GALDOS Y LA RELIGIOSII>AL) UE SU EPOCA (1)
POR
SOLEDAD MIRANDA GARCIA
Antes de abordar el análisis de la imagen que del clero y la
Iglesia de su tiempo nos proporciona Pérez Galdós, no será ocio-so
ni inútil que hagamos una incursión por el sentido que la
religión cobra en el desarrollo general de su producción. No se
trata de dilucidar de una vez para siempre la trascendencia de
lo religioso en el Corpus galdosiano o su anticlericalismo, ciies-tiones
pl.anteadas, a veces, un tanto bizantinamente y que nos-otros
creemos comportan una respuesta afirmativa en el primer
caso y negativa en el segundo l. Se trata mejor de aquilatar al
1 Hacemos nuestras las palabras de MARAÑSNes critas en una peculiar
circunstancia de su biografía y de Ia patria española toda: «Es posible
que ninguno entre ios centenares de fieies que, apiñaaos, presencia-m
los Oficios, los siguieran con el entrañable temblor del espíritu de aquel
hombre señalado por heterodoxo, pero cuya costra de circunstancial anti-clericalismo
ocultaba su auténtica religiosidad. Clarín, que le conoció me-jor
que ningún otro de sus contemporáneos, escribía una vez: «Galdós
es hombre religioso; en momentos de expansión le he visto animarse con
-u -u a- es-p.- w-i-t- : de ~ i ~ i 6nixiú ndita y piadosa, de esas que no pueden com-prender
ni apreciar los que por oficio, y hasta con pingües sueldos, tienen
la obligacidn de aparecer piadosos a todas horas.)) Y Hurtado de Mendo-za,
el que estuvo más veces cerca de esos (momentos de expansi6n», me
escribía en una carta, despu6s de recordar aquellas palabras: «Este si
que es el verdadero retrato de Gald6s.n De si mismo habla, con toda cer-
Núm. 28 (19821 549
máximo los puntos conocidos de su hermética biografía y rela-cionarlos
estrechamente con su obra..
((Hay quien opina que lo importante es la obra, no r: horn-bre;
yo no. La obra nos llega importada por el hombre, por uno
determinado y único, el que 1.a crea, el que nos la trasciende.
Es el máximo de los regalos que puede hacérsenos. ¿Cómo no
querer saber sobre él, quién era, cómo, de qué especialísima
catadura, su voz, su trato, su generoso o defendido abordaje?;
quién era, hemos dicho, y cómo. Documentación que sólo un
contemporáneo está en condiciones de transmitirnos lícitamente.
Ya que la obra queda, pero el hombre se volatiliza o se abisma.
P pocos han conseguido su Eckerman)) '. Al. escribir los ante-riores
párrafos parece como si Gil Albert estuviera pensando en
el caso de don Benito. Existe una mitología galdosiana, com-prensible,
por lo demás, que impide un careo al desnudo del
autor con su producción. Son muy conocidos los juicios -jui-teza,
cuando describe la emoción de Angel Guerra al escuchar el Oficio
del Domingo de Ramos -«soledad melanc6lican la llama- desde el mis-mo
sitio del presbiterio que él solía ocupar. ((Durante todo el tiempo que
duraron las recitaciones, su emoción fue tan honda que apenas respiraba,
y cuando oyó cantar el Emisit spiritum, se le puso un nudo en la gar-ganta
y sintió un dolor agudísimo en el corazón. En todo el día, repi-tiendo
con fácil retentiva las salmodias, no pudo desechar su oído la
.vibración de la robusta voz del capellán salmista que cantaba por Cristo.»
Esta garganta, y este corazón, y este oído eran, ya lo sé bien, los del
propio Galdós. ¿Por qué, Dios mío, por qué no quieren saberlo los que
debían, más que saberlo, adivinarlo?» Obras Completas. Madrid, IX, 1973,
,566. Si se acepta la aparente paradoja, podriamos llamar también la aten-ción
sobre una hagiografía del Galdós anticlerical. Sobre todo en sus 3-
timos días, don Benito formó parte de la vanguardia del librepensamiento
y de sus ataques a la institución eclesiástíca: N,. . participé en e1 Primer
Congreso Librepensador Español, celebrado en Barcelona en honor del
masón Francisco Ferrer y Guardia, los días 13 al 16 de octubre de 1910,
en el que, dado el frente comm que existía entre masones y librepensa-dores,
figuran algunos masones, entre los que desarrollaron las corres-pn~&
ienterp n~e~c - i zJs. .A~. -Fnnrn R P N I ~ I @: L a marnneria entre las
dos primeras series de los Episodios Nacionales de Galdósn. Actas del Se-gundo
Congreso Internacima1 de EstucZios galdosianos. Gran Canaria,
1978, 114.
2 J. GIL DE BIEDMAJ., GIL ALBERT, L. A. DE VILLENA3: Luis Cernuda.
Sevilla, 1977, 47-8.
550 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLAXTICOS
cios muy críticos- emitidos por Miguel de Unamuno, poco des-pués
del fallecimiento del. gran novelista 3. El rector salmantino
se pasaba de la raya -acerca de la poquedad esencial del uni-verso
literario que ésta alumbró-, pero hendía su crítica en
algunas de las protuberancias que han dificultado, a nuestro pa-recer,
la comprensión recta de aspectos esenciales de l,a obra
del escritor canario. Su egocentrismo de artista, su despego real
de las mujeres con las que tuvo relaciones íntimas, su tornaso-lismo
político, su afección al dinero, son extremos explicables
3 «No creemos que en la obra novelesca y dramática de Galdós, como
en la de Cervantes y como en la obra de la Naturaleza y de la Historia,
haya doctrina alguna reflexiva, ni do,mática, ni dialéctica.
A lo sumo la tienen algunos de los personajes que creó y a quienes
hizo hablar, y aun éstos ni mucha ni honda.
Los personajes de Galdós, como sus modelos reales, son muy pobres
de doctrina. Viven al día. Y la de él, la de Galdós, se reducía acaso al
progresismo generoso y romántico, pero cándido de sobra, sencillo, de la
Setembrina, de la Revolución española del año 1868.
El mundo social que en sus obras nos deja eternizado es el de la
Restauraci6n y la Regencia, un mundo de una pobreza intelectual y moral
que pone espanto.
En la obra de Galdós, como un espejo fidelísimo, se retrata la pavo-rosa
oquedad de espíritu de nuestra mal llamada clase media, que ni es
ni media ni es apenas clase. Su Torquamada es un símbolo, y otro símbo-lo
el Amigo Manso. La vida, triste, de una desolación intima trágica y de
una frivolidad agorera, de los pequeños empleados, tal como se puede
ver en la obra novelesca galdosiana, nos explica la tragicomedia mansa
de la España de hoy, tragicomedia de charca ponzoñosa. Si leyendo la
obra novelesca de Dostoyevski se comprende el huracán de pasiones desen-frenadas
que está amasando, con barro hecho con sangre y alcohol y bi-lis,
la Rusia de mañana, del mismo modo, leyendo la de Gald6s nos dare-mos
cuenta aei bocnorno de una anarquía de modorra.
Las figuras que Galdós ha hecho pasar por su retablo de Maese Pe-dro
rara vez parecen tener libre albedrío; se dejan vivir más que hacen
su vida. La rutina cotidiana es un motivo de acci6n. Y cuando quieren
ser rebeldes no pueden, a pesar de todos sus esfuerzos, rebelarse. Alar-gan
unas existencias lánguidas. Casi nunca surge alií o un energumeno
-loco, si, comü en ei mundo de Cewantes- O uri desesperado. En ei fon-do
todos, hasta los que parecen rebelarse, se resignan y aun se conforman.
El mundo galdosiano, en efecto, es un mundo genuinamente madri-leño
como en otro respecto lo es el de Luis Taboada, y del hXadrid que
tiene por centro la calle de Toledo. Un mundo de pequeños tenderos, de
pequeños oficinistas, de pequeños usureros o más bien prestamistas: un
Núm. 28 (1982) 551
en la biografía de cualquier hombre y sobre los que nosotros
nos guardaremos de erigirnos en jueces. Pero -insistimos-creemos
que arrojan mucha luz -y en algún punto novedosa-sobre
algunos de sus pasajes novelísticos relacionados con nues-tro
tema.
La tensión existente en todo hombre entre materia y espí-ritu
alcanzó en el más grande de nuestros novelistas contempo-ráneos
un punto que puso de manifiesto en algunos momentos
la ruptura de su personalidad externamente calmosa y tranquila.
Fue Galdós, indudablemente, un horno religiosus 4. Aspiró, in-mundo
de una pequeñez abnimadora en el que no encontrar6is ni aque-ilos
sentimentales melodiosos de Carlos Dickens, ni mucho menos aque- a
N
-Il.n-c "t riuirnc wr c n n n i p c v ~ r r i d ~ r a m mdt&. -~?n te~cns,d e t 0 - m - -le---lr--l.---d-l
tosas, de Dostoyevski, de estas novelas que tanta luz proyectan sobre la O
Rusia que se está deshaciendo. n-- m
La novela de Galdós es acaso, en muchas de sus partes, la última trans- O
E
fomación de la novela picaresca. Pero de unos pícaros que de trashuman- E
2
tes se han hecho estadizos; de unos pícaros de café ... Y de análoga m- E
nera se podrá escribir un libro sobre {{El novelista Pérez Galdós y la -
masa de la clase media española de 1868 a 1809n. De una clase media que 3
ni fue clase ni fue media. --
La obra novelesca de Galdós es la pintura de una época y una gente 0
m
E profundamente antiheroicas. No s61o no se ve en parte alguna de ella
O rastro de Don Quijote, mas ni aun de Sancho; todo son curas, barberos,
yangüeses y Sansones Carrascos. n
No, no quiero ponerme a leer esas obras que son el espejo fidelísimo -E
de una sociedad cuyo peso muerto siento sobre mi corazón ... Y es que a
2
había dado en ser realista, y la realidad que tenia delante era una muy n
triste realidad, una reafidad anémica y fofa. n
La vida pasional, palpitante, profunda de España había que buscarla 3
donde la halló Pereda en Sotileza, o Blasco Ibáñez en La Barraca, en las O
naturalezas bravías y elementales del pueblo del mar o del campo. ;Pero
Ia Espaiia de Torquemada!
Si la obra de un artista, y un artista y no otra cosa ha sido Galdós
-no un pensador, no"un crítico siquiera-, consiste en expresar la vida
que en torno de él se desenvuelve, Galdós ha cumplido su obra ... Pero
de sus obras sube un vaho que a muchos, a mí entre ellos, nos atufa de
pesimismo. Y es que nos parece un mundo de sueños g aun de modorra.))
M. DE UX~~MUNOObr:a s Completas. Madrid, V, 1958, 465-6; 469-70 y 472-4,
respectivamente.
4 «Cierto que Galdós, en contra de lo que se cree por casi todos los
que le han juzgado por sus gestos literarios, era no s610 un hombre fun-damentalmente
religioso. Tengo desde hace años el prop6sito de escribir
532 AIVUARZO DE ESTUDIOS ATLAA'TZCOS
GALD~SY LA RELIGIOSIDAD DE SU &OCA 5
cansable, a tener una certeza de orden ultrarreal en la que
articular su existencia. Sin embargo, sus lecturas y aficiones
predilectas, mentalidad y anhelos públicos le hacían chocar con
la religión establecida en el país, provocándole dudas y vacila-ciones
acerca de su sobrenaturalidad; por otra parte nunca ne-gada,
pero tampoco afirmada de manera convincente. Hombre
dividido, pues, en el que todos los dramas espirituales de su
tiempo encontraron eco, inaudible al exterior por su connatural
hermetismo, pero reflejado y tangible en su obra. Nadie más
contemporáneo que don Benito para el lector actual, si logra
escalar las almenas del castillo rcquero de su intimidad. Nos
explicamos fácilmente que concitara la admiración y la ira, el
arrobamiento y dicterio de la sociedad de su época, que tan poco
vivenció los valores evangélicos. Lo dicho quizá valga sobrada-mente
para «situar» al autor frente a su obra, objeto que ha pre-sidido
la intención de las esquemáticas líneas precedentes 5.
su biografía; y quisiera tener, en mi vida apresurada, el lugar y la me-ditación
necesarios para hacerlo. Y acaso lo que más me mueve a desearlo
es el deshacer la leyenda de su escepticismo; el poder demostrar el hon-do
misticismo de su alma delicada, con pruebas que me proporcionó Ia
intimidad con él, y que duró hasta que muchos años después murió mis-tido
por mí, en Madrid ... Pero en uno de sus libros, quizá el mejor de
todos, en su inmortaI Angel Guerra, est6 escrito, para todo el que no sea
ciego, hasta qué punto sentía y con cuánta amorosa ciencia conocía el
problema religioso de las almas y el sentido profundamente cristiano de
su interpretación.)} G. IMARAS~N: Obras Completas.. . , IX, 436-37.
5 LOS juicios de E. Rcxz RAM~sNon , como siempre, muy matizados
y buidos: {(Galdós no es anticatólico en términos absolutos; sí está con-tra
cierto catolicismo español. Repare el lector en el siguiente detalle:
en toüos ios pasajes donae Gaidós nos cuenta ia iiegada de los Santos
Sacramentos a la morada de un agonizante -y son muchos estos pasa-jes-
hay siempre en su pluma un respeto y una emoción que no son
sólo profanos, sino sustantivamente religiosos. No estan escritos, no pue
den estarlo por un hombre cerradamente anticatóiico. .. Actualmente, para
un lector de buena fe, quiero decir, imparcial y recto de intenci6n, la
cües t i i del mi i ~ i e ~ i ~ a Ed~e iGí ia~id 6s carece de importancia; es más,
no es tal cuestión. Sin embargo, tal anticlericalismo sigue funcionando
como un tópico e impide en parte, como todo t6pic0, una visión sencilIa
y espontánea, no viciada de prejuicio, del pensamiento religioso de Gai-d6s,
problema éste mucho más apasionante y sustancial ... En su concep-ción
del fendmeno religioso, y no solamente del ético, quien puede expli-
La expresión religiosa: El predominio mistico en Galdós
Aunque a menudo 10s personajes cardinales de don Benito
aparecen delineados con menos fuerza y verismo que los secun-darios,
será en ellos en los que centre el prosista canario las
cuestiones clave de la religiosidad. En ésta, pensamos, cabe a
su vez una división entre los hombres y las mujeres para los
cuales su dependencia con respecto al Creador se presenta apro-blemática
y aquellos que su respuesta a esta relación se hace
tras superar escollos más o menos difíciles. Por ejemplo: el qui-jotismo
a lo divino de Nazarín, la piedad acrisolzda -fe, razón,
voluntad- de Guillermina Pacheco o la escalofriante misericor-dia
de Benigna nos parecen tai. vez ahondar menos en el pro-blema
capital de la concepción religiosa que la expresión de ésta
en figuras como Torquemada. Victoria, Halma o Angel Guerra.
No nos olvidamos, naturalmente, al hablar así de la figura de
Leré; pero el. misticismo en que ésta se desenvuelve hacr a su
personalidad un tanto feérica, planeando sobre el cuadro de la
realidad. como esos cuerpos de las pinturas chinas cuyas extre-midades
inferiores no se posan en el suelo.
Marginando por el momento el tema rnistico, que tanto atra-jo
bajo diferentes fórmulas la péñola gaidosiana, reparemos, muy
brevemente, en las figuras citadas en primer lugar y en otras
más de las muchas que pueblan el orbe novelístico do1 autor
de Fortunata y Jacinta.
car satisfactoriamente, y desde dentro, la estructura y la significación de
las criaturas religiosas que pueblan las novelas. Estos no son uno ni dos,
ni media docena, sino legión, desde el caso curioso de la beata doña Pau-lita
Porreño hasta don Fafael. ¿Qué sabemos, por ejemplo, de la idea de
Cristo en Galdós? Nuestras interrogaciones podrían no acabar nunca. Nos
falta un Galdós íntimo.
Precisamente porque Galdós se define a sí mismo, frente a Pereda,
corno «espíritii turbado e inquieto)). buscador incesante de la verdad, de-biéramos
nosotros intentar trazar la historia de su búsqueda, la peripe-cia
humana de su íntimo drama de buscador de la verdad.
Este es el Galdós que urge hacer ver. En este sentido GaldOs es toda-vía
nuestro gran desconocido y su obra una inmensa selva virgen.)) Tres
personajes galcüxianos. Ensdyo de aprodrimacion a un munüo religioso y
moral. Madrid, 1964, 213, 221-22.
554 AXUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
La acción de creer en un principio superior religioso implica
fundamentalmente una opción. Los resortes de ésta son múlti-ples.
