LA LEPRA Y LA ELEFANCIAE N CANARIAS A
COMIENZOS DEL SIGLO XIX: SU DESARROLLO,
PREVENCIÓN E INTENTOS DE ERRADICACIÓN
POR LAS INSTITUCIONES CIVILES Y ECLE-SIÁSTICAS
P O R
PEDRO C. QUINTANA ANDRÉS
A Alejandro Hernández Expósito
En las Islas Canarias la incidencia de las enfermedades
infecciosas fue proverbial a lo largo de todo el Antiguo Régi-men.
A los puntuales brotes de peste localizados en las islas
se sumaron otra serie de epidemias de gran incidencia sobre
la población -caso de la fiebre amarilla de 181 3- caracteri-za&
as por coyGn~ra!idad, pEes caiuior amIICl~lllnfrPQ;tCU II~VIIrVVi n n ~I~V CccUt a -
ban unidas a las reiteradas cíclicas recesiones económicas por
las que atravesó el Archipiélago en tal época. Pero de entre
ellas destacaron por su peremnidad y mínima erradicación a
lo largo de la mondernidad la lepra y la elefancía, las cuales
se erigieron en un problema sanitario permanente que trans-cenderá
el Antiguo Régimen y llegará en las islas, muy amor-tiguado,
hasta nuestros días, aunque en la actualidad sigue
manifestándose como casi una pandemia en otras zonas del
Núm. 46 (2000) 417
2 PEDRO C. QUINTANA ANDRÉS
mundo l. La lepra ha sido reconocida desde los tiempos bíbli-cos
como una enfermedad contagiosa, siendo asociada por el
pueblo hebreo a la ejecución de un castigo divino sobre la
persona infectada2. Desde fecha temprana el leproso fue apar-tado
del resto de la población y destinado a vivir en barrios o
zonas aisladas del vecindario e, incluso, a no circular por las
lugares públicos sin anunciar mediante sonido o vestidos
específicos su presencia. En la Edad Media la lepra adquirió
en Europa dimensiones de una verdadera plaga, sobre todo
después de las primeras Cruzadas y su contacto con el Orien-te
donde la enfermedad era cotidiana. En poco tiempo se
multiplicó el número de asilos o leprosenas por el continente,
llegándose en Francia en escasos años a contabilizarse más de
2.000, al igual que aconteció en Inglaterra3. El ingente núme-ro
de contagiados iievó a movilizar un eievado número de ca-pitales
entregados por las ciudades para el control de los ve-cinos
contagiados o por próceres que intentaban adquirir la
gloria divina dando a cambio algunos óbolos4.
' En el año 1998 la Federación Internacional de Asociaciones No Gu-bernamentales
(ILEP) estimaba la cifra de leprosos en el mundo en siete
millones, repartidos en un 82 % entre cinco países: Birmania o Myanmar,
Brasil, India, Indonesia y Nigeria. Sólo en 1997 se registraron 850.000 nue-vos
casos, siempre relacionados con la falta de asistencia sanitaria, la
precariedad en la alimentación, la pobreza, etc. Desde los últimos treinta
años la lepra ya tiene posibilidades de total curación gracias a la aplica-ción
del llamado Multy Drug Therapy, combinación de tres medicamen-tos,
que detienen y eliminan a la enfermedad. Los limitados ingresos de
las personas afectadas y la precariedad sanitaria de muchos países permi-ten
aún la presencia de ésta en el mundo. En Canarias en el año 2000 aún
existían 211 casos de lepra, aunque sólo 18 activos, Canarias 7, 30-1-2000.
* En dicho libro sagrado, tanto en el Viejo como Nuevo Testamento,
son varios los episodios donde se hace mención a la lepra y la condición
de marginado que ocasionaba a cada uno de los enfermos, al ser visto
como un maldecido por la cólera divina. Una de las siete plagas enviadas
por Dios sobre Egipto fue la lepra, siendo también uno de los castigos in-fligidos
a Job por el Diablo el cubrirlo con una úlcera desde los pies hasta
la cabeza, supurando ésta continua podredumbre.
ARRIETAO, ., Historia de algunas enfermedades y medicamentos,
Maracaibo, sin año de edición.
Una amplia bibliografía sobre el tema se puede consultar en RUBIO
VELA, A., Pobreza, enfermedad y asistencia hospitalaria en la Valencia del si-glo
XIV, Valencia, 1984.
418 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
LA LEPRA Y LA ELEFANC~A EN CANARIAS A COMIENZOS DEL SIGLO XIX 3
Esta actitud del patriciado y grupos burgueses de la ciu-dad
buscaba, ante todo, distribuir una fracción del amplio
número de capitales detraídos de las masas populares a tra-vés
de los múltiples medios de coacción facilitados por la
estructura económica imperante, como único modo de salva-guardar
sus propiedades de posibles estallidos de conflictivi-dad
o de epidemias que arruinaran sus prósperos negocios de
intercambios. A la aparición de los primeros hospitales dedi-cados
al cuidado de los enfermos se sumaron la de órdenes
de carácter religioso y10 militar dedicadas a tal menester,
como la de San Lázaro en Francia o la de San Jorge y de los
caballeros teutónicos, cuya evolución temporal tuvo un carác-ter
menos piadoso, en Alemania5. En general, como se ha
mencionado, el enfermo era aislado de todo contacto con per-sona
sana, pudiendo sólo salir a la luz del día con un largo
traje negro sin poder mostrar las manos pues las mangas iban
cosidas al pecho, llevando sombrero de amplias alas para ta-parle
la cara y por acompañamiento una campanilla para
anunciar su presencia. Varios fueron los decretos de Concilios
y de los Papas declarando la lepra una enfermedad incompa-tible
con la celebración del matrimonio, aunque dichas dispo-siciones
fueron reiteradamente incumplidas. A la vez, se crea-ron
una serie de comités, juntas o grupos de inspectores de
leprosos formados por peritos, médicos y miembros del mu-nicipio
para clasificar y designar las peculiaridades de las
manifestaciones y grados del mal alcanzado en cada sujeto6.
Pero el conocimiento sobre su curación era mínimo en los
tiempos que estudiamos, aunque se recoge la cura de algunos
enfermos por una especie de inmunización debido a episodios
de hmta agudos de fiebre, manchas y lepromas o en otros
casos se registraron dichas sanaciones como gracias divinas '.
KOLLE, W.-HETSCH, H., La bacteriología experimental y las enfermeda-des
infecciosas, tomo 1, Madrid, 191 1.
VV.AA., Historia General de la Medicina, 7 tomos, Barcelona, 1976. ' Entre las ejemplíficaciones de milagros reaIizados por la Virgen de
Candelaria, el padre Alonso de Espinosa destacaba el otorgado en favor de
Francisco Sánchez, el cual, en 1531, fue afectado por una enfermedad en
el rostro haciéndose todo «una llaga asquerosa», de la que sanó gracias a
Núm. 46 (2000) 419
4 PEDRO C. OUINTI\NA AKDRÉS
En todo caso, la lepra es una afección crónica que evolu-ciona
de forma lenta, situado su periodo de latencia en más
de diez o doce años, teniendo, en general, tres grandes for-mas
de manifestación: la tuberculosa, la máculo-anestésica y
la mixta. La primera es la más espectacular en su incidencia
sobre los afectados, al estar formada por nudosidades indura-das,
llamadas lepromas, situándose éstas preferentemente en
el contorno de la nariz v frente, en forma de alas de maripo-sa.
El segundo tipo de lepra se caracteriza por la multipli-cación
de manchas pigmentosas y lesiones en los nervios
periféricos, dando lugar a trastornos tróficos cuyo proceso más
Médico medieval con hopalanda v gorro anticontagio
(el pico estaba relleno de estopa con vinagre)
ANUARIO DE ESTUDIOS ATL~A~TICOS
Minintrira 111edit.vnl dondc sc. rcpr-escrita el 1-cchnzo rciicr;ilizadt~ :I la criiraclri d c Icpi~»sosC I ~la s iir-bes.
Los enfermos debían anunciar sil presencia haciendo sonar una cal-1-aca.
degenerativo supone la aparición de ulceraciones pustulantes
seguidas de mutilaciones de mayor o menor intensidad. La
mixta supondrían para los enfermos afectados manifestaciones
donde se combinarían las dos tipologías ya descritas8. A la
untarse la zona con la aceite de la lámpara situada delante de dicha ima-gen.
ESPINOSAA,. DE,H istoria de Nuestra Señora de Candelaria, Santa Cruz
de Tenerife, 1980, pp. 193-194.
KOLLEW, .-HETSCHH, ., op. cit. En Canarias a comienzos del siglo XIX
se hacía diferencia entre cuatro tipos diferentes de lepra:
a) Aquella donde el cutis aparece muy seco y áspero con un color
blanco purpúreo. La manifestación de lepra se produce primero en la ca-beza
y cuello, aunque también se puede extender a toda la cabeza la en-fermedad,
así como en las extremidades. Todo se acompaña de síntomas
comunes, caso de pruritos y ardor molesto en especial por la tarde y pri-mera
vigilia nocturna. Se comparaba a la sarna más intensa. Ésta se decía
curaba radicalmente con tratamiento.
b) La segunda es la más perniciosa, pero menos común, adquiriendo
el cutis un color oscuro, aparecen en él escamas, costras pustulaciones y
otras afecciones. El resto del cuerpo está salvaguardado de todo mal, pero
la respiración no es del todo libre y el afectado exhala una fuerte fetidez
en-el aliento. La posibilidad de recuperar al paciente es incierta, aunque
se avanzaba en aquel momento en nuevas terapias.
c) La lepra conocida como elefantiasis se caracterizaba por tener los
enfermos las piernas y los pies entumecidos y monstruosos -rara vez se
enfermaban los dos-, con costras, pustulaciones, varices y úlceras, siendo
esta especie de lazarinos los más frecuentes en la región. Se apuntaba por
los médicos que mientras más monstruosa apareciera la enfermedad en el
exterior más aliviado estaba el afectado. Los síntomas de ésta y los del
cuarto tipo de lepra sólo podían ser aliviados en parte.
d) La más rebelde para los médicos era la productora de graves de-formidades
en el rostro, al revestir unas veces las partes de la cara con
costras de diversa elevación y forma y otras, sin manifestaciones cutáneas,
se manifestaban en la delineación desordenada de las partes del rostro.
El régimen que debía seguirse para intentar curar la enfermedad lo
ideó el médico Ballesteros, recogido con posterioridad para una posible so-lución
de la enfermedad por la Junta de Caridad y el Obispo de la diócesis
de Canarias. En él se mandaba que los pacientes tomaran en ayuna suero
de leche de cabra con dos onzas de zumo de plantas de la especie de «be-cabunga~,
«berdolaga» o «berros», convirtiéndose ésta en la bebida usual
de los infectados. Un puñado de las citadas hierbas se mezclaba con gra-nos
de ((borrajan, «pimpinela», «achicoria» y otras a los cuales se añadi-rían
dos cucharadas de arroz, cuatro hojas de naranjo agrio y dos dracmas
de cremor tártaro -tartrato ácido de potasio- unidos a doce cuartillos de
422 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
LA LEPRA Y LA ELEFANCIA EN CANARIAS A COMIENZOS DEL SIGLO XIX 7
larga, el organismo del leproso -hígado, riñones- se ven
afectado intensamente por la enfermedad aunque ello no im-plica
que el contacto con éste provoque de forma necesaria el
contagio, salvo si existe una relación prolongada con él. Del
mismo modo, parece descartada la transmisión hereditaria de
dicho mal, aunque sí está demostrada que una relación ínti-ma
y prolongada con el enfermo supondrá un alto riesgo de
contagio para la persona que conviva con él, auspiciándose
por los médicos de comienzos del siglo XIX un aislamiento,
más o menos severo según la escuela del galeno, y una drásti-ca
limpieza de utensilios y ropas de los leprososg.
El bacilo de la lepra se multiplicaba y propagaba en aque-llos
países y lugares donde su sociedad se caracterizaba por
prevención y falta de limpieza e higiene en las casas, utensi-lios,
en los alimentos y en las propias personas, además de
proliferar en ellos la pobreza y pauperización. Estas últimas
razones son las que influirá con idéntica incidencias en la
aparición de la filarosis extendida ampliamente durante el
Antiguo Régimen en las zonas tropicales e intertropicales. Por
agua. Dicha mezcla se cocería lentamente durante media hora, tras lo cual
se colaba y se le añadía una cáscara de limón. De la infusión resultante, el
afectado bebería durante 30 o 40 días el agua, sin volverla a calentar, y en
dicho espacio tomaría baños generales, preferiblemente en el mar, según las
fuerzas e interés del paciente. Sus comidas debían basarse en pucheros con
carnes tiernas y frescas, con preferencia de pollo, vaca, etc., acompañados
por lechugas, calabazas, acederas o espinacas -además de algunas de las
plantas citadas con anterioridad- y siempre guarnecidos con arroz. Todo
condimentado con los polvos de los vegetales citados en caldo o echando en
una taza medio papel de ellos para tomarlo acompañando a las comidas.
Para finalizar debía comer frutas jugosas y bien maduras para, tras el pri-mer
período de régimen, pasar el paciente a tomar leche de burra acompa-ñada
en una tercera parte con el citado zumo de berros, «becabunga» o
«fumaria». En todos los casos había que cuidar y limpiar con exhaustividad
la ropa y ventilar los aposentos, impregnándolos alternativamente con vapo-res
de azufre y vinagre. Ballesteros recomendaba prevenir la exposición de
los pacientes al aire frío, al rocío, al sereno y la humedad severa, eligiendo
el tiempo competente de curación en los equinoccios y, preferentemente,
durante el estío. Véase Archivo del Cabildo Catedral de la Diócesis de Cana-rias
(ACCDC), Expediente sobre el mal de elefancía y lepra.
CONTRERAMSA S, A.-ROSSELLV~A QUERR,. , La asistencia pública a los
leprosos de Mallorca (siglos XIV al XIX), Palma de Mallorca, 1990.
Núm. 46 (2000) 423
contra de lo que creían los médicos de finales del siglo XVIII v
principios del xrx, la elefancía y la lepra, pese a tener manifes-taciones
con algún parecido, no estaban relacionadas entre sí
aunque afectaban con mayor incidencia a grupos sociales de
las mismas características económicas. La lepra se propagaba
mediante un bacilo mientras que la elefancía lo hacía a través
de las larvas de la filaria. Este último es un parásito cuyo cam-po
de acción se sitúa en los grandes vasos sanguíneos y
Afectado por ICPI-at u h~~. c i~l o(dseal ,,ltla.; de ei~/>r~t~rrclndrs
de Iu piel, de Jacobi). Tomado de Kolle y Hetsch.
1 0 PEDRO C. QUINTANA ANDRÉS
linfáticos, desde los cuales invaden el resto de la circulación
periférica lo. Su propagación se debe a diversos factores entre
los que destaca el mosquito -Culex pipiens, Anofeles- trans-mitiendo
al hombre los embriones de la filaria en el momen-to
de la picadura, manifestándose de forma diferente esta fila-rosis
en cada uno de los individuos según su organismo, pero
pueden ser destacadas tres tipologías asociadas a diversos sín-tomas:
la urinaria, cuya afección se localiza en los órganos
urinarios; la genital, con dilataciones de las regiones ganglio-
-mares; y la cutánea o elefancía, la que aquí nos ocupa, locali-zada
en un alto porcentaje en las piernas -aunque puede
manifestarse en los órganos sexuales y las mamas-, de las
cuales ocupa una o varias secciones. Esta última tipología da
como resultado una gran hipertrofia de los' miembros de los
enfermos y la aparición de grandes tumores, siendo habitual-mente
éstos mencionado con abundancia por los investiga-dores
de la filaria y viajeros llegados a los países tropicales.
La manifestación de dicha enfermedad se convertía en un es-pectáculo
para los ojos de los extranjeros que se adentraban
en los bazares de la India y observaba, estupefacto, a un nu-trido
grupo de individuos afectados por la elefancía de escro-to
que utilizaban su tumor de pupitre o mesa sobre el cual
realizaba cualquier tipo de transacción y concierto económi-co.
Del mismo cariz son los relatos, en muchos casos casi in-creíbles,
realizados por viajeros del Próximo Oriente en don-de
nos describen a múltiples elefancíacos andar por las calles
con su escroto tumefacto en un carretón ll.
El tratamiento de la elefancía durante toda la Edad Moder-na
fue desconocido, salvo los de aconsejar a los afectados la
emigración hacia regimes frias para d i 11warles Un cintri!
exhaustivo de su mal, además de aconsejar en casos muy gra-ves
de escrotos o mamas extremadamente atrofiadas y tume-factas
fomentar los métodos de estirpación quirúrgica.
