LOS RETRATOS REALES DE LUIS
DE LA CRUZ Y RIOS
POR
JESUS HERhTANPEEZ FEELERA
Profesor adjunto de ia Universidad de Madrid.
Se ha dicho y repetido con insistencia l que la etapa más
gp~gz& y ^c~~qdrd, e b pr&deción pie-brica & Luis de e L i z
y Ríos comenzó en 1815, el año en que abandona la isla de Te-nerife
y su puesto de director de la Academia de Dibujo abierta
en La Laguna por el Real Consulado de Mar, para venir a Madrid
y retratar a S. M. C. el rey Fernando y.
Sin embargo, aunque los óleos y miniaturas publicados hasta
la fecha como pintados en esta segunda etapa de su vida artís-tica
prueban plenamente una más notable madurez y más am-plias
conquistas, su número está en manifiesta desproporción con
los retratos y composiciones religiosas obrados durante su per-manencia
en las Islas. De los 90 retratos y 52 miniaturas que su
biógrafo, el fallecido presbítero D. Sebastián Padrón Acosta, le
adjudicó 2, únicamente 17 óleos y 23 miniaturas parecen ser de
sus años peninsulares. Y esto resulta evidentemente inexacto,
1 Recoge la bibliografía y las opiniones hasta ahora emitidas sobre el
pintor el libro de S h t ' i á n Padrón Acosta: Dola Luiis de la Crw, Pintor
de CánnUrrcc de Fernamdo VIZ. La Laguna, J. Régulo Editor, 1952, @gs. 83-86.
2 Idem, ibiüem', págs. 67-77.
2 JESfJS HERNANDEZ PERERA
porque si fecundos fueron sus pinceles y fácil su rápida habili-dad
para captar las fisonomías de sus paisanos, al decir de Al-varez
Rijo 3, más fecunda fué su vida en la Corte, donde, a pesar
de sus infortunios y del siempre desautorizado acceso a las nó-minas
de la Real Casa-meta de todos sus afanes durante treinta
y ocho años-, halló clientela, estimación y sonados honores.
A subsanar en parte este vacío en el catálogo del pintor ti-nerfeño
van encaminadas las presentes páginas, fruto de modes-tas
búsquedas, no siempre continuadas, tras las huellas de su dia-rio
quehacer en Madrid, que si repiten y corroboran la ya procla-mada
calidad de sus retratos cortesanos, añaden también nuevos
lauros a su pincel con una. galería de obras inéditas, pintadas en-tre
1815 y 1836, años que definen sus mejores logros en el arte
de hacer retratos.
Aportación notable al mismo empeño había sido ya la noble
iniciativa de D. Mariano Rodríguez de Rivas, director del Museo
Romántico de Madrid, quien con ocasión del centenario de la
muerte de Luis de la Cruz organizó, en enero de 1953, una Ex-posición
monográfica, en la que por primera vez recibieron pú-blica
admiración bastantes obras inéditas suyas, encauzando la
atención de los amantes del arte hacia la figura de El Cama*,
por muchos aspectos atrayente y digna especialmente de recor-dación
para sus coterráneos. Aunque en publicaciones periódi-cas
se dió cuenta en su día de esta Exposición, aprovecho la
ocasión para incluir aquí cumplida noticia de sus más sobresa-lientes
novedades.
Sin pretender, por otra parte, reunir una lista exhaustiva de
sus retratos cortesanos, quiero iimitarme aquí a dar somera iiü-ticia
de los lienzos en que efigió a las personas reales de sus días
madrileños: el rey Fernando VII, sus tres Últimas esposas las
reinas Isabel de Braganza, María Josefa Amalia y María Cris-
-
3 Cf. Antonio Ruiz Alvarez: Oleos de don. Lu.is de la Cruz. "El Día",
Santa Cruz de Tenerife, 25 de'mano de 1952.
4 A más de las reseñas de la prensa madrileña, se publicó un catálogo
en "Revista de H8Moria", La Laguna, núm. 100 (1952), págs. 605-607.
202 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
tina, y su hija Isabel II, así como los retratos de los inf;antes, no
menos numerosos que los reales.
Los primeros wtratm de Fermado VZZ
Bien conocidos por haber estado expuestos en el paraninfo.
del Instituto de La Laguna muchos años y haber sido publicados
a menudo en libros, artículos y notas biográficas aparecidas en
1a prensa diaria, son los retratos de Fernando VI1 y de su her-
,mano el infante D. Carlos María Isidro que se guardan en aquel
centro ( l b . 11).
El del monarca es, como es sabido, el que motivó el viaje del
pintor a la Corte y en él pudieron contemplar las Islas la efigie
del "Deseado" no precisamente en la mejor versión que salió
del pincel de Cruz y Ríos. Junto con el del infante D. Carlos,
el de la reina Isabel de que: luego hablaré y los tres retratos del
amobis-po D. Cristóbal Bencomo existentes en La Laguna (Cate-dral,
Ayuntamiento y miniatura en posesión de los señores he-
.rederos del deán Medina), son las Únicas muestras llegadas al
Archipiélago de su etapa madrileña y ninguno de ellos supera
ciertamente sus retratos del obispo Verdugo, obra maestra de su
periodo isleño. No es mía solamente esta opinión sobre la me-
.dianía de los dos retratos del Instituto de La Laguna: ya el pin-tor
Alfredo de Torres había notado lo artificioso de las cabezas,
la falta de realismo al no estar pintados directamente del natu-ral
y el parecer copias de algún estudio que se hubiera tomado
ante el rey y su hermano por el propio Luis de la Cruz o por
algún compañero.
Sin tener conocimiento de ellas, el Sr. Torres Edwards coin-cidía
en esto último con las propias palabras dirigidas por el pin-tor
a. Fernando VII en la instancia que le envió el 24 de noviem-
5 Alfredo de Torres Edwards: La pinitura en Cwarias. La Laguna, Im-tituto
de Estudios Canarios, 1942, pág. 15.
-bre de 1815 y, se ,conserva en el Archivo de Palacio G. Con verbo
dulzonamente adulador, el artista .declara expresamente en su
escrito que "el bondadoso corazón de S. M. le ha facilitado la
dulce satisfacción de permitirle sacar los retratos, de los cuales
conserva uno que sirva de modelo para que disfrute-la Nación
por sus copias del placer que unánimemente anhelan".
. .
: : Según puede deducirse de este texto inédito, el pintor, en perr
: sona, de un primer retrato tomado directamente. del rey. .había
sacado varias copias, reservándose el modelo. En .su ánimo :en-
. traba indudablemente enviar a Canarias más retratos regioslgue
:el remitido a la 'Universidad de Ea Laguna,. pero, si -alguno iii,
fué destruido y se ha perdido de él toda noticia, el-'casb es' que
. .
:sólo se conoce en las Islas el .citado' del :Instituto.
: ' , Pero Luis de la Cruz repitió aquel, mismo año. los .retratos $e
.'Fernando VII, ciertamente antes ,de alcanzar los honores de Pin-
.tor de Cámara, pues'de esa fecha Conozco por lo menos dos ver-siones,
una mejor que la tinerfeña y además'en el propio Palacio
-Real; el gran. retrato de cuerpo entero (2,28 'X 1,62 'm.) colgado
.en uno de los pasillos del Archivo General de Palacio, que figuró
.'en,lti Exposición centenaria del Museo Romántico y está fecha-
:do y. firmado: Luk 6% Za ~CTUyX Rws Jo pin.tó.Afí8 1825 ' ( l b . I)..
Aparece aquí el rey de pie entre un sillón' y una mesa con 'el
-cetro y la' corona sobre rojo ,almohadón; muebles' y atributos 'que,
.siguiendo :la costumbre consagrada..por' los. pintores franceses
,del xvm, figuran a menudo en los óleos regios de Luis de la Crui.
.Un fondo plano iluminado a la izquierda .!por coitinas'de tercio-pelo
rojo recorta la figura del monarca, .mucho.más apuestaren
.este retrato~de~Pa1aciq.ou e en ei de ¿a'-hguha,:.Viste en uno y
otro el uniforme de capitán general, más engalonada quizá. la
.casaca,d. el de. '~enerife' ,p ero con maycir Soltura : y - eleganbia en
.el' primero: -Mientras la. mano derecha. se separa 'abiertamente del
.cuerpo e -inclina notablemente el bastón de mando, casi verticd
6 ~ r c h i ; ~G eneral de Paiacio, expediente personal de Cruz y Ríos,
-C-70, leg. 8756.
7 "R,evista de Historia", núm. 100, ,pág. 607.
204 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
LUIS DE LA CRUZ Y RIOS: Fernando VII. Palacio Real. Madrid.
LKIS DE LA CRUZ Y RIOS: Fe?,?tniido VI1 y su herw1ano D. Cnilos Mnrfa Isidro.-Instituto Nacional de Ense-ñanza
Media. La Lsqinii.
LOS RETRATOS REALES DE LUIS DE LA CRUZ Y R~OS 5
en la versión lagunera, con la izquierda atrae hacia si el emplu-mado
bicornio, y no apoya el codo izquierdo en el cojín que
soporta el cetro y la corona: Atraviesa el pecho la misma banda
de la Orden de Carlos 111, enriquecida con los inevitables reflejos
del moaré, demasiado insistentes, y del cuello pende el toisoncillo.
La mayor diferencia entre uno y otro retrato se advierte en el
rostro, girado hacia lado distinto y con actitud y mirada diver-sas,
con la particularidad de que pocas veces más volvió a repre-sentar
a Fernando VII con la cabeza girada hacia la derecha. Si
en el retrato de Palacio prescindió del manto de armiño y púr-pura
que acompaña al rey en el cuadro de La Laguna, en cambio
lo hizo pisar sobre coloreada alfombra, pintada con tanta minu-ciosidad
y detalle como en los suyos hacía Vicente López.
Es interesante hacer notar el esfuerzo del pintor en estas pri-meras
obras por no repetirse: los muebles, los cortinajes, el uni-forme,
el pavimento, la actitud, el movimiento, difieren en ambos
lienzos, y aunque no siempre logra salir airoso-compárese la evi-dente
estrechez de hombros que hace aparecer irremediablemente
contrahecho al Fernando VI1 del Instituto de La Laguna-en
vencer la propensión cómoda a caer en idénticas fórmulas, de-muestra
una vigilancia formal que no conservó más tarde, lan-zado
a la producción en serie de retratos de miniatura para re-galos
y joyeles diplomáticos.
Hace gala el pintor de sus dotes de dibujante, cuidando con
cariño de primitivo los más nimios detalles, los cordones de las
borlas del fajín, los entorchados de las bocamangas o los botones
de la casaca. Aunque ha debido inspirarse en retratos de Goya
- e l que éste pintó para el canal de Aragón, que puede citarse
wmo precedente, tiene fecha de ese año, lo mismo que el del du-que
de San Carlos, hoy en el Museo de Zaragoza, con cuya postura
presenta más notorias semejanzas-, Luis de la h z ha debido
ponerse en contacto muy pronto con Vicente López, y si es cierto
que acudia estos meses a la Academia de San Fernando *, allí se
. .
8 Padrón Acosta, ub. cit., phg. 34.
6 JESÚS HEBN~NDEZ PERERA
nutriría del clasicismo a la sazón imperante y que había de ser
su credo artístico incluso cuando ya la escuela romántica hervía
en plena reacción.
Por su técnica y composición podría emparentarse este re-trato
con los de otro pintor palatino, Carlos Blanco, llamado "el
Sereno", que ha dejado en Palacio un retrato del rey (1826) bas-a
t e cercano al que comentamos.
Pero aunque en el pantalón ceñido y en las medias contra-.
pone el blanco luminoso, que también empleó en el retrato del
Instituto, al rojo del fajín, como hizo notar ya D. Pedro Tar-quisg,
en el rostro, más modelado y atento, quedan todavía res-tos
de esa entonación terrosa que informó sus retratos pintados
en las Islas. El empleo más acertado de los grises, con sombras $iotribí&o, evita Ir, i=;3re=.e ,n p ! u ~qd~e pr&cce e! ros- J
tro del retrato lagunero, pero el conjunto resulta demasiado dibu-jado
y lamido, excesivamente preocupado por el contorno preciso
y duro, con el mismo apuramiento que un retrato de miniatura.
Mucho más elocuentemente que en el retrato con que obsequió
a su tierra natal, este del Archivo de Paiacio condensa mucho
mejor la actitud y la devoción que desde sus años mozos consa-gró
a Fernando el antiguo Alcalde Real del Puerto de la Cruz.
Nada expresa mejor que esta pintura, minuciosa, detallista, tra-tada
con un acariciar de pincelada repetida y suave, con especial
detención en el rostro y en las telas, la adhesión entusiasta del
pintor a su rey, motor capaz de hacerle arrostrar un penoso viaje
desde las lejanas Islas a la capital de las Españas, con su mujer,
sus cinco hijas y un hijo pequeño a cuestas, sin recursos sufi-cientes
para !!evzr!cc: 2 1- r]c&, hasta el pxtrem~ de verse. nbli-gado
a dejarlos en Sevilla al cuidado de amigos, sólo por tener el
placer de besar la mano de S. M. y trasladar su imagen a las Islas
remotas.
Sólo hacía un año que el Deseado había regresado del exilio
de Vaiencay y todavía hervía ei entusiasmo popular por su res-
9 Pedro Tarquis: Dm Lmis de la Cruz, Pintor & Ccimam. ZZI. Los t0ws
rojos y blancos del retrato de Pemtmdo VZZ. "La Tarde", Santa C m de
Tenerife, 25 de septiembre de 1943.
206 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
LOS RETRATOS REALES DE LUIS DE LA CRUZ Y RfOS 7
tauración en el trono. Aquel ambiente era el más adecuado para
caldear aún más el alma aventurera de este atrevido pintor que,
con sola una carta de recomendación del general Rodríguez de
la Buria, entonces comandante general de Canarias, se había l a -
zado, sin medir dificultades ni privaciones, a escalar las gradas
de Palacio, movido por el Único anhelo de hacer prisionero a su
soberano sobre la trama de un lienzo iluminado por los toques
emocionados de su pincel.
Asombra de veras contemplar esta entrega total y continuada
al ideal con tanta ilusión forjado allende el mar, y a& más el
verlo informando toda la vida del artista cuando el propio rno-narca
rarísima vez respondió con una mínima muestra de afecto
a tan constante adhesión.
Pero en esta actytud Luis de la Cniz no estaba solo. A más
de la muchedumbre cuantiosa de partidarios decididos del re-puesto
monarca, el pintor portuense obraba al unísono con otro
paisano suyo, artista también, que ya gozaba en la Corte de la
distinción de pintor áulico y tuvo a su cargo las decoraciones
pompeyanas de los palacios reales de Aranjuez, El Escorial y la
Moncloa, desde los días de Carlos lV: el santacrucero Antonio
Sánchez González, yerno del pintor Juan de Miranda, el que tuvo
a Cruz y Ríos como discípulo aventajado en Las Palmas, allá
por 1806 lo. F'ué Sánchez en todo tiempo el más furioso partida-rio
de Fernando l1 y sin duda alguna é1 ayudaría a Cruz en sus
primeros trabajos en Palacio y juntos alimentarían esta devoción
hacia su rey, en quien depositaron ambos con verdadero calor
todos sus ideales patrióticos.
Sin variar ia línea de conducta que desde Tenerife se había
trazado, Luis de la Cruz dió trabajo a sus pinceles reproduciendo
la efigie de Fernando VI1 conforme al retrato que en la real pre-
--
lo El expediente que sobre Sánchez obra en d Archivo de Palacio con-tiene
muchos datus ineditos acerca de este aftista tinerf&oi sobre el que
tengo un estudio en prepracih.
11 Cf. F. J. Shchez Cantón: Loa pintm-es de c&mm de bs reyes de
España. Madrid, "Boletín de la Sociedad Ebpañola de Excursiones", 1916,
p5~gs. 167-168.
8 JESOS HERN~NDEZ PERERA
sencia había sacado. Aunque únicamente lo conozco por fotogra-fía,
no dudo en situar otro retrato del rey (lám. IV), de colección
particular madrileña, en ese mismo año de 1815. Como guarda
más semejanza en el giro de la cabeza y en la actitud con el de
La Laguna, puede pensarse que esta versión agradaría más al
pintor y repetiría la misma cabeza vuelta un cuarto a la izquier-da.
Si bien en este tercer retrato m aparece de cuerpo entero,
el artista se preocupó mucho de variar los galones y entorchados
de la casaca, siempre ceñida con la banda blanquiazul de Car-los
III y el tokoncillo, de cambiar el bastón de mando por el
cetro y hacerle abrigar el antebrazo izquierdo con el manto de
armifio que por detrás del rey ha quedado recogido sobre el im-prescindible
velador ante fondo de cortinas.
