LA NEOLITIZACION DE LA FACHADA ATLANTICO-SAHARIANA
POR
CEILSO MARnN DE GUZMAN
El i l z~ajUp aFLdee limitación fnsuperabie.
en su origen concebido como un «plan de excavacionesn y no
como un mero inventario de cuestiones teóricas. La imposibili-dad
de ampliar y contrastar las hipótesis de trabajo que aquí
se emiten se explica por imponderables ajenos a la arqueología.
La cuestión geopolítica que enfrenta desde hace años (desde
1975) a los pueblos del Magreb ha impedido operar en el área de
estudio elegida. Nuestros escasos conocimientos del medio no van
más allá de esporádicos rastreos, hechos con anterioridad a la
programaci6n de nuestra investigación. Por otra parte, un tra-baje
& esta en.grergzd~?mse ria vzne ar~meterloe ~ selitari~.L a
necesidad de un equipo interdisciplinario, operando «in situ», tras
largas temporadas, sería el llamado, a partir de postulados que
expondremos, a resolver y perfilar la multitud de «hiatus» que
ofrecen las distintas secuencias culturales a las que haremos re-ferencia.
En consecuencia, la síntesis que aquí se emite no puede ir
más allá de la puesta al día o estado actualizado de 1.as principa-les
cuestiones, apenas planteadas y muchas veces sin resolver,
de las culturas neolíticas que han transitado por el litoral norat-
Núm. 28 (1982) 207
1.ántico africano, entendido éste como la franja territorial com-prendida
entre el Anti-Atlas (paralelo 30" lat. N.) y Cabo Blanco
(aproximadamente en el paralelo 20"at. X.).
El área de estudio comprende, pues, unos 10" de latitud y
un recorrido costero estimado en unos 1.500 kildmetros. Con es-tas
cifras no pretendemos prestigiar la magnitud de nuestro es-fuerzo,
sino denunciar nuestra prGpia pretensión. De cualquier
manera, se comprenderá que articuiar un trabajo de esta natu-raleza
necesita de un marco de referencia adecuado y lo sufi-cientemente
elástico al que remitir el contingente de los aspec-tos
aislados y particulares, y por lo tanto, con posibilidaci de ser
explicados válidamente. Sólo en este sentido queda justificada
!a amplitud gengráfica, por otra parte somet.ida a similares ca-racterísticas
ecológicas, y hasta culturales, a partir del. recono-cimiento
de un determinante tan definitivo como lo es ese gran
mundo sahariano que se abre al norte y al sur del trópico de
Cáncer.
No debemos silenciar que, por su misma situación, el Archi-piélago
canario queda involucrado en este ámbito, al que es pró-ximo
y vecino. La prehistoria de las islas, como hemos recorda-do
en otras ocasiones, no podrá explicarse satisfactoriamente
hasta que no se posea un panorama certero de las poblaciones
prehist6rie.a~ que pulularon y se entrecruzaron en el continente
y que, en una fecha aún sin determinar, saltan a las Canarias
y van poblando -no sabemos si simultánea o escalmadamen-te-
cada una de las siete islas, a apenas 100 kilómetros de la
costa sahariana. En sentido contrario, el conocimiento de la ar-queología
insular, igualmente, podrá ayudar en el momento obli-gado
de las corologías, contribuyendo de este modo a una mejor
comprensión de estas culturas africanas, a pesar de tan estudia-das,
tan poco conocidas y tan mal explicadas.
En definitiva, el esquema a desarrollar que aquí se ofrece
sólo pretende fijar un orden de preferencias en atención a 10s
problemas sin plantear y a los problemas sin resolver. Por ello:
- Actualiza el marco teórico en el que se mueve la arqueo-logía
prehistórica, particularmente en el capítulo de las
culturas neolíticas del noroccidente atlántico africano.
208 .4NUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
LA NEOLITIZACI~X DE LA FACHADA ATLÁNTICO-S-WIANA 3
- Remite a las grandes cuestiones o líneas maestras acep-tadas
por la generalidad de los especialistas.
- Apunta hacia otros contenidos de orden fáctico, indicando
aquellos puntos de interés que tan sólo se podrán resol-ver
con la aplicación sistemática de un coherente plan de
excavaciones que podría tener como centro de operacio-nes,
en su proyección hacia la franja continental, preci-samente
el propio Archipiélago canario.
Algunas palabras sobre los materiales que han servido para
este estudio. Son los mismos que fueron estudiados por Alma-gro
(1946) y que se comen-an en el Museo Arqueológico de Bar-celona.
Otros pasaron a formar parte del Museo de El hiún, por
iniciativa del. delegado del Gobierno don Galo Bullón, o fueron
enviados, antes de la descolonización, al Instituto de Estudios
Africanos y al Museo Arqueológico Nacional.
En la Sociedad de Ciencias Naturales y en el Club Montá-ñez
de Barcelona se conservaban algunas colecciones proceden-tes
de las prospecciones realizadas a principios de siglo por el
doctor Font y Sagué.
Los materiales de la colección Cazurro pasaron al Museo del
Servicio de Investigaciones Arqueológicas de la Diputación de
Valencia.
En el Museo Arqueológico de Santa Cruz de Tenerife se con-servan
interesantes colecciones de industrias Iíticas donadas a
aquella entidad por el capitán general Héctor Vázquez.
Los fondos del Museo de Ciencias Naturales de Madrid eran
igualmente depositarios de otros lotes donados por don Ricardo
Duque.
Las investigaciones arqueológicas en el Sahara Occidental tie-nen
como pionero al geólogo catalán doctor Font y Sagué, quien
en 1902 da a conocer por primera vez, y en el «Boletín de la So-ciedad
de Historia Natural)), un curioso y documentado, aunque
breve, trabajo sobre Los kiokenmodingos del Rio de Oro (Sahara
españo8). Es ésta la primera publicación de carácter científico
con que se inaugura la arqueología prehistórica en esta zona.
Aquí aparecen dibujadas las llamativas puntas de flecha peduncu-ladas
y con aletas, al tiempo que se da cuenta de grandes con-cheros
de unos cien metros de longitud y hasta cinco metros de
altura.
El estudioso catalán tuvo la virtud de no cometer excavación
alguna, aun cuando tuviese conocimientos para ello, y sus apre-ciaciones
y hallazgos iban exclusivamente referidas a los mate-riales
de superficie.
Aunque resulte increí'ule, cuarenta anos de'spués, en 1941,
es cuando los prehistoriadores españoles se vuelven a interesar
por la arqueohgía sahariana, realizando una serie de viajes y ex-ploraciones,
algunas de ellas pintorescas o sin un plan previo
de investigación, como en el caso de Santa-Olalla (Martínez San-ta-
Olalla, 1944).
Tan sólo algunos extranjeros habría que citar como intere-sados
por la arqueología del ex Sahara español. Waterlot (1913)
publica un trabajo sobre las estaciones con concheros del área
meridional, en la frontera con Mauritania. Posteriormente,
Baumgartel (1931) da a conocer algunos materiales recogidos en
las dunas de Villa Cisneros.
Es en 1941 cuando, con mucho entusiasmo, pero con escasos
resultados, el profesor Julio hlartínez Santa-Olalla despliega una
operación con fines más propagandísticos que científicos. Mu-chos
de sus pretendidos trabajos, como sagazmente puso en evi-dencia
el doctor Almagro Basch, no pasaron de la intitulación o
la referencia indirecta y jamás vieron la luz. Tal fue el destino
de su El Sahwa español anteislúmico, limitado a una carpeta con
ilustraciones fotográficas.
TIA - -p.-~Ll:~---~:Z~- ~~~~~d~e~l pmfesor Almagro Bacch Przhk;wt~/i=&. t
norte de Africa y del Sahara español (1946) es la primera obra
de conjunto que, con un minucioso registro de la región y de los
materiales, conoce la investigación espanola. El trabajo, que
abarca desde las primeras industrias líticas a la culminación del
210 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
arte rupestre, sigue siendo cita clásica y obligada en las publi-caciones
y ha servido a los escasos investigadores españoles que
han observado sus fundamentos para ampliar y completar el con-junto
de ,los aspectos allí planteados.
Paralelamente se van publicando otros estudios que, aunque
no estrictamente arqueoldgicos, sirven para mejorar el conoci-miento
geológico y físico del territorio. Las obras' de Hernández-
Pacheco (1942 y 1949) constituyen, igualmente, un precioso ma-terial
informativo y explicativo del paisaje sahariano y sus orí-genes
estructurales por alguien que lo recorrió palmo a palmo.
Resultado de una labor en equipo, realizada en sucesivas cam-pañas,
fue la publicación del volumen EL Sahara español. Estudio
geológico, geográfico y botánico (1949), que junto con el libro de
Almagro Basch son las dos iíinicas y más importantes aportacio-nes
al. conocimiento del Sahara hasta bien entrados los años 60.
El interés por el arte rupestre y los continuos y sensaciona-les
descubrimientos realizados por los franceses sirvieron igual-mente
de acicate. Hay algunos trabajos aislados que dan cuenta
de ello, como el de Morales Agacino (1942), antecedente a una
media docena de estudios que sobre las manifestaciones artísti-cas
rupestres publican los investigadores españoles. Desde el mis-mo
Almagro, que vuelve a ocuparse del tema (1969), a trabajos
de equipo potenciados, años antes de la descolonización, como los
realizados por el Departamento de Arqueología de la Universi-dad
de La Laguna, bajo la dirección del doctor Pellicer (1973).
No vamos a insistir en este aspecto, que intencionadamente ha
quedado fuera de nuestra órbita de análisis.
El tema Sahara, sin embargo, no es olvidado; pero las difi-cultades
técnicas, a pesar de la colaboración y apoyo que brin-daba
el Ejército para estas exploraciones o estudios científicos,
eran, en definitiva, las responsables de estas carencias. En un
resumen sobre los problemas planteados por la investigación pre-histórica
en el Sahara español, Jordá (1955) pasaba revista a los
yacimientos neolíticos comprendidos entre el valle del Dráa y La
Güera, y que, en su criterio, había que entender agrupados en
dos tipos :
1. Yacimientos del interior.
2. Yacimientos costeros o aconcheros)).
Núm. 28 (1982)
Dentro de los yacimientos del interior se incluían los del valle
del Draa. Saguía el Harnra. G~ielta de Zemmur (donde en 1973
el doctor Balbin estudia un interesante túmuloj, Bir-Enzaran y
El Tiris, entre otros, dados a conocer por Almagro (1946).
Ya entonces Jordá reconocía las dificultades que afloraban
en la valoración exacta de estos yacimientos, a partir de la dife-rencia
existente entre el neolítico sahariano y el entonces omni-presente
neolítico de traáición capsiense. En cualquier caso, el
pri~nero, es decir, el neoiítico sal~ariano, no podía interpretarse
como un simple apéndice del segundo (Jordá, 1955).
Estas y otras evidencias, que traslucían fuertes dicotomías
culturales, eran detectadas en las series microliticas, en las pun-tas
de flecha y en otros rasgos bien diferentes en las dos grandes a
N
+crr i-c?;n;nnoc mn n l ; t i n - - n l r n rionnrrrinrrnn ~in n i i n q r n n 6 7 for r r i fnr in auLLruuL0 ucvu uLao y uc. L LLUL I ILL ULI J VLU~LII VIL \ri LLL A IGUX AV.
Desde la aparición del libro de Almagro (1946) hasta que Jor- o
n -
=
dá informa sobre el estado de la cuestión habian transcurrido m
O
E casi diez años y en realidad no se había hecho nin&n progreso, E
2
a no ser el de reconocer la ignorancia sobre aquellas tierras y =E
aquellas culturas, tan lejanas y tan olvidadas de los arqueólogos
hispanos: «El estudio del neolítico sahariano --decía Jordá- 3
-
esta todavía por hacer. Hace falta, en primer lugar, un inventa- -
0m
E rio de los yacimientos y sus materiales. Desgraciadamente, hasta
la fecha sólo se han recogido piezas bonitas o de museo, desde-ñando
las formas atípicas.)) n
E Los estudios de Aumassip (1968), y especialmente la síntesis -
a
de Camps (1974) sobre la arqueología prehistórica del norte de 2
n
Africa, van abriendo un nuevo marco de interrelaciones y acu- 0
ñando nuevos puntos de vista. En 1974 es cuando un equipo de
especialistas recorre de nuevo la zona y logra magníficos resul-tados,
como los recientemente publicados por Petit-Maire (1979).
