GALD6S Y LA RELIGIOSIDAD DE SU ÉPOCA (11)
P O R
SQLEDAD MIRANDA GARCfA
En términos sociológicos la Iglesia es una estructura de
poder; para sus creyentes, una estructura de salvación. Así con-cebida,
la Iglesia es pueblo de Dios, comunidad de creyentes,
pero ordenada de arriba abajo. Tiene, pue-S, una estructura je-rárquica.
Por consiguiente, se hace necesario comenzar nuestro
análisis con el más alto peldaño de la Iglesia docente. Los soli-deos
episcopales se hicieron ver en todas las manifestaciones
públicas y privadas de la sociedad española de la centuria ante
rior. Antecámaras regias, salones ministeriales, escaños parla-
L--I-I-~-I-A: -Z--I:L--~ ~ IU~--St-,x- Z i-i-x- l -u- ubI*: AL -~--G- :I-~-L --L..:-UA-JS-- , - - - -x- : - - - *: ---- ~UC;LGU~UGS~ GUKIULIILULL~;~~~S, ,
academias ... No existe en este fenómeno solución de continui-dad
alguna. Al protagonismo modesto y positivo del cardenal
de Borbón le sucederán el del obispo Abarca, los del primado
fray Cirilo de la Alameda y Brey, el de Claret, el de Moreno, el
A n- A - 1 i C: r r r rnr .n +r iAnn nll*r< m 3 . r - A:n+:-+~..o
UG .L' L. UGLGIUIU UUAU~LGL~. . . , LISUI aa ( r u u a n G L A ~ U LLLUJ u3lru1lra~
entre sí, pero de innegable influjo a la hora de marcar el rumbo
ideológico y político a los españoles de tiempo. Primero los pin-tores
--Gaya, Vicente López-, después los fotógrafos han levan-tado
acta notarial de esta presencia. Probablemente si se hiciera
2 SOLEDAD MIRANDA GA~cf.4
una encuesta visual entre los conocedores más superficiales de
la Restauración se identificaría a ésta con los dibujos y foto-grafías
que representan el natalicio de la mayor de las hijas
de Alfonso XII y de María Cristina o del juramento de ésta
como regente. Viñetas ambas llenas por capisal y los episco-pales.
El episcopado de Carlos IV
Nada más abrirse el siglo, topamos con un prelado ideado
por la pluma de Galdós en la tercera de sus novelas. Segura-mente
por mor del oficio confesamos nuestra simpatía hacia
esta obra, considerada, por otra parte con razón, por la crítica
cmm m retrncecn crin re!zciSn s? !E qm inacgmsru la cvmplvjrt
novelística de Galdós sólo dos años atrás, en que escribiera La
Fontana de Oro. Galdós estudió mucho el siglo XVIII, cosa igno-rada
por casi todos sus biógrafos. En un juego comprensible de
antinomias, la misma repulsión que experimentaba hacia él le
hizo analizarlo a fondo. Pese a todos 10s defectos, más de técnica
literaria que de enmarcación histórica, señalados en esta obra,
opinamos que don Benito encuadró con acierto -salvo alguna
que otra pincelada- la trama sernipolicíaca de El audaz Con-frontadas
con personajes de carne y hueso de aquel momento
histórico, muchas de sus figuras se tienen en pie. ¿Sucede así
con el vanidoso y pedantuelo P. Corchón, aquel fraile que tras
advertir los males en que se precipitaba la monarquía pisoteada
por Godoy ponderaría, a partir de su preconización por éste al
Obispado de Coria, la buena marcha del país dirigido por un
hombre sin par? ¿Se acomodaba, a lo que por la historia sabe-mos
del episcopado de Carlos IV, la facilidad con que en la
mente de aquellos personajes se premiaban con una mitra ser-vicios
más o menos inconfesables, pero siempre non sanctos?
¿La suerte que sus amigos preveían para el monje de Ocaña, Ja-cinto
Matamala, rompe los moldes historiográficos para entrar
en los del ámbito de la fabulación novelística? l. Los anales de la
1 B. PÉREZ GALD~SE:l AuW. Obras Completas, 1, 1975, 351, 395 y
passim.
524 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
GALD~S Y LA RELIGIOSIDAD DE SU ÉPOCA 3
época son pródigos en nombres de prelados cortesanos. La ascen-sión
meteórica debida a decisiones súbitas de reyes y validos no
fue infrecuente. Pero ello, como ha sido ya expuesto por Cuenca,
no autoriza a una caracterización global del episcopado del pri-mer
tercio del siglo xrx2. Es cierto que algún prelado, como
Ayestarán de Córdoba, debió su nombramiento de obispo auxi-liar
de Sevilla a una victoria sobre el «Príncipe de la Paz» en
un juego de ajedrez. La documentación atestigua que alguna
designación, como la del excelente pastor e intelectual Moxo
de Francolí, obedeció a un improptu regio tras escuchar su elo-cuente
palabra. Escritos y papeles coetáneos testifican que el
paisanaje o la amistad íntima contaron en demasía en la preco-nización
de al@n que otro prelado aragonés y extremeño. Pero
ello fue siempre la excepción. no la norma.
Galdós agrandó algunos de estos elementos; resaltó ciertas
piezas del complicado rompecabezas de las relaciones, al más
alto nivel, entre la Iglesia y el Estado en el antiguo régimen;
w ó coa maestría los recursos novelisticos que le era lícito utili-zar;
llegó a dibujar, finalmente, unas caricatura de la que es
aventurado decir que fuera más o menos irreal que el bucolis-mo
alarconiano.
No enmendó sus pasos -historiográficarnente hablando- el
jovencísimo y genial Galdós cuando pocos meses después de
El Audax comenzó su obra mem~rable de los Episodios. En el
segundo de ellos volvió a darnos una versión caricaturesca del
procedimiento de elección episcopal en la corrupta corte de
Carlos IV. Aquel clérigo parvenu y recién desenganchado de las
filas del contrabandisrno al que María Luisa de Parma desea
regalar una mitra, resume todas las ignominias de una triste
época ? Apostaríamos decididamente por su inexistencia real en
Sociología de una &te de poder de España e Hispanoamérica con-temporáneas:
la jerarquia eclesiástica (1789-1965), Cdrdoba, 1976.
((Ahora precisamente estoy en lucha con el para que me conceda
una mitra.
-¿Para mí recomendado el capellán de las monjas de Pinto?
-No; es para un tío de Gregorilla, la hermana de leche del chiquitin.
Ya ves: se le ha puesto en la cabeza que su tío ha de ser obispo, y ver-daderamente
no hay motivo alguno para que no lo sea.
-¿Y el príncipe se opone?
las filas de la jerarquía del momento, de la que la reina «galdo-sianan
tenía tan p6si.o concepto. Luces y sombras se proyecta-ron
sobre el cuadro ejpiscopal godoyesco, venciendo en algunas
oczsianes las últimas, pero nunca de manera aplastante y total.
En su fuero interno quizá lo pensase así el escritor grancanario
al simbolizar, en e! evento comentado, en la figura del propio
político extremeño las cautelas adoptadas por el Estado ante el
nombramiento de sus servidores, pues no otra cosa eran, en
ancha medida, !os gobm-imtes eclesiásticos.
Cruzan, pues, como ya vimos, los Episodios desde sus prime-ras
páginas mitras y báculos, a veces, incluso, atropelladamente.
El primero en hacerlo será una figura muy conocida y polémica
de la crisis del antiguo régimen. El esbozo realizado por Galdóis a
N
Scala no es atractiva '. Omitiendo adjetivos calificativos, con la 0
n-- m
O
E
-Sí; dice que el tío de Gregorina ha sido contrabandista hasta que se E
2
ordenó, hace dos años, y que es m7 ignorante. Tiene razón, y el candidato E
no es por su sabirhria ninguna lumbrera de la cristiandad; pero, hija,
cuando vemos a otros ..., y si no, ahí tienes a mi primo, el cardenalito de 3
la Escala, que ni aun para monaguillo le darían el exeqwtur. O-Pues
él [Caballero, ministro de Gracia y Justicia] puede dar la mitra m
E
por sí y ante sí al tío de Gregorilla. O
-No; Mane se opone, iy de qué manera! Pero yo he discurrido un
medio de obligarle a ceder. ¿Sabes cuál? Pues me he valido del tratado n
E secreto celebrado con Francia, que se ratificará en Fontainebleau dentro a
de ucos días. Por él dan a Manuel la soberanía de los Algarbes; pero
nosotros no estamos aún decididos a consentir en el reparto de Portugal, n
n
y le he dicho: ({Si no haces obispo al tío de Gregorilla, no ratificaremos
el tratado y no serás rey de los A1garbes.n E! se ríe mucho con estas cosas 3
O
mías; pero, al fin ..., ya verás cómo consigo lo que deseo.)) B. PÉREZ G d s :
La Corte de Carlos IV, O. C., Episodios Nacionales, Madrid, 1, 1971, 320-1.
"«E1 primero que tuve ocasión de admirar fue el cardenal de la
Escala, don L.is de Borbón, cdebre después por haber recibido el jura
mento de los diputados en la isla de León y por otros hechos menos hon-rosos
que irán saliendo a medida que avancen estas historias. No era el
señor caraenai hombre grave, cubierto de canas, prenüa naturai cie ia
edad y del estudio, ni representaba su rostro aquella austeridad que pa-rece
ha de ser inherente a los que desempeñan cargos tan difíciles; antes
bien, era un jovenzuelo que no había llegado a los treinta años, edad en
la cual Lorenzana, Albornoz, Mendoza, Siliceo y otras lumbreras de la
Iglesia española no habían a h salido del convento o del seminario.
526 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
GALD~S Y LA RELIGIOSIDAD 1)s SU ÉPOCA 5
sola acumulación de detalles reprobables o al menos negativos,
don Benito logra su prop6sito de darnos una imagen débil y des-vaída
de quien fuera arzobispo de Sevilla y cardenal primado
en el primer veintenio del xIx. Sino que si alguna concordancia
existe entre los escasos investigadores de nuestra historia ecle-siástica
del periodo es precisamente la de revalorizar la actua-ción
y papel desplegados por este miembro de la familia real,
que, sin señalar un vértice de santidad o inteligencia en el epis-copado,
fue sin duda gobernante prudente, alma caritativa, es-pañol
dialogante, hombre de iglesia comprensivo y con la mira-da
en el porvenir. La inquina que don Benito sentía por los
últimos Borbones absolutistas se traspasó a este desgraciado
----7 1 -... - ,,.r-:x r. .,, A,t, ,,,,,t,,, ,a1," A A, 1, l+,..-,
(;StiUEll¿%l, que BU11 LU IUGL LGLLLGLLL~G LVD ucasa~ uuca UG L a h U p a i a
de su tiempo 5. Por lo demás, no es raro ni sorprendente que
Verdad es que existía la costumbre de consagrar el cardenalato a los
príncipes menores que no podían alcanzar ningiin reino, grande ni chico,
y el señor don Luis de Borbón, primo del rey Carlos IV, fue en esto
uno de los mortales mas afortunados, porque con la leche en los labios
empezó a disfrutar las rentas de la mitra de Sevilla, y no cumplidos aún
los veintitrés, y mal digeridas las Sentencias de Pedro Lombardo, tomó
posesión de la silla de Toledo, cuyas fabulosas rentas habría envidiado
cualquier príncipe de Alemania o de Italia.
Pero cadsL cosa en su tiempo y los nabos en adviento. Lo que hemos
dicho era costumbre propia de la edad, y no es justo censurar al infante
porque tomase lo que le daban. Su eminencia, tal y como le ví descender
del Coche en el vestíbulo de Palacio, me pareció un mozo coloradillo,
rubicundo, de mirada inexpresiva, de nariz abultada y colgante, parecida
a las demás de la familia, por ser fruto del mismo árbol, y con tan insig-nificante
aspecto que nadie se fijara en 61 si no fuera vestido con el traje
cardenaIicio. Dan Luis de Borbón subió con gran prisa a las habitaciones
regias, y ya no le vi más ... Hubo un instante de mayor sosiego hasta que
el cocinero mayor exclamó con voz solemne: «¿Está la polla asada de su
eminencia el señor cardenal?» al momento funcionaron las cacerolas, y
la polla, con otros sustanciosos acompañamientos, fue transmitida a1
cuartn riel nhispo. b i d . , 512.
Merecen destacarse especialmente las muchas páginas que, de manera
directa o indirecta, le ha dedicado a la figura y a.ctuación pastoral del
purpurado, L. HIGUERUELAAlg.u nos juicios coetáneos -siempre elogio-sos-
de sus colaboradores se recogen principalmente en la obra del citado
investigador: El clero de Toledo desde 1800 a 1823. Madrid, 1979.
-Nc & yceri& rei;irgrme sin h y b ! ~CO~Y - 4 j e 8 Cham=rr~-.
Vengo de ver a su majestad y le he recomendado el asunto de las señoras
Núm. 30 (1984) 527
Galdós lo dibujara así. Fues pasó desapercibido para la historio-grafía
coetánea y fue en general piedra de escándalo para la
publicística sectaria de su tiempo. Así como sabemos las fuen-tes
orales en que bebió Galdós para su fresco del reinado isa-beiino,
desconocemos cuáles pudieron ser -cuando existieron,
hipótesis por la que nosotros nos inclinamos- las que le nu-trieron
de información de la Iglesia de la primera mitad de la
centuria. Sus continuas referencias a la Iglesia toledana hacen
sospechar de algún contertulio o amigo sacerdotal en las fre-cuentes
estancias de don Benito en la «Ciudad Imperial)}, antes
de sentirse atraído por las brisas cantábricas. Extremo éste, a
no dudar, muy importante y sobre el que apenas si se ha repa-rado,
por lo que nosotros hacemos expresa constancia de su
interés. Dejando a un lado las alusiones casi nominales al carde-nal
Lorenzana y a su futuro sucesor en la sede primada, el ca-nónigo
doctoral ovetense Pedro de Inguanzo ', el primer prelado
en irrumpir en el escenario de la segunda serie de los Episodios
será el anciano -para la época- obispo de Almería Francisco
Javier Mier y Campillo (1801-16) cuando, tras sobresaltos sin
cuento por no reconocer a José Bonaparte, fue nombrado inqui-sidor
general a la vuelta del {tDeseado». Durante un año presidió
los inciertos y lánguidos destinos del Santo Oficio. A pesar del
interés de Galdós para demostrar la fuerza del famoso tribunal
en el sexenio fernandino, los miembros pintados por don Beni-to
dan más la impresión de comparsas que de otra cosa. Son
títeres movidos por los hilos de la maquinaria del poder real.
La pluma galdosiana es cruel con el prelado. Uno de los retratos
más descaradamente anticlericales del escritor grancanario es
esta descripción de aquel mitrado, que se desenvolvía mejor por
los salones palatinos y los pasillos ministeriales que por las ári-das
tierras de su pobre diócesis '.
6 La Corte ..., 309, y Napole6n en Chamartin, E. N., 1, 558.
«Tenía el de Almería un semblante de angelical bondad, que al punto
le ganaba las simpatías de cuantos tenían la inefable dicha de tratarle.
Hombre menudillo y achacoso, no dejaba por eso de ofrecer un aspecto
patriarcal. Viéndole, se sentía uno inclinado a las buenas acciones, a la
mansedumbre evangélica, a la exaltación mística y a la piedad. No salía
de su boca palabra alguna que no fuese la misma devoción y un compendio
del Evangelio.
528 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
Confrontemos hasta dónde nos es posible realidad y ficcidn
artística. No sabemos mucho de este obispo, pero sí lo suficien-te
para poner en cuarentena algunas de las insinuaciones del
joven Galdós. Mier y Campillo anduvo incansablemente por los
inimaginables caminos de su sede en el quindecenio en que la
de Porreño; se presenta muy favorable; pero es preciso que me lo apoye
usted, pero que me lo apoye en forma. ¿Estamos?
-Descuide su ilustrisima -repuso el ex aguador-. Se atender5 con
mucho gusto.
-Tambic?n el señor de Artieda lo toma con gran calor -prosiguió el
príncipe de la Iglesia con ben6vola sonrisa- pero; no me fío de Artieda,
que es un poco falso. Usted es más formal, señor Collado ... ¡Ay, cómo
usted me descuide este asunto ... ! Son infinitas las personas de viso que
se interesan por esas pobres señoras. Aquí precisamente tenemos una. ..
-Es preciso hacer algo por los desgraciados -afirmó el inquisidor,
dando un suspiro y poniendo los ojos en blanco-. Esto es más que un
favor, señor Collado; es una obra de caridad.. . No me descuide tampoco
aquel asunto de mis primas, ¿eh?
-Puede su ilustrísima ir sin cuidado -replicci el ex aguador-. Todo
se hará.. .
-Señores -exclamó [Tomás Moyano, ministro de Gracia y Justicia]
declamatoriamente-, felicitemos todos al señor inquisidor general por la
merecida distinción con que acaba de agraciarle su majestad.
