PREHISTORIA
LA WCIDENCIA HUMANA EN LOS EC'OSISTEMAS
FORESTALES DE TENERIFE: DE LA PREHISTORIA
A LA CONQUISTA CASTELLANA
POR
MAJtfA GARcfA MORALJZS
La incidencia humana sobre los ecosistemas forestales de la
isla, ha sido muy diferente a lo largo de su prehistoria hasta la
conquista castellana. Los guanches, según se infiere de la docu-mentación
disponible, no ejercieron transformaciones aprecia-bles
sobre el paisaje forestal, salvo, si cabe, sobre las comuni-dades
de bosques terrnófilw. Estos bosques crecían en un nivel
bioclimático en donde se concentraba la mayor parte de la po-blación
aborigen (L. Diego Cuscoy, 1968: fig. 7, M. C. Jiménez
et alii, 1980) y, en consecuencia, de sus esfuerzos productivos,
lo cual tuvo que influir, en alguna medida, en su distribución y
composición natural.
Asimismo, ei nivei 'mnóitgico dcmz&~ por !os gdmzhes y
revelado por la arqueología, refuerza la hipótesis de que esta
población estuvo muy condicionada por los avatares y constric-ciones
de un medio sobre el que ejercían un escaso control. Su
aislamiento físico y cultural -no se han hallado indicios de que
las ~;üc;nehesc cx~~uiese1r%? mvegs?ciSn, ni de que mantuviesen
relaciones continuadas con el exterior- contribuiría a acrecen-tar
esta dependencia.
La llegada de los castellanos supuso un cambio radical en
Núm. 35 (1989) 457
las relaciones mantenidas hasta entonces, entre las comunida-des
forestales de la isla y el grupo humano aquí asentado. La
presión de los nuevos pobladores se dejó sentir, significativa-mente,
sobre estos vastos bosques, que mermaron rápidamente
ante la voracidad del hacha.
Antes de su conquista, a fines del siglo xv, Tenerife estaba
cubierta, en su mayor parte, por una importante y variada masa
forestal. En su vertiente norte, las primeras comunidades arbó-reas
hacían su aparición sobre los 200 metros de altitud. Son
los denominados bosques termófilos que, en lcondiciones 6pti-mas,
pueden alcanzar un considerable espesor. Dichos bosques
eshaban formadols por ((palmerales))( Phoenix canariensis), «a-buches))
(Olea european), mlrnáicigosn (Pistacia atlántica) «dra-gonalem
(de Dracaena Draco), «sabinares» (de Juniperus whoe-nicea)
y agrupaciones de ((mocanesn (Visnea mocanera), «ader-nos))
(Heberdenia bahamensis), «palos blancosn (Picconia ex-celsa),
c<marmulanes» (Sideroxylon marmulano), en las áreas
de transición a la laurisilva. Acompañando a estas especies ar-bóreas
y arborescentes, se hallaban una gran diversidad de
arbustos, en su mayoría endémicos, tales como el «giiaidil»
(Conuolvulus floridus), «jamín» (Jasminum odoratissimum),
«hediondo» (Bosia yerbamora), ((malva de risco)) (Lavatera ace-rifolia),
«magarzas» ( Argyranthemus spp.), «cerrajas» (Sonchus
spp.1 , ((siemprevivas)) (Limonium spp.1 , etc.