El valor de los estudios del profesor Almagro en el Sahara
Occidental significó el primer esfuerzo serio por abarcar un cam-po
cultural compIetamente desconocido para la prehistoria:
«N~s&,rnr-d ecía AImgn Rasch- con nuestro actual estudio
buscamos y deseamos abrir el camino a otros investigadores, y
sobre todo informar e iniciar a los oficiales del Ejército que re-corren
aquellos territorios y a los investigadores y prospectores
de otras ramas de la ciencia, todos los cuales podrán descubrir
212 ANUARIO DE ESTUDiOS ATL-44NTICOS
y realizar estudios monográficos completos de los yacimientos
aislados que lo merezcan y que nosotros no hemos podido aún
efectuar en casi ninguna de las estaciones arqueológicas que aquí
damos a conocer, por el carácter rápido e inicial de nuestros via-jes
de exploración» (Almagro, 1946).
Desde las expioraciones de Almagro a Ia actualidad han trans-currido
treinta y cinco años (1946-1982), de los cuales los últi-mos,
desde 19'75, y por los conflictos bélicos, han imposibilitado
a los investigadores españoles penetrar en el área (Gaudio, 1976).
El interés de la franja atlántica sahariana, desde el punto de
vista de las culturas neolíticas, ha empezado a ser suficiente-mente
valorado por la escuela francesa, que, no obstante, ha en-contrado
oportunidades para desarrollar allí sus trabajos.
En 1973, eii el sur de Marruecos, y e11 un área de enorme
interés para la comprensión del poblamiento de Canarias, los in-vestigadores
Ortlieb y Petit-Maire efectúan una misión de reco-nocimiento
en el espacio anexo a la fachada que va desde fa
desembocadura del Dráa a Cabo Juby, es decir, la región de Tar-faya,
frecte mismo a! Archipiélago canario, zmci miiy poco estu-diada
y que estaría entre las preferentes en el momento de aco-meter
los trabajos de campo (Ortlieb y Petit-Maire, 1974 : 2-12).
Ya con anterioridad, y bordeando el. área, ahora por el sur,
Petit-Maire había participado en varias misiones de carácter
científico, antropológico, arqueológico y de tipo interdisciplina-rio,
tan poco frecuentes entre los investigadores españoles.
En julio y agosto de 1974 recorre el Sahara Occidental espa-ñol
y redacta el primer informe, previo a las investigaciones y
resultados posteriores que se darán a conocer en 1979, y que in-diidablemente
silpmen m impcrtante PUE~O de purtida para
nuevos trabajos en la zona.
LA FACHADA A'IL~NTICO-SAHARIANA
LY frunju r,~rccciidenta! uahariam, des& e! ralle de! Eráu a
Río de Oro, ha sido objeto en los Últimos años de algunos estu-dios
interdisciplinarios que han permitido reconstruir, en parte,
el cuadro ecológico en función del. poblamiento humano en los
últimos 10.000 años.
Núm. 28 (1982) 213
8 CELSO .MARTÍX DE GUZMÁN
Este registro, en conexión con los aspectos culturales, coin-cide
con los epígonos de las industrias epipaleolíticas, y a partir
del VI1 milenio, con el inicio y desarrollo de los diversos focos
neolíticos y/o neoiitizados que frecuentan la región (Gilman,
1976, y Gozalves, 1977).
Los datos obtenidos por la geología, la paleontología y, prin-cipalmente,
la palinología han servido para determinar la exis-tencia
de un optimum clirnaticum entre el 1000 y el 2000 B. C.,
y que precisamente corresponde con la oscilación húmeda.
El litoral atlántico sahariano se ofrece, pues. tanto por la
proximidad marítima como por sus condiciones ecológicas, como
uno de 10s hábitats capaces y propicios para soportar un pobla-a
miento dependiente de sus condiciones fisiográficas y naturales N
ea incluso coii m& yusibiii&des que otras regioriec de:
continente africano y del mismo desierto sahariano. donde los O
n factores biogeográficos no siempre han servido de elemento fa-
-
m
O
E vorable a los asentamientos humanos (Santa, 1959). E
2
La fachada atlántica, por otra parte, modificó en alguna me- -E
dida los límites con que se conoce en la actualidad. En efecto,
durante el plio-pleistoceno se vio sometida a una transgresión 3
-
marina que penetró del orden de los 50 a los 125 metros sobre -
0
m
la línea actual de la costa (Biberson, 19611. E
O Un estudio descriptivo de la costa sahariana, referido al pre-sente,
nos presenta un levantamiento acantilado que va desde n
E los 10 a los 100 metros, dejando en retaguardia un doble cordón -
a
de dunas vivas y muertas y que determinan en gran parte el 2
n
hábitat y las posibilidades de esta franja litoral (Petit-Maire, n
1979). 3o
Otro de los accidentes, y que se sitúa detrás de la línea de
las dunas, son los «sebjas» o depresiones con fondo plano y que
llegan a alcanzar superficies de 100 kilómetros cuadrados, y que
son más abundantes a partir del paralelo 24" hacia el Sur.
Uno de los primeros rasgos -se,gÚn Hernández Pachec*
que salta a 1- vista es l a ~xtraordínaria monotonía de este Ií-t.
oral.
La disposición horizontal de las mismas estructuras geológi-cas
ha contribuido a acentuar este aspecto uniforme y sin ape-nas
relieves dignos de destacar. A esto hay que unir la ausencia,
en la actualidad, de grandes cuencas de desagüe que modi-fiquen
o animen este desolado paisaje. Tan sólo los movimien-tos
eustáticos, detectados a partir del Terciario, y sus alternan-c
i a ~p ositivas y negativas han servido para introducir algunos
factores modificativos en esta masa compacta del borde conti-nental
africano (Hernández-Pacheco, 1949).
Los sedimentos marinos, y por efectos del mismo eustatismo,
han quedado elevados sobre los 100 m. s. n. m., lo que se tra-duce
en un frente acantilado de difícil acceso. Este movimiento
de elevación no es aplicable a la totalidad de la costa. En algu-nos
puntos concretos, como en Saguia-el-Hamra, Puerto Cansa-do
o Cabo Juby, se observa una invasión de las aguas sobre la
línea del litoral, evidentemente en retroceso o sub~nersión.
El recorrido de costa comprendido desde la desembocadura
del Uad Dráa a Cabo Blanco -antiguo Sahara español- tiene
una longitud de unos 1.200 kilómetros y apenas ofrece calas o
abrigos accesibles.
Para su estudio, y en atención a sus hitos geográficos, ha
sido dividida en los siguientes tramos:
1. De Valle del Dráa a Cabo Juby
Con un total de 227 kilómetros.
En este primer sector Dráa-Juby desembocan algunos uadis,
de los cuales el más importante es el Uad Dráa o Valle del Dráa.
Hernández-Pacheco al referirse a esta zona precisa: «La orilla
es en unas zonas muy escarpada. casi vertical a veces, y en este
caso, desde el aire se aprecia la gran profundidad de las aguas
al pie del cantil; tal es lo que ocurre en su borde del NE. y E.
En otras zonas, amplios arenales, inundados en marea alta, dan
lugar a extensos playazos de móviles arenas. Bancos y lechos de
arena, más o menos someros, ocupan zonas irregulares bajo las
aguas, indicándonos en su conjunto cómo este gran estuario en
la actualidad tiende hacia un rápido relleno)) (Hernández-Pa-checo,
1949).
10 n s o .WTÍN DE GUZM.~
2. De Cabo Juby a Cabo Bojahr
Con un total de 278 kilómetros.
Destacan las extensas piayas con algunos promontorios de
areniscas cálcicas lumaquelíferas. En Cabo Juby, en la zona de
Tarfaya, la costa modifica repentinamente su orientación hacia
el Poniente. Vuelven los acantilados a delimitar el frente cos-tero.
El paisaje acentúa sus rasgos de extrema aridez. A pesar
de ser este el punto más próxiríto al ArchipiSlago canario, hay
que hacer notar lo borrascoso del océano en esta latitud y las
dificilísimas condiciones de entrada y salida que desde aquí ofre-ce
la costa para cualquier operación náutica. A lo escarpado de
los batientes hay que añadir la presencia casi constante de una
especie cie bruma caiina que enturbia la atmósfera y que hace
invisible la costa a los pocos kilómetros.
A unos 100 kilómetros de Cabo Juby, y en dirección SSW.,
está la desembocadura de Saguía-el-Hamra, donde e1 paisaje mo-difica
su aspecto y se ofrece menos árido y animado por una
vegetación de matorral. En su desembocadura se han acumuiado
progresivos arenales que han anegado su estuario. La costa si-gue
más o menos irregular y escarpada hasta las inmediaciones
de Cabo Bojador, donde la silueta sahariana cae al pico sobre
30 y 40 m. s. n. m.
91 sur de Bojador suceden los «remanaderos)) con algo de
raleada vegetación como la frankenia, la salsona, la zolotareu-kyana
y otros arbustivos propios de su endemismo botánico.
Con un total de 336 kilómetros.
Este tramo se caracteriza por lo cerrado y alto del acantila-do,
que llega a alcanzar los 120 m. s. n. m.
Er~tree! CameIIits y Cabe Lwen se &re una especie de ense-nada
con albuferas y playas.
Más al sur vuelven a aflorar los promontorios y se inician
los pantanosos <<sebjas» (Ragiua y Auital). Algunas playas de
origen cuaternario se extienden al pie del acantilado, mientras
216 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
que en otras partes los frentes acantilados se muestran en avan-zada
descomposición, debido a los violentos efectos - del empuje
de las aguas, que han llegado a ocasionar el derrumbe de gran-des
bloques. En Peña Grande es donde la costa alcanza su mayor
altitud.
Y al final, Río de Oro, la gran bahía comprendida entre la pe-nínsula
de Dahala y la costa sahariana, con unos 40 kilómetros
de longitud y cinco kilómetros de ancho. Constituye un buen re-fugio,
el mejor de todo el, litoral, a pesar de que sus fondos no
son lo suficientemente profundos y no admiten grandes calados.
4. De Rio de Oro a Cabo Blanco
Con un total de 395 kilómetros.
El accidente más notable es la ensenada de Cintra, con una
boca de 18 a 20 kilómetros. El acceso a la bahía es igualmente
dificultoso por los bancos y cordones de arena, aun cuando en
su parte central los fondos son limpios y más o menos profun-dos.
Esta ensenada parece un «sebia» sumergido, semejante al
de Tah y Aridal.
A partir de Morro Falcón se suceden varios accidentes y los
acantilados vuelven a hacerse con la costa. Los escasos accesos,
como Bahía San Cipriano, son difíciles de utilizar. En La Güera,
a consecuencia del retroceso del frente litoral, la costa vuelve
a descender y son posibles algunas pequeñas calas.
En síntesis, y volviendo a Hernández-Pacheco: «También
este litoral debe ser considerado como típico en relación con las
playas levantadas y niveles o rasas de abrasión marina, hoy si-
-.. _ -? _ - -1:f -.---L - tuauas a uller.tmL-e-s al1Lu2Ai.u- u2e -s- , pue-s-, c- v--m-- u- se ha indicado, a iü
largo de los tiempos finales del Terciario y ya dentro del Cua-temario,
los movimientos en masa de las tierras, en sentido pu-sitivo
y negativo, se han sucedido, lo cual queda reflejado fiel-mente
en los diversos segmentos del litoral, y a veces tan clara-
-nm+n .-.,*n nn n n m n n n m : n n .-.-,- nl -"- n- ~ n l c . 0 ~ -1- --- Ln A-ILIGIILG
que IIU pair;~r;D LILU tjur; r;l ula&,G IL L V L U D ~ I I L I U L C ~ , lla u r
jado al descubierto la tierra firme» (Hernández-Pacheco. 1949).
A estas condiciones fisiográficas hay que yuxtaponer las de-rivadas
de la propia climatología, que se traducen en la casi
inexistencia de lluvias, que en ninguna estación sobrepasan 10s
50 mm. Hay que añadir, para completar el cuadro, la existencia
de una flora típicamente sahariana y una fauna en retroceso y
que apenas está representada en la gacela. el chacal, la hiena
y el zorro del desierto, especies todas a punto de desaparecer
(Santa, 1959 : 37-77).
Durante la transgresión holocénica o Mellatiense/Nouakcho-tiense
los «sebjas» fueron invadidos por las aguas y dieron lugar
a una suerte de pequeñas ensenadas o golfos, en dos etapas su-cesivas.