La decisión personal que siempre comporta puede estar
más o menos mediatizada e impulsada por la costumbre, marco
geográfico y social, psicología individual, azar. Al mismo tiempo
las razones ideológicas que mueven tan decisivamente, por lo
menos, como los factores apuntados la resolución por la cual el
sujeto adopta el compromiso de vivir según los imperativos de la
religión revelada, acotan también un ancho campo : reflexión
meditada, argumento de autoridad, naturaleza de la inteligen-cia,
etc. La intimidad más personal y honda es de igual modo el
ámbito intransferible en que aparece y se configura la elección
determinante de una vida que aspira a regularse por su subor-dinacion
y referencia a lo absoiuto, que en España, en la época
aquí analizada y en el plano artístico que estudiamos, se iden-tifica
normalmente con la religión fundada por Jesucristo. El
santuario de la conciencia, para decirlo con frase tópica, donde
se gesta la maduración de la apertura hacia la trascendencia
sobrenaturai resulta inaccesible, sobre iodo, para ei estudioso
o el artista carente de conocimientos teológicos adecuados. Gal-dos,
es bien sabido, no los tenía; pero su intuición creadora supo
ofrecernos, desvelada, la incógnita que despeja la elección reli-giosa.
En Torquemada expresa el escritor canario el salto del
alma hacia la fe impelida por el deseo de posesión terrena. Al
pretender comprar a Dios la salud de su hijo, el usurero aspira
al destierro de la existencia humana de lo caduco y perecedero.
Intentando más tarde «sobornar» a Dios para salvarse a sí mis-mo,
Francisco Torquemada ejecuta una simple traslación del
senti;rr,iep,tQ ar,terior. ambs se r,ou -waon-+~- ,,L,LllLa,l er, SU corteza
como groseros e ingenuos a la par. Pero una reflexión más de-tenida
acaba por descubrirnos en ello el móvil de la espiritua-lidad
de muchas almas que pueden definirse por la seguridad
ante todo h. En la condesa de Halma buceó igualmente su crea-
6 Diálogo Zn articulo mortis entre el usurero y el cura Garnborena:
«Y naturaimente, yo, tratando de la colocación de ese capital y de asegu-rarlo
bien, tengo que discutir con toda minuciosidad las condiciones. Por
consiguiente, yo le entrego a V. lo que me exige, la conciencia.. . Bueno-. . .,
pero V. me ha de garantizar que, una v a en su poder mi conciencia
Núm.. 28 11982) 559
dor por capas profundas de los factores y motivos del hecho
religioso. Podemos creer que en la repristinación de su catoli-cismo
la resignación y la sed de consuelo jugaron un papel im-portante.
El fallecimiento de su esposo inclinó a la condesa a
una interiorización de la fe y a un ascetismo espiritual que la
condujeron a la paz y a la conformidad. Que esta felicidad diera
paso luego a un nuevo planteamiento de su existencia al casarse
con José Antonio Urrea en nada desvirtúa 1.a interpretación pri-mera
que quiso darnos su creador.
Una resignación de distinto tipo, la que nace del sacrificio,
aletea también en el origen de la religiosidad de incontables
hombres y mujeres. En la Victoria de La loca de Iu casa, Galdós
quiso legarnos un arquetipo de ello. Al. abandonar su vocación
conventuai para casarse con Pepet, saiTando así ia crítica situa-ción
económica de su familia, esta heroína galdosiana nos con-fesará
su secreto religioso: la renuncia a la vida contempjativa
como vía purgativa constituye en ocasiones la mejor senda ha-cia
el mundo sobrenatural7. En una de sus últimas novelas? en
la que el prosista grancanario buceó profundamente en la técni-ca
psicoanalítica con su indefinición ante lo real g lo irreal, Ca-sandra,
dio existencia a uno de sus personajes femeninos más
sorprendentes y espléndidos. Con Rosaura vino a significar Gal-dós
la religiosidad nacida del sentimiento humanitario llevado
hasta la oblación del yo; desprendimiento absoluto que no pue-de
darse sin la idea de un Dios providente conocida a través de
toda, se me han de abrir las puertas de la gloria eterna, que ha de fran-queármelas
V. mismo, puesto que llaves tiene para ello. Haya por ambas
partes lealtad y buena fe, ¡cuidado! Porque, francamente sería muy tris-te,
señor misionero de mis entretelas, que yo diese mi capital y que luego
resultase que no había tales puertas, ni tal Gloria, ni Cristo que lo fun-d6
...N Torquemada y San Pedro, «Obras Completas)), Madrid, 11, 1971, 1589.
7 «VICTORIA.-A~Upa~z~, ~la~ s oledad dulcísima del Socorro, la comu-nicación
continúa del alma descansada y amante con su Dios, siempre
presente, ¿se acabaron ya para mi? ¿Será posible que tenga yo valor
p r s reEv&-Lriay t&~$$a :a, trcmrlo, pcr UI?~ l ~ c h am rrible &y te-rreno
desconocido, por un martirio lento ..., que martirio ha de ser, y de
los más crueles? ... No, no, no. Imposible esto es un desvarío. .. Mi razón
se aclara otra vez. Debo, sí, intentar devolver a mi padre querido la
tranquilidad; pero por otros caminos.. . ¿Cuáles, Dios poderoso?» ia Zoca
de la casa, o. c., 111, 448.
536 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
la. solidaridad fraternal, no espoleada ni producida por la adhe-sión
a una religión positiva
El. camino religioso de Angel Guerra ha tenido numerosos
exégetas. Nosotros no vamos a incluirnos en su lista; mas de-searíamos
sugerir una modesta hipótesis de aproximación al per-sonaje.
Un leve rescoldo narcisista alumbra su lucha en la oscu-ridad
de una incertidumbre de la que desea a toda cost,a salir.
El perfeccionamiento humano, el antropocentrismo más puro
pueden abocar también a la búsqueda de lo trascendente.
Como siempre sucede en los personajes galdosianos de conducta
noble y generosa, pero de los que no se afirma su credo religioso, la am-bigüedad
es un elemento determinante a la hora de precisar su religiosidad:
«CASANIIRA.-tAod os agradezco tanta benevnlencia y cnrid~d:p ero mi
gratitud más grande es para ti, la mujer cristiana que ha traído su mi-sericordia
y su amor a esta pobre criminal. Por ti he podido ver a mis
hijos; por ti disfruto aquí todo el bienestar que puede ofrecer una pri-sión;
por ti ha vuelto Rogelio y es mi marido; por ti veré acortada mi
condena. Obra tuya son estos beneficios, Rosaura, y yo debo adorarte.
(Juntando las manos, contempla a su ami- con arrobamiento.!
ROSAURA.-(En pie, tenien& el niño en brazos, grave y amorosa, con
ideal belleza.) Desgraciada eres y criminal fuiste. Por criminal y por des
graciada he venido a ti; que si fueras poderosa y feliz, a tu lado no me
verías. Consagrada a mi familia, sin más devociones que mis deberes,
he quitado algunos ratos al trajín de mi casa para consagrarlos a ti.
CASANDRA.-(Cm unCih) Llena eres de gracia.. .
R~SAURA.-Yhoe visto que tu corazón no está dañado. .., que por arre-bato
de tu temperamento fogoso cometiste un grave delito ... persuadida
de que podías regenerarte he descendido a esta prisión: Hermana, a tu
lado estoy. Quiero consolarte en tus horas tristes.
CASANDR~-(A?YO~'U~?Z~OSE~l .%) ñor es contigo.. .
Ros~m~.-Para venir a consolarte no me han importado los dichos
del mundo. Al recibir de mi la paz y un poco de alegría has abominado
de tu culpa. Juntas tii y yo, comunicando nuestras conciencias, hemos
llegado a creer que Dios te perdonará.
Cas~~~R~.-Benditúta eres.. .
ROSAURA.-Sotyu hermana. La caridad me manda que lo sea. Tus hijos
están a mi cuidado y les amo como a los míos.
CASA~RA.-Benditab,e ndita entre todas las mujeres.
ROSAURA.-NOm e bendigas. No merezco tu bendición para mi cumpIi-miento
de un deber tan sencillo. E1 sentimiento de humanidad que me
abrasa me ordena estas devociones que practico sin darme cuenta de
ellas.
Con menos voIuntad expresa de sumergir sus actos y afanes
en el océano religioso que Angel Guerra, la figura enigmática
e interesante de Tomás Orozco de esa novela: Realidad, en que
su autor comienza otra vez a tantear nuevos caminos de expre-sión
para su arte, vendrá a ser una segunda versión de hallar
el camino de lo Absoluto por la profundización de lo humano.
La religiosidad cívica del marido de Augusta Cisneros tiene un
indudable impulso filantrópico, pero también está trascendida
e incluso sublimada por una solidaridad con el dolor ajeno más
pura e insólita cuanto que va contra el ambiente en que su vida
se desenvuelve. La no religación expresa a un Dios creador obe-decerá
a una simple debilidad psicológica, que no se fía de las
propias fuerzas para encararse con la opción de la Trascenden-cia
¶. No deja de ser muy significativo que ninguno de los mu-
CASANDRA-(Cm extremada efusión.) 'iX eres santa, Rosaura. (Leván-tase.
Se junta las dos y acaricias al chiquillo, que queda en medio.) ¿Ver-dad,
hijo mío, que Madre Rosaura es santa y debemos adorarla?
ROSAURA.-NO me adores. Busca la verdad en tu conciencia y no ado-res
ídolos.
CASANDRA.-D~bCie~nS: la verdad busco, la verdad adoro.
ROSAURA.-NO me pongas en los dtares. Los altares se caen y pronto
serán ruinas lastimosas. ¿No sientes el vocerío de las locas devociones
idolátricas?
CASANDRA.D~e~m. asiado ruido hace en el mundo la devoción para
que sea la ley.
ROSAURA.-Lpai edad verdadera florece en el silencio.
CASANDRA.-NOd ebemos buscarla en el bullicio que nos aturde, que nos
ensordece.. .
ROSAURA.-Ruido de gente inquieta y gritona. Son los altareros que,
ciegos, desalojan las almas, arrojando de ellas la fe de Cristo ... ¿No ves
tú en nuestra sociedad ese tumulto irreverente y triste?
CASAND.-SRí..A. (Con visión lejana.) Y más alIá veo la sombra sagrada
de Cristo que huye. Casandra, 1009-1010.
9 «Añadiré que siempre que Augusta habla de su marido lo hace
con acento de entusiasmo, de adrniraci6n reverente. Parkceme que se
juzga muy inferior a él. Un día, en confianza, me reve16 pormenores
interesantes de las obras de caridad que Orozco hace. En pensiones a
familias pobres, emparentadas o no con la suya, se gasta un caudal.
Hace mucho bien, siempre guardando el secreto para que no lo sepa la
gente, porque le molesta que de ello se hable, y ni aun admite que los
favorecidos le den las gracias. Inventa mil arbitrios sutiles y delicados
para hacer llegar sus beneficios a ciertos menesterosos, que no pueden
558 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
chos comentaristas que se han ocupado del simbolismo espiri-tual
de los personajes galdosianos se detenga en ofrecer una
caracterización convincente de la carga religiosa que don Be-nito
dio a esta figura. Albergamos la opinión particular de que
con ella su creador, como más tarde haría en Nazarín, buscó
una respuesta personal a problemas que inquietaban su mente,
atraída a comenzos de los años 90 por la dimensión íntima del
hecho religioso. Los perfiles indefinidos, evanescentes, de To-más
Orozco no se prestan ciertamente a centrar en él un aná-lisis
completo de las vías más importantes que llevan a la
plenitud de la vivencia religiosa; pero quizá residan en esta
indefinición, en la conjugación permanente de lo natural. y co-brenatural,
en que el compromiso temporal abierto a una con-t
ima referencia c~hren~t'tiireanl una existencia mncx dervelnda
por su creador el secreto y el atractivo del personaje, con una
religiosidad en la que vemos reflejada la de algunos espíritus
«fin de siglo)). El ansia de espiritualidad, la repulsa del materia-lismo
ambiente, un amor al prójimo que no descarta e incluso
admitirlos sino por vias diplomáticas. De esto sabía yo algo; pero lo
que yo sabia, con ser tan bueno, no llega a las maravillas que me ha
contado Augusta ... ¿Qué hombre es este? ¿Es un tipo de grandeza mo-ral,
raro, aunque no imposible, en nuestros tiempos de variedad y ver-daderamente
fecundos? ¿Nos hallamos frente a un vigoroso carácter re-ligioso,
no informado en las religiones vigentes, sino de nuevo cuño y
de índole novisima? ¿Es un soldado heroico de los eternos principios,
que combate por e1Ios rescatándose de la profana admiración del vulgo?
¿Es una conciencia sublime o un vulgar misántropo?)) La incógnita, o. c.,
11, 1174. Con relación a un procedimiento muy utilizado y referido @
Francisco Torquemada, R. Gullón afirma que puede aplicarse redonda-mente
a Tomás Orozco: ((Silencios difíciles, pues el cerebro sigue tra-bajando,
y redoblará su acti~iidad si el texto le sitúa frente a un teji-do
más incitante por más problemático. Problema insoluble porque el
autor irnplfcito así lo ha querido: la ambigüedad es consecuencia de
la situación y debemos aceptarla, según el narrador sugiere, como re-suItado
de nuestras limitaciones y de las suyas; no quiso él hablar desde
la conciencia del protagonista, sino desde fuera, alineándose con !os otros
personajes y participando de sus dudas. La condición pensante del lector
no le autoriza a descifrar e1 vacío. Aceptar la ambigüedad final es acep-tar
la dialéctica del personaje y de la novela misma.)} Psicologías del
autor y Zdgicas del personaje. Madrid, 1979, 148.
Núm. 28 (1982) 558
desea que su remate tenga sentido en la eternidad, puedrn lle-var,
en un kairós que nos es desconocido, a Dios. ¿Es éste el
significado de Orozco? Al menos, su creador así lo quería.
Al igual que las novelas, los Episodios representan un mues-trario
elocuente de la aceptación de un credo religioso por el
camino de :a posesión de otro ser, lo que no siempre supone
una degradación o una instrumentalización del sentimiento reli-gioso
por el amor humano. Al narrar las primeras luchas entre
absolutismo y liberalismo, la sublimación del primero mediante
el fanatismo levantara una barrera infranqueable para la consu-mación
de este amor humano. a la manera de como sucede con
Luis Santorcaz o Salvador Monsalud. Pero otras veces, las más,
jóvenes liberales de entibiada fe o de pasajero deísmo volverán a N
sumisamente a1 redil iievaaos de ia mano femenina. En A¿tu
Tettauem presentará el tema de manera muy original. En este O n
caso se tratará del paso de una religión a otra por causa del -- m
O amor. Conversión que, de forma distinta a la de su correligio- E
E
nario --de diferente nacionalidad- Daniel Morton en Gloma, S
E
será, en el caso de Johar, sincera. En Juan Santiuste, por el -
contrario, el credo religioso se impondrá a la llamada del. amor, 3
cuando rechace una adhesión al judaísmo que le asegura la po- - -
0
sesión de Johar y de las riquezas de su opulento padre Río Mesta. m
E
Conocedores de las verdaderas intenciones de los enamorados, O
podíamos preguntarnos si una y otra conversión no se produ- n
jeron por la falta de plenitud del sentimiento amoroso, y, por
ende, e1 triunfo de la reiigi6n se alzó sobre un amor inauténtico. l
n Sin duda, una mayor riqueza de caracteres y matices en la n
n
confrontación religiosa cristiano-israelí a propósito del enamo- 3
ramiento de Gloria Lantigua y Daniel Morton proporcionará a o
Galdós la oportunidad de desarrollar el tema con una fuerza no-velística
innegable.
