L I T E R A T U R A
A LA CAZA DE ROMANCES RAROS
EN LA TRADICIóN CANARIA
P O R
MAXIMIANO TRAPERO
Con este mismo título, dedicado a la tradición portuguesa,
publicaba en 1959 Diego Catalán un artículo1 en el que ponía
en evidencia la importancia de la tradición romancística portu-guesa
para el conocimiento de determinados romances que por
su rareza o se ignoraban o vivían fragmentados en la vida oral
de otras tradiciones hispánicas. Cuatro eran los romances que
allí se estudiaban y los cuatro ejemplos poderosísimos de has-ta
qué punto un texto oral, una versión, puede ser clave para
una interpretación recta de algunos romances sobre los que la
tradición no ha sido especialmente conservativa. Hoy queremos
llamar la atención sobre la tradición canaria, como una de las
m& singulares en la conservación de romances rarísimos en
la t.rm%irlin ora! mnderns?.
La recolección de romances es siempre comparable a una
caza. Para ello debe irse preparado. Cierto que la pieza -el ro-l
D. CATA&: «A la caza de romances raros en la tradición portu-gder~!!,
&!&as &l 111 C&qwi= Ir.te-=&z,=l & E&uW",o,- a,-c-B;a&
leiros, vol. 1 (Lisboa, 1957), pp. 445-477. Recogido posteriormente en su
libro Por campos del romancero, Madrid, Gredos, 1970, pp. 228-269.
a La guardia cuidadosa, La fuerza de la sangre, Bodas de sangre y
La canción del huérfano, los cuatro desconocidos hasta entonces como
romances autónomos.
Núm. 32 (1986) 485
2 MAXIMIANO TRAPERO
mance- salta cuando menos se la espera y, con mucha frecuen-cia,
cuando no es previsible ese tipo de ejemplares por la zona.
Pero ir en su busca constituye una aventura reconfortante. La
recolección de romances hoy, dadas las circunstancias extre-mas
de la decadencia en que vive, es ya de por sí una aven-tura,
pero si, además, los que se pretenden son los raros, los
que escasean por todas partes, la búsqueda se convierte en
una verdadera caza mayor. Salir al campo y recoger lo que
haya es obligaciOn de todo recolector, pero si dentro de lo
poco sale algo valioso la obligación se viste de alegría. ¿Y qué
hace que un romance sea más valioso que otro? Los juicios
valorativos sobre la canción tradicional son muy diversos y los a
N criterios en que se basan muy subjetivos. Como dice D. Catalán E
«en la permanencia del romancero histórico medieval no sabe- O
n mos qué admirar mas, si la memoria colectiva, capaz de retener -
=m
O siglos y siglos los pormenores de un canto referente a un su- £E
ceso (real o imaginario) pretérito, o la capacidad recreadora S
E
de la transmisión oral que, a la vez que recuerda un texto poé- =
tico, le da nueva vida, omitiendo, añadiendo o modificando cier- 3
tos motivos de los que componen la narración)) 3. Si el fenómeno
- -
0m
romancero fuese un género cerrado, es decir, un repertorio E
fijo, y ese repertorio se diese por igual en un mismo momento O
histórico, parecería evidente que el criterio selectivo se incli- n
E nara por los valores estéticos solamente, pero si, como ocurre, -
a
es un fenómeno vivo, que se renueva permanentemente, que se 2
n
hace y rehace en su transmisión, un repertorio cambiante en o
que hay romances que se olvidan y mueren para la vida oral y 3
O otros que nacen y se popularizan, un fendmeno que sobrepasa
el tiempo y se adapta a momentos históricos tan distantes como
puedan ser la Edad Media y el ahora mismo, los criterios valo-rativos
se hacen necesariamente muy heterogeneos. Y en todo
caso, los criterios del investigador no son ni suelen ser nunca
13s ~ ~ i mqcüse !os de! p;rl;!ieo cantor 4. E! carrtor tradicional
tiene un repertorio siempre limitado y a él se aferra como e1
S D. CATALAN: Siete siglos de romancero, Madrid, Gredos, 1969, p. 8.
4 El romancero vulgar y «de ciego)) transmitido a través de pliegos
escritos ha inundado y se ha mezclado con el propiamente tradicional en
486 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
A LA CAZA DE ROMANCES RAROS 3
mejor y el único; el investigador, por su parte, busca recompo-ner
un pmxle de mil y una fichas en donde siempre faltan mu-chas,
más aún, un pz¿¿zle del que nadie sabe el número de
fichas. Nunca podrá decirse cuál es el repertorio romancístico
total de una época - e l romancero oral, se entiende-, ni de una
comarca, ni siquiera de un informante. La novedad, la sorpresa,
siempre es posible en un genero que vive a sobresaltos, sote-rrado
en la memoria colectiva de un pueblo marginado, sin
censo ni nomenclátor.
El romancero tradicional, a pesar de las búsquedas inten-sivas
que con mayor o menor sistematicidad se han hecho a
lo largo del siglo xx -y antes- por todos los territorios donde
vive, sigue s- 2r- -e> -~ iuoU LM 2 L- 3- !J L- L U G I I L ~ UG bu~pl e a aoI LCGUCI~CCGiGi ,: Z
aparición de un romance todavía inédito o la de otros que sólo
se conocían en versiones fragmentarias o contaminadas, insu-ficientes
del todo para un conocimiento justo del romance en
cuestión. La acumulación de muchas versiones de un mismo
tema romancístico en un género que, por definición, es cam-biante
y multiforme es una exigencia imprescindible para su
estudio. Desde este punto de vista, recoger hoy muchas ver-siones
de Gerineldo o de La condesita puede ser importante
para el conocimiento de esos romances en una determinada
comarca no investigada con anterioridad, pero difícilmente pue-den
aportar aspectos novedosos en e1 conocimiento general de
esos temas después de contar ya por miles las versiones reco-piladas.
Tiene mucho más interés recoger una sola versidn,
aunque sea fragmentaria, de Lamarote o el ciervo del pie blan-co,
por ejemplo, por ser un romance rarísimo; y mucho mas
aún constatar que un romance como Rio Verde ha llegado hasta
hoy en la tradición oral después de cuatro siglos de anonimato;
y resulta un verdadero desafío enfrentarse con un romance
trarlidcma! &r e e! qx m exirtm referencias l i t e rmi~c~n,m n
es el caso de El esclavo que llora por su mujer.
todas las partes; el investigador {(purista))t rata de evitar tales textos en
sus encuestas, pero son justamente ésos los que el informante medio más
quiere comunicar, por ser para él los más apreciados.
Num. 32 (1986) 487
MAXIMIANO TRAPERO
2. LA RECOLECCIÓN DE ROMANCES EN CANARIAS
Puede decirse que Canarias se pobló de romances al tiem-po
que se pobló de españoles, es decir, al mismo tiempo que
entró en la historia; justo en el momento en que el romancero
vivía su época más esplendorosa en España. Incorporadas a la
Corona de Castilla en el siglo xv, los españoles que llegaron a
las islas provenientes de muy diversas regiones peninsulares
(sobre todo andaluces, extremeños, castellanos y gallego-astur-leoneses)
llegaron -como poco después se fueron a América-con
multitud de cantos épico-líricos en la memoria y algún que
otro iibrito en sus Íaiiriqueras. For desgracia no hubo en 2a-narias
en aquel entonces un Martín Nucio que recogiese los
textos que ya eran populares, por lo tanto nada sabemos direc-tamente
de1 repertorio romancístico que pobló y habito en las
Canarias en los siglos inmediatos a su conquista. Sólo alguna
noticia -mejor decir referencia- indirecta de algún cronis-ta
de las islas nos asegura la existencia del género en el si-glo
XVII 5. Pero no nos es necesario. La pervivencia por vía oral
en las islas de un romancero de raíz muy antigua nos garantiza,
a través de una critica textual, la implantación del romancero
en Canarias en fechas muy tempranas, desarrollándose autóno-mamente
y llegando a formar una de las ramas mejor definj-das
del romancero general pan-hispánico. Al margen de esas
mínimas referencias de los cronistas primitivos, de la existen-cia
de un proceso inquisitorial contra una serie de romances
religiosos a finales del siglo XVIII y de las noticias brevísimas
que nos dejaron algunos viajeros a las islas en los siglos XVIII
Por ejemplo, Gómez Escudero, en su Historia de la Conquista de
C g z g ~ j g&~ , &yri,r-ce 10s h ~ c p pd e LE Gemera, Diege Di~r6fi ~ t i -
lizar algún estribillo o verso muy popular de romances para sus obras de
la Capilla Musical de la catedral de Las Palmas.
Aunque el proceso se abre contra dieciocho romances religiosos de
pliego, por creer que contienen opiniones contrarias a la doctrina de la
Iglesia, da muestras suficientes de la popularidad que había alcanzado el
fenómeno romancero. Sobre ello realizarnos en la actudidad un estudio
particular.
488 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
A LA CAZA DE ROMANCES RAROS 5
y XIX', nunca se había dado a conocer el texto de un romance
canario hasta el umbral del siglo xx.
La historia de la recolección romancística en Canarias la
cuenta D. Catalh en su introducción a lo que se llamará Pri-mera
parte del Romancero General de las Islas Canarias, La
flor de la marañuelas, una ((colección de colecciones# que
reúne todos los textos, tanto publicados como inéditos, reco-gidos
por muy distintas personas desde la década de 1920 has-ta
1966. La colección, con ser espléndida (682 versiones de 155
temas romancísticos de gran interés), representaba muy des-proporcionadamente
la tradición de las diversas islas del archi-piélago.
Los esfuerzos recolectores se habían fijado sobre todo
en dos islas, Tenerife y La Palma, y habían quedado las otras
cinco prácticamente inéditas. De las 682 versiones totales, unas
400 son de Tenerife (el primer volumen completo), un centenar
de La Palma, 66 de Lanzarote, 54 de Gran Canaria, 23 de La Go-mera,
11 de El Hierro y sólo tres de Fuerteventura.
La cultura popular de las distintas islas de Canarias tienen,
en muchos aspectos, perfiles muy definidos y particulares. Y no
s61o porque determinados grupos ideológicos o de presión, o
incluso individuales, pugnen por mostrar marcas contrastivas
de cada isla dentro del conjunto, que también lo hay, sino por-que
la geografía y la historia se han comportado de forma bien
distinta en cada una. Así que, aun siendo un archipiélago y par-ticipando
todas de unas mismas coordenadas culturales comu-nes
regionales, cada isla tiene su propia personalidad cultural.
Siendo esto así, como lo es, no debía darse por agotado el capí-tulo
de la búsqueda del romancero tradicional en Canarias,
como muy inteligentemente advertía el propio editor de La flor
de la marañuela: ((Esta F. de la m. aspira a ser, simplemente,
la "primera parte" del Romancero General de las Islas Cana-
- - -
Entre otros, Jos6 Antonio de Urtusáustegui a la isla del =erro
en 1779, B. Carballo Wangüemert a la de La Palma en 1862 y C. de Arri-bas
y Sánchez también a la de La Palma en 1900. Cf. D. CATA& en su
introducción a La flor de la marañuela (2 vols.), Madrid, S.M. P. Gredos,
1969, pp. 3-5.
Ibld., PP. 346.
Núm. 32 (1986) 489
6 MAXI~IIANTOR APERO
rhs. Si lo hasta aquí reunido basta para demostrar la riqueza
y rareza del romancero insular, en modo alguno agota al caudal
soterraño de la tradición romancística canaria, que todos debe-mos
contribuir a alumbrarn '.
Cuando en el ultimo tercio del siglo XIX empieza a vislum-brarse
la pervivencia del viejo romancero español por obra de
la transmisión oral se asienta una creencia general entre los
estudiosos del tema: el desplazamiento de la tradición a las
zonas más marginales de la Península: Portugal, Cataluña, As-turias
y, en gran medida, Andalucía. Sería Menéndez Pelayo
quien más rotundamente lo afirmara:
«Aunque la mayor y mejor parte de los romances caste-llanos
s61o ha llegado a nosotros por la tradición escrita
(ya en los pliegos sueltos góticos, ya en los romanceros
del siglo xn), no es poco ni insignificante lo que todavía
vive en labios del vulgo, sobre todo en algunas comarcas
y grupos de población que, por su relativo aislamiento,
han podido retener hasta nuestros días este caudal poéti-co,
que, al parecer, ha desaparecido casi completamente
en las regiones centrales de la Península, en las provin-cias
que por antonomasia llamamos castellanas, donde,
según todo buen discurso, tuvo el romance su cuna, o al-canzó,
por lo menos, su grado más alto de vitalidad y fuer-za
épica)) lo.
A tal conclusión parecía llegarse después de las primeras
exploraciones que en el siglo XIX empezaron a hacer los pione-ros
del romancero oral moderno Almeida Garrett, Teófilo Bra-ga,
Mila 1 Fontanals, Maríano Aguiló, el marqués de Pida1 y el
propio Menéndez Pelayo. Si la tradición como tal era reacia a
IbZd., p. VII.
lo MENÉMIEZ PELAYO: Antologíu de Poetas Líricos Castellanos, IX
(Apendices y Suplemento a la "Primavera y flor de romances" de Wolf
y Hoffmann),Sa ntander, 1945, p. 151.
490 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
A LA CAZA DE ROMANCES RAROS 7
salir a la luz en la geografía periférica, que era la estudiada,
cuánto más no había de serlo en el centro, en Castilla, en donde
apenas si se hicieron tentativas serias y perseverantes. El Su-plemento
que Menéndez Pelayo añadió a la Primavera de Wolf
y Hoffmann recogía y compilaba los «romances populares re-cogidos
de la tradición oral>>d e Asturias, Andalucía, Ektrerna-dura,
Galicia, Cataluña, Portugal y los que le habían hecho
llegar de las comunidades judeo-españolas de Oriente. Una co-piosa
colección de mas de 200 textos que, a pesar de su asiste-maticidad,
predecía la extraordinaria cosecha que años después
había de confirmarse. Con todo, ninguno o casi ninguno de
esos romances procedían de lo que fue y era centro peninsular,
ia vieja Castiiia.
Se creía, pues, que el romancero, engendrado y nacido du-rante
la Edad Media en Castilla, con el correr de los siglos ha-bía
abandonado su «área focaln para refugiarse en la memoria
colectiva de las «áreas periféricasn.
Muchos esfuerzos habría de gastar Menéndez Pidal en des-hacer
tales creencias y en demostrar contundentemente que Cas-tilla
no sólo no había olvidado sus viejas canciones épico-juglarescas,
sino que podía competir en abundancia y lozanía
con las de la periferia; que el persistente silencio del roman-cero
en Castilla no era sino aparente, pues hurgándolo con
habilidad podía ofrecer textos tan extraordinarios y arcaicos
como los de cualquier otra .región, algunos incluso desconoci-dos
hasta entonces fuera de la tierra castellana ".
Las encuestas de campo y los estudios sobre el romancero
en Castilla se han multiplicado desde los años veinte del si-glo
xx de tal forma que en 1953 su principal estudioso, Ramón
Menéndez Pidal, decía: ((Increíble nos parece ahora cdmo la
Ejemplo paradigmático fue el ctdescubrimiento)) en Burgo de Osma
del romance de La muerte del Príncipe Don Juan en 1900 por parte del
matrimonio Mendndez Pidal, romance que hasta entonces había estado
oculto absolutamente para la critica tanto antigua como moderna.
Cf. M. PIDAL: Romancero Hispánico (2 vols.), Madrid, Espasa-Calpe,
2.' ed., 1968, 11, pp. 291-292.
8 MAXIMIANO TRAPERO
tradición romancistica del centro de Espalia, que actualmente
en tan grande abundancia se nos muestra, pudo permanecer
tan desconocida, tan persistentemente negada desde hace un
siglo» *. La exploración ha continuado y se ha intensificado, si
cabe, la sistematicidad en las encuestas. Pero paralelamente se
han intensificado también por otras zonas periféricas: Canarias,
Portugal y sus islas atlánticas, Asturias y el norte de León, la
montaña de Santander y PaIencia, Galicia, Aragón, Cataluña y,
exhaustivamente, las comunidades sefardíes de origen español
del norte de Africa y del Oriente. Los resultados en forma de
Romanceros y la propia experiencia de quienes han sido reco-lectores
tanto en el centro como en la periferia hablan siempre a
N
en el mismo sentido: cierto que el romancero vive en Castilla, E
Apero con igual vitalidad que en la periferia? Encuestas recien- O - tísimas por las tierras llanas de Segovia, Valladolid, Soria, Bur-
-
m
O
E gos, Palencia, León, Zamora, ofrecen resultados mucho mas ;
pobres que los obtenidos en el noroeste peninsular, por ejem- -
plo. Cierto que la montaña leonesa, g por extensión las zonas
3 aisladas del noroeste peninsular, es un enclave privilegiado en -
la conservación del romancero tradicional, un cruce de caminos -
0
m
E donde convergen todas las tradiciones, pero el encuestador ad- O
vierte cómo al descender a las tierras de la llanura el repertorio
se va empobreciendo y acortando y como la tradición está por- -
-E
centualmente menos generalizada entre sus gentes. Colecciones
de romances publicadas recientemente de las zonas periféricas, -- de Portugal, de Madeira, de Acores, del norte de León, de Ca-narias,
incluso, superan en todo a otras del centro peninsular, 3
O
en riqcezr. de repert~rin, en abundancia de versiones, en ple-nitud
de textos, en romances más raros, en versiones más
arcaicas.
Por eso simplemente, por la margínalidad de Canarias res-pecto
a Castilla, es por lo que, aún antes de conocer el pecu-
1:.-.n +-c. uar b ~ oq~~ rsee ~ em e r r~hae n Csi,n,iri,ac, y8 se vaticimba el
carácter arcaico y conservador de su romancero. Lo anunciaba
Menéndez Pelayo a finales del siglo xxx:
* Ibid., 11, p. 305.
492 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
A LA CAZA DE ROMANCES RAROS 9
((Ya he indicado la sospecha de que en Canarias puedan
existir viejos romances llevados allá en el siglo xv por los
conquistadores castellanos y andaluces. Si se encontrasen
sería buen hallazgo, porque en casos análogos se observa
que las versiones insulares son más arcaicas y puras que
las del Continente, como sucede en Mallorca con relación
a Cataluña, en Madera y las Azores con relación a Por-tugal))
13.
Y lo volvía a repetir cincuenta años más tarde Menéndez Pi-dal,
cuando ya se empezaban a conocer los resultados de las
primeras encuestas en el archipiélago:
{(Eespecto a Canarias, hay que repetir io ciicho para Ámé-rica.
Si su tradición parece muy débil, es porque no ha
tenido bastantes cultivadores. No se comprende por qué,
si la tradición insular portuguesa es fuerte y conservativa,
no ha de ser la de Canarias lo mismo que la de Madeira)) 14.
Y poco más adelante valora ya los primeros frutos conocidos:
{{Estos arcaísmos nos aseguran que la tradición de las Ca-narias
es tan densa como la que más. Ojalá sea explorada
bien a fondo, porque ella ha de ser recurso esencial para
explicar la mas antigua tradición emigrada a América, ya
que la importancia de Canarias en la colonización ameri-cana
es muy grande)) 15.
El vaticinio de uno y las sospechas fundadas del otro han
venido a confirmarse plenamente. En Canarias se refugió una
rama de la tradición muy arcaica y conservadora: aún hoy es
posible oír aquí romances que han desaparecido por todas par-tes,
romances de los más raros de la tradición oral moderna,
conservados sólo fuera de Canarias por algunas comunidades
ernfarrlínc rlnl nnrtn rin K f r i ~ c i Anl n~.;ontn dn P i i w n n n n1.n c<n
uvr-A urvu u v s r r v r r v rrv ~ r r ~su r u u u r v r r v r i u v u v uur uycii, r ju~u-han
demostrado siempre como los guardianes más celosos del
viejo patrimonio épico-lírico español. Pero no ya los romances
0p. cit., p. 332.
la Rom. Hisp., 11, p. 356.
l5 Zbid., p. 357.
Núm. 32 (1986)
10 MAXIMIANO TRAPERO
más raros, cualquier versión del romancero canario {(presenta
un jnconfundible sello de ant.jgüedad, son versiones poco evo-lucionadas,
próximas a las que aparecen registradas en los vie-jos
cancioneros y romanceros)) 16.
Así que nunca debe darse por agotado el caudal del roman-cero
oral, mucho mas cuando, como en Canarias, quedaban tan-tas
lagunas sin explorar en los estudios realizados hasta la dé-cada
de los sesenta.
4. NUEVOS ESFUERZOS RECOLECTO RES a
E
mu.c."; ad~l ncc /,.z.-. lg"" Lair" de :as últimas mz ~ e s t r t s~ U! ~CZ&Ser i O
flor de la marafiuela) hasta 1980 hubo en Canarias un descanso n - m
recolector, a pesar de que se disponía de un buen manual de O
E
encuesta, elaborado por M. Jesús López de Vergsrra y Mercedes E
2
e Morales 17, dos de las mejores recolectoras de Canarias cuyas
cosechas, füii~meiiaimeiiiet=t de Temrife, se klc:Uyeron en
La f. m. Es con el nacimiento de la década de los ochenta cuan- - -
0
do se inician de nuevo las encuestas de campo en algunos pun- m
E
tos de las islas por parte de varias personas, aunque bien es O
verdad que la mayoría sin responder a un intento de recolec- o n
ción sistemática, s61o con el ánimo de mostrar algunos ejem- aE
plos de la cultura popular de una zona (cuando se incluían en n estudios de ámbito más amplio que el romancero), allegando n
n
romances junto a canciones, refranes, adivinanzas, cuentos, cla- 3
ses de danzas y demás géneros folklóricos, o de coleccionar lo O
que ias gentes informantes quisieran decir a ia pregunta gené-rica
{(¿Sabe usted romances antiguos?)).
Por lo que a nosotros respecta fue en 1979 cuando inicia-mos
la tarea en Canarias. Coincidió con una nueva etapa del
Seminario ({Menéndez Pidaln, heredero de los riquísimos mate-riales
romancisticos cieí matrimonio Menéndez Pidai, y de sus
l6 ~ N É N D E ZP IDAL:«E l romancero tradicional en las Islas Canarias)),
en ANUARIO DE ESTUDIOAST ~NTICO(SM adrid-Las Palmas, 19551, 1, p. 5.
l7 Romancerillo Canario (Catálogo-Manual de Recolección), La Lagu-na,
Biblioteca Filológica. 1955.
494 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
A LA CAZA DE ROMANCES RAROS 11
fines y métodos, impulsado ahora por la energía inagotable de
su director, Diego Catalán, que se proponía dos objetivos: uno,
la exploración sistemática de determinadas zonas peninsulares
que habían quedado en blanco en las búsquedas anteriores, y
dos: la formación de un grupo de investigadores jóvenes que
pudiesen iniciar esas mismas exploraciones en sus lugares ha-bituales
de residencia. La empresa parecía, y es, el último in-tento
de recoger lo que la tradición oral ha allegado a la actua-lidad:
los cambios tan sustanciales que han afectado a La vida
rural española en los últimos años predicen algo inevitable:. el
saber tradicional heredado morirá cuando sus poseedores ac-tuales
-los más viejos de las aldeas y pueblos- mueran, sin
que ese saber haya pasado a las generaciones siguientes. Se ha
agotado ya la transmisión y las generaciones más jóvenes igno-ran
absolutamente lo que de tradicional hay en sus mayores;
más aún, la tradición existe como producto residual en los más
viejos, pero no como fenómeno vivo. A pesar de todo, el intento
resultó providencial porque se llegó a tiempo. Con mucho es-fuerzo,
eso sí, y con más dificultades se ha logrado rescatar lo
mismo que se hubiese logrado a principios de siglo; quiere de-cir
que hasta el presente ha permanecido el grueso de lo que
era tradicional desde siglos. Y así, puede decirse que el Semi-nario
(tMenéndez Pidalu, en sólo cinco años, ha duplicado, con
mucho, los fondos que se habían formado en más de un siglo
de recogidas. Y lo mismo respecto al segundo objetivo. En Ca-narias,
contando sólo con nuestras colecciones, se han tripli-cado
los romances reunidos y publicados en La flor de la ma-rañuela.
Nuestra primera investigación se centró en una zona muy
reducida del sureste de la isla de Gran Canaria. Y los resul-tados
fueron asombrosos ls: en sólo cuatro puntos de encuesta
logramos reunir 504 versiones de 141 romances distintos. Cier-to
que las cifras no distinguen entre los romances religiosos,
j8 MAXIMIANOT RAPEROco, n la colaboracidn de LOTHARSI EMENHSE R-NANDEz:
Romancero de Gran Canaria, I, zona del Sureste: Agiiimes, Znge-nio,
Carrizal y Arinaga, Las Palmas, Excmo. Cabildo Insular de Gran Ca-naria,
1982.
Núm. 32 (1986) 495
12 MAXIMIAKO TRAPERO
entre los de pliego, entre los vulgares o entre los propiamente
tradicionales, pero es lección elocuente de hasta qué punto en
Canarias - e n cualquier punto de Canarias- la memoria po-pular
es capaz de recordar un saber colectivo tan fantástico.
Lo recogido en Gran Canaria es, por otra parte y en alguna
medida, tradición viva que se reproduce con mucha frecuencia
como canto de trabajo entre las mujeres trabajadoras de los
empaquetados de tomates. Pero no quedó reducida al sureste,
la investigación continuó por toda la isla, con matices bien dife-renciados
en las diversas zonas del sur o del norte, de la costa,
de la cumbre o de las medianías, y contamos ya con una colec-
& m& & l.nQn versiones, aparte la!: ya pfihlicadas
sureste, lo que da idea de lo que es posible con una búsqueda
minuciosa y sin desmayo.
Siguió a Gran Canaria la isla del Hierro, la más pequeña del
archipiélago y la menos poblada, quien con s61o 6.500 habi-tantes
nos dio una cosecha de 175 versiones de 68 romances.
Allí el romancero es ya letra muerta, pura arqueología que se
revive sólo cuando alguien pregunta por él. Una muestra evi-dente:
en el intervalo comprendido entre la realización de las
encuestas -1982- y la presentación del libro que las recogía le
-verano de 1985- habían muerto cinco informantes de entre
los mejores que tuvimos; tres años de retraso en las encuestas
hubiera significado la pérdida de un tercio de lo recogido y
alguno de los mejores romances del libro, entre ellos el de Vir-gilios
y el de La princesa peregrina, dos romances desconocidos
antes en Canarias y rarísimos en la España peninsular.
Al Hierro siguió La Gomera y allí encontramos el paraíso.
Del Hierro habíamos escrito en el prólogo:
«El romancero que vive en la tradición oral herreña es
extraordinario, tanto que difícilmente puede encontrarse
otro lugar de parecida extensión geográfica comparable
en la riqueza de su repertorio. Las condiciones históricas,
19 MAXIMIANTROA PERcOon, la colaboración de ELENAH ERNKNDECZA -
sañrae i r i r n rictirñin Ci_p 1s ~ i & &&~ Q I E - m~ p~-~ g--~l: Rcmz- Y.L.'." J U-- --Y......-
cero de la Isla del Hierro, Madrid, Seminario Menéndez Pidal, con la
colaboración del Cabildo del Hierro, Ed. Gredos, 1985.
496 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
A LA CAZA DE ROMANCES RAROS 13
geográficas y
tibles y, con
rias)) 'O.
sociales de la isla seguramente son irrepe-ellas,
sus tradiciones folklóricas y litera-
Pero después de conocer La Gomera no tenemos más remedio
que rectificar. La Gomera es no el paraíso perdido que son ya
tantos lugares de España, de Portugal o del mundo hispánico,
sino el paraíso en donde los romances viven hoy como pudieron
vivir en los lugares más favorecidos en los siglos XVI o XVII.
Es decir, una isla donde cantar y bailar romances es ejercicio
cotidiano de todos sus pobladores. La isla cuenta en la actuali-dad
con unos 25.000 habitantes y en ella logramos reunir más
de 400 versiones de más de 140 temas romancísticos. Entre ellos
algunos títulos de los más raros en la tradición oral moderna,
alguno incluso único: Río Verde, El Cid pide parias al rey moro,
Lanzarote, Paris y Elena o Fratricidio por amor.
Nuestras investigaciones continúan y se dirigen ahora a Fuer-teventura,
una isla de la que todavía no sabemos absolutamente
nada; y después a otras partes, hasta lograr el mapa completo
del romancero oral canario.
Aspecto importante en nuestras búsquedas y estudios ha
sido el de la música, cuestión que había quedado totalmente des-atendida
y que nos manifiesta la otra cara del romancero. Lo
había advertido ya D. Catalán en el Primer Coloquio Internacio-nal
sobre el Romancero: «Otro vacío que hay que cubrir es el
de la música. Ninguno de los colectores era musicólogo y en
las encuestas no contaron con la ayuda de magnetófono^))^'.
Hoy contamos con aparatos muy manejables y de una gran fi-delidad
que hacen mucho más fácil la recogida de los materiales
de campo. Después, en la tranquilidad del despacho, hemos
contado con la colaboración de un musicólogo muy capaz,
Lothar Siemens Hernández, que ha podido dar cuenta de esa
reaiidad tan desatendida y tan importante como es la música
-
20 ZbZd., p. 37.
21 EL Romancero en Ea tradición oral moderna, ed. de D. Catalán,
S. G. Armistead, con la colaboración de A. Sánchez Romeralo, Seminario
Menéndez Pidal, 1973, p. 146.
Núm. 32 (1986) 497
14 MAXIMIANO TRAPERO
de los romances, desatendida no sólo en el romancero canario,
sino en el romancero general.
Pero no somos sólo nosotros. Otros recolectores, con sus
particulares iniciativas, han logrado nuevas y siempre valiosas
versiones de otros lugares de las islas. Talio Noda en la isla
de La Palma y en el centro de la de Gran Canaria, Francisco
Eusebio Bolaños en el noroeste de Gran Canaria, Benigno León
Felipe en el sur de Tenerife, Manuel J. Lorenzo Perera en El
Hierro y en el norte de Tenerife, y otros. El interés por la cul-tura
popular despertado en gran medida por el proceso político
de las autonomías que se ha generalizado en España desde a
hace pocos años afecta también a Canarias. Si lo que importa N
E en una encrucijada como la de ahora, en que un cambio radicai O
de usos y costumbres amenaza con la extinción de toda una n-- m cultura tradicional, es recoger lo que aún queda de esas mani- O
E
festaciones populares viejas, bienvenidos serán todos los brazos E
2
que se sumen a la faena de salvar para las generaciones futuras -E
si no la tradición como tal sí al menos el testimonio histórico 3
de su existencia. --
0
m
E Para quienes conocen Canarias de oídas -o de leídas- po- -
a
drá parecer extraña la afirmación de que cada isla tiene sus 2
n
peculiaridades culturales, sus propias señas de identidad. Hay, n
claro, una marca común del conjunto que se toma como tal O3
cuando Canarias se compara a otras regiones. No podría ser
menos tratándose de un conjunto de islas geográficamente afri-canas
y atlánticas pero histórica y culturalmente europeas y
españolas. Pero mirando hacia adentro, desde Canarias, no
pueden dejar de advertirse las singularidades tan sobresa-lientes
de cada una. Empezd diferenciándolas la geografía y
continuó haciéndolo también la historia. No se conoce bien la
procedencia de sus aborígenes, ni si las islas todas fueron habi-tadas
por unas mismas gentes, pero la arqueología no ha po-dido
dar con los mínimos restos de navegación que garanticen
la comunicación entre los de una isla y otras y sí, sin embargo,
498 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
A LA CAZA DE ROMANCES RAROS 15
ha mostrado suficientemente las diferencias culturales y &ni
cas entre unos y otros. Incorporadas a la Corona de Castilla en
el siglo xv tras un período de casi un siglo de conquista (des-de
1402 Lanzarote y Fuerteventura hasta 1496 Tenerife), lo van
a ser en muy distinta condición: unas (Fuerteventura, Lanzaro-te,
Hierro y Gomera) serán islas de señorío, prolongándose esta
dependencia durante varios siglos, y otras (Gran Canaria, Tene-rife
y La Palma) lo serán de realengo, lo que hará perdurar
hasta hoy determinadas estructuras socioeconómicas de inci-dencia
determinante en la vida particular de cada una. Para
colmo, la naturaleza también actuó caprichosamente: a unas
las dio abundante agua, como a La Palma y Tenerife, y a otras
extremadas sequías, como a Lanzarote y Fuerteventura, unas
son altas y montañosas, otras bajas y arenosas, unas cuentan
con recursos abundantes, otras sin apenas recursos, unas tienen
fácil acceso desde el mar, otras son poco menos que inaccesi-bles.
Unas han estado en contacto permanente con otras gentes
y otras culturas, con ventanas y puertas abiertas a todo tipo
de influencia venida de afuera (Gran Canaria y Tenerife), otras
se han cerrado en sí mismas sin más contacto con el exterior
que el que los propios islefios tenían cuando salían emigrantes
de su isla, un contacto de ida pero no de vuelta (Hierro y Go-mera).
Así habla de estas últimas un marino inglés, buen co-nocedor
de las islas, en sus viajes por ellas a mitad del si-glo
XVIII:
{{La Gomera y El Hierro son tan pobres que ningún barco
llega a ellas de Europa o América; ni se permite a los habi-tantes
de estas islas ninguna participación en el comercio
con la India Occidental Española, pues no se encuentran
tan por completo bajo la jurisdicción de la Corona de Es-paña
como [Gran] Canaria, Tenerife y La Palma, pues
t;nrin..i r v r . rnñr\r r?nrrvr;ri+n&r\ -1 P A - A ~ A- T m u i c í r i c r i LUL u-zrru~ O yruprGuariu, 8 uaucli, GA vurius u= ua
Gomera. Pero seria muy conveniente para ellas el estar
completamente sujetas y dependientes de la corona; pues
jamás fue tan cierto el refrán que dice "La broza del Rey
vale más que el cereal de otra gente", como en este
caso» 22.
zz G. GLAS: Descripción de las Islas Canarias (17641, ed. de Constan-tino
Amar, Tenerife, Instituto de Estudios Canarios, 1982, p. 133.
16 MhXIiUIANO TRAPERO
No ha de extrañar, pues, que la tradición romancistica
-como una más de las tradiciones populares asentada en el
común de sus pueblos- tengan diferencias muy notables. Sir-van
unos pocos ejemplos.
En 1948, J. Pérez Vidal, uno de los mejores conocedores de
la cultura popular canaria e investigador principal del roman-cero
en la isla de La Palma, publicaba un artículo titulado ctRo-mances
con estribillo y bailes romancescos)} 23 en el que daba a
conocer el hecho curiosísimo -y desconocido hasta entonces-de
que en La Palma los romances se cantaban todos con un es-tribillo
llamado «responder», que se intercalaba invariablemente
a cada cuatro octosílabos del romance. La crítica posterior ge-neralizó
el fenómeno a toda Canarias, sin más, y bastó para que
en las referencias sobre Canarias en los estudios romancísticos
se diga, invariablemente, que en las islas se cantan siempre 10s
romances con sus correspondientes responderes FLUe necesa-rio
descubrir que en Gran Canaria, al contrario, cada romance
tenía su propia música y que el fenómeno de los responderes
era desconocido allí. Se abría así una importante diferencia:
en Gran Canaria el romancero se comportaba, al igual que en
cualquier sitio de la Península, como un canto individual, mien-tras
que en La Palma -según la información de Pérez Vidal-era
un género que exigía el concurso de un solista para el canto
del romance y el de un coro para el de los responderes. E igual
que en Gran Canaria se cantan también en Lanzarote y Fuerte-ventura,
a juzgar por las pocas muestras que de estas dos últi-mas
tenemos, es decir, sin responder y cada uno con su propia
música. Conclusión: el fenómeno del responder no es general
en el romancero de Canarias. Nuestras investigaciones en las
islas de El Hierro y de La Gomera vinieron a aclarar las cosas:
el fenómeno de los responderes de La Palma se extiende tam-bién
a La Gomera y El Hierro. Queda por aclarar lo que pasa
Publicado primeramente en RDTP, IV (Madríd, 19481, pp. 197-241,
y recogido dtimamente en su libro Poesia tradicional canuria, Las Pal-r-
n- -m- i O- -n- h -i -lr -i. n- -T- r - -i~ -i-r -ln- r, 1968, pp. 1143.
24 Cf., por ejemplo, M. DÉBAX, Romancero, Madrid, Alhambra, 1982,
pp. 100-101.
500 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
A LA CAZA DE ROMANCES RAROS 17
en Tenerife, en donde, paraddjicamente, a pesar de ser la pri-mera
y mejor investigada en La flor de Ea marañuela, nadie ha
estudiado este tema. Así pues -y salvo la isla de Tenerife-,
las Canarias se dividen en dos bloques bien definidos en cuanto
al fenómeno de los estribillos romancísticos que coinciden con
la actual división administrativa de las dos provincias: en las
islas occidentales o provincia de Tenerife todos los romances se
cantan con responder, en las islas orientales o provincia de Las
Palmas se desconoce el estribillo.
Fenómeno paralelo al de los estribillos es el de la música:
donde los romances se cantan con estribillo la música es siem-pre
la misma y tiene su nombre específico según las islas: la
meza en Hierro y La Faima, el tambor en La Gomera, io que
quiere decir que, con ligeras variantes, la música es la misma
en las tres islas. Por el contrario, donde no existe el estribillo
cada romance tiene su propia y particular música, como ocu-rre
en la Península y demás lugares.
El desconocimiento del romancero del Hierro y, sobre todo,
el de La Gomera había privado a ¡a crítica del conocimiento de
un hecho singularísimo: la pervivencia de un baile romancesco,
el baile del tambor gomero, seguramente el último baile roman-cesco
de España y el último testimonio del romancero como
género festivo de toda una colectividad
Un romance como el de Gerineldo, quizá el más popular en
la tradición moderna de todas partes, a juzgar por los registros
de La flor de la marañuelu, era rarísimo en Canarias. Las nue-vas
encuestas, sin embargo, han demostrado que su reparto en
la tradición de las islas es muy irregular: abundante en unas
(Gran Canaria), escaso en otras (Tenerife) y desconocido en
otras (La Gomera). Y lo mismo pasa con otros romances muy
populares, como el de Tamar, conocidísimo en Gran Canaria
pero ind;acwmP.ntadr! hasta ahora en el resta de h-: is1.c. Psr
contrario, El caballero burlado (precedido de La infantina y con
el desenlace de La hermana cautiva), bastante raro en la tradi-
25 Cf. nuestro estudio «Los bailes romancescos y el "baile del ' tam-bor"
de La Gomeran, en Remsta de Musicologia, Madrid, Sociedad Es-pañola
de Musicología, vol. IX, 1986.
18 MAXIMIANO TRAPERO
ci6n moderna de España, es el más frecuente en todas y cada
una de las Canarias.
Los romances de Sildam y Delgadina son abundantes en Ca-narias,
como romances independientes, pero en Gran Canaria
predomina un nuevo tipo, la fusión de ambos temas como un
mismo y único romance, siguiendo en este caso el modelo por-tugués.
En fin, las nuevas exploraciones han descubierto muchos
nuevos temas desconocidos antes en Canarias, algunos incluso
totalmente inéditos en el romancero hispánico moderno, como
es el caso de Rio Verde, El Cid pide parias al rey moro, Pensa- a tivo estaba el Cid o El esclavo que llora por su mujer.
Canarias fue siempre punto de encuentro, puente entre dos O continentes, albergue de todos los viajeros. La tradición que n - m vive en las islas es heredada de muchas influencias, y con ella O E
el romancero, por supuesto. De España lo recibió todo, en ma- E
2
yor medida del romancero andaluz y del meridional, pero tam- E
bién del noroeste peninsular. Recibió también mucho de Por- =
tugal, sobre todo de Tras-os-Montes, y casi siempre a traves del -
archipiélago de Madeira. La influencia judía es patente en el 0
m
E
romancero canario, aunque no sepamos muy bien todavía, por O
falta de estudios al respecto, cómo, cuándo y por qué arribaron n
a Canarias. Y de América retorn6 lo que antes había salido de -E
aquí, pero americanizado. Canarias es, respecto a América, un a
viaje de ida y vuelta, un puente necesario entre las dos orillas n
n
del Atlántico que ha servido para llevar la cultura de esta
3 orilla y traer la de allá. Por eso el romancero canario es hete- O
rogéneo y por eso es singular.
6. LOS ROMANCES MÁS RAROS DE CANARIAS
Puestos a destacar uno no sabríamos por cuál empezar.
Para D. Catalán, quien se basó en la tradición canaria para el
estudio de varios romances particulares, el de Lanzarote y el
ciervo de2 pie blanco es el más extraordinario2'. Menendez
Cf. su introducción a Romancerillo canario, cit., s.p.
502 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTZCOS
A LA CAZA DE ROMANCES RAROS 19
Pidal, antes, en 1953, cuando aún se conocía mal la tradición
canaria, había destacado sobre todos dos: el Rapto de Elena (o
Paris y Elena) y El Conde preso 27. LOS tres sobresalían por ser,
si no versiones únicas, casi Únicas dentro del panorama general
del romancero moderno. El de Lanzarote suponía la pervivencia
de un tema medieval europeo -la literatura del ciclo arturico-a
través de un proceso de transmisión oral del que sólo se co-nocía
una versión andaluza recogida en Almería en 1914. El
Rapto de Elena en Canarias evidenciaba el gran arcaísmo de su
tradición romancística y, a la vez, la vinculación de su roman-cero
con el sefardí, el otro foco donde únicamente se conser-vaba.
De El Conde preso canario le llamaba la atención a Me-n6ndez
Fidai ia forma tan primitiva de sus versiones, compara-bles
a las de Marruecos, tan arcaicas que tienen -dice- ((visos
de chanson de geste».
D. Catalán estudió los tres por extenso, comparando las ver-siones
canarias con la tradicidn antigua y con las otras tradicio-nes
modernas conocidas, y a ellos añadió otros tres: El idólatra,
El Conde don Pero Vélex y Poder del canto, como el ramillete
más extraordinario y exótico del romancero canario Hoy,
desde una perspectiva del conocimiento de la realidad de las
islas más extenso y después de muchos nuevos ({descubrirnien-tos)),
habría que alargar la lista, cambiar el orden y matizar
algunos datos de entonces. El orden siguiente no implica orden
de importancia, sino s61o enumeración. De los estudiados por
D. CatalBn:
a) El iddlatra es un romance con documentación lo sufi-cientemente
abundante y dispersa como para considerarlo
raro.
b) Poder del canto es una versión más, aunque muy singu-lar,
de El Conde Niñoz9, romance muy popular en las islas y
en todos los sitios.
z7 Cf. Rom. Hisp., 11, p. 357.
as Cf. primero una aproximacidn al estudio de cada uno de ellos en
su introducción a Romancerillo canario, cit., y el estudio particular de
cada uno, mucho más extenso, excepto Poder del canto, que se excluye,
en Por campos de romancero, cit., pp. 77-185 y 270-280.
Poder del canto fue el titulo que le dio D. Catalán en Romancerillo
Núm. 32 (1986) 503
N MAXIMIANO TRAPERO
C) El Conde Don Pero Vélez, rarísimo romance del si-glo
XVI, conocido en la tradición moderna en una única versión
de Tenerifem, sigue sin reaparecer ni en otros sitios ni en Ca-narias.
d) Del Lanxarote se recogió una nueva versión peninsular
en Beas del Segura (Jaén) hace unos años 31, pero nosotros aho-ra
podemos aportar muchas más procedentes de Canarias.
Parece como si las islas fuesen el refugio que buscó este ro-mance
para seguir viviendo modernamente: a las tres versiones
conocidas de Tenerife hay que sumar ahora una procedente de
Gran Canaria y i19 de La Gomera! Otro buen ejemplo de cómo a
el romancero se distribuye arbitraria y caprichosamente por la N
E
geografía hispánica. ¿Qué pudo hacer que el Lanzarote se olvi- O
dase en todas partes y, sin embargo, los gomeros sigan can- --- m
tándolo como uno de sus preferidos? O
E
E e) El de Paris y Elena contaba con tres versiones canarias S
E (aparte las sefardíes), una de ellas procedente de La Gomera. -
Y allí lo hemos recogido nosotros en 1983 en una nueva versión, 3
aunque contaminada y algo estropeada. - -
0
m
f ) Y el del Conde preso es hoy un romance bastante bien E
conocido y documentado en la Península. En Canarias también O
han aparecido nuevas versiones en Tenerife, conservando aquel -
estilo épico que destacaba Menéndez Pida1 32.
-E
a
Otra serie de rocances raros, en la tradición general e inédi- 2 -
tos hasta ahora en Canarias, son los siguientes: --
g) El de Virgilios, un romance novelesco del siglo xvr que O3
atribuye al gran poeta latino unos amores cortesanos, muy del
gusto del romancero, tomando como protagonista a un Virgilio
popularizado por la novelística medieval; romance muy difun-canario
núm. 10; por ser un fragmento de filiación dudosa, pero que Iue-go
cataloga como una versión del Conde Niño en La jlor m., núm. 439.
30 Cf. La flor de la marañuela, núm. 10.
El Romancero hoy, Nuevas Fronteras, ed. de A. Sánchez Rome-ralo
y otros, Madrid, S.M.P.-Gredos, 1979, pp. 229 y SS.
Cf. ERNESTROO DRÍGUAEBZA D(: {El Conde Grifos Lombardo: versio-nes
de Teno Alto y Los Silosi), en Gaceta de Daute, 1 (Santa Cruz de Te-nerife,
19841, pp. 93-102.
504 ANUÍFRIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
A LA CAZA DE ROMANCES RAROS 21
dido en la antigüedad a juzgar por los muchos registros que
conocemos, está hoy prácticamente extinguido en la tradición
peninsular (no así entre los sefardíes, donde es muy popular).
En la isla del Hierro lo hemos encontrado seis veces y sus ver-siones
vienen a aclarar una interpretación muy confusa que se
daba hasta ahora del romance33.
h) El de La Princesa peregrina, que vive sólo en las tradi-ciones
sefardí (las dos ramas del norte de Africa y Oriente) y
portuguesa (en el continente y en sus islas atlánticas) y que he-mos
recogido también en El Hierro, donde es muy conocido.
Un romance no documentado en la tradición antigua y que,
sin. e.m bargo, dado su reparto actual y su configuración, parece ..-..A**.. < \ V L C J U J / .
i) ¿Por qué no cantáis la bella? es un romance que se ha
ccdivinizado)), convirtiéndose en uno de los más frecuentes de
entre los religiosos, pero que en su forma primitiva es rarísimo,
conociéndose hasta ahora una sola versión peninsular (de Hues-cal
y muchas, eso si, judías. En Canarias se había documentádo
contaminando -unos pocos versos- algunas versiones de
Blancaflor y Filomena. Ahora lo hemos recogido muchas ve-ces
ccvuelto a lo divino)), bastantes contaminando sa otros (Blan-caflor
y Filomena en Gran Canaria y La Gomera y Presagios
del labrador en Gran Canaria) y dos veces como romance autó-nomo
en su versión más primitiva.
j ) Nos comunica J. Pérez Vida1 que entre los materiales
inéditos que posee de la isla de La Palma, recogidos en los
años cuarenta, hay una versión de Isabel de Liar, romance his-tórico,
escasísimo en la tradición oral actual y con una disper-sión
que hacía improbable su registro en Canarias.
Nuestras encuestas en las islas del Hierro y La Gomera nos
han proporcionado una serie de romances de cautivos entre los
cuales hay cuatro inéditos en Canarias y de los que descono-cemos
toda documentación o referencia. Los hemos titulado:
k) Cautiva liberada por su marido, 1) Cautiva y liberada, 11) Res-
33 Cf. nuestro estudio «El romance de VirgUlos a la luz de nuevas
versiones canarias)), en Actas del III Congreso Internacional sobre el Ro-mancero
(Madrid, S. M. P., en prensa).
Núm. 32 (1986) 335
22 MAXIMIANO TRAPERO
cate del enamorado y m) Joven liberado por su enamorada34.
Por su estructura narrativa y su lenguaje poético parecen ro-mances
tardios, posiblemente del siglo XVII, popularizados a
través de pliegos sueltos, pero ya con una fuerte tradicionali-zación.
n) Y uno último dentro de este apartado, el de Fratricidio
por amor, un romance rarísimo recogido ahora en La Gomera
por nosotros y que s6Io contaba con siete versiones sefardíes
(todas de Marruecos: cinco de Tánger y dos de Tetuán) y una
catalana del siglo XIX. Se trata de un romance {{de ciego), de
fines del XVI que cuenta un suceso ocurrido en Málaga: el ajus-ticiamiento
de una mujer, convicta y confesa de la muerte de
su hermana a quien había matado para lograr el amor de su
cuñado suplantando a su hermana en el lecho conyugal. El ro-mance
antiguo se recogió en la Flor de varios romances nuevos,
recopilado por Pedro de Moncayo (Barcelona, 1591), como
muestra clarísima del tipo de romances de sucesos difundidos
a través de pliegos. Pero se tradicionalizó y, aunque en distinta
medida en cada una de las tres ramas de la tradición moderna
que lo conservan (la sefardí, la catalana y la canaria), alcanzó
una altura artística que antes no tenía.
Y dejamos para el final los más raros, los que son inéditos
en Canarias y en el romancero general, los que se documentan
por vez primera en la tradición oral, los últimos en aparecer,
justamente las cuatro piezas mayores de la caza: uno fronte-rizo,
otro de cautivos y dos sobre el Cid: Río Verde, El esclavo
que llora por su mujer, El Cid pide parias al rey moro y Pen-sativo
estaba eL Cid.
o) Rio Verde (o Romance de Sayaveclra) es un romance
fronterizo de finales del siglo xv, basado en un episodio histó-rico
en que las tropas cristianas de Juan de Saavedra, alcalde
de Castelar de la Frontera, sufren un completo desastre en su
ataque a los moros de Sierra Bermeja. junto al río Verde, en
la actual provincia de Málaga. El hecho ocurrió en 1448 y pron-to
se convirtió en romance,
34 ' Cf. nuestro Romancero de
y 110, respectivamente.
y su popularidad debió ser muy
la isla del Hierro, núms. 100, 102, 103
ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
A LA CAZA DE ROMANCES RAROS 23
grande, pues a mitad del siglo XVI circulaba en pliegos sueltos
con variantes muy notables a las que proporcionará otra ver-sión
de fines de siglo recogida por Pérez de Hita en sus Guerras
Civiles de Granada 35. Desde entonces había permanecido olvi-dado,
como muerto para la tradición oral, hasta que lo reco-gimos
en La Gomera en 1983. La historia de su «descubrimiento»
y de la reconstrucción a lo largo de varias entrevistas la con-tamos
en otro lugar 36, porque es muestra ejemplar de la deca-dencia
en que vive el romancero moderno y de los esfuerzos
de los recolectores por sacarlo a la luz. Así empieza la versión
gomera:
Sobre ti, Peña Mermeja, murió gran caballeriu,
murieron curas y condes y mucha gente moria,
murieron curas y condes en la ciudad de Valía,
murió aquel que va juyendo por un ramoml p'arriba.
p) El Cid pide parias al rey moro apareció en La Gomera,
receñido vez priiiieproar ;P ;lartha E. Dak-is, cuaiid~h acia
encuestas en la isla sobre sus fiestas populares en 1984, un año
después de las nuestras y justo de un informante que antes lo
había sido nuestro, y que estando con nosotros ni lo mencionó.
El romance es extraordinario por todos los motivos: en primer
lugar, porque asegura la pervivencia en el romancero moderno
de uno de los más famosos de los antiguos que se creían total-mente
olvidados; en segundo lugar, porque se trata de una ver-sión
espléndida, completísima, que parece recrear directamen-te
el texto viejo, aunque mejorándolo como hace siempre la
iiieratura verdaderamente traciicionai. Es ei que con ei nom-bre
de Por el Val de las Estacas se registra en Durán, 750, pro-cedente
de un códice del siglo XVI y perteneciente «a la clase
de romances viejos, y es de los pocos que se han conservado
sin mucha alteración. No lo hemos visto impreso, ni la tradi-
35 Cf. nuestro estudio «El romance "Río Verde": cuatro siglos de tra-dición
ignorada)), en Homenaje a A. Zamora Vicente (Madrid, Castalia,
en prensa).
36 Cf. «En busca del romance perdido: "Río VerdeM»e, n RDTP (Ma-drid,
CSIC, 19861, vol. XL.
Núm. 32 (1986) 507
24 MAXIMIANO TRAPERn
ción que conserva consta en otra parte)) ". Se incluye igualmente
en Primavera, 31, citando la fuente de Duran, pero equivocando
la fecha del códice al siglo XIV 38. Así empieza la versidn gomera:
Por las vegas de Granada baja el Cid a mediodiu
con su caballo Babieco que a par del viento corrh
y doscientos caballeros que lleva en su compañía.
