una fuente a la que el investiga-dor vienés suele otorgar especial fiabilidad, pero Olive le jue-ga en esta ocasión una mala pasada y Wolfel es incapaz de notar que Zancomas no es una voz original sino producto de un error. Otro ejemplo de esta inseguridad que señalamos puede verse en el topónimo herreño Binto. Ante las variantes Vinco y Vinto (V, 5 5 1 l), Wolfel reconoce que ignora si el error gráfico está en la primera o en la segunda, aunque supone que se trata de esta última, sin duda porque se apoya en el topónimo tinerfeño Vinco, lugar de Guía de Isora. Nuestro in-vestigador desconoce que las fuentes más tempranas reflejan Binto y que así viene en el Compendio de Bartolomé García del Castillo, espléndido conocedor de la documentación he-rreña más antigua, y en las Ordenanzas de El Hierro de 1705. Ni que decir tiene que estos comentarios errados no se hu-bieran producido si Wolfel hubiese contado con el apoyo y la asistencia de colaboradores, sobre todo en aquellos niveles que su esfuerzo y formación no podían cubrir con todas las garan-tías. A nadie se le oculta que el estudio de los restos lin-güístico~ conservados de los antiguos canarios es una parcela de la investigación que, por sus características propias, entra-ña una especial dificultad y por ello debe ser abordada por un equipo de especialistas, y esto es algo que se echa de menos en los comentarios que Wolfel hace en sus Monumenta y en ^tras Ci_p ~ J Sc nfitribccienps & C I T ~ C ~ P lTi n g ü i ~ t i ~Cr~ee.m os. que si hubiese recabado el apoyo de dialectólogos, paleógrafos e historiadores canarios y la asistencia de hispanistas, ber-berólogos y especialistas en lingüística antigua, los resultados finales de su estudio hubieran sido sin duda alguna sensible-mente diferentes. Estos especialistas habrían ayudado notable-mente a tamizar el inventario de materiales sobre el que Wolfel construye su análisis, desterrando de él numerosas for-mas inventariadas como prehispánicas y que en modo alguno 476 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS REVI S I ~NY ACTUALIZACI~ND E LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE 13 pueden serlo y también habrían colaborado eficazmente a completar el catálogo mediante la inclusión de formas segu-ras no conocidas por el investigador austríaco. Sin duda, estos especialistas le hubieran indicado que Guisla (V, 9 550) no puede proceder de los antiguos isleños, como previamente hab��a apuntado Álvarez Rixo (1 99 1 : 178)) sino que se trata de un apellido flamenco arraigado en La Pal-ma en época histórica y que llega a figurar en el título del marquesado que se crea en 1776. De igual modo, le hubieran apuntado que Nordela o Nordelo (VI 9 577) no es una voz prehispánica insular, sino que se trata de Lordelo, una forma que está presente en la toponimia del Occidente ibérico. En Galicia reciben este nombre dos localidades de la provincia de Pontevedra y una de la provincia de Orense, y la toponimia portuguesa nos ofrece muchos más casos. Y en lo que se refie-re a Canarias, hay constancia de la presencia entre los coloni-zadores de Tenerife y La Palma de personas apellidadas Lor-delo: Pedro Hernández Lordelo, Duarte Hernández de Lordelo y Rodrigo Hernández Lordelo (Serra 1978:39; Moreno Fuentes 1988:203ss). También le hubieran mostrado a nuestro investi-gador que Quinquiquirá O Quiquirá (VI 9 555) no es una forma canaria sino americana, que es el resultado de la adaptación de la palabra chibcha Chiquinquirá, cuyo significado es 'lugar pantanoso y cubierto de niebla', una voz frecuente en la topo-nimia venezolana y que también existe en Colombia, donde es la denominación de una ciudad que alberga el popular Santua-rio de la Virgen del Rosario, al que acuden muchos devotos en peregrinación, y que la presencia de este topónimo ultramari-no en Tenerife tiene que ver con esta devoción a la Virgen del Q n ~ ~ rAi =n r hini i inni i irá en hnnnr & II CcI] c_n i_n&2nQ i l e - L.VOUl A V U" "ll.yU..lyUll U, WIA . * V I I V L ño levantó una ermita en La Orotava. Desafortunadamente, todo esto refleja carencia de información y superficialidad en el manejo de los materiales que Wolfel tiene en sus manos, lo que explica que abunden en los materiales catalogados térmi-nos que de ninguna forma pueden proceder del sistema de comunicación de los antiguos canarios. Junto a esto, podemos ver que el inventario de materiales que Wolfel cataloga y estudia presenta claras deficiencias. Los Núm. 45 (1999) 477 14 CARMEN D~AZ ALAY~N Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO fondos documentales que se encontraban en Canarias -indu-dablemente ricos en referencias y capitales para la investiga-ción que estaba llevando a cabo- no los pudo consultar de-bidamente, ni tuvo la oportunidad de elaborar un repertorio exhaustivo de la toponimia antigua del Archipiélago, una gran parte de la cual no viene en las listas realizadas con anterio-ridad, ni tuvo ocasión de considerar el comportamiento dia-lectal o la situación lingüística de las voces preeuropeas que han logrado sobrevivir en el habla isleña moderna. Las dos estancias de Wolfel en Canarias fueron singularmente cortas, con lo que su trabajo en los archivos insulares fue conse-cuentemente muy breve y solamente llegó a manejar una pe-queña parte de las interesantísimas colecciones documentales existentes en el Archipiélago -sobre todo la de Tenerife- y tampoco hizo ninguna labor de campo en las Islas (Díaz Alayón y Castillo 1996b y 1997a). Todo ello explica que en los Monurnenta no encontramos términos prehispánicos caracte-rísticos y que sean constantes las complicaciones derivadas de la no utilización de la tradición oral. Sin duda alguna, el oportuno trabajo de campo le hubiera mostrado a Wolfel que los inventarios lingüísticos elaborados en el siglo XIX no refle-jan adecuadamente muchas de las formas que contienen. Esta deficiencia se advierte en su análisis de Figaday (VI 9 537), donde no sabe con seguridad si esta forma que toma de Chil y Millares es un error de grafía o si se trata de una va-riante, posibilidad ésta que considera interesante. Evidente-mente la tradición oral le hubiera mostrado que la forma co-rrecta de este topónimo herreño es Tigaday y que Figaday no es más que un error de los compiladores canarios. Otro tan-to sucede con el análisis de 7iñor (Vi 3 577); en el q1~e torna en consideración las numerosas variantes gráficas de este top��nimo herreño (Tiñov, Tinov, Finov, Miñov, Fiñor) y donde vemos una vez más su inseguridad e incapacidad de discrimi-nar que la forma auténtica es Eñor, así transmitida a través del tiempo y así conservada en el uso actual. Todo ello es el resultado de no contar con la seguridad que proporciona el trabajo de campo y la comprobación de los datos sobre el terreno. 478 ANUARIO DE ESTUDIOS ATUNTICOS R E V I S I ~ NY ACTUALIZACI~ND E LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE 15 Del examen de los materiales estudiados se desprende también que Wolfel recurre excesivamente a la hispanización de términos canarios como fundamento de su análisis. En muchos casos, cuando la extracción española es más que evi-dente y no cabe la más mínima duda, acaba sugiriendo la posibilidad de que, tras la apariencia española de la forma en cuestión, se encuentre una voz canaria antigua, inevitable-mente desdibujada tras su incorporación al nuevo sistema lingüístico. Esto lo vemos en Casa de Tqa (V, 3 598), denomi-nación de un caserío en Tijarafe y de una casa de labranza en El Realejo. Aquí señala que evidentemente la forma teja es idéntica a la española teja, pero también indica que pudie-ra tratarse de la adaptación al español de un nombre cana-rio. Una vez más comprobamos aquí la cerrazón de Wolfel a aceptar lo que es más que evidente, porque la palabra teja no puede ser otra cosa que española y la explicación del topónimo menor Casa de Teja no se puede hacer fuera de esta lengua. El investigador vienés desconoce que en los me-dios rurales de Canarias el uso de la teja no estaba genera-lizado y en muchos casos se utilizan cubiertas de paja o de madera, y por ello no debe extrañar que la presencia escasa o excepcional de la teja se haya tomado en este caso como referencia en el proceso de la creación toponímica. Otro caso es el de Quinta Zoca (V, 3 591), un doble topónimo menor de La Palma que Wolfel explica en la misma dirección, sin duda porque ignora que se trata de una forma que procede del cultivo de la caña de azúcar, un capítulo económico de sin-gular relevancia en los primeros momentos de la andadura histórica del Archipiélago. La quinta zoca es el quinto fruto que da de la cufi.,u de uzúcur u les diez 259s de sembrada y Thomas Nichols nos describe con detalle el ori-gen de este término y de otros del mismo campo cuando habla de Gran Canaria en su A Pleasant Description of the Fortunate Islands (Cioranescu 1963: 1 10,111). La misma proce-dencia histórica y el mismo carácter económico tiene la voz Cabasera (V, 3 554). En su estudio de este nombre geográfi-co de Ingenio (Gran Canaria), Wolfel refleja que a pesar del parecido con el portugués cabaceira, podría tratarse de una Núm. 45 (1999) 479 16 CARMEN DfAZ ALAY6N Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO forma canaria antigua que ha sufrido un proceso de adapta-ción al español. Pero la única explicación posible es a través del término luso citado y, dado su conocimiento de la histo-ria insular, Wolfel tenía que haber advertido que el topónimo menor Cabasera -al igual que el término Ingenio- proviene del auge que tuvo el cultivo y la comercialización de la caña de azúcar en Canarias (Díaz Alayón 1987:97-98). La posibili-dad de la doble extracción lingüística se repite con el to-pónimo Caldereta de Denises (V, s 528), para el que Wolfel señala que cabría suponer que se trata de una de las pocas huellas dejadas por los primeros conquistadores normandos, pero también apunta que pudiera ser la españolización de un topónimo de los aborígenes, posibilidad que hay que descar-tar por completo. También hay que destacar la evidencia de que Wolfel no controla los materiales que cataloga, lo que le lleva a caer en numerosos errores y a engrosar falsa e innecesariamente el catálogo de términos que aporta. Veamos algunos casos. En relación con Enetodea (V, 474), señala que es posible que esta forma sea la segunda parte de una construcción de genitivo, pero no hubiera proporcionado el errado análisis que aquí ofrece si se hubiera dado cuenta de que lo que tie-ne delante no es otra cosa que una variante del topónimo tinerfeño Geneto, que estudia en otro lugar (V, 5 361). Otro caso es el de Guname (V, 5 544), voz que toma de Millares y que estudia como si de un término original se tratase, aportando incluso dos correspondencias del bereber, lo que muestra que no advierte que se trata de un registro inexac-to del topónimo majorero Guriame, forma que estudia en parte V, 3 549. Iniciamos nuestro comentario de forma ordenada y em-pezamos por la relación bibliográfica que Ferdinand Anders publica en la introducción de los Monumenta (1965:ix), donde se pueden apreciar diversos errores, que también proceden 480 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS REVISI~N Y ACTUALIZACI~N DE LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE 17 originalmente de Wolfel. Aquí se hace constar que la confe-rencia «Los indígenas canarios, problema central de la antro-pología » aparece en la revista La medicina canaria de Santa Cruz de Tenerife, en el número de diciembre de 1932, pp. 1- 11. Este referencia es cierta y figura también en la bibliogra-fía que Wolfel consigna en su edición del texto de Torriani (1940:xxiii), pero en ambos casos no se indica que dicha con-ferencia también se publica en el diario Hoy de Santa Cruz de Tenerife, en los números correspondientes al 29, 30 y 31 de diciembre de 1932. Junto a esto tenemos que Anders refleja que la conferencia .Los indígenas canarios después de la con-quista)) se publica en los diarios santacruceros Hoy y La Pren-sa en el número correspondiente al 29 de diciembre de 1932 y ello es un error que procede de la lista bibliográfica que Wolfel incluye en su Towiani. La Prensa no recoge ningún tra-bajo de Wolfel en el día que se señala (29 de diciembre de 1932) y Hoy publica únicamente la primera entrega de «Los indígenas canarios, problema central de la antropología)). La conferencia «Los indígenas canarios después de la conquista» la publica La Prensa en sus números del 5 y 6 de enero de 1933 y de esto nada se dice ni en la bibliografía del Torriani ni en la de Anders. Asimismo, hay más casos de publicacio-nes de Wolfel en la prensa insular que no se reseñan en esta lista bibliográfica. Una de ellas