En un primer momento, del 4000 al 2000 B. C. tiene efecto
una primera invasión de las aguas marinas que penetran y cu-bren
los fondos de las antiguas depresiones próximas a la costa,
quedando a partir de entonces modificada la línea costera con a
N
nuevos accide~iies. E
En un segundo tiempo, del 2000 al 500 B. C., y que se ha O
n
denominado «momento lagunar)), el litoral se cubre con un ro-
- m
O
E sario de espejos de agua que se alternan entre los cordones de E
2 arenas, los médanos y las dunas. -E
Después de esta transgresión tiene lugar, por efectos de com-pensación
de los suelos, una subida del nivel freático, de agua 3
-
dulce, en los fondos de los «marigots)> y !os «oglats». Esta nueva -
0
m
E situacion origina una pronta recuperación de las gramíneas, las O
cenopodiceas y ciperaceas, entre 3000 y el 1000 B. C., vegetación
que arraiga y que perdura en épocas plenamente históricas, pero n
E
ya en decadencia. -
a
La traducción ergológica de este avance de las gramíneas 2
n
se refleja en el registro arqueológico con abundancia de tritura- n
dores y piedras de molino, actividad que va ligada a un género O3
de vida típicamente neolítico. Se comprenderá cómo fa inciden-cia
de un fenómeno físico, como lo es el aumento de la napa de
agua dulce. va a propiciar el desarrollo y la mejora de un tipo
de economía que sin unas mínimas bases materiales, en este sen-tido
relativas al medio físico, difícilmente podría subsistir (Hu-g
~ t1,9 74).
En correlación con esta vegetación y en este momento hace
su aparición un tipo de fauna de grandes mamíferos que será
uno de los recursos explotados por el hombre en relación con el
bioma disponible (Bernard, 1964 y 1965).
218 AKUARíO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
Los estudios de Bouchud y Guerin han certificado la presen-cia
de las siguientes especies :
- Lycaon pictus.
- Equus mauritanicus. - Gazella dorcas.
- BOS sp.
- Equus casinus.
- Laxodonta africana. - Phacocheorus aethiopicus.
-. Oryx algazel.
Bos ibericus. - Acelaphus buselaphus.
- Gazella rufifrons. - Ovis sp.
- Lepus capensis. - Ceratothrium simum.
La distribución especial de esta fauna está en corresponden-cia
con su proximidad a las áreas más próximas a la sabana. A
medida que se baja, al sur del Trópico de Cáncer (paralelo 24"),
la fauna es mucho más abundante, lo que queda explicado a par-tir
de unas condiciones más húmedas y un medio geográfico
que anuncia, en este momento, la vecindad de la sabana senega-lesa.
Este registro faunístico, por la mole de muchos de sus ejem-plares,
demanda, en cualquier caso, la disponibilidad de una ve-getación
mucho más densa que la que en el presente resiste en
estas latitudes.
A la fauna continental, y al norte del paralelo 21": hay que
sumar la importancia de la fauna marítima, con focas y cacha-lotes,
indudablemente aprovechados por el hombre en torno al
2000 B. C. (Ortlieb y Petit-Maire, 1976).
Los estudios de Font Tullot (1955) sobre el clima de la fran-ja
costera han servido para examinar aquellos aspectos que han
influenciado particularmente en la desertilización de la región
(Dubief, 1963).
Entre los factores dominantes y que deter~ninan las condi-ciones
ambientales que rigen el ecosistema actual hay que in-dicar
:
1. El régimen de los vientos.
2. La corriente de Canarias.
1. Ei ,régimen de los vientos: Las masas de aire sometidas
a las constantes influencias y al dominio del atisio constituyen
un factor principal en la regulación climática. No obstante, se
registran algunas osci!aciones de interés. En verano es cuando
toda la región cae de lleno en la influencia de los vientos alisios.
Durante el invierno el limite del alisio queda confinado hacia la
latitud del Archipiélago canario y es cuando sopla alternativa-mente,
dando paso a la circulación de otras masas de aire origi-nadas
en el norte.
A menos latitud, disminuye 1.a influencia del alisio. Por otra
parte, la dirección de este viento iamb,ién suele variar. Así, por
ejemplo, en Smara es de componente N., m.ientras que en la cos-ta
lo hace en dirección N.NE., pudiendo desplazarse hacia el
N.h?w.
La desviación estival de estos vientos se debe al calentamien-to
diurno del. suelo. En invierno no se puede hablar de alisios
en sentido estricto, pues los vientos que soplan: en realidad, es-tán
originados por la actividad ciclónica de la zona templada.
La variación anual est.ablecida entre Cabo Cuby y Villa Cis-neros
queda expresada en los datos registrados en verano cuan-do
el viento alcanza velocidades de 37 Km/h. en Villa Cisneros.
En Cabo Juby los datos más representativos se localizan en in-vierno
y primavera: mientras que en Villa Cisneroc las máximas,
que pueden lIegar a superar !os 55 Km/h.? corresponden a los
meses de junio-julio-agosto.
En el interior, y como resultado de las calmas nocturnas,
como en Smara? en invierno la velocidad es menor a la de los
registros de Cabo Juby.
Otros factores concatenados son las brisas de mar y tierra.
A las seis horas el componente es de tierra a mar. A las doce
horas ya empieza a aumentar su componente N., debido a- la in-
220 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
fluencia del calentamiento diurno. ?So obstante, no puede ha-blarse
de un claro régimen de brisas debido a la circulación
secundaria de otras masas de aire, pero en líneas generales se
puede decir que en la zona de Cabo Juby las brisas nocturnas
de tierra son más acusadas que las brisas diurnas de mar.
2. La corriente de Ca?~ai-ias: Las aguas frías que bafian las
costas saharianas son el segundo factor de importancia definiti-va.
Estas bajas temperaturas de las aguas son consecuencia de
la corriente de Canarias, que origina el transporte de masas de
agua de procedencia septentrional, además de otras corrientes
ascendentes que contribuyen a una constante renovación de las
aguas superficiales por otras provenientes de capas más profun-das
de! océano.
Debido al fenómeno arriba explicado es como, pasado el Cabo
Espartel. la temperatura de las aguas empieza a disminuir, al-canzando
el mínimo frente a Cabo Guir, para de nuevo volver
a iniciar, a partir de esta latitud, un proceso progresivo y gradual
de calentamiento de las aguas marinas. Este fenómeno se corn-bina
a su vez con la masa activa de aire marítimo nov vida por
el alisio, y que se desplaza sobre una superficie isoterma con
un importante contenido de vapor de agua. Esta misma masa de
agua va a influir en ciertos rasgos climáticos como la humedad,
la temperatura, la nubosidad y las nieblas que se originan a lo
largo de toda la costa atlántica sahariana. En este sentido, y de-bido
a las constantes de esta masa de aire, las variaciones cli-máticas
son mínimas, guardando una gran homogeneidad en
toda el área sometida a su influencia.
Pero apenas se penetra unos 25 ó 30 kilómetros al interior,
abandonando la costa, las condiciones negativas del desierto
acentúan la desertización y aparecen las características propias
de! clima contiental, sobre todo en invierno, cuando las oscila-ciones
de temperatura son superiores a los 15 grados.
Hay algún sector que puede ver modificadas estas condicio-nes
negativas. Por ejemplo, en la región del Dráa las tierras
quedan abiertas a la influencia de 10s vientos oceánicos. Por otra
parte, la línea isoterma de los vientos que comen paralelos a las
masas de agua se comportan como una barrera natural, obligan-
16 cnso MARTÍN DE GuZMÁN
do a que 10s vientos más cáiidos y menos densos del interior
se vean forzados a ascender. Este tipo de circulación en in-vierno
se deja sentir en la zona de Szura. Cuando estos vien-tos
continentales, cálidos, logran sobrepasar la barrera de los
vientos marítimos, penetran en el Atlántico en dirección Oes-te
y llegan a invadir el Archipiélago canario (Font Tullot, 1939:
57-103).
En cuanto a las temperaturas medias, van de los 13" en ene-ro
en Mogador a los 22,5O en septiembre en Villa Cisneros. Como
puede verse, y contrariando el tópico, en lo que se refiere a la
costa, las temperaturas saharianas son muy suaves.
No obstante, el cuadro de las máximas y mínimas registra
cifras desde los 3" de mínima 3- DO0 en la estación de Smara.
El régimen de Iluvias, conectado con estos fenómenos ciimá-ticos
y fundamental para la vida y los asentarnientos, es, senci-llamente,
desolador. Para el sector comprendido entre Cabo Juby
y Villa Cisneros las medias anuales quedan fijadas entre los 30
a los 50 m.
De abril a agosto y en octubre las lIuvias son totalmente
inexistentes. Sólo en septiembre, noviembre y diciembre se pre-sentan
algunos valores pluviométricoc, siempre insignificantes.
Tan sólo en la zona de Cabo Juby las lluvias de otoño, cuando
acaecen, presentan un régimen similar a las de Canarias, donde
las influencias debidas a Ias perturbaciones de origen polar son
las responsables de las únicas precipitaciones registradas.
Para el. estudio de los suelos cuaternarios del litoral atlántico-sahariano
se cuenta con recientes trabajos que han servido de
elementos auxiliares de inestimable valor en el momento de es-tablecer
las geocronologías en función de los restos arqueológi-cos
encontrados en aquellos suelos recientes.
Elouard y Hebrad (1979) han podido reconstruir este contex-to
y ponerlo en relación con los hallazgos de los yacimientos de
Tintan y Chami, sitios de gran interés neolítico emplazados en
dunas sobrepuestas al sedimento marino del cuaternario mau-ritano.
222 BNUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
Estos estudios han sido posibles gracias a un conocimiento
de las transgresiones marinas, que, de la más antigua a 1.a más
reciente, se han sucedido así en el litoral sur-sahariano:
1. El tafaritiense
Que quizá se correspondería con el siciliense y que toma su
nombre del cabo Tafarit, situado a unos 20 kilómetros del ya-cimiento
de Chami (Mauritania). Corresponde a un episodio pe-rimarino
donde 1.a línea continental queda invadida por las aguas.
El clima en la mayor parte de la fase se mostró cálido.
Se encuentra perfectamente representado en la región de Tin-tan.
Este momento se caracteriza por los vientos huracanados
y el clima sigue con l.as mismas condiciones de aridez que en la
época anterior.
3. E.? inchiriense
Que quizá se corresponde con el neotirreniense y que consti-tuye
la tercera transgresión que alcanzaría el golfo de T'afoli,
hasta el nivel de Noukchott, a la de la isla de Tidra. De
este período son las Sidestratrea radians, y su cronología se ha
estimado en el 31400 B. P.
4. El ogoliense
Marca dos fenómenos importantes. Primero, una regresión de
aer- a-.n- -a -.m--n-I- i-t.-i.l-d. .o iie nn--n-e- a la vista i-l.na conslclerahle extensiSn &
la plataforma continental. Se asiste a una eolitización importan-te
entre el 16000 al 100000 B. P! Al final del ogoliense el clima
se va volviendo más húmedo. El máximo de aridez se da en el
15000 B. P.
Núm. 28 (1982) 223
CELSO LIART~N DE G U Z ~
Que corresponde a un importante período húmedo., ligado a
una subida del nivel marino en unos 10 metros. Se sitúa crono-
Iógicamentr del 10000 al 6800 B. P. y es el momento conocido
como el «Sahara Verde)).
Significa una importante transgresión equivalente al flan-driense
y al. Optimum climaticum del Atlántico, y si sitúa entre
el 6800 al 4200 B. P. El valle fluvial del Senegal, en este mo-mento,
es una gran ría y Za transgresión conoce su máximo en
el 5500 B. P. Las especies dominantes de este período- son la
Dorina isoca~dia,A rca senilis, Tagetu.~au gulatus y T e l h u nym-phalis.
7. El tafoliense
Estudiado por Hebrard (1968) y por Einsele, Herm y Schwarz
con anterioridad a 1974. Esta fase pone de manifiesto la exis-tencia
de dos oscilaciones marinas situadas en torno al 3500 B. P.
y el 2000 B. P. De este momento son los CarcEium edube locali-zados
en las lagunas aledañas a Tjntan y que son contemporá-neos
a Ia transgresión comprendida entre el 2000 y 2500 B. P.
En síntesis se puede afirmar:
Que el hombre neolítico de Tintan y Chami vive en los epi-sodios
que corresponden al nouakchotiense y al tafoliense. En es-tos
períodos los niveles marinos conocen importantes transgre-siones,
cuyo nivel máximo se sitúa en el 5500 B. P. Las curvas
climáticas coinciden con los ritmos de transgresión.