Con un trasfondo histórico que iremos desvelando en sucesi-vas
referencias a ella, es evidente que en la segunda obra de su
gran trilogía «de tesis» ei escritor cdiidri~z burdS resüdtmentz
el hecho religioso como ordenador de la existencia humana. Don
Benito, habremos de repetirlo hasta la saciedad, no presentó en
ninguno de sus héroes y heroínas predilectos una concepción
espiritual granítica. Cierto relativismo entrevera siempre las
5 60 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLBNTICOS
GALD~S Y LA RELIGIOSIDAD DE SU EPOCA 13
creencias más firmes. Para Galdós, la adhesión de un alma ge-nerosa
e inteligente a una religión positiva es una lucha reco-menzada
cada día y cada hora. Nunca se llega a una posesión
completa ni menos aún permanente e inamovible; ésta sólo se
producirá en personas de poca riqueza anímica y escasas dotes
de sensibilidad. El ejemplo de Gloria es bien significativo, como
lo es el de Daniel Morton. La aceptación victimal de sus respec-tivos
credos no excluirá en una y en otro el deseo de una reli-gión
universal aceptada sin esfuerzo por el hombre y por la hu-manidad
entera. ~Panteísmo universal? No lo creemos. Pocos
testimonios pueden alegarse cara a afirmar que don Benito des-tacara
en la creencia religiosa un difícil acto de interiorización;
pero sus deseos aspiraban a que ésta no fuera producto del azar
deis nacimiento, cie ia presión sociai o de ía propia debiiidad
humana. La religión como cimiento ciudadano, como instrumen-tum
regni, era para él la expresión más enraizada históricamente
del fenómeno espiritual, provocadora en multitud de ocasiones
de la cosificación y anirnalización del hombre. Desnudo ante el
alfa y el omega de la existencia, en diálogo con la voz de su con-ciencia,
las personas auténticamente religiosas tenían que acep-tar
la formulación dramática que la pertenencia auténtica a cual-quier
credo implica necesariamente. Los diálogos entre Morton
y Don Buenaventura, el tío de Gloria, ilustran hasta donde es
posible en la fábula literaria la angustia de una creencia reli-giosa
sometida a las pruebas de la adversidad y del ejercicio de
la razón. No contrapondrá esta última a aquélla, pero las mirará
siempre en un perpetuo conflicto. Que fue, sin duda. el del propio
escritor. Pero también el de muchas de sus criaturas. En el pre-sente
caso, el de Gloria lo.
lo ((MaIciitos sean Martín Lutero, la Reforma, Felipe 11, Guillermo de
Orange, el elector de no stl dónde, la paz de WestfaIia, la revolución de
no s6 cuántos, el Syllabus, todo eso de que ha hablado papá, esta no-che
... He aquí que ataja nuestros pasos y corta el hilo de vida que nos
une, no Dios, autor de los corazones, de la virtud y el amor, sino los
hombres, que con sus disputas, sus rencores, sus envi-, sus vanidades,
han dividido las creencias, destruyendo la obra de Jesús, que a todos
quiso reunirlos. No sé cómo hay sima honrada que lea un libro de His-toria,
laguna de pestilencia, llena de fango, sangre, lágrimas. &uisiera que
todo se olvidase, que todos esos libros de c8ballerías fuesen arrojados al
Núm. 28 (1982)
36
A fines del xrx, Galdós se interesó por los fenómenos de es-piritismo,
parapsicología y demonología ll. Con ello patentizaba
otra vez la identidad cultural que le unía con los espíritus más
perspicaces de la Europa de su época, que no invalidaba la auto-nomía
y originalidad de sus argumentos novelísticos -por los que
tantas lanzas rompió-, pero sí su inmersión en los problemas
que acuciaban a los grandes creadores literarios. La patología
fuego, para que lo pasado no gobernara lo presente y murieran para
siempre diferencias de forma y de palabras. Yo pregunto: ¿No es él
bueno, no practica la ley de Dios? ¿Le querría yo si así no fuera? ¿No
tiene un alma privilegiada? ¿Qué le diferencia de mí? Nada: un nombre
vano, una palabrota inventada por los malvados para cubrir sus rencores.
¡Ay! Los que se iean son de una misma religión. ¿os que se aman no
pueden tener religión distinta, y si la tienen, su amor los bautiza en un
mismo Jordán. Quédense las sectas &tintas para los que se aborrecen.
Mirándolo bien, veo dos religiones la de los buenos y la de los malos.
jConcebir yo que Daniel no esta con Jesús, yo, que Daniel no es de la
religión de los buenos ..., eso no puede ser! Pero si digo esto mañana a
la luz del día, se reirán de mí. iOh Dios poderoso, yo lo veo tan claro
como la luz, como tu existencia, como la mía, y no puedo decirlo sin
pasar por tonta a los ojos de tanto sabio!)) Gloria, o. c., 1, 568-9.
I l C. CLAVERÍAG, aldds y los demonios, en ((Homenaje a J. A. Praag)),
Amsterdam, 1936, 32-7. Vid. sobre todo una ejemplificación de eilo en
Casazzüra, en especid en el demoniógrafo Rogelio. El tratamiento del pri-mero
en Fortumta y Jucinta mostraba bien el aprovechamiento de Gal-dós
como lector: «En el del Siglo había una gran reunión de espiritistas,
a la que concurría por aquellas fechas Federico Ruiz. Viole Rubín y se
acercó a la tertulia, teniendo el gusto de discutir con los individuos d s
entusiásticos de aquella secta. Entendía Pablo que esto de ir corriéndola
de mundo en mundo después que uno se muere es muy aceptable, pero
lo del ((periespíritu)n~ o lo tragaba, no la guasa de que vengan Sócrates y
Cervantes a ponerse de cháchara con nosotros cuando nos place. Vamos,
esto es para bobos. Uno de los más chiflados de la escuela se esforzaba
en convencer a Rubín tomando ese tonillo de uncidn y ese amaneramien-to
de cuello torcido y ojos bajos en que cae todo propagandista de doc-trina
religiosa, cualquiera que sea ... Feijoo aparentaba creer por darles
cuerda y oírles desatinar. A aquel círculo iba Federico Ruiz siempre con
prisa y con el tiempo tasado ... Iba también a aquel corrillo Aparisi e1
concejal, a quien tenían ya medio trastornado los apostoles; Pepe Sama-niego,
que no se dejaba embaucar, y Dámaso TNjiUo, el dueño de la
zapatería titulada c{Ai Ramo de la Azucena», que todo se lo creía como
un bendito y a solas, en su casa, hacía experimentos con una banqueta
de zapatero)). 0. c., 11, 737.
562 ANLrARIO Di3 ESTUDIOS ATLANTZCOS
en sus mil variantes sociales y psicofísicas pusose de moda,
como es bien sabido, en el período «fin de siglo», dando copioso
alimento a la imaginación y fantasía de toda clase de artistas 12.
Las prostitutas, los alucinados, los homosexuales despertaron en
escritores y pintores un interés inusitado hasta entonces. El cli-ma
catastrofista que atemorizó a las almas más impresionables
y lúcidas tendía a buscar en tales marginados un secreto y prc-bable
mensaje de salvación en una sociedad materializada y des-armada
moralmente.
No hay que ponderar que en esta tesitura abordar nuestro
tema desde la vertiente expuesta resultaba tentador. Galdós no
lo dudó. En un universo novelístico la anormalidad patológica
se acerca y opera, a veces decisivamente, en la opción religiosa.
Dos personajes de ia misma novela, Fortunatu y Jacinta, Maxi-miano
Rubín y Mauricia «la Dura», se comunican con Dios por
los oscuros caminos cle la desviación psicológica. Una lo hará
mediante 1.a anormalidad que experimenta su cerebro al embria-garse
en «Las Micaelas)) con la botella de vino de la misa dejada
Uü eII el Gtro, diálogo Eios se eii
los desvaríos de su mente a causa del desvío de su mujer, For-tunata,
y su impotencia. Es claro que en e1 último la motivación
de su conducta religiosa es más compleja y rica, y así lo dej6
ver Galdós al poner de manifiesto que sólo por la sublimación
religiosa podrá alcanzar el desgraciado joven la posesión de su
ideal terreno; pero en uno y en otro caso el mensaje galdosiano
es nítido. Hay razones del corazón que la razón no conoce.. . j3
La cantera galdosiana es abundosa en toda clase de materiales,
aunque en esta parcela concreta de su novelística no se muestra
muy generisa. Por ejemplq a cabn!!n mtre !U psicnptn!~gh y
el ensueño, el moro Almudena se redimirá de sus penalidades
y sufrimientos con 1-a visión ultrarreal de un Dios providente
que satisfará todos sus apetitos 14. Figura también en extremo
i2 11. F,:~T~~H$BuJ, ~c~- &sp r&=ss i ; ' L ~ e e ! ea bi3 r;estih eii
su sugerente libro Fin 02 siglo. Figuras y mitos. Madrid, 1980.
u Fortumta y..., 875 y SS.
14 El tema de los sueños en don Benito ha tenido estudiosos de valia,
que han subrayado Ia trascendencia del tema en la obra del escritor
grancanario, vid. J. SCHRAIBMDAreNdm, s in the novels of Galdds. Nueva
16 SOLEDAD LWRANDA GARCÍA
interesante es la Donata del Episodio de la 4: serie, Carlos Trl
en la Rápita. Más adelante habremos de ver cómo Galdós en-carna
en la tarada psicología de aquélla una fe religiosa que nece-sita
para su culminación la posesión humana 13. También pudié-ramos
recordar a la ciega Lucía de Angel Guerra, de limpio co-razón,
visionaria, anhelante de un mundo más puro del que el
peso del pecado le ha hecho padecer hasta su encuentro con el
héroe galdosiano. Figura relativamente secundaria en la novela
de don Benito quizá más poblada de personajes interesantes, te-nemos
la firme convicción de que su creador aspiró a retratar
en su alma la fe del hombre y la mujer del pueblo en su acep-ción
mejor; fe basada en la confianza humilde en la Iglesia
católica como instrumento de salvación eterna y expresión visi-l
- 1 - 3 - 7 - ---l---J.- 3 -1:-.:.- -
u ~ eue ia vuiurl~auu lvlria. En su figura yuisü Saidós -4 Saidós
en máxima tensión espiritual. de comienzos de la década fini-secular-
representar la eficacia de los canales estructurales de
la Iglesia institución como vehículo de religiosidad profunda.
Con sus cuadros adormecidos, con su acción sobre un pueblo
iletrado y hambriento se operaba el milagro de que sus ense-ñanzas
se convirtieran en fuente de vida para incontables al-mas.
Es más que probable que por su unión sentimental, no me-
York, 1960 (no consultada por nosotros, Onirología galciosiana en «Home-naje
s Simón Benítez Padilla. El Museo Canario)), Las Palmas, 1960, 347-
366, y los muy interesantes artículos de G. GILLESPIED,T eams and GaZdds,
y G. FEALEl, doble fracaso de Galdds a la luz de sus sueños, «Anales Gal-dosianos)),
1 (19661, 107-15 y 11 (1976), 119-27, respectivamente.
1s «Risueña entró en el palomar, p con tiernas caricias le notificó la
divina solución de nuestras üudas. Bastaron medias palabras para que yo
comprendiera que la Virgen hablado había dentro del corazón de Donata
con misterioso lenguaje, sólo entendido de la sincera piedad. En resu-men,
decía la voz del Cielo que sm miedo ni vacilación alguna nos em-barcáramos
en la nave del señor finsúrez.
-Y para que veas, Confusio de mi alma -agregó Donata-, cómo ha
correspondido la verdad natural a las voces que hablaron en mi corazdn,
~&r&q;e u! hsjzr k s grdsls ñp 12 catedra! vhms pasar a tres hombres,
uno muy alto, vestido de azul. Polonia saltó y dijo: ({Mírale.. ., ése es el
amo del falucho. Parece que Dios te lo envía.)) No me atrevía a correr
tras él. k cuatro brincos fue Polonia; le paró, hablaron ... Le encontra-rás
toda la mañana en el Astillero. Búscale en el tinglado de un calafate
nombrado LEe6.» Carlos VI en la Rápita. Episodios Nacionales, 111, 1260.
564 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
ramente abstracta e intelectual, con Dios a través de prácticas
y devociones surgidas de una necesidad íntima, su creador le
concediera el priviIegio de protagonizar el último y más signifi-cativo
acto de la obra 16. ¿Homenaje a la verdadera religiosidad
popular? Tal vez sí, y con él. al papel que la Iglesia docente
juega para sus creyentes en la economía de la salvación.
No quedan, por supuesto, agotadas con las señaladas las vías
que llevan a la opción trascendente en la galería de tipos gal-dosianos
que se nos presentan como hombres y mujeres religio-sos.
Tampoco hemos pretendido con la exposición de los ejem-plos
indicados mas arriba situar su clave en una dimensión de
rareza, anormalidad o al menos de excepcionalidad. Figuras como
Nazarín o Benigna nos hablan de la plenitud del sentimiento
rei@usii con ia iiiejor levadura ev-aiig&ica siii iiiiig-una
tara en su origen. aunque quizá con una cierta excepcionalidad
en su desarrollo; cuestión ésta también de fecundo análisis que
no vamos a acometer ahora por lo pronto. Hemos aspirado úni-camente
a redimensionar la casuística del mundo religioso gal-ru?
umu.;cr.ma r,, r v . DP.w -Ac. 1 "+ v r a de il;tüieiSfi O de conozimiefitv, Ua!dSs cok;;;-
bró la diversidad, el plural.ismo de los caminos de la fe.
Un personaje que se ha beneficiado igualmente de pacientes
y meritorias investigaciones, Leré, nos introducirá en una senda
de rancio abolengo en la teología de la salvación.
Con la caracterización de su figura entramos en el terreno
del misticismo. La postura en que ante él. se colocó Galdós fue
de indudable respeto 17. Gustó de nuestros poetas místicos; enal-teció
sus quilates espirituales; citó a los principales represen-tantes
de tal corriente; miró con simpatía a los santos y santas
d-1 rji-~.inientoi 10- q i j ~aq ij.& fije el. mm6vilt enso y vital.. .. pero
16 «-Lucía -le dijo-, [Virones] ya se acabó todo. Hemos perdido
a nuestro divino señor.
-Lo sabia -replicO la ciega volviendo hacia él las dos esferas vidrio-sas,
cuajad=, ine~presiva3a~e X~:I.IS-: @.$ m~lertos-. POCOa n t s de !legar el
Señor vi que e1 amo se transportab ai... Se encontraron un poquito más . . allá de la puerta, y juntos se subieron ... Recemos ..., por 61, no; por nos-otros.~}
A ngel Guerra, o. c., 111, 346.
17 La expresión más condenatoria la encontramos en una obra. de
juventud, que hoy tiende a revalorizarse, La sombra, o. c., 1. 228.
Núm. 28 (1982) 565
18 SOLEDAD MIRANDA GARC~A
¡o consideró como una cima inalcanzable para los hombres de
su época. Era en ésta el n~isticismo un aguijón, un resorte, no
un objetivo. Sin identificarse con las afirmaciones «positivistas))
de muchos de sus personajes, el novelista canario albergaba in-vencibles
prevenciones cara a la materialización del. ideal mís-tico
en la España y en el mundo de fines del XIX 18. La razón de
su pensamiento descansaba principalmente en la falta de atmós-fera
adecuada, de un clima social propicio al desarrollo de la
planta humana más delicada y sensible, producto de una fase
histórica informada por el principio religioso como eje articula-dor
de la organización colectiva. A más de ello, en el caso con-creto
d? la España de la Restauración, Galdós creía que su bajo
a índice moral y la ausencia de vitalidad en su catolicismo rele-gaban
a! plam de lo ims e y~i b kla viv~iiciai i~fsticae a la Uimeri- E
sión íntima de la conciencia. De este modo dos ideas madres se O
-
entrecruzan y adunan en la posición galdosiana ante el fenómeno m
O
E místico. Su positivismo de cepa comtiana y su desprecio por la ;
plebeyez del alma de la España en que le ha tocado vivir. De E
Ia primera, como ha probado Casalduero, se despegó a fines de
siglo por la influencia de las doctrinas espiritualistas; la segun- 3
da le acompañó hasta su muerte sin encontrar exutorio alguno -
0
m
E para la herida que le producía 19.
O
Con todo, cruzan por el. firmamento galdosiano estelas místi-cas
dejadas por la actuación de no pocos de sus héroes y heroí- E
nas. El que en la actividad de algunos de los personajes de sus a
últimas obras sea difícil distinguir lo que hay de ensueño, re- -
ligión e incandescencia de una pasión terrena es la mejor prueba
3
18 Fortulzata y..., 666.
19 J., CASALDUERVOi,d a y obra ..., 110. Un crftico literario de la mayor
autoridad ha apostillado así la división que de la obra galdosiana ha
hecho el autor antes citado, glosa que nos parece sumamente atinada:
({Con incuestionable talento, el crítico explica las razones que le llevaron
a esta georn6trica división. Aunque las respeto, no me resuelvo a adop
tarIas completamente. Debo decir, en primer lugar, que nunca he tenido
mucha afición a estas clasificaciones, siempre un poco arbitrarias a mi
entender. No creo, por otra parte, que sea muy útil hablar de un solo
{(periodoh istórico)>a l referirme a Pkrez Galdós.~J . TORREBSO DETT, res
inventores áe realidad, Madrid, 1969, 21415.
566 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
GALDÓS Y LA RELIGIOSIDAD DE SU EPOCA 19
del ahondamiento y pervivencia del tema en la mente de don
Benito y del abandono del comtismo de su juventud.
De ahí, conjeturamos, su complacencia al describir con indi-simulable
afecto y ostensible detallismo la figura de Leré. No
pensamos que sea éste uno de los personajes galdosianos traza-dos
con mano maestra, en cuyo retrato, grávido de valor sim-bólico,
se observan ciertos extremos débiles e incompletos; pero
nada de ello hace al caso y menos aún resta significado al papel
asignado a Leré por el autor en su denso universo nove1ístico
ni a la finalidad que dentro de él cumple. Es el misticismo de
la monja toledana el que sólo agrada a su creador y el único
que considera posible de alcanzarse en el período en que le ha
tocado vivir. Una espiritualidad autoexigente. casi desencarna-da,
a la que el realismo de su materialización evita el peligro
de la alienación. La absoluta entrega a Dios demanda el desasi-miento
de las cosas terrenas como elemento de realización e
identidad personales, pero nunca descompromiso con las nece-sidades
más dignas y atendibles del prójimo.