A partir de los 400-500 metros de altitud se penetraba en
los bosques de laurisilva. Estas comunidades relictas se sitúan,
dadas sus exigencias de humedad, en unas cotas altitudinales
muy precisas, que coinciden con las de la incidencia directa del
alisio y sus efectos refrescantes. Los ((laureles)) (Laurus axo-
&a), ovij_ñ_áti~,!; ^s(p eyseg t ~ d i c g ) ,:: hi jss:: (P-nu~n lusitmiea;,
«acebiños» (Ilex canariensis), «tiles» (Ocotea foetens), de am-plísimo
follaje, formaban una cobertura de verdor suspendida
a más de 20 metros de altura, que apenas traspasaban los rayos
solares. Consecuencia de ello, es un subsuelo umbroso en el
que proliferaban: entre la hojarasca en descnmpnsicidn, Ior
helechos y los musgos junto a algunas especies de tendencias
uxnbrófilas. A medida que dejamos atrás la laurisilva, los «bre-zos
» (Erica arborea), las «fayasn (Myrica faya) y los «acebiñosn
458 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTZCOS
ECOSISTEMAS FORESTALES DE TENERIFE 3
(Ilex canariensis) son más abundantes. El bosque se abre pro-gresivamente,
incitando el crecimiento de distintos arbustos
como el ((poleo de monten (Bystropogon canariensis), ctalgari
tefe)) (Cedronella canariensis), (tfollado» (Viburnum rigidum),
({rnalfurada)) (Hypericum grandifolium), etc. Nos encontramos
en las formaciones de fayal-brezal que marcan, entre los 1.000-
1.200 metros de altitud, la transición de la laurisilva al pinar.
Estas comunidades forman parte, asimsmo, del estrato arbus-tivo
de los pinares de la vertiente norte, en sus cotas inferiores.
Los pinares, constituidos, exclusivamente, por Pinus cana-riensis
-endemismo canario- se extenderían por las cumbres
hasta los 2.000 metros de altitud.
En la vertiente sur, las condiciones climáticas de mayor ari-dez,
introducen importantes variantes en la distribución de
estas comunidades forestales. En esta vertiente, los bosques
termófilos estaban formados, fundamentalmente, por ({sabina-res
» (Juniperus phoenicea) de ecotipo árido que hacían su apa-rición
a partir de los 400 metros. Los pinares, por el contrario,
descendían en altitud, respecto a la zona norte, bajando hasta
los 700-500 metros. Aquí, en sus márgenes inferiores, el soto-bosque
estaría formado -a diferencia de la zona norte- por
las sabinas, que marcarían la transición hacia el pinar climax.
En sus márgenes superiores, el pinar se mezclaría paulatina-mente
con las comunidades de retamas y codesos para terminar
por cederles totalmente el terreno, a partir de los 2.000 metros
de altitud.
La laurisilva y el fayal-brezal, no aparecen como tales eco-sistemas
en esta vertiente no expuesta a los beneficios del alisio.
Únicmente, en algunas zonas y barrancos al abrigo de la seque-dsd,
se p=&i&q encsntyzr eqecius yrepis~d e !zcrisilx~ay e!
fayal-brezal, junto a representaciones del bosque termófilo de
zonas más frescas. Este sería el caso de la comarca de Güimar,
cuya especial situación geográfica le permite beneficiarse de
-los restos de humedad del alisio y, por tanto, acoger en sus
cmmbres y barrancos, comunidades de fayal-brezal y de bos-ques
termófilos de ecotipo húmedo.
En pocas palabras, la isla se hallaba rodeada, en época pre-europea,.
por un cinturón forestal de composición y distribu-
Núm. 35 (1989) 459
ción diversa, que la ceñía a partir de los 200-300 metros, en la
vertiente norte, y de los 400 metros, en la vertiente sur, hasta
los 2.000 metros .sobre el nivel del mar, e incluso más en algu-nas
zonas.