Un nuevo ingrediente introduce, todavía tímidamente, en este
lienzo, que luego va a desarrollar con más valentía: al costado
izquierdo se abre el marco de una ventana, aun sin paisaje exte-rior
visible. Con ello busca una mayor profundidad de espacio,
se impone una más concienzuda perspectiva aérea y prepara el
camino hacia el cuadro de interior que logra en el Autowetrato
de que luego me ocuparé, una notable aportación que enlazará
la mejor tradición velazqueña con los diminutos y coloristas cua-dritos
de gabinete a lo Fortuny.
A la vista de estos dos nuevos retratos fernandinos me atrevo
a suponer la existencia de otros más, pintados entre el 14 de
junio de 1815, fecha de su llegada a Madrid, y diciembre del rnis-mo
año, ya sobre el prototipo de La Laguna, ya variaciones en
torno al del Archivo de Palacio. Esta actividad continuada en
obsequio de ia esgie ciei rey ie iieva a la natural satisgacci61i
en sus tareas de pintar al soberano, y estimulado seguramente
por su paisano Sánchez González, decide presentar al monarca
su instancia del 24 de noviembre de dicho año, solicitando el
cargo de Pintor de Cámara con el sueldo que S. M. estimase con-veniente,
así como el de director de la Academia de Dibujo del
Real Consulado de Canarias, que había dejado de percibir 12.
12 Ekpedien,te citado del M v o General de Palacio.
208 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
LOS R G T R A T O S ~ RDE~ L UIS DE LA CRUZ Y RIOC 8 .
No voy a insistir ahora en la suerte que siguió su instancia,
ya historiada por el marqués de Lozoya13; ni en su ya conocido
nombramiento de Pintor honorario de Cámara el 25 de enero
de 1816. Sólo he de recordar que en el informe del Sumiller de
Corps, marqués de Ariza y Estepa, al mayordomo mayor de Pa-lacio,
conde de Miranda, incluído entre las diligencias previas
del citado nombramiento de Pintor de Cámara (31 de diciembre
de 1815), se elogia a Luis de la Cruz "como un artista aplicado
que por su habilidad en el ramo de pintura de miniatura se ha
hecho un lugar distinguido entre los profesores de las bellas
artes", habiendo alcanzado "el honor de haber sacado varios re-tratos
de la Real Persona en dicha clase". No he encontrado hasta
la fecha ninguna miniatura de Fernando VII que responda a la
fisonomía de los retratos al Óleo pintados en 1815, pero de dar
con alguna de las varias que cita el marqués de Ariza no seria
difícil fecharlas comparándolas con la efigie del monarca en sus
treinta años.
Estus =irAabras isTLGrzhs d3: =au 1015 cunb-adicen la falsa
opinión l4 de que no vino formado de Canarias en esta técnica,
si no fueran conocidas además sus magníficas miniaturas del Ge-
Mral Gzctihez conservadas en colecciones madrileñas y fecha-das
en 179788 15, en las que emplea un punteado bien construido,
característico de sus primeras miniaturas, tan elogiado por Ez-
13 Marqués de Lomya: Luzs ü.e la CIUZ y R&s, Pintor de Cdmcbm de
Fmnrundo VlI. "El Museo Canario", Las Palmas de Gran Canaria, nfmn 16
(1941), p8gs. 1-12.
;; Wio la he visto recogida-para rechazarla desde lueg+por Mariano
Tomás: La miniatura retrato en Eqmiía. Madrid, Ministerio de Asuntos Ex-teriores,
Dirección General de Relaciones Culturales, 1953, pág. 71.
1s Conozco tres: una propiedad del Sr. Pérez de Guzm&n y Gallo, que
reprodujo el Sr. Ezquerra del Bayo en "Arte Español", tomo iii, núm. 4
(1912), pág. 252; otra de la col. Mariano Tomás (reproducida en color en
JU ~i&k%dliub ro, i&Ínina m j ; y ia aesaparecicia ael Museo del Ej6rCit0,
donde hacía compafiía a las famosas e históricas cartas de Nelson al ge-neral
Gutiérrez, que publicó don ' [Jesiis ña' Perdigón], Perdreau (seud. :
D. Luis de la Cruz y Rios. "Gaceta de Bellas Artes', Madrid, ncm. 364 (15
de julio de 1929), págs. 10-11. .
1P J E ~ SHE RNÁNDFL PERERA . .
querra del Bayo". Su aprendizaje en Tenerife no ha sido bien
explicado hasta ahora, aunque las pocas miniaturas de entonces
subsistentes, en especial la de Don Juan Nepomuceno Verdugo
(colec. Srta. Rosario Maury, La Laguna) o la de L b z Francisco
de Tolosa G.1.imaldi (en posesión de D. Federico Ríos Machado,
Puerto de la Cruz), prueban plenamente su destreza en la pin-tura
al agua sobre placa de marfil, muy por encima de sus pri-meros
ensayos de retrato de miniatura todavía al óleo sobre
lienzo (Don Jerónimo Conde, colec. Alvarez Padrón, Puerto de la
Cruz, por ejemplo). Aunque pudiera pensarse en un magisterio
del pintor lagunero José Rodríguez de la Oliva (t 1777), que se
sabe cultivó la miniatura17, ya fallecido cuando Cniz. no había
empezado sus balbuceos artísticos, o mejor en Juan de Miranda,
a quien pueden atribuirse retratos en miniatura sobre cobre le,
tal vez se inspirase más directamente, por propia inclinación del
artista en aras de su temperamento analítico y minucioso, en mi-niaturas
sobre maritil francesas e inglesas que pudo copiar e irni-
+L-. aL zil r n a u i a ~ e sd e almas fami!izu f~lustermc w m !U de C6-
logan *, a uno de cuyos miembros retrató en 1800 ?''.
Con estos retratos al óleo y miniaturas del año 1815 Luis de
la Cruz se daba a conocer en Madrid y recibía la preciada dis-tinción
de Pintor de Cámara, que le ató a la Corte durante más
de veinte años.
16 Joaquin Ezquerra del Bayo: Exposició.ro de la miniatura-retrato.
"Arte Español", tomo m, núm. 4 (1916), pAg. 255.
17 Sebastih Padrón Ac&: El pintor JosS DodPíg~z de kZ OkXZ
(1695-1777). "El Museo Canario", núme. 29-30 (l949), págs. 37-54.
1s Una colección particular de los Realejw (Tenerife) tiene tres óvalos
al 6Ieo sobre cobre, que me parecen de mano de Miranda.
l@ Entre las miniaturas que posee en La Orotava (Tenerife) D. Melchor
de 'Zárate y Méndez he visto algunas extranjeras y espa.fíolas que repre-sentan
a miembros de la familia ~Cólogan Tambien cuenta con dw retratos
al 61e0, de un matrimonio, de mano de Luis de la Cruz,
20 D. Bsmmib ds C6logan FaZZmt, cuyo retrato posee en La Paz, Puerto
de la Cruz, la Sra. Viuda de Cóiogan Cf. Padrón Acosta, ob. cit., pági-na
43 y l b . m.
210 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
F'ué tmhién aquel año, ya restaurada la corona en las sienes
de Fernando VI1 y serenados los ánimos después de la Guerra
de la Independencia, periodo en el que la Corte estuvo ocupada
en proporcionar al monarca, viudo a la sazón de la princesa de
Asturias Maria Antonia de Nápoles, un lucido casamiento. Entre
los proyectos matrimoniales concebidos a lo largo de 1815 no
fueron escasos los más disparatados. De los más sonados fué el
de Napoleón, que propugnaba la unión de Fernando con Zenaida,
la hija de José Bonaparte, proyecto que, por extraño que parezca,
acogió el rey con entusiasmo, deseoso de entablar estrechas re-iaciones
con ei emperador. Otro de eiios fué ei de ia gran duquesa
Ana de Rusia, hermana del zar Alejandro, idea acariciada por
Fernando en Valencay y entonces reavivada por quienes estaban
al tanto de intimidades del pretendiente 21. Ambos proyectos fra-casaron.
En vista de ello, las miradas de la Corte española se diri-gieron
a Portugal. Medió en el concierto entre ambas Cortes un
fraile franciscano, FY. Cirilo Alameda y Brea, que desde enton-ces
gozó de gran ascendiente en Palacio, llegando a general de su
Orden y grande de España de primera clase, hasta que, menos
estimado en la simpatía del rey, fué relegado a Cuba con nom-bramiento
de arzobispo. El trato entablado por Fr. Cirilo Ala-meda
no concertó solamente el matrimonio del monarca, sino
también el del infante D. Carlos Maria Isidro 22. Ambos augustos
hermanos p=i-oln&idos de las Fiiicesas IgG21 y
Maria Francisca de Braganza, hijas de Maria Carolina de Bor-bón,
que lo era de Carlos IV y de María Luisa, y sobrinas, por
tanto, del propio Fernando VII. Los matrimonios se hicieron pÚ-
21 e-E.-. J. Sáncinez Cantón: W ~et r i -osZ e los Tq e s & Espü&. Wii
la colaboración de Jose Pita Andrade. Prólogo del Duque de Alba. Barce-lona,
Ediciones Omega, 1948, pág. 191.
22 [Estanislao de K. Bayo]: Historia do & vi& y reimüo de Fer-nando
VI1 de Egpaiicc. Madrid, imprenta de Repuiib, 1842, t. R., pág. 110.
blicos el 17 de febrero de 1816, y el 4 de septiembre llegaron a
Cádiz las dos novias desde el Brasil.
A la llegada de las princesas lusitanas en dos fragatas fue-ron
celebrados los esponsales en Cádiz, en los que representó a
ambos hermanos el duque del Infantado, presiden& del Consejo
Real. Los ojos azules de la nueva reina cautivaron al pueblo ga-ditano
23, que con gran entusiasmo aclamó su nombre. Recuerdan
las crónicas que Isabel y María F'rancisca caminaron bajo fron-dosos
arcos de rosas y arrayán y que mientras los hombres ti-raban
del coche, las doncellas les ofrendaban coronas de flores.
Así llegaron a Aranjuez y de allí a Madrid, donde entraron a a
mediodía del 28 de septiembre por la puerta de Atocha, acom- N
E
pañadas del infante D. Antonio y escoltadas por ambos prome- O
n
tidos, montados en soberbios corceles, que habían salido a reci- -- m
O
birlas a media hora de distancia. El recibimiento de los madri- E
E
2 leños no desmereció del tributado en las demás ciudades del re- -E
corrido y la carrera por las calles de la villa estaba adornada
3
c m u r r ~ ss ~ ~ t U ~ s Ao psa.U rinS a, !es reyes el iiifaiite S. A I ~ ~G- - -
nio y al día siguiente se celebraron las velaciones en San F'ran- 0
m
E
cisco el Grande con gran pompa y majestad. O
Si para muchos españoles la llegada de Isabel de Braganza n
constituía una risueña esperanza de un cambio feliz en el ánimo -E
a
del rey, demasiado influido por pervertidos palaciegos, que ha-nl
brían quedado apartados de su lado por el suave ascendiente de n
n
su tierna esposa, para Luis de la Cruz y Ríos, que con ojos eao- 3
O
cionados habría de contemplar el rumboso cortejo nupcial de su
rey bienamado, era ya la Única ilusión y el Último recurso para
poder seguir viviendo en la Corte y no tener que regresar a Ca-narias,
ayuno de todo reiurso.
A pesar de sus retratos palatinos, muy duros fueron para el
pintor aquellos meses. En la instancia que el 22 de mayo de 1816
e!sy.& al G.-.-A-.. ~ V U G --- a--i-1.5-~ &i ~ei sa p-üiiadas C ~ I C ' ~ S ~ ~ ~ ~ ~ ,
que aún no le habían permitido traer de Seviva a .su mujer y a
. .
212. ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
sus seis hijos, "que incesantemente claman por la compañia de
su padre" 24, y la pnuria económica en que le ha dejado el viaje
a la Corte, para el que había "enajenado y malbaratado sus pocas
alhajas". Carente de "todo recurso para desempeñarse y regre-sar
a su país, e igualmente para transportar a su familia a la
Corte cuando tuviese establecimiento en ella", el artista piensa
con amargura en sus vástagos y "nada arredra más sus pater-nales
desvelos que el ver no pueden recibir sus hijos aquella edu-cación
que podrían tener a su lado".
Cuando acudía con sus cuitas a la real benevolencia, ya se
habían anunciado los dos matrimonios con las infantas de Bra-ganza,
y el pintor vislumbra en el corazón femenino que iba a
compartir el imnn con Fernsrndc iii1 remedie pwa sü miseria. P
sin ambages se atreve a pedir al rey su generosa protección, mo-
;vido por el anhelo de permanecer en la Corte "hasta tener el
,elevado honor de retratar también la Augusta Persona de la
Reina N. Sra. y Serenisima Sra. Infanta". Era el único pretexto
que ei -recién nombrado Fintor de Cámara alegaba ante su frío
protector antes de restituirse a su patria. Con la presencia de la
reina esperaba Cruz obtener de "su Soberano, Amo y Señor, Padre
tan universal, benigno y piadoson-que de todo ello queda servil
constancia en su escrito-el sueldo disfrutado por otros pintores
de cámara o el que fuera del agrado de S. M., con el que pudiese
atender a la subsistencia y educación de sus hijos y-obligación
importante, que dice mucho de la psicología de nuestro pintor-
"mantener el decoro de los honores con que V. M. se ha servido
agraciarle".
No conmovió lo más mínimo el ánimo del rey aquella angus-
.tiada petición del artista tinerfeño y ni siquiera consta en su
expediente si se le dió respuesta. Pero sacando ánimos de su pro-pia
desgracia, nuestro hombre remonta su segundo verano ma-bikño
y espea ia llegada de ias princesas portuguesas, a las
que consigue retratar.
M Arch. Gral, de Palacio, exp. cit.; Lomya, art. nt.
Nlm. 1 (1955) 213
De Isabel de Braganza sólo conozco, por Luis de la Cruz, un
retrato al óleo 25 y una miniatura, que parecen'ser ambos pin-tados
el año 1818. En ellos se confirma la opinión de nada agra-ciada
que se difundió en Madrid con anterioridad a su boda, y
aunque del retrato de cuerpo entero parece bien patente su ro-
.bustez, como le achacaba Garcia de León Pizarro 26, también de-muestra
que no era guapa, conforme ha deducido el marqués de
Wllaurrutia del cotejo de sus retratos conservados, en lo que
tampoco mentía mucho aquel sangriento pasquín
Polrre, fea y portugzuesa, a
;chúpate esa!
que los feroces adversarios del monarca fijaron en la puerta prin- O
n
=
cipal de Palacio el día mismo de su boda con Isabel. m
O
E
En el retrato de cuerpo entero que posee en La Laguna don E
2
-Anatolio de Fuentes ( l b . III), la reina IaabeZ 4% i3rnga;naa apa- E
rece en actitud análoga a los retratos de su esposo pintados por 3
Luis de la Cruz, erguida -te un sillón y un entredós, sobre el e-m
que aparece la corona real junto al guante de la mano derecha, E
.que se ha descalzado para sostener el abanico. El traje acam- O
panado, con bordados florales en el borde y ancho escote con n
E vuelos de encaje que también bordea las cortas mangas, presenta -
a
'el talle altísimo, tan del gusto de estos años. Banda de María n
Luisa le cruza el pecho, también adornado con placa de la misma
Orden, y un collar de grandes perlas rodea su cuello. Sobre la 3
O
cabeza, diadema de brillantes y aparatoso tocado de plumas que
también prodiga la moda de entonces.
Insistiendo siempre en el dibujo, la figura de la reina se prei
senta aquí más natural y espontánea que en los retratos antes
25 Llamo la atención sobre este retrato aJ óleo de Isabel de Braganza
D. Rafael Láinez AlcaiB, entonces catedrático de Historia del Arte en la
Universidad de La Laguna. Cf. Mana Rosa Alonso: Zndice cronológico de
pQtores CU#%aTaOS. 11. Rect4ficaciones y adicimcs "Revista de Historia", nú-mero
72 (1945), pág. 454.
26 Sánchez Cmt6n, ob. &t., pág. 191.
214 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTIL'OS
LOS BETRATOS REALES DE LUZS DE LA CRUZ Y RfOS 15
citados de Fernando, en los que Cruz reservaba al maniquí mayor
número de sesiones. Sin prescindir del fondo de cortinas que cie-rran
la mitad izquierda del lienzo, aquí el pintor abre una ven-tana
al otro lado para dejarnos contemplar un paisaje serrano,
con arbolado y risueño valle.
Con un impulso hijo de tendencia netamente barroca más que
de precisión neoclasicista, al. autor le preocupa el dar ambiente
a sus retratados, despegándolos del fondo de sus composiciones
mediante el rompimiento en profundidad de los planos. Si como
paisaje es todavía de un incipiente naturalismo y en él es notoria
la huella del Autorretrato de Durero o los paisajes velazqueños
que Cruz y Ríos pudo ver en las colecciones reales, aquel año
justamente agrupadas por orden del propio monarca para ser
exhibidas en el recién creado Museo del Prado, es evidente en el
pintor canario una preocupación paisajista que acaso le hubiera
dado un mayor papel en la tendencia romántica hacia el paisaje
que la que sus ocupaciones de pintor de miniaturas le permitieron
&f;-fiit&.rzE. n 61 ert&w \++~w ip-quta tyzp&~ria & !a pin-tura
española, nunca bien desarrollada desde Velázquez, y que
por especial coincidencia había de canalizarse a través de sus
enseñanzas en el creador de nuestro paisaje del siglo XIX: Carlos
-de Haes, a quien se ha supuesto discípulo de Cruz y Ríos en Má-laga
27. Si bien el nombre del maestro malagueño de Haes no
coincide en todos los críticos con el del pintor canario 2a, esta cu-riosa
dedicación suya *a los fondos de paisaje pintados en sus
cuadros peninsulares incha a pensar en que bien pudo ser 61
quien cultivara en Haes la semilla de la pintura del paisaje que
había de desarrollar luego en sus años. vividos en Bélgica. No
obstante, la ventana abierta a un costado aparece también en el
27 ivIa,~qu& de Lozoya: Historia del Arte Hkpdnico. Tomo IV. Barce-lona,
Salvat, 1949, pág. 413; Enrique Lafuente Ferrari: Breve h i s t h de
& P&5drG e ~ g a e h4.." &ici&. smfi&-ie, "ic~,vr;a: Teczuq l g s , -@g. 513;
Bemardino de Pantorba: El paisaje y los paiSajk3ta.s espukoles. Madrid,
Antonio Carmona editor, 1943, pág. 42.
28 Mmuel CMsorio y Bernard: Galería biogrcifica, de artistas españoZes
del.siglo XIX. Madrid, -6n Moreno, 1868, pág. 325, lo denomina Jum Cruz.
retrato de Isabel de Braganza que pintado por Bernardo López
guarda hoy el Museo del Prado, en el que la reina muestra detrás
.de ella una vista del propio Museo tal como estaba en 1817, con-siderándole
como fundadora de nuestra primera pinacoteca, glo-ria
que hoy, sin embargo, ha pasado enteramente a las manos
del rey. El modelo para el retrato de Bernardo López es, como
ya advirtió el Sr. Sánchez Cantón "O, el .óvalo pintado por su padre
Vicente López, del que hay ejemplares en el Prado y en el Pa-lacio
Real, y aunque carece del tocado de plumas, el rostro de
la reina portuguesa demuestra en todos ellos haber sido bastante
inexpresivo. El retrato de Luis de la Cruz recuerda otras ver-a
siones de pintores contemporáneos, como las que presentó la N
Exposición iconográfica de la reina, que hace un par de años se E
O
celebró en el Museo Romántico, y acaso de este tipo derive ei S-- m que conozco en el Palacio Episcopal de Córdoba que me parece . O
E
obra de José Aparicio. E
2
E Las carnes, muy blancas, y el pelo, negrísimo, dan a esta -
princesa ese aire de bondad sencilla que encerraban sus cortas 3
gracias y su cuerpo un tanto obeso, impresión que más contri- - -
0
m
buye a aumentar que a paliar la cintura altísima que exigía la E
moda del tiempo. En sus ojos lánguidos y en su boca, de labios O
carnosos y entreabiertos siempre, queda reflejado aquel dolor in- n
E
terno que D. Estanislao de K. Bayo 30 nos dice apenó los años
-
a
2 de su corto reinado, resignada calIadamente con su suerte, des- -: n pués de ver fracasados sus esfuerzos por atraerse el ánimo del
rey y desligarlo de Chamorro y el duque de Alagón, los únicos 3
O
que con sus nocturnas aventuras dominaban el albedrío del mo-narca.
El pmtor supo captar con verdadera maestría aqueiias
jornadas va,gas y tristes de la reina española de la Casa de Bra-gama
y con simpatía nos ha dejado un testimonio de su pacífico
carácter con el que, ni por psicología ni por su estampa física,
se avenían aquellos intentos, recordados por el citado historia-dor,
que hacia por atraerse la real atención, estudiando los gus-
---
a0 Sánohea Cantón, ob. úZtPmtMn. cit., pág. 192 y lám. 167.
30 Bayo, tomo cit., Mgs. 112-113.
-16 ANUARIO DE EBTUDZOS ATLANTICOS
LOS RETRATOS'REXIXS DE LUIS DE LA CRUZ Y R f 0 ~ 17
tos y caprichos de su marido, sorprendiéndole a ratos vestida de
andaluza o ataviada con los trajes que más airosos reputaba
el rey.
Fechado y firmado este retrato en 1818, debe corresponder a
unos meses después del nacimiento de su hija la infanta María
Isabel Luisa, que vino al mundo el 21 de agosto de 1817 y sólo
logró vivir hasta el 9 de enero inmediato, ahogando las esperan-zas
de los que creyeron que la paternidad enderezaría las tor-tuosas
andanzas del rey y le apartarían de las manos de sus
favoritos. Aunque una de ellas la lleva enguantada y la otra queda
* apenas visible, no contradice el retrato de Luis de la Cruz la
-ación de Bayo que elogia sus lindas manos 31, sus ojos her-mosos
y azules y su mediana estatura como distintivos de m
fisonomía dulce y bondadosa.
En la Exposición de miniatura retrato celebrada en la Socie-dad
de Amigos del Arte en 1916 figuró, entre las pintadas por
Luis de la Cruz y Ríos, otra miniatura de la reina Isabel de
Braga~aa2, p e e s ha;. propieda6 Ue E.' ?vfai& Luisa de Ezpe-leta,
condesa de Basoco (lám. VIII), y fué también expuesta en
1953 en el Museo Romántico. Está firmada Luis de la Crwz y
Rios y mide 11 X 8 1/2 cm. El tocado de rosas que adorna la
regia cabellera y el traje de tonos claros no disminuye la misma
impresión triste e inexpresiva de la reina. El pintor, sin embar-go,
ha cambiado su técnica punteada de las miniaturas pintadas
en Canarias, como la que empleó en los retratos del general Gu-tiérrez,
y empieza a sustituirla por trazos alargados que van a
ser el rasgo más insistente de sus iiltimos años, en los que, como
apuntó Ezquma del Bayo 33, llega en sus miniaturas menos cui-
-
31 I d a , ibádw, phg. 133.
Joaquin Ezquerra del Bayo: Exposicií5.n de ia nzilliatum retrat'> en
EwW& CatáZogo genZerd. Madrid, Sociedad Espafiola de Amigos del Arte,
1918, p&g. 34. Eka& iiiiiiiatüra idda sido repmüucida por el mismo: Apunt~s
para la histor9cc del retrato-miniatur~ en Espz5í.a. "Arte Español", tomo Ii,
número 3 (19141, p8g.s. 142-143.
a3 I d a : Exposiekh de la 'minbtyra+retrato. "Arte Eqmííol", tomo m,
número 4 (19161, pág. 255.
Núm. 1 11955) 217
dadas a una fatigosa monotonía, a la que sin duda le condujeron
los urgentes encargos de joyeles pintados para regalos diplomá-ticos.
Pero esta primera miniatura que conocemos de su etapa
madrileña prueba con elocuencia cómo Luis de la Cruz era capaz
de acreditar su maestría en dos técnicas tan incompatibles como
eran la miniatura y la pintura al óleo en gran formato. Como
ya comentó D. José Camón Aznar 34, su neoclasicismo le dictó
un concepto de la forma en la que el tamaño era un elemento
accesorio; sólo contaba 10 estricto y neto hasta el punto de que
sus cuadros parecen verdaderas miniaturas agrandadas: así son
de pulidos, de fríos y de veraces. Las carnes de rosa y marfil
8 procuran seducir, aun en los rostros femeninos menos agracia- N
dos, como es el caso de esta miniatura de la reina Isabel de Bra- U
ganza, y la figura, tratada en frontal perspectiva, sin subterfu- %-
gios de ninguna clase, se nos impone por su misma intrínseca 8'
8
verdad. I
A fuerza de encerrar en un punteado insistente y ~vuxtapuesto, e
irnicainente sepr~.UkCO Z q x d a ds !u lxpg, Luis de 11 Cruz había 5Y
llegado a condensar los rostros de sus retratados acariciándolos E
a=
6
con amorosa pincelada que, prieta y compacta, nos devuelve una
U
imagen ajena a todo rápido bocetismo. Su pintura deriva hacia E
un quehacer metódico y artesano que enfría a veces sus retratos, i
1
pero logra imponerse con su prsonaIidad inquieta y analítica a
2
que da a sus miniaturas un terminado característico e inconfunz n i
i
dible. Más depurado que Delgado Meneses, su contemporáneo, su e
5
.técnica se inclina más hacia el dibujo fino y davidíano de Flo-rentino
de Craene, a quien se asemeja a veces por el colorido,
sin complicar las actitudes de los personajes, que prefiere retra-tar
siempre en visión frontal.
Con estas limitaciones, su arte logró imponerse desde el pri-mer
momento en Madrid, como acreditan los párrafos ya repro-a---:
d- a-1 me* m& AD A r i m v Estepaj con la ventaja de que la U U C ~U~D UGJ u iwr qurw uv ,-,, , - --,
34 Josk Camón Aznar: NeocEasicismn, de bs dkos y rruiwaturay del
w)aario Luis de la Cruz, eapu&stoa m el Museo Romántico. Crónica pubii-cada
en "ABC", Mkdrid, 31 de enero de 1953.
215 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTIC'OS
'LOS REXRATOS REALES DE LUlS DE LA CRUZ Y ~ f 0 S 19 '
.pintura de miniatura no contaba entre los españoles con abun-dantes
cultivadores, y es indudable que Luis de la Cruz puede si-tuarse
a la cabeza de los rniniaturistas hispanos, junto con Bl-gado
Meneses, Udías y Tomasich, formando con ellos el cuadrun-virato
del género en España, como ha reconocido en su libro
sobre la miniatura Mariano Tomás 35.
Retratos de súplk.
La reina Isabel de Braganza murió de alferecía el 26 de di-ciembre
de 1818 3". Con su muerte desaparecía del duro pano- -i-c m ea que bf i i s & la eU&zzs jeEvobv,ua. vida en la, C&- d
corazón amable y generoso que habría inclinado en su favor la
munificencia real.
Ignoro si desde su instancia de mayo de 1816 a la muerte de
la reina Isabel pudo traer de Sevilla a su familia. Es posible que
mejorase algún tanto la situación económica del pintor, al pa-recer
ocupado continuamente en retratos de la familia real. In-clina
a pensarlo el hecho de que no elevase en este tiempo nue-vas
instancias al rey en torno a sus honorarios como pintor de
cámara.
Por propia declaración sabemos 37 que desde 1817 se le encar-gaban
por la Secretaría de Estado y Hacienda los retratos de
miniatura para los joyeles que se regalaban a los embajadores
extranjeros. El pintor, que cuidadosamente las Reales
Ordenes por las que se le encomendaban, afirma que en 1818
había pintado los retratos de S. M. que adornaban los joyeles
mandados regalar al cardenal Gravina y al embajador de Cer-deña,
y por D. Joaquín Ezquerra del Bayo sabíamos que Luis
35 M. Toma, ob. cit., pág. 71.
96 Bayo, ob. &t.., tomo 11, :pág. 132.
37 Arch. Gral. de Palacio, exp. cit., memoriai .fechado el 17 de junio
de 1820. Cf. Lozopa, art. &t., pág. 5.
38 J~oaquín Ezquerra del Bayo: R'egdos' &¿@rn2&ticios. "Arte E2+pafi0lW,
tomo VI1 (19'24), pág. 56; Lonoya, art.',c it., págs.. 5-6:
.de la Cruz cobró por este Último encargo 1.500 reales como tenía
por costumbre (noviembre de 1818).
Pero aquel momentáneo desahogo no permitía aún al pintor
un establecimiento definitivo en Madrid, ni mucho menos la reha-bilitación
de su fortuna, liquidada en el viaje a Ia Corte. Por su
estrecho contacto con las personas de la real familia podía espiar
cuándo se producía alguna baja en el numeroso ejército de pin-tores
de c h a r a con que contaba Fernando VII, ciertamente el
más considerable, como ha notado el marqués de Lozoya 39, con
que contó nunca ningún soberano europeo.
Sin detenerme a insistir en la suerte seguida por la solicitud a
que presentó al rey el 22 de epero de 1819 pidiendo la plaza va- N
cante por muerte de José Camarón 'O, si quiero recordar que no O
n
sólo con la pluma suplicaba los favores del monarca, sino tam- -- m
O
bién con ayuda de los pinceles. Es uno de los detalles más cu- E
E
2 riosos de la psicología de nuestro pintor, imperturbable en su -E
devoción al soberano, del que esperó siempre hasta sus últimos
das un nombramiento efectivo de retratista de cámara, cargo 3
-
que buscó a toda hora con el mas tesonero empeño. -
0
m
E
Por obra de sus manos nacen entonces los que podealos llamar O
wtratos de súplica, en los que el artista representaba a Fer- n
nando VI1 en el momento en que, de pie en su real cámara o -E
a
sentado en su despacho, tomaba en sus manos la instancia por él l
n suscrita y procedía a su lectura. Con la impetuosidad y la fan- n
n
farria de que da muestra en sus escritos, estos retratos no pa- 3
O recen siempre tan cuidadosamente dibujados como los anteriores,
y su factura, siempre minuciosa y detallista, es tan rebuscada
como fría. Incapaz de representar al rey con el rostro de otra
manera al que venía reproduciendo de la primera sesión que le
concedió a su llegada de Canarias, falta en su expresión el mí-nimo
interés que hubiera deseado el pintor para su memorial y,
sin proponérselo tal vez, representó el despego con que siempre
le trató el monarca.
-
Lozoya, art. cit., @g. 8.
40 =p. cit. del Arch. de Palacio.
'220 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
W S BFTRATOS REllLES DE LUlS DE LA CRUZ Y RfOS a
No honran mucho a su autor bs dos retratos de Fernando VI1
que conozco de este género y ciertamente no vale la pena insistir
mucho en ellos.
Uno de éstos, en que aparece sentado el rey, fué dado a co-nocer
en la Exposición centenaria del Museo Romántico y per-tenece
al Excmo. Sr. conde de la Puebla del Maestre (lám. IV).
Con fondo de cortinas, esta vez no abierto para dar paso a la
luz de una ventana, y cambiando siempre el mobiliario pero sin
olvidar el almohadón, la corona y el cetro, Fernando mantiene
en su mano izquierda el pliego en que encerró su petición el pin-tor:
en él puede leerse: Sor. a L. R. P. de V. M. Luis de cle Crw
y Rh, zruestno pintor de cámara. Interesa hacer notar que un
antepasado de su actuai propietario, también conde de ia YueDia
del Maestre, era el Surniller de Corps a quien remitió para in-forme
el mayordomo mayor de Palacio la instancia de Luis de
la Cruz antes citada, y no es dificil adivinar que el retrato de
Fernando VI1 llegaría a sus manos en momento oportuno para
decidir al Surniiler en su favor, aunque a la postre ni el informe
del conde ni la resolución definitiva del rey se inclinasen por
eZ Canario.
El otro, algo más tardío a juzgar por la fisonomía del retra-tado,
más grueso y de menos acusado prognatismo, representa
a Fernando VI1 de medio cuerpo (Iám. N),co n gran lujo de en-torchado~
y galones en la casaca, siempre con la banda de Car-los
111 y el toisoncillo, abrazando el bicornio y el manto de ar-miño
con la izquierda, mientras de la diestra pende la instancia
llena de ilusiones, siempre fallidas: Sor. a L. R. P. de V. M.
L. Cruz. Por comparación con los retratos posteriores me parece
pintado hacia 1823, cuando por segunda vez ped��a al rey la plaza
de pintor de miniatura que dejó vacante el fallecimiento del re-tratista
de cámara Juan Bauzil 41. En este retrato es Cruz y Rios
evidentemente tributario de los retratos de medio cuerpo de Fer-nando
pintados por Vicente López que guardan los Museos del
Prado y Municipal de Madrid.
41 Lozoya, art. cit., p8g. 8.
. . . . .
reina laria Josefa AmalZa, de Sujonk.
Algo más de un año, después de muerta Isabel de Braganza
sin dejar sucesión, invirtió Fernando VI1 en concertar nuevo ma-trimonio
que facilitara un heredero al trono. Mediante capitula-ciones
finnadas en Madrid el 14 de septiembre de 1819, se casó
en Dresde por poder, el 7 de octubre siguiente, con María Josefa
Amalia, hija del elector de Sajonia Maximiliano y de Carolina
de Borbón-Parma, bisnieta, como Fernando, de Felipe V de Eh-
@a
Es tradición que viene repitiéndose a través de diversos his-
L~ -u -A. ri-a -1u u-r -- -e sq, ue L u i s 4e la Chiiz formb paste de la comitiva que
marchó a Alemania en busca de la tercera esposa de Fernan-do
VI3 43. ES una distinción que ciertamente no aparece muy fun-damentada,
a la vista del comportamiento del monarca para con
él, y a la que nunca hizo referencia el pintor, al menos en los
escritos que de su mano conozco. Si es cierto, como afirma Al-varez
Rijo" y repite Alvarez Padrón '" que Maximiliano de Sa-jonia
le nombró Conde Palatino, acaso figuró el artista canario
en el acompañamiento de la reina, pero es posible haya aquí, pues-to
que no recoge tal titulo su partida de defunción en Antequera,
a diferencia de las distinciones con que le honraron Carlos X de
F'rancia y Pío VII, una confusión entre el nombramiento de
Conde del Sacro distinción pontificia que no pudo co-nocer
el príncipe de Sajonia, y el calificativo de Conde Palatino.
El nombramiento, en cambio, de Secretario honorario de S. M.
que figura en la citada partida, puede avalar, no obstante, una
comisión semejante, a lo que ciertamente no se opone el silencio
42 -Dn.y... ", -w-A1* . cit., p&g. 142.
43 Padrón Acosta, ob. cit., pág. 36; María Rosa Nonso: Indice C T ~
M&o de phtores ca~ai.ios. "Revista de Historia", núm. 67 (1944), phg. 258.
Cf. A. Ruiz Alvarez, art. cit.
45 Cf. Dos grandes artista: &!&me1 y Luis & b Cruz. "La Prensa",
Santa Cruz de Merife, 6 de junio de 1929,
46 Padrh ACOS~o,b. Cit., pág. 39.
222 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLAhTTICOS,
LOS RETRATOS REAZ;ES DE. LUlS DE LA CRUZ Y RfOS 23
de los documentos. De todas formas, no puede otorgarse una
gran influencia en el arta del miniaturista tinerfeño a este viaje,
ni comparársele con la estancia de Udias en París como discí-pulo
de Isabey 47.
Acompañada o no por nuestro pintor, María Josefa Amalia
atraviesa Francia y los Pirineos, y cerca de Buitrago la reciben
los infantes D. C.los María Isidro y su esposa María F'rancisca
de Braganza, entrando en Madrid el 20 de o c t u b ~de 1819 .en
medio de aclamaciones y regocijos semejantes a los que habían
suscitado las dos primeras esposas de Fernando 48.
No era hermosa 'María Josefa Amalia, pero, aunque tímida,
resultaba bastante atractiva 48. Educada en el claustro, devoti-sima
e inexperta, no estaba dotada para briiiar en la altura del
trono, ni sus gustos y sentimientos se mmaridaban con el desen-freno
de la relajada Corte de Madrid 5". Con aplicación de cole-giala
aprendió el castellano tan correctamente que llegó a com-poner
versos sencillos, piadosos y cándidos que más reclamaban
un oratorio que las pasiones y destemplado carácter de su es-poso
51.
El mejor retrato que de ella nos ha quedado es el óvalo del
Museo del Prado que pintó Vicente López 52; pero Luis de la Cruz
la retrató con más frecuencia, tanto al Óleo como en miniatura,
y acaso sea quien más gozó de este privilegio.
Ya conocido y reproducido ", por haber figurado en la Ekp-sición
de Amigos del Arte en 1916 y estar expuesto en una de
las vitrinas del Palacio Real, es el retrato de miniatura que forma
pareja con otro de Fernando Vil (esta última Twmada L. Cruz),
que deben estar pintados inmediatamente después de los regios
desposorios. No es éste (lám. V), sin embargo, el mejor retrato - -.
47 M. TonBs, ob. &., pág. 26.
48 -0, m¿. Clt., pag. 142.
Sánchez Cantón, ob. cit., p8g. 192.
50 Bayo, VOZ. Cit., pág. 142.
51 Marqués de Villaurrutia: Las mujeres de Femando VII. Madrid, s a.
"2 iSánchez Cantón, ob. cit., pág. 192 y iám. 168,
58 A todo color en M. Tomás, ob. cit., iám. ~AXXXU.
que de María Josefa Amalia nos dejo el pintor. Es evidente su
desdibu jo .en la - wbellera, cuyo peinado queda :ineXplicablemente
partido en sentido frontal cuando el ,rostro ' está. ligeramente
vuelto a la derecha, con cierta diferencia de otros'retratos al ,óleo
procedentes del mismo patrón tomado del natural. El color '-1
celeste'del traje y las' florecillas del mismo color' que adornan'su
cabellera, rizada en bucles, .contrasta con la :minuciosidad' de la
. .. diadema y las perlas del'.collar.
Tengo noticia 54 de 'otra ,miniatura sobre,*marñl,a' lgo! mayor
que ésta de Palacio, representando de busto 'a la misma reina:
Mda' Josefa Amalia (10"X 8,3 cm.), en la-'que viste trajerosa, a
con cuello de encaje blanco y collai; &'brilla. ntes sobré.el mismo. N
E
fondo gris azulado que ia, anterior, y esiií.ñmacia L. de la C&. O
Pertenece a la colección Travesedo, 'de 'Mzdr?d.. * . : , .
' n -
=m
O Ambas miniaturas proceden de un 'original 'al óleo $del que EE
conozco dos versiones : una actualmente en el. Ministerio de Edu- 2
E
cación Nacional (lám. VI) y otra de paradero-hoy ignorado (lá- =
mina VI), del que guarda también la Biblioteca 'Nacional un gra- 5
-
bado de Blas Ametller que lo reproduce ( l b . V), destinado a la -
0m
E
"Guía de Forasteros" de aquel año 55. O
En los dos retratos de busto al óleo ,aparecerla-reina con dia-n
dema de' brillantes %y.perlasid, éntico broche'.de.oro .en fornia de -E
serpientes eyoscadas en torno a dos grandes perlas, las mismas a
2
flores 'ensartadas en.el cabello y parecido traje ton Cintas entre- n
0
cruzadas. en el- pecho; qu& ciñe banda. de'.M&ía Luis&. -Difi&+en 3
en el Color del traje;bl'anco en el del Milustkrio, y:en llevar'éste' O
dos collares 'de perlas: 'La expresióli, . Infantil. y: hodina; en estos.
óleos y miniaturas, coincide con el óvalo de Vicente Upez en.el;
Prado, en e1 que por ci'erto; aun apareciendo de\'más edad; lleva,
. . . . - .
54 La debo a mi buen e g o D. Fira,xicisci> Abbad Rios; 'catedr6tico'de
la Üniversidaa Üe Uviedo, 'a quien desde aqd keltero .m$ gratltua.
55 Angel M. de Barcia: Catálogo de.:&' ;retratos, de personajes espa-ñobs
QUR se cms- en la &cc2&n üe Estcim@as :de' B,ellas Artes de'la
BibZiotsmUNCaCc i oW; 'Madrid, 1901, pág. 331. .JUnto.a l-'de la) reina; otro' de
Fernando W, también grabado por' Blas Anietller, .sobre';pintúri 'de 'Vi-
.,. ...
c a t e López. ' .-. '. ! . . : .:.- . ' .
224 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS .
LOS REX'RATOS 'REALES DE Luis DE LA CRUZ Y RfOP 25
uiz traje con las misms cintas entrecruzadas en el pecho. Todos
reflejan lo que de María Josefa Amalia nos narran las crónicas 56.
% P . k
Los sucesos políticos abrieron en los días de esta reina un
paréntesis histórico, que también parece haber existido en la pro-ducción
de Luis de la Cruz, hasta el punto de que me atrevo a
partir aquí su vi& artística en la Península. Su obra desde 1815
hasta 1820 puede quedar toda adscrita al neoclasicisrno instau-rado
por Mengs bajo Carlos 111, vivo todavia en estos años del
reinado de Fernando VI1 y cuyo mejor definidor fué el primer
pir+,~Cr? ,P C&FL?CrU TJje2~te I,@z 57. Lzs pictU;rag p=&eri=res
Cruz y Ríos presentan matices-más variados y horizontes más
amplios, en los que la volumetría helenistica del estilo Imperio
se tiñe ya con aleteos románticos, y su arte corona una etapa
de verdadera madurez.
Se inicia el año 1820 en la política española con el pronun-ciamiento
de Riego en Cabezas de San Juan y la procimación
ante sus tropas de la Constitución de 1812 58. La revolución lle-gaba
pronto hasta las escaleras de Palacio, y Fernando VI1 ju-raba
la Constitución la noche del 7 de marzo de 1820.
El trienio constitucional no parece haber sido muy propicio
para retratos palatinos ni el rey estuvo dispuesto aquella etapa
de desasosiego a posar pasa sus pintores de cámara. Es sabido
que el monarca, tras Iirmar el presupuesto de las primeras Cor-tes,
abandonó Madrid, retirándose a El Escorial, de donde ,vuelve
el 21 de noviembre para ser recibido hostilmente por el pueblo
yadrileño.
No poseemos muchos testimonios de la postura política que
adoptó ante el nuevo régimen Luis de la Cruz. De sil mtibona-
56 Shchez Cantón, ob. cit., Ng. 192.
57 Cf. J. M. Balcelis: La pimtura 'de Don Luis de la Cruz. "Drago", La
Laguna de Tenerife, núms. 3-4 (1953), pág. 12.
58 Sigo los sucesos hist6ricos por Antonio Ballesteros y ~eretta: Hw-toria
de Esparla, tomo VII, pág. 165 y siguientes.
partismo del tiempo de su alcaldía del Puerto de la Cruz todavía
conservaba el afecto y devoción a Fernando VI1 que testimonian
sus retratos palatinos, y desde luego su adhesión al régimen abso-lutista.
No puede decirse de él, sin embargo, que se entregase de
cuerpo enterq en, Madrid a la lucha política, como hizo su paisano
Sánchez González, partidario furibundo del monarca y uno de sus
más fanáticos seguidores, que particip5 en conspiraciones y con-trabando
de armas, reuniones secretas y conciliábulos clandesti-nss,
y hasta hubo de esconderse fuera de la capital, apartado de su
mujer y de sus hijos, mientras los constitucionales lo buscaban
ávidos de su sangre m. NO hace Cruz alusión alguna en sus escri-tw
a su intervención personal en los sucesos, al revés de su pai- a N Um" piniüi- adol;iijs'a, y-üe iii-üc;ias veces iiiStó a; c(jri
dramáticos memoriales, llenos de penalidades y sufrimientos inde- O
n -
=
cibles por el Único deseo de libertar al monarca de la opresión m
O
E
constitucional 60. SE
Al parecer sólo estuvo atento Luis de la Cruz a las vacantes E
=
producidas en la plantilla de pintores de cámara, y la única soli- 3
citud que en "los tres mal llamados años" elevó al rey (17 de - - 0
junio de 1820) hace constar que "en atención a haber fallecido m
E
el pintor de miniatura que servía a S. M. y la escasez de minia- O
turistas españoles que hay en el día, cuando S. M. siempre nece- n
E sita uno que pueda desempeñar los encargos de S. M. con la exac- -
a
titud que corresponde, principalmente para los Joyeles que se re- 2
n
galan a reinos extranjeros", espera del real agrado se le conceda 0
"la propiedad de pintor de cámara de S. M., en el ramo de mi- 3
O
niatura, que obtenía D. Juan Bauzil, cuya plaza desempeñará sin
sueldo, penetrado de las actuales circunstancias y de que su ma-yor
gloria es solamente servir a S. M." 61.
Ya preveía el pintor que mal estaban los ánimos del rey para
bn&r aqteri~yeg~ c ! i ~ i t ~ d ~ ~ & nbmiEI?u&. 12
a ish. Gd. de Palacio, exp. personal de Sánchez Gonzaez, Antonio.
60 SárILahez CanWn: fim pintore* de ccimua~a de los reyes cie EL-,
phg. 167. .
'61 Lomya, art. cit., pág. 8.
226 ANUARIO DE ESTUDIO8 ATLANTICOS
Real Casa, y ante las dificultades en que las circunstancias polí-ticas
colocaban los pasos del soberano, únicamente atento a fre-nar
los excesos del gobierno constitucional e intrigar secreta-mente
en Nápoles y París 6"ara obtener del extranjero una re-posición
en sus derechos, Luis de la Cruz renuncia-momentá-neamente-
al sueldo vacante por muerte del alemán Bauzil. Aun-que
al día siguiente el propio Fernando escribía al margen de la
instancia Pase a Miranda. E"., el mayordomo mayor de Palacio
archivaba sin más respuesta el escrito del pintor canario, que
una vez más quedaba sin acceso al cuerpo de retratistas de
cámara.
No decreció, sin embargo, la esperanza del miniaturista en
iogrario algún día, y, fiel en su entusiasmo por el rey y ia ca--a
absolutista, esperó mejores días para su acomodo. Los "Cien Mil
Hijos de San Luis1' restablecían en 1823 al rey absoluto, y con la
toma de Alicante el 12 de noviembre, cinco días después de eje-cutado
Riego, finalizaba la intervención extranjera.
Antes de acabar aquel mismo mes, el 29 de noviembre, vol-vía
a coger Luis de la Cruz su pluma suplicante y llamaba de
nuevo al corazón del rey. Vierte una vez más en el pliego su
viaje desde Canarias, su dirección de academia en el Real Con-sulado
de La Laguna, sus "cinco hijas y un hijo de menor edad,
a quien no puede dar la educación que quisiera por falta de me-dios",
y "viéndose reducido a subsistir únicamente de lo que la
casualidad le proporciona que trabajar", vuelve a recordar al
monarca la plaza de pintor de cámara de miniatura que poseía
D. Juan Bauzil 63. Con ramplón servilismo, nuestro hombre no
"anhela más que ocuparse en servicio de S. M. y disfrutar la
dicha de su Augusta Real Presencia", imperturbable en su "fide-lidad
a S. M. y a toda su dinastía". A pesar de ello, "en ocho
años que han kariscur~~idosi,e riip~si k ~ i ud e espijer;aru;a de que
el Real objeto que más ama algún día le había de proteger, no
- -
62 Ballesteros, tomo cit., pág. 194 y siguientes.
63 &ch. Gral. de Palacio, exp. personal de Cruz y Ríos; Lozoya, Zoc.
cit.; Padrón A c o ~ o, b . cit., pág. 36.
ha llegado este caso". Hace protesta el pintor de su repulsa al
sistema constitucional-"aquellos Últimos tres años en que gemía
S. M. y que hemos llorado los que de corazón le amanv-, y alude
a su fallida instancia del año 20, tras de la cual ni había vuelto
a solicitar aquella plaza ni se "hubiera extrañado de que se le
negase". Pero ha "llegado ya la deseada dichosa época en que
S. M. se halla restituido al pleno goce de su dignidad y facul-tades,
de que sus verdaderos vasallos nos damos el parabién", y
Cruz espera, interesadamente, que la nueva etapa política le traiga
el ansiado empleo.
Por un capricho del voluble y enigmático Fernando VII, el
sueldo llega al fin, y nuestro pintor no volverá a escribir más al
monarca solicitándole un puesto efectivo en Palacio de minia-turista
de cámara. Pero, como es bien sabido, el empleo con que
recompensa el rey los servicios de su amante vasallo poco tiene
que ver con sus pinceles y con su arte: en 1827 es nombrado
vista de la Aduana de Sevilla 'j4. NO es bien conocida todavía su
estancia en la capital andaluza, pero, a juzgar por los retratos
posteriores, su permanencia en Sevilla no pudo ser continuada.
Surge entonces una segunda etapa en su pintura, en la que
mucho debió influir la gracia murillesca y el colorido de la escuela
sevillana, aquellos años en nueva floración con la generación ro-mántica,
que estaba produciendo ya un Esquivel, un Gutiérrez
de la Vega, un Domínguez Bécquer. Sin desvincularse de Madrid,
pronto iba a beneficiarse del influjo davidiano de los Madrazos,
el mayor de los cuales, José (1781-1858), ya regentaba el esta-blecimiento
tipográfico y pintaba sus retratos ecuestres y solem-nes
de Fernando VII, en los que sin el pormenor exhaustivo de
Vicente LÓpez en condecoraciones y entorchados, la figura y el
porte encuadraban mejor dentro de un neoclasicismo, si bien más
escultórico, menos aparatoso y anecdótico. En los retratos que
64 Sáncbez Chntóui, ob. cit., pág. 169; Padrón Acosta, ob. cit., pág. 36.
228 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
LOS RETñATOS REALES DE LClS DE LA CRUZ Y RfOS 29.
Luis de la Cruz pinta en este periodo, mucho más interesante y
maduro, hay a ratos un acercamiento hacia el retrato de corte
ele,gante y purista, como prodigaría después Federico de Madrazo,
que alterna con una inclinación muy marcada hacia las efigies
de tinte romántico, especialmente las de Antonio María Esquivel,
con el que ofrece parentesco evidente por muchos motivos. No
puede desprenderse nunca, sin embargo, de su lastre frio y
dibujistico de pintor de miniaturas, pero si el toque menudo y
punteado de sus retratos sobre placas de marfil se hace también
más delicado y vaporoso, sin la dureza de sus miniaturas de 1815-
1820, también sus figuras se mueven con mayor soltura, com-ponen
grupos más airosos, la sequedad del retrato oficial se pierde
~jai-2d - pZsv 2 eseenas de intimi&d y !a I$ran+a!i&G insiote,n,te
de sus primeros retratos cortesanos gira hasta buscar perfiles
más movidos, adquiriendo los rizos del peinado femenino y sobre
todo las manos una mejor y más suelta factura, a gran distancia
ya de los torpes dedos y los cabellos duros de sus lienzos pin-tados
en Canarias cuando aún no había visto de cerca a las per-sonas
de la real familia.
Si bien la inclinación al patrón romántico es notoria en estos
años posteriores a su nombramiento de funcionario en la Aduana
sevillana, el prestigio de Vicente López continúa pesando sobre él
positivamente, y en el gran retrato al Óleo su pincel se mueve más
bien dentro de la órbita del valenciano, en cuyos tipos aún 'gravi-taban
los ÚItimos destellos del rococó de los pintores de Luís XVI,
junto al magisterio clasicista y frio de Antonio Rafael Mengs.
Pese a sus limitaciones, los retratos más logrados de Luis de
la Cruz no han sido, como se ha dicho, los de' Fernando VI1 y
Carlos Maria Isidro, del Instituto de La Laguna, sino más bien
los que realizó entre 1829 y 1833, en los que su arte adquiere
Vaiiie-jady - soli-uí-a, 9-m reLuaiado~, Si m& ~-mgliesegy agzr-banzados,
se mueven en sus respectivos lienzos con mucha mayor
vida y expresión, y el colorido se enriquece con tonos más vi-brantes
y luminosos, a veces rayando en lo agrio y chillón. Son
cinco años de labor concienzuda y sensata, durante los cuales
30 JES~JS IIERNANDEZ PERERA
evidencia el pintor plena y granada maestría, tanto en el retrato
al óleo como en la miniatura.
No parece que al artista le entretuviesen mucho en Sevilla sus
ocupaciones aduaneras, pues a menudo aparece fechando en Ata-drid
los retratos cortesanos pintados en este período, el más es-pléndido
de toda su vida, como había ya podido deducir el mar-qués
de Lozoya al publicar c5 el Retrato de señora &soo?zo~&,
propiedad'del Dr. Arturo Perera, de Madrid, sin duda ninguna la
mejor miniatura firmada por un pincel español.
El primer lienzo en el que puede verse iniciada ya esa etapa
de madurez & el ,gran retrato (225 X 159 cm.) de la tercera
a
esposa de Fernando VII, hoy propiedad de D. Juan José Rurneu N
de Armas, en Madrid, como antigua pertenencia de los marqueses O
de Casa Argudín ( l b . VII). De pie, entre un gran sillón estilo n -
=m
Imperio y una mesa cubierta con rico tapete de terciopelo rojo O
E
E donde campea la corona real, la reina Marh Josefa Arrnulia se S
E
destaca ante el fondo rojo de cortinas merced a su blanco traje =
acampanado y a su alto tocado de plumas que pregonan la per- 3
vivencia de la misma moda con que aparece vestida la reina Isa-
- -
0m
be1 de Braganza en el retrato del Sr. Fuentes, en La Laguna, E
O
al cabo de diez años. Insistiendo en la misma actitud que este
otro retrato, un guante aparece descalzado y permite al pintor n
-E
lograr notorio acierto a1 suspenderlo de la mano izquierda, dán- a
2
@ole tan gran relieve que, salvando distancias, evoca el volumen n
0
de los paños nirbaranescos. También enriquece la cabellera con
3 enfilados de perlas, flores y espigas, motivos que veremos des- O
pués en otro retrato principesco pintado por esta época.
Al dar apertura al fondo tras el fuste robusto de una columna,
la sensación de monuinentalidad se agiganta y la figura de la
reina, infantil todavía al cabo de diez años de matrimonio, ad-quiere
una presiañcia que no puede proporcionarle ni su meaiawd
talla ni su inexpresivo ademán. El pintor va buscando en la com-posicibn
de sus Óleos una mayor ambición, un empaque si pro-
6s MarquBs de Lozoya: Una rnilziatum Cédita de Luis de Za Cmcz y
R h . "El Museo Canario", niuns. 21-22 (1947), pags. 1-3.
230 ANUAEJO DE ESTUDIOS ATLANTICOB
LUIS DE LA CRUZ Y RIOS: Ln r e i m Mnda Josefa Anznlin de Sajon)ia. Propiedad de
don Juan Josí: Rumeu de Armas. Madrid.
LOS RETRATOS REALES DE LUIS DE LA CRUZ Y RfOS 31
tocolario más principesco, una majestad que no está nunca re-ñida
con el detalle, de verdadero miniaturista en bordados, enca-jes,
perlas y camafeos. Como luego tendremos ocasión de comen-tar,
sin salirse del tipo de retrato regio que con insistencia viene
cultivando el primer pintor de cámara Vicente Mpz, Luis de la
Cruz estudia los retratos similares conservados en Palacio y en
el Prado, se esfuerza por plantar con elegancia a sus personajes
y, aunque por apego a la rutina del escenario adolece de cierta
monotonía de cornposición (compárese con el de la misma reina
que pintado por Carlos Blanco en 1826 se conserva en el Pa-lacio
de Oriente), en esta grandilocuente imqgen de la reina de
España logra uno de sus buenos retratos cortesanos, con el que
inaugura la etapa más brillante de su arte. Estuvo expuesto en
el Museo Romántico en 1953 y está firmado: Dn Lwis de la Cruz
y Rios b pinto a6u de 1829 G7.
No sé si este gran lienzo es el que cita el pintor, en la carta
que reprodujo el Sr. Arzadun 68, como encargo del propio rey
antes del 28 de marzo de 1828, mando ,wdirr rriitnrkacih &! Mi-nisterio
de Marina para embarcar con su familia rumbo a Ca-narias
en la fragata "Restauración". Pero dudo que Luis de la
Cruz pintase otro de estas dimensiones. En cierta manera forma
pareja con el gran retrato de Fernando VII, del año siguiente,
hoy en el Museo Romántico, al que luego me referiré.
Aunque en el rostro poco difiere este óleo de las primeras mi-niaturas
de la reina, seguramente fué uno de los últimos que se
pintaron de ella, porque a los pocos meses del viaje de los reyes-a
Cataluña, del que regresaron a Madrid el 11 de agosto de 1828,
un ataque gripal minaba su débil constitución y el 17 de mayo
-
. . . .
Véase iSánchez Cant6n: Los retratos ..., pBg. 208; reproducido &n
Ballesteros, tomo cit., l&X.X X.
67 Debo el conocimiento de este retrato a mi buen amigo 'o catedrá-tico
de la Universidad Central D. Antonio Rumeu de Armas.
68 Juan Arzadun: F€mmndo VZI y su tiempo. iUadrid, Editorial Sumrna,
1945, pBg. 255; la repitió Diego M. Guigou Costa: El Puerto de Iru Crecz
y Zos Zriarte. Santa Cruz de Tenerife, 1945, pág. 261.
32 JESOS H~XNÁNDEZ PERERA
de 1829 fallecía María Josefa Arnalia 68 sin haber logrado propor-cionar
al trono de España un vástago que ciñese la corona de
dos mundos que ya se desmoronaban.
Los hfantes D. Cartos y D." Frwcisca.
Repetidas veces declara Luis de la Cruz en sus memoriales,
conservados en el Archivo de Palacio, que retrató a los infantes
y personas de la real familia. En su citada instancia del 22 de
mayo de 1816 hace constar que su deseo al venir a la corte fué
"tener k gloria de postrarse a los Reales Pies de S. M. y besar
su Real Mano y la de los Serenisimos Sres. Infantes, y el alto
honor, además, de sacar sus retratos" Aunque de este plural
puede deducirse que retrataría a los infantes D. Carlos y D. Fran-cisco
de Paula, hermanos de Fernando VII, anterior a 1816 no
conocemos hasta ahora más que el retrato de D. Carlos María
Isidro del Instituto de La Laguna.
En el mismo documento declara el pintor su esperanza de
poder retratar .a la reina Isabel de Braganza y a su hermana,
la princesa María Francisca de Asís de Brqganza, con la que
había de contraer matrimonio aquel mismo año D. Carlos María
Isidro.
¿Dónde para el retrato de la infanta portuguesa, contempo-ráneo
del de la reina su hermana, que posee en La Laguna don
Anatolio de E'uentes? Al parecer no llegó a Canarias, pero tam-poco
me ha sido dado encontrarlo en la Península. Los que de
ella conozco son posteriores al trienio constitucional, y cierta mi-niatura
ya pubiicacia ue ia coiección ¿.arderera, de ivíadrid",
aunque revela algún parentesco con la técnica punteada de Cruz
.y Ríos y representa a María Francisca por los días de su casa-miento,
no me parece lo bastante cercano para creerla obra de
su mano y no de Valentín de Carderera a quien está atribuída.
-
e0 Bayo, OO. cit., tomo III, pág. 320.
7 0 Aroh. G I ~ d.e Palacio, exp. G70,
71 Bsllesteros, tm cit., pág. 231, fig. 257.
232. ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTfC'OS.
ws RETRATOS REALES DE LUIS DE LA CRUZ Y R ~ O S 33
, En cambio, del mismo tiempo en que Luis de la Cruz pintó
el gran retrato de María Josefa Arnalia de la colección Rumeu
de Armas (18291, sí quedan varios retratos de la cejijunta esposa
de D. Carlos y alguno de ellos dentro de ese estilo de plenitud
en que se desenvuelven sus pinceles en los años inmediatos al
último casamiento de Fernando WI.
Un retrato al óleo sobre lienzo (55 X 43 cm.) tuvo en su
famosa colección Valentin de Carderera, pintado por Luis de la
Cruz y Ríos, según afirma su catálogo publicado en 1877 '-, en el
que &!aria Fmnckca estaba representada sólo en busto y de unos
treinta años de edad, con el peinado dividido por una cinta negra
con varios rizos a cada lado y peine de concha. Vestía traje de
terciopelo encarnado con red de cordón de oro en la hombrera,
con hrrnda y SPZ Ge 18 @&?en de ?ilaria LUisa.
Por esta descripción, el retrato de la colección Carderera pa-rece
era una variante del que posee en Madrid D. Manuel Nogués
(47 Y, 38 cm.), dado a conocer en la Exposición de 1953 en el
Museo Romántico ( l b . XVIIII). Si bien de medio busto y sin la
banda bicoior de Maria Luisa, en el traje, de gran escote con
doble vuelo de encaje y manga enfundada en red de cordón de
oro, lleva prendida la cruz de !a misma Orden, y aunque sin peine
de concha, la cinta negra atraviesa los rizos del pelo. Su mirada
dura y sus facciones enérgicas hablan elocuentemente de sus
decisivas intervenciones en los sucesos del reinado y del duelo
que sostuvo durante muchos años con la infanta Luisa Carlota
de Borbón, la esposa de D. Francisco de Paula. Si no hay en este
rostro la bondad ni la amorosa entrega de su hermana la reina
Isabel, en sus ojos, h a j ~el derc cmtiriiio de SUS cejas, desiu4&
una energía y un tesón a los que mucho debió la causa carlista.
Otra variante de este mismo retrato, mejor terminada y p.
cisa, con mayor luminosidad y riqueza de pormenores, y un ros-
' 2 Valentín Carderera y Solano: Catíilogo y descripci6n sumaria & re-tratos
antiguos de piersonaijes iJustres eespaáloles y extranjeros de m h e
swos colecchnadcng por D. -. Madrid, imprenta y F'undición de M. Tello,
1877, phg. 110, núm. 344.
34. JEmS HERNANDFZ PERERA
tro más fresco, lo que la hace aparecer algo más joven, se guarda
en el depósito del Museo Romántico, donde se la tiene catalo-gada
hasta ahora como obra de escuela de Vicente L6pez. La
creo obra indudable de Luis de la Cruz Oám. IX). Basta compa-rarla
con el retrato de la colección Nogués y con el de la reina
Amalia fechado en 1829, con cuyo tocado de flores y espigas pre-senta
palmarias analogías, y principalmente con la miniatura de
la infanta Maria Francisca de la colección Maturana, de Madrid
(lámina N), réplica en marfil del óleo conservado en el Museo
Romántico. El traje de terciopelo rojo, con ligero encaje en el
escote, banda y placa de María Luisa, presta magnificencia al
pecho robusto y a. los redondos hombros de esta primera reina a
N
del carlismo, ricamente enjoyada con &peineta. collar y -pendientes E
O
de oro y esmeraldas. Y presidiéndolo todo, unos ojos grandes y n-- m atentos, de quien vigila afanosa los tortuosos caminos de su des- O E
comertante cuñado, el rey Fernando. E
2
E Este cuadro demuestra cuánto se había robustecido el dibujo -
siempre sóiiüo de nuestro pintor y a qué extremos de viriuosis- 3
mo'le llevaban sus pacientes entreteninientos de pintor de mi- - -
0
m
niatura al plasmar sus óleos. Los tonos cálidos del traje de Ia E
infanta y el apurado modelado del rostro, demasiado perfecto y O
pulido, fríamente captado y construido, son índice de su preocu- n
E
pación por el volumen redondeado y pleno de que da muestras
-
a
en estos años, en los que pronto llegará a recrearse en las tur- 2
n
gentes masas y las formas cilíndricas de los retratos de María n
Cristina, la futura reina gobernadora. 3
O
nn Lo&, d Qfln Anham nan lno minin+i.mno n x - n A- nm+n nnrnin
YG riabra ruvu ubu-zri L~UL la^ IIYIIICLLAU~~J YUG uu ~CIAGJU
de infantes (lám. IV) posee en Madrid el Sr. Maturana, junto con
otras tres que representan a los infantes D. CurZos (Carlos VI
para los carlistas), hijo primogénito de D. Carlos María Isidro;
D. J w n CarZos Mwb, su hijo segundo, D. Fernando' María,
tercer vástago del matrimonio 13. Las cinco figuraron en la Ex-posición
de Amigos del Arte en 1916. La'de la infanta &aria
73 Incluidas por J.. Eque&a, del &yo en su CatciEogo cit., pág. 34.
. : .
234 ANUARIO DE EBTUDIOS ATLANTICOS
LOS RETBATOS REAS,ES DE LWS DE LA CRUZ Y RfOS 33
P r W c a de Braganza procede evidentemente del óleo antes ci-tádo
del Museo Romántico.
P@mundo VII en traje de ceremonia.
Muerta la reina María Josefa Amalia en la primavera de 1829,
el problema sucesorio crecía amenazador y los partidos políticos
se sumergen en una tensión extraordinaria al plantearse el cuarto
matrimonio del rey. El infante D. Carlos, al no tener hijos su
hermano Fernando, creía en sus derechos indiscutibles a la co-rona.
La conmoción de sus partidarios, los que entonces comen-zaban
a llamarse carzishas, llegó a suma desazón ante los ma-nifiestos
deseos del rey de volver a matrimoniar. Frente a las
maniobras de los realistas, decidió que su cuarta esposa fuese
otra sobrina, hija de la hermana que reinaba en Náples, pues
aunque al principio se pensó en otra princesa alemana, hermana
de la difunta reina Amalia, tan piadosa y devota, al punto ahogó
!a ider, syur!!s fum~sa.f rase de! rey: "No =As rasairi~s"7 4.
En la elección pesó más la propuesta de la cuñada del mo-narca,
ID." Luisa Carlota, esposa del infante D. Francisco de
Paula, que, en pugna cada vez más abierta con la infanta doña
María Francisca, mujer de D. Carlos, se fué ganando el ánimo
real y logró que su hermana menor María Cristina compartiese
con Fernando el trono de España. Era D." María Cristina de Bor-bón
hija del rey de Nápoles Francisco 1 y de la infanta D." María
babel, hermana de Fernando VIL Como su segunda esposa María
Isabel de Braganza, era también la cuarta, sobrina carnal del rey
y a su espléndida belleza unía una reputación de inteligente y
bondadosa 75.
En el viaje desde Nápoles a España la acompañaron sus pa-dres
los monarcas napolitanos 7C. Las bodas solemnes se celebra-
-
74 Viliaurrutia, ob. cit.
75 Ballesteros, ob. cit., pág. 224.
76 Aprovecho para reproducir aquí una miniatura del rey Feniando IV
de NBipoles (iám. m), hermano de Carlos IV de Ebpaña y abuelo de la
36 J E ~ OHE~R NANDEZ PERERA
ron e1 11 de diciembre de 1829 y la jubilosa entrada, los festejos
y luminarias pregonaban el comienzo de una. época más tran-quila
y feliz ' l .
Cercano a este acontecimiento decisivo en la historia espa-ñola
del .xrx es el gran retrato, en traje de ceremonia, del rey
~er!nandoV I1 (lám X) que se halla expuesto en el Museo Ro-mántico,
de Madrid, donde preside el salón de música Está
fechado y firmado : Dn Luis de la Crux y Rios lo pto. año 18 [S] 0.
La tercera cifra está perdida, pero no puede ser un 2, dando una
fecha diez años anterior a la Última boda del rey. En cierta ma-nera
este retrato forma pareja con e1 de Ia reina María Josefa
Amalia de la colección Rumeu de Armas, del año anterior, pero a
corresponde al tipo que también pinta Vicente López hacia 1830 79, E
del que quedan mUltiples versiones (Embajada de España en O
n
=
Roma, Banco de España de Madrid, bocetos del Museo Lázaro m
O
E
Galdiano, etc. ) . E
2
Procede indudablemente este retrato aparatoso y rico en ro- E
4,.- -- 1- --A-:>---:- 2-1 3- T--:- Xn7T --- jva, yuc i d y a i ~elr la e~uluericlau, el ue uuia A .m n-ll-+ -*VA pul a. e. bailci. 5
(1783) que conserva el Museo del Frado en el que se inspi- e-raron
tanto Luis de la Cruz como Vicente López, y de los retratos m
E
de Napoleón debidos a Gerard y David. En él Fernando VII, cm O
menos prognatismo que en sus retratos anteriores, pero dejando n
E traslucir en su rostro los achaques de su prematura vejez y la -
a
gota que magullaron su salud, viste espléndido manto de púrpura n
y armiño, enriquecido con ancha cenefa de bordados en oro, que
deja libre el brazo izquierdo para sostener el ampuloso sombrero O3
reina María Cristina, que se guarda en el Palacio Real de Madrid. No debió
ser pintada del natural, sino por aIgh retrato enviado de Italia. Ha figu-rado
en las Ehposiciones de 1916 y 1953, en Amigos del Arte y Museo
Romántico, respectivamente.
17 Eallestercs, tamo cit., pAg. 224.
78 Se ocupó de este cuadro María Rosa Alonso: D07~ Luis de Ea C?UX
detrás de un pianto de c o k "El Día", Santa Cruz de Tenerife, 26 de fe-brero
de 1952.
70 Fernando de Hornedo, S. 1.: Los retratm redes de Vicente López.
"Archivo Español de Arte", Madrid, t. XXVII, núm. 107 (1954), pAgs. 237-243.
80 Mweo &Z Plmdo. Caitábogo de los cwadros, pág. 102, núm. 2238.
236 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
LOS RETRATOS REALES DE LWS DE LA CRUZ Y R ~ O S 37
de plumas, y libres también las piernas. No olvidadel pintor, con
su minuciosidad característica, consignar la concesión a Fernan-do
VIL por la Corte inglesa de la Orden de la Jarretera, de cuyo
lema sólo aparece visible en la liga, bordado en letras de
oro, el final: .. .AL.Y.PENSE ("Honi soit qui mal y pense").
El brazo derecho empuña el cetro que hunde el rey sobre
el almohadón donde se reclina la corona real, y como en
todos sus retratos reales anteriores, un lujoso sillón estilo Im-perio,
con las cifras F 7 entre láureas bordadas en el respaldo,
cierra el fondo, en el que no faltan los consabidos cortinajes ro-jos.
Collares del Toisón y de la Orden de Isabel la Católica hn- a
den de los reales hombros y blanca gorguera enmarca el rostro N
E
que ciiíen de negro largas patillas. La cabeza, girada un cuarto O
a la izquierda, como es frecuente en Luis de la C m , está muy n-- m
dibujada y tratada con tonos calientes. Pese a su gran porte, el O
E
E
colorido a1,go agrio y disonante le hace desmerecer y ha provo- S
E
cado comentarios no muy elogiosos Si el miniaturista se deja -
transparentar siempre en la dureza del dibujo y en su tratamien- 3
-
to de 10 accesorio con el interés y las luces del primer plano, -
0
m
E este gran retrato de 1830 dice cuánto ha progresado en libertad
O
de movimientos, en expresión y en énfasis el pintor que quince
años antes había llegado a Madrid sin más formación que lo poco n
-E
que pudo aprender en las Islas. a
2
Es interesante hacer notar que el pintor antepone al nombre n
n
orgullosamente el Don s2 y así firma también el magnífico Aw
3 torretrato que posee en Madrid el Exmo. Sr. marqués de Espeja O
y constituyó la novedad más sobresaliente dada a conocer por
el Sr. Rodríguez de Rivas en la Exposición de 1953 en el Museo
81 Bernardino de Pantorba: Museos de PWtturu de Madrid. Madrid, Edi-torial
Mayfe, 1950, emplea injustamente el adjetivo abominable para este
retrato del abominable Fernando VII, indigno, según este autor, de presidir
una sala del Romántico sin más títul_os que 1-5 de su 1mafh y !i fnn-farria
de su agrio colorido.
82 Lo mismo que en el de la reina María Josefa h a l i a propiedad del
S?. Rumeu de Armas. Por entonces ya había recibido el pintor las conde-coraciones
con que Ie deistinguieron Pío Vii y Carlos X de Francia.
38 JES~S HERN~NDEZ PERERA
Romántico ( l b . XI). Al centro del lienzo, sobre caballete y cu-briendo
en gran parte la ventana del fondo, hay otro retrato de
Fernando Vlrl, también vestido con manto de píqura, entre
sillón estilo Imperio y consola sobre la que aparecen cetro, co-rona
y el mismo sombrero de plumas que antes, pero con algunas
novedades en el fondo de cortinas, que recogidas al lado derecho
dejan ver en el opuesto, tras la columna, un templete circular
de orden jónico que da cobijo a una estatua de Minerva. El mo-narca,
señalando con su diestra el altar de la diosa, nos habla
de un retrato pintado para alguna Academia científica. Desco-nozco
hasta ahora si existe un retrato de este tenor, pero acaso
no será difícil hallarlo- algún día, en Madrid tal vez, del cual seria a
N
copia el que aparece en el estudio del pintor. E -m esta capi'al la Obl+GaU e ri-G&rc, &isCLa, lo y,e O
n en seguida nos llama la atención es la soberbia cabeza, que pro-
-
m
O
E
vocó en todos los concurrentes a la Exposición centenaria los más SE
cálidos elogios. Presenta una soltura de pincelada y tan extra- -e
ordinaria vida que sin duda hemos de reputarla el mejor trozo 3
de pintura que nos ha dejado su autor. ;Lástima que el resto del --
0
lienzo no esté a su altura y con su desigualdad destruya el efecto m
E
que la cabeza produce en el espectador! O
o
Documento de primer orden para conocer el arte y la vida n
E de Luis de la Cruz, sus propietarios lo tenian por obra de Vi- -
a
cente López, atribución inexplicable hallándose firmado : De Dn 2
n
Lm% 6% Za Cruz, en el travesaño del caballete. En este lienzo, n
mucho más elocuentemente que en los retratos regios que pintó O3
para Madrid y Tenerife, queda compendiada toda su vida de ar-tista
su polfi=co de sierIii-; ia a&esi&i inq-ue~-aiitab~e
a su rey bienamado, ante cuyo retrato el pintor se efigia a sí
mismo, sentado y expectante, con la satisfacción del que ha.
obrado conforme a sus impulsos, cristalizando en el lienzo la que,
por mezquina y desafortunada que hoy parezca, constituyó la
suprema ilusión de sus días.
Pero en su rostro, desgreñado y ansioso, también está refle-jada
la esperanza puesta siempre en la generosidad del monarca,
238 ANUARIO DE ESTUDIO5 ATLANTICOS
.LOS RETRATOS REALES DE LUS DE LA CRUZ Y RfOS 39
y del lápiz con que aparece dibujando sobre sus muslos, acaba
de desprenderse una vez más la súplica que en otros retratos ha-bía
colocado en las propias manos del rey.
Hay en este Autorretrato un compendio de todo cuanto, bueno
y malo, era capaz de pintar nuestro artista, y hasta de sus posi-bilidades
en campos pictóricos que desgraciadamente no volvió
a cultivar. Sorprende-y la fotografía (lám. X I ) puede dar idea
de ello-la extraordinaria profundidad de la estancia, cuya ven-tana
todavía da entrada a un arbolado paisaje. Con esto demues-tra
el pintor hasta qué extremo podía llegar en el camino hacia
la perspectiva aérea que se planteaba en el retrato de Fernan-do
WI del año 1815 (lám. IV), rasgando los fondos con venta-nas,
como había tímidamente ensayado en el retrato de Don Jtmn
Antonio de EZ~areniay s z ~s obrim que en Santa Ursula (Tenerife)
posee el Sr. Luz Cárpenter en la Quinta Roja 83. Con este esfuerzo
milita Cruz y Ríos en la tradición velazqueña de nuestra mejor
pintura y puede considerársele un puente de enlace con el ta-
&?erigtiE interier qce tantu fZm2 dirá m& tlr& -_ Fgti~_n_y-
Fi'uto de esa misma preocupación naturalista que impregna toda
la pintura del barroco, también nos demuestra Cruz que a sus
indiscutibles dotes de retratista agregaba cierta disposición para
la pintura de bodegón, como acredita ese notable jarrón de cris-tal
con agua cuya imagen devuelve el espejo, aunque por desgra-cia
queda sin más consecuencias que la aquí apuntada.
Si por una parte salta a la vista la poca naturalidad de las
actitudes, la falta de verdad en las ropas y en los pliegues, el
cerúleo colorido de las manos, en todo denunciadores del maniquí,
demasiado rígido y falso, por otra la pobreza de la estancia, del
mobiliario y del atuendo da verdadero testimonio de sus estre-checes
de artista bohemio y aventurero al que fué esquiva la
fortuna y al que las ilusiones entreabren la camisa y le llenan
el pecho Ue ~ncorjliüw-~~le &.v-ucióii rey Doí-Ldn, rI-,jsiiio iiéiii-
83 Figuró en la Exposición celebrada en 1953 en el Instituto de Estudios
Hispánicos, del Puerto de la Cruz (Tenerife).
84 C£. Padrón Ac<xsta, ob. cit., pág. 37.
po que nos habla de cómo se refugiaba el artista en sus pinceles,
trocando el uniforme de vista de aduanas, cuyas galoneadas man-gas
penden de la silla en que está sentado, por la oleosa chaque-tilla
y las zapatillas caseras del penoso trabajo de taller.
Con el tema de autorretratarse en su estudio se identificaba
con los que luego haría famosos Antonio Esquive1 en el suyo,
poblándolos de todas las figuras literarias o artísticas de su tiem-po.
Luis de la Cruz no tuvo nunca más literatura que su devoción
por Fernando VI1 y su Real Casa, y como hiciera José de Ma-drazo
retratando a Garcia de la Prada sentado ante el óvalo de
su dama, en el cuadro de la Real Academia de San Fernando,
también Cmrz ha querido eternizarse ante el soñado objeto de sus
mezquinos desvelos.
Si María Cristina, por saberse guapa, ,gustaba de hacerse
retratar y de ella nos ha dejado Vicente López el magnífico re-trato
gris perla del Museo del Prado, pintado cuando ya el va-lenciano
pasaba de los sesenta 85, no fué de los que menos efigió
a. la Última esposa de Fernando VI1 nuestro Luis de la Cruz.
Conozco de D." María Cristina unos cuantos retratos, tanto óleos
como miniaturas, y todos ellos pueden contar entre sus mejores
obras, correspondientes a los momentos más logrados de su
pincel.
Extraordinario por su novedad y su excelente factura es el
que guarda en depósito la Excma. Diputación Provincial de
Oviedo y publico recientemente D. Enrique Lafuente Ferrari ",
considerándolo con justicia una de sus obras más señeras. Está
fechado y firmado en el lado inferior izquierdo: Cruz y Rbs
año 1832 (lám. XII).
Pese a su fecha, debe proceder de un original o boceto to-mado
por el pintor a los pocos meses de celebradas las bodas
-- -- - --
85 Sánchez Cantón: Los retrat m..., pág. 192 y lám. 171.
86 Lafuente Ferrari, ob. cit., pág; 439 y fig. 288.
240 ANUARIO DE EBTUDIOS ATLANTICOS
LUIS DE LA CRUZ Y RIOS: Autorretrato. Colección Marqu&s de Espeja. Madrid.
LOS RETILATOS REALES DE LUIS DE LA CRUZ Y RÍOS 41
en 1829. En él aparecen los reyes Fernando y M a ~ hC rkt@'b
cogidas del brazo, -paseando como dos b ~ g u e s e sp or los jardines
de La Granja. Si en los retratos ceremoniales que hemos citado
anteriormente la figura del monarca no pierde la antipatía con
que la historia y los contemporáneos han teñido su estampa, a@
ciertamente quedamos captados por la, sencillez y el recato de
un matrimonio burgués, .c.orriente y moliente, que da comienzo
a su paseo matinal por 40s. jardines, sin que la levita y el. bombín
del marido, que dqbla la edad a su linda y ,joven .esposa, ni el
sombrero de plumas ni el ch¿il.de armiño de la dama, nos den la
impresión de fanf q i a y :aparat,o inevitable en ,,retratos de pro-tocolo.,
Hay tanto candor - esta pareja tan desigyal que hasta
dcclag~usi e! rey es e! mi s~,ede !es Eles re. tr.a tes ,a~teri-mes.
La cabeza del monarca parece,proced& del mismo. estudio de
donde Cniz sacó el retrato en ,rojo del Museo Romántico, y ,p
el atuend9 debió tener en cuqta el, retrato d e .paisano que se
conserva en Pklacio y, g.unque creído .aqtes de.&rnardo López R7,
ha.documentado como pintadp ppr ~ i c&t e , ~ ó pelz P . IEO.?edo e.
.. .. La reina, que nacida el 27 .de abril de 1806 contaba a l ca-sarse
veintitrés años, no parece ,tener más edad en este retrato
de 1% Diputación de Oviedo. Su alto sombrero de pluma$-fre-cuente
en sus primeros .retratos, con 4 que solía disimular su . :,
corta estatura, como puede deducirs.e, d? .este cuadro por com:
paración con la figura $el .rey,.,que @mp~o alto-,, ,el- pelo
partido. en rizos sobre las sienes, el e j e .a campanado, la+ -.m. . .a no., s
enguant,adas y el pqueño ramo de ,rosas¿6 que, cuelgan. de la
mano izquierda, cautamen. . , .envueltas en sedoso pañuelo, la. ex-
. . . .
' . . . .. _. . . - . . . . . ,
'97- ' 8&,chez Cantón, .ob. .cit., :pág. 193 y J á p - 170. .. . .
8s F. de Hornedo, S. I., &t. cit., pág. 238
a@ ' Es una de lai pocas muestras' de pi~tura,d e flores' que conozco de ..
. .
Luis de ia &z. Suó obstante; M: Üissorio y ~ e d r d e,& . .cit.;&g 161, dice
que .también fueron muy elogiados sus lienzos de flores y frutm.. Lo mismo
repite D. Julio Cavestany: FZores ,y , bobegovs, qn :,p@tya.e gpanola. . Ca.-
tdlogo ilustpado de la Expo8ición. Maddd, Sociedad Espc@oia .;de . w g o s del
Ark, .19361940 (págs.. lO4-?05), aunque no. fué .:expuesto e.onces ningún
florero de nuestro pintor. . . .. .. . . .
pres1ónsd e. colegiala.en cuyas .mejillas -sem. arcan los hoyuelos tan
,'caractekí'sticós :de' su'. s&blante, todo contribuye ,a, subrayar. la
pintoresca estampa de una pareja de recién cassdos cogidos del
brazo,. ingenuamente captados por el disparo dé1 .fotógrafo. 'Ni
-10s ,trajes ni las condecoraciones del rey nos dejan adivinar los
.tremendos probl'e&s ni el dificil papel político' que cupo. en suerte ,
&:estosd*o i..seres,.t otalmente ajenos a *ellose n un tranquilo jar-dín
.donde',ni l'a .brisa mueve las capas de los' árboles ni el sur-t.
id& de. lal- fuente ' tiene gravidez para' romper la - incolora super- . . ,fikie del :agua.,. ' , . . . s~
, .
. .. .. ~l^piiitcirq,.u e aquí está escribiendo: la's::m ejores phginas de
~t o d a~s~'~otbuvkoi ,e n gran estima su rebato.de Ia regia'.pareja,
. .
YILG i;;ir--%n: r\Ci.r\ min+Ar rinnona hshair nml t i r r o ~ l n. rr lo' n&iA o mnnnr l l l L 1 6 L . l l V U V ' p A L L b V I Cibb l l O L I G I ' b U L L I V U U V y ' J .IU VVpAV, U*"A*"'-
'&m&&en : otra 'versión firmada y fechada en iguales 'térmhos,
' que, en 1938 estaba' en el: comercio mádrileño -y conozco sÓlÓ por
,fotografía 90: algo más-taede, con nuevos estudios de las cabezas
y'& &an&j'el.~&breiG y el traje--de'.lar eina, esta vez sin'fio-
. .
res, -vol.vió alrepetir el mismo grupo de '~wmndo:yH aría Cxi.8-
.ti&: :paseando en . idéntico lugar en . e l .l ienzo .. má. s .
,(94:X. 77 Bml) que,, propiedad de .la Ilma. sra.' baronesa de Bé-
. .t&a, .-fué.'d ado..,a:-.conoceer'n la ~xposiciónc entenaha . de 1953,
. . . . . . .'&lcibrzida . en ei Museo Romántico (lib. - XVI) .
' -Pob el cuadro de *Oviedo .puede -atribuirse sin reserGas;a'-Luis
.de' .la' Cmz otko 'excelente retrato : d& Ma& Cristilur (lám. 'XIII) ,
'de 1a.inisina idcid,. que conserva el ~ u s e ode l ~jército;d e ~ a d r i d ,
.&un&$ adscrito al pincel de ,Antonio María. ~ s ~ u i v e l ' ~Co' .n' el
.traje :azd celeste..con que hizo su entrada en -Madrid. y que. 'los
liberales-a quienes. la reina se mostró bien dispuesta desde que
.a, su paso por Provenza, camino de:Españar, acudieron a ella los
exilad.o s .en. ~ anc.. i.a -b. aútharon con e1 . nom. b. re de &U. Z , &tino,
+pzrcre ,Mm-íx eic:th& & m&s medio m r p j '&o - snm-
' , . .
@o debo ai fallecido fotógrafo Sr. &reno, que drmaha lo tuvo el
anticuario Atartinez.
91 Joaquin Marthez Ostendi: Mweo del Ejército. Cula del &tante.
2." dic. Maürid, 1951, pág. 85.
242 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
LAMINAX III
brero del mismo color y blanca pluma que deja partido el pelo
en dos rizos, ricamente enjoyada con aderezo de perlas y bri-llantes
y ceñido el busto con banda de María Luisa. Visible la
mano derecha en que aparece cerrado un abanico, es notable el
trabajo del encaje de florecillas que rodea el amplio escote y
las voludas mangas. Del aspecto juvenil de la reina, aún no tan
gruesa como la veremos en los retratos de un par de años des-pués,
creo que esta efigie corresponde a los días de su llegada a
Madrid en diciembre de 1829 o a los primeros meses de 1830,
cuando todavía Antonio Esquive1 trabajaba en Sevilla y no había
hecho su aparición en Madrid, a donde no vino hasta el año si.
siente "2.
Por si se juzga infundada esta atribución que despojaría a
Esquivel de uno de sus supuestos retratos juveniles, aún creo
que es más evidente su parentesco con el retrato de Doña. Luisa
Carlota de &doy y Borbh de RúspoZi ( l b . XTV), la hija del
célebre primer ministro de Carlos IV y de la condesa de Chin-chón-
la inmortalizada por Goya en el inolvidable retrato de la
,,nianna;-~i mA .~~a.-, .Q ..A-- a - n ~ ~ a - : a -:A+- --- L..&- 2-1
bvlrkuivu u ~ usu yuv uc uuGba, UG ~rrauriu-, u l C ; L a , PUL LQ~UULGUI ,
infante D. Luis y sobrina de Fernando VIL Pintada en lienzo
(56 X 41 cm.), aparece representada en busto, joven, con risueña
mirada, ojos pequeños y nariz algo saliente, como la de su padre,
pelo negro, cortado, con grandes bucles caídos hacia los hombros
y varios rizos por las sienes; los pendientes de perlas, iguales a
los del peine que adorna su cabellera, recuerdan la típica factura
da Cruz y Ríos en el citado retrato de Mar2a Cristina, -del Museo
del Ejército. Viste de blanco con graciosos rizados en el escote
m Lafuente Ferrari, ob. cit., p8g. 461. Sólo conozco por Esquivel un
retrato de María Cristina, grabado en la revista del Liceo Literario y Ar-tístico
del afh 1838 (lo reproduce en al frontispicio Jos6 Simh Díaz: Liceo
Artistico y Litera* (Madrid, 1838), Colección de Indicas de Publicaciones
Periódicas dirigidal por Joaquín de Entrambasaguas, Madrid, Instituto "Ni-c
~ ] &- A2-tnTi;nt9, &! Ccp=ja 9&p&cr & ~ ~ = : & @ & ~ ~Ce~~~ &EC=,1 V41),
y otro que reprodujo G B. en grabado para la G%.ícr dez Forastero de Ma-drid,
para el año 1840, noticia esta última que debo y agradezco a don An-tonio
Rodrígniez Mofiino.
y hombreras y crúzale el pecho un chal de crespón con rayas
de varios colores. El catálogo impreso en 1877 por Valentin Car-derera,
a quien pertenecia el lienzo, afirma que este retrato es
obra del pintor de cámara D. Luis de la Cruz y Ríos e3. De su
afirmación, que juzgo bien informada, puede deducirse que el
pintor estaba estos años acercándose muy estrechamente al ideal
romántico, hasta el punto de que trabajo cuesta no pensar en
Esquive1 ante este retrato de D.° h k a Carlota Godoy. La misma
consideración es inevitable ante su magnífico Autorretrato de la
Academia de la Historia, varias veces expuesto en Madrid 94, en
el que su estilo ha llegado a tal madurez y soltura que bien puede
incluirsele entre los más ilustres retratistas románticos, con las
salvedades a que da motivo, sin embargo, la desigualdad de sus
cuadros. El otro espléndido retrato de la reina Maria Cristina:
a que luego me referiré (lám. XVII), avala también esta atribu-ción
a Cruz y Ríos del cuadro del Museo del Ejército.
Tras estos óleos de 1830-32 que convierten a nuestro pintor
en un retratista de primer orden, capaz de enfrentarse con bas-tantes
maestros consagrados de la generación romántica, Luis
de la Cruz vuelve a pintar retratos y miniaturas de Maria C r k
tina, ya algo más obesa y con las amplias faldas de sus emba-razas.
El 10 de octubre de 1830 había nacido la princesa María
Luisa Isabel, que conforme al testamento otorgado por el rey el
12 de junio anterior, ya anulada la Ley Sálica, se convertía en
su sucesora con el nombre de Isabel 11. Y el 30 de enero de 1832,
la infanta María Luisa Fernanda, luego princesa de Asturiasss.
Viene luego la ,enfermedad del rey en La Gqanja, a consecuencia
del fuerte ataque de gota que el. 14 de septiembre de este último
año puso en peligro su vida. Aquel trance pone a prueba ei tem-ple
de Maria Cristina, quien se muestra incomparable enfermera,
93 Carderera y Solano, ob. cit., pág. 111, núm. 351.
Citado en el CattUogcr de la Exposición Nacional de retratos, Ma-drid,
1902, pág. 23; en Exposicióla & @?¿tuya isabelina (1850-1870). Cat&
Zogo-Guia, Madrid, Amigos del Arte, 1951, p8g. 43; y en la del Museo Ro-mántico
de 1953, cf. "Revista de Historia", núm 100 (1952), pág. 606.
$95 Ballesteros, tomo ctt., págs. 226 y 229.
244 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
cuidando al rey con tal cariño que maravilló a la Corte y suscitó
los mayores elogios de sus contemporáneos. Si del solícito cui-dado
de que hizo objeto a &mando su amante esposa se ha per-dido
el cuadro en que lo conmemoraba D. José de Madrazo, hoy
conocido únicamente p r l a litografía 96, de Luis de l a Cruz nos
queda una miniatura que está relacionada con aquel célebre su-ceso.
Es bien d i d o que María Cristina vistió hábito de carme-lita
por la curación del monarca y, oídas sus preces, se retrató
con el escapulario del Carmen. En el citado cuadro de Madrazo
aparece con veste carmelitana y el escudo de la Orden prendido
en la manga izquierda.
Con el mismo traje e igual escudo colgado de un lazo negro a
donde puede leerse Voto pw Ea Salud de Ferndo. de 1832, N
E
aparece representada en una miniatura (Iám. XV) conservada en O
n
el Palacio Real de Madrid, con peinado de tres potencias sin joyas -- m
O
ni pendientes. Nadie hasta ahora la había atribuído a Luis de la E
E
2 Cruz 07, pero de su paternidad no ha lugar a dudas ante los dbs -E
grabados que así la representan en la Biblioteca Nacional, rea-
Ymdcs p2,a Ic, l?&b i&t~g a f i ap o -r,T G r ~ y (t!& m. XV) y Eelen, 3
-
según original de Cruz 08.
-
0
m
E
De igual fecha parecen ser dos miniaturas de la colección O
Carderera Oa: FerIzcundo VII, con traje azul, toisoncillo y banda n
de Carlos iII, y M a ~ bC ri.stina, vestida de punrfó oscuro, con -E
a
idéntico peinado de muchos bucles a los lados y rosas de oro en . l
n
lo alto, alhajada con collar de tres hilos de perlas. Ambos, bue- n
n
nos retratos, a decir del propio Valentin de Carderera, montados 3
O
en marcos de ébano y pintados por D. Luis de la Cruz y Ríos.
36 En el oú~&o Xunicipai de Madrid. -La reproduce Baiiesteros, ob. ctt.,
página 235, fig. 261.
Q7 Sin atribución de autor en Felipa Niño Más y Paulina Junquera de
Yega: ilustrada del Palano Real de ~ a d & , Madrid, Patrimonio N&
cional, Tesoro Artístico; 1951, 2.' edición, pág. 52.
Barcia: CatcUoga ..., p8g. 495. Lleva esta leyenda: "M." ,Cristina de
m--,.-- n
w r vu li nayria iiu: ES~&%En. habito de Carmeiiia. Cruz io pinto. -X L
Litogr." de Madrid.-Le Grant lo 1it.O" (120 X 165 mm.). El otro grabado,
más pobre de técnica (121 X 166 rma) lo firma Helen ... (?).
00 Carderera y Solano, ob. cit., pág. 134
Aspecto semejante, aunque vestida de azul celeste y peinado
recogido con moño alto, presenta la miniatura (8 X 6,5 cm.) en
Óvalo (lám. XXII) de la misma reina, obra de ese tiempo que
posee en Madrid D. Manuel Nogués y reprodujo en color Uariano
Tomás loO. Y con el mismo peinado, si bien con traje casero de
viuda, suavizado por rizado cuello blanco, aparece en otra mi-niatura
del Palacio de Oriente, que figuró en la Exposición de
Amigos del Arte en 1916 como obra de ,el Canario Oám. XVIII) y
lleva el núm. 14 de las miniaturas que se exponen en la vitrina
del tranvía de paso a la Cámara lo1.
Supera a todos estos retratos el óleo que se reproduce en la
lámina XW. Cuando lo fotografió, antes de la última guerra
civil, D. Vicente Moreno, estaba en el antiguo Ministerio de la
Gobernación, en la Puerta del Sol, pero hoy se ignora su para-dero.
Desde aquí quiero hacer presente mi gratitud al Excelen-tísimo
Sr. D. Blas Pérez González, ministro de la Gobernación,
por cuantas molestias se tomó en su Wsqueda por los diversos
servicios de su Departamento. Por el fichero del Archivo Moreno
consta estaba firmado y medía 105 X 85 cm.
Es lástima que se haya extraviado tan noble retrato de la
última esposa de.Fernando VII, que,pone a su autor en muy buen
lugar entre los retratistas de la primera generación romhticas
La figura y el ademán de la reina gobernadora, descansando su
brazo en el sillón del primer término, con la mirada al@n tanto
perdida y el alto peinado de. tres potencias, al que realza postizo
moño coronado por un broche de oro con la cifra B 7, tiene todo
el empaque y la noble elegancia de un retrato de Madrazo, con
bastante antelación a sus más notables creaciones. El lindo encaje
que bordeando el escote y las cortas mangas ilumina con su calada
florería los tonos oscuros del terciopelo, puede contar entre los
trozos de pintura más bellos que nos dió ~ u i dse la Cruz.
Todavía tengo noticia de otros retratos de D." Marb CrZstinn
de Borbón pintados por Luis de la Cruz: los *dos de tamaño m
. . , . . . . . , ..
ioo M. ??&J.AS, ob: cit., - lám. ' =. ' . . . .
1-01 F. Niño y P. Junquera, ob. Cit., !pág. 55
246 ANUAEIO DE ESTUDIOS ATLANTZCOS
LUIS DE LA CRUZ Y RIOS: La reha Mafdd Crdstina
Real y colecciOn
su kerniam la infanta D.* Li&n Cnrlotu (miniaturas). Palacio
buque de Sevilla. Madrid.
LOS BETBATOS REAtES DE LUlS DE LA CBUZ Y RfOS 47
turai que cita el Sr. Sánchez Cantón l", uno con las insignias rea-les
y otro como recreada en el campo, hasta ahora ignorados, y
la miniatura (alto, 16 cm.), en busto prolongado, que con otra
de Isabel II formaban una caja, perteneciente a la citada colec-ción
Carderera lo3; en ella lleva la reina peinado sencillo, vestido
de seda morada con mangas espaciosas, y las bandas de María
Luisa y de Portugal, con las placas correspondientes, sobre fondo
de cortinas verdes. Fué pintada de veintinueve años de edad
en 1835 y el catalogador la encomia como magnáfica miniatura
en mara, la mejor obra de D. Luis de la Cruz y Ríos, pintor de
cámara y caballero de la Orden de San Miguel de Francia. Como
la de su hija, lleva marco dorado y cierra una sobre otra.
En los liiltimos retratos puede comprobarse cómo se esponjó
la belleza de María Cristina al morir el rey Fernando VII el 29
de septiembre de 1833. Enamorada del apuesto guardia de corps
D. Fernando Muñoz, a los tres meses de viuda contraía matri-'
monio en secreto con él, después de nombrarle duque de Riánsa-res.
Aunque ocultarlo fué para la reina gobernadora motivo de
constante preocupación, su matrimonio morganático fué muy fe-cundo
y los retratos pintados entre 1834 y 1844 confirman su es-pléndida
belleza, que aún conservaba en su vejez lo*. Luis de la
Cruz no volvió a retratarla con posterioridad al año 1837, pues
/
por esta fecha le sabemos avecindado en Cádiz lo" al parecer
no volvió más a la Corte.
1
Los infantes D. Francisco de Paula y D." Luisa Carlota.
También han de entrar en este catálogo de retratas palatinos
los del infante D. Francisco cie6Paula Antonio io Borbón, a quien
ya me he referido arriba, hermano menor de Fernando VII, que
aparece como el benjamín de La familia de Carhs IV, de Goya.
102 Sánchez Cantón: Los pintores ..., pág. 169.
103 Carderera, ob. cit., p&g. 134, núm. 22.
104 SiSánchez Cant-: Los retratos ..., pág. 193,
105 Lozoya, art. cit., p&g. 10.
Niño todavía cuando los sucesos de Bayona, en los que nin-guna
parte pudo tomar, había seguido la suerte de sus padres,
y después de la Guerra de la Independencia vivía en Roma con
Carlos IV y. María Luisa. Destinado a. dar su mano a su sobrina
la princesa Luisa Carlota de Borbón, hija de los reyes de las
Dos Sicilias, se separó de sus progenitores en mayo de 1818 y
regresó a España, donde al poco tiempo supo el fallecimiento de
la reina María Luisa, ocurrido en Roma el 2 de enero de 1819,
y luego el de su padre el rey Carlos IV, diecisiete días después,
en Nápoles, a donde se había trasladado junto a su hija y a sus
nietos. En abril de 1819 contrajeron matrimonio en Madrid los
infantes D. F'rancisco de Paula y D." Luisa Carlota lo6.
