BENITO PEREZ CALDOS:
"UNA INDUSTRIA QUE VIVE DE LA. MUERTE"
En el verano de 1865 y en Madrid: el pequeño Madrid de
entonces, cuyos puntos extwmos estaban representados por el.
Palacio Real, los Campos Elíseos, la nueva Deuda y la Fábrica
del Gas.
Benito Pérez Galdós acababa de cumplir. sus espigados veinti-dós
años y hacia tres que sus padres le habían enviado a estu-diar
Derecho a la Universidad Central. En el primer curso, 1862-
63, dedicado a las amables asignaturas del preparatorio-Lite-ratura
latina, Historia y Geografía-, había terminado brillante-mente.
En el segundo, primero realmente de la carrera, había
empezado, en cambio, a tropezar con los Derechos. Lt: habían sus-pendido
en Economía y en Poiitico y Auministrativo y había
aprobado solamente el Romano. En ambos cursos no había pa-sado
de ser uno de tantos estudiantes de provincias, y, como tal,
habia vuelto a la suya, a pesar de la distancia, en las correspon-dientes
vacaciones estivales.
El tercer curso, aquel que acababa de pasar, se había desarro-llado
en forma muy distinta, y sus consecuencias habían de ser
definitivas: el fracaso había sido total, No podía achacársele, sin
embargo, toda la culpa del mismo a Benito. Durante los dos meses
decisivos, abril y mayo, la Universidad hsbia vivido en estado
permanente de motín. La destitución de Castelar por la publica-ción
de su famoso artículo El Wgo; la dimisión o destitución
del rector; el intento de ofrecer a éste una serenata; la dimisión
de varios supernumerarios-Salmerón, Morayta, Fernández Fe-rraz-
para no verse obligados a sustituir en la cátedra a Caste-lar;
la toma de posesión del nuevo rector, marqués de Zafra, nada
"'solemne y pacífica", como ordena el ritual; el "brutal ojeo" de la
NocM de Sm DmkZ; la detención y la huida de numerosos estu-diantes..
. ; todos estos y otros muchos sucesos habían alejado de
las aulas universitarias el sosiego indispensable para todo estudio
serio y provechoso. Una violenta ráfaga política había entrado
desde ia calle en ia Universidad, y despük; i:e agitar y reidver
claustros, pasillos y aulas, arrastraba a profesores y alumnos de
la Universidad a la calle.
La escasa vocación que Benito sentía por la carrera de Dere-cho,
lejos de fortalecerse, se debilitaba más y casi se extinguía
en aquel ambiente. En cambio, las aficiones literarias que en él
se habían despertado en la primera edad, se robustecían y empe-zaban
a cuajar en frutos tempranos. Atraído por el periodismo,
como todo joven despabilado entonces, había conseguido que Ri-cardo
Molina, un redactor de La NaG2012, lo introdujese en este
diario progresista, de don Pascua1 Madoz, y en él venía publi-cando
desde el mes de marzo crónicas semanales de la vida de
la corte l. En el mismo periódico tenía a su cargo, además, la
revista de las funciones de Ópera del Teatro Real, que criticaba
con unos conocimientos musicaies y una ijonderacióii iliiiproijios
de sus cortos años. Mientras la Universidad le echaba, la litera-tura
le atraía y llamaba con irresistible fuerza.
1 Las recogió Alberto Ghiraldo en Crónica de Madrid, último tomo de
las i l i&i t~& p&pzV a!<&. EL? n.qorrAn + nvn
ruwiLu, en ode!onte,
que referirme a estas crbnicas, las citar6 no por la colección de Ghiraido,.
sino por el peribdlco, del que daré el titulo abrevisxio-L N-, seguido de la
. - - fecha correipondiente.
474 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
UNA INDUSTRIA QUE VIVE DE LA MUERTE. EPISODIO MUSICAL Y
Terminado el curso, Benito había decidido no ir aquel verano
a Canarias. De una parte, le resultaba muy fuerte presentarse
ante su familia, sus antiguos profesores y amigos después de un
fracaso tan rotundo en los estudios. De otra parte, una ausencia
de tres m~eses podría representar la pérdida de su puesto en La
Nac$ón. Un suplente podría afianzarse y sustituirle definitiva-mente.
";Y poco que seducía entonces-como ya se ha apuntado-.
ser periodista! Llegaba a Madrid un chico listo.. . y traía una carta
de recomendación para D. Emilio, o D. Nicolás, o D. Pedro, los cua-les,
complacientes, le admitían en la redacción del periódico para
inflar telegramas o hacer gacetillas, o pegar fajas, por supuesto
de meritorio, y ya se juzgaba en condiciones de codearse, andando
el tiempo, con los conspicuos. Algunos, los menos, llegaron, y los
más qurdáronse en el deseo. ;Pero es tan dulce pensar que por el
camino del periódico se logra ser ministro !" 2.
Benito, aunque no soñaba a la sazón con llegar a ocupar una
p&i.onu. ~i i . , i s t~r i a~- sq~fi&p t~a m ~ &c p~& ~ hah& & teiier
y que en él hubiera sido pesadilla-, ya hacia entonces en el pe-riódico
bastante más que gacetillas, inflar telegramas y pegar
fajas. ;Cuántos se hubieran dado por contentos con haber termi-nado
por donde él empezaba! Sus crónicas y revistas venían apa-reciendo,
desde el principio, bajo la forma de folletón, en primera
plana. Buen escaparate para quien deseaba darse a conocer.
Cuando Benito renuncia, por primera vez en su vida, a las
plácidas vacaciones en Canarias, no imagina cuántas molestias,
trabajos y riesgos le va a traer su determinación.
;Cómo le vamos a ver resoplar en julio y agosto, sofocado por
el aire reseco de la meseta! "Madrid-clama desesperado-es un
infierno, donde a manera de réprobos nos freímos y achicharra-mos.
El calor lo inutiliza todo, embota la inteligencia y enerva
2 E. Gutiérrez Gamero: Mk primeros ochenta a-. Lo que me ddjé
en e2 tintero, pág. 67.
Núm. 8 (19561 475
4 B. PÉREZ GALDOS. - JOSÉ PÉREZ VIDAL
el cuerpo ... No se puede pensar, ni trabajar, ni estar alegre, ni
triste.. ."
¡Cuántos apuros le vamos a ver pasar para escribir sobre al-gún
suceso de interés durante la monótona soñarrera del verano,
en que nada ocurre! "Por más que pase de Recoletos a los Cam-pos-
se lamenta-, de éstos a la Puerta del Sol, por más que
huronée, a través de los vidrios, lo que pasa en el café Imperial,
no encuentro un adarme de novedad con que adornar las escuetas
columnas de esta revista. Todo languidece: política, letras, tea-tros,
conciertos, paseos ... Esta semana es la más pobre de acon-tecimientos
que be visto desde que el año 65 rige los destinos de
la humanidad. Ni un golpe de estado en política, ni una mala
crisis, ni una cencerrada parlamentaria.. . "
Pero la pobreza de temas de actualidad periodística durante
el verano, y la sofocante sequedad de éste en Madrid, no fueron
para Benito las únicas ni las más desagradables consecuencias de
su resolución de quedarse aquellas vacaciones en la corte. Calores
y apuros los mitigaba él con la satisfacción de ver cómo se abría
a su vocación un cauce cada vez más ancho y seguro en el difícil
terreno de las letras. La única resulta verdaderamente grave de su
permanencia en Madrid fué el peligro de contagio a que se expuso
durante la epidemia de cólera.
La invasión de éste empezó en agosto por Valencia, la pro-vincia
más desgraciada a la sazón de toda la península. Sobre
ella caían repetidas plagas : inundaciones, conspiraciones, epide-mias.
Ya entonces algunos asustadizos dijeron que se habían pre-sentado
algunos casos en Madrid. Galdós, tranquilo y flemático,
desmiente, humorísticamente, las alarmantes noticias : "Todo es
mentira-dice-; el cólera no está en Madrid, ni piensa venir en
buenos tiempos, seguro de que disfrutamos mansamente el azote
de innumerables plagas y calamidades públicas, tan temibles como
-12-.. - q c p trae en e] h ~ l s i l pl! ~p eti!-nt;F v i z j ~ r(39~ !-.I ndia.
476 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOB
UNA INDUSTRIA QUE VIVE DE LA MU'ERTE. EPISODIO MUSICAL 5
"El calor, la política, el reflujo del fuilcionarismo, la oleada
de destruccih y desorden que produce en ,el seno d,e la familia
el subir y bajar de los empleados más o menos gordos, el frenesí
de las pasiones políticas, la unción rabiosa de los neos, sus su-fragios,
sus firmas, sus exposiciones y protestas [contra el pro-yectado
reconocimiento del reino de Italia], son calamidades sufi-cientes,
que la cólera divina ha lanzado sobre este país" 5.
En Madrid, sin embargo, se toman precauciones. En periódi-cos
y folletos se hacen mil recomendaciones preventivas contra la
enfermedad: no comer pepinos ni escarolas; saturar las casas con
fumi,gaciones de azufre; no disgustarse ni impresionarse por nada.
Pérez Galdós, en septiembre, comenta, con su acostumbrado hu-mor,
todos estos bien intencionados consejos profilácticos :
"La h i g i e n d i c e entre otras cosas-prohibe terminantemen-te
el incomodarse. De modo que si el petardista os para en mledio
de la calle para estafaros, debéis abrirle los brazos; si el aguador
os deshace un pie, le debéis contestar con una sonrisa; si en el
estanco os dan un pedazo de caoba por cigarro, debéis chuparle
con fruición bendiciendo la mano providencial del director de
estancadas; si una carta escrita en Aranjuez el 1." de mes llega
a vuestras manos el 30, debéis echar a correr y dar un apretón
de manos al Sr. Mantilla ; si os dejan cesantes, arrojaos a los pies
de don Leopoldo O'Donnell.. ."
De nada valieron las fumigaciones y el buen humor. En los
Últimos días del verano, el cólera hizo su terrible entrada en Ma-drid.
Las primeras semanas del otoño presenciaron, junto al es-pectáculo
tristísimo de los numerosos entierros, el espectáculo
ejemplar y edificante de la caridad y la abnegación del pueblo
madrileño. Varios párrocos se distinguieron especialmente por su
solicitud hacia los enfermos y merecieron el gene~ale logio. "Rin-damos
un tributo de admiración y respeto al clero parroquial, que
en los días aciagos no abandonó el lecho del enfermoM-exhor-
6 B. PÉREZ GALDÓS. - JOSÉ @RE2 VIDAL
taba Galdós desde las columnas del diario en que colaboraba '. Y
el mismo partido progresista fundó la Sociedad de Amigos de los
Pobres, que realizó una gran labor de beneficencia domiciliaria.
