L I T E R A T U R A
ESTUDIOS SOBRE ANTONIO DE VIANA
P O R
Con motivo de cumplirse este año de 1978 el cuarto centenario del
nacimiento del poeta y médico tinerfeño Antonio de Viana, bautiza-do
en La Laguna el 21 de abril de 1578 y muerto, quizá en Sevilla,
después del 7 de junio de 1650, reúno aquí cinco trabajos de dife-rentes
épocas, cuatro de los cuales aparecieron en diarios, no siem-pre
fáciles de consultar y con las naturales erratas a que nos tienen
acostumbrados. El último ha permanecido inédito hasta ahora.
El estudio titulado Dácil y Castillo se publicó en <al Día», de San-ta
Cruz de Tenerife, en las ediciones del 27, 28 y 29 de marzo de 1951.
El segundo, o sea La Isla a través de Antunio de Viana, fue un
trabajo premiado en Certamen del Ateneo de La Laguna, del año
de 1951, y que apareció en el citado diario tinerfeño los días 18, 19
y 20 de septiembre de dicho año.
El tercer trabajo, Otra vez Antonio de Viana, apareció en el dia-rio
de Santa Cruz de Tenerife «La Tarde», e1 1 de septiembre de 1964.
El cuarto estudio, Siempre Antonio de Viana, se publicó en <El
Día», en las ediciones del 29 y 30 de abril y 1 de mayo de 1968.
El quinto trabajo, El profesor Cioranescu y sus estudios sobre
Viana, está, repito, inédito y analiza la importante aportación via-nesca
del profesor, la cual, previamente aludida en mis dos Últimos
estudios citados, se refería a comentarios periodísticos sobre sus
2 MARÍAR OSA ALONSO
aportaciones a Viana, antes de aparecer la «Introducción, notas e
índices», su última y más importante obra sobre el poeta, que el se-ñor
Cioranescu publicó en 1971, objeto de este estudio ÚItimo.
El hecho de haber publicado yo un extenso libro sobre la obra
épica de Antonio de Viana en 1952, me obliga a rectificar extremos
de hace veintisiete años, hoy insostenibles, merced a la documentación
hallada por el profesor Cioranescu o, por el contrario, ratificarme en
otros extremos en los que no acierta el mencionado profesor. Toda
obra de investigación, que en buena parte se deba al documento,
está sometida a semejantes avatares. Mi reconocimiento por los
aciertos de don Alejandro Cioranescu y conste que la existencia de
sus desaciertos en nada impide mi admiración por la capacidad in-vestigadora
de nuestro y n c anarista rumano, ni disminuye mi aten-ta
consideración personal por él mismo.
a) La razón histórica
Leopoldo de La Rosa Olivera, meticuloso investigador de nuestra - -
Historia, ha precisado en estos días la verdad referente al conquis- 0m
E
tador Gonzalo del Castillo en un preciso e interesante trabajo apa- O
recido en el número doble 90-91 de «Revista de Historia», abril-sep-n
tiembre de 1950, de cuyo contenido ha hecho un resumen divulgador -E
en «El Día» del 4 de este mes de febrero de 1951. La novedad histó- a
2
rica decisiva que La Rosa aporta son los datos referentes a la per- n
0
sona de Gonzalo del Castillo y la fecha de su muerte en 1513, en Las
Palmas; respecto a los matrimonios de Gonzalo en Tenerife deter- 3
O
mina con rigor histórico las afirmaciones que en 1900 había hecho
en su útil y poco leído libro, A través de las Islas Canarias, don Ci-priano
de Arribas, quien aseguró ya que Gonzalo casó con Francis-ca
Tacoronte, que sus hijos fueron Juan e Inés y que antes Gonzalo
tuvo otro hijo llamado Francisco.
Pero los poetas Luis Alvarez Cruz y Luis Diego Cuscoy han le-vantado
su grito literario en <&a Tarde» y «El Día», del 7 y el 9 de
este mes de febrero, respectivamente, en nombre de la ficción, fren-te
a la realidad; todavía nadie ha roto sus lanzas por Leopoldo de
La Rosa que, de seguro. se habrá quedado consternado. ¿Suspender
476 ANUARIO DE E S T I í D i O S A T t A N l I C O S
entonces la investigación histórica? ¿Dejar que los archivos alimen-ten
de su secreto a las polillas para que los poetas monten sus sue-ños
en las esquinas de la fantasía? ¿Se da usted cuenta, querido
Luis Diego Cuscoy, de lo grave de su maldición a La Rosa? Lo em-plaza
usted nada menos a que no encuentre el nombre de la primera
mujer de Gonzalo del Castillo, para que usted pueda soñar que se
llamó Dácil, la gran musa de Antonio de Viana, gran obrero del en-sueño
de Tenerife. ¿Y si yo le emplazara a usted, pidiendo al Gua-yota
que ojalá no encuentre en ese ceñidor de Venus que son para
la Nivaria sus Cañadas ni un solo poblado guanche, ni el menor
huesito, ni la más mínima cuenta de collar, ¿qué pasaría, vamos a
ver? -. w lvle nan puesto los poetas entre :a. espada y !a gared, p m p e u!
ver que las barbas de Leopoldo de La Rosa arden, he puesto las
mías al remojo; pero la cuestión es que, por otro lado, soy una de
las representantes de los derechos de Antonio de Viana, una de sus
albaceas testamentarias del siglo xx, y tengo que dar su razón a los
poetas Aivarez Sr-uy Dkgo LÍuscuy. ¿ & ~ éh crcer?
Antes que nada: explicarme. Tiene razón Leopoldo de La Rosa.
Tienen razón los poetas: ¿Sanchopancismo? ¿Ganas de quedar bien
con todos? Ellos y quienes me conocen saben de sobra que no. Sa-ben
que mis métodos no son esos. Conocen de sobra que defiendo
siempre con pasión mis creencias, aun arrostrando impopularidad,
jugándome tácitas amenazas y hasta que me borren de la lista de
viajeros y me silencien ciertos conjurados del resentido desdén.
Tiene razón Leopoldo de La Rosa. Están llegando para la Histo-ria
de las Islas unas horas de plenitud y de suficiencia investigadora,
como nunca las ha habido. La paciente labor del Seminario de His-toria,
que dirige en la Facultad de Letras el doctor Serra Ráfols y
la misma diligencia de La Rosa han permitido que muy pronto se
pueda estudiar hasta con meticulosidad azoriniana la vida de los
conquistadores y de la naciente población isleña de Tenerife, a fines
del siglo xv y principios del xu. Cierto es que los historiadores del
siglo XIX lo trastocaron todo, ocultaron las fuentes o falsearon las
citas; trabajaron sin rigor, no tuvieron conciencia (salvo contados
casos) de lo que era la probidad científica, pero no es menos cierto
que las líneas generales quedaron determinadas en ellos, bosqueja-
4 MAR~A ROSA ALONsO
das, y a veces atisbadas con sorprendente agudeza. Muchas de las
averiguaciones de Arribas, en la citada obra, me las ha confirmado
personalmente Leopoldo de La Rosa, a la vista del documento en
sus manos. Ha pasado en esto como en la Medicina. Los investiga-dores
con sus pesquisas llegan a descubrir los gérmenes. Se sabia
que el microbio de la tuberculosis tendría que descubrirse y se des-cubrió;
el del cáncer o su virus se descubrirá y es posible que sea
el gran hallazgo del siglo xx.
Que los ricos archivos de Tenerife tendrían que cantar su verdad
es cosa que se sabía. Se precisaba que alguien con preparación, con
amor y perseverancia (los tres ingredientes son necesarios) empren-diera
el trabajo. Un trabajo lento, pesado, sin gloria. Si gloria ha
de ieiier, ser& tardia j: a& grwo mir?@-itari9 ~pe&l i s ta~p ri-mero.
Cuando trascienda esta gloria a la mayoría, será muy tarde,
como ocurre siempre.
Mis enremojadas barbas, amigo La Rosa, tiemblan en el agua.
Desde un punto de vista distinto al de ustedes, los historiadores de
las Islas, he emprendido un trabajo, hace años, referente a una obra
literaria, la obra del bachiller Antonio de Viana. Es posible que se
publique en Madrid este año, pero ¡cualquiera sabe!
No es ni será tan voluminoso como algunos piensan ese trabajo
mío, mas sí he quemado sobre él muchas horas. Viana fue mi inter-locutor
y mi amigo en muchos días de pesadumbre en que él, con
sus batallas, con sus cuadros bucólicos, sus amores, sus quejas, sus
pesadas listas de conquistadores, le puso una escafandra a muchas
angustias y tempestades íntimas que a nadie importan, por justa-mente
íntimas, pero que suponen un sentido cuando se proyectan en
una obra, que saldrá alguna vez de los recintos de la intimidad para
caer en el dominio público y no volver jamás, como el hijo, a entrar
en quien lo creó.
Viana me planteó desde un principio un doble problema: el lite-rario,
que era el que se refería a mis actividades, pero también el
histórico. Viana ha sido fuente de todos los historiadores posterio-res
a él; mi viejo e inolvidable Rodríguez Moure estimaba su obra,
con una apasionada ingenuidad que conmueve, como «una de las
fuentes de aguas purísimas y cristalinas para la historia de Ca-narias
».
4 78 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
ESTUDIOS SOBRE ANTONIO DE VIANA 5
Con toda paciencia he ido desenmarañando la urdimbre de nues-tro
delicado Bachiller. Puedo asegurar que el valor de su obra, des-de
el punto de vista histórico, es bien escaso. Por otro lado, con el
auxilio de la probidad investigadora de los trabajos de Serra y La
Rosa, he podido identificar documentalmente a los personajes más
destacados de la conquista tinerfeña, muchos creídos parientes del
Adelantado no lo son y joh, dolor! el «gran Guerra», de Viana, aquel
don Lope de Guerra que el poeta considera como la figura más
esclarecida de la Conquista, exceptuado Lugo, ha resultado ser un
asesino. Antes que yo ha hablado la «Residencia» del Adelantado,
publicada hace poco por el mismo La Rosa y Serra Ráfols. Pero los
poetas no leen pesados libros de investigación. No sabían que Arri-bas,
ya en 1900, se refirió al matrimonio de Gonzalo del Castillo y
que toda la poesía de Viana y los humos nobiliarios de levantadas
vanidades se vienen al suelo como los monigotes del retablo de Maese
Pedro. ;Dios me coja de su mano, si algún poeta o pretendido noble
echa la vista a mi obra sobre El Poema de Viana! Pero confío en
que, como menester «erudito»: sólo ha de leerla la escasa minoria
del estudioso, o del que sienta curiosidad por cuestiones de nuestro
pasado.
Y, sin embargo, los poetas tienen razón.
b) La razón poética
Antonio de Viana, como todo el que mucho tiene, ha dejado una
copiosa herencia. Una herencia que se reparte a través del tiempo.
Los albaceas testamentarios de cada siglo reparten los bienes que
dejó Antonio de Viana, conforme a las posibilidades de unas cláu-suias,
que están en las líneas de las cenizas del Ave Fénix.
En el siglo XVII, don Juan Núñez de la Peña fue albacea del poe-ta
lagunero y en el XVIII, el esclarecido Viera. En el XIX hubo alba-ceas
históricos y literarios. Los poetas románticos, los realistas y
finiseculares, desde Graciliano Afonso hasta Manuel Verdugo, re-cogieron
ia herencia de Viana para irla donando a la gente de su
tiempo. En nuestros días, albaceas del poeta hemos sido, que yo
sepa, Andrés de Lorenzo Cáceres, Alvarez Delgado y yo.
Andrés de Lorenzo Cáceres ha estudiado más bien la personal fi-gura
de Viana, o la cuestión de las ediciones del «Poema», o ha se-
6 MARIA ROSA AUlNSO
guido a Agustín Espinosa en su aseveración de estimar a Dácil como
un mito y ha escrito del «mito dacílicoa. El doctor Alvarez Delgado
ha sido pensionado varios años por el Cabildo de Tenerife para es-tudiar
en Sevilla extremos referentes al poeta; no ha publicado aún
sus trabajos, pero supongo que, dadas las actividades de su especia-lidad,
serán de orden lingüístico. Yo he hecho un estudio del @oe-ma
» como fuente histórica y, sobre todo, como tal obra literaria.
Como la materia Viana es extensa, ninguno de los tres nos hemos
pisado el terreno y hemos trabajado aparte.
Yo he organizado mi obra con grandes dificultades. La he hecho
por mi cuenta y riesgo. Robándole al descanso lo suyo; alternando
las horas de la obligación con las del poeta. Recuerdo que en Las N::
Palmas, en 6p~cusd e exiimrnes de ReiSida, me !rvar?taha a! Urna-necer
para tener tiempo de leer, en el único Sedeño de la versión del U
d -
Museo Canario, cuestiones referentes al segundo canto del «Poema» 8'
y de llevar corregidos los latines de los jóvenes examinados. Este 8
I último año de Madrid, con objeto de poner el trabajo al día, con- -
forme a las publicaciones últimas, me he vuelto a levantar a los e
amaneceres de la canícula madrileña, únicas horas aptas para el 5
Y
E
trabajo en silencio, añadiendo notas, rectificando esto o lo de más =n
6
allá, antes de entregar el original a la imprenta, en una temporada
U
dura para mí, que alguien de mi Universidad lagunera conoce a fon- E
do, en tanto una amenaza de sancionar mis faltas de presencia en i
1
las aulas, caía sobre mis huesos. Así me han ayudado a trabajar. a
Y en nombre del poeta Viana tengo que dar la razón poética a 2
d
los poetas que se han levantado a defender la irrealidad sobre la !
que montó Viana el máximo y definitivo acierto de su obra: la crea- $
ción de Dácil y Castillo y lo que llamó Menéndez Pelayo «égloga» de
sus amores, expresión que recogió después Valbuena Prat.
Recuerdo que hará unos dos años, en una de esas tardes de glo-ria
que el otoño enrubia para dejarlas caer sobre La Laguna, subí
en grata compañía con ciertos amigos por las estribaciones de San
Roque, en busca de la posible ensoñada fuente del encuentro. Me
refiero a la que Viana hace figurar en su obra como testigo de la
entrevista amorosa de la infantina de Tamo y el gallardo capitán.
480 ANUARIO DE BSTUDIOS ATLAN7ICOS
Y me pareció que la fuente pensada por el poeta tuvo que ser la
que hoy llaman la fuente de «Las Negras», si no estoy equivocada
en el nombre. Llevé un ejemplar del -zPoema» y leí los trozos refe-rentes
al ameno lugar que describe el poeta:
Dácil estaba cerca, en una fuente
que tiene en sí la falda de una sierra,
cuyas vertientes claras descendiendo
llevaba al lago un bullicioso arroyo l.
