LAS HARIMAGUADAS, RITO DE INICIACIÓN
PECULIAR DE LA ISLA DE GRAN CANARIA
Una de las costumbres más conocidas y llamativas de las
sociedades primitivas son los llamados «ritos de iniciación»,
estudiados por el etnólogo francés Arnold van Gennep, dentro
de los que denominó, como el título de su obra, Rites de
Passage, Pans, 1909, traducido al castellano por Ritos de Paso,
Madrid, Taurus, 1986.
Van Gennep prefiere aplicarles la denominación de aritos
de iniciación» y no el de «ritos de pubertad», porque el co-mienzo
de la pubertad humana, en general, y la de la mujer
en particular, es variable. Depende del clima (se adelanta en
los países cálidos), de la alimentación (el engorde anticipa la
menarquía: primera menstruación), de la profesión y de la
herencia.
Pero Van Gennep no puede negar la existencia de ritos de
pubertad femenina, donde la «iniciación» coincide con la pu-bertad
fisiológica. Y lo que ya no dice el etnólogo francés es
que cuando se utiliza un régimen alimentario de engorde
prematrimoniai, como aplicaban 10s canarios a sus mujeres
adolescentes, esa coincidencia puede provocarse y conseguir
que los ritos de iniciación se sincronicen con la pubertad.
Los ejemplos y modalidades de los ritos de iniciación que
podnamos aducir resultan innumerables. Hasta el punto que
Núm. 42 (1996) 129
no conocemos un solo pueblo «salvaje» o «natural» que no
someta a sus adolescentes a pruebas y ceremonias, a veces
cruentas, de circuncisión, retiros, purificaciones y aprendiza-jes;
de separación del mundo asexuado, seguidos de ritos de
agregación al mundo sexual de los adultos, al matrimonio y,
las mujeres, a la maternidad.
Es lo que ocurría en Gran Canaria con las «maguadas» o
((harimaguadasn. Se trataba de menstmantes novicias que eran
recluidas mediante un período de purificación y aprendizaje,
hasta que salían para casarse. El hecho de su virginidad ini-cial
y de su reclusión colectiva, hizo que nuestros antiguos
cronistas, en su mayoría frailes, las comparasen con las mon-jas
cristianas o con las vestales paganas. Pero se trata de
claros anacronismos y extrapolaciones, que confunden e inter-pretan
unas costumbres y creencias prehistóricas, como simi-lares
a las de una sociedad cristiana y renacentista de los
siglos xv y xw. Nosotros así lo hemos señalado y las encua-dramos
dentro del marco social y del entorno cultural que les
corresponde, como un rito de iniciación o pubertad, en una
sociedad que vivía en la prehistoria.
Explicar a nuestras harimaguadas por instituciones afines
de reclusión temporal de jóvenes doncellas, como parte de los
ritos de pubertad practicados por los pueblos primitivos en
todas las partes del mundo, desde Nueva Irlanda, donde se
encierran a las muchachas menstruantes en una especie de
jaulas, hasta las tribus del Amazonas, que las colocan en una
hamaca a las salidas del humo, nos resulta de una lógica ele-mental.
Pero también hemos de encuadradas, como institu-ción
peculiar de la isla de Gran Canaria, dentro de la estruc-tura
social jerarquizada de los insulares.
LAS HARIMAGUADAS, INSTITUCI~N FEMENINA
DE LA CLASE NOBLE
La sociedad indígena de Gran Canaria estaba jerarquizada
en dos clases sociales bien definidas: los nobles y los villanos
o trasquilados, ya que parece ser la ceremonia del corte de
130 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
LAS HARIMAGUADAS, RITO DE INICIACIbN PECULIAR DE LA ISLA DE GRAN CANARIA 3
pelo en los hombres, tras el examen de la conducta del candi-dato
por el Faicán, las que marcaban las diferencias entre la
nobleza, que ((traía barba larga y cabello crecido» (Ovet., 160;
Lac., 223; matr., 251, 1978), y no le era permitido matar, ni
guisar carne. Y los villanos, obligados a ello, dos quales por
señal no trayan barba ni cabello)) (ibídem).
No especifican nada estas primeras crónicas sobre el pelo
y distinción de nobleza en la mujer, pero un cronista poste-rior,
Cedeño (p. 374, 1978), escribe al respecto: acortaban el
cabello con astillas de pedernales: envubiaban los cabellos ellos
y ellas como fuesen nobles, mas las villanas también eran
trasquiladasx .
Van Gennep, en el capítulo IX de su citada obra, nos ha-bla
del significado del corte de pelo como separación del mun-do
anterior, mientras que el dedicarlo es vincularse al mundo
sagrado. Es un rito que puede significar un cambio de edad y
el signo de ingreso en una categoría o clase social determina-da,
como ocurría en Gran Canaria.
Según las Crónicas Anónimas:
«Tenían estos Guadartemes casas de doncellas ense-rradas
... las quales eran muy queridas rregaladas por
los Guadartemes y servidas de los no les» (Ovetense,
p. 162, ed. M. Padrón).
B
Parecen, pues, pertenecer a la clase alta y ser protegidas
por ella. Así lo entienden los historiadores posteriores, como
Cedeño cuando escribe que se trata de «doncellas, hijas de
hombres principales)) l .
Lo que no precisan nuestras crónicas es si todas las muje-res
de la clase noble pasaban por la situación de harima-guadas.
Abreu Galindo * nos dice que «Entre las mujeres ca-narias
habían muchas como religiosas», sin precisar cuántas.
Pero Tenesoya, la famosa sobrina del Guanarteme, vivía en el
palacio de su tío, en Gáldar, y no en un cenobio de hari-
' Edición Morales Padrón, p. 375, Las Palmas, 1978.
* FRAYJ UAN DE ABREU GALINDOH:i storia ..., Lib. 11, Cap. 3, Ed. Goya,
Santa Cruz de Tenerife, 1977.
Núm. 42 (1996) 131
maguadas. Tampoco sabemos las edades de ingreso y salida.