es la conferencia «La verdade-ra historia de la conquista de la isla de La Palma», aparecida en cinco números del diario Acción Social de Santa Cruz de La Palma (núm. 148, 13 de marzo de 1933; núm. 149, 14 de marzo de 1933, p. 6; núm. 150, 20 de marzo de 1933, p. 8; núm. 151, 21 de marzo de 1933, p. 6; y núm. 152, 22 de mar-zo de 1933, p. ój y que se corresponde íntegramente -salvo las líneas iniciales de salutación, agradecimiento e introduc-ción del tema, los dos párrafos en los que describe sus hallaz-gos en Simancas en noviembre de 1932 y que confirman la declaración del regidor Pedro de Valdés, los párrafos ante-penúltimv y fin& y u!gums cambies minimes en !u reduc-ción- con el texto del artículo «Un episodio desconocido de la conquista de la isla de La Palma (Nueva contribución do-cumental a la historia de Canarias», que Wolfel había publi- Núm. 45 (1999) 48 1 18 CARMEN D~AZ ALAYÓN Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO cado a mediados de 193 1. Otro caso es el de la conferencia «Nuevos documentos acerca de la conquista de Gran Canaria)), publicada en primer lugar por el Diario de Las Palmas, en los números correspondientes al martes 7 y el miércoles 8 de fe-brero de 1933 y después también en El Defensor de Canarias en los números correspondientes al 10 y 11 de febrero. Desafortunadamente la nueva edición en español aumenta las inexactitudes de esta lista bibliográfica de Anders. Aquí se consigna que el artículo «Un jefe de tribu de La Gomera y sus relaciones con la Curia Romanas está publicado en el vol. V de la revista Investigación y Progreso, cuando se trata del vol. IV, Asimismo, también equivoca el título del artículo «Le noms de nombre dans le parler guanche des Iles Canaries)) (1954), que pasa a ser «Les noms de nombre dans le parler guanche et du Berbkre)). Igualmente figura equivocado el sub-título de los Monumenta de 1965, que viene como Díe Kanari-schen Sprachdenkmaler und die Sprache der Megalitkultuv. Eine Studie zur Vor- und Friihgeschichte Weissafrikas y que no re-produce el subtítulo original. PARTE 1 En la parte 1, Wolfel trata cuestiones de dialectología y paleografía, y comenta de forma detenida las características de todas las fuentes consultadas, desde las más antiguas hasta las más cercanas en el tiempo, mostrándose perfectamente cons-ciente de que los materiales de la lengua canaria nos han lle-gado de muy diversas maneras y que poseen un valor desigual Yr r n n v ~ 1 c *1* h ~v ~ x n~ I I Pn 4cr prtp m~ t ~ r insrl> rb-í2 2scmirs~ P U L LIIV DUVIUJLS YUb A l U U U UI - 0 C V l l l U C V ~ l - l y-lr en su estado original, es decir, sin antes someterlo a un análi-sis crítico y por ello comienza por una crítica de las fuentes. En esta parte 1 se advierten numerosas imprecisiones y erro-res que comentamos. En el 5 7 se nombra a John Abercromby y en nota a pie de página se remite a «The Language of the Canary Islandersn, Harvard African Studies 11. El lector informado advertirá que el título correcto es «A Study of the Ancient Speech of the 482 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS REVISI~N Y ACTUALIZACI~N DE LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE 19 Canary Islandsn y que el volumen de Haward Afvican Studies no es el 11 sino el 1. En el 5 20, nota 5, se remite al trabajo Euvafrikanische Wortschichten als Kulturschichten, que no se publica en 1940, tal y como se refleja, sino en 1955. En el 5 80 se interroga sobre la procedencia de los cuatro aborígenes que viajan a Lisboa al regreso de la expedición de Recco. A la luz de las referencias del texto, Wolfel sugiere que se trata de la isla de Gran Canaria y remite a su libro Die Kanarischen Altertümer und die WestkuItur, pero lo cierto es que sobran interrogantes y está de más el análisis porque el propio texto dice claramente la procedencia de los naturales: Los cuatro hombres que fueron hechos prisioneros eran imberbes y de buena presencia y andaban desnudos, te-niendo solo una especie de tonelete -que sostenían con una cuerda en la cintura- hecho de hojas de palma o de junco de dos y medio a dos palmos de largo, y con el cual cubrían sus vergüenzas por uno y otro lado, de modo que no lo levantase el viento, ni por ningún otro accidente. Son incircuncisos y tienen cabellos largos y rubios que les caen hasta el ombligo. Con ellos se cubren y andan descalzos. La isla a que éstos pertenecen se llama Canaria y es la más poblada. Al final del 5 84 se envía a la nota 18 en la que se cita el artículo de Wolfel «La falsificación del Canarien~. La nota abunda en detalles bibliográficos de esta publicación, pero ol-vida que se trata de la Revista de Histovia de la Universidad de La Laguna. Los datos bibliográficos que Wolfel consigna en 5 113 so-l---- l - . - - - - -. <- - - UIC la rlavegacion de Cadamosto no son precisos y pueden provocar confusión. Así, se dice que este texto fue impreso por Ramusio en el primer volumen de su famosa recopilación de relatos de viajes, que la edición que utiliza es la segunda y que la primera apareció en Venecia en 1507, referencias claramen-te C C ) E ~ ~ J S ~LCa. ~?avegucióid, e Cadamosto ve !a !üz por prime-ra vez en 1507 al ser incluida por M. Fracan en su publica-ción Paesi novamente retrovati ..., y en 1508 se publica de nuevo en la versión latina de Archangelus Madrignanus y nuevas Núm. 45 (1999) 483 20 CARMEN DfAZ ALAYON Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO ediciones de la obra de Fracan se hicieron en Milán (1512 y 15 19) y Venecia (15 17 y 152 1). Con posterioridad, S. Grinaeus toma el texto de Cadamosto de la obra de Fracan y lo incluye bajo el título de Navigatio ad temas ignotas A. Cadamusti en su Novus orbis regionum ac insularum veteribus incognitarum, impreso en Basilea y París en 1532. Nuevas ediciones del Novus orbis de Grinaeus se publicaron en Basilea en 1537 y 1555. Pero, sin duda, la navegación de Cadamosto se difundió ampliamente gracias a que Giovanni Batista Ramusio la inclu-yó en el primer volumen de la segunda edición de su obra Delle navigationi et viaggi ..., aparecida por primera vez en 1550 y luego en 1554, 1563, 1564, 1588, 1606 y 1613. En el 3 126, al tratar sobre Francisco López de Gómara, Wolfel nos dice que este autor no aporta nada con respecto al sistema de comunicación de los antiguos canarios y nosotros no llegamos a entender el nulo valor que le adjudica a esta fuente. En su Historia General de las Indias, publicada por primera vez en Zaragoza en 1552, Gómara incluye dos capí-tulos sobre las Afortunadas. En el primero de ellos, tras reco-ger que el Archipiélago había sido ampliamente conocido y repetidamente elogiado por autores griegos, latinos y africa-nos, se remonta al siglo XIV con la llegada a las Islas de las primeras incursiones de europeos y hace un rápido recuento de las distintas empresas de la conquista. A esto sigue el capí-tulo dedicado a las costumbres de los canarios y que incluye una referencia lingüística de especial interés: Es mucho de maravillar que, estando tan cerca de Áfn-ca, fuesen de diferentes costumbres, traje, color y religión que los de aquella tierra; no sé si en lengua, porque Gomera, -le1 l1a e y otros vocabh aci hzy eTi e! r e i d~e ~Fe z y Benamarín. Ignoramos de dónde toma Gómara este referencia. Sabe-mos que el capellán de Hernán Cortés, de la misma forma que nunca pisó el suelo americano, tampoco estuvo en las Islas, pero si tenemos en cuenta su biografía, no tiene nada de ex-traño que haya obtenido personalmente este referencia lingüís-tica que hemos destacado y debemos considerar a este respec- 484 ANUARIO DE ESTUDIOS ATUNTICOS REVISI6N Y ACTUALIZACI ~ND E LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE 2 1 to que López de Gómara reside en Sevilla durante mucho tiempo y que la capital andaluza es en aquellos momentos la antesala de Canarias y también hay que destacar 'que el cro-nista tiene un contacto especial con el Magreb, ya que acom-pañó a Hernán Cortés a Argel en 1541 en la expedición con-tra los Barbarroja. Este referencia lingüística que hace López de Gómara la veremos con posterioridad en Abreu Galindo, pero resulta difícil de establecer si el historiador franciscano la toma de Gómara -cuya obra aprovecha en varios momen-tos y cita convenientemente- o si viene en una fuente des-afortunadamente no conservada a la que ambos tuvieron ac-ceso, posibilidad que nos llevaría a la famosa historia perdida del doctor Antonio de Troya, probablemente redactada a me-diados del siglo XVI y que constituye la fuente canaria común que siguen los historiadores de finales de la centuria, comple-tándola en algunos casos y en otros seleccionando sus mate-riales. De cualquier forma, se trata de un apunte de especial relevancia que muestra palpablemente que desde fecha tem-prana se advertían las coincidencias lingüísticas entre la Berbería y el ámbito insular. El capítulo 12 se dedica a algunos viajeros del siglo XVI y a pruebas de hidalguía de esta época y entre los textos comen-tados se encuentran varias fuentes inglesas de los siglos XVI y XVII, algunas de las cuales no llega Wolfel a manejar ni a iden-tificar satisfactoriamente. En el 5 177 cataloga una obra pu-blicada en Londres en 1583: A pleasant description of the fortunate Ilands, called the Ilandes of Canaria, with their strage fmits and commodities, verie delectable to read, to the praise of God, cuyo autor esconde su identidad tras el seudónimo de ccpc9r pijgr;lTl;> a lAT~l$-l w-nfi-fie-vvulLLl .c;LviiuLr;q üe iiu püdu emsü!iar esia contribución y, por ello, no pudo advertir que este pobre pe-regrino no es otro que Thomas Nichols y que la obra en cues-tión es la misma que la que comenta a continuación en el 3 178, párrafo dedicado a la. Description de Nichols que R. Hakluyt incluye en el segundo v n l ~ ~medne SUS P & x i p ~ ! Navigations, Voyages, Traffiques and Discoveries of the English Nation, publicado en Londres en 1599. El texto que Hakluyt edita no reproduce la hermosa dedicatoria inicial de Nichols Núm. 45 (1999) 485 a John Wooley y también omite los dos primeros párrafos y la primera frase del tercero, pero el resto del texto sigue la edición de 1583. Wolfel no se da cuenta de que lo que catalo-ga como dos obras diferentes son en realidad la misma e in-cluso equivoca el título del texto editado por Hakluyt, que no es Description of Tenerife, como él refleja, sino A description of the Fortunate Ilands, othervise called the Ilands of Canaria, with their strange fruits and commodities. Composed by Thomas Nicols, English man, who remained there the space of seven yeeres together. El 3 179 se dedica a analizar las observaciones de Edmund a Scory. Wolfel cree que Buenaventura Bonnet concluye acerta- N damente cuando afirma que Scory debió de encontrarse en Tenerife en el año 1582 y vivir en la época del duque de O n Lema, pero -como se ha podido demostrar- lo cierto es que - m O el viajero inglés no pudo encontrarse en Canarias en la fecha E 2 indicada porque en esos momentos contaba siete años de edad -E (Castillo 1992-1993) y su paso por las Islas debió de haberse producido con posterioridad a julio de 1618, fecha en la que 3 - es nombrado caballero porque de otro modo no hubiera reci- - 0 m E bid0 el trato preeminente que le dieron las autoridades loca- O les. Junto a esto, Wolfel plantea aquí sus dudas sobre si el texto que viene en el 5 11 del mismo volumen y libro del n -E Pilgrimage de Purchas procede igualmente de las notas de a 2 Scory. Estimamos que no hay lugar para duda alguna. Scory n no es el autor del texto en cuestión, sino que se trata de una n descripción del Archipiélago que Purchas elabora e incluye en 3 O la tercera edición de su Pilgrimage, dentro del libro VII, capí-tulo XII y 3 11 con el título de «Of the Canaries, Madera and Fuitu Santo;;. Este texte tumbiéri viene en 12 cu2rt2 ediciSn de1 Pilgrimage -aparecida en 1626, como ya hemos señalado-pero en esta ocasión Purchas introduce algunos cambios, apor-tando información complementaria y suprimiendo algún pá-rrafo de la versión anterior que consideraba irrelevante. En esta ocasión, Purchas proporciona una muestra más de su es-casa habilidad literaria y corto mérito como historiador en los materiales que publica, ya que no nos deja una descripción coherente, completa y bien hilvanada de las Canarias, sino que 486 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS REVISI6N Y ACTUALIZACI~ND E LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE 23 / se limita a dar entrada a las distintas fuentes que llegan a sus manos y son estas fuentes las que marcan en todo momento la estructura y el tono de la descripción. Es, pues, una ima-gen fragmentaria, construida con información diversa que pro-cede de