-Nada más justo -dijo Cevaiios, descifrando el enigma y haciendo
'una cortesía al digno prelado-. Su majestad ha concedido a su ilustri-
'sima la Gran Cruz de Carlos Tercero.
-¿Y eso era. ..? -balbució el pastor-. Pero ¿en qué están ustedes pen-sando?
... ¡Dame a mí la Gran C m , a mí, que estoy muy lejos de mere-cerla.
cuando hay tantos otros.. . !
-Fue idea mía, señores -dijo Moyano con vanidad indescriptible-.
Anoche lo propuse a su majestad, y al punto.. . Hoy he extendido el decre-to
-añadió, pasando la vista por un papel escrito-, y no le falta más que
la firma ... «En atencion a los méritos del muy reverendo, etc ..., y en
Premio de su humildad apostólica ... n
-En premio de su humildad apostólica -repitió Cevallos- me parece
admirable. Señor prelado, felicito a usia ilustrísima.
-iTodo sea por amor de Dios! -murmuró el obispo, juntando las
manos.
Nos inclinamos todos, y aquello fue un coro de felicitaciones y pláce-mes.
A1 santo y humilde pastor casi se le saltaron las Iágrimas de puro
enternecimiento. Yo estaba también muy conmovido.
-En vez de ocuparse en repartir cruces a los pobres viejos achacosos
-dijo el inquisidor, con ese tono de reprensión benévola y delicada que
Num. 30 (1984) 529
pastoreó de cerca. ¿Estuvo tan apegado a «las esperanzas cor-tesanas~
como nos lo describe don Benito? La renuncia a su
silla al comenzar 1816 no confirma ni desmiente tales miras
mundanas, pero indudablemente inclinan más a lo segundo que
a lo primero a.
se emplea para condenar aparentemente las cosas que más nos agradan-,
debiera usted ocuparse, cefior Moyano, en expedir de una vez ese decreto
en que su majestad nos concede el uso diario y constante de nuestra
venera.
-Es verdad -repuso Cevallos-; pero ya hemos tratado en consejo
este asunto. No se puede hacer todo de una vez.
-Se ha despachado primero la creación de la Cruz de Valencey -in-dicó
Eguía. a N
-La Cruz de los Pemns nos ha dado tsmbien mu&o WP hacer -afia&6 E
Moyano. O
-Y la Cruz de El Escorial. n -
=
-Pero la de los sefiores inquisidores quedará despachada bien pronto, f
y podrán usar su distintivo diariamente, como los cabaIleros de Calatrava E
2
y Santiago, a fin de que sean conocidos del pueblo, y respetados y consi- E derados como merece ese alto instituto. =
-La visita que su majestad nos hizo el otro día -üijo con dulma el $
prelado-, dignándose ver y fallar varias causas, sentado al lacio nuestro %
y compartiendo nuestras fatigas, debía señalarse con una distinción so-lemne
hecha al Supremo Consejo. Así entiendo yo la cruz que se me ha
dado, señores: se ha querido honrar a toda la corporación, honrando a
eSk indigno scldado de la Fe. Doy las gracias 2 los generosos amigos de su
majestad, que se han acordado de este humilde siervo de Dios; y pues
nobleza obliga, suplico a los señores ministros presentes que me acom-pañen
hoy a la mesa. n
-Yo acepto -dijo don Pedro Cevaiios, con cortesana desenvoltura-. 0
Desde el banquete que su ilustrísima dio al rey el día de su célebre visita, 5
corre por estos barrios la noticia de que el cocinero del inquisidor general
es uno de los mejores de Madrid.
-Un pasar decoroso y nada rn5s -repuso el prelado. Conque, señores,
¿no hay otro de ustedes que quiera hacer penitencia?
-Haréla yo también, señor obispo -dijo don Francisco Eguía- es-trechando
fervorosamente la mano que el reverendo le alargaba.
- p ~ r mi ~9 &sliraré a si2 ilijstp:si~~-P mlpif&,S Mqrznc
lleno de piedad cristiana. E1 despacho con su majestad será breve.
S e ñ o r duqire -dijo su ilustrísima despidiéndose-. Señor Collado,
señor Pipaón, mil bendiciones para todos y mil millones de gracias por
sus bondzdss». Memorias de un cortesa?zo de 1815. E. N., 1, 1327-28.
8 Por desdicha el episcopologio más reciente de la di6cesis de Airneria
dice: «Nada sabemos de su vida antes y después de su pontificado alme-
530 AArUPJGIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
Otro prelado celebre en los días de Cádiz, y de ingrata rne-moria
para los liberales españoles, sale igualmente malparado
del bisturí galdosiano. Pietro Gravina, nuncio en Espafia entre
1803-1816, atraviesa fugazmente por las páginas del citado Epi-sodio,
pero no lo bastante para que su figura en el cuadro dibu-jado
por don Benito no sea negativa. Mundanidad y narcisismo
son los rasgos que concentran la mirada del lector 9.
La jerarquia fernandina
Por tercera vez tenemos que recurrir al mismo episodio de
Memorias de un col"¿esano de 1815 para analizar una faceta ca-pital
de la más encumbrada política eclesiástica de la @oca. La
selección episcopal llevada a cabo por los gabinetes fernandinos
recibe una aportación de un vivo interés de la pluma bien docu-mentada
del autor de Fortunatu y Jacinta. En nuestro libro so-bre
la sociología del episcopado español e hispanoamericano
contemporáneo hemos marcado la diferencia entre los criterios
que orientaron los mecanismos electivos de la corona en los
períodos absolutistas del reinado de Fernando VII. En uno y
otro aquellos estuvieron condicionados por la necesidad de pre-miar
servicios a la causa del «Sacerdocio y el Imperio)) y lograr
un episcopado apiñado en torno al trono. Esta circunstancia
propiciaba la intervención de arrivistas y ambiciosos, así como
una variada gama de cohechos. El aspecto más doloroso y re-pugnante
de las preconizaciones queda ilustrado por Galdós en
la designación de Santiago Bencomo (su nombre es omitido por
don Benito) para la silla asturicense. El ascendiente de doña
Inés, mujer de rompe y rasga, (<ama» del burócrata más influ-yente
en el ministerio de Gracia y Justicia, fue burlado en esta
ocasión por e1 mandato imperativo y socarrón del monarca:
((Pero la mayor notoriedad del magistrado en cuestión no
era su sabiduría, sino su negra, una tal doña In&, ama de
llaves y gobernadora de la casa, de cuya intervención en
riensen. J. A. TAPIAG ARRIDOL: OS obispos de Almeria 66-1966. Almena,
1968, 67.
Memorias de un.. ., 1279; 1287.
10 SOLEDAD MIRANDA GARCÍA
los negocios públicos se habló durante mucho tiempo. Ha-bíase
captado de tal modo la voluntad de su dueño, que,
teniendo éste la clave de muchos nombramientos, túvola
ella también. Especialmente las mitras que se concedían
siempre a propuesta del Consejo fueron de tal modo mo-nopolizadas
por doña Inés, que ésta no abría la mano sin
que saliera de ella un obispo. Había previo convenio y
eclesiástico arreglo antes que una mitra fuese provista, y
era cosa sabida que ni el más pintado, aunque fuera el
mismo San Pedro, empuñaba el báculo, si antes no se
ponía a bien con la tal negra, impetrando y consiguiendo
su soberana gracia. Con este motivo ocurrió más adelante
un suceso curioso, que no quiero callar.
Vacó la diócesis de Astorga, y, siguiendo los trámites ;
ordinarios, fue presentado para la silla un sujeto cuyo E
nombre no hace al caso. Llevóse el decreto al rey para que
lo firmara y Fernando, que tenía felicísimas salidas de ati- n--
cismo cómico, leyó detenidamente el pliego, sonriendo con B
la socarronería que le era habitual. Estaba verdaderamente
cargado, como ahora se dice, de aquella ambición desrne-dida
de la negra de su amigo, y decidiendo emplear su ini-ciativa
y usar sus facultades con tanta insolencia usurpa- =
das, no colérico, sino con mucha calma y gravedad, tomó
la pluma, y al margen de la popuesta puso estas sencillas B
palabras, que constan en un archivo: «Será obispo de As- E
torga D. X... X ..., y perdone por esta vez doña Inés» lo.
O
n
Episodio ilustrativo y aleccionador en extremo de los tur-bios
manejos y corrección de la administración de la primer?, l
restauración femandina, pero también de la perspectiva del rey.
Cuando estaba comprometido o interesado en algún asunto im- E
portante, su elección solía ser acertada. El prelado no citado "
por Galdós era su casi paisano, el tinerfeño Santiago Bencomo,
confesor y capellán de Fernando VII, muy allegado a su persona
y correspondido por el soberano 11, quien lo designará para As-torga
-1-X-17-, muriendo en enero siguiente, antes de tomar
posesión de la importante y extensa diócesis leonesa 12.
IULa segunda casaca. E. N., 11, 24-5.
'1 {{Los ven como tenían antipatías, dada su posición política de muy
afectos a la persona de Fernando VII, entre los no adictos a este mo-narca
». M. MARREROR ODR~GUy EEZ. GONZÁLEZY A ~ s E: l Prebendado D. An-tonio
Pereira Pacheco. La Laguna, 1963, 65.
l2 P. RODRÍGUELZO PEZ: EpiscopoZogio asturicense. Astorga, 1908, IV,
532 AAri,TARIO DE ESTUDIOS ATLANTZCOS
El Trienio y la década ominosa tienen también obispos re-presentantes
en las páginas galdosianas. Del prelado catalán
Jaime Creus, obispo de Mallorca entre 1814 y 1819 antes de ser
trasladado a Tarragona, nos habla don Benito en un par de
ocasiones. Una al relatarnos los trabajos llevados a cabo por el
famoso Blas de Ostolaza 13, para lograr el obispado baleárico
ya citado, y otra al referirnos su idea de Seo de Urgel, al verse
acorraladas las tropas de la Regencia por las fuerzas de Mina.
La vis cómica del escritor canario se ofrece muy incisiva al des-cribir
a don Jaime caballero en su mula14, apremiado de tiern-ps,
o acongojado de angustia.
Con más detenimiento y profundidad analiza Galdos otra
figura muy polémica y controvertida del episcopado isabelino,
éste designado en 1823. Ministro universal de la Regencia, como
don Jaime Creus, de1 cual vino a ser en realidad su heredero y
sucesor, el obispo tortosino don Víctor Sáez se nos aparecerá
ya dibujado con sus principales notas en un espléndido primer
146-49. No puede tratarse del siguiente prelado, el grande y desgraciado
Martinez Riaguas (1819-18241, por ser de una fecha posterior a los sucesos
narrados por Galdós y debido también a que Fernando VI1 no lo conocía
personalmente. Sobre el liberalismo templado de este obispo, que quiso
hermanar el catolicismo con la libertad, llamó por vez primera la aten-ción
J. M. CUENCAT ORIBIOP:e dro de lnguanzo g Rivero (1764-1836),z iltimo
primado del Antiguo Régimen. Pamplona, 1965.
l3 La bibliografía sobre el célebre canónigo peruano va siendo ya ex-tensa,
aunque no por ello rebasa en muchos casos las coordenadas polé-micas.
Una última y novedosa visión de sus escandalosa estancia murciana
en F. CANDELC RESW: Clero liberal y absolutista en la Murcia de Fernan-do
VII. San Javier, 1978, 18 y passim.
l4 «No podré olvidar nunca la figura del arzobispo, montado a muje-riegas
en un mulo, apoyando una mano en el arzón delantero y otra en el
de atrás, y con la teja sujeta por un pañuelo para que no se la arrancase
el fuerte viento que soplaba. Es sensible que no pueda una dejar de reirse
e11 circunstancias tristes y luctuosas, y que a veces las personas más
dignas de veneración por su estado religioso exciten la hilaridad. Conozco
que es pecado y lo confieso; pero ello es que yo no podía tener la risa)).
Memorias de un.. ., 1284. Una biografía apologética, pero no desprovista de
interés es la de R. SALAOS LIVERABSi:o grafia de Z'E~cmo.i Rvdm. Dr. D.
Jaume Creus i Marti;Arquebispe de Tarragona, 1760-1825. Mataró, 1961.
plano del pemiltimo capítulo de Los cien. mil hijos de San
Luis 15.
Con mayor propiedad aún, y desde luego con mayor exten-sión
que el del confesor y cuasi factótum del monarca, Víctor
Sáez, la incisiva pIuma de Galdús abocetc los retratos de otros
dos célebres prelados de la última etapa del gobierno de Fer-nando
VII, cuya fama y celebridad eclipsaron las del obispo
tortosino. Obvio es aclarar que estamos hablando de Pedro
Abarca y fray Cirilo de la Alameda y Brea.
Las perialidades d.el antiguo doctoral de Tarazona a manos
de los gobernantes del Trienio f ~ ~ e r orenc ompemadas magná-nimamente
por el soberalo en 1824, incluyéndolo dentro de la
hornada episcopal qv-e pudiéramos denominar, aragonesa y car-lomardiana
''. Eombre de genio vivo, de temperamento adusto
y gran capacid.acl de trabajo, Abarca formó parte, junto con el
cardenal primado Inguanzo y el geiiera! de los franciscanos fray
Clrilo de la Alameda, Gel Consejo de Estado en los días en que
este organismo adoptaba dmisiones trascendentales para el in-mediato
porvenir de la naci6n. En sc seno jugó decididamente
la carta sucesoria de Don Carlos de quien se convirtió en men-tor
y guía. En sus mdanzac conspiratorias y dinásticas lo reco-gen
las pslginas de Los Apostólicos.
«Era el obispo de León, señor Abarca, absolutista furibun-do
de ideas y aragonés de nacimiento, con lo que basta
para pintarle. De consejero público del reino y atizador de
sus pasiones, pasó a la intimidad de Don Carlos y a la
dirección del partido de éste, llegando a ser más tarde Mi-
15 «-iSgez, el ministro del absolutismo! iEl que ayudó a Fernan-do
VI1 en su tarea de ahorcar a medic mundo!», La campaña del Maes-traxgo.
E. TJ., 11, 1337. Sobre el mismo pelad:, vid. también El 7 de julio,
N. E., 11, 23, y el capítulo mencionado en el texto, 363-4 y 396; estas últi-mas
páginas merecen leerse especialmente. Dos episcopoIogios se ocupan
extensamente de dicho obispo, R. O'CALLAG~VEp: iscowologio de la Santa
iglesia de Tortosrt, Tortosa, 1895, 238. {(Predicó el sermón de honras en
la muerte de NI: Luisa y le eligió para confesor suyo el rey Don Fernan-do
VIID,T . MINGUELAY AR~TDO:H istoria de la diócesis de Sigüenxa y de
sus obispos. Madrid, 1913, 111, 4fl1, este úItirno proporciona curiosísimas
noticias sobre su pintoresca muerte.
l6 J. M. CUENCAT ORIBIOS: ociologia de una élite. ..
534 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLdNTICOS
GALD~S Y LA RELIGIOSIDAD DE SU &OCA 13
nistro universal de la Corte de Oñate. El cura de la Bañeza
se diferenciaba de su pastor en lo de liberal, y se le iguz-laba
en lo de aragonés. Fuede suponerse lo que sería una
pendencia clerical y política entre dos aragoneses de so-tana.
El obispo tersía, entre otros defectos, el de los modos
ásperos, los procedimientos brutales y las palabras des-templadas;
el cura, sobre todas las máculas, tenía la de
ser algo m5s presbítero de Baco que sacerdote de Cristo.
Resistióse el cura a dejar la parroquia (que precisamente
estaba a cuatro pasos de la taberna); insistió el obispo,
salieron a relucir mil zarandajas canónicas de un lado, libe-ralescas
de otro, y al fin, convido el subalterno, escapó
una noche antes de que le cayera encima el brazo secular;
pero como hombre de ideas filosóficas, pensó que los libros
parroquiales, por ser expresión de la verdad, debían estar,
,eue 1, ,.,-.-J,rí m:nmm m- -1 Cnndn Ar\ ,.m nnmr\,, 17
C~UL~LU la vc~uaurr uixua, ~ r GrL rwiruw LAG uu ~ W U U I I .
Por su intencionalidad, más que por sus rasgos expresos, la
silueta de don Benito se acerca a lo siniestro. Una invariante
de toda la obra galdosiana es el repudio de sir autor por la
injerencia de Ia. Iglesia en el ámbito de lo temporal. No es:
pues, extra,ño que el escritor grancanario aprovechara el terre-no
abonado que le presentaba la historia de los aciagos días
finales de Fernando VI1 para encarnar en el inquieto prelado
los aspectos más desagradables y perniciosos de la intromi-sión
de pectorales y solideos en los asuntos dejados a la disputa
de los hombres.
Largo tiempo acompafiará la figura del obispo aragonés a
los lectores de los Episodios. Los consagrados a narrar las
peripecias de nuestro primer conflicto civil lo tienen también
como centro en varios de sus pasajes, tan grandes fueron el
protagonismo y la influencia del batallador prelado en el Cuar-tel
Real de Carlos M." Isidro, cuyo ánimo secuestró por com-pleto
hasta su muerte en el exilio bordelés en 1844 18.
