EL RELATO PLATÓNICO DE LA ATLÁNTIDA.
COMENTARIO A LOS DIALOGOS
TIME0 Y CRITIAS
P O R
A. DÍAZ TEJERA
1. Resulta, cuando menos, una osadía por mi parte tratar
un tema como el de la Atlántida. Un tema estudiado hasta la
saciedad y desde todos los puntos de vista l. Como exponente
se presume que desde el año 1840 hasta ahora se han escrito
más de dos mil tratados 2. Pero las conclusiones y resultados
no han acompañado a tanto esfuerzo. Parpadea la incertidum-bre
y la ambigüedad. En lo que a mí me toca, casi glosaría
que ha sido la intención de Platón: rodear la cuestión con un
gran signo de interrogación que invita e incita, una y otra vez,
a rastrear una respuesta adecuada.
2. Se &m !-\de, tales estudios se zambullen de inmediato
en la dicotomía de si el relato platónico de la Atlántida ofrece
Un buen estado de la cuestión, P. COUSSIN: «Le mythe de l'Atlantide»,
Mercure de Frunce, 15, febr., pp. 7-71, y S. EDWIN RAMAGE (ed.): Atlantis,
Fact or Fiction?, Bloomington, 1978, ~Perspectives Ancient and Modern»,
pp. 3-45.
* Cf. J. V. LUCEE: l fin de la Atlántida, Barcelona, 1975, p. 43. Traduc-ción
de R. V. ZAMORA de The End of Atlantis, Londres, 1969. Las referen-cias
anteriores y con comentario es interesante, T. H. MARTINÉ:t udes sur
le Emée de Platon, París, 1841, 1, pp. 257-332.
Núm. 42 (1996) 209
un referente concreto, real y ubicado o si, por el contrario, es
una simple configuración literaria. Dicotomía que se encuen-tra
ya entre los neoplatónicos, lo que da idea del problema en
sí mismo. Crántor, el primer comentarista de Platón, sostuvo
que el relato platónico respondía a la realidad, mientras que
el propio Proclo, excelso alumno platónico, consideró la na-rración
como una alegoría, «una teoría del cosmos», expresa-da
en forma de imágenes 3.
3. Y dentro de los peripatéticos, es llamativa la postura de
Aristóteles. Compara la historia de la Atlántida con lo que
Homero contó sobre el muro de Troya, que, una vez construi-do
por los griegos, desapareció por intervención divina 4. Iro-nía
ésta de Aristóteles que no gustó a Posidonio que le con-testa
que, en lugar de proferir tal observación, debió conside-rar
que Solón se informó de los sacerdotes egipcios y que, por
lo tanto, la narración platónica, basada en Solón, tiene visos
de historicidad, iozopíjoat.
4. Esta dicotomía, ficciódrealidad, ha sido una constante
en la investigación y ha polarizado, demasiado directamente,
las diversas interpretaciones, al margen del modo y estilo de
composición dialogada de Platón. Se prescinde, en gran me-dida,
de cuál pudo ser el propósito del filósofo al insertar tal
descripción 6.
PROCLOZn: l'im.,2 1 a-d y 24b.
En Estrab. XIII 1, 36 y asimismo PROCLOZ:n l'im. 61a.
En Estrab. 11 3,6.
Un trabajo reciente de VIDAL-NAQUET«:A thens and Atlantis: Structure
and Meaning of a Platonic Mythn, en Myth, Religion and Society, London,
1981, pp. 201-214, recoge esta perspectiva. Se sorprende. nota 3, de que los
filólogos como Taylor y Cornford no hayan relacionado la narración mítica
con el contenido del l'imeo. La misma observación en Formas de pensamien-to
y formas de sociedad en el mundo griego. El cazador negro, Barcelona,
1983, p. 306. Traducción de MARCO-AURELIOG ALNARINdIe Le chasseur noir.
Formes de pensée et formes de société dans le mond grec, París, 1981. De
muchos puntos de vista defendidos aquí soy deudor, aunque mi enfoque es
distinto y también la conclusión. Elogia a ERNSTG EGENSCHATZP: latons
Atlantis, Zurich, 1943, por considerar que al menos aquí hay un problema.
Cf. H. CHERNISS:~ Comptere ndu de E. Gegenschatz, Platon Atlantis, Zurich,
1943», AJPh 68 (1947), pp. 251-257.
210 ANUARIO DE ESTUDIOS ATUNTICOS
ELRELATO PLATÓNICO DE LAATLANTIDA. COMENTARIO ALOSDIhLOGOS TIME0 Y CRITIAS 3
5. Y ésta es la perspectiva desde la que quisiéramos desa-rrollar
este tema: en una primera travesía analizaremos la na-rración,
el carácter de un diálogo platónico y el lugar que ocu-pa
la narración de la Atlántida y sus referencias a otros diálo-gos.
Y en una segunda travesía proyectamos tal análisis en la
inquietante pregunta de si la Atlántida fue o no una realidad
o, por el contrario, una formación literaria.
6. La narración de la Atlántida se encuentra en dos diálo-gos:
en el diálogo Emeo y en el Critias, diálogos, los dos, de
la última época platónica 7. En uno y otro, a la descripción de
la Atlátida le precede la de la antigua Atenas, perdida en el
tiempo. Pero se observa una diferencia: en el Emw, un diálo-go
amplio, la narración de la Atlántida se inserta al principio,
tras una breve presentación y resumen del diálogo la Repúbli-ca
y ante una larga exposición sobre el origen del mundo, del
hombre y su mutua relación con la sociedad. Exposición ésta
llena, a la vez, de imaginación y de conocimientos matemáti-cos,
astronómicos y fisiológicos hasta entonces conocidos
7. El diálogo Cvitias, por el contrario, es un diálogo in-completo
y sólo contiene, después de una breve alusión al
Emeo 9, la descripción de la vieja ciudad de Atenas y de la
Atlántida lo. Y es importante advertir que la descripción de la
Atlántida, en sí misma, es más minuciosa en el Critias que la
efrecida en el Bmm, donde casi sólo hay una referencia y
nada más. En cambio, la descripción del pasado de Atenas es
Cf. D ~ ATZE JERA.:L a cronología de los diálogos platónicos», Emerita
29 (1961), pp. 241-286.
La introducción comprende 17a-20d. El relato de la Atlántida, con
!a presentaciSii de Uritius, 2nd-27c. E! tc=a cnsmn!rigiro, desde 27c hasta
el final.
Crit. 106-109b.
'O Crit. 109b-121c. La descripción del pasado de Atenas, 109b-112e; la
de la Atlántica, 112e al final.
Núm. 42 (1996) 211
más completa en el Emeo que en el Critias. Por ello es obli-gado
de todo punto utilizar y compaginar las dos redacciones.
8. Lo que sí resulta claro es que el diálogo Critias sigue
al Emeo y que es su complemento, pues el Emeo l1 anuncia
al Critias y el tema que se desarrolla en éste responde exacta-mente
al anunciado en el Emeo. Este hecho no lo rectifican
pequeñas discrepancias como que en el Emeo Atenea reina
sola en Atenas, mientras que en el Critias, así como en el
Menéxeno, reina en compañía de Hefesto. Asimismo en el
Emeo las primitivas constituciones de Atenas son un eco de
las de Egipto, mienstras en el Critias se omite esta relación.
9. Mas tampoco cabe duda alguna de que el Emeo es un
diálogo posterior al extenso diálogo de la República, del que
el Emeo desgrana puntos fundamentales l2 y selecci~nadm En
la República, además de tratar de la degradación de los dis-tintos
sistemas políticos, es decir, de la timocracia hacia la
oligarquía, de ésta a la democracia y de la democracia a la
tiranía, se proyecta la configuración del estado o gobierno
ideal y de sus componentes, sobre la concepción de una ana-logía
o casi isomorfismo entre las distintas funciones del alma
humana y las del estado ideal, con la siguiente correlación:
a) los gobernantes, a ser posible, han de ser sabios o filósofos,
porque en ellos anida y fermenta la facultad racional; b) los
guardianes o defensores de esta ciudad ideal deben ser valien-tes
y fogosos y deben responder a la facultad sensitiva y vo-luntativa
del alma, y c) los obreros especializados en cada uno
de los oficios deben responder al deseo y a la ambición que
aflora en el alma 13. En realidad palpita aquí, en este iso-morfismo
de ciudad ideal respecto al alma humana, la armó-nica
dirtrihudin del trib~ijee n r 2 z h & !U r,~pr_i&dy cm-diciones
espirituales del hombre: un estado ideal que traduce
la justicia en la armonía de sus componentes.
l1 Em. 27b.
l2 ES la doctrina común. Las objeciones de A. RIVAUDP: laton, Emée-
Critias, París. 1970. Notice p. 21. no son consistentes. Recurrir a los Üypn@
66ypara de Platón resulta hipotético.
l3 Una excelente descripción puede leerse en la Introducción de Platón.
La República. Madrid, 1949, pp. LXXXM-CXX por M. Pabón y Fernández
Galiano.
10. Si bien, con no poca tristeza Platón, al final de la Re-pública
14, reconoce la imposibilidad de que gobiernen los
sabios filósofos, a no ser «por alguna inspiración divina)), EK
nvoc 8 ~ i iqmv oíac. Textualmente comenta: c r eo que este es-tado
ideal no ha existido en ninguna parte de la tierra. Pero
quizá allá en el cielo, iv oi>pav@ ioq, se encuentre como pa-radigma
y modelo, napá&qpa» 15. Mas si en este pasaje Platón
sitúa su estado ideal en el cielo, en este otro lo sitúa en un
pasado lejano 16: «sin duda se ha engendrado en el tiempo
pasado y sin límite, ij VE iv z@ OImipq z@ napshqhu0ón
~ p ó v w .Y~ . n o olvidemos estas dos connotaciones referidas a
k ciudad ideal: paradigma y pasado lejano.
11. Porque son estos rasgos del estado ideal, las capaci-
- J 1 -1,- L..--=- ., Uau& uel aiiiia e,, ni- vorritín en 1n.c componentes iluiua.ucr J yAC,w,--,-- --- --- - ----
que han de regir la ciudad ideal y la consideración de ésta
como modelo y paradigma en un tiempo pasado, los que fun-damentalmente
resume Sócrates en el prólogo del ltmeo 17.