Renunciando a la hermenéutica de los pliegues más recón-ditos
de la actuación de Leré como el efecto catalizador de la
inmutabilidad de su vocación en el alma escindida de su enamora-do,
diremos tan sólo que el seguimiento de los pasos de Santa Te-resa,
con su mística «de los pucheros)), por su heroína satisface
plenamente a su creador. Dentro de los finales de las obras de
Galdós, tan cargados de dramatismo o, según los casos, de signi-ficado
-recuérdese, a título de ejemplo, los de El amigo Manso,
Lo prohibido o Do& Perfecta-, el de la trilogía de Angel Gue-rra
reviste particular fuerza. En una acción en la que todos los
principales actores ven defraudados sus últimos deseos -lo con-fiesen
o no-, la misma música con que se nos presenta la figura
de Ler6 en casa de Doña Sales se dejará oír al término de su
historia, grave. firme, sostenida. ¿Aleteó en alguna ocasión en
las re~~ndi tecedse si2 erpi r i t l~l a kntarií,n de la ai~tommpla-cencia?
Sin afirmarlo, Galdós tampoco llega a descartarlo. Don
Benito. realista, no parece concedede mucha importancia. En
definitiva se trata de la ley de la materia que también pesa so-bre
las almas más limpias. Lo que importa es el final, el. balan-ce.
Y éste -repitámoslo por última vez- es totalmente satis-
Núm. 28 (1982) 567
20 SOLEDAD MiRANDA GARCÍA
factorio para el autor. Cielo y tierra unidos por la acción altruis-ta
del hombre. El misticismo adquiere así su patente legitima-dora
y su encarnación más atractivaa.
En el catálogo literario de Galdós la figura mística mascu2,ina
que ocupa mayor espacio es Luis Gonzaga. A pesar del amor de
don Benito por casi todas sus criaturas, se ve desde su entrada
en escena que éste no catalizaba precisamente sus simpatías;
acaso por considerarlo responsable principal del camino seguido
por su hermana María Egipcíaca 110s grandes escritores dejan
en completa libertad a sus ficciones...). EI tema místico se plan-tea
en este ejemplo desde un ángulo de interés sumo. La enfer-medad,
la inermidad física, la debilidad de la naturaleza pueden a
llegar a ser tan agobiante que hagan que el. sujeto busque un N
E
lenitivo a ellas a través de la incandescencia religiosa. Falso ata- O
jo, cuya inconsistencia es clara a los ojos de Galdós, si bien éste n -
=m
se cuide mucho de considerarlo como una actitud hipócrita *l.
O E
El asunto, repetimos, es complejo y debería tratarse por una E
2
pluma rica en saberes médicos. Basta apuntar sagacidad de =E
Galdós y su dominio de la técnica perspectivista al aplicarla a 3
una materia de tanta densidad como la que ahora nos ocupa. - -
0m
E
20 T m unas atinadas y enjundiosas precisiones del concepto del mis-ticismo
en Galdds, concluye Ru~z R&N SU interpretación con estas es-clarecedoras
palabras: «... ahora bien, en este mundo veía Galdds un mal
capital, en lo que al plano estrictamente religioso se refiere: la inadecua-cidn
entre palabra y acción, entre actitud religiosa y virtudes cristianas.
Ese mundo cansado de buenas palabras, de retórica, necesita hechos,
ejemplos. Por eso Leré y Nazarín, para no citar más que los dos máximos
casos de «místicos», se esfuerzan en la acción pura. No se trata de falta
de fe ni de visidn sentimental de la religión, sino de su prevaloración de
las virtudes activas del cristianismo, o, si se quiere, de excesiva acen-tuación
del aspecto activo del cristianismo. El error capital de Galdós no
es acotar una sda vertiente del cristianismo, en detrimento de la otra.
La, restricción del concepto de misticismo, de que antes hablaba, hunde
rrr -o& rin ;A&mCian F i a r r n T-LL- mo.rcri.nnlioe 9CZ
-u &u- GI* A U F i S - I Y I M UI=zAI'&.,, A 4 "0 p", " V I I U , U Y . . . , &U"+
2' Contamos con dos espléndidos anitlisis de los dos hermanos Telle-ría,
aunque, sobre todo, en el caso del Luis Gonzaga, nos parece quizás
más convincente el de F. RUIZ RAMSN, Ibid., 239-49. Cfr. igualmente el de
F. SREGUZTIÉ RREZE, l problema religioso en la generación de 1868. «La
Zeyenda de Dios}), Valera-Alarch-PereaPérez GaEdósClarin- par@^ BUzán.
MWd, 1975, 227-29.
568 -4NUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
PersonaEZxación y praxis del mensaje .religioso:
Galdós ,o Ea profundidad
En Pérez Galdós, la cuestión primordial de la fe surgirá una
y otra vez por su panorámica novelística. En los inicios de su
carrera literaria detectábamos ya su interés y preocupación por
ella. En esa espléndida aunque no lograda novela de aventura que
es El audaz (1872) figuran algunos testimonios de incredulidad en
el eje del carácter de los «espíritus libres)) que animan la escena
de la conspiración dirigida por Buenaventura Retondo, como hom-bre
de paja del célebre canónigo Juan Escoiquiz. Aparecerá igual-mente
una profesión de deísmo, que más que responder a una
nítida opción personal se presenta como subproducto de ia con-testación
al establishment. Andrés Muriel es racionalista por opo-nerse
a una sociedad cuyos principios. jerarcluizadores 1.e repug-nan.
Su opción religiosa viene derivada de la política, y no al con-trario.
De ahí, en el fondo, la vaguedad de la primera. El rechazo
a los iio de un agnos¿icismo NechcadoBy- acepia&
con todas sus consecuencias, sino de considerarlos piezas clave de
un sistema oprobioso. El tema no estaba maduro ni en 1.a mente
de un Galdós muy joven ni en la de sus héroes predilectos. Con
todo ello, paradójicamente, la impresión de veracidad gana mu-chos
puntos. Según sabemos por 'relatos de tiernfios de ~ a r l o sIV ,
contestatarios como Muriel abundaron en la juventud de la épo-ca,
sugestionada por la revolución francesa. Si vale la dicotomía,
a &tos hombres de espíritu ardiente les era más fácil sentir que
pensar. Toreno, Martínez de la Rosa, el mismo dlcalá Galiano
no pueden equipararse, por su intelectualisnlo, a los rebeldes gal-dosianos,
pero sin duda en los últimos años de aquel catamitoso
reinado tenían un indudable aire de familia entre sí. Los vientos
revolucionarios los movían a todos, aunque también existieron
agnósticos de convicciones firmes, decantadas por dudas y ca-vilaciones
íntimas.
Galdós mostró en la primera parte de su vida un interés ra-yano
casi en lo maniático en desentrañar las causas y pruebas de
la enorme corrupción de los estratos dirigentes de la sociedad
Núm. 28 (1982) 569
española en los inicios de la crisis del antiguo régimen. Es lás-tima
que no hubiera leído 1.a autobiografía de Blanco White, pues
seguramente le habría proporcionado motivos de inspiración. En
ella se asevera la existencia en Sevilla de varios miembros del
alto clero absolutamente descreídos. El hecho no hubiera dejado
de impresionar al escritor canario, tan obsesionado siempre por
buscar una apoyatura histórica a sus relatos.
En la siguiente novela, Doña Perfecta, ya cuajada y madura,
se vuelve a dar entrada a la cuestión, y de manera menos se-cundaria.
En la presentación de la trama -morosa, como sucede
en todas las grandes novelas (recuérdese, por vía de ejemplo,
Guerra y paz)- menudean los aciertos técnicos y formales. Tres a
niveies, al menos, se perciben desde e1 primer iiisiaiite en la es- E
O tructura de la obra, para fundirse magistralmente en su término: -
Don Inocencio. Doña Perfecta y «Caballuco», que encarna el ins- m
O
E
trumento de las fuerzas del mal que el penitenciario y Doña E
2
Perfecta representan. Para lograr el primero el matrimonio de E
su sobrino con Rosario descalificará ante los ojos de la madre 3
de ésta a Pepe Rey, atribuyéndole una increencia de la que el O-joven
y noble héroe de la novela no ha hado pruebas manifies- m
E
tas. Ante la insistencia anhelante de su amada Rosario, el in- O
geniero desvanacerá las aprensiones de su prima respecto a su
E fe. La incredulidad de Pepe Rey es un indiferentismo atribuido, a
no real. De su profesión técnica y de su apertura y amor a la
vida no se desprende forzosamente, como quiere el penitencia- -
rio Don Inocencia, cerrazón a la trascendencia. Con ello quedará o3
disipada toda 1.a ecuación progreso-modernidad = incredulidad-ateísmo
que sus enemigos intentan establecer p. Galdós preserva
a «-Pepe -preguntó después la señorita, estrechando ardientemente
la mano de su primo-, ¿tú crees en Dios?
-Rosario. .., ¿qu6 dices ahí? j Q ~ élo curas piensas! -repuso con per-píejiciaci
el prima.
-Contéstame.
Pepe Rey sinti6 humedad en sus manos.
-¿Por qué Lloras? -dijo, lleno de turbaci6n-. Rosario, me estás ma-tando
con tus dudas absurdas. j&ue si creo en Dios! ¿Lo dudas tú?
-Yo, no; pero todos dicen que eres ateo.
370 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
así al acto de creer de todo determinismo, bebiendo. en las fuen-tes
del dogma cristiano. Frente a sus adversarios, Pepe Rey dará
toda una lección de verdadero espíritu cristiano y de distinción
entre los dos planos de la naturaleza.
En .el enfrentamiento amoroso de León Roch y su mujer, la
barrera distanciadora será tambikn, como ya expusimos, la cues-tión
religiosa. Los apóstrofes dirigidos por aquélla a su marido
en la última conversación celebrada entre ambos lo rubrican con
especial patetismo 23. Aunque a la imposibilidad de entendimien-to
entre la pareja contribuyen mucho las suposiciones influen-ciadas
y los .consejos desprovistos de una elemental comprensión
de gentes que están obligadas por oficio a la prudencia, no cabe
&da de y-ue coiiflicio descaiisa so'ore la inconiesia-ble
del, enfrentamiento religioso. Por una vez, el hombre no ce-derá.
Es que nos encontramos ante un ateo creyente en la in-existencia
de un principio superior de orden trascendente.
Se ha discutido por los estudiosos la filiación krausista del
ingeniero León Roch, basándose en las características de su per-sonalidad:
honestidad a ultranza, respeto invariable a las ideas
ajen&, su invencible firmeza en un medio hostil, etc. No nos
convence en demasía esta pista para llegar a la intimidad del
personaje y a la etiología de su planteamiento rel.igioso. Sabe-dores
de la escasa dosis de exactitud que puede encerrar nues-
-Desmerecerías a mis ojos, te despojarias de tu aureola de pureza
si dieras cr6dito a tal necedad.
-Oyéndote calificar de ateo, y sin poder convencerme de lo contrario
iNr iAiig~-la rmbrl, he desde fondo de n-fi con&..a td
calumnia. Tú no puedes ser ateo. Dentro de mí tengo yo viva y fuerte
el sentimiento de tu religiosidad, como el de la mía propia.
-j&u6 bien has hablado! Entonces ¿por qué me preguntas si creo en
Dios?
-Porque querfa escucharlo de tu misma boca y recrearme oyéndote10
Aani.. .Uonn. C o n t r i +:*m...-, .".a u r b ~ r .~ rrrruc u a i r u w v r G i r i y u y u c nr lrv\ va:.r"- gw kb.u -"Y.-Wt U:. . G.#-~h.U< G-l-lr l.a-ry vl -ir&- ^..S fjllr31iu que
oirla de nuevo, después de tan gran silencio, diciendo: «Creo en Dios))?
-Rosario, hasta 10s malvados creen en El. Si existen ateos, que no lo
dudo, son los calumniadores, los intrigantes de que está infestado el
mundo...)) 0. c., 1, 464.
a La familia de Le& Roch, o. c., 1, 905-10.
tra suposición, nos atrevemos a imaginar que Galdós quiso sim-bolizar
en el esposo de María Egipcíaca la existencia de una per-sonalidad
de piedra berroqueña. En los círculos más progresis-tas
y radicales deL Madrid de su juventud y madurez el ateísmo
fue, en muchas ocasiones, una pose más o menos rentable. Sin
embargo, no tenía por qué significar inmoralidad o frivolidad.
Su aceptación entrañaba tanto esfuerzo o más que ia de la fe
en una religión positiva o trascendente. No todo eran en él lec-turas
mal digeridas, iIusiones de juventud, influjo de persona-lidades
poderosas. L,a reflexión y la meditación prolongadas tam-bién
podían llevar a su puerto, aceptando la conformidad -no
conformismo- con el propio destino.
Queda, con todo, a propósito del tema que reclama en estas
líneas nuestra atención, un aspecto que conviene abordar, a sa-biendas
de su dificultad. ¿El deterioro del amor de León Roch
contribuyó a la firmeza de su opción en la alternativa plantea-da?
¿Quedó, en definitiva, vencido el. amor por el egoísmo? For-mulada
de esta forma -tal y como sugieren ciertos críticos-,
creemos que la cuestión es insoluble. Aceptando sin convenci-miento
la adhesión al catolicismo suplicada por María Egipcfa-ca,
Roch hubiera dejado de ser una persona para convertirse
en un guiñol, se habría vaciado de su auténtica sustancia para
aceptar una vida falsa, desde la que muy poco o nada podía
ofrecer o intercambiar a la persona amada. Al actuar como lo
hace, no hay en él tozudez ni egolatría; solamente, consecuen-cia
y dignidad, que si en la parte final de la obra se recubren
de dureza e inflexibilidad se debe más a la rigidez de los perso-najes
de estas novelas de tesis galdosianas que al desenvolvi-miento
normal que de su actuación anterior cabía esperar. Fi-nalmente,
es también preciso que reparemos en otro extremo in-sertado
en pleno centro de la mentalidad ateística de León Roch.
Si en casi todos 30s incrédulos intelectuales que nos presenta la
novel.ística decimonónica la raíz última de su descreencia es la
incompatibilidad entre racionalismo y fe, en el caso de León los
estudiosos de la obra lo subrayan con especial énfasis.
572 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
GALDÓS Y LA RELIGIOSIDAD DE SU ÉPOCA 25
El antagonismo. apodíctico para algunos de sus coetáneos, en-tre
ciencia y fe no fue sentido por don Benito. Ya vimos cómo
el mensaje desprendido de Doña Perfecta testimonia a favor de
ello. Al pensar de otra forma, sus investigadores llegan más alIá
de Galdós. Roch cree y ama !a ciencia con desprendimiento y
pasión; la adhesión a ella contribuye a mantenerle alejado de la
fe religiosa. pero no es la causa fundamental y exclusiva de su
imposibilidad de creer en un dogma que considera inasequible
a la fuerzas del. hombre, principio g fin de todas las cosas, según
su ideario. La ciencia puede ser camino para el ateísmo o para
la religiosidad según el cerebro y el carácter que se enfrenten
con la disyuntiva que tantas veces quiere plantearse entre fe y
racionaiidad. Esto nos dice don Benito en su poiémrca obra y
volverá a repetirlo en todas las ocasiones. Claro está, no obstan-te,
que depurando el análisis podíamos dar parte de razón a los
mencionados críticos que lanzan su fundamentación en la teoría,
hoy tan extendida, de la «libertad» del personaje respecto a su
creador. Tal vez Galdós quiso decir lo que hemos expuesto y entre
medias se le escapó el personaje para tener vida propia y autó-noma.
Acaso también quiso liberarse de su misma intransigencia
juvenil e inventó la figura enteriza del ingeniero frente al radi-calismo
a que le compelia el ambiente español. Procedimiento
comenzado a utilizarse en la novelística de su época -en el caso
de Dostoievski es asaz significativo- y que después en España,
don Miguel de Unamuno lo consagraría magistralmente, no en
sus un tanto caprichosos comentarios a Don Quijote y Cervan-les,
sino en especial en ios dos textos axiaies de la irteratura his-pana
del xx que son las novelas Teresa y Abel S6n~h~e.Mz. as no
nos despeguemos en exceso de nuestro campo y sinteticemos la
ardua cuestión. Precisemos que en el ciclo de la primera etapa
galdosiana en el que el binomio ciencia y fe se presenta con
evidente conflictividad potencial, la novelística de don Benito
se encuentra impactada por la primera ola del gran avance fi-nisecular
de las ciencias de la naturaleza. De ahí que las aporías
expuestas por algunos librepensadores de la cosmogonía católica
y algunos de sus do,gas no se hagan nunca eco de la critica
desde dentro que representaría, en el seno de la cristiandad leo-nina,
las corrientes rnodernistas 24. Drapper marca el. extremo
final del arsenal cientifista de dichos personajes. Como suce-dería
también en la catolicidad española, la cuestión moder-nista
no suscitó interés alguno por parte de Galdós. De esta
forma, en gran cantidad de ocasiones, el bagaje de sus figuras
agnósticas o incrédulas queda reducida al evolucionismo y posi-tivismo,
que a los ojos de don Benito no justifican la imposibili-dad
de una realidad trascendente. Aunque meos» y ((ultras»
profieran en sus obras mil. ataques al darwinismo y se chanceen
de los adelantos d.e las ciencias experimentales, los personajes qiie reflejan ia c;y;n;.o,n de! aütm, alginos de ellos imm~iesa !u
sospecha de herejía, son claramente concordistas. Tal sucedía
con el. hiperest6sico y atrabiliario Federico Ruiz de El doctor
Centeno, criatura prohijada con afecto por Galdós no obstante
la mordacidad de algunos de los puntos de su silueta.