'O GUIARTJ,. , Manual de parasitología, Barcelona, 1927.
l1 GUIART, J., op. cit. El autor cita en su obra un escroto que llegó a
pesar hasta 105 kilos, tras haberlo sangrado y sacado parte de la linfa el
médico. En este estudio se citan con profusión un gran número de casos
y de trabajos sobre la enfermedad.
426 ANUARiO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
LA I.FPRI\ Y LA ELEFAYC~A F.N CANARIAS A COM11~NZOC DEL SIGLO SIX
Elefancia de escroto, según Godard. Tomado de J. Guiart.
Nrím. 40 (20001
12 PEDRO c OLI\TANIA\N DRES
Elefancias de muslo v pierna y otra de vulva, según Dufougkrk.
Tomado de J. Guiart.
Ambas enfermedades se manifestaron con profusión a lo
largo de la mondernidad en Canarias donde, como en el resto
de1 mundo, las mínimas reglas de higiene grupa1 e individual
apenas si existían entre la población, a la vez que se descono-cía
la forma de propagación de cada una de ellas. La suciedad
de Ias calles -cuvas normas de limpieza ocuparon algunos
pliegos de las ordenanzas de las ciudades de las islas1*-, su
l2 MORALESP A D R ~ NF.,, Or d ~ n a n z a sd el Concejo de Crían Canaria
(1531), Sevilla, 1974. PERAZADE AYALA, J., «Las Ordenanzas de Tenerife v
otros estudios para la Historia municipal de Canarias», en Obras, tomo 1,
pp. 67-329, Santa Cruz de Tenerife, 1988. LORENZOR ODR~GUEJ.Z B, ., Noti-cias
para la Historia de La Palma, tomo 1, pp. 414-427, Santa Cruz de
Tenerife, 1975. En control sobre los animales, para evitar que bebieran en
las mismas pilas donde se recogía el agua de abasto, la limpieza pericidica
428 ANIIARIO DE ESTUDIOS A T ~ N T I C O S
empedrado o recogida de los desperdicios, la falta de agua
potable, la carencia de una higiene personal mínima, etc., fue-ron
el caldo de cultivo de ambas enfermedades, propagadas
con cierta asiduidad entre una población, habitualmente pobre,
hacinada en casas o cuevas con mala ventilación, reducido es-pacio
y escasa posibilidad de alimentarse de forma adecuada.
Ya son conocidas las quejas realizadas por Torriani -aun-que
auspiciadas por el presunto trato desconsiderado dado en
la isla a su persona- de la poca luminosidad, falta de pozos
y mínimo espacio que tenían las casas de Santa Cruz de La
Palma 13. Tampoco quedarán soslayadas durante el siglo XVIII
las peculiaridades higiénico-sanitarias de los habitantes de las
islas, donde en la mayoría de sus lugares se mantenían las
características higiénicas de etapas pretéritas, tal como las
describía George Glas a mediados de la centuria, pues además
de las condiciones de limpieza mínimas de las clases popula-res,
el narrador se asombraba de que:
de las calles y la localización de lugares específicos para muladares o
vertederos ocupó parte del devenir diario de los regidores. La puntualiza-ción
en cada una de las diversas ordenanzas fue un modo mínimo de
prevención de la sanidad pública. Esto no fue óbice para que dichas dis-posiciones
se incumplieran reiteradamente, tal como acontecía en la co-marca
Noroeste de Gran Canaria a mediados del siglo XVIII -1749- en
un pleito sostenido por los vecinos de Gáldar contra los de Guía ante la
mala calidad del agua de abastecimiento. En una reunión celebrada por
los vecinos del primer lugar, el 28 de febrero del citado año, se acordó
recurrir al Cabildo de la isla, en donde el capitán Esteban Ruiz de Quesada
como representante popular, expuso, entre otras razones, que «el agua de
abasto de aquel pueblo pasa por devajo del de Guía cruzando el barranco
y así ba siempre ificionada, aruxas y muchísimas inmundicias de los
labaderos de Guía, del tránsito de los animales y otras asquerosidades que
se dejan conciderar. Y aún dicha agua, además de su mala conformidad,
sucede también que siendo cinco asadas, las quatro son para algunos rega-díos
de la Vega de Gáldar y barrancos, y la otra para el referido abasto. Y
acontece de ordinario que por no bastar para el pueblo dicha asada es
menester cercenar las otras quatro en que redunda daño y atraso a los pre-dios~
V. éase QUINTANAAN DRÉS, P., Mercado, jerarquía y poder social: La
Comarca Noroeste de Gran Canaria en ia primera mitad dei siglo xvr~l (í7W-
1750), Las Palmas de Gran Canaria, 1995.
l 3 TORRIANLI,., Descripción de las Islas Canarias, Santa Cruz de
Tenerife, 1978, p. 242.
Núm. 46 (2000) 429
LA LEPRA Y LA ELEFANC~A EN CANARIAS A COMIENZOS DEL SIGLO XIX 15
Elefancía del pene y de mama según Dufougéré. Tomado de J. Guiart.
La falta de limpieza se mantuvo a grandes rasgos durante
todo el Antiguo Régimen y se prolongó hasta bien entrado el
si& XX; aunque ya, en general. restringida a los núcleos ru-rales
y zonas marginales urbanas15. Pero las mejoras no fue-ron
suficiente para los críticos ojos de Vernau, el cual se es-candalizaba
de la suciedad y las prácticas de despiojarse en
j5 A mitad del Novecientos, Madoz en su descripción de las principa-les
ciudades de las islas hace hincapié en la limpieza de sus caiies y en
las nuevas construcciones de sus viviendas. MADOZ, P., Diccionario geográ-fico-
estadístico-histórico de Espana y sus posesiones de ultramar, Salaman-ca,
1986.
Núm. 46 (2000) 43 1
reseñar su distribución desigual. Para Fuerteventura, La
Gomera y El Hierro apenas si se menciona algún barbero san-grador,
las islas de Lanzarote y La Palma estaban entre las
más afortunadas al contar la primera con un médico y nueve
barberos sangradores y la segunda con un médico y un ciru-jano
en la capital insular. En Gran Canaria, para una concu-rrida
población, sólo se registra un médico titular en la isla,
dos cirujanos -uno de ellos localizado en Arucas- y una
docena de sangradores. Por contra, el panorama sanitario en
Tenerife estaba en consonancia con su estatus económico re-gional,
la presencia de una importante colonia de comercian-tes
extranjeros y por la demanda sanitaria auspiciada gracias
al grupo de propietarios mencionados, lo cual supuso registrar
en la isla un total de ocho médicos, otros tantos cirujanos, tres
boticarios y varios sangradores 17. Pese a todo, la distribución
de estos profesionales entre los diversos pagos de Tenerife
quedó limitada a los lugares de mayor población y a aquéllos
donde el volumen de riqueza permitía la obtención de unos
suculentos ingresos, tal como sucedía con La Orotava, Puerto
de la Cruz, La Laguna o Santa Cruz de Tenerife, quedando el
resto de la isla desprotegida de todo socorro para su vecinda-rio.
La citada carencia, la falta de higiene, la precaria alimen-tación,
la tardanza en la creación de cordones sanitarios o el
desconocimiento de la naturaleza de ciertas enfermedades
desembocaron en la multiplicación de brotes epidémicos o en
el mantenimiento de ciertas afecciones durante prolongado
tiempola. A pesar de este panorama, en las islas se dieron
considerables pasos en la lucha contra nefastas epidemias
como la viruela, pues en Canarias se aplicaría la vacuna con-tra
12 enfermedad írpen~sii n Iiistri despiiés de qiie h e r i des-cubierta
por Jenner en 1796 19.
I 7 ESCOLAYR SERRANOF. , DE, Estadísticas de las Islas Canarias. 1793-
1806, 3 tomos, Las Palmas de Gran Canaria, 1984. '* BOSCH MILLARES, J., Historia de la medicina en Gran Canaria, Las
Palmas de Gran Canaria, 1967. D f ~ zPÉ REZ,A . M.-FUENTEP ERDOMOJ., G.
DE LA, Estudio de las grandes epidemias en Tenerife. Siglos XV-mS,a nta Cruz
de Tenerife, 1990.
l9 BÉTHENCOURMT ASSIEU,A . DE, «Inoculación y vacuna antivariólica
Núm. 46 (2000) 433
18 PEDRO C. QUINTANA ANDRÉS
Dentro de este contexto de carencia y preocupación por las
condiciones sanitarias en que vivía la población se debe en-marcar
la asistencia a otro grupo de enfermos notables en el
Archipiélago, no tanto por su número como por lo que repre-sentaban
a los ojos del vecindario: los leprosos y los elefan-cíacos.
En las islas ambas enfermedades no se convirtieron en
una pandemia o incidieron en un elevado porcentaje de la
población, pero sí se erigirían en una causa de temor popu-lar,
rechazo y marginalidad social para los afectados, inde-pendientemente
que éstos fueran ya marginados en una socie-dad
desigual. Los leprosos y elefancíacos comenzaron a
covertirse en un problema para la sociedad urbana canaria
desde finales del siglo xv y comienzos de la siguiente centu-ria,
cuando se cuestionó dónde aislar a este tipo de pacientes
incurables, sobre todo por la escasa consolidación de la socie-dad
y la ausencia de instituciones dotadas. En un primer mo-mento
se decidió fundar un hospital para tales enfermos
-leprosos, gafos y afectados por otras enfermedades presun-tamente
contagiosas- situado en la isla de Gran Canaria e in-titulado
de San Lázaro, cuya historia por extenso ha sido
estudiada por el profesor Bosch Millares 20, surgiendo la insti-tución
a demandas del Cabildo de la isla antes de noviembre
de 1510, pues ya en esta fecha se ordenaba por el Rey al
mayoral de dicha casa en Sevilla remitiera al Concejo de Gran
Canaria un traslado de sus ordenanzas y constituciones, desti-nándolas
al «que se ha edificado en dicha isla» para atender
a los enfermos del citado mal2'. Por contra, en el resto del
Archipiélago las autoridades locales y el vecindario intentaron
aislarlos en sus casas o alejarlos y enviarlos a la isla de Gran
Canaria, tal cnmn se registra en la resnl t~ciha dnptada de
trasladar forzosamente a Las Palmas a todos sus contagiados
por el Cabildo de Tenerife en 15 11. Ya desde 1508 la citada
en Canarias. 1760- l83O», en V Coloquio de Historia Canario-americana,
tomo 11, Madrid, 1986, pp. 279-308.
*O BOSCH MILLARES, J., LOS hospitales de San Lázaro de Las Palmas y
de Curación de la ciudad de Telde, Las Palmas de Gran Canana, 1954.
2' AZNAR VALLEJO, E., Documentos canarios en el Registro del Sello
(1476-1517), La Laguna, 1981, p. 166.
434 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
corporación obligó a todos los leprosos de la isla a ubicarse
en los alrededores de la ermita de San Lázaro, bajo pena de
ser enviados a lazaretos ubicados en Castilla pero en 1518,
ante la avalancha de infectados y el incumplimiento de tal
disposición, se intentó crear una casa para dichos enfermos
en la isla -para ello se aducía que el hospital de Las Palmas
estaba junto al mar y en tierra de mucho calor, lo cual no
repercutía favorablemente en los enfermos- que no prospe-ró.
La multiplicación de los afectados por la lepra en Tenerife
influyó en una decisión de urgencia del Cabildo tinerfeño de
mandar a fabricar una casa de acogida en el lugar de Santa
Cruz, fundamentando dicho acuerdo:
«porque se han enviado a la isla de Canaria muchos en-fermos
e non tan solamente no los han querido recibir, e
que la limosna que el Cabildo hiciere e otras personas
hicieren sean con condición que la casa de San Lázaro
de Gran Canaria, ni mayordomo de ella, ni otra casa al-guna,
ni oficial della, no tengan derecho alguno sobre la
casa de San Lázaro que en esta isla se h i ~ i e r e ) ) ~ ~ .
La dilatación en la construcción y definitivo abandono del
proyecto abocó a que los enfermos tinerfeños se trasladaran a
la isla de Gran Canaria en donde ellos y el resto de afectados,
teóricamente, debían estar aislados de la población, aunque
muchos pululaban por la ciudad e islas solicitando limosnas
para el Hospital. El fracaso de la casa de Santa Cruz de
Tenerife llevó a las autoridades insulares a solicitar varias de-mandas
de expulsión de los lazarinos de Tenerife, siendo rei-teradas
en febrero de 1523 -se rogaba encarecidamente al rey
!es <<hagjai irticia en míindallm echar de la isla a la de Grand
Canaria, do es la casa de señor San Lázaron-, abril y agosto
de dicho año23, pero estos llamamientos a acatar las órdenes
y el traslado a Gran Canaria no fueron cumplidos con la
22 SERRRAA FOLS,E .-DEL A ROSAO LIVERAL, . DE LA, Acuerdos del Cabil-do
de Tenerife. Vol. 111 ( l 5 l 4 - l 5 l 8 ) , acuerdo de 22 de febrero de 1517, La
Laguna, 1956, p. 217.
23 SERRARA FOLS,E .-ROSAO LIVERA,L EOPOLDODE LA, Acuerdos del Ca-bildo
de Tenerife. Vol. IV (1518-1525), La Laguna, 1970.
Núm. 46 (2000) 435
celeridad recomendada por un grupo humano conformado
habitualmente por marginados con escasos fondos para ali-mentarse
y procurarse el pasaje necesario para su marcha
hacia Las Palmas. Una vez más, las requisitorias a los lepro-sos
hechas por el Cabildo de Tenerife se hicieron presentes en
junio de 1538 cuando, a través de pregones públicos divulga-dos
en la plaza de los Remedios de La Laguna, se mandaba a
salir de la isla a su costa a todos los malatos de San Lázaro
en un plazo de seis días «so pena que se pro~ederá contra
ellos por todo rigor de justicia), 24, pero, como ya era habitual
en cualquier disposición sobre el tema, aún en 1541 el Cabil-do
tinerfeño mandaba a los regidores Pedro de Trujillo y Juan
de Meneses a demandar información de los médicos sobre las
personas enfermas de dicho mal y el envío de un navío rum-bo
a Gran Canaria con todos los declarados a costa de los
propios infectados o, en último caso, abonando los pasajes el
propio Regimiento.
Por tanto el Hospital de San Lázaro de convirtió en un
centro aglutinador de elefancíaco y, sobre todo, de presuntos
leprosos de todas las islas que iban remitidos por orden de los
apoderados de la propia Casa o por los cabildos insulares. La
comprometida situación económica y la reducida labor sani-taria
que se realizaba en el citado Hospital, muchas veces
como se ha apuntado sin la presencia de médico o cirujano
titular, llevaron al rey, bajo la presión de los diversos cabildos
insulares incapacitados para sostener dicha institución, a to-marlo
bajo la jurisdicción del Patronato Real a través de la
real cédula de 25 de noviembre de 1556, disponiendo median-te
ésta se trasladaran allí todos los enfermos confirmados por
malatos; Pero dicha orden no modificó la situación general
imperante, al mantenerse su régimen interno en los mismos
términos hasta entonces establecidos, es decir, el casi total
descontrol de un elevado número de elefancíacos y leprosos.
Las disposiciones de régimen interno durante la moderni-dad
se mantuvieron en consonancia con las normas estableci-das
en el lazareto hispalense con una estructura y gobierno
24 MARREROM, . -PADR~NM, ., y RIVEROB, ., Acuerdos del Cabildo de
Tenerife. Vol. VI (1538-1544), La Laguna, 1997, p. 23.
436 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
LA LEPRA Y LA ELEFANC~A EN CANARIAS A COMIENZOS DEL SIGLO XIX 2 1
interno encabezado por un juez conservador y privativo -eri-gido
como tal representante desde la real cédula de 12 de sep-tiembre
de 1737- siendo éste en un primer momento el Re-gente
de la Real Audiencia -don Diego Adorno25- y tras su
cese u óbito recaería el cargo en el oidor decano de dicho tri-bunal.
Además, en la isntitución existía una jerarquía interna
compuesta por un mampastor, un clavero, un capellán, etc., a
los que se añadían la participación de los propios enfermos,
eligiéndose incluso entre ellos a dos ayudantes o asesores del
mayordomo, tal como refleja en sus estudio el profesor
BoschZbE. l Hospital estará desde 1737 bajo este juez privati-vo
hasta la real orden de 16 de julio de 1833 en que todos los
hospitales pasaron a ser regidos por una Junta de Caridad.
En sus primeros años de existencia el Hospital debió estar
formado por un grupo de chozas o casas alrededor de un es-pacio
o plaza donde se confinaban a los enfermos, situándose
las edificaciones en la cercanía de la muralla norte, en las
afueras de la ciudad de Las Palmas para, en las primeras dé-cadas
del siglo XVI erigirse en el lugar un modesto edificio
donde se haría la fundación del ya en si hospital. Sus rentas
fueron modestas desde su fundación siendo insuficientes para
el adecuado mantenimiento de sus enfermos, los cuales debían
contribuir con sus propiedades al su sostenimiento y alimen-tación.