Oltimamente, en el verano de 1986, volviendo sobre alguno
de nuestros informantes gomeros de 1983, logramos una nueva
versión de este romance, muy parecida a la recogida por
M. E. Davis. a
q) Pensativo estaba el Cid lo recogimos en Gran Canaria,
de 12 mism~in Ammmte cpe !wgo nos diria. otro rarfsimo, El O
esclavo que llora por su mujer. El del Cid es un romance «nue- n-- m vo)) que sólo tiene antecedentes literarios no tradicionales. O
E
Apareció por vez primera en Flor de varios y nuevos romances E
2
(Valencia, 1591, con licencia de 1588), se reprodujo sin varia- E
ciór? a!gmu en e! Cmciozero Genmzl de lVQ0 y en e! Rnmnncern
del Cid de Escobar (Lisboa, 16051, sirvió como argumento a -
0 Guillén de Castro en sus Mocedades del Cid y se recogió como m
E
viejo en Primavera, 28. Nunca se habían recogido versiones tra- O
dicionales de este romance y sí, sin embargo, aunque pocas, de n
otro que forma ciclo con él, el de Rodriguillo venga a su padre E
a
(O El Cid y el Conde Lozano), y que tiene su mismo origen lite-rario.
La versión canaria ofrece una muestra inequívoca de su n
n
tradicionalización. Así empieza: 3
O
P e ~ & i , ~ o& d R~&-igc, pengnf i i ;~y ~e n.ro&zd~
por no poderse vengar de su padre don Sagrario.
Se va para el monte Olivo donde están los hartelunos,
se ha hallado una espada vieja del gran Román
[castellano.
31 A. DURÁN: Romancero General, 1, Madrid, B.A. E., X, 1945, núm. 750.
38 WOLF y HOFFMANNP:r imavera y Flor de Romances, ed. de 1MENÉN-DEZ
PELAYO: Antologia de poetas liricos castellanos, VIII, cit., p. 131.
508 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTZCOS
A LA CAZA DE ROMANCES RAROS 25
rrogantes particulares, extensibles algunos al romancero gene-ral:
1." ¿Es posible recoger aún en la tradición oral romances
desconocidos por la crítica, sin antecedentes antiguos ni mo-dernos?
2.0 ¿La propia estructura narrativa y el lenguaje del
romance nos bastan para, sin antecedentes, datarlo como vie-jo?
3." Sabemos que cuando un romance ha sido registrado
entre los judíos descendientes de los de la Diáspora tiene vi-sos,
si no certeza absoluta, de ser un romance viejo, pero exis-tiendo
ese mismo romance en otro lugar no judío, ¿puede ha-ber
tenido un origen no español? 4." ¿Cómo establecer los lími-tes
en la identificación de un tema romancístico cuando los dis-cursos
textuales de sus respectivas versiones varían mucho?
5: ¿DOS versiones de un mismo tema argumenta1 pero de va-riación
discursiva máxima son producto de recreaciones par-ticulares
pero partiendo de un mismo origen o, al revés, te-niendo
procedencias distintas han logrado aproximar su
temática -por coincidir en un mismo motivo folklórico de
difusión universal- manteniendo sus diferencias discursivas?
7. EL ESCLAVO QUE LLORA POR SU MUJER
a) Un romance desconocido en Canarias
Como pieza cobrada, fruto de esas salidas a la caza de ro-mances
raros, queremos dar noticia de uno verdaderamente sin-gular.
Tan desconocido que apenas si tiene nombre, tan raro
que se ignora su naturaleza y origen, tan desafiante que exige
estudio más detenido del que aquí podemos dedicarle, tan
hermoso, eso sí, que alegra mucho darlo a conocer. Dice así:
Peinúndose está el cautivo al pie de un verde
[r?yygnin
JV1
2 peinándose está el cautivo y Iágrimas derramando.
En estas razones y otras la morilla que ha
[llegado:
4 -¿Qué tienes, cristiano mio, de qué te afliges, mi
[esclavo?
-¿Para qué le digo nada si no ha de ser
[remediado?
Núm. 32 (1986) 509
MAXIMIANO TRAPERO
-Puede ser que se remedie si se lo digo a tu amo.
-Tengo una mujer bonita, niños chiquitos al lado.
-¿Habrá mujer en el mundo que a mi se haya
[igualado?
-Tan bonita como vos, sólo su rostro es más
[albo.-
En estas razones y otras el moro se ha presentado:
-En esta noche, el gran perro, mi viñu me ira
[cavando,
yo le daré con que cri(v)e cien callos en cada mano,
Ea axada pesa cien libras, el cabo pesa otro tanto.-
En estas razones y otras la noche que se ñu
[acercado,
el moro se ha recogido, la mora se ha recostado.
Allá a la mediunoche cuando la mora ha
[ 'espertado:
-Cristiano mio, levanta aunque estás muy bien
[echado,
quien tiene mujer bonita, niños chiquitos al lado,
quien tiene mujer bonita no duerme tan
[descuidado;
toma, mi bien, estas parias con esas bolas
[colgando
y a tu mujer la bonita dile que yo se las mando,
y en el bolsillo Elevas pa que vivas descuidado:
cuando pases entre moros dirás paso entre paso,
que de moros has salido,
cuando pases por Turquíu dirás que eres
[turquesano,
cuando pases por las Indias dirás que vienes de
[indiano.
(y el cristiuno marchó para su casa para estar con su
mujer la bonita).
Variuntes: 4a: ingrato mío; 6a: pueda; 6b: vuestro
amo; 7a: la mujer; 8b: me haiga igualado; 9b: pero su
rostro; VV. 10-13 añadidos en la segunda encuesta; 14b:
acercaba; 15b: arrecostaba; 16b: 'espertaba; 20a: comen-t,,
n !a, infumznts «parizs, h*ias, varias u ~ u Sd ifiblus
sé yo».
Esta versión canaria procede de La Gavia, un barrio peri-ferico
y muy primitivo de Telde, en la isla de Gran Canaria,
y nos fue dicha por María Monzón, de ochenta y siete años,
510 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
A LA CAZA DE ROMANCES RAROS 27
quien, a su vez, la aprendió cuando niña, junto con otros rnu-chos
(entre ellos el anterior de Rodriguillo), de una ((viejita))
del pueblo cercano de Santa Brígida, muerta ésta antes de la
guerra española. Como la memoria de María Monzón flaqueaba
y tenía mucho y bueno que decir, repetimos la entrevista en
tres ocasiones: el 10 de febrero de 1985, el 30 de abril de 1985
y el 29 de septiembre de 1985. En la primera ocasión ni lo men-cionó;
fue en la segunda cuando, repitiendo el de Rodriguillo,
sin duda por la proximidad de su comienzo:
Pensativo está Rodrigo, pensativo y enroñado
empezó diciendo: {{Pensativo está el cautivo, no, ése es otro,
pero no empezaba así, empezaba:
Peinándose está el cautivo al pie de un verde naranjo.,,
Y luego recitó lo que de él se acordaba, unos pocos versos que
se iban haciendo más según avanzaba la entrevista y las repe-ticiones
los ponían en su sitio. Hacía muchos años que esos
versos no se actualizaban en la memoria de María Monzón y
había que darle tiempo. Fue a la tercera cuando pudo comple-tar
lo anterior, que aun faltando un desenlace presumible no
desmerece.
Meses más tarde, por casualidad, recogimos una nueva ver-sión
de este romance de una hermana de María Monzón, Dolo-res
Monzón, de noventa y cinco años, residente en La Cruz de
El Gamonal, Ayuntamiento de Santa Brígida, también en la isla
de Gran Canaria. Al igual que su hermana, Dolores Monzón
también lo aprendió de la {(viejita))d e Santa Brigida, llamada
Antonia Martín, por lo que su versión es muy semejante a la
de Marila, aunque mas fra-mentaria;
La ausencia de antecedentes literarios nos obliga a pregun-tarnos
por su procedencia. ¿Se trata de un romance tradicional
o es simplemente una recreación culta a imitación del género
tradicional? ¿Pertenecerá al tronco más viejo del romancero
o sera producto más moderno, del romancero nuevo? ~Exis-tirá
en otros lugares de la tradición oral moderna? Porque a
Núm. 32 (1986j 51 1
28 MAXIMI ANO TRAPERO
la falta de documentación antigua se suma la aparente ausencia
de otras versiones modernas que pudieran servirle de contra-punto.
Falta por completo en romanceros modernos regionales
de cualquier rama de la tradición al alcance. Falta también en
la bibliografía de que disponemos para el conocimiento del
romancero antiguo. Y falta toda referencia en la bibliografía
crítica sobre el romancero al uso. En la memoria de María
Monzón está como un romance más, junto al ya mencionado
Rodriguillo, junto a Gerineldo, junto al Difunto penitente, jun-to
a varios religiosos, junto a otros de crímenes modernos.
Todos según ella proceden de una misma fuente, la ((viejita de
Santa Brígidan, y todos han vivido juntos, sin distinción, en el
suber tradici~na!d e Ks?r?'s?M nnlrin, que se confiesa analfabeta
total. Pero, para el investigador, jse trata propiamente de un
romance tradicional? Es decir, ¿se trata de un texto antiguo,
creado y reproducido según los modelos tradicionales, de uso
patrimonial, que ha llegado hasta La Gavia y hasta María Mon-zZu
i;m transmisi6n =m!? Afirmsr!~d e este r ~ r r - ames upone
deducir un ejemplo de un tipo y un género muy particulares
cuales son el género y el «lenguaje» del romancero tradicional.
Y el romance de La Gavia lo es sin el menor género de dudas.
Más aún. Más que un ejemplo particular cualquiera es un ver-dadero
modelo, un precioso paradigma de lo que es el «lengua-je
» en que está construido el saber épico-lírico tradicional. Y si
tan espléndido ejemplo es, ¿cómo pudo pasar desapercibido
a los antologistas de los siglos XVI y XVII, suponiendo que ya
existiera entonces? ¿Cómo no ha merecido la menor referencia
entre las aaun&iiijsinyes iiterahlas de czGtivvs? ¿C6mu, en
fin, no ha perdurado en las otras áreas geográficas del ro-mancero?
b) ¿El romance en la tradición sefardi?
Entre los riquísimos materiales del Archivo Menéndez Pida1
sobre la poesía tradicional judeo-española (más de 2.000 poe-mas,
aparte, naturalmente, de los muchísimos más proceden-
512 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLAXiTICOS
A LA CAZA DE ROMANCES RAROS 29
tes de los otros Ambitos de la hispanidad) existen dos breves
poemas que tienen una evidente relación con nuestro romance.
Los dos corresponden a la tradicidn oriental. El primero, de
Salónica, fue remitido a Menéndez Pida1 por Rosendo Serra,
desde Barcelona, en 1912. Está contaminado a partir del v. 7
con ¿Por qué no cantáis la bella? y se publica aquí por vez
primera:
El dia que yo mssí nassieron cien con mí.
-¿De qué lloras, povre esclavo, de que llorache i
[vos quechache?
¿Non comes? ¿non durmiche? ¿o vos acossan en
r r - ".:A-?
L C U U'UU.
-Mucho bien como, mucho bien bevo, ni me
[acossan qwimdo durmo,
lloro yo por una amiga que se llamava Marqueza,
madre era de los mis hijos y también mi mujer
[primera.-
Marqueza está en altas torres lavrando sima i
[ perk,
lavrando i una camisa para el hijo de la reina,
quundo de la sirma le mancara de sus cabellos
[metia,
quundo de la perla le mancara de sus Ldgrimas
[a juntava.