I7 B. PÉREZG ALDÓSE: . N., 11, 654. Vid. igualmente, otros textos en pá-ginas
622, 634, 658, 662 y SS., y 671.
l8 Un faccioso más g algunos frailes menos, E. N., 11, 677; Vergara,
E. N., IV, 262. En intencionalidad agresiva el retrato del famoso obispo
hecho por Baroja supera al de Galdós. Vid. lo que dice de su situación
en los momentos que precedieron al Convenio de Vergara: «El obispo,
inconsolable como Calipso porque habían prendido a su amigo y confi-
Núm. 30 (1984) 535
14 SOLEDAD MIRANDA GARCÍA
No menos relieve y trascendencia adquirió en toda la histo-ria
del reinado fernandino y del de su hija el «andariego» fran-ciscano
que respondió en el siglo al nombre de fray Cirilo de
Alameda y Brea. Personaje rocambolesco, difícilmente podrá
encontrarse en el episcopado español contemporáneo -diría-mos
también del mundial- un paralelo que se acomode, aunque
fuese de lejos, a los incontables acaeceres y peripecias de su
fantástica vida. Galdós lo incluye ya en sus Episodios en los
días en que vuelto de América comeilzaba, desde su prepon-derante
Iugar de superior de los franciscanos, a tejer una am-plísima
red de influencia en los ambientes cortesanos y polí-ticos,
sin omitir la especie propalada algo más tarde de su per-tenencia
a la francmasonería, negada resueltamente por fray
Cirilo.
Niembro también, como ya dijimos, del Consejo de Estado,
a partir de 1826 sus posiciones se decantaron hacia el carlismo,
por lo que, debido sin duda a la presión de M." Cristina, fue
designado en 1831 para la sede de Santiago de Cuba. Abierta la
guerra en la península, retornó a ésta, disputando en el campo
del ({Pretendiente))e l valimiento y el poder al no menos enérgico
y ambicioso, pero menos capacitado, Pedro Abarca. Después de
un largo exilio fue designado en las hornadas de la reconciliación
nada menos que para la sede burgalesa, de la que sería trasla-dado
a la primada diez años más tarde, ocupando ésta por tres
lustros más. A la vista de esta trayectoria es comprensible la
fascinación que fray Cirilo ejercía sobre novelistas y escritores.
Galdós no escapó a elIa y mil veces reaparecerá en numerosos
pasajes de los Episodios casi siempre descrito con pincel veraz.
dente fray Antonio de Casares, fraile inquieto y turbulento, no quiso
hablar nada ni manifestar sus opiniones. Se entregaba a los cuidados de
su querida amiga doña Jacinta Soñanes, alias la Obispa ... El canónigo
Echeverría profesaba a Maroto odio frenético, uno de esos odios de curas
reconcentrados e implacabIes,
Avinareta, al oir a Iturri, que le contó lo hablado en las visitas, se dio
cuenta clara de que el eclesiástico, impulsado por el odio, provocaría la
rebelión de los navarros. Al marchar a su hotel, don Eugenio comenzó
a. tomar las disposiciones necesarias para dar el golpe ya meditado desde
febrero)). P. BAROJAL: a nave de los locos. Obras Completas, Madrid, IV,
1948, 348-9.
536 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
Alameda nos introduce ya en la histórica siguiente a la crisis
del Antiguo Régimen, por lo que tal vez sea necesaria una breve
puntualización sobre el valor científico de su análisis de la Igle-sia
jerárquica del momento.
Enjuiciados o imaginados con ostensible parcialidad, el en-marcamiento
histórico de los prelados silueteados más arriba
se ajusta a la actuacióln real de varios obispos del reinado fer-nandino
en los que la política se impuso siempre a su oficio
de pastor. La distancia cronológica que media entre El Audaz
y los Episodios de la primera e iniciales de la segunda serie,
quizás no sea suficiente para ver el diferente tratamiento de que
son objeto los prelados por Galdós a la luz de una maduración
de la inteligencia de éste o de un ensanchamiento de su cultura
mtoriogr&fica. Corno c=ji-nprobareiiios iIi& a&iarlte,
año separa al obispo de Orbajosa de don Angel Lantigua y nin-guna
semejanza puede trazarse entre ambos. Quizás la explica-ción
de este distinto procedimiento debase a lo ya resaltado
res.p e. cto a otras parcelas de la obra galdosiana. Los Episodios --e L;,"+,...:- S.-.h..lh.a- --..- .-,; ,,--..,. L-4- 1,.
YUl32GLUI l DGL I I L D ~ U L I&~ auuiaua,~ G L U ~ UCDÚUU D L G ~ L L ~ L G uaju L a
tutela de Clío 19. A las novelas les dio vida el empeño de conver-tirlas
en un fresco de la existencia española del XIX, trazado con
imaginación y una dosis variable de veracidad histórica2'.
Los obispos isabelinos
En la etapa isabelina también Galdós se consagra al trata-miento
intensivo y extensivo del tema episcopal. Los lectores
time= grabad= !m carsctvreu de do2 h g e ! Lantig!u, tio Ue !a
heroína de Gloria. Su papel se revelará esencial en la trama y
desenlace de la novela. En la primera parte de la obra don
Benito le hace pastor de cierta sede episcopal andaluza, de la
que pasará a una cardenalicia en la misma región, que no puede
19 Vid. las atinadas observaciones de C. SECOS ERRANOSo:c iedad, Lite-ratura
y Politica en la Espaiia del siglo XIX. Madrid, 1973.
20 Cfr. el excelente libro de H. HINTERHAUSELRO: S Episodios Naciona-les
de Benito Pérez Galdós. Madrid, 1963.
ser otra que la hispalense 'l. Ya hemos dicho que Galdós conocía
bien la crónica episcopal de su tiempo. Una nueva prueba de
ello la encontramos en que por los a6os en qde se sitúa la acción
de Gloria -mediada la década de los 60 pero antes de la «Glo-riosan-
regía la silla isidoriana don Luis de la Lastra (1863-
18761, oriundo de la misma región en que -sini nombrarla- se
coloca el escenario del libro. No queremos decir con ello que
el escritor canario se inspirase en la Lastra y Cuesta para su
obispo, aunque algunos rasgos de entrambos fueran algo co-munes
22.
Pocos prelados de los que rigieron la Iglesia española en el
ochocientos poseyeron un conjunto de virtudes superior a Lan-ti,-.
Apolítico por completo, modesto y bondadoso en extremo,
s=!fzitu & su gel;, zstero sdmo. =el i-,&t~ ga,l&jsiaiio
se despre2de que su. cultura religiosa no constituía un pmto
destacado de su personalidad. Acierto también del novelista, que
ponía al descubierto uno de los fallos más llamativos del epis-copado
ochocentista. Bien cierto es, empero, que el creador no
t&a taxpoce um, c~~ltii&ras co!!mtu, zlmque er, m&eria reE-giosa
estaba, en líneas generales, bien informado, salvo en teo-logía,
punto en el que don Ángel mostrar2 igualmente un acerbo
mínimo. La cuestión se presta a un comentario, que nosotros
reduciremos al máximo con objeto de no perder de vista el
horizonte de este trabajo. Los escasos estudiosos de la ciencia
eclesiástica española del xur están de acuerdo en señalar el re-troceso
padecido por aquélla en esta centuria23. Se vivía de tra-ducciones
francesas, no siempre bien hechas y actualizadas. Los
obispos de la generación de don Ángel no se distinguieron por
el cultivo de dicha ramm de1 saber. E1 Concitk TJs?ticing I !O
descubriria con patencia =.
Así pergueñada la figura de Lantigua no se presenta como
ex%emporánea en el conjunto de un episcopado grisáceo y tra-
'l O. C., 1, 525, 531: 636, 698.
m J. A~owsoM ORGADOP:r elados sevillanos. SevilIa, 1907.
23 Muy desdibujada e imprecisamente se está ocupando del tema el
sacerdote D. Baldomero Luque.
24 J. M. CUENCATO RIBIO: Iglesia y burguesia en la España Liberal. Ma-drid,
1979.
538 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTZCOS
bajador. Presumiblemente Galdós quizá subrayara con ella su
adhesión particular hacia los pastores ajenos a las luchas po-líticas
y a los conflictos que desgarraban el catolicismo español.
Si en su misión pastoral el &ito no acompafiaba a veces a sus
buenas intenciones, su responsabilidad quedaba exenta, como
don Benito hará con su prelado en las últimas líneas de la
obraz5. La historia testimonia que en los decenios centrales
del XIX existieron prelados de talante idéntico a la criatura lite-raria
de Galdós. En pleno remolino de pasiones y críticas, éste
quiso con ella levantar un tributo de admiración al episcopado
y al clero despolitizado en su conjunto, reforzado, como ya vere-mos
en su siguiente novela, con una alabanza casi panegírica
a los sacerdotes entregados sin reservas a la cura de almas.
P e r ~tm bi6i existim 9hispos carric e! que regis !es destims
de Orbajosa. Con un toque perfecto, don Benito no nos presenta
nunca corporeizado a este prelado, pero sí nos relata sus accio-nes,
plenas de intransigencia y soberbia 26. Así corno se ha podido
identificar a Ficóbriga con Castro Urdiales, no ha podido llegarse
mismo r e ~ ~C lC !at~ - ~&i~~~~iS~fi & 1~ &&C1_ en qcp t rms -
curre Doña Perfecta. Cualquiera de las viejas ciudades episco-pales
no radicadas en capitales de provincia podía ser su locali-zación.
Apostaríamos por los datos que da Galdós por Coria,
pero también podía ser Ciudad Rodrigo, Osma, Plasencia, Si-güenza..
. 27. En la Mancha se destacaron siempre brotes de un
25 ((Recordaba siempre con amargo disgusto los sucesos del Sábado
Santo de aquel año y la problemática conversión ..., ¿pero qué hacer,
santo varon, en medio de la terrible batalla de las conciencias? Si en
aquel día no entró alma nueva en el rebaño, no fue por capa del digno y
solicito pastor)). Gloria, O. C.; 1: 698.
26 ((-LO que yo aseguro.. ., vamos si te has de ofender no sigo ..., lo
que aseguro es que muchas personas lo advirtieron esta mañana. Notá-ronlo
los señores de González, doña Robustiana, Serafinita; en fin ..., con
decirte que llamaste la atención del señor Obispo ... Su Ilustrisima le dio
las quejas esta tarde en casa de mis primas. Díjome que no te mandó
plantar en la calle porque le dijeron que eras sobrino mío.» Doña Per-fecta,
0. C. 1, 439.
27 Aunque nosotros no nos inclinamos por su hipótesis, un buen co-nocedor
de ciudades ha escrito lo siguiente: «Sin embargo, por eso, por
ese mismo anonimato, yo creo que Burgos encarnaba ingenere, mejor que
otras, esa ciudad arcaica y retrógrada, donde una tradición gloriosa se
Núm. 30 (1984) 539
18 SOLEDAD MIRANüA GARCÍA
carlismo militante, pero la diócesis de Ciudad Real era de muy
reciente creación, y a su primer obispo, don Victoriano Guisa-sola,
de modo alguno cabe emparejarle con el de Galdós". Cos-me
Marrodan, de Tarazona, o Pedro Casas y Souto, de Coria-
Plasencia, pudieron, entre otros, estar presentes en la retina
de don Benito a la hora de escribir la novela que le consagrara
como novelista de cuerpo entero.
En los Episodios atañentes al triunfo y consolidación del sis-tema
constitucional, esto es, los que constituyen su tercera y
cuarta serie, se delinean los perfiles de algún que otro prelado,
en especial, Claret, cuya larga sombra se proyecta sobre buena
parte sus páginas. Antes, sin embargo, de detenernos en él glo-había
anquilosado hasta convertirse en una caricatura de sí misma. Quién
sabe si Galdós no tuvo presente a la Caput Cmtellae cuando imaginó la
Orbajosa de Doña Perfecta ..., ... Volví a pensar si la Orbajosa de Doña
Perfecta, apiñado y viejo caserío asentado en una loma con las viejas y
negras torres de un despedazado castillo en lo más alto, una hermosa
catedral, una hidalga calle del condestable y algunas huertas junto al. río,
única frondosidad que alegraba la vista, sería un Burgos en pequeíío,
pues no pasaba de 7.324 habitantes, aunque contaba con sede episcopal,
Juzgado, seminario, depósito de cabaiios sementales, instituto de segunda
enseñanza y otras prerrogativas oficiales. Pero tengamos en cuenta que,
según el censo de 1821, cuenta Burgos con 11.628 habitantes, que en 1847
suben a 15.625, y en 1857, a 26.086 (datos tomados del libro de NAZARIO
GONZÁLESZ. , J.: Burgos. La ciudad marginal de Castilla), y que, por lo
tanto, no era mucho mayor que la hipotética Orbajosa cuando se relata la
triste historia de Pepe Rey)). Apud., F. CHUECAG OITIA: La ciudad galdosiana,
((Cuadernos Hispanoamericanos», 230-2 (1970-711, 99, 106-7. Por su parte,
R. GULLÓW centra el tema al exponer que: «La fábula acontece en Orba-josa,
ciudad que algunos curiosos han buscado en el mapa de España,
ateniéndose a los datos del texto, vacilando entre las que tienen obispado
y no gobierno civii, ciudades ievíticas iai menos en el tiempo histórico de
que la novela trata), y votando por Coria, Astorga, Burgo de Osma ...,
según preferencias respetables, pero fútiles. .. Ocioso, digo, desde el punto
de vista de la Crítica, pues la novela es lo que es y en nada altera su
sustancia el hecho de que la materia haga recordar tal o cual punto de
la Península». Técnicas de Galdós, Madrid, 1970, 34-5. " "S >&tima que el úitimo estudioso de ia figura de este preiado
asturiano se limite a reproducir la biografía publicada en el «Boletín Ofi-cial))
de la primera sede en 1882. J. JIMÉNECZO RONADeOn, Cien años del
obispado priorato de las órdenes militares. Avance para Ea historia. Ciudad
Real, 1977, 171-75.
540 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLmTZCOS
saremos en rápidos apuntes los restantes prelados isabelinos que
desfilan por estas series de los Episodios. La secularización del
cura Merino reunió en la capilla de muerte del regicida a dos
conocidos jerarcas de la Iglesia ochocentista, andaluces ambos,
pero de muy distintas cualidades. Uno fue el prototipo de prín-cipe
de la Iglesia más atento a su encumbramiento personal y
a la evolución de los acaeceres políticos que a sus tareas pasto-rales,
delegadas o abandonadas por completo muchas veces.
Tal fue Juan José Bonel y Orbe, primado de las Españas en el
decenio 1847-5729.C ascallana, por el contrario, fue un celoso y
culto pastor, consagrado con ahínco a sus deberes ministeriales
desde los días en que fuera el último rector de la Universidad
ursaonense hasta su muerte al frente de la sede malagueña. En
el retrato del cardenal, la penetrante pluma de don Benito se
muestra evasiva, aludiendo al primado con líneas excesivamente
superficiales. Sin ahondar mucho en la sicología de uno de los
primeros cultivadores de la elocuencia eclesial española de la
primera mitad del x1x3', la pluma galdosiana acierta, sin em-bargo,
a ofrecernos alguna cualidad fundamental de Cascallana,
como era su bondad 31.
Las tensiones provocadas en el mundo eclesiástico y político
por la búsqueda de un acuerdo concordatario que sustituyera
al firmado por Benedicto XIV y y Fernando VI, fueron anali-zados
con cierto detallismo por Galdós. Con perspicacia que hoy
nos sorprende percibió el escritor grancanario toda la trascen-dendencia
que para el consolidamiento de la nueva sociedad y
los futuros destinos del país tuvieron las negociaciones que con-dujeron
a la firma del pacto en marzo de 1851. Sin dudas de
ningún género, los estudios realizados hasta el momento acerca
de tan importante capítulo de la historia social y eclesiástica
de la España de mediados del XIX verán ensanchadas sus di-
29 Prdximamente aparecerá un sólido estudio sobre la figura de este
cardenal granadino debido a Eva Martín López.
Vid. Las curiosas noticias que sobre el sistema que tenía de memo-rizar
sus prédicas y discursos este buen sacerdote en L. RAM~RDEEZ L AS
CASAS DEZA: Memorias de Luis Maria Ramírez de las Casas Dexa. Córdo-ba,
1977.
La revolución de julio, E. N-, 111, 844-7.
Núm. 30 (1984) 541
mensiones y fortalecidas sus bases documentales con la incorpo-ración
de las visiones galdosianas teñidas, como siempre, de
una parcialidad inferior a su agudeza y lucidez.