25 La real cédula incidía en que el mampastor, racionero José de Be-tancort,
tenía en casi total abandono el gobierno de la casa, sin observar su
cabildo ni las rentas, defensa de sus derechos a beneficio de la fábrica v
pobres, además de ser acusado de diversas ventas fraudulentas de mercan-cías
en detrimento de los malatos «que por ser tantos y no tener con qué
mantenerse se ben presisados a mendigar el diario sustento faltando de
aquel retiro que prebiene la regla, como presiso resgurado del contagio que
deve tener más con el arbitrio que ha ynbentado su necesidad de comprar el
tabaco por libras y venderlo por menor en grave perjuicio de mi real patri-monio
y de la salud pública». Otorgaba poder a dicho Regente para ver los
desórdenes y visitar a los enfermos dando de todo ello cuenta al Consejo de
Cámara, a la vez, disponíase suspedieran las ventas de las propiedades sin
su previa aprobación. Véase Archivo Histórico Provincial de Las Palmas
(AHPLP), Sección Reales Cédulas para Canarias, tomo VIII, ff. 57 r.-58 r.
26 BOSCH MILLARES, J., El Hospital ..., op. cit.
Núm. 46 (2000) 437
2 2 PEDRO C. QUINTANA ANDRÉS
El arribo a las costas de la isla de la armada holandesa al
mando de Van der Does en 1599 marcará, como para otras
institución de la ciudad de Las Palmas, un punto e inflexión
para el Hospital. En la contienda el edificio quedará parcial-mente
destruido, al ser una de las posiciones de las avanza-dilla~
h olandesas para el definitivo ataque a la ciudad, sirvien-do
sus muros de protección para los cañones y mosquetes del
enemigo27. Tras la marcha de los piratas, la situación interna
y económica de la institución alcanzó unos límites muy gra-ves
ante la imposibilidad de volver a recuperarse sólo con sus
reducidas rentas. La destrucción del Hospital y asilo de enfer-mos
supuso una gran rémora al necesitar hipotecar gran par-te
de su patrimonio para poder erigir de nuevo las edifica-ciones
mínimas para la instalación de sus enfermos. Los
fondos con los que contaba la institución eran limitados,
ciñéndose a los ingresos procedentes de censos enfitéuticos y
a las rentas obtenidas de sus propiedades urbanas. De esta
manera, en el primer tercio del siglo XWI para enfrentarse a
las obras de reconstrucción, se debieron enajenar todos los
bienes urbanos con los que contaba a censo enfitéutico y
reservativo.
El número de sus propiedades era escaso, sobre todo de
solares y casas pues en el primer tercio de la centuria sólo se
ha conseguido localizar una transacción de una vivienda por
un principal de 48.000 maravedís, volumen y cantidad irriso-ria
sin lo comparamos con las 1.565 propiedades y los 106
millones de maravedís intercambiados entre 1600- 1650 en Las
Palmas. Por contra, en el mercado de compraventa de parce-las
acompañadas por casas y agua el Hospital logra traspasar
entre 162 1 - 165 1 siete propiedades inmuebles, las cuales se
ubicaban en los alrededores de su nuevo edificio dentro de las
murallas, fabricado en terrenos que le pertenecían. La nece-sidad
de construir una sede hospitalaria adecuada para los
enfermos obligó a la venta de los terrenos a censo perpetuo,
abandonando la utilización del arriendo como forma de cap-tación
de las rentas -utilizado en la anterior centuria-, pues
a la larga éste hacía que los rendimientos de las tierras no
*' RUWEU DE ARMAS, A., Ataques y piraterías.
438 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS
LA LEPRA Y LA ELEFANCIA EN CANARIAS A COMIENZOS DEL SIGLO XIX 2 3
fueran adecuados para sus necesidades de captación de capita-lesZs.
El nuevo edificio irá surgiendo lentamente en función de
los ingresos, dotaciones reales y limosnas de los vecinos,
ubicándose éste definitivamente dentro de la muralla t e n í a
forma rectangular con unas dimensiones aproximadas de 60
por 58 varasZ9- pero aislado del resto del vecindario, entre
las frondosas y productivas huertas situadas al norte de la
muralla de Las Palmas, permaneciendo apartado el edificio del
resto de la población hasta la segunda parte del siglo xrx.
Tras el desastre de 1599 la institución comenzó a recibir
sus primeros enfermos de manera oficial a partir de 1614, fe-cha
de reconstrucción de sus sede30, aunque después del asal-to
se siguieron acogiendo a él obligatoriamente los elefan-ríacos
y leprosos de las islas, siendo éstos los que solicitaron
limosnas por todas las islas para la nueva obra. La fecha de
1614 no significó la conclusión de la totalidad del edificio, sino
que la fábrica se prolongó por algunos años más. Incluso el
omnipresente Cabildo Catedral dio en 1605 para su pronta
rehabilitación, a causa del tipo de enfermo tratado y las
características sociales de casi todos ellos, hasta 26.400
maravedís para «ayuda a la fabricación de la casa, que hacen
intramuros» 31. Las dádivas reales también alcanzaron a los
28 AHPLP, Protocolos Notariales. Escribano: Hemán García Cabezas.
Legajo: 1.050. Folios rotos. Fecha: 5-1 1-1 614. El mayordomo del Hospital
vendía en esas fechas a Francisco Hernández, vecino de Las Palmas, el
sitio correspondientes a las casas y hospital viejo que estaban fuera de la
muralla, a las que se añadían dos fanegadas y media de tierra, más una
hora de agua. Lindaba la propiedad con el camino que se dirigía al Puer-to
de la Isleta, tierras de Cristóbal de Portes y de Andrés Ortiz. Se traspa-
S-. p r 2.500 ~ ~ ~ l r - . ~ eded irsen t-. perpetua mua!. .Además de esta, c nmn
hemos dicho, se venden otras parcelas de tierras y huertas en los alrededo-res
de la nueva sede del Hospital, entre la muralla norte de Las Palmas, el
camino hacia el Puerto y la montaña de San Francisco. En 1623 se entre-ga
a censo reservativo un cercado por un principal de 177.600 maravedís,
en 1624 otro por 42.240, en 1625 dos por un montante de 192.000 mara-vedís,
otro en 1646 por 147.120 maravedís y finalmente, uno en 1647 por
168.000 maravedís.
29 MADOZ, P., pp. cit., p. 176.
30 Bosc~M ILLARES,J ., Historia de la medicina, op. cit.
3' ACCDC, Actas del Cabildo, tomo IX, sesión de 16-12-1605.
Núm. 46 (2000)
2 4 PEDRO C. QUINTANA ANDRÉS
lazarinos, pues hasta Felipe 111 se elevaron las súplicas de los
enfermos del Hospital en diversos memoriales enviados a la
Corte en 1600, 1602 o 1609, que, pese a su patetismo, pare-cen
no encontraron en los primeros años la anuencia real. En
1602 los enfermos recordaban al monarca el daño ocasionado
por los holandeses:
«en quemar el dicho Ospital y por no aber otro en las
dichas islas estamos sin casa, bibiendo en el canpo, en
las quebas al frío y al sereno K por nuestra gran pobreza no pueden bolber a redificar a dicha casa y Ospitalx 32.
Los administradores de la Casa creían que la única posibi-lidad
de comenzar las obras era conmover la voluntad real,
tasando los encargados del Hospital la inquietud despertada en
el monarca en 316.800 maravedís que debían salir de las
ccondenasiones que el doctor Arias, regente de las islas de
Canaria, a hecho a los estrageros por comisión que de Vues-tra
Magestad tienen 33.
Felipe 111 se limitó a pedir un informe a la Real Audiencia
de Canarias sobre la situación y lo manifestado por los miem-bros
del Hospital aunque ésta, si la hubo, no determinó un
cambio de la postura real, cuyas arcas y rentas estaban en
plena crisis debiendo contribuir con las entregas de las rentas
del subsidio y excusado en la ayuda a la consolidación y
reconstrucción de las fortificaciones de Las Palmas. En el año
1609 los pobres del Hospital vuelven a enviar una nueva misi-va
y súplica al monarca y la Cámara de Castilla, ante la impo-sibilidad
de conseguir el capital suficiente para comenzar la
fábrica del edificio, pidiendo ser equiparados en mercedes a
los conventos de la ciudad -San Francisco, San Pedro Mártir
y el convento femenino de San Bernardo-, a los que se les
había entregado sustanciosas cantidades para su reedificación.
Los pobres del Hospital, a través de sus representantes, recuer-dan
a Felipe 111 que durante los tres días que enemigo cercó
la ciudad en 1599 su Hospital sirvió de trinchera, por lo que:
32 Archivo General de Simancas, Cámara de Castilla, legajo 851, expe-diente
38. Fecha: 1602.
33 A.G.S., Cámara de Castilla, legajo 851, expediente 38. Fecha: 1602.
440 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
La ciudad de Las Palmas en 1686, scpún plano de Pedro y Agiistín dcl Castillo. (El hospital de San Láiraro,
intramurallas, sc encuentra al norte de la urhc y scñalado en el plano con el núrncro 16).
2 6 PEDRO C. QUINTANA ANDRBS
adestechando y derribando las paredes para hazer trin-chera
de ellas, y assí todo lo derribaron quemándole la
mágenes, retablos y hornamentos, por manera
yqugel elosss iai,cdh.o s pobres padessen al presente, que no tie-nen
sino unas malas casitas de paja y tierra donde cu-rarse,
ni yglesia ni hornamentos donde les digan missa y
con las pocas limosnas que han podido juntar y la Ciudad
les a dado, an comencado a reedificarlo y no podrán
assar adelante en el edificio porque los que podían dar-
Es limosna se la an dado ya y no tienen de dónde poder
tener remedio por la pobresa de la tierra. Y Vuesa
Magestad hizo mersed y limosna a los conventos de San-to
Domingo y San Francisco y a las monjas de aquella
ciudad para su reedificio y ellos fueron los más lastima-dos
y son los más necessitados y pobres y por no tener
con qué embiar persona a Vuesa Magestad en aquel tiem-p
comg emhiS cada iinn de ~ Q Sc ~ _ n ' r e n t ~ c » ~ ~ .
A través de esta carta solicitaban, una vez más, la igual-dad
con el resto de instituciones de la isla que había implora-do
la bondad del monarca, ya que además ellos pertenecían a
un hospital de Patronato Real, solicitando se situara la canti-dad
a entregar sobre las rentas del almojarifazgo y las penas
de cámara recaudadas en Gran Canaria. Una vez más, el mo-narca
solicita por carta datada el 26 de junio de 1609 infor-mes
a la Real Audiencia de las islas sobre el estado de las
penas de cámara y si se podía entregar alguna cantidad de
ayuda, aunque, como en las otras cartas, no se sustanció nin-guna
resolución. Seguramente, las dádivas del monarca debie-ron
arribar a la isla en favor de los lazarinos siendo, en todo
caso, insuficientes, ya que el Hospital ve avanzar su cons-trucción
sólo a partir de 1635 35, gracias a diversas contribucio-nes
de: vt.eilidai-io y al ifitzrés de SU mampas:or, e! doctor
34 A.G.S., Cámara de Castilla, legajo 953, expediente 15, Fecha: 20-3-
1609. Se recibe en la Corte el 19-6-1609.
35 Francisco Afonso, principal; Bartolomé de Acosta, Álvaro González
y Domingo Jorge como fiadores, aserradores, estipulan que cortarán toda
la madera necesaria para ia obra, entregándoia en Ci Pinar. Los trabajacio-res
reciben 48.000 maravedís por adelantado. Véase A.H.P.L.P., Protocolos
Notariales. Escribano: Francisco de la Cruz Alarcón. Legajo 1.157, ff. 416 r.-
417 v. Fecha: 29-12-1635.
442 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
Francisco de Meneses, que intenta en su mandato finalizar la
obra de la iglesia de dicha institución. En el citado año se con-creta
la entrega de la madera para su fábrica por un montan-te
de 72.000 maravedís, insuficientes a toda luces pues se con-cierta
otra escritura de corte de otras cantidades de madera
para ella en el tardío año de 163836. El Hospital, pese a las
aportaciones de particulares 37, sólo verá acabada del todo sus
obras de reconstrucción y nueva fábrica en 1657, cuando se
regularicen sus entradas económicas 38, no conformando éstas
unas rentas muy sustanciosas para abonar los salarios del
médico y para afrontar de forma adecuada la administración
del Hospital 39.
A partir de estos momentos y salvo los cambios introduci-dos
en su organización interna en 1737 el Hospital va a man-tener
su estructura y forma de regir a los enfermos en base de
una serie de normas bastante criticadas por las autoridades y
miembros notables de la sociedad contemporánea. Así, fray
José de Sosa decía que no era justo dejar en sus casas a algu-nos
leprosos y elefancíacos y no obligarlos a residir en el Hos-pital
por ser «enfermedades epidémicas)). Al unísono, era muy
contraria la opinión del vecindario a la política hospitalaria de
nutrir sus fondos mediante las periódicas limosnas recauda-das
por sus enfermos distribuidos por Las Palmas y los cam-
36 A.H.P.L.P., Protocolos Notariales. Escribano: Juan Báez Golfos. Le-gajo
1.129, ff. 248 r.-249 v. Fecha: 26-12-1638. Melchor de los Reyes,
fraguero, se obliga a dar para la capilla del Hospital 42 palos de tea lim-pia
en el lugar de Los Bailaderos, por donde puedan entrar bien las yun-tas
y gentes. Todo su trabajo lo tasa en 10.728 maravedís, entregándolos
el Hospital en tres pagas.
37 Entre ellas destaca la donación del licenciado Agustín de la Peña
Aguiar, capellán del Rey, que entrega un Cristo de tres cuartas de alto para
la Capilla Mayor, ya que no tenía en ese momento Crucifijo, imponiendo
también una misa anual en dicha capilla. Véase A.H.P.L.P., Protocolos No-tariales.
Escribano: Juan Báez Golfos. Legajo 1.135, ff. 433 r.-436 v. Fecha:
30-5-1645.
RUMEU DE ARMAS, A., op. cit., tomo 111, l." parte, p. 288. QUINTANA
ANDRÉS, P., La propiedad urbana ..., op. cit.
l9 BÉTHENCOURMTA SSIEU,A . DE, «El Hospital de San Lázaro, el doc-tor
Cubas y el Cabildo de Gran Canaria (1647-1657)», en Revista de Histo-ria
Canaria, núm. 169, pp. 101-109, La Laguna, 1973.
Núm. 46 (2000) 443
28 PEDRO C. QUINTANA ANDRÉS
pos de Gran Canaria, con escándalo de muchos de los ciudada-nos
que veían en ello un medio de propagar las infecciones y
de trasladar de forma directa a todos los rasgos del horror40.
En el resto de las islas la presencia de recaudadoras y limos-neros
de la institución fue temporal, pasando éstos a obtener
fondos por todos los pueblos y también a reconocer enfermos
para ser trasladados a la leprosería de Las Palmas. Esta últi-ma
actividad fue muy criticada por su drástica y despropor-cionada
incidencia en la vida del juzgado como leproso o
elefancíaco y de su familia, pues los sospechosos eran de in-mediato
rechazados por sus vecinos -incluso aunque poste-riormente
fuera declarado sano-, pasando además todo lo que
poseían los declarados malatos a ser incautado para el uso del
Hospital y manutención del encauzado sin que, en teoría, se
reservara una parte para el sustento de los familiares. Las
únicas salvedades se realizan con la gente pobre declarada
lazarina, que al no tener propiedades, «se les deja que subsis-tan
lo mejor que pueda o que se mueran por la calle»4'.
La citada actitud arbitraria y recaudatoria del Hospital fue
una de las principales rémoras que arrastraron los declarados
por tales leprosos, al añadirse a su marginación social también
la económica, en la cual caía irremediablemente los enfermos
declarados en cada localidad. Así, la llegada de los delegados
de San Lázaro a islas como Fuerteventura y Lanzarote dejaba
un reguero de sinsabores y penas entre algunos pobres tilda-dos
de enfermos y sus familias, obligados a contribuir con
parte de sus haciendas para evitar dejar desamparados a hi-jos,
mujeres y padres. Ejemplo de ello es la visita realizada a
Fuerteventura por Manuel de Acosta en 1698, éste con poder
del mampastor y hermanos del Hospital, acordó con Ana Ruiz,
mujer de Salvador de Cabrera, vecina de Pájara y declarada
enferma, de que fuera al Hospital o pagara un «superávit» ya
que «es muger pobre y de muy pocos vienes», concertando
con ella y su marido el abono de 4.800 maravedís para la Casa
a cambio de no pagar más por los días de su vida y no ser
40 SOSAF, RAYJ. DE, Topografi'a de la isla afortunada de Gran Canaria,
Madrid, 1994, pp. 73-74.
