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EL ESCUDO
DE SANTA CRUZ DE TENERIFE
PO R
ANTONIO RUMEU DE ARMAS
I. LA GUERRA Y LA PAZ
1. El frustrado desembarco en Santa Cruz de Tenerife
en 1797 de la infantería de Marina inglesa
al mando del almirante Nelson
Las relaciones entre España e Inglaterra en el siglo XVIII se
caracterizan por reiterada hostilidad. Las guerras fueron muy
sonadas. Sólo cabe destacar una excepción, la guerra contra el
gobierno de la Revolución francesa en que juntos combatimos
ambas naciones; recuérdese el sitio de Tolón.
La alianza del rey de España con el Directorio francés en-cendió
una nueva contienda de la que fue episodio fundamen-tal
el ataque del almirante Nelson a Santa Cruz de Tenerife el
25 de julio de 1797.
El almirante inglés se presentó en la ribera del mar con
navíos, marineros y soldados.
El plan de Nelson era de una audacia rayana en la temeri-dad.
Se olvidó de los entorchados de almirante por los de capi-tán
general. Los navíos enmudecieron mientras la infantería de
Marina asumiría un papel preferente.
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ANTONIO RUMEU DE ARMAS
El plan de Nelson era ocupar por la espalda el poderoso cas-tillo
de San Cristóbal concentrando toda la infantería de Mari-na
en la plaza de la Pila (hoy de la Candelaria). Los soldados
iban provistos de pequeñas escalas, hachas y martillos. Si el
éxito coronaba la operación, quedarían cautivos el comandante
general Antonio Gutiérrez con todo su Estado Mayor.
Para llevar a cabo el desembarco, tres opciones quedaban a
la elección del almirante inglés:
1.ª La playa pedregosa situada al pie de la bella Alameda
de Branciforte.
2.ª El muelle de Santa Cruz, recién construido, y
3.ª La caleta de la Aduana, conocida anteriormente con el
nombre de caleta de Blas Díaz.
¿Por cuál de estos lugares estratégicos se inclinaría el almi-rante
inglés?
2. El desembarco inglés en el muelle de Santa Cruz
La operación concebida por Nelson para sojuzgar a Santa
Cruz de Tenerife tenía un único y exclusivo objetivo: apoderarse
del muelle.
El Diario del almirante es tan expresivo como sobrio:
A las doce de la noche los botes de la escuadra que con-tenían
700 hombres se adelantaron hacia la plaza.
Líneas adelante prosigue:
Cada capitán estaba inteligenciado de que el desembar-co
debía hacerse por el muelle, y que desde allí debían en-caminarse
a la plaza principal, en donde se formarían en ba-talla.
Hay que apuntar en el desarrollo de la operación un lamen-table
fallo. Con la oscuridad de la noche y el impetuoso oleaje
la mayor parte de las lanchas no acertaron a descubrir el mue-
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El castillo de San Cristóbal y el muelle.
Escudo ampliado.
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lle, derivando hacia el mediodía para encallar en la Caleta, la
playa de las Carnicerías y el barranco de Santos.
Este error hizo pensar al mando español que el asalto a la
plaza estaba planeado como una operación militar múltiple, con
desembarcos simultáneos en distintos puntos de la costa sureña.
Nelson, con un grupo de valientes, acertó a dar con el mue-lle,
con olfato de sabueso y mirada de águila. La pluma del al-mirante
es un testimonio vivísimo de cuanto pasó en los más
trágicos minutos de su existencia. El Diario de campaña se ex-presa
así:
Los capitanes Freemantle, Bowen y yo, con cuatro o cin-co
botes, atacamos el muelle, y aunque defendido por 400 ó
500 hombres, conseguimos clavar los cañones de su batería;
pero fue tal el fuego de metralla y mosquetería que se nos
hizo de la ciudadela y casas circunvecinas que no pudimos
adelantar un solo paso, habiendo sido casi todos muertos o
heridos.