Pero a nosotros sólo nos interesan en este momento los je-rarcas
eclesiásticos, a los que don Benito hace intervenir en su
relato. Tres son los principales. Novela e historia se confunden
en el pergeño del muy famoso obispo cartagenero del Trienio,
Antonio Posadas Rubín de Celis; del de Córdoba y futuro car-cienal
de Sevilla, Manuel Joaquín Tarancón y Morón, y de To-más
Iglesias Barcones. Los elementos literarios introducidas
por Galdós provienen de las opiniones dispares mantenidas por
el Madrid político y cortesano respecto a la muy célebre M. Pa-a
trocinlo y su ascendiente sobre el ánimo del rey consorte, Fran-cisco
de Asís. Los <(duendes de ia carnariiian tejen y destejen
intrigas de arroyo en las que se ven metidos los mas altos per- o
n -
sonajes palatinos y gubernamentales. La oposición del patriarca m
O
E de Indias Rubín de Celis, el ya mencionado prelado asturiano, a E
2
las por él consideradas supercherías de la monja milagrera E
desencadenará la ofensiva de los partidarios de ésta para des-bancario
de su sitial y sustituirlo por un clérigo polizonte y adic- 3
to. Leyenda y realidad se mezclan en este episodio y en la descrip- -
0
m
E ción del Patriarca, cuyo liberalismo de vieja cepa atrae a Galdós, o
quizsi en exceso, como lo demuestra la versión extremadamente
favorable a su salida de España en 1823, por no doblegarse, n
E según el escritor, a las imposiciones del restaurado absolutis- -
a
mo ", como el antiguo prelado murciano no dejó de tocar ningún n
registro con tal de permanecer en España; de la que fue expul-
«-¡San Caralimpio! Yo empiezo por el fin y acabo por el principio, 3
O
a causa de tener mi pobre cerebro del revés, como es uso entre cesantes ...
Vamos al caso: usted sabe que la madre Patrocinio bebía los vientos
por destituir al señor patriarca de las Indias, don Antonio Posadas Rubín
de Celis ... Nunca le perdonó a este señor que se burlara de las Ilagas y
las calificara, como las calificó, de farsa indigna de una nación católica ...
El odio de su caridad levantó gran polvareda contra el prelado, por si
era o no era de la cascara amarga. Se decía que en 1823, gobernando la
diócesis de Cartagena, renunció a la mitra o se fue a la emigración por
no bajar la cabeza ante el absolutismo ... Esto le imputaban, y del tal
modo atronaron los oídos del Rey y de la Reina, que, al fin ..., usted 10
sabe ... le largaron el cese al Patriarca, y en su lugar fue nombrado clon
Nicolás Luis de Lezo, confesor de la Reina Madre, el cual se endilgó la
542 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
GALD~S Y LA RELIGIOSIDAD DE SU BPOCA 21
sado finalmente con exoneración de su sede en uno de los actos
de más exacerbado regalismo de toda la historia de la Iglesia
~e n i n s u l a rV~u~e.l to a ésta durante la regencia de María Cris-tina,
fue colmado de honores por los sectores progresistas que
verán en él una de las figuras más destacadas, por su trayec-toria
y cultura, de la jerarquía decantada del lado isabelino.
Arzobispo de Valencia en 1835, vocal de la famosa Junta Ecle-siástica,
sustituyó a Semmanat al frente del patriarcado de In-dias,
tras no aceptar su designación por Espartero para la sede
primada. Malquisto por Roma, este ultimo rechazo le volvió
el favor de la Curia y el Papado. Es en estos instantes cuando
Galdós lo hace entrar en la escena de los Episodios.
Otro prelado tachado también de liberal en los días del abso-lutismo,
el antiguo rector de la universidad vallisoletana, Manuel
Joaquín Tarancón y Morón, se recorta con perfiles verídicos
sobre el escenario de la obra galdosiana. Después de rechazar
en 1836 su nombramiento como obispo de Córdoba, aceptaría su
designación cuando en 1847, en la primera y amplia hornada de
los obispos isabelinos, veía ratificado su nombramiento por
común acuerdo entre la Santa Sede e Isabel 11, de la que había
sido preceptor 34. Más insignificante, en puridad casi una alu-sión,
es el lugar ocupado por el obispo de Mondoñedo, Iglesias
y Barcones, en toda esta tramoya levantada por las intrigas y
contraintrigas de aquella corte de los milagros que fue la de
Isabel II en tiempos, en especial, de la preponderancia de sor
Patrocinio sobre el rey Francisco. Dicho obispo sustituiría a
Rubín de Celis, siendo un modelo de prelado cortesano, como ha
estudiado con amplia documentación Mateo Martínez Fernán-dez
en su tesis
sotana morada antes que de Roma vinieran las bulas .. Usted sabe que
lo que vino de Roma fue un soberano rapapolvo desaprobando todo lo
hecho y confirmando en su puesto al señor Posadas y Rubín de Celis ...
Usted sabe que ... » Los duendes de Zn camnrilla, E. N., 111, ??s.
Tesis doctoral bajo la direcci6n de José Manuel Cuenca Toribio,
defendida en Ia Universidad de Murcia, 3 de octubre de 1979, de próxima
publicación.
LOS duendes de la ..., 375.
35 Aún no publicado, el autor ha dado a la luz varios de sus capítulos:
«Un cisma en el vicariato castrense durante el reinado de Arnadeo. Res-
Núm.' 30 (1984) 513
Hombre discutido hasta el paroxismo en su tiempo y en la
posteridad, apenas si hoy la personalidad de Claret está siendo
rescatada para un conocimiento historiográfico veraz y riguroso.
Adelantándose mucho tiempo a la palinodia entonada por Azo-rín
a propósito del mismo personaje, Galdós cambiará su en-foque
al enjuiciarle en sus primeros escritos periodísticos y al
recrearlo en sus Episodios. En unos y otros las alusiones serán
siempre parafrácticas, formuladas en un lenguaje críptico, que
emplea la insinuación y la elipsis 36. Atribuyéndole tácitamente
los desvaríos de que dio muestras la Corte con motivo del reco-nocimiento
del reino de Italia por el último gobierno odonellista,
Galdós no cerrará oídos frente al alud de mentiras que la actua- a
ción del arzobispo catalán provocó en los sectores progresistas
y radicales del momento, aunque sin aceptar las versiones defor-madas
de unos y otros sobre su nefasta influencia en el ánimo -:
de la reina. AI menos parcialmente, don Benito se detiene en los E
Episodios ante una recia figura de innegables virtudes e incan-sable
celo apostólico, pero también tosca y desmesurada ". -E
7
ponsabilidad de Primn. Actas de las I Jornadas de Metodologia. Santiago,
IV, 1976, 319-26, y ((El cisma de Pulido (1870-1872)))S. criptorium Victoriense,
XXI (19741, 5-69.
3"arváex, E. N., 111, 723; Prim, E. N., IV, 26, 39, 43, 102; La de los
tristes destinos, E. N., IV, 165; España trugica, E. N., IV, 411.
31 Un claro ejemplo de esta ambigüedad es el siguiente: ((Aquel día no
pudo Ibero adquirir las deseadas noticias. -Muñiz no se acordaba ... Revi-saría
sus papeles.. . Dos días después le encontró muy inquieto; acababa
de llegar a la calle, sofocadisirno y tenía que salir sin perder minutos, y
correr a casa del general Gándara, con quien estaba citado para visitar
juntos al padre Claret. Véase el caso en la desgraciada intentona del 3 de
enero, los Cuerpos de Caballería comprometidos en Alcalá no llegaron a
pronunciarse porque les cogió en el momento crítico el general Vega
Inclán, y la cosa se arregló, como si dijéramos en familia. Echóse tierra,
que es en ocasiones la mejor compostura de estos descosidos de la Orde-nanza.
Pero toda la tierra echada con generosa espuerta no bastó a cubrir
a un capitán y a varios sargentos de Cazadores de Figueras, que se
habían comprometido públicamente sin la cautela y cuquería que los
demás usaban. Pagaron por todos los puntos una Justicia desigual, escar-mentó
a los menos avisados; un Consejo de guerra condenó a muerte al
desgraciado capitán Espinosa y a varios sargentos. Intentaron algunos
progresistas salvarle la vida y anduvieron de O'Donnell a Pilatos y ck
544 ANUARIO DE ESTUDIOS ATZÁArTICOS
Prelados del Sexenio
El Sexenio revolucionario está lleno todo e1 en la obra gal-dosiana.
Los Episodios, que se inspiran en el devenir de aquel
,@bullente período, proporcionan algún estimable dato para el
estudio del episcopado de la época. Más que en la semblanza
de los prelados -a veces verdaderas instantáneas: Cuesta, Mo-nescillo-
su interés reside en la longa mano de la política
episcopal, que se ve reflejada en la actuación de los sectores
carlistas en lucha abierta contra los diversos regímenes que se
sucedieron en Madrid. Al lado de ello merece destacarse una
breve pero muy aguda alusion a los intentos por parte de la
monarquía amadeísta de romper el bloque monolítico de Ia
oposición religiosa, representada en esto mancomunadamente
por alfonsinos y tradicionalistas a través de m entendimiento
directo con Roma, para romper, mediante una amplia leva epis-copal,
el impasse a que se había llegado entre Madrid y la Santa
Sede.
«-Le ha llamado -me dijo Mariclío- porque a esta bue-na
señora le ha dado ahora por hacer obispos. Cree con
esto desarmar a las damas católicas que le han declarado
la guerra. Equivocada está de medio a medio, porque
aunque propusiera una hornada episcopal de sacerdotes
virtuosos y entendidos, el Papa no los aceptaría.. . Así lo
dije ayer a doña María Victoria, y ella me aseguró que
secretamente, sin que lo supiera Don Amadeo ni Víctor
Manuel, había tendido un hilo de inteligencia con el Vati-cano,
y por este hilo le habían dicho que sí, que propu-siera
... iAy, no sabe esta buena señora con quien trata!
Yo le dije: "no te fíes. Suponiendo que Pío IX entre por
el aro no te preconizará más que obispos carlistones, afec-tos
a él mas que a ti y a tu marido. Hija mía, no te metas
Caifás a posada Herrera sin hallar misericordia. En la desesperada, Muñiz
discurrió acogerse a los sentimientos cristianos del padre Claret. Este
buen señor se puso muy compungido cuando Muñiz y Gándara solicitaron
su intercesión en favor de los reos. Prometió hablar a la reina; pero si
en efecto intercedió, no le hicieron caso)). Prim ..., 102.
24 SOLEDAD NIRAND.4 GARCÍA
con Roma, ni creas que amansarás a las apostólicas da-mas
poniéndote todos los moños del catolicismo y del
papismo.. . "»
Todo el jugoso texto transcrito se halla cuajado de agudeza
y sagacidad. El intento atribuido a la buena reina Doña María
Victoria persistió en los hombres de la República, sin lograr
finalmente arribar a buen puerto siquiera cuando con Castelar
llegó a darse prácticamente por Roma luz verde a todos los
planes españoles. Como en tiempos del Trienio y de la década
de las Regencias, algiin sacerdote aceptó la designación episco-pal
llevada a ca3o unilateralmente por el gobierno español. El
pleito entablado entre la monarquía y el Vaticano fue ruidoso,
c m la victeria, disc adv!~lr,te, de lw Umts Sede. Smprenc!e;nlte-mente
a primera vista, las relaciones de ésta con Madrid evo-lucionaron
a favor del restablecimiento de la normalidad a raíz
de implantarse la primera República. Ambas partes flexibiliza-ron
sus posturas y en las postrimerías del régimen todo estaba
d&p-~&n para una 2.vene.ncja -nt,re ellas sobre la hase rJ^ i~n_a
amplia reorganización episcopal, en la que el regalismo hispano
viera mermadas sus pretensiones. El golpe de Pavía frustró, en
parte, el curso final de dichas negociaciones, si bien por el Con-sistorio
de 16 de enero de 1874 se llevaba a cabo una amplia
remodelación en la cúspide de la Iglesia, con sendas protestas
del gobierno de Serrano y del duque de Madrid.
«-Ya sabes -añadió- que sin la aquiescencia de Roma
nombraron arzobispo de Cuba al padre Llorente, íntimo
de Martos, y obispo de Cebú al amigo Alcalá Zamora, de-mócrata
de buena cepa, que siendo diputado en ias Cons-tituyentes
del 69 votó la libertad de culto vestido de clé-rigo.
Sabes también que el Papa se negó a preconizar a
estos prelados, y que han pasado largos meses sin que el
gobierno español y el Vaticano se entiendan.
-Ya, ya lo sé -contesté yo-. Dicen que Pío IX está
-ac1u: - -l2g=-l2w- - - smiu- .
-Naturalmente -repuso mi amigo-; lo está siempre
que no puede tener a los países catóiicos bajo su sandalia.
El nuestro se las mantiene tiesas con Roma desde el 68, y
Amadeo 1, E. N., IV, 525-6.
546 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
por eso el Pontificado ha tenido que cantar la palinodia,
conviniendo un modus vivendi con el gobierno Castelar
para la provisión de las mitras vacantes, que son muchas.
Los jesuitas querían que el Papa nombrase los nuevos obis-pos
arrebatando al gobierno el derecho de presentación, y
hasta tenían preparada una hornada de clérigos carcundas
para encasquetarles la mitra. Pero Mastai Ferreti vio que
mermaban los chorros del dinero de San Pedro, y acabó
bonitamente con entenderse con la República española.
Esto es un indudable éxito del gabinete castelariano, ¿no
te parece, querido tito? Pues verá qué amarguras y contra-tiempos
le aguardan al bueno de don Emilio. Salrnerón
está que echa bombas, y me parece que oigo ya los ruidos
lejanos de la tempestad que se acerca»39.
Junto con los prelados de los que nos hemos ocupado, otros
varios como Monescillo, García Cuesta, Labastida, permanecen
en la superficie del relato galdosiano, sin adquirir de ordi-nario
perfiles propios, como figuras decorativas de una narra-ción
que no los tiene en ningún momento como protagonistas,
incluso secundarios. Distinto será el cago de Antonelli y el
nuncio Bruneiii, de tan preeminente participación en el Concor-dato
de 1851. El famoso secretario de Estado de Pío IX apa-rece
muy destacadamente en los primeros capítulos del Episo-dio
Las tormentas del 48. En los inicios de su espectacular
carrera, el escritor grancanario lo retratara con rasgos muy
agudos, que encierran los puntos claves de la rica sicología de
una figura clave de la Iglesia católica del x1x40.
m De Cartago a Sagunto, E. N., IV, 108-9.
40 «Era un hombre alto y moreno, de mirada fulminante, de rasgada
g fiera boca con carrera de dientes correctisimos, que ostentaban su
blancura dando gracia singular a la palabra. El rayo de sus ojos de tal
modo me confundia, que no acertaba yo a mirarle cuando me miraba.
Sujetóme a un interrogatorio prolijo, y con tal arte y gancho tan sutil
hacia sus preguntas, que le referí todas mis maldades, sientiéndome muy
aliviado cuando no quedó en mi conciencia ninguna verdad oculta. A mi
sinceridad correspondió su eminencia poniendo en su admonición un
cierto aroma de tolerancia, que del fondo de su pensamiento a la superfi-cie
de sus palabras severas trascendía.. . Dejóme atónito esta conminación,
que no admitía réplica, y con un gesto manifesté mi conformidad. Ya sa-bía
yo con quién me las había y cómo las gastaba el caballero. Al des-pedirme,
sólo me dijo:
Si la referencia al secretario de Estado del Papa Mastai
implica ya una ligera disgresión por nuestra parte, se com-prenderá
fácilmente que no nos ocupemos del célebre Pontí-fice.
En medida incomparablemente mayor a todos los restan-tes
Papas del ochocientos, Pío IX atrajo recurrente la pluma
de Galdós, que lo trató desde una óptica de acusado distan-ciamiento,
aunque sin dejar de ser sensible a las muchas cua-lidades
que adornaban la figura del indesmayahle combatien-te
del mundo moderno y del firmante del SyZlabus. Actitud,
pues, muy semejante a la de muchos otros espíritus españo-les
del mismo corte ideológico de don Benito, que aunaron
un rechazo doctrinal de las posiciones del Pontífice con una
indisimulable simpatía hacia su bondad. Ha sido lástima gran-de
que en el reciente centenario de su muerte no se haya
estudiado la proyección de su figura en la literatura y la pu-blicística
española del siglo XIX, poblada con las reacciones a
favor y en contra del tan discutido Pontífice de la Quanta
Cura. Obviamente nosotros no vamos a rellenar tal vacío, sino
tan sólo a dar cuenta de él y remitir al lector a algunas de las
páginas en que Galdós se ocupa del controvertido Papa4'.
Restauración
En el primer período de la Restauración y último tramo de
la época aquí estudiada, las catas que podemos hacer en la
materia mencionada son más escasas y de un valor tal vez in-ferior
a las practicadas E; los tramos precedentes. La disminu-ción
del interés y cantidad de nuestra fuente más explotada
es la causa de ello. La última serie de los Episodios patentiza
también su descenso de calidad en nuestra faceta. Es verdade-
En la política de tu pais puedes abrirte camino ancho, que allí tienes
dos especies de hombres afortunados: los tontos y los que se pasan de
listos. Procura tú ser de los últimos)). Id. Las tormentas del 48, E. N., 111,
52430.
41 Quizá la más interesante semblanza es la de los inicios de su
prometedor pontificado. Zbid., 525-6.