41 GLAS, G., op. cit., p. 129.
444 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
1.h 1.IIPKA Y l.>\ EI.FF.4SCf.4 EN CANARII\S A COMIEYZOS DEL SIGLO SIX 29
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1 - ..
.,,--'.. 6,./ :,,,,, .,..l.,.,,:,, ,.,,y,, . .. / ,:t,;,., , ., ,' ,,,, ' , <, . ' , ,.,, ' . ,,, /, ,, i
Plano de Las Palmas de mediados del siglo XIX, según Pascua1 Madoz.
En 61 aún se mantiene el edificio del Hospital alejado de toda edificación.
molestada por ningún hermano4*. Idéntica situación se regis-tra
en 17 12, cuando Jerónimo Figueredo, hermano lazarino,
pasa a Lanzarote, isla en la que acuerda con Cosme Miguel,
tocado «del achaque de San Anttón)), aunque reconociendo «la
pobresa que le assiste y por ella la falta de medios para el
mantenimiento de su muger y hijos)), de que éste entregara un
total de 5.040 maravedís a cambio de permanecer en su loca-lidad
de r e~idenc i aA~~un.q ue no siempre los acuerdos se rea-lizaron
de forma clara y libres de sospechas de presión sobre
los presuntos enfermos para que éstos trasladaran la titulari-dad
de sus bienes en favor del Hospital. En todas las ocasio-nes
registradas en que se plantean pleitos entre el declarado
presuntamente lazarino o sus familiares y el Hospital la he-rencia
económica de los implicados era lo suficientemente
importante como para trascender los cauces normales coer-citivos
empleados contra los grupos de desfavorecidos, cuya
llegada y estancia en el Hospital no interesaba a sus adminis-tradores
-al no ser compensado monetariamente el aloja-miento
y sustento- pese incumplier reiteradamente con la ley.
En 1673 el capitán Pedro de Vega Montesdeoca, vecino de
La Vega en Gran Canaria, después de una agria polémica con
la institución, a la cual denunciaba por «yntentar y decir que
estaba malato del achaque del señor San Lácaro e yo defen-diéndome
que tal achaque no padecía)), debe llegar a un acuer-do
notarial mediante el cual le haría caridad perpetua al Hos-pital
con la entrega de 3.600 maravedís anuales impuestos
sobre un cercado de viña de 6-7 fanegadas de tierra, casas,
lagar y cercas en la Vega de Arriba de San Mateo a cambio de
que la institución le retirara la presunta etiqueta de lazarino
«por mqón del achaqe que pretendían yo pa&c.íaj de ln-
42 Entre septiembre y noviembre el citado enviado ajusta con Juan
Alonso García, vecino de Santa Inés y enfermo, una contribución de 6.240
maravedís entregados de una sola vez, y con Cristóbal Díaz, vecino de
Maninugre, otra de 2.400, con las mismas condiciones apuntadas y para
evitar su traslado a Las Palmas. Véase A.H.P.L.P., Protocolos Notariales. Es-cribano:
Roque de Morales Albertos. Legajo 3.006, ff. 20 r.-21 r., 47 r.-48
r. y 55 v. Fecha: 27-9, 10, y 19-11-1698.
43 A.H.P.L.P., Protocolos Notariales. Escribano: Juan Bueno Hernández
de Rojas. Legajo 2.792, ff. 357 r.-358 v. Fecha: 7-9-1712.
446 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
quales siendo necesario me doy por bien satisfecho y entrega-do
por rracón deste combenion 44. En términos muy parecidos
se desarrolló un sonoro conflicto entre el Hospital y la familia
Logman cuando se declaró al presbítero Pedro José Logman,
vecino del Puerto de Santa Cruz, como lazarino y negarse el
sospechoso a pasar a Las Palmas al no querer declararse por
tal enfermo. La polémica arreció entre marzo de 1744 y abril
del siguiente año, momento de fallecimiento del implicado,
cuando el Hospital intenta obligar a Logman a separarse de
los demás vecinos y de no poder ejercer el comercio. El
mampastor, don Manuel Domínguez Franchy presbítero, ale-gaba
que Logman hacia años padecía la enfermedad, de la cual
se había tratado en España y Francia no hallando remedio de-finitivo
para ella y, por tanto, era un claro ejemplo de lazari-no.
Además, lo acusaba de que tras volver a las islas se iba
escondiendo entre sus casas de Santa Cruz y Valle Guerra para
no ir al Hospital, cuyo mampastor desde 1739 quería pasara a
su sede y entregara la totalida de sus bienes a la Casa.
En ese espacio de tiempo Logman se sometió voluntaria-mente
a varios reconocimientos médicos, siendo el primero el
realizado el 24 de marzo de 1744 por un médico que sólo lo- -
calizó tres presuntas señales de síntomas de la enfermedad
situadas en ojos, nariz y en notar la voz ronca, aunque el
médico sostenía que para ser declarado como lazarino otros
autores planteaban se debía alcanzar un número de síntomas
más elevados45. Domínguez, pese a este informe inicial des-favorable
a sus tesis, insistía en que estas señales eran sufi-cientes
para declararlo leproso pues decía que su cara mons-truosa,
voz ronca, nariz baja, alitosis y pérdida de vista lo
declaraban por tal. Una vez más reiteraba su petición de in-greso
bajo la jurisdicción del Hospital, ya que Logman reali-zaba
maniobras con sus bienes creando deudas «que no deve
para que las percivan en sus bienes saviendo que todo eso es
inbálido que el derecho lo presume sospechoso». Nuevos
reconocimientos médicos se registran en mayo y junio de 1744,
44 A.H.P.L.P., Protocolos Notariales. Escribano: Melchor Gumiel de
Narváez. Legajo 1.381, ff. 691 r.-693 v. Fecha: 19-12-1673.
45 A.H.P.L.P., Sección Real Audiencia, expediente 14.446.
Núm. 46 (2000) 447
32 PEDRO C. QUINTANA AND&S
declarando el doctor Andrés Ignacio Javier, médico francés, no
manifestarse en un amplio grupo de afectados todos los sínto-mas
de la enfermedad y por ello no dejar de ser sospechoso
de padecer Logman la lepra, en contra de esta opinión estaba
el doctor Pedro Núñez, el cual se inclinaba porque el sospe-choso
no padecía la lepra, porque aunque tenía similitud con
ella podía ser un mal cuya base era la terapia y unción recibi-da
en su visita médica a Montpellier. En dicho pronóstico se
basaba otro de los médicos examinadores, el doctor Domingo
Madán, pues éste achacó el problema a la citada cura mercu-rial
recibida en Francia la cual dejó un reguero de tumores
caracterizados por ser «crasso y revelde al tacto», mejorando
todos ellos mediante una adecuada medicación.
Poco se pudo hacer por el acosado presbítero al ser su
muerte prematura, pero su óbito no terminó con la polémica,
pues el Hospital mandó secuestrar sus bienes -como sospe-choso
de padecer la lepra-, complicándose más la situación
al morir el implicado abintestato, aunque la demanda y pos-terior
sentencia de 23 de diciembre de 1752 se dilucidó en
contra de los intereses del ma r n p a s t ~ rF~i~na.l mente, entre los
pleitos más significativos es notable el seguido entre el licen-ciado
Francisco Ramos de Quintana, presbítero y vecino de
Teror, y el Hospital por la herencia de Miguel Ramos, vecino
del citado lugar, el cual el 5 de enero de 1663 llegó a una tran-sacción
particular con el Hospital mediante la cual la institu-ción
dejaría de acusarlo de lazarino a cambio de que se le le-gara
a ésta, a través de herencia, la mitad de sus bienes. El
15 de marzo de 1677 este acuerdo se declaró por nulo pues
los síntomas de la presunta a enfermedad habían desaparecido
y «estava notoriamente libre, confesándolo así el Hospital».
aunque Ramos donó a favor de los hermanos un total de
144.000 maravedís impuestos sobre ciertas tierras que fueron
redimidos en ese tiempo. Tras la muerte de Miguel en 1681
se fundaron dos capellanías con sus bienes pero ya sin cargas
a favor de la Casa de acogida, al no ser considerado enfermo
ni haber muerto dentro de su recinto. Tras un largo período
46 A.H.P.L.P., Sección Real Cédulas para Canarias, tomo VIII, ff. 43 r.-44 r.
448 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
LA LEPRA Y LA ELEFANCIA EN CANARIAS A COMIENZOS DEL SIGLO XIX 3 3
de tiempo el Hospital impugna el testamento de Ramos y re-clama
una serie de bienes iniciándose un prolongado pleito re-abierto
en 1742 en la Real Audiencia, la cual declaraba el 15
de abril del citado año no poder impugnar las transacciones
hechas en lo antiguo con los enfermos «inquietando a los po-seedores
de sus herencias siendo una de las razones el igno-rarse
si estavan declarados por tales lacerados)) 47.
Estos datos ilustran la problemática sobre la mencionada
localización y obligación de que lazarinos y elefancíacos
estuvieran en el Hospital o asentados en sus lugares de ori-gen,
pero sin tener contactos con la gente o intercambiar sus
propiedades, fue una constante indefinición mantenida por el
establecimiento lazarino con todos los vecinos de las islas aun-que
no afectó con igual intensidad a unos estamentos que a
otros. Los más perseguidos y obligados a la reclusión en Las
Palmas fueron los miembros integrados en los grupos menos
favorecidos, aunque siempre éstos debían tener algunas pro-piedades,
siendo excepcional la presencia de enfermos del sec-tor
privilegiado y aún la propia denuncia contra alguno de sus
miembros, salvo los procesos donde no se llegó a ciertas
componendas positivas para ambas partes, quedando, segura-mente,
en muchos casos establecido un silencio oficial y pu-blico
sobre el enfermo a cambio de alguna compensación o
legado económico. Así, los miembros declarados por leprosos
del Cabildo Catedral nunca fueron molestados por el mam-pastor
del Hospital durante el Antiguo Régimen, pese a que
fue notorio en 1797 el malestar existente en el Cabildo por-que
algunos prebendados padecían síntomas de lepra «siendo
un mal tan conosidamente contagioso, puede pegarse a los
demás eñm-es si no se toman las debidas precauciones con
la separación de aquellos vestuarios que más rozán con el
cuerpo)), siendo conocida la situación por el capellán de di-cho
Hospital al ser prebendado. El Cabildo eclesiástico dispu-so,
para evitar posibles contagios colocar en la Sacristía Ma-yor
un cíngulo, amito y alba para los contagiados y se obligaba
al Sacristán Mayor, que también estaba contagiado con el mal,
47 A.H.P.L.P., Sección Reales Cédulas para Canarias, tomo VIII, ff. 21 r.-
28 v. Fecha: 15-4-1742.
Núm. 46 (2000) 449
a buscar otro sacerdote para servir por él en el altar, manejar
el vestuarios y utensilios de la misa4*.
Un caso singular se produce en Lanzarote al ser declarado
elefancíaco en último grado el párroco de Tías don Francisco
Figueras en 1835, motivo suficiente para su cese temporal en
todas sus funciones por el Obispo y su sustitución por un
coadjutor, don Antonio Fajardo, en el citado año. La progre-sión
de la enfermedad le había impedido en dicha fecha ad-ministrar
los sacramentos y cumplir con cualquiera de las
funciones parroquiales. En noviembre de 1835 se pedía infor-mes
al médico de Lanzarote -don José Betancourt- sobre
la situación de Figueras al afectar el mal considerablemente a
N
todo su cuerpo, influyendo negativamente al público presente E
al asociar la ceremonia de la misa con una sensanción ((asque- O
n rosa e indecente dicha sagrada función dei mismo». El médi-
-
m
O
E co declaraba que en su estado -con ulceraciones en pies y E
2 piernas, con aspecto ((asqueroso, horrible y hediondo»- no -E
podía celebrar ante el público sin éste horrorizarse de su en-fermendad
y apartarse de la iglesia. Dicho informe llevó al 3
-
obispo Romo a tomar la citada decisión de suspender tempo- -
0
m
E ralmente a dicho párroco de toda celebración, actividad y sa- O
cramento acatándo la decisión el implicado, a la vez que re-conocía
por carta de 29 de noviembre del citado año no poder n
E
celebrar la misa y administrar los sacramentos desde hacía un -
a
año y sólo llevaba en su casa «por mera distracción el cuida- 2
n
do de los libros y lo económico de esta parroquia», aunque el n
avanzado estado de su padecimiento desembocó en la muerte O3
de dicho eclesiástico el 3 de julio del siguiente año49.
En general, la política de acaparar por diversas estrategias
los bienes dejados por los presuntos lazarinos mediante acuer-dos
particulares, donaciones, herencias o secuestro proporcio-nó
al Hospital en ciertos momentos importantes entradas y
acumulación de bienes remitidos desde diversas islas. Así, en
Lanzarote entre las propiedades detentadas por la institución
en 1792 sobresalen las obtenidas de Domingo y Luis Perdomo,
vecinos de Haría, de Aivaro Ortiz y Sebastián de León, mora-
48 A.C.C.D.C., Actas del Cabildo, tomo LX. Acuerdo de 14-3-1797.
49 A.C.C.D.C., expediente sobre el mal de elefancía y lepra.
dores en los Valles, Francisco de León, vecino del Mojón, y
de don Félix Valiente, asentado en el pago de Yuco, supo-niendo
todas ellas un total de más de treinta fanegadas de tie-rra
de labor y viña, varias viviendas, aljibes y una huerta, sien-do
valoradas todas las propiedades en un total de 24.660
realess0. En dicho año los bienes de estos lazarinos se encon-traban
arrendados en su totalidad, rentando tanto en dinero
como el cereal. A estas propiedades obtenidas ya por la fuer-za
ya mediante legados, se añadieron, para el sostenimiento
de la institución y de los enfermos más pobres, ciertas dádi-vas
reales procedentes de las rentas obtenidas por el reparto
entre los vecinos de los terrenos baldíos de Amagro en Gáldar
y los del Lomo de Turmal, Cuevas Blancas y Caleras en Agae-te,
siendo dichas datas concedida por Real Cédula de 16 de
enero de 1741 y confirmadas mediante Carta Orden de 15 de
junio de 1745. En general, las tierras, muchas de ellas de es-casa
productividad, se entregaron a vecinos de localidades cer-canas
a la zona, con la obligación de pagar por cada suerte
labradía y trozo montuoso un real de plata anual perpetuo al
Hospital. El deslinde y reparto de las tierras de Agaete generó
un largo pleito, desconociéndose si se llevó a cabo tal adjudi-cación,
en todo caso las suertes entregadas en Amagro se ele-varon
hasta un total de 390 fanegadas de tierra, suponiendo
unos ingresos anuales modestos para el Hospital al equivaler
a 360 reales de plata. Una segunda contribución benéfica se
concedió por la Real Orden de 26 de noviembre de 1782, re-ducida
la data a unas 120 fanegadas de tierra localizadas en
la Montaña de Doramas de Moya las cuales fueron repartidas
en 18 suertes y entregadas mediante censo enfitéutico a va-ries
vrcims de les términos !induntes, represe~itande1~ canón
anual de ingresos para el Hospital un total de 5.212 reales5'.
En todo caso, dichas contribuciones reales apenas si pudie-ron
paliar el progresivo deterioro en el cual cayó la gestión y
A.H.P.L.P., Protocolos Notariales. Escribano: Luis García del Casti-llo.
Legajo 2.878. Sin foliar.
SUÁREZG RIM~NV.,, La propiedad pública, vinculada y eclesiástica
en Gran Canaria en la crisis del Antiguo Régimen, tomo 1, Madrid, 1987,
pp. 299 y SS.