Un fresco vientecillo del Nordeste, más que las fuertes dosis
de azufre y de Eenianato de amoníaco, limpió, por fin, el ambiente,
y Madrid entró en franco periodo de convalecencia. Las medidas
de precaución se mantuvieron, sin embargo, para favorecer la to-tal
extinción del mal y evitar que surgieran nuevos focos.
En la Universidad, aunque se habia celebrado la solemne aper-tura
del año académico con un elocuente discurso de F'iguerola,
se habían suspendido después las clases por temor a que la aglo-meración
de los estudiantes facilitase el contagio.
Sin la pesadilla de la Universidad, Galdós casi se había sen-
&:a- .c-1:- -+. AA1 -Al,.%..-.
Lluu IGIILi, a Faal LulT;La. LQ.in qUietüd y e! Uis,gmtu debero::
de ser para sus padres, al recibir las noticias, seguramente au-mentadas,
en Gran Canaria. ;En mala hora habían consentido que
Benito se quedase aquel verano en Madrid!
En el momento más terrible de la epidemia, la muerte había
estado presente en todas partes: en las terroríficas relaciones de
casos más o menos violentos; en el continuo claveteo de las fá-bricas
de féretros; en el frecuente rodar de los coches fúnebres;
en los cuarteles negros de la cuarta plana de La Correspondencia . .
Los madrileños, como los sepultureros, casi llegaron a familiari-zarse
con la muerte. El tétrico ambiente, por una fácil asociación
de impresiones, más que de ideas, había traído a Galdós el re-cuerdo
de Larra: "Fígaro decía que hay una época en la vida del
hombre en que la fortuna pasa por su lacio sin que la vea, y ahora
puecie decirse que ia muerte pasa a cada instante junio a nü8-
otros, sin que cuidemos de ello, y sin que tan fúnebre companía
interrumpa ni un momento nuestras cuotidianas distracciones.
Nos contentamos con dar gracias a Dios interiormente por no
haber salido premiados en la horrorosa lotería del cólera, y se-guimos
nuestra marcha pensando en la disolución del Congreso,
473 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
UNA INDUSTRIA QUE VIVE DE LA MUWl"l'. EPISODIO MUSICAL 7"
en la venida de la Corte, en La Afrkma de Meyerbeer o en las
cartas que escribe desde París el padre Sánchez"
- Benito, al fin, era feliz. A un tiempo se marchaban el cólera, eI
calor del verano y los apuros para encontrar asunto para las revis-tas
semanales. Llegaba la época del año en que Madrid se abre: se
volvían a abrir los teatros, los salones, las Cortes ... Volvían los,
reyes y los demás veraneantes, y la vida madrileña recobraba toda
su brillo y movimiento.
A la vista del fracaso de Benito en la Universidad quizá haya
quien piense, no obstante las circunstancias atenuantes que se
hun señalado, en una posible caída de nuestro mal estudiante en
el desorden de una disipadora bohemia. Abundaban, por desgra-cia,
es cierto, los periodistas borrachones como Rodriguez Correa,
o desastrados y sucios como Carlos Rubio; pero frente a ellos y
frente a los pollos que tenían por Dios a Caramuel y por Evan-gelio
La Moda Elegante, existía una juventud que, preocupada.
por la filosofía, la política o las especulaciones mercemntiles, más
hkn pcabw, 2! cmtrari9, n+r ~ n a , 2xeesF;z. "yu. de-.
fiendo esta precoz formalidad-decía Valera", cabo ya treinth
de aquella juventud estudiosa y pulcra-, hasta me parece anti-pática
y ridícula en muchos; pero es indudable que existe y que
hace menos frecuentes la seducción y las relaciones criminales
entre ambos sexos. Al joven que se pone a descifrar aquel intrin-cado
laberinto de La Doctrina de la Ciencia de Fichte, o que ca
calienta la cabeza con meditaciones y armonías económicas, o que
prepara un discurso atiborrado de sabiduría para prmunciarlo en
e1 Ateneo o en la Academia de Jurisprudencia: casi se le pasan
las ganas de enamorar y le parecen anthzomZas las mujeres. Es,
por consiguiente, más bien un preservativo que un escollo de la
castidad ese cúmulo de elucubraciones filosóficas y políticas en
que ahora todos nos hundimos." Y Galdós, aunque no vivía entre--
8 L N, 22-X-1865. . .
$0 En De la naturnlexa y carácter de la noveia, Ob. compl. XXi, pág. 37-
Núm. P (1956) 47%
gado a elucubraciones políticas ni filosóficas, pertenecía a esta
juventud sana, formal y laboriosa.
iY poco que Benito habia trabajado aquel curso! ;Cuánto ha-bía
aprendido en la cátedra abierta de la calle! Si en la Univer-sidad
se daban clases de humanidades, en las plazas se enseñaba
la vida y la humanidad misma. En las calles y las plazas sí que
habia textos vivos, auténticos e indiscutibles.
Sus revistas semanales le habían obligado a completar el co-nocimiento,
hasta entonces muy superficial, que tenia de la corte.
Había recorrido y husmeado ésta de un extremo a otro y de arriba
abajo; de los Campos Elíseos a la Pradera de San Isidro; del
Teatro Real a los bailes populares de Capellanes y a los barra- a N
cones de la feria de septiembre. Y desesperado por no dominar E
pronto ia compiicada asignatura de ia vicia madriieña, haMa üen- O
S--
tido no contar con la ayuda de un Diablo Cojuelo que, en volan- m
O
E
das, le subiese hasta el elevado mirador de la torre de Santa Cruz. SE
"Qué magnífico sería abarcar en un solo momento toda la -E
perspectiva de las calles de Madrid; ver el que entra, el que salc, 3
el que ronda, el que aguarda, el que acecha; ver el camino de O- -
éste, el encuentro, la sorpresa del otro; seguir el simón que es m
E
bruscamente alquilado para dar cabida a una amable pareja; verle O
5
divagar como quien no va a ninguna parte; verle parar deposi- n
E tando sus tórtolos allí donde un ojo celoso no se oculte entre el -
a
gentío; ver el carruaje del ministro, pedestal ambulante de dos 2
d
n
escarapelas rojas, dirigirse a la oficina o a Palacio, procurando n
llegar antes que el coche del nuncio. .." lo.
3
O
Exigente consigo mismo más que con nadie, no se habia con-formado
con tener un conocimiento superficiai dei Madrid en que
vivía. Para dar mayor profundidad a sus crónicas, se había lb-zado
a bucear en el pasado de la Villa; quería saber el origen de
sus edificios, de sus calles, de sus plazas, de sus costumbres.
Para estas excursiones al pasado madrileño no le había cos-tado
mucho hallar el guía insuperable e indiscutido. En su misma
480 ANUARIO DE ESTLTDIOS ATLANTICOS
UNA INDUSTRIA QUE VIVE DE: LA MUERTE. EPISODIO MUSICAL 9
calle del Olivo, hoy de Mesonero Romanos, vivía éste. Benito lo
veía muchas veces, y lo observaba y admiraba cuando salía de
paseo: "Cuánto nos complace encontrarle en la calle, dirigiendo
su curiosísima mirada hacia todo lo que le ofreoen de notable
los rincones de la villa." Don Ramón "se pasea tranquilamente
y se detiene de, vez en cuando para observar un grupo, escudriñar
una tienda o examinar una fábrica; detiénese ante lo que llama
su atención y parece tener especial complacencia en analizar los
bártulos de todo tenducho ambulante, los tipos de toda procesión,
las escenas del día de parada o de visita a Atocha; una paternal
sonrisa ilumina su fisonomía, que respira bondad y agudeza. La
sonrisa de la ironía no asoma a sus labios; examina más bien
como quien busca bellezas que admirar que defectos que escar-necer.
. . ".
" ... Cuando por azar encontramos al autor de las E S ~ ~ WmGa- S
t.r.itwm nos detenemos maquinalmente para mirarle; nos sor-prende
su modestia, su curiosidad, y todo 61 nos hace recordar el
inmenso deleite que hemos experimentado leyendo sus encanta-doras
Escmas.. ." .
"¿Cómo no ha de sorprendernos agradablemente ver a Meso-nero
en las calles y paseos de Madrid? Un cuadro inmenso nos
presenta la villa, y el autor se nos aparece en ese mismo cuadro.
Nos hace el efecto del rostro de Velázquez en el cuadro de las
1Menitm-s" ll.
En Mesonero ya había aprendido Galdós a observar, a dete-nerse
ante las tiendas ambulantes, a meterse en las casas de ve-cindad,
a conocer la historia de cada rincón y de cada fiesta. Del
brazo dei simpático don Ramón, Benito se había adeiiiradü por
el pasado madrileño y había conocido a muchos tipw perdidos.,
y había llegado, &rocediendo de año en año, hasta 1825, casi a
los tiempos, revueltos y pintorescos, en que la Fwtam de Oro
era a la vez café y club político.
Para adentrarse un siglo más en la historia de Madrid, Pérez
Galdós, como si pasase una frontera-y una frontera había en
cierto modo-, había tenido que cambiar de cicerone. Su ducn e
maestro a través del confuso siglo xvm madrileño había sido,
curioso también, pero con más sal y travesura, el otro madrile-ñísimo
don Ramón: don Ramón de la Cruz, el de los donosos y
regocijados sainetes. Pasados unos años, en 1870, Galdós publi-cará
un minucioso y concienzudo ensayo sobre Do% Rarnón de Idt
Cruz y su @mE. n él nos dirá, y lo habremos de creer porque
lo probará sobradamente, que ha leído "ccn alguna detención y
con la paciencia que el caso requiere los cien sainetes". Mas, ya
ahora, en este verano de 1865 a que nos estamos refiriendo, esta
lectura se había terminado o se estaba realizando. Veamos, como
prueba, 122 f r r p e n t ~de ! c~mentwriod e Benito a. !a. -.A-'.-- v Gr uuia de
San Juan :
"También han pasado a mejor vida los modelos que inspira-ron
el fácil pincel de Goya, aquellas mujeres medio manolas, me-dio
duquesas, aristocráticas entidades injertas en la mantilla de
terciopelo, la basquiña y el guardapiés, que colgadas del brazo
de un marqués disfrazado de chulo o de un torero en traje de
gran señor, presentaban grupos confusos, escenas en que la gra-cia
igualaba al buen tono y el desenfado popular corría parejas
con la galantería cortesana, sin que nadie se admirase de aquella
extraña fusión de categorías, de aquella mezcla de caracteres,
verificada por un principio de nacionalidad que hoy no tenemos."