548 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTZCOS
GALD~S Y LA RELIGIOSIDAD DE SU ÉPOCA 27
ramente extraño que en los acontecimientos más cercanos a
su tiempo Galdos omita o minimice el protagonismo del alto
clero, tanto más cuando que su papel político y social no re-sultó
disminuido por el advenimiento de la Restauración, sino
todo lo contrario. Esta y otras circunstancias a que a continua-ción
aludiremos nos llevan a no comprender el cambio de
actitud galdosiana. El uso y el abuso de los procedimientos
alegóricos en la quinta y última serie descorporeizan un re-lato
hasta entonces tan humanal, en beneficio de una abstrac-ción
de dudoso resultado, incluso artístico. Por otra parte, la
iracundia de don Benito contra la intervención eclesiástica en
la esfera civil no decrece, sino que se hace aún más apasio-nado
en los Episodios finales. Sólo se producirá un cambio de
objetivo en sus ataques: las congregaciones, en especial los
jesuítas, sustituyen a los obispos como blanco. Para explicar-nos
este viraje no debernos perder de vista el hecho de que
cuando dichos Episodios se escribían la virulencia suscitada
por la famosa «Ley de Asociaciones)) estaba alcanzando su clí-max,
no dejando el propio Galdós de arrojar combustible a
la hoguera de la polémica. El intento de rompimiento del frente
anticlerical corrió a cargo de las fuerzas de choque de las co-munidades,
reservándose la jerarquía hasta los últimos mo-mentos
de la controversia de intervenciones clamorosas -que
también se dieron-, más por táctica que por sentimiento. Los
tiempos de León XIIT habían pasado, encontrando los preIa-dos
más combativos en la Roma de Pío X y Merry del Val
apoyos, cuando no estímuIos, para su belicosidad dialéctica.
Ante la aparente y momentánea retirada del episcopado de la
línea de fuego, quizás pensara don Benito que convenía con-centrar
todos los firmes ataques de sus escritos más divulga-dos
en las comunidades o institutos religiosos, tan vapuleados
er: eutm FpSsedim seg-6;; 'v'ereii~sm ás sde!a;it2.
Tres serán los obispos de los que se ocupe Galdós en sus
relatos sobre la monarquía de Sagunto, sin que en sus obras
literarias enmarcadas en este período se haga alusión a alguna
concreta. Del cardenal Benavides -del que nos contará en sus
Memorzas de un desmemoriado un curioso y significativo epi-
sodio de su pontificado en Sigüenza4'- y del más afamado
cardenal Moreno las pinceladas galdosianas son simplemente
referenciales 43.
La semblanza del cardenal Payá encajaría, por muchos mo-tivos,
muy adec~~adameneten el reinado isabelino; pero el he-cho
de que ocupara en sus últimos días la sede primada por
traslado desde la compostelana nos induce a cerrar con él esta
galería episcopal de la Restauración. Apresurémonos, sin em-bargo,
a señalar que su corporeización literaria no se dio en
ninguna novela sino en uno de los Episodios más importantes
de la cuarta serie. Al conquistar la única ciudad que por espa-cio
de algún tiempo en la primera y tercera guerra civil las ;
tropas cariistas ocuparon, éstas iievaron a cabo un baño ue
sangre entre los adictos al gobierno madrileño del general Se- o
n rrano. Con energía serena, Payá, obispo de aquella diócesis ; desde 1858, echaría en cara la matanza a la célebre infanta E E
Margarita, atizadore en buena parte de ella. El retrato de
Galdós no puede ser mas ajustado y eIogioso 44. Un gran argu-
3
0. C., 111, 1434. - -
0
43 Cánovas, E. N., IV, 846. m
E
44 «Ya se habían dado las órdenes para que el obispo saliese a reci- 5
birla y le cantase el indispensable Tedeum por la feliz entrada del Ejército
real en la histórica ciurYad de Cuenca. n
He aquí, lectores Amíos amadísimos y cristianísimos, al venerable pre- k
lado señor Payá y Rico plantado en el trascoro con todo su clero para
recibir ceremoniosamente a la que representaba el poder mayestático im-puesto
por la fuerza bruta. Con evangélica humildad acompañaron el $
obispo y clero capitular a los regios figurones, llevándolos a1 presbiterio, 2
donde tomaron asiento en los sillones preparados para el caso. EI Te-deum
fue breve, llevado a paso de carga, a estilo militar. Berrearon los
cantores de mala gana, y el alto clero, con excepción de1 obispo, hizo
gala de la pompa litúrgica, y de su fanático servilismo.
Terminada la ceremonia con su cántico bostezante, acompañados de
~ui iui i -~gis- Jlped~e Sigaiio, 10s Prncipes sangre se qp~eatarui i e:
palacio del obispo, próximo al templo diocesano. Ignoro si la ocupación de
la morada episcopal fue por galante obsequio del señor Payá y Rico O por
motu propio de la desenvuelta dona Nieves, que a sus indudables dotes
de mando unla, la frescura y desahogo que a las personas vulgares da la
falsa conciencia del derecho divino
Voívi cm ido del Sagrario ai piso principai, y io primero que vi fue
al venerable obispo sentado en el banco del portero, aguardando ser adrni-
550 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLhNTZCOS
mento para los que defienden la tesis de su inexistente anti-clericalisrno
y mejor aún para los investigadores que sostienen
que el pretendido sentimiento galdosiano merece un tratamien-to
más detenido y matizado de lo hecho generalmente hasta el
momento.
Obispos y fieles
A pesar de que la sed del lector medianamente exigente no
queda satisfecha con la escasa comparecencia episcopal en el
corpus novelístico que venimos comentando, las referencias
acabadas de exponer nos sirven para acotar una parcela del
temu r i ~ g~ru&~ ci~t erps2fit.pE.! enji~i&~-i.^nt&e 10s fieles
sobre la designación de sus prelados, así como la impresión
tido a la presencia de doña Nieves. Diferentes personas habfan en la ante-sala,
y entre ellas ..., no sé si por testimonio de mis ojos o de mi exaltada
imaginación ... creí distin-ouir la faz de Mariclio en un grupo de señoras
que hablaban con Payá y Rico, lastimándose de la humillación que sufría.
Estoy bien seguro de haber oído de labios del prelado estas tristes
palabras:
-Ayer me pedían ustedes su protecci6n; hoy la necesito yo.
El venerable Payá se adelantó con sereno continente, y anticipando sus
finas reverencias, rog6 a la Infanta que perdonase la vida a los Voluntarios
presos y que pusiera término a 10s actos de inhumana crueldad, tan con-trarios
a la Religión que el rey don Carlos ostentaba en su bandera.
-Ya he dicho a las señoras -contest6 colérica y nerviosa la terrible
mujer- que mis soldados necesitan un poco de expansi611 después de
los trabajos y privaciones que han sufrido.
Y tras esto, atreviéndose a tutear a persona tan venerable, investida de
la autoridad evangélica, esgrimid el látigo para imprimir acento y vigor
a estas infames palabras:
-Da gracias a Dios porque no hacemos contigo lo mismo que con
todos esos miserables.
Aguantó el Obispo con firme ánimo la rociada y dijo, tarde ya, pero
aún a tiempo, io que debió decir a iOs Príncipes cuando entraron en
Cuenca, pidiondole que le cantara un Tedeum. Allá va el verdadero Tedeum
y la sagrada voz evangélica de un prelado que sabe su obligación:
Señora: con esa conducta ni se conquista tronos en la Tierra ni co-ronas
para el Cielo. Adiós, adiós.
Dio media vuelta el buen Payá y retiróse de la sala sin hacer la menor
reverencia)), De Cartago a.. ., 774-5, 777-8.
30 SOLEDAD MIRANDA GARC~A
causada en ellos por su labor, es una cuestión de innegable
importancia. ¿Eran, en fin, los obispos figuras lejanas o co-nectaban
y convivían con su grey sintonizando con sus proble-blemas
o ayudándole a resolverlos? ¿Qué nos cuenta la verda-dera
historia de las relaciones entre fieles y prelado? Volvere-mos
a remachar lo dicho. Nos movemos aquí en un plano de
casi absoluta indigencia informativa. Naturalmente, los boleti-nes
eclesiásticos nos abruman con noticias de la apoteósica
entrada de los prelados en sus diócesis y del olor de multitu-des
que acompañan a algunos de sus viajes de regreso de Roma,
de las Cortes, de! destierro o de una visita pastoral destacada
en la prensa clerical 43. NO nos salimos de la misma área si re-currimos
a los episcopologios, a las oraciones fúnebres o las
biografías de los mitrados. En todas estas páginas el obispo
aparece como el buen pastor que cuida incansablemente de su
rebaño, que a su vez le corresponde con llamativas pruebas de
acatamiento y entusiasmo.
Resulta obvio que el abuso de lugares comunes y de fórmu-las
tópicas aconseja observar con suma cautela estos testimo-nios,
que en ocasiones reflejan, no obstante, una realidad inne-gable.
Sin embargo, la ausencia de escritos íntimos o de órga-nos
de expresión en los que la comunidad laica1 pudiera ofrecer
con autonomía e independencia su auténtico ideario nos priva
de una fuente fundamental para utilizarla como elemento de
contraste esencial. La buena prensa y su antípoda se contra-rrestan
entre sí, anulándose como documento al que acudir
para obtener una información veraz sobre el eco tenido en los
fieles por la actividad de sus prelados. Cuando existen recuer-dos
y memorias redactadas con libertad de espíritu, de afán
de objetividad, las noticias se alejan mucho de la «verdad
oficial)). Defectos, errores, enturbian la imagen de vitral dibu-jada
por boletines y episcopologios. Pero esta literatura íntima
es muy escasa y apenas si puede servir como piedra de con-frontación
sino en unos pocos casos4" Al igual que en otros
45 J. M. CUENCAT ORIBIOS:a turnito Lópex Novoa. Fundador de las HH.
de los Ancianos desamparados. Córdoba, 1981.
4fi Cfr., por ejemplo, las sabrosísimas «Memorias de -Variano Arigita))
editadas por J. Go81 GAZTA~XBIDeEn, aHispania Sacra)), 39 (1977).
552 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
muchos puntos, la novelística no suple, insistimos, esta impor-tante
laguna de la sociología religiosa, aunque no por ello de-bemos
desdeñar su modesta aportación.
En orden a los obispos demimonónicos la información que
puede allegarse en nuestra fuente no es muy grande. Hemos
ya hablado del halo de beatífica admiración que solía rodearlos
en sus apariciones solemnes y que a veces se trasladaba al
plano íntimo. Galdós, preocupado siempre por las dimensiones
más internas del hombre, nos ofrece una estampa vívida de la
existencia ordinaria de un prelado al trazarnos la silueta de
don Ángel Lantigua. El trato de éste con sus paisanos no pue-de
ser más llano y solícito, correspondiéndole ellos con toda
clase de deferencias, hasta considerarlo como una gloria local,
de cuya aureola participa también en cierto grado la propia
villa f ic~br igense~Ta~m. bién se desenvuelve en tonos intimis-tas
otra alusión que detectamos en la obra de don Benito en
punto a nuestro tema. La postura del pueblo ante la jerarquía
religiosa a la que consideraba como un deus ex machina está
muy bien explicitada en el deseo de la madre de Leré, víctima
de las torturas a que la sometía su marido. La posición tauma-túrgica
ante la que lo colocaba este representante del pueblo
en su acepción más veraz demuestra igualmente la mezcla de
respeto y familiaridad, de lejanía y proximidad en que la masa
del país se situaba ante sus obispos 48.
*' «Cuando don Angel llegó a las primeras casas del pueblo, se bajó
del coche para abrazar a su hermano y sobrina. Exclamación inmensa,
como el bramido del mar irritado, le saludo. De entre aquel tumulto de
entusiasmo saltaron al aire gorras y sombreros. Los paraguas de los in-dianos,
mal aves majestuosas desplegaron sus alas negras para recibir
una cuantas gotas que a la sazón caían. Abalanzóse el gentío hacia Su Ilus-trísima
para besarle el anillo, y muy difícli le fue a don Angel llegar a
la Abadía para orar breve rato. De la Abadía a la casa continuaron las
apreturas, y fue preciso que la autoridad municipal, siempre vigilante en
lo que al buen orden de 10s pu~blor o refiere, ifitervhiese pzru upurtar
a un lado y otro a la pegajosa muchedumbre .. Sólo sabemos que don
Angel era amado con delirio por sus diocesanos, lo mismo que por sus
compatriotas, los de Ficóbrigav. B. PÉREZ GALDÓSG: loria. ., 527, 531 y
passim.
48 «Al mes de esto, mi madre, que lavaba la ropa a los familiares y
tenía mucho metimiento en Palacio, fue a ver al señor Arzobispo para
S O ~ D A DMI RANDA GARC~A
El estamento clerical
Al igual que en el análisis de la jerarquía no estamos des-provistos
de noticias para un intento de reconstrucción de las
vicisitudes del estamento eclesiástico en sus estratos de base,
pero distamos de estar bien abastecidos por tanto ciertas zonas
del país no fueron abarcadas por la retina novelesca de don
Benito. Bien es verdad que algunos de sus tipos eclesiásticos
provenían de estas regiones o en ellas se educaron, pero sus
costumbres y sus formas religiosas no encontraron eco en la
gran novela galdosiana sino de forma muy ocasional, a la ma- a
nera de El abuelo o de al-gma figura del inmenso fresco histó-rico
de los Episodios Nacionales. O
Claro es, empero, que los cuadros que poseemos bastan para =m
O
darnos una imagen de los jalones esenciales de la existencia EE
eclesiástica. Sin embargo, el proceso selectivo, que es consus- 2
E
tancial a la creación literaria, y la riqueza y complejidad del
mundo eclesiástico ochocentista corren el peligro de quedar 3
reducidos en algunas ocasiones a una caricatura o a una arbi- e-m
traria amputación, si se acepta con pretensiones totalizadoras E
el marco referencia1 ofrecido por la novelística galdosiana. Cuan- O
do muy pronto abordemos la cuestión nos esforzaremos en es- -
quivar este escoilo, en ocasiones insalvable, mediante el cotejo E a-de
las ficciones literarias con modelos reales extraídos de la -
historia de la segunda mitad del ochocientos.
Origen so&
Todavía tenemos que utilizar términos generales para mo-vernos
en el área de la extracción social del clero contempo-ráneo.
Hasta donde ilegan nuestras noticias, en ningún semi-nario
peninsular se ha verificado un recuento sobre este extre
que la descasara, y, como es natural, el señor Arzobispo la mandó a
paseo)). Id. Angel Guerra, O. C., 111, 72.
554 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
mo tan esencial. Sin duda, no nos alejamos de la realidad al
afirmar que un porcentaje muy cuantioso de aquél se extrajo
de las capas populares, en especial, rurales. Éstas fueron sus
principales viveros a lo largo del siglo, sin que se operase en
tal reducto cambios ni modificaciones dignas de mención. Exis-tieron
algunas diferencias regionales mas no lo suficientemente
marcadas como para matizar la nota de conjunto. En Andalu-cía,
por ejemplo, no fueron pocos los hijos de familias acomo-dadas
que siguieron la ruta %el seminario, del convento o de
la clausura. En el Paás Valenciano o en Cataluña las clases me-dias
urbanas aportaron también un considerable contingente
a dichos medios. Pero la impronta campesina prevaleció por
doquier. En Galicia, en León, en Asturias, en Vizcaya, en Na-
-v-a- r--r --- -a , eii airi'UaS CastCIas.
Empero, los clérigos nacidos en familias acomodadas, nos
presenta Galdós uno con franca antipatía y el otro con cierta
comprensión. Silvestre Romero, cura de la Ficóbriga de Gloria,
mostrará mayor empeño en el cuidado de sus viñas y de los
m.,.. .&.-.: L , , ~ , . A , A A ~ A,. "..m -rnnnn:+r\..rin m..,. ri- -1 A- -..u--&-m.i.-
U~GLLGD u c L c u a u u a UG UD ~ L U ~ G L U ~ ~ U I~G ~U GGLL n UG aurrlallcal su
cultura religiosa y su atención pastoral. El mantenimiento del
patrimonio familiar tuvo que ver decisivamente en su opción
sacerdotal 49. Del canónigo toledano de Ángel Gzcerra, don Juan
Casado, subrayara su creador la obsesión por su horaciano bu-colismo,
encubridor de un refinado sibaritismo. Al lado de
estos escasos ejemplos serán legión los clérigos galdosianos
de extracción muy humilde o modesta. Ya en La Fontana de
Oro nos presentará a un acabado tipo de estos sacerdotes de-sertores
del arado. En su primera novela el jovencísimo Galdós
retritu wn CWC? ~~mpznr iyd h~r r!e x, Ui!vestm Yi l t r ~ ~ b a u ~ g ~m,
{{hijo de un cocinero y él mismo pastor de cerdos antes de in-gresar
en el seminario)) ". A él le seguirán Nicolás Rubín de
49 «Don Silvestre era hombre rico. Además de que poseía regular
I.--:..-A- T-.-,.A.A- rw,buxlucí rlcscuaua, 38 habh &i20 mañas p~, adqüinr aQüii8a mieses,
prados, y, por Último, una hermosa finca de bienes nacionales ... Mas como
la paterna voz sonara un día en sus orejas haciéndole ver la conveniencia
de no dejar perder ciertas capellanias. Silvestre se atiborró de latín y se
hizo cura. No le fue mal)). Gloria ..., 545.