Si desde aquellos sitios, subiendo un poco, se podían ver los na-víos
de los españoles, no cabe duda de que la sierra tiene que ser
la parte de la montaña de San Roque y sus inmediaciones. La fuente
de <&as Xegras» conserva touavía su manantial; all. estaban bas-tantes
mozas lavando sus ropas en un lorquiano coro de lavanderas
que blanqueaban los paños de sus piezas, entre cantar de isas, gol-pes
de jabón y jocundas risas de atardecer. Una piedra muy alta cae
sobre la fuente referida. ¿Quién me quita a mí del sueño que fue
ia misma sobre ia que se posó ia mariposa ilusionada de la prince-sa
Dácil? :
Era el estanque de la fuente, grande,
largo, espacioso, y hecho de artificio
con cantos enterrados en la arena
y con el masapés bien embarrado,
dando comodidad una gran peña,
de la parte de arriba, a quien cubrían
diversas yerbas y esmaltadas flores ...
Gozaba Dácil del alegre sitio,
sentada encima de la peña misma
en lo más alto della, entre las flores,
mirándose en las aguas de la fuente,
donde hacia una agradable sombra
cuir;a en de cl;isiai p-misimo 2,
1 Viana, Poema, edicibn de José Rodriguez Moure, La Laguna, 1905,
página 123.
2 Viana, fdem, p6g. 124.
Tranquilicen sus espíritus los poetas Alvarez Cruz y Diego Cuscoy.
No pasa nada porque el excelente historiador La Rosa haya ratifi-cado
que Castillo casó con Francisca de Tacoronte, pariente sin
duda de menceyes guanches y probable punto de la palanca poética
vianesca. La Rosa sólo se refiere a la verdad histórica. Viana se
refiere a la verdad poética. Vamos a examinar un ejemplo ilustre,
junto al cual el nuestro resulta modesto, pero nos puede aclarar
mucho.
Rodrigo Díaz de Vivar, llamado el Cid por gente mora, tuvo una
realidad histórica que ha desentrañado espléndidamente ese maravi-lloso
Cid de lo cidiano que, en palabras del poeta Pedro Salinas,
a
es don Ramón Menéndez Pidal. Al lado de la realidad histórica del N
E Cici, que sirvió a reyes moros de Zaragoza, porque estaba en pei*-
O fecto derecho de su tiempo, existe otro Cid poético, compendio de n--
todas las virtudes medievales, el Cid del <¿Poema», el Cid del poeta m
O
E
de Medinaceli, según el cual Rodrigo sirvió a un señor aún desna- SE
turado por él. Nos maravilla el Cid del *oema» y nos interesa el - E
Cid histórico, pero ninguno de los dos se estorban en su destino. 3
Realidad y Ficción marchan en feliz coyunda. Los historiadores mi- - -
ran a una, y los poetas y soñadores, a otra. 0
m
E
Miren los historiadores al modesto buen soldado y buena persona O
que fue Gonzalo del Castillo. Que fue bueno lo demuestra el hecho 5 n
de que no lo quiso Alonso de Lugo. Indaguen los afanes de los estu- -E
diosos la existencia de las modestas muchachas indígenas. Bien está. a
2
Los poetas, los amigos de ensueños, esos han de mirar la Dácil de n
n
ficción, cuya realidad poética es superior a la existencia real que
pudo tener una indígena del siglo m. Todavía en el Toboso enseñan 3
O
la casa de Dulcinea, con resabios de literatura positivista ... ¿Por
qué no llevar a la gente ilusionada a la peña de Dácil, la que está
en lo alto de la fuente de <<Las Negrasw, que podemos llamar la
Fuente del Encuentro?
No, amigo Diego Cuscoy; ningún daño nos ha hecho Leopoldo de
La Rosa; él habla de otros personajes. Pero la Dácil de Viana es
otra cosa. Es más fuerte que la realidad histórica, y ya se ha in-corporado,
para siempre, desde su roca, al alma de todos los ca-narios
que saben cantar.
A N U A R I O DE PSTUDIOS ATLANFIGO!,
ESTUDIOS SOBRE ANTONIO DE V W A 9
c) Mito, no: simbolo
En mi introducción a la Comedza de Nuestra Seiiora de la Cande-laria,
obra que me editó en Madrid el Consejo Superior en 1944, de-diqué
un apartado a la exquisita pareja de Dácil y Castillo; aludí,
como era de justicia (porque jamás olvido a los que cuentan), a la
defensa que hizo de la razón poética de la pareja, en 1931, el ma-logrado
Agustín Espinosa, que nos habría dejado muchas y buenas
cosas, si la muerte no se hubiera precipitado a llevárselo.
Pero he disentido de la opinión de mi muerto amigo en el hecho
de que él haya visto en la figura de Dácil un mito. Es inexacto apli-car
el sustantivo mito a lo que hoy es ya Dácil, y que Luis Diego
Cuscoy vuelve a subrayar. Ni Dácil es un mito, ni tampoco lo es
Castillo.
Mito, en nuestra lengua, quiere decir fábula y ficción. Sobre dos
personajes que vivieron en el siglo xv, Gonzalo del Castillo, y una
indígena (de los que Viana tenía noticias reales), compuso el poeta
una ficclón, un mito poético, cierto es. Pero he aquí que, a raíz de su
obra (y ésta es la cuasi genial corazonada de Viana), los escritores
posteriores actuaron sobre la ficción o mito Dácil-Castillo. Núñez
de la Peña no cree en «el cuento» de Viana, pero sabe que los per-sonajes
existieron y que se casaron «por amores». Núñez, pues, cree
y no cree. Viera y Clavijo (y aquí está la gran sagacidad de Agus-tín
Espinosa), a pesar de ser un racionalista, acepta la ficción poé-tica
de Vlana y cree en el mito. Estudiado tengo en mi obra cómo
el «Poema» de Viana torció el rumbo verídico de nuestra historia,
que el prestigio de Viera sancionó. Los historiadores del siglo XIX se
encontraron con algo ya hecho, con un «corpus» que había adquirido
carta de realidad, y Rodríguez Moure rompe lanzas por él.
Hasta entonces la ficción poética de Viana era un mito, una fac-tura
literaria, pero esta ficción cobra sangre en el cuerpo de la
Isla. Cuando leí las palabras que Goethe en su Viaje a Italia dedicó
a Nausicaa, el delicado personaje femenino de la O d i a~ qu ien su
creador, por boca de Ulises, compara a una grácil palmera de Delos,
en conocida e inolvidable imagen, comprendí que el genio alemán
había captado en la muchacha hamérica la esencia misma de lo que
es una isla. No importa que Goethe nunca terminara el poema que
quiso hacerle y que aNausicaa» no pasara de un deseo. Junto a sus
mujeres fue sorprendida un día por un hombre que arribó a su isla;
en ella había de permanecer Nausicaa, porque la isla es el reposo,
el albergue, en tanto Ulises había de marcharse, porque Ulises es
el movimiento y el camino. Lo maravilloso y específico de Dácil es
que ella es encarnación de una isla con fortuna y no malograda,
como la de Nausicaa.
Dácil es lo femenino, lo sedante, el reposo. Dácil es la tierra con
su cuerpo pespuntado en los costurones de las secas vetas de los
barrancos, y las orillas de las faldas con festones de altos acantila-dos
en los confines, o los amables bajíos de las playas. Dácil es
nuestra entrañable tierra de intensos verdes y variados sienas con
tules de nubes, gargantillas de espuma y todos los abalorios que puso a N
en eiia Dios. Más aún, Eácii es toda isla; Dátil eiiCdTii2 10 qiie iim
isla es: esperanza, hambre de aventuras, deseos. Dácil es la ilusión O
n -
=
y el ensueño. m
O
Castillo es lo masculino, lo dinámico, el movimiento. Si un buen SE
poeta quiere montar la teoría en ficción, puede hacerlo el mar. Pero =E
lo que a derechas representa es el hombre del continente, el deseo 3
hecho realidad, el broche que colma la ilusión. La ventura de la - -
aventura. La comprensión y el amor de la tierra grande para la pe- 0m
E
queña tlerra, que no se basta a sí misma, que no puede vivir de si O
misma. La maravillosa juntura, la gran sabiduría vianesca, es ha-n
ber representado en Castillo y Dácil la armónica unión del vencedor -E
y del vencido, que no consiguió ni aun Alonso de Ercilla en el mejor a
2
poema épico que los españoles han escrito. Esa armonía ha sido n
0 siempre la divisa de nuestro escudo: armonía en el arte canario, en
la literatura, en los cantos regionales, en el dialectalismo lingüístico, 3
O
en las maneras del trato, en todo. No. Dácil no es ya un mito. ¿Qué
ha podido pasar? Que el mito se ha hecho símbolo.
Dácil es nuestro símbolo. El de la isla perfecta. El de nuestras
Afortunadas. Ha habido épocas en que CastiIIo no ha comprendido
bien y la tierra isleña se ha sentido incómoda, pero se ha impuesto
la divisa armónica y la pareja ha seguido feliz, que hasta en bien
avenidos rondan tempestades. La ancha tutela de Dácil ha hecho
nuestras delicias cuando es su numen quien acuna el lento discurrir
de las ensoñadoras gracias de los días que ella gobierna. Mito, no:
símbolo y paradigma, sí. Lección permanente de un gran contenido.
484 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
ESTUDIOS SOBRE ANTONIO DE VXANA 11
Somos íntima fusión de isla y continente, nosotros, los hijos de Dá-cil
y Castillo, en feliz armonía, y si ha habido o pudiera haber dis-cusiones
familiares en la pareja, siempre ha surgido y surgirá quien
pacifique el diálogo: Antonio de Viana. Porque Antonio de Viana,
que de real pasó a mítico, ha llegado, también, a ser un símbolo.
Todavía al filo del atardecer, en la esquina misma del siglo XVI
(el gran siglo español), un mozo de veinte años podía gustar de una
delicia para nosotros definitivamente perdida. La cuenta el caba-llero
Scory S, que disfrutó de la dádiva por 1582: finos halcones so-brevolaban
la laguna y perseguian los pajaros que, por divertirse,
espantaban los honderos negros. Cercaba el ameno lugar (escribirá
más tarde un fino historiador) espeso bosque de laureles, de moca-neras,
de viñátigos 4. Supo también este maravilloso espejo, donde
miraban las nubes su ritmo viajero, de horas trágicas de ahogados
en sus aguas 5. Ahora nos importa ei sueno dei mozo iagunero junto
a sus márgenes verdes, al pie de la «ancha y espaciosa vega».
Antonio de Viana tiene especial devoción por don Juan Guerra
Ayala, quinto señor del Valle de Guerra; a mediados de 1600 había
muerto el padre de éste, Hernando Esteban Guerra y entraba don
a Vid. 0bsermccoione.s del caballero ig2és Sir Edmond Scory, edit. por
B. Bonnet en «El Museo Canario», núm. 8, enero-abril de 1936
4 Viera y Clavijo, Diccionario üe Historia Natural, Biblioteca Canaria,
Santa Cruz de Tenerife, 1942, tomo II, pág. 48.
5 Vid Diarz'o del regidor AncMeta y AZarcÓn, edic. de B Bonnet, Bi-
Mioteca Canaria, s a,, pág. W.
6 Vid. Fernández de Béthencourt, NoMliario y blasón de Camrias, to-mo
iii, pág. 15. La fecha exacta es 23 de julio de 1600; a partir de ella,
Don Juan es señor de su casa. Entre esa fecha y 1602, debid escribir Viana
su Poema. Para comodidad del lector ponga al dfa esta cita, conforme a la
segunda edición, ampliada, del NoMliarZo, Régulo Pbrez, editor, La Lagu-na,
1952, tomo 1, ppág. 680. Como hoy sabemos por documentación hallada
par el profesor Cioranescu que Viana hizo su primer viaje a Sevilla en
febrero de 1595, pudiera ser que el Poema se gestara antes de 1600; en
este año estaba el joven poeta de nuevo en SeviIla y tal pudiera ser la fe-cha,
coincidiendo con sus estudios médicos, en que la obra pudo ser inicia-da,
si bien nos movemos en el terreno de la conjetura.
12 MAR~A ROSA ALONSO
Juan en posesión del señorío de su casa. Queremos revivir aquellos
días; don Juan Guerra admiraría la precoz habilidad del joven An-tonio,
hijo del almotacén Francisco Hernández. El mozo estaba ya
casado y muy mal de dineros. Poco antes de su boda (en junio de
1599) compró una espada a un mercader lagunero y en octubre no
puede aún pagar los treinta reales de su precio 7. El mozo tiene es-pada
nueva, mujer y amigos ilustres, admiradores de los capirotes
poéticos que se arrebolaban en el nido ardoroso de su corazón. Jun-to
a la laguna, en cualquier atardecer de 1600, don Juan Guerra
pasearía con el mozo Antón. ¿Por qué no habrían de acompañarlos
quizá el Licenciado Vergara Alzola, o Rodrigo Núñez de la Peña,
amantes, como Viana, de las Musas? Y ya en la librería de don
Juan, el señor del Valle de Guerra instaría una y otra vez, para
calmar los suyos, los deseos de Antonio, las ambiciones de Antonio.
sin duda ya paje del médico de la Ciudad.
Don Juan Guerra quisiera ser caballero de Santiago, pero la im-pertinencia
de Fray Alonso de Espinosa hizo posar sobre la estela
de su linaje una mancha negra que negaba la clara ascendencia de
los Guerra el mozo lagunero en su «Poema», para cumplir con el
señor don Juan, rebatirá las afirmaciones de Espinosa y jcuántas
y encendidas veces el «crisol purísimo» del «ilustre Guerra» no será
la estrella que agite el numen aúlico del futuro médico!
Las Iíneas generales del edificio poético surgen tras la primera
piedra posible que puso la noble ambición del ilustre Guerra: el mozo
Viana tendrá dineros para ir a Sevilla; a don Juan le urge que el
«Poema» se imprima; cierto es que la familia Guerra hizo desapa-
7 Según documento que obra en el Archivo de don Manuel de Ossuna
y Benftez de Lugo, en La Laguna.
El Licenciado Vergara AIzoIa dedicó a Viana una poesía en alabanza
de su obra. Que Rodrigo Núñez de la Peña conoció a Viana consta, porque
figura como testigo del reconocimiento de albalá por Viana respecto a la
deuda de la espada, documento que obra, asimismo, en el Archivo de Ossu-na.
De las dotes poéticas de este personaje hay constancia al frente de la
obra del P Espinosa, Del oggem y milagros de Nuestra Sehra de Cande-la&.
9 Vid en el citado libro de Espinosa, edición de la Imprenta Isleña,
Santa Cruz de Tenerife, 1848, pág. 74 De más fácil consulta la mejor
edicidn de Goya, Santa Cruz de Tenerife, 1952, pág. 116
486 ANUARIO DE ESTUDIOS A T L A N T I C O S
ESTUDIOS SOBRE ANTONIO DE VIANA 13
recer casi la edición del libro del padre Espinosa, pero es preciso
que pronto diga Viana que el libro del dominico es un <tratado digno
de que se detrate» y eso lo dirá. Antonio quiere ser médico; tiene una
irrevocable afición por la Medicina; maneja con profusión voces téc-nicas
en su «Poema» y leyó pronto el libro del doctor Huarte de San
Juan. ¿Quién que no fuera perito en la materia podría discurrir que
el temperamento de la extraordinaria princesa Guacimara, la hija
del mencey de Anaga, fue de tan apasionados arrestos porque estuvo
a punto
cuando en su concepción obró Natura
de declinar al masculino género
mas por la falta de calor innato
quedóse femenina en grado altivo?