"El pueblo de pan y toros lucía allí su abigarrado traje carac-terístico,
su ~ m h m r id e t,o.~p i ~ ~ s , ?rie$ia de p n t ~y 8s
zapato corto; el estudiante sacaba de su violín hambrientos so-nidos,
la naranjera pregonaba su comestible, el titiritero ense-ñaba
a los chicos por un ochavo las aventuras de Gaiferos, el
ciego cantaba coplas incendiarias, y todas estas figuras que ya
pasaron, estos personajes ya borrados del cuadro de nuestra na-cionalidad,
giraban en confusión desde la fuente de Neptuno a. la
Cibeles, sin que de su existencia nos quede otro recuerdo que el
-482 . ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOñ
UNA INDUSTRIA QUE VIVE DE LA MUERTE. EPISODIO MUSICAL 11
que consignó en su popular teatro el inimitable don Ramón de la
Cruz" 12
Con él, Pérez GaldCrs recorre y conoce el Madrid brillante, ale-gre
y pintoresco que Goya había recogido en sus vivos y apica-rados
cartones. Desde el tocador de la madama a las casuchas de
Maravillas, desde el salón en que ondean las reverencias empelu-cadas
del minué hasta el fandango manolesco de candil, desde el
salón del Prado a los bodegones del Rastro y los puestos de golo-sinas
de la Pradera, Galdós va conociendo el pueblo, a un tiempo
trágico y alegre, en que había tropezado por primera vez el
coloso de Europa.
Pero si en los dos populares Ramones GaldGs ha hallado sen-dos
ventanales abiertos hacia el pasado de Madrid, y además una
buena escuela para sus naturales dotes de observación, no ha
encontrado, sin embargo, un agudo y fino maestro para su incon-tenible
vena de humor. Hasta hace pco, en sus ejercicios esco-lares,
Cervantes le ha servido como modelo de humorismo ; y el día
de mañana, cuando refiera las quijotescas aventuras de 10s Epi-sodios,
el imprescindible manco le prestará de nuevo su numen y
su sombra. Ahora, en cambio, su humor va a correr por el amargo
cauce del más hiriente y pesimista de los costumbristas españoles:
Mariano José de Larra. Para comentar la vida menuda de la corte
y descubrir su hondura y su revés, es el Poheciio hablador, sutil
intérprete de las trascendentes menudencias y buen conocedor de
Madrid, quien va a enseñarle los modos y el camino. En esta época,
la presencia de Lama es constante en Benito. Veamos, como ejem-plo,
varias huellas del desesperado artículo sobre el Dia de Di-funtos.
Dice Galdós, en septiembre, con motivo de una iluminación
por fiesta oficial:
"Al pasar por la calle de la Salud, sus ojos se fijaron en los
candiles de la Deuda.
1 , .1 Dnnr7l- A-,nlnm=i 1.. nnlnL,n - A , LA-,,-,.,,. d r l d:n.4,.r.nA~ u1 a vu ., tWLuaiuu, la paiauLa uiaa i i u L~ u r u u a uci ulLuui iar iv,
la palabra que pesa sobre los destinos de España como anatema,
12 LN, 2-VII-1865.
Nzim. 1 11956) 483
la tremenda palabra Deuda va a ser borrada del catalogo de nues-tros
presupuestos y este edificio deshonroso será arrasado hasta
los cimientos. Esta oportuna aunque modesta iluminación quiere
decir que ya España ha tapado la boca a todos los Ingleses.
,.. ,,. ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... . . ... ... ... .. ... ... ... ...
"Y el aspecto del ministerio de Fomento, vestido también de
gala, le hizo creer que allí se celebraba la inauguración de magní-ficas
obras, el descubrimiento de grandes máquinas.. . Y la vista
del teatro del Príncipe, decorado a g i m , le hizo pensar que el
arte dramático español había encontrado al fin el día de su rena-cimiento.
Y el palacio de Doña María de Molina le indujo a creer
que la marina española navegaba ya viento en popa a conquistar
Ia gloria de otros días.. ." 13.
Y vueive a escribir poco después, con intención también sa-tírica
:
"Pasando por la Puerta del Sol, los madrileños han creído ver
sobre la puerta de la antigua casa de Correos un cartel que dice:
GRANP ASTE~RNIAAC IONAL.
"Tal vez sería una ilusión, producida en la mente de los hijos
de Madrid, por. el recuerdo de las palabras del más diabólico de
los ministros. Pero si el cartel no existe, no por eso es menor Ia
habilidad del Sabary que en aquellas interioridades confecciona
grandes cantidades de pasteles que los españoles se encargan de
masticar.
"Ley de imprenta, que manda los periodistas al Saladero y
establece jurados, y embarca en dirección z Filipinas a los escri-tores
de delito de lesa unión liberal. Pastel.
"Ley de reuniones, que impide el solaz de veinte personas y
considera criminal el vigésimo cubierto. Pastel.. . "
Mas el humor de Galdós no es tan amargo, ni tan incisivo
como el de Lama 14. Ha pasado ya la primera mitad, romántica
13 LN, 24-IX-1865.
, 14 Sobre la influencia de Larra en Galdós véase R. Kirsner: Gald6.s and
Larra en "The Modern Language Journaln, Menasha, Wisconsin, XXXV, nií-mero
3, marzo 1951, págs. 210-213.
484 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOB
UNA INDUSTRIA QUE VIVE DE LA MUERTE. EPISODIO MUSICAL 15:
y exaltada, del siglo. Conserva éste sentimentalismos y rebeldías
en el corazón, pero los progresos técnicos y los burgueses afanes
de comodidad y de riqueza van dando a la vida un sentido mas bo-nachón
y realista. Las altas y quiméricas empresas se han ido sus-tituyendo
por las empresas mercantiles e industriales. Los héroes
han ido desapareciendo de la haz de la tierra.
Los espíritus despiertos y avizores tienen ya clara conciencia
de que otra época acaba de empezar. Las voces anunciadoras de
los nuevos tiempos y de los nuevos modos parten principalmente
de la juventud. "Nuestra época ha empezado poco ha", proclama,
siempre vigilante, Valera (1861). Le hace coro otro agudo y pul-cro
andaluz, recién llegado a Madrid, Fra.ncisco Giner (1863) :
"Qué crisis tan laboriosa y turbulenta ésta en que apunta el ger-men
de otra edad, de otras ideas, de otras formas ... La litera-tura..
. rompe hoy también los diques en que la sujetaron las pre-ocupaciones
de todos géneros, y, como el poeta florentino,
En el teatro, principal feudo del romanticismo, La uuel$a de2
oorsario y La weInga'12m cat~alumcc, de García Gutiérrez, y Deudas
de honra, de Núñez de Arce, son las Últimas grandilocuentes ma-nifestaciones
del mundoue se va. El que llega, con sus negocios,
sus pactos de retro, sus acciones, esclusas y desmontes, empieza
a montar sus primeras producciones: El tanto por cimto, de
Ayala; El dinero, de Federico Macía; El positilAsmo, de autor
anónimo. El nuevo teatro se burla del que le ha precedido; el
Burlador es ridiculizado y burlado por el marido burgués (El
nuevo don JWX'YL)P. or todas partes se habla ya de realismo ; pero
todavía no se tiene clara conciencia de cómo va a ser éste. Se
admite la realidad en el arte, mas todavía mitigada por cierto
idealismo ejemplar "El nov~lir'a c d m i r n 4 i r ~V alera (1880)-
puede limitarse a pintar personajes y a narrar sucesos vulgarí-simos
y hasta soeces, si gusta; pero ha de ser como contraste
satírico de un ideal de limpieza, perfección y decente compos-
14
-.
B. PÉREZ CALDOS. - JOSÉ PfiREZ VIDAL .- ;
tura, que ha de estar siempre presente y ha de purificar o poe-.
tizar aquellos cuadros" 15.
"¿Por qué el autor de El Suplicio-pregunta el propio Gal-dós
(1865)-no puso al lado de su adúltera otra mujer que fuera
precisamente lo contrario y contrastara con ella, que consolara
con su virtud los tormentos de un público sujeto a la prolongada
agonía en que le pone espectáculo tan repugnante? Entonces hu-biéramos
hallado ideal poético; la comedia en cuestión hubiera
sido una obra de arte.
"Y no les vale a estos escritores realistas el que se escuden
en la autoridad de Víctor Hugo. El gran poeta francés no ha
hecho jamás cuadros tan prosaicos. Si alguna vez se complace en
sacar a la escena los seres más despreciables de la sociedad, los
idealiza siempre" 16.
Sin embargo, en algunos momentos, Galdós parece compla-cerse
en describir sucios aspectos de las ciudades y de la natura-leza
con minuciosidad crudamente realista. En algún caso des-ciende
hasta temas como el de las alcantarillas. de los que, con otro
estilo y sentido, tanto habrían de tratar los escritores subrealistas.
"Generoso y humilde-escribe, por ejemplo, refiriéndose al
Manzanares-, él paga los ultrajes limpiando a Madrid. Con la
solicitud que distingue a todos los ríos, recoge en silencio los
objetos que las alcantarillas, arterias de la inmundicia madrile-ña,
amontonan a sus puertas, esperando el paso de la líquida es-coba,
perpetua fregatriz de la villa del madroño.. . Con gran di-simulo
apaña los desgarrados jirones que esta coqueta villa arran-ca
a sus lujosos vestidos.. . ; los paños mortuorios que la caridad
da a los hospitales y los hospitales a la alcantarilla; las chuletas
de carne humana, páginas palpitantes donde estudia anatomía la
juventud de los anfiteatros; el pelo que la navaja barberil arre-bata
al rostro del madrileño; la muela carcomida del que padece
--
15 De Ea naturaleza y carácter de Ea novela, Ob. compl. Z I , pág. 22.
M Crítica de "E1 sllplicio de una mujer, comedia en tres actos original
de dos ingenios franceses, arreglada a nuestra escena por dos ingenios es-pañoles",
L N, 3-XII-1865.
486 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOB
UNA INDUSTRIA QUE VIVE DE LA MUERTE. EPISODIO MUSICAL 15
dolores de ídem; la cinta que sujetó una sangría y el parche que
cubrió una pequeña travesura de la epidermis ..." 17.
El camino del realismo, aunque todavía con ciertas aduanas,
está ya abierto. Y Galdós mismo excita a los autores a encami-narse
por él. Mas el joven crítico no quiere en España un realis-mo
libresco, falso y de segunda mano. Realismo, sí, pero fundado
y amasado en la realidad española. Al referirse a varios intentos
de adaptación de la comedia política francesa, censura que no se
hayan tenido en cuenta los elementos, las luchas y los tipos de
nuestra sociedad.
"Nuestra política es menos artista, más descarada; en ella
juega menos la habilidad y el talento que la osadía y la fortuna.
El modelo que se presenta aquí a nuestros autores es magnífico;
no necesitan buscarlo en Francia. Estudien nuestra. sociedad y no
a Scribe" le.
El realismo inicia ya, desde el principio, su principal polari-zación
en torno a la novela. En todas partes se presta a este gé-nero
una especial atención. Nocedal le dedica su discurso de in-greso
en la Real Academia. Valera, como ya se ha visto, compone
un ágil y encendido ensayo sobre su Naturaleza y carácter ...; la
misma docta corporación de "los inmortales" abre un certamen
para premiar la mejor novela de costumbres contemporáneas.. .
Y Galdós, afanoso de encontrar su camino, empieza también a
mostrar preferente interés por este género, en que había de llegar
a. ser maestro indiscutible. Veamos algunas muestras de estas
preferencias :
Al visitar Benito la feria de septiembre en Atocha, se detiene
un buen rato en los puestos de libros viejos. Ante ellos no tiene
prisa. Con morosa, y amorosa, curiosidad los va examinando:
"A otro lado-explica-se encuentran innumerables guías de
forasteros, preñadas de nombres, y ostentando sendos escudos do-
. rnAnn ~ r lro a Ano tnnnn AP n~vt i ín.Q P TTDP I d i ~ o n r e na 01 amdbrni~n ~ a u w u-ir r a u u w u ruyuu u\i u w r~ur i, uv r r u, -AW,---V -u- ----------
17 L N, 3-M-1865.
1s LN, 23-XI-1865.
Núm. 2 (1956) 487
junto al tratado de logaritmos, el Fuero Juz,go junto al Robinsón,
Bertoldo junto a Don Quijote, Famblas, Pamela, las Tardes de la
Granja, los Amores de Napoleón, la Casandra, todos revueltos,
mezclados en un múltiple abrazo de fraternidad, como si la des-gracia
que los arrastra por el suelo hubiese extinguido en ellos las
clases y categorías."
Después, deteniéndose aun más, dedica un comentario espe-cial
a las novelas españolas:
"Se nota que hay algunos que sobresalen en el montón como
si quisieran atraer las miradas; libros petulantes, novelas que
ciertos autores españoles modernos han engendrado. sobrenadan
en aquel mar de hojas quizá por su demasiada vaciedad y lige-reza.
Revolviendo mucho; se encuentran debajo, oprimidas por el
peso, algunas novelas, también de autorcillos madrileños, depo-sitadas
en el fondo quizá por su excesiva pesadez" 19.
En el mes siguiente, cuando sueña con subir 8 la torre de
Santa Cruz para abarcar de un golpe de vista toda la vida de
Madrid, considera aquei aito mirador como ei mejor punto de
observación para crear un nuevo tipo de novela:
"Recomendamos-dice-a los novelistas que tan a saber ex-plotan
la literatura moderna, el uso de este elevadizimo asiento,
desde donde podrían abarcar de un solo golpe lo que jamás pu-dieron
ver ojos madrileños; donde sus plumas podrían tomar,
oportunamente remojadas, toda la hiel que parece necesaria a
sazonar el amargo condimento de la novela moderna. Suban a las
torres, y allí, colocados a horcajadas en el cuadrante, con un pie
A-. -1 T\.-.m-- -r a+-,. A- -1 A-:=-+n r,aAnhr. n-n- ,.vi n A n n w r i 1itnr.anin
CAL tx vLaau y u w u CIZ GZ VI IGIZL-, ~ U U La l, LI G ~ LLUI S ~ I I ~vL 1 1 I ~ CLAL A V
remontadisimo, que desde hoy nos atrevemos a bautizar con el
nombre de literatura de veleta" 20.
Resultado de la preocupación de Benito por la novela son cier-tos
conatos de fábula o ficción que empiezan a despuntar en medio
de sus crónicas por esta época. Uno de ellos, imaginado en torno
488 ANUdEiO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
UNA INDUSTRIA QUE VIVE DE LA MUERTE. EPISODIO MUSICAL 1-T
al origen de un grupo de muebles de lujo que vió en la Feria,
parece representar un temprano antecedente de ciertas episódicas
relaciones que aparecen, unos cuarenta años más tarde, en Prim 21.
Otro, que pone un origen imaginario a la fiesta de San Eugenio
en El Pardo, constituye un vago esbozo de escena de novela his-tórica
22. La misma delectación con que refiere y extiende el argu-mento
de La Africana, de Meyerbeer, en la revista que dedica ~r.
su estreno, no deja de ser otro síntoma de su gusto por la relación
de ficciones 23.
Pero aparte de estos despuntes leves y accidentales del mundo
novelesco, con entera independencia ya de sus revistas semanales,
Benito debió de empezar por este tiempo a probar fortuna en la.
composición de novelas y cuentos. Todo el ardor que antes había
puesto en sus intentos de autor dramático, debía de estar ponihn-dolo
entonces en estos primeros conatos de noveljsta. Tanteoa
llenos de vacilaciones, de dudas, de'incertidumbres y, al misrnu
tiempo, de esperanzas. De toda esta interesante labor inicial sólo
se iia -m que PulaiicC en diciembre de
mo año 24. Se titula Una industrb que vive de h muwte y lleva
como subtitulo Episodio musical del cólera.
La obrita es bastante significativa y manifiesta claramente e1
momento en que se encontraba la literatura y el autor. Su asunto,
y el ambiente mismo en que fué escrita, la instalan en pleno
mundo romántico, pero el autor ya contempla este mundo desde
fuera. Y cuando entra en él y tiene que manejar sus elementos,.
ya procede con cierta frialdad de estenógrafo. Benito ya se ríe
& la ha y es capaz de desco@iqa y I?ietSr;;e!a. en e! bo!si!!o.
Resultado de esta actitud son los numerosos toques realistas y
rasgos humorísticos que jaspean el cuento. Veamos el argumenta
de éste:
21 L N, 1-X-1865.
e2 LN, 19-XI-1865.
23 LN, 25-XI-1865.
24 L N, 2 Y 6-XII-1865.
Un carpintero, que durante la epidemia del cólera se ha esfor-zado,
trabajando día y noche, por que no faltaran féretros para
las víctimas, muere cuando se hallaba, martillo en mano, dando
los Últimos toques a su obra maestra: el ataúd de Un duque ve-cino.
El buen carpintero, que ha sido la Última víctima del cólera,
va a tener que ser enterrado sin féretro, porque su familia no
.encuentra quien se lo haga. Por fin, como el duque, que ha estado
casi muerto, se salva a Última hora, el carpintero es sepultado
en su obra maestra. Los que le han acompañado en el entierro
"aseguran que dentro del ataúd resonaba un golpe seco, agudo,
monótono ... como si el muerto remachara por dentro los clavos
con el martillo que nadie había podido separar de su mano. Ase-guran
que, aun encerrado en el nicho, se oía la misma percusión,
y los habitantes del barrio, que durante las sombrías noches del
.cólera se desvelaban al rumor de aquella sinfonía pavorosa, sien-ten
aún las mismas notas agudas, discordantes, precisas, que tur-baron
el silencio de aquellas noches y las oyen sicmpre, proce-dentes
del mismo taller. que hoy está cerrado, como si algo invi-sible
viniera por las noches a agitar allí la herramienta fatal".
El cuento debe de haber tenido su raáz o germen en la redi-dad.
A mediados de octubre, al dar cuenta Galdós en su revista
semanal del decrecimiento de ia epidemia, había dicho : " . . . ya no
escuchamos con cierta inquietud, mezclada de espanto, al conti-nuo
claveteo que en ciertas fábricas de cajas nos indicaban los
Últimos toques que la mano del carpintero daba a un féretro,
sones acompasados que son los Últimos que resuenan quizá en
aquel lúgubre recinto, condenado después a. un silencio eter-no..
." 25. Alguna de estas fúnshres carpinterías debió de existir
cerca de la casa de Pérez Galdós.
Sobre esta base real, la imaginación puso todo lo demás. Pero
este mismo hecho fundamental determinaba ya el ambiente y el
tme. La mcke, e! féretm, !U. serte te y e! f m d ~mi lsi~aId e! mar-tillo.
Si ya la realidad era romántica, ¿cómo iba a determinar un
25 L N, 15-X-1865.
490 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
UNA INDUSTRIA QUE VIVE DE LA MUERTE. .EPISODIO MUSICAL 19
cuento realista? El realismo no pesaba tampoco todavía sobre la
época-por lo menos en España-, ni sobre el autor, de una ma-nera
irresistible. Apenas clareaba después de la noche romántica.
Una fáCil asociación de sensaciones, más que de ideas, le llevó
de la realidad al mundo fantástico de Hoffmann "". Galdós era
escritor, pintor y músico como el tenebroso prusiano. Segura-mente
no hacia mucho que habia leído algunos de sus cuentos.
Por esta misma época, en una de sus revistas musicales, lo cita 27.
Y, así, con un poco de romántica realidad. otro de imaginación
y algunos rasgos a la manera de Hoffmann, surgió el cuento.
El taller de la carpintería de ataúdes parece tener un leve
recuerdo del de Marth el towelero, a pesar de la diferencia de
ambientes. Ambos son talleres familiares y en ambos se está tra-bajando
para terminar una obra maestra: en el de Martin, un
gran tonel para el obispo de Bamberg; en el del cuento que co-mentamos,
un féretro para el duque de X. El final de este primer
cuento galdosiano ofrece también, según parece, otras resonan-eiss
&! czentis+a ale=&=: E! ccrntg de cms&re - ~ c ~ 1te?r-) ~ ~
mina de una manera semejante: "Las notas de la canción y las
del acompañamiento seguían sonando sin que Antonieta cantase
ni B.. . pusiese las manos en el instrumento." Antonieta ya estaba
muerta.
Pero donde las afinidades de Hoffmann y Galdós resultan más
claras, en el presente caso, es en el ambiente musical en que la
fábula se desenvuelve. Ambiente que, tanto en lo tocante a
Hoffmann como en lo referente a, Galdós, presenta un soporte
personal y real auténtico. Si Hoffmann habia sido director de
orquesta y compositor, Galdós ya habia ganado cierto prestigio
26 Carlos Clavería, sin conocer este cuento, ha publicado un ce-rtero
estudio #obre la veta fmntástkx en la obra de Gald6s, en "Atlante", Lon-dres.
tomo 1. núm. 3 @dio 1953).
27 L N, 25-X-1865: "Semejante-dice hablando de la sordidez, de Me-yerbeer-
a la de aquel otro judío que pinta Hoffmann, platero habilisimo
que, envidioso de que otros poseyeran las joya que fabricaba, robaba por
la noche a los que durante el día se surtían en su rico taller".
Núm. B (1956) 491
como crítico musical por su fina sensibilidaci, su gusto y su nota-ble
preparación. La Gaceta nzusical, que se publicaba entonces en
Madrid, reproducía con elogio algunos juicios de Galdós; por
ejemplo, uno sobre el célebre violinista Monasterio. Y si la cul-tura
y actividades musicales madrileñas no llegaban a la altura
de las de Prusia, la afición mélica, estimulada por las recientes
visitas de Verdi, La Patti y Tamberlick, era tan grande, que hasta
las lavanderas del Manzanares cantaban trozos de óperas. No
resulta, pues, en el cuento de Galdós, superficial, falsa y libresca
esta atmósfera musical en que la acción se desenvuelve, aunque
en la importancia que tiene dentro del cuento pueda haber influido
el ejemplo de Hoffmann.
El trato y disposición de los motivos niusicales, como e1 rie-todos
los elementos románticos, es muy diferente, sin embargo,
en Hoffman y en nuestro novel escritor. Galdós le retuerce e1
cuello a las sensiblerías rom.ánt icas con un brusco golpe realista o humorístico. Eh lugar de proceder, en forma ascendente, de lo
reai a lo poético, aterriza con frecuencia de lo @tic0 a lo vulgar.
Véase, por ejemplo, el primer capítulo del cuento, que no corres-ponde
todavía propiamente al cuento mismo. Hace en él unas
consideraciones generales sobre las relaciones entre la música y
el ruido, "su salvaje compañero". Y trata de subrayar el poder
sugeridor de éste sobre ciertos espíritus y en determinadas cir-cunstancias.
Señala el efecto de los confusos rumores del aire,
del mar, de las aguas de una fuente, en un melancólico que- vaga
entre las sombras de la noche; el del rasgueo de una ráfaga de
viento sobre ias ñores, en ei amante trasnochador que espera es-condido
entre la vegetación de un jardín; el del susurro de un
traje de seda que se desliza sobre una alfombra y ondula vibrando
en cada mueble, en el "hombre que espera a la débil claridad de
una discreta lámpara.. . ". El tono romántico se mantiene, aunque
se haya ido recogiendo de la anchura de la alta noche, al recinto
de un jardín y al tibio y perfumado ambiente de un gabinete.
Mas, de pronto, el fino encanto de la noche romántica, levemente
492 ANUARIO DE EXTUDIOS ATLANTICOS
UNA INDUSTRIA QUE VIVE DE LA MIJmTE. EPISODIO MUSICAL 2 1
ondulada de murmullos, se rompe de un zapatazo: "... entre el
silencio sentís dos ruidos secos, precisos, en el techo de vuestra
habitación: chas, chas; dos zapatos femeniles acaban de caer so-bre
el piso del cuarto segundo". La aspereza del efecto se amor-tigua
con una bella metáfora: "una sirena se sumerge en la onda
dejando olvidadas dos notas en el espacio". Pero, con todo, la
rápida e inesperada caída a la vulgar realidad queda clarísima.
El mismo procedimiento de violenta rotura final de una línea
tónica que se ha mantenido durante cierto tiempo, puede verse
en el capítulo segundo. En un extenso párrafo, de estilo más cor-tado
y sentido más realista, se trata de comunicar al lector la
impresión de la silenciosa y angustiada actividad de una noche
durante la epidemia de cólera : "Todo calla en el barrio : se padece
sin ruido, se muere sin ruido ; se cura en silencio.. . Pero se mueve,
en cambio, todo." No paran los familiares de los enfermos, ni el
médico, ni el cura, ni los mismos enfermos, que se enroscan y
contraen para quebrarse y concluir de una vez. Se acumulan de-talles
y m& &talles ,c!para producir esta impresih & s-ilmcioso
movimiento. Y cuando ya se ha logrado, se rompe con un vulgar
y humorístico ronquido. "Sólo un ser (ifatal excepción!) descansa
y ronca en esta noche de muerte: es la. partera. En 'tales noches
no nace nadie."
Otras veces Galdós entremezcla las notas y elementos román-ticos
con otros de una crudeza y frialdad impresionantes; por
ejemplo, en la imagen de su propia muerte: ";Sobre nosotros cae
el rocío, pero no nos refresca!, ;sale la luna, pero no nos ilumi-na!,
:sobre nosotros llora alguien, pero no sabemos quién es!". Y
junto a estas tres notas, estas otras tres: ";Vemos la tumba en
toda su repugnancia subterránea!. . . nos estremece el roce de esa
fria tela de raso que nos adorna interiormente ..., presentimos la
mirada indiferente del revisador de epitaflos." Siempre un con-trapunto
reaiista, frenando posibies evasiones románticas.
Entrando ya, por fin, en el cuento--capitulo 111-, se observa
la misma mezcla de contrarios elementos: El dueño del taller es
Núm. 2 (1956) 492
un hombre pálido, tiene la voz trémula y su trabajo le induce
seguramente a tristes meditaciones. Pero a su lado, sus tres chi-cos
enredan entre los ataúdes. "El más pequeño se cubre con un
pedazo de paño negro, ahuecando la voz de una manera encan-tadora,
para asustar a sus dos hermanos, que al verle se mueren
de risa." Después juegan al escondite, "y el más travieso se oculta
en una caja concluida, cuyo recinto repite con eco extraño sus
infantiles risotadas". Es una escena que hay que poner en línea
con esas fiestas macabras que lanzan horripilantes carcajadas
desde algunos cuadros de Goya y Gutiérrez Solana.
El cuento deja ya estas crudezas y contra&%, y continúa en
8 estilo natural! y suelto, con tendencia a lo verboso. El diálogo del N
carpintero con sus hijas es lo más flojo del cuento. La convale- U
:: cencia de Madrid está bien vista. Después, con la muerte del car- -
8'
pintero, empieza la evasión a, lo sobrenatural: el hecho extraño 8
de no encontrar quien haga un ataúd, la resistencia que las tablas I
y las telas oponen a formarlo, la imposibilidad de arrancar el e
5 iriartiiiü de las nianos del muerta y, por fin, !=S gdps qlr?e se Y
E
oyen dentro del féretro y los que siguen resonando por las noches =n
6
en el interior de la carpintería. U
E El cuento, como ya se ha indicado, es bastante representativo :
de la época en que fué escrito y del punto en que se encontraba a1
la formación y evolución literaria de su autor. Su asunto y el A
i
ambiente en que fué concebido determinaron el desarrollo de la n
ie
atmósfera romántico-musical que lo envuelve y de los elementos f
sobrenatura1.e~q ue lo rematan. Pérez ~ a l d ó sse muestra, ya en-
A----..- - ----- Luuces, i i ~ yse risible a !u~, temas. En -=a misma revista semanal
se pueden apreciar sucesivos cambios de estilo según los diversos
asuntos que va tratando. Con otro argumento, el cuento hubiera
sido mucho más realista.
Peca de abundancia y verbosidad, pero la exuberancia era el
signo de aquella época retórica en que si se eclipsaba Alcalá Ga-liano,
amanecía Castelar. Además de esto, Galdós se encontraba,
al parecer, en un momento de incontenibie frenesí literario. A una
494 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOñ
UNA INDUSTRIA QUE VIVE DE LA MIYF;RTE. EPISODIO MUSICAL 23
cuestión insignificante le daba con frecuencia vueltas y vueltas,
gozando .en escribir y escribir. Da la impresión, a veces, de que
quiere ejercitarse para adquirir facilidad y destreza.
Con todo, el autor del cuento es ya un escritor.
UNA INDUSTRIA QUE VIVE DE LA MUERTE
EPISODIO MUSICAL DEL CQLJCRA
Un hombx célebre dijo en cierta ocasión que la música era el ruido.
que menos le molestaba. Aunque nos tache de profanos algún melómano,.
no nos atrevemos a condenar esta aseveración como un desatino, por--
que no creemos que se yerjudique a la música uniéndola al ruido, ni.
que sea señal de poca cultura el confundir el arte divino con su salvaje
r~mnañe-r o;m ejor dicho, 111 eng~n&a&r. Ese hombre célebre que
de tal modo hirió la susceptibilidad de los músicos, prefería sin duda
ia naturaleza al arte, y tal vez encontraba en el ruido más expresión
de lo bello que en las hábiles combinaciones del contrapuntista y en.
los ritmos del confeccionador de meiodías.
Efectivamente, en el arte mismo no hay tanta música como en el.
ruido, si a la atención escrutadora del amante de óperas y conciertos.
se sustituye 'la imaginación del amante de la naturaleza, que busca,
contemp.ándola, una fórmula de sentimiento o de belleza; si al cri-terio
de los pases de tonos y de los acordes compactos, de los andantes
tristes y los allegros expresivos con que juzga y siente el primero,
frente 2 la erqueataj se sustituye ~xd,lt.a~i6&n espíritu; -1 estado.
de abatimiento o de inquietud en que se encuentra el segundo frente a.
la naturaleza.
suponiendo al espíritu en un estado de conmoción profunda, basta.
que resuenen algunas notas en el arpa invisible del ruido para que:
produzcan mayores efectos que la música mejor organizada.
Un melancólico vaga entre las sombras de la no-che por un campo,.
por una playa o por las calles de una población, y a su oído llegan.
confusos rumores producidos por el aire, el mar, las aguas de una.
fuente, cualquier cosa; su fantasía determina al instante aquel rumor,.
lo regulariza y le da un ritmo; al fin, lo que no es otra cosa que un
ruido toma la forma de la música más bella y expresa aún más de lo
.que este arte pudiera expresar; se reviste de mil accidentes y llega
hasta conmover las fibras más ocultas del corazón; despierta mil imá-genes
y, extendiendo su dominio, consigue hasta fascinar. !a vista, en
virtud de ese misterioso eslabonamiento que de las ilusiones acUsticas
nos lieva siempre a las ilusiones ópticas.
Díganlo si no los innumerables poetas cuya musa ha cantado estro-fas
admirables, engañada por esta superchería del ruido, que, émulo
constante de su hermana la música, suele aisfrazarse con sus atavíos,
favorecido por la sombra, la luna, el silencio y la calma, cómplices de
toda alucinación, perpetuos explotadores de la credulidad de nuestro
espíritu.
Figuraos un amante trasnochador, uno de esos amantes que protege
la luna en su casta mirada y envuelve la noche en su oscuridad miste-riosa;
uno de esos amantes que como Fausto, Romeo o Mario, se pre-sentan
en un jardín en completa vegetación amorosa, hasta que una
mano diabólica viene a sembrar perniciosa cizaña junto a eiios o a
arrancarlos de raíz. Este amante espera oculto entre las flores la He-gada
de su felicidad, y ya se comprenderá que su imaginación está
exaltada por sueños de dicha y que en la oscuridad percibe visiones
2- --a- ni.- -7,- ~ n n - r l - n - t a o.-- n r r s n t r n d s n nnr i i n s AnAs
ur; auvr yuG va&& yauaiiuv airbc wuo vjvu, -&uu*ruuuu PUL uuu vuuu de
voluptuosidad.