Platón insiste, por boca de Sócrates, que este resumen es exac-to
respecto a la conversación habida en la República. Dice
Sócrates la: «así pues, todo lo que habíamos desarrollado ayer,
¿lo hemos resumido de nuevo en sus partes principales o he-mos
de lamenar, querido Timeo, alguna omisión? De ninguna
manera, Sócrates -contesta Timeo-. Eso fue exactamente lo
que se dijo)).
12. Pero (qué relación significativa e intencional puede te-ner
este resumen l9 del estado ideal con el relato de la Atlán-l4
Rep. 449 c.
l5 Rep. S92 a-b: yfig y~ oU6apoii oipcui aUziv eivai. hAh' Ev oUpavQ
ioog xapoi6eiypa ú v a ~ e i r a i .
j6 Rep. 449 c.
l7 Interesante resulta el que el í'irneo seleccione el contenido de los li-bros
de la República 11-V y nada de VI-W, donde se trata de la degradación
de los sistemas políticos. El problema es de mucha monta: A. E. TAYLOR: A
Commentary on Plato's Emaeus, Oxford, 1962, p. 27.
l8 Em. 19a. S~CRATES.-&p' o6v 64 6idqAu0tpcv 46q ~aeárcep x ~ É s ,
i;ic Lu ~ z + ~ J . ~ i zmMj i ~Cz nvaAB~-iv, roeoíipev Lti r i r 6 v PqBévrwv, O
@íAe Típaie, LnoA~ixópevovT; I M E O . - O ~ ~ ~Ú~AA~tiC a,U r& raiira qv rti
hex0évta, 6 L ó ~ p a t r <C. f. también lim. 18b.
l9 Se trata del resumen que se practica en el Zimeo, naturalmente. Más
tarde volveremos sobre ello.
Núm. 42 (1996) 213
tida? Es una cuestión, a mi parecer, importante. La descrip-ción
de la Atlántida la narra Critias, contemporáneo y parien-te
de Platón. Es este Critias, junto con Timeo y Sócrates, el
tercer personaje y será después el protagonista del diálogo ho-mónimo,
Critias. La historia, advierte Critias, «procede de los
sacerdotes de Egipto, que la relataron a Solón; éste, a su vez,
a Diopites, mi bisabuelo, que, tomando el relevo, la refirió a
Critias, mi abuelo, ya viejo, cerca de noventa años. De éste,
precisamente, la escuché yo, sentado sobre sus rodillas, yo,
que a la sazón tenía diez años» 20.
13. Pues, tras esta captatio benevolentiae por parte de
Platón la narración y descripción en sí de la Atlántida y tanto
en el Emeo como en el Critias -con la distribución ya seña-lada-
comprende dos temas n purtes mqr clar~sU: na, !a pi-mera,
tiene como objetivo el de ensalzar la grandeza de la
Atenas antigua, la Atenas perdida en los tiempos. La segunda
parte, en cambio, ofrece la descripción del poderío de la isla
Atlántida que, al principio y en razón a que fue fundada en
su organización por el dios Posidón, se mostró respetuosa con
los dioses y la justicia, mas, al fin, perdido su natural divino,
cayó en la soberbia y en el desprecio de lo más sagrado. Ata-có,
en su ambición expansionista, lo que estaba del lado de
acá de las Columnas de Hércules, pero fue vencida por Ate-nas
que restableció la libertad de las naciones. Luego, por
efecto de un maremoto, fue destruida y sumergida en las
aguas del Océano.
14. Llamo la atención de nuevo: la descripción de la isla
Atlántida siempre viene detrás de la descripción de la proto-
Atenas. Y sorprende que los estudiosos pongan el acento en
!a parte de !a Mhtida, en oposición a la propia estructura
del diálogo. Es cierto que el omitir las consideraciones sobre
la proto-Atenas en una dialéctica entre Atenas-Atlántida es un
error, no sólo de estructura literaria, sino de pura lógica *l.
Em. 20d-21 e. He transcrito un resumen tan si>!o.
21 Registro dos excepciones: 0. BRONEER«:P lato's Descnption of Early
Athens and the Ongin of Metageinian, Hesperia, 1949, pp. 49-59, y H. HER-BER:
~Urathen,d er Idealstaatn, en P. STEINMET(Zed .): Palingenesia, pp. 108-
134. Y de forma muy explícita, VIDAL-NAQUEFTor:m as de Pensamiento,
214 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
EL RELATO PLAT~NIcO DE LA ATLANTIDA. COMENTANO ALOS DLk0GOSTlMEOY CRlTIAS 7
Veamos este punto, con más detalle, en consonancia con la
estructura del diálogo.
15. Los sacerdotes egipcios de la ciudad Saítica, ciudad
que mantenía buenas relaciones con Atenas 22, miran con no
poca sorpresa a Solón que les había hablado de la antigüedad
de Atenas y de sus mitos lejanos. El más anciano de los sa-cerdotes
le comenta 23: «Salón, Solón, vosotros los griegos sois
siempre niños, nai6q. Y un griego no es nunca viejo, y6povn.
!mte !u s~rpres-. de S&n, el anciano le explica que los grie-gos,
dados los numerosos cataclismos y diluvios que han su-frido,
no conservan su historia por escrito. Detrás de cada
cataclismo, empiezan de nuevo su historia. Por el contrario,
nosotros, por la regularidad del Nilo y porque conservamos
todo en nuestros escritos, tanto lo que a vosotros atañe como
a lo que está en derredor, disfrutamos de una historia sin in-terrupción.
«Vosotros -textualmente 24- no tenéis una histo-ria
encanecida por el tiempo: 0666 pá9qp.a ~ p ó v qn ohtbv
0666B~.
16. «Y así ignoráis que la estirpe más bella y noble entre
los hombres, zb ~áhhtozov~ a dipt ozov $vos 25, ha nacido en
vuestro país, de la que tú y toda la ciudad desciende, pues se
op. cit., p. 306: «el historiador que quiera comprender el mito de la
Atlántida se encuentra sometido a una triple obligación: la de no separar
!as dos ciUdades ,e ?!at61? ha ir?ide tan ertzrechamente, la de referirse
constantemente a la física del lime0 y la de poner en relación, por ello
mismo, el mito histórico cuya estructura trata de determinar con el "idea-lismo"
platónico».
22 Cf. Heród. Ii 178,l: @ihÉññqv 66 yevópevoc 6 Xpuoic, Üññu TE ES
'EAñfivov p~r~€jxÉpouc ane664aro mi 6ij roiai hni~veopÉvoior Ec Aiyumov
# ~ K NEa Ú ~ p a r i vn ó l i v E v o i ~ j o a iY. también 1 29-30.
23 lim. 22 b: 6 Lóñov, <j Lóñwv, XñAqvec uiei nai6tc tute. yÉpov 66
"Eññqv OGK Euriv.
24 lim. 22 c.
25 lim. 23 b.
Núm. 42 (1996)
8 A. D~AZ TEJERA
ha conservado un poco de su simiente, mpthEt$€IÉvzo< no6
anéppazo~B paxÉo~26 . Sí, Solón, hubo un tiempo, a,ntes de la
mayor de las destrucciones causada por las aguas, en el que
la ciudad que hoy día es Atenas, era la mejor en la guerra y
de manera especial, la más civilizada en todos los aspectos,
~ a n iñ &v~~aU voyunáqG ta$~póvzwc.,.Y de nuestras dos ciu-dades
es la tuya más antigua en mil años ... Y.desde que nues-tro
país se civilizó, han transcurrido, según relatan nuestros
escritos, ocho mil años. Así pues, te voy a mostrar las leyes de
tus conciudadanos de hace nueve mil años, y de manera abre-viada
de entre sus hazañas una muy singular. .. Compara vues- a
tras leyes con las de esta ciudad. Encontrarás aquí, todavía N
E
hoy, numerosas semejanzas a las que vosotros teníais: la clase O
sacerdotal separada y aislada de todas las demás; las distintas n-- m clases de artesanos, de forma que cada grupo de ellos desem- O
E
peña un oficio por separado. En cuanto a los guardianes, ha- E
2
brás observado que se mantienen al margen de las demás cla- -E
ses. Y en lo tocante a los valores espirituales, n ~ p i~ í j 54 po- 3
vqoewc 27, ves cuánto cuidado y preocupación ha tenido la ley -O- aquí desde el principio.. . D.
m
E
17. «De otra parte, numerosas y grandes fueron vuestras O
hazañas y las de tu ciudad: aquí están escritas y causan admi- n
ración. Pero hay una que sobresale: nuestros escritos cuentan -E
de qué manera vuestra ciudad aniquiló, hace ya tiempo, un a
2
poder que avanzaba en insolencia, Enava6v ~ O Z EG úvapv Bpptv n
n
nop~vopÉvqv28 , y que invadía a la vez toda Europa y Asia y
que su ataque lo realizaba desde el exterior, desde el Océano 3
O
Atlántico, E%,&IZV bppq€I&ioav& K ZOU XZhavn~oUn &h&yovp*'.
18. En este punto, el anciano sacerdote sitúa este poder y
su uir,enazu: ~unuis la, =ayer que Libir, y Asia ~niduse, mp!a-zada
delante de un estrecho que los griegos llaman Columnas
de Hércules. Desde esta isla se podía pasar a otras islas y ga-nar,
incluso, el continente sobre la ribera opuesta. Este impe-
26 Em. 24 a. Esta observación es importante, porque explica la conti-nuidad
de «algo de lo mismo original,,.
27 Em. 24 b.
28 Em. 24 c.
29 lim. 24 e.
ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
rio, dueño de esta gran isla y de muchas otras, lo era también
de parte del contiente: en Libia se extendía hasta Egipto y en
Europa hasta Tirrenia~30 .
19. Hasta aquí lo más significativo de la Proto-Atenas y
de la Atlántida en la versión del Emeo. Y se habrá observado
la desproporción narrativa entre lo dedicado a la Proto-Atenas,
con amplitud y minuciosidad de detalles, y lo dedicado a la
Atlántida: en realidad, la narración se limita a ubicarla en el
mar exterior. Lo contrario acontece en el diálogo Critias. Aquí
lo relativo a la Proto-Atenas es sólo alusivo, mientras que la
descripción de la isla Atlántida, en su aspecto de gobierno y
en el de su topografía, es minuciosa y con abundantes no-ticias.
20. En el reparto que los dioses practicaron de la tierra,
esta isla correspondió a Posidón, dios del mar 31. Se enamoró
de una doncella, de nombre Clito, y engendró y crió cinco
generaciones de hijos, varones y gemelos, naibv 6.i appivav
~ É V T E~ É m 6vq 6ú pov~y mqoápvo~t0 pÉyazo 32. Al hijo ma-yor
lo hizo rey supremo y a los demás los hizo príncipes y esta
secuencia de realeza duró mucho tiempo. De este modo, el
gobierno y el reino lo conservaron en su familia 33.