LOS BOSQUES Y LA AGRICULTURA
Esta visión general de los bosques tinerfeños, no nos puede
hacer olvidar, sin embargo, que las diferencias climáticas, edá-ficas,
hidrológicas, orográficas, etc., existentes entre comarcas
e, incluso, de una localidad a otra, introducen cambios signifi-cativos,
tanto en los límites altitudinales, como en la composi-ción
florística de las formaciones descritas. D
E
La información proporcionada por la arqueología y las E
fuentes etnohistóricas. aunque insuficiente, delata la influencia
determinante de esta abundante masa forestal en lo que se
considera como la base de su economía, es decir, la ganadería
y la agricultura. La producción ganadera y agrícola estaría deli-rnitada,
tanto desde el punto de vista extensivo (tierras aptas 5
para el cultivo, pastos, etc.) como intensivo (capacidad límite %
del ecosistema), por el medio ecológico insular. A ello se une,
como dijimos, un nivel tecnológico que parece insuficiente, en
principio, para superar estas restricciones medio ambientales, d
sin provocar una rápida degradación y, en consecuencia, poner
en peligro la propia subsistencia. l
n Los guanches sembraban trigo (Triticum aestivum aestivo- Z
compactum Sohiem), cebada (Hordeum vulgare L. polistichum)
y leguminosas (Vicia faba L.), en pequeños huertos próximos "
a las viviendas y, seguramente, protegidos de la voracidad de
los animales domésticos -cerdos, cabras y ovejas- por pe-qüsfias
~ 2 ~ & a~ 2piesdr as y ramas. Se practicaba una agricul-tura
de secano, aunque investigaciones recientes realizadas en
la Cueva de Don Gaspar (Icod, Tenerife), por la doctora M. C. del
Arco Aguilar ( 1985 : 257-377 ), apuntan la existencia del regadío,
basándose en el hallazgo de habas (Vicia faba L.) y en la men-cid2
hecha en_ -aria de !ES dz t s ~ C B ~ C d? eV c m ::. . . aceqda vieja
del tiempo de los guunches)) l.
1 EL~ASSE RRRAA FoLs: Las Datas de Tenerife (libros 1 d IV de datas
460 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
ECOSISTEMAS FORESTALES DE TENERIFE 5
Las principales tareas agrícolas -siembra, vigilancia de los
sembrados para protegerlos de los animales y malas hierbas,
recolección y almacenamiento de la cosecha- las llevarían a
cabo las mujeres. Los hombres colaborarían en la adecuación
del terreno para la siembra, aplanándolo y limpiándolo de ma-leza,
y abriendo los hoyos en donde se depositarían las semillas
(R. González Antón y A. Tejera Gaspar, 1981). Estos hoyos se
harían con la ayuda de un palo cavador, endurecido al fuego o
reforzado con una cornamenta en uno de sus extremos. Nada
sabemos, de existir, sobre el resto de los útiles y medios agrí-colas,
pero de lo dicho podemos inferir que la agricultura abo-rigen
era muy rudimentaria y no debió alcanzar rendimientos
elevados.
La tierra era propiedad del Mencey que la repartía, en usu-fructo,
entre los miembros de su comunidad, desconociéndose,
hasta el momento, los mecanismos exactos de dicha repartición
(R. González Antón, A. Tejera Gaspar, 1981).
Ahora bien, ¿dónde se ubicaban estos huertos guanches a los
que se refieren las fuentes? Las datas (E. Serra Rafols, 1978)
son los únicos documentos que aportan alguna información
sobre la situación geográfica de los sembrados aborígenes. A
través de su lectura hemos podido determinar la existencia de
sembrados guanches en la vertiente norte, más concretamente
en las comarcas de Anaga, Icod y Daute, y en el valle de Güi-mar,
dentro de un área comprendida entre los 200-400 metros
sobre el nivel del mar, con una vegetación de {{palmeras)()P hoe-nix
canariensis), (cacebuches)) (Olea european), ctsabinas)) (Juni-perus
phoenicea), propia de las comunidades de bosques termó-filos
y de cuya abundanica dan fe numerosas datas. Así, en
Anaga'se le repartió, a un tal Juan Anrriquez:
(c.. . un pedaqo en el término de Anaga, puede aver cahiz
y medio en dos pedacos sobre la montaña de Jagua, que se
solían sembrar en tiempo de guanches.))