Después del importante período húmedo tchadiense, del 10000
al 8500 B. P., sucede una pequeña fase seca comprendida entre
el 8000 al 7000 B. P., para hego volverse a recuperar, llegando
a ser un poco más húmedo que en la actualidad. Están igual-mente
registrados dos períodos más áridos que el actual, que
224 ASUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
corresponden uno del 4000 al 3000 B. P. y otro en torno al
2500 B. P., y que coinciden con la vuelta de las transgresiones.
Cuando los neolíticos hacen su aparici6n en el Sahara, en eJ
VI1 milenio, éste aún no era el gran desierto que es hoy. El pai-saje
sahariano gozaba de mejores condiciones para la vida, es-pecialmente
en torno de Tibesti, Tassili y Hoggar. corrían ríos
y una frontera de lagos. al sur, posibilitaban un género de vida
llevadero. La zona del Hoggar era rica en aguas, desde donde
partía una auténtica red hidrográfica. Baste decir, para compren-der
la capacidad de esta transformación de las masas de asas
continentales, que el lago Tchad alojaba por entonces cinco ve-ces
más agua que en la actualidad. En la región de Silet, en el
yacimiento de Adrur Tioiyne, hoy totalmente desolado, entre los
datos arqueológicos han aparecido numerosos restos de espinas
de pescado, lo que evidentemente está denunciando una activi-dad
de pescadores en un paisaje hoy totalmente desprovisto de
ríos o lagos para pescar (Petit-Maire, 1979 : 69-82).
Aun cuando no se pueda hablar de un «fértil creciente», la
franja sahariana meridional se nos ofrece como un cordón con
posibilidades de vida sedentaria, a lo largo de un gran espacio,
al sur del paralelo 2 5 O , que pone en comunicación el Indico con
el Atlántico y el Mediterráneo con las selvas ecuatoriales.
La desertización se inicia en torno al 5000 y en muchos pun-tos,
especialmente hacia el norte del Trópico de Cáncer, se hace
irreversible. La agonía del Sahara tiene un primer síntoma del
5000 al 3300 B. C. y provocará un gran movimiento de pueblos
en busca de otras latitudes con condiciones más benignas. Cuan-do
no hay agua dulce, el hombre busca agua salada. La sola
presencia del agua estimula la vida. De aquí que se inicie una
larga marcha: de una parte, hacia el Este, en busca del valle
del Nilo; de otra, hacia el Oeste, en busca del Atlántico. Las
montañas y el Te11 serán nichos apetecidos, pues aquí el medio
ha resistido a la desecación general,
A esta primera desecación sucede una recuperacih que coin-cide
con la pulsación hiirneda y que, en algunas zonas, permite
el desarrollo de la ganadería. Particu1,armente en las planicies
elevadas. Por ejemplo, los análisis polínicos realizados por Beu-cher
(Beucher, 1979: 235-239) en el valle del Saura han refle-jado
pluviosidades del orden de los 300 mm., en correlación con
asentarnientos neolíticos. En el milenio 1, en Tenere de Taffaas-sasset,
corrían cursos de agua capaces de alojar hipopótamos
(Mauny, 1956).
Para la comprensión del neolítico, o de la neolitización del
Africa Noroccidental, y en particular de la franja occidental sa-hariana
que queda 1.imitada al Este por el meridiano O", en lo
que hoy es Argelia Occidental; al Oeste, por el océano ~tlgnti-co,
y teóricamente comprendida entre los paralelos 20" y 30" de
latitud Nortel hay que hacer referencia a ese mundo común7
sahariano y norteafricano, donde se va a generar una serie dife-renciada
de fenómenos culturales a partir del 8000 B. C.! límite
cronológico impuesto a nuestro trabajo. Se toma, pues, el Tró-pico
de Cáncer como referencia y aproximadamente cinco grados
al Norte y cinco grados a1 Sur, que viene a coincidir por el flanco
Noroccidental con las estribaciones del Anti Atlas, auténtica for-taleza
natural y que delimita dos mundos claramente diferen-ciados:
el de Marruecos propiamente dicho y el de Sahara. El
límite Sur no iría más allá de Adrar de los Iforas, por tomar un
hito de signifación. En este casi triángulo recto que hemos tra-zado
concurren y transitan, a partir del VI1 milenio y hasta la
bereberización de los denominados «reinos indígenas)) (ya en
nuestra Era), las tres grandes tradiciones neolíticas que se di-funden
por el norte de Africa :
1. El neolítico de tradición sudanesa (N. T. S.).
2. El neolítico de tradición capsience (X. T. C.).
3. El neol.ítico de tradición mediterránea (N. T. M.).
Estas tres grandes corrientes darán origen a derivaciones u
a focos secundarios, resultado de la síntesis o el sincretismo, .y
a fenómenos de empobrecimiento cultural debido a la barbari-zación
o precariedad de un medio geográfico tan determinante
como el de Sahara, especialmente desde el mismo momento en
que se inicia la desertización. Una de estas variantes es el que
se ha venido a llamar meolítico mauritánico)), y que corre por
226 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
la costa al sur del Trópico de Cáncer (Hugot, 1974) (Guitart,
1972).
Con referencia al N. T. S. se expresa aquel conjunto de ele-mentos
neolíticos que se originan en la franja del Sudán, enten-dida
al modo clásico como el territorio que corre al sur de7 Saha-ra
de este a oeste, y no el Sudán actual, como algunos autores
(Alimen, entre otros) pretendieron aplicar. Los portadores cu!-
turales del N. T. S. parecen ser negroides, morfológicamente cer-canos
al Hombre de Aselar, y aun cuando practican desde muy
temprano la agricultura y retrasan la domesticación de anima-les.
por motivos que desconocemos. Precisamente el ((hogar)) o
el foco matriz del N. T. S., de acuerdo con los registros radio-carbonices
que manejamos en la actualidad, habría que colocar-lo
en el sector suroccidental. Aproximadamente en el vértice in-ferior
de nuestro triángulo.
El N. T. C. es quizá el que ocupa una mayor superficie te-rritorial,
o al menos, quizá por haber sido estudiado primero y
m3s intensamente, sea el que haya acaparado para sí la aten-ción
de los arqueólogos. Como ya se ha indicado, la transición
del epipaleolítico capsiense al neolítico de tradición capsiense es
casi imperceptible. En un principio se exageró sobre su antigüe-dad,
pero hoy queda fuera de toda duda que es más moderno
que el N. T. S. y que los distintos focos neolitizados del área me-ridional
sahariana. Quizá a partir de estos mismos est��mulos re-accionarían
los pueblos epipaleolíticos septentrionales e incor-porasen
a sus ergologías los nuevos avances neolíticos. Incluso,
a medida que se intensifican las investigaciones, su modernidad
pareciera ganar al N. T. M. No obstante, por ser un vehículo de
neolitización entre las áreas marginales, andadas en los usos y
repertorios epipaleoIíticos, el N. T. C. ha cumplido un papel de
puente transmisor y contacto entre puntos muy alejados y dis-persos
por la geografía norteafricana. Tampoco conviene exage-rar
su importancia, como quería Vaufrey. quien lo colocaba en
el origen de todas las tradiciones neolíticas norteafricanas (Vau-frey,
1946).
El N. T. M. hace su aparición por el flanco Norte, con un
punto de contacto en la Tunicia y otro en el mismo estrecho de
Gibraltar, que son precisamente las dos puertas de entrada o de
comunicación tradicional entre Earopa y Africa. o entre las dos
orillas del Mediterráneo. La infIuencia mediterránea en el Neo-lítico
noneafricano queda patente en dos rasgos definidores:
1. La cerámica impresa.
2. El uso de la obsidiana.
Los portadores de este N. T. M. ocupan el Te11 y prefieren los
abrigos y las cuevas, sin desechar los asentamientos al aire libre,
que en muchos sitios son más numerosos que los hábitat cubier-tos.
Actúa sobre las bases del iberomauritano, por lo que tam-bién
pudiera ser definido como Neolítico de tradición iberomau-ritana.
La agricultura aún es incipiente y la ganadería, a dife-rencia
del N. T. S., cobra una gran importancia (Hugot, 1968).
Hasta qm nn se estahiocr L l r n exacta antrnpndinamiri de
cada una de estas ({culturas neolíticasn, que poco a poco van ocu-pando
las tierras norteafricanas y suplantando las arraigadas
tradiciones epipaleolíticaa, estaremos lejos de obtener una com-prensión
cabal del fenómeno de neolitización detectado al norte
y al sur del Trópico de Cáncer, cuando las características ambien-tales
del marco sahariano, en general, eran completamente dis-tintas
a las actuales.
Una de las «estaciones terminales)) donde se van a reunir es-tas
tres grandes tradiciones neolíticac será precisamente el ar-chipiélago
canario. En las islas orientales, particularmente en
Gran Canaria, pareciera que las influencias mediterráneas son
más fuertes. En Tenerife, quizá los elementos capsienses, en par-ticular
en su industria lítica, podrían ser más definitivos. Y en
La Palma la valoración de su cerámica podría también iniciarse
a partir del N. T. S., que de alguna manera hubo de alcanzar
la más noroccidental de las islas Canarias.
La ~ r i eijd~e ~de x~ _R,~~g!itpircn~c &enle y ~riginaTi0 Nilo
ha sido totalmente abandonada a la vista de las abundantes evi-dencias
arqueológicas, apoyadas muchas de ellas en las datacio-nes
absolutas, que al tiempo que han abierto un nuevo panora-ma
han supuesto una auténtica «revolución neolítica)), y no pre-
228 ANUARIO. DE, ESTUDIOS' ATLANTICOS
cisamente en el sentido que a ésta otorgaba Gordon ChiJde
(Camps, 1974).
En el estado presente de los conocimientos hay que aceptar
la existencia de un importante centro difusos en las regiones sa-harianas
de Tenere y en e1 conjunto de los valles próximcs al Ti-besti
y al macizo de Hoggar. En esta región, típicamente conti-nental,
y en el corazón del hoy mayor desierto del planeta, es
donde por vez primera aparecen industrias líticas acompañadas
de cerámica.
La presencia de esta cerámica tan temprana .ha sido locali-zada
en una serie lo suficientemente amplia y bien estudiada
como para poner en duda su primacía (Camps, 1969).
Con los estudios de BaiIIoud (1964, 1969) en Enedi, en el ya-cimiento
conocido por la «Gruta de Delebo)), se ha podido datar
el nivel correspondiente a unos hallazgos cerámicas, que en su
estrato inferior dio un 5230 B. C. y en el superior otra fecha
algo más reciente pero también bastante antigua si se compara
con las obtenidas para el Neolítico del valle del Nilo. Este se-gundo
nivel fue datado en 4950 B. C. Estas dos cifras, por sí so-las,
constituyeron una preocupante alarma para aquellos arqueó-logos
prehistoriadores empeñados en no alterar en un ápice sus
puntos de partida y la constante cultural y antropodinámica de
que todo viene de Oriente.
Las fechas poco a poco fueron completando este nuevo mapa
de los orígenes de la cerámica africana y en las excavaciones rea-lizadas
en Fozzigiaren se llegó a determinar una capa can restos
de hogar, fechada en 6120 B. C., a la que seguía inmediatamente
otro nivel con cerámica impresa (Bailloud, 1969 : 31-45).
Nuevos hallazgos de ceránzica impresa fueron certificados en
el curso de las investigaciones realizadas en Ouan Tabu, donde,
en asociación a una industria Iítica cle aspecto atípico, el nivel
con cerámica se fechó en 5095 B. C.
Los trabajos de Mori (1965) gmpliaron el panorama gracias
a los resultados de sus excavaciones.
La primera estratigrafía que permitió articular, -par$@ de la
secuencia cultural se obtuvo en el yacimiento de Ouan Muhug-giag,
donde se llegaron a distinguir los siguientes momentos de
ocupación :
CELSO MARTÍN DE GuZMÁN
Restos de hogar. Fechados en 5480 B. C.
Restos óseos del 30s brachyceros, al parecer ya domestica-do.
Fechado en 4000 B. C.
Envoltura o fardo funerario en piel, conteniendo los restos
de un individuo infantil de características negroides. Fe-chado
en 3455 B. C.
«Cierre arqueológico» debido a un desprendimiento de par-te
de la bóveda, circunstancia que permitió fechar la fase
del ((estilo de los bóvidos» con anterioridad al 2780 B. C.