21. Además, la isla rebosaba de todo tipo de riquezas:
abundaba en metales, particularmente el metal oricalco, el
más apreciado después del oro y conocido sólo de nombre 34.
También era rica en alimentos de todo tipo, y de entre otros
animales abundaban los elefantes 35. Pero en especial es digno
de mención el toro, cuyo sacrificio, tras darle caza sin amas,
garantizaba el juramento de los gobernantes de respetar las
'O Em. 24 e-25 d. La posterior Etruria.
3' Crit. 109 b y 113 b y SS. Este reparto se hace «sin disputa)), ui, KUT'
Epiv, frente a lo que se dice en Menex. 237 c. Y me parece positiva la obser-vación
de VIDAL-NAQUEFTo:r mas de Pensamiento, op. cit., p. 314, de que
aquí se separan Atenea y Posidón: Atenea para Atenas, Posidón para la
Atlántida, cuando ambas divinidades eran veneradas en el Erecteo.
32 Crit. 11 3 e.
33 Crit. 114 d.
34 Crit. 114 e.
35 Crit. 115 a.
Núm. 42 (1996)
1 O A. D~AZ TEERA
leyes' de sus mayores. El texto 36 es interesante: «sueltos los
toros que había en el templo de Posidón, los diez reyes, una
vez solos, tras suplicar al dios que les fuera dado capturar la
víctima a él agradable, sin hierro, &v&ua 6fipou, sino con ins-trumentos
de madera y con lazos, @hoic ~ apipó ~otc,s e po-nían
a la caza».
22. Por doquier se encontraban sustancias fragantes y olo-rosas.
Y fuentes, una de agua fría y otra caliente, fluían ricas
y bellas 37. La configuración de la isla fue especial, casi
onfálica. Posidón, que todo lo puede, hundió el cetro y creó
zonas alternas de agua y tierra, más grandes y más pequeñas,
en cerco respecto de unas y otras. Había dos zonas de tierra
y tres de agua, dispuestas concéntricamente, de modo que to-das
sus partes se hallaban a igual distancia del centro 38. Más
tarde, con sus riquezas construyeron puentes sobre los cana-les,
dársenas y puertos, al tiempo que se aprovisionaron de
barcos de diversos tamaños. Y así la isla se abrió al mar exte-rior.
Pero estas mismas riquezas sembraron la ambición y la
injusticia y los gobernantes y habitantes perdieron el sentido
de la moderación 39. Y el dios Zeus se enfadó ... 40.
23. El diálogo Critias, pues, habla del carácter divino de
la Atlántida, en lo que coincide con el Rmeo 41. Pero también
de su sistema de gobierno y de su alternancia familiar; de sus
riquezas y abundancia de animales; de su configuración to-pográfica
y de su abertura comercial y de las consecuencias
de estas riquezas, esto es, la ambición y la injusticia, a lo que
también alude la narración del Time0 42. Y vuelvo a la pregun-
Crit. 118 d.
Crit. 117 a.
Crit. 109 d SS.
0%. 121 a.
Aquí se interrumpe, bruscamente, el relato del Critias.
Cf. 3 13.
Cf. 3 17.
ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
EL RELATO PLATÓNICO DE LA ATLANTIDA. COMENTARIO ALOS DIALOGOS TIME0 Y CRITIAS 1 1
ta 43: ¿tiene algo que ver el resumen de la República hecha por
Sócrates en. el nmeo y la narración de la Atenas arcaica y de
la Atlántica? Sin duda ninguna, la relación es estrecha, rela-ción
que el propio Platon explicita. Cuando Sócrates hubo ter-minado
el resumen y antes que el viejo sacerdote egipcio co-menzara
su relato a Solón, aquél nos dice 44:
((Escuchad todavía ahora a propósito del estado ideal
que hemos descrito, qué tipo de sensación he experimen-tado
ante él. Esta sensación se me asemeja a la que sien-te
uno cuando, por haber contemplado bellos seres vi-vientes,
ya representados en pintura, ya realmente vivos,
pero en reposo, desea ardientemente verlos en movimien-to
y efectuando los ejercicios que convienen a sus cuer-pos.
Esto mismo es lo que yo he experimentado respecto
al estado ideal que hemos dibujadon.
24. A continuación, Sócrates confiesa que le gustaría lle-var
a cabo tal deseo, el de reproducir las hazañas de ese esta-do
ideal, la educación de los ciudadanos y las relaciones con
otros estados. Pero se confiesa incapaz: «por tanto, Critias y
Hermócrates, me conozco y sé que no sería capaz de hacer el
elo-g io adecuado, i ~ a v O <É y~opiáoai,d e estos hombres y de
su ciudad». Pero tampoco -observa- los poetas y sofistas.
Sólo vosotros podéis hacerlo: «quedan personas como vosotros
que por naturaleza y educación participan a la vez de la filo-sofía
y de la política».
25. Más explícito resulta el pasaje en el que se compara
43 Cf. 3 12.
44 í'im. 19 b y ss.
Núm. 42 (1996)
12 A. D~AZ TEJERA
el relato de la Proto-Atenas conforme lo oyó Solón con la des-cripción
de la ciudad ideal. El texto 45 es muy importante en
boca del joven Critias:
«Has escuchado, Sócrates, lo que, de forma sucinta,
contara el viejo Critias según lo había oído de Solón. Ayer,
cuando hablabas de tu sistema político, o08 xe i xohi-rEíaq,
de los ciudadanos 46, estaba sorprendi g o recor-dando
o que ahora acabo de relatar. Imaginaba que por
un cierto y divino azar y no sin intención habías topado,
en muchos aspectos, con lo que Solón había narrado. No
quise, es verdad, decirlo al punto porque, debido al tiem-po
transcurrido, no me acordaba suficientemente. Pensé
que debía concentrarme en mí mismo para luego, reco-brado
con exactitud todo el relato, ex onerlo como lo he
hecho ... Los ciudadanos y la ciudad 1e ayer nos presen-taste
como en un mito, transportados ahora al reino de la
verdad, confirmaremos que aquella ciudad es ésta aquí y
que los ciudadanos que imaginaste diremos que son nues-tros
verdaderos antepasados, de los que habló el sacer-doten.
26. El texto citado marca contrastes significativos: ayer,
frente a hoy; mito frente a verdad y ciudad ideal frente a ciu-
45 lim. 25 e y SS.
46 Naturalmente se refiere a la ciudad ideal dibujada en la República.
Cf. aquí 5 9.
220 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
ELRELATOPLAT6NICO DE LA ATLANTIDA. COMENTARIO ALOS DIALOGOSTIMEOY CNTIAS 13
dad real. Y parece claro que la intencionalidad de Platón fue
la de querer dar realidad a su estado ideal, realidad en el pa-sado,
en la nebulosa de los tiempos: ese estado ideal existió
una vez y fue la Proto-Atenas. Mas respecto al pasaje comen-tado
cabe la siguiente observación: que el texto viene inme-diatamente
detrás de la narración de la isla Atlántida. Lo es-peraríamos
después de la descripción de la Proto-Atenas. Lue-go
podría referirse tanto a Atenas como a la isla de la Atlán-tida
y el sintagma <<aquellcai udad es ésta» aludiría también a
la Atlántida. Pero entonces, ¿la Proto-Atenas y la Atlántida son
la misma cosa, la misma ciudad? Ya hemos defendido que de
ninguna manera conforme a la propia estructura de los diálo-gos
Emeo y Critias 47. Ahora apuramos nuestra postura desde
el propio contenido. En efecto, Platón, no sin propósito, repi-te
que la Broto-Atenas he una ciudad de tierra, de continente
y sin puertos: «esa antigua Atenas vuestra ha recibido su se-milla
de Gaya, la tierra, y de Hefesto, el fuego» 48. Y en el
Critias 49 se afirma que la tierra ática era más extensa que
ahora: por un lado llegaba hasta el Istmo, por otro hasta el
Citerón y hasta las alturas del Parnaso. Asimismo, que «la tie-rra
toda», xiiaa yij so, de este país aventajaba a todas en ferti-lidad,
que era capaz de alimentar a un gran ejército, incluso
sin trabajar la tierra. Y algo parecido cabe decir de su Acró-polis
«no era cual hoy. .. Era en otro tiempo, Ev Eripy
~póvqt,a n vasta que se extendía hasta el Erídano y el Iliso y
la limitaba por el norte el Licabeto. La periferia y las mismas
pendientes de la Acrópolis estaban habitadas por los agricul-tores
y artesanos, que cultivaban la tierra en su derredor. Pero
su parte superior la ocupaban la clase de los guerreros, sepa-rados
del resto, alrededor del santuario de Atenea y Hefesto,
t6 páx~pov ~ 8 t h~ a 0a' 6 6 póvov y i v o ~m pi t h ~ i j sA 8qvii~
'H@aíotou TE iephv K T ~ K I ~ K E I Va, la manera de un jardín con
una sola mansión, pi.aq o i ~ í aK~~ ~ TCOVD.
47 Cf. 3s 13 y 14 y SS. En realidad, en el Time0 sólo se alude a la
Atlántida. Luego no hay contradicción.
4 9 m . 23 e: ÉK ¡Yj< ze ~d 'H@aíozou zo o x ~ p p u xupuhu~oúoa i~póv.
49 Crit. 1 10 d-e.
Crit. 110 e.
51 Crit. 112 a-b.
Núm. 42 (1996)
27. Este último sintagma, aUr6 ~ a ea'U r6 póvov ysvoq,
esconde la noción de mismidad y de unidad. Nociones que se
reflejan en el hecho de que la Acrópolis -se dice líneas más
abajo disfrutaba de una única fuente, pía ~pqvqd, e agua
abundante y que era bien templada tanto en invierno como en
verano, &U~p&qo 6oav xp6q X E I ~ OTVI ~ a 0iÉ p0q~Y~ .c omo
culminación de estas nociones, sus propios habitantes, sus
hombres de bien, por virtud de Atenea y Hefesto, que tienen
la naturaleza común, K O I V ~ V $Ú~Ivs,o n autóctonos, aUróx00-
veq 54. Luego las dimensiones de solidez, limitación, mismidad
y unicidad parpadean en el trasfondo de la Atenas prehis-tórica.