(E. SERRARA FOLS19. 78: 49)
originales), La Laguna-Tenerife,
número 1.592-52, p. 320.
dieron a Alonsn Bentagaire:
Instituto de Estudios Canarios, 1978, data
Núm. 35 (1989)
((. . . las tierras son donde sembraba el rey de Ycode encima
de las tierras de Diego de Mesa.))
(E. Serra Rafols, 1978: 148)
Lamentablemente, las datas son parcas en cualquier tipo
de información sobre la vertiente sur, entre Abona y Teno, no
haciendo alusión alguna acerca de la existencia y ubicación de
cultivos en esta zona.
La situación de los sembrados guanches a los que hacen refe-rencia
las datas, no deja de ser ampliamente justificable. Por
un Iado, porque si nos ceñimos a la información contenida en
el resto de las fuentes escritas, los sembrados se hallaban pró- ,
ximos a sus viviendas y éstas -cuevas naturales o cabañas- ? E no suelen superar, por regla general, en la vertiente de barlo-vento,
!m 500 metres ds dtitxd (L. ?Xeg~C iismy, 1968. M. C:J i-m
ménez, A. Tejera, J. M. Lorenzo, 1980). O
E
Por otro, porque las áreas ocupadas por los bosques terrnó- i
filos, presentan, por sus características: crecimiento espaciado
de sus componentes arbóreos y arborescentes, pequeño porte de $
los mismos, predominio de matorrales y arbustos, mayores fa- %
cilidades para la roturación del terreno, frente a otras áreas
forestales como la laurisilva y el pinar, máxime teniendo en :
cuenta la escasa capacidad técnica de los guanches. En algunas
zonas pudo darse, incluso, la convivencia de estas agrupaciones
con los cultivos, haciéndose innecesaria su tala. El terreno ha-bría
que limpiarlo, en consecuencia, únicamente de hierbas y
arbustos, tarea en la que los guanches pudieron ayudarse del $
fuego o de la acción ramoneadora de las cabras. En ocasiones "
se requeriría, además, talar o desarraigar alguna sabina, almá-cigo,
u otro arbolillo, que les serviría, a su vez, de materia
prima para la fabricaci~nd e üistintos utensiiios. ¿os haiiazgüs
arqueológicos y las fuentes, señalan un mayor uso de las espe-cies
pertenecientes a estas comunidades en la elaboración de
armas, bastones, yacijas funerarias, etc.
Este piso bioclimático, aunque acusa cierta aridez2, goza
2 Las precipitaciones en esta zona son del orden de los 350-500 mm.
Las lluvias se concentran en los meses de primavera e invierno, siendo el
verano muy seco. En el momento de la conquista, las caracterisiicas di-
462 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTZCOS
de la influencia indirecta del mar de nubes que atempera los
efectos de la insolación y las temperaturas. Eisto lo haoe más
adecuado para la agricultura, desde el punto de vista climato-lógico,
que las áreas enmarcadas dentro del denominado piso
termocanario árido y semiárido, dominado por los tabaibales
y cardonales, que va desde los O a los 200 metros sobre el nivel
del mar.
No queremos dar a entender, sin embargo, que los campos
de cultivo aborígenes se restringiesen exclusivamente a este nivel
blioclimático, pero sí que éste presenta unas condiciones bas-tante
favorables para esta agricultura de secano.
LOS BOSQUES Y LA GANADERÍA
La incidencia de los ecosistemas forestales en la ganadería
tuvo que ser relevante, al igual que en la agricultura. La isla no
disponía de pastizales naturales en abundancia y las comuni-dades
climáticas de laurisilva y pinar, que ocupan las medianía5
y las cumbres, presentan unos recursos ganaderos reducidos y
de menor calidad. Este hecho hubo de delimitar, sin duda, las
zonas y sistemas de pastoreo, así como el tamaño de los rebaños.