Todas estas fechas anteriormente indicadas: que muestran una
cronología alta, volvieron a repetirse en Ouan Telocat con una
estimación de 4800 B. C. para el «estilo de las cabezas redon-das
», mientras que para unos restos de carbón que denuncian
cierta actividad humana, procedentes de Tassili, se logró una an-ti@.
edad de 5450 B. C. (Camps. 1974).
Estas cronologías puestas en relación con los distintos con-textos
arqueológicos han permitido un espectacular avance so-bre
el conocimiento de un área geográfica y cul.tura1 que hasta
hace apenas veint,e años era totalmente desconocida para los
europeos.
Los trabajos de Maitre (desde 1965) en la zona de Hoggar
supusieron un nuevo avance y estímulo. Se pudo precisar la
existencia de al .menos tres niveles sucesivos, cuyo piso inferior
se dató en 4190 B. C. y el superior en 2650 B. C. Estas cronolo-gías
fueron superadas por el mismo Maitre en el yacimiento de
Site Launey, donde se determinó un asentamiento neolitico del
4850 B. C.
Uno de los más cuidados trabajos, definitivo en el campo de
.las monografías arqueológicas dedicadas al área, se deben al pro-fesor
G. Camps (1968), quien al estudiar la zona de Amekni, en
una sepultura encontrada a 1,25 metros de profundidad y per-teneciente
a un individuo joven de caracteres neaoides, obtuvo
una fecha de 6100 3. C.
Las excavaciones de este importante yacirnient.0, en el cora-zón
del Sahara, supuso un melco espectacu1.ar en la concepcih
del Neolítico y sus focos originarios (Camps, 1969).
230 ANUARIO DE ESTüDIOS ATLANTICOS
UI NEOLITIZACI~ND E LA FACHADA ATLÁNTICO-SAHARZANA 23
El límite del Neolítico de tradición capsiense ha ido retroce-diendo
como consecuencia del conocimiento de otras tradiciones
neolíticas que se desarrollan sincrónicamente en el norte de Afri-ca
e incluso con anterioridad al mismo (Roubert, 1971).
Ya G. Camps (1966), en el Primer Coloquio Internacional de
Arqueología Africana, arremetía contra uno de los tópicos más
consagrados de la prehistoria africana.
Desde que el término fuera usado y definido por Vaufrey
(1933) éste hizo fortuna, llegándose a abusar hasta extremos de
que raro fue el investigador que no recurrió a este comodín
para explicar el paro q$palenliticn a! ~ \ T P & ~ - D en la casi
totalidad de los yacimientos estudiados al norte del Trópico de
Cáncer.
Este Neolítico de tradición capsiense (N. T. C.) conservaba
la mayor parte del instrumental lítico definido como capsiense
típico. a1 que tendría que añadírsele la punta bifacial foliácea.
Además de los microlitos, el N. T. C. vendría acompañado
de puntas de flecha, hachas pulidas planas, tranchets y cerk-mica.
Este último elemento definidor explicaba y justificaba su
interpretación como cultura neolítica (Roubert, 1972).
Por otra parte, el cimiento de estos complejos culturales neo-líticos
-en palabras del propio Vaufrey- arrancaba de los con-textos
microlíticos. Esto era lo que al menos parecía deducirse
de las excavaciones llevadas a efectos en el abrigo de Zaatcha
o en Redeyet por Gobert (1911).
En el apogeo de la explicación capsiense del Neolítico, sus 1í-mites
fueron llevados a lo largo y a lo ancho del Sahara, alcan-zando
latitudes tan alejadas en varios miles de kilómetros de su
centro original (Gafsa), como Mauritania, Senegal e incluso el
Congo (Vaufr ey, 1946).
Los primeros reparos a este hegemonismo capsiense fueron
expresados por el mismo Gobert (1952), Balout, Hugot y Camps-
Fabrer, entre otros.
El afinamiento de la tipología l.ítica, debido a Tixier (1962),
igualmente contribuyó a ir decantando series y yacimientos que
Núm. 28 (1982) 23 1
se englobaban como capsienses cuando en realidad lo único que
se podía afirmar es que fueran epipapeolíticas (Campc, 1977).
En el Neolítico de Teneren, de Adrar Bous, fue reconocido
un conjunto diferente al de Esh Shaheinab, tenido como proto-tipo
del N. T. C. Siguiendo este mismo anál.isis, fue rompiéndose
la unidad capsiense en beneficio de un marco mucho más rico
y plural de los neolíticos norteafricanos, a1 reconocerse en los
repertorios unos elementos ausentes en los capsienses, tales la
abundancia de puntas foliáceas, los discos, las hachas talladas y
pulidas y las denominadas escudillas de «estilo egipcio)).
La aparición de arpones en rerritorios situados al Sur del Tró-pico
de Cáncer iba aportando nuevos elementos diferenciadores, a
ya que estos artefactos óseos tampoco estaban documentados en
el N. T. C. O
Lo mismo venia a denunciar la cerámica con decoración en n - m
wavy line, diferente de la capsiense. O
E
Por otra parte, y en lo que concierne a la industria litica, E
2
E su rasgo fundamental y definidor se desprendía del hecho de que
en las áreas meridionales del Sahara los microlitos eran escasos 3
o inexistentes. Todas estas diferencias aconsejaban agrupar es- o- -
tos yacimientos en otra denominación que se deslindara de su m
E
presunta pertenencia al área capsiense. Así se expresó Camps O
cuando determinó las afinidades meridionales y orientales de n
esta facie del Sur del Sahara, lo que justificaría la denominación E
de Neolítico de tradición sudanesa que se le ha dado (Camps, a
1966). n
n
Hugot fue uno de los primeros que insistió en la ausencia de 3
microlitos geométricos y en el aspecto grosero de los útiles de O
piedra que aparecen asociados a una cerámica de fondos cónicos
y curvos, típicos de la tradición cultural sudanesa (Hugot, 1957).
A estas indicadores cerámicas se unieron otros determinan-tes,
como la ausencia o escasa representación -pero ya dentro
de otro estilo y contexto- de los grabados sobre piedra o sobre
huevos de avestruz, que en estas regiones meridionales son des-conocidos.
TTna de las zonas fronterizas y donde podrían detectarse las
interferencias y el choque de estas corrientes neolíticas (N. T. C.
232 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLAXTICOS
LA NEOLIT,IZACION DE LA FACHADA ATL.ÁNTICO-SAHARIANA 27
y N. T. S.) sería precisamente la franja atlántica sahariana a la
altura del norte de Mauritania y Río de Oro.
Los conocimientos que se poseen sobre Mauritania y Río
de Oro, a pesar de las últimas investigaciones, son todavía bien
imprecisos. Lo que pareciera cierto es que en este territorio con-currren
y se mezclan distintas tradiciones, unas procedentes del
Nordeste y que contienen influencias capsienses, mientras las
llegadas de las áreas más meridionales, del Sur y del Sudeste,
llevan consigo un fuerte aire sudanés, caracteres éstos que que-darán
imbricados en las tradiciones locales, unos sobre los otros.
La parte norte de Río de Oro pareciera estar sumida bajo
las influencias capsienses, tal. y como se refleja en su cerámica
y en su arte mobiliar grabado.
Los interesantes estudios de Hugot (1957) sobre Ias puntas
de flecha ya apuntaban a una diferenciación tipológica como a
distinguir áreas de distribución, ya que el conjunto de los tipos
no estaba representado en todos los sitios, llegándose a esta-blecer,
en ciertas regiones, grandes ausencias de tipos-directores
que no podían ser interpretados como simples desdenes de los
fabricantes de puntas de proyectil.
Gracias al análisis se pudo acceder a la diferenciación de dos
grandes zonas :
1. Un área regional. formada por los territorios delimitados
por Ouargla, el valle del Souf, Oued Rhir, Gassi, Tonil, Oued
Mya y algunos enclaves de penetración en Gourara y Touat. Ple-nitud
del índice de N. T. C.
2. La segunda zona localizada en la región de Touato-Ti-dekel
estaría caracterizada por la presencia de puntos tipo «To-rre
Eiffeh .
La delimitación de estas fronteras culturales, según ya que,
en efecto, si la cáscara de huevo de avestruz ha sido utilizada co-rrientemente
en el Nagreb y Sahara para la fabricación de cuen-tas;
la decoración en la cerámica no es practicada sino en ijna
franja territorial, comprendida entre Tripolitana y el Atlántico,
pero que rara vez traspasan la Iínea Norte hacia el Tell.. Hacia
el Oeste, el Atlas marroquí siempre ha constituido un obstáculo
importantes, pero tanto el valle del Dráa como la zona norte de
Ráo de Oro registran cáscaras de huevo de avestruz con su de-coración
grabada.
La línea fronteriza entre estas dos corrientes ha sido estable-cida
en varias latitudes (desde Cabo Juby a Fort-Flatters) pre-cisamente
por una falta de intensificación de las excavaciones en
el que fuera hasta 1975 Sahara español, si se exceptúan los es-tudios
ya clásicos de Santa Olalla, Almagro (1946) o los más re-cientes
de Balbin y Pellicer, entre otros, no todos dirigidos a las
cuestiones básicas que sigue planteando el Neolítico del área.
El estudio detenido de la cerámica de esta región ofrece nu-merosos
rasgos que permiten claramente distinguirla tanto de
la procedente del Norte (presumiblemente de tradición capsien-se)
como de la del. Sur (de tradición sudanesa). Los restos cerá-micos,
en general, son escasos, o por lo menos aparecen con me-nos
frecuencia que en las cuevas del litoral marroquí o en los ya-cimientos
meridionales de influencia sudanesa.
Los fondos y diseños de estas cerámicas, aun cuando sean có-nicas,
se distinguen de las grandes piezas semiesféricas del área
sudanesa. Los motivos decorativos son escasos y se limitan a in-cisiones
o simples impresiones, localizadas en las proximidades
de la boca del cacharro.
Tanto Hugot como Camps-Fabrer incluyen este área dentro
de las influencias capsisenses, no obstante que Camps-Fabrer re-conozca
que existen diferencias notorias como para replantearse
este NeoGticu de tradición capsiense en el Sahara.
La propuesta de Camps pasa por una revisión de 1.a industria
lítica de esta región occidental, mal estudiada y sin tener en cuen-ta
los distintos índices instrumentales (Camps, 1977).
Bien es cierto que el N. T. C. ha conservado en conjunto
los microlitos del Capsiense Superior y a partir de aquí ha evo-lucionado
hacia nuevas formas, introduciendo, por ejemplo, el
rectángulo.
En líneas generales, el N. T. C. se ofrece con menos microli-tos
que su antecesor, el. Capsiense Superior. En el N. T. C. empie-zan
a aparecer lascas voluminosas y grandes hojas, en contraste
con los complejos microlaminares anteriores.
234 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
El área occidental del Sahara constituye un inmenso escena-rio
sin las mismas condiciones óptimas detectadas en torno a
los grandes centros de Adrar de los Iforas y del macizo de Hog-gar.
Un paisaje dominado por grandes llanuras, monótonas y
desoladas, tan sólo animadas por las interrupciones de los re-bordes
de las mesetas.
Arqueológicamente ha sido una región rastreada y de donde
proceden magníficas y vistosas colecciones de materiales líticos,
principalmente de puntas de proyectil, encontrados en Río de
Oro y Bahía Levrier. De esta misma zona son las piedras pulidas
& A Q I Jy~ 10~s ~ar pones & h,ge.co Aznwnd, estudiados por
Gallay (1966).
A pesar de su aparente carácter marginal o periférico, en
relación con los centros originarios y difusores. el área occiden-tal
del Sahara sr comporta como una encrucijada de caminos y
donde es posible detectar las interferencias e influencias de las
distintas etnias procedentes del Norte y del Sur.
Un fuerte flujo cultural procede del área marroquí y a lo
largo del flanco atlántico penetra más abajo del paralelo 27,
llevando consigo las tradiciones epipaleolíticas. Otra corriente
cultural procede del Suroeste y se caracteriza por los aspectos
renovadores consustanciales al N. T. S.
El Sahara occidental pareciera ser el escenario adecuado para
estudiar las interrelaciones entre el N. T. C. y el N. T. S., que
dan paso posteriormente a una cultura sincrética, con su propia
personalidad.
Para Traufrey la neolitización de la zona es el. resultado de la
influencia del N. T. C. que se documenta en latitudes tan al Sur
como Río de Oro e incluso el litoral mauritano. Estas eviden-cias
se hacen patentes en los microlitos asociados a los conche-ros
de la costa (Vaufrey. 1955).