autores también diferentes en procedencia, formación, alcance y objetivos. Basta leer las observaciones de Scory y compararlas con la descripción de Purchas para advertir no-tables diferencias entre ambos textos. En Scory hay orden, estructuración, voz y autoridad personal, aspectos que el cor-to talento de Purchas no muestra. Para redactar esta descripción Purchas se sirve de diversas fuentes, entre las que tenemos: Le relazioni universali de Giovanni Botero, La prima navigazione per l10ceano alle tewe dei Negri della Bassa Etiopia de Cadamosto, L.r Siugdarifez de la France antarctique de André Thévet, la Geografia distinta in XII libri de Livio Sanuto, la Pleasant Description de Nichols, la primera parte de la Historia Natural y General de las Indias de Fernández de Oviedo, el Tratado dos descobvimentos antigos e modernos de Galviio, la Década Primeira da Asia de Joiio de Barros, y De Locis Theologicis de Melchor Cano. Algunas de estas fuentes las maneja Purchas en la traducción inglesa, como ocurre con las obras de Thévet, Galvao y Botero, y a estas fuentes bibliográficas Purchas añade información oral, como la que le proporcionan Lewis Jackson sobre el Árbol Santo de El Hierro y Thomas Byam sobre el Teide, además de algún dato que procede de la propia experiencia personal del compilador. Particular interés posee la información de Jack-son. Purchas recoge que este amigo suyo pudo contemplar el fabuloso árbol de El Hierro durante una estancia en esta isla -1 TT. eii 1618 y csiabkce ki población de 1a isla de EI Hierro en aquel momento en 8.000 habitantes y 100.000 animales, cifras a todas luces exageradas y que Sir Edmund Scory rebaja sen-siblemente. Una vez más, volvemos a ver la voz y el criterio de Edmund Scory, y en esta ocasión pronunciándose sobre El Hierro, lo que muestn que SU cmncimient~d~e !as CUEUI-~US no estaba únicamente limitado a Tenerife. Núm. 45 (1999) CARMEN D~AZ ALAYÓN Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO PARTE 11 Esta parte se dedica a los textos que se refieren específi-camente a la naturaleza de la lengua de los aborígenes así como a las relaciones lingüísticas de las Canarias prehis-pánicas, y se analiza la cuestión de la homogeneidad o diver-sidad de las antiguas hablas del Archipiélago. En 3 12 se reproduce la cita siguiente: ((These people were called Guanches. Their language was different to that of any other of the Canary Islands. Each Island had its own lan-guage~, q ue se adjudica a Nichols, pero no viene así en este autor. En 3 13 se reproduce la cita siguiente: «These peoples were called Guanches by fiawra!! TL-T, ,--La -nr\thnr I li~y apanb L I I I V C I I ~ I language cleane contrarie to the Canarians and so conse-quently every island spake a severa11 language», que se remite al Pilgrimage de Purchas, parte 2, p. 1673, pero pertenece a la Description de Nichols, que lo trae en el apartado correspon-diente a Tenerife. PARTE 111 El índice alfabético de todas. las voces con indicación de la parte y párrafo en el que son estudiadas se dispone en la par-te 111. Este inventario de materiales precisa una profunda re-visión. Puesto que se trata de una lista de las voces y expre-siones conservadas de los antiguos canarios, hay que eliminar ~ 1 1 33, n * *m- - c ~ c fnrmac q v n~o tienen esta procedencia, Ub CllCI lU.3 II,A.II"IVYUU LvArllr-como es el caso, entre otras, de Albarderas, Cardume, Cotios, Chamusquina, Helecho, Izquierdo, Miñocos, Mojón, Nazaret, Orégano, Sab~alejo, Sobaco y Yedra, del mismo modo que hay que desechar materiales no canarios, como ocurre con aigaite. También hay que restituir la forma auténtica a las lecturas erradas y completar las referencias de los términos que no las presentan: Aguatimas-guaya, Apala, Arguaio, Artedava, Ataodra, Aurotapala, Axafie, Bence. REVISI6N Y ACTUALIZACI~ND E LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE 25 PARTE IV En esta parte se analizan los elementos conservados con su significado: frases, voces relativas a la familia y a la estructu-ra social, topónimos, antropónimos, nombres de animales, plantas, etc. Algunas de las deficiencias que se aprecian en esta sección son producto de lecturas erróneas. Un ejemplo ilustrativo es boruca (3 23.5)) registro errado que Wolfel toma de los materiales de Álvarez Rixo y que condiciona sus con-clusiones sobre este término, porque no es boruca sino bómea, voz que se aplica a los líquidos y que tiene el valor de 'tibio' y para la que se han propuesto diferentes hipótesis etimológicas, como se podrá ver más adelante, pero que re trata de unn más de los numerosos lusismos del léxico canario, circunstancia que J. A. Álvarez Rixo señala acertadamente en su momen-to, al igual que otros investigadores posteriores, como J. Pé-rez Vida1 y J. Régulo Pérez. Otros casos de lectura indebida de los materiales de Álvarez Rixo pueden verse en gamaic y tanaya. En otras ocasiones, tal y como habíamos adelantado, se aprecian en Wolfel unos conocimientos poco profundos en español. Advierte la filiación lingüística de arrorró (5 51)) fa-raute (§ 149, 153), chivato (§ 186)) güero (§ 200)) mazorca (9 209), tuno (5 216)) alcairón (3 326) y codeso (3 387), pero no le sucede lo mismo con otras voces. Una de ellas es mondiza (5 79), y las consideraciones morfosintácticas que Wolfel hace aquí para intentar explicar esta forma a partir del bereber eddes, nemmedes y anmeddes carecen de todo funda-mento porque mondiza es clarameme una adaptación del es-pañol inmundicia. Otro caso es el de tolmo (§ 462), voz para la que Wolfel proporciona como correspondencia intrainsular la forma gomera Lolma, que documenta en el Archivo del Va-ticano, y también remite a un paralelo del bereber del Ahag-gx: r~mmet!fZremmfit, UMM,T¿;, m,~ef/tk,SCUt, amfiá, perG m es aquí donde hay que buscar la explicación de tolmo porque en español tenemos tolmo 'peñasco elevado, que tiene seme-janza con un gran hito o mojón' y tomo 'peñasco, tolmo; pe- Núm. 45 (1999) 489 26 CARMEN D ~ A ZA LAYÓN Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO queña masa suelta de tierra compacta; pequeña masa suelta de otras substancias' (DRAE). Lo mismo se repite con Fuste (5 433)) forma geográfica majorera que Berthelot es el prime-ro en considerar prehispánica, pero Álvarez Rixo se da cuenta de que se trata de un término español (1 99 1 : 1 18) y desafortu-nadamente Wolfel no se percata de este hecho. Otros casos en los que Wolfel no acierta a ver la correcta filiación pueden verse en apio (5 344), tuno (5 216) y chayota (5 366). Estas circunstancias se repiten con el portugués. Aquí no tiene dificultad en señalar la correcta procedencia de tabefe (9259)) bucio (5 338)) cheme (3 349), chucho (5 341), burgao (5 342)) anjova (3 343), gilbarbera (3 358) y fawobo (5 376), pero no tiene la misma fortuna con otros lusismos. Uno de ellos es viñátigo (§ 359), voz que hay que desterrar de los Monumenta porque se trata de un lusismo más de las hablas canarias. La clara filiación occidental ibérica de este fitónimo insular no es advertida por Wolfel, sin duda desorientado por no encontrar paralelos románicos o bereberes a los que remi-tirlo y por tener en cuenta la convicción de algunos autores que catalogan viñátigo como prehispanismo. Otro caso es el de abisero (3 425). La consideración de esta voz como pre-hispánica parte del historiador palmero Juan Bautista Loren-zo Rodríguez, para el que los campesinos de La Palma llaman abacero a la parte soleana o iluminada de los barrancos, y denominan abisero a la parte sombría, oscura y no soleada de los montes. Además, Lorenzo Rodríguez adjudica un valor preciso al primer segmento de abacero: aba = luz, y al de abisero: abi = oscuridad, pero deja sin explicación el segundo segmento de ambas palabras. Con posterioridad, también RlvarCz DeIgadu ( 194 1 a:74 y !948:449-449) admite la extrae= ción prehispánica de abisero y piensa que en el fragmento no explicado está encerrado el elemento fundamental del térmi-no canario Aceró, que explica como 'caldera, vertiente o lugar cerrado, áspero y difícil'. Así, para Álvarez Delgado de la com-hinacih nhn+ncerci vendna abacero, forma que en la actuali-dad es llana, pero que pudo haber sido primitivamente agu-da. Wolfel entiende también que nos encontramos ante dos formas prehispánicas y remite aba al bereber afa 'claridad pro- 490 ANUARIO DE ESTUDIOS ATL~~NTICOS R E V I S I ~ NY AcTUALIZACI~N DE LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE 27 ducida por cualquier agente luminoso: sol, luna, estrella, fue-go' (Ahaggar y bereber común) y vincula ubi a 2fi 'refugio, lu-gar donde nos podemos poner a cubierto' (Ahaggar), con lo que abacero vendría a ser 'luz del sol' y abicero 'protección del sol'. Pero esta hipótesis etimológica carece de fundamento al-guno y la explicación se encuentra en otro lado. La voz aba-cero no existe y abisevo es una forma que en el Archipiélago es exclusiva del léxico palmero y que procede del occidente peninsular. En Galicia se dan las formas abiseiro, abejedo y abisíu; en León se han documentado ubesw y avesedo; prau avesin en asturiano; abijuelo y abijero en Salamanca; y en por-tugués se encuentran avesseivo, avisseiro, avessedo, abexedo y abijeivo. Esto se repite con saifía (5 346), voz para la que Wolfel no encuentra paralelos portugueses o españoles; por ln que concluye que puede proceder de la lengua de los aboríge-nes o también que los pescadores canarios la tomaron de los pescadores berberiscos, y proporciona el paralelo asiaf (Ahag-gar) 'llano extenso absolutamente plano', pero en portugués existen los ictiónimos seifia 'peixe labróide, Scarus den-ticulatus', safio 'pequeno congrio', sefia 'peixe esparóide, Sargus vulgaris' (Figueiredo). Otros casos en los que Wolfel no acier-ta a ver la correcta filiación pueden verse en esteo (5 278), claca (5 337) y sama (5 344). En las notas que siguen comentamos de forma más deta-llada estas inexactitudes y errores junto a otras cuestiones en las que Wolfel analiza lúcidamente y sus conclusiones son acertadas. 14. Aica mavaga aititu aguahae Maica guere; demacihani ~ i a íM¿ i t c ~a ~ew.icz:ai~io. iiel Galañd (1987-88, 1991) estu-dia detenidamente esta endecha y concluye que Wolfel se sin-tió tentado a ver voces y rasgos bereberes en cada elemento de la misma y que, en líneas generales, el bereber no propor-ciona demasiada luz sobre este poema y el que sigue. Galand dPSt2~-1.2 impurihi!i&d & drsrcbrir cc&ydier rast r~d e las formas personales, morfemas o pronombres, que son tan ca-racterísticos del bereber y que, con unas pocas excepciones, muestran una sólida unidad a través de las distintas varieda- Núm. 45 (1999) 49 1 des, y también señala que ninguno de los morfemas bereberes usuales figura en las formas verbales de los poemas. Pero con-cluye que esto no implica que Wolfel eligió el camino equivo-cado y que los estudios canarios no tienen nada que ver con el bereber. Le parece que seis breves líneas no pueden propor-cionar una visión completa del problema y que, si bien sola-mente dos o tres palabras parecen tener alguna relación con el vocabulario bereber, no es menos cierto que Wolfel reunió otras muchas formas que resultan familiares a los berbe-rólogos. 3 15. Mimerahana zinu zinuha Ahemen aten haran hua Zu 2 Agarfti fenere nuza. Las mismas conclusiones que Galand w extrae de su análisis de la endecha anterior cubren ésta. So- P lamente dos términos en el texto -confiando en la grafía -- n y en la partición de las palabras- pueden encontrarse en a los materiales canarios: ahemen y haran. Ningún otro ele- B E mento de las dos endechas ha sido identificado conveniente- - S mente. 5 3 57. Garuaic. No es garuaic, como trae Wolfel, sino - gasnais, como refleja Álvarez Rixo (1992:94). El valor de 'puño' a Q B que Wolfel le adjudica a esta forma puede inducir a error O puesto que la voz no designa ninguna parte del cuerpo huma- nS no sino la cantidad de gofio que se puede llevar a la boca con $ la mano medio abierta. Junto a esto, ninguno de los paralelos A bereberes que Wolfel proporciona se acerca a la voz canaria y n n la propuesta etimológica que da: waraik, gwaraik 'puñado', 5 S carece de fundamento. O 3 60. Ñoca. No tenemos otro registro de esta voz en la li-teratura dialectal de Canarias que el que Fernández Pérez re-coge ,, ír,aielidesn. ---c...-+..--~--,,+ , . . vcaalvl ~ul iauaui~l ie~!e a,í; a!;s;s v e Wolfel hace de este elemento no es muy concluyente. Para este autor no hay ninguna duda de la procedencia prehispánica de esta voz, pero se limita a aportar un conjunto de voces del bereber y del hausa, que tienen el valor de 'dedo': dad/idudan (Sms, Sckna, Ghdamés), tn/j/itbdnn (Siwa, Sened), adad/ idudan (shilha) y ydtsa/y&tsfi, ydtsotsi (hausa), y que en su opinión y en la nuestra se encuentran bastante lejanas de esta voz gomera. 