La Fontam de Oro. O. C., 1, 119.
Fortunata y Jacinta; Pedro Polo del Doctor Centeno y Tor-mento;
el bondadoso y simpático tío de Leré, Francisco Man-cebo,
siempre atribulado por «el pan nuestro de cada día» en
Angel Guerra; el no menos simpático, pero más grosero cura
Virones de la misma novela 51, etc.. .
Mecenazgo nobiliario
En el censo sacerdotal galdosiano se incluyen, como era
lógico, curas de pobre cuna que cursaban sus estudios merced
a la ayuda monetaria de familias linajudas o pudientes. La tu-tela
que posteriormente ejercerían sobre ellos puede imagi-narse
fácilmente: así como la dependencia de estos eclesiá~ticos
con el estrato superior, del que muchas veces fueron instru-mentos
sancionadores de su respetabilidad y prestigio social.
En otras ocasiones, la riqueza vino en ayuda de la pobreza para
la consecución de un ideal religioso, sin hipotecas ulteriores.
El conocimiento particularizado de un número considerable
de ejemplos iluminaría sobre los frenos y amortiguadores que
los conflictos de clase tenían en la España ochocentista y el
papel que el clero jugó en ello.
Copiaremos sólo del sabroso diálogo entre este basto cura, el distin-guido
canónigo Casado y Ángel Guerra, el siguiente párrafo: «GUERRA.-
Pero, hijo mío, ¿de dónde saca usted que yo puedo sacarle plaza? Yo no
soy nadie.. .
VIRONES.-@e no es nadie, jcaramba! Y no saben dónde ponerle.
Y cuando va por la calle, la gente se le queda mirando, y dice: «Ese es ese
tan rico que va a cantar misa». Cualquier día cantaba yo misa si tuviera
la décima parte de lo que usted tiene. ¡Vaya un oficio y vaya unos tiem-pos!
Por un sermón del Patrocinio de San José que tiene miga, vaya si
tiene miga ¿sabe lo que me dieron? Seis duros, dos en calderilla. Vale
mas procurarse una borrica y ponerse a llevar agua o carbón a las casas.
¡Cuando me acuerdo que hice ascos a la carrera de albéitar! El maldito
latín me perdió. Le tomé afición como se podría uno enviciar con el aguar-diente
o el tabaco. Me gustaba Cicerón. iMaldito sea y toda su casta!
Alguien me susurró al oído que me &rían una prebenda. Tragué el an-zuelo
con voracidad de tiburón, y aquí lo siento clavado todavía en el
mismo buche. Me pescaron y aquí me tiene usted fuera de mi elemento.. .»
Ángel Guerra.. ., 271-2.
556 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
Galdós no se quedaría corto en cuanto a la calidad y canti-dad
de su pintura de estos sacerdotes vinculados a la aristocra-cia
rural y urbana, de las que son a la vez ornato y motor,
siempre más lo primero que lo segundo Aparte de los curas
relacionados con la condesa Halma, el ejemplo muy caracterís-tic0
es el de don Carmelo en la obra El Abuelo. En su querido
y admirado conde Albrit el escritor grmcanario hace justicia
a los personajes nobiliarios que cumplieron con su deber de
mecenazgo, sin gravarlo con hipotecas futuras: al propio tiem-po
que acepta con suma agudeza los sutiles lazos de depen-dencia
que siempre dejaban tal ayuda en la relación de los
dos estratos -el aristocrático y el eclesiástico-, que refren-daban
su prestigio recíprocamente. En especial el diálogo en-tre
el conde y el mencionado cura en la escena novena, acto
primero, no tiene igual, a este respecto, en la literatura de la
época 53.
EZ tema debió interesar mucho al escritor grancanario en su
última etapa novelística, como parece refrendarlo el que en su
postrera obra, El caballero encantado, nos ilustrara sobre esta
dimensión de estas relaciones aristocracia-clero sobre la que
los novelistas de su tiempo en general no repararon, pese a su
amplia vigencia. El marqués de Mudarra y conde de Zorita de
los Canes, don Carlos de Tarsis y Suárez de Almondar, tuvo
como preceptor en su juventud y adolescencia a un sacerdote
((maduro que debía enderezarle la conciencia y henchirle el ca-letre
de conocimientos elementales)). A la muerte de sus padres,
el joven mozo se deshizo pronto de su mentor y se «dedicó a
desaprender la insípida enseñanza de su maestro)) 54.
52 «Decía la misa el cura de Polvoranca, hurnildísitno varón protegido
de la casa, viejo, un poco ridículo en apariencia, por reunir a la fealdad
más acrisolada ciertas excentricidades y manías que, a más de perjudicarle
mucho en su carrera eclesiástica, le dieron cierta celebridad. Gozaba en
Suertebella de una mezquina renta que don Pedro le señal6 para cele-brar
el divino oficio los domingos y confesar una vez al año a todos los
criados, costumbre piadosa que el prócer millonario mantenía en su casa,
atento a evitar de este modo muchas trapisondas y latrocinios». La familia
de León Roch. O. C., 1, 910.
53 EZ abuelo. 0. C., IV, 644.
O. C., 111, 1013.
Núm. 30 (1984) 557
Motivo o motivos de la vocación sacerdotal
Mas, jcuál era la razón última que conducía a los semina-ristas
a seguir la carrera del sacerdocio? Entramos en un te-rreno
que, como otros muchos de esta tesis, no es susceptible
de medir ni cuantificar. Considerar que los futuros levitas se
entregaban a ella inflamados de un celo ardiente por la «casa de
Dios)) sería tan erróneo como desechar toda vocación espiri-tual
digna de tal nombre. La temprana edad en que entonces
se decidía la renuncia al siglo y la entrada en seminarios y con-ventos
dificultaba que la elección siguiese a una meditación
responsable y madura. La voluntad familiar solía prevalecer
sobre cualquier otra consideración. En los hogares prolíficos
y carentes de recursos, toda la familia podía ganar en medios
económicos y estimación social viendo el sacerdocio como un
modus vivendi.
Desde las tierras leonesas y cántabras hasta la bahía gadi-tana
atravesando la estepa meseteña constatamos la motiva-ción
económicosocial presente en multitud de vocaciones ecle-siásticas,
impuestas y obligadas fuera de la autonomía de sus
propios sujetos.
Sin duda alguna, la cuestión es propensa a la reflexión y...
a la divagación también. Consecuentes con el propósito de esta
tesis tantas veces indicados, no queremos ir más allá de donde
lleguen las fuentes. El fantasma de un fácil deterrninkmo de
tipo material ronda la pluma del estudioso, estableciendo nexos
y conexiones causales entre pobreza y vocación sacerdotal, que
existieron indudablemente en una alta proporción de los curas
ochocentistas pero cuyos mecanismos estuvieron con frecuen-cia
accionados también por otros móviles, que flotaban en la
conciencia del alma popular. La ilustración que nos brindó más
arriba el caso del magistral ovetense ofrece igualmente aquí
una firme corroboración de ello. Habría, en fin, que componer
un cuadro multiforme. Y la apelación a una computadora sería
inevitable. Sin datos estadísticos sobre el origen social del
sacerdocio de todo el país, lo más que cabe apuntar es una
tendencia general que, por nuestra parte, sí creemos que se dio.
558 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
En éste, como en otros extremos abarcados en el presente
trabajo, el punto axial estriba en averiguar el porcentaje de
representatividad, de realidad social que contienen las figuras
novelísticas. Afortunadamente podemos recurrir a otros testi-monios
para aquilatar la dosis de exactitud encerrada en tales
entes literarios. Las páginas de los periódicos anticlericales se
rellenan, en ocasiones, con denuncias de los sacerdotes que han
((desertado de la gleba)) para acogerse al seguro refugio de las
casas rectorales en las que vegetan y parasitan a la sociedad.
En el Parlamento se pronuncian soflamas en el mismo sentido
por boca no sólo de militantes de los partidos más avanzados.
La literatura popular formula, igualmente, quejas no siempre
infundadas sobre el origen e-úreo de vocaciones religiosas
nunca razonadas. Prolongábase de esta manera el eco de las
censuras de los hombres de la Ilustración contra los sacerdo-tes
- e n especial del clero regular- que entraban en el claustro
y en el seminario sin vocación alguna, arrojados a ellos por su
insuficiencia económica y en pos simplemente de un medio de
sustentación. Más amortiguada, la denuncia surge también del
sector confesional. En sus epistolarios miembros influyentes
de la opinión pública católica aceptarán como válida dicha acu-sación
55. El mismo episcopado reconocerá veladamente por la
pluma de algunos de sus componentes la necesidad de depurar
con escrupulosidad los motivos que impulsan a los jóvenes a
seguir la carrera sacerdotals. Un escritor actual, exclérigo y
magnífico ensayista, afirma al comentar la figura de Marcones
que ((mozos de semejante bajez han menudeado por los claus-tros
de los seminarios españoles)) 57. El grado de aceptación que
puede darse al anterior aserto resulta para nosotros descono-cido;
en el pasado -un pasado muy reciente- tal afirmación
podemos concluir que recoge con nitidez las zonas oscuras de
no pocas vocaciones sacerdotales.
55 Cfr. J. M. CUENCAT ORIBIOSo: ciedad y clero ...
56 F. PÉREZG UTI$RREEZl :p roblema religioso en la generación de 1868.
«La leyenda de Dios)): VaZera -Azarcón- Pereda -Pérex Galdós 4 l a -
fin- Pardo Baxán. Madrid, 1975, 171.
Angel Guerra ..., 135.
También estos curas tienen su abogado defensor. Lo fue, y
de manera muy original, el licenciado en leyes Pérez Galdós en
la novela que, de una manera tópica y para nosotros falsa, se-ñalan
los críticos como un completo cambio en su actitud
hacia el estamento clerical. En Ángel Guerra, obra en la que sus
personajes se sienten más identificados con sus raíces telúricas
que en ninguna otra de Galdós, con la excepción de Fortunata
y su Madrid, don Benito se encontrará a sus anchas acentuán-dose
los deseos de comprensión que siempre movieron su plu-ma
en búsqued.a de esclarecer aquella zona de la conciencia que
muchas veces permanece oculta, incluso al propio raciocinio
e introspección. En este estado y tras explicar el proceso de
postración material de la Iglesia toledana, llega el turno de
acercarse a las reivindicaciones de casi la totalidad del clero E
de la época, muy resentido contra una sociedad y unos poderes
m públicos ajenos por completo a sus problemas y a los que ser-vía
frecuentemente de chivo expiatorio. Acertó el gran escritor g
al poner esta apología del estamento en boca, no de un alto j
curia1 ni de un sacerdote letrado e intelectual, sino de un cura $
sencillo y cumplidor de sus deberes, Francisco Mancebo, arque- -
tipo de todo un amplio sector de su grupo social. N... El se- f
gundo, como más tímido, es que ni pintado para la carrera E
eclesiástica; pero tan de capa caída e oficio éste, amigo don
n Angel, que vale más ser picapedrero que sacerdote, porque ma-nejando
piedras veo que llegan muchos a contratistas y se har-tan
de dinero, mientras que el clérigo aunque llegue a canónigo,
n lo comido por lo servido, y todavía les parece mucho lo que %
nos dan y nos llaman sanguijuelas de la nación.. . n jS. Y, en efec- 2
to, serán varios los sacerdotes galdosianos que deban trabajar
para sobrevivir. Pedro Polo, el cura del Doctor Centeno y de
Tormento, lo hará sin duda por motivos menos nobles y apre-miantes
que don Tomé en Angel Guerra o don Modesto Díaz
en Halmu, ambos de probidad absoluta, vida íntegra y carita-
% Se- nuestras noticias está prdxima a aparecer la obra de A. CAE-C
I A ~UADARIASq,u e trata con amplia extensión de ese tema clave de
la organización eclesiástica de la Espaiía contemporánea, hasta ahora
postergado por los historiadores.
560 ANUARIO DE ESTUDIOS BTLÁNTICOS
tiva en limosnas, a pesar de la estrechez de su propio peculio.
Que sean estos dos curas por los que su creador sintió honda
simpatía quiere decir mucho de la situación material en que
se encontraban numerosos sacerdotes decimonónicos y de la
sensibilidad de Galdós para el problema clerical, de muchas
más piezas de lo que se afirmaba en la época y posteriormente,
e irresoluble siempre por la falta de un adecuado planteamien-to
econOmico
No faltaron los curas que encontraron en la carrera sacer-dotal
la verdadera realización de su personalidad. La historia
del XIX está llena de ellos. Bastaba que el escritor abriera los
anales eclesiásticos o los libros de los viejos conventos para
contemplar su trayectoria. Sobraba también aue traspasara el
umbral de muchos Iugares o visitase catedrales e iglesias para
observar al natural sacerdotes ejemplares que creyeron cono-cer
en el ministerio apostólico la voluntad de Dios para con
ellos y la cumplieron. Curas, frailes y monjes en los que piedad
y virtud se identificaban, para los que la regularidad en las
practicas espirituales no constituía una regla de santidad si no
les conducía a una profundización en la inquietud y el deseo de
Dios, para llenarse de él. Sus trasuntos novelisticos abundan.
Verbi gratia, los buenos curas galdosianos Nazarín, Nones, don
Tomé, Gamborena..,, sumergidos en la obra de su ministerio
pastoral con una visión espiritualista que les aleja de ejercer
sus funciones con criterios administrativos, buscando a Dios
en las almas; a todos son aplicables las palabras que su crea-dor
estampó -con un si o no es de noble chauvinismo- res-pecto
«a los graves curas españoles que, cuando son buenos,
son los clérigos más clérigos, digámoslo así, de la cristiandad,
verdaderos ministros de Dios por la seriedad real, la manse-dumbre
sin afectación y la sana sabiduría))'O .
Todos ellos condujeron a su creador al umbral de un terre-no
cuyas puertas nunca franqueó: la comprensión de le vocación
59 Y familia de León Roch ..., 83&1.
M' «Era -nos dice el canónigo Pintado-.. . de absoIuta insignifícancia
intelectual y moral ... Mejor t.resillista que teólogo ...» B. PÉREZ GALD~S:
Angel Guerra.. ., 52-3. «Su principal ciencia entre las poquitas que atesoraba
(D. Pedro Hillo))). Mendiaábal, E. N., 11, 896.
religiosa, ante la que permaneció perplejo y silencioso, como
una grande y decisiva opción de la criatura humana, pero sin
poder entender que diera a muchos el sentido de la existencia.
Formación cultural
Nadie que esté algo familiarizado con la historia de la Igle-sia
espafiola ochocentista -las fronteras del fenómeno rebasan
quizá ampliamente los límites cronológicos de finales de dicha
centuria, desconoce el escaso grado de ilustración del clero.
El hecho es explicable por motivos de muy diversa proceden- a
Cia. Las frecuentes interrupciones de la escolaridad en los se- N
minaristas a consecuencia de los vaivenes bélicos y políticos; O
la escasa calidad de la docencia impartida en ellos; el banco i
de prueba en que se convirtieron de planes surgidos de la no- E
che a la mañana; la pérdida de su potencial económico; el cam- E
2
bio de modelo de sociedad, y del consiguiente papel del clero, -E
que trajo consigo la victoria del sistema liberal; el descenso $
del nivel de la culttira eclesiástica en general, y en comparación, --
0 por ejemplo, con la dieciochesca; la implantación definitiva en
los seminarios de la llamada carrera corta; el rechazo casi uná-nime
de la ciencia rnodernz. y empírica respecto de los centros
estatales de enseñanza superiores son, entre otros, algunos he- %
chos que pueden traerse a colación para quitar toda gratuidad
o frivolidad al fenómeno más arriba apuntado. n
n
Los curas galdosianos ubicados en el centro de la geografía E
peninsular no nos hacen penetrar en un terreno distinto. Des- 3
O
de don Pedro Hillo hasta don León Pintado, las ciencias no se
extendieron entre sus feligresías, cabildos o amistades con su
actividadG1A. llá en la región del delta de1 Ebro, no lejos de
donde viviera el culto cura de Jarusa, don Carmelo, situará
don Benito al ejemplar más sorprendente de esta raza de clé-rigos
letrados e iletrados, conocedores al dedillo, sin embargo,
del «libro de la vidan. «Pronto eché de ver n a r r a Juan San-tiuste-
que el arcipreste se aburría con mi ciencia; fui reco-
" Carlos IV en República, E. N., 111, 1233.