El oído está atento como si quisiera escuchar el silencio. De pronto
una música divina resuena en derredor: una ráfaga de viento ha pa-sado
sobre las flores conmoviéndolas suavemente. Diriase que los dedos
invisibles de un hada han rozado las cuerdas de un laud; cada hoja
lanza un suspiro, y multitud de notas se reúnen estremecidas y tímidas
para proferir una queja tan apagada y tenue, que parece lamentarse
de resonar.
El hombre que espera su felicidad escucha esta armonía sumergido
en éxtasis profundo, y siente dilatarse su espíritu como el soñador de
visiones ceiestiaies, ei ascético que, en medio de ia enajenación produ-cida
por las mordeduras de su cilicio y las páginas de su Meditación
.sobre Za otra &da, escucha coros celestiales. y ve penetrar en su celda,
precedida de ángeles músicos, a la Virgen María que viene a confor-tarle.
Pero algo bello, puro e inmaculado se presenta ante el hombre
que espera su felicidad en Julieta, Margarita o Corette, y ahora las
hojas suenan, mas no impelidas por el viento, sino apartadas por una
mano delicada.
Rumores de otra especie se unen a los que antes resonaron. Cerre-
496 . , ANUARIO DE EiSTUDIOS ATLANTICOX
UNA INDUSTRIA QUE VIVE DE LA NIIJEBTE. EPISODIO MUSICAL 25
mos los ojos y escuchemos. ¡Cuánta armonía! En la música de ritmos
y tonos no hay nada comparable a este concierto de los ruidos, en que
una simple ráfaga de viento reúne la mal articulada sílaba del lenguaje
amoroso a la oscilación sonora de la flor que se mece; la exclamación
ahogada de sorpresa o alegría, al tenue susurro de dos ramas que se
azotan; el monosílabo de pasión, al chasquido del tailo que es pisado;
ráfaga traviesa que con delicadeza suma toma el suspiro de los labios
de la druida de aquel bosque para confundirlo con el rumor de la flor
que se desbarata; rumor debilísimo, casi imperceptible, producido por
el suave choque de las hojas que se atropellan cayendo.
Decid, músicos, si hay algo en vuestras sinfonías pastorales y en
vuestros epitalamios instrumentados que no sea un remedo pálido de
esa tierna y sencilla estrofa cantada por el viento.
;Y qué diremos de la seda? De ese tejido armonioso, cuyas hebras
menudas y rígidas producen cierto ruido argentino, como el que produ-c.
iría una cabellera de cristal agitada por el viento; ruido que connueve
el Sistema nervioso, como el contacto de un cuerpo áspero y frío, e
impresiona nuestro tímpano de la misma manera que si algo se rasgara
en nuestro cerebro. La seda hace en el salón el mismo efecto que el
aire en el jardín. Si a la imaginación del galán que vegeta en los
jardines sustituímos la del galán que completa el ajuar de un lujoso
y- ,y, ,-,s.f ssuiiiauAv- g,Yamuihii:c..L,.+r;,,. LdG.~.,~,U..L..G-U.^U ~c->1i -i:i"-uA aruu y...r.-ud:r-:iAlg-- ivau CICCLU, W--JL.G* Il.--- LUILL-bre
espera a la débil claridad de una discreta lámpara la llegada de
su felicidad, y has un largo rato de excitación, llega a sus oídos un
sonido metálico: un traje de seda que se desliza sobre una alfombra
y ondula vibrando en cada mueble notas acompasadas. Esta música
resuena en la imaginación del hombre que espera su felicidad con un
eco celeste; le conmueve, le fascina y se siente aletargado, como el
sibarita que en medio de la enajenación producida por el opio sintiera
resonar las faldas de la odalisca y la viera penetrar en su cámara
saturada de calor y perfume. En efecto, algo parecido a la odalisca,
algo bello y lúbrico a la vez se presenta a los ojos del hombre que
espera Lii;aciel?te y exaltada eii e! gabiiiete. Es Maii~ii Lescoi, Mar
garita Gautier o Marion Delorme. Dejemos a los dos amantes; cerre-mos
los ojos y escuchemos. ¿Hay algo en la música de ritmos y tonos
comparable a este concierto de una falda que se pliega, de una silla
que cae, de un soplo que mata una luz, y una llama que se apaga
aleteando? Decid, señores músicos, todos los detalles de tocador de
vuestras traviattas ¿no son un reflejo pálido de esta estrofa cantada
por un girón de seda, un mueb!e y una luz?
Otro ejemplo, para concluir. Os desveláis a media nuche; entre el
Núna. 2 (1956) 497
26 B. &REZ GALDÓS. - JOSE PEREZ VIDAL
silencio sentís dos ruidos secos, precisos, en el techo de vuestra habi-tación:
chas, chas; dos zapatos femeniles acaban de caer sobr el pisa
del cuarto segundo; una beldad se mete en la cama, y sus zapatos
arrojados por su mano hieren el piso sucesivamente; una sirena se
sumerge en la onda dejando olvidadas dos notas en el espacio. ¿Qué
efecto os producirán estas dos notas? ¿Qué imágenes presentarán a
vuestro espíritu exaltado? ;No seréis capaces de continuar lo comen-zado
por aquellas dos corcheas, y arreglar en un instante, guiados por
ellas, un admirable dúo en que ia sirena del piso segundo no tenga la
peor parte? Preguntad a esos envanecidos músicos si han escrito alguna
vez algo que se parezca a este dúo cantado ... por dos zapatos.
Ella es como Dios: está en todas partes; así como Dios no está.
sólo en los altares, ella ilo está solamente en las cuerdas del arpa y
en los agujeros de la flauta. Siempre se la encuentra hablando por lo
bajo, murmurando penas o alegrías, ya escondida bajo las hojas, ya
correteando entre las aguas, ora acurrucada entre las sábanas de un
lecho, ora rasgueando las rígidas hebras de un pedazo de seda.
Ciertas perspectivas sublimes de la naturaleza elevan el alma haeia
Dios, y ciertos rumores elevan la imaginación hacia la música. El
alma vuela a la contemplación del Creador y la imaginación penetra
en el foco de la armonía. El lenguaje misterioso que el ruido habla
la imaginación concluye por trastornar a la loca cEe k casa, que no
tarda en desarrollar lo rudimentario y dar amplia y determinada forma
al sonido incompleto, nota perdida de la gran sinfonía del espacio.
,Al que me explique las reglas de contrapunto que rigen esta clase
de música, le contaré una curiosa historia que comienza con unos acor-des
de esta naturaleza; acordes lúgubres y horrorosos, de tan sombría
tinte y efecto tan espeluznante, que infundirían espanto al pecho del
más,. animoso. Las salmodias que acompañan las exequias y entierros
no tienen tan fúnebre colorido, y si en un certamen de entonaciones
sepulcrales presentáramos esta música pavorosa que durante cierta
noche de consternación aterró a cuantos la escucharon, de seguro per-deríais
vosotros en la contienda, señores sochantres, por m h que in-flarais
vuestros amoratados carrillos, soplando la pita de vuestro gra-siento
fagot, por más que ahullarais un dies zrw con esas gargantas
encallecidas en la modulación de las estrofas de la muerte.
Figuraos un sonido seco, agudo, discordante, producido al parecer
por un hierro que cae acompasadamente sobre otro hierro; un sonido
498 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOK'
UNA INDUSTRIA QUE VIVE DE LA MüERTE. EPISODIO MUSICAL 27
que no produce vibraciones ni eco claro y determinado, en medio del
silencio de una noche, durante la cual se adormece triste una pob-ación
aterrada por una gran calamidad.
El cólera habita en nuestro barrio, y el barrio entero batalla con
él sumergido en el silencio y en la oscuridad. Parece que el sueño eterno
a que tantos se entregan ejerce letal contagio sobre los que vean en
el insomnio a la vida. Todo calla en el barrio: se padece sin ruido, se
muere sin ruido; se cura en silencio; enmudece el dolor, el llanto, la
desesperación; la plegaria se piensa solamente, y la esperanza no sa:e
del corazón a los labios; el remedio no se pregunta, ya se sabe; el
síntoma no se consulta, ya se prevee. Todo, desde la locuaz aprensión
hasta el charlatán que cura sin diploma, calla esa noche. Pero se mueve,
en cambio, todo; cuando hay silencio, es siempre mucha la actividad.
El paciente se contrae en su lecho; se enrosca como para quebrarse
y concluir de una vez; la naturaleza quiere hacerse pedazos y se sacude
en movimientos convulsivos; el aprensivo corre de aquí pera allí, como
si errante pudiera evitar que el cólera le encontrase; e! hermano, la
esposa, el hijo del que ha muerto o del que va a morir, entran y sa en
de habitación en habitación, acumulando medicinas oportunas y recur-sos
desesperados; el cura no se detiene junto d lecho del difunto; sale
después de murmurar la oración y se dirige a otro, y después a otro,
y a muchos en la noche; el médico entra, pulsa, mira, escribe tres
líneas, y hace un gesto de esperanza o de duda, baja y sube de nuevo;
y en la noche entra, pulsa, escribe, espera y duda inhitas veces. Todo
el barrio se mueve; pero calla a la vez. Mil'emociones se chocan; mil
dolores son ahogados; lazos de m o r y familia se quiebran; mil almas
vuelan; pero todo esto se veriñca en silencio, en medio de una calma
horrorosa, en medio de un movimiento automático y vertiginoso. Todo
el barrio se mueve ; pero calla a la vez. Sólo un ser (;fatal excepción!)
descansa y ronca en esta noche de muerte: es la partera. En tales
noches no nace nadie.
Pues bien, en medio de esta callada agitación, se escucha un sonido
seco, agudo, monótono, acompasado, producido por un hierro que per-cute
sobre otro hierro. Al instante comprenderéis que una mano diabó-lica
se ocupa en clavar las tablas de un ataúd; es la mano del fabri-cante
de cajas de difuntos que explota laboriosamente una industria
que vive de la muerte; es el trabajo que busca la riqueza en el cólera,
y c-j_z vihrlci& ci,p r q ~ e !h ierre i~dicg p n ci,~p ~~r c ~ qcistzrj^ a
la miseria. Del seno pestilente de una epidemia, nace una industria,
y multitud de artesanos ganan el sustento.
;Industria fatal, que florece al abrigo de la muerte!