T 7
V. LA ATLÁNTIDACO, NTRAPUNTO DE LA FROTO-ATENAS
28. Algo diferente acontece respecto a la Atlántida. Al
principio, también aquí la tierra es una noción pertinente: es
una isla, que tiene una llanura y una montaña donde habita-ban
los padres de la doncella Clito, nacidos de la tierra, ~ a z &
OIpx" SK ytj~ ... y~yovó~ov Pero pronto brota en la isla la
noción de mezcla: Posidón, en torno a esta montaña central,
forma tres canales de agua y si bien no llegaban barcos al
principio se debía -insinúa irónicamente Platón- «a que to-davía
no los había y tampoco navegación, xhoia y&p ~ a ti6
d ~ i v05 x0 TÓTE {VD 56. Sin embargo, pronto se abrió a la
mar, se construyeron puertos y arribaron navíos y mercan-cías
Tierra y agua son componentes básicos de la Atlántida.
cnt. 112 d.
3 T . .3 . .. . 3 . .1 - C - - - ~ L~ULICCIOIIu t: ~ S uM ~ ~irnIraa se no es fácil. üescie iuego no parece
correcto ~égalements aine en hiver et en étén, de A. RIVAUDo,p . cit. ad hoc.
La idea de mezcla resulta clara por Cntias 11l e: G p a ~p erpiOrutu ~ e ~ p a p é -
vac y Rm. 24 c, rijv eU~paoiav rOv OpOv, manteniendo su uniformidad.
Cf. la observación de VIDAL-NAQUFEoTrm: as de Pensamiento, op. cit., p. 316,
nota 63.
54 Crif. 109 c.
Cnt. 113 C-d.
56 Cnt. 113 e.
Crit. 115 d.
ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
ELRELATO PLAT~NICOD E LAATLANTIDA.C OMENTARIO A LOS DIALOGOSTIMEOY CRITIAS 15
29. Y tierra y agua, en dialéctica mutua, constituyen ele-mentos
que provocan lo indeterminado y la inestabilidad. La
no-homogeneidad fermenta por doquier: de sus construccio-nes,
unas son simples, &nAii, y otras de diferentes piedras y
abigarradas, xoi~iAa58 . DOS fuentes, una de agua caliente y
otra de agua fría, y de sus cisternas, unas se abrían al cielo
mientras otras eran techadas 59. Las piedras, arrancadas de la
tierra, unas eran blancas y otras rojas 60. Y los reyes se reunían
para deliberar cada quinto y cada sexto año alternativamen-te,
concediendo igual honor al número par y al impar, ap'r;iq
~ a ni r ptt@ pÉpo< iaov hnovÉovzr< 61.
30. Esta alteridad y heterogeneidad, frente a la mismidad
y homogeneidad de la Proto-Atenas, se vio favorecida, en su
progresión dialéctica inevitable, por el desvaimiento y dismi-nución
de la naturaleza divina de sus gobernantes, que se lie-naron
de ambición y de poder injustos, nA~ov&&a<~ ¿%KO~Ua i
Guváprw< 62. Y a diferencia de la Proto-Atenas, cuyo ejército
todo fue sepultado bajo tierra, ~ a z 6y q<, la isla Atlántida de-sapareció
bajo el mar, ~ a z &y f i~ 0aAát'r;q6~3. La vieja Atenas,
pues, como la tierra firme, refracta lo sólido y lo inmutable;
la Atlántida, en cambio, mezcla de mar y tierra, engendra la
evolución y la inestabilidad. Luego se trata de dos realidades
distintas, según nuestra hipótesis, y la Proto-Atenas la escena
en la que pudieron realizarse los componentes básicos de la
ciudad ideal.
31. Con todo, Platón, no sin malicia, cuando describe la
Proto-Atenas, deja caer observaciones en las que marca con-trastes
entre la Atenas histórica de su tiempo, la Atenas marí-tima
y aquella vieja Atenas que casi es modelo. Se explican así
pasajes como el siguiente: la Acrópolis de entonces no es como
la de ahora. «Una sola noche de diluvios inundó por todas
58 Crit. 116 b.
59 Crit. 1 l b a.
60 CTit. 1 16 a.
ói Crit. 1í 9 d. Cf. VIDAL-NAQUEFTo: rmas de Pensamiento, art. cit., p. 2ó9,
nota 42.
Crit. 121 b.
63 Crit. 112 a.
Núm. 42 (1996)
16 A. D~AZ TEJERA
partes la tierra y a ésta ahora la volvió desnuda y desierta» 64.
Y en otro lugar 65 se dice: «hubo muchos y grandes cataclis-mos
en estos nueve mil años, pues tal es el intervalo de tiem-po
que separa la época contemporánea de ahora de aquel le-jano
tiempo, tooaUta yap n p 6 ~t 6v vUv an' ~ K E ~ V O Ut0 6
~póvou yEyove Etq. Y así, en ese largo período la tierra ática
era arrastrada desde las alturas ... y no depositaba sedimentos
dignos y sólidos, sino que, en su deslizamiento constante, de-saparecería
en el abismo del mar... En comparación con la de
entonces, npOq 62 t ó ~ e l,a de ahora, ttt vuv, es comparable a
un esqueleto descarnado por la enfermedad)). Y completa este
contraste diciendo 66: atoda nuestra tierra ática, que se extien-de
toda entera desde el resto del continente hasta el piélago,
e i ~t O nihayoq, viene a ser como un promontorio)). Con todo,
lo más relevante de estos contrastes radica en que se realizan
en el Critias, que describe la Atlántida. Luego cabe deducir que
la Atenas histórica es el reflejo de inestabilidad de la Atlántida.
32. La Atenas histórica y contemporánea de Platón revela
el contrapunto de la Atenas vieja y primitiva, de la Proto-Ate-nas.
Aquélla pierde su tierra, se llena de puertos, se abre al
mar y sufre la inestabilidad de los cambios políticos. Se hace
Atlántida. De la mismidad se ha pasado a la alteridad. Y no
carece de importancia el que fuera Solón, legislador ateniente,
la fuente remota de la narración de la Atlántida.
VI. REFERENCIAS A LA COSMOGON~ DEL TIMEO
33. Ahora bien, en el cuerpo central del diálogo Emeo, al
hablar de los cuatro elementos, Platón afirma que la tierra es
lo sólido y que «jamás podría mudar hacia otro elemento, (yq)
o6 yáp e i ~&h ho ye E E ~ O S Eh80t not' &V6 7». Esto es, la
tierra no sufre alteridad. Y ello, además, porque «la tierra es,
de los cuatro elementos, la más difícil en el movimiento,
64 Crit. í i 2 a.
65 Crit. 11 1 a-b.
66 Crit. 111 a.
67 lim. 56 d.
ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
EL RELATO PLAT~NICOD E LA ATLANTIDA.C OMENTARIOA LOSDIALOGOSTIMEOY CRITIAS 17
a ~ i v q ~ o ~ áyt lqa ,m ás tenaz en su corporeidad, nAaat i~wzátq.
Y es necesario que lo que ha nacido con estas características
tenga el basamento más firme y seguro, r&< P ~ U E I S ao@aA~o-r
á ~ a c p'j8 . Y la conclusión se hace evidente: «si un elemento
permanece invariable e idéntico a sí mismo, 6poiov ~ a tia6 -
t6v aUt@, no puede ni sufrir cambio, ptapoA$ ni altera-ción
» 69.
34. Lo contrario sucede con el agua y con lo que está so-metido
a mezcla. «Respecto al agua, se tiene, en principio, dos
variedades, una líquida y otra sólida. La variedad líquida se
debe a que participa y está compuesta de aquellos elementos
de agua que son pequeños. Y en razón de la desigualdad de
éstos, aviawv bvtwv, esta variedad líquida resulta movible, ya
ella en sí misma, ya por otro, a causa de su no homogenei-dad,
K I V ~ ~ L K a~UVt6 T E ~ a 0 'a 6 ~ 6~ a Ui n ' kh3Lou 6 ~ at f i v
avopaAótqta» 'O. El agua, pues, lleva en sí misma la posibili-dad
de cambio y de alterarse. Es la célebre teoría platónica de
lo mismo y lo otro.
35. En esta perspectiva y con proyección analógica cabe
componer la siguiente comparación: la Atlántida es tierra y
mar y la Atenas histórica es tierra y mar, ambas ciudades ex-puestas
al movimiento, al cambio y a la alteración. Y de aquí
un proceso similar en su devenir histórico. En su trasfondo,
la Proto-Atenas, tierra sólida y firme y un eco de la ciudad
ideal, redonda y compacta como toda idea. Se entiende, en-tonces,
esa irónica observación de Platón " cuando dice por
boca de Critias: ame es necesario advertir, antes de pasar a mi
relato, que no os sorprendáis si oís muchas veces nombres
griegos en lugar de los bárbaros)). La razón aducida es que los
rgipcics ya Ins tradujeron a su lengua y Solón los re-traduce
en sus poemas. Desde luego, la observación platónica resulta-
Tim. 55 e.
69 Em. 57 a. Sólo por efecto de cataclismos cósmicos: «una sola noche
de diluvios inundó por todas partes la tierra y a ésta -el Ática- la volvió
desnuda y desierta», Crit. 112 a.
'O Tim. 58 d.
71 Crit. 113 a. Cf. VIDAL-NAQUEFTo:r mas de Pensamiento, op. cit., p. 320,
con interpretación algo diferente.
Núm. 42 (1996) 225
18 A. DÍAZ TEJERA
ría casi cómica si no es porque Platón quiso indicar que tan
griega es la Atlántida como la Atenas histórica.
VII. INTENTDOE VERACIDAD DEL RELATO
36. De todo lo dicho me confirmo en la opinión de que
el relato de la Atlántida y de la Proto-Atenas es la proyección
creadora de la mente platónica sobre las nociones conceptua-les
de lo mismo y lo otro, de la idea y la realidad, del modelo y
la copia. Pero bien que se preocupó Platón de hacernos creer
que el relato implica una realidad verdadera: «Os voy a con-tar
una antigua historia, hóyov, que he oído de un hombre no
joven» 72. Se emplea la palabra logos y no mito, pero flanquea-da
por los dete-rminantec mtigun y visfi. Y en etre psuje 73
se habla de «una historia ciertamente extraña, hóyou azóxou,
y en general, en mi opinión, verdadera, .navzáxaai ye pfiv
&hqOoCp. También encontramos el término logos, pero a su
lado el determinante extraño, hóxou, que literalmente signifi-ca
sin lugar. ¿Ironía platónica? Asimismo se registra el deter-minante
verdadera pero mitigado con la partícula restrictiva ye,
«en mi opinión».
