mdC
|
pequeño (250x250 max)
mediano (500x500 max)
grande
Extra Large
grande ( > 500x500)
Alta resolución
|
|
SOBRE LA UBIc~AC~IóND E LAS ISLAS DE LOS AFORTUNADOS EN L'A ANTIGÜEDAD CiLÁSICA P O R ENRIQUE GOZALBES CRAVIQTO 1. La existencia real de unas determinadas islas, situadas en el Océano Atlántico, caracterizadas por una muy especial bondad del clima y de la producción vegetal, pobladas por una serie de habitantes que se encontraban inrnersos en una situa-ción de felicidad y de justicia social e individual, fue una cues-tión que se convirtió en un verdadero tópico en el mundo anti- @o. Incluso la afirmación de que existían unas islas de los Afor-tunados, constatación o mera especulación, dio tanto de sí que podemos observar su continuidad en la literatura geográfica medieval; especialmente en los autores árabes de los siglos IX al XIV podemos ver la referencia de que existían unas aislas Eternas)) o ((islas de los Afortunados)), con una indiscutible i i l a n + ; C i n s n ; X . - . nnn al s r n h i n i d l a m r . Aa la0 P s n s r i o c 1 IL4CiIIIILILbLliCiL"ll - V I L GL 'AL b I L L y L Q I a 5 " LCb IU.3 ULWIUL ILIiU . En todo caso, los textos de la antigüedad clásica al respecto 1 E. SEERAR AFOLS(:( LOS árabes y las Canarias prehispánicas)), Revista de Historia, 15, 1949, pp. 161-177; R. MAW: Les navigations médievales sur les ¿.dies su;iüí-~eíiíiesü nielte-drs &, iu u"gcGiiuerte poí-i¿iyatse, LisLfia, IJW; J. VERNET(:{ Textosá rabes de viajes por e! Atlántico)),A NUARIOD E ESTUDIOS ATLÁNTICO17S,, 1971, PP. 401-427. También en los textos poéticos castellanos de la Edad Media se mantiene el tema de las islas de los Afortunados, cf. A. NAVARREOl : mar en la literatura medieval castellana, La Laguna, 1962. Núm. 35 (1989) 2 2 ENRIQUE GOZALBES CRAVIOTO de las islas de los Afortunados son de dos tipos diferentes. Ello salta a la vista a cualquiera que realice una recopilación de los mismos. Por una parte encontramos las referencias generales del tipo que podríamos llamar filosófico y poético, pero que no dejaba de tener su amplia vertiente moralizante y religiosa. En gran manera, el mito de la existencia de las islas de los Afortunados era una autoafirmación religiosa desde el punto de vista del paganismo greco-romano. Así se lo planteaba el griego Píndaro cuando señalaba el lugar como prueba de la justa decisión de Radamantoz, Tíbulo cuando indicaba que la diosa Venus lo conduciría a las islas de los Afortunados3, o Virgilio: «Hecho esto, y habiendo cumplido ya con la diosa, llegaron a los sitios risueños y a los amenos vergeles de los bosques afortunados, moradas de felicidad. Un aire más puro baITa aq-uel~os u, uriiiaiite 4. Pero por otro lado, a partir de la época del cambio de Era, encontramos otra serie de textos que son de un contenido dis-tinto a los anteriores, es decir, que son de naturaleza geográ-fica. En estos documentos se ubican las islas de los Mortunados en un lugar concreto que, a grandes rasgos, coincide con el archipiélago canario. Este es el tipo de referencias que encon-tramos en el siglo I en autores tales como Plinio el enciclope-dista y en el siglo 11 en el geógrafo Claudio Ptolomeo 'j. Esta clasificación de los textos cláisicos referidos a las islas de los Afortunados nos permite establecer una determinada ordenación cronológica. Inicialmente se produce una inven-ción de tipo literario, basado en la poesía, la filosofía y la reli-gión pagana, acerca de un lugar en el cual los habitantes ha-brían logrado la plena felicidad. Tema surgido en la literatura griega pero que en el período romano tendría wi especial desa-rrollo en poetas de época augustea. En una segunaa fase, ese lugar se tendió a hacer concreto y se emplazó en un extremo del mundo conocido, en el Océano Atlántico, y en unas islas PINDAR: OO limp., 11, 77-73. ' F l n l r r ri . Plnn Aux,Liu. Y C G y . , 1, 3, 58. VIRGILIOE:n ., VI, 637-644. PLINIO: N. H., VI, 201 y SS. PTOLOMEO: Geog., IV, 6. ANUARIO DE ESTUDIOS ATLhNTZCOS muy lejanas. Finalmente, esas islas de la felicidad se identifi-caron con unas más concretas, las d.el archipiélago de las Ca-narias, en el momento en el cual se detectó la existencia del mismo. 2. Diversos especialistas en Historia de la Antigüedad han estudiado, en trabajos monográlfi~cos, las fuentes literarias del mundo clásico, griegas y latinas, referentes a las islas de los Afortunados. En realidad, a1guna.s de estas fuentes literarias clásicas eran ya conocidas y utilizadas por los eruditos desde la misma época de la conquista de las islas Canarias. A este respecto podemos mencionar como más significativo el trabajo que en 1849 publicó Sabino Berthelot; en el mismo afirmaba que los primeros exploradores reales de1 archipiélago canario fueron los enviados, en época de Augusto, por el rey Iuba 11 de Mauritania, mencionando algunas de las fuentes literarias acerca de las islas de los Afortunados 7. Pero quien en los tiempos modernos inició los estudios mo-nográficos sobre la materia fue el sabio alemán Adolph Schul-ten. En un trabajo publicado en 1946 recogía toda una serie de testimonios clásicos acerca de las islas de los Bienaventurados; en este trabajo defendía que estas referencias, muchas de ellas meramente poéticas, eran tanto a las Canarias como a Madera s. Los estudios sobre la cuestión continuaron con el desarro-llado por Álvarez Delgado que se centró, de forma muy especial, en la mención que Plinio hizo de las islas Canarias a partir de fuentes anteriores (Estacio Seboso, Iuba II). Para Alvarez Del-gado las islas de la Púrpura, insula Purpurariae del rey Iuba 11 de Mauritania, no eran otras que las Canarias; en esa época nabrían siuo coionizauas por gétuios Üestinados a estas indus- 7 S. BERTHELOETtn:o grafia y anales de la conquista de las islas Cana-rias. Trad. de J . A. MALIBRA1N8,4 9', r e d . de Santa Ci-uz de Tenerife, 1978, PP. 14-15. 8 A. SCBULTE(N(L: as islas de los Bienaventuradosn, Ampurias, 7-8, 1945- 1946, pp. 5-22. Dicho trabajo había sido ya publicado en 1926 en alemán bajo el título de «Die Inseln der Seligenn. Muchas referencias, con los puntos de vista del autor, en su libro Tartessos, 2." ed., Madrid, 1971. Núm. 35 (1989) 19 4 ENRIQUE GOZALBES CRAVIOTO trias y que serían el núcleo étnico inicial de los guanches y. No obstante el interés de la tesis de Álvarez Delgado, hoy está prác-ticamente descartado que las Canarias fueran las Purpurariue insulae; incluso las instalaciones industriales de fabricación de púrpura para el rey Iuba II han sido descubiertas parcialmente por la arqueología en los antiguos islotes de Mogador, la actual Essaouira lo. La investigación al respecto de las citas clásicas sobre las islas Afortunadas fue continuada por el francés Philippe Schmitt, que centró su estudio en los textos que más claramente se refe-rían a las islas Canarias. Schmitt dejaba de lado las referencias A de los poetas y filósofos greco-romanos, para centrarse en los : E textos de tipo geográfico. Muy probablemente su mayor aporta-cjbrL 2 estos esh&ios füe la de relaccginu nCaanarirm, - muchas dudas, las islas que aparecen mencionadas en el famoso ((Periplod e Hannón))l l. SE Por las mismas fecha6 que Schrnitt, partiendo de bases y 1 objetivos diferentes, publicaba Antonio García y Bellido un pe- - - 0 m 9 J. ALVAREZ DELGADO((:L as islas Afortunadas en Plinion, Revista de E Historia, 11, 1945, pp. 26-61; tesis mencionada en su trabajo ((Leyenda eru- Z dita sobre la población de Canarias con africanos de lenguas cortadas)), ANUARIO DE ESTUDIOAST LÁNTICO2S3, , 1977, p. 51. En todo caso, sobre los % guanohes y su procedencia africana, cf. L. DIEGOC USCOYL:O S guanches: 2 vida y cultura del primitivo habitante de Tenerife, Saiita Cruz de Tenerife, 1968; L. BALOUT((:R éflexions sur le probleme du peuplement pré-historique de 1'Archipel Canarienu, ANUARIO DE ESTUDIOAST LÁNTICO15S,, 1969, pp. 133- 5 145; G. SOUVILL(E(R: emarques sur le probleme des relations entre 17Afri-que du Nord et les Canaries au Néolithique~,i bid., pp. 367-383; M. TARRA-DELL: «LOS diversos horizontes de la prehistoria canaria)), ibid., pp. 385391. Hasta hace poco la fechación más antigua por el método de C-14 era la del año 292 d. de C. en la isla de Gran Canaria, C. MARTÍN DE GUZMÁN: ((Fechas de Carbono-14 para la arqueología prehistórica de las islas Ca-narias)), Trabajos de Prehistoria, 33, 1976, pp. 318-328; L. DIEGO CUSCOY: ((Las Canarias prehispánicas)), Historia-16, 85, 1983, p. 46, menciona una fechación del siglo I en Gran Canaria (Caserones). 10 A. JODIN: Les étaóiissements du roi juba ii aux iies Purpuraires, Rabat, 1967. 11 m. SCHMITT(: (Connaissance des Ilec Canaries dans lJAntiquitén, Latomus, 27, 1968, pp. 362-391. Acerca del periplo de Hannón tratamos m8s adelante con abundante bibliografía. 20 ANUARIO DE ESTUDIOS ATIANTICOS queño librito en el cual analizaba con cierta amplitud la cues-tión de las fuentes clásicas sobre las islas de los Afortunados. Incluía en sus estudios todo tipo de referencias a islas miste-riosas en el Atlántico y llegaba a la conclusión de que, si bien en algunos casos podían tratarse de las Canarias, en otros mu-chos las citas eran de las Azores o de Madera 12. Hace al,gunos años, en las páginas de esta misma revista, publicaba José María Blázquez otra síntesis general acerca de las fuentes literarias antiguas sobre todo tipo de islas descono-cidas en el Atlántico. En este trabajo, Blázquez defendía que la mayor parte de estas citas eran referentes a las islas Canarias 13. Finalmente, en fechas más recientes ha publicado Antonio Cabrera Perers una monografía sobre las citas clásicas de las islas Canarias 14. Este trabajo no avanza mucho acerca de los probiemas pianteacios por ias fuentes, fuñdairimtaimeiiie püi-el desconocimiento de la mayor parte de la bibliografía sobre la cuestión; no obstante, supone un trabajo bastante válido por recoger los textos concretos griegos y latinos con traducciones aceptables. En consecuencia, pese a no suponer un avance sus-tancial en las interpretaciones, sí se ha constituido en un impor-tante elemento de trabajo. 3. La identificación de las islas Afortunadas con el archi-piélago canario no es un producto de la historiografía moderna. '2 A. GARCÍYA BELLIDOL: as islas Atkínticas en el mundo antiguo, Las Palmas de Gran Canaria, 1967, en donde se analizan los datos aportados por el Pseudo-Aristóteles, periplo de Eufemo de Caria, periplo de Eudoxo, la exploración d.e Iuba 11, la cuestión de Sertorio y las menciones de Estrabón, Mela, Plinio y Ptolomso. Presta especial atención a la publica-ción de dos ánforas probablemente romanas descubiertas bajo el mar, junto al islote üe ia Graciosa. 13 J. M. BLÁZQUEZ((: Las islas Canarias en la Antigüedad)),A NUARIO DE ESTUDIOAST L~TICO23S, ,1 977, pp. 35-50, donde nuevamente se analizan las fuentes literarias, defendiendo que ya fenicios y cartagineses conocieron las islas Canarias. 14 A. CABRERPAE RERAL: as islas Canarias en el mundo clásico, Las Rilrnas cle Graii Cma-ria, 1388, pp. 53-76 y textcs e= 21:. 8M?. E! mtcr ciona un trabajo de A. HERRERPAIQ UÉ: ((Las islas Canarias en la antigüe-dad)), Revista Aguayro, núm. 167, septiembre-octubre de 1986, 20 páginas que no hemos podido consultar. Núm. 35 (1989) 21 6 ENRIQUE GOZALBES CRAVIOTO Nuestro trabajo está dedicado al seguimiento de la cuestión de las mencionadas islas, cómo el mito del paraíso pagano se tras-ladó a una zona concreta y cuando en el lugar que se suponía debía encontrarse efectivamente aparecían un conjunto de islas. Por nuestra parte no vamos a tratar d.e realizar una recopila-ción de las fuentes literairas, ni siquiera a su detenido análisis, temas para los cuales remitimos a los trabajos mencionados más arriba. Esta investigación está orientada a prof~uidizar en el contexto histórico de las fuentes clásicas acerca de las islas Canarias. Ya en el siglo I a. de C., y en el ámbito de la romamización, era muy clara o evidente la identificación de las islas de los Afortunados con el archipiélago de las Canarias. Este hecho lo detectamos perfectamente en el año 81 a. de C. cuando el ge-fiera1 roinaíio Sertorio, en el .icontexio de las guerras civiies romanas en Hispania, sintió la tentación de refugiarse en las llamadas islas de los Afortunados, retirándose así de todo tipo de actividad pública o militar. En Roma no existía precisamente una información precisa al respecto. Cuando más tarde el poeta Horacio hable de las islas de los Afortunados, lo hará de una forma muy general, sin que ello significara una ubicación con-creta: «Nos llama el Océano circunvago. Y en él copiosos cam-pos e islas privilegiadas nos esperan: Islas en las que el suelo, sin cultivo, se dora cada año de cosechas. ..» 15. Por el contrario, Sertorio encontró en el Sur de Hispania magníficos informantes. En la ciudad de Gades, principal puerto de navegación por el Atlántico, Sertorio obtuvo una informa-ción bastante completa: las islas de los Afortunados eran dos, muy próximas la una a la otra, distantes unos diez mil estadios de navegación de Gades y que, al decir de sus informantes, corresponderian con ias antiguamente citadas por los filósofos como islas de los Afortunados 16. '5 HORACIOE:p od., XVI, 41-44; A. CARRERFAE RERAo,p . cit., texto en p. 95 y trad. en la p. 63. 16 SALUSTIHOis:t .; t. 100-102; A. SCI-IULTEFN.H : . A., IV; Barcelona, 1937, p. 166. Resulta significativo, por otra parte, que desde Gades Sertorio pasara a la ciudad mauritana de Tkzgi (Tánger) a luchar en una revuelta social que allí había estallado. El paso a la Maz~ritania es otro indicio 22 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS LAS ISLAS DE LOS AFORTUNADOS EN LA ANTIGÜEDAD C L ~ I C A ,7 Plutarco, en su panegírilco de Sertorio, se extiend'e algo más acerca de la cuestión. Para ello utiliza la misma fuente que Salustio: «Allí se encontró con unos marinos que acababan de llegar de dos islas del Atlántico separadas entre sí por un angos-to estrecho. Distan diez mil estadios del continente africano y son llamadas las Afortunadas. Gozan.. . de tal manera que entre aquellos bárbaros es muy frecuente la creencia de que allí era donde estuvieron los Campos Elíseos, mansión de los Biena-venturados cantados por Homeron 17. Los autores que han analizado este texto han llegado a di-versas conclusiones acerca del mismo 18. En nuestra opinión, no obstante, creemos que existe un dato que parece identificar estas islas con las Canarias. Salustio ofrece la distancia acer-tada de las mismas con respecto a Gades. Por el contrario7 P h z - tarco equivoca profundamente las distancias al consignar los diez mil estadios no desde Gades sino desde la costa africana. Pero el texto de Plutarco, que lee erróneamente una fuente co-mún a Salustio, es importante ya que indica claramente que las islas de los Afortunados se hallaban frente al continente africano. acerca de que las mencionadas islas no eran otras que las del archipiélago canario. Más adelante tratamos acerca de las navegaciones de los gadita-nos hacia las costas marroquíes. 17 PLUTARCOSe: rtorio, VIII. Aquí el autor confunde los diez mil es-tadios de distancia de Gades pero indica certeramente que las islas se hallaban frente a Africa, lo cual las ide~ntifica con las Canarias. El gusto de Sertorio por los episodios mitológicos de la región se demuestra con su intento de abrir la supuesta tumba del gigante Anteo que había falle-cido en su enfrentamiento con Hércules; STXABOXNV, II, 3, 7. Acerca de este episodio. E. GOZALBE«SE: l culto indígena a los reves en Ma2~~.rit.an2a Tingitana. Surgimiento y pervivencia)), Memorias de Historia Antigua, 5, 1981, pp. 155157. 