Mientras esa industria adquiere pasmoso desarrollo, el lúgubre mar-t
i l l e ~q ue muestra su actividad nos horroriza; cada movimiento de ese
pendulo fúnebre indica un paso hacia la otra vida; cada ataúd fabricado
indica un aliento extinguido; cada obra concluída es una muerte.
Esos golpes traen a nuestra mente extrañas imágenes, y entre ellas,
nuestra propia imagen el día en que aquel martillo nos labre el mueble
fatal: vemos reunirse las mal pulidas tablas, tomar forma de trapecio,
las vemos alargarse, según nues.cra talla, y estrecharse de un extremo
presentando una forma repugnante; vemos que se desarrolla una tela
negra, se repliega y las envuelve; vemos unos galones amarillos adap-tarse
a las aristas; vemos una articulación y una tapa que cubre el
interior y una llave dispuesta a encerrarnos en aquel recinto por una
eternidad; vemos la tumba en toda su repugnancia subterránea; senr
timos el peso de la tierra; nos estremece el roce de esa fría tela de
raso que nos adorna interiormente, y el peso de una mano tremenda,
de una losa de mármol cuya inscripción llama al transeúnte; adivina-mos
sobre todo esto la corona de tristes flores que se secan adornán-donos;
presentimos la Misa y el Requiem; presentimos la mirada indi-ferente
del revisador de epita.ños y adivinamos la naturaleza entera
sobre nosotros sin que podamos verla; sobre nosotros cae el rocío, pero
no nos refresca; sale la luna, pero no nos ilumina; sobre nosotros llora
a ! ~ i i i ~ nns rn r&pmm n i i i h es; vemos 11 mc&q en fin, rqresen- o-----r>- -- -A-----
tada en su parte de tierra, descomposición, lágrimas, exequias; repre-sentada
en lo que tiene de este mundo. Nuestra imaginación llega a
este punto por el ataúd, y llega al ataúd por ese pavoroso sonido que
los fabrica; por ese ruido metálico, agudo, penetrante, monótono, que
turba el silencio del barrio. iQuk horrorosas notas! Decid, señores mú-sicos,
Palestrina, Haendel, Mendelssohn, j cuándo habéis llevado la ima-ginación
hasta ese punto? ¿Hay en vuestras cinco miserables líneas
nada comparable a .ese dies irae cantado por un martillo?
Entremos de lleno en nuestro cuento.
No hay calle en la villa donde no se encuentre una tienda con un
letrero que dice: "Cajas y hábitos para difuntos". Podemos referir
nuestro cuento a cada una de esas tiendas, y nuestro personaje puede
ser cada uno de los que explotan la industria funeraria.
Penetremos en el taller; un hombre robusto y fornido, que debe de
ser el dueño del establecimiento, se ocupa en clavar unas tablas largas
-500 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOB
UNA INDUSTRIA QUE VIVE DE LA MUERTE. EPISODIO MUSICAL 29
y estrechas de un extremo; su mano no descansa un momento; su ros-tro
está pálido, sin duda porque aquel trabajo le induce a tristes me-ditaciones;
su voz, trémula por el afán de concluir tareas intermina-bles,
interpela bruscamente a los oficiales que en torno suyo le prestan
ardorosa colaboración.
Dos muchachas bien parecidas se entretienen, sentadas en el suelo,
en cortar grandes pedazos de tela negra, ya de terciopelo, de raso o de
percal. Tres chicos enredan en el suelo, y el más pequeño se cubre con
un retazo de paño negro, ahuecando su tierna voz de una manera encan-tadora,
para asustar a sus dos hermanos, que al verle se mueren de risa.
Ya juegan al escondite, y el más travieso se oculta en una caja con-cluída,
cuyo recinto repite con eco extraño sus infantiles risotadas. Los
niños chillan, revoloteando en torno a aquellos aparatos de muerte con
la misma alegría que si estuvieran en el más beilo jardín. Esto no es
extraño, porque lo mismo revolotea la mariposa junto al rosal que junto
ai ciprés, y ios mismos nidos iabrica el pájaro en el balcón cubierto
de enredaderas que en los detalles góticos de un panteón.
De pronto el padre descarga con más fuerza su martillo, levanta la
frente inundada de sudor y exclama con dureza, dirigiéndose a las mu-chachas,
que se distraen con el juego de los niños.
-Trabajad, holgazanas; L he de Uem IT:r estu vid8 de penes para
manteneros, mientras vosotras os cruzáis de brazos para ver enredar
a esos chicos? Llevadlos fuera; que la hermana más pequeña deje el
sueño; trabajad todas; ayudad a vuestro padre, que en ocho días no
ha descansado un solo momento.
-Pero, señor, i por qué os desveláis de esa manera ? ¿No hemos
sacado un premio en la lotería, no tenemos lo suficiente para vivir con
comodidad ?
-¿Y porque tengo dinero he de dejar mi trabajo? Vosotras aspi-ráis,
sin duda, a salir de la posición en que nos encontramos. Queréis
ser señoritas, vestir sedas, ir a los teatros, arrastrar cola y llenaros la
cabeza & pere~&Egues.. ., nc; iic Zejark mi c&cio a.dnqUe here& !as
minas de California.
-Pero pudierais descansar, trabajar poco, despedir la mitad de los
que vienen a hacernos encargos.
-No; mi deber es equipar a todos los que mueren. ¿Tengo yo 12
culpa de que caigan tantos pedidos sobre mi casa? ¿He de negar a mi3
semejantes este último mueble? Y en cuanto a la industria que ejerzo,
;he de oponerme al desarrollo que toma estos días? Bueno fuera que
no me resarciera de los perjuicios que me ha ocasionado la elección de
este endiablado oficio. Ved a mis dos vecinos, carpinteros como yo,
que han ganado millones en épocas en que yo he vivido de miseria.
Ellos explotan la industria que vive de la vida; yo la industria que
vive de la muerte. Ellos fabrican muebles de lujo y comodidades: sillo-nes,
butacas, tocadores, estantes, consolas; yo fabrico ataúdes; cuando
ellos se han enriquecido, yo me he contentado con un mal vivir; ahora
gano yo y ellos no ven entrar en sus tiendas ni un maravedí. Alabemos
a la Divina Providencia, que reparte sus bienes a todos los seres y
protege todos los modos de subsistir, que hace alternar las épocas de
prosperidad con las épocas de consternación, para que nosotros, los que
de ésta vivimos, no nos muramos de miseria. Yo he leido, no sé en qué
libro, que Dios permite las inundaciones para que los infelices grajos
no se mueran de hambre, y permite los naufragios para dar alimento a
los infelices peces, que gustan de nuestra carne. ;Qué extraño es que
permita el cólera para que prospere una industria que anda de capa caída
la mayor parte del año?
Yus muchuchz~ se cvnvencierir?, y e! padre respiri rnidosarn~nt~,
satisfecho de su peroración. En tanto, el barrio continuaba aterrado por
el cólera, el cólera continuaba haciendo víctimas, las victimas pidiendo
ataú-des y los ataúdes resonando, heridos por aquellos malditos martillos
que no dejan de sonar nunca. Aquella ercusión monótona, perenne,
sigue enumerando las partidas de una funesta suma que va creciendo,
siempre creciendo, sin que adivinemos su fin. Aquella nota vibrada por
un hierro continúa presentando a nuestra imaginación la idea de la
muerte en la parte que tiene de descomposición, de tierra, de lágrimas,
de exequias; en la parte que tiene de este mundo.
Cuentan que para atormentar a un criminal a quien no se quiso
arrancar la vida, se le enterró en una ce-da. a donde no llegaba la voz
de ningún ser viviente; cuidaron de que ningúr. rumor externo llegase
a sus oídos y en el techo de la celda colocaron un reloj, cuyo péndulo
marcaba con horrorosa monotonía los segundos y prolongaba un sonido
seco, penetrante, acompasado siempre, siempre, por espacio de horas,
días, meses y años. Ese criminal se volvió loco.
La tempestad impera e.n el. mundo mucho menos tiempo que la ca!ma. El reinadü de la epidemia es caha se le ccmpura al ~ r ~ i ~ ~ &
de la salud. Llega una hora en que el cielo, cargado de miasmas dele-téreos,
se purifica; las espesas nubes que sobre la ciudad consternada
derramaban un germen mortífero, son impelidas hacia el horizonte
502 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
UNA INDUSTRIA QUE VIVE DE LA MUERTE. EPISODIO MUSICAL 31 .
por las auras refrigerantes; los pájaros ausentes, que una atmósfera
corrompida había ahuyentado de Madrid, aparecen en bandadas; se
acercan cantando a los extremos de la población; revoloteaa en torno
a las fuentes, en tcirno a los árboles; invaden en un gracioso torbellino
los jardines de la plaza de Oriente, y acarician y festejan a sus anti-guos
amigos el caballo de bronce y su jinete el Sr. D. Felipe IV; se
reúnen como si tomaran una consigna; S& arremolinan, f l~i c t~avna,c ilan
en la dirección que han de tomar, y, al fin, se esparcen, se extienden
en grupos traviesos por todas las calles, saludando en un concierto
de d.as suavemente agitadas, de trinos sonoros, la convalecencia de la
gran ciudad, que hace tiempo vivía en la tristeza, sin salud y sin
pájaros.
En tanto, la alegría vuelve a todos los -semblantes; animanse las re-uniones
públicas; despiertan, los que aún viven, de su sueño de abati-miento;
el corazón late ensanchado y el estómago adquiere el dominio
de si mismo; las inteligencias tienden de nue170 el vuelo, dirigiéndose
hacia la verdad o hacia el error; circula todo lo que está paralizado;
muévese todo lo ,que permanecía inerte; comienza a vivir todo lo que
vegetaba; se piensa, se ama, se odia, se intriga de nuevo, porque ha
desaparecido la inacción que petrificaba el cuerpo y la zozobra que
entorpecía el espíritu. La chismografia vuelve a lanzar sus flechas su-iiies
en\renena'p&, y la poiitica a tejer & 1 azos ai*$CioUCis;
El ,barrio descansa, al parecer, tranquilo; duerme el médico, el far-.
macéutico, el sacristán, el cura, el mónago; sin duda ha concluído el
período de muerte. Notamos agitación y movimiento en una casa, y
preguntamos llenos de zozobra: "¿Se muere alguien aquí?", y nos con-testan
: "No ; ha nacido un.. ." i Nacer! i Graci,as a Dios que nace algo !
Regocijémonos, porque el imperio de la .muerte ha concluido y comienza
el período de la felicidad. E2 cielo está despejado, los pájaros vuelven
y los niños nacen. Estamos en plena vida; ya podemos amar, odiar,
pensar, sentir; en una palabra, vivimos.