«Era ferviente catdico, o al menos así lo decía él. Con
su mejor amigo era capaz de pegarse si lo hurgaba un tan-tico,
sacando a relucir divergencias entre la Fe y la Ciencia.
Casamentero de las ideas, hacía singulares contubernios,
y para el10 tenía caudal copioso de oportunas y originales
razones. Con su verbosidad errática y un sí no es elocuente,
defendía todo lo defendible, logrando encontrar tales' ar-monías
entre el. Génesis y el telescopio, que al fin sus con-tendientes
no tenían más remedio que callarse ... En los
tiempos aquellos en que le conocimos estaba el hombre
muy encariñado con una idea católico-astronómica que con-fiaba
a sus amigos. Hay motivos para creer que la tenía
formulada en diversos papelotes. La cosa era muy origi-nal,
y hasta iitil, filosófica y como simbólica de la deseada
concordia entre la Ciencia y la Reiigióm 25.
24 J. M. CUKNCAT OR~BhIOa señalado en varios de sus libros la nece-sidad
de estudiar monográficamente el escaso eco de la «cuestión moder-nistav
en el catolicísmo finisecular. Cfr. Estudhs sobre Ea Igzesta esprr&Ia
del siglo XIX, Madrid, 1973.
25 o. c., 1, 1359.
574 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
El juicio de don Salvador de Madariaga sobre el proceso de
propia catarsis que el autor llevara a cabo en la redacción de
estas famosas novelas de {{tesis)) es, como siempre, muy agudo,
pese a que quizá enfatice en exceso el proceso de depuración
espiritual galdosiana paralela a la de algunos de sus héroes.
(Galdós es un novelista casi puro, es decir, libre casi por com-pleto
de prejuicios éticos o intelectuales. Mas no del todo. Se
observa en él una fuerte pasión política que surge a veces con
violencia y da al traste con su imparcialidad. Su famosa serie
anticlerical: Doña Perfecta, Gloria, La familia de León Roch, ad-mirables
novelas, adolece, sin embargo, de esta tendencia, si no
sectaria, al' menos parcial. Esta tendencia era fuerte en Galdós,
p c r ~ inspi r~Y ? e c t ~r~~ 1 4g1, ~,rpinteu f i ~ sd espués de publicar
La familia de León Roch. Y, sin embargo, la evolución de Doña
Perfecta a La familia de León Roch revela una purificación
gradual de su pasión ética y un esfuerzo para elevar el con-flicto
por encima de los prejuicios hasta el nivel de la tragedia» ".
"7r e-n..n..l.2r . . ia- u-1 u- ei ckiv de ia que se iia venido iiaiiiaiidü primera
etapa de la obra galdosiana, nuestra cuestión será retornada aquí
y allá en su asombrosa producción, pero ya no constituirá el
núcleo argumenta1 de ninguno de sus libros, al menos con la
potencia y el. vigor manifestados en la época en que el escritor
canario intervino con su pluma en las luchas políticas de su
tiempo, tan entreveradas de cuestiones religiosas. Podríamos es-pigar
sin excesivo esfuerzo tales rebrotes, pero su anlilisis no
depararía mayor luz que Ia ya entrevista.
Galdds: caridad laica
El cosmos religioso diseñado por la novelística galdosiana .no
puede abordarse nuclearmente; esto es, conforme al análisis de
una idea madre que nos conduzca vía directa a su clave exp1,ica-tiva.
Hay que llegar a su punto central convergentemente en
26 De Galdós a Larca, Buenos Aires, 1M0, 90.
Núm. 28 (1982) 575
28 SOLEDAD MIRANDA GARCIA
pos de los muchos elementos que 10 articulan. Dadas esta rique-za
y complejidad, la gradación a la hora de elegir los temas re-sulta
secundaria. Como elemento de referencia de un relativo
ordenamiento podríamos limitar la cuestión en una parcela que
abarcase las cualidades y rasgos positivos de la religiosidad mi-rada
a la vez iritemporal y concretamente; y en una segunda,
englobadora de los rasgos negativos y de las deficiencias del
sentimiento religioso observado abstracta y cronológicamente. La
caridad, el desprendimiento, la renuncia de sí mismo es la ex-presión
más acabada de una religiosidad operativa, encarnada.
Si del catolicismo hablamos, resulta un extremo axiomático para
el autor considerado. La antología de sus textos sería muy ex- a
tensa. Tendremos que contentarnos con una pequeña cata que
aspiramos sea representativa. O
Galdós gustaba, sobre todo en su primera época, de hacer lle-
- m
O
E gar a los lectores las opiniones del narrador. En sus novelas ini- E
2
ciales tal cosa no fue más que la insuficiencia de su técnica no- E
velística; pero después respondió a la consciente voluntad de
3
echar su cuarto a espadas, de afianzar y reforzar las opiniones -
de sus personajes con las del propio creador. Tal procedimiento 0
m
E
fue utilizado para dejar bien sentada su postura ante el tema O
de la caridad, sucedáneo de la justicia. Con planteamientos que
recuerdan a Tolstoi y al de los autores y predicadores milena- E
a
ristas, el. Galdós joven -también el maduro- creía que en un
código social presidido por la justicia la caridad tenía poco pro- -
tagonismo. En Ma~ianela (1877) sus puntos de vista quedan ex- =
puestos con latitud, sin que pensemos que pueda establecerse O
una filiación directa de su ideario con el tolstoiniano, al que don
Benito tendrá acceso probablemente años despuésn. Más difi-a
Una buena conocedora del autor y de esta nwela, M. A. WELLINGTON,
no se refiere para nada a esta influencia en dos buenos articulas, Mari-nela,
~Hispania Review} LI (19681, 38-48 y Mafinela, de Guld6.s y Dide-rot.
«Cuadernos Hispánicos», 324 (1977) 55&69. Ultimamente los críticos
más reputados aseguran este uiflujo, pero en una fecha posterior. Vid.,
por ejemplo, con abundante bibliografía, H. HINTERHAU- SPEinR ,6 B si.
gzo. .., 21.
576 ANUARIO DE ESTUDIOS ATEANTICOS
GALDÓs Y LA RELIGIOSIDAD DE SU &OCA 29
cultoso se hace autonomizar la inspiración galdosiana del pen-samiento
comtiano, cuya patente influencia en la obra es clara
para Casalduero, si bien no tanto para otros comentaristas de
la novela, cuya cotización es creciente en el panorama de la crí-tica
actualB. El problema filosófico que late en ,VarianeEa -la
antítesis ceguera-vista y la incapacidad del hombre para lograr
una explicación total de la existencia-, de indudable interés,
obstaculiza, sin embargo, la comprensión de la verdadera tesis
sobre la cual estructurará don Benito su ficción, que no es otra,
creemos, que la incapacidad de la ciencia de armonizar los anta-gonismos
de clase y desterrar la explotación del hombre por el
hombre sin una previa potenciación de la idea de su fraternidad
profunda.
Es una fibra ésta, la de la rebelión contra la radical injusti-cia
de la articulación social, que siempre ha vibrado con fuerza
en toda la literatura española e hispanoamericana. Por boca
propia y por la de dos de sus personajes, Teodoro Golfín y Flo-rentina,
el escritor grancanario expondrá ei Üesquiciamiento en
que viviría la sociedad hasta tanto sus componentes no acepta-ran
una transformación completa de su vivir comunitario; en
ninguna otra de sus obras su religión social encontró un acento
más vehemente.
Con enumerar el título de alguna de las novelas y recordar
una porción de sus protagonistas bastaría ya para comprobar la
sublimación que de la generosidad y la entrega hace el autor
de Tos Episodios nacionaks. En un repaso expeditivo del orbe
acilrlncinnn nna nonnrliríl nn n i s i r n n v l i i r r ~ r 1- hovn<nc. An A m n n 7
~ U I U V U I U A ' L V L A V U bU,yb,.UI%U, \rIl y L l l L l b 1 ICIfiUI, IU I I b L V I I I C I UC. ILIIy.2"
Guerra. Leré es, en efecto, la figura probablemente más repre-sentativa
de una caridad accionada por la vivencia religiosa. No
es astro errante ni solitario. Está acompañada por una conste-lación
de mujeres egregias. Marianela, Benigna, Halma, Guiller-
2s Cfr., por ejemplo, C. A. JONES, Galdós, Murianelu and the Approach
to Reality, ((Modern Language Reviw)), LVI (1961) 515-319, y M. E. Rurz,
El idealismo platdnico en «Marianela», de Galdds, ({Hispania Reviewn,
LIII (1970), 870.880.
30 SOLEDAD MIRADA GXRCÍA
mina Pacheco, Victoria. Nombres femeninos todos ellos, pues
Galdós concentrará en la mujer las cualidades más excelsas del
alma, conforme a una tradición literaria de la que no quiso apocta-tar.
Nombres seglares, también, habida cuenta de que el crea-dor
de uno de los monumentos más grandiosos de las letras his-panas
tuvo el prurito ae no encarnar en ias figuras monjiles
femeninas ningún arquetipo de caridad; aunque su deseo se
agriete con las parciales excepciones de Victoria y, en cierto
sentido, de Halma. Se ha afirmado que don Benito respetaba a
las monjas, pero no las entendíai9. Aparte de ser dicha asevera-ción
harto discutible por olvidar testimonios de alta autoridad
en sentido contrario 30, nos parece que ésta es una pobre o, por
29 K... por más que Galdós fuera un hombre que sentía honda simpa-tía
por las monjas, o que acabó por sentirla cuando menos, no las cono-cía
ni las entendía: Galdós no 1Iegó nunca a comprender del todo la voca-ción
religiosa, ni siquiera C...] cuando llegó a entender en toda su pro-fundidad
el fenómeno místico.)) F. PÉREZG UTIÉRREEZl, poblema religio-
SO ..., 214.
9 Así, por ejemplo, el de don Gregorio Marañón es concluyente: ((Gran
parte de las estaciones del itinerario eran en iglesias y conventos. No
había uno que Galdós no conociese a la perfección. Acaso el preferido era
el de San Juan de la Penitencia, con cuyas monjas le pusieron en rela-ción
sus patronas, las Figueras. La paz infinita del patimelo que da
acceso a la sacristia, con emparrado y un pozo de artístico brocal; el
hijo, triste por la soledad que hoy la rodea, de la iglesia magnífica, cau-tivaban
su espíritu; y no sólo, sin duda, por ser tan sensible a la emo-ción
del arte, sino por su soterrada, pero viva, religiosidad. Muchas veces
se hacía exhibir por el torno los recuerdos y reliquias del cardenal Cis-neros,
que se guardan en clausura, seguramente con más deseos que de
contemplarlos una vez más con el de oír la voz misteriosa de las monjas
y de conversar con ellas. La monja claustrada, que surge como una vi-sión
entre las celosías, y cuya voz parece que resuena con un eco antici-pado
de la Eternidad, fue una obsesión en el gran novelista. Acaso en la
vida real de su familia hubo algún episodio que lo explicaba y que daba
a estos coloquios resonancia patética. Ya antes he aludido a ello. Su
obra está llena de figuras monjiles, que rodea siempre de un halo de pro-fundo
respeto. Sus rebeldías anticlericales más de palabra que de cora-zón,
se detuvieron siempre ante la monja.
Muchas veces le oí encomiar la voz dulcísima de una de las que vivían
en la Penitencia, a la que se figuraba, sin haberla visto nunca, tan pura
y tan bella como su voz; y la de otra religiosa del convento de Santa Fe,
578 AKUARIO DE ESTUDIOS ATLA?TICOS
mejor decir, una pequeña razón para explicar su ausencia del
abigarrado mundo novelístico galdosiano. Sos inclinaríamos;
más bien, por la intencionalidad significativa de don Benito al
privarlas de entrada en sus ficciones Merarias. Religioso, pero
poco o nada confesional, el maestro rompía con ello una impor-tante
lanza en pro de un cristianismo desclericalizado, que 61,
con algunos otros compañeros de generación, tomó como utopía
de su vida.
A tal respecto, dos de las mujeres con que su alma de dar-.
jador de seres)) se encariñó más: Nela -transposición 1,iteraria
que entonces vendía dulces por el torno, y con el pretexto de comprarlos
entablaba con ella aquellas conversaciones tan suyas, entrecortadas, en
las que, como dijo Clarin, apenas hacía más que escuchar y dirigir, de
vez en cuando, el rumbo de los temas con breves preguntas, llenas de
desfigurada intenciOn. «iCuánto misterio!» era su frase favorita -en
Angel Guerra la repite constantemente-; y las monjas se reían y asea-raban
que por allí dentro no había misterio alguno ...
Las visitas conventuales tenían en otras ocasiones, como he dicho, un
fin, aunque dulce, más prosaico: la compra de compotas y confituras, a
las que Galdás, como buen canario, era en extremo aficionado. Las prefe:
ridas eran las religiosas de Santa Fe, que tuvieron por entonces fama
comparable a la de las insignes monjitas de San Leandro, de Sevilla, o a
la de los conventos reposteriles de Granada, ciudad excepcion@ para esta
industria, por ser tan mora y por asentar en una vega donde el azúczr se
produce como una bendición.
Pero más que el cabello de ángel, las peras escarchadas o los tomates
en almíbar -que eran las especialídades de la santa casa-, parecían dul-ces
a don Benito los discreteos con las místicas reposteras, cuya ((corte-sía
y recato insuperablesn muchas veces le oí alabar». MARAÑÓx, G. O. C.,
IX, 560-1. Sin duda se basa en este texto la opinión de un destacado crí-tico
musical y literario: «Hay en esa humanizacion una dialéctica que
casi es un drama: Galdós, como todos los novelistas de la época, se siente
atraído por el tema del «curan, traido según la moda anticlerical -no
faltan, sin embargo, las figuras nobilisimas-, pero hace lo posible -por
desgajarlo del ((misterio)) del templo; por otra parte, muy en la izquierda
Liberal de su tiempo, y hasta con los intelectuales no creyentes, no disi-mula
ni quiere disimular su simpatía, religiosa y humana, por las monjas.
Cuando en sus Notas de andar y cer el Ortega joven va en tren hacia el,
coraz6n de Castilla, su r6piü.a y deliciosa pincelada sobre las monjas que
van en el mismo departamento tiene un grato carácter de eco aldosiano»-
F. SOPÉÑI~B ~ÑEZA, rte u sociedad en Gcfldós, Madrid, 1970, 141.
de un amor grancanario de infancia y juventud 31- y Benigna, he-roínas
respectivamente de dos novelas separadas por un arco de
veinte años -precisamente los de plenitud novelística- nos
muestran los más acabados modelos de este tipo de caridad lai-ca,
en la que la idea religiosa no está ausente, pero tampoco
muy marcada. En Nela el. hecho aparece apuntado, para alcan-zar
su completo desarrollo literario en la última de las grandes
novelas galdosianas. En la heroína de ,Wisericordia, el vivísirno
sentimiento de caridad que llena por entero su vida está consi-derablemente
vaciado de contenido religioso, pese a que su fi-gura
y el. medio en que se desenvuelve se prestaban a una exal-tación
de aquél. Por la originalidad de su genio creador o por
caicuiado deseo, Galdós eligió, iio &sL@iite, ei camiim opiestu.
¿Tenia interés don Benito en demostrar que también sin una
fuerte religación dogmática el alma humana puede escalar la
cumbre de la inmolación, de la donación suprema? ¿Aspiraba
Galdós a rebajar los humos de la apologétjca del catolicismo es-pañol
de su tiempo? A la altura en que la novela se escribiera,
comenzaba a operarse la última de sus mutaciones que experi-mentara
la religiosidad de don Benito, espoleada en buena me-dida
por el fragor y las secuelas del recrudecimiento de la cues-
31 «En Nela hay mucho de Sisita, la amada juvenil de Galdós, y esa
remembranza lejana, hermoseada por la distancia y la adscripción al pa-sado
irreversible, proyecta sobre la narración una fragancia. Pues ésta es
la novela romántica de Galdós, la compensación por el amor frustrado;
el imposible amor, las suprema pureza se incorporaron al orbe ficticio gra-cias
a esta figura ideal. Puesto que su vida marchaba por caminos muy
diferentes, y la presencias femenina que la poblaban no se parecían a la
dulce muchacha de las islas, el escritor la inventó de nuevo, imagen ver-dadera
de sus sueños, para sentirla a su lado y con ella a la juventud per-dida.