37. Y machacona es la recurrencia que lo que cuenta
Solón está registrado en los escritos sagrados 74 de los sacerdo-tes
egipcios. Es más, en el Critias 75 se afirma que Solón
transcribió el relato de los sacerdotes a sus poemas y que los
manuscritos de dicha transcripción los dejó al abuelo y que
ahora los posee el propio Critias, que dice: dos he estudiado
en mi juventud» 76. En la misma línea de convencernos de la
verdad de la Atlántida, Platón pone el origen de la narración 77
en boca de So13r1, un personaje histtrico, y no digamos su
exquisito cuidado de ofrecernos lugares geográficos conocidos:
72 l'im. 21 a.
73 l'im. 20 d.
74 Cf. 55 14 y SS.
75 &f. 113 a.
76 Crit. 113 b: ~ a aiiit á ye 6fi T& ypáppata naph T+ xán~cqt ' fiv
~ a éit' Eodv nap' ipoi VUV, ~ L ~ ~ E ~ E ~ É Z TTE ) UT nC' LE~po U xa16b~~ VTOS.
77 Cf.§ 15.
226 ANUARIO DE ESTUDIOS ATL~NTICOS
Atenas, Egipto, Libia, Asia 78 y el Océano Atlántico que ya
menciona, con conocimiento, Heródoto 79. Son, sin duda, pin-celadas
aquí y allá que tienden a dar veracidad al relato de la
Atlántida y en las que, en gran medida, se apoyan los que
defienden la existencia de la misma.
38. Pero no nos dejemos engañar por el carácter literario
de Platón. Ya hemos aludido a los escritos sagrados en que
Platón simula apoyar el relato de la Atlántida Mas a cual-quiera
sorprende, de ser ciertos estos escritos, dado que serían
el argumento más sólido para conceder veracidad a la narra-ción,
que tengamos dos versiones diferentes y distintas. Si en
el Critias, como hemos dicho, Solón los copió y sus manus-critos
fueron depositados en la familia Critias, en el limeo no
se dice nada de esto: sólo que tales escritos estaban en Egip-to
no que Soión 10s hubiera transcrito ni que esiuv'iei-an en
la familia de Critias.
39. Y Plutarco 82, en su biografía de Solón, se hace eco,
no con poca malicia, de esta discrepancia. Comenta así: «So-lón,
que había proyectado una gran obra sobre el relato o mito
atlántico que había oído de los sabios egipcios ... cesó en su
empeño, no por ocupación, como afirma Platón, sino más bien
por vejez». Nótese la dualidad relato o mito y la vejez en lu-gar
de ocupación. Y la verdad es que si Solón visitó Egipto
en el reinado de Amasis, amigo de los atenienses s3, debió ser
muy anciano: Solón vivió en los años 630-560 a. C. y Amasis
subió al trono en el año 570 a. C. Con todo, lo importante
radica en la vaguedad con que Platón rodea el argumento más
probatorio de historicidad. Argumento que nadie creyó ni si-quiera
el piadoso y platónico Plutarco. Y es que cada diálogo
impone sus exigencias en razón de su propia estructura, en
tanto que creación literaria.
Cf. $5 17 y SS.
79 12 03: 4 é 5 0 atqMov 8áA.aaaa 4 hA.avti< ~aheopÉvq:« el mar fuera
de las columnas es el llamado mar Atlántico».
o,, -- Cf. 5 37 y nota correspolidimte.
S' Ern. 26 b-c. Cf. también 23 a, 24 d y 27 b.
82 Solón 31, 6 y 32, 1.
83 Heród. 11 178 y $ 15 y nota 22.
Núm. 42 (1996)
40. De otra parte, un diálogo platónico ofrece rasgos es-peciales,
que hacen no pocos guiños al lector. Podría creerse
que un diálogo platónico es una obra dramática, por el hecho
de que aparecen en escena unos personajes que conversan
sobre un tema determinado con ausencia, entre bastidores, del
propio autor Platón. Sin embargo, nada más lejos de la reali-dad.
Platón, en esos pequeños prólogos que antepone a los
diálogos, marca una distancia respecto a la escena, haciendo
ver que lo de la escena es de mentirijilla 84, ya mediante el
modo de comunicación, ya mediante la lejanía en el tiempo.
El diálogo la República tiene su origen en una conversación
habida en el Pireo, en casa de un rico hombre, con otros a N muchos interlocutores y algunos de ellos hemanos de Platón. E
Pero el diálogo en sí, el reflejo del que ahora tenemos, tuvo lugau!r On diu sig~iefitec, Uan& Sbcra:es, in\i+aa T-i meo, -
=m
O Critias y Hermócrates, les refiere aquella conversación del EE
Pireo. De este modo, Sócrates dice lo que dijo él y lo que los 2
E
demás interlocutores expusieron. Se produce, pues, una comu- =
nicación indirecta: la actualidad escénica ha desaparecido y la 3
exactitud de la transmisión puede quedar entre paréntesis.
- -
0m
4 1. Otras veces el método empleado es distinto. Es el caso E
del Zmeo. Aquí la comunicación es directa y escénica: los tres O
personajes citados devuelven la invitación a Sócrates y apare- n
E cen en escena dialogando directamente. Sócrates abre el diálo- -
a
go con una pincelada de fina realidad 85: «uno, dos, tres. Pero, 2
n
querido Timeo, ¿dónde está el cuarto? Alguna flaqueza o dolen- n
0
cia se lo habrá impedido», contesta Timeo. La comunicación 3
directa y escénica está clara y las palabras son las de los pro- O
pios interlocutores. Pero no nos descuidemos. No toda la narra-ción
del Timeo es así. Precisamente el relato referido tanto a la
Froto-Atenas como ei referido a la Atiántida se proyectan en la
lejanía del tiempo. La transmisión del texto viene desde muy
lejos e incluso desde el extranjero: los sacerdotes egipcios,
84 Cf. LASSO DE LA VEGA: «El diálogo y la filosofía platónica del arte)),
Est. Clás. XII (1968). pp. 31 1-374. Recogido en De Sófocles a Brecht, Barce-lona,
1974, 2." ed., pp. 137-203.
85 lim. 17 a. ¿Cuál es este cuarto personaje? No se sabe y las conjeturas
son numerosas: iFilebo, Filolao, el propio Platón?
228 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
Solón, Diopites, Critias el viejo, Critias el joven ... el que da a
conocer el relato en el diálogo 86. Demasiada distancia y lejanía.
Platón hace un guiño al confiado lector y parece decirle: «tú
puedes creerte lo que quieras, pero a mí no puedes culparme.
A mí, en cambio, me sirve para creerme que mi estado ideal
pudo haber existido y que, según mi razonamiento, a partir de
la Atlántida se explica la situación actual de Atenas».
42. No menos desconcertante resulta el propio nombre de
Atlántida. En principio, la denominación Atlántida sugiere, en
el contexto griego, el occidente. La relación con el mítico y
gigante Atlas, rey de Mauritania y que fue condenado a soste-ner
sobre sus hombros la esfera celeste, no tiene sentido al-guno,
además de que contradice el propio texto platónico. Éste
habla del mar exterior y 'de una isla en el océano: «un po-der
que se lanzó desde el exterior del mar Atlántico, & . ~ E v ...
&c to6 'AtAavtt~oU xeAáyou<». «Y este Océano tenía una isla
delante del estrecho que llaman Columnas de Hércules, vfjoov
np6 206 utÓpato< 6 6p&i< *HpadÉou< ut?jkt<». Y por la
misma razón tampoco tiene sentido su relación con el pueblo
de los Atlantes, cercanos a las montañas Atlas, mencionados
por Heródoto 88. Pero estos atlantes -o ataramantes como
también los llama Heródot- fueron un pueblo bárbaro situa-do
en el corazón de Libia. Por tanto, no en el mar exterior ni
en una isla s9.
43. Luego todo apunta a que la denominación Atlántida
es una invención platónica y se apoya en el nombre que ya
en mar exterior u océano tenía en la tradición literaria: (
X t A á v z i ~ OáAaooa, «el mar atlántico)) leemos ya en Heródo-to
90. Sin duda el mar exterior, mare ignotum, a diferencia del
86 lim. 20 d-e. No entro en el intrincado problema de la identificación de
los Critias. Cf. A. RIVAUDop, . cit., nota ad hoc, y TAYLOoRp,. cit., pp. 22 y SS.
lim. 24 e-25 a. Y 55 17 y 18.
Heród. IV 184. También Pausanias 1 33, 5, que asimismo llama
Nasamones; Plinio V 44 SS.
89 Sin embargo, esta última relación tuvo una larga tradición: la men-ciona
Diod. Sicuio iii 54, Dionisio de Eaiicarnaso que ia recoge de Dioiiisio
Escitobraquio en el siglo 11 d. C. Cf. JACOBYE: Gr. H., 1 32, frag. 7 y co-mentario
en pp. 51 l y SS.
90 Her6d. 1 202.
Núm. 42 (1 996) 229
22 A. D ~ A ZT EJERA
mediterráneo, ofrecía, por su desconocimiento, un escenario
muy apropiado para colocar, porque no estaba, la utopía de la
Atlántida.
44. He hablado de utopía, «un lugar sin lugar, donde se
alimentan rasgos propios de la imaginación. De aquí que la
descripción de la Atlántida en el Critias revele características
que son componentes significativos de los mitos, si bien sobre
el trasfondo congruente de que se trata de una isla en el océa-no
exterior. La congruencia lógica no está reñida con la irrea-lidad.