Los pastos reverdecerían en las zonas bajas de la isla, dentro
de las comunidades de tabaibas y cardones, y de bosques ter-mófilos,
durante los meses de invierno y primavera, agostán-dose
a principios del verano. Los ganados se verían, por tanto,
abocados a alimentarse durante una parte del año, ramoneando
en los bosques termófilos, el fayal-brezal o «monte verde)), los
retamares de las cumbres u otras comunidades de matorrales.
En este sentido, el marco ecológico determinaría, en cierta me-dida,
una diferenciación en la cría de cabras, ovejas y cerdos.
Las cabras, debido a su ductilidad alimenticia, tendencia al
ramoneo y enorme resistencia, están más capacitadas para adap-tarse
a este medio que las ovejas. Estas se alimentan exclusiva-mente
de pastos, por lo que se verían más expuestas a los ava-tares
climáticos que las cabras.
matol6gica.s dR este piso serían, en iínm generales, las mismas que en
la actuaiidad, aunque sus promedios podían variar significativamente.
Núm. 35 (1989) 463
Ignoramos si los pastores guanches pusieron remedio a esta
situación de escasez de pastizales naturales, desmontando áreas
forestales. No lo creemos probable a la vista de los datos. Nos
inclinamos a pensar, por el contrario, que la única actividad
que ejercieron encaminada a mejorar los pastizales ya existen-tes,
fue la de su quema, con el fin de acelerar el crecimiento
de la hierba y fortalecerla.
La exigüidad de zonas aptas para el pastoreo, sobre todo en
la vertiente norte donde el bosque de laurisilva ocupó una am-plia
franja entre los 400-1.000 metros de altitud, conllevaría un
estricto control del número de animales por rebaño, máxime
en un medio cerrado como el insular. Este control se ejercería,
probablemente, sobre la reproducción y se fundamentaría en
los pastos disponibles por cada comunidad, y en las previsiones
climáticas anuales.
A pesar de la existencia de un control sobre la producción
ganadera, el pastoreo tuvo que tener unos efectos negativos
sobre la vegetación, sobre todo, en aquellos ecosistemas ex-puestos
al sobrepastoreo, como pudieron ser las comunidades
de matorrales de los bosques termófilos y los retamares.
UNA ECONOMÍDAE SUBSISTENCIA
Recapacitando sobre lo expuesto, se hace evidente la depen-dencia
de la ganadería y agricultura guanche del medio insular
y de los ciclos climáticos. Su nivel tecnológico no pudo permi-tirles
intensificar la producción sin atentar, irreversiblemente,
contra el medio ecológico. Dentro de estos límites, la produc-ciSn
agrieo!a y gaqr,dera d&ir, ateilder r, la res=kdciSn de las
subsistencias anuales, además de procurar un excedente que
garantizace la reproducción del ciclo productivo y que ayudase
a superar los períodos de crisis. No se ha constatado que los
guanches almacenasen parte del producto de sus cosechas, ni
si éstas eran lo suficientemente espléndidas como para permi-tírselo
de forma regular. Es más, la práctica de la recolección
de moluscos marinos y productos silvestres, fundamentalmente
de rizomas de helechos, nos hace cuestionar que la agricultura
4f54 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTZCOS
ECOSISTEMAS FORESTALES DE TENERIFE 9
aborigen pudiese cubrir, por sí sola, las necesidades de la po-blación
en hidratos de carbono. Hasta el momento, en los es-tudios
realizados acerca de las patologías guanches no se han
hallado indicios de enfermedades carenciales.
Ya en épocas históricas, los rizomas de helechos constitu-yeron
un sustitutivo eficaz del «gofio» de cebada y de trigo,
que salvó de la inanición a muchos isleños en épocas de carestía.