Núm. 46 (2000) 45 1
3 6 PEDRO C. QUINTANA ANDRÉS
administración del Hospital a causa del aumento de los gas-tos
de enfermos, de los salarios y la falta de ingresos suficien-tes
en una economía general cada vez más deteriorada por la
crisis del sistema y el progresivo proceso inflacionario regis-trado
a finales del siglo m11 y comienzos del m. Los gastos
de los 17 enfermos residentes con los que contaba el Hospital
en 1800-1804 se elevaban al 54 % de sus ingresos monetarios,
además de acaparar una sustanciosa parte de los cereales, y
el salario de personal que los atendía representaba el 11,7 %,
dedicándose el resto a gasto de vestuario, el abono de las hon-ras
fúnebres, la celebración de la misa diaria, etc5*. Al volu-men
de ingresos se sumaban las diversas limosnas otorgadas
por los obispos de la diócesis -un real por mes a cada pobre
y un pan cada tres días53-, las aportaciones puntuales de los
vecinos y los legados por testamentos, la mayoría simbólicos
y de escasa entidad. El deterioro del Hospital y la libertad con
la que sus enfermos recorrían los campos y Las Palmas fue
motivo a finales del Setecientos, como en épocas anteriores,
de reiteradas alarmas en la población y centró algunas de las
reuniones ilustradas, siguiendo el espíritu del momento con
respecto a la profilaxis y erradicación de las enfermedades, de
la Real Sociedad de Amigos del País de Las Palmas que en
1788 se hacía eco de una Real Orden del 25 de enero aporta-da
por el oidor decano y juez conservador del Hospital, Fran-cisco
Carbonel del Rosal, para fabricar un hospital en los ex-tramuros
de la ciudad, en concreto en el lugar del Hornillo,
más allá del pago de San Cristóbal, cuyos planos levantaría el
capitán de ingenieros Antonio ConesaS4. La citada orden ha-bía
llegado tras las súplicas elevadas el 11 y 12 de junio de
1783 y 9 de agosto de 1784 al Rey por el juez conservador,
mampastor y clavero del Hospital solicitando un edifico de
nueva planta, aunque la voluntad real nunca llegó a ejecutarse,
al paralizarse el expediente el 26 de enero de 1789 ante la fal-
ESCOLAYR SERRANOF. , DE, Op. cit., p. 297.
53 ----..m auscH IVIILLAKES, J., ~ p c.it ., p. 23.
54 VIERA Y CLAVIJO, J. DE, Extractos de las actas de la Real Sociedad
Económica de Amigos del País de Las Palmas (1777-1790), Madrid, 1981,
p. 134.
452 ANUARIO DE ESTUDIOS A T ~ N T I C O S
ta de acuerdo de los facultativos para la ubicación del nuevo
sanatorio 55.
La multiplicación de elefancíacos y leprosos -llegados a
confundirse en los informes médicos ambas enfermedades por
tener en un principio una sintomatología parecida y ser deno-minados
bajo el nombre común de lazarinos- desde finales
del siglo XVIII y la imposibilidad de acoger un número elevado
de enfermos en el Hospital desbordó todos los intentos de las
autoridades por recluir a los malatos dentro de él, ya fuera
mediante la promulgación de penas de cárcel o pecuniarias,
no afectando las multas a la economía de muchos de los afec-tados
pues apenas si tenían para poder sostenerse. Las condi-ciones
socioecómicas por las que transcurrió la región en la
crisis del Antiguo Régimen influyeron en la multiplicación de
los lazarinos, repercutiendo esta enfermedad en las clases po-pulares
con mayor índice de pobreza y pauperización, además
de poseer mínimas condiciones de higiene y sanidad. La dis-minución
de la lepra en el resto de Europa y la Península,
zonas donde la elefancía se desconocía, no tuvo repercusión
en Canarias al multiplicarse la cifra de afectados, pasándose
de unos 200 enfermos a finales del siglo XVIII a duplicarse en
183 1, sobre todo en Tenerife en donde se localizaba casi el
40 % de ellos56. Este aumento de leprosos y elefancíacos ge-neró
una evidente preocupación en las instituciones insulares
-por la inversión en sostener y cuidar a los afectados así
como por el intento ilustrado de erradicar a mendigos, rufia-nes
y marginados en general- siendo las más destacadas con-tribuciones
las realizadas por la Real Audiencia y el Obispado
de Canariás que intentaron elaborar algún tipo de estrategia y
plan c o n t r z !r c r e c i e ~ t ee xtensiSn de1 mal; En 1830; la Real
Audiencia solicitó a través del oidor decano, Francisco de Mier
Terán, un informe a los médicos de Gran Canaria para tomar
una serie de medidas profiláticas urgentes, intentando evitar
nuevos casos y su extensión. Este informe inicial evacuado por
los galenos se resumía en una serie de normas inspiradas en
j5 A.C.C.D.C., informe sobre el estado del Hospital de San Láza-ro,
1833.
j6 BOSCH MILLARES, J., op. cit.
Núm. 46 (2000) 453
3 8 PEDRO C. QUINTANA ANDR~S
las generalidades conocidas en otras áreas contra dicha enfer-medad,
siendo éstas: no permitir matrimonios entre contagia-dos;
evitar los contactos sexuales; medidas higiénicas; cumpli-miento
por los enfermos de las dietas establecidas; separación
de hombres y mujeres en las salas del Hospital; impedir la tala
de los bosques insulares, por su carácter terapéutico y bene-factor;
así como controlar la introducción de pescado salado
en malas condiciones para el consumo, pues su ingesta podía
ocasionar virulentos brotes de lepra y elefancía
La preocupación de las autoridades insulares se extendió
hasta la Corte de donde se sustanció la Real Orden de 17 de
diciembre de 1832, mediante la cual se mandaba al juez
conservador de San Lázaro solicitara los informes precisos de
los administradores y clavero de la institución -José Cardoso
y José Doreste- en donde se diera cuenta de su estado, el
cual fue emitido de inmediato siendo calificado el edificio de
acogida como «el más deplorable)) por las dimensiones y de-terioro
de su estrucura, al encontrarse las paredes de la coci-na
rendidas y las escasas salas muy reducidas en sus dimen-siones.
Las celdas de los enfermos eran once -cinco altas y
seis terreras- muchas inhabitables por la elevada humedad de
sus paredes y mínima ventilación, situación que permitía cali-ficar
al conjunto por sus gestores más de casa de tormento
que un seguro en que pudiera aliviarse la desgraciada suerte
de unos seres que se hallan en el miserable estado de servir
de horror a sus semejantes por la asquerocidad de sus llagas,
la completa disolución que les hace exalar un olor pestífero y
el horrible aspecto que reciben sus formas naturales a impusso
del mal, de suerte que lejos de recibir alivio en su enfermedad
empeoran en esta triste mansión y pronto acaban sus días»
Los dos informantes abogaban por la construcción de un nue-vo
hospital y la multiplicación de las rentas de éste, única vía
para paliar las necesidades de los enfermos, reconociéndose
como el modo fundamental de eliminar ambas enfermedades
de las islas. A ello se debía sumar un estricto aislamiento de
57 BOSCH MILLARES, J., op. cit.
58 A.C.C.D.C., informe sobre el estado del Hospital de San Láza-ro,
1833.
454 ANUARIO DE ESTUDIOS ATL.,~NTICOS
todos los leprosos y un censo de los existentes en la región
que alcanzaban en la fecha de 1831 un total de 359, incluidos
los trece existentes dentro del recinto del Hospital, aunque su
número debía exceder a esta cifra por errores de los encar-gados
de hacer el censo, ocultación de los enfermos, el uso
del tradicional pacto de silencio o no estar declarados en ellos
los síntomas necesarios para incluirlos en el padrón.
Esta elevada cifra de malatos no podía ser acogida dentro
del recinto de la institución, por sus dimensiones y el déficit
que arrastraba desde el período 1825-1829, tasado en 3.239
reales, a causa de ello los no recluidos se entremezclaban con
los sanos «aún vendiendo por si verduras y otros artículos en
plazas públicas, como se les ve con frecuencia)), ayudando di-cha
actitud al progreso de la enfermedad y a que con el tiem-po
«vendría a ser casi general en esta provincia». La fábrica
de un nuevo Hospital era la solución para recluir en él a to-dos
los enfermos, separando a hombres de mujeres y estable-ciendo
la ansiada prohibición de salidas en búsqueda de víve-res,
limosnas, etc., pues el abastecimiento quedaría en manos
de dos proveedores, mientras las necesidades de los lazarinos
serían antendidas por dos criados para los hombres y otras
tantas criadas para las mujeres, además de una para los ni-ños.
El Estado se encargaría de proveer los fondos fijos
necesarios para sostener a los 359 malatos además de los suel-dos
del personal asignado a sus cuidados sanitarios, de
alimentación o judiciales. El plano del nuevo Hospital debía
ser levantado por la Real Academia de San Fernando, al care-cer
de facultativos en esta disciplina la isla, donde se diera en
sus dimensiones cabida a todos ellos, aunque hubiera dos le-p
r a ~p?nr~ c &!ñ, c m l a rnnsiguiente separación entre los pa-bellones
por sexos, de las oficinas, de los servicios interiores,
de la iglesia con capacidad para todos ellos, además de distri-buirse
el edificio en sólo dos pisos, por las dificultades de los
enfermos atacados en las piernas para subir cualquier escale-ra
y, finalmente, ajustar el presupuesto de la obra al valor de
materiales y jornales en la islas9. Los ingresos sostenedores del
59 A.C.C.D.C., informe sobre el estado del Hospital de San Láza-ro,
1833.
Núm. 46 (2000) 455
40 PEDRO C. QUINTANA ANDRÉS
Hospital debían proceder de: los arbitrios de los fondos subsis-tentes
de los jesuitas expulsos; los productos obtenidos de los
bienes pertenecientes a la Inquisición, después de satisfechos
los sueldos de sus empleados, con la condición de que cuan-do
falten éstos se aplicarán al fondo común del Hospital; arbi-trio
sobre los bienes de Espolios y Vacantes; una pensión so-bre
las mitras de las diócesis de Canarias y Tenerife; las rentas
de los hospitales de San Lázaro cerrados en la Península,
especialmente las pertenecientes al «Hospital de Bubas» de
Sevilla, cuyo producto estaba en aquel momento sin aplicación
alguna y el sobrante del Hospital de San Lázaro de dicha ciu- a
dad, con pocos enfermos y cuantiosas propiedades; solicitar al N
E Comisario General de la Cruzada que de la renta cuadra-
O gesimal se diera una limosna, por ser este un piadoso fin; así ---
como conceder un permiso real para que el Hospital venda sus m
O
E
propiedades existentes en las seis islas, salvo la de Gran Ca- SE
naria, para emplear sus importes en otros situados en la de -E
su sede amediante a que estando aquéllas a mucha distancia 3
y siendo en cortas porciones y separadamente, además de --
arruinarse y a estar sugetas a continuas usurpaciones poco o 0
m
E
nada se recauda y eso con sumo trabajo e incomodidad)). Sin O
las citadas medidas se consideraba sin futuro a los enfermos
recogidos en él, al disminuir considerablemente sus rentas por -
-E
la notable caída de la situación económica general, además de a
2
verse perjudicado con la desaparición de los bacinadores -
-recaudadores de las rentas obtenidas en cada lugar de la re- -
gión- tras la extinción de su fuero particular que disfrutaban, 3
O
al permitirles éste quedar exentos del servicio militar y de las
cargas concejiles, por lo cual los informantes rogaban se vol-viera
a establecer tal privilegio60.
A este informe se añadió otro de amplia extensión elabo-rado
por dos facultativos -don Nicolás Bethencourt, médico
entre 1820-1 837 del Hospital de San Lázaro y don José Rodn-guez,
cirujano titular del Hospital de San Martín entre 1828-
1851- que el 16 de mayo de 1833 calificaban de lamentable
la multiplicación de la lepra y elefancía en las islas mientras
A.C.C.D.C., informe sobre el estado del Hospital de San Láza-ro,
1833.
éstas experimentaban un amplio retroceso en otros países e,
incluso, desaparecía la elefancía en gran parte de Europa. Se
lamentaban los informantes de la frecuencia con que éstos
enfermos circulaban por las calles y sitios públicos, siendo
estas libertades reflejadas en los datos obtenidos en Tenerife
para el año 1788 momento en que la isla contaba con 94
lazarinos, mientras en 1831 alcanzaba ya los 144, en La Pal-ma
éstos se habían casi duplicado -pasó de 36 a 66, siendo
espectacular la subida en el pueblo de Los Llanos, de 13
a 33- mientras en Fuerteventura su número subió entre 1788
y 183 1 de 2 a 15. El expediente reiteraba las ideas aportadas
por los anteriores: negligencia por falta de policía -permi-tiendo
la insalubridad en los alimentos y poco aseo de las ca-lles-'
contagio por contacto entre enfermos y sanos al no es-tar
los primeros recluidos e impedir el matrimonio de los
declarados lazarinos, a los cuales se les acusaba de propen-siones
lujuriosas, aunque los doctores Adams, estudioso del
fenómeno en Madeira, y Bateman, especialista en las afeccio-nes
cutáneas, habían asegurado en algunas obras científicas
que en los enfermos se iban consumiendo los órganos ge-nitales
cuando eran atacados después de la pubertad y no de-sarrollarse
adecuadamente éstos si eran infectados antes de
esa edad. Rodríguez y Bethencourt apuntaban no descubrir en
su práctica médica habitual entre los elefancíacos signos de
un impulso venéreo mayor del natural, pero recordaban que
«aún cuando en efecto lo hubiese, no por eso debía conside-rarse
ser de absoluta necesidad el permiso para que se casen
a fin de satisfacer su lascibo apetito sin atender a las perjudi-ciales
consecuensias que embuelve en sí una práctica seme-
Jmte, pues ne dehe haher m i r a ~ i e nct ~m respecto al goce y
comodidad particular de algunos individuos cuando dañe
manifiestamente a la salud pública y, por lo mismo, al bien
general de la sociedad en que viven. Justo es que aquéllo ceda
y se sacrifique a ésto que debe preponderar a todas ocasio-n
e ~ ) )P~or~ l.o tanto, prohibían todo contacto sexual de los
lazarinos y la sociedad debía buscar los mecanismos más ade-
6L A.C.C.D.C., expediente sobre el mal de elefancía y lepra.
Núm. 46 (2000)
cuados para obstaculizarlos, como único modo de que los
elefancíacos no pudieran trasmitir de generación en genera-ción
((una enfermedad de las más crueles, horrorosas y funes-tas
que han afligido la especie humana)). Para demostrar di-cha
aseveración dieron una relación de los elefancíacos
registrados en las ciudades de Las Palmas y Telde, sin contar
los existente en el Hospital, en la que se insistía en cercenar
su proliferación. Así, de los 29 afectados -25 en Las Palmas
y 4 en Telde- un total de 14, 48,2 %, poseían algún miembro
cercano de su familia que padecía o había muerto elefancíaco
o leproso. Entre ellos sobresalía el caso de José Agustín López,
vecino de Los Llanos de Telde, el cual, según dicha recopila-ción,
tenía el precedente de lazarino de su tatarabuelo, de su
abuela, de cuatro tíos y dos hermanos, todos fallecidos en ese
momento debido a la enfermedad. En el mismo pago se re-gistra
a una huérfana de 16 años a la cual no se le conocen
ascendientes malatos, pero sí la de cuatro hermanos fallecidos
por culpa del mal y que lo comunicaron, según pensaban los
médicos, a su hermana62.
Destaca en dicha evaluación la crítica a la mayoría de los
estudiosos del tema que habían tratado a todas las manifesta-ciones
leprosas por igual, cuando, según Rodríguez y Béthen-court,
existían grandes diferencias entre los enfermos de las
distintas clases de lepra en su prevención y tratamiento. Am-bos
achacaban a los estudiosos la falta de una decisión clara
ante la carencia de pruebas para demostrar que la elefancía
era propiciada por el contacto directo, lo cual propició la li-bertad
sistemática y habitual de los lazarinos provocando
mayor incidencia de la enfermedad entre la población, aunque
también reconocían que ellos en su práctica diaria en Tenerife
y Gran Canaria estaban casi más seguros del contagio por he-rencia
que por contacto. Al unísono, aportaban otros datos
para establecer los mecanismos de propagación de ambas
enfermedades en las islas, fundamentándose algunas de sus
reflexiones en causas basadas en: el clima cálido de la región
y a los prolongados estíos -sobre todo a fines del siglo XVIII,
62 A&C.D.C., expediente sobre el mal de elefancía y lepra.
458 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
LA LEPRA Y LA ELEFANCIA EN CANARIAS A COMIENZOS DEL SIGLO XIX 43
pues antes las estaciones eran más frescas, impidiendo la pre-sencia
de la elefantiasis-; la desaparición de los bosque
termófilos -situación favorecedora de la mayor incidencia de
los rayos solares y de evitar la proliferación de precipitacio-nes
en forma de lluvia o nieve-; la alimentación, basada en
el pescado salado, era otro de los males a erradicar pues, se-gún
el expediente, éste era el responsable de múltiples afec-ciones
cutáneas y linfáticas y, por analogía, podía ser el pro-piciador
de la lepra, aumentando las dimensiones de su dañina
ingestión cuando estaba pasado -al venderse la mayoría de
las veces con abuso de la salud de los consumidores y en
muchos casos, según denunciaban, putrefacto- pues en tal
«estado no puede dudarse que introdusca en los cuerpos prin-cipios
acres y nocivos, originándose de ello entre otras afec-ciones
morbosas las cutáneas rebeldes». Pese a todo ios facui-tativos
reconocían que el pescado salado era uno de los
principales alimentos de los grupos humildes e incluso de par-te
del sustento del grupo acomodado, debiendo, por su eleva-da
ingesta, influir claramente en la salud de la población. Las
soluciones al problema reiteran las aportadas por los médicos
e investigadores del momento y ya mencionadas con anterio-ridad:
el aislamiento de los enfermos, la prohibición del ma-trimonio,
la imposición de la abstinencia sexual de los ele-fancíacos;
ampliación del Hospital de San Lázaro de Las
Palmas, donde debían encerrarse a todos los declarados por
contagiados separando en pabellones acondicionados a hom-bres
y mujeres; impedir la tala del resto del monte; vigilancia
sanitaria del pescado salado desembarcado en la isla y de las
lonjas donde se venda, además de pedir se protegiera a éste
del calor; los enfermos deben adquirir unas mínimas normas
higiénicas y de a l iment a~ióny~ ~la;s autoridades han de in-
63 Se criticaba el régimen alimenticio de los elefancíacos recluidos en
el Hospital de San Lázaro de Las Palmas, al no estar sujeto su menú a una
ración señalada sino que, basada en un los antiguos estatutos, se le daba
diariamente ei pan y una asignación fija de diiiero para la comida,
proveyéndose los lazarinos a su arbitrio «no con arreglo a lo que conven-drá
a su salud y a las prescripciones del médico sino conforme a sus capri-chos
y desordenados antojos, usando por lo general de las comidas más no-
Núm. 46 (2000) 459
tervenir severamente cuando algunos de estos puntos se
incumplan.