He aquí algunos rasgos mítidos: a) Posidón, dios mari-no,
es el antepasado y patrón de la Atlántida, mientras Atenea
lo es de la ciudad de Atenas. Y el mito nos dice, según
Apolodoro 91, que Posidón y Atenea rivalizaron por Atenas:
aquél hizo brotar un pozo de agua salada y ésta hizo brotar
un olivo. Los dioses olímpicos dieron la victoria a Atenea. Es
fácil observar la personificación divina de los elementos agua
y tierra y su diversa estabilidad 92, según la hemos analizado;
b) la configuración geométrica de la isla Atlántida recuerda el
rasgo propio de la perfección mítica: círculos concéntricos de
agua y tierra culminados, a su vez, por un centro axial y do-minante
93. La noción de onfalós, de ombligo que polariza y
concentra en sí la dirección y la mirada de los hombres, es
una marca significativa: Delfos, Jerusalén, la Meca 94; c) la
existencia de dos fuentes, ya agua dulce o caliente, ya dulce o
salada, ya medicinal o venenosa, es un tópico mítico. La en-contramos
por doquier: en la isla de los feacios, Esqueria,
adonde llega Ulises y en las islas Afortunadas, por ejemplo 95;
d) la fragancia que envuelve la isla 96, ora proceda de raíces y
hierbas, ora sean esencias que se extraen de frutas o flores, es
otro indicio mítico y resulta frecuente. Constituye un aura que
91 Apol. 111 14, 1; Pausanias 1 24, 3. También Heród. VI11 55.
92 Cf. 53 26 y SS.
93 Crit. 117 a, 109 d SS. Aquí 22.
94 M. ELIADET:r atado de Historia de las religiones, Madrid, 1954, p. 224.
05 Gd VE i79 y f i i . i i 7 a. ñespecto a ias Afortunadas, cf. EÍxz TE-ERA:
«Las Canarias en la Antigüedad)), en Canarias y América, ed., Madrid,
1988, pp. 13-32.
96 Crit. 115 a.
230 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
hace presente lo sagrado y lo mítico, cual la sensualidad del
incienso 97. Se explica en este contexto que Platón llame a su
Atlántida, cesa isla sagrada», vtjoo< iepá 98.
45. La conclusión no puede ser otra que la siguiente: la
narración platónica de la Atlántida conforma una creación li-teraria
que esconde, a modo de símbolo, una preocupación
político-filosófica con fundamento en una dimensión concep-tual
cosmológica. La estructura dialógica en la que se resume,
precisamente, la utopía de un estado ideal, en la que se aleja
al lector en la lejanía del tiempo pasado, en la que se produce
la mezcla de cosas reales y no reales, y en la que afloran por
doquier rasgos míticos, apoya mi interpretación 99. Las pince-ladas
reales o supuestamente reales forman parte del arte crea-dor
de Platón.
VIII. REFERENCIARSE ALES E HIST~RICAS
AL RELATO PLAT~NICO
46. Esta postura, esto es, que el relato de la Atlántida es
una ficción literaria -y entramos en la segunda travesía-, ya
la explicitó el neoplatónico Proclo y, aunque con ironía, el pro-pio
Mstóteles, como hemos dicho 'O0. Y debo advertir que de
esta tesis participan -y ello es importante- la mayoría de los
filólogos. Ya desde el primer traductor francés del iimeo, Lays
97 M. ELIADEo,p . cit., pp. 15 y SS.
98 Crit. l l 5 b.
99 No es un proceder único. Teopompo (cf. JACOBFY. :G r. H., 115 E. 15)
elaboró igualmente una conformación literaria en su ciudad utópica,
Meropia. Se trata de un remedo platónico: el diálogo entre Solón y los
sacerdotes egipcios, aquí se realiza entre Sileno y el rey Midas y Atlantis es
una ciudad guerrera, pá~rpocy, Atenas, piadosa, ~Baepic.N o resulta extra-ño
el juicio de SERRAR AFOLSR: ev. de Historia, 61 (1943), p. 254, de que el
tema de la Atlántida es del todo ajeno a ios estudios canarios. Cf. tambien
M. MART~NLEaZs: Islas Canarias de la Antigüedad al Renacimiento, Tenenfe,
1996, pp. 46 y SS.
'O0 Cf. aquí $9 2 y 3.
Núm. 42 (1996) 23 1
le Roy 'O1, pasando por Rohde 'O2, Wilamowitz 'O3, Taylor 'O4, Ri-vaud
'O5, Frutiger 'O6 y tantos otros.
47. Sin embargo, los estudiosos no han desistido de bus-car
a la Atlántida un referente real o al menos un modelo his-tórico
que hubiera servido de base inspiradora. Respecto al
primer aspecto, que la Atlántida es localizable y, si dejamos a
un lado hipótesis extravagantes 'O7, predomina la tendencia de
que la Atlántida responde a la existencia de una gran isla en
el Océano Atlántico, frente a las Columnas de Hércules, vesti-gio
de un gran continente y cuyos testigos actuales podrían ser
las numerosas islas que afloran aquí, como las islas Azores, a las Canarias y otras, por lo demás de origen volcánico. Los N
E que defienden esta tesis se apoyan en la propia descripción de
O Platón que, en efecto, habla de una gran isla en el Atlántico y
n-= frente al estrecho que se llama Columnas de Hércules 'O8.
m
O
E
48. Ya en Posidonio se vislumbra esta postura 'Og. Pero SE
quizá uno de los autores que más han influido en este senti- =E
do ha sido Ignacio Donnelly con una obra 11° cuya primera 3
edición tuvo lugar el año 1822 y en el 1889 ya tenía dieciocho --
ediciones, traducida al alemán en 1894 y, sorprendentemente, 0m
E
una última edición en el año 1949. Esta influencia se vio acen- O
tuada por su discípulo Lewis Spence, que defendió en tres g
obras 11' sus puntos de vista, aunque con más moderación. En n
-E
realidad, estos autores ahogan su hipótesis con un montón de a
2
n
'O' Le Emée de Platon, 1582, p. 13, citado por A. RIVAUD, op. cit., p. 25. 0
'O2 Der griechische Rornan und seine Vorlaufer, Leipzig, 1876, pp. 21 1-2 13. 3
'O3 Platon 1, pp. 586-592. O
'O4 Op. cit., pp. 49-51.
'O5 Op. cit., pp. 19 y SS.
'O6 Les Mythes de Platoni New York, 1976, pp. 192 y SS.
'O7 Por ejemplo, que está situada en el continente americano, en Ma-rruecos,
en Nigeria, en Libena, en el Cáucaso o en Escandinavia. Cf. VIDAL-NAQUETF:
o rmas de Pensamiento, art. cit., p. 203 y nota 8; LUCE,o p. cit.,
p. 43 y notas correspondientes.
'O8 lirn. 24 e-25 a. Y 33 17, 18 y 42.
'O9 Cf. 3 3 y nota correspondiente.
iiOAtiantzs: the Antedihvian Worid, New York, 1822. Un resumen de su
postura en LUCE, op. cit., pp. 44 y SS. '" The Problem of Atlantis, Londres, 1924; Atlantis in America, Londres,
1925, y The History of Atlantis, Londres, 1926.
232 ANUARIO DE ESTUDIOS ATUNTICOS
referencias y de relaciones histórico-culturales y de tipo
geológico, p& supuesto no siempre defendibles. Y claro es,
esta hipótesis siempre va acompañada de estudios sobre el
fondo oceánico, como ya hizo M. P. Terrnier 112, por ejemplo.
49. Pero hoy día hay pruebas geofísicas positivas que ex-cluyen
toda posibilidad de existencia de un continente hundi-do
en medio del Atlántico '13. Además, «incluso admitiendo
que pudieran haberse producido muy importantes desplaza-mientos
de tierras en el Atlántico en períodos relativamente
recientes como en el Paleolítico, esa época es demasiado anti-gua
para ajustarse a la Atlántida de Platón, que es extremada-mente
letrada y culta» l 1 4 . Más contundente se muestra Fruti-ger
115: «il est impossible d'admettre una tradition relative a cet
&1~6~emrn{tc mtinente h'indido) qui; en tout état de cause,
serait infiniment plus ancien que l'apparition de l'homme sur
n6tre planeten. Por supuesto que resulta inconcebible que hoy
día, con los medios científicos de que se dispone, no se haya
podido registrar indicios geológicos de un continente hundi-do.
Esta teoría, pues, es hoy insostenible.
50. Dentro de esta referencia real de la Atlántida, aludi-mos
a la teona de A. Schulten y no por lo convincente, sino
por lo extraña. Opinia Schulten 116 que la Atlántida podría
identificarse con la Tartesos ibérica. Y lo piensa así porque
a) Tartesos está en Occidente como la Atlántida; b) los rama-les
fluviales del Betis o Guadalquivir estarían en consonancia
con los canales de la Atlántida; c) la relación de uno de los
reyes atlánticos, Gádeiros, I'á6eipog, con Gádeira, I'á6~ipa,
Cádiz l17; d) las riquezas de metales en una y otra ciu-
,Dú!!,-tkd e !'Ir:stif~fQ c&~~cgraphiqz&~n,i ^, 1 9 1 j i citado por Rr-
VAUD, op. cit., p. 29, nota 5.
I l 3 LUCE, op. cit., p. 47.
'14 Ibidem, p. 51.
Op. cit., p. 193: el hundimiento de una gran isla en el Atlántico
habría dejado una tradición oral, dado el tiempo en que la sitúa Platón.
' 1 6 ((Atlantisn, Rheinisches Museum, 88, pp. 326-348. Este trabajo se
encuentra traducido en Tartessos, Austral, Madrid, 1972, pp. 158 y ss.
'17 De los canales de la Atlántida, Crit. 118 d y sobre los canales del
Betis, cf. Estrabón 111 4,3. Respecto a Gádeiros, Gádeira, SCHULTEoNp., cit.,
p. 162.
Núm. 42 (1 996) 233
dad Pero, a pesar de los esfuerzos de Schulten, Tartesos es
todavía una hipótesis, no era una isla y no estaba en medio
del mar exterior.
51. Distinta es la segunda postura de que hablamos H9, la
de buscar al relato de la Atlántida un modelo histórico que
diera razón de las pinceladas realistas de la narración. En esta
línea se ha defendido que Platón pudo haberse inspirado en
la isla de Sicilia, en la que, durante los siglos v y IV a. C., ri-valizaron
Cartago y los griegos de Occidente IZO. La estirpe
cartaginesa representaría el aspecto bárbaro, no civilizado y de
amenaza de la Atlántida, mientras la estirpe helénica sería la a
antítesis y además piadosa y respetuosa con los dioses: sena N
E
un eco de la Proto-Atenas. Desde luego el poderío cartaginés O
fue grande y su alianza c m E tnria, ~mr d a d atc ?duviu p r n -
=m
Aristóteles 12', parece constituirse como una insostenible comu- O
E
nidad política contraria a la grecidad de Occidente. Y sus ac- E
2
E ciones bélicas contra Siracusa y otras ciudades helénicas de =
la Magna Grecia se narran en Diodoro Sículo, como la llega- =
da de la poderosa armada de Aníbal '22 en el año 409; el sa- - - 0
que0 de Selinunte lZ3, la destrucción total de Hímera 124, la ren- m
E
dición de Agrigento 125 y el agobiante asedio, durante quince O
años, a la propia Siracusa 126. Acciones y comportamientos que n
Platón conoció de primera mano en sus tres viajes a Sicilia 12'. E a-
52. Frente a este poder «bárbaro», opone Platón la supe-l
- rioridad de la raza helénica con no poco orgullo. Y lo hace n
0
De la Atlántida, Crit. 114 d-115 c. De Tartesos, SCHULTEoNp., cit., 3
O
p. 170.