Sin embargo, hay que presentar algunos reparos a esta de-ducción,
ya que los microlitos, en sentido general epipaleolíticos,
no tienen por qué ser un rasgo exclusivo del capsiense cuando,
por otra parte, se han reconocido supervivencias epipaleolíticas,
33 c n s o MARTINDE GUZMÁN
con nlicrol.itos, en otros complejos líticos locales hasta muy en-trada
la neolitización (Petit-Maire, 1979 : 69-82).
Otro de los rasgos, como los grabados sobre cáscara de aves-truz,
los raspadores cortos y las hojas de dorso rebajado, han
sido invocados como argumentos definitivos para la adscripción
de esta facie occiden.ta1 al N. T. C.
La presencia del Neolítico en Mauritania ha ido reconstru-yéndose
a partir del conocimiento de ai.gunas fechas radiocarbó-nicas,
bastante significativas. El dato más antiguo procede de
Bahía Etoile, donde el hallazgo del Arca senilis ha sido fechado
en 4280 B. C. En Chami, al noroeste de hiauritania y al sur del
antiguo Sahara español, en un contexto típicamente neolítico,
se obtuvieron varias fechas escalonadas y comprendidas entre
el. 2900 y el 550 B. C. Más reciente pareciera ser la ocupación
de Tintan, donde se han logrado fechas del 520 B. C. (Petit-
Maire, 1976).
Pareciera que estamos, pues, ante un Neolitico reciente que
ocupa el espacio limitado al Norte por Hodh y Aouker. De este
último yacimiento son las características puntas de flechas y ha-chas
planas con tranchet, al igual que los peines de piedra para
decorar la -cerámica y los grandes anzuelos arqueados de piedra
procedentes también de esta misma región.
Uno de los conjuntos arqueológicos más interesantes está si-tuado
en los acantilados de Tichitt-Oualata y está integrado por
una decena de poblados neolíticos, con la novedad de poseer es-tructuras
arquitecturales en piedra, con paredes que alcanzan
hasta los dos metros de altura. Los emplazamientos más anti-guos
son precisamente aquellos que se encuentran situados en
la orilla de lo que enotros tiempos fueran lagos o lagunas con
agua permanente y hoy completamente desecados. Estos inci-pientes
poblados de' pastores y agricultores no ofrecen ningún
tipo de fortificación, muralla o estructuras defensivas. Las fe-chas
conseguidas para estas construcciones son, sin embargo, re-lativamente
recientes y quedan comprendidas entre el 1500 al
1100 B. C. Por otra parte, no deja de ser ilustrativo si se com-para
con los conjuntos arquitecturales de Gran Canaria (costa
de Gáldar), donde las fechas son a��n mucho más recientes (den-
236 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
tro de nuestra era) y donde los paralelismos, por caer dentro de
un área cultural próxima, se hacen obligados.
Estos habitantes de los poblados de Tichitt-Oulata son cul-tivadores
de mijo, tal y como ha quedado patente en la impre-sión
de estos granos en la decoración de las superficie de sus ele-mentos
cerárnicos.
Otro conjunto notable 10 constituye el llamado Sitio Monod.,
en Akhreijit, donde los muros delimitan recintos habitacionales,
con paredes que en sus hiladas inferiores ofrecen un aspecto
ciclópeo. En uno de estos recintos, de siete por cinco metros,
han sido encontrados restos de moletas. puntas de flechas, así
como curiosas figuriilas zoomorfas en terracota que representan
a antílopes y perros y que también pudieran ponerse en corre-iación
con ias céiebres crtiisicenasn de Gran Canaria. En io que
hace a su industria Iítica, ésta ofrece un aire bastante arcaizan-
.te, con groseras lascas apenas retocadas.
Hay que sefialar que en general los emplazamientos que ocu-pan
las cumbreras de los acantilados son más recientes, tal y
como se deduce de los fecilados r~a~joni~tiicrolluie, no vaii iT,..s
al15 del 150 al 830 B. C. y que, en líneas generales, vendría a
ser contemporáneo de la denominada Edad del Cobre mauritana,
época en que empieza a acentuarse la aridez y hacen su apari-ción
los carros de guerra.
En Azaonad, dentro de un contexto cultural que pareciera
de tradición sudanesa evolucionada, han sido encontrados var-rios
arpones esmeradamente terminados.
En síntesis, pareciera que los yacimientos neolíticos estable-cidos
al sur del Trópico de Cáncer tienden a ser más recientes,
pere t a q p x existen rumnes de fuerza p r a mgar !a existericia
de un N. T. S. correspondiente a fases más antiguas (Delibrias,
1976).
testim=r,i=s de =cupaci6a aec!iticu y ~ see suceder: a lQ
largo del litoral sahariano, desde el valle del Dráa a Cabo Blan-co,
están representados por acumulaciones de restos, aproxima-damente
de unos dos metros de diámetro, que contienen restos
de conchas, pocos materiales líticos y fragmentos de cerámica.
Núm. 28 (1982: 237
La precariedad de estos datos arqueológicos podrían expli-carse
si se acepta el hecho de que estemos ante la presencia de
grupos costeros empobrecidos, y que alejados de los grandes
focos del interior fueron perdiendo los estímulos creadores. En
cualquier caso, estos depósitos apenas parecieran indicar la mí-nima
actividad de gentes nómadas, que están de paso o que
transitan de Norte a Sur y viceversa esta ruta intermedia, en
busca de otras regiones más propicias para los asentarnientos
estables. Se trata, al parecer, de campamentos provisionales de
pequeños grupos (¿familiares?) y nunca de un hábitat perma-nente.
Estos «vertederos» con mytilus perna, thais T~uemastoma y
patella safiana en muchos casos no sobrepasan los 20 centírne-tros
de potencia y, por io tanto, a diferencia de ios ceiebres ucon-cheros))
norteafricanos, carecen de estratigrafía.
Entre los residuos de estos cwertederos)) no es extraño encon-trar
restos de mamíferos marinos que, como el. Physeter sp. y e!
A4onach.u~ monachus, fueron arrojados por efecto de la corrien-te
de Canarias en las playas de las inmediaciones de Médano
Santiago.
Hay que indicar que los restos correspondientes a mamíferas
terrestres son casi inexistentes, limitándose al Bos sp., a la Ga-zella
sp. y al Epuus sp. Queda perfectamente corroborada la fuer-te
dependencia maritima de lo. dieta alimentaria de estos gru-pos.
Por otra parte, un testimonio arqueológico tan definitivo y
definidor como los arpones ha sido hallado en el fondo de los
«sebjas».
Los pobladores que de modo más o menos estable ocupan los
bordes de las lagunas y de los golfos costeros o se asientan en las
dunas y médanos practican la ((pesca de pie)) en aguas poco pro-fundas
y capturando piezas no muy grandes.
La industria lítica ha sido denominada por algunos investi-gadores
como ({mauritaniense litoral)). La cerámica observa la
im,presión pivoteante (con la Anudara senilis) y recuerda a la
cardial mediterránea.
AXUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
LA NEQLITIZACI~N DE LA FACHADA ATLÁNTICO-SAHABIANA 3:3
En los yacimientos costeros comprendidos entre Saguía-el-
Hamra y Cabo Juby (paralelo 28) se conocen una serie de im-portantes
concheros, algunos de ellos situados sobre los acan-tilados
marinos (como Seheb el Hachra), y que contienen restos
de helk y patellas, asociados a fragmentos cerámicos no muy
abundantes. Igualmente se han documentado restos de hogar y
una industria iítica de tradición capsiense, compuesta por hojas
alargadas y con finos retoques, además de puntas foliáceas de
talla bifacial.
En A s e ~ f aa, unos 20 kilómetros de Seheb el Hachra, se re-colectaron
unas beiias puntas foiiáceas, bien diseñadas, tipo hoja
de sauce con silueta algo más alargada que los similares soIu-trenses.
Algunos de estos útiles sólo alcanzan dimensiones redu-cidas
de dos o tres centímetros, pero están trabajadas con el mis-mo
primor y preocupación. Algunas de estas puntas posee pe-y
muy &,..--" - " - - -aLi'uuauvs.
En esta zona están documentadas las puntas de azagaya, pero
sin su auténtica adscripción al desconocerse su exacto cont~uto
cultural.
En otros artefactos, según Almagro (1946) se reconocen las
influencias de la talla esbuikiense, aunque también comparten
sus analogías con los repertorios solutrenses de la península Ibé-rica.
En Arncharru se localizaron de nuevo bellas puntas de fle-cha,
de ta1Ia bifacial, y una serie de microlitos representados en
peq-üefias hojas de dorso r c e ~ a j ay~- eüli -pequeñas: -puntas de talla
bifacial.
Uno de los concheros de mayores dimensiones es el de Umma
Futinm de 250 x 30 metros y cuya industria lítica viene cons-tituida
por altos índices microlíticos, reflejados en pequeñas y
estrechas hojas retocadas, asi como en !os clásicos geométricos
segmentados o en «media luna». Otros instrumentos como cu-chillos,
raederas, raspadores y hojas, muchas. de ellas con mues-ca
lateral, completan estas variadas y abundantes series líticas.
Una industria similar se localizó en la estación de Cabo Aj-
fenir, asociada a abundantes restos de moluscos. En Buey Guer-zim,
a 15 kilómetros de Puerto Cansado, se determinó la exis-tencia
de una industria entre restos de un conchero de 150 x 60
metros, con Iargas hojas retocadas, puntas de taIIa bifacial p+
dunculadas y hojas de dorso rebajado. Llama la atención una
plaquita de sílex retocada y asociada a este instrumental.
Un importante yacimiento es el de Smez'l-el-Leben, al sur de
Puerto Cansado y a unos 40 kilómetros de Cabo Juby. Se trata
de un asentamiento con abundancia de restos de moluscos ma-rinos,
que cubren prácticamente todo el cerro costero. Su in-dustria
lítica se caracteriza por hojas y puntas de sección trian-gular
talladas por las tres caras. Otras sólo tienen talla bifacial, a
con pedúnculo y aletas, que recuerda a los tipos tidikeltienses N
del Sahara Central. Además de estas puntas, completan esta O
magnífica industria raederas discoidales, perforadores y largos n--
cuchillos trianguIares primorosamente retocados. Los microlitos m
O
E
parecieran estar menos representados, aun cuando no faltan al- SE
gunas «medias lunas)). -E
En el denominado Conchero núm. 2 aparecieron be1Ios ejem- 3
plares de puntas con aleta y pedúnculo, puntas de azagaya en --
talla bifacial, raederas, raederas discoidales y raspadores sobre 0
m
E
hojas, primorosamente retocadas. Como material agregado hay O
que certificar la existencia de una cerámica de cocción débil y
n con sus superficies decoradas con incisiones en zig-zag, que pa- -E
recieran estar realizadas con ayuda de instrumentos pectiformes a
2
y ruedas. n
n
Para Almagro (1946), estos concheros estarían en relación
con el neolitico saha,?3ano del interior, estudiado por Roulet en la 3
O
región de Tebelbala, y que cronológicamente sería algo más re-ciente.
En el Conchero núm. 3 de Smeil-el-Leben fue localizada una
cerámica con motivos decorativos diversos, obtenidos a base de
¿ipiicar e, peiiie y- Id rueda, ~ ' 0lo~ d0em -se&rzn 1% zig-zags y
las líneas de puntos.
En POZO Tacat hay que llamar la atención sobre las raederas,
talladas sobre lascas circulares planas, finamente retocadas.
240 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
Comprende el más importante fósil fluvial de la región, con
un denso asentamiento neolítico patente en las numerosas pero
mal estudiadas estaciones de la zona.
En los alrededores de El Aaiún: hay que destacar el Taller
número 1, a unos dos kilómetros de la población, y que dio una
industria lítica de talla esbaikiense, con hojas amplias y retoca-das,
además de raspadores aquillados similares a los aurigna-cienses.
Los microlitos están escasamente representados con al-gún
microburil y algunas hojitas de dorso rebajado. No está
certificada la presencia de cerámica.
-En e! Ta1kr núm. 5 (E! -4aiún)) C P X ~ de! unt igx crmeriterio
cristiano, se localizó una industria lítica con puntas de flecha,
con bordes denticulados y aletas, así como distintos perforado-res
en extremo de hoja. Los restos de cerámica son escasos y
corresponden a una técnica burda.
Remontando la Saguía, el Taller núm. 6 dio una industria
lítica con una serie antigua, más patinada, y formada por piezas
de talla bifacial y puntas de azagaya, similares a las del esbaiko-ateriense.