492 ANUARIO DE ESTUDIOS ATL.~NTICOS REVISI~N Y ACTUALIZACI~N DE LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE 2 9 5 63. Sato. Para Wolfel esta voz encuentra una explicación fácil e indudable en el bereber izot 'torpe' (Ghadamés) y la hipótesis de Álvarez Delgado según la cual sato es una forma dialectal del español chato no le parece posible, habida cuen-ta de la improbabilidad del cambio ch > s. Un registro tem-prano de esta voz puede verse en Espinosa, lib. 111, cap. X. 5 65. Enguise. Wolfel explica esta forma a partir del bere-ber angus 'aguja' (shilha). No lo creemos posible. 3 67. Guairo. Para Wolfel esta palabra se explica clara-mente a partir del bereber egru 'discernir, prestar atención a'. A nosotros no nos parece posible. 3 68. Gomeira, Gomeiroga. Es evidente que el antropónimo Aremoga que trae Frutuoso es falso y que el clérigo azoreano lo crea escribiendo al revés la voz Gomera, al igual que inven-ta aifaraga a partir de Garafía. 5 69. Altini. A pesar de lo que dice Frutuoso, Altini es un nombre creado a partir del topónimo Enizara. !j 69. Taber. Evidentemente Lorenzo Rodríguez obtiene este elemento a partir de su análisis de Tabercorade o Tebex-corade, forma integrada según su criterio por el valor 'bueno' representado por taber y por el valor 'agua' expresado por ade. El historiador palmero vuelve a encontrar el segmento ade en Adeyahamen, donde discrimina el sentido 'agua' y adjudica el sentido de 'bajo, debajo' al segmento restante, sin darse cuen-ta de que en este topónimo palmero el valor 'agua' está en el elemento final ahamen. 5 76. Taco. Wolfel no se da cuenta de que taco 'refrigerio, piscolabis' es voz española. Por ello los paralelos bereberes que aporta no pueden explicar esta forma. r 77 7 7 - - - Á I n:---- - 1 -:-- 1- --. / * n n i . ~ ?c n 1 . nurL. AIVCILCL nmu iiu uat: rurr ~ i i urru u (1 771 .v3, JU- 51). 5 80. Ruma. Wolfel considera que este término proce-de con seguridad de la lengua de los aborígenes, si bien la lin-güística comparada no le proporciona términos o paralelos cer-c a n ~P~e. r ~no se tmta de fina VGZ insdar antig'ia, sino que existe en portugués y en el español de América y que también se encuentra en el español peninsular bajo la variante de amma. Núm. 45 (1999) 493 3 0 CARMEN D ~ A ZA L A Y ~ NY FRANCISCO JAVIER CASTILLO 5 84. Juanil. Wolfel no se da cuenta de que se encuentra ante una variante de guanil, voz que estudia en 5 191. 5 121. Tacuitunta. Si esta forma herreña es la misma que la actual Tagutanta, toda la hipótesis etimológica que Wolfel desarrolla aquí carece de valor. Asimismo, la presencia del topónimo Taguasinte en este apartado no se justifica. 5 168. Belingo. Wolfel señala que esta palabra canaria puede ser prehispánica y para ello se apoya en un término del bereber del Ahaggar: weligen 'errar de aquí para allá', awel¿igan 'hombre (o animal) que tiene la costumbre de ir de aquí para allá'. Otros autores no comparten esta extracción. 5 181. Baifo. Wolfel piensa que las voces beyyew 'estar sin cuernos' y abiyaw/ibiyawen 'animal sin cuernos' del bereber del A L ---- tuaggar ~ui i43:s ~..i-~.u--y .uc.i-i ip- ar- al1-c-1r ,-A, ,u$-,-, p ci rcuu p,,a,r, a u&,ui -r,r,,+,, l,Tuh . I Y U ~ U L I u3 no lo creemos. 5 186. Chivato. Berthelot (1842:187) recoge la voz chivato 'cabritillo' como voz de los aborígenes canarios y lo mismo hacen Chil (Estudios I:420, 447, 542 y 1159, 102, 127, 145), y Millares Torres (Historia X:214, 218, 224, 240, 255, 260, 266). También de Berthelot lo toma Bute (s.a.: 22-23, 41), que igualmente lo da como un indigenismo, pero en realidad se trata de un elemento léxico romance, que en modo alguno se puede hacer proceder de las lenguas prehispánicas del Archi-piélago. Wolfel se da cuenta del error, puesto que en español existen los elementos chiva, chivo y chivato, y tiene claro que la lingüística comparada no puede ofrecernos elementos para relacionar o vincular, por lo que proporciona una completa lista de voces del bereber y de otras lenguas, como el vasco, el bretón y el címrico, pertenecientes al campo de 'ganado menor', ninguna de las cuales se acerca a chivato. Este hecho del romanismo de chivato también es señalado por W. Giese (1949:194, nota 19). 5 195. Aifaraga. Wolfel piensa que la reproducción fonéti-ca de esta voz es perfecta y cree documentarla ampliamente no sólo en bereber sino en otras lenguas. Pero Aifaraga es voz inventada por Frutuoso a partir de la voz Garafía. Véase 3 68, a propósito de Gomeira, Gomeiroga. 494 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS REVISIdN Y ACTUALIZACIÓN DE LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE 3 1 5 196. Egalate. Wolfel relaciona esta voz palmera con dos formas canarias: Tigulahe (El Hierro) y Taguluche (La Go-mera), relación que a nosotros -si es que la forma herreña se reproduce genuinamente- nos parece carente de funda-mento. Junto a esto, hay que destacar que el Árbol Santo no se encuentra en La Gomera, tal y como dice Wolfel aquí, sino en El Hierro. 5 198. Cabuco. Wolfel desconfía del origen canario de cabuco, forma para la que no encuentra paralelos firmes y cercanos en las lenguas bereberes, por lo que deja patente sus dudas sobre la filiación prehispánica de cabuco y le parece insuficiente tener en cuenta únicamente el criterio de Ber-thelot. En este sentido cabe citar el criterio de Pérez Vida1 (1964:257, 1966:369), que piensa que estamos ante occiden-talismos peninsulares, ya que la variante chaboco puede pro-ceder de los términos lusos chabouco, xaboco y chaboco, provincialismos de El Algarve y Extremadura, que tienen el sentido de 'cavidad natural donde se aglomeran las aguas', y la variante caboco se puede vincular al port. cabouco 'fosso, cova cumprida' (Figueiredo), elemento que con similar signi-ficado existe asimismo en gallego. 3 169. Ameñime. Se relacionan aquí diversas variantes textuales de este topónimo de Tenerife, pero el único registro válido es el de Olive. 5 210. Afrecho. Nuestro investigador da afrecho como prehispanismo y proporciona un amplio conjunto de formas bereberes que considera paralelos adecuados: tifers'it/tifers'a 'brizna de paja' (Saw); taferkit 'trozo de cáscara' (Ahaggar), taferkr/tferka&n 'cáscara' (Ahaggar), tiferkit 'hoja' (Segr.), afrekki 'cortezaj cáscara' (shilha), ifirkg; iferki 'cáscara: mondadura, vaina' (shilha), afersu/ifersa, affmkkui 'astilla, casco' (shilha), y afer?~u/ i fer~pm'as tilla, casco' (shilha). De acuerdo con estos términos, Wolfel establece dos hipótesis etimológicos para afre-cho: afreko o afrec'u, afreSu 'paja de cebada'. Nuestro investi-gador ignora que se trata de un término hispánico, que posee una gran dispersión en Andalucía. 5 218. Camames. No relaciona esta voz con el canarismo gamame. Núm. 45 (1999) 495 3 2 CARMEN DfAZ ALAY6N Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO 3 220. Tajalague. Wolfel, siguiendo a Álvarez Rixo, nos dice que tahalagues son dos pedazos que quedan unidos al tronque de la palma después de cortados sus gafas». Eviden-temente, el autor portuense no escribe tronque ni gafos, sino tronco y gajos (Álvarez Rixo 1992:123). 3 222. Sagamo. Wolfel reconoce que no ha podido encon-trar paralelos, ni siquiera cercanos, para esta forma, por lo que su análisis es manifiestamente corto y superficial. Es evi-dente que no ha hallado paralelos o correspondientes porque no ha buscado en la dirección adecuada ya que se trata de un término común al español y al portugués. En portugués amago es 'a medula das plantas; a parte mais íntima de uma coisa ou pessoa; a alma; a essencia' (Figueiredo). 3 223. Bubango. Diversos autores del siglo XIX, como Bezthelot (i 842; i 86 j, Chil (i:84 i, 1155, i0 i j, Miiiares Torres (X:224, 260) y Loher (s.a.: 125) adjudican origen prehispánico a esta voz y, consecuentemente, la relacionan con su inventa-rio de los materiales lingüísticos conservados de los antiguos canarios. En la misma línea, Juan Álvarez Delgado propone con posterioridad una hipótesis etimológica difícilmente acep-table (1941a:88, 1941b:48, 1945, 1946:ll8-126 y 1947:217). También Wolfel piensa que la voz es prehispánica y la rela-ciona con los términos kaukaune 'melón' (Iull.), agdn 'pepino' (Sgr.), agdn 'melón verde' (Ghat) y guna 'melón' (hausa), nin-guno de los cuales explica bubango. Bethencourt Alfonso (1991:142) se dio cuenta del hecho de que el origen de este canarismo había que buscarlo en otro lado. Diversos autores remiten al portugués bogango/boganga 'espécie de abóbora (Cucurbita melanospenna Braun)', mogango/moganga 'variedade de abóbora menina' (Figueiredo). 3 224. Awife. Álvarez Delgado llega a considerar este ele-mento como un guanchismo marginal, al poseer datos sólo de El Hierro y de Fuerteventura. Wolfel parte del criterio de Álvarez Delgado sobre arrife, pero señala que no se poseen referencias de esta voz y que no puede encontrar ningún pa-raieio adecuado en ei dominio bereber. A este respecto, tenien-do en cuenta el valor de 'terreno pedregoso' que tiene awife, Wolfel sugiere que se puede pensar en los elementos ruffet y 496 ANUARIO DE ESTUDIOS AT~NTICOS REVI S I ~NY ACTUALIZACI~ND E LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE 33 araffu del bereber del Ahaggar. Pero la explicación del térmi-no se encuentra en el occidente ibérico. En el portugués azoreano, awife tiene los valores de 'ténue camada de terreno, em que aparecem, aqui e ali, cabecotes de rocha subjacente' y 'terrenos de cultura, dispostos em tabuleiros socalcados, nas encostas' y en la zona de Alcanena posee el sentido de 'penedia cortada a prumo' (Figueiredo). Wolfel no advirtió la evidente similitud que existe entre las acepciones que amfe tiene en el español canario y las que esta voz posee en el léxico luso in-sular y continental (Pérez Vida1 1967:255-256 y 1991: 163-164; y Díaz Alayón 1987:71-73). 5 226. Embelga. Wolfel se deja llevar inicialmente por el criterio de Juan Bautista Lorenzo Rodríguez e incluye y estudia esta voz entre los materiales prehispánicos canarios, adjudicán-dole paralelos bereberes: bulleg 'estar hecho de terrones, formar un terrón, una bola' (Ahaggar); abelleg 'terrón, trozo' (Ahaggar); abellokíibellegen 'terrón de tierra' (Tait.); ableflibelgan 'trozo de tierra, terrón' (Ghat); y ebelgetdn 'piedra o, más bien, masa re-donda grumosa para construir o para cultivar' (shilha), pero concluye reconociendo su indudable procedencia románica. En La Palma embelga es 'pequeño trozo de terreno' y en Tenerife 'surco o división que se hace en el terreno antes de sembrar el trigo', valores similares a los que embelga tiene en el occidente ibérico. En Asturias y León, embelga es 'bancal o era de siembra que se riega de una vez' (DRAE, DUE), y en portugués belga y embelga tiene los sentidos provinciales de 'pequeno campo cul-tivado, coirela', 'jeira, seccao de jeira', 'cada uma das seccóes de um prédio rústico, separdas por batoréus, arretos, regos parale-los ou valados', 'reuniao de moreias', y 'cada um dos regos pa-ralelos com que se divide o terreno. antes de lavrado, vara que a semente se espalhe com a possível igualdade' (Figueiredo). 5 231. Guerehey. Álvarez Rixo no trae Guerehey, sino Guevehey (1991:71). 5 234. Ade. Lorenzo Rodríguez extrae el elemento a& de Adeyahamen, tal y como recoge Wolfel, pero también lo ve en Tabercorade. 5 235. Boruca. Como se adelantó en las líneas introduc-torias, boruca es una lectura equivocada de bomia, voz que se Núm. 45 (1999) 497 3 4 CARMEN D~AZ ALAY~N Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO ha intentado explicar desde distintos pintas de vista. Álvarez Delgado (1947:226) no cree que el adjetivo bornia sea voz in-dígena de Canarias, sino más bien indoeuropea, relacionada con el radical ghem o bomz 'hervir, calentar', con un fonetismo que parece céltico, y añade que sería curioso poder precisar al detalle el camino de esta unidad hasta Canarias. Navarro Artiles (1979) piensa, de modo diferente a Álvarez Delgado, que no hay que recurrir a lejanos radicales indoeuropeos, puesto que la explicación se encuentra mucho más cerca, en la evolu-ción agua homeada > agua homia > agua bornia y señala que el cambio fonético que más ha contribuido a ocultar los ver-daderos orígenes de bómea es precisamente la b- inicial, una b antihiática, generada entre agua y homia (la h- es muda) para dulcificar el encuentro de la vocal final de agua y la inicial de hornia. Sin embargo, nosotros no creemos que los orígenes de bórnea/bornia se encuentran en el horno majorero, sino que se trata de uno más de los numerosos lusismos del léxico cana-rio, como apuntó oportunamente Álvarez Rixo remitiendo al portugués bomo y momo 'pouco quente; tépido; fig. que nao tem energia; sereno; insípido; monótono' (Figueiredo). Este hecho explica que Wolfel no encuentre paralelos de boruca y que solamente exista en su imaginación el ligero parecido que quiere ver entre esta forma y Tebercorade. 