Reina, reina, reimdines, por la ciudad de
[Marqueza.
Se subió en altas torres las que dan para Ea
[Marqueza,
por alli passó un caballero que de las guerras viniu.
-Hablar vos quero un secreto que de mi tripa
[tenia.
-Háblame como una hermana mh.-
Hablando y platicando a conocer se daríun,
se toman manos con manos, onde los hijos la
r 17--.--=-
LLL"U"'ZCL.
El segundo, de Esmirna, lo recogió M. Manrique de Lara
en 1911 de labios de Leonor Israel:
Y. U. Brrri2rkzd y 2. E. Yi!*.rman h?h!m de c~rtrn vetsionm
(cf. su En tomo al romancero sefardi, Madrid, S.M.P., 1982, p. 1601,
pero eso contando las contaminaciones con otros romances.
MAXIMIANO TRAPERO
-+De qué lloras, probe esclaoo? ¿De qué Lloras?
[¿Qué te quexas?
2 ¿U no comes u no bebes, u t'azotan cuando
[duermes?
-Yo ya bien bebo, ya bien como, ni m'axotan
[cuando duermo.
4 Lloro PO por una amiga, una amiga bien querida:
madre es de los mis hijos, mujer mia la primera.
6 -Tú no llores, probe esclavo, ni llores cuando te
[quexas.
Si es por la tuya amiga muy querida, ya te la
[trajera a tus manos.
8 Toma tú la[s] mis palabras 3 vate a tus buenos
Cestados.-
Ambas versiones están catalogadas por S. G. Armistead en
su Cat. lnd. 40 entre los romances de (<Cautivos y presos» con
los números H20.1 y H20.2, respectivamente. La segunda de
ellas, además, se publica íntegra como uno entre los pocos que
merecen el calificativo de «romances rarísimos)) 41. Pero su ra-reza
no lo es sólo por la falta de documentación - d o s únicas
versiones y en una sola rama de la tradición sefardí-, sino por
otras cosas también. Rareza por su brevedad, tan sólo ocho
versos (si descartamos de la versión de Salónica los proceden-tes
de ¿Por qué no cantáh la bella?). Rareza por la rima tan
cambiante que tienen, incluso no coincidentes entre si. Rareza
por ser un texto resuelto absolutamente en diálogo directo en-tre
10s dos personajes de la fábula (descartando nuevamente
la contaminación de Salónica). Incluso la de Salónica, que se
inicia con un verso narrativo, lo es en función del exordio pues-to
en boca del esclavo. Todas estas rarezas se dan por separado
en otros textos sefardíes, pero no desde luego juntas.
En la tradicidn oral de cualquier parte -y naturalmente en
el repertorio de cualquier cantor «artesanal»- conviven gene-ros
diversos: romances, canciones, cantos infantiles, oraciones
40 El romancero judeo-espafiol en el Archivo Menéndez Pida2 (Catá-logo-
fndfce de romances y canciones) (3 vols.), Madrid, S.M. P., 1977,
ve!. 1, PP. 35306.
41 En el vol. 111 de su Cat. fnd., y en En torno al romancero sefardi,
cit., p. 160.
514 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
A LA CAZA DE ROMANCES RAROS 31
narrativas, rezados, ensalmos y otros textos poéticos a los que
se suele calificar como romances y «otros géneros afines)). El
esclavo que llora por su mujer, en sus versiones sefardíes, sería
un ejemplo de texto difícilmente clasificable. De ahí que en el
manuscrito de la versión de Salónica que Rosendo Serra envió
a Menéndez Pida1 éste escribiese una serie de notas que refIe-jan
la incertidumbre ante un texto desconocido. «Es al parecer
el del Esclavo favorito de la reina),, dice una de ellas tratando
erróneamente de identificarlo. ({Esclavo que llora por su mu-jer.
Libertado va y halla a. su mujer y al reconocer (?h, dice
otra resumiendo la historia. ((Esclavo que llora por su mujer)),
dice otra tratando de ponerle título. «Está contaminado con
Amor ausente íeah, uice ia úitima caiibranao ya unos versos
propios y otros ajenos. Así las cosas, no sobra que nos plan-teemos
el origen y procedencia de estos textos.
C) SU procedencia
Armistead y Silverman han sido los iinicos que, aunque muy
brevemente, han hablado de este romance -naturalmente an-tes
de conocer la versión canaria- atribuyéndole una proce-dencia
oriental. El romance -dicen- procede de una balada
neohelénica, cuestión que asegura Armistead, sin más, en dos
lugares de su Cat. Ind. 42 y que ambos autores quieren demos-trar
al comparar el texto de nuestro romance (con nueva trans-cripción
y con diferencias ortográficas muy notables) con la
balada neohelénica Ho niapantros sklábos (El galeote recién
casado), en quien -aseguran- ((se basa indudablemente)). La
traducción española de la balada griega es la siguiente:
Cuarenta galeras éramos 9 sesenta y dos fragatas.
2 fbamos navegando con el viento del noroeste.
Huimos del poniente y vamos al levante.
42 En las notas correspondientes a su catalogación (vol. 1, p. 305)
y en la introducción a la edición de la versión de Esrnirna, dentro de la
pequeña ctAntologia de romances rarísimos)) (vol. 111, p. 28).
32 MAXIMIANO TRAPERO
4 También teníamos muchos esclavos, esclavos
[valientes.
Por el camino donde ibamos, por la zria donde
[pasábamos,
6 el esclavo echó un suspiro y detuvo la fragata.
Y nuestro Beg nos pregunta, nuestro Bey nos dice:
8 -¿Quién echó un suspiro e hizo parar la fragata?
-Soy yo quien eché el suspiro e hice parar la fragata.
10 -¿Esclavo, pasas hambre; esclavo, pasas sed; esclavo,
[te falta ropa?
-Ni paso hambre, ni sed, ni quiero ropa.
12 Tres dhs estuve casado, por doce años esciavo.
Pero hoy llegd una carta de mis padres:
14 Hoy venden mis casas; hoy podan mis viñas; a
N
,h"nVwJ rnwn g mi m w j p r &o, '"--." ,'-" ..-" E
16 y mis niños huérfanos conocerán otro señor. O
-Vete, mi esclavo, con lo bueno y en buena hora n-- m
18 y que tu camino esté lleno de capullos y rosas...@. O
E
E
2
No cabe dudar de las semejanzas entre la balada griega y -E
las canciones sefardíes, pero ¿como para asegurar que éstas 3
proceden de aquélla? El esclavo como personaje protagonista, O--
el suspiro de éste por una libertad perdida, la amada y los hi- m
E
jos que quedan atrás, son todos ellos motivos folklóricos que O
aparecen en infinidad de relatos, romances o no romances, po- n
pulares y universales. Mayor paralelismo tienen las preguntas a-E
y respuestas en torno al suspiro del esclavo. En la balada griega l
es un rey el cautivador, pero ¿quién lo es en los textos judíos? n
n
Por lo demás, la pregunta ¿Por qué suspiras, pasas hambre, 3
pasas sed, te falta ropa? de la balada no es sino variante de la O
del romance judío ¿Por que lloras, de qué te quejas, no comes,
no bebes, no duermes?, de la misma forma que otros romances
o formas poéticas populares contienen otras parecidas4, pues
* ARMISTEADy SILVERMANENn: torno al romancero sefardi, p6-
ginas 161-162.
44 Un ejempIo entre muchos que podrian traerse aquí: en el romance
La romeria del pescador:
Un día comiendo en la mesa suspiraba y no comía.
-¿Por qué suspiras, mi esposa, suspiras y no comías?
(cf. nuestro Romancero de la isla del Hierro, núm. 89).
516 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTZCOS
A LA CAZA DE ROMANCES RAROS 33
no son sino fórmulas de discurso tópicas, sin que indiquen
procedencia genética de unas fábulas respecto a otras. Los pro-pios
Annistead y Silverman reconocen que da balada griega
incorpora, en sus distintas versiones, varios motivos tradicio-nales
que no trascienden al romance judeo-español: los efectos
sobrenaturales producidos por el lamento (v. 6); el esclavo o
cautivo que gana su libertad mediante una canción taurnatúr-gica;
y el motivo de la boda estorbada introducido en el
v. 15)) 45.
Aceptar la adaptación a la fórmula romance de El esclavo
que llora por su mujer a partir de la balada griega Galeote re-
&& C~,P&O ~i@icz q l L e rfipaance &are ~ T , ~ ~ I ~ & ~ ' h~yta
llegar a contar una historia bien distinta a la de la balada grie-ga
y, desde luego, a contarla de muy distinta manera. Lo que
implicarfa un largo proceso de recreación -no imposible, des-de
luego- que exigiría un largo período de tiempo. ¿Se corres-ponden
estas condiciones con la realidad? Al decir los autores
citados que la balada de quien procede es neo-helénica, ¿qué
se quiere decir? ¿A qué tiempo corresponde ese neo? Si el ro-mance
sefardf no tuviese paralelismos con otro de la tradición
hispánica la cuestión podría quedar como tal, pero después
de conocer la versión canaria nos parece que la pregunta inva-lida
la explicación anterior.
d) Dos resultados tradicionales extremos
Pero la versión canaria abre nuevos interrogantes al com-parar
las dos tradiciones conservadoras de este romance. Si
los textos sefardies podrían considerarse como no estrictamen-te
rom-ancescos?el canario 10 es sin la m-enor da. &A-daría
en afirmar que las versiones de Esrnirna y de Salónica
cuentan la misma fábula que la de La Gavia, pero ¿se trata de
un mismo romance? O mejor, ¿proceden de un mismo modelo?
¿A qué resultado poético están m& cercanas las canciones se-fardíes,
al del romance de La Gavia o a la balada griega? La
45 En torno al romancero sefardi, p. 161.
Num. 32 (1986) 517
34 MAXIMIANO TRAPERO
tradición poética oral moderna de las comunidades judeo-espa-ñolas,
sobre todo las del Oriente, se nutre con materiales de
muy diverso origen. Es indudable el fondo romancístico «viejo))
que se llevaron de España en la primera Diáspora de 1492 -el
mas importante y el más abundante-, pero también es verdad
que ese fondo viejo se ha ido incrementando después y mezclan-do
siempre con otros textos: romances nuevos y de pliego pro-cedentes
otra vez de España, romances nacidos en la propia ins-piración
judía e in situ, historias y baladas vertidas en romances
o afines que tomaron de los lugares donde se asentaron, poesía
y tradición popular de los países balcánicos: Turquía, Grecia,
Yugoslavia, Bulgariai etc, Resulta asombroso comprobar que:
como en este caso, una recreación poética a lo largo de los
siglos, aun en lugares tan alejados y tan distintos -Canarias
y el Oriente- pueda ofrecer resultados tan extremos partiendo
de un mismo modelo. Porque si convenimos, por muy variantes
y diversas que sean las formas, que se trata de un mismo ro-mance
tendremos que dar por sentado que su origen fue tam-bién
el mismo. La existencia de un tema poético -en este caso
un romance- en dos lugares en donde la tradición hispánica
se asentó, con independencia de la distancia, de la nación, de
la cultura de cada lugar, incluso de la lengua, es signo inequí-voco
de un mismo origen español. Y si, como en este caso, uno
de esos lugares es asentamiento de comunidades judeo-españo-las
muy antiguas -Salónica y Esrnirna- estamos casi capaci-tados
para decir que el origen de ese romance es muy antiguo,
de que es un romance ((viejo)4)6 .