Se liberó de una imagen obsesionante, entraÍiándola primero y creán-dola
luego como algo exterior, compañia y compañera para siempre. Es
emocionante recordar que cuando Nela, la más amada de sus figuras, con-vertida
en personaje de comedia - e n la escenificación realizada por Se-rafín
y Joaquín Alvarez Quinter-, apareci6 en un teatro madrileño con
la presencia y la voz de Margarita X.i~gu, el viejo novelista, ya ciego, al
oír que la actriz empezaba a hablar con las palabras puestas por él en
boca de aquélla, se levantó tembloroso y vacilante, patéticamente vacilan-
5m AXUARIO DE ESTUDIOS ATLAIIITZCOS
GALD~s i' LA RELIGIOSIDAD DE SZí EPOCA 33
tión clerical 32. Como en Francia, los nuevos tiempos por los que
don Benito luchaba necesitaban santos laicos. Con todo, la pro-tagonista
de Misericordia, empapada al. fin y al cabo de una re-ligiosidad
ambiental que nunca rechazara, no podía ser elevada
a los altares de este culto secular. Era la distancia que separaba
a las dos naciones. Galdós lo sabrá, y ha.sta es muy posible que
quisiera marcada con su heroína 33.
Distinta, en parte, se alza la profunda humanidad salida de
la pluma del prosista canario de Doña Guillermina Pacheco, figu-ra
con relieve propio de una de las obras cumbres de la producción
galdosiana. En una novela con protagonistas obsesos por su fe-licidad
individual., aquélla representa la visión transpersonalista
de la realidad. Pese a ello, Galdós no depuso ante la dama ma-drileña
las armas de su pincel realista ni de su visión hipercrí-tica
de los altos ambientes de la Villa y Corte. La mojigatería,
la impertinencia, el paternalismo son lunares en la actividad de
te, estremeciéndose como un sarmiento retorcido por el fuego, tendi6 los
brazos al escenario y, mirando con ojos muertos al lugar de donde la voz
salía, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas, musitó, soll0zd.ndo:
iNela! iNela!». El novelista acababa de sentir viva y ante él la presencia
de quien nunca había muerto, la siempre habitante en su corazón, pues
desde que inventó al personaje lo sentfa muy dentro, recuerdo permanente
y transfigurado del primer amor.)) R. GULLONG, dldds, novelista modem,
Madrid, 1966, 66-7.
32 Para un encuadramiento general del tema, recomendamos J. ANDRÉS
G~LLEGOL:a política religiosa en Espafia. 1889-1913. Madrid, 1975, 143 y SS.
33 «A diferencia de D. Buenaventura, que actúa 'por el respeto a las
creencias generales', Benina, no conformándose con la conducta moral de
su sociedad, busca la moralidad auténtica del cristianismo primordial. La
filosofía y la fe se encarnan en las dos fuerzas conflictivas, pero comple-mentarias
de Benina: su espíritu prometeico y su espíritu jobiano.. . Be-nina,
como Prometeo, adquiere el estímulo para actuar en el deseo de
rm,uiut ii5m"1n r --1r r .vfniminmtn Ancnniriavo-noñn A-1 ~ l - l n h l nW mne.vr\ 0 1 o n n t v o ~ i nA a " U I I I i I I I I U L I U V U x 7 l i l r Y p U I L U I Y C U U " UGI p * L r U I V . L l l A a p U I V , WA U V I I V A U A - U U"
Prometeo, que, sobrellevando la humillación de su castigo, s61o sufre por
la gente -1imitándose a una actividad de causa puramente intelectual-,
Benina se sitúa en el centro mismo del cacs humano, compartiendo el su-frimiento
con la gente. Su convivencia con la miseria humana permite a
Benina ejercer el fervor j0biano.n R. GULLON«, Doña Perfecta)), invenci&
y mito, «Cuadernos Hispanoamericanos», 205-252 (1970-711, 473, 479.
Núm. 28 (1982) 58 1
34 SOLEDAD I\IIRANDA GARC~A
Doña Guillermina, que se dignifica a los ojos de su creador y
lectores por la fidelidad a un pensamiento religioso que tiene
muy clara la idea de que sin la entrega a los demás cualquier
actitud religiosa se estanca en el narcisismo o en la hipocresía3+.
Con mayor fuerza aún que en Halma, vemos en esta figura en-samblado
el doble plano de la caridad, pero con primacía del
social o comunitario. Con escasa concesión a la vanidad n o
olvidemos 1.a esfera social en que se desenviielve la vida de Doña
3 ({Guillerrnina Pacheco es una figura muy compleja, creada según un
modelo real que, conforme ocurre cuando se logra una genuina figura no-velesca,
apenas explica, sino en mínima parte, la singularidad de la inven-ción.
En cuanto GuiUermina fue inspirada en la mujer .d e .c arne y hueso sii se liairiS E rrLes tL-& M l & Tv7i:lena, sivTjficaci~ri es f&
cilmente discernible: es la santa burguesa: no pide justicia para el pobre,
sino caridad; aliviar su situación. Cree en los valores de la clase media
tanto como en los cristianos y tal vez aquellos le parezcan correctivo
conveniente de los segundos que, aceptados según el Evangelio los expone,
serían malamente compatibles con la organización social en la que se en-cuentra
tan confortablemente instalada. Su moral es la de la mesocracia:
los pobres son diferentes, de otra clase. Las instituciones: Iglesia, Estado,
Familia, son sagradas y garantía de la seguridad general. El infierno -m-tes
que en Sartre, y en distinto contexto- son esos «otros», los inquilinos
de la calle de Mira el Río, por ejemplo, casa de la miseria adonde ({la
santa)) desciende a ratos para consolar a los míseros g a la vez aconsejar-les
resignación.
La santa no lo es tanto como poüría pensar el lector que una vez y
otra la encuentra así calificada. Es preciso atender a los hechos más que
a las palabras. El narrador es sincero al llamarla santa; al hacerlo refleja
su impresión y la del grupo social a que pertenece, pero el lector no tar-dará
en comprobar la distancia existente entre esa imagen y la realid ad...
A su caridad se le pueden formular graves reservas: la miseria es para
muchos corruptora dice-, pero su modo de aliviarla no deja de ser cu-rioso:
al pobre Ido le hace transportar a mano de un extremo a otro de
Madrid (en varios viajes) setenta ladrillos, y en pago le «regala» un som-brero
viejo. Su pedagogía para corregir las travesuras de Pituso es cruel:
palo, y palo de <(acebuche»A. Mauricia «la cazó», según confiesa, y la in-gresó
arbitrariamente en el convento de las Micaelas ...
El narrador la ve con simpatía, pero sin ocultar las contradicciones y
ambigüedades de un ser tan posesivo y a la vez capaz de abnegaciones y
humillaciones impensables en personajes de una pieza, miembros de esa
otra rígida estirpe de que fue prototipo doña Perfecta.)) Id. Técnicas de
Galdds, Madrid, 1970, 162-4.
582 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
Guillermina-, la felicidad ajena constituirá el imán de toda su
actuación. Significativamente Galdós la llamara muchas veces
beata, con un dejo más admirativo que peyorativo. La preocu-pación
por el encajamiento definitivo de la zarandeada existen-cia
de Fortunata se cohonestará con los frutos positivos alcanza-dos
en el logro de la construcción de un edificio destinado a la
asistencia de expósitos y huérfanos, centro que será más un or-felinato
que ((su» orfelinato 35.
Unos espíritus tan unidos en sus venturas y desventuras
como los de Nazarín y la condesa Halma poseen los mismos títu-los
para figurar por derecho propio en este florilegio. La frater-nidad
que los une nacerá precisamente de su común caridad
;I,.I,.~ ...,.-,. ~,,L,.-J..-+, ,:,I
~ L L L C C:I. UVLUL QJC;LLV. Y C ~ V U L L L C I I I L C , L U L L C L I L L C ~ L , ki ~ai^idaí:d t: Ns-zarin
se remansará y encauzará en su trato con la condesa. Reacio
a lo corporativo, cauteloso ante la religión-institución, Galdós
mirará con simpatía la caridad utilitaria de Halma, capaz de
transmutar realidades físicas y psicológicas en beneficio de la
cazsu. & indigefite~ y necesitades. Lr, uctitud de !a c-n&=su
mostrará así una doble vertiente de caridad individual y colec-tiva,
que nunca aparecerán fundidas en los personajes galdosia-nos
y en los alumbrados por los grandes novelistas coetáneos.
Acabamos de hablar de pasada del sacerdote Nazarín. pero
con calificativos que consideramos innecesario esclarecer o des-arrollar
más. Excelsa figura de la caridad, su paralelismo con el
«caballero de la triste figura)), e incluso salvadas todas las dis-tancias
con el mismo Jesucristo, se ha llevado a cabo muchas ve-ces
por los estudiosos específicos de la vertiente religiosa de la
35 Aunque no en su totalidad, la caracterización siguiente de Guiller-mina
Pacheco puede suscribirse como válida: «En ella [Fortunata y Ja-cinta]
aparece un personaje, Guillermina Pacheco, que por su caracteriza-ción
puede clasificarse como término medio entre el credo de don Buena-ventura
[Lantigua] y el de Benina. Guillermina es un personaje de caridad
intensa, y cümü Ee&, se vueica en activiciaci constante para aüviar ia
miseria humana. Sin embargo, Guilierrnina, aunque sabe independizarse
de su clase social en forma más positiva que don Buenaventura en Glorh,
es incapaz de trascender las exigencias y limitaciones ambientales, como
Benula lo consigue, Guiiiermina es, por tanto, el anticipo del humanismo
galdosiano personificado en Benina.» Id. «Doña Perfecta...)), 479.
36 SOLEDAD MIRANDA GARCÍA
obra galdosiana ". El escritor, a punto de despedirse de su pleni-tud
creadora, volcó en él sus mejores sueños de transformación
de la realidad por el amor y la entrega absolutz. Se ha aducido
en ocasiones que el personaje no acabó de cuajar en la pluma de
Galdós, obnubilada por el tema de la caridad, al que volvería
para encarnarlo en Benigna. No discutimos tal aseveración, aun-que
la consideremos un tanto inmatizada por no sopesar en toda
su magnitud el simbolismo que penetra y llena la actuación del
cura manchego. Su prisión, el escándalo de los «buenos» y la
comprensión de los humildes representados por las mujeres que
le siguen en sus correrías por la estepa castellana suenan indu-dablemente
a trasunto de imágenes evangélicas. a cuya luz la fi-gura
de Nazarín adquiere contornos carismáticos Su cristolo-gía
será una cristología nacida de abajo, de las raíces de la vida
3 ((En la encrucijada, en la noche manchega, en el palacio del gran
señor y en la humilde morada, en el pueblo apestado, entre ingenuos cre-yentes
y malhechores desalmados, Nazarín es manantial de misericordia.. .
Salta a la vista de todo lector que el marco de estas dos novelas ha sido
sacado del Quijote y de los Evangelios. Galdós descubre, muy a lo si-glo
XIX, lo que las andanzas del hidalgo manchego tienen de peregrina-ción,
lo que tienen no tanto de ir tras un ideal como el de realizar un
ideal al ir tras él. Lo de menos es que el manchego Nazarín se encuentre
en situaciones literalmente idénticas a las del cabalIero andante -esto es
un homenaje de Gaid6s a Cervantes-; lo importante es que el espíritu
es el mismo ... La vida de Nazarín en cuanto abandona hladrid hasta que
vuelve para entrar en la cárcel es un compendio de la vida de Cristo, es-pecialmente
desde la Oraci6n en el Huerto hasta que es llevado ante Pon-cio
Pilatos, con episodios como los del buen ladrón.
Este buscado paralelismo puede parecer innecesario e ingenuo en ex-tremo.
No sólo la novela no lo exige, sino que hubiera ganado sin él; pues
fatalmente el peso del Evangelio puede más y arrastra a la novela, aparte
del riesgo que se corre de que el lector se divierta y distraiga viendo la
mayor o menor habilidad con que el autor hace coincidir los dos perfiles.
Sin embargo, esta transposición no se debe a motivos frívolos; hemos de
ver en ella un reflejo de ese afán finisecular por renovar los temas reli-giosos,
dando a la imaginería cristiana una apariencia actual.» J. CASAL-uunzu,
Viria y oíir ¿C., iS426.
3 ((Nazarín es la novela de un sacerdote que pretende evangelizar Es-paña;
un sacerdote pobre, desastrado y casi solo, lanzándose, nuevo @-
jote, a los caminos de CastilIa para cambiar el hombre y cambiar el mun-do
... El protagonista quiere sufrir, imitar a Cristo, enfrentarse al mal y
vivir según las enseñanzas del Evangelio. Quizá Galdós siguió demasiado
384 ANUARIO DE SSTUDIOS'ATLANTICOS
GALD~S Y LA RELIGIOSIDAD DE SU $POCA 37
humana y del ansia de liberación. El Cristo que Nazarín pre-dica
es un ser libre y liberador, que llama a todos a una comple-ta
apertura de nuestro ser, hasta llegar a extrapolarnos en Dios.
No desconocemos, repetirnos, que autorizados galdosianos ven
precisamente la falta de consistencia última de la personalidad
del cura manchego en el exceso de simbolismo que su creador
puso en él 38. Quizá sea así, aunque para nosotros la posición gal-dosiana
ha sido recién y ajustadamente analizada con su acos-tumbrada
finura por Linage Conde: «Ello quiere decir que Gal-dós
no ha escrito novelas nada más que simbólicas. Pues no con-cibió
tomar la pluma sino para novelar la realidad vista y vivida
y concreta y material de carne y hueso. ni quiso ni pudo no-velar
meramente símbolos descarnados en tanto que monopoli-zadores
de sus argumentos y estilo.
Pero, en cambio, como de la realidad forma también parte el
espíritu, y los símbolos en la realidad se encarnan y de ella se
nutren y sacan; de ahí que mucho de simbolismo haya en don
Smitc, par m hablar ya de! ideulimm 9 de! espiritua!ismn si-quiera))
39.
En cotejo con aquel caballero andante de fines del xrx, las
virtudes caritativas de los restantes sacerdotes galdosianos dig-nos
de la gran misión de la cura de almas son indudablemente
mvnores. El padre Chaves, Albarado y Gibraleón, el padre Alelí,
Flórez, Gamborena o Nones desprenden de sus actos olor de ca-ridad,
pero 6sta no alcanza las alturas del alma incandescente de
Nazarín.
Como sucediera con las mujeres, también en el mundo laico
masculino hay espíritus inflamados por la oblación al prójimo.
fielmente el paralelo entre las figuras de Jesús y Nazarín. Muchas páginas,
por los giros y la construcción, recuerdan las evangélicas.» R. GULLON,
Gaiüós, nüveihia moderno.. ., ii23.
38 A. A. PARKERN:a xarin, or the passion of Our Lord Jesus Christ
according to Galdós, «Anales galdosianosn, 2 (1967), 83-89.
39 J. A. LINAGEC ONDE:L a plenitud del realismo en la nmelistica de
Galciós. Algunos paralelos, «Actas del 11 Congreso Internacional de Estu-dios
galdosianos)). Gran Canaria, 11, 1980, 280.
Pepe Carrillo de Al.bornoz o Teodoro Golfín son nombres para
los cuales la vivencia constante de la ajeneidad es una cualidad
esencial de su carácter y actividad. Sería, sin embargo, su tra-sunto
literario, como quieren algunos críticos, el. personaje en
que Galdós encarnara la caridad. Desde la muerte de su madre,
doña Sales, y de su hija, Angel Guerra limpiará su alma de todo
lastre mundano, a excepción de su amor sublimado por Leré, y
se entregará con ardor a la búsqueda del bien ajeno por caminos
en los que se entrecruzan la fantasía y la realidad ".
De este personaje hablaremos más adelante en repetidas ocasiones,
en la nota 43.
41 Igual que el anterior, aunque, por vía de brevedad, remitimos a
MarianeEa. O. C. 1, 733, donde tal vez se encuentre el mejor retrato del
personaje en el sentido que apuntamos en el texto. A fuer de imparciales,
digamos que tan renombrado crítico, hoy injustamente olvidado, como
J. CASAREdSi,s minuye bastante la estatura espiritual del oftalmólogo al
llamarle {{moralista torpe}}. Crítica efimera. Madrid, 1962, 32.
42 Por testimonios muy veraces y fidedignos, como el de Marañón, co-nocemos
que don Benito se identificaba con esta figura de su galería lite
raria. ¿La concepción de Angel Guerra de la caridad es la que más entu-siasmaba
a don Benito? Dedúzcase del siguiente párrafo: «Ya ... Aquí leo:
Puerta de la Caridad.