Esta necesidad de adaptarse a las exigencias del medio,
adquiere un valor especial dentro de un ecosistema insular. La
incomunicación que conlleva la insularidad, redunda no sólo
en una mayor fragilidad del medio ante cualquier injerencia,
sino en la capacidad tecnológica y cultural para responder a
sus constricciones. En este sentido, el mantenimiento de la pro-ducción
agrícola y ganadera dentro de !m mArgenes iil.puestou
por la insularidad, tuvo que sobrellevar unas pautas de control
de la natalidad - e n forma de infanticidio- de las que no tene-mos
conocimiento para Tenerife, aunque se practicaron amplia-mente
en otras islas como Gran Canaria, ¿Lamarote? y La Palma.
LOS BOSQUES Y LA NUEVA SOCIEDAD
La conquista de Tenerife tuvo como consecuencia la rápida
desaparición de la sociedad aborigen. Los conquistadores im-plantaron
unas nuevas pautas cul~turales, sociales, económicas
y religiosas, que encerraban un concepto diferente de la natura-leza
y de las relaciones del hombre con la misma. La isla no
contaba con recursos naturales importantes, excepción hecha
de sus bosques. Los nuevos pobladores fueron conscientes de
esta reaiidaci e iniciaron, puntamente, su expiotación intensiva
con distintos fines. Las datas, los acuerdos del Cabildo y las
Ordenanzas de Tenerife 3, recogen los po,nnenores de esta acti-vidad
y de sus secuelas.
3 Ver E. SERRMA OLLSas: datas de Tenerife (libros I al ZV de datas
originales), La Laguna-Tenerife, Instituto de Estudios Canarios, Fbntes
Renun Canarianun, XII, 1965; E. SERRRAA FOLSy L. DE LA ROSAO LIVBRA' :
Acuerdos del Cabildo de Tmrife (1514-1518), La Laguna-Tenerife, Instituto
de Estudios Canarios, Fontes Renun Canaria-, XIII, vol. 111, 1965;
Núm. 35 (1989) 465
Un considerable número de árboles sucumbieron en los hor-nos
de los recién creados ingenios azucareros. El cultivo de la
caña de azúcar se inició durante los primeros años, tras la Con-quista,
como parte de una agricultura encaminada a la expor-tación,
que junto a una agricultura de subsistencia y autocon-sumo,
se constituyó en la base de la estructura económica tiner-feña
del siglo XVI.
La obtención de pez, interesante empresa del siglo XVI, aún
poco estudiada, también contribuyó a esta progresiva regresión
de los bosques. Los pinares de Agache fueron el principal foco
de extracción de pez y tea de toda, la isla. Gran parte de su pro-ducción
se destinaba a la exportación, dándole salida a través
del puerto de Agache, actualmente El Tablado. Los beneficios
de este negocio sirvieron al Cabildo para pagar sus numerosos
gastos.
«Fue acordado se le diese renta por Cabildo y por los pocos
propios, atento a que en las montañas de Agache se puede
sacar madera, sin que pare perjuicio a la isla, que por los
muchos pinos que hay es provecho entresacallos, le dan por
salario en cada un año sesenta doblas, que son treinta mil
maravedies de esta moneda, sacados del producto de dicha
madera, de las maneras, vitolas y medidas que figuran en
la ordenanza, pudiendo sacarlas de la isla.»
(E. SERRRAA FOLSy L. DE LA ROSA1, 965: 124)
Las variadas maderas, que se podían obtener en la isla, sus-tentaron
diversas manufacturas, como la de construcción de
navíos, fabricación de muebles, carretas, aperos de labranza,
cajas, etc. La madera desempeñó un papel principal en la edi-ficación
y fue objeto de un importante aprovechamiento cam-pesino
destinado a la elaboración de todo tipo de útiles, para
el trabajo y el hogar, y a la construcción de cercas, corrales, etc.
Asimismo, proveyó a la población del carbón vegetal necesario
para alimentar sus hogares.
Por último, la madera se consideró de gran valor por sí
J. PERAZADE AYALA: Las ordenanzas de Tenerife y otros estudios para,
la historia municipal de Canarias, Santa Cruz de Tenerife, Aula de Cuitura
de Tenerife, 1976.