18 A. SCAULTEoNp,. cit., consideró que las islas no podían ser otras que Madera y Porto Santo; A. GARCÍAY B n ~ ~ n op,. cit., pp. 22-23, y J. M. BLÁZQUEoZp, . cit., p. 43, se inclinan por las Canarias. A. CABRERA PERERAop, . cit., p. 58, acepta sin discusión que es referencia a las Canarias, afirmando: ((Según opinión muy admitida las dos islas a que se refiere el autor son las dos islas capitales, Gran Canaria y Tenerife; aunque tam-bién es muy probable que pueda referirse a Lanzarote y Fuerteventura, las dos islas mBs cercanas a los continentes europeo y africano.)) Núm. 35 (1989) ,23 8 . ENRIQUE GOZALBES CRAVIOTO 4. Como señalamos al principio de este trabajo, en el mun-do antiguo se originó un mito acerca de la existencia de un lugar concreto en el cual no cabía ni la infelicidad, ni la enfer-medad, ni mal de tipo alguno. Una tierra en la cual se situaría la morada de los felices y de los justos, cuya posesión seríc! patrimonio de los elegidos por los dioses. Sería además ese un lugar perfectamente organizado y en el que reinaría la armo-nía y la justicia absoluta. A todas estas cualidades se sumaba otra importante: la de ser una tierra de enorme fertilidad y que poseía un clima extraordinariamente agradable. Acerca de la sociología de los mitos clásicos nay mucho es. crito y queda poco nuevo por decir en una cuestión que, por otra parte, tiene mucho de subjetividad e interpretación actual. No obstante, ese mundo ideal de la mansión de los justos y los Afortunados vendría a ser la continuación de una perdida y pasada edad de oro, de un momento original pletórico de feli-cidad en la existencia de la Tierra y en la vida del hombre. Esta visión del pasado como paradisíaco, acerca de que todo tiem-po pasado fue mejor y que el ritmo de los tiempos en lugar de progreso marcaba decadencia, fue una constante en el mundo antiguolg. Esta «Edad de Oro» es un socorrido mito literario que llega hasta el elogio de la «Edad de Oro)) contenida en el Quijote. Pero el mito aparece ya reflejado en la obra Los tra-bajos y los d h s escrita en el siglo VII a. de C. por el griego He siodom. Precisamente Hesiodo, en su descripción de esa etapa áurea en la vida humana, mencionaba a los ((Bienaventurados)) aunque no ubicaba su tierra en lugar concreto alguno 21. 5. Pese a 10 indicado, fue Hesiodo el primer escritor griego que mencionó unas islas como el lugar del reino de la felicidad. En un párrafo distinto al antes citado indicaba lo siguiente: 19 S. MAZZARINO: El fin del mundo antiguo, México, 196.1. 20 Al respecto, c f .G . MOROCHO«E: l mito de la edad de oro en Hesíodon, Perficit, 4, 1973, pp. 65100. Sobre la cuestión igualmente pueden consul-tarse las breves referencias de J . CAROB AROJAL:a aurora de¿ pensamiento antropológico. La antropología en los clásicos griegos y latinos, Madrid, 1983, pp. 13 y SS. 21 HESÍODO: Trabajos y días, 137. 24 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLmTZCOS LAS ISLAS DE LOS AFORTUNADOS EN LA ANTIGUEDAD CLÁSICA 9 ((Éstos viven con un corazón exento de dolores en las Islas de los Afortunados, junto al Oceano de profundas corrientes, héroes felices a los que el campo fértil les produce fmtos que germi-nan tres veces año, dulces como la miel» 22. En consecuencia, en Hesiodo, ya en el siglo VII a. de C., el mito de las islas de los Afortunados estaba plenamente presente y además se ubica-ban estas islas en el Océano. Más adelante trataremos acerca del valor de la cita del Océano en Hesiodo. Con anterioridad a Hesiodo había sido otro poeta, el famoso Homero, el creador de mito acerca de la existencia de una tierra de los Afortunados. Es bien cierto que Homero ni le dio ese nombre ni la ubicó en islas, elementos ambos que sería Hesiodo el primero en incorporar. Pero el concepto que ofrece Homero serir? pnsteri~r?nmter ee!zbnriiG~ nr sr les escxiteres para Ia fijación de las islas en un lugar concreto del Atlántico. En los versos de Hornero encontramos lo siguiente: (dos inmortales te enviarán a los Campos Elíseos, al extremo de la tierra, donde está el rubio Radamanto. Allí la vida de los hombres es más cómoda, no hay nevadas y el invierno no es largo, tampoco hay lluvias sino que el Océano deja paso a los soplos de Zefiro que sopla serenamente para refrescar a los hombres)) ". La creación literaria de Homero acerca de los Campos Elí-seos será el punto de partida para la ubicación en el Océano Atlántico de las islas de 110s Bienaventurados. Ya en época de Augusto encontramos la plena identificación de los Campos Elíseos con las islas de los Bienaventurados, y su ubicación en las islas Camrias. Buen ejemplo a este respecto es el geógrafo Strabon. Llevado por su entusiasmo polr Hornero, a quien con-sidera supuestamente como el padre de la ciencia geográfica, Strabon considera que el poeta griego incluso había nabiado de las islas de los Bienaventurados; así en la relación de zonas que Homero habría mencionado, incluye Strabon: ((También las islas de los Bienaventurados que se hallan frente a los con-fines de la Maurosía hacia el Poniente, hacia donde concurre tamqDién límite occiderit& de A j-mgdr por m iií;i~bre * HESÍODTOr:a bajos y días, 171-173. :3 HOMEROO:dis ea, IV, 563-569. Núm. 35 (1989) '1 0 ENRIQUE GOZALBES CRAVIOTO resulta evidente que también estas islas fueron tenidas como felices por estar próximas a estas regiones 24. La convicción de Strabon acerca de que Hornero habPa conocido la existencia real de las islas de los Bienaventurados, situadas en el Océano Atlántico, no es otra cosa que una plasmación de algo que r e sultaba obvio para muchos autores cl6sicm. 6. A partir de la interpretación que se realizaba del men-cionado texto de Homero, lo que no era otrtru cosa que una plasrnación literaria de determinados mitos comenzó a tener notables contenidos de realidad. En efecto, la tierra de la feli-cidad, la establecida en las islas de los Bienaventurados, sería una continuidad viviente de los primitivos orígenes, de la «edad E de oro)), del mejor y más feliz tiempo pasado. Normalmente - estos paraísos y jardines paradisíacos, esos preciosos reinos E de la felicidad y de la justicia más perfecta, los antiguos griegos 2 los colocaron precisamente en islas. Ese carácter insular pre- -E sentaba una notable ventaja, la de posibilitar y explicar el aisla- $ miento de los Bienaventurados con respecto a los restantes - hombres. - 0 m E En este sentido, el mito de una tierra de los Afortunados O estaba destinado a concretarse en una o varias islas. Éste no fue un caso único ni mucho menos. Precisamente el filósofo E Platón situó su famoso mundo utópico en la Atlántida, en una ; isla más o menos extensa pero que, significativamente, también d ubicó en el Océano Atlántico. Pero el desarroilo del mito plató-nico acerca de la Atlántida y de su organización utópica, acerca de lo cual no nos vamos a extender por ser una cuestión archi-tratada, influyó de manera no mmos decisiva que el texto de H~rr,eree ri !u. creaciS11 dv! z i to de 12s islas de !m Afmtmados. 24 STRABON1, , 1, 5. NO obstante, también algunos griegos realizaron otra interpretación distinta. En el siglo v a. de C . HXRODOT11O1,, 26, ha-blaba de la isla de los Bienaventura.dos como una así nombrada par ]QS =g-ieg~;nyr fihi~a&+2,- 1 Ser de I g i p f ~N. ^ uhslar.te, e! p!,klnien,to no deja de estar directamente emprentahle con el de las islas Canarias; en esa época se creía que el vontinente africano era de tamaño mucho menor y que el Nilo procedía del Océano de la zona de las islas de los Afortunados. 26 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS En efecto, para Platón la isla Atlántida se caracterizaba por su inmensa fertilidad, «la isla, iluminada entonces por el sol, pro-ducía todos estos frutos vigorosos, soberbios, magníficos y en cantidades inagotables)) 25. Datos sobre la antigua Atlántida que continuarían manteniendo los posibles restos de esa tierra que serían las is1a.s de !os Afortunados. Otro autor del siglo 111 a. de C., Iambulo, describía de forma no menos imaginaria una isla maravillosa cuyos habitantes «viven en praderas donde encuentran todo lo necesario para subsistir, porque producen más frutos de los que precisan gracias a la bondad del sol y a la suavidad del clima)) 26. Aunque Iambulo no ubica en un lugar ni concreto ni general la supues-ta isla podemos ver de nuevo ese mito acerca del psraíso insular. Un autor de los alrededores del año 300 a. de C., Clitarchos, escribió una biografía, desgraciadamente perdida, de Alejand.ro Magno. Pero sabemos que, segun Clitarchos, a Alejandro Magno se le informó de la existencia en el Océano Atlántico (de una isla tan rica que sus habitantes daban un talento de oro por un caballo.. . y un monte sagrado cubierto de una sombría selva cuyos árboles exhalaban un olor de maravillosa suavidad)) 27. Por otra parte, la ubicación en islas de estas tierras mara-villosas no es exclusiva de los autores de la antigüedad clásica. Entre los árabes encontramos la misma consideraci~n; con anterioridad a que la lectura de Ptolomeo, traducido al árabe, 25 PLATÓN:C ritias, 115. Sobre la Atlántida, A. SCHULTENT:a rtessos, 2." ed., Madrid, 1971, pp. 159 y s.;A . GARCÍAY BELLIDO(:( La Atlántida)), Atluntida, 1, 1963, pp. 461-475; F. WATTEMBER((GSa: ltes, la isla Atlántida y Tartessom, Boletin del Seminario de Estudios de Arte -/ Arqueologia de Valladolid, 32, 1966, pp. 125-205; C. BERLITZT: he mistery of Atlantis, Nueva York, 1969; M. BALLESTEROGSA IBROIS«:L a idea de la Atlantida en el pen-samiento de los diversos tiempos y su valoración como realidad geográ-fica », ANUARIDOE ESTUDIOAST LÁNTICO1S7,, 1971, PP. 337-346. El mito de la Atlántida, sobre el que no nos extendemos por ser bien conocido, se ha relacion~ldo tanto con las islas Canarias como con la ruina de Tartessos. En la antigüedad rechazó la existencia real de la Atlántida el filbsofo /lñISi~WiF;S q - ~ 8la - ~ a ar Leya epGC'ubiaci5ii poética, pero fUe comidei-ada como cierta por POSIDONIO. 26 IAMBULO en DIODORDOE SICILIA,1 1, 57. -7 CLITARCHeOnS P LINIO:N . H., VI, 198. Núm. 35 (1989) ' 12 ENRIQUE GOZALBES CRAVIOTO ilustrara acerca de la existencia concreta de las Canarias, en las Mil y una noches aparece mencionado un personaje que era «señor de numerosas tropas y de muchedumbre de eunucos y esclavos consagrados al servicio de su persona y que reinaba sobre unas islas llamadas Islas Eternas (o Afortunadas) en la frontera del país de los persas)) 28. Y no digamos menos de la isla «Utopía)) que, siguiendo el modelo platónico, ideó el humanista inglés del Renacimiento, Tomás Moro (1478-1535). En consecuencia, las islas eran un buen elemento inicial para ubicar un mundo de afortunados. Debido a su aislamiento y entorno cerrado, las ventajas proporcionadas por el clima, la fertilidad y la organización social, no podían estar extendidas a un ámbito más amplio. Esta es la explicación del primer dato fundamental en la recreación literaria y filosófica que realizó el mundo antiguo a partir del texto mítico de Homero: la tierra de los Afortunados tenía que esbar ubicada en una o más islas. En consecuencia, no puede extrañarnos que ya en Hesiodo, poco posterior a Homero, ya aparezca esa tierra de los Afortu-nados como un conjunto de islas. 7. No obstante, la invención de un paraíso como perdurable todavía en unos momentos presentes tenía el grave problema de que su inexistencia podía ser constatada con cierta facilidad. Unas islas de los Afortunados situadas en el Mediterráneo pronto habrían sido visitadas, con toda clase de intenciones, por parte de navegantes, comerciantes y aventureros. En efecto; una segunda caxacterística imprescindible debía de tener la ubicación de las islas de los Afortunados: la de tener una lejanía muy extrema con respecto a los centros frecuentados por los navegantes griegos. Los pueblos cuya existencia solamente resi-día en la imaginación, la literatura homérica o el mito, debían de ser alejados lo más posible de Grecia. Una ubicaci6n cercana hacía inexplicable que no fueran conocidos. De esta forma, las amazonas, las farnosísimas mujeres guerreras, o los pigmeos, ambos mencionados inicialmente por Homero, debían de situarse 28 Mil y una noches, noche 148. Citaremos por la traducción de R. Cm- SINOS, México, 1966, t. 1, p. 1049. 28 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS LAS ISLAS DE LOS AFORTUNADOS EN LA ANTIGUEDAD CLÁSICA 13 en lugares extremos y desconocidos. Como se ha indicado ya en algunas ocasiones, en los extremos del mundo conocido, en las zonas de los ({bárbaros imaginarios)), los griegos supusieron tanto la existencia de grandes maravillas y de increíbles rique-zas como de lugares que producían el horror y la repulsión 29. La maravillosa tierra de los Afortunados, agraciada por el clima, por la vegetación y por la felicidad y la justicia, tenía que estar situada en un extremo del mundo bien alejado de Grecia. 8. Quedaban, no obstante, muchas posibilidades acerca de lo que eran los extremos del mundo para los griegos. Rmorde mos, a título de ejemplo, la creencia griega (igualmente here-dada a partir de la lectura de Hornero) acerca de la existencia de dos clases de hombres extraños que habitaban los extremos norteños y sudeños del mundo, los fabulosos ({hiperbóreosn e ~hipernotosn. La discusión que al respecto de los mismos enta-blaba Strabon en su obra geográfica resulta preciosa y demues-tra la gran ingenuidad de algunas creencias helénicas. Pero ésos eran seres fabulosos, desfigurados por las malas condiciones, especialmente, el excesivo frío y el no menos excesivo calor. Ms griegos de los siglos VI al IV a. de C. tenían conocimientos acerca de considerables realidades geográficas. La Europa orien-tal, la tierra de los escitas, fue explorada por Demócrito de Abdera en el siglo v a. de C. Los griegos establecidos en Cirene y Egipto tenían ciertos conocimientos sobre el interior del con-tinente africano; en el siglo IV a. de C. Piteas de Massalía exploró las costas atlánticas de Europa y Britania; los contemporáneos de Alejandro Magno, impulsados por éste, también realizaron exploraciones en Asia. En todos estos territorios extremos y cuyo contacto era c~nocido,n o p~seia~eiii ~ ~ b ~ ü i uüiti ü~ kii benigno. Es más, todo hacía indicar que cuanto más se alejaran los griegos, en las zonas más extremos, hacía cada vez más calor o más frío. Y sin embargo, las islas de los Bienaventura-dos tenían que estar situadas en un lugar de buen clima. Todos esos krfitorios, tanta haia Xüfie, cvii^rG hzi2 2: %r CCXXlC3 29 C. DELACAMPAGRNacEi: smo y Occidente, Barcelona, 1983. Núm. 35 (1989) -14 ' ENRIQUE GOZALBES CRAVIOTO hacia el Este tenían que ser descartados como poseedores de una temperatura y humedad apacibles. El concepto, en este sentido, estaba plenamente determi-nado. En época de Augusto el ya mencionado Estrabón reali-zaba una c1aslr"icación del mundo a partir de los distintos climas. Hacia el Norte había una zona excesivamente fría y desagradable para la vida del hombre; en el entorno del Mediterráneo había dos zonas templadas (una templado-fría y otra templado-cálida); hacia el Sur, en África, existía primero una zona tórrida y en el extremo Sur una de extraordinaria frialdad 30. Esta concepción geográfica de los griegos predeterminaba claramente la posible ubicación de esa tierra de la felicidad. 