I" Cf. 9 47.
Izo Esta propuesta fue insinuada por M. PALLOTINO en Ar. Cl., IV, fasc. 2
(1952), pp 271 y SS., a prnpbrite de m12 r e s e f i ~& sad!adu pcr C. CGRBA-TO:
Ar. CL, V, fasc. 2, 1953, pp. 232 y SS., y por W. BRANDENSTEIN: Atlantis.
Grosse und Untergang eines geheimnisvollen Znselreiches, Viena, 195 1.
Iz1 Arist. Pol. 111 1310 b 30. Fruto de esta alianza fue la derrota de los
griegos focenses en la batalla de Alalia en el año 535 a. C.
Iz2 Diod. XIII 44, 54.
lz3 Diod. XIII 57-8.
lz4 Diod. XIII 59-62.
Iz5 Diod. XIII 85-91.
Iz6 Diod. XIV 62, 71-4 y 14-5, 41-5, 48-53.
Iz7 LOS viajes se realizaron en los años 387, 367 y 361.
234 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
ELRELATO PLAT6NICO DE LA A T L ~ ~ T I DCAO. MENTARIO ALOS DIhLOGOSTIMEOY CRITIAS 27
cuando en la República asigna las funciones correspondientes
a la clase guerrera de su ciudad ideal. Dos pasajes son sufi-cientes
6pa 6ij ~ a eii rób' x p 6~~ péxovA éya. 4qpi yap
t6 piv 'EAA~VIKOyVÉ vo< aUt6 aUzQ oi~eiov ~ a aiuy yevE<
TQ 6E PapPapi~Q 60u~iÓv TE ~ a aiA AÓ~ptov,e sto es, «mira
también si es acertado esto que digo: afirmo que la estirpe
griega es ella allegada y pariente para consigo misma pero
ajena y distinta respecto al mundo bárbaro». Se observa una
«mismidad» de la estirpe griega, incluso aunque luchen grie-gos
contra griegos, frente a los bárbaros que son enemigos
por naturaleza 12'. El otro pasaje dice así 130: bo~si & K ~ ~ O V
"EAAqva< 'EAAqvíba~ nóAri5 av8panobí@s0ai, 9 p46' &AA9 a
N
Éxitpéxsiv yévou~ 4eibra0ai, eUAapoupÉvou< tqv 6x6 TOV E
pnp!3hpc'_iv fio~d~iav6;l q ~ a niav zi, 8@q, bia+&pei t6 @si- O
n -
b~o8at. Traducimos: qresulta justo que las ciudades de Gre- =m
O
E cia esclavicen a los griegos o más bien deben imponerse en lo SE posible incluso a las otras ciudades a fin de que así respeten =E
la raza helénica, evitando su propia esclavitud en poder de los
bárbaros? En absoluto, dijo. Importa mucho que la respeten». 3
-
53. Y se ha visto 13' un reflejo de esta concepción de su- -
0m
E perioridad de la estirpe griega en la carta séptima que Platón O
dirige a los gobernantes de Siracusa. En la carta 13*, con cier- 5
ta tristeza, Platón se lamenta de que Dionisio el Joven no hu- n
-E
biera llevado a cabo su programa político '33. De esta manera a
2 «habría esclavizado a los cartagineses», 6ouA6oao0ai Kapp1- n
boviou<, que son los bdrbaros de los personajes citados de la 0
República. Y más adelante 134, con nostalgia, afirma respecto a 3
O
su discípulo Dión:
Iz8 Rep. 470 c.
IZ9 Rep. 470 d: pappápoq 4fioopev nolepiovq 4úael dvai.
I3O Rep. 469 b.
1 3 ' Así C . CORBATOa,r t . cit., p. 235. En ello basa todo su r a z o n a m i e n t o .
Ep. Vi1 333 a.
lS3 Cf. Ep. Vi1 336 b.
134 Ep. VII 335 e-336 a. Cf. también Ep. VI11 357 a y SS.
Núm. 42 (1996)
«Pues estoy muy seguro de que Dión, si hubiera alcanza-do
el poder, en modo alguno se hubiera a licado a otro
sistema político que el siguiente: primero, [abría aparta-do
de la esclavitud a Siracusa, su patria, y la habría ins-talado
en la más espléndida libertad; des ués, con todos S a
sus medios, habría gobernado a sus ciu adanos con le- N
yes adecuadas y las mejores y a continuación se habría E
dese-h~ en &seos & rep&!ar !a tot&&d & si&a y In- O - -
grar su indea e ndencia de los bárbaros, expulsando a unos =m
O y sometien o a otros». EE
2
54. Esta realidad histórica, con sus vicisitudes, a) se la ha
sintetizado, de una parte, en Cartago, proyectada en Sicilia, y,
de otra, en Atenas, poiarizada en ios griegos occidentdes y en
concreto en Siracusa; b) esta dualidad implica, a su vez, un
poder no civilizado y bárbaro, y otro, civilizado y respetuoso;
c) fue una realidad muy cercana y casi de experiencia vivida
por parte de Platón; d) luego no habría sido extraño que
Platón se inspirara en dicha realidad para configurar la dico-tomía
Atlántida y Atenas y, sobre, todo, la consonancia de los
rasgos de la Atlántida con características de Cartago.
55. Y esta consonancia de rasgos sena la siguiente: a) la
esfera de influencia cartaginesa en su misma extensión coin-cide
c=n !a de !a Adántida: ::desde e! Vcéan~ Ad&i,tic=, ei,
Libia hasta Egipto, en Europa hasta Tirrenia~'3 5; b) un sober-bio
poder nava1 '36; C) la eistencia de elefantes 137; d) apertura
al comercio 138; e) la constante y soberbia amenaza que viene
de occidente 139.
Em. 25 b. Aquí, 5 18.
136 Crit. 117 d. Aquí, 5 22.
13' CTit. 114e.Aqui, 521.
Crit. 117 e. Aqui, 5 22.
n9 í'im. 24 e. Y aquí, 3 17.
ANUARIO DE ESTUDIOS ATL~TICOS
56. Sin duda, loable esfuerzo de investigación. Pero a) Si-cilia
está situada en el centro del Mediterráneo y Cartago no
es una isla; b) ni Cartago ni Sicilia fueron anegadas por un
maremoto o cataclismo; c ) el poderío cartaginés no fui venci-do
ni por Atenas ni por otros griegos. La supuesta similitud
de algunos rasgos, pues, no proyectan identidad.
57. En esta línea de oposición entre bárbaros y helenos,
tiene cierto predicamento la suposición de P. Friedlander 140,
seguido de J. Bidez 141, de que el conflicto entre Atenas y la
Atlántida es una transposición mítica, proyectada hacia occi-dente,
de las guerras médicas. Se admite que Platón pudo ins- a
pirarse en las descripciones de Ecbatana y de Babilonia trata- N
E
das por Heródoto 142Y. la descripción que hace este historia- O
dor del centro mítico de Asia es significativa: llanura cercada n-- m
de montañas y que da nacimiento a un inmenso río, provo- O
E
cando tras las montañas cinco canales 143Y. la verdad que sor- E
2
E prende el paralelismo entre las palabras de Solón a Critias -
t en el Emeo y el principio de la Historia de Heródoto. «So- =
lón 145 contó, pues, a Critias, mi abuelo, cómo en su vejez re- - -
0
cordaba en qué grandes y admirables hazañas antiguas de esta m
E
ciudad, p~yáAa mi 0aupac~tOí ~ f XÓi AE~OS Epya, hablan caí- O
do en el olvido a causa del paso del tiempo y por la destruc- n
ción de los hombres». Y Heródoto 146 comienza así: «He aquí a-E
la exposición de las investigaciones de Heródoto de Halicar-nl
naso para que ni los hechos de los hombres con el tiempo, t@ n
n
~ p ó v y ,q ueden olvidados ni las grandes y maravillosas haza- 3
ñas, Epya peyáAa te ~ a 8i a upaatá, realizadas así por los O
griegos como por los bárbaros queden sin gloria%.
58. Desde luego, es llamativo este paralelismo textual. Y
no lo es menos la concordancia del siguiente texto con la rea-lidad
histórica de la actuación de Atenas en las guerras médi-
I4O Plntn?? 1, Lad .,Re r!h, 1954, pp. 300-304
14' ÉOS ou Platon et I'Orient, Bruselas, 1945, apéndice 11, pp. 33 y SS.
14* Herbd. 1 98, 1; 1 178, 1.
143 Her6d. III 117.
1 4 ~ Paralelismo acentuado por VIDAL-NAQUEFTo: rmas de Pensamiento,
op. cit., pp. 310 y SS.
145 Em. 20 e.
146 Heród. 1 1, 1.
Núm. 42 (1996)
3 O A. D~AZ TEJERA
cas. El texto 147 es el siguiente, en alabanza a esta ciudad por
los sacerdotes egipcios: «al principio, a la cabeza de todos los
helenos, luego sola por necesidad, abandonada de todos y al
límite de los mayores peligros, venció a los invasores, se alzó
con la victoria, preservó de la esclavitud a los que no habían
sido nunca esclavos y, sin rencores, liberó a todos los demás
pueblos y a vosotros mismos)). Y no es difícil advertir que aquí
Platón se habría referido a las batallas terrestres de Maratón
y Platea, y no a la batalla naval de Salamina, dada la hostili-dad
que Platón mostraba a una Atenas mm'tima '48.
59. De nuevo los estudiosos descubren rasgos que dibujan a
paralelos. Aquí se habla de Atenas. Pero de una «extraña Ate- N
E
nas», com-o observa Vidal-Naquet 149; una Atenas que no se u
embarcó en las naves... Y no se habla de la Atlántida, sino de --- m Oriente y también «un extraño Orienten. O
E
60. Otro paralelo se aduce. A menudo se ha comparado E
2
la isla de la Atlántida con Esqueria, la isla de los feacios, una -E
isla situada Gen occidente n y cuya existencia es sólo épica: 7
es la isla descrita por Hornero en la Odisea y a la que Ulises, --
en su peregrinar desde Troya, llega y es agasajado lS0. Y lo cier- 0
m
E
to es que pueden encontrarse no pocos paralelos. a) Como la O
Atlántida, Esquería es una isla, con su monarquía patriarcal y -
su palacio que rezuma maravillas 15', adornado de metales pre- -E
ciosos. b) Asimismo la fundó Posidón y si los reyes atlantes a
2
descienden de la unión de este dios con la mortal Clito, Al- --
cínoo y Arete, reyes de Esqueria, proceden de la unión de
Posidón y de la ninfa Peribea lS2. C) Esqueria es fundamental- 3
O
mente marina: «confiamos en nuestros marinos, pues el que
hace temblar la tierra ha concedido el gran mar a nuestros
147 llm. 25 c.