3 242. Gofio. Wolfel reconoce que le falta un paralelo be-reber seguro para esta voz canaria, pero le parece muy proba-ble que esté relacionada con el vocablo bereber para 'tostarJ: eggw (Snus), ogg, ugghgg (Siwa), eggw (Segr), uggw (Zkara), eggu (Zwawa, Mzab). Como vemos, la propuesta etimológica que proporciona no nos da una explicación satisfactoria y su intento hay que situarlo junto a las diversas posibilidades que se han sugerido. En este sentido, mucho menos verosímil es la hipótesis que da Álvarez Delgado a partir de otra voz cana-ria: gánigo, y presumiendo en gofio el valor de 'tostar, cocer', propone la hipótesis gofio < ganigof gani + gof 'tierra, barro, greda cocida o tostada', 'barro, cuenco para tostar o cocer'. Vycichl (1952:195) busca la explicación de gofio en el término rifeño tigwawin y Bethencourt Alfonso (1991:263) lo hace en otra dirección y cree ver alguna conexión con el término vas- 498 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLJ~NTICOS REVISI6N Y ACTUALIZACIdN DE LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE 35 co sopa, zopa 'harina de cereal tostado', relación que, obvia-mente, carece de fundamento alguno. 3 243. Gasnais. Aquí escribe perfectamente bien gasnais. Wolfel se pregunta si gasnais y gainás son voces de Tenerife. Efectivamente, se trata de dos variantes de una misma voz, que solamente se ha registrado en Tenerife (Álvarez Rixo 1992:94). 3 244. Guachatisco. Álvarez Rixo no trae guachatisco, sino guachafisco (1992:97). Wolfel no encuentra paralelos para esta forma canaria y los paralelos bereberes que aporta no consi-guen explicarla. 3 250. Tabefe. Esta voz ha sido tradicionalmente conside-rada prehispánica y en este sentido se expresan Bethencourt Alfonso (1991:259), L. Fernández Pérez (1995) y L. y A. Milla-res Cubas (1924:169), pero se trata de una forma de origen no canario (Wagner 1925: 83; Álvarez Delgado 194 1 b: 1 1 ; Pérez Vida1 1967:261-263, 1991:242-243). Wolfel la incluye en sus Monumenta para rebatir el criterio de los hermanos Millares Cubas y señala que, a pesar de su aspecto canario, la palabra es española o más bien de procedencia gallega o portuguesa y perteneciente a la aportación árabe al léxico portugués y, por tanto, se trata de un elemento que hay que eliminar de los repertorios de voces prehispánicas canarias. En portugués tabefe es 'leite engrossado ao lume com assucar, e ovos; a agua que fica do leite quelhado para se queijar' (Bluteau). 3 256. Tzvjdla. La etimología tira + hala que proponen los hermanos Millares Cubas para esta voz le parece a Wolfel in-aceptable y señala que el objeto en cuestión procede de la época posterior a la conquista aunque la palabra en sí tiene una apariencia marcadamente aborigen y pudiera haber pasa-do & ui, ebiete de los r,berigrnrs r, &si~bun-L= r-e l introducido por los españoles. Pero también reconoce que esta explicación necesita un paralelo de las lenguas comparadas, paralelo que no ha encontrado. Pese al esfuerzo etimológico que Wolfel hace aquí, la única explicación posible va en la dirección de lo apuntado por los hermanos Millares. 5 258. Gamame. Wolfel no señala que los registros gua-mames y aguamames de Torriani y Abreu Galindo deben leer-se gamames y agamames. Núm. 45 (1999) 499 3 6 CARMEN D~AZ ALAY~N Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO (i 265. Atognatamar. Obviamente, esta voz no pertenece al español hablado en La Palma y tampoco creemos que proce-da de una fuente antigua, puesto que Lorenzo Rodríguez hu-biera recogido este hecho. Estimamos que se trata de una eti-mología personal que el historiador palmero construye a partir del antropónimo Atogmatoma. (i 269. Badana. Wolfel llega a considerar este término como prehispanismo y proporciona paralelos bereberes que, según su criterio, explican la voz isleña: abedan 'piel de car-nero con su lana' (Sus, shilha); tabedant 'piel' (Sus); abettan 'piel (de animal)' (Ndir). Por ello, para Wolfel la forma cana-ria original pudo haber sido abadan, abadana 'piel'. Afortuna-damente en las últimas líneas del estudio vemos que Wolfel se da cuenta de que badana es voz española. Badana -voz originariamente arábiga y que en español está documentada a partir del año 1050- tiene en las fuentes históricas de refe-rencia el mismo sentido de 'piel curtida de carnero y oveja' que recoge el DRAE. (i 273. Cairamo. Wolfel muestra en todo momento una gran cautela en relación con los materiales de Ossuna. En este caso no hay lugar para la reserva porque la voz cairamo pervive en el léxico de la zona de Anaga, donde ha sido docu-mentada (Alvar 1959:45, 83, 84, 85, 143, 191) y también existe cairano en El Hierro (Álvarez Delgado 1945-1 946). 5 277. Esteo. Wolfel toma este término de los materiales léxicos de La Palma de Lorenzo Rodríguez y señala que tiene apariencia española y que resulta inevitable asociarla al latín stare, pero la considera voz prehispánica con paralelos adecua-dos en el dominio bereber: asetta 'rama grande' (rifeño); tastd t;.-Tl.,n 'vil-- rlo tírhnl rnn c.-c hni~c?'/E n7iT\. tncottn 'rcimci L L J U M U L U L L l U UL U l U V l LWl1 JUJ IIVJUO \ V U Y I , ) C U d C L C U IUIIIU, ramo' (cabilio); astdistuam 'rama' (shilha). Asimismo, Wolfel señala que esteo le recuerda mucho al alemán ast 'rama'. Sin embargo, se trata de un término que existe en todo el occi-dente ibérico. En gallego esteo es 'columna, pilar, apoyo; ro-drigón o estaca que se clava en la tierra para sostener las ce-pas y las vides; puntal, madero que ampara o sostiene una pared que amenaza desplome; en algunas comarcas, cada uno de los pegajos sobre los que descansan los hórreos y los REVISI~N Y ACTUALIZACI~N DE LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE 3 7 cabaceiros', y en portugués esteio o esteo es 'vara, peCa de madeira ou metal com que se ampara ou sustém alguma coisa' (Figueiredo). 5 278. Verdones. Wolfel muestra aquí cómo la palabra bor-dones de Abreu Galindo se convierte en el Inquiry de Glas en verdones, y toma el lugar, la naturaleza, el valor y la distribu-ción geográfica de la forma original banodes, y cómo a partir de ese momento un nuevo elemento, nacido de la confusión y del error, entra a formar parte de los inventarios lingüísticos prehispánicos. Como tal lo trae Viera y Clavijo y, siguiendo al Arcediano, son diversos los autores que recogen esta forma: e Berthelot, Álvarez Rixo, Chil, y Millares Torres. A ninguno de D N ellos, tal y como subraya Wolfel se le ocurrió acudir a la fuen- E te original: Abreu Galindo, lo que hubiese impedido el error. O --- Bethencourt Alfonso debe haberse dado cuenta de que no era m O E voz de los aborígenes, sino fruto de la equivocación, y por tan- 2£ to no la consigna. Giese (1949:194, nota 19) se percata de esta -E circunstancia. 3 279. Jubrón. Para Álvarez Rixo jubrón es voz de los natu- 3 - - rales canarios. Wolfel no conoce paralelos de jubrón o jibvón en 0 m E español, gallego y portugués y ello le lleva a admitir esta forma O como prehispánica, pero cuenta con paralelos románicos. 3 281. Cabuco. Wolfel destaca la similitud que existe en- - -E tre esta forma que Fernández Pérez registra en el español de a 2 La Gomera con el valor de 'trozo de leña para el fuego' y -- tabuco 'lugar donde se encierra las cabras', pero no encuentra ningún paralelo que le permita remitir la voz a la lengua 3 O prehispánica, por lo que no quiere pronunciarse, pero deja una amplia lista de elementos del bereber y del vasco, todos ellos con el valor 'mzldela' y 'árbo!', qUe sime par8 mxt,rur yue la filiación de esta voz canaria no puede ir en esa dirección. Obviamente, no estamos ante una voz canaria antigua sino que se trata de una variante local de la voz cavaco (o cavaca), que en las hablas canarias tiene el valor de 'trozo menudo de leña', 'astillas que se producen al cortar madera', 'astilla seca y pequeña para encender la lumbre', y 'pedazos pequeños de una vasija de barro, loza o cristal que cae y se rompe'. La procedencia de cavaco se ha intentado establecer desde diver- Núm. 45 (1 999) 501 3 8 CARMEN D~AZ ALAY~N Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO sas posiciones (Bethencourt Alfonso 199 1 :272), pero en este caso no hay que recurrir a complicadas y poco verosímiles hipótesis etimológicas, porque se trata de un elemento que procede del occidente ibérico. En portugués tenemos cavaca lacha, pedaco de lenha' y 'estilha, pequena lasca de madeira; pedacinho de madeira, para lenha' (Figueiredo). Bluteau reco-ge cavaco como 'estilhaco, aparas que se tirao ao desbastar, e lavrar madeira'. 308. Gurancho. Ante esta voz, Wolfel se pregunta si es un doblete de archipenque, con diferente evolución de la labial y con palatalización avanzada de la última consonante y re-a mite a un paralelo bereber de significado similar. No cae en N la cuenta de que está ante un diminutivo despectivo del E O canarismo goro. n - = Cj 322. Masiega. Berthelot es el primer autor que trae esta m O E forma como prehispánica y varios autores posteriores coinci- SE den con él (Álvarez Rixo 1991; Bethencourt Alfonso 1991; Chil =E 1876549; Álvarez Delgado). También Wolfel intenta explicar 3 masiega en esa dirección, pero los paralelos bereberes en que -- se apoya no presentan la necesaria cercanía formal. 0m E Cj 325. Guirre. Tradicionalmente este zoónimo se ha veni- O do considerando como término canario antiguo. Esto lo vemos g en Abreu Galindo, lib. 111, cap. IV, y Glas sigue el criterio de n -E Abreu Galindo en su An Enquiry Concerning the Origin of the a 2 Natives of the Canary Islands, p. 178. En la misma dirección n 0 que Glas van las conclusiones de autores posteriores: Ber-thelot, Chil, Bute, Loher, Abercromby, L. y A. Millares Cubas, 3 O Álvarez Delgado, Régulo Pérez y Rohlfs. Tanto Abercromby como Wolfel prefieren explicar guirre a partir del bereber. Wdfe!, por su parte, rechaza la explicaciSn qiie prnpirci~nr Viera y Clavijo y considera que la hipótesis etimológica de Abercromby en este sentido es errónea tanto en su aspecto fo-nético como en el plano del significado y proporciona un gru-po de formas bereberes con las que esta voz canaria puede estar relacionada. Otra dirección en el análisis etimológico de guiwe es la que formula M. Alvar (1959:186), para el que esta voz tiene un claro componente onomatopéyico y se encuentra emparentada con las palabras guirle, guirre y guirri(o) recogi- 502 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS 39 REVISI ~NY ACTUALIZACI~ND E LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE das por Lamano en el habla salmantina, y con guiwi (y su plural guirres) registradas por G. Salvador en la zona de Andiñuela (León) y utilizadas todas ellas como denominación del vencejo. Se trataría, en este caso, de un proceso creador igual al de estapagao. 3 326. Alcairón. Wolfel señala que Viera advierte la filia-ción hispánica de esta voz, y que en la evolución alcaudón > alcaidón se da uno de los comportamientos fonéticos habitua-les en el español de Canarias. Por ello, concluye que se trata de un término que hay que desterrar de los materiales lin-güístico~ p rehispánicos canarios. Berthelot (18 42: 187) y, más tarde, Chil (II:47), Pizarroso (1 880: 155) y Millares Torres (X:242) habían llegado a considerar esta voz como pre-hispánica, pero se trata de una adaptación de la castellana alcaudón, circunstancia advertida por el Arcediano y por Bethencourt Alfonso, que no la incluye entre sus materiales. 5 327. Coruja. Wolfel advierte que esta forma es románica, como hicieran con anterioridad Álvarez Rixo (1992:84) y Bethencourt Alfonso (1 99 1 : 142). Diversos autores del siglo XIX como Berthelot (1842:187), Chil (II:56, 542), Millares Torres (X:224) y el marqués de Bute (s.a.: 22) llegan a considerar coruja como voz prehispánica. También para Loher (s.a.: 123- 124) coruja es un término de los antiguos canarios, que al igual que guirve y gánigo y otros, proviene del germánico. Nin-guno de estos autores advierte que se trata de una forma ca-racterística del occidente peninsular. 