9. Si éstas eran las condiciones climáticas de las restantes zonas extremas del mundo, por el contrario, el extremo Occi-dente, más en concreto el Océano Atlántico, tenía notables ven-tajas para la ubicación de las islas Afortunadas. A esta zona extrema y ea buena parte desconocida los griegos habían llevado una gran cantidad de mitos. El contexto histórico en el cual se produjo este traslado de mitos al Occidente es conocido desde hace tiempo. Aunque se discute el valor real del hecho, es generalmente aceptada la tesis del «cierre del Estrecho de Gibraltar)). Hacia el año 500 a. de C. los griegos habrían visto vetada su participación en el comercio del Atlántico por parte de los cartagineses. A partir de esas fechas, los griegos no ha-brían podido navegar con fines comerciales por el Atlántico en búsqueda del oro y la plata de Tartessos, el estalío y las pieles de Bretaña, o el marfil y las pieles del Africa atlántica 31. Fue en ese momento cuando, en frase bastante feliz de Jer6me Car- 30 STRABON11,, 5, 3. 31 El cierre del Atlántico para la navegación de los griegos aparece ya documentado en PINDARhOa cia el 475 a. de C.; ci. A. SCHULTEFN. : H. A., 11, Barcelona, 1925, p. 25. Fue entonces cuando surgieron las leyendas acerca de los monstruos marinos que poblarían el Océano Atlánti'co y que lana vegación en ei misiiio ialjo hacia !Gork hacia el Sur. Esos monstruos son ya citad'os por PINDARON:e mea, 111, 20, y en el relato de la exploración del cartaginés HIMILCONre, cogido en AVIENO: Or. mar., 411 y SS. 30 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTZCOS LAS ISLAS DE LOS AFORTUNADOS EN LA ANTIGÜEDAD ~ S I C A 15 copino, los griegos al no poder enviar al Occidente a sus hom-bres decidieron enviar a sus dioses 32. 10. Uno de los mitos, relacionados con las islas de los Afortunados, y ubicados igualmente en el Occidente fue el del Jardín de las Hespérides. En efecto, los griegos (apoyados in-dudablemente por los cartagineses) situaron el mencionado Jardín de las Hespérides en la ciudad púnica y después romana de Lixus, cerca de la actual Larache. Era ésta, después de Gades, el principal puerto del comercio atlántico en la vertiente del Sur. En Lixus habría estado el Jardín del cual Hércules habría robado las manzanas de oro. Pero con el conocimiento más exacto y directo de la zona atlántica de la Mauritania (actual Marruecos) resultaba difícil de mantener esa ubicación. Plinio ei enciciopedista, en ei sigio I a. ae C., ya inaica que en Lixus se situaba el combate de Hércules con el gigante Anteo y el famoso Jardín de las Hespérides pero no dejaba de afirmar, \ con notable ironía, que del famoso jardín de manzanas de oro sdamente quedaban algunos escasos acebuches 33. Plinio indi-caba que en el estuario del río Lixus se había ubicado el Jardín, interpretándose los meandros de este río como las líneas si-nuosas del contorno del dragón que guardaba las manzanas de oro. No obstante, ya era inmantenible esa ubicación y el excep-ticismo de Plinio resulta significativo. Por esta razón en la época ya el Jardín de las Hespérides se situaba en las islas de las Hespérides que no eran otras que una parte de las mismas @a- 32 J. CARCOPINLOe: Maroc Antique, París, 1943. Cf. al respecto, C. Po- SAC: ((Las kyendas clásicas vinculadas con las tierras del Mogreb)), Cuader-nos de la Biblioteca Española de Tetuán, 1, 1964, pp. 234%. 33 PLINIO: N. H., V, 3-4: «A 35.000 pasos de Zilis se encuentra Lixus a la que Claudio convirtió en colonia. Fue para los antiguos objeto de extraordinarias leyendas. Aquí situaron el palacio de Antea, su combate con Hércules, el jardín de las Hespérides. El mar penetra en un estuario formando un meandro sinuoso, detalle geográfico con el que hoy día se explican los dragones que guardaban el jardín. Este estuario tiene una isla y-ue, aurlyue aisiaua mas baja e; ;iiorsti vecino, no es por la marea. Queda aquí un altar de .Hércules pero d,el famoso bosque de manzanas de oro, objeto de leyendas, no quedan otra cosa que acebuches .» Núm. 35 (1989) 31 16 ENRIQUE GO ZALBES CRAVI OTO narias. Se produciría as.í una cierta identificación entre las antiguas islas de los Afortunados y las nuevas islas de las Hes-pérides. 11. Este traslado desde Lixus a las Canarias de la tierra de las Hespérides, ahora convertida en islas, es perfectamente de-tectable en la época del cambio de Era en Estacio Seboso, poco después en Plinio y también en el resumen realizado por Isidoro de Sevilla: «Islas de las Hespérides, llamadas así de la ciudad de Hespérides. Están situadas al final de la Mauritania y más allá de las islas de las Górgadas, en la misma orilla del atlán-tico, cerca de sus abismos. La fábula dice que en sus huertos hay un dragón que guarda las naranjas. Se dice que allí está el estuario del mar tan tortuoso que, visto desde lejos, parece imitar las sinuosidades de una ~er-piente))?h~e. d e observarse la extraordinaria cercanía del estuario mencionado en las islas Canarias con el descrito por Plinio como existente en Lixus. 12. Dentro del conjunto de visiones acerca de tierras para-disíacas, el mito de las islas de los Afortunados no fue tampoco el único que se trasladó al Occidente. Homero, y con él la tradi-ción mitológica griega, había mencionado como inmerso en las aventuras de Ulises al supuesto pueblo de los lotófagos. Serían éstos unos individuos que solamente se alimentarían del loto, un mito cercano al del «maná» judaico. En la época cartaginesa el pueblo de los lotófagos se situaba en el Norte de África, no lejos de la propia Cartago 35. Pero ya en momentos posteriores, cuando los romanos habían hecho acto de presencia en el Occi-dente, se tendió a situar estos lotófagos en la costa atlántica de África. Concretamente ya el griego Artemídoro, autor de los alrededores del .año i G G a. de C., de m tratado acerca de ius puertos marítimos, situaba estols lotófagos en algún lugar de la costa del Sur de Marruecos, por tanto no lejos de las islas Ca-narias, donde se alimentaban de la hierba y de la raíz del loto 36. "2A. Tlr----. W I L V T T I C I D I U U f i U . mí,'., RI Y, U,, :V. 35 Periplo de SCYLAX, 108. Acerca del tema de Hoinero y el Occi-dente, cf. R. DIÓN: Aspects politiques de la géographie antique, París, 1973. 36 STRABON, 111, 4, 4; XVII, 3, 8; DIONISIOP:e rieg., 206. 32 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS Strabon también toma de Artemídoro el mito acerca de la exis tencia de los lot6fagos: éstos habrían emigrado a la costa del Sur de Marruecos donde, en regiones sin agua, suplían esta carencia mediante la alimentación del loto, hierba y raíz; estos lotófagos, por el interior de Africa, se extenderían hasta la región de Cirene donde ya se alimentaban de leche y carne". De hecho, un conjunto nada despreciable de las navegaciones de Ulises se trasladaron al Océano Atlántico, tanto a las costas africanas como a las europeas 3s. Precisamente, como conse cuencia de este traslado al extremo Occidente, al Atlántico, de muchas navegaciones de Ulises, se situó en la zona la tierra de la felicidad y de la riqueza. Para ver esta relación de Homero con el Atlántico y de escritores griegos posteriores ubicando aquí las tierras de la felicidad, basta leer diversas párrafos de la obra de Strabon 39. Precisamente m esa felicidad de los hom-bres del Occidente radicaría la explicación de las antiguas in-cursiones a la Península Ibérica, según Estrabón primero de Hércules, después de los púnicos y, finalmente, de los romanos @. 13. En suma, tenemos por tanto ya la tierra de los Afortu-nados situada con una cierta precisión. La mención del Océano, en Hesíodo y m Homero, facilitaba la ubicación en el Atlántico de la supuesta tierra de la felicidad y la bonanza del clima. La necesidad de un aislamiento de la misma le imponía una situa-ción en una O más islas. Quedaba ya, solamente, el situar esas islas en un lugar concileto, identificándolas con algunas real-mente existentes. La ubicación en el Atlántico Norte no podía tener muchos defensores. Todos los que habían navegado por 17 O.-.- V I T T T Q O -' D I KMU N , A V AA , 0, 0. 38 Este traslado de las navegaciones de Ulises al Atlántico lo encon-tramos reflejado por vez primera, hacia el 170 a. ck C., en CRATEDSE -0s. La máxima expresión la encontramos en STRABON11,1 , 2, 13: <¡Me parece cierto que Odiseo llegase a estas tierras en su expedición)); 111, 4, 3, utilizando al respecto el testimonio de A R T ~ I D O R O1;1 1, 4, 4: 3s de admjrzr cpe e! pmta Enmern descRhiese !os viajes de Ofi-92~ de una manera novelesca, suponiendo que la mayor parte de sus hazañas las había realizado más allá de las columnas, en el Océano Atlántico)). 39 STRABO1N, 1, , 4; 111, 2, 13, etc. 40 STRABO1N, ,1 , 4. Núm. 35 (1989) 18 ENRIQUE GOZALBES CRAVIOTO . las aguas cercanas a Gran Bretaña eran unánimes en señalar las inclemencias de esas tierras y mares, donde hacía frío en exceso. Ello reducía ampliamente las posibilidades. El calor del Sur podía ser matizaido fuertemente por la humedad oceánica. Quedaban, por tanto, dos opciones acerca de la ubicación de esa tierra de 1s felicidad. Las islas de los Afortunados, mencio-nadas por los poetas y mitólogos, situadas en el Atlántico y en islas,. debían de estar bien hacia el Sur, junto al continente afri-cano, bien al Oeste mar adentro. El hecho de que un autor u otro ubique hacia estos lugares las islas de los Afortunados no indica un conocimiento real de las mismas. El mito de las islas de los Afortunados existía previamente, su ubicación atlántica era iguaimente previa, su colocación aproximada era también previa. Sólo faltaba el conocimiento concreto de unas islas a las cuaies apiicar ias características conocidas. La vaciiación va a ser permanente. Como veremos, las islas de los Afortunados, no siempre con este nombre aunque sí con sus características, se situaban unas veces en alta mar, hacia el Oeste, y en otras junto a Africa, hacia el Sur. Por esta razón, unas veces son identificables con las Canarias y en otras con las Azores o Madera. 14. La primera alusión de los textos clásicos que tiene que traerse a colación es una mención griega acerca de una isla de Sátiros41. Según el relato un griego, Eufemo de Caria, habría sido desviado por las cocrrientes desde Italia al Atlántico. El hecho es inaceptable. No lo es la concepción griega que se ex-presa, a saber, que en el Atlántico había muchas islas, unas desiertas y otras pobladas por hombres salvajes. El relato del acontecimiento, unas islas llamadas Satíridas y pobladas por sátiros, es- igualmente inaceptable como reflejo de un conoci-miento real 42. E1 supuesto viaje de Eufemo de Caria no es otra 41 PAUSANIA1,S 2,3 , 5-6. 42 Sobre este relato y otros similares remitimos a los trabajos de sín-tesis de NI. CARYy W. H. WARMINGTOThNe: ancient explorers; Londres, 1932, trad. francesa, París, 1932 (no existe traduoción española); J. MALU-QUERE: x ploraciones y viajes en el mundo antiguo, Barcelona, 1950; J . E. CA-SARIEGOLO: S grandes periplos de la antigüedad, Madrid, 1949. cosa que una leyenda o un invento, no puede buscarse en este relato una menoi6n a islas concretas algunas. 15. Distinto es el caso del periplo de Hannón. Los fenicios habían navegado por estas aguas desde tiempos muy antiguos. A finales del siglo VII a. de C. incluso habían logrado la circun-navegación del contienente africano partiendo del mar Rojo 43. No obstante, no puede aceptarse la verosimilitud de la denomi-nada ((inscripción fenicia de Paraiba)) (Brasil): en la misma se indica que, costeando el Africa, las corrientes habrían llevado el barco fenicio hasta.. . el continente americano M. NO es neco sario admitir la veracidad de la inscripción, indudablemente una falsificación inspirada por el texto de Hsrodoto, para saber que los fenicios y cartagineses tuvieron un conocimiento consi-derable de una parte (de la costa atlántica africana. El periplo de Hannón ha sido objeto de multitud de estudios y ha dado lugar a una interminable polémica45. EJ. relato del 43 HERODOTIOV,, 42. M F. PÉREZ CASTRO: «La inscripción fenicio-cananea de Paraiba (Bra-sil))), A NUARIODE ESTUDIOAST LÁNTICO1S7,, 1971, p p 3077-333, donde Se r e coge la polémica. 45 Edición principal del texto e n C. MULLER:G eographi Graeci Minores, París, 1855. Ediciones, traducciones y estudios, entre otros mencionamos como principales, H. Emz: Mémoire sur le périple d'Hannon, París, 1855; A. TREVE:L e périple d'Hannon, Lyon 1888; C. T. FISCHERD: e Hannonis Carthaginiensis periplo, Leipzig, 1893; K. E. KILLING:D es Periplus des Hanno, Dresde, 1899; J . CARCOPINoOp,. cit.; J . E. CASARIEGOEl: periplo de Hanndn de Cartago, Madrid, 1947; A. DILLER: «The tradition of the minor geographersn, Philological monographs published by the American Philo-logical Association, 14, 1952; G. GERMAIN«:Q u9estq ue le Périple d'Hannonn, Hespéris, 44, 1956, pp. 205-248; S. SEGERT: (Phoenician background of Hanno's Periplusn, Melanges de I'Université Saint-Joseph de Beyrouth, 45, 1969, pp. 502-518; R. MAUNY: «Le Périple dlHannon, un faux célebre con-cernant les navigations antiquew, Archéologia, 37, 1970, pp. 76-80; G. PI-CARD: «Le périple d'Hannon n'est pas un f m » , Archéologia, 40, 1971, pp. 54-59; F. LALLEMANDio: urnai de borci cie Eannon le Cartaginois, París, 1973; J . RAMINL: e périple d'Hannon. The periplous of Hanno, Oxford, 1976; J . BLOMQUIST:h e date and origin of the Greek version of Hanno's Peri-plus, Lund, 1979. Núm. 35 (1989) 35 20 ENRIQUE GOZALBES CRAVIOTO mismo, indudablemente alterado ya en la antigüedad por los copistas, es una de las pocas obras de literatura cartaginesa que se han conservado. El texto presenta dos partes bien dife-rentes. Relata dos hechos que tienen poco que ver el uno con el otro. El primero de ellos es la mención de una colonización cartaginesa realizada en la costa que va desde Tánger hasta el río Lixus. La interpretación tradicional ha partido de una base que resulta esencialmente errónea desde el primer punto. Este río Lixus mencionado por el texto de Hannón no tiene absoluta-mente nada que ver con el actual Dráa; en todos los textos de la antigüedad el Lixus es el actual Lukus. Este error en la consideración del río Lixus afecta a la inter-pretación de todo el texto. La segunda parte narra un viaje de exploraci6n al Sur de la Maurosúz. La interpretación tradicional, ya alterada por el error antes señalado, llevaba las navegaciones de Hannón hasta el mismo golfo de Guinea. Lo que se desprende del texto es bien diferente. El punto de partida de la explora; ción fue la isla de Cerné, indudablemente la actual Essaouira 46. Después de explorar toda la zona costera del Sur de Marruecos, la expedición llegó a un lugar determinado: ((Navegamos durante cinco días a lo largo de la costa hasta llegar a una gran bahía que nuestros intérpretes llamaron Cuerno del Oeste. En ella había una gran isla y en la isla un lago de agua salada, dentro del que había otra isla en la que desembarcamos. De día no podíamos ver nada más que el bosque, pero por la noche dis-tinguíamos muchas hogueras y oíamos sonidos de flautas, de címbalos y tímpanos y gran estrépito de voces. El terror se apoderó de nosotros y los adivinos aconsejaron abandonar la isla» 47. La interpretación tradicional ha llevado la ubicación de este episodio poco menos que en el Congo. Nada más lejos de la realidad. Este Cuerno del Oeste de Hannón, es el promuntu-rium Hesperu de Polibio, perfectamente ubicable en el cabo Juby 48, es el Hespérou Kéras de Pomponio Mela 49 y el Hesperu @ rnc--:s-fz- 2.. Er".+..,L. o L ~ K J UG n ~ r í f b u r b , O. 47 Periplo de Hann6n, 14. 48 POUBIOen PLINIO: N. H.,V , 10. 49 MELA, 111, 99. 