562 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
giendo mi verbosidad, y acabé rogándole que me permitiera
entretener mis ocios en su biblioteca. Soltó la risa Hondón, y
con graciosa sinceridad me dijo:
--Criatura, yo no tengo biblioteca ni me hace falta para
nada. Jamás abro un libro porque sé que en él he de encontrar
lo que ya sé o sabidurías enrevesadas que, por razón de mi
edad ya no puedo aprender. Mi biblioteca, señor Confusio, es
la Humanidad, y mis libros, las flaquezas, las pasiones, las en-vidias,
las luchas humanas por el pan o por el palo ... ¿Le pa-rece
a usted que esto no es estudiar, y afilar uno las ideas, y
quemarse las pestañas?» 62.
La ocasión que nos brinda el tema no puede desaprovechar-se
para puntualizar un extremo importante de la obra galdo-siana,
íntimamente relacionada con la polémica en torno al
anticlericalismo o no de don Benito. Qiuzá fuera éste de todos
los novelistas críticos de la estructura temporal de la Iglesia
de su época el que menos acentuase la nota de incultura de
sus miembros docentes. En el mismo Toledo, al que ahora por
razones geográficas de nuestro recorrido histórico estamos alu-diendo,
frente a don Francisco Mancebo o don Eleuterio Viro-nes
nos encontramos a don Tomé, don Isidro Palomeque y don
Juan Casado, todos ellos de excelente formación cultural y al-guno,
corno Palomeque, correspondiente de la Real Academia
de la Historia y de la de San Fernando ... En la misma Anda-lucía,
en la que ahora vamos a penetrar y en la que la cultura
de sus sacerdotes no era, en efecto, el dato más sobresaliente
del estamento, ubicará el secretario de don Angel Lantigua, Ló-pez
Sedeño, doctor en utroque iuRs. Y, en fin, antes de abando-nar
la región central, no podemos menos de recordar al fraile
franciscano Jerónimo Matamala, seguidor de Apolo en la Sala-manca
de fines del siglo XVIII y al tanto de las novedades eu-ropeas
en materia de pensamiento; al consejero de la Suprema,
don Tomás de Albarado y Gibralón, doctor en Cánones y Teo-iogia,
de formación tan rica en humanidad como en cultura;
Una auténtica réplica de Palomeque es D. Pedro NuFio, uno de los
curas toledanos de Camino de perfecci6n de P. BAROJAré,p lica a su vez de
la obra galdosiana en la que D. Isidro aparece. VI, 62-63.
63 B. HREGZA LDÓS: Dofía Perfecta. .., 425.
don Remigio Díaz de la Robla, licenciado en ambos Derechos,
que, «perdido en la estepa mesetefian, continuará, pese a sus
quejas y lamentos contra «la vida obscura y ramplona de estos
poblachos», su asiduo trato con los libros; y, en fin, el famoso
don Inocencio, profesor del Instituto de Orbajosa, versado en
latines y humanidades que desde duengos afios era maestro
de latinidad y Retórica en el Instituto, cuya noble profesión
diole gran caudal de citas horacianas y de floridos tropos, que
empleaba con gracia y oportunidad)) 64.
Por lo demás, la obra de don Benito nos presta un servicio
relevante a la hora de enjuiciar la labor realizada en los semi-narios.
Según el autor, en ella prima la deficiencia estructural
de las disciplinas cursadas en dichos centros, que impone unos
hábitos y conforma unos cuadros mentales altamente perjudi-ciales.
De dos clérigos que aparecen en España sin rey nos dirá
Galdós: «Los dos sujetos que con el Bailío viajaban no podían
encubrir su carácter eclesiástico. No eran viejos, no tenían aire
juvenil; antes bien, revelaban el cansancio de las naturalezas
consumidas por el sedentarismo y el estudio de esas materias
abstrusas que lo mismo dan de sí sabidas que ignoradas)). Muy
pocas de sus figuras sacerdotales se salvarán del vicio de la
dialéctica estéril, de ejercitar, venga o no a cuento, la barata
sofistería aprendida en los torneos y pugilatos de las clases y
certámenes de los seminarios que apuntan siempre a la des-trucción
y a la artificiosidad y jamás a la luz y a la receptividad
de las razones del antagonista o del adversario. Creía don Be-nito
que en un pueblo imaginativo y arrebatado como el es-pañol
este pensamiento acientífico, asimiiado por ias masas
merced al poder propagandístico del clero, había hecho estra-gos
en millares de inteligencias, incapacitadas así para formu-larse
la cultura como una búsqueda de la verdad dentro de
un pluralismo enriquecedor. Tal vez su simpatía por la Insti-
L . : r : 2- - - ----a -Y-- -1^--1L--í- u--- -1----- I~UGIULI 1r~u1cu c ~l i l l s~ual l-~~LaG ~LDU algu S L L I U I L ~ U ~ .p ala algwius
estudiosos- provenga de los principios enraizados en el espí-ritu
de aquélla, de su porosidad a los valores plurales y autó-
64 Episodios Nacionales, 111, 789-90.
564 SNUARIO DE ESTUDIOS ATLANTZCOS
GALDÓS Y LA RELIGIOSIDAD DE SU ÉPO~A 43
nomos del mundo de la inteligencia. Una comparacióx? de la
tesis galdosiana con la historia de gran parte del catolicismo
contemporáneo español pondría seguramente al descubierto
la agudeza de su juicio.
Costumáres y tenor de vida
La imagen que de la vida y actuación del bajo clero nos da
la novelística galdosiana puede conjeturarse a la vista de lo
dicho hasta el momento. Incardinación en su realidad social,
modestia, sencillez, abnegación, he ahí los ejes vertebradores
de la biografía del buen cura ochocentista, según lo viera el
narrador grancanario. El P. Nones, don Tome, don Pedro Hillo,
don Modesto Díaz, el P. Flórez, los PP. Aleli y Maroto, Gambo-rena
y un largo rosario de nombres refrendan lo afirmado.
Afortunadamente para la validez testimonial de la narrati-va
ochocentista, el autor de vitola más realista no dejó de
anotar las lacras que afeaban la conducta de numerosos miem-bros
del estamento clerical, Consideraremos en primer térmi-no
la avaricia, la sordidez como un determinante negativo de
su personalidad,, muy generalizado en el estamento.
Sin embargo, la pluma galdosiana parece quedar agotada
en el tema tras haber delineado la vida y andanzas de Torque-mada.
Su penetración en el biotipo del avaro y de la codicia no
tienen par en nuestras letras. Tal vez por ello ninguno de sus
sacerdotes centra el eje de su personalidad en dichos rasgos.
No quiere ello decir, por supuesto, que don Benito no atribuya
alguna nota de tal índole a varias de sus figuras eclesiásticas,
como, por ejemplo, en su visión literaria del cura Merino, «el
regicidan; pero ninguna de las más desagradables criaturas de
su Corpus lo será por encarnar dicho pecado capital. Algo a
regañadientes mete en él a don Francisco Mancebo, sentirá
verdadero afecto. «Pon donde únicamente podía prepararle la
zancadilla el tuno de Luzbel era por su desmedida afición al
sórdido ahorro» 65. Pero la numerosa familia que de él dependía
65 El tenor completo de la cita es el siguiente: ((Porque conviene ad-vertir
ahora para redondear la figura de don Francisco Mancebo, que
y sus desvelos económicos por ello justificaban las raíces de
tal defecto
Galdós sí se llevará la palma en Ia descripción del otro pe-cado
capital más difundido en su diseño de algunos retratos de
curas y frailes. En efecto, dado el relieve, en cantidad e inten-sidad,
que la cuestión gastronómica adquiere en la obra galdo-siana,
la descripción de la glotonería de algunos de sus curas
figura precisamente entre sus mejores páginas de un metagé-nero,
volvemos a dvcirlo, por él tratado con auténtica maestría.
La figura de Nicolás Rubín es aquí inevitable traerla a colación,
aunque bastará por ahora su sola mención, pues dentro de un
instante habremos de hablar de él con más extensión a propó- a N
sito de un punto muy relacionado con el que aquí estamos E
indicando. O
n -
=m
O
éste no tenía ni tuvo jamás ningún vicio, pues no podía tenerse por tal E
E el aprovechamiento de las coIillas que dejaba sobre su mesa el canónigo 2
Obrero. Bebida, mujeres. naipes, fueron siempre para él letra muerta. =E
Por donde únicamente podía prepararle la zancadiila el tuno de Luzbel
era por su desmedida afición al sórdido ahorro, y por la antigua maña 3
-
de tantear la suerte en la lotería, con la codiciosa ilusión de sacarse una e-m
buena porrada de dinero. Todos los meses, compraba, en compañia de un E
amigo, el indispensable decimito de la extracción más barata, y su cons- O
tancia tuvo a1,guna vez corta recompensa. Pero le alentaba la risueña
esperanza de dar url toque maestro el mejor día, y siempre que se metía n
-E en la cama con algo de excitación cerebral daba vuelta en su cabeza el a
número adquirido, como si fuera el propio bombo lotérico, haciendo 2
n
veinte mil cálculos, que paraban siempre que salía el ansiado premio n
0
gordo)). Angel Guerra . , 145.
«Si yo hiciera esto, si no guardara lo que guardo, ¿que sería de 3
O
este familiaje el día de mi muerte? Bien sabe Dios que no ahorro por mí,
sino por ellos; bien sabe Dios que yo sin ellos viviría como un patriarca,
pues mis necesidades son muy cortas; bien sabe Dios también que esto no
es avaricia, sino arreglo, y que no junto por vicio de juntar, sino por pro
visión; bien sabe Dios, que nunca he querido prestar dinero a interés,
aunque me Ic han propuesto mil veces, y que todo mi afán es llegar para
reunir un titulillo de 4 por 100, y sacarle rédito al Gobierno, que es quien
debe pagarlo. Pero jni que anduviese el demonio en ello! Cuando parece
que me voy acercando a la cantidad precisa, cuando casi la toco con la
punta de los dedos, ;zapa!, vienen las necesidades ..; que las botas, que
la escuela, que la esterita, que el médico, y adiós mi montoncito. Vuelta
a empezar, grano a grano, arriba con él ... Cuando yo cierre el ojo, aquí
lo encontrarán todo, junto con las disposiciones que tengo escritas en
566 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
También don Silvestre Romero, cura de Ficobriga, y de don
Camelo, cura de Jerusa, ponderará su creador la afición a
manjares suculentos, así como la voracidad del último 'j7. El
buen pasar, atribuido con bastante fidelidad histórica al alto
clero capitular, determina que de todos los canónigos que apa-recen
en la novela del XIX tengamos de su rasgo negativo defi-nitorio
su inclinación a la buena mesa, cuando no a la gour-mndisse.
La materia del sexto mandamiento fue en general sorteada
por el autor estudiado. Es significativo que Galdós denuncie
la inclinación sexual de un sacerdote en su primera novela
-La Fontana de Oro (1870)-, para no reaparecer el tema -ha-
Lul,a--r-r-l-u s Ue las ~ l ~ v e liiau~ d,e !=S E@s&;nos, dmde e! hechn se
da con más frecuencia y con un ritmo distinto, curiosamente-hasta
la última; esto es, en los dos vértices de su crítica cleri-cal.
Acabamos de decir que en los Episodios Nacionales el
cuadro que su autor nos ofrecerá de la concupiscencia de los
curas y clérigos será más rico y variado. Para empezar convie-ne
traer a colación que ni siquiera el hermafrodistismo estará
aquel papel. ¡Vaya, que el día en que Justina empiece a sacar plata y más
plata ... ! Quisiera ver la cara que pone al ir descubriendo cartuchos. iAh,
picaronaza, qué gran vida os vais a dar tú y tus hijos -como hablando
con Justina-. Pero vamos a ver: ¿a que no se encuentras el orito, la
única pella de doblones y centenes que he podido amasar en tantisirnos
años? ¿A que no se te ocurre a ti ni al ganso de Roque levantar aqueI
baldosín, radicante en el ángulo del cuarto, debajo de la percha mayor?
Bobos, ¿creíais que yo lo iba a poner donde todo el mundo pudiera
verlo? Pero no tengáis cuidado, que en sus disposiciones añadirá el tío un
rengloncito que lo rece. El oro no se deja en cualquier parte. Es menester
que cueste algún trabajo llegar hasta él -adormeciBndose un poco, se
despabila repentinamente, con vivo sobresalto- ¡Zapa! Satanás maldito.. .,
¿pues no sr me ocurre ahora que el baldosín está levantado? iZapa, con-trazapa!
Pues lo que es mi Francisco no se duerme sin cerciorarse por
sus propios ojos -rechaza las shbanas, vuelve a raspar el fósforo y se
arroja del camastro, dirigiéndose al hgulo del otro aposento, donde le-vanta
la estera y examina el piso-. Si estaré yo transtornado.. . El bal-dosín
no tiene novedad. S610 Dios y yo sabemos lo que hay aquí ¡Ea!
Acuéstate, hijo, y duerme sin miedo -recorre la estancia como alma en
pena, y se hunde de nuevo en el colchón después de apagar la luz».
Ibidem, 144.
b7 Gloria ..., 584. El Abuelo ..., 817-18.
Núm. 30 (1984)
46 SOLEDAD MIRANDA GARC~A
ausente de él. El abate don Lino Paniagua encarnará la figura
del homosexual somático y alejado de la complacencia viciosa,
que será irrepetible en la literatura de la época, aunque algún
boceto jesuítico de Blasco Ibáfiez apunte a ello, pero sin en-trar
en detalles 'j8.
De una manera sobria, sin recreación morosa en los porme-nores,
de forma más elusiva que abultada. el clérigo rijoso, el
cura amancebado o la monja erótica desfilarán por las páginas
de los Episodios. mas en número no muy amplio. Con todo,
Galdós rehuía el escándalo, aunque fuera a costa del realismo
de su narración y de su lucimiento personal en una materia
que conocía a fondo y a la que hubiera sacado un gran partido,
hablando literariamente. Parece como si en este punto quisie-ra
tan sólo que su relato no fuera tachado de inverosímil, pero
sin desear penetrar a fondo en él. Pese a ello se sugieren as-pectos
y problemas que dan idea de la comprensión por e1 autor
de las zonas oscuras del alma. Relatos como el de la monja
Marcela o el de Donata indican la penetración galdosiana en una
psicología femenina tarada por la deformación de ciertas vi-vencias
pseudorreligiosas, que no debían ser infrecuentes en
algunos medios de la sociedad decimonónica, sobre todo rura-les.
En especial, Ia ((odalisca)) de Juan Santiuste está concebida
con singuIar penetración. En el momento de diseñarla se nota
que la atracción de Galdós por las cuestiones psicopatológicas
había llegado a su momento culminante, acumulando un buen
número de conocimientos bien asimilados. Las experiencias
traumatizantes de aquella iluminada aldeana viviendo toda su
niñez y juventud en un ambiente clerical enrarecido y esper-péniico,
expiosionan ai ser liberadas por ei faiso serninarista
Juan Santiuste en una exaltación religioso-amorosa, con voces
y apariciones celestiales y con una poderosa atracción humana
hacia su héroe, a quien ve a la doble luz de un ministro de Dios
y de un hombre que hará su felicidad terrenal; todo ello con
-u -11. - -l:Ji.-t-- rrtv- -r-i arrativu de 10 más agii que ofrecen 10s irepidantes
Episodios Nacionales, con una sorprendente pero lograda mez-cla
de realidad y fantasía.
b 9 E l aud ax..., 252-3.
568 ANüARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
((Donata, con más calor de frase, prosiguió así:
-He prometido a la Virgen que tú y yo haremos alguna
penitencia para ganar méritos que nos alivien del pecado.. .
Yo digo: el que no haya casamiento, porque no puede ha-berlo,
¿quiere decir que nuestro amor no tenga la indulgen-cia
divina? Estas son mis dudas.
Y las mías también. Vi que la testarudez de Donata
no abandona la idea de que yo me vista de ropas negras.
iArcan0 inmenso de un alma enamorada! Preferí sortear
con frases ambiguas este endiablado problema. Y ella:
-La Virgen nos dirá lo que debemos hacer ... La advo-cación
de la Cinta será siempre para mí, donde quiera que
esté, la más venerada, la que más adentro se mete en mi
corazón.. . También adoro a la Providencia, y aquí, en mi
pecho, llevo en un saquito, como escapulario, las estrelütas
milagrosas, que son el juguete de los angélicos en el san-tuario
de Mitán Camín.. .
-Salada es -murmuró el arcipreste, que contemplaba
con estupor a mi odalisca.
-Salada -repitió Donata-, y como salada, bendita,
todo el mar es agua bendita.. . ;Salve, Madre de Dios, Estre-lla
del Mar! ...
Con la prodigiosa escobita, que hacía veces de hisopo,
roció al cura tres veces, diciendo con voz grave, cavernosa,
que yo no había oído nunca en ella: "En nombre de la
Reina de los Cielos, de la Tierra y del Mar, te mando que
huyas, enemigo de las almas, y dejes en paz a estas infieles
criaturas pecadoras, que a Dios darán cuenta; a Dios y a
la Virgen, no a tí, que eres malo. Si has tomado forma de
diablo para atormentarnos, sueita esa forma vana y mis-teriosa
o vete con ella a los infiernos...". Así concluyó el
exorcismo, y una vez dicha la última palabra cayó Donata
al fondo de la barca, como si con el esfuerzo de su voz
mística quedase rendida y exhausta. Era una epiléptica,
una iluminada, que en momento crítico recibía fuerza y
voz de los espíritus celestes para combatir a los malignos.. .