Que hay más proximidad y semejanzas entre ¡os textos de
Salónica y Esmirna y el de La Gavia, por una parte, que entre
aquéllos y el de Ia balada griega, por otra, nos parece evidente.
Aquí sí que se trata de una misma fábula: el llanto de un es-clavo
que llora la ausencia de su mujer y de sus hijos y que
halla remedio a sus males en el alma bondadosa de la duefia (?)
que lo libera. Hay también proximidad en el discurso de la
pregunta inicial:
46 Cf.,p or ejemplo, MENÉNDEZP ELAYOA:n tologia de Poetas Liricos
Castellanos, IX, p. 390, y MENÉNLIEZP IDAL:R o m . Hisp., 11, pp. 334 y 338.
518 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
A LA CAZA DE ROMAPÍCES RAROS 35
-¿De qué lloras, probe esclavo? ¿De qu8 lloras?
[¿Quí? te quexas?
IEsmirnai
-¿Qué tienes, cristiano mío? ¿De qué te afliges, mi
[esclavo?
(La Gavia)
y en la respuesta del esclavo a esa pregunta:
-Madre es de los mis hijos, mujer mia la primera.
(Esmirna)
-Tengo una mujer bonita, niños chiquitos al lado.
(La Gavia)
-2- Hay también un mismo modelo narrativo, el estilo directo, un
romance de diálogo puro. En las versiones judías (descartada
la contaminación de la de Salónica) no hay ni un solo verso
de narración indirecta, y en la de La Gavia de veintiséis versos
s610 siete (el 1, 2, 3, 10, 14, 15 y 16) lo son, funcionalmente si-tuacionales
y presentadores de los interlocutores, tres de los
cuales (el 3, 10 y 14) repiten la misma fórmula discursiva: ((En
estas razones y otras.. . » Y hay, por último, un mismo desarrollo
estructural de la fábula, siguiendo el modelo del romance-escena,
tan característico del romancero viejo, o mejor, tan del
gusto de los recolectores del siglo XVI 'l.
Pero las diferencias son también muchas y muy notables.
En primer lugar, la extensión: el texto canario (suponiendo
unos pocos versos mas en el desenlace, que fallan en la me-moria
de nuestra informante) tiene una extensión tipo medio
entre los romances viejos y tradicionales (de 20 a 40 dieciseisi-labos),
pero las versiones sefardíes (sin contar la contamina-ción
de Salónica) son anormales por su brevedad. Es asombrosa
la síntesis con la que se manifiesta la fábula en la de Esrnirna,
cdmo en ocho versos se condensa una historia entera. Al faltar
en ella la narración, y al no especificarlo el diálogo, se han
perdido condiciones y situaciones importantes para el entendi-miento
de la historia, como, por ejemplo, la identidad de los
47 Cf. MEW~NDEZP IDAL:R om. Hisp., 1, pp. 63-64.
Núm. 32 (1986)
36 MAXIMIANO TRAPERO
interlocutores: uno es el esclavo, pero ¿quién es el otro? Pero,
por contra, se condensa en un suspiro poético brevísimo el sus-piro
del esclavo que llora por su mujer. No es necesario más
para captar su quintaesencia. Escena mas breve y a la vez más
intensa no se da en todo el romancero español antiguo y
moderno.
En segundo lugar, la rima. A una misma rima de la tradi-cidn
canaria (con intentos variables por parte de la informante
como se ve en nuestras notas al texto) se oponen los textos
judeo-españoles que no poseen ninguna, ni uniforme en cada
uno, ni aproximada entre sí. *
En tercer lugar, los dramatis personae. En los textos orien-tales
son dos: el esclavo y wi amo indiferenciado. Si la tradi- E
0 ción no especifica tal extremo es porque la función del segundo -:
personaje es indiferente a la condición de amo-hombre, amo-mujer
o amo-mujer del amo. Y sin embargo esta condición del
segundo personaje es fundamental en la tradición canaria, ofre- -E
ckndn c m ello iinn nueva y original Iectura del romance. La
aparición de un tercer personaje en Canarias clarifica, por una -
0 parte, por oposición, la relación entre esclavo y ama y hace más ;
compleja, por otra, la relación estructural de los dramatis per-sume.
La bondad de la mujer (v. 4) contrasta fuertemente con
la crueldad del hombre respecto al esclavo (VV1. 1-13): -E
a
2
-En esta noche, el gran perro, mi viña me ird cavando,
yo le daré con que cri(v)e cien callos en cada mano,
la azuda pesa cien libras, el cabo pesa otro tanto. 3
O
Pero ¿por qué esa actitud de la mujer? ¿Por qué la mujer libera
a1 esclavo, naturalmente en contra de la voluntad del marido, a
escondidas de él? Decir que conmovida por la respuesta del es-clavo
(v. 7):
-Tengo mujer bonita, niños chiquitos al lado.
es decir, poco, aunque eso sea lo que literalmente dice el ro-mance.
Lo que hay que leer -porque el texto está lleno de in-dicios
en este sentido- es que la mora ama al esclavo y que
520 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
A LA CAZA DE ROMANCES RAROS 37
ese «buen amor)) es quien actúa en la liberación, a pesar de ver-se
desmerecida por una mujer y unos hijos ausentes.
Y un cuarto muy singular. Los textos orientales nos hablan
s61o de un esclavo, y por lo tanto ejemplifica una historia sin
lugar y sin tiempo determinado, una historia de siempre y de
cualquier parte. Por el contrario, el canario españoliza y cris-tianiza
la fábula presentando una historia de moros y cristia-nos,
convirtiendo al simple esclavo en cautivo:
Peinándose está el cautivo al pie de un verde naranjo
.-. ... ... ... ... ... ... ... ... ..< ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
-¿Qué tienes, cristiano mio? ¿De qué te afliges, mi
[esclnm?
¿Pero el modelo original fue el canario o el judío oriental? Es
decir, ¿el proceso evolutivo del romance pas6 de un estadio indi-ferente
a la religión -modelo oriental, también representado
por la balada griega- a una historia de cristianos y m cristia-nos
-modelo canario-? 0, al revés, ¿un modelo español -his-torias
de cautivos- se universalizó perdiendo las connotaciones
que la enmarcaban a un tiempo histórico y a un lugar determi-nado?
El modelo canario representa no el resultado de una
evolución de ese tipo, sino el modelo tipo de los romances de
cautivos, uno de los subgéneros más característicos y, desde
luego, preferido del romancero español de todos los tiempos 48.
Porque la identificación de los personajes -moro, mora y cris-tiano-
y de la historia -una historia de cautivos- no lo es
S X I - .p-.-v..-..~.-a. y :u ~Izr~gu del romance se ies califique iiteraimente
así [la mora: w. 3, 15, 16; el moro: w. 10, 15; el cautivo: 1, 2,
(41, 161, sino también porque está lleno de los tópicos que ca-racterizan
a los romances de cautivos: la crueldad del moro
(w.11 -13),e l feliz desenlace del cautiverio por la mediación de
uno de ios amos que se enamora del cautivo (la mora si el
cautivo es hombre, el moro si el cautivo es mujer), la compa-
Cf. J. iibtco: Literatura popular en España (en los siglos XVZII
y XIX), Madrid, Taum, 1977, vol. 11, pp. 389-394.
Num. 32 (1986) 521
38 MAXIMIANO TRAPERO
ración entre la belleza de la mujer o prometida del cautivo y la
mora (VV. 8-91 -aquí incluso se hace mención al color de
la piel (v. 9)-, la utilización muy precisa de un término de gran
arcaísmo como es parias (v. 201, para referirsr al tipo de mo-neda
que utilizaban los moros para pagar sus tributos a los
cristianos, o la mención a Turquía (v. 251, como tópico también
del destino de la mayor parte de los cautivos cristianos es-pañoles.
Cualquier comparación que se haga, pues, entre las dos ra-mas
de la tradición hispánica conservadoras de El esclavo que
llora por su mujer, la judío-oriental y la canaria, inclinaría a
siempre los juicios a favor de la canaria. No sólo porque ha N
E
sabido conservar su carácter primigenio de romances de cau- O
n tivos, carácter que se ha perdido en el Oriente y que allí puede -
=m
O confundirse con cualquier historia de esclavos, sin más, acomo- EE dándose a un género baladístico más universal, menos marcado S
E
narratológicamente (como el de la balada griega citada), sino =
porque, además, el modelo discursivo romance se conserva in- 3
tegro y en inmejorable estado en Canarias, pero no así entre - -
0m
los sefardies orientales. El romance vive entre los judíos de for- E
ma poco (cromancística)), queremos decir que se parece poco, O
por defecto, a las formas tan espléndidas del romancero oral n
E de los sefardies: o bien se halla en un estado de decadencia -
a
grande o nunca llegó a ser verdaderamente romance, es decir, 2
n
que nació como canción, género afín al romance para contar 0
en español una balada griega -según Armistead y Silverman- O3
y se quedó en eso, en una breve canción narrativa. La segunda
hipótesis la hubiéramos podido mantener antes de conocer la
existencia del romance en Canarias, hoy ya no. Así que no queda
otra que hablar de la decadencia de la tradición oriental en este
romance, decadencia que bien puede ser ya muerte total (re-cuérdese
que las dos versiones se recogieron a principio de si-glo
y que no ha vuelto a reaparecer en las numerosísimas y más
intensas, si cabe, encuestas que se han hecho en las comunida-des
sefardíes a lo largo de este siglo). La versión canaria, por
el contrario, es espléndida: posee todas las características para
ser considerada modelo insuperable del género romance-escena,
522 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
A LA CAZA DE ROMANCES RAROS 39
y dentro de él del romance-diálogo, heredando en esto los usos
de las gestas medievales 49. Hasta la falta de memoria de nues-tra
informante María Monzón se alía en este sentido con el
superior valor poético de un desenlace ex abrupto, que si no
deja en suspenso al oyente, pues el final está anunciado en los
versos anteriores, sí deja sin concluir el discurso, tan del gusto
de los cantores y recolectores de romances antiguos.
49 MENÉNDEZ PIDAL:R om. Hisp.,1 , 63-65.
Núm. 32 (1986)