3. Desarrollo puntual de las operaciones bélicas
III. El primero en alcanzar la superficie del muelle fue el
capitán Bowen, quien clavó los cañones de la batería
emplazada en la cabeza del mismo, con la colaboración
de un puñado de audaces marineros.
III. Repliegue inmediato de las milicias allí estacionadas.
III. Acción ininterrumpida de los cañones y fusilería sobre
el muelle, que fue materialmente barrido por la metra-lla,
haciendo volar por los aires el cuerpo de Bowen y
sus compañeros. La misma suerte corrieron los tenien-tes
Thorp, Earnshaw, Robinson y Basham.
¿Dónde se hallaba Nelson en el decisivo instante? En el últi-mo
de los botes, disponiéndose a saltar a tierra. Se escuchó
entonces el ronco sonido de un disparo de cañón y un grito
desgarrador... El almirante yacía gravemente herido.
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ANTONIO RUMEU DE ARMAS
4. Episodios secundarios
Un segundo episodio hay que destacar, que se produjo en las
primeras horas del amanecer. Fue éste la infiltración por la pla-za
de las Carnicerías de un grupo de marineros e infantes man-dados
por el capitán Troubridge. Habiendo bogado a la deriva
fueron a parar lejos del muelle, en la zona más meridional de
la urbe. Agazapados en la playa esperaron a las primeras luces
del alba, para conseguir, a la desesperada, hacerse fuertes en el
convento de Santo Domingo, con la esperanza de recibir esfuer-zos
que nunca habían de llegar.
5. Una capitulación honrosa
Acorralados inmediatamente por las tropas de la guarnición,
los combates se reanudaron. Para los ingleses no pacería haber
más que dos opciones en aquel callejón sin salida: sucumbir
matando o rendirse a discreción. El capitán Troubridge se las
ingenió para proponer una capitulación honrosa, con garantía
de libertad para sus hombres. El general Gutiérrez la aceptó con
toda generosidad.
Lo que sobrevino después, en el momento de la paz, con-mueve
y emociona. Los soldados de uno y otro bando frater-nizaron.
Los hospitales de Santa Cruz se abrieron para todos los
heridos sin distinción de nacionalidades. Las vituallas y el vino
se repartieron generosamente. Las embarcaciones españolas
transportaron a la escuadra a los ingleses liberados. Y hasta se
permitió comprar víveres en los mercados insulares.
La reiterada generosidad de los tinerfeños conmovió al hé-roe.
Nelson pidió papel y pluma, y, con su mano izquierda tem-blorosa,
firmó una carta de gratitud para Gutiérrez tan emotiva
como sincera. La misiva venía acompañada de una barrica de
cerveza y un queso. El comandante general de Canarias respon-dió
al almirante británico en similares términos, haciéndole ob-sequio
de un par de limetones del afamado vino malvasía de
Tenerife.
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En el momento de abandonar la isla, Horacio Nelson recla-mó
el parte de la batalla para conducirlo personalmente a Cádiz;
prometiendo que ningún navío británico hostilizaría una tierra
donde la nobleza y la caballerosidad eran dones consustancia-les
con la manera de ser de sus habitantes.
II. LA VICTORIA: HONORES Y DISTINCIONES
1. Situación político-económica de Santa Cruz
de Tenerife a finales del siglo XVIII
Nadie, después de una victoria, ha dejado pasar de cerca la
hora de las recompensas sin saber aprovecharla. Tal pudiera
decirse también de Santa Cruz de Tenerife, que desde el punto
y hora que conoció el triunfo se aprestó a ver llenados los
anhelos que eran sueño dorado de sus moradores desde hacía
largos años.
Santa Cruz de Tenerife no era en 1797 sino una plaza fuer-te,
humilde lugar en la consideración y trato oficial, cuando ya
dejaba de ser humilde por su población, potencia comercial e
importancia. El número de habitantes se había elevado de alre-dedor
de 1.200 a principios de siglo a más de 10.000 en 1797.