Contagiado yo de aquel delirio, también quedé mudo y pa-ralizado
de todos mis miembros, y en el arciprestre adver-tí,
mando acudid a levantar E Dnnztz, temhlm Me ~ U E O S ,
fruncimiento de cejas y alteración total del fiero rostro.
Rociamos con agua bendita, esto es, agua salada, el ros-tro
de la iluminada mujer, y cuando la tuvimos medio re-puesta
de su arrebato místico.. . » 69.
La presentación de un cura, cuyo hogar es regido por ambas,
pero, sobre todo, acompañado y auxiliado por «sobrinas» será
el recurso literario más en bosa entre los autores para expresar
los deslices de la carne del gremio sacerdotal. En algunos casos
las asmas y scbrinasn llegarán a formar m harén como en la
casa del temible don 3dan Hondón del Episodio Carlos VI, en la
Rápita 'O. Pero la poligamia no alcanzará muchos adeptos en el
-« iY con el ama presente -relata Santiuste-, ya eran dos las
que veía! La tercera apareció después ... ¡Ya eran cuatro, Señor! Y no
era lo peor que fuesen cuatro, sino que la Última, o sea, la cuarta, era más
joven, por lo menos más lozana que la aparecida a la Virgen de los Do-lores,
y seguramente más bonita ...
En la punta de la len,gua tuve este concepto: «Dígame, señor ami- a
N preste, ¿cuántas amas y sobrinas tiene? Pero antes de pronunciar la
primera palabra, ví la indiscreción de tal pregunta ... De la cocina no O
podía yo ver más que el resplandor vivo de la lumbre, ni oir más que el n -
=
rumor alegre de los que allí comían. Muchos eran, a juzgar por la variedad m
O
de las voces. Parecíame que había más mujeres que hombres y más ju- E
E
ventud que vejez. En el desconcertado ruido distinguí voces castellanas 2
E entre el silabeo blando del catalán. Reconociendo en tales voces la innu- =
merabilidad de las sobrinas del arcipreste ... Era un mundo, un micro- 3
cosmos la casa de don Juanondón, arcipreste, patriarca y califa)). CU?+~OVSI -
en. .., 1225-7 y 1229. -
0m
Podríamos seguir espigando innumerables textos, pero sólo añadire- E
mos dos más: «-Poco a poco -dijo el cura echándose atrás el gorro O
después de atizarse una copa de vino blanco. No estoy porque a lo hu- n
mano se le llame infierno ... ¿Cómo pudo hacer nuestro Creador la Huma- -E
nidad para el sufrimiento y la privación en sí misma? NO, no: Lo humano a
es obra de Dios, como lo es lo divino ... La verdad y la ciencia están en 2
n
lo que a uno le pasa, y lo demás es viento de sabiduría vanas ... Pues a o
mí me ha pasado que no he podido echar de mí el amorcico de mujer ... 3 Nunca dijo nuestro Señor Jesucristo que los sacerdotes habíamos de vivir O
del aire de mujer, y nada más que del aire ..., ya usted me entiende.. . y,
en todo caso, paso porque ello sea mérito; obligación, nunca ...
-¿No cree usted, como yo, que la mujer es una de las más apañadas
creaciones de Dios? ... ¿Me negará usted que ha nacido para recibir los
obsequios del hombre y que estos obsequios son la sembradura de las
generaciones? ... He sido, aunque me esté mal el decirlo, un gran civili-zador,
y si me apuran, el buen pastor de esa parte del rebaño femenino
condenada por el mundo a la pena capital de vestir imágenes ...
-Muchas que han querido cuanto se puede querer ... No puedo decir
que no he sido viole~lto y malo más de una vez. La Virgen me lo per-dona,
si no me lo ha perdonado ya ... Verá usted: fue en lo más duro
de la guerra, siendo yo cura de Albalate y jefe de la caballería de Túnez.
570 ANUARZC1 DE ESTUDIOS ATLANTICOS
grupo clerical. Existen también, sin embargo, ocasiones en que
tales familiares están verdaderamente unidos con lazos de san-gre
y no hay entre ellos relaciones sexuales algunas. Así sucede,
verbi gratia, con el penitenciario don 'dnocencio de Dona Perfec-
Hablaba yo entonces, para decirlo decorosamente, con una muchachci, de
AIcaine ... Me enamoré de ella como un bestia.. . Lleváronrne el soplo de
que la Fabiana me estaba faltando ... Allá me fui ..., aceché, no vi nada ...
Aceché más, vi ... Vamos, que los cogí haciéndose fiestas. ¡Usted figú-rese
..., con mi genio! Salté del zarzal en que estaban escondidos.. . Agarré
al teniente por un tupé muy empinadito que gastaba, y asegurándole de
modo que no podía moverse le disparé mi pistola en la sien derecha ...
El tiro salió por la sien izquierda.. .
Una ráfaga de frío corrió por todo mi cuerpo al oir el trágico suceso
aei cura y al figurarme la escena bárbara y breve que con terrible con-cisión
me contaba. Díjele que difícilmente podía Nuestra Señora perdo-narle
tan brutal homicidio ...
-Conjucio mío, sigue mi consejo y toma las órdenes, sin cuidarte de
lo que ahora o después te digan en contra del estado religioso tus ner-vios
y tu sangre ... No seas cuerpo sin alma ... También ser alma sin
cuerpo es mala cosa ... Lo mejor entre lo bueno es amor ... Y lo más santo,
lo divinamente divino. Ríete de los que dicen no a todo lo bueno y sabro-so..
. Adiós, Confucio, vete a Tarragona.. . Dale memorias al Deán, d Obis-po
y al archipámpano y que te echen pronto la sagrada crisma ... Adiós,
hijo mío, que seas bueno, que metas el dedo en la olla de la miel pro-hibida..
. Adiós.» Ibid., 1232, 1242-3 y 1258-9.
-«¿Te acuerdas de lo que hablamos en la tartana viniendo de Uldeco.
na? Tú me preguntabas si el arcipreste es bueno o es mala; y yo no había
qué contestarte. . Ahora te digo que es malo, o que está en la vena de
volverse demonio. ¿No te contó 61 lo que hizo con el teniente que le quitó
a Fabiana? Pues lo mismo querrá hacer contigo ... permitirá la Virgen d8
la Cinta que ese hombre se vengue de ti por haberme robado y de mí por
dejarme robar? No; la Señora no lo permitirá. Yo le diré a la Señora que
don Juan no merecía mi constancia ... Yo he pecado ..., él más ..., él es,
como quien dice, monstruo, y su casa ... como eso que me contaste de
los harenes.. . ¿No se llaman así?. . . Te diré una cosa, y también be de
decírsela a la Virgen de la Cinta. Don Juan me compró a mi por 1.500
reaies ... No te asombres. Es como te io cuento: 1.W reaies dio por mi ...
Mi pobre madre necesitaba la cantidad, porque le habían embargado el
huerto de la Diezma, única hacienda que teníamos ... Pidió al rico don
Juan que le prestase dinero para el desempeño de la Diezma, y no quiso
dárselo ... Mi madre, desesperada, discurrió ofrecerme a mí por el dine-ro
... Y ese Mañas, en el mes de octubre, no en el último octubre, sino en
el de más atrás, me trajo a mí y llevó a mi madre los 1.500 reales...)) Ibid.,
1258-9.
Núm. 30 (1984) 571
tu. El interés de ésta en la promoción social de su sobrino
mediante su casamiento con Rosario hace concebir en un prin-cipio
la sospecha de que aquél fuera hijo de su carne, interroga-ción
que Galdós tiene buen cuidado en despejar absolutamente
en los episodios finales de la conocida obra ".
Antes de finalizar el breve recorrido por los vicios y defectos
del estamento eclesiástico decirnonónico, se@n nos los repre-sentara
el gran novelista coetáneo, aludiremos a otra faceta del
comportamiento y personalidad de los curas de la época -la
violencia- de la que Galdós se ocupará extensa e intensamente
en los Episodios. Difícilmente se borrarán de la imaginación del
lector los retratos del trapense 72, del cura Santacruz 73 o, en el
mundo de la fantasía, de don Juan Hondón, Muchos de los ca-pítulos
de la historia más desgraciada de la España contempo-ránea
se condensan en sus fieras figuras. Don Benito supo, sin
embargo, huir también en esta ocasión del maniqueísmo y atri-buyó
a este sector eclesiástico tan sólo la parte de responsabi-lidad
que le cabía en el desencadenamiento y desarrollo de la
violencia que enseñoreó la desgarrada convivencia ochocentista.
Recordando el ejemplo ya mencionado del cardenal Payá se
sintetiza conveniente y escuetamente su pensamiento en tal ex-tremo.
Figuras menos encumbradas en la pirámide eclesial, cu-ras
sencillos, focos de paz y mansedumbre, iluminan varios pa-sajes
de las novelas y Episodios galdosianos. Por nuestra parte
pensamos en Luis de Gamborena, José María Nones, Pedro Hillo,
Manuel Flórez ...; pero el lector de las obras del escritor gran-canario
podrá aumentar su lista según sus particulares prefe-rencias.
Aunque se trata de una cuestión menor comparada con las
referidas más atrás, Galdós se mostró muy sensible ante la vul-garidad
y grosería de ciertas figuras clericales -compatibles en
«Lo más particular es que ha reñido con su sobrina y vive solo, en-teramente
solo en una casucha del Arrabal de Baidejos. Ahora dice que
renuncia su silla en el coro de la catedral y se va a Roma.» Doñu Perfec-ta
..., 510. '= Los cien mil hijos de San Luis, E.N., 11, un faccioso más ..., E.N., 11.
' i V e Cartago a Sagunto, E.N., IV.
572 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
GALD~S Y LA RELIGIOSIDAD DE SU ÉPOCA 51
ocasiones con una situación acomodada e incluso con una capa
externa de urbanidad-. Representante insuperable de esta apa-rentemente
contradictoria situación es el don Silvestre de Gloria
y de manera aún más llamativa el tantas veces mencionado don
Nicolás Rubín:
((Porque Nicolás Rubín no podía dormir si no le ponían de-lante,
a punto de las once, una ensalada de lechuga o esca-rola,
se,* el tiempo, bien aliñada, bien meneada, con el
indispensable ajito frotado en la ensaladera y la golosina
del apio en su tiempo. Había comido muy bien el dichoso
cura, circunstancia que no debe notarse, pues no hay memo-ria
de que dejara de hacerlo cumplidamente ningún día del
año. Pero su estómago era un verdadero molino, y a las
tres horas de haberse llenado había que cargarlo otra vez.
-Esto no es más que debiiidad -decía, poniencio una
cara grave y a veces consternaaa-, y no hay idea de los
esfuerzos que he hecho por corregirlo. El médico me man-da
que coma poco y a menudo.
Cayó sobre aquel forraje de la ensalada, e inclinaba la
cara sobre ella como el bruto sobre la cavidad del pesebre
iieno ae hierba.
-Le diré a usted, tía -murmuraba con el gruñido que
la masticación le permitía-. Yo no soy de mucho comer,
aunque lo parezca.
-Podía serlo más. Come, hijo, que el comer no es pe-cado
gordo.
-Le diré a usted, tía.. .
No le dijo nada, porque la operación aquella de mascar
los jugosos tallos de la escarola absorbía toda su atención.
Los gruesos labios le relucían con la pringue, y ésta se le
escurría por la comisura de la boca. Formando un hilo co-rriente,
que hubiera descendido hasta la garganta si los
cañones de la mal rapada barba no lo detuvieran. Tenía
puesto un gorro negro de lana con borlita que le caía por
delante al inclinar la cabeza, y se retiraba hacia atrás cuan-do
la alzaba. A doña Lupe (no lo podía remediar) le daba
asco el modo de comer de su sobrino, considerando que
más le valía saber algo menos de cosas teológicas y un po-quito
más Üe arte de urbaniaaa ... No pudo conciuir la
frase, porque le vino de lo hondo del cuerpo a la boca una
tan voluminosa cantidad de gases, que las palabras tuvie-ron
que echarse a un lado para darle salida. Fue tan sonado
la regurgitación, que doña Lupe tuvo que apartar la cara,
aunque Nicolás puso la palma de la mano delante de la
boca, a guisa de mampara. Este movimiento era una de las
pocas cosas relativamente finas que sabía» T4.
Empero, frente a los curas de grosera apariencia y trato, el
autor describirá, igualmente, con profusión de pormenores,
sacerdotes y frailes en los que el don de gentes y la corrección
de su trato social son notas sobresalientes de su personalidad y
quehaceres. La relación es muy larga, hasta el punto de que una
ligera referencia a todos y cada uno de ellos detendría excesiva-mente
el curso de este trabajo y nos haría entrar en un descrip-cionismo
harto enfadoso. Basta que recordemos, de la rica ga-lería
galdosiana, al P. PaoIetti de La familia de León Roch 75, o a
don Isidro Palomeque, don Tomé y don Juan Casado de Angel
Guerra7" ai P. Jerónimo Baidomero L v Z ~ ~ ~ üdteí i Zi ü b ü e i~,a i
don Romualdo Cedrón de Misericordia 77 y, en fin, al afamado y
bueno don Lino de E2 audaz, abate perfecto, según nos lo pinta-ba
don Benito en sus correrías por el Madrid de comienzos
del XIX, provocando a su paso una estela de agradecimiento de
74 Fortunatu y Jacinta, O.C., 11, 643-4.
75 O.C., 1, 9.17-20 et pmsim.
Ángel Guerra ..., 122 y 169, respectivamente.
77 «...hombre de mundo, en el grado que puede serlo un cura de apaci-ble
genio: de palabra persuasiva, tolerante con las flaquezas humanas ... »
O.C. 111, 773.
'8 -«No me puedo olvidar del chasco del pobre don Lino -decía aqué-lla
riendo-. ¡Cómo cayó el infeliz! iY no necesitaba el pobrecillo rom-perse
las piernas para hacernos raír, porque la verdad es que era su figura
en ex--tr emo extravagante! - ~ o eri mi vi& he *to tragedia m& shy gracia; tudüs !o hicieron
bastante mal -dijo doña Juana-, iy luego ver entrar en escena a aquel
mamarracho!
-El abate no desempeña bien papel alguno sino cuando Pepita Sanahu-ja
le hace representar el de becerro o carnero en sus farsas pastoriies
-dijo doña Antonia. La verdad es que es un hombre excelente. ¡Si viera
usted qué arte tiene par& escogsr iixkii~s!
-Es una aihaja, como no sea para representar tragedias. No tiene igual
para toda clase de recados. Anteayer me compró unos jamones que no
había más que pedir. Para hoy le tengo encargado que se entere de alguna
doncella hacendosa y formal que me hace falta.. .» El audaz.. ., 31.
574 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
GALDÓS Y LA RELIGIOSIDAD DE SU EPOCA 53
sus amistades, por sus abrumadoras atenciones 78, o, Díaz de la
Robla de Halma 19.
En el aspecto de la sociología clerical que ahora considera-mos
-trato, apariencia externa e incluso higiene y cuidado cor-poral-,
como en tantos otros ataiíentes a ella, resulta sumamen-te
curioso ver el papel que tuvieron de vehículo de las nuevas
costumbres y usos los sacerdotes y congregaciones extranjeras
afincadas en España en el reinado de Alfonso XII y la regencia
de su segunda mujer. Respecto a los primeros, el chauvinismo
de Galdós se manifestó a través de una pintura un tanto satírica
de tales clérigos, a la manera de como hiciera en La famiíiu de
León Roch del pulcro y atildado P. Paoletti y de los amigos fran-ceses
de Luis GonzagaM. Debelador implacable de la incuria
española y entusiasta defensor de los utensilios sanitarios e
higiénicos lanzados al mercado por la segunda revolución indus-trial
-recuérdese, por ejemplo, la descripción de un flamante
cuarto de baño en La desheredadu-, Galdós pensaba, sin em-bargo,
que los refinamientos de maneras introducidos por las
comunidades religiosas de origen extranjero amaneraban el tra-to
directo y campechano de los sacerdotes y monjas españoles.
Obviamente, resulta difícil precisar si en este punto le asistía la
razón. Todo parece que la monopolizaba cuando hurgaba en la
mente de inn personaje popular a más de poder como es Fortu-nata,
cuando ésta, en su primer contacto con Nicolás Rubín,
remacha una especie de idea genérica en su estrato: K... las
' 9 «Sin duda (dijo Nazarín) fue el benditísimo don Manuel Flórez,
hombre muy bueno, pero que vivía en las rutinas y andaba siempre por
los caminos trillados. El vértigo scrcial, en media del cual vivió siempre
nuestro simpático don Manuel.)) O.C. 111, 676. Ibidem, 637. «-Dejadme
-decía don Manuel en su agonía y reparando en el esfuerzo de Nazarín-,
no seáis pesadas. Huyo de lo que fui.. . No quiero verme, no quiero oírme.
Ha