36 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTZCOS Ceras de Plinio Las islas a las que se refiere Hannón estaban indudablemente frente al Cuerno del Oeste, es decir, frente al cabo Juby. Esta constatación indica que las islas descritas por el cartaginés Hannón no pudieron ser otras que las Canarias. La tesis de que las islas descritas por Hannón en el Atlán-tico son las islas Canarias no es, ni mucho menos, novedosa. No cabe duda de que el texto del periplo está bastante alterado, pero solamente esta interpretación salva 101s problemas del mismo. Fundamentalmente mencionamos el trabajo de Schmidt como el que más claramente defiende que las islas descritas no son otras que las Canarias. El mismo periplo de Hannón indica que la exploración con-tinuó desarrollándose por otras isla del archipiélago canario. .,1--.,:D.,A.. rr-m A- -ll,.- ...-..rrl ,,u,....&- u.~",.,&riL- -^e: r WA GJGLLLu~ilaL Uuo, olla3 CIL a q u a LIIUILL~ILLU p l c u c u b a u a CWU-vidad volcánica: ((Navegamos apresuradamente y pasamos fren-te a una costa ígnea, llena de incienso ardiente; grandes corrien-tes de fuego y lava fluían hasta el mar, y era imposible acercarse a tierra a causa del calor)) La actividad volcánica era muy consi&rahle, tal y corno r;p d&.i~cpd. el psrrafn siguiente: ((Dejap mos aquello a prisa por temor, y durante cuatro días de nave-gacibn vimos de noche la tierra envuelta en llamas. En medio había una llama altísima, muy superior a las otras, que al parecer llegaba hasta las estrellas. De día vimos que se trataba de una montaña muy alta, llamada Carro de los Dioses)) 52. Para Schmidt no hay dudas al respecto de este texto: este importante volcán llamado «Carro de los Dioses)) no es otro que el Teide. Ekiste un fuerte argumento en favor de esta iden-tificacidn puesto que hasta el fondo del golfo de Guinea no encontraríamos otro paraje como el indicado, con un volcán de este tipo. Un volcán que llegaba a lanzar incluso ríos de lava al mar: ((navegando desde allí durante tres días pasamos co-rrientes ardientes de lava y llegamos a un golfo llamado Cuerno del Sur» 53. M PLINION:. H.,V I, 199 y 201. 51 Periplo de Hannón, 15. 52 Periplo de Hannón, 16. 53 Periplo de Hannón, 17. Núm. 35 (1989) 22 ENRIQUE GOZALBES CRAVIOTO Finalmente, existe un muy confuso texto del mismo periplo que habla de otras nuevas islas diferentes de las anteriores. Para Schrnidt éstas son hs más alejadas del archipiélago de las Canarias. Se trata del párrafo que más ha influido de todo el mencionado periplo: «En el extremo más lejano de esta bahía había una isla como la anterior, también con un lago en el cual había otra isla llena de salvajes. Desde lejos podíamos observar que la mayor parte eran mujeres con cuerpos peludos, a las que nuestros intérpretes llamaron gorilas. Les perseguimos pero no pudimos capturar a ningún hombre, pues todos ellos estaban acostumbrados a trepar por las rocas y lograron esca-par, tirándonos piedras. Cazamos tres mujeres, que mordieron y golpearon, resistiéndose ante los que las prendían. Las rnata-mos, les quitamos la piel y las llevamos a Cartago)) 54. Aquí destaca la cita de los gorilas que no es concluyente puesto que en el siglo XIX recibieron el nombre como herencia indudable de este texto clásico. Si todo el relato de Hannón tiene perfecto carácter de verosimilitud, es justamente en este último de sus fragmentos en el cual vemos romperse la línea de sobriedad en el relato. En nuestra opinión nos hallamos ante una dara invención novelesca, donde la realidad de la exploración aparece totalmente deformada. Y eso se produce justo en el texto que más iba a influir en la antigüedad clásica. Hannón habla de dos conjuntos de islas, el primero de ellos de natura-leza volcánica, el se.gundo poblado por esos extraños seres. Esta será la base de distinción futura entre dos conjuntos diferentes de islas. 16. Todas las restantes descripciones acerca de islas atlán-ticas visitadas por los cartagineses no parecen coincidir con las Canarias sino con Madeira. Así se deduce de las descrip-ciones de la misma. La primera de ellas la encontramos en el texto conocido corno de Pseudo-Aristóteles: «Dicen que en el mar, fuera de las Columnas de Heraklés, los cartagineses descu-brieron una isla desierta pero poblada de toda clase de árboles y c-a&a I<-íciYTasv -egabies. Esta isla es a&Tjra~~e 54 Periplo de Hanndn, 18. 38 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLAIiTZCOS LAS ISLAS DE LOS AFORTUNmOS EN LA ANTIGÜEDADC LÁSICA 23 frutos. Estaba muy lejana de la tierra firme, de la que distaba días de navegación. Su fertilidad hizo que los cartagineses la visitaran a menudo, y algunos hasta llegaron a establecerse allí» 55. Un texto muy similar encontramos en Diodoro de Sicilia: «Así pues, por los motivos ya citados, los fenicios, explorando las costas más allá de las Columnas, merodeando el litoral de Libia, fueron arrastrados por fuertes vientos a una larga nave-gación por el Océano. Azotados por la tempestad durante mu-chos días, fueron llevados a la mencionada isla y una vez que exploraron su floreciente prosperidad y condiciones naturales, la dieron a conocer a todos.. . » 56. Esta isla nos la había descrito anteriormente como situada «en alta mar, notable por su ta-maño, que yace en medio del Océano y dista de Libia muchos días denavegación, estando extendida hacia Occidente, posee un suelo fértil, abundante zona montañosa y considerable por-ción de llanura que destaca por su belleza. Surcada así, de parte a parte, por ríos navegables, recibe de ellos su riego y posee multitud de jardines plantados de árboles de todas cla-ses y numerosos cultivos.. . » ". Estos textos que hemos recogido parcialmente nos indican que los cartagineses no solamente conocieron las islas Canarias, reflejadas en el periplo de Hannón, sino también Madeira. Pero además nos indican que para los cartagineses era mucho más aplicable a Madeira la consideración de isla de los Afortunados. 17. El redescubrimiento de las islas Canarias se volvió a producir a finales del siglo 11 a. de C. y comienzos del siglo I a. de C. Fue entonces cuando, fundamentalmente desde la His-panza romana, se tomó conocimiento real de la existencia de un grupo numeroso de islas al final de la Maurosia. Los datos que poseemos acerca de este conocimiento directo son muy fragmentarios. No obstante, son los suficientes como para que podamos observar cómo se concretó en las islas Canarias el viejo mito de las islas de los Afortunados. 55 PSEUDO-ARIST~TEDLeE Smi: r. ausc., 84. 56 DIODOROV,, 20. 57 DIODOROV,, 19. 24 ENRIQUE GOZALBES CRAVIOTO No cabe duda de que fueron los habitantes del Sur de His-pania los que se encontraban en mejores condiciones para la navegación por estas aguas. Más concretamente, los habitantes de Gades (Cádiz) se caracterizaban por desarrollar profusas navegaciones en el Atlántico 58. El mismo Caio Plinio indicaba que Gades era el centro de las navegaciones hacia el Atlántico al Sur de la Maurosia Y en diversos centros del Marruecos antiguo, situados en la costa oceánica hasta el Sur del país, se ha.n hallado numerosas monedas acuñadas por Gades en el siglo I a. de C., lo cual demuestra la profusa navegación de los comerciantes y pescadores gaditanos *. Y estas navegaciones los llevaron hasta las islas Canarias. meron éstos los primeros contactos occidentales con las islas, g en los que se basó su identificación con las Cmarias. La 1k-gada de los gaditanos a las islas debió de ser relativamente frecuente. Por ejemplo, sabemos que a finales del siglo 11 a. de C. una de las islas Canarias, considerada como ((desierta pero bien provista de agua y cubierta de abundante vegetación)), fue mencionada por el explolradar Eudoxos 61. Y las Canarias, de las cuales se conocían solamente dos islas, eran ya conocidas como islas de los Afortunados en la referencia de los marinos - 58 J. GAGÉ: ({Gades, 1'Inde et les navegations atlantiques dans 1'Anti-quitt?)), R evue Historique, 205, 1951, pp. 189-216;A . GARCÍAY BELLIDOB:I OCO-sae Gades. Pinceladas para un cuadro sobre Cádiz en la antigüedad)), Boletin de la Real Academia de la Historia, 129, 1951; C. FERNÁNDEZ CHI-CARRO: ((Cádiz, sede milenaria de marinos)), Helmántica, 4, 1953; A. M. GUA-DÁN: ((Gades como heredera de Tartessos en las amonedaciones conrnemo-rativas del Praefectus Classim, Archivo Español de Arqueologia, 34, 1961, pp. 53 y SS.; W. SESTON«: Gades et 1'Empire romainn. Cuadernos de His-toria, 2, 1968, pp. 1 y SS.; M. J . JIMÉNEZ CISNEROSH:i storia de Cádiz en la antigüedad, Cádiz, 1971; J . F. RODR~GUNEEZIL A:E l municipio romano de Gades, CBdiz, 1980. 59 PLINIO: N. H., 11, 169. * La relación de monedas de Gades aparecidas en la antigua Mauri-taniq rnmn dor-ammtnriiin -.e comercio y nctivi_dad.- pesqueras, !a h_f?m^S recogido en E. GOZALBESE:c onomía de la Mauritana Tingitana (siglos I a de C.-II d. de C.), Tesis Doctoral, Universidad de Granada, 1987. 61 STRABON11, , 3, 45. 40 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS gaditanos al general romano Sertorio ". De estas citas se deduce q.Je los gaditanos viajaban con cierta frecuencia a estas islas del Atlántico. Tanto Plutarco como Salwtio afirman que se trataba de dos islas que gozaban de una natural fertilidad. Debido a ello, es bien evidente en la cita de Plutarco que los gaditanos identificaban estas islas con las de los Afortunados o Campos Elíseos. Esta cita que comentamos creemos que resulta preciosa para el objeto de nuestro trabajo. De ella se deduce que fueron los marineros de Gades los primeros que identificaron las islas de los Afortunados con las conocidas del archipiélago canario. Nos hallamos, por tanto, en el justo momento de superación de las fases anteriormente citadas con respecto a la ubicación. Primero se establece el mito de los Campos Elíseos o tierra de los Afotunado~s. En segundo lugar, el mito se ubica en una isla o islas y se colocan en el Océano Atlántico. En tercer lugar, se buscó la situación de esas islas en una zona del Atlántico que permitiera, por SU clima, la existencia de una tierra de felicidad y fertilidad. En esta cuarta etapa, fueron los marinos de Gades los primeros que identificaron con esas islas de los Afortunados aquellas concretas del archipiélago canario que habían conocido. 18. Los datos aportados por los marinos de Gades alcan-zaron una cierta difusión en el mismo siglo I a. de C. Son preci-samente los únicos conocidos por ei geógrafo griego Strabon en la época del cambio de Era. En un párrafo Strabon indicaba que «las islas, de los Bienaventurados es& situadas frente a la Maurosia, hacia los confines del O~cidenten~P~er.o en otro párrafo, más significativo, habla de la referencia de los poetas a ((estas islas de los Afortunados, en las que reconocemos hoy alguna de las islas que están situadas no lejos de la extremidad de la Ma~rosZan~L~os. poetas habían inventado un mito y en 62 SALUSTIOHi:s t., 1, 100; PLUTARCSOe:r t., VIII. Hay que tener en cuenta que para Gades la existencia de las islas de los Afortunados, en la zona de navegación controlada por ella, suponía un considerable punto de prestigio. 63 STRABO1N, ,1 , 5. 54 STRABO1N11, , 2, 13, que inmediatamente cita estos territorios como Núm. '35 (1989) .41 '26 ENRIQUE GOZALBES CRAVIOTO esa época se relacionaba con alguna o algunas de las islas del archipiélago de las Canarias. Esa ubicación de las islas de los Afortunados en las Canarias, mencionada por Strabon, había sido precisamente obra de los marinos gaditanos. Por otra parte, en el siglo I a. de C. las islas Canarias fueron exploradas o visitadas en otras ocasiones. De hecho, sabemos de la exploración realizada al menos en dos ocasiones. Induda-blemente fueron más las ocasiones en las cuales las Canarias fueron visitadas en esas fechas. No obstante, solamente se co-noce la existencia de dos informes acerca de las islas Canarias. Tanto en un caso como en otro, los exploradores dieron por hecho lo que los marinos de Gades habían ya considerado: que las islas Canarias no eran otras que las de los Afortunados cantadas por los poetas. El primero de estos exploradores será Estacius Sebosus, un personaje cuyo informe menciona Caio Plinio. A juzgar por los datos conservados, Sebosus consideraba la existencia de tres grupos distintos de islas. El primero de ellos, muy distante de las restantes, eran las islas de las Gorgonas 65, relacionables con la isla de los gorilas del ((Periplo de Hannón)). Dada su distancia, esta/s isla/s deben de ser identificables con Madeira. A conti-nuación cita otro grupo de islas que menciona como de las Hespérides; finalmente las Afortunadas propiamente dichas 66. En el caso de las islas Hespérides nos hallamos con la referencia a un primer grupo de las Canarias. mientras las Afortunadas serían Invallis (Tenerife) y Planasia (Gran Canaria). El segundo de estos exploradores fue el rey Iuba II de la Mauritania. Es dudoso que el propio rey participara en la ex-ploración, no obstante fue quien mandó realizarla y el que reflejó los resultados en sus escritos. De Iuba recogió los datos Caio Plinio el enciclopedista 67. LOS datos que nos ofrece sobre las mismas son bastante precisos y son generalmente conocidos y comentados por parte de los que han estudiado las refereaxias situados frente a Gades, lo que indica claramente la relación de sus nave-gantes con ias isias Canarias. 65 PLINIO: N. H., VI, 201. 6 PLINIO: N. H., VI, 202. 67 PLINIO: N. H., VI, 203-205. 42 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTZCOS LAS ISLAS DE LOS AFORTUNADOS EN LA ANTIGÜWAD CLÁSICA 27 clásicas a las islas Canarias. Ya Iuba 11 daba por sentado que las islas que había mandado explorar no eraii otras que las famosas Afortunadas. A partir de ese momento, todos los auto-res clásicos, fundamentalmente los poetas y los retóricos, men-cionarán las islas de los Afortunados como plenamente ubica-bles en el archipiélago canario. 19. La identificación de las islas de los Afortunados con las Canarias será algo plenamente vigente en la Edad Media. Tanto los cristianos como los musulmanes en sus escritos reflejarán la tradición clásica acerca de las mismas. No obstante, en un caso y en el otro utilizarán fuentes de documentación díferentes. Los cristianos utilizarán autores religiosos de la antigüedad tardía. En primer lugar, Orosio que había sefialado que «los últimos territorios de Africa son, concretamente, el monte Atlas y las islas que llaman Afortunadas)) 68. Y en segundo lugar Isi-doro de Sevilla: <(AfortunadasC. on su vocablo se significa que tienen todos los bienes, considerándolas como felices y dichosas por la abundancia de sus frutas. Espontáneamente dan fruto muy rico los árbolles, los montes se cubren de vides espontá-neas, en vez de hierbas hay mieses; de ahí el error de los gen-tiles y los versos de los poetas que juzgaron que estas islas, por la fecundidad, constituían el paraíso. Están situadas en el Océano, a la izquierda de Mauritania, próximas al Occidente y separados de ella por el mar)) 69. Orosio e Isidoro de Sevilla serán los textos seguidos por cristianos xnedievales para consi-derar la existencia real de las islas de los Afortunados. La tradición seguida por los autores árabes ser5, no obstan-te, diferente de la anterior. Y además de diferente resultará hast.ant,e m& precisa. Concretamente se seguirán las indica-ciones realizadas por el geógrafo CIaudio Ptolomeo en el siglo 11. En los primeros geógrafos orientales que, ya en el siglo IX, mencionarán las islas de los Afortunados, o islas Eternas, está bien clara la utilización de Ptolomeo como base de documen-tación. OROSIOA: dv. Pag., 11, 9. ISIDOROE: th., XIV, 6, 8. Núm. 35 (1989)
Click tabs to swap between content that is broken into logical sections.