La residencia del comandante general dentro de su caserío
durante todo el siglo XVIII, desde que el marqués de Vallehermoso
se estableció de una manera definitiva en Santa Cruz, contri-buyó
no sólo a prestigiar la población, sino a aumentarla indi-rectamente
con la serie de oficinas y organismos anejos que no
hay por qué repetir aquí.
El aumento de su población, las reformas urbanas introdu-cidas
en su caserío y la construcción del muelle, obra impor-tantísima
por lo que al tráfico se refiere, son otros tantos expo-nentes
del estado de prosperidad, riqueza y encumbramiento de
este «lugar, puerto y plaza», que ni siquiera alcanzaba el honor
de poderse titular como villa.
A mediados del siglo XVIII, Santa Cruz de Tenerife era uno
de tantos pueblos de la isla sujetos a la jurisdicción del famoso
Cabildo lagunero, teniendo por toda vida municipal un alcalde
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que no podía conocer en juicios cuya cuantía excediera de die-ciocho
reales. Esta irritante equiparación a los demás lugares de
la isla, en su mayor parte diminutos y de escasa importancia,
hacía que todos los juicios y demandas excedentes de esta suma,
que los vecinos interponían sin descanso por la actividad comer-cial
del puerto y los encontrados intereses a que aquel intenso
tráfico daba lugar, tuviesen que ser vistos y fallados en La La-guna,
con los consiguientes gastos, dilaciones y pérdidas.
De este estado vino indirectamente a sacarlo una Real cédu-la
del rey Fernando VI expedida el 27 de febrero de 1752, por la
que disponía que en todos los pagos y parroquias de la isla se
nombrase un alcalde pedáneo sin otra jurisdicción que conocer
hasta la cuantía de dieciocho reales, pero con el grave inconve-niente
de que la propuesta se haría entera por el corregidor y
la designación por los oidores de la Real Audiencia de Canarias.
Santa Cruz de Tenerife consideró lesionados sus intereses por
esta norma legal e interpuso sus reclamaciones por medio del
procurador síndico don Roberto de La Hanty, y siendo atendi-dos
sus fundamentos (puesto que la reforma suponía un retro-ceso
con nuevas trabas y vejaciones), el Rey, previo informe fa-vorable
de la Real Audiencia, expidió la Real cédula de 18 de
enero de 1755, facultando a los alcaldes para conocer por deu-das
personales y juicios contenciosos hasta la cuantía de tres-cientos
ducados, con derecho de apelación ante la Real Audien-cia
de Canarias. Y éste era, en líneas generales, el estado de la
administración local en Santa Cruz al ocurrir, en 1797, el reso-nante
triunfo sobre la escuadra de Nelson.
2. Los Patronatos religiosos
Bajo este influjo, la primera determinación de su alcalde don
Domingo Vicente Marrero fue dirigirse al corregidor para que
autorizase la celebración de una ceremonia religiosa y patrióti-ca,
con objeto de colocar a la «villa» en ciernes bajo el tutelaje
espiritual del Apóstol Santiago, y no hallando obstáculos al caso,
pudo convocar por edictos a todo el pueblo para que se congre-gase
el día 29 de julio de 1797 en la iglesia del Pilar.
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Allí, a la vista de los vecinos congregados, pudo el alcalde
Marrero dar testimonio de la fe común de su pueblo proclaman-do,
«como Alcalde Real de esta Plaza..., por patronos tutelares
de ella a la Santa Cruz y al apóstol Santiago... en memoria de
los beneficios que por su intercesión hemos recibido del Dios
Santo e inmortal, venciendo a los enemigos de la Corona y triun-fando
de sus armas en el mismo día del glorioso apóstol».