466 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTZCOS
misma, exportándose en gran número a otras islas del archi-piélago
e, incluso, a América. El alcance de este comercio se
pone de manifiesto en el hecho de que los troncos y tablazones
de madera llegar,on a sustituir a la moneda en curso, como
valor de cambio en muchas transacciones. En los protocolos
del escribano Hernán Guerra (1508-1510) 4, podemos leer que
ésta fue una forma común .de pago.
«. . . se obliga a entregar a Pedro Sanchez, herrador, vecino,
30 cajas de laurel.))
(E. GONZÁLEYZ ANEyZ M . MARRERROO DRÍGU1E9Z58, : 912)
La nueva orientación de la agricultura y de la ganadería
contribuy6 a la merma de las florestas tinerfeñas. La isla con-
&~ 6L-v ac m ~ O C t~ieSrra n; p r ~ ~ c i paasr2 !s sgriculttiru. Pm tanto,
los nuevos pobladores iniciaron una considerable labor de ex-tensión
de las tierras de cultivo hacia las zonas de mediadas,
en detrimento de las arboledas aquí implantadas. La tala y el
desmonte acabaron, prácticamente, con las comunidades de
bosques termófilos, al tener éstas su habitat en las áreas en
donde se asentará el grueso de la población. La laurisilva su-frió
también la presión de la agricultura, lo que unido a otros
factores -algunos de los cuales ya hemos comentado- la ha
llevado a una continuada degradación y a su confinamiento en
áreas marginales, respecto de su antigua distribución, como el
macizo de Anaga.
La ganadería también afectó a los ecosistemas forestales,
aunque, quizás, en menor medida que la agricultura de la que
pasó a ser una actividad subsidiaria. Los pastizales se acotan
y reducen en beneficio de la misma, al tiempo que se dictan
normas estrictas sobre la conducción dei ganado. Además, se
amplía la cabaña ganadera con la introducción de nuevas espe-cies,
fomentándose la cría de animales para la tracción y el
transporte, como bueyes, caballos, etc. El pastoreo tradicional
aborigen, basado en los rebaños de cabras y ovejas, pierde así
4 E. GONZALEZY KNEZy M. MARREROR ODR~GUELOZS: protocolos del
escribano de La Laguna Hernán Guerra (1508-1510), La LagunslrTenerife,
Instituto de Estudios Canarios, Fontes Renun Canarianim VII.
importantes zonas de pastos, viéndose desplazado, poco a poco,
a áreas marginales dentro del ámbito forestal. Esto, unido a
una mayor concentración del pastoreo en zonas determinadas,
como pueden ser las ocupadas por las comunidades de retamas,
codesm y escobones, ha tenido a lo largo de los siglos una
influencia negativa sobre la vegetación
Los efectos de esta desacelerada deforestación se dejaron
sentir en pocos años. Uno de los más significativos y que ma-yor
preocupación causó entre los nuevos pobladores, fue la
disminución de los recursos acuíferos. Las autoridades insulares
advirtieron la relación existente entre la merma de las aguas
y la de los montes. En consecuencia, se intentó controlar y ra-cionalizar
la explotación de las arboledas. Se prohibió la tala
de árboles sin licencia, se determinó qué especies eran sucep-tibies
Üe aprovechamiento y cuáles no, se delimitaron las zonas
de explotación, se restringió la exportación de madera o de
objetos elaborados con la misma, y se contrataron guardas que
inspeccionasen los montes y vigilasen el cumplimiento de estas
normas.