Calificación | |
Título y subtítulo | Sobre la ubicación de las Islas de los Afortunadas en la Antigüedad Clásica |
Autor principal | Gozalbes Cravioto, Enrique |
Publicación fuente | Anuario de estudios atlánticos |
Numeración | Número 35 |
Sección | Historia |
Tipo de documento | Artículo |
Lugar de publicación | Madrid ; Las Palmas |
Editorial | Cabildo Insular de Gran Canaria |
Fecha | 1989 |
Páginas | p. 017-043 |
Materias | Geografía ; Canarias en la Antigüedad |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 1712970 Bytes |
Texto | SOBRE LA UBIc~AC~IóND E LAS ISLAS DE LOS AFORTUNADOS EN L'A ANTIGÜEDAD CiLÁSICA P O R ENRIQUE GOZALBES CRAVIQTO 1. La existencia real de unas determinadas islas, situadas en el Océano Atlántico, caracterizadas por una muy especial bondad del clima y de la producción vegetal, pobladas por una serie de habitantes que se encontraban inrnersos en una situa-ción de felicidad y de justicia social e individual, fue una cues-tión que se convirtió en un verdadero tópico en el mundo anti- @o. Incluso la afirmación de que existían unas islas de los Afor-tunados, constatación o mera especulación, dio tanto de sí que podemos observar su continuidad en la literatura geográfica medieval; especialmente en los autores árabes de los siglos IX al XIV podemos ver la referencia de que existían unas aislas Eternas)) o ((islas de los Afortunados)), con una indiscutible i i l a n + ; C i n s n ; X . - . nnn al s r n h i n i d l a m r . Aa la0 P s n s r i o c 1 IL4CiIIIILILbLliCiL"ll - V I L GL 'AL b I L L y L Q I a 5 " LCb IU.3 ULWIUL ILIiU . En todo caso, los textos de la antigüedad clásica al respecto 1 E. SEERAR AFOLS(:( LOS árabes y las Canarias prehispánicas)), Revista de Historia, 15, 1949, pp. 161-177; R. MAW: Les navigations médievales sur les ¿.dies su;iüí-~eíiíiesü nielte-drs &, iu u"gcGiiuerte poí-i¿iyatse, LisLfia, IJW; J. VERNET(:{ Textosá rabes de viajes por e! Atlántico)),A NUARIOD E ESTUDIOS ATLÁNTICO17S,, 1971, PP. 401-427. También en los textos poéticos castellanos de la Edad Media se mantiene el tema de las islas de los Afortunados, cf. A. NAVARREOl : mar en la literatura medieval castellana, La Laguna, 1962. Núm. 35 (1989) 2 2 ENRIQUE GOZALBES CRAVIOTO de las islas de los Afortunados son de dos tipos diferentes. Ello salta a la vista a cualquiera que realice una recopilación de los mismos. Por una parte encontramos las referencias generales del tipo que podríamos llamar filosófico y poético, pero que no dejaba de tener su amplia vertiente moralizante y religiosa. En gran manera, el mito de la existencia de las islas de los Afortunados era una autoafirmación religiosa desde el punto de vista del paganismo greco-romano. Así se lo planteaba el griego Píndaro cuando señalaba el lugar como prueba de la justa decisión de Radamantoz, Tíbulo cuando indicaba que la diosa Venus lo conduciría a las islas de los Afortunados3, o Virgilio: «Hecho esto, y habiendo cumplido ya con la diosa, llegaron a los sitios risueños y a los amenos vergeles de los bosques afortunados, moradas de felicidad. Un aire más puro baITa aq-uel~os u, uriiiaiite 4. Pero por otro lado, a partir de la época del cambio de Era, encontramos otra serie de textos que son de un contenido dis-tinto a los anteriores, es decir, que son de naturaleza geográ-fica. En estos documentos se ubican las islas de los Mortunados en un lugar concreto que, a grandes rasgos, coincide con el archipiélago canario. Este es el tipo de referencias que encon-tramos en el siglo I en autores tales como Plinio el enciclope-dista y en el siglo 11 en el geógrafo Claudio Ptolomeo 'j. Esta clasificación de los textos cláisicos referidos a las islas de los Afortunados nos permite establecer una determinada ordenación cronológica. Inicialmente se produce una inven-ción de tipo literario, basado en la poesía, la filosofía y la reli-gión pagana, acerca de un lugar en el cual los habitantes ha-brían logrado la plena felicidad. Tema surgido en la literatura griega pero que en el período romano tendría wi especial desa-rrollo en poetas de época augustea. En una segunaa fase, ese lugar se tendió a hacer concreto y se emplazó en un extremo del mundo conocido, en el Océano Atlántico, y en unas islas PINDAR: OO limp., 11, 77-73. ' F l n l r r ri . Plnn Aux,Liu. Y C G y . , 1, 3, 58. VIRGILIOE:n ., VI, 637-644. PLINIO: N. H., VI, 201 y SS. PTOLOMEO: Geog., IV, 6. ANUARIO DE ESTUDIOS ATLhNTZCOS muy lejanas. Finalmente, esas islas de la felicidad se identifi-caron con unas más concretas, las d.el archipiélago de las Ca-narias, en el momento en el cual se detectó la existencia del mismo. 2. Diversos especialistas en Historia de la Antigüedad han estudiado, en trabajos monográlfi~cos, las fuentes literarias del mundo clásico, griegas y latinas, referentes a las islas de los Afortunados. En realidad, a1guna.s de estas fuentes literarias clásicas eran ya conocidas y utilizadas por los eruditos desde la misma época de la conquista de las islas Canarias. A este respecto podemos mencionar como más significativo el trabajo que en 1849 publicó Sabino Berthelot; en el mismo afirmaba que los primeros exploradores reales de1 archipiélago canario fueron los enviados, en época de Augusto, por el rey Iuba 11 de Mauritania, mencionando algunas de las fuentes literarias acerca de las islas de los Afortunados 7. Pero quien en los tiempos modernos inició los estudios mo-nográficos sobre la materia fue el sabio alemán Adolph Schul-ten. En un trabajo publicado en 1946 recogía toda una serie de testimonios clásicos acerca de las islas de los Bienaventurados; en este trabajo defendía que estas referencias, muchas de ellas meramente poéticas, eran tanto a las Canarias como a Madera s. Los estudios sobre la cuestión continuaron con el desarro-llado por Álvarez Delgado que se centró, de forma muy especial, en la mención que Plinio hizo de las islas Canarias a partir de fuentes anteriores (Estacio Seboso, Iuba II). Para Alvarez Del-gado las islas de la Púrpura, insula Purpurariae del rey Iuba 11 de Mauritania, no eran otras que las Canarias; en esa época nabrían siuo coionizauas por gétuios Üestinados a estas indus- 7 S. BERTHELOETtn:o grafia y anales de la conquista de las islas Cana-rias. Trad. de J . A. MALIBRA1N8,4 9', r e d . de Santa Ci-uz de Tenerife, 1978, PP. 14-15. 8 A. SCBULTE(N(L: as islas de los Bienaventuradosn, Ampurias, 7-8, 1945- 1946, pp. 5-22. Dicho trabajo había sido ya publicado en 1926 en alemán bajo el título de «Die Inseln der Seligenn. Muchas referencias, con los puntos de vista del autor, en su libro Tartessos, 2." ed., Madrid, 1971. Núm. 35 (1989) 19 4 ENRIQUE GOZALBES CRAVIOTO trias y que serían el núcleo étnico inicial de los guanches y. No obstante el interés de la tesis de Álvarez Delgado, hoy está prác-ticamente descartado que las Canarias fueran las Purpurariue insulae; incluso las instalaciones industriales de fabricación de púrpura para el rey Iuba II han sido descubiertas parcialmente por la arqueología en los antiguos islotes de Mogador, la actual Essaouira lo. La investigación al respecto de las citas clásicas sobre las islas Afortunadas fue continuada por el francés Philippe Schmitt, que centró su estudio en los textos que más claramente se refe-rían a las islas Canarias. Schmitt dejaba de lado las referencias A de los poetas y filósofos greco-romanos, para centrarse en los : E textos de tipo geográfico. Muy probablemente su mayor aporta-cjbrL 2 estos esh&ios füe la de relaccginu nCaanarirm, - muchas dudas, las islas que aparecen mencionadas en el famoso ((Periplod e Hannón))l l. SE Por las mismas fecha6 que Schrnitt, partiendo de bases y 1 objetivos diferentes, publicaba Antonio García y Bellido un pe- - - 0 m 9 J. ALVAREZ DELGADO((:L as islas Afortunadas en Plinion, Revista de E Historia, 11, 1945, pp. 26-61; tesis mencionada en su trabajo ((Leyenda eru- Z dita sobre la población de Canarias con africanos de lenguas cortadas)), ANUARIO DE ESTUDIOAST LÁNTICO2S3, , 1977, p. 51. En todo caso, sobre los % guanohes y su procedencia africana, cf. L. DIEGOC USCOYL:O S guanches: 2 vida y cultura del primitivo habitante de Tenerife, Saiita Cruz de Tenerife, 1968; L. BALOUT((:R éflexions sur le probleme du peuplement pré-historique de 1'Archipel Canarienu, ANUARIO DE ESTUDIOAST LÁNTICO15S,, 1969, pp. 133- 5 145; G. SOUVILL(E(R: emarques sur le probleme des relations entre 17Afri-que du Nord et les Canaries au Néolithique~,i bid., pp. 367-383; M. TARRA-DELL: «LOS diversos horizontes de la prehistoria canaria)), ibid., pp. 385391. Hasta hace poco la fechación más antigua por el método de C-14 era la del año 292 d. de C. en la isla de Gran Canaria, C. MARTÍN DE GUZMÁN: ((Fechas de Carbono-14 para la arqueología prehistórica de las islas Ca-narias)), Trabajos de Prehistoria, 33, 1976, pp. 318-328; L. DIEGO CUSCOY: ((Las Canarias prehispánicas)), Historia-16, 85, 1983, p. 46, menciona una fechación del siglo I en Gran Canaria (Caserones). 10 A. JODIN: Les étaóiissements du roi juba ii aux iies Purpuraires, Rabat, 1967. 11 m. SCHMITT(: (Connaissance des Ilec Canaries dans lJAntiquitén, Latomus, 27, 1968, pp. 362-391. Acerca del periplo de Hannón tratamos m8s adelante con abundante bibliografía. 20 ANUARIO DE ESTUDIOS ATIANTICOS queño librito en el cual analizaba con cierta amplitud la cues-tión de las fuentes clásicas sobre las islas de los Afortunados. Incluía en sus estudios todo tipo de referencias a islas miste-riosas en el Atlántico y llegaba a la conclusión de que, si bien en algunos casos podían tratarse de las Canarias, en otros mu-chos las citas eran de las Azores o de Madera 12. Hace al,gunos años, en las páginas de esta misma revista, publicaba José María Blázquez otra síntesis general acerca de las fuentes literarias antiguas sobre todo tipo de islas descono-cidas en el Atlántico. En este trabajo, Blázquez defendía que la mayor parte de estas citas eran referentes a las islas Canarias 13. Finalmente, en fechas más recientes ha publicado Antonio Cabrera Perers una monografía sobre las citas clásicas de las islas Canarias 14. Este trabajo no avanza mucho acerca de los probiemas pianteacios por ias fuentes, fuñdairimtaimeiiie püi-el desconocimiento de la mayor parte de la bibliografía sobre la cuestión; no obstante, supone un trabajo bastante válido por recoger los textos concretos griegos y latinos con traducciones aceptables. En consecuencia, pese a no suponer un avance sus-tancial en las interpretaciones, sí se ha constituido en un impor-tante elemento de trabajo. 3. La identificación de las islas Afortunadas con el archi-piélago canario no es un producto de la historiografía moderna. '2 A. GARCÍYA BELLIDOL: as islas Atkínticas en el mundo antiguo, Las Palmas de Gran Canaria, 1967, en donde se analizan los datos aportados por el Pseudo-Aristóteles, periplo de Eufemo de Caria, periplo de Eudoxo, la exploración d.e Iuba 11, la cuestión de Sertorio y las menciones de Estrabón, Mela, Plinio y Ptolomso. Presta especial atención a la publica-ción de dos ánforas probablemente romanas descubiertas bajo el mar, junto al islote üe ia Graciosa. 13 J. M. BLÁZQUEZ((: Las islas Canarias en la Antigüedad)),A NUARIO DE ESTUDIOAST L~TICO23S, ,1 977, pp. 35-50, donde nuevamente se analizan las fuentes literarias, defendiendo que ya fenicios y cartagineses conocieron las islas Canarias. 14 A. CABRERPAE RERAL: as islas Canarias en el mundo clásico, Las Rilrnas cle Graii Cma-ria, 1388, pp. 53-76 y textcs e= 21:. 8M?. E! mtcr ciona un trabajo de A. HERRERPAIQ UÉ: ((Las islas Canarias en la antigüe-dad)), Revista Aguayro, núm. 167, septiembre-octubre de 1986, 20 páginas que no hemos podido consultar. Núm. 35 (1989) 21 6 ENRIQUE GOZALBES CRAVIOTO Nuestro trabajo está dedicado al seguimiento de la cuestión de las mencionadas islas, cómo el mito del paraíso pagano se tras-ladó a una zona concreta y cuando en el lugar que se suponía debía encontrarse efectivamente aparecían un conjunto de islas. Por nuestra parte no vamos a tratar d.e realizar una recopila-ción de las fuentes literairas, ni siquiera a su detenido análisis, temas para los cuales remitimos a los trabajos mencionados más arriba. Esta investigación está orientada a prof~uidizar en el contexto histórico de las fuentes clásicas acerca de las islas Canarias. Ya en el siglo I a. de C., y en el ámbito de la romamización, era muy clara o evidente la identificación de las islas de los Afortunados con el archipiélago de las Canarias. Este hecho lo detectamos perfectamente en el año 81 a. de C. cuando el ge-fiera1 roinaíio Sertorio, en el .icontexio de las guerras civiies romanas en Hispania, sintió la tentación de refugiarse en las llamadas islas de los Afortunados, retirándose así de todo tipo de actividad pública o militar. En Roma no existía precisamente una información precisa al respecto. Cuando más tarde el poeta Horacio hable de las islas de los Afortunados, lo hará de una forma muy general, sin que ello significara una ubicación con-creta: «Nos llama el Océano circunvago. Y en él copiosos cam-pos e islas privilegiadas nos esperan: Islas en las que el suelo, sin cultivo, se dora cada año de cosechas. ..» 15. Por el contrario, Sertorio encontró en el Sur de Hispania magníficos informantes. En la ciudad de Gades, principal puerto de navegación por el Atlántico, Sertorio obtuvo una informa-ción bastante completa: las islas de los Afortunados eran dos, muy próximas la una a la otra, distantes unos diez mil estadios de navegación de Gades y que, al decir de sus informantes, corresponderian con ias antiguamente citadas por los filósofos como islas de los Afortunados 16. '5 HORACIOE:p od., XVI, 41-44; A. CARRERFAE RERAo,p . cit., texto en p. 95 y trad. en la p. 63. 16 SALUSTIHOis:t .; t. 100-102; A. SCI-IULTEFN.H : . A., IV; Barcelona, 1937, p. 166. Resulta significativo, por otra parte, que desde Gades Sertorio pasara a la ciudad mauritana de Tkzgi (Tánger) a luchar en una revuelta social que allí había estallado. El paso a la Maz~ritania es otro indicio 22 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS LAS ISLAS DE LOS AFORTUNADOS EN LA ANTIGÜEDAD C L ~ I C A ,7 Plutarco, en su panegírilco de Sertorio, se extiend'e algo más acerca de la cuestión. Para ello utiliza la misma fuente que Salustio: «Allí se encontró con unos marinos que acababan de llegar de dos islas del Atlántico separadas entre sí por un angos-to estrecho. Distan diez mil estadios del continente africano y son llamadas las Afortunadas. Gozan.. . de tal manera que entre aquellos bárbaros es muy frecuente la creencia de que allí era donde estuvieron los Campos Elíseos, mansión de los Biena-venturados cantados por Homeron 17. Los autores que han analizado este texto han llegado a di-versas conclusiones acerca del mismo 18. En nuestra opinión, no obstante, creemos que existe un dato que parece identificar estas islas con las Canarias. Salustio ofrece la distancia acer-tada de las mismas con respecto a Gades. Por el contrario7 P h z - tarco equivoca profundamente las distancias al consignar los diez mil estadios no desde Gades sino desde la costa africana. Pero el texto de Plutarco, que lee erróneamente una fuente co-mún a Salustio, es importante ya que indica claramente que las islas de los Afortunados se hallaban frente al continente africano. acerca de que las mencionadas islas no eran otras que las del archipiélago canario. Más adelante tratamos acerca de las navegaciones de los gadita-nos hacia las costas marroquíes. 