La otra institución que va a intentar buscar soluciones fue-ra
de las islas a tan grave mal va a ser la Junta de Caridad a
través de su Presidente, el obispo de la Diócesis, no dudando
éste en movilizar a los párrocos de las tres islas para la ela-boración
de un censo fidedigno de los enfermos de la llama-da
«lepra-elefancíacan y solicitar noticias e informes de los
principales hospitales dedicados al auxilio de este tipo de
enfermos en la Península y América entre 1830-1836. La in-formación
sobre la evolución y control de la lepra y elefancía
se demandó de los hospitales de Sevilla, Granada, Asturias,
Palencia, La Coruña, Murcia, Portugal y La Habana a cuyos
facultativos se les solictó razón de si se había conseguido
extinguir o reducir ei mal de elefancía-lepra, si se observó al-gunas
zonas o pueblos donde siempre existía habitantes afli-gidos
por la enfermedad o sitios caracterizados por su ausen-cia
y si los enfermos se comunicaban libremente con sus
vecinos sin ningún tipo de restricción. En junio de 1836, la
Junta Superior de Medicina y Cirugía de Cuba contestaba, en
respuesta a un escrito de Obispo de Canarias fechado el 1 de
junio de 1835, que en la isla la enfermedad de la elefancía
también estaba en aumento pues desde 1734, fecha de funda-ción
del Hospital de San Lázaro, hasta 1800 sólo habían exis-tido
dos enfermos y desde 1801 hasta 1835 entraron en dicha
institución un total de 318, a causa del incremento demográ-fico
y al aumento de la pobreza existente entre los gru-pos
populares en la isla «siendo mucho mayor en las gentes
de color que en las blancas, de aquí es que el número de
elefancíacos de las primeras escede en mucho al de las se-civas
y perjudiciales que además de empeorar su enfermedad le pueden
ocasionar otras nuebasm, por lo que se aconsejaba la implantación de una
olla y dieta común. La observación diaria de los enfermos permitió asegu-rar
a ambos facultativos su descuido y Falta de aseo, cuando la elefancía
por sí era ya poco atractiva a la vista de las personas sanas. Por lo tanto,
deluiaii cambiar per'i6dicameiitr las ropas de ia cama y de sus vestidos, así
como poseer el nuevo hospital de un número de tinas suficientes para ha-cer
las abluciones diarias. Véase A.C.C.D.C., expediente sobre el mal de ele-fancía
y lepra.
460 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
LA LEPRA Y LA ELEFANCIA EN CANARIAS A COMIENZOS DEL SIGLO XIX 4 5
g ~ n d a s ) )L~o~s .e nfermos alcanzaban ese año la cifra de 94
personas de las que blancos eran 29 y negros 65, mantenién-dose
desde el primer momento las diferencias entre ambos
grupos, aunque el porcentaje de mujeres afectadas en los dos
era reducido: 5 mujeres blancas y 18 negras, que suponían un
porcentaje total del 24,4 %. Las diferencias entre blancos y
negros eran achacadas a la tipología de los trabajos, más du-ros
los desarrollados por los segundos, muchos esclavos, por
el tipo de alimentación, pues la dieta era a base de carne sa-lada
y «otros manjares groseros», la mala calidad de las vivien-das
de los negros -chamizos, con evidente falta de aseo-, la
carencia de una mínima higiene corporal y de los vestidos, el
abuso generalizado de aguardiente y otros vicios perjudiciales
para la salud. La procedencia de los enfermos era múltiple no
destacando ninguna localidad de la isla por la ausencia o
masiva presencia de elefancíacos y lazarinos, teniendo todos
ellos que presentarse obligatoriamente en el Hospital, lugar
donde eran reconocidos por los facultativos y si estaban en-fermos
pasaban a ser confinados en él, permitiéndose salir
sólo a un corto número de enfermos para solicitar limosna en
La Habana y en las zonas rurales.
La única posibilidad de contacto entre los acogidos y sus
familiares en el Hospital de La Habana se reglamentaba para
el primer día del Carnaval y el domingo de la infraoctava de
la festividad de San Lázaro o cuando algún pariente del en-fermo
quería verlo por causa justa o de urgencia bajo licencia
facultativa. Dicho aislamiento es mencionado en el resto de los
centros asistenciales consultados, al ser la terapia más acepta-da
en dicho momento por gran parte del mundo de la medi-cica.
E! Hospital de San Lázaro de la Provincia del Miño en
Portugal incidía en parecidos términos en su control sobre los
enfermos lazarinos al ampliarse y extenderse su número con
inusitada virulencia por todos los pueblos de la región, que-jándose
el consultado de que «he raro ver povo donde nao
haja hum ou mais athacados)), siendo lo habitual la exclusión
de los afectados de la sociedad. También en Portugal se culpa-
64 A.C.C.D.C., expediente sobre el mal de elefancía y lepra.
Núm. 46 (2000)
4 6 PEDRO C. QUINTANA ANDRES
bilizaba de la propagación a la considerable falta de policía,
la carencia de aseo de las viviendas, ropas y personas y la
ingesta de alimentos contrarios a la salud, siendo extensible
dicho problema al área de Galicia. El Hospital de Oviedo re-mitía
su contestación en agosto de 1835, en ella se contesta
por Pedro Hernández Escudero, médico encargado, de la erra-dicación
de la enfermedad en su región pues en los cerca de
40 años que recorría el país en todas direcciones, sin salir de
él, no había encontrado un sólo leproso, al apenas existir des-de
fines del siglo XVIII personas afectadas por dicha enferme-dad.
La favorable situación repercutió en la drástica elimina-ción
de los hospitales dedicados a los lazarinos, no quedando a
N
en la fecha de la comunicación una sola casa de acogida de E
malatos en la provincia, pese a sufrir la región durante varios O
n siglo ei azote dei mai, io que motivó la fundación de múlti-
-
m
O
E ples hospitales. El único que se mantuvo hasta finales del Sete- E
2
cientos fue la llamada «Malatería de Entrecaminos)), a las -E
afuera de Oviedo, para recoger los últimos casos, destinándo-se
el edificio en 1833 para hospital de los afectados por el 3
-
cólera, aunque no tuvo efecto y se En Palencia, cuyo -
0
m
E hospital de San Lázaro se remontaba, según las fuentes, a una O
fundación del propio Cid, se daba por extinguida la lepra des-de
hacía mucho tiempo, reduciéndose los presuntos enfermos n
E
a casos de erupciones poco frecuentes y de escasa gravedad. -
a
En el sur de la Península la situación difena de los datos 2
n
aportados por los médicos de Palencia y Oviedo, al no darse n
por extinguido el mal de la lepra y de la elefancía, en la cita- =O
da confusión entre los síntomas de ambas enfermedades, por
los facultativos de Sevilla y Granada, aunque sí había dismi-nuido
los acometidos por ellas. En el Hospital de Granada el
número de afectados pasó de 160 en el año de 1782 a unos
50 en 1835, alcanzando todos los enfermos acogidos y aisla-dos
en el hospital un grado de enfermedad equivalente al ter-cer
grado. Los lazarinos incipientes o estabilizados estaban
integrados entre la población, permitiéndoseles a todos un
contacto cotidiano hasta ia posibie manifestación de dicha
65 A.C.C.D.C., expediente sobre el mal de elefancía y lepra.
462 ANUARIO DE ESTUDIOS A T ~ N T I C O S
LA LEPRA Y LA ELEFANC~AE N CANARIAS A COMIENZOS DEL SIGLO XIX 47
fase. Los facultativos de ambos hospitales fundamentaban los
orígenes del mal y su mantenimiento a lo insano de los luga-res
y casas de vivienda, la mala vida y costumbres y la cali-dad
de los alimentos ingeridos. En Sevilla la fundación del
hospital de leprosos se remontaba al reinado de Alfonso X,
destinándose a él todos los malatos bajo la jurisdicción del
arzobispado hispalense y del obispado de Cádiz, aunque a
partir de 1595 sólo se concentraron en dicha casa los lazari-nos
contagiosos, es decir, aquéllos que habían alcanzando el
tercer grado de la enfermedad, pues el elevado número de los
declarados por leprosos hacía inviable su acogida en la insti-tución
ante la falta de medios y de espacio. La citada situa-ción
se prolongó hasta 1726, cuando el exceso de malatos lle-vó
a la Real Hacienda a costear la estancia en el hospital de
todos los enfermos que excediera de los catorce acogidos y
sostenidos por dicha institución. La medida significó una no-table
disminución y estancamiento en el número de ingresos
a partir de finales del siglo XVIII, aunque la mortalidad de los
internos se sostuvo en porcentajes elevados, pese a que las
cifras oficiales aportadas antes de 1831 no recogen a todos los
leprosos de la región, porque muchos se tuvieron que quedar
en sus zonas de residencia por falta de recursos para trasla-darse
y del propio hospital para acogerlo^^^.
Los datos aportados por los hospitales de San Lázaro de
La Habana y Sevilla reflejan una clara disminución del núme-ro
de ingresos y de las cifras de mortalidad de los enfermos.
Los registros, como se apuntó más arriba, no implican un cen-so
general de los leprosos y elefancíacos, sino una contabili-dad
de dichos hospitales que en esos momentos se encontra-ban
ac-~iciadosp or la falta de fondos e imposibilitados para
acoger un elevado número de afectados. Ambas enfermedades
debieron disminuir de forma progresiva, aunque las cifras
aportadas se encuentran mediatizadas a no existir un censo
real de los enfermos existentes dentro y fuera de dichas ins-tituciones.
A.C.C.D.C., expediente sobre el mal de elefancía y lepra. Los laza-rinos
registrados procedían en mayor número de la ciudad de Sevilla, Tari-fa,
Moguer, Osuna, Carmona, Sanlúcar, Lebrija y Jerez.
Núm. 46 (2000) 463
PEDRO C. QUINTANA ANDRÉS
NÚMERO DE ENFERMOS ENTRADOS Y FALLECIDOS
EN LOS HOSPITALES DE SAN LÁZARO DE SEVILLA
Y LA HABANA
LA HABANA
- -- - --
SEVILLA
Entrados Fallecidos
- 17
- 2 9
- 38
- 4 1
- 30 *
- 26 *
- 6 *
- 34
- 3 2
- 4 1
- 62
- 27
- 2 8
- 4 1
- 3 2
26 * 4 6
73 5 9
36 * 7 3
7 1 77
57 66
3 4 43
42 37
42 42
3 2 2 o
413 953
* Faltan los registros de algunos años del decenio.
Fuentes: Expediente sobre el mal de elefancía y lepra.
Nota: Elahnración pr~piz.
A estas informaciones de los diversos hospitales consulta-dos
se añadió un nuevo motivo de esperanza para erradicar
la lepra cuando el Senado y Cámara de Representantes de
Venezuela reunidos en congreso el 29 de marzo de 1834
aprobaron un decreto -publicado el 5 de abril- sobre el
fomento de la plantación de la planta de ~Cuinchunchulli»
que, según las facultades de medicina del país, no sólo alivia-
464 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
ba el mal de la lepra sino que podría curarlo. Por lo tanto,
decretaban comprar, con cargo a los presupuestos del estado,
dicha planta a los estados de Nueva Granada y Ecuador para
eliminar la rápida propagación en el país de la enfermedad,
la cual se propagaba a la misma velocidad que la pobreza de
su población6'. Así, el primer caso documentado en Venezue-la
de leprosos fue recogido por el doctor Requena al regis-trar
una serie de pacientes en la ciudad de Cumaná en el
seno de una familia de origen herreño, de inmediato la en-fermedad
se propagó con gran celeridad, arribando a Ma-racaibo
entre 1802-1804 con la llegada de dominicanos esca-pando
de la guerra civil. La rápida extensión de la lepra en
esta última ciudad obligó a Simón Bolivar a decretar la cons-trucción
de un lazareto en la llamada «Isla de los Burros))
para la acogida de los declarados afectado^^^.
A estas primeras esperanzas se sumaron otras en 1835
cuando el periódico londinense «La Lanceta» se hacía eco
del descubrimiento de la citada planta medicinal y de la
experiencia médica del doctor Daniel Pretto en la isla de
Santo Tomás en donde realizó estudios de la planta, la apli-có
a pacientes afectados y llevó a cabo diversas formas de
curación. Sobresalía en el artículo la experiencia con una pa-ciente
de 11 años llamada Esther Maduro afectada por la
lepra en grado avanzado -presentaba cara de color morado-amarillento,
nariz, cejas, frente y cachetes cubiertos de ron-chas
de distinto tamaño, profundas muescas en la nariz, 1ó-bulos
de las orejas alargados, dedos hinchados, brazos y
piernas cubiertos de manchas- a la cual suministró 31 dosis
de tal medicina, aumentando las ingestas desde los 20 gra-mos
iniciales hasta los 50 al final de la terapia, a la vez que
prohibía a los padres de la paciente el consumo de pescado
A.C.C.D.C., expediente sobre el mal de elefancía y lepra. La planta
era conocida ya por los antiguos habitantes del Perú y su nombre signifi-caba
((entrañas de marrano de Guinea)). Ya era citada por el Abad Velasco
en su obra Historia de Quito, ei cuai ia describe como una pianta de
filamentos blancos con apenas alguna hoja que crece por debajo de los ris-cos,
en lugares expuestos a los fríos y brumas.
68 ARRIETA, O., op. cit.
Núm. 46 (2000) 465
y de alimentos salados y no exponerla al aire nocturno, ali-viándose,
según refería dicho médico, los síntomas generales
de la enfermedad 69.
A comienzos del 1835, la multiplicación de noticias positi-vas
sobre la posibilidad de eliminar ambas enfermedades ani-mó
al obispo de la diócesis de Canarias, Judas Romo, a
contactar con don Ignacio Llarena, vecino y comerciante de
La Orotava, para que procurara importar desde Venezuela en
nombre del prelado el citado remedio a la elefancía, al multi-plicarse
en los últimos 60 años el número de vecinos afectado
en la isla de Tenerife. El encargo de traerla de Caracas se dio
al comerciante de Santa Cruz de Tenerife Mariano Cadena,
informando el 2 de junio de 1835 que había hecho una soli-citud
verbal a un comerciante de la ciudad venezolana de
Caracas estante en Tenerife durante el mes de abril, para re-mitir
a las islas las semillas de la planta y las gacetas donde
se insertara el método de su cultivo y aplicación70. Estas ges-tiones
no debieron prosperar pues el 12 de noviembre de di-cho
año el obispo Romo escribía al Presidente de la República
de Venezuela solicitándole un «cajón de tan precioso especí-fico)),
ya que pese a las gestiones hechas habían quedado to-dos
los proyectos de traer el remedio frustrados «por la
incomunicación de los gobiernos)). Desconocemos si hubo res-puesta
por parte del Gobierno venezolano en una época de
grandes cambios en ambos países, mediatizados por circuns-tancias
que en algunos casos adquirieron un cariz nefasto7'.
69 A.C.C.D.C., expediente sobre el mal de elefancía y lepra. La pacien-te
experimentó una mejona total en el transcurso de los días, aunque al
final del proceso sufrió una serie de erupciones cutáneas achacadas por el
médico a una especie de sarna. De inmediato mandó a cesar la ingestión
del medicamento y fue considerada como una crisis saludable, quedando
con el tiempo Esther libre de la enfermedad.