148 Plat. hyes 70 b-c y 111 699 a-c. Asimismo, J. LUCCIONI: (#laton et
la mer», R.É~.A., 61 (1959), pp. 15-47, y R. WEID: L'Archéologie de Platon, Pa-rís,
1959.
149 Formas de Pensamiento, op. cit., p. 313.
Is0 Este paralelo ha sido retornado recientemente por PALLOTINaOrt,. cit.,
pp. 234-5, y por L. A. STELLA~:L 'Atlantided i Platone e la preistoria egea»,
Rend. dell'lnst. Lombarda, LXV, 1932, pp. 985 SS.
15' Od. VI1 34-35.
152 Crit. 113 d-e y Od. VI1 56 y SS.
ELREWITOPLATÓNICO DE LA ATLANTIDA. COMENTAR~OALOSDL&OGOST~MEOY CRITIAS 3 1
barqueros y sus naves son tan ligeras como alas y como el
pensamiento» lS3. d) Dispone la isla de dos puertos, a un lado
y otro de la isla, y de un estrecho canal lS4.e ) Homero habla
de una tierra fecunda: «sus frutos son perennes» y de dos
fuentes lS5. f ) Por último, Esqueria se siente amenazada de
quedar oculta por una montaña, &a 6' rjpiv dpos nó3cei
ap@i~aAúQetva,m enaza que viene de Posidón, irritado contra
los feacios por su generosidad en socorrer a los hombres que
a su isla llegan. Esta amenaza la relata Alcínoo Is6, que la ha-bía
oído de su padre, Nausítoo, tras alabar la fiabilidad de sus
remeros. Y de hecho, un vez Ulises hubo llegado a ftaca y re-gresaba
la nave que le había llevado, Posidón convirtió la nave
en un gran peñasco y lo fijó en el fondo, mientras Alcínoo le
sacrificaba toros a fin de que no cumpliera la gran amenaza,
la de hacer surgir una gran montaña que impidiera la vista
de la isla 157.
61. Otra vez encontramos rasgos comparables. Sin embar-go,
a) Esqueria nunca llegó a ser sepultada. Y la amenaza de
Posidón se limitaba a ocultarla de la vista de los hombres.
Precisamente lo contrario de lo que se dice de la Atlántida en
el Emeo Is8: ala isla Atlántida, así hundida en el mar, desapa-reció.
b) Fue piadosa y respetuosa con los dioses y con las
leyes, a diferencia de la soberbia que se generó en la Atlánti-da
lS9. C) Fue pacífica y no luchó contra Atenas, por lo que la
dialéctica entre la Proto-Atenas y la Atlántida desaparece 160,
fenómeno fundamental en el relato platónico.
62. Por último, hoy día, a partir sobre todo de los descu-brimientos
de sir M u r Evans 16', es la isla de Creta y la cul-tura
minoica que en ella se desarrolló el referente más estu-
153 Od VI1 56. Esta noción es recurrente en los libros VII, VI11 y M.
154 Od. VI 264.
155 Od. VI1 129 y Crit. 1 17 a.
156 Od. VIII 564ss.
157 Od. XIII 125 y SS.
Is8 lim. 25 d: ij re íI\tAavrig vqaog Oaaútog ~ a r h~ i j gB alólrrqg b h a
+$ctvíuBq.
Is9 Cf. 3 30.
I6O Cf. 33 15 y SS.
16' lñe Palace of Minos at Knossos, 4 vols., Londres, 1921-1936.
Núm. 42 (1996) 239
diado y que goza de una cierta buena prensa. El estudioso que
por primera vez planteó un paralelismo entre la Atlántida
platónica y Creta fue K. T. Frost 16*. Tres factores fundamen-tan
su trabajo: a) Creta, con su capital, Cnosos, fue una gran
isla y una gran potencia marina, que habría impuesto su do-minio
en las islas adyacentes e incluso en el continente, como
lo prueba la leyenda de Teseo. Esta situación parece reflejarse
en la siguiente frase del nmeo 163d: a isla era para los viajeros
de este tiempo una escala en el camino de otras islas y desde
éstas hasta el continente que está enfrente, rodeado por aquel
verdadero mar». Y líneas más abajo 164: «una isla cuyo poder
real dominaba toda la isla, otras muchas islas y partes del
contienten. b) Por supuesto, el paralelo de la caza del toro.
Platón dice 16? dos diez reyes, en el templo de Posidón se
ponían a la caza de los toros, sin hierro, tan sólo con instru-mentos
de madera y con lazos, B p ó ~ o i p .Y la verdad es que
estas palabras encuentran consonancia con las escenas de caza
reproducidas en las famosas copas de Vafia: no se empleaban
armas y sí lazos. c) La relación comercial y política en la cul-tura
minoica con Egipto durante la dinastía XVIII. Esta rela-ción
es un hecho histórico y a su vez constituiría el eslabón
que transmitiera esta realidad histórica a través de los sacer-dotes
egipcios. La información de la historicidad creto-minoica
se había perdido para la memoria griega, pero conservada en
la memoria egipcia. De aquí la insistencia por parte de Platón
sobre los escritos egipcios 166.
63. Estas ideas están en la base de la relación entre Creta
y la Atlántida. Wilhem Brandestein 16' las asume, si bien las
162 «The Critias and Minoan Crete», JHS 33 (1913), pp. 189-206. Frost
había publicado, sin nombre, un artículo en el The limes del 19 de febrero
de 1909 sobre este referente. En el artículo del Journal of Hellenistic Studies
se reconoce como su autor, pero se equivoca en la fecha, que da 19 de ene-ro
de 1909.
163 lim. 24 c.
164 iTm. 25 a.
.,*
103 &t. ii8 d. Aqui g i8.
Pero cf. lo que digo sobre ello en $5 14 y SS.
Atlantis. Grosse Untergang eines geheimnisvollen Inselreiches, Vie-na.
1951.
240 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
EL RELATO PLATÓNICO DE LA ATLANTCIDOMAE.N TARIO ALOS DIALOGOS TIMEO Y CRITIAS 33
desarrolla con los nuevos conocimientos sobre Creta; y con un
método histórico más apropiado. Y sobre todo, seleccionando
los estratos cronológicos enmarcados en la mitad del segundo
milenio 168. Y a diferencia de Frost, que atribuyó la caída de
Cnosos y el poderío cretense a una invasión extranjera 169,
Brandestein habla de una catástrofe telúrica 170. Este hecho se
ha convertido en el argumento más sólido, por su demostra-ción
científica, de la referencia de la Atlántida con Creta. Y
han sido el arqueólogo griego S. Marinatos 17' en varios traba-jos
y J. V. Luce '72 los autores que con más ahínco han apoya-do
esta perspectiva.
64. Pues bien, se sabe que el poderío minoico cayó hacia
el 1500 a. C. Y está comprobado científicamente 173 aue por
esa fecha tuvo lugar una gran erupción volcánica en la isla de
Tera, seguida de profundos maremotos. La erupción fue tan
intensa que sus cenizas volcánicas llegaron hasta Creta y aún
más lejos. Y las excavaciones prueban que sus palacios fue-ron
destruidos por efecto de terremotos.
65. Sin embargo, ni este hecho real coincidente, ni los ras-gos
aducidos de la caza del toro, ni la situación de Creta res-pecto
a las otras islas, ni la leyenda de Teseo, ni la relación
con Egipto no demuestran otra cosa que pinceladas concomi-tantes,
semejantes ocasionales, al igual que las anteriores hi-pótesis,
porque a) Creta está situada en el Mediterráneo. b) No
fue hundida en el mar, como se dice de la Atlántida 174. C) NO
era rica ni en minerales, ni en flora y, que se sepa, no dispo-nía
de elefantes. d) La saga de Teseo no refleja en modo algu-no
la oposición tanto política como militar dibujada por
Platón.
Cf. PALLOTINaOrt,. cit., p. 338.
Cf. art. cit., p. 195.
170 Cf. op. cit., pp. 30 y SS.
17' «The Volcanic Destruction of Minoan Creten, Antiquity 13 (1939).
pp. 425-429. «Acerca del mito de la Atlántidan (en griego), Kretika kronicd
2 (1950), pp. 195-213. «El volcán de Tera y los estados del Egeo» (en grie-go),
Actas del II Congreso Cretológico, 1968, pp. 198-216.
172 Op. cit., pp. 61-125.
17' Cf. información y detalles en LUCE, op. cit., pp. 60 y ss.
'74 lim. 25 d.
Núm. 42 (1996)
34 A. D~AZ TEJERA
66. La referencia a la isla de Creta durante el poderío
minoico es la última y más moderna hipótesis. Ahora bien,
dejando a un lado la imposible realidad de un continente hun-dido
175 O el referente real de Tartesos 176, todas las hipótesis
mencionadas, tanto la relacionada con Sicilia y el poder car-taginés
177 como la que toca al poderío persa y las guerras
médicas 178, tanto la que se apoya en la utópica y épica isla
Esqueria 179 como la que se relaciona con la isla de Certa 180,
son sólo hipótesis y en todo caso esferas parciales de inspira-ción:
unos rasgos de tales referentes coinciden con la Atlánti-da,
pero otros no o incluso se oponen. De aquí que se hable a de modelos más o menos históricos en los que Platón se haya
podido inspirar para elaborar su descripción de la Atlántida. E
No niego esta posibilidad, en cuanto todo ello ha constituido n
el acervo cultural y conocimiento de la tradición helénica. Mas
- m
O
E
este fenómeno no ofrece objeción a la postura de que el rela- SE
to de la Proto-Atenas y el de la Atlántida es una elaboración E
literaria de Platón. Todo lo contrario: la apoya en su integri- 3
dad. Apoya una concepción original platónica, con finalidad
político-cosmológica, elaborada con pinceladas realistas toma- -
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das de su acervo cultural e histórico. O
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ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS