P O R
JOSÉ MANUEL CUENCA TORIBIO
El enconamiento de la tensión política durante la ((Septembri-na
» no había, naturalmente, de mejorar las cosas. El único con-senso
de los españoles de aquella época, tan hervorosa y crea-tiva
por otro lado, fue el del recíproco denuesto, con lo que ni
la política ni los políticos recuperaron en el favor del público las
posiciones perdidas en los últimos años del régimen precedente.
Aunque entre algunos elementos de la clase política se dieran pa-sos
para enlazar con las mejores tradiciones doceañistas en la su-blimidad
y mitomanía de la ((Ley de leyes)) y de todo el trabajo
del cuerpo legislativo -entonces, excepcionalmente, unicame-ral-,
tales iniciativas naufragaron, sin obtener verdadero eco ni
en la sociedad ni tan siquiera en muchos de los propios repre-sentantes
de la nación en las numerosas legislaturas del sexenio
democrático. La marea de literatura política que inundó al país
durante la «Gloriosa», aun conservando la vis polémica y la in-genuidad
de sus mejores instantes, no contribuyó precisamente
a una dignificación de la vida pública, al difundir la imagen de
U ~ O C!!~ ~)!iticeesn cadsz!? 51 a'in en paños menores. ..
A su término, la literatura antiparlamentaria decreció un tan-to,
pese a que la Restauración, con sus cambios de casacas y tra-siego
de fidelidades, daría pasto abundante al género, muy enri-quecido
ahora con los avances del periodismo gráfico y de la iia-rIia&,
hoy foiohisioria. proptciado la d da qiiC de
la política y de sus actores hacía el público de la época, según
2 JOSÉ MANUEL CUENCA TORIBIO
se quejaban, dolidamente, escritores como Pereda y Clarín, el gé-nero
no decayó en su popularidad, aunque adoptando creciente-mente
un aire de mayor «respetabilidad».
Surgiría entonces toda una bibliografía parlamentaria, aus-piciada
desde el poder y afanosa por presentar el Congreso y
el Senado con una imagen atractiva. Las galerías de parla-mentarios
y las enciclopedias y diccionarios de hombres públi-cos
abandonaron el escalpelo descarnado de la etapa isabelina
y del sexenio para, sin renunciar por completo a la mordacidad,
pintar las semblanzas de diputados y senadores con tintes
más austeros y benevolentes. Es muy probable, como aventu-rábamos
más atrás, que el poder estuviese interesado en celar
ios vicios del caciquismo y ia oiigarquía parlamentaria y favo-recer
una publicística que se acercase más al género estadístico,
que a la glosa chafarrinesca del Trienio liberal, o a la esper-péntica
de la revolución de 1868. A fines de siglo, la relación
entre políticos y periodistas, entre salas de redacción y salones
políticos fue tal vez la más estrecha de las conocidas hasta
1936; y los lazos aunados entre la élite gobernante y los
publicistas permitieron fácilmente a la primera inspirar líneas
editoriales y transmitir consignas a unos reporteros casi siempre
a sueldo ...
Después de velar sus primeras armas literarias en el periodis-mo
político en las postreras fases del reinado isabelino en el dia-rio
madrileño La Nación, Galdós retornó en los últimos años de
la monarquía de Alfonso XII a su antiguo oficio de comentarista
de la actualidad nacional signada por los partidos y sus líderes.
En esta ocasión -un tiempo extendido del 20-XII-1883 al 3 1-III-
1894-, eran los lectores argentinos de La Prensa los destinata-rios,
bajo la forma del género epistolar, de su labor de cronista,
objetivo que introducía alguna novedad en los moldes clásicos
de esta tarea. La mayor circunspección y distanciamiento atenua-ban
la viveza e incisividad propias del Bénero, en aras de una
exigible serenidad. Esta ponderación se encontraba facilitada por
el escepticismo que, acabada de pasar la cuarentena, enfrenaba
los ardores de viejo progresista de su juventud. Todavía guarda-ba
den Benite p r t e de su fe Iiberd, asi C O ~ O!U esperuma de
que la reforma del país se instrumentase a través del Parlamen-
108 ANUARIO DE ESTUDIOS A TLÁNTICOS
GALDÓS, CRONISTA PARLAMENTARIO 3
to, pero las ilusiones moceriles se habían entibiado mucho l . De
otro lado, no conviene olvidar al respecto que el regreso de
Galdós como articulista político debióse primordialmente a razo-nes
de tipo económico, que tanta incidencia tuvieron siempre en
su producción. Tras un decenio de sobrehumana actividad, el rit-mo
trepidante de su obra apenas si había menguado y su Corpus
novelístico se ensanchaba y crecía absorbiendo toda su dionisía-ca
capacidad creadora 2.
En tales circunstancias, y a pesar de que el afianzamiento de
Sagasta como jefe indiscutible del fusionismo acrecentó su inte-rés
por la política, el reemprendido oficio no le encandilaba ya
como advierte la más superficial lectura de este costado de su
prc~Ucci&. Más en per;,S&c9s CSPUfiO!eS y per;,á&cQs ex-tranjeros,
don Benito aspiraba a trazar la imagen de la España
de su tiempo en los Episodios, y aún más, por aquellas fechas,
en sus novelas. Por lo demás, si siempre fue febril el pulso de su
pluma, en dichas crónicas se evidencia vertiginoso e incluso un
poco adocenado, con escasa pulcritud estilística. Claro es que Gal-dós
sabe de qué habla y conoce bien los personajes que bullen
en el escenario de la política de la Restauración, permitiéndole
esta familiaridad con el medio reflexiones de notable calado en
punto a figuras y eventos.
Pero, obviamente, no es el valor historiográfico de la labor de
comentarista político y volcado en el trabajo de las Cortes lo
que nos importa en la presente ocasión, sino la visión que aqué-lla
contiene de la institución parlamentaria. Convicciones propias
e ilimitada admiración por la vida parlamentaria de Gran Bre-taña
determinaban, como hemos dicho más arriba, que el escri-tor
grancanario imaginase que la aclimatación del modelo dise-ñado
en la Constitución de 1876 traería los frutos ansiados por
los demócratas españoles desde los tiempos doceañistas. Galdós
El cotejo entre sus dos ensayos («Observaciones sobre la novela con-temporánea
en España)), 1870, y su discurso de ingreso en la Real Academia
«La sociedad presente como materia novelable))) ofrece una clara imagen de
la evolución de su actitud hacia la nueva burguesía y de su desencanto por
ésta ...
S. MIRANDGAA RCÍAP:l uma y altar en el xx De Galdós al cura Santa
Cruz, Madrid, 1983, y la bibliografía alií citada.
4 JOSÉ MANUEL CUENCA TORIBIO
estaba bien percatado de los incontables obstáculos que se alza-ban
frente a tal arraigo. La asombrosa permanencia de la Es-paña
tradicional y la debilidad de una burguesía emprendedora
y consciente de su papel histórico en la transformación del país
aplazaron una y otra vez el proyecto modernizador. En plena de-mostración
de las facultades creadoras del canovismo, don Be-nito
le otorgaba, pese a su escasa simpatía por el estadista ma-lagueño
y las fuerzas que le sostenían, una vez llamados los li-berales
al poder en 1881, un cierto crédito para consolidar un
bipartidismo según los cánones británicos.
Sin embargo, acabada la experiencia fusionista y el breve go-bierno
de la ((izquierda dinástica)), Galdós sintió muy rebajada su
esperanza por las prácticas caciquiles de las que usaron y abu-saron
los hombres de Cánovas para reconquistar la dirección del
país. La aplicación de tales corruptelas mermaría la escasa reser-va
de ideales parlamentarios poseídos por el pueblo español, de-turpando
las bases mismas del sistema y la confianza en la ins-titución
parlamentaria. «Aunque quiera hablar de otra cosa, no
podrá hablar en esta carta más que de elecciones. Este es el
asunto del día, y el más interesante de todos en el orden políti-co:
porque esta singularísirna operación de renovar el personal re-presentativo
parece que condensa todas las pasiones, todos los
caracteres, y es, como si dijéramos, el resumen de todo el ser po-lítico
de nuestro país. Ya se ha hecho proverbial que las eleccio-nes
de diputados en toda región latina, rara vez ofrecen el ver-dadero
resultado de la intervención del país en su propio gobier-no.
No ha concluido nuestra raza de asimilarse este admirable
organismo sajón del auto-gobierno o self-governement, y la prác-tica
de é1 nos ofrece fórmulas y apariencias más o menos varias
en vez de la realidad positiva del hecho. Pero creo que de cuan-tos
países ensayan el sistema con esperanza de poseerlo al cabo
y hacerlo propio, el nuestro es el que ha obtenido hasta ahora
menores ventajas. Uiríase que es un Qeiicaciisimo mecanismo
puesto en manos toscas e inhábiles. Lo más triste es que en vez
de progresar parece que retrocedemos, y no hay que esperar
que el uso de la maquinaria electoral nos adiestre y ejercite;
pues todo el mundo observa que las últimas elecciones que se
verifican son siempre las peores y las que menos indican que ei
110 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS
GA L D ~ SC. RONISTA PARLAMENTARIO 5
país tome parte en dirigir sus propios asuntos [...] Por esto ve-mos
que no hay gobierno que no saque mayoría en el número
y forma que más le cuadra, y desde que un bando político, cual-quiera
que sea, se entroniza en el Ministerio de la Gobernación,
ya puede estar seguro de que el país le ha de agraciar con unas
cámaras a su gusto [...] Un periódico inglés, gran verdad)) 3.
Al año siguiente, a punto de verificarse la consulta al país
para la elección del que sería llamado «Parlamento largo)) de la
Restauración, un Galdós que callaba púdicamente su condición
de candidato sagastino, volverá a clamar por unos comicios ajus-tados
a la ley, al paso que repetirá su negra pintura del caciquis-mo,
encarnado insuperablemente en la figura del gran muñidor
y lugarteniente de Cánovas: Romero Robledo. La descripción pe-simista
de las campañas electorales y, en particular, su vehemen-te
defensa de las asambleas deliberantes como la mejor garantía
de libertad y progreso, no responderán, por supuesto, a intereses
partidistas, sino a la afección profunda de Galdós por el sistema
representativo: «Y, si así no fuera, si esas alquimias del ministerio
de Gobernación tuviesen siempre éxito, habria motivos para sos-tener
que el sistema representativo es en absoluto una comedia
entre nosotros. Bastante desgracia es que esté horriblemente des-virtuado;
pero al menos que alguna sombra suya informe nues-tras
costumbres políticas. Consentimos la falsificación sistemática
de un régimen por cuyo triunfo se ha derramado tanta sangre,
y bien cara pagamos nuestra indolencia; pero no nos resignamos
a que se nos arranque de cuajo lo único que nos da un puesto
entre los organismos políticos de Europa)) 4.
Sin que quepa atribuirlo a su nombramiento como diputado
antillano, lo cierto es que el Galdós del «quinquenio glorioso)) es
un escritor político que, no obstante sus múltiples defectos en su
versión hiQpana, sigue apostando por el régimen representativo
como motor de la palintocracia nacional. La bonanza económica
de aquellos años, el irreprochable ejemplo de la Corona y el re-lativo
fair play político hacían concebir un futuro más acompa-sado
al ritmo de los grandes Estados. Galdós abaja el volumen
Política española, Madrid, 1923,I, 19-22.
Zbídem, 34.
6 JOSÉ MANUEL CUENCA TORIBIO
de sus criticas a los prohombres de la Restauración y, atento a
los sucesos más peraltados de la crónica política, se detiene con
frecuencia en desvenar las caractensticas de las Cortes españolas.
Si con excelente técnica narrativa y periodística había descri-to
al comenzar su labor con pinceles no muy atractivos el inte-rior
del palacio del Congreso y llevara a cabo una comparación
entre éste y el Ateneo, negativa para el primero, después anali-zará
su dinámica y funcionamiento Según su diagnóstico, el
«Es el Congreso un edificio que se consideró muy bueno en el tiempo
de su construcción, pero que en los días que corren no nos parece corres-ponder
a la importancia de lo que encierra. Carece de grandeza arquitectó-nico,
a pesar de su pórtico greco-romano guardado por fieros leones de
bronce. En su distribución interior se cometieron grandes errores, pues si la
sala de sesiones es amplia y desahogada, los ingresos y pasillos son de una
estrechez inconcebible. La ventilación deja mucho que desear, y otros ser-vicios
resultan bastante imperfectos. Los grandes progresos que el arte de-corativo
ha tenido entre nosotros nos hacen ver, con cierto desdén, toda la
parte artística del salón de sesiones, que parecía punto menos que maravi-llosa
a la pasada generación. El techo de Ribera, inspirado en las logim y
en las reminiscencias pompeyanas, es todavía bastante agradable; pero el
lienzo de la presidencia, con su dosel de teatro, sus homacinas vacías ofrece
un conjunto tan fno como desnudo y pobre. Las estatuas de los Reyes Ca-tólicos
parece que se han metido en los rincones para no estorbar el paso,
y. las lápidas donde aparecen escritos los nombres ilustres de nuestra histo-ria,
son muestra palpable del mal gusto dominante en el reinado anterior.
El conjunto del salón, como el de toda la casa, es heterogéneo, sin carácter,
recargado en algunas partes, en otras mezquino, mezcla extraña de lujo y
pobreza, que, en cierto modo, viene a ser como inadvertido emblema de
nuestro estado social y político [...] La biblioteca es quizá lo mejor del edi-ficio,
y contiene una gran riqueza en documentos parlamentarios, así como
la colección completa de las constituciones que hemos hecho, la cual nece-sita
un espacio muy grande para tener cabida». Ibia!, II, 10-2. La pintura que
del Senado traza Galdós es un poco convencional y responde a la imagen
tradicional que de la Cámara alta nos han dado cronistas y escritores: ((En
cambio los senadores tienen una casa que es toda placidez, alegn'a y como-didad.
Es un convento reformado, y ya se sabe que ios Eraiies vivían bien.
La sala de sesiones fue iglesia, y recibe aire y luz de sus altas y bien dis-puestas
claraboyas. El salón de conferencias, biblioteca, pasillo, secciones y
demás dependencias son amplias y desahogadas. Los senadores no están so-metidos
al suplicio de aquella antipática luz zenital, que hace del Congreso
un lugar de tormento. Hasta en el decorado y en las ampliaciones del edi-ficio
han hallado una ventaja, favorecidos por la propia irregularidad de él.
GALDÓS, CRONISTA PARLAMENTARIO 7
temperamento meridional, propenso al verbalismo y a la retórica
y desprovisto de sentido práctico, hará muy lenta la implantación
de los usos y costumbres del Parlamento inglés, del que, repeti-remos,
don Benito se delata como rendido admirador 6. Lo defi-nitorio
del órgano legislativo español es su incoherencia y labi-lidad.
En un abrir y cerrar de ojos, al conjuro de una oración ve-hemente
o encendida, los proyectos más firmes quedan arrum-bados,
sin que muchas veces pueda darse con posterioridad una
interpretación racional de lo acontecido. En otras ocasiones, su-cederá
lo opuesto, también con la misma impremeditación. Pero
en todos, el gasto de energía verbal, de esfuerzo inconstante será
enorme y, a menudo, desproporcionado con los frutos obtenidos.
Más que un intercambio de argumentos y un diálogo fecundo de
ideas, ias discusiones pariamentanas son un torneo díaiéctico, en
el que la pirueta y el fuego de artificio se imponen sobre el aná-lisis
meditado de los temas en cuestión. La capacidad de conven-cimiento,
la contundencia ideológica escaseaban en el hemiciclo
de las Cortes. En definitiva, el espectáculo prima en éstas sobre
cualquier otro extremo 7.
Allí está el gran cuadro de Padilla "La Rendición de Granada", y habrá
otras obras notables de los primeros maestros contemporáneos)). Ibd, 1, 148-
149. Otro texto galdosiano insistirá en las precarias condiciones de habita-bilidad
del palacio de las Cortes: ((Desde hace días se había preparado el
Congreso para esta ceremonia [la jura de la reina regente], sacando todo el
partido posible de la estrechez del local, suficiente para uno de los Cuerpos
colegiadores, pequeño para entrambos reunidos. A más de esto, la disposi-ción
del salón de sesiones no es la más a propósito para dar lucimiento a
los actos que requieren cierto aparato teatral. Las puertas están mal colo-cadas
y sería preciso abrir otras nuevas y hacer grandes variaciones en el
local para que las distintas representaciones entrasen con desahogo y se co-locasen
convenientemente)). Ibid, VI, Madrid, 1924, 319. Será interesante co-tejar
la descripción del texto de las páginas 148-9 con la minuciosa que se
hace del Palacio Real en La de Bringas.
((Verdadera o falsa, traída por- éstas o las otras artes, la representación
nacional en las Cámaras españolas siempre es un pugilato de retóricas en
las cuales, si abunda elocuencia y doctrina, rara vez hay que admirar la so-briedad
práctica de las Cámaras inglesas, modelo eterno por ningún país
igualado)). Ibid.. 25. u
«Porque en el Parlamento es donde todo se arregla o se descompone,
según los casos, y si algunas veces situaciones muy sólidas se han visto que-brantadas
allí de la noche a la mañana, en cambio suele acontecer que
cUarido qUc el mUlidu se va a iiü a~Sü~uiaTiie.ie
nada y los problemas más temerosos se resuelven por sí mismos». Ibid, 132.
Núm 39 (1993) 113
8 JOSÉ MANUEL CUENCA TORIBIO
Galdós cree en los caracteres nacionales y piensa que sólo
una acción cívica sostenida podrá en el futuro cambiar los há-bitos
políticos de los españoles de los que el Congreso y el Se-nado
no son más que la principal caja de resonancia. A una per-sonalidad
tan introvertida y poco locuaz como el gran novelista,
imantado además por las instituciones inglesas, conforme hemos
dicho, no podían menos de displacerle los aspectos formales y al-gunos
de los sustantivos de las españolas. Pese a la atmósfera vi-vaz
de ciertos debates que atraen a un público bullicioso -en
general, compuesto por encopetadas damas- y a la atención
prestada por la prensa a las intrigas urdidas en los pasillos y en
otras dependencias del Congreso, el Galdós cronista de fines . de.l rciiiado de Alfonso AII y ~ ~ m i e i i ~deu !sa Regencia denünciara
una falta de vibración política en su pueblo. La política, y con
ella las Cortes, es un coto cerrado del que «Juan Español)) se
siente descomprometido. No obstante, comprendiendo la hondo-nera
a que puede arrastrarle su pintura del liberalismo hispano
finisecular, la pluma galdosiana se detiene ante la sima. No hay
alternativa. Las Cortes o la reacción. A la altura de los años
ochenta, Galdós no vacilará en manifestar su confianza en las
adormecidas virtudes del régimen parlamentario. ((Reanudadas
las sesiones de Cortes, la política ha entrado de nuevo en el pe-ríodo
de animación y movimiento. Hay muchas personas que de
buena fe creen que las cosas andan mal cuando están abiertas
las Cámaras por la bulla que arman las pasiones enconadas, y
porque se refrescan y envalentonan las ambiciones todas, desde
las más legítimas a las más oscuras. Los que tal piensan no co-nocen,
sin duda, las menudencias y pequeñeces de la política en
tiempo de clausura de Cortes [...] cierto que las discusiones par-lamentarias
avivan las pasiones; pero no tiene duda que la polí-tica
se engrandece con ellas, y que muchas oscuridades se des-vanecen
en la discusión [...] Pero a pesar de esto, es conveniente
que se hable aunque se hable con exceso porque el silencio em-peora
siempre todos los asuntos. Repetidos ejemplos tenemos de
cuestiones amenazadoras que han quedado reducidas a muy
poca cosa en cuanto se les ha sometido a una discusión como
las que aquí se usan Porque eso sí: no hay quien iguale a nues-tros
oradores en lo de apurar un tema: lo desentrañan, lo vuel-
114 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS
GALDÓS, CRONISTA PARLAMENTARIO 9
ven del revés, lo examinan a todas las luces posibles, lo expri-men
y le sacan toda la sustancia)) e.
A fines de su primera estadía parlamentaria, Galdós volverá
a privilegiar en sus crónicas del órgano legislastivo sus vicisitu-des
diarias. Recobrando su condición de militante y seguidor fiel
del «Viejo pastor)), el gran novelista se encalabrinará con los per-sonalismos
que dentro de su partido rebrotan traídos por la inu-sitada
permanencia de los fusionistas en el poder. El liderazgo de
Sagasta es cada vez más discutido por sus propios lugartenientes
Ibid., 263-4. Cinco meses más tarde de expuesto tal juicio en sus Car-tas
a La Prensa, en marzo de 1887, don Benito lo remachaba: «De la discu-sióri
la :Uz, i.efi.áii aii~gUoi,je rG qUe EegUe verse la ver-dadera
luz, ¡cuántas reverberaciones falsas, cuántos espejismos que producen
después oscuridad profunda y qué sinnúmero de resplandores más propios
para cegar que para esclarecer! El sistema no es bueno, es, si se quiere, el
menos malo de los conocidos; podrá ser excelente el día que se logre depu-rarlo
fundándolo sobre las bases que debe tener, para que dejen de tomarlo
como terreno adecuado a las campañas la mala fe y la ambición insana.
Pero el remedio es difícil; las cortapisas y frenos puestos a la discusión libre
de las ideas agravan el mal en vez de remediarlo porque suele que el char-latanismo
y la travesura hailan madera ingeniosa de burlar la restricción [...]
Resignámosnos, pues, a que el gobierno de los pueblos continúe por hoy fun-dado
sobre este charlar interminable algunas veces fecundo y luminoso,
pero lo más ocioso y gárrulo [...] Por desgracia no conocemos manera mejor
de afrontar las enormes dificultades políticas de los tiempos modernos. ¡Ha-blar,
hablar, inundar los problemas en un océano de palabras! Por mal que
nos vaya, siempre iremos mejor que con el silencio torvo del régimen ab-soluto,
porque si el parlamentarismo suele tener en los países latinos el pe-ligro
de la infecundidad legislativa, en cambio no puede negárseles la gran
ventaja de la fiscalización. Contentémonos, pues, con nuestro defectuoso sis-tema
y tratemos sólo de mejorarlo)). Y concluía barriendo para adentro con
una pirueta ingeniosa: «Y, pues, está tan en moda la formación de grupos
parlamentarios que entorpecen la política, perturban la labor legislativa y
acarrean infinidad de males en el mismo orden literario y gramatical, pro-pongo
la formación que si no había de ser muy fecundo, al menos sena
completamente inofensivo: el grupo de los mudos). Apud W. H. SHOEMAKER:
Las cartas desconocidas de Galdós en 'La Prensa" de Buenos Aires, Madrid,
1973, 236-7. Las observaciones realizadas por el galdosista estadounidense
acerca de la desastrada forma con que Alberto Ghiraldo, periodista argen-tino
amigo del último don Benito y sobre todo de la primogénita de éste, Ue-
1q6 2 cubo e&ri& de sus obrUCb. sé&ts ~ ~ cpej.$'- ent~s s ieqre,
pero adolecen, en ocasiones, de una manifiesta agresividad.
10 JOSÉ MANUEL CUENCA TORIBIO
y el país verá agostarse prematuramente una situación política
muy favorable para sus verdaderos intereses. Don Benito perso-nificará
en el gran tribuno Cristino Martos dichas disidencias
para fustigar una vez más el poder taumatúrgico de la oratoria
en el Parlamento español -«los vicios de la locuacidad»- y su
incoercible proclividad a tibetanizarse alejándose de la savia y
aliento populares '.
Con el abandono del poder del partido liberal se produjo tam-bién
la retirada de Galdós como cronista parlamentario. Aunque
sus penurias materiales eran igual de exigentes que siempre, la
pérdida del acta de diputado por Puerto Rico y, muy singular-mente,
su engolfamiento en otra etapa de absorbente y ciclópea
tarea ncivelística le apartaron de un trabajo y de un mundo que
cada día tenían menos alicientes para él. Aun así sus Cartas al
gran diario bonaerense siguieron enviándose, si bien con caden-cia
cada vez más espaciada y lánguida, lo que provocaría a las
veces el comedido disgusto de sus editores, siempre generosos en
sus pagos ... Hasta la primavera de 1894, según anotábamos más
arriba, se mantuvo la correspondencia galdosiana, en la que la
«Con estas trapisondas, las Cortes se han cerrado sin haber discutido
los presupuestos, ni haber aprobado algunas de las leyes más importantes.
Culpa es de los iniciadores de debates personales e impertinentes, prolonga-dos
adrede para dificultar la vida del Gobierno y hacerle morir por asfixia,
ya que de otro modo no era posible arrancarle la vida. El último período
parlamentario ha sido de una esterilidad absoluta [...] El personalismo irnpe-ra
en la política española y es hoy la rémora que se opone a que el partido
liberal aplique sus ideas y desarrolle completamente su programa. Cada per-sonaje
que se separa de la colectividad cree llevar tras sí la opinión del país,
o al menos lo dice, y aspira a la dirección suprema del partido. Ninguno se
contenta con menos que con destituir al señor Sagasta, que tiene a su favor
la tradición, la actividad y un conocimiento profundísimo de la mecánica po-lítica
y parlamentaria y del vario personal que en ella actúa [...] Creo que
el dominio de los liberales, que habría podido ser muy largo y dilatarse has-ta
comprender todo el periodo de la Regencia, no contana ya muchos me-ses
de existencia. La opinión les es propicia; pero los antagonismos persona-les
les devoran. En otro tiempo se quejaban de los obstáculos tradicionales;
hoy la corona les es propicia, la opinión les da su apoyo, prestándoles atmós-fera
vital, cual nunca la tuvo partido alguno. Pues estas condiciones favo-rables
se inutilizan con sus discordias Y fraguan en sus propios corazones
la tempestad que ha de destruirles)). Zbid, 11, 185, 208 y 210.
116 ANUARIO DE ESTUDIOS A TLÁNTICOS
GALD~SC, RONISTA PARLAMENTARIO 11
política en general y la parlamentaria en particular tendrán pro-gresiva
y ostensiblemente menos cabida, hasta desaparecer de
hecho con la segunda gran etapa sagastiana -1892-95-, no obs-tante
el rebrote del tema cubano tan querido para el escritor
grancanario 'O. Cuando en la tercera serie de los Episodios Nacio-nales,
comenzada, como es bien sabido, bajo el impacto de la cri-sis
noventayochista, el Parlamento reaparezca en sus páginas no
lo hará ya con los tintes alegres y esperanzados de sus pinturas
del primer liberalismo. La experiencia acervada en el ({Parlamen-to
largo)) y el rumbo ulterior de la política española han roto las
últimas reservas de su entusiasmo, reemplazado por un escepti-cismo
cada vez más híspido ' l . . , La observacmn y e! cemcimiente cmt in~amrnte~ c r r r r n t a d ~
de la Inglaterra victoriana debieron ser otro motivo importante
de su desencanto. Esta invariable anglofilia nos lleva al último ex-tremo
del tema en que quisiéramos recalar. Es probable que la
tarea de cronista parlamentario de Galdós estuviera en algún ex-tremo
influida por la visión de su riguroso coetáneo y admirado
profesor Gumersindo Azcárate. Al menos, su coincidencia en una
lo La referencia quizás más extensa que durante este cuatrienio final
de su corres~ondenciah ará don Benito del Parlamento tiene como' objeto
la ya mencionada afición de las señoras de la aristocracia madrileña a los
torneos oratorios que con tanta frecuencia tenían lugar en el Congreso. Y
así en junio de 1893 escribirá: «El calor sofocante &e suele reinar allí [en
el Congreso] en estos meses, perjudica bastante a la belleza de las damas
de la tribuna, pero no amengua su loca afición a los discursos. Impávidas
están hasta el fin. Suelen recibir obsequios de caramelos y bombones, y
así van pasando el mal rato y las apreturas. Lo terrible es cuando van
con propósito y certidumbre de oír a un grande orador, y el demonio, que
todo lo enreda, trastorna el plan parlamentario, y toma la palabra uno de
esos abogados que hablan como por maquinilla, y al fin y a la postre no
dicen nada. Las señoras y todo el público de las tribunas protestan boste-zando,
pero el orador no se da por entendido. y sigue. Cuando concluye
la viciada atmósfera parece llenarse de una imagen y brutal protesta contra
el régimen parlamentario.
-¿Qué opina usted, marquesa, del debate de hoy?
-Nos han engañado; toda esa gente debiera ir a la cárcel: el orador, el
presidente, los maceros y hasta los leones del pórtico». Apud W. H.
Su~~hnpl~Lyaxs: cnrtm IPSC~..., M477-I7C. ! '~~
" Cfr. J. F. MONTESINOSG: aldós, Madrid, 1973, 15 y SS.
12 JOSE MANUEL CUENCA TORIBIO
buena porción de los extremos básicos de la materia era casi
completa. Pero también pudo suceder que esta identidad dimana-se
de su común anglofilia y de la pertenencia a una misma es-tirpe
intelectual. Cuando se fechan las primeras crónicas recogi-das
en Política española contemporánea el prohombre institucio-nista
daba a la luz algunos de sus estudios estasiológicos más
conocidos y muy poco después era acogida con gran aplauso su
conocida obra El régimen parlamentario en la práctica (Ma-drid,
1885).
Finalmente, se hace inexcusable una referencia a la tarea de
Galdós como apologeta o censor del parlamentarismo en s,u vas-ta
producción novelística. Dados su eco e influencia sociales, es
un tema que, aunque algo marginal a nuestro propósito, no cabe a N
silenciar. En otro lugar hemos estudiado -en colaboración con E
Soledad Miranda- el canto epinicio entonado por el escritor O -
grancanario al nacimiento en Cádiz de la España liberal ". Como -- m
O
es bien sabido, esta línea de pensamiento continúa la surgida ya EE
en los primeros escritos periodísticos y narrativos de don Benito, SE
que permanecerá en ellas hasta el desarbolamiento de algunas -
de las estructuras primigenias de su espíritu provocado por la cri- 3
sis del 98. Hasta entonces el conjunto de su inmensa producción - -
0
suscitaría en sus lectores una impresión favorable y atractiva del m
E
sistema representativo hispano, no obstante la censura y, más co- O
múnmente, la mordacidad con que no pocos de sus capítulos y -
episodios se dibujan por la pluma galdosiana. a-E
Al circunscribirse realmente su labor de cronista parlamenta- l
no a sus artículos en La Prensa, el público español, salvo los lec- --
tores de su primera etapa periodística de fines del reinado isa- 3
belino, no conoció otra imagen del parlamentarismo galdosiano O
que la descrita en su corpus novelístico. El último Galdós, aun
conservando su fe en la institución parlamentaria, ya que no en
su coetánea plasmación celtíbera, fue más duro y acedo al par
que más esquivo de la realidad política, precisamente cuando ma-yores
fueran su militancia y compromiso activos. Pero para en-tonces
su antorcha de creador de gran parte de la opinión pú-blica
nacional había pasado ya a otras manos.
l2 « L a s Cortes de Galdós)), Cuadernos Hispanoamericanos, 460 (1988),
129-38.
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