3 328. Estapagao. Wolfel manifiesta que la estructura de estapagao no participa de las características fonéticas de los elementos prehispánicos canarios y que, por el contrario, po-see rasg+ propi=~d e! pGrtUg~ésa,u nque rrcenece n i i ~nn Y"' "" posee materiales lingüísticos con los que establecer una rela-ción en este sentido, como tampoco encuentra en la lengua bereber formas con el sentido de 'búho' o 'lechuza' que estén cercanas a la palabra canaria. Los términos bereberes que aduce con el valor de 'lechuza', 'mochuelo' son buhan/buha-nen (Tait.), tawukt/tuwak (shilha), tiyukt (Siwa), y alagud (Snus), formas que en modo alguno se pueden vincular al término insular. Sin embargo, en Madeira existe otra ave noc- Núm. 45 (1999) 503 CARMEN D ~ A ZA LAYdN Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO 40 turna denominada por los científicos Puffinus anglorum y co-nocida popularmente como estrapagado, patagarro y papaga-rro (Figueiredo) , claramente próximas a las unidades cana-rias. Este hecho lleva a la conclusión de que la procedencia de todos estos vocablos es onomatopéyica (C. Díaz Alayón 1987: 158). 5 332. Tabobo. Para Wolfel, así denominan en La Gomera a la pardela. Evidentemente, la pardela y el tabobo son dos aves claramente diferentes. Nuestro investigador considera tabobo como prehispanismo y remite a varios paralelos del bereber, aunque no los considera seguros. 5 334. Monocoya. Álvarez Rixo no consigna monocoya, tal y como Wolfel nos dice, sino que trae la forma correcta morrocoyo (1992:llO). Wolfel señala también que esta palabra está claramente relacionada con el español morrocoy 'embar-cación muy poderosa' y no advierte que se trata de la voz cumanagota mowocoy que se aplica a un galápago común de la isla de Cuba, con el caparacho muy convexo, rugoso, de color oscuro y con cuadros amarillos. 5 337. Claca. Wolfel no encuentra paralelos referenciales de claca en los romances peninsulares y consecuentemente señala que la voz muy bien puede proceder de las hablas prehispánicas del Archipiélago, apuntando el término bereber aglal 'caracol, concha' como paralelo del término canario. Sin embargo, el zoónimo canario debe proceder del portugués craca que tiene el valor de 'molusco, que vive nos rochedos e no costado dos navios' (Figueiredo), como señalan diversos lin-güistas (M. Alvar 1975:428-429; Pérez Vida1 1952:8,18; 1968: 247; 1991:290-291). 5 118. &r&. WO&! cp &npr rqcf j~nto2 n ; ~ pdp fipn-den la procedencia romance de bucio (Rohlfs 1954234; M. Al-var 1975:430-431) y rechazan la desatinada etimología que Álvarez Delgado propone en varios trabajos suyos (1 94 1 a: 17 1, 1941b:48, 1946: 118-126 y 1947:217). 5 339. Jewón. En sus materiales lingüísticos de La Palma, Juan Bautista Lorenzo Rodríguez da jerrón con el valor de 'aguijón de las abejas'. Wolfel incluye esta forma entre las vo-ces de los antiguos canarios, siguiendo el criterio de Lorenzo 504 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS 4 1 REVISI~N Y ACTUALIZACI~N DE LOS MONOMENTA LINGUAE CANARIAE Rodríguez, pero no está convencido de su procedencia pre-hispánica, de la misma forma que no puede justificar su ori-gen románico, y reconoce que no encuentra paralelos que con-vengan a la estructura fonética y al valor de jerrón. Finalmente remite al español cheurrón (debe ser cheurón) 'cabrio', voz que nada tiene que ver con el jerrón de La Palma y que en ningún caso puede explicarla. En cualquier caso, esta voz documen-tada por Lorenzo Rodríguez en modo alguno es prehispánica y hay que vincularla a la forma española herrón 'tejo de hie-rro con un agujero en medio, que en el juego antiguo llama-do también herrón, se tiraba desde cierta distancia, con obje-to de meterlo en un clavo hincado en la tierra', 'arandela para evitar el roce entre dos piezas', 'barra grande de hierro, que suele usarse para plantar álamos, vides, etc.' y 'hierro o púa del trompo o peón' (DRAE). 5 342. Burgao. Al igual que otras voces, ha sido tradicio-nalmente considerada como indigenismo y como tal aparece en los materiales prehispánicos inventariados por S. Berthelot, G. Chil y A. Millares Torres. Esta procedencia es defendida también por Álvarez Delgado (1 94 1 a:88 y 1945-1 946: 156). Sin embargo, Zerolo (1897:159, 164) duda del origen indígena, al igual que Bethencourt Alfonso, que en el tomo 1 de su Histo-ria del pueblo guanche no incluye este término entre las voces prehispánicas que han logrado sobrevivir en las hablas isleñas modernas, destacando (p. 142) que esta voz no es canaria an-tigua, y aportaciones más recientes destacan la incuestionable filiación románica de esta unidad. En este sentido, Wolfel des-taca que Berthelot, Chil y Álvarez Delgado se equivocan al adjudicar este término a la lengua de los aborígenes, porque cn t v ~ At n~ .,nv A n ~ 1 - v~ ~V ~ V Q P ~P L~AAV ~ P - 2Q- n n v n P o A n A- JL C l U L U UL U L l U " V A UL LIUlU L A L I U L L I V I I I V L I I L U YUL yI"LLUL UL las formas españolas burgan 'caracol de púrpura' y burgano 'madreperla' y de la portuguesa burgalháo 'concha'. Wolfel no se percató de que en portugués también existe burgau y burgao. 5 343. Anjova. Tanto para Álvarez Rixo (1992:67) como para Pizarroso (1880:154) este ictiónimo es de extracción prehispánica, pero no es esta dirección donde hay que buscar su filiación lingüística, sino en las lenguas peninsulares. Así, Núm. 45 (1999) 505 CARMEN D ~ A ZA LAY~NY FRANCISCO JAVIER CASTILLO 42 Pérez Vida1 (1968:230, 239) explica el fonetismo de las formas canarias anjova y enjova a partir de las portuguesas anchova y enxova, al igual que Wolfel, mientras que M. Alvar (1975: 460) señala que anjova hace pensar en el catalanismo fonéti-co de su -j-, dado que en castellano se da -ch- en anchova y anchoa. 3 344. Sama. Al igual que ocurre con otros casos, Wolfel no conoce paralelos españoles o portugueses a los que remitir este ictiónimo canario y por ello lo incluye entre los materia-les lingüísticos prehispánicos y aduce como paralelo el térmi-no bereber asemme 'guijarro'. Este investigador señala, ade-más, que la voz sama pudo formar parte de la lengua de los aborígenes desde antiguo como también pudo haber sido adoptada modernamente por los pescadores canarios que la tomaron de los bereberes. Sin embargo, la voz sama se en-cuentra en portugués. 9 345. Salema. Wolfel piensa que salema es voz indudable-mente bereber, que está cercana a aslem/iselmen 'pescado' (Snus) a anessalmu 'nombre de pescado' y tizlemt/tizlam 'mo-rena'. De modo diferente, Régulo Pérez (1970:109) estima que, aunque el castellano conoce salema, al menos desde el siglo xvm, en La Palma debe de tratarse de un portuguesismo. Tam-bién M. Alvar (1975:458) señala la presencia de salema no sólo en portugués, sino también en el léxico andaluz, por lo que rechaza la extracción bereber que Wolfel le adjudica. 3 347a. Jarea. Wolfel trae jarea, que encuentra en los her-manos Millares y Zerolo, y también aporta jarca, registro erra-do que toma de Álvarez Rixo y que él considera correcto re-mitiéndolo al portugués brasileño charque o xarque 'carne de v2c2 sa!aci,a y seca' y chnrqxenr n mrquenr 'salar carne de vara y dejarla secar al sol'. Evidentemente, esta relación no es po-sible. Para Álvarez Rixo estamos ante una voz prehispánica o bien morisca (1 992: 104). 9 349. Guelde. El primer autor que establece la filiación de esta forma es Álvarez Rixo, que recoge que guelde es voz indígena o bien introducida por los pescadores berberiscos (1992:98). Con posterioridad, Pizarroso (1880:158) relaciona esta voz como prehispánica. Pero ni guelde ni su derivado 506 ANUARIO DE ESTUDIOS ATL.~NTICOS 4 3 REVISI~N Y ACTUALIZACI~N DE LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE gueldera parecen proceder de la lengua de los antiguos cana-rios, sino que encontramos paralelos en todo el Atlántico pe-ninsular. En gallego existe gueldo 'camarón pequeño que se emplea como cebo'; en vasco geldu 'quisquilla pequeña'; en asturiano ieldu; y en portugués guelro 'Atherina presbyter' (M. Alvar l975:46 1-462; y Pérez Vida1 1991:283-284). 3 350. Tanaya. No es tanaya, sino tarraya (Álvarez Rixo 1992: 123). 3 351. Engodar. Wolfel no encuentra ningún paralelo de esta voz ni en español ni en portugués, por lo que deja abier-ta la posibilidad de que se trate de una voz prehispánica, aun-que tampoco cuenta con ninguna correspondencia o apoyo en esta dirección. Pero, como es sabido, engodar es una voz de origen luso (Álvarez Rixo l992:88). 3 355. Tinambuche. A esta forma palmera hay que añadir tarambuche, nombre con el que se designa en La Gomera al bulbo de la tarambuchera o norza (Tamus edulis). 5 358. Gilbarbera. Al igual que Berthelot (1842:188) y Chil (II:6 1, 65), también Wolfel (1 942: 134) busca inicialmente la procedencia de este término en la lengua de los antiguos isle-ños y llega a relacionar esta voz canaria con el elemento hausa awarwar6 'variedad de convolvulus', pero luego reconoce la clara relación que existe entre este fitónimo isleño y el luso gilbarbeira. En portugués gilbardeira es 'espécie de murta bra-va, de pequenos frutos redondos como a cereja, e de folhas com sabor picante (Ruscus aculeatus Lin.)' y gilbarbeira 'o mesmo que gilbardeira?; planta áspera de folhas picantes, que nasce nos valados e nas silveiras' (Figueiredo). 3 360. Verode. Wolfel reconoce que, aun cuando esta for-ma canaria 1e rec~erdaa ! pnrtugué u~r2dn'a rmadiura', tam-bién puede tratarse de un elemeko canario prehispánico, so-bre todo por su valor, y remite a los paralelos bereberes aberdi 'costado del cuerpo' y aberde 'cubierta' (Ahaggar). Berode es una forma que tradicionalmente se ha considerado prehis-pánica, y en esta dirección apuntan la mayor parte de las hi-pótesis etimológicas. Berthelot es el primer autor en adjudi-carle este origen. También en la misma dirección, Vycichl intenta explicar este fitónimo canario a partir del shilha ber- Núm. 45 (1999) 507 CARMEN D~AZ ALAY~N Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO 44 udi, forma compuesta del prefijo ber y el elemento udi 'grasa, mantequilla'. Pérez Vidal, por su parte, intenta otra línea de análisis e incluye esta voz en el conjunto de fitónimos comu-nes a Canarias y a los archipiélagos lusos del Atlántico y se inclina a pensar en un posible préstamo portugués continen-tal para designar este endemismo macaronésico. En portugués existe la voz berol, que se aplica a una planta que crece en el fondo del mar, también conocida como pepino-do-mar (Fi-gueiredo). 5 361. Barbusano. Este término ha sido tradicionalmente considerado como prehispánico por autores como Álvarez Rixo y Pizarroso (1880:156), pero estudios recientes señalan su procedencia portuguesa. Wolfel llega a relacionar este fitónimo canario con el portugués barbosa y para Pérez Vidal (1966:369- 370j no resuita impensabie ei proceso inverso, esto es, que bar-busano haya podido pasar de Canarias a los archipiélagos lusos, como ha ocurrido con otros fitónimos. En portugués barbusano (o pau ferro) es 'género de árvores intertropicais, de madeira muito dura e estimada'. 5 364. Apio. Wolfel toma este registro de los materiales de Quezada y Chaves y no advierte que se encuentra ante una forma española. 5 366. Chayota. Wolfel no se da cuenta de que esta voz es un americanismo, que procede del náhualt chayutli. 5 368. Aderno. Wolfel señala que aderno, por su forma, no se puede tomar con toda seguridad como término de los abo-rígenes, pero da la voz como prehispanismo al no encontrar elementos del español o del portugués con los que establecer una relación y al tener paralelos bereberes cercanos: ideman (Sus), edren y aderan (Ahaggar). Se trata de una posición si-milar a la de J. Álvarez Delgado (1941a:86, 1944:244) que, aunque reconoce sus dudas sobre la extracción prehispánica de aderno, llama la atención sobre el posible paralelo africano adern, término con el que en algunas hablas bereberes se de-signa un tipo de Ilex. Sin embargo, la procedencia occidental ibérica de aderno es mantenida por la casi totalidad de los especialistas (Steffen 1943: 139 y 1945: 135-136; Pérez Vida1 1966:368, 370 y 1991:185; Régulo Pérez 1970:99; Díaz Alayón 508 ANUARIO DE ESTUDIOS ATL..dNTICOS 4 5 R E V I S I ~ NY ACTUALIZACI~ND E LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE 1994:481-482; y Almeida y Díaz Alayón 1988:146, 160), que explican este fitónimo canario a partir del elemento luso aderno, que en portugués continental es la denominación del Rhamnus alaternus y que en portugués de Madeira sirve para designar la misma especie arbórea que en Canarias. 5 370. El. Para Wolfel estamos ante un fitónimo prehis-pánico que intenta explicar a través de los términos dale-t, ed2u/dí2llu del bereber del Ahaggar. Sin embargo, para otros autores se trata de un lusismo. 8 371. Tea. Wolfel afirma aquí que en Canarias se deno-mina tea al pino. Evidentemente, se trata de una afirmación inexacta y la cita del Diccionario de Viera y Clavijo con la que abre este párrafo muestra de modo claro que en las Islas la palabra tea se usa para designar la madera del pino que se ca-racteriza por su solidez, incorruptibilidad, olor, alto contenido en resina y coloración bermeja. Wolfel establece una relación entre el latín taeda -de donde procede la forma española tea- y el bereber taiddtiidiwin 'pino', por lo que le parece muy probable que el pino se llamase así entre los aborígenes canarios. 