17 PLUTARCOSe: rtorio, VIII. Aquí el autor confunde los diez mil es-tadios de distancia de Gades pero indica certeramente que las islas se hallaban frente a Africa, lo cual las ide~ntifica con las Canarias. El gusto de Sertorio por los episodios mitológicos de la región se demuestra con su intento de abrir la supuesta tumba del gigante Anteo que había falle-cido en su enfrentamiento con Hércules; STXABOXNV, II, 3, 7. Acerca de este episodio. E. GOZALBE«SE: l culto indígena a los reves en Ma2~~.rit.an2a Tingitana. Surgimiento y pervivencia)), Memorias de Historia Antigua, 5, 1981, pp. 155157. 18 A. SCAULTEoNp,. cit., consideró que las islas no podían ser otras que Madera y Porto Santo; A. GARCÍAY B n ~ ~ n op,. cit., pp. 22-23, y J. M. BLÁZQUEoZp, . cit., p. 43, se inclinan por las Canarias. A. CABRERA PERERAop, . cit., p. 58, acepta sin discusión que es referencia a las Canarias, afirmando: ((Según opinión muy admitida las dos islas a que se refiere el autor son las dos islas capitales, Gran Canaria y Tenerife; aunque tam-bién es muy probable que pueda referirse a Lanzarote y Fuerteventura, las dos islas mBs cercanas a los continentes europeo y africano.)) Núm. 35 (1989) ,23 8 . ENRIQUE GOZALBES CRAVIOTO 4. Como señalamos al principio de este trabajo, en el mun-do antiguo se originó un mito acerca de la existencia de un lugar concreto en el cual no cabía ni la infelicidad, ni la enfer-medad, ni mal de tipo alguno. Una tierra en la cual se situaría la morada de los felices y de los justos, cuya posesión seríc! patrimonio de los elegidos por los dioses. Sería además ese un lugar perfectamente organizado y en el que reinaría la armo-nía y la justicia absoluta. A todas estas cualidades se sumaba otra importante: la de ser una tierra de enorme fertilidad y que poseía un clima extraordinariamente agradable. Acerca de la sociología de los mitos clásicos nay mucho es. crito y queda poco nuevo por decir en una cuestión que, por otra parte, tiene mucho de subjetividad e interpretación actual. No obstante, ese mundo ideal de la mansión de los justos y los Afortunados vendría a ser la continuación de una perdida y pasada edad de oro, de un momento original pletórico de feli-cidad en la existencia de la Tierra y en la vida del hombre. Esta visión del pasado como paradisíaco, acerca de que todo tiem-po pasado fue mejor y que el ritmo de los tiempos en lugar de progreso marcaba decadencia, fue una constante en el mundo antiguolg. Esta «Edad de Oro» es un socorrido mito literario que llega hasta el elogio de la «Edad de Oro)) contenida en el Quijote. Pero el mito aparece ya reflejado en la obra Los tra-bajos y los d h s escrita en el siglo VII a. de C. por el griego He siodom. Precisamente Hesiodo, en su descripción de esa etapa áurea en la vida humana, mencionaba a los ((Bienaventurados)) aunque no ubicaba su tierra en lugar concreto alguno 21. 5. Pese a 10 indicado, fue Hesiodo el primer escritor griego que mencionó unas islas como el lugar del reino de la felicidad. En un párrafo distinto al antes citado indicaba lo siguiente: 19 S. MAZZARINO: El fin del mundo antiguo, México, 196.1. 20 Al respecto, c f .G . MOROCHO«E: l mito de la edad de oro en Hesíodon, Perficit, 4, 1973, pp. 65100. Sobre la cuestión igualmente pueden consul-tarse las breves referencias de J . CAROB AROJAL:a aurora de¿ pensamiento antropológico. La antropología en los clásicos griegos y latinos, Madrid, 1983, pp. 13 y SS. 21 HESÍODO: Trabajos y días, 137. 24 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLmTZCOS LAS ISLAS DE LOS AFORTUNADOS EN LA ANTIGUEDAD CLÁSICA 9 ((Éstos viven con un corazón exento de dolores en las Islas de los Afortunados, junto al Oceano de profundas corrientes, héroes felices a los que el campo fértil les produce fmtos que germi-nan tres veces año, dulces como la miel» 22. En consecuencia, en Hesiodo, ya en el siglo VII a. de C., el mito de las islas de los Afortunados estaba plenamente presente y además se ubica-ban estas islas en el Océano. Más adelante trataremos acerca del valor de la cita del Océano en Hesiodo. Con anterioridad a Hesiodo había sido otro poeta, el famoso Homero, el creador de mito acerca de la existencia de una tierra de los Afortunados. Es bien cierto que Homero ni le dio ese nombre ni la ubicó en islas, elementos ambos que sería Hesiodo el primero en incorporar. Pero el concepto que ofrece Homero serir? pnsteri~r?nmter ee!zbnriiG~ nr sr les escxiteres para Ia fijación de las islas en un lugar concreto del Atlántico. En los versos de Hornero encontramos lo siguiente: (dos inmortales te enviarán a los Campos Elíseos, al extremo de la tierra, donde está el rubio Radamanto. Allí la vida de los hombres es más cómoda, no hay nevadas y el invierno no es largo, tampoco hay lluvias sino que el Océano deja paso a los soplos de Zefiro que sopla serenamente para refrescar a los hombres)) ". La creación literaria de Homero acerca de los Campos Elí-seos será el punto de partida para la ubicación en el Océano Atlántico de las islas de 110s Bienaventurados. Ya en época de Augusto encontramos la plena identificación de los Campos Elíseos con las islas de los Bienaventurados, y su ubicación en las islas Camrias. Buen ejemplo a este respecto es el geógrafo Strabon. Llevado por su entusiasmo polr Hornero, a quien con-sidera supuestamente como el padre de la ciencia geográfica, Strabon considera que el poeta griego incluso había nabiado de las islas de los Bienaventurados; así en la relación de zonas que Homero habría mencionado, incluye Strabon: ((También las islas de los Bienaventurados que se hallan frente a los con-fines de la Maurosía hacia el Poniente, hacia donde concurre tamqDién límite occiderit& de A j-mgdr por m iií;i~bre * HESÍODTOr:a bajos y días, 171-173. :3 HOMEROO:dis ea, IV, 563-569. Núm. 35 (1989) '1 0 ENRIQUE GOZALBES CRAVIOTO resulta evidente que también estas islas fueron tenidas como felices por estar próximas a estas regiones 24. La convicción de Strabon acerca de que Hornero habPa conocido la existencia real de las islas de los Bienaventurados, situadas en el Océano Atlántico, no es otra cosa que una plasmación de algo que r e sultaba obvio para muchos autores cl6sicm. 6. A partir de la interpretación que se realizaba del men-cionado texto de Homero, lo que no era otrtru cosa que una plasrnación literaria de determinados mitos comenzó a tener notables contenidos de realidad. En efecto, la tierra de la feli-cidad, la establecida en las islas de los Bienaventurados, sería una continuidad viviente de los primitivos orígenes, de la «edad E de oro)), del mejor y más feliz tiempo pasado. Normalmente - estos paraísos y jardines paradisíacos, esos preciosos reinos E de la felicidad y de la justicia más perfecta, los antiguos griegos 2 los colocaron precisamente en islas. Ese carácter insular pre- -E sentaba una notable ventaja, la de posibilitar y explicar el aisla- $ miento de los Bienaventurados con respecto a los restantes - hombres. - 0 m E En este sentido, el mito de una tierra de los Afortunados O estaba destinado a concretarse en una o varias islas. Éste no fue un caso único ni mucho menos. Precisamente el filósofo E Platón situó su famoso mundo utópico en la Atlántida, en una ; isla más o menos extensa pero que, significativamente, también d ubicó en el Océano Atlántico. Pero el desarroilo del mito plató-nico acerca de la Atlántida y de su organización utópica, acerca de lo cual no nos vamos a extender por ser una cuestión archi-tratada, influyó de manera no mmos decisiva que el texto de H~rr,eree ri !u. creaciS11 dv! z i to de 12s islas de !m Afmtmados. 24 STRABON1, , 1, 5. NO obstante, también algunos griegos realizaron otra interpretación distinta. En el siglo v a. de C . HXRODOT11O1,, 26, ha-blaba de la isla de los Bienaventura.dos como una así nombrada par ]QS =g-ieg~;nyr fihi~a&+2,- 1 Ser de I g i p f ~N. ^ uhslar.te, e! p!,klnien,to no deja de estar directamente emprentahle con el de las islas Canarias; en esa época se creía que el vontinente africano era de tamaño mucho menor y que el Nilo procedía del Océano de la zona de las islas de los Afortunados. 26 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS En efecto, para Platón la isla Atlántida se caracterizaba por su inmensa fertilidad, «la isla, iluminada entonces por el sol, pro-ducía todos estos frutos vigorosos, soberbios, magníficos y en cantidades inagotables)) 25. Datos sobre la antigua Atlántida que continuarían manteniendo los posibles restos de esa tierra que serían las is1a.s de !os Afortunados. Otro autor del siglo 111 a. de C., Iambulo, describía de forma no menos imaginaria una isla maravillosa cuyos habitantes «viven en praderas donde encuentran todo lo necesario para subsistir, porque producen más frutos de los que precisan gracias a la bondad del sol y a la suavidad del clima)) 26. Aunque Iambulo no ubica en un lugar ni concreto ni general la supues-ta isla podemos ver de nuevo ese mito acerca del psraíso insular. Un autor de los alrededores del año 300 a. de C., Clitarchos, escribió una biografía, desgraciadamente perdida, de Alejand.ro Magno. Pero sabemos que, segun Clitarchos, a Alejandro Magno se le informó de la existencia en el Océano Atlántico (de una isla tan rica que sus habitantes daban un talento de oro por un caballo.. . y un monte sagrado cubierto de una sombría selva cuyos árboles exhalaban un olor de maravillosa suavidad)) 27. Por otra parte, la ubicación en islas de estas tierras mara-villosas no es exclusiva de los autores de la antigüedad clásica. Entre los árabes encontramos la misma consideraci~n; con anterioridad a que la lectura de Ptolomeo, traducido al árabe, 25 PLATÓN:C ritias, 115. Sobre la Atlántida, A. SCHULTENT:a rtessos, 2." ed., Madrid, 1971, pp. 159 y s.;A . GARCÍAY BELLIDO(:( La Atlántida)), Atluntida, 1, 1963, pp. 461-475; F. WATTEMBER((GSa: ltes, la isla Atlántida y Tartessom, Boletin del Seminario de Estudios de Arte -/ Arqueologia de Valladolid, 32, 1966, pp. 125-205; C. BERLITZT: he mistery of Atlantis, Nueva York, 1969; M. BALLESTEROGSA IBROIS«:L a idea de la Atlantida en el pen-samiento de los diversos tiempos y su valoración como realidad geográ-fica », ANUARIDOE ESTUDIOAST LÁNTICO1S7,, 1971, PP. 337-346. El mito de la Atlántida, sobre el que no nos extendemos por ser bien conocido, se ha relacion~ldo tanto con las islas Canarias como con la ruina de Tartessos. En la antigüedad rechazó la existencia real de la Atlántida el filbsofo /lñISi~WiF;S q - ~ 8la - ~ a ar Leya epGC'ubiaci5ii poética, pero fUe comidei-ada como cierta por POSIDONIO. 26 IAMBULO en DIODORDOE SICILIA,1 1, 57. -7 CLITARCHeOnS P LINIO:N . H., VI, 198. Núm. 35 (1989) ' 12 ENRIQUE GOZALBES CRAVIOTO ilustrara acerca de la existencia concreta de las Canarias, en las Mil y una noches aparece mencionado un personaje que era «señor de numerosas tropas y de muchedumbre de eunucos y esclavos consagrados al servicio de su persona y que reinaba sobre unas islas llamadas Islas Eternas (o Afortunadas) en la frontera del país de los persas)) 28. Y no digamos menos de la isla «Utopía)) que, siguiendo el modelo platónico, ideó el humanista inglés del Renacimiento, Tomás Moro (1478-1535). En consecuencia, las islas eran un buen elemento inicial para ubicar un mundo de afortunados. Debido a su aislamiento y entorno cerrado, las ventajas proporcionadas por el clima, la fertilidad y la organización social, no podían estar extendidas a un ámbito más amplio. Esta es la explicación del primer dato fundamental en la recreación literaria y filosófica que realizó el mundo antiguo a partir del texto mítico de Homero: la tierra de los Afortunados tenía que esbar ubicada en una o más islas. En consecuencia, no puede extrañarnos que ya en Hesiodo, poco posterior a Homero, ya aparezca esa tierra de los Afortu-nados como un conjunto de islas. 7. No obstante, la invención de un paraíso como perdurable todavía en unos momentos presentes tenía el grave problema de que su inexistencia podía ser constatada con cierta facilidad. Unas islas de los Afortunados situadas en el Mediterráneo pronto habrían sido visitadas, con toda clase de intenciones, por parte de navegantes, comerciantes y aventureros. En efecto; una segunda caxacterística imprescindible debía de tener la ubicación de las islas de los Afortunados: la de tener una lejanía muy extrema con respecto a los centros frecuentados por los navegantes griegos. Los pueblos cuya existencia solamente resi-día en la imaginación, la literatura homérica o el mito, debían de ser alejados lo más posible de Grecia. Una ubicaci6n cercana hacía inexplicable que no fueran conocidos. De esta forma, las amazonas, las farnosísimas mujeres guerreras, o los pigmeos, ambos mencionados inicialmente por Homero, debían de situarse 28 Mil y una noches, noche 148. Citaremos por la traducción de R. Cm- SINOS, México, 1966, t. 1, p. 1049. 28 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS LAS ISLAS DE LOS AFORTUNADOS EN LA ANTIGUEDAD CLÁSICA 13 en lugares extremos y desconocidos. Como se ha indicado ya en algunas ocasiones, en los extremos del mundo conocido, en las zonas de los ({bárbaros imaginarios)), los griegos supusieron tanto la existencia de grandes maravillas y de increíbles rique-zas como de lugares que producían el horror y la repulsión 29. La maravillosa tierra de los Afortunados, agraciada por el clima, por la vegetación y por la felicidad y la justicia, tenía que estar situada en un extremo del mundo bien alejado de Grecia. 8. Quedaban, no obstante, muchas posibilidades acerca de lo que eran los extremos del mundo para los griegos. Rmorde mos, a título de ejemplo, la creencia griega (igualmente here-dada a partir de la lectura de Hornero) acerca de la existencia de dos clases de hombres extraños que habitaban los extremos norteños y sudeños del mundo, los fabulosos ({hiperbóreosn e ~hipernotosn. La discusión que al respecto de los mismos enta-blaba Strabon en su obra geográfica resulta preciosa y demues-tra la gran ingenuidad de algunas creencias helénicas. Pero ésos eran seres fabulosos, desfigurados por las malas condiciones, especialmente, el excesivo frío y el no menos excesivo calor. Ms griegos de los siglos VI al IV a. de C. tenían conocimientos acerca de considerables realidades geográficas. La Europa orien-tal, la tierra de los escitas, fue explorada por Demócrito de Abdera en el siglo v a. de C. Los griegos establecidos en Cirene y Egipto tenían ciertos conocimientos sobre el interior del con-tinente africano; en el siglo IV a. de C. Piteas de Massalía exploró las costas atlánticas de Europa y Britania; los contemporáneos de Alejandro Magno, impulsados por éste, también realizaron exploraciones en Asia. En todos estos territorios extremos y cuyo contacto era c~nocido,n o p~seia~eiii ~ ~ b ~ ü i uüiti ü~ kii benigno. Es más, todo hacía indicar que cuanto más se alejaran los griegos, en las zonas más extremos, hacía cada vez más calor o más frío. Y sin embargo, las islas de los Bienaventura-dos tenían que estar situadas en un lugar de buen clima. Todos esos krfitorios, tanta haia Xüfie, cvii^rG hzi2 2: %r CCXXlC3 29 C. DELACAMPAGRNacEi: smo y Occidente, Barcelona, 1983. Núm. 35 (1989) -14 ' ENRIQUE GOZALBES CRAVIOTO hacia el Este tenían que ser descartados como poseedores de una temperatura y humedad apacibles. El concepto, en este sentido, estaba plenamente determi-nado. En época de Augusto el ya mencionado Estrabón reali-zaba una c1aslr"icación del mundo a partir de los distintos climas. Hacia el Norte había una zona excesivamente fría y desagradable para la vida del hombre; en el entorno del Mediterráneo había dos zonas templadas (una templado-fría y otra templado-cálida); hacia el Sur, en África, existía primero una zona tórrida y en el extremo Sur una de extraordinaria frialdad 30. Esta concepción geográfica de los griegos predeterminaba claramente la posible ubicación de esa tierra de la felicidad. 