No faltan las bellas puntas de flecha, con pedúnculo
y aletas, además de los perforadores. Ausencia de cerúmica y al-gunos
fragmentos de huevo de avestruz. La industria lítica, en
general, tiene un aire solutrense.
El Taller núm. 7, en la margen derecha, frente al antiguo
cuartel de Tiradores, registra útiles de diversas épocas, desde las
hachitas de tipo esbaikiense a otras más recientes. E1 Dr. Alma-gro
contemplaba la posibilidad de ocupaciones sucesivas desde
el achelense-musteriense-eskailiense al neolítico.
En la margen izquierda del Uad Idki se localizó un taller
Iítico con puntas de flecha pedunculadas, además de hojas cui-dadosamente
talladas, algunas de perfil triangular. y que recuer-dan
a los repertorios del denominado nenlltirn g ~ h n l - i ~ ~ o .
En el yacimiento de Smeil el Nzeil, a unos 15 kilómetros del
aeropuerto de El Aaiún, aparece una industria mixta, con super-
3 .j C ~ S Of i wt . r Í~D E G U Z R ~
vivencias tipológicas achelenses, a las que acompaiian puntas
sobre hojas y raederas, además de raspadores sobre hojas. No
hay seguridad de que la cerámica agregada pertenezca a un con-texto
neolítico; en su mismo aspecto recuerda a la de los ca-charros
actuales.
El principal de los yacimientos de esta zona fue estudiado
por Almagro (1946). Se trata de Lus sebjas de Tarunzu. Situado
a unos diez kilómetros de la línea costera, a unos 30 kilómetros
de la desembocadura de Saguía y a unos 30 kilómetros de El
Aaiún. Forman dos depresiones o «sebjas». La pequeña es de unos
300 metros de perímetro y de cinco metros de profundidad. La
gran sebja está a unos 500 metros de la pequeña y tiene cuatro
a
kilómetros por 100 metros de ancho. En el tramo y en los bor- N
des comprendidos entre estos dos sebjas se ubicaron varias con-centraciones
de material arqueológico y cuya materia prima in- O
n--
cluye un sílex de tonalidad oscura que recuerda la obsidiana. m
O
E
En el fondo de lcrs sebjas se localizaron restos acumulados de SE
heliic y moluscos sin especificar. - E
En la industria lítica, estudiada en principio por Almagro 3
y luego por Mateu, se reconocieron: hojas, raspadores, raederas, - - buriles, perforadores, puntas, puntas con pedúnculo y aletas, ?ni- 0
m
E
crolitos. Las hojas. en gran número, ofrecen retoques en los dos O
Iados. -4igunas tienen grandes escotaduras y van desde ejempla- E
res alargados y finos a otros anchos y fuertes. Las hay en sec- n
-E
ción de triángdo equilátero con retoque trifaciul. Entre los ras- a
2 padores destacan algunos de tipo «pata de cabra)), pero la ma- n
yoría están tallados sobre hojas anchas y firertes. Los buriles n
pueden ser centrales o en extremo de hoja, faltando el típico O3
buril angular. Los perforadores sobre hoja pertenecen al tipo de-nominado
de expansión basal, algunos con talla trifacial y con
apéndices alargados. Hay puntas foliáceas de talla bifacial que re-cuerdan
a los ejemplares del esbaikiense, asociados a restos de
moluscos v huellas de hogar.
En Sebja de Tislatin parecieron confluir dos tradiciones cul-turales,
según se desprende de su industria lítice. Por una parte,
las piezas más antiguas corresponderían a la talla esbaikiense.
representada en puntas de azagaya y en unas pocas raederas.
La serie más reciente sería la formada por puntas triangulares
242 AIiL'I1RIO DZ ESTUDIOS ATLAATICOS
LA NEOLITIZACI~ND E LA FACHADA ATL~~TICO-SAHARIANA 37
sobre hojas y puntas con pedúnculo y aletas, además de los cu-chillos
sobre hojas. Un rasgo a indicar es la ausencia de cerámi-ca,
aun cuando ha quedado incluido en el F. T. C.
Otro yacimiento con industria similar al anterior, pero con
la novedad de tres hachas de piedra pulimentada, es la Sebja de
Anote, donde tampoco existen restos cerámicos.
Esta ausencia de material cerámico pareciera ser una de las
constantes de este área. Lo mismo puede decirse de Sebja Ser-gan,
con finas puntas de fecha con pedunculo y aletas, a unos
45 kilómetros al sur de Agdi Baba Ali y a 40 kilómetros al este
de la costa. Uno de los instrumentos característicos de este sitio
-que tiene evidencias de haber sido un taller lítico-son los
raspadores sobre anchas hojas.
Pozo Xesil. tampoco dio restos cerámicos, pero sí puntas de
talla bifacial pedunculadas y con aletas. La industria lítica re-gistra
raspadores circulares, hojas de dorso rebajado, hojas per-foradas
y cuchillos. LTna evidencia negativa, en el momento de
decidir su adscripción cultural. es la ausencia de nzicrolitos.
En Sebja Lnasaiiia, estuciiacia por Petit-Maire y Flecher
(1979), se han podido obtener una serie de datos a tener en cuen-ta
para la interrelación con los yacimientos vecinos. En una de-presión
dr unos 20 kilómetros de largo por dos de ancho. y que
corre paralela al sur y a unos 15 kilhietros de El Aaiún, espe-cialmente
en su extremidad norte, se ubicó gran abundancia de
materiales. Talleres intactos y centenares de grandes hojas. en
sílex, iguales a las descritas por Almagro (1946) en los sebjas
de Taruma. En el borde oeste fueron Iocalizados testimonios de
asentarnientos diversos. Una de las novedades notables ha sido
la de .ciia; diez sepUfi.Liras coll depos.-
tados arbitrariamente, sin ninguna orientación determinada. Sin
embargo, todas las inhuniaciones observaban la posición decúbi-to
lateral flexionada. típica de los cadáveres neolíticos anteriores
a las influencias egipcias. Las manos estaban dirigidas hacia la
n-7.- nn o~~irlnntnnn c i r r iAn r i t ~ i - 1 Lesa juares fUneraricv. r17dJ -al a, bu L \ IULIILL ~VUILIVII A LLUCLI.
pobres, se limitaban a escasas cuentas o a pequeños útiles, no
pudiéndose determinar si estos individuos pertenecían a las co-munidades
de los taIleres líticos de las inmediaciones.
El estudio de los moluscos fue determinado por Meco, quien
tiúm. 28 (1982) 243
reconoció la presencia de Arca senilis, Carclita cdjur, lWonodonta
iineata, Nacca fulmines, Thais haemastoma, Patella safiana y
bfytilus, entre otras.
Las fechas de carbono 14 obtenidas por Delibrias (1979) para
los esqueletos han proporcionado los siguientes guarismos:
Núm. 3269; 2740 & 110 B. P.
Núm. 3465; 3100 5 110 B. P.
Estas dos cifras, que en ninguno de los casos sobrepasan el
1 milenio, denotan la relativa modernidad de una población pró-xima
al área del Archipiélago canario rodeada de un contexto,
en general, empobrecido y arcaizante.
En las lomas de Timercrarin-el-Hamra se encuentra una in-teresante
estación arqueológica, de donde proceden algunas pun-tas
de flecha triangulares con sus caras retocadas. No se cono-cen
restos cerámicas ni microlitos, por lo que se ha considwado
como uno de los yacimientos costeros del neolítico sahariano.
En la desembocadura de Oued Krau, y a unos 200 metros de
la línea costera, se localizó un conchero con abundante indus-tria
lítica de parentesco capsiense tardío, tal y como se despren-de
de sus hojas de dorso rebajado, de los raspadores sobre hojas
y de las hojas retocadas.
En Poxo Tuf, por el contrario, ausencia de instrumental 1í-tico,
con fragmentos de cerámica asociada a contexto de con-cheros.
En Pozo Taguerzimetx, además de la industria lítica, con
perfectas puntas de flecha con talla bifacial y unifxial, apare-cen
raspadores, hojas, cuchillos y algunos microlitos. Se volvie-ron
a encontrar huevos de avestruz y pequeños fragmentos de
cerámica decorada con impresiones simples.
Sobre el acantilado, y a unos 50 kiIómetros al norte de Villa
Cisneros, en Poxo Tiref, se encontró una industria l.ítica, con
puntas de talla unifacial tipológicamente idénticas a las del solu-trense
europeo, además de raspadores en extremo de hoja. Au-sencia
de puntas pedunculadas con aletas.
204 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
LA NEXILITIZACI~DNE LA FACHADA ATLÁNTICO-SAHARIANA 19
Ya en la entrada casi de la península de Villa Cisneros, la
Sebja Raguia. Se trata de un enorme conchero que bordea el
perímetro de la sebja. Hay puntas de flecha, largas y cortas, con
pedúnculo y aletas, además de raspadores y rnicrolitos. Está d e
cumentada la cerámica con decoración obtenida con puntos e
incisiones.
La península de Vi.lla Cisneros ha sido uno de los asenta-mientos
preferidos, estudiados desde los tiempos de Font y Sa-gué.
Evidentemente, este brazo de tierra ocupa una posición pri-vilegiada
en relación con la costa atlántica sahariana. Su super-ficie
está prácticamente recubierta do concheros. De aquí pro-ceden
las colecciones recogidas por don Ricardo Duque, hoy en
el Museo de Ciencias Naturales de Madrid.
Petit-Maire y FIecher (1979) han dado a conocer los estudios
rediza&js er, S&je amtcc2; ,- ;fias Gc K!Smetri;s 21 de Aa-b,
y en fondo de la bahía de Cintra. Esta sebja ha resultado ser
uno de los tantos paleogolfos característicos del litoral atlántico
sahariano en el momento de las transgresiones holocénicas. El
sector NW. de la sebja corresponde a los asentamientos neolí-ticos
y reviste la particularidad de ofrecer testimonios de arte
rupestre, con grabados de tipo zoomorfo y antropomorfos, loca-lizados
sobre los paredones costeros. De aquí es también un mo-nolito,
de 2,50 de alto, asociado a una estructura circular de tipo
preislámico.
Yc, fagil2 & &e ;.ucimieilt= ccr, c=r,cher-js ha sido wtUdia&
por Meco, y allí vuelven a darse los registros propios de estos
kjokkenmoddings saharianos : Arca senilis, Mytilus, Mwrex trua-culus,
Tahis haemastoma, Cymbium neptuni y Conus papiliona-ceus,
entre otros tantos. Hay que llamar la atención sobre la
pi_;.rpi-~yra e! murex, que, al parecer, fiierm romidcs r r i?d~sp or
estos neolíticos.
El registro de vertebrados, de grandes mamíferos terrestres,
ha sido estudiado por Bouchud, quien ha reconocido la presen-cia
de:
Núm. 28 (1982) 245
43 cnso MARTÍDNE GUZM.~N
- Gazella dorcas.
- Bos sp.
- Equus asinus. - Oryctolagus hmleyi.
- Equus mauritanicus.
- Tursiops sp.
Los géneros más abundantes son la gacela y el buey.
Las excavaciones se vieron premiadas con ia localización de
varias sepulturas, sin ningún tipo de acondicionamiento y co-rrespondientes
a ocho individuos. Las fechzs radiocarbónicas dan
una estimación muy reciente para estas inhumaciones, ya dentro
de la Era. Así, el esqueleto 1, dataáo por Delibrias, arrojó tan
s6lo 1780 = 100 B. P. Son llamativos los aq?o?zes procedentes de
este sitio, así como algunos perforadors en concha.
Tambikn estudiada por Petit-Maire y Flecher (1979), la seb-ja
de Mahariat, de unos 100 kilómetros cuadrados, está situada
al este de Cabo Barbas y se trata de un goifo Soloceno que De-librias
fechó en 3040 f B. P.
Los restos de ocupación, según se despre~de de los conche-ros
situados en su sector I\;.E., con relativamente antiguos. Las
fechas sobre conchas han dado unas estimaciones del 6180 y
5250 B. P.
Sin embargo, los restos arqueológicos son poco abundantes,
reducidos a algunas lascas de sílex, un pendiente y apenas ce-rámica.
Entre la fauna marina se !oca:izaron restos de cachalote y
foca, además de los clásicos Arca senilis, Tapes, Cymbiuem, etc.
Sin ningún tipo de sepultura y directamente depositados en
la arena aparecieron los restos de cuatro individuos que el radio-carbono
fechó en el 1080 B. P. Sus rasgos somáticos conservan
caracteres arcaicos, poco frecuentes entre los Horno sapiens, pero
similares a los señalados por Anderson (1968) para los cráneos
epipaleolíticos de Djebel Sahaba.