Sobre esa puerta habrá una campana que se toque desde fuera. Toda
persona que necesite nuestros auxilios, ya por enfermedad, ya por rnise-ria,
ya por otra causa, llamará en esta puerta y se le abrirá. Nadie será
rechazado, a nadie se le preguntará quién es, ni de dónde viene. El anciano
inválido, el enfermo, el hambriento, el desnudo, el criminal mismo serán
acogidos con amor.. . En lo esencial quiero parecerme a los antiguos fun-dadores
y seguir fielmente la doctrina pura de Cristo. Amparar al des-valido,
sea quiere fuere; hacer bien a nuestros enemigos; emplear siem-pre
el cariño y la persuasión, nunca la violencia, practicar las obras de
misericordia en espíritu y en letra, sin distingos ni atenuaciones, y, por
fin, reducir el culto a las formas más sencillas dentro de la rúbrica; tal
es mi idea Soy un pecador indigno; espero redimirme con la oración,
con este t,rabajo en pro de Ia Humanidad y en nombre de Cristo Nuestro
Señor. Mi alma ilenóse de lepra; de ella me limpiará el amor en su acep
: :E alta g c~qrerxiva,e ! -Sr qw, c m x D~Gess, tr kx y UO,
quiero decir, miíltiple y uno, porque en diversas formas se enciende en
el corazón de los humanos, pero es uno en esencia. Fuera distingos: el
amor único y soberano vive y alienta en mí. En él hallark calor todos
los desgraciados que me busquen, vengan de donde vinieren.)) Angel Gue-rra..
., 280-2.
586 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
La ((caridad social» desarrollada por algunos miernbros de la
high llfe madrileña será motivo recurrente de la obra galdosia-na.
Por nuestra parte nos detendremos en ella con cierta latitud
al comentar la socioiogía del catolicismo de la Restauración. Pese
a elio no quisiéramos dejar pasar la oportunidad para aludir al
ejemplo del personaje ya mencionado de Lo prohibido, Pepe Ca-rrillo
de Albornoz. Sin entregarse por completo a él, Galdós se
descubre ante sus nobles relaciones con su mujer, Eloísa y el
primo y amante de ésta, José María Bueno de Guzmán, y en ma-yor
medida todavía ante su actividad como secretario de la Jun-ta.
En aquella sociedad, la finisecular, tan flagelada por el látigo
certero de don Benito, dicho aristócrata parece redimirla, por su
testimonio de sincera caridad cristiana, al juicio de la posteri-dad
6
43 ((NO entré una vez en su despacho que no le hallara trabajando,
afanadísimo, poniendo su alma toda y su poca salud al servicio de una
idea o de una institución. Dábase por entero a diversos objetos benéficos,
políticos y morales, y su vehemencia era tal que si la empleara en sus
asuntos propios habrla sido el hombre modelo y la más perfecta encana-ción
del ciudadano y del jefe de familia.
Carrillo era presidente de una Sociedad formada para amparar niños
desvalidos, recogerlos de la vía pública y emanciparlos de la mendicidad
y de la miseria. Tan a pecho había tomado su cargo, y tan humanitario
ardor ponía en desempeñarlo, que a él se le debían los eficaces triunfos
alcanzados por la Sociedad. Más de 500 criaturas le debían pan y abrigo.
Inocentes niñas se habían salvado de la prostitución; chiquillos graciosos
habían sido curados de las precocidades del crimen al dar el primer paso
en la senda que conduce al presidio. La Sociedad hacía ya mucho, pero su
ilustre presidente aspiraba siempre a más. Todos los esfuerzos eran pocos
en pro d.e lo. s párvulos indigentec. No bastaba recogerlos en las calles; era, precm ii ~ c a r ; u ser L 1 ~ ksg üris de rríeu&cidád ernp..- eih&
con el crimen, y arrancarlos al poder de crueles padres que los martirizan
o de infames madres postizas que los envilecen. Y Pepe, imprimiendo a
esta caritativa obra impulso colosal, pasaba en su despacho largas horas
con el secretario, revisando notas, coordinando informes, extendiendo y
firmando recibos de suscripción de socios, poniendo cartas al cardenal,
U! pwtrizca, 8 !,,&q,?tz Is&e!, a! gri,~erm $&trc, pr&de=+s
Ayuntamiento y de la Diputación para allegar el auxilio de todo Io valioso
y útil. Ningún recurso se desperdiciaba, ninguna ocasidn se perdía. A este
trabajo titánico había que añadir el de organizar fiestas y funciones te*
trales para aumentar los fondos de la Sociedad. ¡Qué laberinto, y qué
entrar y salir de empresarios y concertistas y cómicos! No se eximían de
Núm. 28 (1982) 587
Como decíamos, el repertorio de personajes galdosianos en los
que el altruísmo, la filantropía y la caridad son elementos cons-tituyentes
de su figura, es más amplio de lo que puede suponerse
por esta corta lista glosada. La selección a que estamos forzados
quizás haya cumplido el propósito indicativo que nos habíamos
propuesto ante el ingente material disponible.
La religión en España. Religión y patriotismo en Galdós
La meditatio Hispaniae de don Benito tuvo una explicación
más completa y global en su obra periodística que en sus Corpus
noveiístico. Eesde sus primeras coiaboraciones en la prerisa ma-drileña,
a poco de traspasar los veinte años, hasta las últimas de
comienzos del novecientos la línea de interpretación apenas se
esta febril contradanza los poetas, a los cuales se les rogaba que leyeran
versos; ni oradores, a quienes se pedía óbolo de sus floreados dis-cursos..
.
Asistía puntuaimente a la Cámara, y figuraba en muchas comisiones.
Con frecuencia se levantaba de su banco, sin aliento, ahogándose, y p n
nunciaba pequeños discursos discretísimos en pro de los intereses gene
rales. La enseñanza prbaria, la extinción de la langosta, la necesidad de
dar salida a nuestros caldos, el establecimiento de gimnasios en los cole-gios,
los bancos agrícolas, la supresión de la Lotería, de los toros y del
cuarto del cartero; las cajas de previsión, la conducción de presos por
ferrocarril, los talleres de los presidios y otras muchas reformas le tenían
por órgano valiente, aunque asmático, en los rojos asientos del Senado.
EY Itiario de las Sesiones estaba por aquella época salpicado de breves
piezas oratorias en que se abogaba con entusiasmo por todas aquellas me-nudencias,
por todos aquellos pasitos de progreso que, realizados, habrían
equivalido a un salto grande hacia la cultura.. .
Por fin, llevaba Pepe su cooperación a las grandes campañas de cari-dad
pública, y lo hacía con modestia, por impulsos del alma. Así, desde
qiAe nc~~rf&ene_r tl~c &a&trnfes qije p- c f i~~dmentps entmip_ntg
general, ya se apresuraba él a organizar cuestaciones, a buscar auxilios por
todos los medios que permiten los varios recursos de nuestra época. Vol-viendo
a la comparación, repito que cuaIquiera que sea el valor que se
dé a esta manera de practicar el bien, siempre resultaba el otro superior
a mí.» Lo Prohibido, o. c., 11, 273-4.
588 -4NUARIO DE ESTUDIOS ATLdNTICOS
quiebra ni conoce cambios El catolicismo es parte consustan-cial
a ia historia española. Sus ejes básicos -la intransigencia
y el fanatismo- han provocado la asfixia del país como pueblo
moderno. Más esbozada y crípticamente en los últimos días de
la monarquía isabelina, estentóreamente en su retorno a las pa-lestras
periodísticas con motivo de la controversia provocada por
la «ley de asociaciones religiosas)), Galdós mantuvo esta formula-ción
sobre el ser de los españoles y su trayectoria histórica. La
correspondencia, género de singular interés para el análisis gal-dosiano,
también delinea en conjunto una imagen semejante a la
expuesta
Muy curiosamente, sin embargo, discurrió poco sobre el tema
en sus novelas. Otra cosa sucede en los Episodios naciondes. En
-..,L,,
LULLLI IV~d e ellos se de!iiie~ü fi estereotip~d e !OS amtares his~5-
nicos. El mesianismo más acendrado es invocado por algunos
personajes para legitimar su actuación y el triunfo de su causa,
que ni que decir tiene es la de la España entera. La guerra con-tra
los principios revolucionarios traídos por las águilas napo-
Mnicas exacerbar5 U:: prcvidericiu!iume mrionu! de hmdm mi-ces.
Es baladí recordar cómo el francés será equiparado por el
pueblo en armas al hereje. Catecismos g canciones patrióticos
calificarán al xcapitán del siglo» como la «bestia del Apocalipsis))
y a sus huestes de satánicas. La participación de los afrancesa-dos
dará a la disputa religiosa una dimensión interna y domés-tica
que durará largo tiempo y en la que es difícil establecer una
fecha final. Venciendo nuestra parsimonia en su uso, recurramos,
para la debida ilustración del tema, a los textos ofrecidos con
prodigalidad por don Benito. Por lo demás, es obvio que servi-r5n
para centrar mejor su posición ante el asunto. En el primero
de los Episodios de la segunda serie -El equipdje del rey José-.
44 LO prueba así gran parte del contenido de Las cartas desconocidas
de GaZáós en «La Prensan de Buenos Aires; la introducción del escritor
SHO-; W. H. resulta excelente, Madrid, 1973, en especial es intere-sante
para nuestra temática, 30.
4 Se encontrarán algunas comprobaciones de lo expuesto en el epis-tolario
recogido por C. BRAVOV ILLASANTVeEi:n tiocho cartas de Galüós a
Pereda. «Cuadernos Hispanoamericanos». Madrid (1970-19711, 250-252, en
especial en las primeras y en particular en pp. 15, 19.
42 SOLEDAD MIRANDA GARCÍA
la cruda y esperpéntica luz de esta paranoia religiosa llena todo
el cuadro de acción en la temática general -fin del padecimien-to
de una España martirizada por Bonaparte- y en particular de
la obra -enfrentamiento a muerte entre 10s dos hrrmanastros
Carlos Navarro y Salvador de Monsalucl-. Jenara, la mujer ama-da
por éste, lIega a decirle: «Los buenos soldados de España se
me representan como San Miguel, fingeles armados y hermosos
que destrozan al dragón. iEres tú de ésos, Salvador; eres tú un
San Miguel? -añadía con exaltación admirable-. Di que sí y
te querré más todavía. Dime que has matado muchos enemigos,
que has defendido a España contra esos borrachos del infierno;
dime que te has bañado en su sangre maldita y machacado sus
horribles cabezas y te querré más que a mi vida, te querré como a N
a D i ~ c ... N esetrns s ~me sD im, Salvador ; n ~ s e t r ~leus espafisles E
somos Dios, y ellos, el demonio: nosotros, el cielo, y ellos, el in- O
n -
fierno. Así.10 dicen el cura y mi abuelo, y tienen mucha razón))* . =m
O
E
Los dos términos que señalábamos de la manifestación casera SE
de esta concepción maniquea y veterotestamentaria de la reli- =E
gión de Cristo aicanzarán diáfana y terrorífica expresión en la-
3 bios del abuelo de Jenara, el anciano don Miguel de Barahona: - -
0m
E «La causa de Dios triunfa y triunfará mientras haya O soldados cristianos en el mundo-decía el abuelo a su linda
nieta-. A estos desastres horrorosos son conducidos los que n
han intentado alevemente apropiarse nuestro suelo y inu- -E
dar nuestras costumbres, haciéndonos, de fieIes piadosos, a
2
herejes corrompidos; de leales y pacíficos, revolucionarios n
y jacobinos. 0
-; Ah, pobres muchachos !-exclamó la nieta, apartan- =O do con horror la vista de unos infelices cuerpos de jurados
que eran conducidos a la sepultura.. .
-En cuanto a los infelices jurados, son los que menos
lástima me inspiran. Oye bien lo que te digo, hija mía;
oye la voz de un anciano patriota, espafiol y cristiano : ade-más
del 'infierno que existe para toda clase de pecadores,
ha de haber uno con tormentos errtraordinarios de inapre-ciable
horror para los que hacen traición a su patria y a sus
banderas.. .
4 El equipuje del Reg José. E. N., 1, 1214.
590 AXUARIO DE ESTUDIOS ATLA.?'TIIC
- i Otro ! allá en lo profundo, los condenados ordinarios
no han de querer habitar con los renegados y traidores ...
Los renegados venden a sus hermanos, entregan a la patria
al enemigo para que este la despoje y la deshonre a su anto-jo,
extirpando en ella la fe religiosa, faro del mundo y único
consuelo de las buenas almas. El traidor en est.a guerra,
donde se discuten las dos cosas más sagradas, es decir, el
rey y la religión; el traidor en esta guerra, digo, es el más
vil instrumento de Satanás. Sólo lo igualan en maldad los
que yo llamo traidores y renegados en el campo de 1.a ley,
o para que me entiendas mejor, los que por favorecer hipó-critamente
a Bonaparte introducen en España caprichosas
leyes a estilo jacobino y constituciones que son lazos tendi-dos
a los pueblos por la herejía, por la licencia, por el demo-cratismo,
por la soberbia de los pequeños que quieren pare-cerse
a los grandes, gritando y metiendo bulla ... Pero Dios
esta con nosotros, hija mía; Dios es españoi. - i Dios es español !
-Dios, sí.. . Y ya ves ahí los golpes de su mano protectora.
Creo que, mediante la bondad divina y la espada del arcán-gel
guerrero, el mal que aparece en nuestra leal España no
tomará ' g a ~ d e - : prnpnrci~nes. Ahrlránse mi-lchos hoyos
corno este, y esas bocas de la tierra española se tragarán
a sus perversos hijos ...
-En lo sucesivo, señores-dijo este [varón] con grave
y profético tono-, y atendidos los síntomas de discordia ci-vil
que presenta España por el insolente jacobinismo de los
negros, los buenos éspanoLes debemos adorar fervorosamen-te
dos cruces ... La cruz religiosa, aquella en que Dios se
dignó morir para redimirnos del pecado, aquella que desde
niños adoramos, aquella que nos hicieron besar nuestras
madres en la cuna y, además, esta otra cruz del sentimiento
patrio, en la cual ha muerto nuestro buen amigo, el incom-prraMe,
el santo entre 10s santos guerreros, don Fernando
Garrote, acompañado del buen cura de 1.a Puebla. Esta cruz,
que, como instrumento de ignominia, han alzado los fran-ceses,
los renegados y los traidores, será para nosotros, como
la otra, lábaro sacrosanto que llevará la juventud a la gloria.
Murió don Fernando en ella: clavóle un clavo la traición,
otro la deslealtad, otro la herejía. Expiró coronado por las
espinas del democratismo y pusiéronle el inri de las ideas
jacobinas que, después de todo? son ías ideas que han traído
aquí el. escándalo y las que aceptaron los afrancesados y
quieren imponernos los llamados liberales.. . Señores, donde
hay mártires hay religión, donde hay cruz hay fe. Adoremos
SOLEDAD MIRANDA GARCÍA
esa cruz; llevémosla en nuestro corazán juntamente con la
otra, de la cual es como un reflejo; adorémoslas a las dos,
pues las dos deben ser nuestro norte y nuestra hz. iReli-gión
! i Patria ! -aíiadió con majestuoso e inspirado acen-to-.
¡Sois dos hombres y, sin embargo, no sois más que
una sola idea, una idea inmutable, eterna, fija como el mun-do,
como Dios, del cual todo se deriva! ;Religión! iPa-tria
! . . . i Sois dos luces espléndidas, cuyo fulgor no puede
apagarse, ni tampoco cambiar como las chispas de una fiesta
de pólvora! ;Una y otra fe tenéis dogmas evidentes, que
la arrogante ciencia del hombre no puede variar; una y otra
fe tenéis la inmutable condición del pensamiento divino que
os ha creado! Sois lo que sois, y no podéis ser otra cosa.
En vuestro sagrado catecismo la mano de audaz filósofo no
puede hacer la menor variación ni mudar una sola letra.
;Sois como el firmamento inmenso, adonde no puede Ile-gar
la mano de1 hombre para quitar o poner una sola es-trella
! )) 47
Cuando se han cumplido los deseos y vaticinios del anciano
patriarca vasco, otro viejo hidalgo, éste aragonés, lacerado en lo
más profundo de su ser por la liberación de todos los maleficios
que encerraban las palabras de Barahona, dará rienda suelta a
un estremecedor lamento ante el fanatismo y crueldad desata-dos.
A tumba abierta, en puertas de su inminente fusilamiento
-luego no realizado (jun siglo antes de Cien años de sole-dad!)-,
don Beltrán de Urdaneta exclamará :
«Sin vituperar esta causa ni la otra, sin enaltecer a nin-guna
de las dos, os digo que no derraméis más sangre de
españoles. Guardad esta sangre para mejores y más altas
empresas ... Mientras ponéis en claro, a tiros, cuál es el ve-rídico
dueño de la corona, negáis a la nación su derecho a
1.a vida, porque le estáis matando todos sus hijos y le des-truís
sus ciudades y le arrasáis sus campos. Será muy triste
que cuando de vuestras querellas salgan triunfantes un tro-no
y un altar no tengáis suelo firme en que ponerlos. ¿Para
qué queréis altar y trono, si luego han de cojear, como esos
muebles a que falta una pata? Allanar y afirmar el suelo
ante todo, y eso lo haréis con las artes de la paz, no con
guerras y trapisondas. Haced un país donde haya todo lo
contrario de lo que unos y otros, a quienes no sé si llamar
ANUARíO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
GALDÓS Y LA RFLIGIOSIDAD DE SU ÉPOCA 45
guerreros o bandidos, representáis; haced un país donde
sea verdad la justicia, donde sea efectis-a la propiedad, efi-caz
el mérito, fecundo el trabajo...)) 48
Por encima de los tumultos irracionales, de las pasiones po-líticas,
de las filias y fobias ideol.ógicas, la meditación de don
Beltrán -de quien no hay que t,ener miedo a tomarlo como por-tavoz
del pensamiento galdosiano- resulta de una elocuencia in-superable,
como desgarrador su impacto en todo español bien
nacido.