Antonio de Viana publicará su «Poema» y se hará bachiller, li-cenciado
y doctor en Medicina.
Un fino escritor tinerfeño escribió una vez que si nuestra Isla
desapareciera del mapa de Africa podría ser reconstruida valiéndose
de las páginas del <Poema» de Viana. Sobre el mar pondríase el
paisaje que describe el bachiller lagunero; en el paisaje se pondrían
mujeres como las que brindan las figuras físicas y morales de las
infantas y hasta el tiempo sería el ritmo lento del verso libre y el
de la octava rima, que es, según este escritor, el ritmo que lleva el
tiempo en Tenerife ll.
La maravilla estética que logra el mozo Viana radica justamente
en su simplicidad. Hoy nos cuesta mucho entender lo que en su
tiempo (que vivía aún los cánones renacentistas) era ley común de
la cultura libresca. El paisaje literario renacentista es un paisaje
artificioso, heredado de los clásicos y bebido directamente de los
italianos. Garcilaso, no obstante su rítmica elegancia, aprende la ad-jetivación
de Sannazzaro; de ahí le vienen los «blancos lirios», «co-lmo
Viana, Poema, edición citada, pág. 93, pero que he corregido sobre
el ejemplar existente, de la príncipe, en la R. S. Económica de Amigos del
País de La Laguna.
11 Juan Manuel Trujillo, Carta da Madriü. gFa1ta el poeta?, en (La
Tarde», del 21 de octubre de 1932.
14 MARÍA ROSA AU)NSO
lorada rosa» y «verdes primaveras» 12. Cuando los asombrados OJOS
europeos topan con el extraño paisaje americano, que emergía como
una nueva Afrodita del océano, no pueden ver el paisaje auténtico,
porque la venda espesa de la cultura literaria se los veda: si Alonso
de Ercilla quiere hacer paisaje lo construye sobre el molde garcila-siano;
apenas si ve la tierra de Chile. Pedro de Oña, hijo de aquel
país, cuando quiere describir un paisaje americano, el que sirve de
marco a la apasionada sensualidad de Fresia y Caupolicán, acude
a la consabida «encarnada rosa», el «turquesado lirio», la «hiedra las-civa
» o el «blanco cisne»; garcilasismos italianizantes ... pero la na-turaleza
americana brilla por su ausencia 13.
Mas nuestro poeta Antonio de Viana es de los primeros que sabe
ver ln q11- tiene delante, Nn pndem~sn egar WP la inf londa de &r-cilaso
es en él evidente (como en todas las promociones renacentis-tas)
y quizá reforzada a través del grandilocuente Cairasco de Fi-
. gueroa, cuya versión de Goffredo fanzoso debió conocer Viana ma-nuscrita,
pero el mozo lagunero no puede olvidar, junto a los bar-buzanos
y lentiscos, esos específicos cardones y tabaibas, los gran-des
personajes de nuestra flora, señera pareja botánica de las pa-rameras
estremecedoras de nuestro Sur, ni los singulares dragos.
Producen sus espesos y altos montes
álamos, cedros, lauros y cipreses,
palmas, lignaloeles, robres, pinos
lentiscos, barbuzanos, palos blancos,
viñátigos y tiles, hayas, brezos,
acebuches, tabaibas y cardones,
granados, escobones y los dragos
cuya resina o sangre es utiüsima 14.
Ni entre Ia cita renacentista, en unos versos influenciados por
Cairasco, la mención de la orchilla isleña:
12 Cr. Rafael Lapesa, i5a trayectoria poética de Garczt&so, Madrid,
Revista de Occidente, 1948, págs 88 y sigs Me refiero al adjetivo epfteto
antepuesto.
la Vid. Pedro de Oña, Arauco damado, canto V, en Biblioteca de Auto-res
Espaiíoles, tomo XXIX, Madrid, 1854
14 Viana, Poema, edicidn citada, págs 15-16
488 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
Manaban leche las hermosas fuentes;
las peñas, miel suave, entapizadas
con nativos panales; entre el musgo
pajizo, blanda y delicada orchilla 15.
Tabaiba, cardón, drago, orchilla. La flora canaria junto a la eu-ropea;
eso es lo que el mozo Viana jamás olvida, como olvidaron
Ercilla o Pedro de Oña. Y tras la flora, la fauna, la inofensiva fau-na
con sus dueños paradigmáticos: el paisaje de la Isla tiene su acen-to,
que pespunta airoso el vuelo del pájaro canario; la mole parda
y terrosa del lento camello dibuja los grandes secanos de las tierras
sureñas. Camello y pájaro; tierra y aire; silencio y voz, lentitud y
destreza dan el ritmo diverso a la Isla. Desde 1600 lo sabe Antonio
de Viana y dirá que en las Islas, los viajeros:
No hallaron en ellas animales
dañosos, porque nunca los criaron,
aunque en algunas dellas habitaban
!es suberbfes camr!!es corc~wdes.
Por sus aires volaban varias aves
de música sonora y muchedumbre
de aquellos vocingleros pajaruelos
que por canarios los celebra el mundo 16.
Entre todas las islas, el relicario maravilloso de Tenerife. La Isla
entera con su piel, con su pasado y su presente, su Historia, su Geo-grafía
y hasta su Metafísica levanta el encendido verso de Antonio
de Viana, perdido, sí, cierto es, en las hondonadas de un prosaísmo
cansino muchas veces, pero otras, otras rebulle en la tersura lim-
-p2 -i3u- a de una apasióná(-ja eni"cifn
Yace en medio de todas, como a donde
consiste la virtud, la gran Nivaria,
famosa Tenerife, que en ser fértil,
más bien poblada y de mayor riqueza,
a esotras seis con gran ventaja excede:
es mi querida y venturosa patria,
y a ella, como hijo agradecido,
15 Viana, ídem, fdem, pág 15.
1s Viana, fdem, ibidem.
16 MARÍA ROSA AM)NSO
más largamente, antigüedad, grandezas
conquista y maravillas raras canto 17.
No es posible dejar de verlo. No es posible olvidar sobre sus 1í-neas
la caricia vertical de una mirada encendida. Viéndolo a él se
entiende e1 culto de los hombres prehistóricos a la piedra; mirándolo
se le sabe altar y templo. Viana es el primero en ver su ascética
geometría de piedra desnuda:
Tiene entre lo más alto de sus cumbres
un soberbio pirámide, un gran monte,
Teida famoso, cuyo excelso pico
pasa a las altas nubes, y aún parece
que y ~ p _~~c-em pp)ir 1-S pstrella.s
Y lo extraordinario del poeta es que al describir el Teide une a
las notaciones ditirámbicas de la fantasía, el detalle realista, vivo,
actualísimo y presente: en el Teide puede residir el reino de la eter-nidad,
pero Viana consigna sus medidas y sus calidades de volcán
realísimo :
Allí la eternidad, reina suprema,
habita y tiene con soberbia pompa
el regio trono, potestad y alcázar,
y el archivo y erario de grandezas
de la pasada edad, de la presente
y de la venidera ...
Al fin es de seis miilas el circuito
del Teida, y doce o más tiene de altura;
suele vestirle blanca y pura nieve,
y entre ella exhala humo espeso y llamas
por grietas que descienden al abismo
manando verdinera piedra azufre lg.
El sol y la luna -son sus palabras- de este mundo insular lo com-ponen
el «celeste carbunclo» de la imagen de la Virgen morena de
la Candelaria y el santo «crucifijo peregrino» que se aposentó en
17 Viana, ídem, pág. 16.
1s Viana, ídem, ibfdem.
13 Viana, ídem, pág. 17
490 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLRNTICO5
ESTUDIOS SOBRE ANTONIO DE VIANA 17
casa del seráfico Francisco. Puntual y vigilante escribano del padrón
tinerfeño es el joven Viana, que registra todo lo que hay en la Isla
y que él sabe ver. Desde luego que el modelo brindado por el librito
del padre Espinosa, tan censurado, pero iah! tan seguido, alumbró
el camino al poeta, más él reconstruye en su corazón de <hijo agra-decido~
e ntonces la existencia íntegra de Tenerife y la vuelca en los
dieciséis cantos de su <xPoema».
El contorno de las Islas es visto por Antonio de Viana con certera
mirada de pintor realista:
Yacen en medio de las ondas varias,
a quien resisten firmes y altas rocas
de pardas peñas y arenosas playas
las Islas 20.
Ha podido escribir Valbuena Prat que «el tinerfeño canta hacia
dentro de la isla; el de Las Palmas, hacia fuera, 21, pero no pode-mos
seguirlo sin reparos: nadie ha cantado la tierra adentro, el co-razón
vegetal de la Gran Canaria, la selva de Doramas, como el
canario Caírasco de Figueroa, cuyo arrebatado verso se colgó en
más de una rama de la umbría espesura, más adelante motivo nos-tálgico
de las melancolías otoñales de Viera y Clavijo; en cambio,
el mar de Cairasco no es el mar que envuelve las Islas, como ad-vierte
Valbuena, es el mar retórico, renacentista, que desembocó su
inmenso desfile de nereidas. amadriades, delfines y tritones por la
angostura de las columnas de Hércules y lo espació por el ancho
océano. Desde su isla de Gran Canaria aprisionó en la pluma tal
brillante cortejo el canónigo Cairasco; pero la teoría de Poseidon
estaba destinada a la pasmosa pluma de Luis de Camoens.
Alguna vez este mar retórico pudo prender la tímida atención del
bachiller Viana, más lo que de cierto sorprende es la justa penetra-ción
que eI poeta tiene del sentimiento del mar.
El mar para el isleño tiene dos sentidos: negativo, cuando es do-gal
que cerca su vida e impide realizar la dicha; positivo, cuando es
' 0 Viana, fdem, pág. 14.
21 h g e l Valbuena Prat, Historia de la Poesh Camria, 1, Barcelona,
1937, pág. 17.
18 MAR^ ROSA ALQNSO
camino que permite a la esperanza cuajar en plenitud. El mar do-gal
produce en el isleña el sentimiento que llamó Unamuno aisla-miento
y aislamiento sintió, incluso con agonía, Cairasco de Figue-roa;
Viana, en cambio, hace florecer en el ansioso corazón de la
infantina de Taoro el positivo sentimiento del mar. El mar es para
Dácil el mensajero, la sorpresa, la ventura; es decir, lo que vendrá:
Incierto mar, no sé si es bien que crea
que atesoras el bien de mi esperanza,
que aunque en creer es fácil quien desea,
temeraria es la incierta confianza;
dudosa estoy cómo es posible sea,
estar entre tus ondas de mudanza,
aquel que ha de ven~ra ser constante
mi dueño, esposo y verdadero amante.
Las aguas apresura porque venga
con más presteza, mira que lo espero
y es muerte el esperar, no lo detenga
tu inquieto movimiento, porque muero;
aplaca ese rigor lo que convenga,
y tráeme ya a mi amado forastero,
que lo deseo y ama el pensamiento
y amar y desear es cruel tormento.
Mas tú solo eres, mar, quien el mal junto
me puede dar, o el bien de todo punto.
Un pájaro muy grande, extraño, ajeno,
espero que vendrá por ti volando.
i Cuándo, cuándo
te veré, afable mar, y en tu bonanza,
seguro y quieto el bien de mi esperanza!
Pero sobre las espaidas poéticas dei mozo tinerfeño cala ei iargo
siglo de historia que su isla contaba ya; el padre Espinosa no sólo
había disgustado a los <cilustres» Guerra, sino que había afeado las
22 Viana, Poem, págs 90-91
492 ANUARIO DE ESTUDIOS A T L A N l I C O S
costumbres de los naturales indígenas y eso no lo podía sufrir su
corazón.
* * *
Tenemos que resumir un gran problema de cultura que se le plan-teó
al hombre renacentista desde los días colombinos, cuando las
tierras crecieron y las aguas se dilataron, ante el pasmo sobrecogi-do
de aquellos hombres. Maduraron los tiempos y el parto que pro-fetizó
el agudo Séneca en su Medea alumbró una criatura extraña,
no menos expectante frente al ser que tenía delante: por vez primera
en la historia del Mundo (al menos con la conciencia histórica de
ello) se avistaron el hombre natural y el civilizado europeo, porque
el hombre isleño y americano fue sentiuo como hombre naturai y
por tanto, mejor, en ciertas dimensiones, que su descubridor. Una
atmósfera de maravilla circula por la pluma de Berna1 Díaz del
Castillo, al entrar las huestes de Hernán Cortés a la impresionante
ciudad de México: en los conquistadores vio al principio Moctezu-ma
también ia consumación ue ios tiempos que ie profetizaron sus
zahoríes, y en los españoles primeros, las señales de unos semidio-ses.
¿Cómo olvidar el asombro del buen Sigoñe, en el canto cuarto
del <Poema> de Viana, al presenciar el desembarco de los españoles
y la descripción que, del caballo, arcabuz, tambores, pífanos, vesti-dos,
etc., hace a Bencomo, al entregarle la famosa espada sustraí-da
a Trujillo?
Pero del trasfondo de su cultura humanística le venía al hombre
renacentista la admiración por aquel otro hombre natural, el hom-bre
de la Edad de Oro, evocado ya por las remembranzas de Virgi-iio
y ios ciásicos iatinos que, como ios que viven toda madurez cui-tural,
evocan siempre la alborada de su ya muerta primavera. Para
e1 hombre clásico toda pureza y vida íntegra está en el hombre na-tural
y puro, que no se ha contaminado con la civilización. Todavía
el sol de las bardas cervantinas alumbra con un rayo quebradizo las
palabras de Don Quijote a ios cabreros: qilichosa edad y siglos di-chosos
a quien los antiguos dieron el nombre de dorados!». Con ese
hombre natural de una edad primera creyó habérselas el humanista
del siglo m, que pensó verificar en él sus citas virgilianas; de ahí
nace el sustrato donde enraiza la postura de Fray Antonio de Gue-
20 MARÍA ROSA ALONSO
vara, de Alonso de Ercilia, de Pedro de Oña, del padre Vitoria. Si
el celo piadoso se extrema, surge la actitud del padre Bartolomé de
Las Casas, y si unos extranjeros más hábiles que estúpidos arriman
la brasa a su sardina, sale aquella famosa leyenda negra en la que,
por fortuna, no cree ya nadie en serio.
Pero hay que entender esta mecánica para alojar el amor que
aquella gente literaria sintió por el «pobrecito» indio o por el «PO-brecito~
guanche, con la ventaja de que el pobrecito guanche no se
comía a sus semejantes, ni los sacrificaba cruentamente a sus ído-los.
Los «naturales» de nuestro Antonio de Viana son tan excelentes
y poseen tales virtudes, que sólo el bautismo necesitan para ser las
criaturas mejores de la tierra. Verdad es que los conquistadores de
Vl-_n_, S Q ~ ,g r i m l ~ m ~Q,~ Q Sm- ray&s~c; y r.nmnlid~s cahaller~c;y~
que «el noble» Lugo o «el ilustre Guerra» casi resultan seres semi-angélicos,
aunque sepamos que la verdad histórica es bien diferente.
No importa. Antonio de Viana quería hacer un <iPoema», es decir,
una factura poética, una labor de armonía y de amor, una cuenta de
suma, que no de resta.
El poeta se detiene con morosidad de orfebre en pintarnos bellí-simos
y delicados retratos de las infantas Dácil, Rosalba, Guacima-ra
y del gran mencey Bencomo. Dácil es la ilusión y el ensueño;
Rosalba, la mansedumbre y la resignación; Guacimara es la pasión
en llama viva de su propio fuego. En ellas tres pueden mirar sus
rasgos nuestras mujeres; tipo habrá que encienda su lámpara al nu-men
soñador de la infantina de Taoro; recatada y sencilla verá otra
en las aguas de su alma a la dulce Rosalba, pero no faltará quien
queme sus alas de pasión en el teide cálido de la ardiente Guaci-mara.
¿Y nuestros hombres? Los tendremos bravos, firmes, duros,
pero tiernos (como lo es siempre toda virilidad auténtica) en aque-llos
que tengan por patrono de su carácter la majestad de Bencomo;
otros que morirán en su empeño, como el bravo Tinguaro; habrá
mozos buenos y sufridos, como aquel príncipe constante que fue Gue-
LbAul,l , O bravo y ~ p ~ ~ i ~~ü~~~~ e~l r&oiurjido, & &&i= , de Tárirci.
En el <¿Poema» de Antonio de Viana tiene el tinerfeño el breviario
de sus entrañables horas insulares: en el canto cuarto verá el es-pectáculo
de la hermosa lucha canaria; en el sexto admirará las
excelencias de nuestra maravillosa Virgen de Candelaria; en el oc-
494 ANUARIO DE BST UDIOS ATLANI I C O S
ESTUDIOS SOBRE ANTONIO DE VIANA 21
tavo, la estupenda batalia de la Matanza edificará siempre el cora-zón
tinerfeño. Con pluma digna de Alonso de Ercilla, Viana nos
describirá un torneo que termina con las mismas elegancias de es-pañol
señorío que Diego de Velázquez pintó en Breda; un episodio
de sana picaresca y de sabiduría real será el de Bencomo y Zeben-zuí,
en el canto décimo; capítulo para el genealogista (planta peren-ne
del jardín isleño) será el canto XI con su inmensa e inacabable
lista de conquistadores, porque Antonio de Viana, como perfecto es-pañol,
tiene un sentido demócrata de la nobleza, como nuestros gran-des
reyes lo tuvieron, y al insertar unos 998 hombres daba patente
conquistadora a gran parte de la población tinerfeña de sus días ...
A partir del canto XII (como en la segunda parte del Quijote) el de-
&%-e del a:ma qUe cai=ifid&. s~ ocaso a*rieiite ya tudo he i l &ytor.
Para los veinte años floridos del mozo lagunero vencedores y venci-dos
se dan las manos y el <Poema», como las comedias, termina en
bodas. Las bodas son el broche que cierra el canto de cimeras deli-cadezas:
el hermoso canto quinto donde trinan sus amorosos arpe-gios
los pájaros, las aguas de ia tersa Laguna, la umbría de la tu-pida
selva, que sirven de escenario al encendido diálogo de amor
purísimo que la infantina Dácil y el capitán Castillo entretejieron en
la fuente. Esta exquisita pareja, fundamentada quizá en una reali-dad
histórica, dará la nota simbólica de la isla misma, representada
en Dácil: lo sedante, lo esperanzado, lo que no se basta a sí misma;
Y el continente, el airón movible, la realización del ensueño feme-nino
que complementa la varonil promesa cumplida; eso es lo re-presentado
por Castillo.
El mozo Viana, andando el tiempo, será insigne y grande médico;
ejercerá en La Laguna, donde amarguras sin nombre y enemistades
con personajes influyentes de la Ciudad darán lugar a que la pierda
de vista para siempre en 1633; tras no larga estancia en Las Pal-mas,
torna a la Península. Ya en la vejez de Viana, el Maestro Cal-dera
de Heredia nos contará que nuestro hombre cauterizaba a los
enfermos de peste en Sevilla, con gran admiración de la gente, en la
terrible epidemia de 1649; todavía sabemos que ejercía en 1650, a
los setenta y dos años; aún su letra es clara y firme; los apellidos
que se pone son Viana y Mendieta: el de su madre y el de su ma-drastra.
¡Extraña conjunción de dos mujeres en la vida del viejo
22 MAR^ ROSA ALONSO
médico! ¿Recordaría en los días sevillanos los halcones que sobre-volaban
las aguas de la laguna, persiguiendo a los pájaros? Acaso
él se sintió pájaro perseguido de halcones y huyó definitivamente de
su ciudad natal. De la maravillosa realidad espiritual y metafísica
de la pareja Dácil-Castillo queda el vestigio inventariado de unos
molinos para gofio, unos tenedores, unos manteles de presilla, unos
platos de vidrio, todos los enseres de un hogar canario y peninsular
en hermanada coyunda 23. De la laguna ausente han quedado nos-tálgicas
nubes grises que se agolpan al atardecer sobre su vega,
añorando el bruñido espejo de las aguas. Del poeta nos queda la ju-venil
arquitectura de Tenerife, que trazó a versos en su mocedad.
Viana nos legó el gran templo poético en el que cada corazón tiner-fpñn
~ I I P ~ P1 ev&ar, hasta la eternidad, la hornacina para un rito
encendido y entrañable por su Isla única.
Hace años que bebía yo los vientos por Antonio de Viana. Como
este poeta vivió en el siglo XVII, conviene advertir que sólo me pren-dé
de su obra. Ahora las muchachas beben los vientos por los ac-tores
de cine; por los actores más que por las películas y parece que
los «iracundos» y feroces las trastornan, por lo tremendos.
Mi entusiasmo por Viana fue de una clase más humilde. La obra de
Viana ha sido (no es cosa de volverlo a repetir) representativa de la
esencia misma de la Isla. Es nuestro libro clásico máximo; me re-fiero,
claro es, a su «Poema»; al «Poema» de Wana.
La doble calidad de este @oema», su valor literario, primero, y
su carácter de pretendida historia versificada, después, me planteó
muchos problemas cuando escribí mi libro sobre él; algunos intenté
resolverlos, y otros, por supuesto, no logré que alcanzaran plenitud
de claridad, bien porque entonces los medios documentales habidos
no me lo permitieran, bien porque mis naturales luces no fueran lo
suficientemente claras para iluminarlos.
2s Vid el inventano del hogar de Gonzalo del Castillo en Leopoldo de
La Rosa, La égloga de Dácil y Castillo, en <Revista de Historia», núme-ros
90-91, de abril-septiembre de 1950, tomo XVI, cfr la p5g. 127.
496 ANUARIO DE ESTUDPOS ATLANTICOS
ESTUDIOS SOBRE ANTONIO DE VIANA 23
Todo el mundo lo sabe hoy, a la altura de la ciencia literaria, que
los datos de una biografía valen en tanto que el biografiado ha he-cho
obra importante y justamente porque ha hecho obra importante,
como interés ancilario, secundario siempre, uno se entusiasma por
saber cómo sería la vida del autor valioso; quiénes fueron sus pa-dres,
dónde nació, qué familia hizo, dónde vivió, cómo lo trató la
sociedad de su tiempo, etc. A veces un trozo de biografía puede ex-plicar
el sentido de una obra, o, fragmento de la misma; eso es ver-dad,
pero no lo es menos que no conviene deformar la escala de
valores, sobre todo si se trata de vidas que transcurrieron en siglos
lejanos. Conste que no desdeño, ni mucho menos, un detalle biográ-fico,
sobre todo si se tiene ángel para sacarle partido, pero lo sitúo
teme plaa y mera f,ciS~ uilrriliar y mr?ra fur,dair,enta!.
Como es obvio, una obra en torno a la de un escritor no agota
jamás todo lo que de ella puede decirse, máxime que cuando un
autor es verdaderamente clásico es cuando tiene que decir a cada
generación respuesta a una pregunta. Cuando una obra ya nada tie-ne
ijue decir, ha pasadhef jnpLivaiiiede paliteóii. y fortuiia,
el «Poema» de Viana creo que todavía tiene sus secretos y ojalá no
los revele por entero nunca.
Ya hace años supe que la vida del propio poeta (no su obra, y es
lástima) interesaba a unos jóvenes investigadores tinerfeños, por dos
artículos que en 1957 (21 de septiembre y 4 de octubre) publicó en
«El Día» la señorita Videta Rodríguez, de la que, por cierto, hace
muchísimo tiempo no he vuelto a leer nada, ni se qué ha sido de ella;
era una joven con gran entusiasmo literario y un desenfado muy
simpático que me gustaba. Por la señorita Rodríguez me enteré que
unos jovenes (ella no d ~ osu s nombres) amigos suyos habían averi-guado
que Antonio de Viana no era bisnieto del conquistador Juan de
Viana, sino «nieto de un arriero portugués, natural de la Madera e
hijo del sastre Francisco Hernández, en cuyo apellido, de ignorada
procedencia, no se sabe documentalmente que haya nada de guan-che
».
La señorita Rodríguez me pasaba a mí las culpas de semejante
ignorancia y con una desdeñosa reconvención me amonestó así: «No
comprendemos cómo María Rosa Alonso, tan meticulosa en el aná-lisis
e investigación de todos los datos del "Poema", se le escapó el
Núm 24 (1978)
32
24 MARíA ROSA ALOPiSO
desacierto del origen de Antonio de Viana. La suerte y el Archivo
Notarial de La Laguna le jugaron una "mala pasada"; porque, sin
que ella lo supiera, jcuánta luz sobre su familia materna! Un padre
sastre y un abuelo arriero y portugués, nada menos, en lugar de un
héroe castellano y conquistador» («El Día» del 4 de octubre de 1957).
Cuando leí ese año los dos artículos citados de la señorita Violeta
Rodríguez, desde este duro trópico, la cosa me hizo hasta su gracia,
a pesar de la regocijada malevolencia de la señorita. Aparte de que
ella no entendió muy bien que el hecho de que Viana incluya la lu-cha
canaria, hecho valorado por mí entre la tópica del poema épico,
no quiere decir que yo dude de la existencia de tal lucha canaria,
la calidad de la parentela vianesca descubierta por sus jóvenes ami-gos
resulta para mí tan divertida como la geneaiogía de ciertos cro-nistas
de provincia; una vez más tenía sentido la ascendencia del
pícaro, al lado de la del caballero, pero tal extremo merecería otro
comentario y no ahora.
Que el poeta lagunero descendiera o no de un posible Juan de
Viana, presunto bisabuelo (y no abuelo) de nuestro Antonio, como dijo
Rodríguez Moure, siguiendo a don Fernando de la Guerra, era cosa
que me tenía sin cuidado. Tomé el dato conforme lo haiié y escribí
que tal «parecía» ser el origen del Bachiller, sin entrar demasiado
en ello. En cuanto al Archivo Notarial, estaba entonces en un sótano
del Edificio Imeldo Serís, y el día que mi excelente amigo, don Leo-poldo
de La Rosa (a quien tanto dato sobre conquistadores debo) me
acompañó a aquel antro de tierra y cucarachas, para averiguar unos
extremos vianescos, salí con las narices y la garganta iiena de pol-vo.
No se me escapó que una detenida investigación de aquellos le-gajos
habría dado más datos sobre Viana, pero investigar tal y co-mo
aquello estaba por 1950 (mi libro es de 1952) era imposible.
Mas hubiese sido una puerilidad semejante a la de la señorita Ro-dríguez
el contestarle algo tan palmario como que entonces tal Ar-rhiw
era inaccesible: por la tierra, por la incomodidad del lugar,
por no estar abierto, etc., y, sobre todo, porque yo estimaba funda-mental
la obra, el «¿Poema», pero un arriero portugués, la verdad,
no justificaba tampoco sufrir tanto polvo ... Y claro está, dejé la cosa
así, y pensé que la señorita Rodríguez quería hacer ruido con nue-ces
secundarias que, después de todo, no eran de su propia cosecha.
498 ANUARIO DE ESTUDIOS A T L A N T I C O S
ESTUDIOS SOBRE ANTONIO DE VIISlYA 25
Pero ahora vuelve la persona de Viana a ocupar sitio en la Pren-sa
insular y ya no por motivos indirectos de una señorita periodista '
y sus amigos, sino que un importante investigador extranjero, serio
y laborioso, el profesor Cioranescu, ha descubierto puntos de vista
nuevos, al parecer, sobre el poeta tinerfeño.
Leo, con el retraso habitual que la lejanía proporciona, unas no-tas
en la prensa tinerfeña del mes de junio pasado; no hago al pro-fesor
Cioranescu responsable de posibles erratas de un recorte de
prensa que dice así: «El Dr. Cioranescu adujo datos documentales
sobre el médico poeta Antonio de Viana y trazó un esquema nuevo
de su vida en Tenerife. Aclaró que sus ascendientes eran activos
comerciantes, especialmente su abuela, patrocinadora de sus estu-uA:
l-vna , cla -prv,naoarlur,cnlna rc,r- r llan lorrivnn-a n a l l n rln Inc Ri lncnnor - dn 1s .criA-> ~agui ir.sub unr. ur. ~ v uA v i r . u v & i r u , ur ru r -u-de
Antonio, que prefirió la profesión médica al estado eclesiástico,
al que le destinaba su protectora; rectificó varios datos importan-tes
como la supuesta muerte de sus hijos en las calles de La Lagu-na
y otros cronológicos, El disertante y algunos de los presentes su-
&&fi~nn tnrlsrn'q 1- r\neih;l irlod de ~ U ~ T Jp~ iC~Jt zd~ ~ ~ ~ t~e- ~ e ~ t & ~ 6 A . L Lb',!" U V U U Y IU IU ~ V ~ I V I I I U ' & U
cantes al médico Viana, cuya vida conocida se nos pierde en Ma-drid
por 1635 La disertación fue muy apreciada» (<<La Tarde» del 15
de junio de 1964, pág. 3).
Aún dentro siempre del carácter secundario de los datos biográ-ficos,
es indudable que todo cuanto amplíe un mayor conocimiento
de la vida de nuestro máximo clásico isleño nos interesa a todos los
vianistas y a muchos que no lo son; es lógico que los «desempolva-dos
» archivos revelen sus secretos a los buceadores, pero hay algo
que no entiendo: ja quién le rectificó el doctor Cioranescu la su-puesta
muerte de los hijos de Yiana en La Laguna? Porque eso ya
lo rectifiqué en la página 484 de mi libro, en la que incluyo un frag-mento
de un escrito del propio Viana; se lee en él que entre los
motivos que el poeta tenía para irse de Tenerife, uno era que «han
querido matar alevosamente a dos hijos míos y malherido a uno sin
CduSa y quer~6iidoiñe matar a mí mismo en ia plaza p$~iica». ¿a
cosa creo que la dejé bien clara jno?