Pero, no ; aún resuena el martillo; aún vemos la mano diabólica de
ese artefacto de ia muerte reunir ias toscas iabias, aiargárias, reves-tirlas
de paño negro, guarnecerlas con franjas amarillas, articular una
tapa; aún vemos que encierran allí algo parecido a un ser humano, dan
vuelta a la llave y lo introducen todo en un agujero profundo que
tapan con yeso y ladrillos; aún escuchamos la voz de nuestro personaje
que increpa severamente a las jóvenes que inclinan SUS cabezas ren-didas
por el cansancio y el sueño.
-Aprovechemos-dice-las Ü~timas horas de nuestra prosperidad.
Equipemos convenientemente al ziZtimo c m . Reniego de mi oficio. V*
laron los dias felices de mi industria. iMaldito oficio, cuán corto es tu
reinado! Ayudadme, porque siento alguna desazón. Daos prisa, que el
ataúd del señor duque de X., que tengo entre manos, ha de ser lo más
lujoso que salga de mi taller.. . (Este maldito dolor de estómago.. .) Cor-tad
bien el terciopelo, no manchéis los galon es... (De buena gana to-maba
una taza de té ...) Este será el último trabajo, no os quede duda,
el duque es el Último caso. (Siento unas náuseas ...) ;El Último caso!
Adiós ganancia, prosperidad, vida. (Sentiría tener que dejar esta obra
maestra.) En efecto, es una lástima la pérdida de ese excelente señor.. .
no dirá que lo alojo mal. ; Qué admirable obra de arte ! i Qué terciopelo !
iQué raso! ;Qué galones! Este es un ataúd verdaderamente real. LOS
ricos hasta en la muerte han de brillar más que nosotros (Yo no estoy
bueno, no). ;Quién fuera rico! La cabeza me da vueltas, siento un
mareo.. . i Oh! Si yo fuera rico, viviría en un palacio como ese duque,
moriría en un magnífico lecho y me haría enterrar en un ataúd tan
suntuoso corno éste.. . (;Qué frío sudor corre por mi frente I .j, Qué será
esto?) No crea el respetable duque que le bajdrá de cuatro mil reales
este cómodo mueble ... (Todo mi cuerpo se enfría, y me abandonan las
fuerzas, ¿ qué será esto ?) Sí ; ;cuatro mil reales ! ;Oh cólera, cókra,
a buen precio me has de pagar tu Última víctima! ;Cuatro mil reales!
El s ~ remgldz~r p ara c ~ n d i l.r.. pero aqni acaban !os días felices
de mi industria; adiós ,ganancia, prosperidad, vida ... (Pero ¿qué es
esto?, yo me siento desfallecer.. .) hijas, venid.. .-Cesó de clavar, y
cayó al suelo después de vacilar un instante. El horrible martillo calló.
La gente se agolpa a la puerta de la tienda, atraída por los gritos
dolorosos de las muchachas, alármase el bawo, encáranse los vecinos.
-i Qué ha sucedido ?
-Nada de particular. Le ha dado el cólera al fabricante de ataúdes
de nuestra parroquia.
-;Miren qué casualidad! ;Después de haber equipado a tantos! Ya
no oiremos sus espantosos martillazos. ¡Dios le perdone un pecado por
--a- -,.-.<a -.-- ,?-L-:-LI c a ~ ~waau u YUG L ~ U L ~ G U .
Los vecinos se meten en sus casas y los curiosos siguen su camino.
Ai día, ia animacióii y i;* deg7-ia iy.iiia en iü&slo s tallele;
de la vida. El lujo reaparece en la, tienda del joyero, del tejedor y del
ebanista. Ostentan las flores artificia.les su eterna fresciira plantadas
en un capote o en un sombrero, y los diamantes resplandecen sobre el
594 LNUAEIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
UNA INDUSTRIA QUE VIVE DE LA MUERTE EPISODIO MUSICAL 33
fondo rojo de un estuche, cuyas dos tapas se abren como dos mandí-bulas
hambrientas. Desenvuélvense en los escaparates de la caile de
Espoz y Mina pabellones de encaje, y blondas extendidas como una red,
dispuesta a coger traviesos antojos femeniles, y en otra parte se amon-tonan
profusamente corbatas, hebillas, alfileres, cinturones, peinetas y
todos los detalles de tocador que, aunque parecen a primera vista in-significantes,
sirven para dar a una belleza un toque delicado que decide
de una gran victoria amorosa, o de una conquista de voluntades
masculinas.
En el talier del carpintero vemos levantarse de nuevo rad?ante de
luz el astro de los salones, el espejo; circundado de oropeles, extiende
su tersa superficie, fiel modelo de perpetua atención y discreto olvido
que observa sin recordar reflejando cuantos cuadros alegres o tristes,
escandalosos o ejemplares, se componen ante su vista; vemos cubrir el
descarnado costillaje del sillón y el sofá con muelles cojines que se
hinchen para sostener nuestros cuerpos y calentarlos; vemos la consola
extender su plancha de mármol para sustentar los jarros de porcelana,
los vasos de cristal y los relojes de bronce; la reaparición de todas
estas piezas elaboradas continuamente para satisfacer el capricho, la
vanidad o la moda, son otros tantos síntomas de vida que anuncia la
sdud de ia gran ciudad. este ciesarroiio, este üespemr de ias indus-trias
que se alimentan de nuestra vida, se hace al compás alegre de
martillos sonoros, cuyo timbre no nos horroriza, ni trae a nuestra
mente otras imágenes que las de una felicidad que sustituye a la des-gracia
y las de la paz bulliciosa que sucede a la calma sombría y aterrar
dora de los períodos de muerte.
El arte fatal que acumuló riquezas en los días de consternación,
ha muerto. Entre fragmentos de ,ataúdes rudimentarios y girones de
paño negro está el cadáver del artesano que era su personificación,
y en su mano estrecha aún el martillo que contó los segundos de1
reinado de su ángel tutelar, el cólera. Ya no escuchamos el ruido espan-toso
de su hierro, ni tampoco el eco de su voz interpelando rudamente
a sus hijas y a sus compañeros de labor.
Su maldito oficio le abandona. Los oficiales han huído despavoridos
del taller fatal, y en la casa no hay un ataúd donde enterrar aquel
pobre cuerpo que el día anterior se agitaba en una afanosa tarea.
Las hijas se dirigen iiorosas al taller vecino, donde reina la alegría
y se respira una atmósfera de felicidad. Entran y suplican al dueño-de
la tienda que labre para su padre el triste mueble que éste hizo
para todos y nb para si; pero su voz no es escuchada; el trabajo que
34 . .a . B. mREZ CALDOS. - JOSC PF%EZ VIDAL
se alimenta de la vida no abandona un momento su actividad incesante,
.y el ruido alegre de sus herramientas de la prosperidad no permiten
que sean escuchados los lamentos de la desgracia. En vano se pide a
la industria vivificadora que sirva a la industria fúnebre, cuyo reinado
sobre la gran ciudad ha concluido. La vida no quiere encargarse de
equipar a la muerte.
Las hijas del difunto vuelven al taller, donde, entre despojos, se
extiende el cadáver del industrial de ayer, e intentan construir lo que
l a mano pródiga de su padre ofreció a los muertos de la vecindad;
pero es en vano. La madera, al parecer petrificada, se niega a admitir
entre sus fibras el clavo tenaz; éste resiste el golpe del martillo, y se
retuerce, y se contrae antes que penetrar en la madera; la tela huye
de la mano que intenta asirla, y se resbala, replegándose. El hierro,
la madera, el tejido, se rebelan contra la muerte, y no quieren continuar a N
a su servicio. E
Mas no e j j~s t sy ~ , ne! pudre & & 2 6 d ~~9 t e n g l siq~ieyai ln
n O
miserable cajón donde ser sepultado. La Providencia Divina ie ofrece -- m
O
uno, el más bello de todos, el que construyó para el duque su vecino, E
E
a quien él llamaba el última caso. El enfermo se ha salvado, y sus 2
E hijos, que intentaban quemar el féretro, lo regalan a su constructor,
al saber que éste no tuvo la precaución de hacer el suyo. Está sin 3
(estrenar; su terciopelo se conserva limpio y terso y sus galones bri- -
0 llantes dispuestos a reflejar en lúgubres cambiantes las antorchas de m
E
un funeral. O
El autor es depositado en su obra maestra, en aquel perfecto y 5
n acabado mueble que, según él, estaba destinado a contener el ziltimo E
caso. Parecía que lo ocupaba con satisfacción. El oficio que vivió de a
la muerte expiró al renacer el trabajo próspero, y fué enterrado en n
su Última obra.
Al cruzar el lujoso féretro las calles del barrio, el pueblo exclama O3
alegre: ahí va el último caso. Mas esta alegría del pueblo no era iin
impío sarcasmo. Aquel hombre era la personificación del cólera, y el
cólera había muerto. Justo era que los vivos Ee alegraran.
Les cpe !e aciqaii5ihan asagiman que dentro del ataúd resonaba
un golpe seco, agudo, monótono. producido, al parecer, por un hierro
que percutía sobre otro hierro, como si el muerto remachara por den-tro
los clavos con el martillo que nadie había podido-separar de su
506 ANUARIO DE ERTUDIOR ATLANTICOS
UNA INDUSTRIA QUE VIVE DE LA MUERTE. EPISODIO MUSICAL 35
mano. Aseguran que, aun encerrado en el nicho, se oía la misma per-cusión,
y los habitantes del barrio, que durante las sombrías noches
del cólera se desvelaban al rumor de aquella sinfonía pavorosa, sienten
aún las mismas notas agudas, discordantes, precisas, que turbaron el
silencio de aquellas noches, y las oyen siempre, procedentes del nlismo
taller, que hoy está cerrado, como si algo invisible viniera por las
noches a agitar allí la herramienta fatal.
;Ruido extraño, cuya expresión, que sobrel~uja en expresión al del
arte de ritmos y compases! j(=uándo han podido esos envanecidos mú-sicos
crear notas de tan maravilloso efecto?
En nosotros han producido éste. El cólera se nos ha presentado
por su lado musical. Todo lo creado tiene su armonía. Se ha estudiado
el cólera en su influencia climatérica; se le ha estudiado eeonómica-mente,
se le ha estudiado en su terror, en su contagio, en su historia.
por qué no se le ha de estudiar en su música? E1 ataúd es su caja
e! - " m t ; l l ~ I;!ectro. A '"....-m
ILLLIiI CIllV , han visto 21 cS!era Ue cerca,
otros le h,an sufrido, otros le temen y otros le palpan. ;Por qué no
ha de haber quien le oiga? Si, le ha oído quien tiene la manía de aten-der
siempre a la parte musical de las cosas.
B. PEREZ GALDÓs.
Madrid, 20 de noviembre de i865.