3 383. Gamona. Gamón es voz común a todos los roman-ces peninsulares. Sin embargo, diversas fuentes canarias la dan como forma de la lengua de los aborígenes. Así viene en Bory de Saint-Vincent (1802:219) y en Chil (I:544), pero Wolfel, ante la evidente extracción peninsular de la voz, niega este pretendido origen canario. 5 387. Codeso. Evidentemente, se trata de un elemento claramente romance, pero Álvarez Rixo da codeso como voz prehispánica. Wolfel se da cuenta de la errónea filiación que Áinrez Rim (1992:87) establece para esta voz. § 391. Alicán. Wolfel incluye aquí formas correspondien-tes a dos especies completamente distintas. De una parte te-nemos alicán, denominación de un liquen tintóreo, y alicán o alicacán, que en La Palma es la denominación popular de la -~ ilbarberao Ruscus andvogynus. 5 393. Amagante. Wolfel desconoce que en el español de La Palma ha pervivido, junto a amagante, la forma tamagante y el colectivo tamaganteva (Díaz Alayón 1987:7O). Núm. 45 (1999) 509 CARMEN D ~ A ZA L A Y ~ NY FRANCISCO JAVIER CASTlLLO 46 5 396. Mulurá. Wolfel no sabe qué hacer ante el doble valor de árbol y yerba que Álvarez Rixo adjudica a mulurá. Wolfel piensa que se trata de la misma palabra que comenta en el párrafo siguiente: marmolán, mirmulano o murmurán, y señala que de alguna manera ambas palabras guardan relación entre sí. Sin embargo, es más que evidente que esto no es así. 5 398. Moriángana. Algunos autores del siglo XIX como Berthelot (1 842: 188), Chil (II:68) y Millares Torres (X:240) lle-gan a admitir la voz como prehispánica. Otro tanto hace Bute (s.a.: 28)) para el que quizá una de las sílabas -an que contie-ne moriángana indica plural. En la misma dirección va la explicación que da Bethencourt Alfonso (1 99 1 : 175, 196)) que, aprovechando el criterio de J. Campbell, remite el término canario al vasco mariguri. Pero en realidad se trata de un lusismo. En portugués, moranga 'variedade de cereja' y mo-rango 'fruto dos morangueiros, semelhante A amora' (Figuei-redo). 5 399. Tamaima. Wolfel no cae en la cuenta de que ta-m m a y tamaima es la misma voz, y estudia tamaima sepa-radamente, junto con Tamaimo, voz geográfica de Santiago del Teide (Tenerife) y de Agulo (La Gomera). Aquí Wolfel se con-funde y no advierte que se trata de un pájaro y piensa que es una planta. En cualquier caso, para él la voz tamaima provie-ne claramente de la lengua de los antiguos canarios, pero la lingüística comparada no le ofrece ningún apoyo porque no puede encontrar paralelos en los nombres de plantas que co-noce. 5 401. Norza. Viera y Clavijo apunta que el canarismo norsa proviene de la adaptación del castellano nuera o nuerza, explicación que a WolfeI m 1e recdta cc?.nvirirerte sehre tede porque no puede encontrar el paralelo español mencionado, aunque reconoce que resultaría fácil ver en norsa una forma monoptongada (gallego-portuguesa) de nuerza. Pero, una vez más, nuestro investigador no quiere descartar del todo la po-sibilidad de que ésta proceda de los aborígenes. En este senti-do apunta también Bethencourt Alfonso (1991:145, 263, 264)) que considera norja o norsa término prehispánico. Sin embar-go, este fitónimo canario hay que vincularlo al maderense 47 REVI S I ~NY ACTUALIZACI~ND E LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE norGa 'planta vivaz, dioscoreácea' (Figueiredo), relación que advirtió oportunamente Álvarez Rixo (1992: 11 1) y que han confirmado otros autores posteriores (Steffen 1945:149 en nota; Pérez Vida1 1968:228 y 1991:183; Díaz Alayón 1987:133 y 1994:483; y Almeida y Díaz Alayón 1988:147). Por lo tanto, se trata de otra voz que hay que eliminar. kj 402. Escabón. No es escabón, sino escobón, una voz que vemos tempranamente en fuentes de los siglos xw y XWI, como Espinosa, lib. 1, cap. 11, y Abreu Galindo, lib. 1, cap. XVII. 3 408. Turajal. Chil (I:450) da tarajal como voz geográfica prehispánica y Álvarez Rixo (1 992: 124) y Pizarroso (1 880: 16 1) la traen como voz común de los antiguos canarios. Para Wolfel la palabra no es canaria, aunque como tal se haya con-signado en diversas listas. kj 412. Sanguino. Esta voz ha sido tradicionalmente con-siderada como de origen prehispánico (Pizarroso 1880:160). Sin embargo, su extracción romance es evidente, tal y como Wolfel advierte. En portugués, sanguinho y sanguinheiro 'árvore, de madeira amarelada e sabor amargo, Rhamnus latifolius' (Figueiredo). 3 416. Jara. Wolfel tiene totalmente claro que jara es voz española, pero se le plantean dos cuestiones que le hacen du-dar del hispanismo de este término. En primer lugar, la plan-ta que en Canarias se denomina jara no es la misma que reci-be esta denominación en la Península Ibérica. Y en segundo lugar, está la posibilidad de que los antiguos canarios dieran a este endemismo isleño un nombre muy cercano al jara es-pañol. Por ello proporciona un paralelo bereber que conviene: tahara 'nombre de una planta persistente (Conula monocantha Delile)' del bereber del Ahayyar. kj 417. Tajoré. Álvarez Rixo trae tajosé (1992: 123). 5 433. Wolfel reúne aquí cuatro formas toponímicas AgumasteZ (Gran Canaria), Ahomaste (La Gomera), Tamaduste (El Hierro) y Fuste (Fuerteventura), en las que quiere ver el significado de 'puerto'. Los paralelos bereberes que intenta aplicar no son válidos y no puede ser de otra manera porque no existe relación entre las formas citadas. Fuste no es voz prehispánica, sino española. Ahomaste es una forma no fiable, Núm. 45 (1999) 511 CARMEN D~AZ ALAY~N Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO 4 8 porque no se documenta con anterioridad a Berthelot y pue-de constituir una de las múltiples creaciones del canariólogo francés. Agumastel y Tamaduste son dos voces auténticamente canarias, pero que no están relacionadas en cuanto a la for-ma. Fadarnuste, Famaduste, Tarnagosto, Tamaguste y Tarnagosto son variantes erradas de Tamaduste. 3 437. Centejo. Álvarez Rixo no da como valor de esta for-ma tinerfeña 'agua, vertiente', sino 'aguas vertientes' (1 99 1 :45) y remite en nota a la Historia de Núñez de la Peña. 3 443. Jivjo. Wolfel no tiene medios para ver si la forma jivjo 'hirviente' que le proporciona F. Duarte procede del habla insular o si se trata de una interpretación que el poeta palmero hace a partir de Abreu Galindo u otro autor. Eviden-temente, se trata de la segunda posibilidad. 3 461. Galga. Wolfel no considera en su estudio de esta voz la forma española galga 'piedra que desprendida de lo alto de una cuesta baja rodando y dando saltos'. Los paralelos bereberes que proporciona no son válidos. 3 471. Fajana. Para Wolfel, la voz presenta una aparien-cia claramente románica, pero no encuentra paralelos en es-pañol y portugués. 3 474. Tacande. La variante Tocande que viene en Glas, Berthelot, Chil y Millares es una corrupción gráfica. En cuan-to al topónimo Tacunde, introducido por M. Aguilar, no nos merece ninguna fiabilidad y creemos que se trata de un error. Además de ser topónimo de El Paso, Tacande también es voz geográfica del término de Puntallana. 5 475. Jable. Álvarez Rixo (1 992: 103) recoge este término como propio de Lanzarote y Fuerteventura con el valor de 'mande u extensión de arena blanca, amarillosa y movediza' y lo considera prehispánico. Álvarez Rixo no es el único autor en admitir esta procedencia. También Chil (I:423, 488) recoge jable como término toponímico prehispánico. Junto a esto, Álvarez Delgado piensa que jable es el resultado de la eufo-nización del francés sable, pero también existen formas cerca-nas en portugués (saibro, saibreira, saibrao) y en gallego (sabre, sábrego, sabredo, jabrego, xabre), que pueden explicar adecua-damente el término canario. Wolfel admite sus dificultades 49 REVISIÓN Y ACTUALIZACI~N DE LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE para encontrar correspondencias bereberes de este término canario. Por ello concluye que jable también existe en vasco y que pudiera proceder del asturiano. 5 488. Babilón. A Wolfel le parece muy cuestionable que esta voz sea prehispánica teniendo en cuenta que no está do-cumentada en ninguna de las fuentes antiguas. Se inclina a pensar que esta voz está relacionada con bable, el dialecto de los asturianos, y que su significado es 'parlanchín'. Extracción diferente le adjudica Bethencourt Alfonso (1 991 : 122), que es-tablece el origen de esta voz en la tradición de los deslengua-dos o africanos sin lengua que vinieron a poblar las Canarias. PARTE V Como se sabe, en esta sección se catalogan y estudian las unidades cuyo significado se desconoce y que mayorita-riamente son elementos antropónimos y topónimos. El inves-tigador no adopta aquí una ordenación alfabética porque ello supondría adelantarse a la crítica de los materiales y opta por relacionar primero el material de transmisión histórica , en los capítulos 1 a 17 y, a continuación, el procedente de compilaciones posteriores en los capítulos 18 a 34. El mate-rial compuesto por nombres de transmisión histórica lo pre-senta catalogado por islas y, a su vez, ordenado por grupos, tal y como vienen en las fuentes, y ello porque es la forma más fácil de comprobar posibles desviaciones o errores de lectura y porque las conclusiones del análisis valen para la totalidad del grupo, con lo que se evita de esta forma la re-petición de los comentarios y las conclusiones. En cuanto al resto del material de transmisión no histórica Wolfel lo orde-na según raíces supuestas con el fin de poder reconocer la misma palabra entre las confusas variantes y grafías y poder llevar a cabo la comparación lingüística. De este modo, Wolfel agrupa el material lingüístico teniendo en cuenta dos o tres consonantes ficticias, no porque crea que la lengua de los antiguos canarios tuviese raíces consonánticas, sino para permitir la abstracción de la variable escritura vocálica y dis- CARMEN D ~ A ZA LAY~NY FRANCISCO JAVIER CASTILLO 50 poner así de un criterio para ordenar los topónimos sin sig-nificado. En esta parte volvemos a encontrar las mismas limitacio-nes que ya se han visto con anterioridad en lo relativo al co-nocimiento poco profundo que Wolfel tiene en español y en portugués. Ello explica que, en algunos casos, advierta la fi-liación de diversas voces y consecuentemente sus comentarios y conclusiones sean acertados, como se puede comprobar en T o ~ o s(3 534)) Camzd (5 557), Bocaina (5 559), Murgaño (5 569), Mojino (5 572), Trapiche (9 597) y Los Gitos (5 604), pero hay otros casos, bastante diferentes de los anteriores, en los que no tiene la misma fortuna y su análisis se resiente de forma evidente. Esto lo vemos en Farión (5 436)) cuya expli-cación no se encuentra, como apunta Wolfel, en el español fado ni es el resultado de ia hispanización de una voz de los antiguos canarios, sino que hay que buscarla en las formas españolas farillón, farellón y farallón 'roca alta y tajada que sobresale en el mar y alguna vez en tierra' y en el portugués farelháo 'pequeno promontório, ilhota escarpada' (Díaz Alayón 1988:46-47). Wolfel tampoco se da cuenta de que el término Vica o Bica (5 509) no es prehispánico, sino que se trata de una forma que se encuentra en portugués, gallego y en cier-tas hablas castellanas limítrofes con la zona lingüística luso-galaica. En portugués bica significa 'tubo, pequeno canal, meia-cana ou telha, por onde corre água, caindo dela de certa altura; pequena lamina de folha, também chamada goitera, que se introduz no tronco do pinheiro para encaminhar a resina para recipiente apropriado' (Díaz Alayón l987:77-78). Otro tan-to sucede con el topónimo menor Talangueras (§ 560), que Wolfel considera de extracción prehispánica, creyendo ver en él un término compuesto unido por el genitivo -n. Pero la ausencia de voces próximas entre los materiales lingüísticos canarios y la existencia de paralelos indiscutibles en español y en el occidente peninsular cuestionan esta inclusión. DRAE recoge la voz talanquera con el valor de 'valla o pared que sir-ve de defensa o de reparo, como las cancillas de. ias hereda-des o las que se construyen en las plazas de toros'. En portu-gués, talanqueira posee en la zona de Miranda el sentido de 5 1 REVI S I ~NY ACTUAL~ZACI~DNE LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE 'tablado mesa ou qualquer cons tnq~oim provisada, em que se espera o acompanhamento dos noivos, e onde o padrinho tem de dar dinheiro a quem se apresenta' y como provincialismo trasmontano el de 'pau que se atravessa no