3. El villazgo y el escudo
Después de estos primeros homenajes llegó el momento para
sus autoridades de actuar cerca de la corte cumpliendo las indi-caciones
del comandante general don Antonio Gutiérrez, quien
juzgaba fácil que el rey Carlos IV, en premio y remuneración de
la victoria, concediese a Santa Cruz el título de villa. Con este
fin, el 5 de agosto de 1797 reuniéronse privadamente el alcalde
y diputados, acordando que el abogado de los Reales Consejos y
Síndico del lugar, don José Zárate, recopilase antecedentes, jun-tase
razones abundantes de peso y añadiese la crónica escueta
y justa del glorioso acontecimiento, para que todo en común
contribuyese a mover el ánimo del soberano para elevar a San-ta
Cruz al rango de villazgo.
El expediente, más voluminoso de lo necesario, pues el triun-fo,
solo, había ganado de antemano la partida, contenía multi-tud
de Reales cédulas, estadísticas y hasta un proyecto o diseño
del escudo de armas de la «Muy Noble e Invicta Villa de Santa
Cruz de Santiago», como en la representación de 13 de septiem-bre
era llamada por los solicitantes.
Don Antonio Gutiérrez, como iniciador de la idea, se dio
buena prisa en trasladar el expediente a la corte, y no tardó
mucho tiempo en llegar a Santa Cruz la noticia del logro com-pleto
de sus aspiraciones. Carlos IV, por su Real decreto de 27
de noviembre de 1797, concedía a Santa Cruz de Tenerife el tí-tulo
de villa con los dictados anejos de noble, invicta, que se
solicitaban, más el de leal que el monarca añadió por su cuen-ta.
Este Real decreto, que fue comunicado a Gutiérrez por me-dio
de un oficio firmado por el secretario de Justicia, don Gaspar
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de Jovellanos, no fue conocido en Santa Cruz hasta el mes de
febrero de 1798, siendo acogido con manifestaciones de público
entusiasmo y celebrado con regocijos populares.
El escudo heráldico de Santa Cruz planteó al Ayuntamiento
una delicada situación: si dejaba el dibujo en manos de los Re-yes
de Armas del Consejo Real se imponía la rutina de los escu-dos
en serie usando como piezas columnas, arcos, torres, puen-tes,
animales, árboles, etc.
Por tal razón, la autoridad local decidió elaborar su propio
diseño, obra de un competente maestro heraldista de nombre
desconocido.
He aquí el diseño con su ordenación:
1. El escudo (parte superior derecha).
2. Explicación del mismo (parte inferior derecha).
3. Análisis de piezas y emblemas (parte lateral izquierda).
La lámina fue remitida a Madrid el 3 de septiembre de 1798
y la aprobación por Carlos IV se llevó a efecto por Real cédula
el 28 de agosto de 1803.
El expediente y la lámina se conservan en el Archivo Histó-rico
Nacional, Sección de Consejos suprimidos, legajo 13.248.
La lámina se publica por primera vez.
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EL ESCUDO DE SANTA CRUZ DE TENERIFE
TEXTO DEBAJO DEL ESCUDO
Ensayo de un Escudo de Armas, con que el Puerto y Plaza de
Santa Cruz de Tenerife puede esperar se sirva a distinguirle la Real
Munificencia, si S.M. tuviese á bien condecorarle con el título de
VILLA.
DESCRIPCIÓN BLASONADA DE SUS ESMALTES Y FIGURAS
Escudo ovalado: en campo de Oro (1), una Cruz de Sinople (2),
aislada, por cuyos quatro extremos se descubren los otros quatro
de la Espada de Gules de la Orden de Santiago (3), brochante; con
tres Cabezas de Leon, de Sable (4), dos en los flancos, á derecha é
izquierda de la Cruz, y la otra baxo su extremo inferior, á la qual
atraviesa la hoja de dicha espada.- En Bordura, de Azul ondea-do
(5), una Peña ó Isla de figura piramidal, en medio del Gefe (6):
tres Castillos (7), dos en los flancos y el otro abaxo: quatro Áncoras
interpoladas (8); la Isla, Castillos y Áncoras de Plata.- Y por timbre
una Corona ducal de Oro, ú Real si fuese del Soberano Agrado.