«Que no corten árbol junto a las aguas: y ten que en las
partes, i lugares conthenidas en la ordenanza antes desta,
ninguna persona sea osada de cortar ni corte árbol alguno
para madera, ni para leña sopena de 2.000 maravedis; e si
estuviere junto a los nacimientos o corriente el tal árbol
le den 100 azotes al que cortare publicamente; e al que
5 La información disponible para la vertiente sur, exceptuando el
vaiie de Güimar, es reducida. El sur, sobre todo entre Abona y Adeje, y
debido a su mayor aridez, fue menos apetecido por los conquistadores
como lugar de asentamiento que la zona norte, llegando a considerarse
como un destierro, según se refleja en un acuerdo del Cabildo.
N... mandaron que las bestias que fueren
dañando que se pierdan y si no pareciere
el dueño que lo destierren a Agache o
Abona.))
(E.S ~ R3Amu i.s y L. m LA EVSAGH,% : 5%
Esta marginaci6n y aislamiento de la zona sur, salvaguardaría, en ma-yor
medida, las áreas de pastoreo guanches aquí establecidas.
468 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTZCOS
ECOSISTEMAS FORESTALES DE TENERIFE 13
pegare fuego en la dicha comarca o montaña donde son los
dichos nacimientos de las aguas. ( 13-IV-1.577). »
(J. BRADZE AAY ALA,1 976: 131)
((15-X-1.518P. ara escusar los grandes daños que hacen los
cortadores en las montañas que se visiten las que deban y
se pagen uno o más guardas.))
(E. SERRRAA FOLyS L . DE LA ROSA1, 970: 16)
No obstante, este conjunto 'de disposiciones, contenidas en
los Acuerdos del Cabildo y en las Ordenanzas de Tenerife, se
infringieron con harta regularidad, y la deforestación se con-tinuó
con distinta intensidad a lo largo de los siglos siguientes.
En la actualidad, los bosques tinerfeños se hallan reducidos
a una mínima parte de su antigua extension. Los bosques ter-mófilos
prácticamente han desaparecido, quedando algunos ejem-plares
y pequeñas comunidades aisladas y en lugares poco acce-sibles.
La laurisilva se encuentra refugiada en el Macizo de
Anaga y en el Monte del Agua (Los Silos). El pinar que ha sido
objeto de repoblaciones, algunas desgraciadas, lucha por sobre-vivir
a los incendios provocados, ya intencionadamente ya por
abandono o desidia.
El aislamiento que lleva consigo la insularidad confiere, sin
duda, un carácter especial a las interrelaciones de los grupos
aquí asentados con su medio ecológico. Sin embargo, los guan-ches
primero, y los conquistadores castellanos después, estable-cieron
unos nexos con el ecosistema insular, marcadamente
diferentes e, incluso antagónicos, atendiendo a su distinto ba-gaje
cultural y, especialmente, a su nivel tecnológico.
Los manches fundamentaban su economía en una ganadería
y agricultura de subsistencia. Sus medios de producción, des-velados
por la arqueología y las fuentes etnohistóricas, se mues-tran
insuficientes para permitir una intensificación de la pro-ducción,
sin que condujese a la larga, a una degradación irre-versible
del medio. Esto significaría la existencia de mecanis-mos
reguladores de la población, distintos de los naturales, que
mantuviesen la presión demográfica en un umbral que no com-prometiese
la reproducción de las subsistencias.
Núm. 35 (1989) 469 .,
La fragilidad del ecosistema insular y la aparente incapa-cidad
de los gumches para afrontarla, llevaría a su economía
a un constante equilibrio con el medio, no por ello exento de
desajustes.
Por el contrario, los castellanos implantaron su sociedad
sobre las bases de una economía agrícola, estructuralmente
dependiente del exterior. Su articulación supuso, entre otras
causas, un gran impacto sobre los ecosistemas forestales.
Su debilidad estructural se ponía de manifiesto, periódica-mente,
ante las variaciones de los mercados exteriores o las
crisis climáticas. En estas ocasiones, la producción agrícola de
subsistencia y autoconsumo, subsidiaria de la destinada a la
exportación, se mostraba insuficiente para soportar la presión
demográfica. La solución, a diferencia de la aborigen, era la
emigración.
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