9. Si éstas eran las condiciones climáticas de las restantes zonas extremas del mundo, por el contrario, el extremo Occi-dente, más en concreto el Océano Atlántico, tenía notables ven-tajas para la ubicación de las islas Afortunadas. A esta zona extrema y ea buena parte desconocida los griegos habían llevado una gran cantidad de mitos. El contexto histórico en el cual se produjo este traslado de mitos al Occidente es conocido desde hace tiempo. Aunque se discute el valor real del hecho, es generalmente aceptada la tesis del «cierre del Estrecho de Gibraltar)). Hacia el año 500 a. de C. los griegos habrían visto vetada su participación en el comercio del Atlántico por parte de los cartagineses. A partir de esas fechas, los griegos no ha-brían podido navegar con fines comerciales por el Atlántico en búsqueda del oro y la plata de Tartessos, el estalío y las pieles de Bretaña, o el marfil y las pieles del Africa atlántica 31. Fue en ese momento cuando, en frase bastante feliz de Jer6me Car- 30 STRABON11,, 5, 3. 31 El cierre del Atlántico para la navegación de los griegos aparece ya documentado en PINDARhOa cia el 475 a. de C.; ci. A. SCHULTEFN. : H. A., 11, Barcelona, 1925, p. 25. Fue entonces cuando surgieron las leyendas acerca de los monstruos marinos que poblarían el Océano Atlánti'co y que lana vegación en ei misiiio ialjo hacia !Gork hacia el Sur. Esos monstruos son ya citad'os por PINDARON:e mea, 111, 20, y en el relato de la exploración del cartaginés HIMILCONre, cogido en AVIENO: Or. mar., 411 y SS. 30 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTZCOS LAS ISLAS DE LOS AFORTUNADOS EN LA ANTIGÜEDAD ~ S I C A 15 copino, los griegos al no poder enviar al Occidente a sus hom-bres decidieron enviar a sus dioses 32. 10. Uno de los mitos, relacionados con las islas de los Afortunados, y ubicados igualmente en el Occidente fue el del Jardín de las Hespérides. En efecto, los griegos (apoyados in-dudablemente por los cartagineses) situaron el mencionado Jardín de las Hespérides en la ciudad púnica y después romana de Lixus, cerca de la actual Larache. Era ésta, después de Gades, el principal puerto del comercio atlántico en la vertiente del Sur. En Lixus habría estado el Jardín del cual Hércules habría robado las manzanas de oro. Pero con el conocimiento más exacto y directo de la zona atlántica de la Mauritania (actual Marruecos) resultaba difícil de mantener esa ubicación. Plinio ei enciciopedista, en ei sigio I a. ae C., ya inaica que en Lixus se situaba el combate de Hércules con el gigante Anteo y el famoso Jardín de las Hespérides pero no dejaba de afirmar, \ con notable ironía, que del famoso jardín de manzanas de oro sdamente quedaban algunos escasos acebuches 33. Plinio indi-caba que en el estuario del río Lixus se había ubicado el Jardín, interpretándose los meandros de este río como las líneas si-nuosas del contorno del dragón que guardaba las manzanas de oro. No obstante, ya era inmantenible esa ubicación y el excep-ticismo de Plinio resulta significativo. Por esta razón en la época ya el Jardín de las Hespérides se situaba en las islas de las Hespérides que no eran otras que una parte de las mismas @a- 32 J. CARCOPINLOe: Maroc Antique, París, 1943. Cf. al respecto, C. Po- SAC: ((Las kyendas clásicas vinculadas con las tierras del Mogreb)), Cuader-nos de la Biblioteca Española de Tetuán, 1, 1964, pp. 234%. 33 PLINIO: N. H., V, 3-4: «A 35.000 pasos de Zilis se encuentra Lixus a la que Claudio convirtió en colonia. Fue para los antiguos objeto de extraordinarias leyendas. Aquí situaron el palacio de Antea, su combate con Hércules, el jardín de las Hespérides. El mar penetra en un estuario formando un meandro sinuoso, detalle geográfico con el que hoy día se explican los dragones que guardaban el jardín. Este estuario tiene una isla y-ue, aurlyue aisiaua mas baja e; ;iiorsti vecino, no es por la marea. Queda aquí un altar de .Hércules pero d,el famoso bosque de manzanas de oro, objeto de leyendas, no quedan otra cosa que acebuches .» Núm. 35 (1989) 31 16 ENRIQUE GO ZALBES CRAVI OTO narias. Se produciría as.í una cierta identificación entre las antiguas islas de los Afortunados y las nuevas islas de las Hes-pérides. 11. Este traslado desde Lixus a las Canarias de la tierra de las Hespérides, ahora convertida en islas, es perfectamente de-tectable en la época del cambio de Era en Estacio Seboso, poco después en Plinio y también en el resumen realizado por Isidoro de Sevilla: «Islas de las Hespérides, llamadas así de la ciudad de Hespérides. Están situadas al final de la Mauritania y más allá de las islas de las Górgadas, en la misma orilla del atlán-tico, cerca de sus abismos. La fábula dice que en sus huertos hay un dragón que guarda las naranjas. Se dice que allí está el estuario del mar tan tortuoso que, visto desde lejos, parece imitar las sinuosidades de una ~er-piente))?h~e. d e observarse la extraordinaria cercanía del estuario mencionado en las islas Canarias con el descrito por Plinio como existente en Lixus. 12. Dentro del conjunto de visiones acerca de tierras para-disíacas, el mito de las islas de los Afortunados no fue tampoco el único que se trasladó al Occidente. Homero, y con él la tradi-ción mitológica griega, había mencionado como inmerso en las aventuras de Ulises al supuesto pueblo de los lotófagos. Serían éstos unos individuos que solamente se alimentarían del loto, un mito cercano al del «maná» judaico. En la época cartaginesa el pueblo de los lotófagos se situaba en el Norte de África, no lejos de la propia Cartago 35. Pero ya en momentos posteriores, cuando los romanos habían hecho acto de presencia en el Occi-dente, se tendió a situar estos lotófagos en la costa atlántica de África. Concretamente ya el griego Artemídoro, autor de los alrededores del .año i G G a. de C., de m tratado acerca de ius puertos marítimos, situaba estols lotófagos en algún lugar de la costa del Sur de Marruecos, por tanto no lejos de las islas Ca-narias, donde se alimentaban de la hierba y de la raíz del loto 36. "2A. Tlr----. W I L V T T I C I D I U U f i U . mí,'., RI Y, U,, :V. 35 Periplo de SCYLAX, 108. Acerca del tema de Hoinero y el Occi-dente, cf. R. DIÓN: Aspects politiques de la géographie antique, París, 1973. 36 STRABON, 111, 4, 4; XVII, 3, 8; DIONISIOP:e rieg., 206. 32 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS Strabon también toma de Artemídoro el mito acerca de la exis tencia de los lot6fagos: éstos habrían emigrado a la costa del Sur de Marruecos donde, en regiones sin agua, suplían esta carencia mediante la alimentación del loto, hierba y raíz; estos lotófagos, por el interior de Africa, se extenderían hasta la región de Cirene donde ya se alimentaban de leche y carne". De hecho, un conjunto nada despreciable de las navegaciones de Ulises se trasladaron al Océano Atlántico, tanto a las costas africanas como a las europeas 3s. Precisamente, como conse cuencia de este traslado al extremo Occidente, al Atlántico, de muchas navegaciones de Ulises, se situó en la zona la tierra de la felicidad y de la riqueza. Para ver esta relación de Homero con el Atlántico y de escritores griegos posteriores ubicando aquí las tierras de la felicidad, basta leer diversas párrafos de la obra de Strabon 39. Precisamente m esa felicidad de los hom-bres del Occidente radicaría la explicación de las antiguas in-cursiones a la Península Ibérica, según Estrabón primero de Hércules, después de los púnicos y, finalmente, de los romanos @. 13. En suma, tenemos por tanto ya la tierra de los Afortu-nados situada con una cierta precisión. La mención del Océano, en Hesíodo y m Homero, facilitaba la ubicación en el Atlántico de la supuesta tierra de la felicidad y la bonanza del clima. La necesidad de un aislamiento de la misma le imponía una situa-ción en una O más islas. Quedaba ya, solamente, el situar esas islas en un lugar concileto, identificándolas con algunas real-mente existentes. La ubicación en el Atlántico Norte no podía tener muchos defensores. Todos los que habían navegado por 17 O.-.- V I T T T Q O -' D I KMU N , A V AA , 0, 0. 38 Este traslado de las navegaciones de Ulises al Atlántico lo encon-tramos reflejado por vez primera, hacia el 170 a. ck C., en CRATEDSE -0s. La máxima expresión la encontramos en STRABON11,1 , 2, 13: <¡Me parece cierto que Odiseo llegase a estas tierras en su expedición)); 111, 4, 3, utilizando al respecto el testimonio de A R T ~ I D O R O1;1 1, 4, 4: 3s de admjrzr cpe e! pmta Enmern descRhiese !os viajes de Ofi-92~ de una manera novelesca, suponiendo que la mayor parte de sus hazañas las había realizado más allá de las columnas, en el Océano Atlántico)). 39 STRABO1N, 1, , 4; 111, 2, 13, etc. 40 STRABO1N, ,1 , 4. Núm. 35 (1989) 18 ENRIQUE GOZALBES CRAVIOTO . las aguas cercanas a Gran Bretaña eran unánimes en señalar las inclemencias de esas tierras y mares, donde hacía frío en exceso. Ello reducía ampliamente las posibilidades. El calor del Sur podía ser matizaido fuertemente por la humedad oceánica. Quedaban, por tanto, dos opciones acerca de la ubicación de esa tierra de 1s felicidad. Las islas de los Afortunados, mencio-nadas por los poetas y mitólogos, situadas en el Atlántico y en islas,. debían de estar bien hacia el Sur, junto al continente afri-cano, bien al Oeste mar adentro. El hecho de que un autor u otro ubique hacia estos lugares las islas de los Afortunados no indica un conocimiento real de las mismas. El mito de las islas de los Afortunados existía previamente, su ubicación atlántica era iguaimente previa, su colocación aproximada era también previa. Sólo faltaba el conocimiento concreto de unas islas a las cuaies apiicar ias características conocidas. La vaciiación va a ser permanente. Como veremos, las islas de los Afortunados, no siempre con este nombre aunque sí con sus características, se situaban unas veces en alta mar, hacia el Oeste, y en otras junto a Africa, hacia el Sur. Por esta razón, unas veces son identificables con las Canarias y en otras con las Azores o Madera. 14. La primera alusión de los textos clásicos que tiene que traerse a colación es una mención griega acerca de una isla de Sátiros41. Según el relato un griego, Eufemo de Caria, habría sido desviado por las cocrrientes desde Italia al Atlántico. El hecho es inaceptable. No lo es la concepción griega que se ex-presa, a saber, que en el Atlántico había muchas islas, unas desiertas y otras pobladas por hombres salvajes. El relato del acontecimiento, unas islas llamadas Satíridas y pobladas por sátiros, es- igualmente inaceptable como reflejo de un conoci-miento real 42. E1 supuesto viaje de Eufemo de Caria no es otra 41 PAUSANIA1,S 2,3 , 5-6. 42 Sobre este relato y otros similares remitimos a los trabajos de sín-tesis de NI. CARYy W. H. WARMINGTOThNe: ancient explorers; Londres, 1932, trad. francesa, París, 1932 (no existe traduoción española); J. MALU-QUERE: x ploraciones y viajes en el mundo antiguo, Barcelona, 1950; J . E. CA-SARIEGOLO: S grandes periplos de la antigüedad, Madrid, 1949. cosa que una leyenda o un invento, no puede buscarse en este relato una menoi6n a islas concretas algunas. 15. Distinto es el caso del periplo de Hannón. Los fenicios habían navegado por estas aguas desde tiempos muy antiguos. A finales del siglo VII a. de C. incluso habían logrado la circun-navegación del contienente africano partiendo del mar Rojo 43. No obstante, no puede aceptarse la verosimilitud de la denomi-nada ((inscripción fenicia de Paraiba)) (Brasil): en la misma se indica que, costeando el Africa, las corrientes habrían llevado el barco fenicio hasta.. . el continente americano M. NO es neco sario admitir la veracidad de la inscripción, indudablemente una falsificación inspirada por el texto de Hsrodoto, para saber que los fenicios y cartagineses tuvieron un conocimiento consi-derable de una parte (de la costa atlántica africana. El periplo de Hannón ha sido objeto de multitud de estudios y ha dado lugar a una interminable polémica45. EJ. relato del 43 HERODOTIOV,, 42. M F. PÉREZ CASTRO: «La inscripción fenicio-cananea de Paraiba (Bra-sil))), A NUARIODE ESTUDIOAST LÁNTICO1S7,, 1971, p p 3077-333, donde Se r e coge la polémica. 45 Edición principal del texto e n C. MULLER:G eographi Graeci Minores, París, 1855. Ediciones, traducciones y estudios, entre otros mencionamos como principales, H. Emz: Mémoire sur le périple d'Hannon, París, 1855; A. TREVE:L e périple d'Hannon, Lyon 1888; C. T. FISCHERD: e Hannonis Carthaginiensis periplo, Leipzig, 1893; K. E. KILLING:D es Periplus des Hanno, Dresde, 1899; J . CARCOPINoOp,. cit.; J . E. CASARIEGOEl: periplo de Hanndn de Cartago, Madrid, 1947; A. DILLER: «The tradition of the minor geographersn, Philological monographs published by the American Philo-logical Association, 14, 1952; G. GERMAIN«:Q u9estq ue le Périple d'Hannonn, Hespéris, 44, 1956, pp. 205-248; S. SEGERT: (Phoenician background of Hanno's Periplusn, Melanges de I'Université Saint-Joseph de Beyrouth, 45, 1969, pp. 502-518; R. MAUNY: «Le Périple dlHannon, un faux célebre con-cernant les navigations antiquew, Archéologia, 37, 1970, pp. 76-80; G. PI-CARD: «Le périple d'Hannon n'est pas un f m » , Archéologia, 40, 1971, pp. 54-59; F. LALLEMANDio: urnai de borci cie Eannon le Cartaginois, París, 1973; J . RAMINL: e périple d'Hannon. The periplous of Hanno, Oxford, 1976; J . BLOMQUIST:h e date and origin of the Greek version of Hanno's Peri-plus, Lund, 1979. Núm. 35 (1989) 35 20 ENRIQUE GOZALBES CRAVIOTO mismo, indudablemente alterado ya en la antigüedad por los copistas, es una de las pocas obras de literatura cartaginesa que se han conservado. El texto presenta dos partes bien dife-rentes. Relata dos hechos que tienen poco que ver el uno con el otro. El primero de ellos es la mención de una colonización cartaginesa realizada en la costa que va desde Tánger hasta el río Lixus. La interpretación tradicional ha partido de una base que resulta esencialmente errónea desde el primer punto. Este río Lixus mencionado por el texto de Hannón no tiene absoluta-mente nada que ver con el actual Dráa; en todos los textos de la antigüedad el Lixus es el actual Lukus. Este error en la consideración del río Lixus afecta a la inter-pretación de todo el texto. La segunda parte narra un viaje de exploraci6n al Sur de la Maurosúz. La interpretación tradicional, ya alterada por el error antes señalado, llevaba las navegaciones de Hannón hasta el mismo golfo de Guinea. Lo que se desprende del texto es bien diferente. El punto de partida de la explora; ción fue la isla de Cerné, indudablemente la actual Essaouira 46. Después de explorar toda la zona costera del Sur de Marruecos, la expedición llegó a un lugar determinado: ((Navegamos durante cinco días a lo largo de la costa hasta llegar a una gran bahía que nuestros intérpretes llamaron Cuerno del Oeste. En ella había una gran isla y en la isla un lago de agua salada, dentro del que había otra isla en la que desembarcamos. De día no podíamos ver nada más que el bosque, pero por la noche dis-tinguíamos muchas hogueras y oíamos sonidos de flautas, de címbalos y tímpanos y gran estrépito de voces. El terror se apoderó de nosotros y los adivinos aconsejaron abandonar la isla» 47. La interpretación tradicional ha llevado la ubicación de este episodio poco menos que en el Congo. Nada más lejos de la realidad. Este Cuerno del Oeste de Hannón, es el promuntu-rium Hesperu de Polibio, perfectamente ubicable en el cabo Juby 48, es el Hespérou Kéras de Pomponio Mela 49 y el Hesperu @ rnc--:s-fz- 2.. Er".+..,L. o L ~ K J UG n ~ r í f b u r b , O. 47 Periplo de Hann6n, 14. 48 POUBIOen PLINIO: N. H.,V , 10. 49 MELA, 111, 99. 