TEXTO A LA IZQUIERDA DEL ESCUDO
SIGNIFICACIÓN É INTELIGENCIA DEL ESCUDO DE ARMAS
(1) Campo de Oro: expresa la lealtad mas acendrada y fina,
con que ha brillado siempre en este territorio el amor de
los Xefes y Habitantes de Tenerife en defensa del Sobera-no
y de la Patria.
(2) Una Cruz: por haberla fixado en esta Ribera (llamada ántes
Añaza) el Adelantado D. Alonso Fernández de Lugo, el día
de 1º de Mayo de 1493, en que, por la primera vez, aportó
á ella, y erigíola Altar, en que se celebro la primera Misa
el 3, dia de su Invencion: intitulándose desde entonces
Puerto de Santa Cruz; cuya denominación conserva aun
este Pueblo, que la venera como á su Titular: = Verde: por-que
no se marchite su devoción ni desmaye la esperanza,
que funda en su protección, de obtener mayores triunfos
de sus Enemigos: a cuyo fin trata de aclamarla en debida
forma por Patrona.
(3) La Espada, ó Cruz de la Orden de Santiago: como insignia
característica del Sto. Apóstol y Patron General de España,
en cuyo dia alcanzó, por su intercesion, como piadosamen-
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ANTONIO RUMEU DE ARMAS
te lo cree, la última y mas señalada Victoria de sus Enemi-gos:
por lo que tambien pretende reconocerle por especial
Protector suyo, y, añadiendo religiosamente su nombre au-gusto
al primitivo, intitularse N. de Santa Cruz de Santia-go.
= Roxa, por serlo la de la Orden, y por la mucha san-gre
que costó al Enemigo el desembarco.
(4) Tres Cabezas de Leon: este animal sirve de cimera al Es-cudo
de Inglaterra, cuya cabeza se representa quebranta-da
en las tres Invasiones que aquí ha practicado esta Na-ción:
1ª por el Almirante Roberto Blake, en 30 de Abril de
1657, siendo Capitan Gen. D. Alonso Dávila, con el fin de
apoderarse de la rica Flota de D. Diego de Egues, que no
logró: 2ª por el Almirante Juan Génings, en 6 de Noviem-bre
de 1706, que, mandando las armas al Corregidor y
Capitan á Guerra D. Joseph de Ayala, por ausencia del
Capitan General D. Agustín de Robles, intentó con engaño
y armas someter al Archiduque estas Islas, que siempre
reconocieron al Sr. D. Felipe V por su legítimo soberano: y
3ª por el Contra-Almirante Horacio Nelson, que desembar-co
sus tropas la madrugada del 25 de Julio de este año de
1797, en que es su digno Comandante General el Exmo. Sr.
Don Antonio Gutierrez, con el objeto igualmente frustrado
de sorprender la Plaza, y apoderarse de los caudales
publicos con el cargamento de una Fragata de la Compa-ñía
R. de Filipinas = Negras, porque lo han sido las tres
empresas, que le cubren de otros tantos borrones: = La
atravezada con la Espada denota el gran destrozo que,
para escarmiento suyo, experimentó últimamente por mar
y tierra.
(5) Bordura de Azul ondeado: por el Mar atlántico que le baña.
(6) Una Ysla: la de Tenerife con su famoso Téyde. = De Plata,
tanto por la nieve que le cubre, quanto por el candor de
su fidelidad jamas violada.
(7) Tres Castillos: los de esta Plaza = Del propio metal, porque
lo han valido siempre en su defensa.
(8) Quatro Áncoras: por su Puerto de Mar. = Tambien de Pla-ta,
asi por su limpieza é importancia, como por la riqueza
que en él se han salvado de la codicia enemiga.
Presentado al Exmo. Señor Comandande Gral. Don Antonio
Gutierrez, el 25 de Agosto de 1797,
En Celebridad de los felices Dias de la Augusta REYNA, nuestra
Señora, que Dios guarde.
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