Algunos historiadores tardíos, como don Pedro Agustín del
Castillo, proyectando su mentalidad de época, se atreve a con-jeturar
que entrarían como a la edad de «ocho años. y per-manecerían
unos veinte, con lo que la reducción del período
de fertilidad femenina, también limitado por la alta tasa de
mortalidad, hubiera conducido a la extinción de la clase no-ble.
El P. Sosa (o. c., p. 285) lo prolonga a veinticinco o trein-ta.
Nosotros, consecuentes con criterios etnológicos, el ingre-so
lo hacemos coincidir con sus primeras menstruaciones y la
salida al término de sus purificaciones y preparación pre-matrimonial,
dentro de la adolescencia. Lo que sí resulta cla-ro
es que la salida «había de ser para casarse». Y aunque los
tres manuscritos de la crónica anónima repitan: ~Quandoa l-guna
se quería casar» 3, lo que parece indicar voluntariedad e
iniciativa por parte de las interesadas, la reclusión y el aisla-miento
en que vivían y la supeditación jerárquica, hacen difí-cil
pensar que tuviesen oportunidades de conocer y elegir por
sí mismas a sus futuros maridos, que en estas sociedades sue-len
estar predeterminados por las reglas del parentesco y de
la exogamia.
Su misma denominación nos resulta incierta: Gómez Escu-dero
(op. cit., p. 435) nos asegura que el vocablo indígena co-rrecto
es el de «maguas» o «maguadas», pero que los españo-les
las denominaron K harimaguadas n o cmarimaguadas » «por-que
siempre controvertieron el nombre de las cosas y despre-ciaron
sus vocablos». Si bien nosotros continuaremos denomi-nándolas
harimaguadas por ser una denominación ya consa-grada
en la historiografía canaria.
En cuanto a su sentido, don Juan Álvarez Delgado ha su-gerido
diversas acepciones: mujer santa o religiosa, doncella
recluida, casadera joven y divina doncella o sacerdotisa. A.
' Crónicas citadas: Ovet., 162; Lac., 224; Matr., 252.
132 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
LAS HARIMAGUADAS, RITO DE INIcIACI~N PECULIAR DE LA ISLA DE GRAN CANARIA 5
Cubillo piensa que en su composición pueden entrar los voca-blos
beréberes IMA O MA = madre y GUDA o GUDI, dar gracias a
Dios, relacionados con el culto matrológico.
Que esta institución femenina de iniciación y clase social
era privativa de Gran Canaria no ofrecía duda alguna en las
crónicas más antiguas, hasta que Antonio de Viana se tomó
la libertad poética de extenderla a la isla de Tenerife y atri-buir
a sus componentes, con carácter sacramental, las funcio-nes
de bautizadoras que el 8. Espinosa ser"iaki C V ~ Vta rea
practicada por las mujeres comadronas de esta última isla.
Escribe Viana:
«Cuando nacía alguna criatura / le echaba una mujer, que
era su oficio, / agua con gran cuidado en la cabeza)). Y
añade versos más adelante: ((Aunque se entiende por la
mayor Pa rte / ser este oficio propio de las vírgenes / que solían 1 amar harimaguadas~( ((Antigüedades... », Canto 1,
versos 50915 1 1 y 5 1615 18).
Esta segunda parte es pura invención del poeta, pues nin-gún
historiador ni documento histórico conocido lo había afir-mado
antes. Obsérvese que el propio Viana ni siquiera lo ase-gura
como un hecho probado, sino supuesto o «entendido por
la mayor parten.
Más tarde, Gómez Escudero (op. cit., p. 348) hace extensi-vas
estas hipotéticas funciones bautismales, que eran simples
abluciones profilácticas, higiénicas y mágicas, relacionadas
con el temor y la repulsa a la sangre puerperal, a la isla de
Gran Canaria. Y don Tomás Marín de Cubas llega a calificar
a Iballa, la célebre indígena gomera amante de Hernán Peraza
el Joven, de «maguada», en el sentido de sacerdotisa, supo-
D. TOMAS MAR~NDE CUBAS:H istoria de las Siete Islas de Canaria, Real
Sociedad E c o n ó m i c a , Las P a l m a s , 1 9 8 6 , p. 2 2 3 .
Núm. 42 (1996) 133
niéndolo una categona o dignidad generalizable y exportable
a todas nuestras islas.
Pero nuestras harimaguadas tampoco tienen parangón o
similitud en toda la extensa área beréber. Don Alejandro
Cioranescu en una nota al pie de la página 166 del tomo 1 de
la edición de las Noticias ... de Viera y Clavijo (Goya edic.,
1967) nos remite a un artículo de J. Probst Biraber: «Sur-vivances
des vieux cultes en Afrique du Nord. Pretresses
d'amour berberes et fecondité agricole)) (Revue Anthropolo-gique,
núm. XLV, 1935).
Hemos consultado el mencionado artículo y se trata de a
prostitución temporal de mujeres libres, pero que han estado N
casadas (viudas o repudiadas: ((asriat~)O. de ritos esporádi- E o
cos de promiscuidad sexual, como la noche del error. que los n -
=m
beréberes asocian con la fertilidad de la tierra y la fecundidad O
E
del ganado, sin ninguna relación con estas mujeres vírgenes y E
2
solteras, que vivían en comunidad y se preparaban para su E
=
primer matrimonio. 3
Mayor similitud parecen presentar nuestras jóvenes gran- - o- canarias con las llamadas «sacerdotisas de la alegría)) de los m
E
ait uerthiran de la región de Setif, en la Pequeña Kabilia Ar- o
gelina, cuyo folklore recoge y canta la renombrada artista n
de dicha nacionalidad Taos Amrusche, en un disco sobre -E
dncantations, meditations, danses sacrées Berberes)), grabado a
2
en Francia por Arion, 1974. Las doncellas jóvenes de este pue- n
0
blo, según la información que acompaña el disco, reciben de
sus madres el don de profetizar y el poder de bendecir las 3
O
cosechas. Las esposas estériles y las enfermas les consultan.
Sólo reciben donativos en especie (como las harimaguadas).
Tienen el pri~legii pertir r&re siis hmdx-es e! ::tUumant;;
masculino y de jurar a manera de los hombres. Van lujo-samente
ataviadas y gozan de general respeto.
Se trata de claros vestigios matriarcales, que las acercan a
nuestras jóvenes harimaguadas, pero no constituyen una cor-poración
de vírgenes consagradas al culto, ni viven en un re-tiro
colectivo, cenobio o comunidad.
ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
La existencia de esta curiosa institución de mujeres jóve-nes,
solteras, viviendo en comunidad, lo testimonian todas las
fuentes históricas de Gran Canaria, viendo en ellas una espe-cie
de vírgenes vestales o monjas reclusas. Nosotros las hemos
situado en el marco propio de los pueblos naturales, en ese
mundo de ideas mágicas relacionadas con la mujer, la mater-nidad
y sus fenómenos conexos. Y las hemos identificado
como un caso típico de reclusión de menstruantes novicias,
una modalidad de los ritos de paso, de pubertad o iniciación
a la vida sexual y adulta, tan corriente en las sociedades pri-m
i t i v a ~ ALA**&. -u.
Dice la crónica Ovetense: «Tenían estos Guanartemes casas
de doncellas encerradas, a manera de emparedamiento~. Y lo
mismo repite el lacunense, añadiendo: «que hoy llaman mon-jas,
a éstas las llamaban maguadaw. En parecidos términos el
matritense, López de Ulloa y Gómez Escudero Por su parte,
Abreu Galindo nos habla de ellas con estas palabras:
«Entre las mujeres canarias habían muchas como religio-ue
vivían con recogimiento y se mantenían y sus- tenta% a n de lo que los nobles les daban, cuyas casas y
moradas tenían grandes preeminencias; y diferenciábanse
de las demás mujeres en que tenían las pieles largas ... » 6.
Las dos notas de «doncellez» y «encierro» que las crónicas
subrayan, hasta e1 punto de compararlas con el cempareda-mienton,
fueron asimiladas por la mentalidad religiosa y mo-nacal
de la época como «virginidad» y «ciausura», y ias
maguadas o harimaguadas calificadas de «monjas». Pero re-sulta
más lógico y acorde con el ámbito cultural y religioso
Ovetense, p. 162; Lacunense, p. 224; Matritense, p. 252; López de
Ulloa, p. 314, y P. Gómez Escudero, pp. 434-435 y 440.
ABREU GALINDOO,. C., p. 156. El franciscano dulcifica lo de «ence-rradas))
y ((emparedarniento)), calificándolo de «recogimiento». Y añade el
dato del vestido largo y blanco para asemejarlo con el hábito de las mon-jas
cristianas.
Núm. 42 (1996) 135
de los canarios prehispánicos relacionarlas, como dejamos
dicho, con los ritos de paso y prácticas a que son sometidas
las muchachas al llegar a la pubertad en los pueblos primi-tivos.
Tenemos abundantes ejemplos de la importancia e inter-pretación
que muchos pueblos de mentalidad totémica daban
a la menstruación. A la sangre de la mujer se le atribuía un
origen sobrenatural: ((heridas producidas por el tótem». Al so-brevenir
en las muchachas los primeros síntomas de la pu-bertad,
se entendían como el anuncio de que fuerzas miste-riosas
comenzaban a operar sobre sus cuerpos. Entonces era a
frecuente proceder a la reclusión de la joven núbil y se le N
E
aislaba. Así, según Power, en Nueva Irlanda se encierra a la O
muchacha en una especie de jaids?. Entre !m ~ u t k n c de !n n -
=m
Columbia Británica las tienen durante ocho meses en un re- o
E
ducido aposento, separadas del resto de la familia, y allí tie- E i
E nen que ayunar y comer solas. Los kolsjusches del estrecho =
de Bering las colocan de tres a seis meses en jaulas. Entre 3
los esquiínales, al sur del Jukov, permanecen cuarenta días - - 0
con la cara contra la pared. Muchas tribus del Amazonas las m
E
cuelgan en una hamaca, a la salida del humo (PABLOy María O
KRISCHE: El enigma del matriarcado, Ed. Revista de Occiden- n
te, Madrid, 1930, pp. 227-229). a-E
Y no sólo son las adolescentes las que se aíslan, individual
nl o colectivamente, y se someten a purificaciones y torturas o
como ritos de iniciación, sino que toda mujer menstruante 3
suele considerarse impura y se recluye en chozas -casas de O
sangre- alejadas de la aldea, como en las Islas Carolinas, o
se internan en el bosque, o marchan a la orilla del mar para
pi-ifizarsc con e: Eafiü, mientias los hombres rehúyen rodo
contacto con las mismas.
Estos y otros muchos ejemplos que sería prolijo enumerar,
nos ilustran sobre una mentalidad y unas costumbres cuyas
caracteristicas principales son: aislamiento o reclusió.n e.n es- pacinr reducidos, apartamient~ de! hembrr, prescripc:mec
alimentarias y baños purificadores.
El horror a la sangre, y en particular a la sangre menstrual,
no será un fenómeno universal, como matiza Lévi-Strauss en
136 ANUARIO DE ESTUDIOS ATL~VTICOS
su refutación de la explicación de la exogamia dada por
Durkheim ', pero sí es un temor muy generalizado. El propio
Lévi-Strauss nos amplía información sobre ello al desarrollar
sus argumentos: no es evidente -afirma- que la impureza
tenga predilección por los hombres y límites dentro del clan.
Los changa (bantúes del Kilimanjaro) -prosigue- dan ins-trucciones
a sus hijas contra peligros generales de la sangre
menstrual y no contra riesgos específicos. «Aún más, es la
madre -y no el padre- quien parece correr el mayor peli-gro
». Los aleutas no copulan con sus mujeres durante la men-struación
de éstas por temor a una mala caza, pero si el pa-dre
ve a su hija durante el período, es ella la que corre el ries-go
de quedarse muda y ciega. En general -termina- una
müjer es i=pm-a diirante su menstruación no sólo para los
parientes del clan, sino para su marido exógamo y para todo
el mundo.
En relación con nuestro estudio ese temor a la sangre tie-ne
una importancia mayor, porque entre los canarios no se
limita a la sangre menstrual, sino a toda sangre. De ahí su
desprecio a los verdugos y a los carniceros. Y dicho desprecio
no se circunscribe al área geográfica de Gran Canaria: era
compartido por los guanches de Tenerife y por los beréberes
norafricanos 8., Tales sentimientos los testimonian Azurara para
Gran Canaria y Ca da Mosto en los guanches de Tenerife. El
Ovetense, Lacunense y López de Ulloa, lo mismo que Abreu
Galindo, entre los grancanarios. El padre Espinosa, en Te-nerife.
Y Sabino Berthelot cita la humillación sufrida por el
beréber Kasila, a quien el conquistador árabe Okbah le obligó
a desollar los carneros que mataban para su cocina, según
reiata ibn-IGiddún. i ese ;abG de! ,-;;enstmc! IIC? ha der2Yn-n- r~- -
cid0 del subconsciente popular en el Archipiélago Canario.
' CL. LÉvI-STRAULSasS :e structuras elementales del parentesco, introduc-ción,
pp. 54 y SS., Ed. Paidós, Buenos Aires, 1966.
E! desprecio a los carniceros y horror a la sangre lo registra Azurara
en el Cap. LXIX de su Crónica ... Ca da Mosto, en los guanches de Tenerife
y todas las crónicas de Gran Canaria y Tenerife. Y el episodio de la humi-llación
del beréber Kasila por el árabe Okbah lo podemos leer en Berthelot,
tomado de Ibn-Khaldún.
Núm. 42 (1996) . 137
1O F~ANCISCOP ~ R E ZSA AVEDRA
El mismo temor que a la sangre menstrual debieron sentir
a la sangre de la desfloración de las vírgenes, tan generaliza-do
a escala mundial, lo que justifica que esta función la eje-cutase
el propio Guanarteme o alguno de sus guaires por de-legación,
según la crónica de Azurara, costumbre que Wolfel
cita también como practicada por los libios y los irlandeses.
Dittmer, en su Etnología General (p. 86) dice respecto a ella:
«La desfloración debe considerarse peligrosa para ambos (cón-yuges),
principalmente en las regiones del sur de Asia, por lo
que su ejecución se encarga a algún extranjero o a hombre
dotado de poderes mágicos especiales, como son los sacerdo- a
tes, los caciques...)). Nos viene a la mente el derecho de N
E
penada. o
Este temor estaba tan generalizado en la misma Eiiropa de n -
=m
esa época, que hasta religiosos, como los autores de Le O
E
Canarien al hablar del Arca de Noé, nos dicen que sus made- E
S
E ras pegadas con el betún de Mesopotamia sólo se podían des- =
pegar con sangre de flor de mujer. Y la leyenda de la doncella 3
venenosa y las prácticas de la desfloración en cuadrilla o en - - 0
círculo por los amigos del novio se han prolongado en simu- m
E
lacros de las ceremonias y bailes nupciales (E. CASASL:a s ce- o
remonias nupciales, Madrid, 2." ed., 1930). n
-E
a
2
n
ALOJAMIENTODE LAS HARIMAGUADAS n
0
3
Tradicionalmente se ha señalado el barranco de Valerón, en O
la Cuesta de Silva, término de Guía y próximo a Gáldar, como
el lugar de ubicación de un cenobio de las harimaguadas.
Cuands e! berVerS!ogu. G. Marq re!aeiliii6 las cddillas de esa
ladera con los silos o aagadires)) del Atlas, los investigadores
canarios se inclinaron a aceptarlo, descartando toda idea de
morada o habitación 9. Sin embargo, pensamos que ambas
funciones - d e morada y de silo- resultan compatibles.
Don Juan kvarez Delgado, entre otros, defendió la tesis de Marcy
-Revista de Historia, núm. 63, p. 196-, estimando falsa la idea de consi-derar
las cuevas de Valerón santuario o vivienda, sino unos auténticos si-los,
como los uagadirn del Atlas. Pero el doctor Wolfel, en el núm. 105 de
138 ANUARIO DE ESTUDIOS ATL~NTICOS
Acaso la mejor explicación la encontremos en las mismas
costumbres y ritos de fertilidad del pueblo beréber, donde esos
graneros colectivos fortificados y sacralizados se ubican. Res-pecto
a ellos, escribe Wolfel lo:
«La simiente se mide en postura de oración,
sal, levadura, la hoja de una antigua hoz y
de un animal sacrificado. Antes de entrar
necesario orar, invocar a Dios, hacer ablusiones y descal-zarse
».
El P. Sosa nos habla de que
((Recibían para su sustento nuestras vír enes canarias,
ciertos h t o s de la tierra a manera de d iezmos que les
dabafi !os vecinos y !os encerrabuli y guardrrhm en cm-vas
que tenían diputadas para irlos gastando por su ra-zón
y cuenta en todo su año» (Libro 111, Cap. 3, p. 286,
1994).
Cedeño atribuye estas funciones a supuestos «hombres que
vivían en comunidad como religiosos», además de a las
harimaguadas (o. c., ,p. 373):
((Los años de poco fruto no tomaban diesmos para guar-dar,
antes para repartir a los pobres, i ellos comían de lo
la misma revista (1954), replica a J. M. Santaolalla que había calificado
como cuento o leyenda popular lo del cenobio de las harimaguadas: «Man-tengo
como hasta ahora ... como mejor conocedor de las fuentes de la cul-tura
de los indígenas canarios, esa sorprendente aseveración. No es leyen-da
popular, sino que fue viva tradición desde los tiempos de la conquista.
Las celdillas son los restos del edificio original y coincide completamente
cen !I tridicih de! " ~ ~ n w n t o 'S'e: ~pu~e de leer en varias crónicas que con
las harimaguadas se depositaban las cosechas y en esto acertó el francés
Marcyn. A Wolfel le asisten sólidas razones para defender el doble destino
de vivienda y almacén del cenobio. La Arqueología lo confirma. Véase
Jiménez Sánchez en el núm. 65 de la Revista de Historia (1944). Y Verneau,
en su rapor de 1927, nos testifica que el marqués de Acialcázar había co-nocido
dos escaleras laterales que comunicaban con las cuevas de habita-ción
y de almacenamiento. Es evidente la relación de las harimaguadas con
la fertilidad, la custodia y administración de los frutos.
'O D. J. WOLFEL: «La religión en la Europa preindogemánica)), en Cris-to
y las religiones de la Z'ferra, B.A.C., t. 1, 1968.
12 FRANCISCO PÉREZ SAAVEDRA
que guardaban en años antes i siempre socorrían con li-mosnas,
aunque esto tocaba más al señor de la tierran.
También Gómez Escudero dice (o. c., p. 436):
«Tenían pocitos onde encerraban cebada y cosas de co-mer,
i era de los frutos como diesmos que daban en aquel
depósito para los años faltos i hazer repartimientos de
limosna. Tenían silos en los riscos i se conservaba el gra-no
muchos años sin dañarse)).
La producción, conservación y reparto de bienes de consu-mo
en sociedades de bajo desarrollo técnico-cultural es una
actividad mágica, además de económica. La producción nece-sita
de la protección de los antepasados, o de los dioses y de
las fuerzas de la fecundidad. Levy Brühl nos habla de las vir-tudes
mágicas del jefe, equiparables a los poderes invisibles
que se atribuye a la mujer en la esfera de la fertilidad. El rey,
como dice Malinowsky, debe actuar como un gran banquero
tribal, atendiendo funciones de producción y de previsión.
No consideramos temerario pensar que las harimaguadas
tuviesen la misión de administrar y custodiar los granos, fru-tos
y simientes de los silos, que morasen junto a los mismos
y que tales funciones estuviesen relacionados con el culto y los
ritos de fertilidad agraria.
También algunos cronistas nos hablan de una casa en
Gáldar que servía de escuela o gineceo de las «maguadas»,
como si los canarios tuviesen organizado un servicio público
de enseñanza para las mujeres. Podemos leer en Cedeño:
«La casa de las doncellas: Otra casa estaha miii grmde i
pintada junto a Roma (construcción cristiana) que servía
de seminario o recogimiento de doncellas)) (o. c., c. m).
El P. Sosa la conoció en 1675 y la menciona en su Topo-grafía
:
«Hasta hoy está otra casa pintada grande que servía de
escuela o recogimiento de donce 7 las, hijas de los más
principales hidalgos (que fue lo que vi yo)» (L., 3, c. 5).
140 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLJ~NTICOS
LAS HARIMAGUADAS, RITO DE INICIACI~NPE CULIAR DE LA ISLA DE GRAN CANARIA 13
En cuanto al aprendizaje, los cronistas españoles, influidos
por su mentalidad europea, imaginaron a las harimaguadas
recibiendo una educación femenina similar a la que se impar-tía
en su época, para convertirlas en doncellas hacendosas y
hogareñas. Consigna Cedeño:
«Enseñábanlas a cortar y coser zamarrones... y otras co-sas
necesarias para tomar estado y saber servir su casa»
(o. c., p. 376).
Por su. parte, Gómez Escudero escribe, refiriéndose a las
niñas aborígenes de Gran Canaria en general:
«Tenían maestras ... a enseñarles cantares y coser pieles i
hacer thamarcos, tudu a costa de! s~stenteq ue !es daba
el rey»,
como si hubiera organizado un servicio público de educación,
aunque el mundo aborigen estaba muy distante de .la poste-rior
sociedad colonial.
B ~ OPUSRI FICADORES, FERTILIZANTES Y BmOS ORGIÁSTICOS
O DE ESPARCIMIENTO DE LAS MUJERES CANARIAS EN EL MAR
Las Crónicas Anónimas, en sus diversos manuscritos, al
hablar de las harimaguadas, dicen que ((No salían fuera sino
a pedir a Dios buenos temporales ... e a se lavav en la mar» l l.
Pedro Gómez Escudero añade: ai havían de ir solas». Y estos
baños en solitario, sin presencia de hombres, no son exclu-sivos
de ias harimaguadas; :os praeiicaíi !as müjeres de !u isla,
según testimonian las propias crónicas, con fines purifi-cadores,
al término de sus menstruaciones con toda probabi-lidad.
El agua es el desinfectante de las impurezas sexuales que
más prmte i?s5 12 h~manidad,e n palabras de Enrique Casas.
I L GOMESE ANESD 'AZURARAC: rónica del descubrimiento y conquista de
Guinea, Cap. LXXIX: «Que habla de las islas Canarias y de su manera de
Núm. 42 (1996) 141
14 FRANCISCO PÉREZ SAAVEDRA
Pero también el agua es portadora y receptáculo de gérmenes
y matriz de vida, como nos dice Mircea Eliade. De ahí que
asimismo se le atribuya poder fertilizante.
Sabemos que Azurara y cronistas posteriores, al hablar del
engorde de las doncellas, como práctica prematrimonial, aña-de:
«Y el padre o madre la hacen entrar en el mar algunos
días y cierto tiempo cada día». Son, pues, baños reglamenta-dos,
no sólo en cuanto a los días, sino respecto al tiempo de
duración.
La consideración del agua como receptáculo y matriz de
vida se remonta a la antigüedad clásica. En Egipto, Ni1 signi- a
ficaba fecundidad. Las mujeres de Troya, las vísperas de sus N
E
bodas, iban a bañarse en las cristalinas aguas del Skamadre. O
En Atenas, el Iautrófvro, y en Roma, Camiius, formando par- - -
=m
te de los cortejos nupciales, portaban las aguas lustrales y O
E
fecundantes en que debían bañarse los novios. El culto a las E
2
E Ninfas también tiene un sentido fecundador. Y los baños de =
las mozas en el día de San Juan, solsticio del verano, se han 3
conservado hasta nuestra época. Los baños prenupciales de las - - 0
jóvenes grancanarias, combinados con el engorde prema- m
E
trimonial, eran baños fertilizantes, además de lustrales o O
purificadores. -
Pero también las mujeres casadas se bañaban en el mar. La E a-crónica
de Cedeño dice: «Sin licencia del marido podían ir al l -
vaño de la mar que lo havían diputado aparte para mujeres, - 0
onde no podían ir ombres, pena de vida. (o. c., p. 377). Se 3
trata, por tanto, de baños privativos de las mujeres, pero ex- O
tensivos a las casadas, en que los hombres no pueden'partici-par,
ni presenciar siquiera. Y la infracción resulta sacrílega a
juzgar por la sanción: pena de vida. Es lógico pensar que es-tamos
ante baños purificadores, relacionados con el menstruo:
un tabú de contacto.
El Padre Sosa nos describe un lugar solitario de la costa
de Gáldar visitado por él en 1677, que tenía un gran charco y
una gruta que llamaban Cueva de las Mujeres, con un peñasco
delante, apartado, recoleto, libre de miradas importunas, ad-mirándose
de la moralidad y recato de las mujeres indígenas,
al elegir este lugar para el baño.
142 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLJ~NTICOS
LAS HARIMAGUADAS, RITO DE INICIACI~NP ECULIAR DE LA ISLA DE GRAN CANARIA 15
En cambio, sabemos por las mismas crónicas que en otros
momentos y circunstancias de la vida de la mujer, el bañar-se
y nadar conjuntamente personas de ambos sexos, no sólo
estaba permitido, sino que era habitualmente practicado: vg.,
después de ciertos regocijos -baños que hemos denominado
orgiásticos- y durante las faenas de pesca, que practicaban
hombres y mujeres, las cuales recibían soldada adicional si
participaban con sus hijos, incluso los que todavía tenían en
el vientre, testimonio inequívoco del linaje matrilineal. Acti-vidad
permitida no sólo a los nobles, sino al mismo Gua-narteme,
por lo que debían considerarla como de esparci-miento.
Leemos en el Ovetense:
«Tenían dichos Guanartemes casas de recreación y pasa-tiempos,
donde se juntaban onbres y mud eres a cantar y bai1an.Y añade más adelante: «Y acaba as sus comidas
y banquetes se yban a la mar a nadar ellos y ellas,
me~orq ue eiiosn (o. c., pp. íóí - í62 y 4353.
nadaban como peces». Y Gómez Escudero dice: «e9l" a's
Estos baños, promiscuos y orgiásticos, como colofón de sus
bailes y banquetes, tienen una estrecha relación con los ritos
de fecundidad y fertilidad, que nos hacen recordar los baños
de llAousou, condenados por San Agustín en sus escritos diri-gidos
a los fieles de Hipona.
Ha existido un criterio prácticamente unánime, en la
historiografía canaria, de considerar a las harimaguadas como
sacerdotisas o vestales. Y hemos de reconocer que no han fal-tado
aparentes razones para ello, por lo que tendremos que
detemems en si: rehtución.
En primer lugar, las harimaguadas vivían recluidas en co-munidad,
lo cual coincide con el modo de alojamiento de
nuestras monjas cristianas (Abreu) y con la adscripción a los
templos de las vestales paganas (Padre Sosa). Además, parti-
Núm. 42 (1996) 143
16 FRANCISCO PÉREZ SAAVEDRA
cipaban en ciertos ritos o cultos religiosos y sus moradas (si-los
y asilos, tal como las hemos calificado) gozaban de ciertas
prerrogativas similares a las disfrutadas por los templos o lu-gares
sagrados.
Pero el que las harimaguadas viviesen recluidas temporal-mente
no les confiere por sí mismo ningún carácter sacerdo-tal
o religioso, pues ya hemos visto que la reclusión de las
menstruantes novicias entre los pueblos naturales es un hecho
generalizado. El que esta reclusión fuese temporal, el que sa-lieran,
precisamente, «para casarse)), unido al nivel del desa-rrollo
de la sociedad autóctona y la nauraleza matriarcal de
sus creencias, nos confirma en nuestra idea.
Es cierto que las harimaguadas participaban en algunas
ceremonias de culto, pero de cultos agrarios relacionados con
la fertilidad y la feminidad. Dice el manuscrito Ovetense: «No
salían fuera de dicha casa sino a pedir a Dios buenos tempo-rales~
e, s decir, lluvias (p. 122).
Por su parte, Abreu Galindo nos amplía:
-
«Cuando faltaban los temporales iban en procesión -to- 0
m
E
dos- con varas en la mano... y las harimaguadas con O
vasos de leche y manteca y ramas de palmas. Y a conti-nuación
nos detalla las dos ceremonias en que interve- n
E nían: «Iban a estas montañas y allí derramaban la man- a
teca y la leche, y hacían danzas y bailes y cantaban en-dechas
en torno a un peñasco, y de allí iban al mar y n
n
daban con las varas en el mar, en el agua, dando todos
juntos' una gran grita» (o. c., Lib. 11, Cap. 3). 3
O
Conforme comenta Wolfel (o. c., p. 418):
«La deidad era invocada especialmente cuando la sequía
se producía; esta invocación se hacía en dos ceremonias
que se repiten fuera de las Islas Canarias. En una de ellas
los sacerdotes - las harimaguadas- iban con el pue-blo
a la orilla de 9 mar, donde invocaban al ser su remo, golpeando el agua con unas varillas que habían fl evado
consigo todos (la Fiesta de la Rama en Agaete, suele con-siderarse
una supervivencia de este rito indí ena). La otra
ceremonia, por el contrario, tenía lugar en os santuarios
de las alturas».
B
144 ANUARIO DE ESTUDIOS AT~NTICOS
Y añade que en un área de desertización como lo es desde
hace siglos el África Blanca y en cierto sentido el Archipiéla-go
Canario, las ceremonias por conseguir la lluvia han desem-peñado
siempre un gran papel. Nos cita al respecto, tomán-dolo
de Émile Laoust (Mots et Choses Bevberes, París, 1920))
la de da muñeca novia de la lluvia», los llantos infantiles de
niños encerrados en las mezquitas, el juego de pelota y la trac-ción
de cuerda, que provoca copioso sudor entre los partici-pantes.
Nosotros hemos señalado l2 que hay un evidente simbo-lismo
de magia homeopática en todos estos ritos: nupcias, 1á-grimas,
sudor y aspersión de gotas de agua. Pero en ninguno
participan sacerdotisas propiamente dichas, sino mujeres que
en la sociedad beréber desempeñan un papel importante en los
cultos de fertilidad. Esta participación femenina destaca en el
primero de los ritos citados, la procesión de da fiancée de la
pluie», tal como la describe e ilustra G. Camps e informó
Henri Genevois en el 11 Congreso Internacional de Estudios de
las Culturas del Mediterráneo Occidental, Argel, 1978, que
nosotros hemos publicado en castellano.
En cuanto a las cevemonias de las alturas, no sólo encon-tramos
precedentes en el área geográfica beréber, sino en las
otras islas del Archipiélago, donde, sin embargo, no existían
harimaguadas. Así parece deducirse de las palabras de Abreu
Galindo al hablar de Lanzarote y Fuerteventura (o. c., Lib. 1,
Cap. 10):
«Adoraban a Dios, levantando las manos al cielo. Ha-sacrificios
eri las iiioliiafias, derramarido leche
de cabras con vasos que llamaban gánigos, hechos de
barro».
También los palmeros con su litolatría y los gomeros en El
Garajonay y Chipudes tenían adoratorios en las cumbres. Po-seemos
detalles más precisos del culto pastoril de los guanches
de Tenerife en los denominados «Bailaderos» o «Baladeros» de
l 2 FRANCISCPO. SAAVEDR«LAa: mujer en la sociedad indígena de Ca-narias~,
3." ed., 1989, p. 91.
Núm. 42 (1996) 145
las cabras y ovejas. Y del de los herreños en los dos monolitos
gemelos de Bentaiga, uno para cada sexo. Pero no se hace
presente un sacerdocio femenino.
Esta falta de antecedentes de harimaguadas en el área be-réber,
geográficamente próxima, y en el resto del Archipiéla-go,
hizo que el laborioso investigador de nuestro pasado don
Buenaventura Bonnet, fuera a buscar por los años treinta afi-nidades
con nuestras vírgenes canarias nada menos que al pais
de los sumerios y de los acadios, en la Babilonia Caldea. Y
este prodigioso salto en el tiempo y en el espacio sólo pudo
conducirle a unas analogías de mera apariencia, en primer a
lugar, lingüísticas. Escribe Bonnet 13: N
E
«Sabemos ue en Caldea llevaban el nombre de Harimate 9 n las principa es vírgenes consagradas a la divinidad)). .ES-
-
m
O
tas vírgenes residían en el "gagún", templo o convento». E
E
De estas dos voces se formó «Harimate gagún)) = «muje- SE res o vírgenes del templo». -
3
Tal etimología no ha vuelto a ser tomada en consideración O-por
quienes han estudiado la lengua indígena. Nada más fácil m
E
y engañoso que encontrar similitudes fonéticas con lenguas O
extrañas, y aunque nosotros no somos lingüistas, tenemos que E
n
desconfiar de todo parecido con voces homófonas cuando no aE
existe un parentesco sintáctico o gramatical, donde radica el
alma del lenguaje. n
n
Además, si tomamos en consideración lo que dice Gómez 3
Escudero sobre la alteración de la voz «maguas» o «ma- O
euadas» por los españoles. ni siquiera la semejanza fonética
resulta defendible. El propio autor se olvidó de esta tesis en
sus posteriores estudios y la explicación la podemos encontrar
en las palabras del profesor Serra Riifols en el sentido prólo-go
que escribió al publicarse la obra póstuma de Bonnet, la
biografía de Gadifer de La Salle, IEC, La Laguna, 1954. Es-cribe
Serra: «Creemos que las reflexiones amistosas del que
suscribe fueron parte para alejar a Bonnet de temas inase-quibles,
en los que entonces esterilizaba su labor, como aque-l3
B. BONNETR: evista de Historia, La Laguna, 1930.
146 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
110s de los remotos antecedentes orientales de los primitivos
canarios N.
En 1930 Bonnet parte de una idea falsa, común a todos los
historiadores de esa época y que todavía persiste: que las
harimaguadas eran sacerdotisas, vírgenes consagradas a la
divinidad. Y trata de justificar el que salieran para casarse
aduciendo que también en Caldea algunas ~harimatesn podían
contraer matrimonio legalmente, según el código de Ha-murabi.
Lo que no distinguía Bonnet es que el matrimonio
entre las harimaguadas no era una mera posibilidad o per-misibilidad,
sino un destino. Las harimaguadas no es que pu-dieran
casarse, es que salían -todas- para casarse, estaban
destinadas a eso, se preparaban para el matrimonio y la ma-ternidad.
Era, insistimos, una institución de «paso», de
tránsito. Y su participación en los ritos de fertilidad es una
mera consecuencia de su condición femenina y de futuras
madres.
De esa participación lo que sabemos con certeza es que
asistían a las procesiones para pedir la lluvia, cuando éstas se
necesitaban. Y no parece que esta asistencia, en la que parti-cipaba
todo el pueblo y eran aleatorias, pues dependía de la
meterología, justificara su prolongado encierro, ya que en años
lluviosos serían innecesarias.
En cuanto a las ceremonias de las harimaguadas en las
alturas, tenemos mucha menos información, pues nuestros
cronistas sólo recogen las ofrendas de leche; pero a juzgar por
testimonios arqueológicos conocidos recientemente, como los
cientos de triángulos públicos grabados en las paredes de la
cueva artificial de Los Candiles, en Artenara, parece probable
que w parti&pa~iSr;e n ;;ltos de f&i!i&d, ccmm les <:!u
noche del error)) o <<dela caverna», practicados por los
beréberes continentales en sus cuevas sagradas, tuviesen gran
importacia (J. H. Probst-Biraber).
El rito de pubertad de estas harimaguadas se culmina con
su iniciación sexual. Todas las crónicas están acordes en decir
Núm. 42 (1996) 147
20 FRANCISCO PÉREZ SAAVEDRA
que salían para casarse y cuando se querían casar, el gua-narteme
la había de conocer primero ... e por su mandato al-guno
de sus nobles» (Ovet., p. 162).
Ya hemos dicho que la práctica de la desfloración se remon-ta
a los tiempos prehistóricos y está relacionada con el temor
a la sangre de las doncellas (supra, Dittmer y E. Casas). Con-viene
destacar que esta costumbre entre los canarios la reco-gen
crónicas redactadas antes de la conquista de la isla. Así,
Alvise o Luis de Ca da Mosto (en BERTHELOT. C, ., p. 78) es-cribe:
«No tocan a sus esposas vírgenes sino después que han
pasado una noche con su señor, lo que consideran como
un insigne honor».
Por su parte, Azurara (ibídem, p. 71) nos dice:
«Tiene derecho - e l Guanarteme- a las primicias de las
vírgenes, las cuales no pueden casarse sin haber cumpli-do
esta ley».
Dos cronistas posteriores, Cedeño y Gómez Escudero, pa-recen
mezclar y confundir esta función desfloradora de los
Guanartemes con la ofrenda de hospitalidad de lecho que re-cibían
cuando se alojaban en la vivienda de alguno de sus
súbditos. Cedeño lo refiere con estas palabras (o. c., p. 377):
«El guanartheme onde quiera ue se hospedaba, si salía
de su casa, por pa a de hospe aje tan honrrado, el due- i!- 1
ño de la casa le o ecía mujer, o al na hi'a doncella, i
él la recivía i los ue neciese de el as cua esquiera que 2 P" 1
fuesen eran reputa os por hijos bastardos de el Rey i ella
uedaba noble». Añadiendo luego que tuvo 42 de estos
%ijos <<si olo una hija de su legítima mujer que fue la
heredera)).
De acuerdo con el precitado texto, los hijos de estas re-lcirinn~
rn n nhtení~nn i n g h ~b eneficio de ptemidad regia; .-"x.,.*ue .L., .,.,L"*A..A.A L....
se consideraban «bastardos», pero ella (la madre) «quedaba
noble». Lo que podríamos calificar de ennoblecimiento por tá-lamo.
148 ANUARIO DE ESTUDIOS AT~NTICOS
Aunque el hijo podía quedar .ennoblecido» según el testi-monio
de Andrés Bernáldez, cura de Los Palacios y cronista
de los Reyes Católicos, utilizando los cónyuges el recurso de
la abstinencia para poder comprobar que la mujer había que-dado
embarazada del Guanarteme, o del caballero delegado.
Estas son las palabras de Andrés Bernáldez (en M. PADR~N,
o. c., pp. 515-516):
«E si quedaba preñada del cavallero, el hijo que nacía era
cavallero; e si no, los fijos de su marido eran comunes.
E para ver si uedaba preñada, el esposo no llegaba a
ella fasta saber ? o cierto, por vía de purgaciónn.
Por su parte, Abreu Galindo nos advierte que (cesta costum-bre
... no ia quieren confesar ios que descienden de ios naiüra-les
canarios D.
Como resumen podemos sentar la conclusión de que las
harimaguadas eran jóvenes doncellas de la clase noble -blan-cura
de su tez y de su traje, que entre los canarios se tenía
por gentileza (Lacunense)-, que se recluían al comenzar su
pubertad, practicaban baños purificadores y prenupciales y
asistían corporativamente a las procesiones de rogativa por las
lluvias, cuando éstas escaseaban. Dichos ritos presentan un
doble aspecto: unos actos se celebran en sus santuarios de
montaña, junto a las nubes y divinidades celestes. Otros tenían
por escenario la orilla del mar. Ceremonias de montaña se
practicaban también en las restantes isias, y en ia oscuridad
de sus cuevas entre los beréberes del continente. Así pues,
aunque las harimaguadas sean una institución peculiar de
Gran Canaria, el mundo mágico que las circunda y el ambien-te
religioso que les rodea nos resulta bastante familiar y con-cordante
con e] &] resto de: kchipi&gü y cofi las soeieda-des
preislámicas del África Blanca.
Existen muchas lagunas históricas sobre la vida, costum-bres
y significado de esta transitoria congregación de vírgenes.
Núm. 42 (1996) 149
22 FRANCISCO PÉREZ SAAVEDRA
Y mucha fantasía, gratuitas atribuciones y forzadas similitu-des
para tratar de comprenderlas, olvidando la más obvia: la
de menstvuantes novicias, en fase de preparación para el matri-monio.
Nosotros hemos sido posiblemente los primeros y de los
pocos en negar a estas pasajeras vírgenes el carácter de
sacerdotisas, en el estricto sentido del término. Basta para jus-tificar
la participación en los ritos de lluvia y de fertilidad
agraria su condición de mujeres púberes y de futuras madres.
Por eso hemos afirmado que esa actividad de las harima-guadas
no era su función más importante, ni las define, ni la a
podemos considerar fundamental. N
E En cambio, las denominadas por nuestros cronistas «ma- O
dres» o «maestras» de estas harimaguadas, como lo fue la n -
=m
abuela de Tenesoya (ABREUG ALINDOO. , C., Lib. 11, Cap. 3)) sí O E
parecen mantener un estatus social y religioso permanente, E
2
siendo al mismo tiempo madres de familia. No necesitaban =E
mantener la virginidad para alcanzar la santidad 14. 3
A las harimaguadas, que no tenían la menor intención de --
consagrarse a ningún dios, ni recluirse por espíritu ascético, 0m
E
hemos de considerarlas, pues, una institución femenina de O
paso, un rito de iniciación a la entrada de la pubertad, una n escuela de preparación para la maternidad, para el amor y -E
para el matrimonio. Su relación con lo sobrenatural deriva de a
2
su condición de futuras madres. n
0
Coincidimos con el prehistoriador galdense Celso Martín de
Guzmán, recientemente fallecido, el estimar que en Gran Ca- 3
O
naria convergieron las dos grandes ideas religiosas generadas
en el Neolítico del Próximo Oriente: la matrología, por una
parte: la mxnificaciSn, p r & -a. C d t m nY-i-i p se encuer t rm 21
final de la ruta en la estación terminal de nuestas islas.
l4 Ver nuestro trabajo «Una matriarca insular: la abuela de Tenesoya»,
en la Revista de Historia de Canarias, núm. 175, vol. 11, 198416, en homena-je
al profesor José Peraza de Ayala.
150 ANUARIO DE ESTUDIOS AT~NTICOS
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