' Retrató Luis. de ,la Cruz a esta pareja de príncipes con alguna
frecuencia, y por las numerosas miniaturas que de ellos y de sus
hijos, se exhibieron en la .Sociedad de Amigos del Arte, deciujo
el marqués de Lozoya 1°1 que fué esta familia la que pro.tegió
especialmente al miniaturista tinerfeño durante sus anos difíciles
en la Corte. . .
De fecha temprana, pues de la fisonomía de los infantes creo
corresponden al año .de, su boda, conozco dos grabados en Óvalo
representando a D. Francisoo y a D." Carlota (lhX.X ), conser-vados
en la Sección de Estampas de la Biblioteca Nacional, pro-cedentes.
de la colección Carderera los. Fueron grabados por Bos-selman
por dibujo de Luis de la Cruz. El del infante, que viste
casaca con toisoncillo, banda y placa de Carlos 111 y medalla de
la Orden de Santiago, tiene al pie, manuscrita y firmada por don
Martin Fernández de Navarrete, autorización de la Real Acade-mia
de San Fernando para su venta al público Luisa Carlota,
peinada con aito moño y diadema de pecireria, Eeva rico aderez~
de perlas y recuerda mucho en sus facciones, los ojos y especial:
-A--
106 , Bayo, ob. cit., tomo 11, pág. 132
107 Lozoya, art. cit., pLg. 5.
10s Barcia, ob. cit., pág. 136, núms. 278, 1, y 283, 2.
109 "La R1. Acad." de S. Ferndo. en su junta de ayer concedio permiso
para que pueda venderse al publico esta estampa.-Martiri Fernz. de N&
van-&." Mide el óvalo 55 X 67 mm,
248 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOQ
LAMINAX IX
LUIS DE LA CRUZ Y 310s: El infante D. Francisco de Paula (miniatura). Palacio
Real. Madrid.
f
9
--m
0
E
,=
LUIS DE L A CRUZ Y RTOS: Los infnntes D. Frnncisco de P f l ? ~ ly. ~D ." Ltlian Cnrlotn.
i 5
Grabado:; de Eosselman. Ribliotpca Nacional. Madrid.
*--
m
-
LUIS DE LA C'RUZ Y RIOS: Los t>tfantes D. Francisco de Pnuln y D.* Luisa Carlota
(miniaturas). Colecci6n D.* María Luisa de Ezpeleta. Madtid.
LOS RETRATOSREALES DE LUIS DE LA CRUZ Y RfOS 49
mente la nariz, los retratos de su hermana menor Maria Cristina
pintados por Luis de la Cruz.
Salvo estos retratos de hacia 1819, las miniaturas de Cruz que
efigian a la principesca pareja son más tardías, sin duda inme-diatas
a la muerte de Fernando VII y correspondientes a un mis-mo
momento. Ignoro si alguna de ellas fué pintada en Cádiz,
donde el pintor pudo coincidir por los años 1834 a 1837 con los
duques de Cádiz, que allí solían tomar los baños de mar.
Aunque mirado especialmente con simpatía por los liberales,
que lo contraponían a D.. Carlos Maria Isidro, hasta el punto de
que en diciembre de 1819 un coronel conspirador llegó a ofrecerle
el trono ll0, D. F'mncisco de Paula se mantuvo fiel a su hermano el a
rey Fernando y le dió noticia de la, conjura. Con toda la Corte N
E
estuvo en Sevilla y luego en Cádiz cuando la expedición del duque O
de Angulema en 1823, pero después del desanbarco de los reyes n -
=m
O en el Puerto de Santa María, su esposa, en palaciega contienda EE
con la infanta D." María Francisca, qud encarnaba los ideales del SE
carlismo, fué adentrándose en el ánimo del rey y, al enviudar de =
María Josefa Amalia de Sajonia, Luisa Carlota logró hacer triun- 3
-
far su proyecto de casar al monarca con su hermana menor doña -
0m
E
María Cristina l'. O
Conocida es su enérgica intervención en los sucesos de 1832 ,
n
en La Granja, cuando el rey, moribundo tras el ataque de gota -E
del 14 de septiembre, abolió, a instigación de Calomarde, la Prag- a
2
mática Sanción y quedaba D. Carlos como heredero del trono. n
0
María Cristina había accedido a recomendar entonces al soberano 3
la firma del codicilo que daba el poder al partido carlista y des- O
poseía de la corona a su hija Isabel, justamente cuando Luisa
Carlota y su esposo estaban en Cádiz, disfrutando aquel verano
de la temporada de baños112. Pero al llegar a La Granja la in-fanta
napolitana, increpa a su hermana, llamándola regiua di
gaikrk, y tras reclamar el codicilo del rey y romperlo con sus
-.- . , --
m o Bayo, ob. cit., tomo 11, pág. 146.
111 Viiiaurrutia, ob. cit. it. .
112 miesteros, tormo cit., Hg. 230.
Núm. 1 (1955) , , t . , . . . .
propias manos, propina a Calonnarde aquella histórica bofetada
que el ministrh recibió con la famosa frase: Hams bbncos 9z.q
oenden, señora.
Muy representativas de la energía y carácter de la infanta
son las miniaturas de Luis de la Cruz que.representan a Luisa
Carbta con ,péiriado liso, atravesado por ,.cinta .con. pendiente. de
pedrería'. en' la frente, aderezo de piedras y amplio escote, que
enmarcan su semblante hosco y varonil, no exento de belleza.
De este tenor son las miniaturas de la colección del duque de
Sevilla (lám. XVIII) , de 13 1/2 X 17 cm., y de la colección Ezpeleta,
de Madrid (Iám. XX), con variante en el moño alto. La duquesa
de Parcent poseía también otra de la misma dama Il3; y una fir-mada
en 1834, en que Luis de la Cniz la representó como Dhncr a
cazadora, perteneció a la infanta Isabel l14.
Tanto en la colección Ezpeleta como en la de los condes de 0
-n-
Caudilla, la miniatura de Luisa QarZota forma pareja con otra m
O
E
de su esposo D. Francisco de Pnula (lám.. XX). El prototipo de E
2
los retratos de éste, debidos a Cruz y Ríos, parece ser la minia-tura
(13 K 10 cm.) que conserva el Palacio Rea1115, de exce-lente
técnica y firmada L. Cruz ( l b . m). El infante viste de
negro, con rico alfiler de corbata y placa de Carlos III en el pecho.
Por estas tres miniaturas puede muy bien comprobarse cuán poca
verdad.había en el calumnioso infundio de cierta viajera ingle-sa
116 que daba por sentado lo que llamó el indewnte parecido en-tre
D. F'rancisco de Paula y el Príncipe de la Paz. El infante
aparece en ellas muy cercano en su fisonomía a D. Carlos María
Isidro en sus Últimos años.
La reina isaoei K, nifkz.
Los Últimos retratos de María Cristina, la reina gobernadora,
a que me he referido, fueron también los Últimos buenos óleos
- -
-3 ~ u v eon la Exposición de miniaturas de Amigos del Arte. '
114 Catá2og0 ds la Exposickh de la miniatura-retmto en ES@as, pt&
guia 34.
115 F. Nitio y P. Junquera, ob. cit., pbg. 55
116 Cf. Villaurdi, ob. cit.
250 ANUARIO DE ESTUDIO8 ATLANTICOS
LUIS DE LA CRUZ Y RIOS: Ln reina ,ifn~.Fa Crtntinn (miniatura). Colección D. l%íx-nuel
Nogirés.-Ln reina Isabel I I . Litografía de P.. Xmerigo. Biblioteca Nacional. Madrid.
LUIS DE LA CRUZ Y RIOS: Ln reina Isabel II., nifin. Colecciones privadas. Madrid.
MS RETBATOS REALES DE LUIS DE LA CRUZ Y BfOS U
pintados por Luis de la Cruz. Todavía nos dejará una buena co-lección
de efigies de su hija, aún niña, proclamada reina desde
el 24 de octubre de 1833; pero ya declinaban los pinceles de
el Canario. Fatigado y achacoso, sin que acaso las ocupaciones
aduaneras en Sevilla y Cádiz le permitan frecuentes traslados a
Madrid, perezoso para cambiar los fondos, la decoración, el mo-biliario
y las actitudes como hacía con verdadero empeño en sus
primeros retratos cortesanos, el pintor se repite; dibuja con la
precisión y el cuidado de siempre, pero su pulso ya tiembla y las
pinceladas quedan levemente adheridas al lienzo hasta el punto
de que dejan visible la trama. Inhábil por rutina para cambiar
el patrón de retrato áulico que durante tantos años ha venido
trasladando a la tela o al marfil, se limita a seguir el tipo puesto ,
de moda por los pintores contemporáneos y: fiel a su fórmula,
a reproducir con ligeras variantes la efigie de la reina niña, sin
preocuparse gran cosa por evitar la monotonía.
Luis de la Cruz se hace eco del retrato por Vicente Gpez,
sentada Isabel en el trono, con el traje que vistió el 24 de octu-bre
de 1 8 3 , e! &a qde hs cGiteUla. prucld-,aron de Gpah
y de las Indias. Aunque ignoro el paradero del original, el sen-tado
de la lámina XXII resulta, sin embargo, más elegante y
airoso que el de Vicente LÓpez en el Museo Romántico, que con-vierte
a la reinita más bien en una enana.
Pero el pintor prefiere para sus óleos y miniaturas el tipo
que aquel mismo año ideó Federico de Madrazo, muy joven pin-tor
aún, pero ya dibujante consagrado, quien la representó de-pie
ante el trono l17. La composición de este retrato de la reina niña
encajaba mejor en la trayectoria de Luis de la Cruz, que sólo
tenia que adaptar el escenario otro tiempo ideado para Fer-
. nando VD, babel de Braganza o María Josefa Amalia, conforme
a la estatura de la nueva soberana. Mejor resuelta la figura de
Isabel 11 que en los lienzos de igual tipo pintados por Vicente
Lhp-~u: , pic~e!C IP TJT-Q en ripiosid&&s y miz~cioi,i z&ega~+r~
como deletrear el nombre de la reina por muebles y tapicerías.
----
117 Sánchez Cant.611, ob. cit., pág. 195.
Por una litografía de R. Amerigo 'lS que guarda la Biblioteca
Nacional ( l b . XXHI), había podido identificar como obra de Luis
de la Cruz el lienzo de Isabel .ZZ que se expone en el Museo Mu-nicipal
de Madrid (lám. XXIII), en el que "la reina de los tristes
destinos" aparece de pie ante un trono de respaldo estrellado con
SU nombre, -apoyando la mano izquierda sobre el cojín de tercio-pelo
rojo donde campea la corona y el cetro de la realeza, vis-tiendo
transparente traje de tul bordado sobre falda blanca. Pen-dientes
y collar de perlas con la banda de María Luisa adornan
su busto. La Exposición del Museo Romántico dió a conocer una
copia autbgrafa de este retrato (144 X 104 cm.), Eirrnado Luis
de la C r z . y Rws A% de 1833, que posee en Madrid el Excelen-tísimo
Sr. conde de Casa de Loja.
Más afortunados resultan los retratos de Isabee II nib en los
que prescinde del trono y de los atributos reales, para recortar
la figura sobre fondo monócromo. Así, por ejemplo, el óleo de
colección particular madrileña (lám. XXII) en que con banda de
María Luisa y vestido semejante, aunque sin bordados, la reprei
~ ñ ' a es mlo-2t~ & calzarse ü17 g~ar , te=; e! ~ i r , i a -
tura ((114 i ' X 9 cm.) del Palacio Real de Madrid, que por pri-mera
vez adscribo aquí a Cruz y Ríos (lám. MU), índice de la
menor agilidad y del enfadoso rayado de pequeños trazos a que
por estos años había liegado el pintor, ya con la vista cansada
indudablemente para el trabajo fatigoso de pintar con ayuda de
la lupa las diminutas placas de mara que tanta fama le han
dado.
Compendio de toda esta etapa final es la miniatura de regular
tamaño (15,5 X 12,3 cm.), de la colección Julio Muñoz, de Ma-drid,
publicada por D. Mariano Tomás l'@, .firmada L. Crm.
A. 1835. Representa a habe1 IZ ante el trolw, de pie, junto a la
mesa que sostiene los atributos regios, con una rosa en su mano
izquierda, erguida en medio de una estancia a cuya ventana se
--
21s Barcia, ob. &t., e.410 . Al pie reza: ''L. Cruz lo pinto. A. Amerigo
lo litog.o.-litografia de Costa y Comp.".-J. Portoles lo estampo.'
119 M. Tomás, ob. cit., 1- LXXXI.
252' ANUARIO D1 ESTUDIOS ATLANTICOS
LOS RETRATOS REALES DE LUIS DE L4 CRUZ Y RfOS 53
asoma el último paisaje ( l b . XXI) que el pintor quizá nos le-gara,
antes de conocer en Málaga a su presunto discípulo Carlos
de Haes.
Ignoro si supera a esta miniatura la de ZsabeZ IZ que Valentín
Carderera ponderaba como la mejor obra de Luis de la Cruz:
la que en marco dorado cerraba sobre otra de su madre D." Mar&
Cristina formando una caja de 16 cm. 120. Pintada esta Última
en 1836 cuando la reina niña contaba cinco años, parece repetir,
no obstante, el tipo prodigado por el artista el año 1833: vista
de medio cuerpo y vestido blanco con manga corta hueca, banda
de María Luisa cruzándole el pecho, cetro y corona en
término sobre almohadón y por fondo cortinaje morado. Cambian
aquí las manos para sostener, como en la miniatura anterior,
un grupo de flores, dándonos una prueba más de su habilidad
para el bodegón de florero que tanto elogia, entre la producción
de el Cw.c.io, D. Manuel Ossorio y Bernard lZ1.
A estas fechas corresponden también las siete miniaturas,
excelentes, del Palacio Real que representan a los siete hijos de
D. Francisco de Paula y la infanta D." Luisa Carlota (!&mi-na
XXTV) : los infantes D. Francisco de Ads, luego rey consorte
de España por su casamiento con Isabel 11; D. Ewrique, duque
de Sevilla; D. Fernando; D." Isabel, con peinado de tres poten-cias
y una rosa en el pelo; D." Luisa, D." Mar& Cristina y doña
Maria AmaZiiz, ya publicadas desde la Exposición de 1916 12'.
Por causas que ignoramos, en 1835 perdía Luis de la Cruz su
empleo de puertas de Cádiz, que había obtenido el año anterior,
acaso porque el partido liberal no estaba dispuesto a mantener
el sueldo a personaje tan realista y fernandino como nuestro pin-tor.
Dos años después escribe desde Cádiz al primer pintor de
cámara D. Vicente López la extraña instancia en que solicita de
la reina gobernadora permiso para viajar dos años por el ex-
-
120 Carderera y Solano, ob. cit., pág. 134, núm. 22.
121 M* Ossorio y Bernard, ob. cit., pág. 161.
122 Equerra: CatciEogo.. ., pág. 34.
tranjero 123. SUS retratos palatinos han' quedado atrás en su vida
y el pintor no vuelve a; Palacio a retratar a la real familia. Los
tímidos paisajes que asoman en sus retratos cortesanos vienen
luego a ser el tema de sus enseñanzas en Málaga, que recogerá
el belga Haes. A su pintura, menuda y dibujística, nada quedaba
por hacer ante la nueva generación y el pintor isleño, definiti-vamente
fracasadas sus pretensiones de pintor áulico, aislado en
Málaga en una especie de honroso destierro lZ4 después de su 61-
tima estancia en Sevilla lZ5, recibe el 20 de julio de 1853 sobre
sus párpados cansados el postrer resplandor del sol antequerano.
123 ArcI1. Grai. de Palacio, exp. cit.; Lozoya, a.rt. cit., pág. 10.
1.24 Lozoya: Historia del Arte Hispcinico, tomo V, pág. 413.
c. a
125 Alvarez Rijo (apud A. Ruiz Alvarez, art. cit.) afirma que Cruz fijó E
m1 residencia en iSevilh donde vivía con sus hijas hasta su fallecimiento O
en Antequera S-- m
O
E
E
2
ANUARIO DE ESTUDIOS ATLdNTICOS