Tanto en las novelas de tesis como en las de la fase posterior
--con tono y gradación distintas, pero con trazos iguales- Gal-dós
vendrá a mantener la teoría de un catolicisnlo inextrincable-mente
unido al. carácter nacional, del cual es motor y raíz, que
tuvo contenido y fuerza conformadora en el pasado remoto y
próximo, pero convertido en la socieclacl de la segunda mitad
del xn: en una inmensa oc~uedacl revestida de convencionalislilos
e hipocresías. El catolicismo no es ya para Gaidós nervio de
nada, sino de intolerancia y fariseísmo 49. Veremos más ade1ant.e
4 La Campaña del ~Iaestraxgo. E. N., 11, 134i-2.
49 Reproducimos algunos párrafos de un escrito de Galdós para un
mitin celebrado en Santand-er en noviembre de 1908: a , . . porque no se trata
ya tan sólo de defender los principios democráticos, base de las socieda-cies
modernas, sino de salvarlos del horroroso diluvio reaccionario y cle-rical
que arrecia furiosamente cada día y acabará por ahogarnos a todos
y arrasar derecnos, hogares y pers0na.s. (Ruidosos aplausos.) ...
Debeni~sc omprometernos a no ceder en la campaña hslsta que sea un
hecho la liberación de las conciencias, hasta que el odioso fariseísmo re-nuncie
a fiscalizar nuestro pensamiento, y hasta que logremos extirpar
las crueles distinciones que envenenan el sentimiento cristiano y arrojan
llamaradas de infierno en el seno de la vida social y de la vida de fami-lia.
No desmayaremos mientras no sea extirpado el miedo religioso, fu-nestísima
plaga creada y difundida por la teocracia como instrumento
de dominación, moviendo los intereses frente a las conciencias y suje-tando
por tal medio a innumerables personas que si vivieran en franca
libertad renegarían de las formas y practicas de la beatería. Ahuyentad
ese recelo, ese espanto, ese qué dircin, o como queráis llamarle, y veréis
que el mayor número de los españoles, por no decir todos, están a mes-tro
lado. Porque no es posible, y mil veces lo diremos, que una nación
fuerte y animosa, de claro sentido y agudeza, caiga y viva por su gusto
córno la controversia surgida en torno al artículo 11 de la Cons-titución
de los Notables provocó en Galdós, al igual que en otros
espíritus de su misma estirpe, indecible desagrado. Anhelantes
de ver establecida la libertad de cultos cono en el texto de 1869,
la toleralicia sancionada por el código canovista fue un auténti-co
brulote que conmocionó, exasperándo!~, a ur_ ancho estrato
del mundo intelectual espeñol. Doña Perfecta, y sobre todo Glo-ria
y La familia de León Roch, no tienen, como se ha repetido
hasta la saciedad, otra inspiración. Para Galdós, cuando menos,
la campaña de meos» y de Alejandro Pida1 ha sido el último es-tertor
de una rel.igión que tenía aún zonas vivas. A partir de en-tonces,
el catolicismo será la mera osamenta de un cuerpo en pu-trefacción.
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expuesto por muchas criaturas de su pletórico mundo. La prue-en
el pantano de la indefinidad. Pasad el pantano, y veréis resurgir la
verdadera patria del seno turbio de la falsa devoción y de la mojigatería
interesada y mentirosa. (Gran ovación.)
Queremos, en fin, que desaparezca el bárbaro aforismo contenido en
nuestras fatídicas palabras: El libera-alismo es pecado. Si pudiéramos imi-tar
la cruel intolerancia de nuestros enemigos y sus inquisitoriales pro-cedimientos,
pediríamos que ese lema o cartel incluso fuese quemado por
mano del verdugo. Pero como nuestras ideas no admiten verdugos ni
públicos quemaderos, queremos que ese banderín de ,qerra sea despe-dazado
y reducido a polvo. Si logramos esto, el pecado del libe7alismo
será borrado para siempre de los catecismos político-religiosos, pues sólo
para España se han hecho y sostenido como apotegmas de sabiduría ta-les
atrocidades, y sólo en Espa6a hay bocas que las prediquen, orejas que
las escuchen y cerebros que las esicasillen junto a la razón y a, !os razo-nables
pexlsamientos.
Nuestros mhelos, nobles amigos, son de eliminar para siempre la
acción teocrática de la esfera política, extinguir el miedo religioso, y ale-jzr
d.el suelo patrio a los poderes exóticos y nada espirituales que viexen
a dirigir nuestra oolítica, 2 embobar nuestras almas, para encarnarse en
nuestros cuerpos y hacerse dueños de toda la vida española, y a trincar
con dura garra la enseñanza pública, para -moldear a su imagen las gene-raciones
venideras.,) (Una ruidosísima y prolongada ovación obliga a le-vantarse
en su asiento 21 il~sxreG aldós, y entonces los aplausos arrecian
p se oyen varios vivas a Gald.ós, unánimemente contestados.)» Apud.,
S. ~XADARIAGA, Pérez Galdós ..., 221-3.
594 BhrUARIO DE ESTUDIOS ATLAXTICOS
ba la tenenlos en el hecho de que frente a ese estado de animo
las cuestiones espirituales nacidas o terminadas en la religión
tradicional de los españoles no dejaron de remitir en su produc-ción
tanto dramática como novelistica -nada se diga de los Epi-sodios-,
hasta que su ánimo se rindió a la pesadumbre; la his-toria
contaba. El espíritu, más que español espailolista de donp
Benito bien lo sabía y probablemente lo deseaba. Respetuoso
siempre con lo religioso, debemos de privarnos de hurgar por los
piiegues de su conciencia a modo y al estilo de io realizado por
muchos de sus exégetas con resultados degradantes para el es-critor
jO. Al margen de su creencia personal y última, don Benito'
3 E1 tenor del texto que reproducimos, publicado en !a primavera
e 1885, es ILnA pri~ehah lrtn e!e~i~en&t !~ {(Cl,~!^rjrrle~z ltir!) gzldeci-in_@'
ante la postración en que a sus ojos se colocaba el catclicismo hispano:
«Estamos en Semana Santa, y me parece oportuno hablar hoy de un
asunto que estimo interesmtísimo, aunque es de tal naturaleza que re-quiere
plumas mejor cortadas que la mía; asunto que con frecuencia
viene a posesionarse de nuestro pensamiento, y nos estimula a tratarla
con la amplitud y cariño que merece. Hablo del sentimiento religioso e%
Espana, esa fuerza poderosa, ese nervio de nuestra historia, esa energía
fundamental de nuestra raza en los tiempos feIices; y al enunciar tan s6Io
esta potencia moral parece que las ideas reverdecen y bullen en torno
suyo, y que ha de ser muy fácil analizarlo cumplidamente, estudiar sds
grandes clesarrollos, su decadencia y fin lamentable.
Intentar hacerlo, aunque a la ligera y sin eruclición, que no es propia
cie una carta breve, fijándome principalmente en las señales de descom-posición
y muerte que aquel famosísimo ideal presenta aquí en ia época
que alcanzamos. Porque así, el sentimiento religioso ha venido tan a me-nos
entre nosotros que se lo podía comparar (con el debido respeto) a
esas casas linajudas que han concluido en pinta y ven reducidos a polvo
sus pergaminos, arruinados sus grandiosos solares, rotos sus escudos,
esquilmadas las rentas y hechos unos pobres escrofulosos g anémicos 10s
últimos representmtes masculinos de la casa. El sentimiento religioso
ha dejado de ser desde una fecha qtre no es fácil determinar, el móvil na-cional,
el brazo derecho de la historia cle Espafia. Hállase concretado
a la vida particular, donde su existencia no es muy luciüa, tampoco, qur
digamnr, Act1.í-i. como eficaz agente en las relaciones privad.asj determi-nando
la vida más bien en lo externo que en lo moral; es ley afites que
sentimiento; fórmula antes que idea, y constituye un c6digo canónico
antes que una nómina espirituai. Por esto, no inspira acciones que salgan
6e la esfera de lo común; existe por herencia como las costumbres; pero
el tiempo lo gasta. con lenta acción, del mismo modo que gasta las cos-tumbres.))
W. H. SHOEMAKLaEsR c.,a rtas desconocidas de ..., 145-6.
48 SOLEDAD IMIR.4NDA GARCÍA
aspiraba a que el catoiicismo no fuera en Espaiia el torcector de
su rumbo hacia el progreso, sino su acicate. Noble ideal que es-tremeció
las almas de sus nejores criaturas literarias -:.
El Galdós regeneracionista tiene, como es sabido, su máxima
expresión en una novela en la que nosotros creemos advertir
Ltn mensaje al catol.icismo español de comienzos dei xx. La obra
se trata, como es lógico, de El caballero encantado. Las andan-zas
y desventuras del aristócrata Carlos de Tarsis, enamorado de
la joven bogotana Cintia y convertido en el Gil porquero por una
rnadre misteriosa, pensamos que son una alegoría -no un sím-bolo,
cosa muy distinta- de las peripecias del catoiicismo cie esta
,época, enzarzado en controversias bizantínas, incapaces de sa-tisfacer
las auténticas necesidades espirituales de la época, am-piiamegte
deficitaria Ge pathos reiigioso. La saiida del aristó-crata
a los campos miserables de Soria, Guada!.ajara, Segovia.. .
acomisañado del prrsonaje mitológico de :a Madre -símboio,
ahora sí, de España- y su purificaciór; mediante el dolor y el
sufrimientol era la vía ascética que el catol.icisxo hispano debía
emprender para su regeneración social. Y así como la última eta-pa
en la purificación del noble consiste e3 sir conversión en pez
en las aguas -también simbólicas y ius:ra!es- del río Tajo",
para que mediante el silencio alcance y merezca su riues70 bau-tismo
regenerador; así. el catolicismo espaiíol necesitaba de !a
labor callada y eficcz para volver a convertirse en savia dc la
España nueva 53.
A1 filo casi del término dc su vida l i ter~r iad, on Benito quiso
que en medio drl ruido atronador provocado por los pród.romos
de la ley del Candado y las campañas a fa~rory en contra de Ca-na!
ejas, en su última meditación espiritnal novelistica sobre la
patria entrañable sus destinos temporales y espir-itualrs se fun-diesen
a la manera como habían esiaclo siempre en ?a historia.
51 Cfr. tod.0 el capítulo XXIII 6.e la primera parte de Gloria.
-<-7 ;<-Al L*:U- Z L1AlGf iSUn . n a +b:l , I-I;U TlLC"J:Vn -p,-.+VA-I&i,, GIIL=, m' Tajo impetüím y valo-ni1
... En ti me limpio Ce e s a pegadiza roña de mi vejez; en ti recobro
mi hermosura y maj&zd..» El cabUlle7o encantado, 0. C. 111, 1121.
'? El personaje, y sobre todo el lar-ce, nos hace record.ar a Jacinto
San J=s< NiIio, fundador del movimiento «Por la Mudez a la Paz». AL DE-SIBES,
Pmábola del miufrago. Barcelona, 1970, 74.
506 A'\'UARIO Di3 ESTUDIOS ATLANTICOS
11. VISION HISTORICA DE LA IGLESIA EN ESPARA
Una vez observada la formulación que al tema religioso diq
el novel.ista grancanario, ancllizaremos seguidamente la inmediata
historia de la Iglesia nacional. El material emplead9 en esta
reconstrucción exige algunas salvedades. El elenento histhrico
tendrá en las distintas o b~a san alizadas un tratarirnto diferenre.
Desde el romántico del período jusenil de GaIdós. en los yiG el
pasado, incluido el contemporáneo, no pasa de ser en la nxyoría
de las ocasiones simple background, hasta su ut.ilizU.','"L ~ Oco~n1 0
part,e integrante del todo artístico, consiguienclo una auténtica
novela histórica a la manera de los Episodios. En la perfecta tra-bazón
del diseño concurrieron también causas concernientes a ia
evolutiva progresión d? la técnica. novelística. Tardó así, en efec-to,
en llegarse a una clara división entre e: cronista y el relator.
de la fábula, con la previsible ausencia de ((continuidad tohah
Otra aclaracion obligada resulta ser la atañente al nivel histórico
en que se sitúa el novelista en la visualización del pasado objeto
de su interés por la ubicación cronológica de su biografía o den-tro
de ella por las fechas en que se aproxima a un determinado
momento del ayer eclesiástico, v. gr., en 1891 con -4ngel Gue~rct
para reconstruir el término de la monarquía isabelina, o en Doña
Pe~f e c t aa cercándose a un pretérito casi coetáneo. De igual modo
hay aue concretar el nivel. historiogrgfico desde el que contem-pla
ese pasado más o menos inmediato, pero siempre con fuertes
resonancias en el presente cualesquiera que sea su estadio tem-poral.
Don Benito consumió largas horas en lecturas sobre la
historia contemporánea española, aunque en su asimilación y
empleo de ella por el autor grancanacio haya más de una tesis.
El fin del antiguo réginzeiz
El crepúsculo de este ciclo está trazado por Pérez Galdós en
dos importantes obras juveniles -pronto hablaremos de los Epi-
* G. GC'LLÓN,T anteos en el arte de novelar. ({C~iadernoHs ispanoame-ricanos
», 317 (19761, 380.
sodios- en las que se subrayan las lacras que desfiguraban 1.a
cara beatífica de la Iglesia. E1 abuso de poder, la injerencia con-tinua
en esferas ajenas a su misión, el mal uso de las riquezas,
el olvido de funciones esenciales de su ministerio c!? paz y con-cordia,
fueron para el escritor. canario notas sobresalientes de
la singladura de la Iglesia docente por la España de Carlos I T T
y de Fernando VII. Antes que una fuerza refrenadora de la cri-sis
fue un catalizador de ella. La juventud marchaba por derro-teros
opuestos a los que sus cuadros le trazaban; los grupos so-ciales
más en contucto con la acción de sus miembros estaban
éticamente corrompidos y con absoluta pérdi.3a de la visión de
sus debers comunitarios: sas propios componentes eran con fre-cuencia
motivo de escándalo en las personas honraclas por sus
r i r i n t - 7 mh r n o 1;nnnn;nc-n r. n ~ r > in , - l r i n n J r n m n ~ ~ ~ i r l T.i.1 ~ nii r \ r - l ~ n n nrrrnc
LVDL UUIML c3 u L c l l L L u a a a , L ualluu IIU U C ~ La Y ~ ~ 0 J0LJ .LU UUI u LVL L LS-ponde,
naturalmente, a una de las crecidas del senti~niento anti-ckricai
drl gran novelista, cuando la bestia negra 5el absolutismo
amargaba sus reflexiones sobre la narcha de la España de su
tiempo. Esta Iglesia débil y desbocada era vista como el prin-cipai
apoyo del d-espotismo borbijnico que llegabci a sulfurar el
tranquilo, semilinfático temperamento del. Gaidós juvenil y an-ciano.
Tanto La Fo?ztana de O.ro como El audaz son dos obras
muy representativas del pensamiento y la evolución novektica
de su autor, pero mutiladoras un poco de la realidad histórica
que reconstruyen y desde luego alejadas del. propósito de tota-lización
presente en la producción madura del escritor granca-nario.
La Iglesia, los eclesiásticos del primer tercio del siglo xor
ofrecerán, sin duda, las deficiencias y rn5cul.a~ pintadas por su
pluma; en ambas novelas son iodos los que están, pero hay algo
más de ella y de ellos que no están en las páginas de La Fontana
de Oro y El audaz. A~nbas tuvieron una orjentación al servicio
de unos ideales que podían. según su autor, transformar el
mundo j5.
55 La breve y reciente nota de S. G I ~ I Aes un modelo de miopía ana-iitica
al erripeñarse en saltar ma serie de anacronismos y futuribles im-procedentes
en cualquier interpretación historiográfica mínimamente res-ponsable,
Les cultures iberiaues en deaenir, «Essais publiés en hornmage
a la memoire de Marcel Bataillon (1895-1977))). París, 1981.
598 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
Dos años después de la aparición como folletín perioaístico de
El audaz, la Iglesiz que nos presenta a Galdós en la primera serie
de los Episodios ATacionales tiene una fisonomía diferente. Ya
hemos observado el distinto ritmo g planteamiento historiográ-ficos
con relación a su Corpus novelístico; pero en esta ocasión
el cambio operado lo atribuimos,