caminho' (Fi-gueiredo). En Galicia, talanqueira se usa con el valor de 'tabla para colgar carne, con tornos que la atraviesan clavada en el techo y defendida por los ratones por una loza horizontal, que se coloca en su parte superior'. Y en León, talanqueira tiene el significado de 'listón de madera que se coloca horizontal-mente, a cierta altura, entre los "tandojos" de la parte delan-tera del carro para que la carga no moleste a los bueyes' (Díaz Alayón 1987:150). Este conocimiento poco profundo de espa-ñol y portugués asoma constantemente entre los materiales que Wolfel reúne en su obra y es el causante de las conclu-siones completamente equivocadas a las que llega, tal y como puede verse, además de los casos comentados previamente, en 3 306a Facana; 3 483 Jaro; 3 512 Albarada, Buracas, Bawaco; 3 534 Farrobo; 3 554 Cabasera; 3 567 Muñigal; 3 573 Maipez, Masapez, Masapeces; 5 584 Trobisca; 3 589 Sort-iba; 3 589 Rito; 5 602 Juncia. También se reflejan en esta parte las limitaciones que Wolfel muestra en la lectura y transcripción de las fuentes documentales antiguas y otros materiales manuscritos. La comprobación de los originales manuscritos de Álvarez Rixo muestra que este autor no trae las formas Adama (3 156), Ajuga (3 480), Amage (3 572), Artecheita (3 69), Ayamorua (3 570), Ayaya (3 346), Benenauno (3 304), Chamaco (3 565), Chayafo (2 607), Cheguleches (5 601), Fanave (5 532), Gapo (3 438), Goieto (5 370), Guaracosa (3 68), Guerte (3 549), Guo-y m j ~(5 5531, Jacobs (5 600), Juim (5 482), J~Glol l c ~ n l \ \Y ""311 Maganas (3 564), Moraga (3 453), SarniIlo (3 592)) Tagocete (3 550), Tegiada (5 121), Tenauro (3 384), Eagaiga (3 356), Ega-dayo (3 537), Esguemanita (3 591), Uguen (3 305)) Yajcen (3 61) y Yavago (3 4), tal y como Wolfel refleja, sino que anota Adeuna, Ajagua; Asuage o Az l ~ n g eA~s tc?hc?y_tn-i &BT?W~BAn, ngn, Behenauno, Charnoco, Chayofa, Chegueleches, Fañavé, Gapio, Godeto, Guarasoca, Gueste, Guayonja, Jacola, Juma, Joroz, Magañas, Mosaga, Saucillo, Tagasote, Tegiade, Tenanzo, Egaday, Núm. 45 (1999) 5 15 CARMEN D ~ A ZA L A Y ~ NY FRANCISCO JAVIER CASTILLO 52 ligayga, lisquemanita, Uquén, Yaiza y Yabago (1991: 58, 61, 62, 63, 65, 66, 68, 69, 71, 74, 75, 76, 77, 78, 79, 81, 82, 83, 84, 85, 86, 89, 90, 93). En algunos casos, el registro de Álvarez Rixo, erradamente interpretado bien por la fuente indirecta que maneja o bien por sí mismo, lleva a Wolfel a incrementar fal-samente las voces que cataloga y lo conducen a conclusiones carentes de base alguna. Esto lo vemos en Tajirastal (3 603), que se incluye como denominación de un término de Her-migua (La Gomera) y se remite a ÁIvarez Rixo, pero este au-tor refleja claramente Tajinastal (1 99 1 :80). Este hecho condi-ciona el análisis que Wolfel hace de este topónimo y en el que advierte perfectamente que se trata de una palabra híbrida en la que se observa la presencia del sufijo español -al, pero no cae en la cuenta de que el primer elemento es el fitónimo is-leño tajinaste. Otro caso es el de Toro (3 597), forma que Wolfel incluye como denominación de una aldea en Fuer-teventura y señala que es probable que el origen de la voz esté en la ciudad castellana. También remite a Taro y Rosa de Taro. Llega a esta conclusión porque, al igual que en otras ocasio-nes, maneja un registro errado. La forma correcta es Totó, tal y como Álvarez Rixo recoge (1991:84). Lo mismo sucede con Tacarsejo (3 557). Wolfel se pregunta si este registro pudiera ser el resultado de la deformación del término Tavayaseco. Pero no se trata de ninguna deformación, sino el resultado de la lectura errónea de la forma Tacantejo (Álvarez Rixo 1991:79). Del mismo modo, podemos advertir la apreciable inseguri-dad de Wolfel ante las voces que analiza. Para él, la existen-cia de diversas variantes de una misma forma constituye en muchos casos una dificultad difícil de superar. Así. siguiendo a Aguilar, Chil y Millares, trae las formas Avandara y Araudaras (3 529) que corresponden a un monte de Gran Canaria y está convencido de que ambos términos reproducen la misma voz y denominan el mismo lugar, pero no está seguro de cuál de los dos registros presenta el error de grafía o de impresión. No sabe que ambos registros están equivocados y que la for-ma correcta es asándara. Lo mismo le sucede con Zranaque e Isanaque (§ 587) y desconoce que ninguna de las dos varian- 516 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS 53 R E V I S I ~ NY A C TUA L I Z A C I ~ND E LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE tes refleja con toda fiabilidad este topónimo herreño, que la transmisión oral ha conservado como Isánaque. Otro ejemplo ilustrativo en este sentido puede verse en el topónimo lanza-roteño Guacimeta (§ 592). Wolfel supone que la forma Gua-cineta que trae Olive es correcta y que la variante Guacimeta que viene en Olive, Álvarez Rixo y Millares no lo es. Pero la forma auténtica es Guacimeta. Abundan en los materiales aquí catalogados términos que de ninguna forma pueden proceder del sistema de comunica-ción de los antiguos canarios sino que provienen claramente de la toponimia y antroponimia de la Península Ibérica y que, consecuentemente, no pueden ser utilizados como paralelos o correspondencias de voces insulares. Un ejemplo de ello es Morantalla (9 404). Wolfel toma este nombre del Proceso de Canarias que consulta en el Archivo de Simancas y señala que resulta difícil que tenga procedencia peninsular y que es posi-ble que sea canario. Siguiendo el mismo análisis que hace para el antropónimo palmero Marantigo, piensa que en Mo-rantalla estamos ante un compuesto unido por el nexo -n-. No hubiera llegado a estas conclusiones si hubiera consultado las Datas de Tenerife. Hubiera visto que no es Morantalla, sino Moratalla y que Alonso de Moratalla es conquistador de Tenerife y hacia 1498 recibe de Fernández de Lugo unas tie-rras y aguas en Daute, que con posterioridad vende a Gonzalo Díaz, carpintero portugués (Serra 1978:230, 247, 248). Tam-bién tendría que haber relacionado este nombre con el topó-nimo Moratalla, denominación de un municipio en Murcia. Otro caso es y~arduy (5 405), voz que también toma del Pro-ceso de Canarias y supone que se trata del nombre de un abo-rigen y qUe pi-obab!eiiieiite es üiia furnia p:Urd. Cvideiiieiiien-te se trata de una explicación insostenible porque Ygarduy es claramente un antropónimo vasco. En el Proceso se recoge que Izarduy actúa como procurador del Licenciado de la Fuente en la reformación del repartimiento que el Licenciado Zárate lleva a cabn en 1506, hnciSn qce en estl fecha difici!mente podría haber realizado un natural canario (Reformación 1953:ll3-114). Lo mismo ocurre con Zsasaga (3 418). Wolfel piensa que este nombre pudiera ser prehispánico pero no es Núm. 45 (1999) 517 CARMEN DÍAZ ALAY~N Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO 54 así. Las fuentes nos revelan que Pedro de Isasaga presenta en Segovia en 1504 diversa documentación relativa al Mayorazgo de doña Inés Peraza e interviene en Tenerife en diversos actos de la reformación del repartimiento que hace Ortiz de Zárate. Evidentemente no estamos ante un natural canario sino ante una persona de procedencia peninsular (Serra 1978:39, 49, 51, 55, 85, 122, 141, 169 y 212; Refomzación 1953:127, 130, 132, 141, 162, 166, 177, 179, 180, 186; Moreno Fuentes 198853, 68, 69 y 138). Este error de análisis se advierte también en térmi-nos como Qpda (5 160), Gomendio (5 200), Aguedita (5 370)) Godínez (9 416), Funes (5 533), Guesala (5 593), Alzola (5 592), Huan Grande (5 602), que no pueden figurar en los Mo-numenta. Junto a esto, podemos ver que el inventario de materiales que Wolfel cataloga y estudia en esta parte,V presenta claras deficiencias de carácter cualitativo y cuantitativo. Muchas vo-ces geográficas canarias no forman parte de esta relación y varias de las que figuran se reproducen de una manera erró-nea. Wolfel no llega a saber que Tomasina (§ 40), Benijosa (§424), Aitemes (Ij 596), Cisaque (5 594)) Taera (5 593), Man-cafete (5 567) y Guarsamo (5 548) son registros inexactos de formas que la tradición oral conserva como Tomásina, Benijo, Aitemés, Cisaque, Tésera, Mancáfete y Guársamo. Del examen de los materiales estudiados en esta parte V se desprende que Wolfel recurre excesivamente a la hispanización de términos canarios como fundamento de su análisis. Esto lo vemos en su comentario de El Barraco (3 512). Wolfel cita este topónimo de Telde (Gran Canaria) y señala la cercanía con el español bawaco 'espuma del mosto', pero también apunta la pcibi!idud de qde se trutuse & Ir. esp2fiG!iz2ciSn de VGCZ-blo de los aborígenes y, como vemos, no advierte que se en-cuentra ante un término hispánico evidente que se explica a través de la voz verraco o varraco. La misma posición adopta ante Gordejuela (5 546). Según Wolfel, este término da la im-presión de ser una forma diminutiva del español gordo, pero también anota que pudiera tratarse de la españolización de una palabra de la lengua de los aborígenes. Evidentemente se trata de una forma hispánica. Gordejuela es un valle y muni- 518 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS 5 5 R E V I S I ~ NY ACTUALIZACI~ND E LOS MONUMENTA LINGUAE CANARIAE cipio de la provincia de Vizcaya. También sucede lo mismo con Cisneva (5 594). El análisis que Wolfel hace de este nom-bre geográfico de Tenerife muestra su característica inseguri-dad. De un lado el término le recuerda la palabra española cisne, pero también sugiere -siguiendo el criterio de Berthelot que incluye Cisneva como voz prehispánica- que puede tra-tarse de un nombre canario antiguo asimilado a la palabra española. Al juicio de Wolfel le falta en este caso el calado que tiene el de Álvarez Rixo (1991: 1 17), que explica esta voz como femenino de Cisneros, apellido antiguo castellano, y recuerda que en Canarias está muy extendido el uso de adaptar al sexo el apellido, por lo que concluye que el lugar en cuestión hubo de pertenecer a alguna mujer de apellido Cisneros. Otros ca-sos similares son los de Gamona (5 540), Lomo de Alejo (3 561), Talaya (5 561), Lajón (5 561), Muñigal (3 567), Antona (5 578), Tvobisca (5 584), Sowiba (3 593) y Juncia (3 602). Des-afortunadamente, todo ello le resta un importante porcentaje de credibilidad a su estudio. También hay que destacar la evidencia de que Wolfel no controla los materiales que cataloga, lo que le lleva a caer en numerosos errores y a engrosar falsa e innecesariamente el catálogo de términos que proporciona. Esto lo vemos en Tiguininco o Eguinineo (5 544), que reciben el tratamiento de formas originales cuando no son más que variantes corrompi-das de la voz Fiquininco de Lanzarote, que comenta en 5 532. Esto se repite con Agacido (5 550), que no es otra cosa que una variante de Taciago y Tagaciago, voz que estudia en 3 19. Lo mismo ocurre con Znfas, que solamente es otro registro gráfico más del término tinerfeño Yinfas, que analiza en 9 608. ?m razcmes de espucie m pedemec referircm detu!!uda-mente a toda esta parte V, pero remitimos al vol. XXXI de Almogavén, donde se proporcionan abundantes notas y comen-tarios en este sentido y que se han de unir a los que, a modo de complemento, consignamos a continuación. 5 86. Mulagua, Amzigua. Para Álvarez Delgado (1 959:3 10- 31 1) la forma Mulagua es una mala lectura de la voz original Amziguad. También Wolfel señala la equivalencia significativa Núm. 45 (1999) 519 CARMEN D~AZ ALAY~N Y FRANCISCO JAVIER CASTILLO 56 de ambas formas gomeras, aunque deja pendiente la investi-gación de si la identidad también se produce a nivel fonético y etimológico. Nosotros creemos que Mulagua y Amzigua no son la misma voz, sino que son términos perfectamente dife-renciados en las fuentes. Pensamos que Mulagua no es, como dice Álvarez Delgado, una forma vulgarizada por Abreu y Galindo y Torriani, sino que aparece en diferentes textos bas-tante anteriores. Pensemos también que es una voz que Fer-nando de Mulagua utiliza como apellido y que no usaría de no ser auténtica. También Wolfel nos dice que Fernando de Malagua fue conquistador de Tenerife, pero desconoce su pro-cedencia, aunque es probable que se trate de un nombre es-pañol. Pues bien, este conquistador era natural de La Gomera, numerosos textos dan referencias de él y su apellido, que fi-gura recogido de diversas formas (Muiagua, Maiaga, Maiagua, Amulao, Mulao, Malaguenna) es incuestionablemente prehispá-nico (Fernández Pérez 1995:66). 3 267. Mazo. Wolfel conoce la existencia de esta forma toponómica en La Palma, Lanzarote y Fuerteventura pero esti-ma que, a pesar de la absoluta coincidencia formal, no tienen que ser necesariamente tres térm |
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