A.C.C.D.C., expediente sobre el mal de elefancía y lepra. '' El Obispo y el Cabildo Catedral de Canarias intentaron buscar so-luciones
a las enfermedades consultando a investigadores nacionales y ex-tranjeros.
Entre ios primeros destaco ei doctor José Juan Espinosa y
Casañas, natural de El Hierro, que en 1834 realizó y editó un estudio en
la Universidad de Montpellier sobre la cuestión intitulado Considérations
générales sur L'éléphantiasis, Montpellier, 1834. El médico canario dedica-
466 ANUARIO DE ESTUDIOS AT~NTICOS
LA LEPRA Y LA ELEFANC~A EN CANARIAS A COMIENZOS DEL SIGLO XIX 5 1
Mientras tanto, en las islas los esfuerzos para luchar con-tra
la enfermedad se iniciaron, como ya se ha apuntado, por
el oidor decano y juez conservador del Hospital Francisco
Mier y Terán, al solicitar en septiembre de 1830 al obispo
Bernardo Martínez la realización de un expediente circular
donde se recogiera con la mayor exhaustividad toda la infor-mación
posible de los leprosos existente en la diócesis de Ca-narias
-conformada por las islas de Fuerteventura, Gran Ca-naria
y Lanzarote- mediante la movilización de los curas
parroquiales de cada uno de los lugares. La intención de di-cho
padrón era conocer el número de afectados para la
realización del mencionado nuevo recinto sanitario, capaz para
albergar a todos ellos, siendo una de las principales condicio-nes
de la Real Cámara para disponer el levantamiento del pla-no
del nuevo edificio. En el expediente remitido por cada uno
de los párrocos éstos debían relacionar los nombres de las
personas sospechosas o declaradas por lazarinas, siendo llama-do
el mal de diversas maneras según el lugar: elefancía, lepra,
fuego de San Antón, etc., además se debía reflejar el sexo, la
edad, el estado civil y el lugar de residencia de cada uno de
los malatos. La orden Real se remitió también a la Diócesis
de Tenerife pues conocemos los datos de La Palma y de
Tenerife con un total de 210 afectados que pudieron alcanzar
casi los 250 si se añaden los registrados en La Gomera y El
Hierro.
El 9 de octubre de 1830 fueron enviadas las correspondien-tes
cartas y copias del formulario a cada uno de los párrocos,
recibiéndose las primeras respuestas en el obispado desde
mediados de dicho mes. Pero, esta inicial celeridad se verá
t v 1 1 m ~ ~ A--1 ~ Q ~ Q ~ ; - ~ 1Q- PoPx D~ c ~ ~ ~ ~ o Ar-1i c Pí nV ~ D A ~ Oh ~~~cDt ~ L I UIIbUUU U1 FUI U1ILU1 Jb IU b V UbUUbIVII UbI b A Y b U I b I I C b I I U O L U
1831 a causa del retraso en los informes de los curas de
ba en aquella ocasión la obra a su tío el doctor Juan de Frías, arcediano
de Canaria en el citado Cabildo Catedral. A este estudio se añade otro,
aunque más tardío, de un médico con evidente relación con el Archipiéla-go
como fue el doctor Bartolomé Apolinario Macías, el cual realizó un aná-lisis
sobre la lepra editado bajo el título de Lépre. Sclérodermie et asphyxie
locale des extrémités. Contribution a I'étude comparée de ces trois syndromes
cliniques, Montpellier, 1 88 1.
Núm. 46 (2000) 467
52 PEDRO C. QUINTANA ANDRÉS
Fuerteventura, Agaete, Tejeda, Santa Lucía y Moya. En sínte-sis,
dicho padrón arrojaba unos datos preocupantes al recoger-se
en la Diócesis un total de 106 enfermos -sin contar a los
15 recluidos en San Lázaro- repartidos de modo desigual
entre las islas. De esta manera, en Fuerteventura su número
se elevaba a 15, en Lanzarote a 26 mientras en Gran Canaria,
más poblada, su número era de 65. A este informe inicial de
1830 se unió otro en 1833, aunque ambos no supusieron prue-bas
suficientes para poder los estudiosos y facultativos encon-trar
alguna solución en su intento de erradicar el mal de las
islas, al necesitar una serie de datos cualitativos de cada uno
de los enfermos. Sobre esto incidía el obispo Judas José Romo
en una circular enviada a los párrocos de la Diócesis en fe-brero
de 1835. A todos ellos les pedía su colaboración para
cortar de raíz la enfermedad que se extendía con celeridad
entre el pueblo, por lo cual se daba a cada uno de los impli-cados
una serie de instrucciones muy precisas con las cuales
debían realizar el padrón de los enfermos. A los datos solici-tados
en 1830, se debían añadir otra serie de peculiaridades
de cada malato tales como: el tiempo transcurrido desde las
primeras manifestaciones de la enfermedad hasta el presente;
la causa del origen a criterio de cada uno de los malatos y
del propio eclesiástico, etc. Asimismo, si estaba contagiado
desde el nacimiento se preguntaría si la heredó de sus padres
o de algún ascendiente, a la vez que se comprobaría dos da-tos
especialmente interesantes para los médicos: uno tomado
por verdadero en todos los estudios como era que la lepra no
se propaga por contacto; y otro muy dudoso caso de «si el
contacto o derrame de la materia podre o sangre que arrojan
IíiIcprzs e]ef2cciacis pL?erl_efri epctlr-~ p ~ crac Sa
productiva». Del mismo modo, se pedía información sobre
aspectos higiénicos: si la ropa sucia de los leprosos y las
lavaderas donde hubieran metidos camisas y demás eran fo-cos
de contagio; las navajas de afeitar se reputaban como
medio de propagación, etc. 72.
'* A.C.C.D.C., expediente sobre el mal de elefancía y lepra.
468 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
LA LEPRA Y LA ELEFANC~A EN CANARIAS A COMIENZOS DEL SIGLO XIX 5 3
INFORME SOBRE LOS ELEFANCÍACOS-LEPROSOS
DE LA DI~CESIS DE CANARIAS ENTRE 1830-1835
-1830 -1835* Nombre -Estado -Edad Calle, lugar o pago
José de'los Reyes ........
Magdaleno Díaz ...........
Antonio Martín ............
Varón ............................
José Perdomo ...............
Domingo Rodríguez ....
Juan Matías ..................
Bias Montesdeoca .......
Domingo Macano .......
Luis Ramírez ...............
TT:l...: - TT -.... L.- 3 --
~ I I ~ I I~VC I I I ~ I I U C.L... ..
Juan Romero ...............
Antonia Medina ...........
María Josefa Díaz .......
Juana Sánchez .............
Luis Ramírez ...............
Dominga Ramírez .......
Cándido García ............
María Suárez ...............
María Trujillo ..............
Joaquina Rodríguez ....
Esteban Amador ..........
Juan Macías .................
Varón ............................
Mujer ............................
José Suárez ..................
Catalina Suárez ...........
~nnv..-:.. l a l l aXv La1u:Au- u ................
Agustina Castellano .....
Rita Castellano .............
Micaela de Santana ....
Isabel Rodríguez ..........
Tomasa Corredera .......
Lucía Pespega ..............
Francisco de Sosa .......
Antonia de Sosa ..........
María Rosa ...................
Miguel Hernández ......
Natural de Tenerife
Natural de Tenerife
Natural de Lanzarote
Natural de Lanzarote
Natural de Tenerife
Natural de Lanzarote
Natural de Tenerife
Natural de Las Palmas
Natural de Telde
Natural de Las Palmas
kT -L.--- 1 A - v..-- L LwaLuIal ue: r u~ L w c i i r u i a
Natural de Las Palmas
Natural de Las Palmas
Natural de Fuerteventura
No consta
C1 Mayor de Triana
CI Mayor de Triana
C1 Arena
Molino de Viento
Boca de Barranco
Los Barrancos
San Nicolás
C1 Carnicería
C/ Carnicería
CI Camicería
El Terrero
El Terrero
e",. f-.4.-*AL"l
0a11 b~I J L V U ~ I
C1 Camicería
CI Carnicería
CISan Agustín
El Terrero
C1 Carnicería
El Terrero
En Tafira
En Tafira
C1 Travieso
Los Barrancos
Núm. 46 (2000)
5 4 PEDRO C. QUINTANA ANDRÉS
-1830 -1835* Nombre -Estado -Edad Calle, lugar o pago
+
+
+
+
+
+
Telde
+
+
+
+
+
+
+
+
+
+
Valseguillo
+ +
+
Ingenio
Doña María Matos ......
Doña Mana Ramos .....
Nicolás Herrera ...........
Miguel Canguera .........
María Moreno ..............
María José Troya .........
María Santiago ............
Domingo .......................
Tomasa .........................
Juan Casares ................
Domingo Macario .......
Domingo González ......
Agustín Jerez ...............
Miguel Medina ............
Francisco Milán ...........
Juan Suárez .................
Antonia Milán ..............
Antonio Calisto ............
Mana González ...........
José Agustín López .....
María Muñoz ...............
José Peña ......................
Matías Marrero ............
Mana Pérez ..................
Don José Sánchez .......
Agustín de Vega ... ; ......
Salvador de Vega ........
Francisco Dávila ..........
Man'a A- -M.a--r--tí -n-e-7- .-.. ........
Isabel de Vega .............
DSebastiana Pérez ......
Doña Juana Dávila ......
Isabel Sánchez .............
D. Juan Dávila Ortega
Peña de Acosta ............
Don Diego Dávila ........
Gregorio Caballero ......
Francisco Sánchez ......
Catalina González .......
64 San Nicolás
13 San Nicolás
8 San Lázaro
40 Los Barrancos
4 1 C/ Arena
50 Boca de Barranco
- Lomo Las Palmas
Niño San Francisco
Niña San Francisco
Telde
Telde
Majadilla
Los Llanos
1.0s T.lanos - . - - -. - - . -
Los Llanos
Los Llanos
Los Llanos
Higuera Canaria
Los Llanos
Los Llanos
Telde
Telde
27 Las Cuevas
25 Las Cuevas
Ingenio
Ingenio
Ingenio (sospechoso)
Ingenio
Ingenie
Ingenio
Ingenio (sospechosa)
Ingenio
Ingenio
Ingenio (sospechosa)
Ingenio
Ingenio
Ingenio (sospechoso)
Ingenio (sospechoso)
Ingenio (sospechosa)
ANUARIO DE ESTUDIOS A T ~ N T I C O S
-1830 -1835" Nombre -Estado -Edad
+ Catalina Alemán .......... S 24
+ Águeda Hernández ...... S 24
Agüimes
+ + JoséLópez .................... S 20
+ + María López ................. s 18
+ . Lucas Pérez .................. c -
+ Juana Pérez .................. c 66
+ Mana San Juan ........... c 37
Vega de Santa Brígida
+ Isidro de Vega ............. c 40
San Lorenzo
+ Miguel Suárez .............. c 42
+ Manuela Rivero ........... s 14
Arucas
+ María Rodríguez ......... S 26
+ Josefa Guerra ............... S 20
+ + Antonio ......................... S 15
Moya
+ + Josefa Rodríguez ......... c 45
+ María Rivero ................ S 30
+ + María Montesdeoca .... S 34
+ + José Gil Esquive1 ......... S 19
+ + María Aimeida ............. c 50
+ María González ............ c 40
+ + JoséOjeda .................... S 25
Agaete
+ + Varón ............................ S 20
Vicente Pérez ...............
Juan Hernández ..........
María Linardo .............
Antonio Hernández .....
D. Elvira Valenciano ...
María Álvarez ..............
D. Manuel Cabrera .....
Bernardo Herrera ........
Varón ............................
Varón ............................
Calle, lugar o vazo
Ingenio (sospechosa)
Ingenio (sospechosa)
Vega Grande
Vega Grande
Agüimes
Agüimes
Temisas
Natural de Las Palmas
Lomo de Mañán
Tenoya
Cerrillo
Cerrillo
Cerrillo
Quicuelas
El Palo
Moya
Moya
Moya
Cuevas de San Bartolomé
Moya 4
Agaete
Teguise
Teguise
Teguise
Teguise
Teguise
Teguise
Tiagua
Teseguite
Teguise
Teguise
Núm. 46 (2000)
5 6 PEDRO C. QUINTANA ANDRÉS
-1830 -1835" Nombre -Estado -Edad Calle, lugar o pago
San Bartolomé
+ Inés Hernández ........... v 53 San Bartolomé
+ + Domingo Martín .......... c 40 San Bartolomé
+ D. Lorenza Monfort .... S 20 San Bartolomé
+ + JuanBermúdez ........... c 36 Guime
+ Rosalía Bermúdez ....... v 46 Guime
Tías
+ + D. Esteban Travieso .... c 36 Mácher
+ Varón ............................ - 50 No consta
+ Varón ............................ S 34 No consta
+ Varón ............................ S 30 No consta
+ Varón ............................ S 17 No consta
+ Varón ............................ S 16 No consta
+ + Antonio Rodnguez ...... S 42 Femés
+ F Josefa ............................ S 19 hijas de Don Salvador
+ F Juana ............................. S 16 Martín
Arrecife
José Hernández ...........
Mana Santana .............
Mana León ..................
Eufemia de Paíz ..........
María Paula .................
María Rodríguez .........
Mana Moreno ..............
José ...............................
María ............................
Antonio .........................
Manuela ........................
Arrecife
Arrecife
Arrecife
Arrecife
Arrecife
Arrecife
Arrecife
Arrecife
Arrecife
Arrecife
Arrecife
Haría
+ Domingo Bonilla ......... S 28 Máguez
+ + Alejo Salazar ................ S 23 Máguez
+ Marcial Betancor ......... s 20 No consta
+ Agustín Gutiérrez ........ c 56 Breñas
+ + Julián Viera .................. S 25 Yaiza
+ Sabina Lorenzo ........... S 49 Yaiza
472 ANUARIO DE ESTUDIOS ATL-~NTICOS
-1830 -1835* Nombre -Estado -Edad Calle, lugar o pago
+ Hilaria Curbelo ............
+ María Manuela Viera .
FUERTEVENTUKA
Betancuria
+ + Pedro Alvarez ...............
Casillas del Ángel
+
+
Pájara
+
+
Tetir
+
+
La Oliva
+
+
+
+
+
+
Tuineje
+
+ +
+
Josefa Acosta ................
Antonia Armas .............
Sebastián Pérez ...........
Paula Morales ..............
C- r epr i~... ....................
Tomasa Peña ................
Tomás Cabrera ............
Mujer ............................
Niño ..............................
Vicente Lorenzo ..........
Andrés Ramos ..............
José Placeres ................
Juan Saavedra .............
José Saavedra ..............
Marcos Saavedra .........
Pablo Casimiro ............
Juan Hernández ..........
Antmie Mz t e ~... ..........
21 Yaiza
t32 No consta
32 Valle de Santa Inés
30 Llanos de la Concepción
12 Llanos de la Concepción
46 Toto
40 Banjada
9 p5jsr2
28 Puerto de Cabras
25 La Matilla
45 Tetir
8 Puerto de Cabras
40 La Oliva
45 Tindaya
52 Lajares
17 La Manta del Tostón
13 La Manta del Tostón
10 La Manta del Tostón
27 Jandía
30 Tuineje
26 Tginpj-
Las parroquias de La Aldea, La Antigua, Arienara, Gáldar, Guía, Mogán, San Bartolomé de
Tirajana, Santa Lucía, Vega de San Mateo, Tejeda y Teror no registran ningún lazarino en 1830
y 1835. En este último año se sumaron a éstas las parroquias de la Vega de Santa Brígida y
Tinajo. En el padrón de 1835 no figuran los datos de las jurisdicciones de San Lorenzo, Casillas
del Angel y La Oliva por no haberse remitido por sus respectivos párrocos. * Los datos aportados de cada persona corresponden a los tomados del censo de 1830.
Las seiiales (+) corresponden a si el citado se encontraba en ambos o en uno de los dos padro-nes.
La (F) indica que la persona estaba faiiecicia y (Si) ia de su reciusibn en ei Hospitai de
San Lázaro de Las Palmas en el padrón de 1835.
- El estado civil comprende solteros (S), casados (c) y viudos (v).
Fuentes: A.C.C.D.C., expediente sobre el mal de elefancía y lepra.
Nota: Elaboración propia.