Tampoco entiendo la afirmación de que el rastro de Viana se
pierde «en Madrid por 1 6 3 5 ~Y o creí haberlo encontrado trabajando
en Sevilla de médico, en 1649, según cita del maestro Caldera de He-
Nkm 24 (1978) 499
26 MAR~A ROSA ALONSO
redia (pág. 490 de mi libro) y la firma del poeta parece ser la suya
en el documento hallado por el señor La Rosa y que publiqué en mi
libro, gracias a su amabilidad; el documento es de 7 de junio de
1650, fechado en Sevilla. Pero si el Viana auténtico desaparece en
Madrid por 1635 y se me prueba documentalmente, estoy dispuesta
a rectificar, ya que nunca he creído ser la única persona que está
en posesión de la verdad.
Que la abuela de Antonio, Ana González, quería que el poeta
fuese clérigo o sacerdote, ya lo digo en la página 466 de mi libro,
al reproducir un fragmento de su testamento.
Lo inteligente en una persona que escribe una obra en la que tie-ne
que contar con materia documental es aceptar las rectificaciones a
N
-p-l--uL liaL..~-:..,u. slaay las adiciones perG;;er,tes y m afermrse a puerilidades
de pueblo; estoy, por consiguiente, muy interesada en saber en qué O
n sentido ha trazado el doctor Cioranescu «un esquema nuevo» -como
-
m
O
E leo- de la vida de Viana en Tenerife. E
2
La novedad que para mi libro trae esta reseña es que la abuela -E
de Viana era posadera en la calle de Los Mesones y que hay «otros»
3 datos cronológicos» que rectificar, pero no se consignan y me quedo -
sin saberlos. -
0
m
Más riqueza de pormenores trae una biografía del poeta que apa- O
reció en «La Estafeta Literaria» de Madrid (núm. 282-83, enero 4-18
n de 1964, pág. 106). A juzgar por lo que este periódico dice es posible -E
que el autor sea el joven historiador Vizcaya Cárpenter, pero no a
2
puedo afirmarlo con certidumbre. Allí se lee que Viana era hijo de n
n un sastre y nieto de un almocrebe portugués.
3 Es sabido que la lengua tenía más arabismos en el siglo XVII que O
en la actualidad; lo mejor es, pues, explicar al posible lector que al-rnocrebe
quiere decir arriero. También Rodríguez Moure daba otro
arabismo para el oficio del padre de Viana; decía Moure que Fran-cisco
Hernández era almotacén; es decir, fiel contraste o contrasta-dor
de pesos y medidas. ¿Quién quita que el buen Francisco Her-nández
fuera en un tiempo sastre y en otro, fiel contraste? ¡Sabe Dios
qué cosas más sería! Claro que con tanto portugués como cayó en-tonces
por la Isla, nada de particular tiene que lo de Viana le ven-ga
de la Viana portuguesa, aunque también hay el topónimo espa-ñol
y hace falta saber bien y demostrarlo documentalmente que ese
500 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
ESTUDIOS SOBRE ANTONIO DE VIANA 27
modesto Hernández no tiene nada que ver con lo guanche, porque
tengo para mí que casi toda la gleba modesta tinerfeña tiene raíz
indígena; la mayoría de la gente campesina o de ascendencia cam-pesina,
como yo, simple y anónima casta agraria, como mi gente,
tiene raíz guanche. Al menos tengo esa ilusión.
Otra novedad para mi libro es la de que Viana regresó en 1597
de la Península con una mujer «que más tarde sería su esposa». De
modo que el mozo Viana se encontró sin duda en Sevilla a Francisca
de Vera, se la trajo a La Laguna y, claro, había que legalizar aquel
viaje a lo Paris sin Menelao. ¡Por algo dudaba yo de que el mozo
hiciera dos bodas! (pág. 468, nota, de mi libro).
Tengo, pues, que rectificar lo que escribí en la página 470 de mi
obra, aünyUe t e d ~ sE ~ S ~firmacimes,c wtnrlo no las puedo avalar
documentalmente, llevan adverbios de duda: <Acaso marchó por vez
primera de La Laguna para Sevilla en 1599», siendo así que debo
decir fue por segunda vez. Otra noticia que añadir es que Viana fue
<escribiente de un notario» y que tuvo «otros oficios», que consig-mré
z~andeIe s sepa. Le9 ademgv qce en 160.5 regres6 a La Lagi~ria.~
donde vive hasta 1610. Y, por último, que la fecha exacta del ataque
a sus hijos fue en la Navidad de 1632. Estas son las novedades que
añadir en 1964 a una obra publicada en 1952.
Estoy segura de que el doctor Cioranescu ha encontrado cosas
más importantes que unas cuantas fechas precisas y unos oficios
(posadera, sastre, arriero) para la parentela. Sin ánimo ridículo de
polémica aIguna, que en cuestiones documentales carece de sentido,
pues los hechos son los hechos y los documentos son los documentos,
mucho le agradeceríamos los vianistas y yo muy especialmente al
derter Ciermescu qur pub!icar~ u2 &.fcglc, ~ . 7 a r i ~pe~r,c &ws
y docun~entados, sobre lo descubierto por él en los archivos. Las
revistas salen tarde y lo mejor sería publicar el trabajo en un pe-riódico,
sin perjuicio de darle posteriormente otro porte editorial.
Soy impenitente lectora de la prensa tinerfeña, que manos fami-liares
me remiten, esté yo donde esté; su lectura es para mí des-canso
y grato solaz (no me gusta eso de «hobby»), por ello, cuando
28 MARÍA ROSA AWNSO
este bregar diario de ganarme la vida a pulso me permite un tiem-pecito,
la leo. A veces me vienen, juntos, un trimestre de «El Día»
y otro de «La Tarde», y voy leyendo conforme puedo. En ocasiones
faltan algunos números; pido, pues, perdón por dos cosas: por leer
esa prensa tarde y por si algo que en ella aparece, a mí se me es-capa
involuntariamente.
En «El Día» del 13 de diciembre de 1967 leo la grata noticia de
que el profesor Cioranescu ha encontrado «dos obras desconocidas
del poeta Antonio de Viana»; se trata de una conversación de Luis
Alvarez Cruz con el mencionado profesor. La conversación ha me-recido
los honores de primera plana y rótulo de letras gruesas, más
retrato del señor Cioranescu, porque para nosotros todos es siempre a
N .rA+l;,.:.v. izLza de !a plans. primera !c y ~ ae V iur?a se refiera.
En «La Tarde, del 5 de marzo de 1968 leo un artículo de don En- O
n--
rique Romeu Palazuelos titulado: Armas y Letras. Antonio de Via- m
O
E na compra una espada. No sé si han salido más noticias de descu- E
2
brimientos en torno a Viana, o siquiera algún artículo más hablando -E
de él, porque me faltan algunos números de nuestra prensa; ruego,
3 pues, que no se tome mi silencio a desdén o descortesía, sino a ig- -
norancia involuntaria. -
0
m
E
En 1952 salió en Madrid un mamotreto mío de 697 páginas, titu- O
lado El Poema de Viuna; como se trata de un secreto conocido por
n
unas diez personas en las Islas, permítaseme el atrevimiento de au- -E
tocitarme, pero el haber publicado semejante obra me obliga, por a
2
decoro profesional. a estar alerta respecto a Viana, a fin de am- n
n
pliar o rectificar. en su caso, cualquier extremo en ella publicado.
3
Los «descubrimientos» del profesor Cioranescu son dos: es decir, O
que hay dos obras más de Viana ignoradas por mi libro: la primera
(según escribe AIvarez Cruz), «de carácter médico» e impresa pro-bablemente
en Sevilla, hacia 1637. Como su existencia está registrada
en el Catálogo de la «Hispanic Society», recientemente aparecido, al
señor Cioranescu fe parece «que era más o menos normal, o por lo
menos poco sorprendente, el que no haya sido señalada hasta ahora
esta obra». Respiro tranquila, pues mi libro, repito, es de 1952, y el
referido Catálogo lleva fecha de 1965. al menos el que yo he visto
Me dio gran magua de que los condenados norteamericanos, posee-dores
de casi todo, arramblaran con esa obra de Viana; ellos, con
592 ANUARIO DE E S T U D I O S A T L A N l Z C O . 5
ESTUDIOS SOBRE ANTONIO DE VIANA 29
su dinero, pueden adquirir los bienes culturales tradicionales, pero,
como es gente trabajadora y eficaz, hacen buen uso de sus adqui-siciones,
así que no será dificil ver alguna vez el «Discurso en la
herida que padeció Juan Baptista Silman, señor de la villa de Bor-bujos
» (sic), que acaso sea natural errata de Bormujos, pequeña
villa del partido judicial de Sevilla, pues por aquellas tierras an-duvo
nuestro poeta; tal es el título de la nueva obra de Antonio de
Viana, no dado por el señor Cioranescu en su conversación perio-dística,
y que aparece en e1 Pinted Baoks. 1468-1700. The Hispanic
Society of America, New York, 1965. No cito en inglés por pedante-ría,
sino en testimonio de que he visto bien tal Catálogo.
Pero si es cierto que nadie puede acusarme de que en 1952 no
diera w&,a & &ra & !u que Gene piIihjira noticia en 1965.
no es menos cierto que no debería tener yo perdón por algo grave y
«sorprendente>: no haber consultado en la Academia de la Historia
un manuscrito de Viana; tal manuscrito estaba esperando la diligen-cia
que ningún v.i anista ha tenido antes de1 señor Cioranescu. Con cierta reeoilver,c:=,:: se !ee, u rcnt ixxxión, en d informe de Alvarez
Cruz- «No es el mismo caso de la segunda, cuyo manuscrito se con-serva
desde hace más de ciento cincuenta años en la Real Academia
de la Historia de Madrid, y que ha sido ampliamente extractada y
estudiada por un bibliófilo tan conocido como Gallardo, cuya obra
impresa está en las buenas bibliotecas».
Es como para morirse de vergüenza, en estricta ética investiga-dora.
Resulta que Gallardo ha dado cuenta de esa obra de Viana y
la ha descrito en su conocido Ensayo de un catálogo de libros raros
y curiosos y esta pobre criatura que soy yo ha estado en el reino
de Babia... -m ~ i ---- - - " - * 1 remenao :
Pero no se sonría e1 lector (caso de que tenga alguno, cosa que
dudo) y espere, si es que le interesa, más adelante. porque cuando
Ias cuestiones se alargan, resultan muy latosas y ya no hay quien las
lea de grandes dimensiones; libros, desde luego que no. Puesto que
«gato escaldado, de agua fría huye», demos estas «vianerEas» a pe-queñas
dosis, o <diócesis», como decía el humorista.
30 MARIA ROSA ALONSO
El pdmetazo que el profesor Cioranescu da a todo vianista (en-tre
los que, con toda modestia, no puedo menos que contarme) es
morrocotudo como se leería más arriba. Tal reprimenda se ha dado
en la segunda comunicación que el citado pr~fesor ha hecho nada
menos que al Instituto de Estudios Canarios (una entidad de serios
estudiosos) sobre Viana. La primera tuvo lugar el 3 de junio de 1964,
según dos recortes de «La Tarde», que conservo. A las novedades
que, sobre la parentela y vida del poeta lagunero, había encontrado
el señor Cioranescu aludí en un amplio artículo mío, aparecido en el
mismo periódico, «La Tarde», fecha 1 de septiembre de 1964 y titu-lado
Otra vez Antonio de Viama.
a
Y vamos con el auténtico descubrimiento del señor Cioranescu. N
Efezt)Jam&e, se t a t a de U ~ uZb ra. y ~ dees cribe &liardo m
O conocido Ensayo, muy ampliamente. Copio la signatura: «4.286. Equí-n--
votos moraIes del Dr. Viana». Ms. original en 4.O-240 ps ds Existe m
O
E
en la Biblioteca de la Academia de la Historia, grada 6." D. núm. 166~. SE
Sigue la ampIia descripción del manuscrito. -E
Y para la Academia de la Historia se fue, sin duda, el profesor 3
Cioranescu, pensando en la tontería de los miopes vianistas que le --
0 habíamos precedido; a lo mejor, hasta se fotocopió las 240 páginas m
E
de la obra del «Dr. Vianax Ahora bien, ¿puede probar el señor Cio- O
ranescu que este «Dr. Viana» es nuestro Antonio de Viana? n
Por ignorante que yo sea (y lo soy bastante, porque a mí no me -E
a
duelen prendas) lo menos que se me pudo haber ocurrido debió ser A
n el averiguar quién era este <(Dr. Viana», cuando me lo encontré, con n
n
los demás Viana, en la famosa obra de Gallardo. Que yo conocía la 3
obra de Gallardo está claro, porque la cito en las páginas 31 y 475 O
de mi libro y no es tan difícil hallarlas en él, ya que tiene índice de
autores. Si tuve deIante de mis narices la obra del «Dr. Viana», «am-pliamente
extractada y estudiada por bibliógrafo tan conocido como
Gallardo», y no la di como de nuestro Antonio de Viana, por algún
motivo sería, jno es verdad?
Y menos mal que el señor Romeu Palamelos, en su artículo de
«La Tarde», del 5 de marzo de 1968, citado con anterioridad, no se
«sorprende» de que los vianistas hayan cometido negligencia en no
24 Recogido en el trabajo anterior
504 A N U A R I O DE ESTUDIOS ATLAXTICOS
ESTú'DIOS SOBRE ANTONIO DE VIANA 31
haber averiguado que Antonio de Viana compró una espada en JU-nio
de 1599, pues con gran circunspección dice: <mo se si el episodio
es conocido». iMenos mal!, repito, pero él ah, eso sí, quiere (por si
acaso no lo fuere, ¿verdad?) contribuir a la memoria del poeta, aho-ra
que se va a hacer nueva edición de su obra famosa, contando el
episodio.
Sería una idiotez mía, digna de risa, el que yo tuviera la preten-sión
de que mi librote sobre El Poema de Viana fuese leído por to-dos
los canarios cultos. ~ D ~ omse libre! Ni siquiera me parece mal
que no lo hayan leido los estudiosos de Filología Románica de La
Laguna; no señor. No se me escapa que es un tomo voluminoso y
acaso de lectura pesada y nadie está para aguantar latas, pero no
estaría mal que lo ieyeran los que se dedican a ia investigación ca-naria
y, por supuesto, es de lectura obligada, no sólo de los vianisfas
especializados, sino de los que quieren escribir sobre Viana.
Tal obra (io afirmo sin falsa modestia) no es nada del otro mun-do
(ya tengo años suficientes para saber lo que digo), pero supuso
un esfuerzo en el tiempo que la escribi, con los medios deficientes
que entonces contaba para hacerla y el Archivo de Protocolos im-posible
de frecuentar, no como ahora, con todo en su sitio y sin polvo
y telas de araña. Son, repito, 697 páginas, pero tienen índices y 1á-minas
(eso que los chiquillos españoles hemos llamado «santos»); al
señor Romeu Palazuelos le sobra, en su simpático artículo, ese < - o
sé si el episodio es conocido». Ya sé que es un abuso pretender que
él lea mi obra, pero, si quiso escribir sobre Viana, ¿por qué, al me-nos,
no miró «los santos» de mi libro? El documento al que el señor
Romeu se refiere está reproducido al frente de la página 472 y el
incidente de ia espada, comentado en Ia 46Y.
Mi libro será un trabajito modesto; se puede discutir y rebatir
jcómo no! Tendrá, sin duda, defectos (yo misma le he encontrado en-diabladas
erratas) y es decente que reconozca sus limitaciones, pues
sólo en los soberbios radica el no rectificar nunca, pero lo que no
puede es ignorarse por los que escriben sobre Viana, y no lo digo
por mi, sino por ellos, pues es verdad que soy una vianista media-na,
lo confieso, pero los que no lo han leído son unos vianistas ig-norantes.
Conste que no escribo que son ignorantes, sino vianistas
ignorantes; es decir, se puede estar contra mi libro, pero no sin él.
32 MARÍA ROSA AJXNSO
Veamos ahora, por qué silencié ese «descubrimiento» del profesor
Cioranescu.
Preguntaba con anterioridad, si el profesor Cioranescu puede pro-bar
que el «Dr. Viana», cuyo manuscrito sobre Equivocos morales
describe «ampliamente» Gallardo, es nuestro Antonio de Viana. Le
dijo el citado profesor a Luis Alvarez Cruz que los tales Eqdvocos
morales «sirven para colocar mejor a Viana dentro del ambiente ba-rroco
de su época» y etcétera, etcétera.
Y dé gracias a Dios el profesor Cioranescu de que la Academia
de la Historia no le haya autorizado todavia a publicar el manuscri-to
(¡ni el Señor 10 permita!), porque habría sido un gasto y un tra-bajo
inútil. El autor de los Equívocos morales no es nuestro Antonio
de Viana. Se trata simplemente de eso, de un «equívoco».
¿Y cómo puedo yo probarlo? Pues leyendo lo que dice el autor
de los Equívocos. Al referirse él mismo, en el folio 22, a las diferen-cias
que existen en la especie humana, escribe: «Y esto quiso dar
a entender la Antigüedad en su fabulosa teología que Ovidio refiere
en sus Transformaciones y yo traduje y comenté ... cuando cuenta la
tra.nsformación», etc.
Es decir, que el autor de los Equivocos mordes afirma que él
tradujo y comentó las Transformaciones de Ovidio. o sea Las Meta-morfosis;
ahora bien, los eruditos de Ovidio en España y otros que
no son eruditos saben que Las Transformacimes traducidas por el
Licenciado Viana, vecino de Valladolid, corresponden a Pedro Sán-chez
de Viana y aparecieron por vez primera en 1589; se conocieron
mucho en el siglo xvrr, y aún más tarde las he visto citadas. Como
el apellido Viana resulta menos frecuente que el Sánchez, la costum-bre
era citar por el Licenciado Viana, que ya sería <Doctor» al es-cribir
los Equivocos, obra posterior, como se ve. a Las Transforma-ciones
o M-etamorfoszs; algo parecido paso a nuestro Viana con sus
apellidos, y pasa aún a personas actuales con los suyos, pero el he-cho
despistó al señor Cioranescu, aunque el cauto Gallardo pone a
este «Dr Viana» entre los demás Viana, incluso el nuestro, claro está,
sin más Creo que está muy claro. ¿verdad? Una cosa es Antonio
506 A N U A R I O DE E S T U D I O S ATLANTZCOS
ESTUDIOS SOBRE ANTONIO DE VIANA 33
de Viana y otra Pedro Sánchez de Viana. Mejor dicho: una persona
es uno y otra persona es otro.
Pero lo verdaderamente extraño es que el profesor Cioranescu
no lo averiguara, porque pudo averiguarlo de haber leído despacio
lo perteneciente a los Viana que se cita en el referido Catálogo de
la Sociedad Hispánica de Nueva York. Por encima del Antonio de
Viana, autor del Discurso en la herida que padeció Juan Baptista
Silman (que, sin duda, debe ser nuestro Viana), el Catálogo pone a
Pedro Sánchez de Viana y manda al lector a la página de los Sán-chez;
en esa página, que es la 498, se da cuenta de Las Transforma-ciones,
1589, porque, repito, los norteamericanos arramblan con casi
todo y también tienen la obra de éste y de algún otro Viana; ese ti-
L~ 1~ d1e 0La s T r ~ z s f , ~m~ d cdnesbsió udvertir u! pr~fec c rC .imanexu
de que era la obra a la que el autor de los Equivocos se refería y de
que, por tanto, era otro Viana y no nuestro Antonio.
Yo supe esto antes de que el profesor Cioranescu apareciera por
Tenerife a descubrirnos tantas cosas a los canarios y, como era 1ó-gieo,
nu. di !a. abra. r e s ehdz pm Gz!!zrd~ c ~ ? rd, e~ de Kana
el lagunero, autor del «Poema». Hubiera sido algo imperdonable y
poco serio.
No tengo el gusto de conocer personalmente a don Manuel Per-domo
Alfonso, que yo recuerde, dado el largo tiempo que ya vivo
fuera de Tenerife y mis gratas escapadas a la Isla son rápidas, por-que
uno es prisionero de su obligación, más que de su devoción, pero
un deber de cortesía me impone darle las gracias por una larga cita
que en su laborioso trabajo de 3 de mayo de 1968 hace a mi libro
sobre El Poema de VÉana; algunas palabras del señor Perdomo son
excesivas y yo las interpreto como meras expresiones amables; otras
no las entiendo, pero quisiera darle una explicación a él y a otros
posibles lectores, ya que Viana y su ciPoema», sobre todo, es algo
tan enraizado y constitutivo de la Isla de tal manera, que todas las
generaciones han tenido su Viana; esto es, su interpretación de una
obra a la que incluso todos tenemos la obligación de divulgar, de ha-cer
más popular, aunque la poesía épica culta, la que proviene del
2-1 %ARIA ROSA ALONSO
Renacimiento, por su misma índole, no lo ha sldo. Pero entre nos-otros,
las cosas han ido de otra manera.
Voy a reproducir íntegros los párrafos de la cita aludida en el
trabajo del señor Perdomo sobre la Cruz de la Conquista, porque
tengo veneración por la exactitud, slempre que se trate de un tra-bajo
de investigación, que es lo serio. Después de aludir el señor
Perdomo a Sigoñe, el personaje poético de Viana, y a su admiración
ante la devoción española a la cruz que traen los conquistadores,
más el comentario del poeta, escribe a continuación:
«Viana calla la fuente o fuentes que utiliza como contrapeso real
a la ficción. Hoy no se duda que tuvo aquélla a la vista, informán-d&
m~chn mejor, m53 ah~.indantemente que el veraz Fray Alonso
de Espinosa.
»Y se implantó el "vianismo", que nosotros consideramos, si se
nos permite, de muy distinta manera a lo enjuiciado por la inquieta
investigadora María Rosa Alonso en su monumental obra estudio de
Viana y su "Poema». Libro que interesa a todos, pese a algunos
despistes que en nada desmerecen del agotador trabajo y la extra-ordinaria
aportación -difícilmente superable- que su autora hace
a la hasta entonces precaria bibliografía en torno al médico poeta.
Puede asustar lo abultado del libro, que siempre nos es grato, pero
61 es la excepcionalidad de que obras de ese tipo nunca aburren y
constituyen valioso caudal de consulta. aunque algunos se aprove-chen
y silencien después.
»Opina -y el subrayado es nuestro- María Rosa Alonso: "La in-tervención
de Antonio de Viana, torció, sin duda, la historiografía ti-nerfeña.
A partir del bachiller lagunero, el 'vianismo' va a ser un
factor decisivo, pero es posible que en la gran fechoría de su his-toria
inventada esté la gran hazaña poética de su obra".
»Por lo que respecta al instrumento fundacional de Santa Cruz
de Tenerife, no hay tal fechoría en lo que más arriba transcribimos
de Antonio de Viana: tal Cruz de la Conquista existí&»
Y hasta aquí el señor Perdomo Alfonso en su trabajo La Cruz de
la Conquista no es un fraude histórico, del citado 3 de mayo de 1968
en «El Día», pág. 4.
508 A N U A R I O DE ESTUDIOS A T L A N T I C O S
Vaya por delante que en ninguna parte de mi libro he dicho yo
que el episodio de la Cruz de la Conquista sea un fraude de Viana;
no creo haber mentado semejante hecho, en el que ni entro ni salgo,
pero del título del trabajo del señor Perdomo y de sus párrafos a
mi obra, el lector que desconoce estas cuestiones puede pensar que
yo he asegurado semejante cosa. Nada de eso.
Tengo la impresión de que el señor Perdomo y algunas otras per-sonas
no han entendido lo que quise decir con lo de la «gran fecho-ría
» de la historia inventada por Viana, y no lo han entendido por-que
la culpa sea de ellos, sino mía; el escritor y el estudioso se debe
siempre a sus lectores, y tiene que explicarse ante ellos, si de ver-dad
se precia de ser solvente.
En una ocaslon en que un cornpanero d o de estubos madriienos
se disponía a dar una conferencia y le preguntara por el tema de
la misma, me contestó: <hija mía, yo voy a hablar de lo que tú irás
a hablar y escribir dentro de poco: de la tesis doctoral; llevo dadas
ya tales y cuales conferencias y escritos tantos y cuantos trabajos
sobre eiia, que es lo que todo el mundo hace». Pero a mi no me paso
eso: sin tener mi libro sobre Viana (hecho a base de mi tesis) ni un
año de haber sido publicado, me marché a América; no tuve, pues,
tiempo de darle la lata a la gente desmenuzando su contenido y dar-lo
en forma periodística. En dos revistas especializadas de las Islas
publiqué un capítulo en cada una, y en un tema para el Ateneo la-gunero
leí un trabajo sobre Viana, pero aparte del libro; es decir,
que en vez de hacer un libro a base de artículos o capítulos previos,
que es lo que casi todo el mundo hace y que tiene gran sentido es-cribir,
lancé el mamotreto, así como un ladrillo; el ladrillo no le al-canzij
a nadie en la cabeza y se quedo enterito, por ahí, sin dañar de
modo perceptible.
No es verdad, como dice usted cortésmente, señor Perdomo, que
mi libro es «difícilmente superable». Los capítulos de tipo histórico,
en los que me vi forzada a trabajar, por la índole del «Poema», hay
que ponerlos al día, porque la investigación histórica nunca está
quieta, por fortuna, y jay del día en que lo esté! Se han publicado
algunos trabajos posteriores dignos de tener en cuenta, aunque sean
discutibles, por supuesto, y todavía los archivos deben guardar al-gunos
secretos; mi profesión no es la de historiadora, sino que sólo
soy aficionada a la Filología (lengua y literatura), pero tuve que
apechugar con la intrincada cuestión de fuentes: las de Viana y un
poco con aquéllas que, a su vez, es éste su fuente. Nadie hasta aho-ra
ha podido dar luz entera, en serio, a tan espinosa cuestión, por-que
yo admito rectificaciones de peso, pero no <historia recreativa»,
ni decires más o menos ingeniosos o gratuitos para «epatar» al lec-tor
ingenuo: el documento auténtico, la cita seria y bien hecha, ava-lada,
es lo que cuenta; lo demás es agua de borraja. ¿Se da cuenta?
Cuando aludí a la «fechoría» histórica de Viana, me refería, como
puede advertirse leyendo con atención TODO mi libro, a esos guanches
paradisíacos, a esos «gloriosos>> conquistadores, a esos Guerra poco
menos que «inmortales» y a toda esa balumba prodigiosa, conmove- a
dora, --LA.--
~ U C L L L ~y, ü e 30s ;ii;er.t6 Viam; me referi u !a deliciu de
la gran novela pastoril cwzsi bizantina, por lo de la anagnórosis, de O
d la pareja Guacimara (itan maravillosa criatura!) y Ruimán, o la -
m
O
E simbólica, expresiva, de Dácil y Castillo, que el fino y malogrado E
2 Agustín Espinosa llamó «mito», pero que yo prefiero llamar símbolo. E
Símbolo de noble, civilizada y humanísima paz y un~ón entre vence-dores
y vencidos, que ya para sí quisiera el mundo actual. Pero na- 3
turalmente que Viana tiene episodios que son, sin duda, históricos, -
0
m
E que debieron recoger la verdad, y que documentos que existen o apa-
O rezcan así lo prueban o probarán. ¿Quién va a negarlo? 5
Yo anuncié en mi libro que iba a hacer una edición del «Poema» n
E
y tenía ilusión por hacerla; el Instituto de Estudios Canarios me en- a
2
cargó hace algunos, no muchos años, que la hiciera, y me puse a n:
n trabajar en ello, pero ahora me dice su antrguo Director, mi admira-do
y viejo amigo don Elías Serra, que la entidad no tiene dinero para 3
O
imprimirla y, por lo demás, parece que el poderoso Cabildo Insular
la está ya haciendo. Un elemental deber de delicadeza me impide
ahondar en esta cuestión, porque a uno lo menos que le debe quedar
en esta vida es discreción y buen gusto, pero ya que usted me dice,
señor Perdomo, que en mi obra hay <algunos despistes», como no
pierüo ia iiusión cie hacer aiguna vez ia mencionada edición, sea
cuando sea, o dejarla hecha, para que alguien la imprima, si yo
hago antes mutis por el foro de este gran teatro del mundo, le agra-decería
que me señalara cuáles son esos despistes, pues me vendría
muy bien saberlos para rectificar (en esa <posible» edición) tales
510 A N U A R I O DE E S T C ' D I O S A T L A N T I C O S
ESTUDIOS SOBRE ANTONIO DE VlAiJA 37
<despistes» míos. Se lo agradeceré mucho, por interés personal, y lo
citaré a usted como al honrado autor que me los ha descubierto,
pero, eso sí, citando usted mis páginas con probidad y aduciendo el
documento serio y veraz que yo, o cualquier lector, podamos con-sultar.
Porque hay gente que tiene la ingenua costumbre de citar,
sin mencionar el libro o documento de donde toma la fuente, y eso,
en investigación, es grave, porque hoy día nadie se lo toma en serio.
Hacer una crítica de obra creadora: novela, poesía, ensayo, tal vez,
requiere unos procedimientos distintos, porque el gusto, la sensibi-lidad
o cultura del crítico pueden desenvolverse bien, pero hacer
crítica en la investigación es algo de tipo científico y Lodo hay que
probarlo y «mis despistes», también.
L"o n toda sencillez estoy Uispüzstzi a. admitir!^^ y 2 i.ectifirur!os;
debo tenerlos, jno faltaba más! Pero hay que probármelos. Y no tie-ne
usted idea de lo muchísimo que se lo voy a agradecer. Todo esto
sin ironías, sin malas intenciones, sin pasarme de lista, sino con sen-cillez
y humildad.
El profesor rumano don Alejandro Cioranescu, que llegó a Tene-rife
por la década de los años cincuenta de este siglo, como profesor
de su lengua natal a la Facultad de Filosofía y Letras de la Univer-sidad
de La Laguna, ha dedicado buena parte de sus dotes investi-gadoras
en nuestros archivos al poeta Antonio de Viana, amén de
otras importantes cuestiones referentes a temas de erudición canaria.
Sus trabajos referentes a Viana son los siguientes:
Antonio de Viana, en «Estudios Canarios», Anuario del Instituto de
Estudios Canarios, IX, 1964, págs. 22-23.
Biografia de Antonio de Viana, en «ANUARIDOE ESTUDIOAST LÁNTI-tos
», XIII, 1967, págs. 117-155.
Antonio de Viana, médzco, en «Acta Médica de Tenerife~, XXIX,
1968, págs. 157-158.
La Conquista de Tene-rife, de Antonio de Viana [el editor prefiere
dar el nombre de Conquista de Tenerife, siguiendo a Franz von
Loher, «Der Kampf urn Teneriffa~, como él mismo dice, al que co-
38 MARIA ROSA ALONSO
nocíamos, por tradición, como <cPoema» de Viana, en versión libre,
ya que Kampf es más bien batalla, combate, que conquista («Ero-berung
»)], Aula de Cultura del Cabildo Insular de Tenerife, 1968,
texto de 384 páginas.
dntroducicón, notas e índices» a La conquzsta de Tenmife, de An-tonio
de Viana, Aula de Cultura del Cabildo Insular de Tenerife, 1971,
412 páginas
Este último estudio incluye los anteriores y añade más documen-tación
encontrada en torno al poeta; conviene advertir que de las
412 páginas del mismo, sólo 195 se refieren al Poema, que anota Úni-camente
hasta el canto IX; las 217 páginas restantes (más de la mi-tad
del estudio) las dedica a un enorme Indice de conquistadores @.&
gina 199 a 368), en el que figuran no ya los que Viana cita, sino los
que el autor sabe que son tales conquistadores, trabajo de gran uti-lidad
histórica y que merecía ser publicado aparte, como producto
de la gran actividad investigadora del señor Cioranescu, pero incluir-lo
como apéndice de un estudio sobre Viana acaso rebase los 1í-mites
de una edición en la que, ante la sorpresa del lector, deja sie-te
cantos sin anotar. Claro que los métodos de trabajo de cada cual
son muy respetables.
El precedente de semejante índice estaba ya en mi estudio sobre
el Poema, pero allí sólo me proponía localizar históricamente a cada
conquistador citado en su famoso canto XI y, con una vez que lo
hallara mencionado en textos históricos, bastaba para mi propósito
de avalar la existencia real de cada uno, con las limitaciones y
precauciones que en mi aludida obra dejé explicado.
Bastantes documentos encontrados en los archivos por el profesor
Cioranescu permiten demostrar la existencia del poeta Viana en Te-nerife
y aún en Las Palmas, en fechas ignoradas al tiempo de pu-blicar
mi obra de 1952. Para facilidad del lector que desee verificar
mis citas, siempre que me refiera a Cioranescu y número de pági-na
se ha de entender la mentada Introducción de 1971 y cuando cite
«mi i i ~ r o »se ha de entender El Poema de Viana, de 1952.
Las aportaciones fundamentales que hace el señor Cioranescu a
lo por mí entonces sabido son las siguientes:
Viana no desciende del conquistador Juan de Viana, que e1 propio
poeta cita como integrante de la compañía de Juan de Esquive1 en
512 ANUARIO DE ESTVDPOS ATEANTICOJ
el referido canto XI; rectifico tal extremo de las páginas 465 y 466
de mi libro, si bien allí seguía la afirmación de Rodríguez Moure con
un «parece», pero rectifico y añado las noticias debidas al profesor
Cioranescu: el bisabuelo de Viana se llamaba Sebastián de Viana,
establecido en Madera, portugués, y padre de Antonio, abuelo del
poeta, quien llevaba su nombre; este abuelo vino a Tenerife en tor-no
a 1560, de modesto trabajador, luego mesonero, muerto hacia 1590,
alrededor de sus sesenta años, casado con Ana González (Cioranes-cu,
págs. 10-13); son los padres de María de Viana, como sabe el
lector de mi libro (pág. 466).
El profesor Cioranescu da la fecha de la boda de María de Viana
con Francisco Hernández de Medina, el 8 de junio de 1572, en los
_P.emp&s & L.^ Lagrn^. (Ci~rur?rscii,p &. 14). f i ~ s r i s cH~er n&ndez
era sastre y luego almotacén, como sabíamos.
Dice el citado profesor que María de Viana debió morir por 1591
(Cioranescu, pág. 14, final), pero él mismo no aprovechó blen sus
propios hallazgos, ya que al consignar que Ana González otorgó en
22 de agaot~d e 1594 escrib~-a.d e bieiiies ffavo1-& su
poeta, alude al agradecimiento que ella, Ana, tiene a su hija María
y su marido, por las auchas y buenas obras» recibidas de ellos y
no dice que María hubiera muerto, sino que habla en presente y de
la lectura detenida del documento se saca la impresión de que Ma-ría
vivía en agosto de 1594.
Por el segundo testamento de Ana González en 10 de mayo de
1598, sabíamos que María ya no vivía en esa fecha (mi libro, pági-nas
466-467); rectifico la nota 9 de la página 468, en la que afirmo
confiar en la veracidad de Núñez de la Peña respecto a que María
de 'vlaiia testó en 1598, io que me iievo a pensar que fo hizo el mis-mo
año que su madre. Núñez me indujo a semejante error, ya que
el testamento por él citado no es de María, sino el de su madre,
Ana, del 10 de mayo de 1598 (Cioranescu, nota 21, pág. 105). Que
conste mi error, en un extremo, y en otro, el del señor Cioranescu:
3G fUe en el primer testamento de 1591 donde ~ n daejo sus bienes
a sus nietos, sino en el segundo de 1598, así que María, la madre
del poeta, murió después de agosto de 1594 y antes de mayo de 1598.
Afirma el profesor Cioranescu que Francisco Hernández, padre
de Viana, casó en segundas nupcias con Esperanza de Mendieta, el
46 MAR~A ROSA ALQNSO
22 de mayo de 1595, en la Concepción lagunera, aunque se olvida de
la signatura del libro matrimonial; en ese caso, Francisco volvió a
casarse, no a los cuatro años, como afirma Cioranescu, sino tal vez
sin cumplir un año de viudez. Francisco murió por 1604, fecha de su
testamento, y su viuda Esperanza casó con un pedrero de La Oro-tava
(Cioranescu, pág. 15).
El mismo profesor asegura que Viana «no descendía de aboríge-nes
guanches ni de conquistadores» (pág. 17). ¿Cómo lo sabe? El he-cho
de que por el Víana materno venga de modesta gente de La Ma-dera,
sólo quiere decir lo que dice. ¿Sabe de dónde proceden Fran-cisco
Hernández, el padre del poeta, y su abuela, Ana González, la-boriosa
y emprendedora? *::
Inter,~sa=tec~y !u neyr-jad que &r2ri,escu aporta a 12 binsrnfía A.abL Y--U
vianesca: el primer viaje que el poeta hizo a la Península fue por U
u -
febrero de 1595 (Cioranescu, págs. 18-19) antes de su boda, claro está, 8'
así que rectifico lo que escribí en las páginas 470-471 de mi obra: 8
I «acaso marchó por vez primera de La Laguna para Sevilla a fines
de 1599~. No; esa es la fecha de su segundo viaje, ya casado; así e
que el primero lo hizo en la aludida fecha de febrero de 1595, según 5
Y
prueba documentalmente Cioranescu (págs. 18-19); él mismo afirma -
m0
que Viana estaba en el verano de 1596 en Las Palmas, preso por
U
deudas (Cioranescu, pág. 19, aunque olvida avalar la signatura y lu- E
gar del documento, cuya existencia no dudo, por supuesto). u
1
De 1597 no hay documento alguno sobre Viana, pero en 28 de ma- a
2 yo de 1598 hay constancia de que está en La Laguna y de que es g
«vecino de Sevilla, residente en esta isla de Tenerife~ (Cioranescu, !
página 19); en 16 de junio y 7 de octubre del mismo año también 0
consta su estancia en la Isla (Cioranescu, págs. 20-21).
Tiene razón Cioranescu cuando me objeta que en la partida de
matrimonio del poeta con Francisca de Vera, que publico en mi li-bro
y de la que doy fotocopia, al frente de la página 465, el año de
1599 no está en letras, como transcribo; es verdad, está en cifras y
se iee mai. Cioranescu confirma, de paso, mis sospechas: Viana se
casó una vez (Cioranescu, nota 41, pág. 106, y mi libro, nota 11, pá-gina
468), pero el misterio de la boda queda sin aclarar; cierto que
el año está en borrosa cifra, pero no así el día y mes, en letras: «diez
y siete días del mes de junio» y Ana González en su citado segundo
514 AWUARPB DE ESTUDIOS ATLANTPCBS
ESTUDIOS SOBRE ANTONIO DE VImA 41
testamento de 10 de mayo de 1598 advierte que su nieto ya está ca-sado;
dice Cioranescu que el año de la boda debe ser 1598. Es cu-rioso
que Francisco Hernández, padre del poeta y curador o tutor
de Francisca de Vera, la mujer de su hijo, dé a éste poder para
administrar los bienes de la joven el 17 de junio de 1598 (Cioranescu,
página 20), que coincide con la fecha en letras de la boda y ser ésta,
corno piensa Cioranescu, en 1598, pero jcómo afirma Ana González
en 10 de mayo de ese año que ya estaba casado el mozo? Por eso
se pensó que éste casó dos veces, lo que no es cierto, pero el pro-blema
de las fechas sigue en pie.
No sin dificultad he reunido las constancias del poeta en Tene-rife,
en documentos hallados por Cioranescu, a fin de consignar sus
aportaciones a ia biografía de Yiana. EL 24 de noviembre de E93
figura aún en la Isla el autor del Poema (Cioranescu, pág. 21); des-pués
de esa fecha debió salir para Sevilla, sin duda, y ya no vol-vemos
a saber documentalmente de él hasta unos cinco años después.
En el año de 1605 aparece Viana en Tenerife, en un documento de
4 de dicieiiibre (Cioranescu, pág. 22j; Antonio ha pubiicacio ya su
Poema y tiene su título de Licenciado en Medicina; también apare-ce
en otro documento de 6 de diciembre del mismo 1605 (Cioranes-cu,
pág. 107).
En el año de 1606 hay constancias documentales del poeta el 8
de marzo (Cioranescu, ídem), de 21 de noviembre (Cioranescu, pá-gina
23) y del 13 de diciembre (ídem, pág. 107).
Del año de 1607 hay constancias documentales de la presencia de
Viana, los días 16 de enero, 10 y 12 de febrero (Cioranescu, pág. 23),
9 de marzo (ídem, pág. 22), 16 de junio (ídem, pág. 107). El 11 de oc-tubre
está en Las Fiaimas, donde vende un esclavo (Cioranescu, pá-gina
23).
En el año de 1608 hay constancia documenta1 del poeta el 9 de
junio (Cioranescu, pág. 22), el 30 de septiembre (Cioranescu, pág. 107,
si bien no da signatura), el 24 de noviembre aparece en Las Pal-mas,
donde vende una esclava negra (Cioranescu, pág. 23).
En el año de 1609 registra el profesor Cioranescu la presencia de
Viana el 14 de agosto (pág. 107). Siempre en La Laguna, mientras
no se advierta otro lugar.
En 1610 consta la presencia de1 poeta médico el 26 de abril (Cio-
42 hiAEiA BOSA ALONSO
ranescu, pág. 107, sin referencia de signatura) y el 18 de junio asiste
a la boda de su hermano Juan (Cioranescu, pág. 107); su presencia
se registra, asimismo, el 22 de noviembre (ídem, ídem).
En 1611 registra Cioranescu la presencia de Viana en una boda,
el 19 de noviembre, a la que va con su mujer, Francisca de Vera
(Cioranescu, pág. 107, citada).
He ordenado, cronológicamente, la documentación aportada por el
gran canarista rurnano, en testimonio de mi atención a su labor in-vestigadora.
Leer al profesor Cioranescu no es empresa fácil.
El joven Viana, pues, salió por vez primera de Tenerife para Se-villa,
a sus diecisiete años, en febrero de 1595. En el verano siguiente,
en 1596, aparece en Las Palmas, como vimos, y sin que sepamos
cómo y por qué; en 1598, su abuela dice que se ha casado; a fines de
1599, sin duda con su mujer, regresa a Sevilla, con veintiún años.
Hasta fines de 1605, ya de veintisiete, no aparece en Tenerife. En
estos cinco años de ausencia ha publicado el Poema y se ha licen-ciado
en Medicina.
Desde finales de 1605 a finales de 1611 está registrada, como aca-bamos
de ver, su estancia en las Islas, o sea entre sus veintidós y
sus treinta y tres años; unos seis años estuvo de esta vez entre sus
paisanos.
Unos veinte años debió de estar Viana fuera de su tierra, la ter-cera
vez que de ella salió; a partir de 1631 saben mis lectores que
Viana reaparece, a sus cincuenta y tres años, en Tenerife, donde un
incidente ocurrido al poeta y a sus hijos, a fines de 1632, le obliga
a marchar a Las Palmas y de esta época incluyo abundante docu-mentación
en mi libro.
Del mayor interés es la aportación de Cioranescu a este período
de la vida de Viana, que va desde 1631 a 1634, poco más de tres años
en las Islas. El diligente investigador rumano encontró en el Archivo
Acialcázar, de Las Palmas, como ya dije, la «Causa contra don Luis
de Mesa y Castilla, vecino de Tenerife, notario del Santo Oficio, por
pendencia en la noche de Navidad de 1632», la cual nos aclara cómo
ocurrió el ya sabido incidente de cuando le hirieron un hijo y a él lo
«quisieron matar en la plaza pública». Sabemos ahora los nombres
de los hijos de Viana: Antonio y Diego y que la plaza fue la llamada
516 AYLIARIO DE ESTUDIOS ATLAh'? ICO5
ESTUDIOS SOBRE ANTONIO DE VIANA 43
hoy del Adelantado, o «Plaza abajo», el nudo ciudadano de don Alon-so,
que no sé si habría intentado hacer una plaza con soportales.
Cioranescu ha encontrado, además, algunos documentos probato-rios
de la estancia de Viana en Las Palmas, en el ejercicio de su
profesión, por los años de 1633 y 1634 y otro que prueba cómo fue
también médico del Hospital de San Lázaro de aquella ciudad, así
como el último rastro de Viana en la isla redonda, que es de fecha
22 de octubre de 1634, donde se dice que el médico tinerfeño está
próximo a salir «para la villa de Madrid, corte de su majestad» (Cio-ranescu,
págs. 34-35).
Como puede advertirse en el resumen ordenado que doy, es muy
estimable la aportación documental que, respecto a la permanencia
ciei poeta médico en las isias, ha iiedio ei profesor Cioraaesc~, si
bien no ha procurado destacar b que es obra de la diligencia ajena
y separarla de la suya propia, toda vez que sus citas no son siem-pre
precisas ni claras. De todas formas, he procurado destacar su
contribución al tema Viana, por ser de justicia.