36 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTZCOS Ceras de Plinio Las islas a las que se refiere Hannón estaban indudablemente frente al Cuerno del Oeste, es decir, frente al cabo Juby. Esta constatación indica que las islas descritas por el cartaginés Hannón no pudieron ser otras que las Canarias. La tesis de que las islas descritas por Hannón en el Atlán-tico son las islas Canarias no es, ni mucho menos, novedosa. No cabe duda de que el texto del periplo está bastante alterado, pero solamente esta interpretación salva 101s problemas del mismo. Fundamentalmente mencionamos el trabajo de Schmidt como el que más claramente defiende que las islas descritas no son otras que las Canarias. El mismo periplo de Hannón indica que la exploración con-tinuó desarrollándose por otras isla del archipiélago canario. .,1--.,:D.,A.. rr-m A- -ll,.- ...-..rrl ,,u,....&- u.~",.,&riL- -^e: r WA GJGLLLu~ilaL Uuo, olla3 CIL a q u a LIIUILL~ILLU p l c u c u b a u a CWU-vidad volcánica: ((Navegamos apresuradamente y pasamos fren-te a una costa ígnea, llena de incienso ardiente; grandes corrien-tes de fuego y lava fluían hasta el mar, y era imposible acercarse a tierra a causa del calor)) La actividad volcánica era muy consi&rahle, tal y corno r;p d&.i~cpd. el psrrafn siguiente: ((Dejap mos aquello a prisa por temor, y durante cuatro días de nave-gacibn vimos de noche la tierra envuelta en llamas. En medio había una llama altísima, muy superior a las otras, que al parecer llegaba hasta las estrellas. De día vimos que se trataba de una montaña muy alta, llamada Carro de los Dioses)) 52. Para Schmidt no hay dudas al respecto de este texto: este importante volcán llamado «Carro de los Dioses)) no es otro que el Teide. Ekiste un fuerte argumento en favor de esta iden-tificacidn puesto que hasta el fondo del golfo de Guinea no encontraríamos otro paraje como el indicado, con un volcán de este tipo. Un volcán que llegaba a lanzar incluso ríos de lava al mar: ((navegando desde allí durante tres días pasamos co-rrientes ardientes de lava y llegamos a un golfo llamado Cuerno del Sur» 53. M PLINION:. H.,V I, 199 y 201. 51 Periplo de Hannón, 15. 52 Periplo de Hannón, 16. 53 Periplo de Hannón, 17. Núm. 35 (1989) 22 ENRIQUE GOZALBES CRAVIOTO Finalmente, existe un muy confuso texto del mismo periplo que habla de otras nuevas islas diferentes de las anteriores. Para Schrnidt éstas son hs más alejadas del archipiélago de las Canarias. Se trata del párrafo que más ha influido de todo el mencionado periplo: «En el extremo más lejano de esta bahía había una isla como la anterior, también con un lago en el cual había otra isla llena de salvajes. Desde lejos podíamos observar que la mayor parte eran mujeres con cuerpos peludos, a las que nuestros intérpretes llamaron gorilas. Les perseguimos pero no pudimos capturar a ningún hombre, pues todos ellos estaban acostumbrados a trepar por las rocas y lograron esca-par, tirándonos piedras. Cazamos tres mujeres, que mordieron y golpearon, resistiéndose ante los que las prendían. Las rnata-mos, les quitamos la piel y las llevamos a Cartago)) 54. Aquí destaca la cita de los gorilas que no es concluyente puesto que en el siglo XIX recibieron el nombre como herencia indudable de este texto clásico. Si todo el relato de Hannón tiene perfecto carácter de verosimilitud, es justamente en este último de sus fragmentos en el cual vemos romperse la línea de sobriedad en el relato. En nuestra opinión nos hallamos ante una dara invención novelesca, donde la realidad de la exploración aparece totalmente deformada. Y eso se produce justo en el texto que más iba a influir en la antigüedad clásica. Hannón habla de dos conjuntos de islas, el primero de ellos de natura-leza volcánica, el se.gundo poblado por esos extraños seres. Esta será la base de distinción futura entre dos conjuntos diferentes de islas. 16. Todas las restantes descripciones acerca de islas atlán-ticas visitadas por los cartagineses no parecen coincidir con las Canarias sino con Madeira. Así se deduce de las descrip-ciones de la misma. La primera de ellas la encontramos en el texto conocido corno de Pseudo-Aristóteles: «Dicen que en el mar, fuera de las Columnas de Heraklés, los cartagineses descu-brieron una isla desierta pero poblada de toda clase de árboles y c-a&a I<-íciYTasv -egabies. Esta isla es a&Tjra~~e 54 Periplo de Hanndn, 18. 38 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLAIiTZCOS LAS ISLAS DE LOS AFORTUNmOS EN LA ANTIGÜEDADC LÁSICA 23 frutos. Estaba muy lejana de la tierra firme, de la que distaba días de navegación. Su fertilidad hizo que los cartagineses la visitaran a menudo, y algunos hasta llegaron a establecerse allí» 55. Un texto muy similar encontramos en Diodoro de Sicilia: «Así pues, por los motivos ya citados, los fenicios, explorando las costas más allá de las Columnas, merodeando el litoral de Libia, fueron arrastrados por fuertes vientos a una larga nave-gación por el Océano. Azotados por la tempestad durante mu-chos días, fueron llevados a la mencionada isla y una vez que exploraron su floreciente prosperidad y condiciones naturales, la dieron a conocer a todos.. . » 56. Esta isla nos la había descrito anteriormente como situada «en alta mar, notable por su ta-maño, que yace en medio del Océano y dista de Libia muchos días denavegación, estando extendida hacia Occidente, posee un suelo fértil, abundante zona montañosa y considerable por-ción de llanura que destaca por su belleza. Surcada así, de parte a parte, por ríos navegables, recibe de ellos su riego y posee multitud de jardines plantados de árboles de todas cla-ses y numerosos cultivos.. . » ". Estos textos que hemos recogido parcialmente nos indican que los cartagineses no solamente conocieron las islas Canarias, reflejadas en el periplo de Hannón, sino también Madeira. Pero además nos indican que para los cartagineses era mucho más aplicable a Madeira la consideración de isla de los Afortunados. 17. El redescubrimiento de las islas Canarias se volvió a producir a finales del siglo 11 a. de C. y comienzos del siglo I a. de C. Fue entonces cuando, fundamentalmente desde la His-panza romana, se tomó conocimiento real de la existencia de un grupo numeroso de islas al final de la Maurosia. Los datos que poseemos acerca de este conocimiento directo son muy fragmentarios. No obstante, son los suficientes como para que podamos observar cómo se concretó en las islas Canarias el viejo mito de las islas de los Afortunados. 55 PSEUDO-ARIST~TEDLeE Smi: r. ausc., 84. 56 DIODOROV,, 20. 57 DIODOROV,, 19. 24 ENRIQUE GOZALBES CRAVIOTO No cabe duda de que fueron los habitantes del Sur de His-pania los que se encontraban en mejores condiciones para la navegación por estas aguas. Más concretamente, los habitantes de Gades (Cádiz) se caracterizaban por desarrollar profusas navegaciones en el Atlántico 58. El mismo Caio Plinio indicaba que Gades era el centro de las navegaciones hacia el Atlántico al Sur de la Maurosia Y en diversos centros del Marruecos antiguo, situados en la costa oceánica hasta el Sur del país, se ha.n hallado numerosas monedas acuñadas por Gades en el siglo I a. de C., lo cual demuestra la profusa navegación de los comerciantes y pescadores gaditanos *. Y estas navegaciones los llevaron hasta las islas Canarias. meron éstos los primeros contactos occidentales con las islas, g en los que se basó su identificación con las Cmarias. La 1k-gada de los gaditanos a las islas debió de ser relativamente frecuente. Por ejemplo, sabemos que a finales del siglo 11 a. de C. una de las islas Canarias, considerada como ((desierta pero bien provista de agua y cubierta de abundante vegetación)), fue mencionada por el explolradar Eudoxos 61. Y las Canarias, de las cuales se conocían solamente dos islas, eran ya conocidas como islas de los Afortunados en la referencia de los marinos - 58 J. GAGÉ: ({Gades, 1'Inde et les navegations atlantiques dans 1'Anti-quitt?)), R evue Historique, 205, 1951, pp. 189-216;A . GARCÍAY BELLIDOB:I OCO-sae Gades. Pinceladas para un cuadro sobre Cádiz en la antigüedad)), Boletin de la Real Academia de la Historia, 129, 1951; C. FERNÁNDEZ CHI-CARRO: ((Cádiz, sede milenaria de marinos)), Helmántica, 4, 1953; A. M. GUA-DÁN: ((Gades como heredera de Tartessos en las amonedaciones conrnemo-rativas del Praefectus Classim, Archivo Español de Arqueologia, 34, 1961, pp. 53 y SS.; W. SESTON«: Gades et 1'Empire romainn. Cuadernos de His-toria, 2, 1968, pp. 1 y SS.; M. J . JIMÉNEZ CISNEROSH:i storia de Cádiz en la antigüedad, Cádiz, 1971; J . F. RODR~GUNEEZIL A:E l municipio romano de Gades, CBdiz, 1980. 59 PLINIO: N. H., 11, 169. * La relación de monedas de Gades aparecidas en la antigua Mauri-taniq rnmn dor-ammtnriiin -.e comercio y nctivi_dad.- pesqueras, !a h_f?m^S recogido en E. GOZALBESE:c onomía de la Mauritana Tingitana (siglos I a de C.-II d. de C.), Tesis Doctoral, Universidad de Granada, 1987. 61 STRABON11, , 3, 45. 40 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS gaditanos al general romano Sertorio ". De estas citas se deduce q.Je los gaditanos viajaban con cierta frecuencia a estas islas del Atlántico. Tanto Plutarco como Salwtio afirman que se trataba de dos islas que gozaban de una natural fertilidad. Debido a ello, es bien evidente en la cita de Plutarco que los gaditanos identificaban estas islas con las de los Afortunados o Campos Elíseos. Esta cita que comentamos creemos que resulta preciosa para el objeto de nuestro trabajo. De ella se deduce que fueron los marineros de Gades los primeros que identificaron las islas de los Afortunados con las conocidas del archipiélago canario. Nos hallamos, por tanto, en el justo momento de superación de las fases anteriormente citadas con respecto a la ubicación. Primero se establece el mito de los Campos Elíseos o tierra de los Afotunado~s. En segundo lugar, el mito se ubica en una isla o islas y se colocan en el Océano Atlántico. En tercer lugar, se buscó la situación de esas islas en una zona del Atlántico que permitiera, por SU clima, la existencia de una tierra de felicidad y fertilidad. En esta cuarta etapa, fueron los marinos de Gades los primeros que identificaron con esas islas de los Afortunados aquellas concretas del archipiélago canario que habían conocido. 18. Los datos aportados por los marinos de Gades alcan-zaron una cierta difusión en el mismo siglo I a. de C. Son preci-samente los únicos conocidos por ei geógrafo griego Strabon en la época del cambio de Era. En un párrafo Strabon indicaba que «las islas, de los Bienaventurados es& situadas frente a la Maurosia, hacia los confines del O~cidenten~P~er.o en otro párrafo, más significativo, habla de la referencia de los poetas a ((estas islas de los Afortunados, en las que reconocemos hoy alguna de las islas que están situadas no lejos de la extremidad de la Ma~rosZan~L~os. poetas habían inventado un mito y en 62 SALUSTIOHi:s t., 1, 100; PLUTARCSOe:r t., VIII. Hay que tener en cuenta que para Gades la existencia de las islas de los Afortunados, en la zona de navegación controlada por ella, suponía un considerable punto de prestigio. 63 STRABO1N, ,1 , 5. 54 STRABO1N11, , 2, 13, que inmediatamente cita estos territorios como Núm. '35 (1989) .41 '26 ENRIQUE GOZALBES CRAVIOTO esa época se relacionaba con alguna o algunas de las islas del archipiélago de las Canarias. Esa ubicación de las islas de los Afortunados en las Canarias, mencionada por Strabon, había sido precisamente obra de los marinos gaditanos. Por otra parte, en el siglo I a. de C. las islas Canarias fueron exploradas o visitadas en otras ocasiones. De hecho, sabemos de la exploración realizada al menos en dos ocasiones. Induda-blemente fueron más las ocasiones en las cuales las Canarias fueron visitadas en esas fechas. No obstante, solamente se co-noce la existencia de dos informes acerca de las islas Canarias. Tanto en un caso como en otro, los exploradores dieron por hecho lo que los marinos de Gades habían ya considerado: que las islas Canarias no eran otras que las de los Afortunados cantadas por los poetas. El primero de estos exploradores será Estacius Sebosus, un personaje cuyo informe menciona Caio Plinio. A juzgar por los datos conservados, Sebosus consideraba la existencia de tres grupos distintos de islas. El primero de ellos, muy distante de las restantes, eran las islas de las Gorgonas 65, relacionables con la isla de los gorilas del ((Periplo de Hannón)). Dada su distancia, esta/s isla/s deben de ser identificables con Madeira. A conti-nuación cita otro grupo de islas que menciona como de las Hespérides; finalmente las Afortunadas propiamente dichas 66. En el caso de las islas Hespérides nos hallamos con la referencia a un primer grupo de las Canarias. mientras las Afortunadas serían Invallis (Tenerife) y Planasia (Gran Canaria). El segundo de estos exploradores fue el rey Iuba II de la Mauritania. Es dudoso que el propio rey participara en la ex-ploración, no obstante fue quien mandó realizarla y el que reflejó los resultados en sus escritos. De Iuba recogió los datos Caio Plinio el enciclopedista 67. LOS datos que nos ofrece sobre las mismas son bastante precisos y son generalmente conocidos y comentados por parte de los que han estudiado las refereaxias situados frente a Gades, lo que indica claramente la relación de sus nave-gantes con ias isias Canarias. 65 PLINIO: N. H., VI, 201. 6 PLINIO: N. H., VI, 202. 67 PLINIO: N. H., VI, 203-205. 42 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTZCOS LAS ISLAS DE LOS AFORTUNADOS EN LA ANTIGÜWAD CLÁSICA 27 clásicas a las islas Canarias. Ya Iuba 11 daba por sentado que las islas que había mandado explorar no eraii otras que las famosas Afortunadas. A partir de ese momento, todos los auto-res clásicos, fundamentalmente los poetas y los retóricos, men-cionarán las islas de los Afortunados como plenamente ubica-bles en el archipiélago canario. 19. La identificación de las islas de los Afortunados con las Canarias será algo plenamente vigente en la Edad Media. Tanto los cristianos como los musulmanes en sus escritos reflejarán la tradición clásica acerca de las mismas. No obstante, en un caso y en el otro utilizarán fuentes de documentación díferentes. Los cristianos utilizarán autores religiosos de la antigüedad tardía. En primer lugar, Orosio que había sefialado que «los últimos territorios de Africa son, concretamente, el monte Atlas y las islas que llaman Afortunadas)) 68. Y en segundo lugar Isi-doro de Sevilla: <(AfortunadasC. on su vocablo se significa que tienen todos los bienes, considerándolas como felices y dichosas por la abundancia de sus frutas. Espontáneamente dan fruto muy rico los árbolles, los montes se cubren de vides espontá-neas, en vez de hierbas hay mieses; de ahí el error de los gen-tiles y los versos de los poetas que juzgaron que estas islas, por la fecundidad, constituían el paraíso. Están situadas en el Océano, a la izquierda de Mauritania, próximas al Occidente y separados de ella por el mar)) 69. Orosio e Isidoro de Sevilla serán los textos seguidos por cristianos xnedievales para consi-derar la existencia real de las islas de los Afortunados. La tradición seguida por los autores árabes ser5, no obstan-te, diferente de la anterior. Y además de diferente resultará hast.ant,e m& precisa. Concretamente se seguirán las indica-ciones realizadas por el geógrafo CIaudio Ptolomeo en el siglo 11. En los primeros geógrafos orientales que, ya en el siglo IX, mencionarán las islas de los Afortunados, o islas Eternas, está bien clara la utilización de Ptolomeo como base de documen-tación. OROSIOA: dv. Pag., 11, 9. ISIDOROE: th., XIV, 6, 8. Núm. 35 (1989) |
|
|
|
1 |
|
A |
|
B |
|
C |
|
E |
|
F |
|
M |
|
N |
|
P |
|
R |
|
T |
|
V |
|
X |
|
|
|