En la Sebja Lemheiris, situada a 15 kilómetros al SW. de
Cabo Barbas, y que es un paleogolfo del nouakchotiense, y en
unos amontonamientos situados a un kilómetro del borde de la
sebja, se localizó una sepultura conteniendo los restos de un in-
216 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
LA NEOLITIZACI~N DE LA FACHADA ATL~CO-SAHARIANA 41
dividuo. La tumba se había acondicionado con grandes piedras
colocadas verticalmente, bajo las cuales se depositó el cadáver.
Un pequeiío ajuar funerario acompañaba al individuo, constitui-do
por conchas y caracoles intencionadamente quemados. El es-queleto
se encontraba en posición decíibito lateral izquierdo, mi-rando
hacia Poniente, con la mano izquierda llevada hacia la cara
y la mano derecha colocada entre las rodillas. Las extremidades
inferiores habían sido flexionadas, formando el fémur con el ra-quis
un ángulo de 120 grados.
La medida por radiocarbónico, obtenida por Delibrias, dio
una estimación de 3740 + 130 B. P.
Otra sepultura similar ha sido encontrada en Sebja Edjaila,
y que responden a dos tipos: 1, sepultura superficial; 2. sepul-
+ ~ * F F I OYI n * - n f ~ ~ l ~ n A i ; l ~Tl r l~ c flnn h'ie r r JAinnr J rhÁninr i c c n n rla 2n3n L 1 1 n b u r a Lri y r v ~ u u u r u n u .-- u rb-liuu iuurvbrn uvrlrbuu u v r ~u b vvuu c - s ~ u
y 3310&120 B. P.
1. El contexto arqueológico de Tintan y Chami
El estudio pormenorizado de los yacimientos arqueológicos
de Tintan y Chami ha permitido mejorar el conocimiento y va-lorar
los aspectos materiales de las culturas neolíticas de este
sector meridional de la franja sahariana atlántica.
Las series líticas, estudiadas por Bayle de Hermes (1979),
con casi 18.000 artefactos, con más de 4.000 útiles en sílex y cal-cedonia,
con 343 perci~~tore7s,4 hrichas y unos 60 cantoc. tr2h2-
jados, han facilitado la determinación tipológica y logrado un
avance importante en el. conocimiento de las industrias Iíticas
de la región. Este trabajo, por su calidad, tendrá que ser tenido
en cuenta en el momento de las correlaciones o los contactos.
Los elementos de trituración dieron un total de 241 piezas,
con un mayor porcentaje de moletas cilíndricas (28 ejemplares),
seguido de los tipos paralepipédicos (241, poliédricos (20) y tron-cocónicos
(10).
La primera conclusión que deriva de la industria Mica de
h'úm. 28 (1982) 247
Tintan es que toda ha sido tallada n partir de tascas. 17.022 son
lascas y tan sóio 111 hojas y hojitas. Otro rasgo a destacar es la
rareza de los buriles, mientras que los raspadores, las raederas
y las muescas están bien representadas.
Según Bayle de Hermes (1979), el neolítico de Tintan pre-senta
una facie muy singular dentro del nuevo complejo que ha
venido a denominarse neolítico de tradición mauritana. En efec-to,
pareciera que tal neolítico rnauritano, que ofrece múltiples
variantes locales, fuese el resultado de varias oleadas culturales
y humanas que llegan hasta las orillas del Atlántico procedentes
de los más diversos puntos del interior africano. En unos, que
avanzan hacia el Oeste, siguiendo el borde del Sahel, se detectan
las tradiciones sudanesas. Otros llegan desde el Este y el. Nordes-te,
en aiitruijdjnamia re&ciona& la dmecacióii que
experimenta el Sahara en los ÚItimos milenios, en un proceso
progresivo e inexorable.
2. La cerámica de Tintan E
La cerámica de Tintan y Chami, estudiadas como avance de 3
investigación por Longree y Bray (1979), será objeto, según ade- Om-lantan
los mismos investigadores, de un análisis más detenido, E
ya iniciado por Aumassip y Camps-Fabrer. O
De esta región, de Tintan y Chamla, proceden varios y curio- n
sos recipientes que intentan ser clasificados tipológicamente. En E a
Tintan se han reconocido pequeños recipientes (de unos 14 cm. n
de alto), además de otro recipiente «en ampolla», con diseño de n
n
tres cuartos de esfera y una altura que llega a los 31,8 cm., con 3
una boca de 24 cm. O
Los recipientes semiovoides son similares a los dados a cono-cer
por Hcbrard, Hugot y Thilmas (1970).
En lo que hace a los recipientes de Chami, se han distinguido
las siguientes formas :
1. Pequeño recipiente con pared derecha. Con un diámetro
de 19 cm. Decoración a base de impresión pivoteante, que le pon-dría
en relación con el N. T. S.
2. Cubilete. Con un diámetro de 12 cm., labio retraído y base
redonda.
248 AXUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
3. Recipiente en ampolla, inscrito en tres cuartos de esfera.
Su decoración ofrece impresiones circulares de hasta tres centí-metros
de diámetro. La superficie interior ha sido impresionada
con la aplicación del peine pivoteante.
4. Recipiente con cuello, en forma oval.
5. Vertedero de forma irregular.
En ambos sectores las cerámicas aparecen con sus superfi-cies
decoradas con motivos de líneas onduladas, es decir, con la
técnica del. awavy-line». En las impresiones es utilizada, en unos
92 fragmentos, el «arca senilis)), lo que da lugar a la denominada
cerdmica arcal, similar a la cardial, con idénticas técnicas, pero
con sustitución del edule por el Arca senilis.
En el estado presente de los conocimientos de las culturas
neolíticas de la franja atlántico-sahariana se puede establecer un
marco tentativo de expiicitación que resumiremos en 10s siguien-tes
ítems:
1. La fachada atlántico-sahariana ha sido un hábitat ocu-pado
a lo largo de los últimos 10.000 años por distintas pobla-ciones.
2. Tan sólo entre los paralelos 26" y 23" pareciera que existe
un tramo de «tierra de nadie)), y que es consecuencia de un te-rritorio
inhóspito y de los altos acantilados costeros. Esta zona,
al sur de Cabo Bojador, sólo ha sido utilizada como «corredor»
o pasillo obligado entre el Norte y el Sur.
3. Los asentarnientos se localizan preferentemente en los
bordes de las sebjas o de las antiguas lagunas litorales.
4. Los patrones de asentamiento observan dos tipos de re-sidencia:
una, de carácter estable - e n aquellas zonas favoreci-dzs
,-C:~ncalmente-~y otra, semiestable: y que se visualiza en la
franja más árida, antes mencionada, donde sólo se ha reconocido
el sitio de Laasailia.
5. De acuerdo con los hallazgos arqueo16gicos se han esta-blecido
tres zonas:
Núm. 28 (1982) 249
- Del paralelo 28" al paralelo 26O, caracterizada por las in-dustrias
epipaleolíticas .y neol.íticas. - Del paralelo 24" al paralelo 20°, presencia de una indus-tria
que ha empezado a denominarse neolitico de tradi-ción
mauritana, y que cronológicamente se ha situado en-tre
el 2500 y el 500 B. C.
- Al sur del paralelo 20°, donde desaparecen los concheros
y se entra en el mundo senegalés.
6. La cerámica empieza a ser algo más abundante, dentro
de la escasez que le caracteriza, entre l,a latitud 20" y 21". Pero
según se asciende en latitud es cada vez más rara.
7. La mayor parte de estos sitios están datados entre el 2000
y. i@yjB . c., .n.i.u -m..n._e r.n-u, que coincide con una oscilación hú-meda
perceptible a la altura del paralelo 20°, en Cabo Tafarit,
con la presencia de fauna senegalesa. Al norte de Cabo Blanco
sólo se encuentran, ocasionalmente, équidos y bóvidos. Este pe-ríodo
ce conoce como ({húmedo neoliticox y correspondería a un
momento pluvial, con una ligera elevación del nivel de las aguas
marinas, que inundan las sebjas y entrantes del litoral, hoy en
retaguardia.
8. La dependencia marítima de estas p~b,~acioneesra muy
fuerte, como lo reflejan los abundantes concheros. La dieta ali-mentaria
podía, no obstante, completarse con los recursos obte-nidos
de la caza de mamíferos.
9. Desde el punto de vista antropológico físico se puede ha-blar
de una población con ciertos caracteres robustos y que evi-dentemente
recuerdan a los tipos de Mechta el Arbi, con cráneo
espeso, con reminiscencias del torus supraorbital y de la cresta
mastoidea. Mandíbula con gonios extrovertidos y una altura do-minante
de adelante hacia atrás.
10. El estudio de estos caracteres ha sido posible gracias a
los distintos enterramientos excavados. En este sentido, desde
el paralelo 24" al 20" existe cierta unidad en el tipo de sepul-turas
:
- Elección de las dunas, más o menos fijadas, como lugar
del enterramiento o de las necrópolis.
250 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
- Frecuentemente el cadáver se deposita directamente en
la arena, sin ninguna protección o envoltura. - En algunos casos el cadáver se protege con un círculo de
- piedras, a modo de cista. En varios ejemplos se le ha colocado una piedra como ca-bezal
donde el cadáver reposa su cabeza.
- El difunto observa posición flexionada, decíibito lateral de-recho
y/o izquierdo.
- Las manos suelen estar dirigidas hacia la cara. - Las ofrendas alimenticias de moluscos son depositadas en
la superficie de la sepultura.
.La secuencia cultural de la región, a grandes rasgos, podría
q-ue articUladd as. :
- Tradición epipaleolz'tica: Del 8500 al 4000 B. C. Que ocu-pa
los territorios que llegan desde el Norte al paralelo 28",
frente a Canarias. - Industrias protoneoliticas: Sin precisar cronológicamente
y que llegan hasta el Cabo Bojador. Sus repertorios líticos
vienen informados por grandes hojas de sílex. Dentro del
mismo se -haría necesario distinguir:
a) Un neolítico de tradición capsiense N. T. C.
b) Un neolítico «debilitado» que se superpone al ante-rior.
c) Un neolítico «aberrativo», localizado desde el borde
Este de Río de Oro, con presencia de bifaces, con un
débil neolítico de procedencia meridional.
- IiTonditice hc~ogéneo:k sUe Amtu! u Cabe Tufurit, y qt"e
estaría representado en el. neo1.ítico de tradición mauri-tuna.
Dentro de este nuevo ordenamiento, y que despeja multitud
& tbpirns y g~n~ra!iza&ner, on-~líticnc: insi.ilares canarios»
siguen ofreciendo una mayor complejidad y riqueza si se corn-para
con estos asentarnientos del litoral atlántico africano. Evi-dentemente,
muchos de los repertorios cerámicas que se des-arrollan
en las islas, particularmente en Gran Canaria, obligan
a situar los posibles focos de difusión en el Africa mediterránea,
quizá como resultado de un movimiento milenario de culturas y
pueblos, que desde el VI1 milenio se mueven e inauguran la
náutica en la cuenca y que alcanzan el Mediterráneo occidental,
y cuyas resonancias y supervivencias tardías quedan atrapadas
y engolfadas en varias regiones, mientras en Oriente se inaugura
el período histórico con escritura.
Otro de los problemas más complejos, y en el que concurren
diferentes factores técnicos y naturales, es el de las dataciones
radiocarbónicas. Las recientes precisiones que al procedimiento
del (7-14 ha realizado A. Muzzolini (1981) obligan a cambiar de
actitud ante la interpretación de estos resultados y, en la medida
de lo posible, a acentuar los recaudos en torno a la calidad de la
m~ e s t ~Paa. r a las fechas U d iieoliiico sahariano se han podido
establecer algunos cómputos de ((rejuvenecimiento)) o «enveje-cimiento
» con divergencias que van desde el medio milenio para
los inicios del holoceno a los 200 años, siendo más probable que
en dataciones anteriores al 5700 B. P. el cenvejecimienton sea lo
frecuente. No obstante, en suelos volcánicos, como pueden serlo
las Islas Canarias, intervienen otros aspectos contaminantes, ya
que, por el contrario, pueden ((rejuvenecer)) la muestra (Saupe
et a%, 1980).
Todos estos imponderables, que sólo el rigor y la insistencia
pueden ir neutralizando, deben ser estimados antes de lanzarse
a la aventura analógica de unas correlaciones intuititivas, y que
aunque en teoría estén perfectamente razonadas, en !a práctica
no dejan de ser una ficción subjetiva.
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