Por desdicha, en cuanto ei profesor rumano intenta teorizar, sin
base documental suficiente, cae en algunos errores; para 61, la hue-lla
de Viana se pierde en 1634, al salir de Las Palmas, así que re-chaza
dos aportaciones a la biografía del poeta que hice en mi li-bro:
que el maestro Caldera de Heredia lo citara como interviniendo
en la asistencia a enfermos de peste en la epidemia de 1649 en Se-villa
(pág. 490 de mi libro) y me lo refuta con unas insostenibles ra-zones
que el lector puede ver en la página 35 de su tan citada dn-traducción
». Su lógica personal le lleva a afirmar que la persona
citada por Caldera de Heredia no, es el poeta Antonio de Viana, sino
su hijo, el herido en el incidente de 1632, en La Laguna. No tiene
empacho el señor Cioranescu en escribir que el documento que pu-bliqué
en mi libro (por gentileza del doctor don Leopoldo de La Rosa,
como allí digo) se refiere al hijo del poeta, de igual nombre, el cual
firma Viana y Mendieta, segunda aportación que me niega por unas
pueriles razones que vera el lector (Cioranescu, pág. 33.
El viejo médico lagunero tenía precisión oficial de firmar una
certificación médica con dos apellidos, como su colega Luis Pérez
Ramirez, que le acompaña, y como había perdido el Hernández pa-terno
y adoptado el materno Viana, de mayor eufonía y menor vul-
Núm 24 (1978) 517
garidad, cosa que aún hoy día se usa en ocasiones semejantes, tuvo
que recurrir al Mendieta de su madrastra. El apellido de su hijo
Antonio, por su madre, era el de Vera y habría usado el que le co-rrespondía
y no e1 de la madre política de su padre, máxime que tal
vez fuera Francisca de Vera descendiente de Pedro, el conquistador
de Gran Canaria. De Francisca de Vera da importantes datos el
erudito Antonio Vizcaya Cárpenter, que el citado doctor La Rosa in-cluye
en su nota a la obra de Cioranescu, publicada en «Revista de
Historia Canaria», número 169, La Laguna, 1971-1972.
El joven Antonio de Viana y Vera no fue médico, como afirma el
profesor Cioranescu con la misma ligereza que atribuyó a nuestro
Viana la obra de Pedro Sánchez de Viana, vecino de Valladolid. Este
jGveii \Ticrna y \Teia !i2enj$z, p~eroa &Lejy,e sy cafidad
de tal figura como uno de los letrados que sufrió prueba de capaci-dad
en la Audiencia de Las Palmas, con fecha 5 de agosto de 1633,
conforme puede leerse en la Historia del Qustre Colegio de aboga-dos
de Las Palmas de Gran Canaria, de don José Miguel Alzola,
edición del Excelentísimo Cabildo Insular de Gran Canaria, 1966, pá-gina
66.
El profesor Cioranescu. tras negar que nuestro Viana sea el de
mi cita del maestro Caldera de Heredia y de afirmar que el Anto-nio
de Viana v Mendieta del mencionado documento de 1650 es el
hijo del poeta (Cioranescu. pág. 35). dice en nota 75 (págs 108-109).
&a firma del documento es diferente de la que usaba el poeta».
Pero resulta sumamente curioso que el mencionado profesor, a1
reproducir la firma del abuelo del poeta p homónimo, Antonio de
Viana, en la página 11 de su trabajo. diga que tal firma «se parece
bastante a la del futuro nieto», cosa un tanto problemática, pero que
denota la capacidad en que está de apreciar semejanza de letras y.
en cambio. niega que la firma de Viana. por el hecho de añadir el
Mendieta. no es fa habitual del poeta. Basta comparar la firma que
del mismo pub?ico al frente de la página 480 de mi libro. y que Cio-ranescu
también reproduce en la página 34 de su trabajo, con la del
documento aludido de 1650 para advertir que la abreviatura de An-tonio
es la misma en ambas firmas. la li-yazón de la e de la meoo-sición
con 13 V del apellido. jdéntica v el recuadro cruzado de la rú-brica
más la caída en disminución de la misma. idénticas también.
518 ANUARIO DE ESTUDIOS A T L A N 7 I C O 5
ESTUDIOS SOBRE AlrPTONlO DE VIANA 45
que para comodidad del lector reproducimos, sólo que en el docu-mento
de 5 de marzo de 1633 el poeta tenía unos cincuenta y cinco
años y en el de 1650 alcanzaba ya setenta y tres y la edad se nota
en la caligrafía, aunque el viejo médico debió de ser un canario atea-do,
de esos que llegan fuertes a una vejez bien conservada, lo que
no es imposible. Viana era coetáneo de los escritores Pedro de Es-pinosa
(1578-1650), González Dávila (1578-1658) y Ricardo de Turia
(1578-d. de 1638); González DáviIa publicó el úItimo tomo de su Tea-tro
de las iglesias de España en el mismo año 1650, en que el viejo
Viana firmaba la mencionada certificación; eran dos viejos activos
en la mitad del siglo xv~r, aunque ignoro si nuestro Viana vivió tanto
como González Dávila, que Ilegó hasta 1658. Es posible que alguna
-v-e-a- la r;iisual-iu3a-í : 0 la í:i:igeiiG~ ir;;estigadar i,=s exurntre !a
fecha de la muerte del cantor de nuestros símbdos isleños.
[5 de marzo de 16331
[7 de junio de 16501
Hay una alusión a mi persona, respecto a la obra de Viana, Es-pejo
de Chirurgia, que atribuí a nuestro Viana en mi libro y me
interesa recoger: «Es mérito de María Rosa Alonso el haber indi-
ffi XARÍA ROSA ALONSO
cado, aunque con dudas, la posibilidad de que se trate, en ambos
casos, de nuestro Antonio de Viana, tinerfeño y médico a la vez. En
realidad no cabe duda de que el autor del tratado de los apostemas
es el mismo poeta» (Cioranescu, pág. 37).
Véase, ahora, lo que escribo en la página 474 de mi libro.
«La identificación del autor del tratado de Cirugía con nuestro
Antonio de Viana parece tan probable que no dudamos estimada
cierta, a menos que alguna prueba documental nos obligue a recti-ficar
.»
Si el lector compara ambos textos. advertirá la manera de tra-bajar
que tiene el profesor Cioranescu.
Justo es reconocer que el mencionado investigador ha sido el
primero en divulgar la existencia de otra obra de Medicina, debida
a Viana, el Discurso en la herida que padeció Juan Baptista Silman,
aparecida en el Catálogo de la Hispanic Society, conforme habrá vis-to
el lector más arriba, y cuyo contenido resume Cioranescu en las
páginas 42-46 de su trabajo.
Cioranescu dedica desde la página 46 a la 103 su atención al es-tudio
propiamente dicho, en cuanto obra literaria, del Poema de Via-na,
pero el terreno que parece atraer su diligencia es el de los ar-chivos,
las genealogías y las ediciones, por ello no es de extrañar
que su análisis del poema épico de nuestro bachiller carezca de gran-des
novedades respecto a lo ya escrito con anterioridad a su tan ci-tada'
«Introducción».
Causa co?ztra Don Luis de Mesa 3 Castiíla, vecino de Tenhfe, notano del
Santo O f W por penan& en Ea noche de Nawiüad de 163%
Archivo de la Inquisici6n, en casa del Marques de Acialckzar Las Palmas.
Legajo Mesa, 1, número 41
(Debo la copia manual de este documento a generosidad de la señorita
hrinrr Rodnlglez, del Museo Canario, hecha en una época en que mi vista;
por reciente operación de la misma, estaba impedida de hacerlo. Que conste
mi agradecimienta público, así como al actual Marqués de Acialcázar, por
haber10 permitido) -M R A
En la ciudad de Sant Christoual ques en esta isla de Tenenfe, en ueynte
y sinco días del mes de disienbre de mil y seis sientos e treinta y dos años,
520 A N U A R I O DE ESTUDIOS A T L A N Z I C O S
ESTUDIOS SOBRE ANTONIO DE VIANA 47
siendo las quatro de la madrugada, poco más o menos, su merced el 11-
sensiado Joan Cornejo, corregidor desta isla, dixo ser uenido a su notissia
que a esta ora auia auido una pendensia en la placa que disen del Ade-lantado,
de que salió herido el lisensiado don Antonio de Biana, hljo del
doctor Uiana, y questaua mal herido en su cassa, y para aueriguasión
deste casso y castigar cullpados mandó hasser esta cauessa de prossesso
y las diligensias siguientes. El lisensiado Cornejo. Gonsalo Cuello Texera,
escriuano pfiblico
E luego encontinente, su merced del señor corregidor, estando en la
morada del doctor Uiana, resiuió juramento ael lisensiado don Antonio, su
hijo, y auiéndolo hecho le hisso las preguntas siguientes:
Fuele preguntado diga y declare si está hendo y en qué parte de su
persona y quién le hirió y en qué parte y qué personas estauan presentes.
Dijo questá herido en la naris y en el cuello y barua y que quién le hirió
fue Áionso ~ a n e k e ú ,h ijo Ua $urge Fe=&i&~,y LüW Ce %h%!jc %%l.,
del capitán Diego de Messa, entre las dose y la una de la noche, y subsedió
ansi que siendo amigos y tratándose por tales los susodichos le dixeron a
este declarante y en particular el dicho don Luis de Messa que la noche
de Nauidad se halIasen todos en el conuento de Santa Clara a maitines y
el dicho don Luis estubo en cassa deste declarante el jueues desta semana
a ia noche, io mesmo ei biernes, uispera cie Fasqua, &siendo se aman de
hallar en el dicho conuento y en esta confformidad se fue este declarante
con don Mego, su hermano, esta noche, uíspera de Pascua a la Iglessia de
Santa Clara, con mucha amistad, y se hablauan y tratauan éste que declara
con los dichos Alonso Fransisco y don Diego, presentes don Pedro de
Ocampo y don Pedro Carrasca, Andrés Gómes y otras personas, sin auer
entre ellos entonces ni antes enemistad ni caussa para ello, después de lo
qual se salieron y se sentaron a la puerta de la dicha iglessia a la parte
de fuera con los dichos Alonso Fransisco y don Luis y este declarante y el
dicho su hermano, biendo tardauan en comensar los oficios se salieron de
la iglessia por onde 10s dichos estauan sentados y se fueron a la parte de
Santa Catalina, por onde biue el capitán Miguel Guerra y uieron que los
susodichos yuan andando tras ellos, estando ya a la esquina de la cassa
del capitán don Fransisco de Molina y con todo continuaron su camino
hasta que llegaron a la placa del Adelantado y entonses ya llegaron a elIos
los susodichos, los quales boluiendo este declarante la cara y porque iuan
con alguna priessa y les dixo' «que ay, amigos», los quales sin rresponder
cossa alguna ni auerles dado ocasión sacaron las espadas que ya traian
desnudas y descubrieron las modelas que traian e incontinente le tiraron
ambos a dos a un mesmo tienpo cada uno una estocada, aleuosamente de
hecho y caso pensado le hirieron en la ternilla de la naris, auaxo de la
frente y la otra entró por el lado derecho de la barua y salió al cuello,
rrompiéndole gran parte de la cara; fue con tanta priessa queste que de-clara
ni el dicho su hermano tubieron lugar para sacar sus espadas para
48 MARIA ROSA ALONSO
deffenderse y al punto que le hirieron fueron juiendo y el dicho don Luis
se metió en la yglesia de Santa Catalina y e1 Alonso Fransisco se fue a
Santo Domingo y después acá oyó desir este que declara a Juan de la
Guerra, hijo de Juan de la Guerra Figueroa, que bido a el dcho Aionso
Fransisco yr juiendo a Santo Domingo y echó de ver este que declara que
quando le dieron las heridas, los pmeros que allí llegaron fue Pedro Ro-mero,
esclauo del lisensiado Romero, y Juan, esclauo de Juan de Hinojosa
y otro mosso que no conose, el dicho Juan de la Guerra y Juan Pérez, se-dero,
aunque después llegó más gente, porque a el tiempo que dicho don
Luis de Messa se rretraxo en Santa Catalina yua el hermano deste decla-rante
tras de dicho capitán Luis Lorenco y otros le detubieron y uieron al
contrario rretraerse y &o se hallaua de las heridas muy aflixido y a pe-ligro
de muerte y que a dicho la uerdad so cargo del juramento que hiso
y lo firmó. Y de las generales dixo ser de hedad de ueinte y sinco &os,
poco más o menos El lisensiado Comexo El bachiller don Antonio de
Uiana Gonsalo Cuello Texera, escribano público
E luego su mersed rresiuió juramento en forma de derecho de don Die-go
de Uiana, hermano del dicho herido, el qual lo hbso por Dios y una
cruz su merced le hisso las pre,guntas siguientes:
Fue preguntado por la herida del dicho don Antonio, su hermano, si
saue en qué parte está herido y en qué parte le hirieron, dixo questá herido
en su rrostro e cuello y le hirieron en presensia deste declarante, en la plassa
del Adelantado fuéle preguntado a qué ora fue la pendensia, quién le hi-n6
y quién se ha116 pressente y qué cauca dio el dicho su hermano para
la dicha henda; dixo queste que declara y el dicho su hermano y don
Luis de Messa, hijo del capitán Diego de Messa, y Alonso Fransisco, hijo
de Jorje Fernándes Perera, se trataban con mucha amistad y familiaridad,
de mucho tienpo a esta parte y tales amigos fueron conuidados de los di-chos
don Luis y Alonso Fransisco para questa noche de Nauidad oiesen
todos maitines en la iglesia del conuento de Santa Clara, onde se hallaron
todos, onde se hallaron y platicaron y trataron como tales amigos, en pre-sensia
de don Pedro de Ocanpo y don Pedro Carrasco, Andres G6mes y
otras personas, y como los offiqios se tardauan, este declarante y el dicho
su hermano herido trataron de irse a el conuento de Santa Catalina, onde
fueron, dejando sentados a la puerta de la iglesia de Santa Clara a los
dichos don Luis y Alonso Fransisco y desque llegaron a la puerta del ca-pitán
don Fransisco de Molina, oieron gente que iua detrás y conosieron
ser los susodichos y llegando a ia piaca del Adeiantaao ya iban junto de-
IJos, que por ir algo depnessa les boluió el rrostro el dicho don Antonio y
les dijo: qué ay, amigos» y a ellos sin rresponder cosa alguna, sino ale-uossamente
y de hecho pensado y so color de tales amigos le tiraron a
el dicho don Antonio destocadas con mucha priessa, por traer para elb
ya desnudas sus espadas y las rrodelas y a el punto que le dieron, le hi-
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ESTUDIOS SOBRE ANTONIO DE VIANA .a
rieron a el dicho su hermano, se rrepartieron el dicho don Luis a Santa
Catalina, en cuia iglesia se rretraxo, y el Alonso Fransisco se fue juiendo
para Santo Domingo y al tiempo que tiraron dichos, no vio este testigo a
los más de un mulato, esclauo del lisensiado Romero, y un esclauo de
Juan de Hinojosa, aunque luego acudió más gente a el tienpo- que se rre-trajo
el dicho don Luis, que lo vieron, como fue el capitán Luis Lorenso
y no aduirtió quién fueron los otros y luego les dijo a este declarante y su
hermano Juan de la Guerra que bido y juiendo a Santo Domingo a el dicho
Alonso Fransisco y esto dijo ser la uerdad para el juramento y lo firmó
y dijo ser de dies y ocho años El lisensiado Cornejo. Don Diego de Uiana.
Gonsalo Cuello Texera, scribano público.