Núm. 46 (2000)
5 8 PEDRO C. QUINTANA ANDRÉS
En la relación adjunta se observa una evidente oscilación
entre las cifras recogidas en los padrones de 1830 y 1835. En
el primer de ellos se contabilizaban 106 lazarinos -sin sumar
los 15 residentes en el Hospital de San Lázaro- mantenién-dose
esta cantidad casi inalterable en el siguiente al alcanzar
los 108, aunque el volumen podría aumentar al faltar las
contabilidades de los párrocos de los lugares de La Oliva y
Casillas del Angel (Fuerteventura) con un elevado número de
enfermos en el anterior recuento. Los porcentajes de enfermos
con respecto al total de población no son elevados, para Las
Palmas alcanza sólo el 0,23 % en el año 1835, aunque su pre-sencia
era inquietante en unas islas donde los brotes de en-fermedades
-caso de la fiebre amarilla de 1813- podía po-ner
en peligro en cualquier momento a amplios sectores de la
población y a los negocios de exportación-importación de los
grupos más pudientes. La relación nos permite comprobar la
extensión de la enfermedad en las áreas cercanas a la ciudad
de Las Palmas y Telde, por contra de lo que sucede en las
comarcas del sur, suroeste y noroeste de la isla, salvo en
Agaete con un enfermo, caracterizadas por la ausencia de
malatos, posiblemente gracias en la mayoría de los casos al
clima benigno, con prolongados períodos de sequía.
En dos parroquias, San Mateo y Teror, áreas de medianías
de Gran Canaria con unas condiciones climáticas durante todo
el año muy húmedas y cuyas temperaturas eran relativamente
bajas con respecto a las existentes en el resto de la isla, no se
conocía la enfermedad pues a las citadas características se
añadía una alimentación más variada que ayudó a controlar
la proliferación de los bacilos de la lepra y evitar la presencia
de 12 fi!~x-i~E.! &m2 mas cuhtropicu! se acerituabu en e! rrc-to
de Gran Canaria, lugar donde se registran las áreas más
afectadas y se concentraba gran parte de la población insular,
estando, en algunos casos, la mayoría de los sectores medios-bajos
de la población en condiciones higiénico-sanitarias pési-mas.
Además, en ellas las zonas más cercanas a la costa o si-tuadas
en los alrededores de lugares donde proliferen las
condiciones ideales para la multiplicación de los mosquitos
-aguas empozadas, estanques- será donde se manifieste con
LA LEPRA Y LA ELEFANC~AE N CANARIAS A COMIENZOS DEL SIGLO XIX 5 9
mayor reiteración ambos males, aunque, lógicamente, quizá el
aspecto más importante de todos los mencionados sea la
unión de la elefancía y lepra con las condiciones económicas
de los afectados.
Escasos son los intitulados con el ((don-doña», aunque ya
poco significativo en la época como diferenciador social, afec-tados
y si se registran éstos, según se observa en la relación
de lugares adjunta, se avecindan en los pagos más pobres de
cada comarca, tal como se observa en Ingenio. De esta mane-ra,
en Las Palmas los barrios del extrarradio urbano son los
más afectados -San Nicolás, El Terrero o la calle de La
Carnicería en el barrio de Vegueta- lugares transitados por
pobres, menestrales, mareantes, personal de servicio y margi-nados,
siendo también las áreas que sufren las peores condi-ciones
higiénicas de la ciudad. En Telde la situación se repite
con la presencia de varios lazarinos avecindados en Los Lla-nos
donde los pequeños propietarios, jornaleros y desocupa-dos
proliferaban durante todo el Antiguo Régimen, repitiéndo-se
la situación en Arucas -casi todos los enfermos son del
barrio de El Cerrillo- o Valsequillo. Caso aparte merece la
parroquia de Ingenio pues allí el incremento de la pobreza
entre sus vecinos desde finales del siglo XVIII va a incidir en la
caída de las condiciones higiénico-sanitarias en el lugar y, por
culpa de ello, en la multiplicación de los elefancíacos a causa
de la proliferación de aguas empozadas en la zona coad-yuvando
éstas a la masiva presencia de mosquitos.
Caso diferente presentan las islas de Fuerteventura y Lanza-rote
pues en ellas, el favorable efecto de las condiciones
climáticas, se vio limitado por la pobreza en la que cayó una
considerable parte de su población en ei tránsito hacia ei si-glo
XIX. La falta de exportaciones, la reiteración de las crisis
agrarias -con efectos sobre la emigración y seguramente so-bre
las cifras aportadas de enfermos al salir muchos de la
Lanzarote hacia otras islas o zonas fuera de la región- la
difermri~se ~mSmi c ~enst re !es diversm gmp s secides, !a
caída de los ingresos generales y del poder adquisitivo de los
grupos más modestos, etc., se convirtieron en una de las prin-cipales
razones para la multiplicación de la lepra y la elefan-
Núm. 46 (2000) 475
60 PEDRO C. QUINTANA ANDRÉS
cía. La primera de las enfermedades debió ser la más abun-dante
en las tres islas por las manifestaciones recogidas de los
párrocos y la escasa posibilidad de proliferación en islas como
Fuerteventura y Lanzarote, al no darse unas condiciones
climáticas adecuadas para la filaria. Arrecife y Teguise serán
los núcleos de población donde se localicen a mayor número
de enfermos en Lanzarote, al darse en ambos condiciones de
hacinamiento de población y aumento de la pobreza entre los
grupos más bajos de la sociedad conejera. El arribo de pobla-ción
exterior y la migración interna coadyuvaron al aumento
en Arrecife de los efectivos de población y en el registro de
los lazarinos entre los años de 1830 a 1835, pasando éstos de a
N
4 a 9, lo cual indica el incremento de la pauperización de cier- E
tos sectores del vecindario, mientras que en el pago de Tías, O
n otro lugar de Lanzarote con un considerable alza en los
-
m
O
E malatos -de 1 a 6- la cifra está justificada por el desplaza- s£ miento hacia su término de campesinos y jornaleros de las -E
áreas del centro de la isla. En Fuerteventura el número de
enfermo es reducido aunque sobresale por la elevada cifra re- 3
-
gistrada, la parroquia de La Oliva, al norte de la isla, al -
0
m
E reseñarse en varios núcleos de población -sobre todo donde O
el número de pobres localizados es más abundante- un volu-men
de afectados alto para la población residente. n
-E
Los datos permiten comprobar entre un padrón y otro la a
2
certificación de 8 finados, pero también la ignorancia de la n
n
suerte de 44 inscritos con anterioridad, quizá ya fallecidos o
en todo caso desplazados fuera de la Diócesis. Los no locali- 3
O
zados son reemplazados en la lista por 39 nuevas incor-poraciones
-37,8 % del total- integradas, en la mayoría de
los casos, por jSvmes cuii edades ififerfmes a !m 30 2fim y
una esperanza de vida, según el tipo de mal padecido, corta.
Así, de los 108 registrados en 1835, sólo 51, el 47,2 %, recor-daba
o aportaba datos del momento preciso de manifestación
de su enfermedad: dos la padecían hacía menos de un año;
ocho entre 1-]no y tres; entre cuatro y ocho años quince
lazarinos, el 29,4 %; nueve enfermos decían tener síntomas
entre nueve y quince años; once elevaban la cifra hasta los 16-
25 años; y, finalmente, seis la padecían hacía más de 25 años,
476 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
LA LEPRA Y LA ELEFANC~A EN CANARIAS A COMIENZOS DEL SIGLO XIX 6 1
siendo estos últimos posiblemente afectados por la lepra. Ello
indica la cotas de mortalidad de dichas enfermedades y el te-mor
a contagio existente entre los vecinos, el deseo de los
médicos de aislar a los pacientes y el control de la alimenta-ción
de los malatos, pero el incumplimiento de la institución
encargada de la salvaguarda de estas medidas por su inope-rancia
ante la grave crisis económica padecida no permitió
crear un sistema adecuado de prevención.
En análisis de los datos aportados por los párrocos tras las
consiguientes preguntas a los enfermos y su reflexión sobre los
orígenes de la enfermedad permite comprobar unas conside-rables
diferencias entre cada parroquia a la hora de señalar
un tipo de causa como desencadenante del mal. En las islas
de Fuerteventura y Lanzarote muchos informantes achacaban
el inicio de su afección principalmente al clima húmedo y
caluroso en ciertos períodos del año y a someterse los enfer-mos
a bruscos cambios de temperatura corporal. Uno de los
párrocos, el de Tuineje, don Sebastián Robaina, refería el
testimonio de Juan Hernández, de 40 años y padeciendo el
mal desde hacía 16, el cual señalaba la raíz de su padeci-miento
a asalir acalorado de una casa, donde había una con-currencia
y festín, y caminar descalso en la tierra húmedad y
fría, de lo que se le hincharon las piernas y creyendo curarse
se dio algunas unsiones mercuriales~,s iendo también señala-da
esta alternancia entre frío-calor por Antonio Mateo, lazari-no
de dicho lugar, pues sus tumores y úlceras surgieron por
el calor soportado durante un verano73. El propio párroco de
Tuineje, admitiendo sus limitaciones sobre la cuestión, veía la
causa de todo en el caluroso clima común en el lugar, pero
t u m p ~ ce!~vi daba !u pésima a!imentación de! vecindari~G !a
mala cura de amores venéreos)) como razones propiciatorias
de tales padecimientos. La combinación entre calor y baños
de agua fría -de mar o pozo- como elementos propiciatorios
de la lepra-elefantiasis volverá a ser alegado por numerosos
-"- En Fajara ia iepra de Gregario, un niño de Y años, era debida, se-gún
sus padres, «a excesos propios de su edad, como son entrarse con el
cuerpo caliente en algún parage frío o entrarse en baño de agua fría es-tando
el cuerpo acalorado».
Núm. 46 (2000) 477
52 PEDRO C. QUINTANA ANDRÉS
afectados en las islas. Dicho caso es mencionado en varias
ocasiones como origen, sobre todo, cuando el baño se hacía
bruscamente en el mar. Así, Luis Ramírez, leproso recluido en
San Lázaro, a la pregunta de cómo contrajo su perturbación
respondía que a causa de ahaberlo arrojado al mar estando
dormido abordo de un barco», sumándose a esta hipótesis
Juan Romero, al culpabilizar el inicio de su desgracia a la al-ternancia
entre el baño en frío y encontrarse sudando en el
momento de introducirse a nadar en el mar, pues decía le
provino «de nadadas que hacía)), además de enterrarse en la
arena caliente desde que salía del mar.
Un matiz a dicha causa lo señalaba don Francisco Dávila,
vecino de Ingenio, el cual creía que por «haberse acostado en
humedad», se levantó de inmediato con síntomas del mal. pro-digado
con celeridad por todo su cuerpo. En cambio, José de
los Reyes, interno en el Hospital en 1835, achacaba el inicio
de su lepra -el cual soportaba desde hacía 34 años- al «ha-berse
sangrado con un ayre», aunque éste no le impidió ca-sarse
y tener dos hijos. Otros lazarinos como los de Teguise
fundamentaban sus achaques en diferentes circunstancias pues
creían la mayoría de ellos que su afección era producida a
razones de carácter psicológico y al contacto con personas
presuntamente infectadas. Dos de ellos relacionaban el pade-cimiento
de la elefancía con sustos recibidos, enfados con
otras personas y por ser (a-eprehendido en público por su su-perior
», en cambio un tercer lazarino suponía el origen de su
mal por «haber tomado leche de una ama que se creía tubo
trato con un elefancíaco~.E l contagio también era la causa
alegada por el cura del Valsequillo, Francisco Pérez, para
Uetermiiiar !a raz6n de !a enfermedad de MaBa Pérez müjer
del lazarino Matías Marrero. María había tenido dos hijos
muertos a los pocos meses de sus respectivos nacimientos,
pero ninguno de ellos mostró señales de lepra en sus cuerpos
aunque, según el informante, hacía cuatro años a María le
surgieron síntomas de la enfermedad cuando su tez se amo-rató
y los muslos y brazos se empezaron a dañar, juzgando el
propio Matías habérsela contagiado a su mujer «por el con-tacto
y roce inmediato con él». La posibilidad de herencia de
478 ANUARIO DE ESTUDIOS AT~NTICOS
los ascendentes fue otras de las ratificaciones y reflexiones
aportadas por los párrocos en sus informes. Así, en Telde se
hace referencia a José Agustín López, con dos hermanos la-zarino~
asentados en Agüimes, muy dañado por la enferme-dad,
pese a sólo soportarla durante cuatro años, la cual se le
presentó al poco tiempo de arribar a Gran Canaria tras pasar
una temporada en los barcos de la costa, empezándole los sín-tomas
con unos chichones en las piernas. Los beneficiados del
citado lugar alegaban que el mal de José era adquirido por
herencia de: su abuela; un tío paterno; otros tres materinos; y
de los citados dos hermanos, siendo en su ascendencia el pri-mer
contagiado conocido su tatarabuelo paterno.
Otro número de aportaciones imponían una realidad dife-rente
a la anterior, al negar la adquisición de la enfermedad
por contacto y se ponía en duda su heredabilidad. Ejemplo de
ello fue María Paula, malata residente en Arrecife, de 56 años
y principiada su enfermedad con 19, no impidiendo ésto su
boda a los 22 años. Al poco tiempo del matrimonio se le
descubrieron unas úlceras en la cara, los brazos y en casi todo
el cuerpo, además de caérsele la nariz, parte de los dedos de
las manos y tener regulares sofocos de pecho, hechos no to-mados
en cuenta por el matrimonio para la concepción de
varios hijos de los que en 1835 sobrevivían cinco, todos casa-dos
y con vástagos sin ninguna manifestación lazarina. Por
contra, una vecina de ese lugar, María del Pino Moreno, con
su cuerpo invadido de berrugas crecidas y de color aploma-do,
comunicó a sus cuatro hijos, comprendidas sus edades
entre los 12 y 2 años, la enfermedad, a los dos primeros cuan-do
se curaba «tomando sudores que fueron con abundancia,
~ J Sh ijos, Como eran phr e r , 10s amstaha en su mismo ler.hn»;
mientras a los dos menores los había concebido ya declarada
afectada.
La enfermedad, sobre todo la lepra, se manifestaba en la
mayoría de los lazarinos de forma sorpresiva, muchos, como
ya se mencionó con anterioridad, señalaban a un susto repen-tino
su inicio -como Pedro Alvarez vecino del Valle de Santa
Inés en Fuerteventura, al señalar la razón primigenia de su
padecimiento «los temores que tubo de ser tomado para ser-
Núm. 46 (2000) 479
6 4 PEDRO C. QUINTANA ANDRÉS
vir a las órdenes del coronel don Ysidro Barradas, atribuyendo
su mal no sólo a ésto sino a los sitios en que se vio precisado
a ocultarse para no ser habido»-, calor, a enfados74 o a
cosencuencia de un maltrato75, y los síntomas se presentaban
con gran rapidez, a los tres o cuatro días de haberse produci-do
la situación alegada por cada uno de ellos, aunque su pe-ríodo
de incubación era mucho más largo. Varios afectados
por la lepra, en menor grado la elefancía, se encontraban en
poco tiempo con su cuerpo invadido por la enfermedad, la
cual progresaba rápidamente -Eufemia de Paíz en cinco años
vio progresar el mal con gran virulencia, convirtiendo a su
cuerpo en una llaga»- ya que la falta de una medicación, ali-mentacion
e higiene adecuada supusieron un acicate para la
lepra y la elefancía.
En algunos casos los pacientes se trasladaron de lugar de
residencia para intentar curarse, ya por la presencia en las
áreas de destino de médicos reconocidos en la lucha contra
el mal, ya por acosejarles los de su lugar de origen pasar a
una zona donde existiera un clima más propicio para ali-viarles.
Entre los escasos ejemplos citados sobresale el de
José Peña, vecino de Telde, que en 1835, tras regresar de la
isla de Cuba hacía dos años, se le manifestó la lepra y para
curarse su médico le recomendó trasladarse a la isla de La
Palma.
Los testimonios de los beneficiados y párrocos se intenta-ron
ajustar a la realidad del lugar aunque, en algunos casos,
se obviaron dar contestación a las diversas cuestiones estable-cidas
por el Obispo en su informe o se recogieron los datos
de modo generalizado, en muchas ocasiones para ocultar de-clarar
a ciertas persoíias de! hgar por tales !azarinvc, ante
74 La citada María del Pino Moreno, de 32 años, residente en Arreci-fe
aunque originaria del barrio de San Lázaro de Las Palmas, aseguraba
haber contraído el mal por «un arrebato de enfado que tomó con una besi-na,
porque a los tres días de aberlo tenido se le llenó todo su cuerpo de
ronchas..
75 José Perdomo, interno en el Hospital de San Lázaro, llevaba 26
años soportando la enfermedad, desde los 14 de edad, la cual se le mani-festó
«a resultas de una calda, que le dejaron por muerto».
480 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
posibles marginaciones sociales. Uno de los ejemplos registra-dos
en la documentación es el aportado por los beneficiados
de Telde cuando se refieren a María de la Encarnación Muñoz,
viuda de don Juan Romero, recluida y ocultada a todos en su
casa por lo cual no se le consultó «a causa de que pueda esta
novedad causarle alguna alteración más en su salud)). Varios
párrocos manifestaban sus dudas en señalar como lazarinos a
ciertos vecin